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23 AyTM 11.1, 2004 * Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Delegación Provincial de Jaén. Centro Andaluz de Arqueología Ibérica. INTRODUCCIÓN La Arqueología investiga el Paisaje abarcan- do las tres dimensiones que se le atribuyen: medioambiental, social y simbólica (CRIADO, 1999: 6), de estas la más difícil de analizar es la dimensión simbólica, y las propuestas de méto- dos o modelos de investigación se han dividi- do entre los que suponen y asumen una sub- jetividad inherente en la percepción del fenó- meno y por tanto de su explicación (Hodder, Tilley, Shank, Thomas...), y quienes pretenden trascenderlo analizando sus componentes mediante análisis formales y analogías a diver- Nombrar, apropiar. Arqueología del paisaje y toponimia en la aldea de Otíñar (Jaén), (1300-2000 DNE) Narciso Zafra de la Torre* RESUMEN En la investigación de las dimensiones física, social y simbólica del espacio la Arqueología del Paisaje se vale de múltiples fuentes y métodos. La toponimia medie- val y post-medieval es una fuente en la que se pue- den rastrear diversos discursos colectivos sobre el espacio: el de la descripción, el de la explotación y el de la apropiación. Por ello se defiende que los dis- cursos toponímicos sirven para conocer las funciones y la significación que sus pobladores otorgaban al pai- saje. Este trabajo plantea un modelo de análisis que articula las tres dimensiones del paisaje, enlazando los datos arqueológicos con el origen y distribución de los significados de los topónimos. El modelo se apli- ca en Otíñar, valle de montaña de la Sierra de Jaén (norte de Andalucía, España), en el que, entre el siglo XIII y el XX DNE, la arqueología y la estratigrafía de los signos revela la superposición de tres capas de significado: el paisaje de los guerreros, el paisaje de los pastores y el paisaje de los campesinos. PALABRAS CLAVE: Arqueología del Paisaje, Teo- ría de la Arqueología, Toponimia, Jaén. ABSTRACT When investigating physical, social and symbolic dimen- sions of the environment Landscape Archaeologists pay heed to numerous methods and sources of infor- mation. Mediaeval and post-mediaeval toponyms give us important clues about how the land was perceived by different social groups; thus they may be descripti- ve or reflect its use or its ownership. It can be main- tained, therefore, that toponymic descriptions throw light on the uses and meaning with which the occu- pants imbued the surrounding countryside. We pro- pose here an analytical model which incorporates the three dimensions mentioned above, combining archa- eological data with the origin, meaning and distribution of local toponyms. We apply the model to Otiñar, a mountain valley in the Sierra de Jaén in northern Anda- lucía (Spain), in which from the XIII and XX centuries the archaeology and stratigraphy of these indicators reve- al the superimposition of three layers of understanding of the countryside; a land seen by warriors, another used by shepherds and one cultivated by farmers. KEY WORDS: Landscape Archaeology, Archaeo- logy Theory, Toponimy, Jaén. “De tal manera las palabras llevan la esencia humana de las cosas, que las que no son nombres propios, los geográficos, los toponími- cos, llevan un paisaje, y a las veces basta sólo oír la palabra para adivinar lo que puede ser la tierra que recibió aquel nombre.” Miguel de Unamuno

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* Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Delegación Provincial de Jaén. Centro Andaluz de Arqueología Ibérica.

INTRODUCCIÓN

La Arqueología investiga el Paisaje abarcan-do las tres dimensiones que se le atribuyen:medioambiental, social y simbólica (CRIADO,

1999: 6), de estas la más difícil de analizar es ladimensión simbólica, y las propuestas de méto-

dos o modelos de investigación se han dividi-do entre los que suponen y asumen una sub-jetividad inherente en la percepción del fenó-meno y por tanto de su explicación (Hodder,Tilley, Shank, Thomas...), y quienes pretendentrascenderlo analizando sus componentesmediante análisis formales y analogías a diver-

Nombrar, apropiar. Arqueología del paisajey toponimia en la aldea de Otíñar (Jaén),(1300-2000 DNE)Narciso Zafra de la Torre*

RESUMEN

En la investigación de las dimensiones física, social ysimbólica del espacio la Arqueología del Paisaje se valede múltiples fuentes y métodos. La toponimia medie-val y post-medieval es una fuente en la que se pue-den rastrear diversos discursos colectivos sobre elespacio: el de la descripción, el de la explotación yel de la apropiación. Por ello se defiende que los dis-cursos toponímicos sirven para conocer las funcionesy la significación que sus pobladores otorgaban al pai-saje. Este trabajo plantea un modelo de análisis quearticula las tres dimensiones del paisaje, enlazando losdatos arqueológicos con el origen y distribución delos significados de los topónimos. El modelo se apli-ca en Otíñar, valle de montaña de la Sierra de Jaén(norte de Andalucía, España), en el que, entre el sigloXIII y el XX DNE, la arqueología y la estratigrafía delos signos revela la superposición de tres capas designificado: el paisaje de los guerreros, el paisaje delos pastores y el paisaje de los campesinos.

PALABRAS CLAVE: Arqueología del Paisaje, Teo-ría de la Arqueología, Toponimia, Jaén.

ABSTRACT

When investigating physical, social and symbolic dimen-sions of the environment Landscape Archaeologistspay heed to numerous methods and sources of infor-mation. Mediaeval and post-mediaeval toponyms giveus important clues about how the land was perceivedby different social groups; thus they may be descripti-ve or reflect its use or its ownership. It can be main-tained, therefore, that toponymic descriptions throwlight on the uses and meaning with which the occu-pants imbued the surrounding countryside. We pro-pose here an analytical model which incorporates thethree dimensions mentioned above, combining archa-eological data with the origin, meaning and distributionof local toponyms. We apply the model to Otiñar, amountain valley in the Sierra de Jaén in northern Anda-lucía (Spain), in which from the XIII and XX centuriesthe archaeology and stratigraphy of these indicators reve-al the superimposition of three layers of understandingof the countryside; a land seen by warriors, anotherused by shepherds and one cultivated by farmers.

KEY WORDS: Landscape Archaeology, Archaeo-logy Theory, Toponimy, Jaén.

“De tal manera las palabras llevan la esencia humana de las cosas,que las que no son nombres propios, los geográficos, los toponími-cos, llevan un paisaje, y a las veces basta sólo oír la palabra paraadivinar lo que puede ser la tierra que recibió aquel nombre.”

Miguel de Unamuno

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sas escalas espaciales y temporales (CRIADO,1999),o integrándolo en modelos de organizaciónsocial donde su papel está dado (RUIZ et alii,

2001). Estos planteamientos se han desarrolla-do para etapas y culturas muy diversas peroque tienen en común su incomunicabilidaddirecta, su distancia con respecto a la nuestra.

Sin embargo hay paisajes culturales másrecientes en los que se han fosilizado conjun-tos de significados que permanecen en la memo-ria y en los mapas ofreciéndose como la mejorde las fuentes para el conocimiento de la dimen-sión simbólica del paisaje: la toponimia. En lasinvestigaciones arqueológicas tradicionales latoponimia ha servido a dos propósitos princi-pales: el rastreo de los desplazamientos de losdiversos pueblos prehistóricos (indoeuropeos,celtas...) y la localización de asentamientos men-cionados en las fuentes (especialmente ciuda-des clásicas, islámicas, prehispánicas...). Sin embar-go en los periodos medievales y post-medievales,hay ámbitos donde los nombres de lugar se hanmantenido sobre el paisaje como un manto desímbolos cargado de significados, y en ellos losplanteamientos teóricos y metodológicos de laArqueología del Paisaje permiten ir más allá.

La toponimia, en condiciones de conoci-miento exhaustivo, nos sitúa en un universo desaberes, creencias, conceptos y usos que nosguían en la comprensión de la dimensión semán-tica del paisaje. Scott Nomaday (1974 en BASSO,

1996: 75) ha observado que aprendemos a apro-piarnos de nuestros paisajes para pensar y actuarcon ellos y sobre ellos, y tramarlos con pala-bras en los fundamentos de la vida social. En suevolución esta forma de apropiación del paisa-je sirve para “comprender que un paisaje parti-cular, completamente lleno de significado pasadoy presente, puede ser invocado para ‘decir’, y que,a través de lo dicho, puede ser invocado para‘hacer’” (BASSO, 1996:75). Esta relación entre el deciry el hacer es lo que permite que tras la evidencia

de lo hecho podamos seguir el rastro de lo dichoy viceversa. Es mediante este juego de inferen-cias como, a través de la toponimia, nos acer-caremos a la realidad histórica del paisaje.

En este propósito no se parte de la nada,son muchas las disciplinas que se han com-prometido con la investigación toponímica ydesde la Geografía y la Antropología se handesarrollado programas de investigación decuyos resultados podemos valernos para abor-dar el diseño de un dispositivo metodológicoadecuado a nuestros propósitos. Los plantea-mientos analíticos, descriptivos y clasificatoriosde geógrafos como Tort (2000, 2001) contri-buyen a situar de un modo ordenado la topo-nimia en un sistema de conocimiento másamplio, incluyéndola en el discurso académicode análisis territorial. Por su parte la Antropo-logía se ha servido de los nombres de lugar tantopara comprender el universo cognitivo de diver-sos pueblos 1, como para estudiar los cambiostoponímicos que acompañan a los cambiospolíticos (MURPHY y GONZALEZ FARACO, 1996),y, esto es lo más sugerente, para desentrañarel papel de los nombres de lugar en los dis-cursos autóctonos (BASSO, 1996).

Estos acercamientos son interesantes perono se pueden aplicar sin más. Como muchasotras nuestra especie ocupa y marca el espa-cio, pero además lo convierte en una parteconsustancial de sí misma. La señal espacial deun león expresa un dominio: el territorio lepertenece, por el contrario un vizcaíno, pon-gamos por caso, está convencido de que es élquién pertenece a Vizcaya y lo expresa dicien-do que es de Vizcaya 2. Lindes, términos y fron-teras físicas y simbólicas convierten la tierra(entorno perceptible) en mi tierra (entornointeligible). La interiorización del vínculo espa-cial provoca que en el ser humano la apropia-ción no sea sólo física o socio-económica, sinosimbólica. En la mecánica de interiorización del

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1 “Los nombres geográficos son la expresión de los rasgos mentales de cada pueblo y de cada época y, por ello, son también unreflejo de su vida cultural y de las tendencias que identifican cada área cultural” (BOAS, 1934:9 en MURPHY y GONZALEZ FARACO1996:101).

2 Nuestra lengua consagra esta creencia y el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en su edición de 2001 recogecomo una acepción de la palabra 'naturaleza' la de “origen que uno tiene según la ciudad o país en que ha nacido”.

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vínculo espacial los nombres de lugar ocupanun lugar preeminente, porque están cultural-mente cargados y contienen información tantofísica como socio-económica, que los instituyencomo un medio universal de apropiación sim-bólica del espacio. Y, dado que son códigoscompartidos, sirven tanto para estrechar losvínculos comunitarios como para organizar losespacios. Esto los hace especialmente relevan-tes para percibir los ingentes matices de la rea-lidad espacial, cuya complejidad ha orientadolos objetivos de investigación de la Arqueolo-gía del Paisaje.

Tenemos así unas bases geográficas y antro-pológicas que se traman con el objeto de estu-dio de la arqueología mediante un filtro epis-temológico extraído de las investigaciones deFoucault. En este punto conviene hacer explí-cito el camino argumental que ha llevado a ela-borar una propuesta de modelo de relacionesentre las dimensiones del paisaje.

1. NOTAS PARA UNAARQUEOLOGÍA DELDISCURSO ARQUEOLÓGICO

Hasta que con la revolución ilustrada la cien-cia se instituyó como el modo de saber domi-nante, la metafísica y la filosofía explicaban a lanaturaleza como totalidad de lo existente. Enun plano superior al de esa NATURALEZAcon mayúsculas se situaba una HISTORIA eter-na e infinita que cruzando los designios divinoscon los hechos de los hombres aspiraba a narrarno solo los acontecimientos del pasado sinotambién los del futuro y en cierto modo eracompendio de todo el saber. Conocía del ori-gen del mundo y de la humanidad con preci-sión suiza y tenía un instrumento infalible conel que confrontar la consistencia de sus rela-tos: la Biblia. Había un nexo claro entre natu-raleza e historia que concordaba con la ideade creación y designio divino. El conocimientoera uno y la necesidad de conocer estaba ínti-mamente ligada a la necesidad de creer.

Las ciencias en su especialización escépticahuyeron de la desproporción entre nuestracapacidad de análisis y esa inmensidad. La físi-ca apoyada en las matemáticas descollaba comociencia autónoma, al margen de la filosofía y dela historia, cuyos elementos de prueba de ver-dad (la Lógica Formal y Dios respectivamente)no eran ya suficientes para demostrar sus pos-tulados. La observación y la confirmación delas predicciones por los hechos se instituyencomo fundamentos de la certeza de las teorí-as. La lógica y la metafísica pierden terreno yde la filosofía se van desgajando parcelas deconocimiento conforme se van imponiendo losplanteamientos empiristas. El estudio de la Natu-raleza y el estudio de la Historia se separan ysi hemos de hacer caso a Horkheimer y Ador-no ([1947]1999) esta separación nace con ladestrucción por ahora definitiva de los lazosentre el hombre y la naturaleza, y por añadi-dura entre las ciencias humanas y las cienciasnaturales.

Para que este proceso de cambio en elorden del saber se materializase se requeríanuna condiciones sociales que lo empujasen: lanaciente civilización industrial las creó al arras-trar al ser humano a ofrecerse a sí mismo comoproducto en el nuevo mercado. El proceso decosificación que esto supone transforma al pro-ductor en fuerza de trabajo, al usador en con-sumidor, pero no sin resistencias, y los movi-mientos revolucionarios emergen como uncontrapeso que organiza las nuevas luchas.Tanto la revolución industrial como los movi-mientos revolucionarios requieren a las masascomo objeto de su acción, y las masas se nutrende seres humanos intercambiables, desperso-nalizados. Como consecuencia al cambiar lacondición del ser humano de sujeto a objeto,tuvieron que cambiar los enfoques y los méto-dos con los que se le estudiaba.

Según Foucault ([1966] 1999:334-362) estecambio se consuma con la aparición en el sigloXIX de saberes que toman por objeto al serhumano en lo que tiene de empírico, lo quedio origen al conjunto de las ciencias humanas.Este acontecimiento se produjo acompañandoa una nueva forma de entender la ciencia, asídel estudio de los seres vivos se pasó a estu-

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Nada existe a la vista del profano.

A. Moles y E. Rohmer. Psicología del espacio

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diar la vida en toda su complejidad; de la inves-tigación de las riquezas a la de las formas dela producción, distribución y consumo; y del aná-lisis de las palabras se pasó a estudiar el deve-nir del lenguaje. Su investigación detectó quetodos los discursos de las ciencias humanasdescansan en tres regiones epistemológicas: la bio-lógica, la económica y la lingüística, de maneraque:

“El hombre aparece sobre la superficie de pro-yección de la biología como un ser que tiene fun-ciones —que recibe estímulos (fisiológicos perotambién sociales, intrahumanos, culturales)— yresponde, se adapta, evoluciona, se somete alas exigencias del medio, compone con las modi-ficaciones que impone, trata de borrar los dese-quilibrios, actúa según regularidades y tiene, ensuma, las condiciones de existencia y la posibi-lidad de encontrar normas medias de ajusteque le permitan ejercer sus funciones. Sobre lasuperficie de proyección de la economía, el hom-bre aparece como un ser que tiene necesida-des y deseos, que trata de satisfacerlos tenien-do pues intereses, pensando en las ganancias,oponiéndose a otros hombres; en breve, apare-ce en una irreductible situación de conflicto;esquiva estos conflictos, huye de ellos o logradominarlos, encontrar una solución que calme,cuando menos en un nivel y por un tiempo, lacontradicción; instaura un conjunto de reglas queson, a la vez, limitaciones y vueltas del conflic-to. Por último sobre la superficie de proyeccióndel lenguaje, las conductas del hombre apare-cen como queriendo decir algo; sus menoresgestos, hasta sus mecanismos involuntarios ysus fracasos, tienen un sentido; y todo aquelloque coloca en torno a él hecho de objetos, ritos,hábitos, discursos, todo el surco de huellas quedeja tras de sí constituye un conjunto coheren-te y un sistema de signos. Así estas tres pare-jas de la función y de la norma, del conflictoy de la regla y, de la significación y del siste-ma, cubren sin residuos todo el dominio delconocimiento del hombre.” (FOUCAULT, [1966]1999:346-347).

El interés para la arqueología de esta cons-trucción teórica de Foucault es doble: por unlado, la coincidencia de las regiones epistemo-lógicas que detecta con los campos de saberque pretende abarcar la disciplina arqueológi-ca; y por otro, la verificación de la adopción porlas ciencias sociales de una secuencia de mode-los dominantes que es trasladable a la historiade la arqueología. Por primera vez se nos enfren-ta a la explicación de porqué entre las dimen-siones del paisaje no están la filosófica, la meta-física o la matemática. Nos centramos en unmundo definido por los entornos físico, socialy simbólico no porque agotemos con ello eluniverso observable, como se pretende cuan-do hablamos de la arqueología total del paisa-je (CRIADO, 1999:6), sino porque nos movemosen los límites de los campos epistemológicosde las ciencias humanas, adaptando los discur-sos y métodos de las ciencias ambientales, socia-les y del lenguaje. El proceso de adopción yadaptación de los modelos en nuestra discipli-na es el reflejo de la secuencia de influenciasdominantes en las ciencias humanas (FOUCAULT,

[1966] 1999:349): primero el reinado del mode-lo biológico que prevalece en la arqueología his-tórico-cultural (el sistema de las tres edades,el evolucionismo, el difusionismo racista); des-pués la preeminencia del modelo económicoque aporta contenidos a buena parte de laarqueología espacial y a la nueva arqueología(marxismo, funcionalismo, procesualismo); yfinalmente el lingüístico que domina en la arque-ología del paisaje y en la post-procesual (teo-ría de sistemas, estructuralismo, neomarxismo,neohistoricismo) 3.

En principio se trata de una ordenación ana-lítica, no histórica y su esquematización es impu-table al carácter accesorio de estas notas. Comoes natural, abordar con seriedad un análisisarqueológico, al modo foucaultiano, del pensa-miento arqueológico exigiría un volumen y noestas líneas. Pero es apropiado consignar la tra-yectoria de los argumentos desde su origen, deahí su inclusión.

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3 Esto nos coloca en el final de un ciclo. La pregunta es ¿y después?, ¿se iniciará un nuevo recorrido por las diversas etapas biologi-cistas, economicistas y semioticistas?, ¿se superará en busca de nuevos espacios de conocimiento que hoy se nos escapan?

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2. LOS LUGARES Y LOS NOMBRES:UN MODELO DE RELACIONESENTRE LAS DIMENSIONESDEL PAISAJE

Se parte de que el estudio de la percep-ción, los usos y la apropiación de la tierra porparte de sus pobladores se basa en el crucede las tres dimensiones del paisaje: la física(ambiental), la social (socio-económica) y lasimbólica (lingüística). Se produce entonces unainteracción entre la dimensión física y la socialque se representan en el lenguaje, que es elinstrumento para interiorizarla y proyectarla entoda la comunidad, cuya eficacia es directa-mente proporcional al grado de naturalizacióne inevitabilidad que se otorga a las relacionescon la tierra y entre humanos.

Estas relaciones se pueden plasmar en uncuadro en el que a las formas de la natura-leza le corresponden unas determinadas fun-ciones que se representan como normas: unescarpe no puede utilizarse como campo decultivo. Del mismo modo los usos del terri-torio, las prácticas económicas y sus correla-tos sociales, generan determinados conflictosque deben someterse a reglas para asegurarla continuidad del modo de vida: en una huer-ta no debe entrar ganado y quién lo entre seatendrá a las consecuencias. A su vez el con-junto de las formas y los usos se represen-tan mediante signos en el paisaje, las funcio-nes y conflictos lo dotan de significación y lositúan en el universo pensado de la comuni-dad que mediante normas y reglas es asumidoy expresado como un sistema: el mojón deuna linde que marca el límite de una propiedadprivada.

Cuadro de interrelaciones entre las dimensionesdel paisaje y las regiones epistemológicas

de las ciencias humanas

A la estructura binaria tomada de Foucaultse ha añadido un tercer término (Formas, Usos,Signos) necesario por no ser el estudio del pai-saje un estudio directo del ser humano sino delreflejo del ser humano en sus huellas: los obje-tos de su entorno, las improntas de sus activi-dades y los rastros de sus representaciones.

La lectura horizontal del cuadro ilustra sobrelos objetos de interés de cada región episte-mológica en cada dimensión del paisaje. Demanera que la ambiental se ocuparía, en la dimen-sión física, del análisis de las evidencias sobre elterreno; en la social de su interpretación funcionalcomo partes de un organismo complejo (el pai-saje); y en la simbólica de la “naturalización”mediante normas de la asociación forma-fun-ción revelando la a-normalidad (imposibilidad)de determinadas prácticas. Por su parte la regiónepistemológica socioeconómica observaría en ladimensión física los usos del paisaje, las huellasde los asentamientos, de las explotaciones, delas redes de comunicación, caracterizaría portanto toda esa densa trama que reconocemoscomo espacio de relación; en la dimensión socialse fijaría en las desigualdades en el acceso arecursos, medios y privilegios, destacaría de estemodo las fallas en el espacio de relación; en ladimensión simbólica revelaría las reglas que sos-tienen e imponen los usos abocando a los con-flictos. La región lingüística se decantaría en ladimensión física por el estudio de los signos (figu-ras, señales, distribuciones, etc.) que se recono-cen y describen como evidencias con sentido,que, en tanto que son humanas, adquieren sig-nificación en la dimensión social, y se articulancomo un todo en la dimensión simbólica, dondese conjuga el sistema de relaciones que produ-ce y dirige a la sociedad en su medio.

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El nombre, si avemos de dezirlo en pocaspalabras, es una palabra breve, que se sustitu-ye por aquello de quien se dice, y se toma deello mismo ... es aquello mismo que se nombra,no en el ser real y verdadero que ello es, sinoen el ser que le da nuestra boca y entendemiento.

Fray Luis de León. De los nombres de Dios

REGIONESEPISTEMOLÓGICAS

DIMENSIONES DEL PAISAJE

Física Social SimbólicaAmbiental Formas Función Norma

Socioeconómica Usos Conflicto Regla Lingüística Signos Significación Sistema

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Esta lectura superpone el conjunto de lastradiciones epistemológicas de la arqueología,y cada una de ellas elige como objeto de estu-dio preferente una parte de la realidad (losobjetos en sentido lato, la interpretación eco-nómica o la búsqueda de significados). Aunqueen la historia de la disciplina unas escuelas suce-den a otras y las más recientes cuentan con elbagaje de las anteriores, no es aconsejable res-petar su aislamiento académico y es preferiblebuscar la conexión entre ellas en una lecturavertical del cuadro. Así las dimensiones del pai-saje engloban las distintas perspectivas de laregiones epistemológicas. De modo que en ladimensión física se hallaría la descripción de lasevidencias sobre el terreno (Formas, Usos, Sig-nos); en la dimensión social la interpretación deestas evidencias (Función, Conflicto, Significación);y en la simbólica el análisis de los mecanismosde producción de sentido y de construcciónde la realidad cultural (Norma, Regla, Sistema).

2.1. Formas, usos, signos

Otíñar es un latifundio ubicado en la Sierrade Jaén, fundado sobre tierras de propios delAyuntamiento de Jaén, privatizadas en 1827bajo la condición de fundar una nueva pobla-ción, la aldea de Otíñar o Santa Cristina, quefue pedanía de la ciudad de Jaén, y quedó aban-donada hacia 1980. Los límites de la propie-dad están bien definidos y son reconocibles. Lafinca se formó por la unión de los cuartos delCastillo de Otíñar y La Parrilla que suman 1496has., y antes de la venta de la Parrilla efectua-da hacia 1980, las lindes eran las siguientes: AlNorte el cerro del Rajón, el cerro del Frontóny la desembocadura del arroyo de la Parrilla enel río Quiebrajano; al Este la Peña de la Brín-cola, el portillo del Pinar, la Nariz del Puntal delFraile, la Pasada de los Carboneros en la carre-tera de la Cañada de las Azadillas y el Puntalde Acebuchal; al Sur el cerro del Aguilón delPollo del Gallego, el cerro de Peña Blanca y el

Cerro Caracoles; al Oeste sigue el límite deltérmino municipal de Jaén con el de Los Villa-res, entre el Puntalón de la Matilla, el Cerro dela Matilla y Navatrillo (Figura 1).

Esta delimitación, obtenida de los últimospobladores de la aldea de Santa Cristina, coin-cide con la que se marca en los expedientesde subasta de arriendos de pastos en 1826 4,en la escritura de la propiedad 5 y en los hitossobre el terreno. En buena parte está basadaen los accidentes geográficos más significativos.A excepción del centro de la linde oriental,todas las referencias se ciñen a los puntos másevidentes del terreno, bien por su forma (Peñóndel Sombrero) o por su altitud (Cerro de laMatilla) y se mantiene desde el medievo.

Se encuentra en la cuenca alta del Guadal-quivir, 13 km al sur de la ciudad de Jaén, en plenasierra. Su ocupación obedece a la existencia deun valle excavado en las calizas y las margaspor el río Quiebrajano. Éste forma parte deuna red fluvial que, encajada en la franja cen-tral de la Sierra Sur, alimenta al Río Guadalbu-llón en su paso hacia el norte buscando al Gua-dalquivir. Esta red formada por el Río Frío, elQuiebrajano y el Río Campillo (nombre querecibe el Guadalbullón en su curso alto) mor-fológicamente se caracteriza por insertarse enun relieve definido por la presencia de cerroscónicos, farallones, barrancos y ramblas que enocasiones conforman estrechos valles de mon-taña, rodeados de pendientes abruptas, que enalgunos casos alcanzan el 70%, con altitudesque oscilan entre los 500 y los 1800 metros.La zona está clasificada en el ámbito climáticoMediterráneo continental, con inviernos largos,fríos, poco lluviosos y veranos con temperatu-ras elevadas y precipitaciones mínimas. Los 600o 700 mm de lluvia que se recogen al año seconcentran en primavera y otoño. Los suelos,de sustrato calizo y margo-calizo, son en gene-ral pobres, aunque la abundancia de agua es unfactor de corrección para su aprovechamiento

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4 Archivo Municipal de Jaén, Legajo 196.

5 La escritura de censo de la finca se realizó el 13 de marzo de 1827 ante el notario José María Ruiz. (Archivo Histórico Provincial,legajo 2.356).

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en las zonas llanas y bajas. La vegetación actualestá compuesta por monte bajo sin arbolado(matorral mediterráneo: garriga, tomillar, espar-tizal, piornos, aliagas, pendejos...), pinar autóc-tono o de repoblación (alepensis, carrasco...), res-tos de vegetación autóctona (encina, alcornoque,quejigo, sabina, cornicabra, cañas, retama, ála-mos, nogales, etc...), pastizal de montaña, y oli-var. Ésta ha sostenido hasta hace poco tiempouna gran masa faunística: lobos, zorros, jabalíes,ciervos, corzos, cabras hispánicas, conejos, gine-tas, liebres, lirones, ratas de agua, águilas, bui-tres, insectívoros y las variedades de peces máscomunes. La desecación del río tras la cons-trucción del embalse homónimo, el agotamientode los acuíferos y demás logros de la civiliza-ción han ido haciendo desaparecer algunas, aun-que perviven, mermadas, abundantes especies.

Concretamente el valle del Quiebrajanodonde se ubica Otíñar participa de estos ras-gos con las siguientes características: altitudmínima 540 m, en el cauce del río, en la Rin-conada al pie de la Bríncola y altitud máxima1301 m en el Puntal del Bojal. La hidrografíade la zona presenta como principal curso lógi-camente al río Quiebrajano que es su princi-pal colector, y aunque la red es de tipo esta-cional, este río hasta la construcción del embalsehomónimo era permanente, recogiendo aguasen su margen izquierda del arroyo de la Hoyadel Caño (Barranco de la Tinaja), Arroyo de laManailla (Covarrón y Barranco de la Cañada)y el Arroyo de la Parrilla, y por la margen dere-cha el Arroyo de las Azadillas. Al ser de régi-men estacional el caudal o, más bien, la propiaexistencia de los arroyos, depende del volumende lluvias de cada temporada. En años muy llu-viosos se ha llegado a formar una laguna máso menos estable en el Hoyón, 300 metros alnorte de la aldea de Santa Cristina. Por suparte las fuentes han sido tradicionalmente muyabundantes y caudalosas, se conocen 18 de lasque las principales fueron la del Pozo de laPlaza, la del Covarrón y la de la Cañada delCortijuelo.

El valle de Otíñar presenta una geoformasimétrica este-oeste y diferenciada norte-sur. Elsector norte, cuyo fondo son las Vegas Bajas,es la zona abierta del valle con una distancia

entre cumbres de 3 km, un plano de vega de400 m y un desnivel máximo de 800 m. En élpodemos distinguir las siguientes unidades delrelieve (Figura 2):

Unidad 1. Cimas y escarpes. Se localizan aambos lados del valle y a lo largo de toda sulongitud, marcando la divisoria de aguas. Sucaracterística más visible es la verticalidad queen las zonas (contadas) en que se ve inte-rrumpida conforman los puertos y pasos quecomunican el valle con las tierras altas y otrosvalles. La matriz geológica está compuesta porCalizas del Lías Inferior y medio, fuertementeplegadas y, en puntos, muy quebradas (VV.AA.,

1987). Su aprovechamiento es limitado, sirvien-do básicamente de sombra y abrigo para elganado, utilizándose esporádicamente para suestabulación. Una utilización marginal, pero sig-nificativa, de estas zonas es la explotación delsílex, presente en nódulos incrustados en vetasen el plano de contacto entre las margas ymargocalizas del Lías Superior y las calizas delLías Inferior y Medio. La provisión de nievetambién fue importante y aún queda el topó-nimo del Barranco de los Neveros para recor-darnos su explotación, férreamente controla-da por el Ayuntamiento de la capital hasta elsiglo XX.

Unidad 2. Vertientes. Conforman un esca-lón del relieve con un plano de pendiente irre-gular interrumpido por algunas elevaciones pocodestacadas (Cerro de lo Hoyones) su base geo-lógica está compuesta por margas y margoca-lizas, un paquete gris-pardo comprimido por lascalizas del Dogger y las del Lías Medio. Suextensión está ocupada en este momento porolivar y bosque de coníferas, aunque se reco-nocen trazas de agricultura cerealera muy degra-dada. Hay que destacar que en esta unidad sehan construido dos de las poblaciones que hanocupado el valle (Cerro Veleta en la Edad delCobre y Santa Cristina en el Siglo XIX d.C.).

Unidad 3. Vegas. Tierras bajas y planas dondetradicionalmente se situaron la mayoría de loslabrantíos intensivos, hoy desbancados por unaprovechamiento ganadero intermitente. Sonmateriales cuaternarios, sustrato con una pre-sencia de clastos importante y, suelos profun-

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dos localizados. Su proximidad al río y la posi-bilidad de regadío dota a esta unidad de unascaracterísticas que la hacen foco de atracciónpermanente para las comunidades agrarias. Sereconocen dos líneas de terrazas en la margenoriental y una en la occidental.

En el sector sur, la cuenca de las Vegas Altas,la unidad 1 (cimas y escarpes) alcanza la máxi-ma extensión, el monte (dolomías y calizas delLías inferior) se vuelca sobre el valle hasta ence-rrar a las vegas altas por el sur. Agracejos, bojes,acebuches, cornicabras y sobre todo pinos domi-nan el paisaje. Aquí los usos forestales y gana-deros son los que se imponen. Por su parte launidad 2 (vertiente) se convierte en un planoabrupto excavado en las calizas del Dogger conuna erosionabilidad muy notoria, su caracterís-tica principal en su parte este es la omnipresenciade canchales de gran extensión, y en la oeste lalocalización de los restos muy torturados decalizas del Dogger y el Malm (Cerro del Casti-llo de Otíñar, Barranco del Toril), núcleo del sin-clinal cuya fractura y erosión dio origen al valle.

Por su parte La Parrilla es otro valle de menorextensión que define la cuenca del Arroyo de laParrilla con una orientación este-oeste y formarectangular, en el que no existen vegas sino unavertiente (unidad 2) continua en varios planosde pendiente, más pronunciados cuanto máscerca de la cabecera (unidad 1) y de la desem-bocadura del Arroyo. En la actualidad la unidad2 está completamente ocupada por cultivos deolivar y en el borde de los escarpes resisten agra-cejos, bojes, acebuches, cornicabras y matorral.

La montaña, omnipresente en Otíñar, sehace dominante en el oeste (La Matilla) y enel sur (Peña Blanca y La Nava) y acaba hacien-do desaparecer el valle, macizando la cuencahasta el inmediato valle del Parrizoso que hoyocupa el embalse del Quiebrajano. Este río, elQuiebrajano, ha excavado las calizas dividién-dolas en dos lados desiguales, la vertiente orien-tal es más abrupta y más cercana al río, defi-

niendo pollos casi inaccesibles sobre los que sedispone el pinar. En la vertiente oeste, de pen-dientes menos pronunciadas, los escarpes ocu-pan las cotas más altas. En ella se mantiene elpinar más extenso y explotado de la zona y ala vez la vegetación se diversifica (bojes, ace-buches, cornicabras, almeces...), especialmenteen los profundos barrancos que, con direccióneste-oeste, dirigen las líneas de tránsito hacialas tierras altas y hacia los valles vecinos. Ladesembocadura de estos barrancos y las mese-tas de la vertiente occidental son zonas a pro-pósito para labores de pastoreo delicadas (orde-ñar, estabular, ahijar...) el resto de la montañase utiliza para la alimentación del ganado cabríoy la recolección.

Las formas y usos que se reconocen en elpaisaje son representados en la toponimia. Asu vez la toponimia esta representada en car-tografías y nomenclátor. Esta representación dela representación-del-paisaje implica dos trans-cripciones: de lo oral a lo escrito y de este alo cartográfico, lo que supone una doble trai-ción (traduttore traditore) que viene a añadirmás incertidumbre a la de por sí complejainvestigación de la dimensión simbólica del pai-saje. De la cartografía publicada obtenemos lossiguientes datos: el Mapa Militar de España esca-la 1:50.000 (hojas 947 y 969) recoge 11 nom-bres de lugar en Otíñar ; las hojas 947-1 y 969-1 del Mapa Topográfico Nacional, escala1:25.000, 17 nombres de lugar; las hojas (947)1-4, (947)2-4, (969)1-1 y (969)2-1 del MapaTopográfico de Andalucía E. 1:10.000, contie-nen 20 topónimos, que se reducen a 7 en elMapa de Clasificación de Suelo E. 1:5000, delConsorcio para la Gestión e Inspección de lasContribuciones Territoriales del término Muni-cipal de Jaén. Esta escasez es fruto en parte dela escala y en parte del desinterés, pero entodo caso no es una realidad analizable de laque extraer conclusiones, lo que ha obligadoa recopilar de fuentes históricas y sobre todoorales 6 un conjunto de 250 topónimos paraun espacio de 15 km2.

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6 El interés y la memoria de mi padre, Cándido Zafra Buitrago, natural de Otíñar, ha sido la fuente principal de procedencia de lostopónimos. Su solvencia como informador se la otorga su niñez de pastor y los 52 años de agente forestal en la Sierra de Jaén.

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A la recopilación de los nombres de lugarsigue el análisis de su distribución, con tresenfoques que atienden respectivamente a ladistribución espacial del topónimo, a la distri-bución de los campos semánticos representa-dos en él o a la distribución espacial de sus sig-nificados.

Sin la información decisiva que aporta elnombre de lugar sería muy valioso realizar unanálisis espacial cuantitativo de la distribuciónde los topónimos (métodos de cuadrados, odistancias, vecino más próximo, etc.) que nosllevaría a detectar lo que ya sabemos, es decirque los topónimos se concentran en las tierrasde cultivo y en la población y que cuanto menosexplotada está la zona menos nombres de lugarpresenta. Esta concentración es consistente conel principio de place-name partitionship de Basso(1984): “un incremento demográfico en un espa-cio produce nuevos topónimos que sirven para nom-brar y diferenciar nuevas partes de él” (en MURPHY

Y GONZÁLEZ FARACO, 1996, 102). La anonimiaespacial es inversamente proporcional a la pre-sión demográfica, pero esta presión afecta demodo desigual a los espacios ya que la mayorparte de los topónimos se concentran en elnúcleo residencial y en los campos de cultivo(Figuras 3 y 4), esto indica que no estaría demás unir al principio de divisibilidad de Basso unprincipio de distribución de los topónimos quecontemplase la presión de la producción y dela propiedad como un factor determinante enla concentración de los nombres de lugar endeterminados ámbitos.

En los estudios toponímicos tradicionalesse ha admitido convencionalmente como sig-nificativa la distribución de los topónimos y sehan ocupado de clasificar los nombres de lugaratendiendo a los campos semánticos en losque se encuadran: Orónimos (cerro, barranco,puntal...), Hidrónimos (fuentes, lagunas, rio, arro-yo, pilillas), Fitónimos (madroñal, espartal, bojal,matagallar), Zoónimos (del Lobo, de los Cara-coles, de la Burra, de la Yegua, del Águila),Antropónimos y Patronímicos (C/ Jacinto Caña-

da, C/ Juan Antonio Martínez, Chiripa de Matí-as Soler), topónimos de actividades económi-cas (ganaderos: puntalillo de la sal, cuartos, losmachos, Majada de los Carneros, Cueva delToril, La Vaquería... Agricolas: La Eras, Huertade Juan María, Vega de Juan Manuel, etc), Odó-nimos (Carretera de Jaén, camino de la Caña-da de las Azadillas...), Hagiónimos (C/ de SanFernando, Cinta del Fraile, Plaza de la Virgende las Mercedes, Puntal del Púlpito), topónimoshistóricos (Castillo de Otíñar, Fuente de losBallesteros, Peña de la Bríncola...), dejando abier-to un campo Varios para los que no encajan enel resto 7.

Esta manera de establecer distribucionesdeja de lado la propia dimensión espacial delfenómeno, lo que ha generado versiones mássofisticadas, como la que propone Tort (2000),que también agrupan los topónimos por su sig-nificado pero considerando relevante su distri-bución espacial e interpretando a través deesta la organización del territorio. Este enfoquegeográfico permite la construcción de una espe-cie de mapa onomasiológico donde se distri-buyen los topónimos por “niveles de significa-ción” o “grupos onomasiológicos”, interpretandoel territorio mediante la detección de la pre-ponderancia de cada grupo (orónimos, hidró-nimos, odónimos, etc.) y considerándolos fac-tores que explican el origen de determinadalocalización. Esta fórmula está basada en lo queTort (2000: 4 y nota 9) denomina “principiode significatividad territorial” que predica que“en condiciones homogéneas de espacio y detiempo, una serie de topónimos afines de undeterminado territorio tienden a reflejar los aspec-tos geográficamente más significativos de esteterritorio”. Los condicionantes son quizás exce-sivos (la cursiva que los delata es mía), y aun-que aporta información sobre determinadascaracterísticas o cualidades del paisaje, se apre-cia que la separación entre estos grupos de sig-nificados dispersa la integridad de lo que podrí-amos llamar discurso toponímico, del mismomodo que cuando agrupamos los objetos arque-ológicos atendiendo a su materia prima (cerá-

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6 He tomado esta clasificación de Alcázar, A y Azcárate, M. (1998).

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mica, hueso, piedra...) y no atendiendo a sufunción (v.g. partes de diversos materiales queconforman un telar). Sin embargo es innega-ble su utilidad en estudios de marco territorialamplio.

Pero lo que interesa fundamentalmente enesta investigación es el estudio de la represen-tación que del paisaje se hace en la toponimia,que supone un primer nivel de acercamientoa las concepciones que se tienen sobre la tie-rra que se habita. El sentido surge del conoci-miento del objeto (paisaje), del signo (toponi-mia) y de las relaciones entre ambos. Las formasy los usos del paisaje que hemos descrito sereflejan en la toponimia de acuerdo con unorden lingüístico que distingue entre dos tér-minos: el nombre común que atiende a la dife-renciación de las formas del paisaje y el nom-bre propio que se ocupa de su señalamientoparticular 8. El primero reconoce una forma delpaisaje (cerro, puntal, vega, calle, collado, cami-no, barranco...) y tiene un valor denotativo (sig-nificativo), el segundo la individualiza adscri-biéndola a un rasgo definitorio (similitud,contigüidad, uso, pertenencia...) y tiene un valorconnotativo (asociativo). Agrupando por el ele-mento genérico accedemos al universo de enti-dades geográficas que reconocen los habitan-tes de Otíñar : cerro, puntal, barranco, fuente,laguna, río, arroyo, pila, puente, majada, era,huerta, cabezada, camino, carretera, calle, casa...Si nos fijamos en el específico detectaremos lasrelaciones dominantes en la identificación dellugar : pertenencia en las casas y cultivos (Vegadel Amo, Casa de Tía Virginia, Hoyo de Cán-dido el Alcalde), presencia en la montaña (Mata-gallar, Poyo del Espartal, Barranco de los Lobos...),destino en los caminos (camino de la Cañadade las Azadillas, Carretera de Jaén...). Conven-cionalmente se ha admitido esta distinción entre

nombre común y nombre propio como muysignificativa 9, sin embargo por definición todoslos topónimos tienen un valor denotativo. Pri-mero porque difícilmente se presentan topó-nimos que sean sólo nombres comunes o sólonombres propios, nos encontramos por reglageneral ante la Cueva (común) de los Bastia-nes (propio), el Cortijo (común) del Amo (pro-pio), el Collado del Cuchillejo o la Calle deSan Fernando; y segundo, y esto es lo impor-tante, porque todos los topónimos tienen unsignificado en tanto que ocupan un lugar en eldiscurso simbólico que sobre el paisaje sostie-nen las comunidades que lo habitan. Ese dis-curso es el que se intenta revelar.

De manera que tratando cada topónimocomo una unidad de significado podemos lle-gar a establecer relaciones más o menos evi-dentes con lo que designa (contigüidad o seme-janza por ejemplo), y además, y esto es lo másimportante, podemos investigar la toponimiacomo un discurso, un conjunto de enunciados(Foucault, [1969] 1970, capítulo III), cuya fun-ción es dotar de sentido al paisaje.

2.2. Función, conflicto, significación

Si volcamos los topónimos sobre el planoobservamos que la distribución no es uniformeni constante (Figuras 1, 3 y 4), a pesar de elloexiste un orden en esta distribución de los nom-bres de lugar que supone una interpretacióndel espacio que responde a pautas reconocibles.Nos encontramos con una concepción del vallecomo espacio cerrado 10 con puertas de acce-so (Puerto Blanco, Puerto de la Hoya, Puertode la Bríncola, etc.), líneas de tránsito (Carre-tera de Jaén, Camino de la Cañada de las Aza-dillas, veredas, sendas, pasadas...) y parajes, cada

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8 En los estudios toponímicos también se utiliza “elemento genérico” para referirse de modo general a la entidad geográfica y “ele-mento específico” para referirse al elemento del topónimo que identifica de manera particular a la entidad geográfica. Un glosarioútil para los investigadores puede consultarse en la Base de Datos Toponímicos de la Comunidad Autónoma del País Vasco:http://www1.euskadi.net/euskara_eaetoponimia/bin/consultar/Glosario1.apl#12.

9 Ullmann (1967: 87) indica que “la diferencia esencial entre los nombres comunes y los propios estriba en su función: los primerosson unidades significativas y los segundos son meras marcas de identificación”.

10 La Cinta del Fraile es el límite oriental, el Cerro de la Mata el occidental, ambos topónimos aluden a límites: la cinta en su acep-ción antigua de muralla (D.R.A.E. 1899), la Mata en la suya de bosque o selva.

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uno de ellos con sus peculiaridades toponími-cas: las parcelas con nombres de los poseedo-res, las calles con nombres de los propietariosy de los santos protectores, el monte con nom-bres descriptivos, etc. La interpretación delmundo que late tras esta forma de nombrar alos espacios es la de un sistema que impone eldiscurso de la apropiación como el más signifi-cativo, el dominante. Para nombrar un lugar seprecisa señalarlo, marcarlo para uso de unacomunidad establecida, es un discurso internodonde conocer a quién corresponde cada espa-cio es un pre-requisito para la supervivencia. Sevislumbra así un espacio definido por barrerasfísicas, sociales y simbólicas: las formas del pai-saje proscriben determinadas usos (los escarpesno permiten la agricultura), pero son las prác-ticas culturales de la comunidad las que pres-criben las funciones que son asumidas y trans-mitidas (el ganado se abriga en ellos). La funciónno está dada por la forma, sino que es asigna-da en el reparto socioeconómico que de esepaisaje hace el modo de vida de los otiñeros.

El modo de vida 11 campesino en la Otíñarcontemporánea se caracteriza por la formaciónde una comunidad de colonos campesinos arren-datarios dentro de un latifundio. Circunstanciaque implica que la comunidad se constituye des-pués, dentro y bajo la gran propiedad. Despuésporque aunque la corona impone para que seproduzca la desamortización de Otíñar en el sigloXIX la construcción de la aldea y el estableci-miento de 15 familias de colonos, en 1845 estoaún no se había cumplido; dentro porque los lími-tes de los términos de la aldea, su territorio deexplotación, eran los límites de la propiedadlatifundista menos las tierras de explotaciónexclusiva del terrateniente; y bajo puesto queel derecho a explotar la tierra lo obtenía cadacolono mediante una relación contractual conel propietario, que le arrendaba casa, tierra,pasto y otros derechos de uso.

La consecuencia principal es que el accesoa la tierra no lo otorga la pertenencia a una

comunidad sino una relación, en principio, estric-tamente económica con el amo. Esta situacióncambia en dos generaciones por la dinámicareproductiva de una población que devieneendogámica y que consigue que de un grupode colonos que se vinculan uno a uno con elpropietario se pase a una comunidad de cam-pesinos entrelazada por vínculos de parentes-co y vecindad, que tiene derechos sobre deter-minadas tierras, otorgados en origen por elcontrato pero ya también por la costumbre yel reconocimientos de los convecinos. La comu-nidad campesina es una respuesta adaptativa alas leoninas condiciones de asentamientoimpuestas por el primer barón de Otíñar, yentre sus funciones desarrolla la de resistirseal dominio absoluto de la propiedad sobre latierra. Nos encontramos en el propio origende la aldea un conflicto larvado entre la pro-piedad latifundista y los arrendatarios minifun-distas, que impregnará todas las relaciones eco-nómicas y sociales, que estallará durante laGuerra Civil y que será causa de la desarticu-lación de la comunidad en la posguerra y delposterior abandono del valle. Si, como defen-demos, la toponimia es un discurso relevante,este conflicto debe estar presente en ella. Lógi-camente no se puede esperar una presenciaevidente con asociación inmediata, dadas lascondiciones de desigualdad y sometimiento enque se expresa y hay que rastrearlo en formasmás sutiles.

Quizás la expresión más notable de esteconflicto en la toponimia lo encontramos en ladoble denominación Otíñar o Santa Cristina,nombre este último que aparece constante-mente en la documentación escrita y nunca enlas conversaciones de los antiguos habitantes deOtíñar. Otíñar es el nombre medieval del mayorde los dos valles que forman el latifundio, SantaCristina es el nombre oficial otorgado en 1831por la reina Doña María Cristina de Borbón,ambos se simultanean en letra impresa (Madoz,cartografía ...) y fuentes documentales (Actascapitulares, protocolos notariales...), sin embar-

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11 El concepto de modo de vida es definido por Iraida Vargas (1990: 64) como las “respuestas sociales de un grupo humano a lascondiciones objetivas de su objeto de trabajo”.

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go no fue usado por los otiñeros, gentilicio esteque, por cierto, nunca fue sustituido por el desanta cristinenses. Se puede colegir una sepa-ración entre el topónimo oficial preferido porlos propietarios y las administraciones y el tra-dicional por el que se inclina el pueblo, prefe-rencias que representan una resistencia a admi-tir un cambio impuesto desde arriba, que veníaa modificar un hecho vigente desde al menos500 años antes. Hasta 1939 los dos topónimoscoexisten en la mayor parte de los documen-tos, incluso durante la Segunda República seacuño un sello, el único que conozco de lapoblación, con el lema Alcaldía Pedánea de laAldea de Santa Cristina (Otiña) (sic) lo que infor-ma de la persistencia del topónimo primigenioy de la insistencia de la administración. Tras laguerra civil los propietarios de Otíñar, una vezfracasada la experiencia colectivista republica-na, reinstauran su poder, y libres ya de la obli-gación de vincularse con la población medievalde Otíñar por la necesidad de legitimar la pri-vatización, y como parte de la desarticulaciónde la comunidad campesina vencida en la gue-rra, propician el nuevo bautizo de la propiedadque pasa oficialmente de ser Aldea de Otíñara Hacienda Santa Cristina. No es ya una aldeasino una hacienda, no habrá más una comuni-dad campesina sino un latifundio explotado conjornaleros eventuales. Esta situación no se pro-duce después de que la comunidad se desin-tegre sino como parte del proceso de des-trucción de la misma, negándola aún viva.

Éste es el ejemplo más visible de la largaescenificación del conflicto entre la comunidady la familia propietaria que arranca con la pro-pia colonización y se mantiene activo hasta ladesposesión de los colonos cinco generacionesdespués. Sin embargo la expresión más firmey continuada de este enfrentamiento es la pro-pia existencia de topónimos que indican per-tenencia y denominan a las casas y tierras asig-nadas en arr iendo a los colonos y susdescendientes (la Casa de Tía Virginia, la Vegade Juan María), poniéndolas en pie de igualdad

con las que son explotadas directamente porla familia propietaria (la Casa del Amo, la Vegadel Amo). Este modo de hablar de los lugarescontradice el sistema de relaciones dominadopor la existencia de una propiedad única, que,aunque no es directamente contestada hastala Segunda República, si ve como los derechosde apropiación y explotación de las familiasarrendatarias van limitando los suyos. Esto estrasladable asimismo al núcleo residencial dondelos nombres de las calles hacen referencia hasta1893 a las imágenes protectoras (San Fernan-do y la Virgen de las Mercedes) y después alos antepasados de los propietarios (Calle deD. Jacinto Cañada y Plaza de D. Juan AntonioMartínez), este cambio amén de remarcar eldominio privado de los espacios de uso públi-co fijan el Don como un tratamiento que man-tiene las distancias sociales aún en la denomi-nación del propio domicilio, justo cuando lacomunidad consolida sus derechos frente alterrateniente. Por su parte los otiñeros noadmiten este modo de llamar a sus viviendasy por ello nunca van a la Calle de Don Jacin-to Cañada nº 12 sino a la Casa de Tía Virginia,con lo que, en un impecable ejercicio dialécti-co, al espacio común el nombre se lo imponela propiedad y al privado la comunidad.

La supervivencia campesina exige un alto pre-cio que hay que pagar primero al señor paraque permita el acceso a la tierra y después ala tierra para extraerle los frutos. Por ello losnombre de lugar nos revelan junto al conflictosocial, una lucha de otro orden: la que enfren-ta a los campesinos con la naturaleza. En rea-lidad ambas nos remiten al leitmotiv del pen-samiento campesino: el trabajo, en su dobleacepción de esfuerzo y penalidad 12.

En Otíñar el núcleo central (el poblado ylos cultivos aledaños en las vegas planas y lasladeras) con su toponimia característica alusivaa la apropiación (la vega de, la casa de, las oli-vas de...), se ve rodeado por un anillo monta-ñoso con nombres no menos característicos:

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12 La lucha contra la naturaleza como la lucha contra el amo son evidencias de una mentalidad donde domina la necesidad de la apro-piación: se lucha contra lo que impide que nos apropiemos lo que necesitamos.

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Cerro del Frontón, Cerro Veleta, Peña de la Brín-cola, Cinta del Fraile, Los Madroñales, PeñaBlanca, Cerro de la Matilla, Cerro de la Mata,Salto de la Yegua y Los Reventones, salvo la Peñade la Bríncola, la Peña Blanca y Los Madroña-les cuyo origen trataremos más adelante, todoslo topónimos aluden a límites (Cinta, Frontón,Mata, Matilla, Veleta) o esfuerzos (Salto, Reven-tones), conceptuando estos ámbitos como hos-tiles: el monte, lo que escapa al control y seresiste a los trabajos agrarios. Hay que añadirque estas denominaciones no son exclusivasdel límite sino que en el cuadrante suroeste, elmás montañoso, encontramos el Barranco delos Lobos, el Barranco de los Corzos, la Piedradel Águila o la Víbora en la montaña más impe-netrable, con lo que el universo salvaje se fundecon el silvestre conformando una imagen homo-génea de lo amenazante. Le-Roy Ladurie (1981:439-441) descubrió que a principios del sigloXIV en Montaillou, aldea occitana, los campe-sinos habían distribuido en torno al pobladolos zoónimos de acuerdo con un orden con-céntrico, en el que los animales consideradospositivos rodeaban el pueblo y los negativos, lasalimañas, eran ubicadas en la periferia. Estopuede parecer un exceso en la búsqueda desentido en el paisaje ya que por lógica los ani-males no domesticados se alejan de los pobla-dos y por ello donde se les observa y dondese puede establecer el topónimo alusivo es enlos márgenes. Sin embargo eso no es óbicepara que en el universo simbólico campesinola asociación controlado-bueno no-controlado-malosea una presencia constante y se refleje en elmodo en que se dota de significado al paisaje,produciéndose una interacción entre un micro-cosmos de referencias y un macrocosmos desentidos, que es el mecanismo, si se quiere psi-cológico, que vincula los lugares con las pala-bras otorgándoles su significación particular 13.

Roy Wagner (1986:16) considera que elpaisaje es investido con significado mediante la

interacción dialéctica entre un “microcosmos denombres” y un “macrocosmos de comunica-ción e interpretación viva”. Podemos proponerque el topónimo, como parte del microcosmosde referencias, dota de sentido al lugar al incluir-lo en el discurso colectivo sobre las funcionesdel espacio, se acerca de este modo a la defi-nición de símbolo práctico de Bueno (1980):

“en el concepto de símbolo práctico destacarí-amos como característica genérica esencial sunaturaleza ‘técnico cultural’ (institucional porejemplo) en virtud de la cual diremos que lossímbolos son causados (o producidos) por laactividad (lógica, tecno-lógica) humana y, a lavez son de algún modo causantes o determi-nantes en algún grado del objeto al cual sim-bolizan”

De manera que el símbolo, en este caso eltopónimo, y el objeto, en este caso el paisaje,interactúan, es decir, en la comunidad que locrea o recrea el topónimo puede explicar elpaisaje y este a su vez el topónimo, pero nopor un nivel asociativo-descriptivo básico (comoen Peña Blanca o en Cerro de la Noguera)sino porque para comprenderlo hay que com-partir el código que los incluye como partedel universo simbólico de la comunidad. Porejemplo, si un Apache Occidental nos dice queel nombre de cierto paraje de su tierra es TseeLigai Dah Sidile esto es suficiente para designarloy utilizarlo aun desconociendo su traducción yetimología, pero si comprendemos su lenguadescubrimos que significa Las-Rocas-Blancas-Que-Están-Tumbadas-Formando-Un-Grupo-Com-pacto, y si además conocemos su modo denombrar los lugares, anotaremos que es unadescripción exhaustiva del lugar desde unadeterminada perspectiva, y esto es muy impor-tante porque los nombres de lugar apaches“implícitamente identifican posiciones para veresas localizaciones: posiciones óptimas, por asídecirlo, desde las que los sitios pueden ser obser-

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13 Almudena Hernando (1999: 31), en su acercamiento a las formas prehistóricas de representación opina, siguiendo a Olson (1994:167), que aquella parte de la realidad que no se controla se representa metonímicamente y la que se domina metafóricamente. Lacomprobación de esta hipótesis con la toponimia de Otíñar demuestra que en esta comunidad campesina contemporánea no secumple. Todos los nombres de lugar pueden entenderse como metáforas de lo controlado (Casa de Tía Virginia, Vega de JuanMaría, Cortijo del Amo) y de lo no-controlado (Barranco de los Lobos, Barranco de los Corzos, Puntal del Bojal, Cerro de la Mata).

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vados, clara e indudablemente, tal y como sunombre los describe” (BASSO, 1996:89). Esto últi-mo nos acerca al discurso espacial de una comu-nidad de origen nómada que es muy distintodel de los campesinos y del nuestro, dado quetodos están mediatizados por su función.

Por tanto la elección del topónimo no escasual, obedece a la necesidad de situar cadapunto significativo del espacio en el lugar quele corresponde en el universo semántico de lospobladores, luego su aparente arbitrariedadestá cargada de motivos. Refiriéndose a la repre-sentación del signo durante los siglos XVII-XVIII,Foucault ([1966]1999:68) escribe: “lo arbitrarioes medido por su función y sus reglas son muyexactamente definidas por ella. Un sistema arbi-trario de signos debe permitir el análisis de lascosas en sus elementos más simples; debe des-componer hasta llegar al origen; pero debe mos-trar también como son las combinaciones entreestos elementos y permitir la génesis ideal de lacomplejidad de las cosas”. Esto es aplicable puntopor punto a la manera de dotar de nombresa los lugares: los nombres comunes des-com-ponen el paisaje en sus elementos constituti-vos (cerro, barranco, vega, río, collado...) y, a lavez, lo ligan en una construcción mental adhoc: la ladera del cerro es la vertiente delbarranco, el collado no se entiende sin la mon-taña, el valle sin el río, etc. Si el paisaje es uncontinuun con particularidades reseñables, enton-ces el cerro no tiene unos límites precisos quelo separan del resto del valle, al modo en quela silla es independiente del suelo, sino que esparte de una totalidad compleja clasificable ydiferenciable pero indivisible como forma. A suvez el nombre específico responde a la nece-sidad de delimitar ámbitos de apropiación, decontrol o, al menos, de reconocimiento, y seña-la, con denominaciones más o menos arbitra-rias, cada una de las formas del paisaje quereconoce como aislables.

La arbitrariedad y la complejidad son doscaracterísticas inquietantes, incluso contradic-torias con la función denotativa del nombre delugar, que debe fijar términos, distinguir, seña-lar, en definitiva determinar. Pero siguiendo aBueno (1980) en su conceptuación de símbo-lo práctico “ese halo de indeterminación o impre-

cisión que atribuimos al objeto del símbolo prác-tico, no brota tanto de nuestra ignorancia del obje-to (...) sino que es el objeto mismo el que es inde-terminado e incompleto, pero en tanto que sudeterminabilidad depende de la propia actividadpráctica humana que se ejerce a través de lainterpretación del símbolo”, es decir, el lugar (elobjeto) está incompleto sin el nombre (el signo)que lo identifica, y lo sitúa en el discurso espa-cial de la comunidad. Por consiguiente la fun-ción de los lugares está directamente vincula-da con su significación y por ello con el modode nombrarlos, y esa misma función los sitúaen la trama de las relaciones socioeconómicas,de las que deben ser un reflejo. Lo que noslleva a plantear interpretaciones que superanla descripción que nos aporta la clasificación delos topónimos en tipos onomasiológicos (quealuden a las diversas maneras de nombrar lasformas del paisaje, las actividades económicas,etc.), de modo que podemos atender a su dis-tribución espacial (reflejo de su función) y a susignificación en el sistema de relaciones socio-económicas. Pero es posible ir más allá y pene-trar en la fuente misma de producción de sig-nificados: el sistema.

2.3. Normas, Reglas, Sistema

La percepción de las cosas y de las relacionesfísicas entre las cosas se produce dentro de ununiverso de formas que es el primer contactocon la realidad exterior. En tanto que el inte-rés por las formas no es gratuito, las asocia-mos con usos, y su utilidad les da sentido dis-poniéndolas en una red de representacionessimbólicas que permite su comunicación y trans-misión, que crea el universo compartido: el sis-tema. De manera que el sistema es el mundo,la realidad, y nada escapa a su influjo. El siste-ma asegura la conciencia histórica de una raízcomún y de una continuidad cultural que seapoya en discursos a los que es relevante pre-guntar sobre sus orígenes, temáticas y causasde perduración y, como es natural, sobre susapropiadores.

En el universo de los últimos otiñeros querastreamos en los nombres de lugar se encuen-tran, con la toponimia propia de la última ocu-

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pación, un conjunto de topónimos heredadosde los discursos de los anteriores pobladores.El mantenimiento de los topónimos es indiciode continuidad en el poblamiento, lo que nosignifica estabilidad sino conexión entre lasdiversas situaciones. El “residuo” toponímico decada situación no es casual, está directamentedecidido por el nuevo discurso. Distinguimosasí tres horizontes bien definidos: un primerestrato de origen medieval fruto de una pri-mera colonización castellana (s. XIII-XV), unosegundo de uso y no de ocupación perma-nente, que erosiona ese estrato de base y eltercero, dominante, que procede de la segun-da colonización (s. XIX y XX) y que, aunqueparcialmente, nos transmite todos los demás.De este modo hemos identificado tres hori-zontes en el paisaje de Otíñar : el paisaje delos guerreros, el paisaje de los pastores y el pai-saje de los campesinos.

2.3.1. El paisaje de los guerreros

Cuando este valle es conquistado por Fer-nando III, posiblemente poco antes de la tomade Jaén en 1246, como parte de su campañade devastación para aislar y rendir la ciudad, yano había población islámica en él, esta es la causade la inexistencia de topónimos de origen árabeen Otíñar y la escasez de los mismos en todala Sierra de Jaén. Esto contradice una opiniónextendida y merece comentario. Se ha escritoque Otíñar es palabra árabe que significa 'hacerluz' (LÓPEZ PÉREZ, 1989; LÓPEZ ARANDIA, 2001:48;

OLIVARES BARRAGÁN 1988: 37) 14, esta interpre-tación se basa en una comunicación personalque “un catedrático de Historia del Arte en laUniversidad de El Cairo” hizo a José Rodríguezde Cueto por entonces dueño de Otíñar (BENE-

DICTO, 1953:228 en LÓPEZ ARANDIA, 2001:48), sinembargo podemos aportar otra línea de inter-pretación que otorga la responsabilidad deltopónimo a los conquistadores cristianos delsiglo XIII. Se basa en una visión del conjuntode los topónimos del entorno (Bríncola, PeñaBlanca, Barbarin, Codes, Orosco, Alta Coloma,Valdearazo, Zarbel, Zumbel...) que remiten a unárea muy concreta del norte peninsular : Nava-rra y Guipúzcoa.

Hay un Otiñano municipio de Navarra enel Valle de Aguilar, merindad de Tierra Estella(UTM X 557800, Y 4719450, Z 684) 15; Brín-cola, acantilado al noreste de Otíñar, es untopónimo de Legazpi (Guipúzcoa); el Cortijode Pedro Codes que se encuentra 4 km alnorte de Otíñar tiene su paralelo en la Sierrade Codés (Torralba, Navarra) que es el telónde fondo de Otiñano; Peña Blanca en el surde Otíñar tiene varios paralelos en Navarra,encontrándose el más cercano al suroeste deEtayo, también en Tierra Estella; La Parrilla,valle norte de Otíñar, es también un paraje deGenevilla, al oeste de Codés (Tierra Estella,Navarra); Zumbel o Zumel, cerros entre lasPeñas de Castro y Otíñar, se asemeja a Zuma-bel (o zumabeltz) que es un paraje en el muni-cipio de Orísoain en Navarra; Orosco, cerroal norte de Campillo de Arenas tiene su corres-pondencia en el Valle de Orozco entre Vizca-ya y Álava (UTM X 505825, Y 4772500), Bar-barín (barranco de Arbuniel) es un paraje delmunicipio de Cirauki en Navarra y un munici-pio al sureste de Peña Blanca asimismo en Tie-rra Estella; Alta Coloma sierra al sureste deCampillo de Arenas tiene su réplica parcial enMendaza (Tierra Estella, Navarra) 16. Por otraparte Valdearazo, que es nombre del curso

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14 Otra argumentación es la de Eslava Galán (1989:19) que defiende que Otíñar deriva de atorimar, término citado en la crónica dela conquista. El diccionario recoge atorigar como ‘prender, encarcelar’, pero se me escapa cual es la secuencia de transformacionesque convierten A-to-ri-mar en O-tin-nar (que es como figura en las primeras fuentes).

15 En http://www.rutasnavarra.com/asp/asp_glos/glosario.asp se atribuye a Julio Caro Baroja su significado como lugar propiedad de unapersona llamada ‘Otiñ-’. De ‘Otiñ-’ más ‘-ano’, siendo el primer elemento un nombre de persona no identificado y el segundo unsufijo que indica propiedad. Se añade que los siguientes nombres de persona pueden formar parte del nombre de la localidad: Otin-cius, Otilius y Otindius (documentados) y Otinius y Otinianum, sin documentar. Como no se ha podido comprobar la referencia seincluye a título de curiosidad.

16 La existencia de los topónimos navarros se comprobó a través de la Base de Datos de Toponimia Oficial de Navarra (http://topo-nimianavarra.tracasa.es/base.aspx?lang=cas), su localización fue posible a través del Sistema de Información Territorial de Navarra(http://sitna.cfnavarra.es/navegar/toponimo.aspx?lang=cas&id=84291), de cuya cartografía se han extraído todas las coordenadas. Porsu parte Brinkola, se localizó a través del 1:5000 web de la Diputación Foral de Guipúzcoa (http://b5m.gipuzkoa.net/liz5000/).

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alto de Río Quiebrajano, sería el valle de la dis-puta (en euskera ‘arazo’ significa problema);Zarbel, localizado inmediatamente al suroestede la población de Campillo de Arenas signi-fica “alegre” en vasco y es nombre de pila enesta lengua. Naturalmente ese conjunto detopónimos de procedencia vasco-navarra sólopueden deberse a la colonización castellana 17

(Figuras 5 y 6). Esta toponimia nos sitúa portanto en el momento de la conquista, y paraquienes decidieron los nombres que se otor-garían a los lugares estaría presente la evoca-ción de los de procedencia, práctica colonialmuy socorrida que ha multiplicado en las tie-rras de conquista los topónimos de las de ori-gen de los conquistadores. Otros nombres delugar que podrían suponerse de origen árabecomo el Cerro del Calar, con un pequeño cas-tillo (qalat) sobre un canchal de caliza, puedenser castellanos puesto que ‘calar’ es precisa-mente un lugar en que abunda la piedra cali-za; caso similar es el de Las Alcandoras, puescon ser palabra latina arabizada, sin embargoes también castellana y por tanto podía serimpuesta por los conquistadores.

La defensa del origen árabe del topónimose enfrenta también a la toponimia históricarecogida en las fuentes andalusíes. La toponi-mia de época islámica que se conoce de la Sie-rra Sur se concentra en el siglo X, durante laprimera fitna, y acompaña al relato de la cam-paña de Muntilun, emprendida por Abd Al Rha-man III para someter a los levantiscos señoresmuladíes encastillados en las tierras altas delsubbético. La mayor parte de los topónimosno han sido ubicados con seguridad y los diver-sos autores que los interpretan no se ponende acuerdo sobre la mayoría (AGUIRRE Y JIMÉ-

NEZ, 1979; OLMO,1997 y 2001; SALVATIERRA, 2001).En todo caso todos los que han perdurado o

han conseguido el consenso de los investiga-dores no pertenecen a esta parte de la sierra.

La primera fuente toponímica cristiana quenos interesa es El Libro de Montería de Alfon-so XI (MONTOYA, 1992) 18 que contiene datossobre las sierras de Jaén en el siglo XIV. Nin-guno de los topónimos que aquí figuran sondel valle de Otíñar, los que se pueden reco-nocer hoy (Madroñal, Rio Frio, Carchena, Nava-lengua, Bercho...) lo rodean por el oeste y eleste. La causa podemos buscarla por un ladoen la posibilidad de que estas tierras perma-necieran bajo dominio granadino o como tie-rra de nadie desde que fueron perdidas duran-te el reinado de Sancho IV (1284-1295)(ALCÁZAR, 2003:234-235); por otro en que sudeforestación fuera tal que no albergase inte-rés cinegético alguno; o, finalmente, que, comodefienden algunos autores (recogidos en MON-

TOYA, 1992: 16), el Libro de Monterías fueseredactado durante el reinado de Alfonso X(1252-1284) en plena época de consolidaciónde la conquista de Jaén, en momentos por ellode despoblamiento rural y discontinuidad en laocupación y explotación del espacio. La pri-mera opción parece la más factible habida cuen-ta que la segunda supondría una degradaciónambiental extrema, que no se ha producido nitras la desecación del río Quiebrajano a fina-les del siglo XX, y la tercera supondría unadoble toponimia castellana para el valle de Otí-ñar : una primera tras la conquista de Fernan-do III, presente en el Libro de Monterías y hoyperdida, y una segunda del siglo XIV tras arre-batárselo por segunda vez a los nazaríes quees la que, en parte, nos llega.

La vida del poblado castellano de Otíñarabarcó posiblemente desde finales del siglo XIIIhasta mediados del siglo XIV o del XV (en

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17 En la batalla de las Navas de Tolosa Alfonso VIII contaba con las tropas del Señor de Vizcaya y del Rey de Navarra. Lope Díaz deHaro, Señor de Vizcaya con 500 hidalgos tomó Baeza en 1227 para Fernando III y la flota del Almirante de Castilla Ramón Boni-faz que participó en la toma de Sevilla por Fernando III estaba mayoritariamente formada por guipuzcoanos y vizcaínos. Sin embar-go se desconoce la composición del ejército en la conquista de Jaén y se ha perdido el repartimiento de la ciudad, por lo que nose sabe a través de quién se establece el vínculo entre la Sierra Sur y Guipúzcoa-Navarra.

18 En esta fuente figuran nombres de lugares con valor cinegético pertenecientes a Jaén, Martos, Alcalá la Real y Cambil. Todos ellosrodean la actual Sierra de Jaén.

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1311 ya figura con parroquia 19 y en 1508 yaestá despoblado 20). Localizado en el cerro delCastillo de Otíñar 21 ocupa una extensión deaproximadamente 3 has (incluido el castillo) ydesde él se explotaron las tierras del entornodonde todavía en el siglo XVI se distinguían“figueras y Tierras y Guertas y Morales e otrosmuchos árboles” (Real Cédula de la reina DoñaJuana de 17 de marzo de 1508 en CAZABÁN,

[1916] 1982:77). Entre la conquista de Jaén en1246 y la conquista de Cambil en 1485 Otíñarestá en la frontera. La defensa de este sectorde la frontera corresponde al concejo de Jaén,y podemos entender que la aldea se funda ainstancias del mismo. Esta ocupación dotó lógi-camente de referencias toponímicas al valle,pero de ellas sólo nos han llegado las transmi-tidas por los guerreros que mantuvieron enuso el castillo y habitaron el valle hasta el sigloXVII, actuando como enlaces con los ganade-ros con los que convivían y que les sucedieron.

La segunda fuente de interés son las Orde-nanzas Municipales (PORRAS ARBOLEDAS, 1993)

recopiladas en el siglo XVI, en ellas se cita ‘Otin-nar’ en las ordenanzas IV y V de la Dehesa delConcejo en las que para la protección del apro-visionamiento del castillo se prohiben talas enel valle y se otorga protección a los ganadosde los arrendatarios de la dehesa. En esta fecha(1499) se aprecia ya el uso que se daba a estastierras, que tras el abandono de la explotaciónagrícola, con la desaparición de la aldea caste-llana se convierte en la mayor de las posesio-nes de los propios de la ciudad de Jaén.

Pero es en los Hechos del Condestabledonde se aprecia el valor militar del enclave. En1464 el Codestable Iranzo manda que la alcai-día de Otíñar se dote con 8000 maravedíespara mantener tres hombres y un alcaide y milmaravedíes para la caballería aneja de la Sierra(CUEVAS, DEL ARCO Y DEL ARCO, 2001:172). Esta

dotación es la mayor con diferencia de las 20alcaldías y oficios que se repartían entre loscaballeros de las distintas collaciones de la ciu-dad. Por ejemplo a Fuerte del Rey y Cazalillacorrespondían 3000, a cada uno de los casti-llos de la ciudad, Torredelcampo, Berrueco yMengíbar 5000, al castillo de Pegalajar 7000. Elcastillo forma parte del sistema de defensa quedespliegan la ciudad y los señoríos vecinos paraasegurar las comunicaciones y las tierras, su efi-cacia defensiva y disuasoria depende del buenfuncionamiento de ese sistema. El flanco sursostenía la lucha más peligrosa y Pegalajar yespecialmente Otíñar recibían mayor compen-sación. Entre 1465 y 1469 la principal preocu-pación de Miguel Lucas de Iranzo fue organi-zar la frontera y en los Hechos se menciona aque collación cae en suerte la alcaldía de cadacastillo y aldea, entre ellos Otíñar. Con poste-rioridad la ciudad mantiene la dotación del cas-tillo de Otíñar y en las fuentes se siguen datosdispersos al respecto como que en 1471 Geró-nimo de Torres (elegido por la ciudad) sustitu-ye como alcaide a Benito Sánchez de Madrigal(CAZABÁN 1914:57), o que en 1499 el alcal-de es Diego de la Chica (Porras Arboledas,1993:141). Aunque la importancia militar del sitiodecae con la toma de Granada todavía en 1627había nombrado un teniente de alcaide del cas-tillo de Otíñar (CAZABÁN 1922:231).

Se comprende que topónimos como Cas-tillo de Otíñar, Peña de la Bríncola, Las Alcan-doras, Cinta del Fraile, Fuente de los Balleste-ros, la Escaleruhela sean del momento de laconquista bien por pertenecer al acerbo semán-tico de los guerreros como Castillo de Otíñar,Las Alcandoras (fuegos para señales), Cinta delFraile (cinto = recinto amurallado), Fuente delos Ballesteros; bien porque figuran en las fuen-tes bajomedievales como Escaleruela, mencio-nada en la Ordenanza V de 1499, (Porras Arbo-ledas, 1993:141); o bien porque provienen del

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19 La primera mención del topónimo ‘Otíñar’ se recoge en documentación eclesiástica de 1311, figurando junto al Alcázar como colla-ción de la ciudad, sometida a la directa administración eclesiástica de su obispado (RODRÍGUEZ MOLINA, 1982:208).

20 El asentamiento medieval de Otíñar es definido en 1508, cuando la reina Doña Juana intentó su repoblación como “...villa cercadade buen muro de cal e canto con una fortaleza, en la cual se podía hacer una villa de 50 vecinos...” (CAZABÁN, [1916] 1982: 78).

21 En Salvatierra (1995: 146-150) se encuentra una descripción del mismo.

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País Vasco y Navarra (Otíñar, Bríncola, PeñaBlanca, La Parrilla).

La frontera como expresión espacial de laguerra y la conquista domina ese universosemántico: el valle se entiende como un recin-to cerrado defendido por los escarpes al este(la Cinta del Fraile) y por el bosque al oeste(la Matilla), con accesos vigilados (Collado delos Bastianes, Puerto de las Lagunillas, etc.) yun centro de control: el castillo. Desde él sedomina la cuenca visual del valle, que coincidecon el área de abastecimiento que tiene asig-nada como término. Todos los caminos llegany parten del castillo que es un punto final haciael sur : el borde de la frontera cultural y políti-ca. Mientras la aldea subsistió, el castillo defen-día a los colonos, vigilaba los caminos y cuida-ba los campos, formaba parte de un complejosocial amplio donde, con los guerreros, esta-ban los campesinos y los frailes, completandola terna social feudal (los que labran, los queluchan, los que rezan). Cuando la aldea se des-pobló el castillo mantuvo su función de puntocentral de la defensa de la ciudad y siguió con-trolando los caminos y los pastos 22. De la topo-nimia de los campesinos castellanos de la aldeamedieval probablemente no se ha transmitidonada, porque quienes sirvieron de enlace, losguerreros y, en menor medida, los ganaderosla excluyeron del nuevo discurso 23 que aten-día a líneas de tránsito y defensa. Tampocoqueda mucho del universo de los que rezan:el topónimo La Iglesia, referido a una estruc-tura rectangular ubicada frente al castillo y elparaje del Fraile que concentra la Cinta delFraile, la Nariz del Fraile, el Portillo del Frailey el Peñón del Fraile 24.

Por ello sólo podemos rastrear los nombresde lugar que imponen y transmiten los con-quistadores. Estos fueron elegidos siguiendo laforma dominante del saber precientífico que, paraFoucault ([1966] 1999: cap. II), es la Semejan-za: el escarpe es la muralla (Cinta del Fraile), laBrinkola vasca es la Bríncola de Otíñar, el pasoexcavado en la roca parece una escalera (laEscaleruela) 25. En este modo de representar elpaisaje lo más interesante es que la semejanzaestablece, mediante un mecanismo de emula-ción, una simetría entre una imagen conocida(Navarra-Guipúzcoa) y un reflejo (Otíñar). El ejesobre el que pivota esta simetría no es geográficosino simbólico: el recuerdo se hace vínculo, ycrea un paralelismo inmediato en el tiempo noen el espacio. Pero el reconocimiento de seme-janzas no se detiene en la mera especulaciónintelectual (el saber) sino que sirve para con-vertir un espacio ajeno en un paisaje propio, bau-tizándolo, es por ello un símbolo de la apropia-ción (el poder). En esta tarea el guerrero noestá solo, le acompaña el cura, que lo alienta yprotege, pero cuya tarea principal es adoctri-nar a los aldeanos y que, por ello desaparececuando la aldea se abandona. De este modo lacultura castellana, cristiana y feudal, decide quees dominante, que es marginal y que es exclui-do del discurso que se hereda.

2.3.2. El paisaje de los pastores

Hacia mediados del siglo XV con la aldeaya despoblada, la ganadería, aunque puntual-mente estorbada por las razzias, se erige enla actividad dominante en el valle. Es de supo-ner que la corona otorgara a la ciudad de Jaénel dominio sobre el valle de Otíñar, lo que

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22 A la jurisdicción del alcaide del castillo cabe sancionar a los propios ciudadanos de Jaén que, sin derecho, entren ganado en el valle(PORRAS ARBOLEDAS, 1993: 141).

23 El único rastro de aquellos pobladores lo encontramos disperso en algunos de sus descendientes que llevan el topónimo ‘Otíñar’como apellido. Según el Instituto Nacional de Estadística en 2001 había censados 62 personas con este apellido (30 de primero y32 de segundo), de ellos el 89% residen en la provincia de Jaén.

24 Existe un Puntal del Púlpito en el Barranco de la Tinaja que parece deber su nombre a su forma y que por ello podría adscribirsetanto a la Otíñar medieval como a la contemporánea. Por otra parte los nombres de lugar que contienen la palabra Fraile puedenreferirse asimismo a un ermitaño que ocupó tierras en Otíñar y que fue expulsado por el Ayuntamiento en 1570 (CORONAS,1994:331).

25 Gómez Ortín (1977) descarta esta etimología y propone un origen prerromano para el topónimo Escarigüela o Carrigüela del queEscaleruela sería una ultracorrección. Sin embargo se equivoca puesto que en Otíñar la variante Carrigüela presente en la etimolo-gía popular es posterior (s. XIX) y derivada de Escaleruela (s. XV).

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explica que dependiera de ella su aldea, quecasi con seguridad sería una colonización orde-nada por el Concejo. Cuando el experimen-to repoblador fracasa, la ciudad recupera parasus propios el término de la aldea y lo ads-cribe al Castillo de Otíñar. Otíñar se convier-ten así en dehesa y el Concejo saca a subas-ta sus pastos y aprovechamientos forestales.Carboneros, neveros, leñadores, cazadores yrecolectores de toda laya arrendaban la rique-za de estos montes. Ahí quedan el Barrancode los Neveros y la Pasada de los Carbone-ros como evidencias sobre el terreno. Peroson los pastores los verdaderos beneficiadospor la oligarquía municipal que controlaba losarriendos de los pastos, y cuyos intereses eranpuntillosamente guardados por la Mesta localde Jaén (CORONAS, 1994: 340) aglutinada entorno a la poderosa Cofradía de Santo Domin-go de los Pastores.

Durante los siglos XIV y sobre todo XV yXVI, en plena efervescencia colonizadora, lacofradía pleiteó contra la reducción de las tie-rras de pasto que suponían los nuevos cultivos(QUESADA, 1994: 18, nota 7; RODRÍGUEZ MOLINA,

1985: 123-127); contra la concesión de nuevasdehesas a los cortijos (QUESADA, 1994: 19, nota

8), que reducían los pastos comunes y arren-dables; y contra la ocupación de las cañadas,veredas, descansaderos y abrevaderos (CORO-

NAS, 1994: 331) que impedía el tránsito del gana-do. Pese a ello el proceso de particularizaciónde la tierra, del que esta lucha entre agricul-tores y ganaderos es un episodio, era impara-ble y a finales del XV la mayor parte de las tie-rras para pastos van quedando relegadas a laSierra, en los propios de la ciudad. De ahí quecuando se inicia la repoblación de la Sierra Suresta es contestada con fuerza por los pastoresque consiguen primero que los términos de lasnuevas poblaciones sean de uso común con elde Jaén, lo que les otorgaba derechos sobrelos mismos; y segundo que de las siete aldeascon 800 vecinos que la reina Doña Juana orde-nó fundar en 1508, sólo se empiecen a cons-

truir cuatro en 1539, entre las que no se cuen-ta Otíñar, que es la más cercana a la ciudad.

De este modo Otíñar y La Parrilla pasan aser dos cuartos más de los quince en que, conel tiempo, se dividen los propios de la ciudaden la Sierra (LÓPEZ CORDERO, 1998: 215). El pro-pio término ‘cuarto’ hace referencia a “cadauna de las suertes, aunque no sean cuatro, enque se divide una gran extensión de terrenopara vender los pastos” (Diccionario de la RealAcademia, 1992). Esta denominación nos sitúaen una tierra ganadera que es la que descri-ben las ordenanzas de la ciudad ya en el sigloXV y que se mantendrá hasta su enajenaciónen 1827.

Precisamente en la escritura de venta 26 quecertifica, en marzo de 1827, la desamortizaciónde estos valles, se encuentra un conjunto denombres de lugar que atañen al deslinde y alos posibles aprovechamientos. Destacan la pre-dominancia de topónimos relacionados conaccesos y recursos hídricos y la práctica ausen-cia de nombres propios de lugares agrícolas.Veredas, collados, puertos, fuentes y nacimientosson los focos de interés, lo que se compren-de porque sus objetivos son por un lado deli-mitar la nueva propiedad y por otro estable-cer un justiprecio en función de sus capacidadesproductivas. Sin embargo y pese a que se apre-cian y mencionan vestigios de antiguas huertasa estas no pueden darles nombres propiospuesto que se desconocen, sin embargo lasfuentes, manantiales y pasos se listan con pre-cisión, esto puede deberse a que la informa-ción proviene de quienes mantenían en usoestos recursos, de aquellos que aprehendían estepaisaje como tierra para pastos.

La Parrilla y Otíñar se mantienen comodehesa de yeguas al menos hasta finales delsiglo XVIII (MARTÍNEZ DE MAZAS [1794] 1978:393;

LÓPEZ CORDERO, 1998: 125-126), no obstante laentrada de rebaños de ovejas, cabras y vacasen la dehesa sería constante como muestra la

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26 Archivo Histórico Provincial, Legajo 2356

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ordenanza IV de las dehesas de la ciudad queen 1499 ya fijaba multas para los ganaderosque entrasen cabras, ovejas, cerdos, yeguas obueyes, señalando que tales penas ya eran anti-guas y estableciendo que el monto de las mis-mas fuese para los arrendadores (PORRAS, 1993:

141). El arriendo como modalidad de explota-ción contemplaba la subasta del pasto y de lashojas de los árboles, porque para su repro-ducción y mantenimiento la dehesa precisa dela existencia de amplias arboledas que permi-tan el abrigo del ganado, el abastecimiento dehojas y frutos y la perduración de las hierbas.El adehesamiento afectaba a las zonas más apropósito para los distintos tipos de ganados,primero a las vegas donde podían pastar lasyeguas, los bueyes y las ovejas, que eran zonasllanas, libres de estorbos y con arboledas (sotodel Quiebrajano, frutales abandonados, lindesarboladas...), después la mayor parte de lasladeras margosas con pendientes más o menosacusadas y los poyos de los escarpes, donde lacabaña caprina y, en ciertos lugares también laovina, encontraban alimento.

De este modo durante casi 500 años laactividad ganadera se adueñó del valle dejan-do una fuerte impronta tanto por su inciden-cia sobre el paisaje como por su papel en latransmisión de una determinada imagen de estatierra a los colonos del siglo XIX. Un rasgodefinitorio de esta ocupación es que no se tratade una comunidad pastoril con un asentamientopermanente en Otíñar sino de una explota-ción temporal mediante arriendos de diversaduración regulados desde la ciudad. Por tantoel derecho de pasto lo otorgaba la oligarquíagiennense que cobraba la renta y vigilaba elcumplimiento de los contratos. Aunque no setrata de ganadería trashumante sino estante o,a lo sumo, riveriega, el arriendo situaba a losganaderos en una especie de paisaje dinámico,sin casa estable y sin certeza en la continuidad.El pastoreo extensivo con grandes rebaños 27

de propietarios absentistas remite a un grupode pastores muy jerarquizado, seleccionado porcriterios de capacidad o conocimiento y nonecesariamente familiares, posiblemente unmundo predominantemente masculino en movi-miento constante. Su trabajo comprendía, ade-más de la conducción y vigilancia de los reba-ños, la construcción y mantenimiento demajadas, cobijos y abrevaderos, el suministro dealimentación complementaria, la gestión de laproducción tanto cárnica (castraciones, apare-amientos, partos, venta de crías) como láctea(ordeño, venta de leche, queso), el herrado ydefensa de los animales frente a robos y lobos,el adiestramiento, dirección y cuidado de losperros pastores, etc.

Como legado dejaron un conocimientoexacto de los recursos pecuarios que, en elespacio, se materializa en un sistema depen-diente de tres componentes: alimento, agua ycobijo, articulados por una completa red decomunicaciones. El alimento se concentrabaprincipalmente en las vegas y en las áreas demonte bajo (falda de la Matilla, Las Alcando-ras, etc.); el agua en los remansos del Quie-brajano y en las fuentes (se conocen 15); y elcobijo en las majadas, de las que se conservannueve (siendo las principales la Majada de losCarneros y la del Hoyón). Las huellas de estaocupación que se funden con las del pastoreode los habitantes de la aldea del siglo XIX, nosmuestran espacios despejados rodeados demajanos (El Hoyón, El Corralón) o vegetaciónespesa (Majada de los Carneros), rediles deformas redondeadas construidos con calizas(Puerto de las Lagunillas, Collado de los Bas-tianes), abrevaderos (El Covarrón, Barranco dela Hoya), senderos y abrigos marcados por elhumo. Son espacios ocupados de manera recu-rrente puesto que el ganado se encuentra den-tro de un circuito cerrado en movimiento cons-tante obediente a diversos ciclos (diarios,estacionales...).

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27 En los expedientes de subasta de arriendos (Archivo Histórico Municipal: legajo 196) se especifica que en 1826 se alimentaroncon los pastos y hojas de la Parrilla a 530 cabras, 250 ovejas y 30 vacas, mientras que en las vegas y Castillo de Otíñar pastaron1.100 cabras y 50 vacas. En total 1630 cabras, 250 ovejas y 80 vacas.

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El pastor no percibe el paisaje desde uncentro como hace el guerrero en el castillo oel campesino en la aldea, sino desde los cami-nos. Sin embargo no es una percepción real-mente nómada, donde la incertidumbre de unespacio desconocido o de un tiempo nuevo enun lugar familiar hace extraña a la tierra y errá-tico el viaje, sino itinerante con destinos prefi-jados y acostumbrados, con tiempos y espa-cios cíclicos. Ese paisaje descentrado, periferiaespacial y social, es un lugar que el pastor nodomina porque primero el castillo y despuésla ciudad se lo impiden. No obstante necesitaapropiarse el paisaje para usarlo, y crea unmundo en movimiento, cíclico, pero a diferen-cia del agricultor el ciclo además de temporales espacial. Ese paisaje cíclico está dominadopor los recorridos: del pasto a la sal, de estaal agua, después a la majada y vuelta a empe-zar, pero también y de manera obsesiva porlos límites. El arriendo afecta a una tierra mar-cada en el mejor de los casos por hitos muydispersos, que son presencias dominantes enun mundo donde primero la Caballería de laSierra y después la Guardia Civil y la Guarde-ría Forestal vigilaban que los rebaños no pasa-ran a los otros cuartos o a los montes públi-cos. Los pastores tenían esto muy presente ydebían conocer los límites exactos de su dehe-sa. En cierto modo el paisaje se presenta comoun redil, un espacio marcado por la cerca dondese permite que el ganado se mueva bajo uncontrol exterior : el del pastor 28.

Nos encontramos con que el paisaje gana-dero es un lugar sin centro, con perímetro muymarcado y cruzado por un sinfín de caminos,por tanto es un mundo de líneas de tránsito.Este viario es un sistema topológico complejodonde caben tramos en retícula y tramos enárbol, lo que nos sitúa en un espacio ordena-

do en parte desde arriba, que es decir desdefuera (árbol), y en parte desde abajo o desdedentro (red). El eje vertebrador de la tierra dela ciudad de Jaén en la Sierra era el camino deJaén al Castillo de Otíñar 29 que, por su posi-ción central entre las posesiones de la Sierra,responde a las necesidades de comunicaciónentre los valles del sur, que durante el sigloXVI irán consiguiendo su independencia juris-diccional: desde el Castillo se puede ir a Jaén(al norte), a Puerto Alto y La Guardia (al nores-te), a la Cañada de las Azadillas y Los Cárche-les (al este), al Valle del Parrizoso y Campillode Arenas (al sur), al valle de Valdepeñas (alsuroeste) y al valle de Los Villares (al oeste).Esta estructura en árbol establecida por nece-sidades de comunicación exterior de la ciudadse completaba con una estructura en red quesaliendo de cada uno de estos caminos per-mitía acceder a todos los puntos de cobijo yabastecimiento dentro del valle, entrelazandolos parajes en una densa trama de recorridos 30.

Este universo pastoril de dilatada duraciónpresentaba debilidades que lo hacían debatirseen equilibrio inestable. Primero la presión sobreel medio mediante quemas (LÓPEZ CORDERO,

1998: 127) y talas hacía menguar su capacidad derecuperación; segundo el uso al que estaba des-tinado era sistemáticamente sobrepasado ydesde el siglo XVII son frecuentes las órdenesde la corona para remediar la caída de la críacaballar por el perjuicio causado al ejército; ter-cero la presión de los agricultores sobre lasdehesas de la Sierra fue constante y se cono-cen usurpaciones de tierras para viñas en losalrededores de Otíñar (Peña de la Bríncola) en1526, y en el camino de la Parrilla (LÓPEZ COR-

DERO, 1998: 109-110), y consta que en 1570 elConcejo acusó a un ermitaño de ocupar tierraen la Fuente de la Olivilla, localizada al sur del

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28 Si se dispusiera de información más exhaustiva anterior al siglo XIX se podría comprobar si la semejanza vuelve a emerger comoel proceso mental que ordena la representación: el cuarto de Otíñar sería un gigantesco redil, con las crestas del valle como empa-lizada que señala su límite y el castillo o la ciudad (según el momento) como pastor.

29 Ese camino fue reparado en tiempos de Carlos III como atestigua el monolito conmemorativo situado en la ladera de Cerro Vele-ta, denominado con propiedad El Vítor.

30 Sin embargo en los cuartos de Otíñar y La Parrilla no existían veredas reales, la más cercana era la Cañada Real de Los Villares a LaGuardia que servía de lindero norte al cuarto de La Parrilla, esto se debía a que el término de Jaén estaba exento de cañadas mes-teñas, ya que, por ser tierra fronteriza, sólo tenía dehesas concedidas por el Rey (CORONAS, 1994: 330).

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Castillo de Otíñar, habiendo construido y plan-tado en la misma (CORONAS, 1994:331). Todoello prefiguraba el verdadero cambio que nose produce hasta que, con su desamortizaciónen 1827, se provoca la construcción de la aldeade Santa Cristina, que supone una nueva cam-pesinización del paisaje 31.

2.3.3. El paisaje de los campesinos

La construcción de la aldea de Santa Cris-tina impone al paisaje un nuevo orden, domi-nado por las exigencias productivas de unacomunidad estable en expansión y una pro-piedad con fuertes ambiciones, que lo some-te a una presión constante y creciente. Imageny fruto de esta presión que se mantiene duran-te 150 años es la densa trama de topónimosque cubre al paisaje. Como se ha dicho en eseconjunto de nombres de lugar transmitido porla 5ª generación de pobladores de Santa Cris-tina caben (degenerados, reestructurados, desin-tegrados...) parte de los discursos preexisten-tes: el de los ganaderos que explotaron ladehesa de los propios entre los siglos XV y XIXy el de la aldea medieval cristiana, que han per-durado fragmentados para dejar lugar a las nue-vas representaciones. Este proceso depositacapas de significado sobre el paisaje, que des-pués son filtradas, reinterpretadas, completadasy transmitidas a través de la mentalidad y losconceptos de unos campesinos del siglo XIX,que construyen un nuevo discurso.

La estructura del nuevo discurso toponími-co está directamente relacionada con la repre-sentación mental que del espacio se hacían en

la aldea campesina. En esencia está dominadopor dos ideas-fuerza: por un lado la contrapo-sición nosotros-ellos con su materializaciónespacial dentro-fuera, y por otro la semejanzacomo expresión de la forma de conocimientodominante, organizadora de los símbolos ydirectora de la representación. Este discurso seconcreta en dos conceptos espaciales que seinterconectan: el de escala que contiene la con-traposición dentro-fuera y el de simetría queexpresa las relaciones de semejanza.

La contraposición nosotros-ellos es básicaen la autoafirmación de la comunidad y por elloestá presente desde que esta existe. Hasta lasegunda generación Otíñar, comunidad de ori-gen colonial 32, no está en disposición de afir-marse como tal, frente a otras y frente al terra-teniente. Ya se ha referido cómo al poder delamo oponen en ocasiones resistencias palpa-bles pero siempre resistencias simbólicas, y seha de añadir ahora que la primera oposiciónes que ellos son otiñeros y los amos no, por-que aunque hubieran nacido allí, no formanparte de la comunidad: no son de Otíñar, Otí-ñar es de ellos. Por tanto la autoafirmacióncomo comunidad se encuentra vinculada alnombre propio de lugar, que es el nombre delpueblo, concepto que en español se refieretanto a la localidad como a la comunidad quela habita (PITT-RIVERS, 1971:19) 33. Esta asociaciónentre la comunidad y su paisaje explica que lacontraposición nosotros-ellos sea tanto socialcomo espacial (dentro-fuera), haciendo residirla identidad en el lugar que se habita. Castell(1998: 28) entiende por identidad “el procesode construcción del sentido atendiendo a un atri-

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31 Las menciones en archivos y Ordenanzas (PORRAS, 1993:197) a la Huerta de Otíñar o al Pago de Otíñar (MARTÍNEZ DE MAZAS, JOSÉ([1794] 1978):364, nota a), donde, desde el siglo XVI, arrendaban tierras tanto la Mesa Capitular de la Catedral (CORONAS, 1994: 258),como otras instituciones (A.H.D.P.J. Leg. 2133/13) o particulares (A.H.D.P.J.: Leg. 2194/41) se refieren a una zona situada fuera delCuarto del Castillo de Otíñar, y que, según el censo de 1818, ocupaba una extensión de 82.9 cuerdas (LÓPEZ CORDERO, 1998: 186).Por otra parte se atribuye al Sitio de Otíñar la finca colindante de la Vereda porque pertenecía al mismo latifundio (codicilo de Jacin-to Cañada de 28/12/1844, A.H.P.J. Leg. 1476), habiendo sido antes del siglo XIX y hoy topónimo independiente. Esto viene a demos-trar el poder del valle de Otíñar como referencia, y no que existiesen tierras cultivadas en el mismo durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

32 Existe un topónimo revelador del carácter colonial: ‘chiripa’, refiriéndose a suerte de tierra en la vega. Expresión con el mismo sig-nificado que ‘suerte’ que si hacemos caso al D.R.A.E. de 1739 proviene de la costumbre de repartir la tierra por suerte (se entien-de que en los procesos de colonización), que en Otíñar se toma al pie de la letra hablando no de la suerte de tierra de mengano,sino de la Chiripa de tal, que es un sinónimo popular de azar o suerte.

33 Son conocidas las reticencias que en la literatura antropológica española levantan el concepto de ‘comunidad’ (MORENO, 1972), sinembargo en este caso su uso está justificado por no tratarse de un estudio de comunidad a la manera de la antropología anglosajo-na sino de un estudio histórico en el que no se priman los aspectos cohesivos e integradores sobre los disolutivos y conflictivos.

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buto cultural, o un conjunto relacionado de atri-butos culturales, al que se da prioridad sobre elresto de las fuentes de sentido”, de manera queen las comunidades campesinas fuertementehomogeneizadas del Alto Guadalquivir, la bús-queda de la diferencia con las comarcanas nose puede establecer en función de las distintasformas de articulación social, como podría darsesi se comparasen con otros espacio (v.g. elCantábrico) u otros tiempos (por ejemplo lasaldeas islámicas del otro lado de la fronteramedieval), sino atendiendo al paisaje, que qui-zás sea el único atributo cultural que, en la Sie-rra Sur de Jaén en el siglo XIX, permite a unadeterminada comunidad campesina diferen-ciarse de otra vecina.

El vínculo entre paisaje e identidad comu-nitaria lleva directamente al concepto antro-pológico de ‘lugar’ como ámbito donde seexpresan y son reconocibles la identidad, lasrelaciones y la historia de quienes lo ocupan(AUGÉ, 1992). Concepto dependiente del con-texto en que se manifiesta, lo que permite reco-nocer como ‘lugar’ la casa, la aldea, la ciudad,la región, la nación, etc. múltiples espacios dondea escalas diferentes se crean identidades y seestablecen relaciones, que son, en definitiva, elmarco activo de la historia de sus habitantes 34.Esta noción de lugar es compartida por la comu-nidad campesina de Otíñar que representa suespacio como un hábitat permanente, con unoslímites fijos, en cuyo interior se localizan unconjunto de parajes, que contienen a su vez gru-pos espacialmente significativos de superficiesirregulares, que pueden asimismo estar subdi-vididas, conectados por redes de comunicación(visual, circulatoria, sonora). Todos esos lugarestienen nombre propio, y su gran número evi-

dencia la necesidad de los sucesivos planos deacercamiento a la realidad que se precisan paraaprehenderla. Estudios recientes han demos-trado que el número de topónimos que un serhumano puede dominar no llega a los 500(HUNN, 1994), por lo que hemos de disponerde un mecanismo de criba que nos permita refe-rirnos con la suficiente elasticidad a muy diver-sos territorios: países, paisajes, parajes, puntos...A esta necesidad nuestra cultura responde conuna aproximación escalar que en Otíñar obe-dece al esquema dibujado en la figura 7.

La asociación entre los nombres de lugar adistintas escalas (nombre del municipio: Jaén,nombre de la aldea: Otíñar, nombre del cerro:Bríncola) depende de factores históricos diver-sos como su apropiación cultural o su situaciónen el sistema de poderes, valores y usos de lacomunidad. Por ello los topónimos que se rela-cionan a distinta escala no admiten un discur-so narrativo o conceptual. En la articulación deescalas toponímicas no encontramos un dis-curso coherente sino un conjunto de elemen-tos con sentido (los paradigmas de los semió-logos) en los que domina una relación nodiscursiva sino, en este caso, espacial 35. El clus-ter que representa esta relación contiene en lalectura horizontal de cada nivel un discurso sin-tagmático (coherente, con significado), de mane-ra que al pretender abarcar la totalidad de larealidad originan múltiples asociaciones. Así Otí-ñar, desde fuera es abarcada por un sólo nom-bre de lugar o su sinónimo (Otíñar o Santa Cris-tina); en sus diversas escalas interiores (paraje,parcela, punto) contiene entre diez (parajes) ycincuenta (casas) nombres en los que es posi-ble descubrir relaciones y regularidades signifi-cativas 36.

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34 El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua fija como primera acepción de ‘lugar’ en 1734 y hasta 1803 la de “espa-cio que contiene en sí otra cosa”, la Academia recoge, no inventa, esta “naturalización” de las relaciones escalares: el lugar comocontenedor de contenedores.

35 La distinción convencional entre toponimia mayor y microtoponimia no sirve para acercarnos a la realidad del paisaje pues aunquedenota un conocimiento intuitivo de la escalaridad de los nombres de lugar, no penetra en sus sutilezas y no permite una recons-trucción de la compleja jerarquía de los espacios.

36 La toponimia se revela como un sistema de significados en el que podemos utilizar la distinción semiótica entre sintagmas (discur-sos con sentido horizontales y combinatorios) y paradigmas (conjunto virtual de elementos de una misma clase gramatical, que pue-den aparecer en un mismo contexto). El primero nos introduce en el universo de relaciones evidentes entre la comunidad y su tie-rra, el segundo nos traslada a un nivel más profundo intentado llegar a conocer las causas históricas que explican la presencia deun nombre concreto y no otro. Por tanto este sistema dispone de una estructura escalar y sintagmática que ordena las relacionesque lo rigen sometida a un proceso evolutivo estratigráfico y paradigmático.

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La casa como expresión espacial de la fami-lia y la aldea como la de la comunidad son lasmanifestaciones más evidentes de la contra-posición nosotros-ellos a distintas escalas. Estecarácter de la casa (unidad de parentesco, deproducción y de residencia) explica el uso detopónimos que expresan posesión (la casa de,la huerta de, las olivas de), que separan el uni-verso familiar del resto. En cuanto a la aldea ala que hay que entender como paisaje apro-piado, como término y no como grupo decasas, se ha comentado la insistencia en des-tacar los límites con topónimos que significano bien no-controlado (Lobos, Corzos, Víbo-ra...) o bien frontera o barrera (Frontón, Cinta,Mata, Reventones...) marcando la separacióncon otros ámbitos. Otras contraposiciones pre-sentes e incluso dominantes que tienen unalectura espacial, como la de hombre-mujer, sinembargo no se han sabido o podido recono-cer en la toponimia, de manera que espaciosde socialización femenina, por ejemplo el Lava-dero, como comparte otros usos (abrevade-ro), sólo entre mujeres recibe este nombre,siendo el dominante Fuente de la Cañada. Noobstante la mujer participa de la apropiación,habiendo casas, huertas y olivas con su nom-bre, lo que indica que la unidad familiar puedeestar a su cargo y que mantiene una interven-ción activa en la explotación de la tierra 37.

La casa y la aldea como elementos confor-madores del modo de vida campesino tam-bién son aprehendidos a través de la otra idea-fuerza: la semejanza. Ya se comentó como enel medievo la semejanza podía explicar la pre-sencia de topónimos guipuzcoanos y navarrosen la Sierra Sur, estableciendo una asociaciónentre un mundo de origen y un reflejo dondeeste se vería recordado por voluntad de los con-quistadores. Esta asociación se establece poremulación 38, por el deseo de imitar (recrear)una tierra lejana pero, de una u otra manera,

propia. No es esta la vía por la que la seme-janza domina las representaciones de la colo-nia decimonónica, sino la de la contigüidad oconveniencia, que es una semejanza “ligada alespacio en su forma de cerca y más cerca” (FOU-

CAULT, [1966] 1999: 27), y que “por el encadena-miento de la semejanza y del espacio, por la fuer-za de esta conveniencia que avecina lo semejantey asimila lo cercano, el mundo forma una cade-na consigo mismo” (FOUCAULT, [1966] 1999: 27).De esta manera la semejanza domina tanto laconexión de los distintos lugares entre sí comola relaciones espaciales a distinta escala. Se tratade un juego de correspondencias que trama alespacio con simetrías horizontales y verticales.

El eje de las simetrías horizontales lo fija elpunto de vista dominante, el que desde el pue-blo se dirige al escarpe de la Cinta del Fraile,y siendo más concretos desde el Peñón delMirador (donde, como indica su nombre, secontrola todo el valle) al Peñón del Fraile (quemarca el mediodía cuando le da el sol 39). Enel lado norte de este eje se dispone CerroVeleta y Cerro del Calar y más al norte y unidoeste último el Cerro del Calarillo, en el surCerro Veleta del Covarrón y Cerro Calar delCovarrón y más al sur junto a este el Cerrode la Calarilla. Dos formaciones paralelas deorientación suroeste-noreste que en su contactocon el Cerro de la Mata, límite occidental delvalle, forman un espacio en U que abraza alpoblado, quedando este en un ámbito abiertoal este y protegido al sur, norte y oeste. Estalocalización no hay que atribuirla a una geo-mancia, exceso de sentido que ya ha sido con-venientemente criticado (CRIADO, 1999: 55), sinoliteralmente a una geo-sofía, nada esotérico ometafísico sino eminentemente práctico: elconocimiento del potencial, las bondades y lospeligros de la tierra cruzado con el conoci-miento de las necesidades, las técnicas y lascapacidades de la comunidad. En el caso de la

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37 En lo que respecta a la toponimia como en todos los campos del saber el conocimiento no es homogéneo, sino que fluctúa depen-diendo de la posición de clase y estatus de cada grupo en la sociedad.

38 Aemulatio: una de las cuatro formas de la similitud, una especie de conveniencia (contigüidad) no ligada al espacio y que actúa enla distancia (FOUCAULT [1966] 1999: 28).

39 Lugar al que se vuelven con frecuencia todas las miradas para saber la hora ya que su sombra señalaba el mediodía y con él lapausa para el almuerzo.

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ubicación del poblado la opinión del primerbarón fue decisiva, y en ella pesaron la cerca-nía a las fuentes de agua, al camino y a las tie-rras de cultivo y también se consideró, segúnla escritura de venta, que presentaba “una vistaagradable y ventajosa” (Archivo Histórico Pro-vincial. Leg. 2356). Como se ve estos conoci-mientos no se reducen a tecnologías o proce-sos de trabajo abarcando también gustos,intuiciones o lugares comunes. En cualquiercaso el poblado se funda con la función de ins-tituirse como centro geográfico y simbólico dela comunidad y esta, en su imaginario, lo asumeotorgándole la posición central en una oro-grafía simétrica.

Posición que también ocupa en la simetríavertical que a diferencia de la horizontal no seestablece a partir de un eje de visibilidad sinopor la proyección del centro simbólico querecorre los dos planos de socialización: la casay la aldea. La casa campesina se entiende comoun complejo social y espacialmente significati-vo formado por una unidad de parentesco, deproducción y de residencia, la idea que la sus-tenta y los medios materiales necesarios parasu reproducción: edificios, fondo común, tierray ganado. Por su parte la aldea es un comple-jo social y espacialmente significativo formadopor una comunidad de unidades domésticasvinculadas por relaciones de vecindad, pro-ducción y reproducción que comparten paisa-je y modo de vida. La simetría vertical, inte-rescalar, utiliza como eje la línea que une elcentro de ambos complejos: el centro de la casa(la residencia) con el centro de la aldea (elpoblado), y en su torno se establecen un con-junto de paralelismos. La semejanza entre la casay la aldea no se revela en la similitud de deno-minaciones, sino en sus significados y usos para-lelos. La sala es la plaza, lugar de reunión de lafamilia y de la comunidad, espacio principaltambién abierto a los de fuera; el pasillo es lacalle, comunica el exterior (calle o campo) conel interior (sala o aldea); la puerta es el puer-to, umbral que une y separa lo interior de lo

exterior ; el corral es el ejido, espacio produc-tivo de uso múltiple donde la familia o la comu-nidad cuida ganado o se ocupa de su cosecha;la huerta es la vega, espacio productivo porexcelencia, y fuente del sustento principal delas familias y de la comunidad; los muros de lacasa y las lindes de la huerta son los confinesdel término, barreras de eficacia simbólicas, quemarcan los límites de la apropiación familiar ocomunitaria. Esta simetría es la mejor imagende que el paisaje, para el campesino, es unespacio construido, igual que la casa, un lugarcon el que se relaciona principalmente a tra-vés del trabajo 40. Esto es así porque al dere-cho a la tierra del arrendatario se le pone comocondición que rompa el monte y lo cultive,poniendo en práctica una de las principalesreglas de la apropiación: la que exige transfor-mar el lugar (MOLES Y ROHMER, [1972] 1990: 209).

Todas estas asociaciones son expresionesparciales de la simetría social entre la familia yla comunidad, que en este caso responde tantoa un vínculo simbólico (la voluntad de inte-grarse) como, dadas las prácticas endogámicas,a una realidad consanguínea. Es en este para-lelismo social donde nacen y se funden la iden-tidad y la semejanza; donde los mecanismos deexplicación espacial de la escala y la simetría con-fluyen en un discurso coherente que permitela apropiación. Para los colonos campesinos laapropiación de su paisaje pasa por compren-derlo como un todo, señalando las cualidadesde los puntos y parajes y diferenciando lo buenode lo malo, lo interior de lo exterior, lo pro-pio de lo extraño. Para ellos conocer es rela-cionar, de modo que asociar lo particular conlos antropónimos, los límites del paisaje conbarreras y esfuerzos o los peligros de la mon-taña con la maleza y las alimañas forma partede su sistema de conocimiento que, aunqueajeno a la ciencia, sirve para disponer a cadacual en su sitio, aportando las normas y reglasnecesarias para vivir en comunidad sin riesgoseconómicos, sociales o simbólicos. Este modode representación del mundo ilustra sobre

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40 Esto casa bien con la observación de Víctor Manuel Toledo (inédito, en ACOSTA, 2000:20) de que para el conocimiento campesi-no las unidades ambientales son unidades de manejo.

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cómo, dotando de significado a los lugares, seaccede a un saber que es el instrumento queorganiza y naturaliza su modo de vida y que,por tanto, sienta las bases sobre las que seejerce el poder. En esta representación subya-ce el discurso que se convierte en el contex-to donde se desarrolla la vida y el trabajo.Cuando la aldea se despuebla el contexto sedesarticula y el discurso, relegado a la memo-ria de los ausentes, pierde su sentido. Sin embar-go el paisaje permanece y sobre él caen nue-vas formas de apropiación implantadas por unsistema en el que a las nuevas funciones lescorresponden nuevos símbolos.

2. NUEVO SISTEMA, NUEVASFUNCIONES, NUEVOS SÍMBOLOS:EL PAISAJE ESPORÁDICO

Durante el proceso que se ha descrito algu-nos topónimos aun manteniéndose han varia-do: la Escaleruela (PORRAS, 1993: 141) pasó a laCarrigüela (fuente oral); el Arroyo de las Zar-zaillas (MARTÍNEZ DE MAZAS, [1794] 1978) al actualArroyo de las Azadillas (fuente oral); otros cam-biaron y después fueron sustituidos: Candele-brax (PORRAS, 1993: 261) devino en Candele-brage (MARTÍNEZ DE MAZAS, [1794] 1978: 362;

MADOZ, [1845-50] 1988: 99) y después al actualQuiebrajano (cartografía oficial) 41, pero estasfueron transformaciones puntuales que no deno-tan un cambio de discurso. No es hasta elnuevo despoblamiento de la aldea de SantaCristina cuando se produce un verdadero pro-ceso de sustitución. El cambio de nombre deAldea de Otíñar a Hacienda Santa Cristina quese impone tras la Guerra Civil es el comple-mento retórico que acompaña a las medidasadoptadas por el propietario para destruir la

comunidad campesina, un estorbo anacrónicoen la capitalización de la propiedad, que ahorase orienta a la producción industrializada. Conla desposesión de los descendientes de loscolonos, desaparece la memoria de los nom-bres de sus lugares y también desaparecen suslugares. En efecto paralelamente a la despose-sión de los arrendatarios la propiedad lleva acabo un proceso de reordenación del regadíopara transformar las huertas campesinas en cul-tivos industriales, principalmente alfalfa, y estoimplica la eliminación de meandros, linderos yterrazas en las vegas altas y con ellos la razónde ser de los nombres que definían estos espa-cios. Además los frutales que separan las huer-tas, especialmente las nogueras, son cortadosdesdibujando el parcelario campesino. El hechode que se mantenga en explotación hasta laactualidad sin interrupción no ha evitado queel conocimiento del nombre de los lugares hayadejado de ser patrimonio de un pueblo, paraconvertirse en nostalgia de emigrantes. Por esoquienes hoy, de un modo u otro, se apropiande este paisaje se encuentran casi sobre unatabula rasa. Una tierra sin los límites y sin lamemoria de quienes la construyeron es másfácil de reordenar, es una página en blancosobre la que escribir un nuevo discurso. Lametáfora es pertinente: para Pierre Lévy (1989:163) la página es “el pagus en latín, el campo,el territorio cercado por el blanco de los márge-nes, arado de líneas”.

Pero no sólo los renovados intereses eco-nómicos de los propietarios alteran, desdibu-jan o borran el sistema simbólico campesino,sino que los otros nuevos apropiadores tam-bién dejan su huella, bien de un modo disper-so, como los montañeros, o de un modo sis-temático, como los ingenieros del catastro quecon su meta-toponimia alfanumérica han inven-tado una forma metódica de recreación abs-tracta de la realidad. Al margen del conoci-miento más o menos preciso que de latoponimia tengan el encargado de la dirección

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Sin entrañas y sin voz la tierra es, enton-ces, pura epidermis, superficie sobre la que sedeslizan torpemente nuestros sentidos.

Rafael Argullol, Ver el alma de las cosas

41 Posiblemente de ‘Quiebra’ que en el DRAE es “hendedura o abertura de la tierra en los montes o la que causa el exceso de llu-via en los valles”. Esta acepción cuadra a un río encajonado como este que sería el río de la quiebra o más usualmente río de la que-brada, o, en este caso, río quiebra-ano (ano = sufijo que denota procedencia, pertenencia o adscripción).

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de las tareas agrícolas y los propietario de lafinca, que por la escasez e infrecuencia de suscontactos no tiene proyección externa 42, sonlos visitantes esporádicos los que, desde losaños 70 del siglo XX, están renombrando lastierras de Otíñar. Hay visitantes para los queel paisaje sólo se entiende como medio perci-bido, en el peor sentido del término, es decircomo una imagen sin sentido evaluada a lossumo con criterios estéticos y al que no atri-buyen otros valores, para estos, que son los más,los topónimos no añaden nada y no los nece-sitan: quién no reconoce un roble no pasa dellamarlo árbol. Otros visitantes tienen intere-ses más definidos y la consecución de sus obje-tivos precisa de la toponimia: montañeros, esca-ladores, recolectores, aficionados a laarqueología, a la espeleología, cazadores, inves-tigadores, estudiantes... Estos generalmente notiene un conocimiento exhaustivo y cuando loposeen es completamente ajeno a los valorescampesinos y eso explica la parcialidad y estri-dencia de las nuevas toponimias. Para el cam-pesino el topónimo dota de sentido al lugar alincluirlo en el discurso espacial global, cons-truido sobre funciones y prácticas; para los visi-tantes no existe un discurso espacial global,sino discursos parciales, dispersos e inconexosque no buscan comprender el paisaje, sino loca-lizar determinados hitos de su interés: las víasde escalada, las cuevas, las estaciones rupestres,los recorridos de montaña...

La anonimia espacial es casi absoluta paraquienes sólo miran, pero los que hacen algomás que mirar necesitan nombres y cuandono los conocen se los inventan. Así el Barran-co del Toril se convierte en el Barranco de Esto-ril (de establo a colonia de vacaciones), el Colla-do de los Bastianes 43 pasa a ser el Collado delDolmen (referencia culta), la Peña de la Brín-

cola pasa a ser el Panderón (la parte por eltodo), la Cinta del Fraile se convierte en losTajos de las Alcandoras (asociación por conti-güidad), la Huerta de Cándido “el Merguizo”en la Villa del Laurel (asentamiento romano),las Salas de Gabildo en Cuevas Negras (refe-rencia a las sombras y el humo), el Vítor deCarlos III por el Mirador del Vito (por ignoranciadel significado de ‘vítor’), El Peñón de Acerro-cobo en el Peñón Azul o la prosaica Nariz delFraile en el poético Diedro del Sol. Este últi-mo cabe achacarlo a la nómina de los más dili-gentes en esta tarea, los escaladores, que hanencontrado en los escarpes de Otiñar condi-ciones excelentes para la práctica de su depor-te, y en consecuencia han rebautizado nume-rosos parajes.

Es este el grupo de visitantes más intere-sante porque ha encontrado nuevos lugares ylos ha integrado en un discurso espacial, conel que ha reterritorializado el paisaje de Oti-ñar, trasladándolo al espacio definido por lasredes de información que conectan los diver-sos lugares de escalada a nivel mundial. De lavisita de una sola de sus numerosas páginasweb 44 se desprende que distinguen 5 zonas: Otí-ñar (llaman así al Barranco de la Tinaja), elFrontón, el Vítor, el Salto de la Cabra (la Esca-leruela) y los Tajos de las Alcandoras (la Cintadel Fraile). En algunas de ellas separan secto-res, en el Frontón seis (Speerech, Cantos Gre-gorianos, Fakir, Tocho Grande, Tocho Peque-ño, Ranofobia), que a su vez incluyen un númerodiverso de vías de escalada, cada una con sunombre que, generalmente, alude a películas(Misión Imposible, Gregorzenegger, Taxi Dri-ver, Halcón Milenario), a grupos de Rock(Marilyn Manson, Pabellón Psiquiátrico, Eskor-buto, Parálisis Permanente), a videojuegos (Mon-key Island, Espolón Comecocos), al sexo (Tau-

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42 No hay que olvidar que los topónimos son discursos colectivos.

43 Chicote y López (1973:11) explican este nombre propio que denomina tanto al collado como a las cuevas situadas al pie del mismo“por haber pertenecido a un pastor llamado Sebastián”. La indagación de esta aseveración ha sido infructuosa y nadie conoce al talpastor Sebastián, ni tampoco aparece como nombre de los libros de la parroquia de Santa Cristina. Podría tratarse de un error porhomofonía y los Bastiones de la muralla que hay en el collado pasen, por incomprensión del topónimo, a ser Bastianes mucho máscercanos al universo pacífico de los últimos otiñeros. Sin embargo esto no pasa de ser una opinión sin mayor fundamento que unalógica discutible.

44 http://usuarios.lycos.es/atope/ cuyo webmaster es José Ramón Bellido.

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ritón, Desvirgación, Orgasmatrón, Mindarre-cia), o a la experiencia inmediata (Todos TusMuertos, Ya No Pincha, Sakabó el Aután, JulioCagueta, Jubilación Anticipada). Estas referen-cias al imaginario que domina el tiempo librede la juventud se extienden sobre los planosverticales del paisaje, cruzándolos con 113, quesepa, nuevos topónimos. Como particularidadpresentan que en su mayoría son aplicados alíneas de tránsito (las vías de escalada) que paralos campesinos no existían. Esta es una claseespecial entre los nombres de lugar : los topó-nimos paralelos, que Vieira (2001) divide en ori-ginales (los creados espontáneamente por losusuarios), oficiosos (reconocidos en algunosdocumentos oficiales y que pueden llegar a seroficiales), ex oficiales (antiguos topónimos resis-tentes) y correlatos (los que nacen paralelos alos oficiales). En este caso son una mezcla entrecorrelatos y originales al nacer o imponerse endeterminados círculos ajenos al lugar sin teneren cuenta el topónimo existente.

El caso es que desde los años setenta delpasado siglo hay en marcha un conjunto deprocesos de resemantización del paisaje, pro-vocados por el desarrollo de múltiples y reno-vadas relaciones socio-económicas (profesor-alumno, guía-turista, agencia de viajes-escalador,arrendatario del coto-cazador, etc.), que loestán convirtiendo en un cúmulo de nuevoslugares hasta ahora ocultos (vías de escalada,sitios arqueológicos, unidades geológicas, pues-tos de caza, etc.). Sin embargo son procesosparciales para los que parece no haber futuro,ya que sobre el paisaje planea la sombra de laparcelación urbanística, que, si se instaura comofunción dominante, provocaría el mayor de losimpactos, disgregándolo hasta hacerlo intransi-table. Esta circunstancia no se ha producidotodavía (pese a un intento a principios de losochenta que ha dejado unas pequeñas parce-las en la Fuente de la Olivilla), porque los vín-

culos sentimentales del actual propietario semantienen mediante la subvención europea delolivar, que hace rentable a la tierra como pro-piedad industrial. Cuando esta cese o cuandose mejore la capacidad circulatoria de la carre-tera de acceso y la tierra alcance más valorcomo propiedad financiera, por la especulaciónurbanística, que como propiedad industrial, seráparcelada y vendida 45. Y los nuevos propieta-rios, que habrán desembolsado sumas ingen-tes, procederán a vallar sin miramientos y noserán condescendientes con los viajeros espo-rádicos.

Es cierto que sobre esta tierra gravitan pro-tecciones municipales, autonómicas y estatalesque afectan al medio ambiente y al PatrimonioHistórico pero, como se sabe, estas serán insu-ficientes sin una concienciación ciudadana que,necesariamente, pasa por la apropiación inte-gral del paisaje. Actualmente esto sólo se puedeconseguir mediante la articulación de los diver-sos significados que otorga a este paisaje cadaagente apropiador (incluido el urbanizador) enel discurso del Patrimonio Histórico comorecurso (ZAFRA, 1999). Lo que permitiría unaapropiación global del paisaje 46 que, integran-do las nuevas funciones y significados, volveríaa restaurarse como signo de identidad, comomarco de interrelaciones sociales y como frutode una historia común.

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45 Como prueba de lo expuesto, después de finalizar este trabajo, el 13 de Enero de 2004 el Diario Jaén publicó la noticia de laintención municipal de realizar un Parque Temático del Aceite que contaría con tres sedes: La Imora, Jabalcuz y Otíñar. Para Otí-ñar contempla la “recuperación” del poblado en ruinas pero “con carácter domótico”, la construcción de un albergue rural, un cen-tro de investigación, ”rocódromos artificiales”, una granja escuela y un campo de golf.

46 Como primer paso desde la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía se ha redactado un expe-diente para la inscripción de Otiñar en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía.

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Fig. 1. Plano general de la zona con la toponimia

Fig. 2. Unidades del relieve en el valle de Otíñar

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Fig.

3.

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Fig. 4. Toponimia de las parcelas cultivadas en el valle de Otíñar

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Fig.

5.

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Fig. 6. Localización de topónimos comunes en Otíñar y el entorno de la Sierra Sur.

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Fig. 7. Esquema de la organización escalar de los espacios significativosde Otíñar.