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Los 7 dones del Espíritu Santo En el Antiguo Testamento leemos la revelación de Dios al profeta Isaías sobre el futuro Mesías: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11, 2). Jesucristo revelará que esas palabras se cumplen en él: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4, 18), Jesús es el Hijo de Dios, lleno del Espíritu Santo, y posee estos dones de un modo pleno, dones que también se comunican a quien recibe el sacramento del Bautismo, y que se fortalecen en el sacramento de la Confirmación. Los dones del Espíritu Santo son siete modos de intervenir Dios en nuestra alma. Son unas cualidades sobrenaturales que Dios nos concede: para seguir dócilmente y de modo permanente sus inspiraciones; para facilitar y poder practicar con agrado las virtudes cristianas; para crecer en el camino de la santidad y de la identificación con Jesucristo; para perfeccionarnos (en la medida en que no ponemos obstáculos, cooperamos con Él y somos dóciles a sus gracias). Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Sabiduría, para ver las cosas como Tú las ves y sentir el gozo de hacer todo lo que te agrada. No es la sabiduría de conocer muchas cosas, sino el don que nos capacita para saber juzgar las cosas terrenas y los acontecimientos humanos a la luz de Dios, con la mente y el amor de Dios, sabiendo actuar en consecuencia. Este don nos concede gustar y gozar con todo lo que se refiere a Dios. Aprendemos a ver las cosas sabiamente, como Él las ve, y a comunicarlas con sabiduría, de tal manera que los demás puedan percibir a Dios en nosotros, en lo que hacemos, decimos y pensamos. Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Piedad, para que viva en continua relación de amor filial contigo y fraternal con mis hermanos. Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Temor de Dios, para saber rechazar lo que me separa del amor a Ti; dame capacidad para reconocer mi pequeñez ante tu inmensidad y grandeza. Los dones se conceden en el Bautismo y se consolidan en la Confirmación. Se pierden siempre que se pierda la gracia santificante, es decir, con el pecado mortal, y se recuperan también con la gracia santificante, mediante el arrepentimiento y el sacramento de la Confesión. Una cosa es que los dones del Espíritu Santo estén en el alma y otra bien distinta es que estén actuando en el alma. Actúan en nuestra alma en gracia cuando no ponemos ningún obstáculo a las luces e inspiraciones continuas de Dios, y nos esmeramos en tratarle, servirle con amor y cumplir su voluntad. Nos dispone a conseguir un profundo sentimiento de afecto filial en nuestro trato con Dios, y fraternal en relación con el prójimo. Nos sentimos miembros de la ”gran familia de los hijos de Dios”. Este don nos impulsa a sentirnos realmente hijos de Dios, a tratarle como un Padre, abriéndole nuestro corazón, hablando con Él en la oración con sencillez y confianza, con la certeza de su infinito amor por nosotros. Este don suscita en nosotros la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda y perdón. Este don no es “miedo a Dios”, sino que nos inspira tanto amor a Dios que tememos fallarle, ofenderle. Es el «temor filial» que llena el alma de paz y nos hace ver la grandeza de Dios y nuestra pequeñez humana. Nos anima a ponernos confiadamente en las manos de Dios en toda situación. Este don nos impulsa al respeto debido a Dios, nos dispone a vivir nuestra relación con Él con seriedad y dedicación, sin frivolidad.

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Los 7 dones del Espíritu Santo

En el Antiguo Testamento leemos la revelación de Dios al profeta Isaías sobre el futuro Mesías: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11, 2).

Jesucristo revelará que esas palabras se cumplen en él: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4, 18), Jesús es el Hijo de Dios, lleno del Espíritu Santo, y posee estos dones de un modo pleno, dones que también se comunican a quien recibe el sacramento del Bautismo, y que se fortalecen en el sacramento de la Confirmación.

Los dones del Espíritu Santo son siete modos de intervenir Dios en nuestra alma. Son unas cualidades sobrenaturales que Dios nos concede: para seguir dócilmente y de modo permanente sus inspiraciones; para facilitar y poder practicar con agrado las virtudes cristianas; para crecer en el camino de la santidad y de la identificación con

Jesucristo; para perfeccionarnos (en la medida en que no ponemos obstáculos,

cooperamos con Él y somos dóciles a sus gracias).

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Sabiduría,

para ver las cosas como Tú las ves y sentir el gozo de hacer

todo lo que te agrada.

No es la sabiduría de conocer muchas cosas, sino el don que nos capacita para saber juzgar las cosas terrenas y los acontecimientos humanos a la luz de Dios, con la mente y el amor de Dios, sabiendo actuar en consecuencia.

Este don nos concede gustar y gozar con todo lo que se refiere a Dios.

Aprendemos a ver las cosas sabiamente, como Él las ve, y a comunicarlas con sabiduría, de tal manera que los demás puedan percibir a Dios en nosotros, en lo que hacemos, decimos y pensamos.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Piedad, para que viva en continua relación de amor filial contigo y fraternal

con mis hermanos.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Temor de Dios, para saber

rechazar lo que me separa del amor a Ti; dame capacidad para reconocer mi pequeñez ante tu

inmensidad y grandeza.

Los dones se conceden en el Bautismo y se consolidan en la Confirmación. Se pierden siempre que se pierda la gracia santificante, es decir, con el pecado mortal, y se recuperan también con la gracia santificante, mediante el arrepentimiento y el sacramento de la Confesión.

Una cosa es que los dones del Espíritu Santo estén en el alma y otra bien distinta es que estén actuando en el alma. Actúan en nuestra alma en gracia cuando no ponemos ningún obstáculo a las luces e inspiraciones continuas de Dios, y nos esmeramos en tratarle, servirle con amor y cumplir su voluntad.

Nos dispone a conseguir un profundo sentimiento de afecto filial en nuestro trato con Dios, y fraternal en relación con el prójimo. Nos sentimos miembros de la ”gran familia de los hijos de Dios”.

Este don nos impulsa a sentirnos

realmente hijos de Dios, a tratarle como un Padre, abriéndole nuestro corazón, hablando con Él en la oración con sencillez y confianza, con la certeza de su infinito amor por nosotros.

Este don suscita en nosotros la

necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda y perdón.

Este don no es “miedo a Dios”, sino que nos inspira tanto amor a Dios que tememos fallarle, ofenderle.

Es el «temor filial» que llena el

alma de paz y nos hace ver la grandeza de Dios y nuestra pequeñez humana. Nos anima a ponernos confiadamente en las manos de Dios en toda situación.

Este don nos impulsa al respeto

debido a Dios, nos dispone a vivir nuestra relación con Él con seriedad y dedicación, sin frivolidad.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Fortaleza, para superar mis miedos y cobardías, y ser en cada circunstancia un cristiano fiel, auténtico y coherente.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de

Entendimiento, para comprender mejor tu Palabra,

tu obra y tu enseñanza.

Nos da capacidad tanto para escuchar a Dios que nos habla como para discernir lo que El quiere y espera de nosotros. Perfecciona la virtud de la prudencia e ilumina el alma desde dentro sobre cómo actuar, especialmente cuando se trata de opciones importantes o en asuntos complejos. El don de consejo sugiere a la conciencia no sólo lo que es lícito, sino también sobre lo que en cada circunstancia es más conveniente hacer, decir, aconsejar…

Por medio de este don ponemos en

práctica aquello que Dios nos ha hecho ver que es su voluntad, nos orientamos bien y sabemos orientar también a quienes nos piden consejo y ayuda, a quienes necesitan palabras de aliento y de vida.

Es el don que nos hace posible conocer y comprender las cosas de Dios, su Palabra y las verdades que Él nos ha revelado, contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.

Este don nos dispone a descubrir y

conocer en profundidad a Jesucristo, a comprender su Evangelio, su enseñanza y su obra, su humanidad y su divinidad. Nos ayuda a entender el sentido de la obra de la salvación de Dios.

Aunque no se posea gran cultura ni

conocimientos, este don nos ayuda a caminar hasta el fondo de las cosas, a penetrar en los misterios de Dios y del hombre.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Ciencia, que

pueda conocer y sentir tu presencia en medio de todas las cosas buenas que has creado.

Concédeme, Dios Espíritu Santo, el don de Consejo, luz en mi conciencia para elegir

bien en cada decisión y saber orientar a quien me pide ayuda .

Este don nos ayuda a luchar con constancia en el camino de nuestra santidad, a resistir las tentaciones, a cumplir nuestro deber de cada día sin miedos ni cobardías.

Nos da la capacidad de superar los momentos duros y difíciles de la vida. Otorga valentía en nuestra debilidad para permanecer fieles al Señor, aún en medio de las enfermedades, contradicciones y desgracias; para permanecer firmes en la fe ante incomprensiones, ofensas y ataques injustos

El ejemplo de Jesucristo, su pasión y muerte, debe ser para nosotros un auténtico testimonio de fortaleza que nos ha de llevar a superar la debilidad humana.

Nos impulsa a ver en las cosas creadas la «huella de Dios», para conocer mejor su grandeza y amarle sobre todas las cosas.

Al contemplar la naturaleza, la

belleza, el amor humano, etc, reconocemos la presencia de Dios en el mundo y en todo lo que nos rodea, moviendo el corazón a la alabanza y acción de gracias al Señor.

El don de ciencia da a conocer el

verdadero y recto valor de las criaturas en su relación con el Creador y su dependencia con Él. Nos ayuda a no absolutizar ni idolatrar los bienes creados, sino darle su verdadero sentido como bienes que nos acercan a Dios, sumo Bien.

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