No. 32 Campesin@s Los mil rostros de la ruralidad

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TEMA DEL MES Los mil rostros de la ruralidad 22 de mayo de 2010 • Número 32 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada

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El proletariado no es homogéneo. Pero lo cierto es que la pluralidad de talantes de los rústicos es extrema. Y, pienso yo, precisamente en esa diversidad radica su fuerza, y no sólo su fuerza, también su condición contestataria y su ánimo subversivo

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TEMA DEL MES

Los mil rostros de la ruralidad

22 de mayo de 2010 • Número 32

Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver

Suplemento informativo de La Jornada

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La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Me-dios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300.Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo en trámite. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores.

Suplemento informativo de La Jornada 22 de mayo de 2010 • Número 32 • Año III

TODOS LOS CAMPESINOS,

EL CAMPESINOEl campesinado nunca es como su modelo. El

modelo es una cosa y la realidad otraTeodor Shanin

En un simposio reciente, le pidieron a Teodor Shanin su definición de cam-pesino, a lo que el autor de libros clási-cos sobre el tema respondió, citando a

su maestro el antropólogo chino Fei Tsiao-Tung, “campesinado es un modo de vida”.

Y desarrolló el concepto. “Una de las característi-cas principales del campesinado –dijo– es el he-cho de que corresponde a un modo de vida, una combinación de varios elementos. Solamente si comprendemos que se trata de una combinación de elementos y no de algo sólido y absoluto, es que comenzaremos a entender realmente lo que es. Porque, si buscamos una realidad fija, no la vamos a encontrar en el campesinado”.

“Hace años, cuando era joven y bello –rememo-ró con humor e ironía el célebre académico de la Universidad de Moscú–, había argumentos fuer-tes sosteniendo que los campesinos eran diversi-ficados, mientras que el proletariado era único y por eso era revolucionario”.

Naturalmente el joven Shanin no estaba de acuerdo con esa tesis, ni lo está ahora, entre otras cosas porque tampoco el proletariado es homo-géneo. Pero lo cierto es que la pluralidad de ta-lantes de los rústicos es extrema. Y, pienso yo, precisamente en esa diversidad radica su fuerza, y no sólo su fuerza, también su condición contes-tataria y su ánimo subversivo.

Sobrevivientes. Evidencia mayor de su vigor es la persistencia histórica que han mostrado los labrie-gos. Desde que el sedentarismo se impuso a la tras-humancia, en todos los tiempos y sistemas sociales ha habido comunidades rurales marcadamente cohesivas y sustentadas en la agricultura familiar; formas de vida nunca dominantes, pero que han sido tributarias y soporte de los más diversos modos de producción. Y esta pasmosa perseverancia pro-viene de la plasticidad campesina, de su capacidad para mudar de estrategia para así sobreponerse a las turbulencias ambientales y societarias.

Había campesinos en las culturas mesoamerica-nas y andinas anteriores a la conquista. Entre los aztecas le daban cuerpo al calpulli: una comu-nidad agraria poseedora de tierras comunales de usufructo familiar que los macehuales trabajaban para su sustento y el pago de tributos; como lo ha-cían sin recompensa en tierras de pillali, propiedad de los señores, y en terrenos públicos destinados al sostenimiento del templo (teopantlalli), del go-bierno (tlatocantlalli) y de la guerra (milchimalli). Durante la Colonia, en el ámbito de los naturales, o República de indios, se siguieron trabajando los calpulli, aunque otros eran ahora los destinos el tri-buto, mientras que en la República de españoles, los sometidos trabajaban para sí y para otros en “re-partimientos”, “congregaciones” y “reducciones”. Durante el México independiente se formaron los grandes latifundios y se titularon de grado o por fuerza los bienes comunales de los pueblos, pero la mayoría de las familias rurales siguió trabajando

parcelas propias –pequeñas milpas o ranchos me-dianos–, tierras tomadas en renta o aparcería, o pe-gujales cedidos por el hacendado a los peones para abaratar el costo monetario de su manutención. Con la Revolución se restableció un calpulli reno-vado –al que llamamos ejido– que coexiste con la pequeña y mediana propiedad privada campesina, y en la cuarta década del pasado siglo cobró for-ma el cooperativismo agrario que con altas, bajas y mudanzas se mantiene hasta nuestros días. De este modo, transitando del calpulli precolombino al moderno calpulli ejidal, la comunidad agraria y la agricultura familiar siguen presentes en el esce-nario rural mexicano.

Polimorfos. Y así como los labriegos cambian de rostro para persistir en el tiempo, así son diversos en el espacio. En una misma época y hasta en un mismo país o región, coexisten las más variadas formas de ser campesino, en una diversidad que lo es de actividades productivas, pero también de escala, inserción en el sistema mayor, sociabili-dad, cultura.

En el sentido económico del término, tan campe-sino es el agricultor mercantil pequeño o mediano que siembra granos en tierras de riego o de tempo-ral; como el milpero de autoconsumo que también trabaja a jornal para sufragar sus gastos monetarios; o el productor más o menos especializado que cultiva caña, café, tabaco u otros frutos destinados básicamente al mercado. Son campesinos quienes viven del bosque o de la pesca, quienes recolectan candelilla, quienes cosechan miel, quienes desti-lan mezcal artesanal, quienes pastorean cabras o borregos, quienes ordeñan vacas y crían becerros. El campesino puede producir granos, hortalizas, frutas, flores, plantas de ornato, madera, resina, fibras, carne, leche, huevos; pero también quesos, aguardientes, conservas, embutidos, carnes secas, tejidos y bordados, loza tradicional, persianas de carrizo, escobas y escobetas... Es campesino el que tiene cien hectáreas, el que sólo dispone de algu-nos surcos o el que para sembrar arrienda tierras o las toma en aparcería. Pero, además, hay variedad dentro de una misma familia, de modo que por lo general el ingreso doméstico campesino tiene muchos componentes: bienes y servicios de auto-consumo; pagos por venta de productos agrícolas o artesanales; utilidades del pequeño comercio; re-tribuciones por prestación de servicios; salarios de-vengados en la localidad, en la región, en el país o en el extranjero; recursos públicos provenientes de programas asistenciales o de fomento productivo.

En términos sociales, el campesino no es una perso-na ni una familia; es una colectividad, con frecuen-cia un gremio y –cuando se pone sus moños– una clase. Un conglomerado social en cuya base está la economía familiar multiactiva, pero del que forman parte también, y por derecho propio, quienes tenien-do funciones no directamente agrícolas participan de la forma de vida comunitaria y comparten el des-tino de los labradores. Porque los mundos campesi-nos son sociedades en miniatura donde hay división del trabajo, de modo que para formar parte de ellas no se necesita cultivar la tierra, también se puede

ser pequeño comerciante, matancero, fondera, me-cánico de talachas, partera, peluquero, operador del café internet, maestro, cura, empleado de la alcal-día... Cuando en el agro hay empresas asociativas de productores, son campesinos sus trabajadores admi-nistrativos o agroindustriales, sus técnicos, sus aseso-res... Y si los pequeños productores rurales forman organizaciones económicas, sociales o políticas de carácter regional, estatal, nacional, o internacional, se integran al gremio o a la clase de los campesinos, los cuadros y profesionistas que animan dichos agru-pamientos, cualquiera que sea su origen.

Las mujeres de la tierra han sido por demasiado tiempo una mirada muda, un modo amordazado de ver y habitar el mundo. Pero algo está cambiando y lo que fuera privado va alzando la voz, se va ha-ciendo público. No sólo sale a la luz el exhaustivo trajín de las rústicas, también emerge poco a poco su filosa y entrañable concepción de las cosas. Una cosmovisión que descentra la hasta ahora dominan-te imagen del mundo propia de los varones. Y si ya eran muchos los rostros campesinos, hoy nos damos cuenta de que son más, pues hay que añadirles la mi-tad silenciada del agro: los rostros de las mujeres ru-rales antes ocultos tras la burka virtual del sexismo.

Campesinizando lo que no. Además de economía y sociedad, campesinado es cultura, de modo que el talante espiritual de los rústicos se trasmina, de manera sigilosa o estentórea, a ámbitos sociales distantes del agro y que a primera vista le son aje-nos. Así, mucho hay de campesino en las redes de protección de base comunitaria y con frecuencia étnica, que establecen los migrantes transfronteri-zos; en la intensa vida colectiva de los barrios peri-féricos, asentamientos precarios y colonias pobres de las grandes ciudades; en el cultivo de la familia extensa y el compadrazgo como sustitutos de la du-dosa seguridad social institucional; en el culto gua-dalupano y la veneración por las terrenales madre-citas santas; en la tendencia a combinar tiempos de austeridad y momentos de derroche, que remite a la sucesión de períodos de escasez y de abundancia propia de la agricultura; en el pensamiento mágico; en el ánimo festivo y celebratorio; en el fatalismo...

Fuentes de la diversidad rural. No sólo el cam-pesino de aquí es distinto del de allá, sino que no es igual el campesino de ayer que el de hoy que el de mañana. Y esta pluralidad ¿de dónde? Yo percibo dos orígenes: uno en los modos diver-sos de relacionarse con la también ecodiversa naturaleza, que se expresan en multiplicidad de patrones tecnológicos, productivos, societarios y simbólicos, otro en las modalidades oblicuas e inestables con que los campesinos se insertan en el sistema mayor, de las que resulta un polimor-fismo socioeconómico extremo que va del trabajo asalariado al autoconsumo, pasando por la agri-cultura comercial ocasionalmente asociativa.

Serán sus compartidos queveres con la tierra y que a todos esquilma el sistema, pero el hecho es que –aun así tan diversos– hay en los campesinos un cierto aire de familia. Y en momentos crucia-les, cuando la identidad profunda emerge alum-brando convergencias, rebeldías y movimientos multitudinarios, los variopintos hombres y muje-res de la tierra devienen clase, una clase sin duda heterodoxa, pero no por ello menos cohesiva, menos visionaria, menos clase.

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AUTORES FOTOS PORTADA: Víctor Camacho / La Jornada • José Carlo González / La Jornada • Fernándo Rosales • Enrique Pérez S. / ANEC

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Armando Bartra Coordinador

Luciano Concheiro Subcoordinador

Enrique Pérez S.Lourdes E. RudiñoHernán García Crespo

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Diseño Hernán García Crespo

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Page 3: No. 32 Campesin@s Los mil rostros de la ruralidad

Marlon Brando (Emiliano Zapata) y Jean Peters (Josefa Espejo) en Viva Zapata, de Elia Kazan, 1952Columba Domínguez en Pueblerina, de Emilio Fernández, 1949

Silvia Pinal en La soldadera, de José Bolaños, 1966

Miguel Inclán en Los de abajo, de Chano Urueta, 1939

Dolores del Río en María Candelaria, de Emilio Fernández, 1943

Fernado Soler (Pancho Villa) en ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando de Fuentes, 1935

Felipe de Jesús Calderón

Jaime Fernández y Aurora Clavel en Tarahuamara, de Luis Alcoriza, 1964

Emilio El Indio Fernández y Dolores del Río en Flor silvestre, de Emilio Fernández, 1943

Que Viva México, de Sergei Mijailovitch Eisenstein, 1931Burt Lancaster y Jean Peters, en Bronco apache, de Robert Aldrich, 1954

Pedro Armendáriz y María Elena Marqués en La perla, de Emilio Fernández, 1945

Toshiro Mifune y Flor Silvestre en Ánimas Trujano, de Ismael Rodríguez, 1961

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Hablar de campesin@s es hablar de lo diverso y complejo. Cam-pesin@ es, por antonomasia, un concepto que comprende

una pluralidad de significados.

Ser campesin@ es tener una relación solida-ria con la naturaleza y la milpa; pero también una relación simbólica que tiene que recrear para darle sentido y significado a su vida.

Ser campesin@ es producir granos básicos y arvenses para el consumo de la unidad familiar, sembradas en pequeñas parcelas, utilizando fuerza de la familia y usando ge-neralmente animales para realizar las labo-res de cultivo, así como una gran diversidad de semillas criollas. Ser campesin@ es os-tentar creatividad y práctica para ser multi-funcional, en su tierra o fuera de ella, sobre todo cuando se sabe excluido de las políti-cas públicas de fomento a la agricultura. Ser campesin@ es saberse explotado y rebelde; es luchar perennemente de la mano con sus herman@s de clase contra el capital; ser campesin@ es hablar de los protagonistas de la historia de México y del mundo.

Si el campesino como idea es variopinta, el de carne y hueso es aún más polimórfico. Tomemos de ejemplo al campesino tlax-

calteca sólo como productor de milpa. Su diversidad se manifiesta desde la coexis-tencia de productores jóvenes y viejos; de mujeres y hombres, y de ejidatarios, comu-neros, propietarios y arrendatarios.

Pero la variedad productiva se expresa, sobre todo, en la forma en que manejan el maíz. El 35 por ciento de ellos siembra la semilla adoptando las recomendaciones, promovidas por los tecnólogos uniformi-zantes, basadas en el monocultivo. El res-to ha cultivado el maíz, durante milenios, como milpa cuyo manejo, al contrario de lo se piensa, es intensivo y complejo porque:

1.- Hay que establecer terrazas con mague-yes y/o árboles frutales y agregar estiércol para que prosperen mejor, no sólo los maíces multicolores y distintas plantas ar-venses, sino también una gran diversidad de flora y fauna que crece a ras de suelo y en el subsuelo. Estas prácticas agríco-las convierten a la parcela en fábricas de cadenas y tramas tróficas que regulan la presencia de depredadores de las plantas cultivadas y mejoran la fertilidad física, química y biológica del suelo.

2.- Cultivar milpa significa ensamblar cul-tivos lo cual requiere de mucha sabiduría y destreza. Se trata de un complicado mo-

delo de ingeniería ecológica que:a) Articula, en el tiempo-espacio varios cul-tivos. En Tlaxcala los milperos asocian el maíz con frijol, con frijol-calabaza, con haba, con haba-calabaza, con calabaza y múltiples arvenses. Mientras que el tec-nólogo denomina peyorativamente male-zas a las arvenses y las combate con herbi-cidas, el campesino las usa como hábitat de la fauna silvestre, consume muchas de ellas y/o las aprovecha como forraje para alimentar a su ganado.

b) Promueve la relación agricultura-ganade-ría. La posesión de variadas razas de ganado mayor y menor le ha permitido al campesino el reciclamiento adecuado de los restos de su cosecha y comida, diversificar sus fuentes de ingresos y alimentación y contar con estiér-col para emplearlo como abono orgánico.

c) Crea múltiples sinergias que potencian la productividad de los recursos emplea-dos en las actividades agropecuarias. La asociación maíz-frijol-calabaza mejora la relación agua-suelo-planta-ambiente, ya que el frijol-haba fija nitrógeno de la atmósfera, el cual es aprovechado por las plantas cultivadas; por su parte, la calaba-za con su amplio follaje y hábito rastrero fomenta la retención del agua y del suelo e impide el crecimiento de malezas y la evaporación del agua.

d) Tiene la capacidad de elevar la eficien-cia energética y relativa de la tierra, de ser resiliente y transformarse sin perder su funcionalidad; es decir, de perdurar innovándose.

Cultivar la milpa en estos tiempos es una negación al neoliberalismo modernizador que todo lo quiere uniformizar mediante el empleo de paquetes tecnológicos ricos en agroquímicos y en ganancias para las trasnacionales, pero empobrecedores del campesino, de la tierra y de la atmósfera.

Sembrar milpa no sólo es benéfico para el campesino sino también para toda la humanidad. El cultivo de la milpa puede ayudar a detener el calentamiento y des-trucción del globo terráqueo porque la di-versidad de plantas que hay en la parcela consumen más bióxido de carbono. Este elemento químico representa uno de los principales gases de efecto invernadero.

En fin, ser campesin@ es enfrentarse a en-tornos adversos, porque de lo que se trata es de reproducirse como campesin@s. La elaboración de este texto se basó en la apli-cación de mil 884 cuestionarios en una en-cuesta levantada en los 60 municipios del estado de Tlaxcala.

multiplicidad agraria

Héctor Robles Berlanga

Es a finales de los años 90s y princi-pios del siglo XXI cuando comen-zó a reconocerse que una parte importante de los dueños de la tie-

rra o unidades de producción son indígenas, mujeres, posesionarios o productores que aprovechan de distintas formas los recursos naturales. Nuestro interés por dar a conocer información que habla sobre estos nuevos sujetos agrarios es que el efecto de la prolon-gada crisis del campo mexicano se acentúa sobre estos grupos sociales, que se caracteri-zan por ser los más pobres.

Los nuevos sujetos agrarios que irrumpieron en la escena nacional con nuevas propuestas de organización y recuperación de espacios no son precisamente los esperados por los “moder-nizadores” de la sociedad. En lugar de inver-sionistas con deseos de invertir y asociarse con agricultores “prósperos” y emprendedores apa-recen los propietarios de la tierra pobres que quieren discutir sobre temas como un mejor aprovechamiento de los recursos naturales, es-quemas de comercialización en mercados soli-darios, construcción de redes de solidaridad, el papel del Estado y concretamente del munici-pio, la mujer y su papel en la vida nacional, y el territorio como espacio político y social.

Indígenas. En nuestro país la población in-dígena es importante por su diversidad con 62 lenguas vivas y cerca de 100 variantes y dialectos y por su magnitud: 10.2 millones de personas, lo que representa poco más de diez por ciento de la población nacional.

Los indígenas participan en seis mil 830 eji-dos y comunidades del país que representan el 22.9 por ciento de los núcleos agrarios, son dueños de 22 millones 624 mil hectáreas de

propiedad ejidal y comunal, y cinco millones de propiedad privada, lo que representa el 15.5 por ciento de la superficie rústica, cinco puntos más que lo que significa la población indígena para el país.

Como propietarios de la tierra y de ciertos recursos naturales, tienen una importancia relativa mayor que aquella referida sólo a la población. Una de las características sobresa-lientes de los seis mil 830 núcleos agrarios con población indígena es la disponibilidad de recursos naturales. Nueve de cada diez ejidos y comunidades disponen de algún recurso na-tural –pastos; piedra, grava y arena; bosques; selvas; materiales metálicos; acuícolas y tu-rísticos–; son dueños del 28 por ciento de los bosques templados y de la mitad de las selvas que existen en la propiedad ejidal y comunal, producto de sus luchas agrarias. Además, en los municipios donde habitan se producen vo-lúmenes muy importantes de agua resultado de altas precipitaciones, por lo que son consi-derados municipios captadores de agua; y sus prácticas agroecológicas los sitúan como am-bientalistas “profundos” y de largo alcance.

Mujeres propietarias de tierra. Las mujeres en el campo participan en el desarrollo de nues-tro país con su trabajo cotidiano, en el ámbito doméstico, agropecuario y artesanal, sin que hasta el momento se reconozca su aporte a la actividad nacional. Hace poco más de 30 años, las propietarias de la tierra eran muy pocas, su número apenas rebasaba un punto porcentual y ahora representan cerca de 18 por ciento. En suma, estamos hablando de 833 mil ejidatarias y comuneras, 331 mil posesionarias y 282 mil pro-pietarias privadas, es decir, un millón 447 mil mujeres son actualmente dueñas de la tierra.

Sin embargo, las titulares de la tierra enfren-tan los problemas estructurales de la propie-dad de la tierra de manera más acentuada. Existe un mayor número de mujeres con cin-co o menos hectáreas; 53.2 por ciento de las ejidatarias se ubican dentro de ese rango, 62 por ciento para el caso de las propietarias pri-vadas y 78.4 por ciento las comuneras. Ade-más, son de edad más avanzada: seis de cada diez mujeres titulares tienen más de 50 años, y tres de cada diez son mayores de 65. Por otro lado, las dificultades económicas conlle-

van la necesidad de que las mujeres trabajen para el sostenimiento del hogar, muestra de ello es que de cada diez hogares, en tres la ti-tular de la tierra contribuye a su sostenimien-to, y en otros tres es el único sostén. Es decir, en seis de cada diez hogares la mujer es un importante apoyo para la economía familiar.

Posesionarios: minifundistas privados o avecindados con solar. De acuerdo con el VIII Censo Ejidal 2007, existen un millón 442 mil posesionarios. Estos sujetos son aque-llos campesinos que poseen tierras ejidales en explotación y no han sido reconocidos como ejidatarios por la Asamblea o el Tribunal Agrario. Se caracterizan por ser más jóvenes que los ejidatarios, con edad de 43.5 años en promedio; cuentan con parcelas más peque-ñas, 3.1 hectáreas contra 9.5 que poseen los ejidatarios; muy pocos tienen derecho a las tierras de uso común, y el tamaño de sus sola-res también es menor. En síntesis, tienen una situación más precaria que los ejidatarios.

Productores asociados para aprovechar recur-sos naturales. De acuerdo con el Censo Ejidal y Agrícola Ganadero 2007, existen 137 millones 277 mil hectáreas de pastos, vegetación diversa y bosques, es decir, siete de cada diez hectáreas de nuestro país son de este tipo. Estos recursos naturales son utilizados por 22 mil 868 ejidos y comunidades para: aprovechamiento de pastos (17 mil 612); extracción de materiales de cons-trucción (siete mil 683); extracción de otros minerales (383); pesca (mil 741); artesanías (mil 694); actividades industriales (768); turismo (869); producción acuícola (mil 189), y otras actividades (mil 156). Además, existen seis mil 726 ejidos o comunidades que se dedican a la recolección y un millón 400 mil unidades de producción que se benefician de estos recursos. Estos sujetos sociales son los responsables de cuidar estos recursos vitales para la nación.

Miguel Ángel Damián Huato, Benito Ramírez Valverde y Artemio Cruz León

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Víctor Suárez

Los productores de granos básicos or-ganizados en la Asociación Nacio-

nal de Empresas Comercia-lizadoras de Productores del Campo (ANEC) comparten muchas cosas: a) el objetivo de defender y revalorizar la agricultura campesina en pequeña y mediana escala, con base en el trabajo familiar; b) la idea de que es necesario cambiar el modelo de dependencia alimenta-ria por uno con base en la soberanía alimen-taria; c) la convicción de que el combate a la desigualdad económica, social y política que predomina en el sector rural transita por el impulso a la ciudadanía, la democracia par-ticipativa y el ejercicio pleno de los derechos para los y las campesinas, los pueblos indios, las mujeres y jóvenes, los jornaleros agrícolas y en general para la diversidad de actores de la población rural, y d) el concepto de que la organización autónoma, independiente, autogestiva, plural y democrática de los cam-pesinos es la condición necesaria, si bien no suficiente, para lograr los objetivos anteriores.

Sin embargo, entre los productores de la ANEC existen también muchas diferencias, tantas como regiones agroecológicas hay en el país, como clases de granos básicos se cultivan y como sistemas de producción se practican. Asimismo, hay grandes diferencias entre los anecos del norte, los del altiplano y los del sur y entre los productores mestizos –la mayoría– y los indígenas tzotziles, mayas, popolucas y purépechas de Chiapas, Campeche, sur de Veracruz y Michoacán que son socios de la organización.

AGRICULTORES NORTEÑOSPara los campesinos del sur, los productores de Chihuahua, Tamaulipas, Nuevo León y Zacatecas son terratenientes, ricos y agrin-gados. Pero lo cierto es que los campesinos norteños de la ANEC son ejidatarios, cincuentones en su mayoría, con parcelas que van de 20 a 40 hectáreas de temporal en el semide-sierto; producen en forma mecanizada maíz (blanco y amarillo), frijol (pinto Villa, pinto Saltillo, bayo, negro Zacatecas, negro San Luis, flor de mayo, flor de junio, canario, vaquita, alubia, en-tre otras variedades), sorgo, trigo y avena. En su mayoría son o parecen fornidos y altos quizá porque usan botas puntiagudas con tacón cubano,

pantalón de mezclilla ajusta-do, cinturón piteado, camisa vaquera y sombrero (gorro) de copa alta o cachucha de beisbolista. Son carnívoros. Cuando comen los platillos del centro y del sur, sienten que no comieron, que algo les hace falta. Por eso, ade-más de altos y fornidos, mu-chos tienen vientre abultado. Se parecen a los ricos terrate-

nientes de Chiapas. Pero nada más se parecen porque cuando se quitan las botas y el gorro aparece la rea-lidad: un campesino normal, calvo, de talla media si no es que baja. Están muy cerca de Estados Unidos: casi todos han migrado en alguna etapa de su vida; importan de allá maquinaria usada y ciertas tecnologías de los granjeros del norte; la mayoría tiene un mueble o troca para su des-plazamiento y el de la carga. Son muy buenos productores, sólo que dependen enteramente del temporal: muy pocos años buenos, demasiados años malos. Muchos de ellos emplean los términos propios de los granjeros gabachos: galones, búshels, precios de futuro, precios de físicos, cobertura de precios, opciones put, opciones call, spreads, compensaciones, agricultura por contrato, créditos prendarios, certificados de depósito, etcétera Además de enfrentar el clima adverso y las políticas anticampesinas de los gobiernos federal y estatal, ahora viven envueltos en la pesadilla de la inseguridad y de la impunidad. A pesar de la apariencia bronca y echada pa’lante, los norteños de la ANEC son nobles, pacíficos, apegados a su organización y muy dados a la movilización y al activismo. Resisten al embate de las polí-ticas neoliberales y sufren los mismos proble-mas que sus compañeros del sur.

INDÍGENAS DEL SURSon ejidatarios, comuneros o pequeños propietarios con un promedio de cinco

hectáreas de buen tempo-ral, ocasionalmente en ve-gas de ríos o valles húmedos que les permiten hasta dos cosechas al año. Cultivan principalmente una gran di-versidad de maíces nativos, así como frijoles y arroz. La mayor parte de los campe-sinos sureños pertenecen a comunidades indígenas (popolucas en el sur de Ve-racruz, mayas en la región de los Chenes, en Campe-

che, y tzotziles en la región de Venustiano Carranza, Chiapas). En general, son de

complexión baja y delga-da; usan botas de trabajo o huaraches y sombrero de palma o cachucha. En los lomeríos y montañas pro-ducen utilizando el siste-ma de roza-tumba-quema y sembrando con coa. En los valles y pla-nicies emplean yunta de bueyes y algunos pocos empiezan a utilizar tractor. Tienen rendimientos intermedios, pero con un alto potencial que empiezan a desarrollar gra-cias a un programa de la ANEC llamado

“productividad sustenta-ble con destino”. La expe-riencia organizativa de los campesinos sureños está marcada por el enfrenta-miento con terratenientes y caciques por el derecho a la tierra y contra el despo-jo de sus territorios, aguas y bosques. Asimismo, ha estado influida por la rei-vindicación de sus dere-chos colectivos (derecho a gobernar sus territorios, a

decidir sobre su vida comunitaria, a nom-brar sus propias autoridades, a defender sus prácticas comunitarias). Sufren de manera permanente los in-tentos gubernamentales de controlarlos políticamente con los programas públicos. Antes no había migración a Estados Unidos. Ahora, des-pués de 15 años del Tratado de Libre Comercio de Amé-rica del Norte (TLCAN) se ven crecientes f lujos migra-torios, principalmente de jó-venes campesinos sin recursos para seguir cultivando sus parcelas. Cuando se organi-zan, los sureños de la ANEC son muy leales a su organización. A veces parece que son demasiado tolerantes con quienes los explo-tan, pero cuando se les termina la pacien-cia, actúan con mucha decisión y voluntad colectivas.

CAMPESINOS DEL ALTIPLANOSon muy pequeños productores de granos básicos de los estados de Puebla, Tlaxcala, Morelos y el oriente de Michoacán. Ejidatarios y pequeños pro-pietarios, en su mayoría con parcelas no mayores de tres hectáreas, en tierras ubica-das en el Altiplano central, con un temporal regular pero condiciones difíciles de cultivo debido a heladas tempranas que dañan las cosechas o tardías que afec-tan las siembras. Padecen sequías prolongadas con frecuencia, lo que hace incierta su producción. No obstante, son excelentes custodios, mejoradores y cul-tivadores de una enorme diversidad de maí-ces nativos, trigo, avena, cebada y habas. Pro-ducen con herramientas manuales (azadón y coa), también con yunta de mulas y bueyes, y cada vez más con tracción mecanizada.

Muchos de ellos son cam-pesinos de medio tiempo, ya que trabajan estacional-mente en las ciudades para completar sus ingresos. Las raíces comunitarias de los campesinos alteños han sido muy debilitadas a lo largo de las últimas décadas. Son más individualistas, desconfiados y rejegos que los de otras re-giones… ¡Cómo no! Son so-

brevivientes de décadas de abandono y con-trol caciquil. Los anecos alteños se resisten a desaparecer y se organizan para impulsar un proyecto campesino diferente.

PRODUCTORES DEL BAJÍO Y OCCIDENTELos campesinos de la ANEC del Bajío/Oc-cidente (Guanajuato, Michoacán, Jalisco y Nayarit) son probablemente los que gozan de mejores tierras y recursos naturales, así como de capacidades organizativas y tecnológicas para enfrentar las políticas anticampesinas

de las últimas tres décadas. Son productores ejidales y propietarios privados con un promedio de ocho hectáreas de buen temporal o de riego en una de las regiones ce-realeras históricamente más productivas del país. Muy vinculados a los flujos migra-torios a Estados Unidos desde hace décadas, se nutren de los migradólares, de la expe-riencia laboral adquirida en las agroempresas y de la im-

portación de maquinaria y tecnología para im-pulsar sistemas de producción de maíz, trigo, sorgo de alto rendimiento. Viajan con mucha frecuencia a Chicago y sus alrededores: para visitar a sus familiares, para comprar maqui-naria agrícola usada y para tomar cursos en la Bolsa de Granos de Chicago sobre comercia-lización y administración de riesgos de merca-do. La mayoría de las organizaciones locales del Bajío/Occidente tienen su propia infraes-tructura de almacenamiento: bodegas y/o silos mecanizados. Como los campesinos norteños,

los de esta región están bien familiarizados con los sofisti-cados programas de apoyo a la comercialización de la Se-cretaría de Agricultura y con las herramientas de mercados abiertos para una adecuada comercialización y cobertura de riesgos: compras anticipa-das, compras consolidadas de insumos, acceso al crédito, coberturas de precios, certifi-cados de depósitos, etcétera. Tienen muy vivas algunas

experiencias organizativas negativas y por eso valoran alternativas como la ANEC. Son campesinos de tiempo completo o casi. Muy profesionales e informados. Pero, igual que sus compañeros del resto del país, saben que están en la cuerda floja y que hay que luchar si es que quieren seguir siendo campesinos. Director ejecutivo de la ANEC

productores de granos básicos: norte, occidente, centro y sureste

MOSAICO DE SISTEMAS PRODUCTIVOS

Es necesario cambiar el

modelo de dependencia

alimentaria por uno con base

en la soberanía alimentaria

La ANEC comparte muchas

el objetivo de defender y

revalorizar la agricultura

campesina en pequeña y

mediana escala, con base

en el trabajo familiar

Entre los productores de la

ANEC existen también muchas

diferencias, tantas como regiones

agroecológicas hay en el país,

como clases de granos básicos

se cultivan y como sistemas

de producción se practican

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Karla Cruz-González, Sofía Medellín, Mauricio González y Gabriel Hernández

A lo largo de los 11 mil 122 kilómetros de litoral en el país y las dos mi-llones 500 mil hectáreas de aguas interiores (ríos, arroyos, lagos, lagu-

nas, esteros, presas, estanques) se despliegan numerosos modos de aprehender el mundo. Así, encontramos comunidades que hacen de la pesca su actividad principal y familias campesinas e indígenas que complementan su consumo o ingreso con la pesca.

Se les encuentra agrupados mayoritariamen-te en cooperativas, pero también existen pescadores libres que son contratados por dueños de barcos y pequeñas embarcaciones o pangas. Y está también la pesca familiar, que se ha convertido en uno de los reductos organizativos ante los embates y fracasos de la colectividad forzada, promovida por la or-ganización cooperativista vertical impulsada desde el Estado. Se puede distinguir entre aquellos que tienen acceso o no a los medios de producción, siendo mayoría los que sólo poseen su fuerza de trabajo.

Las artes o instrumentos de pesca suelen enumerarse al menos en cuatro grandes con-juntos: redes, trampas o nasas, arpones y fis-gas, así como líneas y anzuelos. Y si bien la diversidad en artes y métodos es amplia, en-tre más exista un proceso de valorización de la producción pesquera por el capital, más se reduce la diversidad de las técnicas de cap-tura. Podemos señalar también los hoy poco utilizados cohetones y explosivos, diques, ve-nenos vegetales para adormecer a los peces, captura con las manos, cestas entre los na-huas de Guerrero y cuicatecos y las hermosas redes de tsiurho y parakata utilizadas por el pueblo purépecha, entre muchas otras artes.

Tradicionalmente, la actividad pesquera se ha organizado en torno a una división del trabajo por géneros y edades: lo usual es que los hom-bres pesquen en el mar y las lagunas mientras que las mujeres procesen y comercialicen el producto, pero también participan en el arre-glo de artes de pesca o en la propia captura en esteros, bajos, lagunas, ríos y arroyos, sin obviar que son ellas quienes ejercen protago-nismo en la acuacultura rústica, como una extensión de las actividades de traspatio. En ocasiones la división del trabajo por género se

deja ver en las artes y métodos de pesca; por ejemplo entre los nahuas de la Sierra de Santa Marta, Veracruz, las mujeres pescan camarón con matayaual (una red amarrada a un beju-co circular flexible) y los hombres utilizan fle-chas y atarrayas para atrapar otros peces.

Pero la diversidad en un país constituido por numerosos pueblos indígenas se mul-tiplica, pues muchos mundos cohabitan ahí donde una misma técnica puede ser utilizada. Así, las mujeres rarámuris construyen cercos naturales en los ríos para atrapar peces peque-ños mientras lavan la ropa, recogen quelites o cuidan las cabras. Para “salir a marea” los mayo-yoreme piden permiso a Bawe am iola, el dueño del mar, y a Bawe O´ola, su esposa, protectora de la pesca. Mucho de lo que Oc-cidente suele llamar recursos naturales, para otros pueblos son patrimonio de un “dueño” que forma parte de una comunidad que supe-ra lo humano. Para los seris-comca´ac, fue una tortuga quien ayudó a secar el mundo para que los hombres habitaran en él.

Los huaves guardan respeto y dedican ritua-les a una deidad de la lluvia y del mar llama-do Mange o Teat-ndik. Los totonacos saben que el Señor del Trueno es San Juan Aktisi-ní, quien tuvo que ser amarrado en el fondo del mar para que no cause problemas. Los maseualmej o nahuas de la Huasteca reser-van actos rituales a la dueña del agua, Apan-

chanej o la Santísima Sirena, quien además ayudó a liberar al maíz del cerro sagrado. Para los yaquis-yoemem, algunos de sus an-cestros míticos llamados surem viven en el mar transfigurados en ballenas, tortugas y otras especies acuáticas.

Pero no sólo los pueblos indios son los que magnifican lo cultural. Entre no indígenas es común que al santo patrón que protege a los pescadores y que suele ser quien rige los procesos de pesca –que en diferentes regio-nes es la Virgen del Carmen o Virgen de los Pescadores– se le lleve navegando en proce-sión durante la fiesta en los deltas, ríos y este-ros, agradeciendo y pidiendo buena fortuna.

Así pues, la diversidad es el otro nombre de la pesca, pero también es su fuerza, constitu-ción y producto. Diversidad en riesgo ante el avasalle de una industria que responde a la acumulación de capital, a costa no sólo de la riqueza natural, consustancial a la biodiversi-dad, sino a la vida de comunidades pesqueras que se resisten a desaparecer o ser parte de un sector terciario al que están siendo conde-nados de forma periférica. Y no es que todo proyecto de desarrollo costero o marítimo sea indeseable, mas lo es si no responde a las necesidades y aspiraciones de todos aquellos que viven y mueren en la mar. Centro de Investigación y Capacitación Rural, AC (Cedicar)

De altura, ribereños, artesanales, buzos y acuicultores

LA MAR DE PESCADORES

Víctor M. Quintana S.

En Chihuahua hay que hablar de una diversidad de campesinos: los indí-genas y mestizos que realizan una agricultura de infrasubsistencia en la

Sierra Tarahumara, los pequeños y medianos agricultores de los valles irrigados, y los cam-pesinos temporaleros de los llanos altos, de los lomeríos semiáridos, del oeste y noroeste del es-tado. A estos últimos nos vamos a referir, por ser los que abarcan más territorio, más población y los que han tenido un papel histórico más claro.

La vasta región natural llamada el desierto chi-huahuense forma parte del ámbito etnohistóri-co denominado Aridoamérica, espacio de gran-des planicies áridas y semiáridas, montañas y oasis en las vegas de los pocos ríos. Comprende tanto el norte y noroeste de México como el suroeste de Estados Unidos. Aquí florecieron los mundos Anazazi y Mogollón, madres de las culturas Paquimé y Pueblo, entre otras. Es este el hábitat de los rancheros chihuahuenses.

Los campesinos temporaleros del centro-oeste, oeste y noroeste del estado de Chi-huahua mantienen una serie de referencias históricas comunes, que fungen como “mi-tos fundadores” de su identidad: El luchar en un medio natural adverso, de clima extre-moso, donde cada fruto se arranca a la tierra con mucho sudor y haber colonizado las tie-rras de frontera les forma, como señala Frie-drich Katz, su carácter de rancheros libres, autónomos, levantiscos, de comunidades algo desiguales, pero bastante democráticas.

Independientes, autónomos, pero no aisla-dos. Porque sólo en comunidad han podido de-fender el espacio conquistado, construido por ellos. Así, organizados como pueblos libres se defienden de los apaches; se defienden de los enormes despojos por parte de los latifundistas, los mandamases porfirianos y de las compañías deslindadoras. Como pueblos, señala Víctor Orozco, son los primeros que toman las armas en 1910 dentro de los contingentes orozquistas y maderistas y luego integran la columna verte-bral de la División del Norte.

Al triunfar la Revolución, aunque derrotados, los rancheros del oeste de Chihuahua deman-dan al estado posrevolucionario sus tierras despojadas. No como dotación, a la manera de los ejidos y comunidades del centro y del sur del país. En el imaginario de los pueblos de Chihuahua lo que está presente, desde las colonias militares del siglo XIX, es el uso y la apropiación de la tierra como colonia. Este imaginario se ve fortalecido por el proyecto de colonias militares puesto en marcha por Fran-cisco Villa como gobernador del estado en 1914 y por el gobernador Ignacio C. Enríquez a principios de la década de 1920. Por eso los ran-

cheros ven con extrema desconfianza el pro-yecto agrario del régimen posrevolucionario. Sin embargo, aceptan el ejido, porque “no hay de otra”, como estrategia para recuperar sus tie-rras o para acceder a ella quienes son peones. Estrategia que va a tener sus altos costos: 70 años de control corporativo, de manipulación política, de dosificación de sus demandas, de represión cuando se rebelan. Lo que no pu-dieron ni los apaches ni los latifundistas ni el porfiriato, lo lograrán siete décadas de corpo-rativismo en el campo: domeñar a los ariscos e independientes labriegos chihuahuenses.

Hoy las vastos llanos chihuahuenses son poseídos de diversas formas por los orgu-llosos labriegos: predomina el ejido, pero existen también numerosas colonias agríco-las ganaderas estatales y federales, además de “mancomunes”, es decir, antiguas aso-ciaciones de pequeños propietarios. Otra re-presentación muy difundida que conforma la identidad de estos campesinos temporaleros es que “ante lo difícil del medio, lo extremoso del clima, hay que trabajar muy duro”. Esto con-forma una ética casi puritana, de la austeridad y el trabajo. La aridez del suelo y la escasez de precipitaciones hacen también muy azarosa la agricultura, lo que ha forzado desde el prin-cipio a una gran diversificación de las activi-dades generadoras de ingreso: agricultura de granos básicos: maíz, frijol, avena, combinada, con la ganadería, fundamentalmente vacuna; la fruticultura de clima templado: manzanas, duraznos, ciruelas, membrillos; la ganadería de traspatio, y una gran actividad de preserva-ción de alimentos por medio de los deshidra-tados y las conservas para mantener una dieta más o menos equilibrada en los meses de secas y de frío. (Estas prácticas han sido deterioradas por la invasión de los modos industrializados de comer y de comprar.)

Toda esta actividad productiva es comple-mentada desde hace muchos años por la

emigración temporal a Estados Unidos, facili-tada por la proximidad geográfica. Desde que Chihuahua se convierte en frontera, luego de 1848, ésta funciona más como un espacio de intercambio, de flujos, que de límites. Para los campesinos chihuahuenses la “ida al otro lado” (acá no se dice “al norte”) es algo perfec-tamente ordinario desde hace varias genera-ciones: la ocupación temporal transfronteriza no sólo les ha brindado ingresos adicionales en temporales difíciles, sino también los ha iniciado en nuevas técnicas agrícolas; les ha posibilitado modernizar sus implementos agrí-colas, así sea con maquinaria de segunda; los ha puesto en contacto con otro modo de vida, y los ha hecho aspirar a otros satisfactores.

Luego de 27 años de embestida en su contra por parte de las políticas neoliberales en el campo, de 16 años de vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los rancheros del oeste y noroeste de Chihuahua han visto reducido su número porque la emigración forzada por la economía excluyente ha ido expulsando a muchos de sus tierras. Pero no se dan por vencidos. Han de-sarrollado estrategias diversificadas para hacer sobrevivir a sus familias y a sus comunidades: se dedican más a la ganadería y menos a los granos básicos; desarrollan pequeños proyectos y tienden a organizarse mejor; se han urbani-zado más, y a pesar de las restricciones han me-jorado sus condiciones de vida y han adoptado, con lo bueno y lo malo que esto trae, muchos hábitos de la vida urbana. Han construido or-ganizaciones, como el Frente Democrático Campesino para poder edificar mejor su resis-tencia. Como en el tiempo de los apaches, se repliegan y tratan de hacerse invisibles ante el terror que siembran los narcotraficantes. Han hecho binacionales sus familias, y transfor-mado su cultura. Pero en cada gesto, en cada rito, en cada palabra, en cada celebración de su vida cotidiana revelan que siguen aquí, que nada dobla su voluntad de resistencia.

Chihuahua

RANCHEROS DE ARIDOAMÉRICA

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Nací en el ejido de Agua Fría, del munici-pio de Bachíniva. Mi familia es campe-sina, originaria de este ejido y allí nos

mantenemos. Me involucré en el movimien-to campesino a mediados de los 80s, cuando tenía 25 años de edad, mis papás ya par ci-paban en él y la mayoría de mi ejido y en ge-neral del noroeste de Chihuahua luchaban por mejorar los precios del maíz y del frijol. En mi comunidad también la lucha era por resolver un problema de tenencia de la erra, y fue así como nuestro movimiento, junto con otros locales conformaron el Movimiento Demo-crá co Campesino, el cual se convir ó en el Frente Democrá co Campesino de Chihuahua (FDCCh) en 1993. La lucha que teníamos en los 80s era muy fuerte y muy par cular de nues-tra región donde los campesinos son tempo-raleros; tomamos más de 60 bodegas de Co-nasupo y no recuerdo que en otros estado del país ocurriera algo similar.

Después, como FDCCh, seguimos dando lu-cha para enfrentar la apertura comercial; nos movilizamos, tomamos puentes (...) Adver mos que el Tratado de Libre Comer-cio de América del Norte (TLCAN) nos iba a afectar a los pequeños productores de gra-nos de temporal, y ahora vemos que sí los afectó y afectó a todo lo que es pequeño: a los pequeños comerciantes, a los pequeños industriales, e incluso a otros de escalas ma-yores, como los agricultores medianos de riego y a otros sectores como los lecheros y los manzaneros.

Con el TLCAN totalmente abierto, vemos que esa lucha estuvo perdida, aunque no claudicamos y ahora estamos luchan-do por proteger nuestros maíces, ante la amenaza de la siembra e importación de transgénicos, y también denunciamos las prác cas que llevan a la concentración de la agricultura, como son los apoyos que están recibiendo preferencialmente los menonitas para perforación de pozos de riego, o las prebendas que ob enen las trasnacionales para la comercialización de los productos agrícolas.

A mediados de los 80s en nuestro ejido te-níamos muy buena ac vidad en la produc-ción de maíz y frijoles criollos, pero ha pa-sado el empo y con la apertura comercial ya se han abandonado casi totalmente estos cul vos debido a la apertura comercial, a los bajos precios y a la alta produc vidad que hay en los maíces híbridos de riego. Tam-bién ha infl uido la competencia de frijoles pintos estadounidenses. Ahora muchos pro-ductores están enfocados principalmente a la avena para uso forrajero y a la ganadería (becerros para exportación) como segunda ac vidad, pues tenemos agostaderos am-

plios. La situación ha cambiado bastante en estos 25 años. Y es cierto que dejar de producir maíz y frijol atenta contra nuestra soberanía alimentaria y la de todo el país.

Ahora el frijol sólo se produce en pocas regiones, en los municipios de Cuauhté-moc, Guerrero, Namiquipa y Cusihuiriachi, donde las erras son favorables para la leguminosa. Y los maíces criollos (tulan-cingos, perlillos, azules, chocarreros, hem-bras, apachito) siguen presentes en varios municipios como Gómez Farías, Madera, Zaragoza. El apachito es na vo de la Sierra Tarahumara.

Aparte de cambiar el po de producción, la consecuencia de la apertura comercial en mi región y en Chihuahua en general, es la enorme migración. Hay ejidos, comunidades rurales que se han vaciado en 50 por ciento, y así se puede ver en los censos de población, muchas escuelas han cerrado, hay jóvenes que se han orientado al narcotráfi co por fal-ta de oportunidades, y todo esto provoca las condiciones de inseguridad actuales.

Yo estudié el bachillerato y tengo una carre-ra técnica pecuaria, tengo tres hijas, de 25, 20 y 16 años de edad y un niño de 11. Esta-mos viviendo en el campo, nuestra ac vidad es campesina y no pensamos re rarnos de la comunidad (LER).

Llegué a Anáhuac a fi nes de 1986 como religiosa misionera y el padre Camilo Daniel me presentó con las comunida-

des; ya estaba la organización, la Unión para el Progreso de los Campesinos de la Laguna de Bus llos (Upcala). Les dije: “estoy para lo que se les ofrezca” y no pasaban aún ocho días cuando se les ofreció que los acompa-ñara a tomar ofi cinas; par cipé con ellos en una lucha muy fuerte del Movimiento Cam-pesino Democrá co de Chihuahua (el cual fue antecedente del FDCCh) por precios de garan a para el maíz y el frijol. Esa moviliza-ción derivó en una marcha a pie desde Aná-huac hasta la ciudad de Chihuahua, donde estuvimos en plantón casi mes y medio. Yo había llegado a Anáhuac para hacer labor re-ligiosa, pero mi manera de pensar es que si se ofrece algo de luchas, pues par cipo. No les digo “váyanse, yo me quedo aquí rezan-do”. Los campesinos vieron que yo era bue-na administradora, pues manejé el dinero del boteo. Ya entonces el padre Camilo había iniciado la coopera va El Ranchero Solidario de la Upcala con la intención de comerciali-zar los granos que cosechaban los miembros de la Unión. Pero era algo muy pequeño, era una endita en la sacris a. Los campe-sinos le dijeron al padre que la coopera va seguiría sólo si yo aceptaba acompañarlos. Lo pensé porque eso iba a ser un “plantón permanente”, y así lo ha sido. Tengo hoy 71 años de edad y aquí sigo. Yo me considero miembro del FDCCh, pero desde esta trin-chera. Mis ancestros son campesinos de esta zona de Anáhuac que es la puerta de entrada a la Sierra Tarahumara, pero yo me crié en Delicias. Desde que abrí los ojos yo viví en el ambiente del comercio, pues mis

padres vendían calzado, ropa y abarrotes; yo estudié una carrera técnica de comercio, lo que hoy le llaman contabilidad. Así, al empezar a trabajar en la coopera va, visité empresas que mis padres conocían, retomé la cosa del comercio... ¡y yo que pensaba cuando me fui de la casa familiar que nun-ca iba a volver a esto! Llevo así ya más de 23 años con los campesinos; la coopera va tenía poquito capital y lo que hice fue incor-porar puros productos básicos, saqué toda la comida chatarra, y empezamos a comprar todo a granel, royal, canela, harina, para empacarlo todo nosotros mismos y que los campesinos pudieran comprar más barato y más can dad. Fue tanta la euforia por la coopera va que todo el pueblo comenzó a comprar con nosotros e incluso cerraron al-gunos supermercados. Registramos a todo el pueblo como socios y clientes.

La coopera va es de la Ucala, pero yo he dado talleres a compañeros de otras agru-paciones del FDCCh para que pongan sus coopera vas. Más o menos hemos dado asesoría a 20 pero sólo perduran tres coo-pera vas, en Temósachi, en Creel y en Ce-rocahui. No sobreviven todos los proyectos porque no es fácil trabajar en común. Si yo perduro es porque Dios así lo ha permi do.

El principio de la coopera va ha sido que el producto del campo vaya directamente al consumidor sin intermediarios, porque des-de que cerró Conasupo y desaparecieron los precios de garan a, los coyotes se aprove-chan de los campesinos y nosotros no tene-mos los recursos sufi cientes para comercia-lizar todo. Ahora afortunadamente un nieto de un fundador de la coopera va, Felipe Rue-las, ene un proyecto de comercialización. Lo

que hacemos en la coopera va es que cuan-do los socios terminan su periodo de cosecha nos reunimos a ver cuánto levantó cada ran-cho, iniciamos las compras con los más ne-cesitados y luego abrimos la puerta a todos, hasta donde la coopera va pueda comprar. Los que quedan fuera van con Felipe Ruelas.

Respecto de los alimentos que vendemos, se-guimos con la fi loso a de cero chatarra y te-nemos alterna vas, como son “churritos” de amaranto que nos mandan desde Tehuacán, Puebla, y también comercializamos café orgá-nico de la UCIRI, de campesinos del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, y papas de aquí, guisa-das por un señor que vive en Cuauhtémoc.

Queremos promover una conciencia social, ecológica y alimentaria. Luchamos por eso.

Yo veo que los campesinos sufren porque el campo requiere mucha inversión pública para mejora de las erras, y no llega. Lo que reciben es el Procampo, pero eso no alcanza para nada. Un campesino me decía “con los 10 mi pesos que voy a recibir del Procampo voy a pagar una operación que necesita mi señora”. Veo que ha bajado mucho la pro-ducción de maíz y frijol. Hay gente no cam-pesina que se queja y dice “me quemo las pestañas”, y yo digo los campesinos se que-man los pies, las pestañas y todo, veo sus manos, cómo trabajan, y cómo requieren ayuda. También hace falta que el gobierno dé acompañamiento a las coopera vas. Nos dan trato como si fuéramos cualquier em-presa capitalista. Falta que el gobierno asu-ma su responsabilidad y nos ayuden a servir mejor a los campesinos (LER).

rústicos de ChihuahuaTRATADO DE LIBRE COMERCIO, TRANSGÉNICOS

Y MIGRACIÓN, NUESTROS RETOSPedro Torres, coordinador del FDCCh

TRABAJO CON LOS CAMPESINOS, “UN PLANTÓN PERMANENTE”

Madre lolita (Dolores Gallegos),

cooperativa El Ranchero Solidario

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Mi edad es de 63 años y desde que tengo uso de razón me he dedica-do a la siembra y elaboración del

amaranto. De allí he sacado para la manu-tención de mi familia.

En San ago Tulyehuaco la producción del amaranto viene de nuestros antepasados que se dedicaron mucho a eso. En este pue-blo 70 por ciento de las siembras son de amaranto, son de temporal y las cosechas se realizan entre noviembre y diciembre; yo prefi ero hacerlo en diciembre porque para entonces la planta está más seca y al sacudirla suelta más fácilmente el amaran-to. Aquí siempre se ha cul vado también el maíz y el frijol, y en menor medida el pican-te y el tomate.

El amaranto es una herencia familiar. Mi papá me decía “si trabajas el cerro, el cam-po, nunca te va a faltar algo qué comer. Por la falta de apoyos (subsidios públicos), he te-nido que buscar trabajo en otra parte como policía bancario, para completar el gasto, pero nunca dejé el campo y nunca lo dejaré; lo seguiré trabajando conforme a mis posi-bilidades y a mi único hijo varón, que es me-cánico, también le gusta mucho y de hecho me ayuda. Mis tres hijas están casadas y se dedican a cosas diferentes al campo, aun-que una de ellas sabe de apicultura y pro-duce jalea real y miel que yo u lizo en mis dulces de amaranto y que también vendo en un puesto que tengo en el mercado de Atz-capotzalco junto con dulces cristalizados y palomitas con miel que hace mi esposa.

Algo que preocupa es que antes toda la po-blación de Tulyehualco se dedicaba a producir amaranto, ahora sólo lo hace alrededor de 15 por ciento. Hay mucha erra ociosa, y es que sin apoyo, casi no hay ganancia. Eso lo puedo ver bien aunque no tengo muchos estudios, llegué sólo a segundo año de secundaria. Yo no heredé erras porque un hermano de mi pa-dre se quedó con todo porque era el preferido del abuelo; lo que hago es rentar tres hectá-reas, aunque actualmente sólo estoy trabajan-do tres mil metros que me presta un familiar.

Tener amaranto es como un ahorro. Con una inversión de 15 mil o 20 mil pesos por hectá-rea, si mi cosecha es buena, obtengo 30 o 40 costalitos, si es regular 25 y si es mala 15 o 20. Cada costal ene 25 cuar llos, o sea 37.5 kilos (cada cuar llo representa 1.5 kilos), cla-ro que tostado y reventado ya es har to. Lo guardo, y diario, diario, hago alegría; la mayor parte la preparo con cacahuate, otra sola, y también hago con chocolate, una que se lla-ma “tres leches” –con chocolate, chocolate blanco y nuez molida– y pedidos especiales, por ejemplo uno que hago para Silvia Pinal (la actriz), con piñones y con nueces.

Guardo el amaranto tostado; hasta hace cin-co años lo tostaba yo mismo con comal de barro, pero ahora ya pago para que entre al

tostado eléctrico. Todavía podría yo hacerlo con comal, pero el carbón está muy caro y hay que conseguirlo lejos, en Xochimilco.

A pesar de que se sabe de la riqueza del ama-ranto, que ene muchas proteínas y es nutri -vo, y era un cul vo importante de los aztecas, hay mucha gente que no lo aprecia. He oído a algunas personas que se niegan a comprarle alegrías a sus hijos; les dicen: “eso es una co-chinada”. Hay muchos compañeros que dicen “ya no produzco, porque ya no vendo”. Esto desmoraliza. Pero también hay personas que, al contrario, me invitan a escuelas, como es la Universidad Anáhuac, o algunas primarias, incluso un colegio Salesiano, para que les vaya a enseñar a los alumnos cómo se elaboran las alegrías; a los niños les encanta ver cómo

hago las calaveritas para el Día de Muertos. Yo hago obleítas chiquitas con muchas semi-llas de amaranto y las vendo al DIF de Toluca.

El amaranto se produce en los cerros, pues necesita muy poca humedad, pero la plan ta la producimos en almácigos, en las chinam-pas. En esta época del año me levanto tem-prano, doy gracias a Dios, voy al cerro a pre-parar el terrenito para sembrar: lo escombro y posteriormente con la yunta, con dos mulas o caballos, que rento, hago el arado para vol-tear la erra, y en unos 15 o 20 días la plan ta que está en los almácigos ya ene cinco cen -metros, y en 20 o 25 días más alcanza los 10 o 12 cen metros y la trasplanto al cerro donde le damos trabajo para que vaya hacia arriba. Como fer lizante uso abono de res que com-pro, y para el arado debo contratar peones, que cobran muy caro y están escasos: hay que pagarles 250 pesos por día y darles pulque o cerveza, pues de otra forma no van. Además, claro, cuando tengo peones trabajando mi es-posa pone una ollota con frijoles y chilito con huevo o con carne para que coman.

Yo creo que tenemos que darle difusión al amaranto, no dejar que se sigan perdiendo sus erras de producción, y es muy importante

que el gobierno lo apoye, y que apoye también al campesino, porque muchas veces, como a mi me ha pasado, nos corren las autoridades cuando queremos vender en la calle. Por lo pronto yo he hecho un folleto, con la ayuda de un familiar que es maestro, para que mis clien-tes en Azcapotzalco conozcan las bondades de este alimento milenario (LER).

En 1992 el ejido San Andrés Totoltepec, de la Delegación Tlalpan, fue objeto de un decreto de expropiación, que

determinaba que sus erras serían usadas como “reserva” para vivienda en previsión del crecimiento urbano. La erra sería pa-gada a 69 centavos el metro y los ejidatarios decidieron en principio pelear para que el pago alcanzara el peso por metro. Pero des-pués vimos que todo esto era muy injusto y empezamos a luchar y cancelamos el decre-to expropiatorio. Nos devolvieron legalmen-te la erra del ejido. Pero el caso es que es-tas erras, que son de bosque y pedregal en su mayoría, no ofrecen muchas posibilida-des para la producción agrícola. Somos una especie de ricos pobres o pobres ricos los campesinos del Distrito Federal. Las erras son codiciadas pero sus dueños no tenemos muchas formas de sacarles provecho.

Entonces surgió la idea de hacer un proyec-to de ecoturismo, es el Parque Ecológico de la Ciudad de México, que nació formalmen-te en 1997, que es administrado por medio de la coopera va Huehuecalli (Casa Vieja, en náhuatl) y que ha venido avanzando. Cuenta con 129 hectáreas. Yo fui presidente del comisariado del ejido y he visto las pre-siones para que vendamos nuestra erra. Y es que lo único que nos separa de la mancha urbana es la carretera Picacho-Ajusco.

Lo posi vo es que las nuevas generacio-nes se están interesando por conservar

el ejido, y no precisamente por lo que era antes, el amor a la erra porque nos da de comer, sino por una cues ón ambiental. Los jóvenes ven que el cambio climá co, el daño ambiental, ya no es algo hipoté co, ni teórico, sino realidades. El amor a la erra ahora es no tanto porque nos da de comer, sino porque nos da vida. Lo he visto con mis propios hijos. Uno de ellos me dijo alguna vez: “papá, ya no te metas en eso (en la lu-cha para evitar la expropiación y ventas de erra). De todas maneras esto va a terminar

lleno de construcciones”. Le dije “mientras yo viva haré hasta lo imposible por frenar

eso” y seguimos en la lucha y mis hijos están interesados ahora en conservar la erra, en incrementar la capacidad de los servicios ambientales que prestan los suelos.

En el parque ecológico, en los recorridos que damos a niños de primaria y kinder, tratamos de dar ese enfoque, no el de un turismo rural; hablamos de las cues ones ambientales, de la sustentabilidad, de las plantas medicina-les, del aprovechamiento de la erra desde un punto de vista de conservación de todo lo que nos proporciona el campo. También promovemos con nuestros visitantes el res-

cate cultural, que ene que ver con el idioma. Les hacemos ver que hablamos el náhuatl sin darnos cuenta; muchos alimentos enen nombre náhuatl, como aguacate, zapote, tomate, jitomate, chile, o palabras como ma-cuarro, que se usa en forma peyora va para referirnos a los albañiles pero que ene su origen en macuilli, que quiere decir cinco, y que está relacionada con macultlame, que signifi ca los que trabajan con las manos, los artesanos. Los españoles cambiaron la pala-bra por macuarro. El nombre mismo de mi pueblo, Totoltepec, signifi ca cerro de aves, durante muchos años se dijo que signifi caba cerro de guajolotes, pero totol es genérico, corresponde a todas las aves. Guachulolte-pec signifi caría cerro de guajolotes.

En toda las zonas rurales del Distrito Fede-ral, presentes en siete delegaciones, hay proyectos ecoturís cos.

Las cosas han cambiado mucho en compa-ración con diez o 15 años atrás. Lo veo con mi familia y con otros compañeros que están dispuestos a luchar por la erra. Han naci-do nuevas organizaciones que la defi enden y este año en un pueblo vecino, Magdalena Petlacalco, salió la resolución de reconoci-miento de sus bienes comunales. En nuestro ejido también estamos luchando para tener ese reconocimiento en una superfi cie de 406 hectáreas que se adueñó un señor muy in-fl uyente, Gastón Alegre. Las ene desde que Miguel de la Madrid era presidente (LER).

agro defeñoLA ALEGRÍA, UNA HERENCIA FAMILIAR

Camilo Ávila, productor de amaranto en Santiago

Tulyehualco, delegación Xochimilco

LOS QUE VALORAN LA ECOLOGÍAMaximiliano Álvarez, ex presidente del comisariado

ejidal de San Andrés Totoltepec

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José Genovevo Pérez Espinosa

A poco más de 20 kilómetros, en línea recta del Zócalo de la capital mexi-cana, todavía se encuentran comu-nidades originarias que practican la

agricultura peculiar de la Cuenca del Valle de México, un sistema de cultivo que se de-sarrolló en los tiempos de esplendor de esos antiguos lagos, mucho antes de la construc-ción de México-Tenochtitlan por los mexica-aztecas. Es la agricultura chinampera, que sobrevive en dos delegaciones del sur del Distrito Federal en Xochimilco y Tláhuac.

Son pueblos chinamperos Mixquic San An-drés, Tláhuac San Pedro, Tlaxialtemalco San Luis, Atlapulco San Gregorio. Pero la reina de las comunidades chinamperas es Xochimilco, como bien lo afirma el inves-tigador estadounidense William T. Sanders (+), de la Universidad de Harvard.

En su tesis doctoral de 1957, Sanders escri-bió un capítulo con el nombre de “El lago y el volcán: la chinampa”, con descripciones del chinamperío de San Gregorio Atlapulco. Aún ahora en la Mesoamérica moderna se puede ver cómo se conserva con tesón la agricultura tradicional, que resiste en el seno de lo que hoy es la ciudad muy populosa del mundo.

De esos orgullosos campesinos-chinampe-ros-productores, que en el pasado fueron el sostén de México-Tenochtitlan, no sólo que-da el recuerdo, la añoranza, el monumento arqueológico. Las chinampas (palabra ná-huatl que quiere decir sobre el seto de cañas o varas) y los chinamperos no son un vestigio del pasado que debe ser estudiado por histo-riadores, agrónomos, antropólogos, biólogos y demás.

Por el contrario, la agricultura de chinampa es una actividad que se sigue practicando y cuya elaboración admiran propios y extra-ños. Desde la misma construcción –levan-tamiento de parcelas rectangulares largas y angostas, en el interior y bordo de las ciéne-

gas de los lagos de Chalco y Xochimilco–, hasta su altísima producción de hortalizas, maíz y plantas de ornato, con hasta tres cose-chas anuales de espinaca, lechuga, cilantro o verdolaga.

El jardín milenario náhuatl se restringe pero se niega a desaparecer. Antes ya exis-tieron chinampas en Iztapalapa e Iztacalco, fueron famosas las de Culhuacán, Mexi-calzingo, Santa Anita y la de Magdalena Mixhuca, que los abuelos chinamperos co-nocieron al transitar por el antiguo canal de Chalco y de la Viga. Ahí están esas palabras antiguas que aún se emplean: zoquimáit, o cuero para extraer el lodo para el almácigo o semillero; acalote o canal; apantle o zanja, ahuejote (salís bonplandiana) y ahuehuete o sabino (taxodium mucronatum), árboles típi-cos en las orillas de estos terrenos, y acalle o canoa. O la palabra acomanear, que sig-nifica aflojar las plantas del almácigo. O el mismo nombre de los parajes chinamperos como Atenco, Tototliapan, Acuexcómac, o el de los pueblos chinampanecas como Acal-pixca, donde guardan las canoas; Atlapulco, donde revolotea el agua; Tlaxialtemalco, el lugar donde está el bracero de mano para el juego de pelota, y Xochimilco, el lugar de la sementera de flores.

Ahora escasea el agua tanto para el campo chinampero como para consumo humano, cuando en el pasado abundantes manantiales y ojos de agua de la región abastecían al viejo

lago de Xochimilco y su zona chinampera. Los muchos pozos profundos, que extraen el vital líquido a 400 metros de profundidad, han ocasionado, por la sobreexplotación de los mantos freáticos, que esta agricultura sea cada día más limitada. Si a ello agregamos el agrietamiento, los hundimientos diferen-ciales del suelo, el ensalitramiento, el creci-miento desordenado de la mancha urbana, el abandono de las chinampas y la falta de apoyos para todos los chinamperos, veremos muy pronto la desaparición de estos terrenos ancestrales, únicos en el mundo.

Investigadores universitarios auguran que en menos de 50 años ya no habrá chinampas, y otros más pesimistas calculan que la extin-ción ocurrirá en menos de dos décadas.

Tenemos que aprender a convivir con las chi-nampas, ya que son el jardín milenario de la ciudad de México, que con su paseo festivo y su alta producción de plantas de ornato y verduras siguen siendo el gran proveedor de vida para esta ciudad.

El paisaje de las ahuejoteras y la maravilla agrícola de las chinampas con esa geometría de canales y zanjas hicieron posible que en diciembre de 1987 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declarara a Xochimilco Patrimonio Cultural de la Humanidad. Pero ahora, por tanto desorden, está el peligro de que Xochimilco sea incluido en la lista negra del patrimonio mundial en riesgo.

Los problemas son tantos que los cultivos de antes ya no se dan tan fácilmente. Son contados los que siembran maíz chinampero, y algún pueblo apenas llega a tener una de-cena de productores de maíz. Ahora la agri-cultura se dedica más a las flores y plantas de ornato que a la producción de verduras.

Ahí están las plagas: gusano de bolsa o malaco-soma azteca y el muérdago, que están acaban-do con los ahuejotes, estos preciados árboles que dan fisonomía a las chinampas.

La ciudad de México debe pagar la deuda que tiene con las chinampas y los chinamperos por tantos bienes ambientales que le han prestado desde tiempos inmemoriales.

Y en el debate sobre la conservación de este agro ecosistema debemos estar involucrados todos quienes incidimos en el tema: políti-cos, académicos y chinamperos.

Por cierto, un reducido grupo de chinampe-ros ha sido invitado a participar en el Smithso-nian Folkfest Festival, que es el festival de las culturas populares que organiza el Instituto Smithsoniano, en la ciudad de Washington del 24 de junio al cinco de julio de 2010, con una expresión de la “Las chinampas de Xo-chimilco”, donde demostrarán la tradición agrícola que aún sigue. Productor chinampero

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Pero la reina de las comunidades

chinamperas es Xochimilco

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Plutarco Emilio García Jiménez

El 23 de mayo se rendirá homenaje en Tlaquiltenango, Morelos, al líder campesino Rubén Jaramillo, al cum-plirse 48 años de que fue asesinado

junto con sus hijos y su esposa Epifania Zúñiga.

Pocos son los compañeros de Jaramillo que aún viven, pero todos ellos siguen vinculados a los movimientos sociales en defensa de la agri-cultura campesina, la tierra, el agua y el medio

ambiente. Mencionaremos a varios de ellos que seguramente estarán presentes en el homenaje que este año, como ha venido ocurriendo cada año, se le rinde al líder campesino.

Félix Serdán Nájera, quien fue secretario de Jaramillo y portador de la bandera y el archivo durante el primer levantamiento en 1943. Fue herido en combate y preso político amnistiado por Manuel Ávila Camacho. El Ejército Zapa-tista de Liberación Nacional (EZLN) le recono-ció el grado de mayor honorario.

Cirilo García Velásquez, quien acompañó a Jaramillo hasta los años 50s, después de la

derrota del movimiento henriquista, tuvo el grado de general brigadier y era el portador de la única ametralladora con que contaba el grupo armado en ese entonces.

Aurelio Oliveros, del pueblo de Nepopual-co, leal compañero de Jaramillo en el levan-tamiento que se inició en 1954. Aurelio, alias Guillermo, compartió acciones y un largo re-corrido por pueblos de Morelos y del estado de Puebla con Victorino Jiménez, Luciano Herrera, Ausencio Castillo, José García Me-dina, Santiago Hernández y otros.

Tranquilino Torres y Silvino Ramírez Anaya, de Amatlán de Quetzalcóatl, fue-ron fieles soldados jaramillistas y guías en la serranía de Tepoztlán, donde Jaramillo

se refugió durante varios meses en 1955. Es-tos viejos son hoy guardianes de las tierras comunales.

Pedro Herminio Zeferino, dirigente campesi-no indígena, quien siendo muy joven apoyó la lucha jaramilista, falleció en Xoxocotla el pasado 11 de abril. En 1980, junto con el ex soldado za-patista Longino Rojas, fue fundador de la Unión de Pueblos de Morelos y el principal impulsor de la cooperativa cacahuatera Nahui Milli. Pedro Herminio, mejor conocido como La Moja-rra, pese a ser analfabeto era portador de una gran sabiduría y era un dirigente con una gran visión política. En su pueblo era todo un personaje apreciado por los viejos, los jó-venes y los niños.

En los pueblos del sur y el oriente de Mo-relos, muchas mujeres adultas recuerdan cómo se apoyaba a los hombres de Jarami-llo. Algunas preparaban comida, otras eran “correos” y otras, como doña Paula Bata-lla, eran parte de su escolta.

Las luchas zapatista y jaramillista nos han legado importantes enseñanzas, muchas de ellas están vivas en la mente y los recuerdos de estos viejos luchadores. Vaya para ellos y ellas nuestro recuerdo y nuestro cariño, no sólo por su participación histórica, sino por-que siguen en pie de lucha.

Roberto Velasco Alonso

México Tenochtitlan se edificó sobre una isla artificial y esto se tradujo en una particular pro-blemática agrícola, ya que con-

taba con muy poca tierra de cultivo. Este “in-conveniente” logró resolverse gradualmente con la ampliación de la ciudad por medio de las chinampas y con la obtención de algunas tierras en las orillas del lago por la vía armada.

En esencia, la sociedad en el tiempo de los mexicas, se conformó por dos grandes seg-mentos: los pipiltin, o nobles, y los macehualtin, la gente común, quienes vivían bajo una serie de estrictas restricciones sobre el uso y posesión de joyería u ornamentos; y sobre el vestido, que no podía ser de algodón sino de ixtle. Tam-bién debían andar descalzos, vivir en chozas muy humildes y sólo podían tener una esposa. El Estado mexica vigilaba celosamente el cumplimiento de estas normas; para ello, los macehualtin estaban agrupados en calpulli o barrios que se originaron al comienzo de la migración. Originalmente, estaban formados por parentesco pero ya en tiempos de la con-quista, sólo se demarcaban geográficamente. Cada calpulli poseía tierra comunal. El cal-pullec, o jefe de barrio, adjudicaba parcelas a cada uno de sus habitantes, y éstos canaliza-ban por medio del calpullec sus tributos y ser-vicios al Tecutli o señor. El calpullec debía ob-servar que las tierras fueran trabajadas, ya que si no lo hacían durante dos años, las perdían.

Aunque en general, la información sobre ellos es muy escasa, los macehualtin se dife-renciaban socialmente según la cantidad de tierra que tenían asignada. Otro segmento de esta misma población estaba compues-to por los mayeque, o renteros, que cultiva-

ban la tierra de los nobles y estaban ligados a ella aunque su propietario cambiara.

Estas restricciones fueron en realidad un con-trato, un pacto que los agricultores acordaron con las clases gobernantes en la víspera de la guerra que sostuvieron los mexicas contra Azcapotzalco en 1426. Los macehualtin se de-cían ajenos al conflicto, por lo que pidieron permiso para evacuar la isla. Los pipiltin les propusieron entonces que si los apoyaban y el resultado les era adverso, invertirían los pape-les eternamente; en cambio, si el resultado les era favorable, tributarían obediencia, a lo cual aceptaron. El desenlace se inclinó a favor de los mexicas y el pacto debió ser respetado.

Los macehualtin tenían a su favor el dere-cho a cesar sus obligaciones al cumplir los 52 años, a partir de los cuales también se les permitiría beber pulque y asesorar a las auto-ridades cuando demostraban ser expertos en su oficio. Cuando el lote que le había corres-pondido a un individuo no era bueno, podía pedir que le fuera cambiado –siempre que hubiera tierra disponible–, de querer más tra-bajo, podían tomar a renta tierras de otro cal-pulli También podrían alcanzar un estatus similar a la nobleza por méritos de guerra, pero no podían tener mayeque y sus unifor-mes no podían llevar ciertos tipos de pluma reservados a la nobleza de nacimiento.

El clima y la precipitación pluvial en el valle de México varían impredeciblemente, por lo que la agricultura basada en la siembra y cosecha –de maíz, amaranto, fríjol, calabazas y muchas variedades de chiles– era muy ries-gosa. Se establecieron por ello controles artifi-ciales de agua por medio de canales de irriga-ción, drenaje y se apoyaron en un minucioso ceremonial anual, basado en un preciso calen-dario, que dictaba los tiempos idóneos para remover la tierra, preparar el suelo, desyerbar, nivelar, surcar, plantar, cosechar y almacenar.

El cultivo del nopal y el maguey en tierras no irrigadas también significó un extraordinario complemento alimenticio con numerosos be-neficios, ya que de ahí se obtenía no sólo comi-da, sino pigmentos, herramientas, materiales de construcción, combustible y hasta pulque.

Las estrategias agrícolas también incluyeron la invención de las chinampas –como las que hoy se conservan en el lago de Xochimilco–,que abastecían cerca de la mitad de los insu-mos anuales de la capital mexica. Miles de hectáreas de tierra anegada se transformaron en campos altamente productivos, levantaron el suelo al ras del nivel del lago y lo conso-lidaron con vegetación acuática, se sembra-ban filas de árboles pequeños a los lados para agregar estabilidad. Cada año el suelo era removido y fertilizado con los sedimentos de

lodo que se acumulaban naturalmente en los canales, los residuos de casa y los desechos humanos que eran sistemáticamente colecta-dos en las ciudades.

Para el Estado mexica, la producción de alimentos ocupaba la mitad de sus preocu-paciones cotidianas, esto se ve reflejado en su Templo Mayor. Es por ello que una de las funciones principales del tlahtoani y su go-bierno fuera la de observar cercanamente el comportamiento de las condiciones sociales y ambientales, en aras de producir suficien-te alimento para su población; de encontrar anomalías, debía actuar en consecuencia y de inmediato, ya que de lo contrario se corría el riesgo de perder la cosecha y por ende, el sustento de los pobladores a los que él gober-naba y con ello, su función en el imperio.

EN EL IMPERIO DE LOS MEXICAS

LOS COMPAÑEROS DE JARAMILLO

Grupo de jaramillistas: Don Felix Serdán, acompañado por los ya fallecidos Pedro García y Pedro Herminio Zeferino, entre otros.

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Luisa Paré* y Patricia Gerez**

Nos tocó una época marcada por situaciones que hace 15 años no estaban en la agenda de discusión sobre el campo: escasez de agua,

vulnerabilidad ante el cambio climático, con-diciones de salud humana y ambiental, por mencionar algunas. Hay una problemática ecológica mundial en un contexto nacional dominado por procesos de desarticulación de la economía campesina y desaparición de sus sistemas tradicionales de producción, por el desmembramiento de los ejidos hacia mini-fundios con el debilitamiento de su funcio-namiento como comunidad, por la pérdida de autosuficiencia alimentaria y creciente dependencia en la importación de alimentos básicos, por la emigración del campo y el es-tancamiento del crecimiento económico.

Los pequeños productores son competiti-vamente marginales; las cosechas que tradi-cionalmente llevaban a los mercados locales y regionales se venden a precios insuficientes para cubrir los costos y obtener una justa ga-nancia. Una parte sustancial de sus alimentos y vestido se produce en regiones alejadas, y sus herramientas provienen de otros países.

Su economía familiar se vincula cada vez más a la dinámica de las ciudades por medio del flujo de ingresos, alimentos, vestido y otros, pero su calidad de vida se ha depauperado. La globalización llegó al campo y ha modificado profundamente la condición campesina.

El ingreso campesino proviene de múltiples fuentes: se genera con el trabajo de miem-bros de la familia en la ciudad u otras re-giones distantes, produciendo en pequeña escala ciertos cultivos comerciales y para autoconsumo, ocupando empleos en el pe-queño comercio, o en la tala no regulada en regiones forestales. Para muchos, permane-cer en el campo es el requisito necesario para cobrar subsidios como Procampo y Oportu-nidades, que pueden representar hasta el 40 por ciento del ingreso total familiar.

La preocupación de la ciudadanía urbana por las condiciones ambientales y por el cambio climático ha hecho evidente una función de las zonas rurales, ignorada pero fundamental: son proveedoras de servicios ambientales claves como el agua, para lo cual es indispensable la conservación de suelos en cuencas altas, la protección de eco-sistemas forestales y la preservación de la di-versidad biológica. ¿Cómo ubicar a la gente de campo como custodios de estos servicios y compensarlos por ello?

La política pública enfocada en estimular la creación de un mercado de servicios ambien-tales por medio de apoyos económicos a los dueños de la tierra (el Programa de Servicios Ambientales de la Comisión Nacional Fores-tal) tiene varias limitaciones, pues ofrece mon-tos que no compensan el costo de oportunidad de otros usos del suelo, y resulta poco atractivo para los dueños de extensiones pequeñas, que son los más numerosos. Asimismo, esta políti-ca pública ha sido poco efectiva para desarro-llar dichos mercados porque no ha ido acom-pañada de una campaña de sensibilización y concienciación sobre lo que significan los ser-vicios ambientales, dirigida tanto a la sociedad en general, como a los posibles contratantes o pagadores de dichos “productos”. Tampoco ha logrado establecer una estrategia conjunta entre los distintos ámbitos de gobierno federal, estatal y municipal, para valorar y proteger el funcionamiento de las cuencas.

El enfoque del bioregionalismo y el análi-sis de las externalidades económicas abren la posibilidad de revalorar las funciones am-bientales de las zonas rurales y el papel de los campesinos en este nuevo ámbito. Por ejem-plo, el crecimiento de las ciudades y zonas

industriales sobre los territorios rurales adya-centes se lleva a cabo porque no se incorpora este valor ambiental en la venta de parcelas y en los procesos de planificación. Los habi-tantes de las ciudades y sus gobiernos deben reconocer las múltiples ventajas que repre-senta esta colindancia con la vida rural, que los provee de agua de calidad y de zonas de esparcimiento y que produce una variedad de bienes agropecuarios que se abastecen en los tianguis locales. En muchas ciudades del país se han generado mercados locales, aún incipientes, para productos orgánicos. Con este enfoque, las inversiones dirigidas al campo financiarían la producción de ali-mentos sanos a buen precio para los habitan-tes de las ciudades y del campo, evitando la contaminación de arroyos y manantiales, y al mismo tiempo mantendrían las actividades productivas que han generado los paisajes que admiramos en nuestros paseos.

Hoy la visión de que la ciudad y el campo son complementarios y de que debe haber una corresponsabilidad de la ciudadanía y los go-biernos para mantener este equilibrio obliga a reconsiderar la forma como vivimos y nos alimentamos, y analizar el costo energético del transporte desde regiones lejanas de agua y alimentos. Nos obliga también a reconocer el derechos de nuestros vecinos rurales a mejores condiciones de vida, pues son ellos los respon-sables directos de conservar la naturaleza. *Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. **Inbioteca de la Universidad Veracruzana

Alfredo Zepeda

En la sierras y en la huasteca de Ve-racruz e Hidalgo, la gente se ani-mó a rozar cuando las lluvias se adelantaron en mayo. Ya para San

Juan las laderas que descienden a la vega del río Vinazco se tupieron con el verde brillan-te de las matas. Al fin de julio Zaqué Reyes se iba de mañana a divisar desde la altura del cerro del Brujo por si adivinaba el brote de las primeras espigas. Parece que este año habrá maíz, decía la gente de Micuá. Si las nubes se turnan con el sol, la tierra promete la cosecha buena.

Pero el primero de agosto sopló el viento del sur y las nubes huyeron. A mediados, los otomíes de Micuá juntaban el deseo con el recuerdo: “siempre llueve en agosto. Si acaso una canícula de diez días. Pero el mes se fue sin gota. La milpas amarillaron sin remedio”.

En tanto, la tele difundía buenas noticias para los turistas de Cancún. Un sol sin el es-torbo de la lluvia regaló el mejor bronceado para la piel de las rubias durante todo el mes preferido para las vacaciones de verano.

“En octubre siempre tiene que haber maíz nuevo, porque es la ofrenda obligada para los difuntos que llegan a visitar en Todosan-to –comentan las mujeres de Xoñú–, pero este año solamente se dio la cuarta parte y de unos molcatitos que no llenan las arpillas. Va a ajustar apenas para carnaval en febrero. Después, no sabemos qué vamos a hacer”.

Entre tanta sequía, ningún gobierno vol-teó a mirar para acá. El federal se la pasó repitiendo su estribillo “Para vivir mejor”. El del estado solamente repite su monserga: “Veracruz late con fuerza”. En Estados Uni-dos garantizan 200 mil millones de dólares en subsidios anuales para los agricultores, la mayor parte para los agroempresarios del diez por ciento de arriba. En México, el Pro-campo reparte cínicamente a los campesinos de abajo lo que el obispo Casaldáliga llamó “las migajas solidarias de la miseria”. Y ahora todavía se lo regatean a las viudas, con un imposible viaje hasta la capital Xalapa, para abrir el sobre de la traslación de derechos en el Registro Agrario Nacional.

“Los gobiernos quieren acabar con nuestras comunidades, con el modo de vida campesi-no –piensa en voz alta el Zaqué–, y el modo que encontraron para exterminarnos es el ol-vido. Antes, por lo menos nos peleábamos con ellos. Ahora no sabemos dónde están. Dicen que una computadora es la que da y quita el Oportunidades. Más bien se acerca la Secre-taría de Agricultura a sus socios de Monsanto para acabar con nuestros maíces y vendernos transgénicos y el Gramoxone. Ya están en la frontera de Tamaulipas con Veracruz, a las puertas de la huasteca, con el permiso que les dio Calderón. Quieren que el maíz, nuestra sangre, se convierta en mercancía, para que todo lo tengamos que conseguir con dinero.

“Con estas trampas, el dinero se ha vuelto in-dispensable. Antes decíamos que alguien esta-ba pobre cuando no tenía maíz. Ahora pensa-mos que pobre es el que no tiene billetes. Es el cambio más fuerte que está sucediendo en el modo de vida de las comunidades de la sierra”.

Los jóvenes de las comunidades tuvieron que irse en estampida hasta Nueva York a buscar los dólares, lavando carros en los carwash al sur del Bronx. Los dineros que mandan son 20 veces mayores que todo el apoyo de los gobiernos. El precio es el desasosiego cotidiano de las mujeres, por la ausencia.

“Pero con todo y todo, nosotros no hace-mos cuentas de costos para sembrar y para vivir como siempre hemos sido –dicen los de Tehé, en las cumbres del Ñuní–. No hay como la seguridad de tener maíz propio. Qué tal si nadie siembra en la comunidad. Nomás quedaría el de la Conasupo, más polvo que grano”. El sufrimiento revuelto con el trabajo es un gusto; el que nos man-da el gobierno es pura desazón y muerte”.

En enero el aire trajo olor de humedad, después de las heladas. La tele aseguró que El Niño iba a acarrear la sequía, pero las cabañuelas anunciaron lluvia. Y el agua cayó. De nuevo los de la sierra baja y la huasteca le apostaron al tonalmil. La milpa ya jilotea en abril, arropando frijol de en-redadera, calabazas, sandías, yuca y todos los quelites. Los elotes están asegurados y la gente duerme en el monte para cuidarlos de los tejones.

“Puedes perder la milpa y volver todavía a sembrar. Un rato te pones triste. Pero el alma no se puede quedar sin yolpaki (co-razón alegre)”, explican los mexcatl de Zo-quitla, abajo de Ilamatlán.

Y en las madrugadas todavía le cantan los otomíes a las flores de hortensia. Los de Can-to Llano en Ixhuatlán siguen labrando violi-nes jaranas y huapangueras para que la mú-sica no se acabe. Al igual que los rarámuri de Chihuahua, saben que el mundo se termina el día en que los pueblos dejen de danzar.

CAMPO Y CIUDAD EN EL SIGLO XXI

ENTRE OLVIDOS Y AGRESIONES, SEGUIMOS SEMBRANDO

“Los gobiernos quieren acabar

con nuestras comunidades,

con el modo de vida campesino

–piensa en voz alta el Zaqué–,

y el modo que encontraron

para exterminarnos es el

olvido. Antes, por lo menos nos

peleábamos con ellos. Ahora no

sabemos dónde están. Dicen que

una computadora es la que da

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Los pequeños productores son

competitivamente marginales; las

cosechas que tradicionalmente

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venden a precios insufi cientes

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Lourdes Edith Rudiño

A unos pocos kilómetros al sur de Cuautla, Morelos, en el pueblo de Tenextepango, del municipio de Ayala, hay cuatro productores que

han decidido prescindir de las semillas co-merciales y los agroquímicos, que tienen una producción impresionantemente variada que consumen de manera local y comercializan en el mercado de Cuexcomate, y que han adoptado la filosofía de la agricultura orgáni-ca: “lo que producimos es salud”, dicen.

Hablamos con dos de estos productores, Juan Rosas Mejía y Sergio Ortiz, y visitamos parte de las dos hectáreas propiedad de este último, un tramo de cinco mil metros cua-drados, donde Sergio realiza sus prácticas de experimentación, con semillas nativas y traí-das de otros lugares de México, y donde se da el lujo de tener un espacio para que “crez-ca todo lo que allí se dé”, sin límites, pues aspira a consolidar un área de recuperación de la zona nativa y recrear así el microclima y el ambiente natural, lo cual fortalecerá la biodiversidad y la presencia de enemigos na-turales de las plagas, y beneficiará así toda la producción aledaña.

El “laboratorio” de experimentación de Ser-gio cuenta con un gran número de cultivos: empieza por múltiples maíces y frijoles in-cluyendo criollos y continúa con hortalizas como brócoli, jitomate, varios tomates, pe-pino, calabaza, cebolla; una serie de plantas medicinales y comestibles como el pápalo, la verdolaga, el eneldo, el diente de león, la ca-pitaneja, el venenillo, la alfalfa, la albahaca, el alache, el toloache, los quelites, las verdo-lagas y también ajo-cebolla, flor de calaba-za, guayaba, guaje, pistache, nim, caña de azúcar, entre otros, además de que hay flores de girasol, cuyo color amarillo intenso sirve para atraer a los insectos polinizadores.

Juan Rosas, por su parte, con dos hectáreas, comenta que produce maíz, cacahuate, cala-baza y jamaica. Todo orgánico. Antes, hace casi tres lustros usaba agroquímicos y tenía ejote y maíz.

La vida de estos productores dio un giro en 1993-1994, cuando el gobierno federal deci-dió construir la carretera interoceánica Siglo XXI, ligada a lo que fue el Plan Puebla Pana-má. El proyecto inicial, recuerda Sergio, abar-caba los municipios de Zacualpan, Temoac, Yecapixtla y Ayala, en Morelos, así como parte del estado de Puebla. El plan preveía afectar un gran número de tierras agrícolas de riego y temporal en diversas comunidades, como Ocotlán, Tecaje, San Juan Huesca, Los Li-mones, Las Piedras, entre otras, y en el propio Tenextepango los predios de Sergio, Juan y otros productores estaban programados para desaparecer, iban a quedar enterrados “en ese proyecto ecocida de chapopote”. Los campe-sinos de estos poblados se unieron, dieron una lucha organizada con acciones tales como evi-tar el paso de las brigadas de construcción, bo-

rrar señales topográficas, hacer obstrucciones, realizar reuniones sociales y políticas “y otras que el Estado y los intereses empresariales consideraban ilegales, pero que sabemos que son legales porque el derecho a defenderse es legal siempre”, dice Sergio.

El proyecto al final cedió a las acciones cam-pesinas y fue desviado hacia el sur. “Des-afortunadamente están construyendo y afec-tando otras tierras agrícolas”, señala Sergio, quien ronda los 50 años de edad, y explica que para él modificar su producción depen-diente de agroquímicos a la forma orgánica “fue una consecuencia casi obligada de esa lucha social. Si defendemos la vida, la tierra, hay que defender el cómo producir alimen-tos defendiendo la vida.

“Esto fue un parteaguas, pues después de ha-cer un culto a mi profesión de ingeniero agró-nomo, donde tuve la educación de la Revolu-ción Verde, empecé a ver formas de producción orgánica; recuperé lo que se hacía hace 40 o 50 años, incluida la elaboración de abonos orgáni-cos y la producción de semillas propias”.

Juan Rosas dice: “Regresamos a lo orgánico porque nos ha pegado la carestía (los insumos se han vuelto inaccesibles; la semilla de maíz para sembrar dos hectáreas cuesta 10 mil pe-sos), pero sobre todo porque es más saludable y esa es la cultura que teníamos de nuestros antepasados. Ellos nunca produjeron con químicos, usaban majada de res, de borrego y de caballo. Esa es una riqueza que hemos de-jado perder. El campesino de ahora se volvió muy comodino, le gusta que le den todo en la mano, no hace el sacrificio de producir sus semillas, porque eso representa más trabajo.

“Al producir orgánicos estamos produciendo salud, no enfermedades, mejoramos la cali-dad de vida de las personas, de la familia y estamos dejando esta herencia de nuestros antepasados a nuestros hijos”, dice Juan, quien es técnico en agronomía y comenta que productores vecinos los ven a ellos, se dan cuenta de que no gastan en agroquími-cos y les preguntan cómo le hacen, pues los rendimientos de unos y otros son similares (“produzco 3.5 toneladas de maíz por hec-tárea, igual que en el cultivo con químicos, pero lo mío tiene mejor calidad”).

“Me preguntan ‘¿qué le echas a tus tierras?’, y les digo ‘pues mierda. ¿Quieres oler a mier-da, júntate con nosotros’”, comenta Juan, quien tiene dos hijos varones y dos jovenci-tas y relata que aun cuando tiene empleos alternos al campo, su fuerte en ingresos es la

producción agrícola. Además actualmente se está adentrando a la producción de borregos con zacate orgánico. “Ya tenemos 20 cabezas para barbacoa. Vamos a vender animales y a producir nosotros mismos la barbacoa”.

Sergio señala que desde su época de estu-diante encontró que los extractos vegetales sirven para controlar plagas, y “me topé con lo absurdo de lo académico: me dijeron ‘eso ya se dejó de usar, lo de ahora son los insec-ticidas industriales’, pero yo seguí con el gus-anito por conocer eso, el sulfato de nicotina, la rotenona... Después de la lucha contra el proyecto carretero, promoví algunos talleres con estudiantes, invité a algunos campesinos de aquí a talleres de producción de insumos, y la mayoría comenzó a producir sus abonos; éramos unos diez, ahorita continuamos cua-tro en Tenextepango, pero en Popotlán, Las Piedras, Ahuehueyo siguen otros con esta for-ma de orgánicos, la cual implica producir la propia semilla también. Hay algunos que lo hacen a medias, por flojera o desconocimien-to, pero allí sigue la inquietud”.

Dice Sergio que a los productores orgánicos les interesa convencer a sus vecinos de que tomen el mismo camino, entre otras cosas porque un predio orgánico rodeado de otros que usan agroquímicos sufre la contaminación por vía del agua y del viento. Pero hay otras razones.

“Muchas cosas nos motivan. Una es comer sano. Otra, seguir haciendo conciencia de que no podemos depender de insumos. De 20 años para acá, y en particular desde hace diez años, ha aumentado la dependencia de semillas. Antes durante tres décadas la gente cultivó frijol elotero, negro, e iban sacando semilla año con año. Las empresas semilleras introdujeron semillas comerciales que des-plazaron a la otra y ahora cada temporada los productores deben comprar semillas”.

Otra motivación, agrega, es recuperar suelos. “Da una gran tristeza ver suelos pobres. Es absurdo que haya suelos de alta fertilidad en-fermos. Tienen sales que les impiden la ger-minación. Los agrotóxicos matan a los micro organismos y a los macro organismos, matan la vegetación nativa y destruyen el equilibrio ecológico”. La cuarta razón es el derecho ambiental de las generaciones, pues el uso de insecticidas y otros agroquímicos genera enfermedades que entran al humano por las vías respiratorias y la piel, y esas enfermeda-des a veces resultan en los nietos o bisnietos de quien trabaja las tierras”.

Ambos productores llevan sus cultivos al mer-cado de orgánicos de Cuexcomate, que inició hace tres años en Cuautla, pero que enfrentó muchos problemas allí porque las autoridades gubernamentales “nos daban trato de comer-ciantes”; no entendían la importancia de acer-car al consumidor alimentos sanos. Ello frenó los espacios para el mercado y los campesinos eran acosados con la petición de licencias. Esto bajó la asistencia de productores. A partir de este 2010 el mercado se instala mensualmente en Yautepec y cada semana en Tepoztlán.

Pero este mercado no es como cualquier otro. Sobre todo en Yautepec, además del co-mercio, hay actividades culturales: hay una mesa bibliográfica y social de lo orgánico, hay una mesa interactiva de juegos, hay un trovador, hay pláticas de temas tales como el consumo responsable. “Ofrecemos cultura y salud”, afirma Sergio.

Juan y Sergio, productores orgánicos de Morelos

SALUD Y CONCIENCIA ECOLÓGICA

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Álvaro Urreta

El nopal como eje de nuestra vida productiva. Somos un pueblo de productores de nopal asentados en las faldas del Chichinautzin, en el

Anáhuac. Ya tenemos dos mil 800 hectáreas plantadas, que producen nopalitos de gran ca-lidad. De jóvenes, de dos o tres años, nuestras plantaciones dan poco; cuando tienen más de siete años, pueden dar 120 toneladas por hectá-rea al año; si están cuidadas, pueden tener una vida de hasta 15 años. A esa edad dejan de ser productivas y entonces renovamos la produc-ción arrancándolas de raíz para sembrar nuevas plantas. Como poseemos parcelas con planta-ciones de edades distintas, siempre hay cosecha. Tenemos de cien toneladas por hectárea al año en promedio. La producción anual de nopal de toda la comunidad es de unas 280 mil toneladas.

Utilizamos abono orgánico; lo común es el es-tiércol, pero también gallinaza, no con mucha frecuencia pues su abuso afecta la calidad de nuestros suelos. Los comerciantes que nos ven-den el abono lo traen de las regiones donde hay establos o granjas de pollos; como tiene mucha demanda, cada día es más caro. En Milpa Alta el gobierno del DF subsidia a los productores de nopal para comprar abono. A nosotros no nos dan el subsidio; eso es una desventaja.

Todo el año nos levantamos muy temprano a trabajar nuestras parcelas, pero no nos alcan-zan los brazos y el tiempo, por eso contrata-mos jornaleros de la Mixteca oaxaqueña, la Sierra de Puebla y la Montaña de Guerrero principalmente, para cortar y empacar; les pagamos entre 160 y 190 pesos por jornada de siete de la mañana a dos de la tarde y los tratamos bien, con compañerismo.

Al principio, cuando la producción era peque-ña, vendíamos sólo en los alrededores pero, poco a poco, empezamos a vender en la Cen-tral de Abastos de la Ciudad de México (Ceda). Nos organizamos en un grupo que logró su carácter de permisionario en el Mercado de Flores y Hortalizas dentro de la Ceda; poco después formamos un nuevo grupo; seguimos así y hoy ya somos cinco sociedades de produc-ción rural (SPRs) las que vendemos ahí, en lo que llamamos nuestro mercado comunitario.

Desde hace nueve años realizamos la defensa de nuestro espacio comercial de la mano con otras 16 organizaciones de horticultores que producen betabel, rábanos, brócoli, lechugas diversas, coles, espinacas, acelgas, poros, etcé-tera y que vienen de comunidades de Puebla, el Estado de México, Tlaxcala y el sur del DF (Xochimilco y Tláhuac). La venta de nuestros nopales en la Ceda siempre ha estado amena-zada; incluso hemos realizado movilizaciones.

Las autoridades de la Ceda han apoyado mucho nuestras demandas para reordenar el mercado a últimas fechas; pero nos preocupa que la Secretaría de Desarrollo Económico del gobierno del DF esté pensando en crear nuevas formas de comercialización sin con-sultarnos. Ha dado señales de ello. Intuimos que pretenden quitarnos nuestro mercado comunitario, pues el valor catastral ha subi-do mucho después de que levantaron, junto a nosotros, un centro comercial que tiene ci-nes y tiendas como Suburbia, Sears y Liver-pool. Nosotros no nos rendimos; seguiremos dando la pelea.

En los años recientes hemos variado nues-tra comercialización para desahogar la pro-ducción que ha crecido mucho, pues en el país hay ya más de 12 mil hectáreas de nopal, así que tenemos hoy compradores en Monte-rrey, Tijuana, Guadalajara, Acapulco, Tolu-ca, California, Chicago, Nueva York y Mac Allen, entre otros.

Hace ocho años nos nació la inquietud de procesar nuestro nopal, para aprovecharlo cuando el precio del producto fresco está por los suelos. Creamos la empresa Nopalvita, que luego se unió con Nopalixtli, y posterior-mente, al fundirse ambas, dieron vida a la So-ciedad Cooperativa Nopalvida. Se obtuvie-ron recursos del gobierno para construir una industria rural; todo iba bien pero en 2004, unos 800 policías y 200 francotiradores, en-viados por el gobernador Estrada Cajigal, entraron al pueblo para desconocer por la fuerza al ayuntamiento que habíamos elegi-do por usos y costumbres; mataron a un socio

de Nopalvida, apresaron a más de 150 compa-ñeros y provocaron la huída de la comunidad al monte y albergues en el DF y Tlayacapan. Así, se perdió la producción de ese año, se desorganizó la venta y los proveedores apro-vecharon el desconcierto para robarnos.

En el 2006, ya instalados de regreso en el pueblo y con una nueva autorización de re-cursos federales, se reiniciaron los trabajos, pero surgió un nuevo problema. Descubri-mos que la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA) nos robó más de medio millón de pesos, y la obra quedó inconclusa.

Pero somos tercos y estamos tratando de obte-ner nuevos recursos para que la obra, al pie de la carretera que va a Oaxtepec, no quede para-da. Estamos haciendo directamente la gestión, pues tenemos miedo de nuevos atracos.

A la vez, el Consejo Municipal del Nopal y las SPRs están construyendo otra agroin-dustria con presupuesto federal, estatal y municipal, pero han surgido algunos pro-blemas, al parecer por prácticas poco cla-ras de los diseñadores de la maquinaria. Tenemos fe en que no haya nuevos abusos, porque de ser así el avance que han logrado los chinos al instalar agroindustrias de no-pal en ese país, según dicen las noticias, se convertirá en una competencia desigual y desfavorable pues nuestros clientes les com-prarán el nopal procesado en harina, tiras, salmuera, etcétera. Productor de nopal, director de Nopalvida y secretario técnico de las sociedades de producción de nopal de Tlalnepantla, Morelos

Morelos

EL NOPAL EN LA COTIDIANIDADCOMUNITARIA DE TLALNEPANTLA

AL GOBIERNO FEDERAL Y LA SAGARPAA LOS PRODUCTORES DE CAFÉA LOS CONSUMIDORES DE CAFÉ

¡DEFENDAMOS LA CAFETICULTURA CAMPESINA FRENTE A LOS INTERESES DE LAS TRANSNACIONALES!

La utilización de cafés más baratos para el café soluble es una competencia desleal

Es muy grave, que grandes empresas encabezadas por la NESTLE, pretendan tener el control de las decisiones en la AMECAFE

Exigimos a SAGARPA la reestructuración de la AMECAFE y un cambio de orientación de las políticas y acciones para el Sector Cafetalero

A partir de la década de los 50s, cientos de miles de habitantes rurales se convirtieron en productores de café aprovechando la mejoría de los precios de este grano aromático. La gran mayoría en Comunidades indígenas de zonas serranas y de alta marginación, en las cuales es difícil introducir otros cultivos.

En los últimos 20 años, con la liberalización del comercio del café, los pre-cios no han sido ni la mitad en términos reales de los que existieron en las décadas anteriores, por lo que las familias cafetaleras tuvieron que buscar otros ingresos, ya que no se podía vivir exclusivamente de esta actividad.

Particularmente grave, en México fue la crisis de bajos precios del 2000 al 2004, que junto con la reducción de la producción, llevaron a una disminución de los ingresos en cerca del 70%, lo cual ocasiono además una fuerte migración y un empobrecimiento de la mayoría de las familias cafetaleras.

La disminución de los precios, se debió principalmente al fuerte au-mento de la producción a muy bajo costo, de café de la variedad ro-busta en países como Vietnam. Esto fue promovido principalmente por grandes empresas que venden café soluble, y que demandan una materia prima barata.

Desde el 2005, se tiene una mejoría en los precios del café y en Méxi-co aumento la producción cuando menos un 35%, llegando a 4.7 millo-

nes de sacos en el ciclo 2008-09. Además en estos años el consumo interno creció en cerca del 100%, representando ya un 45% de la pro-ducción nacional.

En los últimos años en nuestro país se han establecido miles de nue-vas cafeterías que venden un café de mayor calidad, mejor preparado, de la variedad arábiga (principalmente del tipo llamado lavado), tos-tado y molido, lo cual contrasta con el dominio que había existido en años anteriores de los cafés solubles y mezclados con azúcar.

El robusta es un café más fuerte, más áspero, con más cafeína que generalmente se le considera de menor calidad, es más demandado por la industria de café soluble por su menor costo y más rendimiento. Se considera que es un café que se distribuye más en países con con-sumidores principiantes que después tenderán a ser mercados más maduros y a consumir más cafés arábigos.

Actualmente, a nivel mundial se tiene nuevamente una sobreproduc-ción de café robusta, cuyos precios han pasado en el último año de 135.0 dólares las 100 libras a 70.0 dólares, cuando los cafés arábi-gos que es el 96% de la producción en México, como resultado de problemas climatológicos en Colombia, América Central y México, actualmente se manejan, en el tipo de lavados en un promedio de 170.0 dólares.

La Industria de café soluble en México encabezada por la NESTLE, desde el año pasado aumento sus importaciones de café robusta. Ac-tualmente pretenden que se dé un fuerte aumento de la producción de esta variedad en nuestro país, lo cual contribuiría a una mayor sobre producción mundial que sin duda llevaría a una disminución también de los precios de los cafés arábigos lavados.

Gracias a su poder económico e infl uencia política, la NESTLE ha lo-grado que la SAGARPA y el organismo para el Sector, la AMECAFE, consideren como prioritario el interés particular de esta compañía de aumentar el tipo de producción que le interesa. Se está abandonando el interés más general de promover la mejoría de la calidad y las ven-tas en mercados de mayores precios de los cafés arábigos lavados. La utilización de cafés más baratos para el café soluble es una com-petencia desleal con miles de cafeterías que están haciendo un gran esfuerzo para promover el consumo de un café de más calidad.

Por todo lo anterior consideramos lo siguiente:

No es viable en México un fuerte aumento de la producción de café robusta, incluyendo nuevas plantaciones. Se conoce que habrá re-cursos fi scales del Programa Trópico Húmedo, pero en el Sector Productor, la SAGARPA no ha informado de los alcances de este Proyecto que tendrá un impacto importante en el desarrollo de la Cafeticultura Nacional.

Consideramos muy grave, que las grandes empresas en el Sector Cafetalero encabezadas por la NESTLE, pretendan tener el con-trol de las decisiones en la AMECAFE, promoviendo junto con los Funcionarios de este organismo, que se nombren en los Estados y en las Organizaciones de Productores, como representantes a los compradores de esta compañía o personas afi nes, para que se apoyen sus proyectos, lo cual está generando una gran inconformi-dad en el Sector Productor.

Ante esta situación, se exige al Secretario Francisco Mayorga, que se dé una reestructuración de la AMECAFE y un cambio de orienta-ción de las políticas y acciones para el Sector Cafetalero.

¡POR LA DEFENSA DE LA CAFETICULTURA MEXICANA EN BENEFICIO DE LOS PRODUCTORES DE CAFÉ!

¡REESTRUCTURACIÓN DE LA AMECAFE, PARA QUE DEJE DE SER UN ORGANISMO AL SERVICIO DE LAS EMPRESAS TRANSNACIONALES, Y QUE TENGA UNA MAYOR PARTICIPACIÓN DEL SECTOR PRODUCTOR!

¡LOS RECURSOS FISCALES DEBEN ORIENTARSE EN APOYO A LOS PRODUCTORES DE CAFÉ, PRINCIPALMENTE

A LA CAFETICULTURA CAMPESINA Y NO PARA LOS PROYECTOS DE LAS GRANDES EMPRESAS!

CONSUMAMOS MAS CAFÉ, DE CALIDAD, DE ARÁBIGOS, TOSTADO Y MOLIDO Y CONTRIBUYAMOS A FORTALECER

A LAS ORGANIZACIONES DE PRODUCTORES QUE VENDEN SU CAFÉ EN EL COMERCIO JUSTO, ORGÁNICO, DE ORIGEN, DE ALTA CALIDAD, ETC.!

Atentamente,Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas CONOC:

Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS)

Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC)

Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC)

Coordinadora Estatal de los Productores de Café de Oaxaca (CEPCO)

Frente Democrático Campesino de Chihuahua (FDC)

Movimiento Agrario Indígena Zapatista (MAIZ)

Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales (Red MOCAF)

www.conoc.org.mx [email protected] Mayo de 2010

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Lorena Paz Paredes

Dora es una campesina de San José de los Olivos, comunidad de la sierra pe-tatleca. Ahí estudió primaria y a los

16 años se casó con Juan, de 18. La pareja abandonó muy pronto el pueblo, huyendo de la violencia que desde hace mucho en-sombrece las serranías guerrerenses. “Nun-ca supe bien por qué... Nomás llegaban los soldados a torturar gente... y se llevaron a varios. Mejor nos salimos y acabamos en este caserío unas cuan tas familias. Y yo mera le puse Guapinoles como se le conoce hasta hoy. Tenemos capilla, enda Conasu-po y una primaria del Conafe. Nada más”.

Dora no ha cumplido los 40, pero ya ene 11 hijos: siete varones y cuatro mujeres. El mayor, de 24 años, se fue a trabajar a Es-tados Unidos y otro de 21 ya lo siguió. Dos más estudian secundaria en una comunidad cercana. Una joven de 15 años estudia en la Ciudad de México, en “Villa de las niñas”, ins tución religiosa. Así que en Guapinoles sólo viven Dora, Juan y seis hijos.

La casa ene piso de erra, dos cuartos, una cocina abierta como acá se acostumbra, pero “no hay agua potable ni electricidad –cuenta Dora–. Nos aluzamos con una planta solar. Y es que a este cerro no llega nadie, menos la Comisión Federal de Electricidad, apenas entra una cuatrimoto por un camini-to de erra que en temporal se vuelve puro lodo”. Rodean la casa frondosos árboles de plátano, guayaba, limón, aguacate, y en el solar un horno de barro humea dos o tres veces por semana, cuando Dora hornea pa-nes que sus niños le ayudan a vender.

Una cuatrimoto, erras de cul vo y algo de ganado son los haberes de la familia. “Te-nemos 15 vacas, un becerro y un toro –dice Dora–; unos animales los conseguimos dan-

do maíz a cambio y otros los compramos con lo que Juan ganó haciendo casas de madera en Zihuatanejo. En octubre y noviembre se padece la canícula, los campos amarillean de sequedad, las vacas enfl acan por falta de agua y zacate, pero en el temporal se repo-nen y engordan”. Entonces Dora y Juan ven-den algún animal para costearse el viaje a México o mandarle algo a la hija.

La familia siembra frijol, arroz, hortaliza de secas y milpa de riego, también maíz de temporal y frutales. ”Sembramos un litro de semilla de arroz en un cuarto de hectárea por el mes de julio, y sacamos como tres anegas (315 kilos) en octubre y noviembre, que alcanzan para el gasto del año y hasta sobra. Si el temporal es bueno, con dos al-mudes de maíz levantamos casi 20 anegas (dos toneladas) que nos rinden bastante; y si el temporal viene más mejor, hasta ven-demos”. Además los hijos jóvenes cosechan cinco y a veces diez anegas de grano “que

comercian en El Rincón y La Lajita, donde hay gente muy pobre que no ene milpa, ni potrero por ser avecindados”.

“Aquí mucho se acostumbra el trueque; da-mos queso por pollo –dice Dora–, carne de res por maíz, huevos por tomates”. Y cuando alguien caza se comparte el jabalí, el venado. Los lugareños acuden a convites de barba-coas, carnes a la plancha en el comal de barro, fi letes salados con tamales de arroz, frijoles, chiles asados, salsas molcajeteadas, quesos de canasta, verduras frescas de la hortaliza y tor llas de maíz nuevo. “Y es que somos po-bres, pero compar dos cuando hay”.

En la cuenca petatleca, igual que en otras regiones campesinas de México, las mujeres se casan jóvenes, se llenan de hijos y el tra-bajo se les recarga. Todos los días Dora se le-vanta temprano para juntar leña, prender el fogón, preparar el nixtamal, guisar, acarrear agua del manan al, lavar ropa, enjarrar las

paredes de casa, maicear gallinas, cuidar y regar las plantas del traspa o, atender a los niños y al esposo, “más si se enferman”. Cuando la milpa esta sazón, tampoco falta a la dobla de mazorca, que luego desgrana con los niños. Mientras, Juan cuida el po-trero, cerca la hortaliza, hace milpa, siem-bra frutales y, si aprieta la necesidad, deja el azadón y se va de albañil a Petatlán. Pero esto sólo en años malos, porque la familia se acompleta con cuatro becas que recibe de Oportunidades. Cada dos meses les llega un cheque y Dora puede comparar aceite, azúcar, sal, jabones, en la enda del pueblo, y zapatos, uniformes, ropa, huaraches, en la cabecera municipal. De vez en cuando tam-bién recibe algo de los hijos que se fueron.

Hace algunos años Dora empezó a juntar-se con las ecologistas de la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán (OMESP). “Me invitó mi comadre –dice–. Y yo que le digo: ‘pues vamos’, y así fue que cam-bió mi vida. Me enseñé a cuidar el agua, el medio ambiente, a comer sano”. Pero lo que más gusto le da es salir de casa, ver al mujerío en talleres, riéndose y aprendiendo noveda-des, oyendo de sus derechos de mujer. Estar organizada la animó a terminar la primaria y ahora cursa ya la secundaria abierta en el INEA. “Costó trabajo quitarle la muina a Juan”. Y es que “los maridos no dejan salir a una de la casa y menos de la comunidad. Muchas ni siquiera se inscribieron en Oportunidades por eso. Y las que estaban embarazadas, se quedaron sin sus consultas prenatales, nomás porque el señor dijo: ‘No, tú te quedas’”.

A Dora la cri can por salidora, por ir a las juntas, a las asambleas ejidales, a talleres, a viajes de intercambio; “Que Juan es mandi-lón, dicen las malhablanzas, que yo chimis-colera”. Pero Dora no se arredra, es aventa-da, emprendedora. Dice con enjundia: “hoy valgo más, soy más mujer”.

Rosario Cobo

Doña Chole, de 60 años, vive en una comunidad de la cuenca petatleca de Guerrero. “No me casé chiquita, tenía

ya 20 años… Me nacieron 11 hijos pero sólo diez viven. Me pasé 23 años teniendo hijos. Y es que nunca me controlé, ¿que sabía una de eso? Ora las mujeres son más listas. Yo no, mi vida fue la pobreza y la crianza: cuando no estaba embarazada, estaba criando, y cuan-do no estaba criando, estaba embarazada. Todos mis hijos de por sí los tuve en la casa, nunca conocí médico ni hospital. Luchaba yo por tener uno, dos, tres años para descansar, para recuperarme Pero nunca me repuse. Le decía yo a mi marido: ‘ya no, ya no’. Pero a él yo tenía que servirle cuando él quería. Por-que me tocó ser mujer y sólo para eso sirvo, dijeron. Dejé de criar porque ya se me termi-nó el empo de la criada. Nunca trabajé en el campo, me la pasaba en la casa y buscando qué darle a tantos hijos con mi pobreza”.

Los hijos que se van porque del campo ya no se vive. “El primer hijo se me fue a los Es-tados Unidos hace ocho años –cuenta doña

Chole–, al año se llevó a su hermano de 15. Ya no han regresado, ni de vacaciones. Yo les digo: ‘ya que están allá, pues aguán-tense’. Ellos dicen: ‘no tenemos papeles; si vamos a verla, a la mejor no podemos regre-sar’. ‘No vengan, pues’, les digo. Nos habla-mos, yo bajo del Zapo llal a Petatlán y ahí, por teléfono, uno me dice: ‘le voy a mandar tanto dinero’. Pero enen su vida ellos, y me mandan sólo a veces. Uno se ajuntó con una de Guatemala, y están contentos… Yo sí los extraño; ¡cómo no los voy a extrañar, si los crié! Pero una es pobre y aquí no hay tra-bajo. Mejor que estén allá. Otro ya vive en Acapulco. Desde chamaco empezó como ayudante de las máquinas y aprendió, ora es maquinista y hace brechas. A mis hijos, creo, no les gusta el campo, ya no quieren ser campesinos; uno es carpintero allá y

otro trabaja en casa. Los jóvenes se están saliendo del campo. Y una aquí se queda en medio de la pobrería, como nació, pero con más años y más acabada después de tanta crianza de chamacos”.

Vivir de la milpa. “Sí tenemos erras; las tra-bajan dos de mis chamacos. Este año sem-braron maíz ellos con peones. Pero también prestamos erras para otros que no enen. Porque muchos son avecindados y no enen en donde sembrar. No nos pagan renta ni nada, es puro préstamo, que en la zona se le conoce como ‘palanca’. Si quieren tum-bar monte, prestamos; uno dice: ’dame un almud’, otro quiere dos almud, lo que ellos puedan tumbar y ya cuando levantan su co-secha se queda el rastrojo para el ganado nuestro. Cuando tengo centavos que me

mandan mis hijos yo le ayudo a mi chamaco para que contrate peón, y si tenemos bece-rrito lo vendemos y de ahí sacamos dinero, o buscamos peón ganado.”

Ahora soy organizada con otras iguales. “Empezamos la Organización de Mujeres Ecologistas (de la Sierra de Petatlán, OMESP) yo y 12. Soy de las iniciadoras, de las meras ma tas. Mi comadre Celsa y mi compadre Felipe nos hablaron bonito: que lo teníamos que cuidar al medio ambiente. Porque antes, ‘basura’, decíamos de las hojas secas, y ella: ‘no es basura, comadre, basura los plás cos que ensucian el agua’… Y así nos enseñamos la limpieza de los arroyos, a no matar pájaros, a no trozar árboles. Y nos comprome mos a enseñar eso a nuestros hijos. Luego empeza-mos las hortalizas para comer fresco y bueno. Y es que antes, hace 20 años que yo llegué, nunca tuve hortaliza. Siempre estaba em-barazada, y comíamos lo de aquí, camarón, fruta, pero verdura no. Ahora todas tenemos. En el Zapo llal 60 sembramos y comemos en-saladas. Sí, me gusta ser organizada. Allí nos aventamos a estudiar, yo terminé ya mi terce-ro de primaria con el INEA. Y así muchas”.

mujeres de Guerrero“QUITARLE LA MUINA A JUAN”

Doña Dora, Organización Ecologista de

Mujeres de la Sierra de Petatlán

“TRABAJAR Y TENER HIJOS, PORQUE ME TOCÓ SER MUJER”

Doña Chole, Organización Ecologista de

Mujeres de la Sierra de Petatlán

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Rosario Cobo

“Siempre he estado en la lucha –decía Felipe Arreaga–, me viene de sangre. Su-frí desde pequeño, todavía no me hacía hombre cuando mataron a mi padre y a

mi hermana. Fueron una gavilla de bandoleros y talamontes que llegó al paraje Río Juan López del ejido El Porvenir, donde mi familia cultiva-ba milpa. Ese día no me tocó acompañarlos”.

“Mi dolor ha sido grande…Ya casado con esta hermosa mujer y compañera que Dios me dio –decía de Celsa–, nos fuimos al eji-do de Puerto Rico en el municipio de Aju-chitlán, allá por Tierra Caliente, del otro lado del Filo Mayor. Conseguí terreno para sembrar y cuidaba un ganado a medias. Pero ahí también había muchos problemas. Va-rias veces fui comisario municipal; como autoridad denuncié a los talamontes, a los que quemaban el bosque para sus potreros, a los robaganado… la pura venganza hizo que perdiera yo a mi madre. Un día salí de madrugada a la cabecera municipal a unas gestiones, y antes de mediodía llegaron a la casa como 15 abigeos fuertemente armados, yo no estaba, y la familia y unos vecinos tu-vieron que hacerles frente.” Celsa recuerda: “La balacera duró no menos de cinco horas y ahí quedó muerta mi suegra, doña Leonor Sánchez Arreola”. Eso pasó en 1977.

En defensa del bosque: La lucha por la de-fensa del bosque y contra las madereras no es cosa fácil. Felipe lo supo bien. En 1974 parti-cipa en una movilización contra la Forestal Vicente Guerrero, denunciando el robo de madera y porque el uso y manejo del bosque estuvieran en manos de los ejidatarios. “La respuesta –contaba Felipe– fue que manda-ron al ejército, llovieron las amenazas, en-carcelamientos y desapariciones. Entonces, apoyados por un licenciado, se organizaron varios ejidos para entrevistarnos con el go-bernador Rubén Figueroa. Después de un plantón en Chilpancingo nos recibieron, ahí Figueroa padre, nos gritó: “dejen de estar de revoltosos o los voy a encarcelar, los voy a acabar para que sepan quién es Figueroa”. En esta entrevista –recordaba Felipe– el go-bernador lo señaló y le dijo: “a ti güero te voy a chingar... y si siguen con sus protestas voy a llenar los panteones de la sierra”.

Por eso Felipe sabía bien que la lucha no es juego. Casi 25 años después, en febrero de 1998, cuando la gente de Banco Nuevo se juntó para bloquearle el paso a los camiones madereros, Felipe les contó de aquellas ame-nazas del gobernador: “Les dije que la lucha era dura, difícil, penosa, que debíamos estar preparados para lo peor”. Ese día nació la Or-ganización Ecologista de Petatlán y Coyuca de Catalán: “Éramos un grupo pequeño, unas 300 gentes de varios ejidos: del Ma-meyal, de la Botella, de San José de los Oli-vos, de Corrales. Los de más arriba estaban también en contra del saqueo, pero tuvieron miedo. Nos plantamos a mitad del camino cerrándole paso a la camionada cargada de madera, y ese día corrimos de la región a la multinacional Boise Cascade, pero sus cóm-plices, los caciques, resentidos nos querían acabar, y que empieza la persecución contra los líderes ecologistas y que nos acusan de todo: de guerrilleros, de narcos”.

Felipe, igual que otros luchadores, tiene que dejar su casa y a salto de mata se refugia en la sierra por más de un año.“Ocho meses viví en una cueva, comiendo lo que encontraba en el monte y lo que a veces traían algunos compa-ñeros”. Su familia busca cobijo en la casa de Jesús, hermano de Felipe, que vive en la Cos-ta, cerca de Barra Vieja. Ahí, cuenta Celsa, “puse una tiendita y cosía ropa y vestidos para tener aunque sea un poco de dinero. En todo un año no vi a Felipe, a veces sabía de él por la razón que traían de la sierra”.

“En 2004 –relataba Felipe– el cacique que servía a la maderera me acusó de un delito que no cometí, y es que por la lucha se le aca-bó el negocio desde 1998. Once meses estuve preso… Siempre he creído en la ley y he lu-chado por un gobierno que la haga respetar, pero mi desengaño fue grande en los meses de cárcel porque veo que pueden más los in-tereses de los poderosos que el respeto a la ley.

“Estoy contento. Mi lucha ya no es sólo mía. Mi esposa, junto con otras cien mujeres de La Botella, mi ejido, están organizadas. Yo les digo: ‘nosotros ya estamos avanzaditos de edad, no vamos a durar mucho… el medio ambiente no es de Felipe Arreaga, es de to-dos… Así que esta lucha es de todos, porque el medio ambiente es vida, y si se acaba el agua, el aire, los bosques, es la muerte’…

“Siempre he dicho que puedo morir por la causa en la que creo y que no cejaré en la lucha limpia, legal y desinteresada que me anima. No creo en la violencia y pienso que el trabajo de educación y de formación de con-ciencia es más fácil en la paz que en la guerra. Esa ha sido mi conducta durante los años que llevo de vida sufriendo cruel persecución”.

La muerte llegó de pronto y sin aviso. Feli-pe murió el 16 de septiembre del 2009 en un absurdo accidente en la carretera de Petatlán-Zihuatanejo. El futuro que imaginó, la justicia por la que peleó para esta serranías es una tarea que hoy continúan Celsa y la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán.

Guerrero

FELIPE ARREAGA SÁNCHEZ (1949-2009)

DEFENDER EL BOSQUE,DEFENDER A LA GENTE

Tzinnia Carranza López

Alicia es una mujer ikoot, madre soltera de dos hijas. Ella es teje-dora de ilusiones y esperanza, con su telar de cintura confec-

ciona prendas que guardan el conoci-miento ancestral de las abuelas milena-rias. Alicia sale a la calle a vender lo que sus manos trabajadoras producen y reco-lectan para conseguir el sustento para su familia, sin embargo, la policía, los aca-paradores y los vendedores establecidos la corren y le quitan su mercancía. A ella le niegan el permiso; el sistema capitalista neoliberal no le da permiso; las poderosas empresas internacionales que controlan los mercados no le dan permiso; los cor-porativos que patentan la vida y producen los transgénicos no le dan permiso, y la sociedad consumista, inconsciente y apá-tica que no sabe y no le interesa saber de nada ni de nadie más que de ella misma, tampoco le da permiso.

Alicia cada vez tiene menos oportunida-des, pues desde la entrada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) algunos de los productos que vendía en pequeña escala han sido des-plazados por los subsidiados que México importa de Estados Unidos, como es el caso del maíz, que además de competir de manera desleal con las productoras y productores mexicanos, es transgénico. Esa política de acaparamiento de rique-za desmedida es la que ha ocasionado la degradación de los suelos, al imponer los monocultivos a gran escala, la tala de bosques y selvas para la siembra de espe-cies comerciales que están de moda en el mercado y la contaminación de cuer-pos de agua. En lo social ha generado la pérdida paulatina de la cultura de los pueblos originarios, la fractura de las es-tructuras y los valores comunitarios por visiones individualistas y egoístas pro-ducto de la lógica del gran capital.

Es así que un día Alicia, junto con un grupo de mujeres, decidió participar en la construcción del Tianguis Indígena para buscar una alternativa a su proble-mática. Durante varios meses asistió a las reuniones de análisis, discusión y construcción de propuestas. Fue ahí donde por primera vez oyó hablar de la economía solidaria, que es la antítesis de la economía capitalista. Se trataba de generar una organización desde las co-munidades con la suficiente fuerza que pudiera reactivar la economía local por la vía de crear espacios de intercambio y venta de productos; crear redes de co-mercio digno, justo y solidario entre los pueblos, donde los valores más impor-tantes sean los humanos. Un lugar de información y capacitación y, además, donde las mujeres participan en igual-dad de condiciones que los hombres, con equidad de género y social. Un espacio de encuentro de los pueblos originarios

donde se fomentan, valoran y recuperan las tradiciones, los idiomas, la gastrono-mía y todas las expresiones artísticas de las diversas culturas.

El Tianguis Indígena surgió en el 2004 en Oaxaca y hoy en día integra a comu-nidades de las regiones de la chontal alta y baja; ikoots; mixe, zapoteca del istmo, de la sierra norte y de la sierra sur y zo-que, y a diferentes colectivos y organiza-ciones, y participa en redes con pueblos de Chiapas, Morelos, Puebla y Veracruz. Busca que la riqueza de los territorios se traduzca en bienestar de sus habitantes, por ello pueden participar mujeres y hombres que cosechen y recolecten pro-ductos de sus regiones o elaboren alguna artesanía para que llegue de sus manos a las manos de quienes compran. Defien-de y rescata las semillas criollas, está en contra de utilizar los alimentos para ge-nerar biocombustibles, y prohíbe el uso y venta de semillas transgénicas. No utili-za plásticos, reusa y recicla los desechos orgánicos e inorgánicos. Participa en las fiestas de los pueblos y en los eventos a los que se le invite, y crea sus propios festivales y lugares de encuentro. El tian-guis ha logrado instalarse al menos una vez al mes en algún lugar de Oaxaca y en los próximos meses empezará a tener actividades en otros lugares del país.

Alicia, junto con mujeres y hombres de di-ferentes culturas, creó un espacio para ven-der e intercambiar sus productos, donde jamás nadie volverá a quitarle su derecho a construir una vida digna y a soñar con un mundo donde quepamos todas y todos, en una nueva humanidad. Hoy Alicia es la presidenta del Tianguis Indígena. Coordinadora técnica del Tianguis Indígena Multicultural, AC

Alicia, presidenta del Tianguis Indígena, Oaxaca

"PORQUE NOS QUITABAN EL PERMISO"

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22 de mayo de 201016

Víctor Ronquillo

En la tierra de los esclavos del nar-co a la amapola la llaman maíz bola. En La Montaña el cultivo de la adormidera se extiende por la

geografía de la pobreza; se dice que en esta región del estado de Guerrero, donde existe una enorme población indígena, lo único que se produce son peones. Peones para ir a buscar la vida al norte o para el narco.

Viajar por los caminos de La Montaña y re-correr sus interminables brechas en época de lluvias es una aventura: los ríos crecidos y cerros de lodo por todas partes. La margi-nación es una cruda realidad que se rebela cuando los poblados de la sierra quedan in-comunicados por semanas.

La entrevista tiene que ser de noche, cual-quier indiscreción se paga con la vida. El si-lencio se extiende con la complicidad, muy po-cos hablan del cultivo prohibido, del maíz bola.

Este hombre formó parte del consejo de vigi-lancia del comisariado ejidal de este pueblo, uno de los muchos pueblos de la sierra en el norte de la región de La Montaña. Conoce los secretos de la siembra de la amapola, sabe lo que representa para su pueblo: una forma de supervivencia, la violación de la ley, el acecho constante de la violencia y muchos muertos.

Afuera de la casa de adobe llueve y llueve. Lloverá toda la noche. En este pueblo el nar-co no ha dejado casas bien construidas y lu-josas, tampoco flamantes camionetas y auto-móviles, sólo armas. Año con año el número de asesinatos aumenta. Las traiciones, la co-rrupción, las disputas por el negocio, las vie-jas rencillas que afloran con la borrachera.

La pobreza, la violencia arraigada ante la au-sencia de las autoridades y el narco, son los tres ejes por los que transcurre la vida para muchos en la región de La Montaña, “de dra-ma en drama”, como dice Abel Barrera, del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan.

Una triste comparación: si un kilo de maíz puede venderse en tres pesos (cuarenta cen-tavos de dólar), por estos rumbos hay quien paga 10 mil pesos (mil dólares) por un kilo de goma, el fruto de la amapola. En alguna ciu-dad de Estados Unidos, en el callejón preciso el diller ofrece al comprador una dosis de la heroína morena venida de México, tan po-pular por su pureza. Quince dólares la dosis.

–La semilla la trajeron personas que viven acá al norte de la región. La empezaron a vender secretamente. Después se hizo tan popular que cualquiera le regalaba semilla al vecino o quien fuera. Sólo al principio la semilla era negocio.

–¿Cuánto costaba la semilla?

–En aquel tiempo estaba como en 50 pesos la onza.

–¿Alguien le enseñó a la gente cómo cultivar la amapola, quizá colombianos, mexicanos?

–La misma gente que venía del norte, de otro pueblo que se llama Cuautlichán

Según datos oficiales desde 1996 en la región de La Montaña se produce el grueso de la amapola mexicana. En las tierras de Guerre-

ro se encuentran diseminadas la mayoría de las dos mil 700 hectáreas que de acuerdo con el informe Tendencia global de drogas ilícitas 2003, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tienen la capaci-dad de producir 47 toneladas de droga al año.

Por aquí se siembra en Laguna Seca, La Sabana, en El Duraznal, en San Vicente y otros pueblos.

Para Abel Barrera de Tlachinollan, dos facto-res propiciaron que el cultivo de la amapola se extendiera a finales de los 70s por el estado de Guerrero y en la región de La Montaña:

–A río revuelto ganancia de narcotraficantes. La cuestión de la droga en la Costa Grande ya se daba, pero de manera aislada; la entrada del narcotráfico a la región coincide con la llega-da del ejército. Estamos hablando de la guerra sucia de los 70s. El ejército implementó una estructura anti-guerrillera, abrió brechas y se construyeron carreteras. En el tren de la lucha contrainsurgente venía también el vagón de este negocio turbio. Por otra parte, en los años 80s, después de la captura de Caro Quintero, los narcotraficantes diversificaron sus cultivos y los lugares donde sembraban; se buscaron campos donde los indígenas pudieran sembrar amapola. Antes la mariguana era un negocio local, pero lo que podemos llamar trasnacio-nalización del narco se dio con la amapola.

Menos maíz, más amapola. La organización ecologista Worldwatch Institute publicó hace algunos años el resultado de una investiga-ción sobre las causas de la proliferación de narcocultivos en los países pobres del mundo.

“En México, en Colombia, los agricultores cada vez más se dedican al cultivo de dro-gas, debido a que los países enfrentan una combinación de altos subsidios en las nacio-nes ricas, que les hace imposible competir, y barreras comerciales con altos aranceles, que les hace imposible exportar”.

Imposible competir, desde hace años el campo mexicano paga las consecuencias del atraso y la injusticia..

“En México –continúa el informe de World-watch– muchos agricultores están empezan-do a plantar opio o mariguna porque sus cul-tivos de maíz y otros productos no pueden competir con los alimentos importados”.

Allá en la región de La Montaña conocen bien esta realidad.

–¿Qué ha pasado con el cultivo del maíz?

–Está por los suelos, con lo que el campesino siembra no es posible que se mantenga.

–¿Por qué se ha extendido el cultivo de la amapola?

–Por la miseria.

La miseria, la pobreza en la región de La Montaña, es una realidad arraigada a la historia de las comunidades indígenas que sobreviven en lo alto de los montañas en el estado de Guerrero, al sur de México, allá en el mismo confín de la sierra. Los nahuas, los mixtecos y los tlapanecos viven con lo mí-nimo. El maíz, dejó de rendir. Las tierras se agotaron por el uso de fertilizantes con altos contenidos de agroquímicos.

–La región ha estado en una situación crítica desde hace décadas –dice Abel Barrera, en-trevistado en la pequeña ciudad de Tlapa, en la oficina de Tlachinollan–. La gente que se dedica sembrar maíz en los cerros ni siquiera puede usar la yunta. La misma naturaleza impide una producción adecuada de básicos.

En este pueblo, como en muchos otros de esta región, el cultivo de la amapola resultó más que un buen negocio, una alternativa de supervivencia. Después de que gente del norte trajo las semillas y enseñó a los de la comunidad cómo cultivarlas, muchos se in-volucraron en la siembra de la amapola.

El maíz bola, el de la rosada flor de la ama-pola, requiere de muchos cuidados. El traba-jo del barbecho, la siembra y el riego tiene que ser de noche. En lugares apartados, en ocasiones bajo camuflajes formados por te-chos de árboles y ramas, se prepara el terre-no, siempre exiguo. Imposibles las grandes extensiones. El cultivo de la amapola en las montañas de México es cosa de pequeños agricultores.

–Hay que barbechar, aflojar la tierra para sembrar; como son lugares donde no puede entrar el tractor, ni la yunta, hay que hacerlo a mano o con zapapico. Es laborioso. Sem-brar es fácil porque nada más se tira la semi-lla, pero después de que nace hay que cui-darla, separar las plantas, que no estén muy cerca la una de la otra. Hay que estar pen-dientes de las plagas; cuando crece, cuidar que no se la coman los chivos del monte ni otros animales. Son plantas muy delicadas, hay que abonarlas y más que nada regarlas.

Si se siembra en lugares que son muy hú-medos no se necesita mucho riego, pero en lugares secos les hace falta mucho el agua.

Hay que cuidar el cultivo, mantenerlo ocul-to, estar cerca, siempre cerca. Cuando la flor del maíz bola está madura en febrero, marzo o abril, cuando llena de colores rosas, rojos y púrpuras al campo, ya está lista para rayarse.

–Nada más se raya la cascarita y le sale agua, después hay que esperar que cuaje como cuatro o cinco horas y quede ahí pegada, luego hay que recogerla en un traste.

Una larga secuela de violencia. El narco ha dejado una secuela de violencia: en este pue-blo corren historias de venganza, de ataques perpetrados al final de la larga jornada de la siembra y el cuidado del cultivo, cuando no faltan quienes a punta de pistola y metralleta tratan de adueñarse de la goma cosechada.

–¿Qué pasa con las ganancias, con el dinero que deja la siembra de la amapola?

–La verdad, algunos les dan buen uso. Hicie-ron sus casas; se compraron ganado, anima-les; ahorraron para irse a trabajar al otro lado, para el norte.

–¿Y los que hacen mal uso del dinero?

–Se emborrachan, gastan dinero, se dan sus lujos, en la parranda, hacen fiestas, todo eso.

–¿Compran armas...?

–Si, para su defensa, según ellos.

–Armas, como metralletas y rifles.

–Sobre todo pistolas.

En este pueblo de La Montaña el narco impone su cultura, se escuchan los narco-corridos y se ven las películas que en versión de los hermanos Almada narran la zaga del narco mexicano.

–La gente se ha vuelto más violenta, se quie-re comportar de esa manera. Pienso que a raíz de eso llegó a haber muchos asesinatos. Los emboscaban, los mataban.

Desde los poblados de La Montaña la goma de opio llega a Tlapa, donde existen rudi-mentarios laboratorios para poder proce-sarla. En Tlapa corre el rumor de que la mercancía viaja en los camiones refresque-ros y cerveceros, cuyos chóferes conocen la región, saben pulsar los riesgos y los evitan.

Hasta donde se sabe, no existen acaparadores en el negocio de la amapola, pero muy pocos deben tener la infraestructura necesaria para bajarla de la sierra y procesarla para que viaje convertida en polvo rumbo al norte.

Existen dos rutas para la salida de la goma ya procesada, convertida en polvo, en la heroína morena que se compra en Estados Unidos. La primera sale de La Montaña rumbo a Michoacán y de ahí sigue su cami-no hasta llegar a la frontera. La segunda ruta de salida para el fruto del maíz bola es por Olinalá, de ahí al estado de Puebla, luego a Morelos y al final para el norte.

Colombia y México han desplazado a los países de Asia como proveedores de heroí-na al mercado clandestino de Estados Uni-dos. Al abaratar el costo de la droga, que puede inyectarse, pero también inhalarse y fumarse, han propiciado un aumento en el consumo.

Un negocio que permite a un diller ofrecer en 15 dólares una dosis de heroína en las ca-lles de muchas ciudades de Estados Unidos.

¿Cuántas dosis de heroína morena, de la mexicana, se pueden extraer de un kilo de goma, cuyo costo es de diez mil pesos?. Mu-chas y las ganancias se multiplican.

Sin embrago allá en La Montaña de Gue-rrero la cosecha del maíz bola es magra. El dinero del narco, junto con los dólares de los migrantes que se van al norte, apenas ge-neran una precaria economía. Los esclavos del narco apenas sobreviven. Las fabulosas ganancias de las trasnacionales del narcotrá-fico terminan en otro lado.

LOS ESCLAVOS

DEL NARCO

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22 de mayo de 2010 17

Zoila Reyes Hernández

Contaré mi propia experiencia del “sueño americano”. Yo salí de mi comunidad de origen en la Mix-teca oaxaqueña con la gran ilu-

sión de trabajar y ganar dólares, como todos los que nos vamos.

Todo comenzó el 17 de enero de 2008, era mi primer día en Ciudad Juárez, Chihuahua. A las 12 del día pasó don Arturo a recogerme a un hotel que se ubica en la Carretera Pana-mericana. En ese momento traía los nervios de punta porque no conocía al señor Arturo. Él me invitó almorzar. Después anduvimos de un lado para otro tratando de localizar al corredor que me pasaría la línea. Eran como las cuatro de la tarde cuando por fin lo logra-mos. Desde ese momento él se hizo cargo de mí, me dijo: “Siéntese aquí”, y me dio una silla rota.

Nos encontrábamos en una casa de dos cuartos bastante deteriorados, junto a esta vivienda había un parqueadero. Todos se me quedaron mirando muy raro, eran como diez hombres, todos tomaban cervezas ca-guama. Las horas pasaban y yo ahí sin saber a ciencia cierta lo que me deparaba el desti-no. Hacía mucho frío. Una señora de edad avanzada tomaba cervezas con ellos. Los hombres se me acercaron y me saludaron: “Buenas tardes. ¿Por qué está tan solita?, ¿es usted la persona que va a brincar la línea?”. Yo les respondí que sí y ellos me dijeron: “No se preocupe, no tenga miedo, al rato se hace”. Sí –dijo la señora Pepa mientras levantaba la cerveza–, y me platicó que ella no sabía tomar agua, sólo cerveza.

El ambiente me ponía de nervios, para mí las horas pasaban lentamente y tenía mucha hambre, el frío en verdad era invernal: has-ta los dientes y los huesos me rechinaban. Sara, la hija de la señora Pepa, me dijo que pasara adentro, que si tomaba una copa de vino; obviamente le dije que sí. “Ya estuvo”, me contestó. Nos fuimos a la tienda Ríos y compramos unos burritos y una botella de Viejo Año de un cuarto, Sara nos sirvió una copa a cada quien. Eso me quitó un poco el frío y así esperé hasta las diez de la noche. Como se acrecentaba el frío le pregunté al corredor que si me pasaría esa noche, él me dijo que no se podía porque estaba muy ca-liente El Paso.

Me llevaron a un hotel y allí descansé unas horas. Al otro día, temprano me fui a la casa del corredor pensando en que a lo mejor cru-zaría la línea. Los hombres seguían ahí con sus cervezas y me preguntaron: “¿No se hizo anoche?”, les dije que no. “No se preocupe, al rato se hace”. Yo pensé: “Dios quiera”, ahí sentada, sin noticia alguna del corredor, mien-tras la señora Pepa saboreaba su cerveza. Al medio día me dijo que si quería una para la sed, “ándale, esto te va a dar valor para cruzar el río”. Me tomé dos, así me la pasé ese día, esperando; por la tarde fui a comprar unos burritos para quitarme el hambre. La seño-ra Sara me dijo que me fuera al hotel, que

ellos me llamarían. La noche fue muy larga, amaneció. Pasó ese día, otro, otro y nada, la situación me desesperaba. Llegó el lunes 21 de enero y como a las cuatro de la tarde el co-rredor me dijo: “Prepárese porque ha llegado el momento. No se me ponga nerviosa, todo va a ser muy fácil, ya verá”.

Yo sentía muchos nervios. Me dijo el señor que dejara la mochila, sólo me podía llevar el celular y la chamarra, lo demás me lo lle-varía don Arturo estando del otro lado. Todo pintaba bonito, dándome mucha seguridad salí de ahí rumbo a Los Palomos. Camina-mos varias calles hasta una tienda Oxxo y nos metimos como si fuéramos a comprar, era para disimular. Él me dijo: “Aquí se es-pera, ahora viene una persona que le dará el brinco, yo la cuidaré desde ese bordo”.

Eran como las cinco y media de la tarde, las cartas de mi destino estaban sobre la mesa, esperé unos minutos y vi que entró un se-ñor al que le decían El pelos. Lo había visto en el parqueadero días antes. Este señor me dijo: “Sígame”. Rápido salimos de la tienda, caminamos por atrás, había unos establos de vacas, cruzamos un puente porque el canal traía suficiente agua y llegamos a unos terre-nos de siembra, los atravesamos y pasamos entre matorrales y espinos hasta llegar a un río de aguas negras. Allí nos escondimos un rato, el señor Pelos se asomaba para ver si la migra estaba allí. Me dijo: “Hay una pinche vieja”. Yo suponía que era una oficial de la patrulla fronteriza, así estuvimos aproxima-damente diez minutos; nuevamente este señor se asomó y luego me dijo: “¡Córrale! ¡Brínquese el río! yo la vigilo desde aquí”. Yo le pregunté: “¿Acaso yo sola daré el brinco?”. Él me contesto que sí: “¡Ahora brínquese y corra hasta llegar a esas casas!, ahí la espera el raitero. No tenga miedo, cruce la brecha de terracería”. Había unas tablas para cruzar el río, me dio miedo y le pregunté: “¿Cómo lo voy a cruzar si tiene mucha agua?”. Él insistió: “¡Brínquese! ¿O no quiere pasar?”. Quise o no, me quité rápidamente los tenis y me metí al río, sentía que a cada paso el agua subía más. Yo pensaba: “Falta que pise un lugar pantanoso y me trague”. Tembloro-samente logré salir a la otra orilla.

Mojada de la cintura para abajo me puse las calcetas y los tenis, y escucho la voz del señor: “Corra, corra hasta esas casas y piér-dase, allí está el raitero”. Yo no podía, me res-

balaba, en vez de subir iba para abajo, cuan-do por fin pude hacerlo corrí sin mirar a los lados, atravesé la brecha y unos cien metros de terreno baldío. Al levantar la mirada lo primero que vi fue una patrulla fronteriza que se dirigía a mí, me quedé observando unos minutos. Ya no tenía escapatoria, me esperaba la migra. Se bajó el oficial y me dijo de manera prepotente: “¿Con quién vie-nes?”. “Sola”. “Dime la verdad, ¿dónde está el hombre que venía contigo?”. Le dije: “No sé, no lo conozco”. El bolillo decía: “Yes, yes”. O sea mierda, mierda, mientras me amenazaba: “Si no me dices la verdad, te vamos a mandar a la cárcel”.

Por mentirle a los oficiales dije: “No señor, yo vengo sola”. “¿Qué buscas acá?”, me pre-guntaron. “Trabajo”. “¿A dónde vas?”. “A El Paso”. Me pusieron de frente a la patrulla, me esculcaron las bolsas, uno de ellos de-cía: “Traes droga”. “No señor”. Me quitaron el celular, revisaron las llamadas y encon-traron una que le había hecho a don Arturo para preguntar por el raitero. Me subieron a la patrulla para llevarme a la migración de Texas. En silencio iba yo pensando: “Mala suerte, mi primer intento y ya estoy dete-nida. ¿Qué nombre voy a ponerme?”. No quería dar mi verdadero nombre para no perjudicar la visa. Se me vino a la mente utilizar mi segundo nombre, Regina López Pérez, me inventé los apellidos al bajar de la patrulla. Me llevaron a una celda unos minutos, el oficial me ordenó sacarme los zapatos. Yo les dije: “Nada más no se vayan a mariar”. Él me sonrió. Después de revi-sarme me dieron un recibo para recuperar mis pertenencias y me dijeron: “Véngase para acá”. Junto a una computadora el ofi-cial me preguntó mi nombre: “Regina Ló-pez Pérez”. Lugar de nacimiento: “Oaxa-ca”. Nombre de sus padres: “Álvaro Pérez y Sara López”. Fecha de nacimiento: “ocho de febrero del 62”. Yo sabía que estaba mintiendo pero no quería quemar mi visa porque me serviría para otra ocasión. “No soy una delincuente, lo único que deseo es trabajar”, les dije. Tomaron mis huellas, mi firma y mi fotografía. Después me traslada-ron a mi celda. Yo no me perdía de nada, de pronto vi que los oficiales comparaban dos fotografías, la actual y la del 2004 que estaba archivada en la computadora. Mi-raban y miraban. Un oficial se encaminó a mi celda, me sacó y me dijo: “¿Por qué te cambiaste de nombre? Tú no te llamas Regina”. “¡Claro que sí me llamo Regina!”. Me preguntó que si tenía una hermana gemela. “No. ¿Por qué tantas preguntas?, ¿qué hice?”. Se me ordenó acercarme a la computadora para que viera yo misma la imagen que se parecía a mí. Como si nada le dije: “¡Deveras! ¡Cómo se parece a mí!, pero no soy yo. ¿Qué ha hecho esa mujer? No me vaya a meter en un delito que no es mío”. El oficial contestó: “No te asustes, no ha hecho nada malo, ésta tiene derecho a renovar la visa”. Le dije: “Oficial, “¿no cree usted que sería ilógico que teniendo visa pase por el río exponiendo mi vida a estas horas?”. Él decía: “Sí ¿verdad?, okey”, y le dio carpetazo. Estuve como tres horas en la

celda, luego me trasladaron a la migración de El Paso y me dijeron: “Tome sus cosas porque se regresa a México”.

Al salir del Puente Internacional de El Paso Texas, miré hacia atrás pensando: “¿Qué im-porta que me echen, volveré”. Caminé por las calles de Santa Fe buscando las vías del tren, pues recordé que por ahí estaba la casa del pollero. Caminé y caminé sin encon-trarla, así que opté por llamarle al celular. Luego luego preguntó: “¿Dónde está?”, le dije el nombre de la calle y él me contestó: “Está usted ya muy lejos, yo la alcanzo”. Lo vi venir de frente: “¿A dónde anda usted?, la casa está muy cerca del puente”. “Es que pasa que no conozco la ciudad”. En este in-tercambio le pregunté: “¿Dónde me puedo quedar? Ya no traigo dinero para el hotel”. “Vamos a casa”, me dijo.

Al abrir la puerta de la vivienda donde per-noctaría observé que estaba en total desaseo, por donde quiera había basura de todos los tipos posibles, muebles muy viejos. Todo de-teriorado. “Aquí se va a quedar” me dijo el señor, y me mostró un sofá viejísimo lleno de pelos, pues estas personas tienen como seis perros que dormían en aquel sillón. La cobija también estaba sucia y llena de pelos de perro. Me provocó alergia y le dije: “Me puedo quedar en el piso”, pero la señora Sara me dijo: “No. Hay muchos ratones y ra-tas, a menos que quieras dormir con ellos”.

Okey –le dije– mejor duermo en el sofá. Me acosté en aquel mueble, en seguida lle-gó un perrito y se acostó sobre mí, me dio mucho miedo hacerlo a un lado, a lo mejor me mordería, después subió otro grande a un lado de mis pies. El sueño me venció. En la madrugada tenía tanto frío que desperté y pensé: “¿Cómo no se sube otro perro?”. Los ratones iban y venían sobre la mesa y los muebles. No sé si esta casa sea realmente el hogar de los señores o sólo es para despistar, ellos ganan mucho dinero con todos los in-cautos que queremos trabajar y caemos en su poder para llegar al otro lado. El martes 22 de enero amanecí con mucha hambre y me salí a buscar burritos, cuando salía el se-ñor me dijo: “No se preocupe, al rato usted se va y va a dar el brinco”. Continuará...

Zoila Reyes es autora del libro autobiográfi co Sólo soy una mujer (2004, Mc editores), en el que recoge su experiencia como líder de una comunidad mixteca acosada por la violencia de poderes caciquiles. En éste nuevo relato narra sus vivencias al tratar de pasar el Río Bravo hacia Estados Unidos, ser deportada tres veces y sometida a juicio en el último intento. La edición del manuscrito original ha sido realizada por Gisela Espinosa Damián.

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BRINCAR LA LÍNEA

El ambiente me ponía de nervios,

para mí las horas pasaban

lentamente y tenía mucha

hambre, el frío en verdad era

invernal, hasta los dientes y

los huesos me rechinaban

Eran como las cinco y media de

la tarde, las cartas de mi destino

estaban sobre la mesa, esperé

unos minutos y vi que entró un

señor al que le decían El pelos

Primera parte

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22 de mayo de 201018

Enrique Pérez Suárez y Lourdes E. Rudiño

Food, Inc (Comida, SA), el documen-tal dirigido por Robert Kenner que analiza de manera crítica los proce-sos altamente industrializados de la

producción alimentaria en Estados Unidos, estará en salas de cine de nuestro país a par-tir del cuatro de junio, y Canana, la produc-tora que distribuye aquí esta película aspira a lograr un efecto de “toma de conciencia” por parte de los consumidores mexicanos.

Nominado como mejor documental para el Óscar este 2010, Food, Inc muestra el po-derío sin precedentes que tienen en Estados Unidos (EU) las grandes corporaciones de alimentos (como Tyson, IBP, Pardue, Cona-gra y Smithfield, entre otras) y expone cómo sus métodos –basados en “el avance de la ciencia y la tecnología”, según dicen los di-rectivos de las compañías en el filme– igno-ran y de hecho violan la salud de los consu-midores; el equilibrio ecológico; el bienestar de los animales (pollos, reses, cerdos); las po-sibilidades de sobrevivencia de los pequeños y medianos agricultores, e incluso los dere-chos laborales, si se considera que muchos indocumentados mexicanos trabajan en sus fábricas en procesos donde arriesgan su sa-lud y están expuestos a redadas policíacas.

En charla con La Jornada del Campo, el di-rector de Canana, Pablo Cruz, explica que el documental le atrajo porque toca un tema que nos incumbe a todos: el de la alimenta-ción, y porque su mensaje, basado en hechos concretos, es muy claro y va dirigido al con-sumidor, “a alguien que va al supermercado y tiene qué escoger y qué comprar”. Y si bien es cierto que muchos espectadores pensarán que el filme ocurre en Estados Unidos, la realidad es que “estamos debajo de ese país que se devora todo, somos su patio trasero” y “muchas de las marcas que se venden allá son las mismas que tenemos aquí”.

Cabe mencionar que en la película aparece la más grande granja de cerdos de Estados Unidos, ubicada en Carolina del Norte, propiedad de Smithfield, en donde dia-riamente se sacrifican 35 mil puercos me-diante un proceso que aplasta y asfixia a los animales entre puertas de acero corredizas. Smithfield tiene en asociación con Agroin-dustrias Unidas de México (AMSA) las más grande producción porcícola de México, en Perote, Veracruz.

Pablo Cruz dice que él y Gael García Bernal (quien es su socio en Canana junto con Die-go Luna) vieron el documental para partici-par en una mesa de discusión al respecto en Berlín, y coincidieron en que Canana debía traer el filme a México “para abrir la discu-sión sobre qué es lo que estamos comiendo”.

Así, Canana se involucró en una serie de actos públicos en las semanas recientes jun-to con organizaciones campesinas y de la sociedad civil, como la Campaña Sin Maíz no hay País, la Asociación Nacional de Em-presas Comercializadoras de Productos del Campo (ANEC), Semillas de Vida, AC, y Greenpeace México, para “calentar” el inte-rés por la película. Hubo mesas redondas en la UNAM y en la Universidad Iberoameri-cana y una movilización ante las instalacio-nes de Monsanto, para reclamar porque sus semillas transgénicas implican riesgos para la salud humana, el medio ambiente y la biodiversidad.

Dice Pablo Cruz: “El cine es un vehícu-lo de concienciación efectivo y una he-rramienta para darle poder a la gente, sirve como instrumento de cambio, y películas como ésta –o como La verdad incómoda,conducida por Al Gore, que habla sobre el calentamiento global– tienen un contenido tal que cuando terminas de verlas tú solito determinas qué hay que hacer. En Food, Inc hay claridad; hay que estar loco para no darse cuenta de que cuando vayas al super-mercado por lo menos debes leer la etiqueta de los alimentos. Quién sabe qué diablos nos están dando en las galletas que compramos o en el chocolate que le das a tus hijos. (Será positivo) si de diez personas que vean el documental uno regresa a su casa y decide comprar tortillas de nixtamal en lugar de pan Bimbo, pues ésa es nuestra naturaleza y debemos consumir los productos locales y que respetan el medio ambiente, y también debemos darnos cuenta que hay gente atrás que está decidiendo qué vamos a comer sin preguntárnoslo. Una compañía como Mon-santo se está adueñando de todo esto”.

Con realismo acepta que “en una economía como la nuestra, es muy difícil que la gente haga elecciones en la comida. Una familia que apenas tiene lana no va a ir a comprar pan orgánico, además de que no tiene tiem-po. Con todos los miembros de la familia trabajando, ¿a qué horas te das cuenta si los frijoles son orgánicos?, y compras tortillas de Maseca porque son más baratas (que las de nixtamal). Aunque el compartir una re-flexión (sobre el filme) puede llevarte a que cuando vayas al súper en lugar de comprar unas papas Sabritas compres unas papas fres-cas y las cuezas o que compres harina y hagas pan en casa o que busques la manera de pro-ducir yerbas en tu casa, o consumir lo que ofrecen los agricultores locales. Entender lo que son las temporadas agrícolas, que no es normal por ejemplo que haya uvas o berenje-nas todo el año, y que para que Wal-Mart las ofrezca tienen que viajar desde quién sabe donde y desestabilizan a la agricultura na-cional, que depende de que uno consuma lo que hay en temporada”.

Según Pablo Cruz, hoy en el orbe hay mo-vimientos, curiosidad, deseos de saber cómo se producen los alimentos y también la emer-gencia climática conduce a observar qué pasa con la comida. “Los que tenemos hijos quere-mos saber qué es la primera cosa que come-rán ellos después de la lecha materna. Food, Inc nos permite reflexionar al respecto, nos permite preguntarnos qué pasa con las reglas de calidad de alimentos (que no hay en Méxi-co), y no es, como dice Gael, que vayamos por la calle gritando lo que hay que hacer. Cada uno hacemos nuestras decisiones personales, por ejemplo yo nunca consumo Cocacola, y cuido no desperdiciar el agua, uso focos de bajo consumo energético. La película podría propiciar un efecto de ola”.

Food, Inc se estrenará en cinco salas. Éste será el primer paso de su difusión. Se espe-ra que empiece a crear controversia, que la gente la recomiende. Luego saldrá en la pla-taforma de VoD (video on demand) de Ca-blevisión y después se venderá en video; por último, “dentro de unos seis meses, seguro estará disponible en internet”.

La película muestra cómo la producción industrial de granos y carnes (en grandes cantidades uniformes) es abaratada por sub-sidios y con ello se impulsa el consumo de comida chatarra y se desplaza el consumo de calorías sanas como las de frutas y hor-talizas. Y esto se relaciona con la incidencia creciente de enfermedades como la diabe-tes. La película generó malestar entre algu-nos grupos en Estados Unidos. Por ejemplo, la Asociación Nacional de Productores de Maíz de ese país pidió a sus miembros que vía las redes sociales de internet rebatieran el filme y pidieran que no se le otorgara el Óscar. Según Pablo Cruz, es poco viable que en México vaya a enfrentar censura. “No creo que se atrevan, menos cuando se sabe que la película la trajeron estos dos hombres (Gael y Diego)”, Aunque, dice, sería ideal que las grandes trasnacionales de alimentos reaccionen. Mientras más se debata, mejor.

Entrevista con Pablo Cruz

FÁBRICAS DE ALIMENTOS, BAJO OBSERVACIÓN• Canana distribuye Comida, SA y busca concienciación ciudadana• Más orgánico, más local y menos chatarra industrial

Muchos espectadores pensarán

que el fi lme ocurre en Estados

Unidos, la realidad es que

“estamos debajo de ese país

que se devora todo, somos su

patio trasero” y “muchas de las

marcas que se venden allá son

las mismas que tenemos aquí”

Food, Inc nos permite

refl exionar al respecto, nos

permite preguntarnos qué pasa

con las reglas de calidad de

alimentos (que no hay en México)

Evento: La Milpa: Baluarte de nuestra diver-sidad biológica y cultural. Organiza: Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM). Fecha: 21 al 23 de mayo de 2010. De 10:00 a 17:00 horas. Lugar: Explanada de la Biblioteca Cen-tral, Ciudad Universitaria, México, D.F. Infor-mes: 56-22-90-47, 56-22-90-63. www.milpa.unam.mx / [email protected]

Convocatoria: Concurso de Fotografía y Rela-tos. Nuestras voces, nuestras miradas: Semi-llas de Identidad. Organiza: Soberanía Alimenta-ria y Seguridad y Autonomía (SALSA), FundaEx-presión, Jardín Botánico (Universidad de Caldas), Fundación Orientación Ecológica, Semillas de Identidad Colombia. Fecha: Cierre de la convoca-toria. 31 de mayo de 2010. Informes: comunica-ció[email protected] / semillas-deidentidad.blogspot.com / www.swissaid.org.co

Evento: Agua, Ríos y Pueblos. Organiza: Asociación Aguas, ríos y pueblos, GDF- Se-cretaría del Medio Ambiente. Lugar: Circuito la Milla, atrás del altar a la patria. Primera sección del bosque de Chapultepec. Fecha: 13 de abril al 5 de junio de 2010.Informes: www.aguasrios-ypueblos.com / www.sma.df.gob.mx

Documental: Food, Inc. (Comida S.A.) Direc-tor: Robert Kenner. Productores: Robert Kenner / Richard Pearce. Editor: Kim Roberts. Fecha: Estreno en México, 4 de junio de 2010.

Libro: Agricultura sostenible campesino-indígena, soberanía alimentaria y equidad de género. “Seis experiencias de organizacio-nes campesinas e indígenas en México. Au-tores: Eckart Boege y Tzinnia Carranza. Editor: PIDAASSA México. Informes: www.pidaassa.org / [email protected]

Libro: Cosecha de Agua y Tierra. Diseño con Permacultura y Keyline. Autor: Euge-nio Gras. Prologo de David Holmgren.Editor: COAS ediciones. Informes: [email protected]

Libro: San Juan Copala, dominación políti-ca y resistencia popular. De las rebeliones de Hilarión a la formación del municipio autónomo. Autor: Francisco López Bárcenas. UAM - Xochimilco. Edición: UAM – X.

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José Luis Caal

Se ha puesto a pensar alguna vez ¿qué piensa el cam-pesino al escuchar el canto del gallo al amanecer? Seguramente las respuestas serán innumerables. Cuando el sol sale, el campesino, y muchas veces

la campesina, también salen de su casa a una nueva jornada de trabajo. Hago esta pregunta sólo para trasladarnos ima-ginariamente de la ciudad al campo. Sin embargo, lo que interesa es comprender por qué hace 60 años el campesino en Guatemala no era respetado como ser humano. Nos tras-ladamos a la actualidad y vemos que lo que ha cambiado es la forma de dominación; las injusticias y los mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo continúan.

Para conocer parte de ese sentimiento y pensamiento hu-mano desde el campo; recientemente tuve la oportunidad de participar en una reunión de un grupo de ex colonos de una finca de ganado en el departamento de Alta Verapaz, que después de 60 años se reencontraron, obligados por la necesidad de luchar por un pedazo de tierra para el cultivo de maíz y frijol para la subsistencia de sus familias. En esta

reunión comentaban que durante la década de los 50s, a partir de los 12 años de edad eran obligados a trabajar dos semanas al mes en la finca sin devengar ningún tipo de remuneración económica. la condición de trabajo estaba establecida del día domingo a domingo.

A los 14 años de edad la obligación consistía en pastorear vacas y transportar leche de la finca al casco urbano, entre otras actividades; devengando la cantidad de 50 y luego 60 centavos a la semana, cuando el patrono tenía voluntad. Al cumplir los 18 años el trabajo forzado era en la producción completa de maíz, que consistía en producir para la finca seis cuerdas de terreno (en Alta Verapaz una hectárea con-tiene 20 cuerdas y la cuerda tiene 22 metros por cada lado).

El trabajo en la producción maicera iba desde la selección de la semilla, la preparación del terreno, la siembra, limpia y cosecha, hasta el almacenamiento y procesamiento, sin devengar ningún salario. Con esta condición se adquiría el derecho a sembrar ocasionalmente unas diez cuerdas de maíz para la subsistencia de la familia en los terrenos no fértiles para granos básicos.

Es así como se vive en este país de contrastes; mientras unos luchan para tener acceso a la tierra, en la parte norte del país empresas trasnacionales en complicidad con las ins-tituciones del Estado, mediante mecanismos de coacción y

engaño, despojan a las comunidades de sus tierras para plan-taciones de monocultivos de palma africana, tabaco, cons-trucción de hidroeléctricas, extracción de minerales y otros.

En este sentido hace unos días expresaba un campesino: “crecimos y estamos viviendo el daño que nos han cau-sado, por muchos años nos intimidaron, nos han metido miedo; ahora estamos iniciando una nueva etapa de do-minación, el despojo de las tierras por las que luchamos durante años”. Estas condiciones son únicamente ejemplos de cómo el sistema económico impide la emancipación de los pueblos originarios.

Para finalizar y resaltar cómo la resistencia se expresa en el campo, desde el momento que el Sol entra, el campesino también entra a un nuevo escenario; él entra a su humilde casa y es el momento del encuentro, del diálogo, la convi-vencia. en donde el calor del fuego une a la familia; todos sentados alrededor de ese fuego compartiendo tortillas y frijol. También es el tiempo para compartir las experiencias del día entre el padre, la madre y los hijos. Iluminados por las energías del cosmos (la luna y las estrellas), planifican las actividades del siguiente día; es así como el conocimien-to colectivo y comunitario se transmite y se evidencia la ri-queza espiritual de las familias campesinas. Pese a todo. Maya Q’eq’chi. Investigador del Instituto de Estudios Agrarios y Rurales (Idear)

Jorge Caicedo Trevilla y Marco A. Barrientos Ortiz

En la historia de las culturas, antiguas y modernas, el pensamiento simbólico-mítico ha elaborado durante milenios relatos proveedores de sentido. Son

fundamentalmente los mitos los que han co-dificado visiones portentosas, tratando de dar sentido al mundo y al hombre, a su origen y su destino. La mitología impregna toda la vida y las fantasías humanas. Está presente en las ideolo-gías filosóficas y en el imaginario cotidiano es-cenificado en rituales repetidos una y otra vez a lo largo de los siglos, en un afán persistente por dotar de significación a la vida.

Este es el caso de La Pelota Purhépecha o Uarhukua Chanakua (Juego de los Basto-nes) Donde lo mítico y simbólico se aúnan, se anteponen, representan el juego y su sig-nificado ancestral. Cuando la pelota es de fuego, se le llama: “pelota encendida” enton-ces simboliza la idea del paso del sol por la esfera celeste o la lucha de las tinieblas y la luz en el día y la noche, la contraposición de la vida y la muerte y la batalla diaria del bien y del mal. En la Relación de Michoacán, texto anónimo y uno de los documentos cla-ves para el estudio del pueblo purhépecha, se habla de un enfrentamiento que sostuvieron dos dioses en un juego de pelota: Cupan-zieeri y Achuri-Hirepe. En su libro Mitología tarasca, José Corona Núñez interpreta que la primera de las deidades representa al sol, además de que su nombre también significa “jugador de pelota”, mientras tanto la segun-da representa “la noche que se apresura”.

El juego de pelota con bastón se practica des-de hace más de tres mil 500 años, con algunas variantes en el continente Americano, como lo prueban los petroglifos del Infiernillo y las figuras de las Culturas de Occidente en Mi-choacán; los murales de Tepantitla en Teoti-huacan, o una estela de Yaxchilan, Chiapas, y diversas cerámicas alusivas al juego.

Las fuentes etnohistóricas indican que po-siblemente este juego es precolombino. Sin embargo, en las tumbas de tiro de El Ope-ño, Michoacán, se encontraron figuras de

cerámica, algunas de ellas con parte de un tipo de bastón o manoplas en sus manos con una antigüedad fechada en el año 1280 A.C. También se encontró un “bastón” de piedra, lo que podría ser imitación del bastón, ori-ginalmente de madera, con que quizás se jugaba la pelota. Existe la posibilidad de que estos juegos de pelota fueran una especie de entrenamiento, como lo propone Stern (1966:95-97), quien dice que, dado que se aplicaba mucha violencia física, estos juegos pudieron haber servido como preparación para los jugadores/guerreros. Su práctica se ha transmitido de generación en generación, y aunque no podemos asegurar con certeza la fecha de su origen, los antecedentes con-firman su milenaria antigüedad.

Se practica en diversos lugares y con diver-sos nombres: Uarhukua es el nombre más común con que se conoce este juego. Los etnolingüístas frecuentemente se refieren a uárhukukua. Otro nombre empleado para el mismo juego es Papándu Akukua. En Sina-loa le llaman el Gome y se prohibió en 1930 por una trifulca donde los jugadores se gol-pearon con los bastones. Los purhépechas de Michoacán le llaman Uarhukua Chanakua;y también lo practican los mixtecos del valle de Oaxaca. En Chile los mapuches lo prac-tican con el nombre de Chueca; y un juego muy similar de gran éxito en la actualidad es el Lacrosse, que antiguamente era propio de los sioux y que hoy en día agrupa a más de 150 equipos amateurs y profesionales, prac-

ticado por hombres y mujeres, en más de cinco países, siendo Canadá su sede original.

A la fecha se practica en distintas comunida-des purhépechas como Caltzontzin y Paracho (municipio de Uruapan), Nurio (municipio de Paracho), Santa Fe (en Quiroga), Tiríndaro y Pátzcuaro (municipio de Zacapu) y Zacan (municipio de Los Reyes). Desde 1994 se prac-tica en la Ciudad de México, donde se incorpo-ra a la mujer. Recientemente se ha difundido en Chihuahua, Hidalgo, Oaxaca, Querétaro, Quintana Roo y Veracruz, entre otros.

Material requerido: El bastón (del purhépe-cha uarhukua y que significa palo) con que se juega en la Ciénega de Zacapu, una de las cuatro regiones en que está conformado el pueblo purhépecha; se considera de una medida de uno a 1.5 metros de longitud y se corta del árbol de tejocote; el mejor tiempo

para el corte es cuando hay luna llena, mo-mento en el cual la madera es muy resistente.

La pelota (zapandukua en purhépecha) tie-ne un diámetro de 12 a 14 centímetros, con un peso aproximado de 400 a 500 gramos. Es una pelota de hule espuma, envuelta por tiras de tela (puede ser algodón u otra fibra natural) que son ceñidas por cuerda o lazo de henequén a manera de red que cubre toda la pelota. Otro tipo de pelota es la de madera que se extrae de una parte de la planta cono-cida en la región como colorín, la cual debe estar muy seca para que se pueda moldear y antes del juego se introduce en gasolina o diesel. Anteriormente se cubría con resina extraída del pino para poderla encender y así mantenerla prendida por mucho tiempo.

Regla: cada equipo debe llevar la pelota en dirección contraria a la del contrincante; la distancia varía conforme las condiciones en las que se juega y en algunas comunidades se juega alrededor de una manzana o cua-dra; el equipo que logre darle la vuelta a la manzana gana el juego. Tradicionalmente los chanaris, como se les llama a los juga-dores, deben marcar sus faltas y el reto más importante es aprender de uno mismo jugan-do. Aunque actualmente existe un equipo de jueces que son los que califican y marcan las faltas para evitar polémica y disputas.

La Uarhukua Chanakua como juego se ha transformado a lo largo del tiempo, desde su significado hasta los implementos con que se practica, pero actualmente se conserva el espa-cio de juego como un espacio de interacción social, que permite negociar simbólica y lúdi-camente conflictos de carácter individual, en-tre vecinos, de barrio o comunitarios, y es aquí en donde encuentra su justificación, el mito para que el ritual encuentre funcionalidad.

Asimismo, el proceso de recolectar y elaborar los materiales de juego (bastón y pelota de ma-dera) como una técnica que demuestra una habilidad y conocimiento es resultado de un proceso de aprendizaje heredado por gene-raciones y, por tanto, parte indispensable del patrimonio cultural inmaterial de la región en lo particular y de la humanidad en general.

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Guatemala

LA VIDA EN EL CAMPO

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CUARHUKUA CHANAKUA UNA TRADICIÓN MILENARIA

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22 de mayo de 201020

Carlos Beas Torres

Esa tarde de fines de abril, aciaga y cargada de malos presagios, en el paraje Los Pinos una bala expansiva segó la vida de Alberta Cariño. Bety

como era mejor conocida por la mayoría de la gente, formaba parte de una caravana huma-nitaria que se dirigía a la comunidad triqui de San Juan Copala al oeste del estado de Oaxa-ca. Copala es un pueblo de cinco mil habitan-tes que vive sumido en el terror desde que fue sitiado por una banda de pistoleros protegidos por el gobernador de Oaxaca y por políticos priístas. La población desde hace cuatro me-ses no cuenta con servicios médicos, también les fueron cortadas la electricidad y el agua; los maestros no han podido ingresar para dar clases y los alimentos escasean. Una verdade-ra tragedia es la que se vive en Copala.

Bety fue una mujer valiente, decidida y suma-mente sensible ante el sufrimiento de los más pobres, y este sufrimiento, el de las mujeres tri-quis, la llevó a sumarse a la caravana, a pesar de que un día antes de la salida, Rufino Juárez, di-rigente de la banda paramilitar Ubisort (Unión para el Bienestar Social de la Región Triqui), había externado serias amenazas en contra del grupo de observadores y activistas que preten-dían romper el cerco armado y mediático al que está sometido el pueblo de Copala.

Estas amenazas no pasaron inadvertidas para Bety. Ella pidió a varias de sus compañeras de Cactus –el grupo del que era fundadora y directora– que no la acompañaran. pues pre-sentía que algo grave iba a suceder.

Bety, mujer joven de origen mixteco, tenía una fuerte vocación de educadora y una parte muy importante de su actividad estuvo orientada a la creación y funcionamiento de escuelas al-ternativas de nivel medio superior. Fundó en

una comunidad mixteca la preparatoria Ri-cardo Flores Magón, cuyo nombre nos lleva a conocer los ideales con los que se identificaba Alberta, quien además de ser feminista, se con-sideraba magonista y zapatista. Por ello fue sim-patizante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y adherente de la Otra Campaña.

Para ella era claro que la realidad de opre-sión en que vivimos sólo podía ser trans-formada por mujeres y hombres fuertes y conscientes, unidos por relaciones de respe-to y solidaridad. Por ello dedicó numerosos esfuerzos a fortalecer las iniciativas de inde-pendencia y de capacitación de las mujeres indígenas, por lo mismo apoyó la realiza-ción de numerosos talleres de capacitación e impulsó la creación de pequeñas cooperati-vas de producción formadas principalmente por mujeres y además promovió que Cactus fuera parte de la red La Colmena Solidaria.

Durante tres años seguidos, Bety fue entu-siasta impulsora de la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País y organizó en tres ocasiones la Feria del Maíz en el pueblo de Huajuapan de León, Oaxaca, feria que siempre iniciaba con un ritual indígena en un cerro cercano y en la que había exposiciones, conferencias, música y rica comida. Para Alberta, quien tam-bién formaba parte de la organización MAIZ, este grano era el alimento tradicional y princi-pal de nuestros pueblos, parte muy querida de su cultura y fuente de la soberanía alimentaria.

En el 2002 cuando el entonces presidente Fox promovía el Plan Puebla Panamá, Bety se sumó de inmediato a la creación de la Alianza Mexi-cana por la Autodeterminación de los Pueblos (AMAP) –red mexicana que lucha en contra de los megaproyectos– y participó en diferentes foros sociales en Centroamérica. Su presencia activa en este proceso la llevó a ser parte del Comité Mesoamericano, representando en él

a México. Precisamente unos días antes de su muerte en una reunión de la AMAP, Bety ha-bía relatado un sueño, “seremos cien mujeres vestidas de negro las que entraremos a Copala con nuestros canastos cargados con flores”.

Apasionada como era, la vimos tomar los mi-crófonos de la ocupada Radio Lobo en Mi-natitlán, Veracruz, donde con llanto y coraje denunció la masacre que había ocurrido un día antes, el 25 de noviembre del 2006, en la ciudad de Oaxaca. Bety también participó activamente en las movilizaciones y en las reuniones de la APPO y formó parte de la Asamblea de los Pueblos de la Mixteca, la cual mantuvo por más de tres meses tomado el palacio municipal de Huajuapan.

Después de la revuelta oaxaqueña del 2006, Alberta dedicó largas horas a crear radios co-munitarias en las regiones Triqui y Mixteca e impulsó la construcción de la Red de Ra-dios Comunitarias e Indígenas del Sureste de México. Teresa Bautista y Felícitas Martínez, las locutoras triquis también asesinadas de La Voz que Rompe el Silencio, radio comunitaria de Copala, fueron capacitadas por Bety y tras su muerte ella las lloró a mares, creo que la muerte de Feli y Tere, como ella las llamaba, representó para Alberta la muerte de dos com-pañeras, pero también la muerte de dos hijas.

Bety no escribía mucho, pero era una exce-lente oradora, muchos la recuerdan apenas hace unos meses, frente a la embajada de Ca-nadá en la ciudad de México, protestando por el asesinato de Mariano Abarca, un activista

chiapaneco que, igual que Alberta, participaba en la Red Mexicana de Afectados por la Mine-ría. En su apasionado discurso Bety, levantó la voz, diciendo “Nos tienen miedo porque no les tenemos miedo” y en efecto el miedo no forma-ba parte de los sentimientos de Alberta Cariño.

Llena de actividades, de viajes y preocupa-ciones, de una incansable vitalidad y de una fuerza cariñosa, Alberta se dio tiempo para criar a sus hijos Omar e Itandewi. Tengo una imagen fuertemente grabada de ella, jugando con su hija, en un encuentro realizado en La Parota, Guerrero. Parecían dos niñas diverti-das y traviesas. La recordamos también jun-to a Omar su compañero de toda la vida, en innumerables reuniones, manifestaciones, actos de protesta y también, ¿por qué no?, en convivios y festividades, con su palabra fran-ca y directa y su risa y mirada penetrantes.

Bety, Alberta que no Beatriz, fue una mujer intensa, que sin lugar a dudas dejó una semi-lla sembrada, semilla que brotó con fuerza, el mismo día que la acompañamos al panteón en su natal Chila de las Floresa. El largo cor-tejo fúnebre fue detenido por los gritos de Lu-pita, una muy joven mujer, pequeñita como son las mujeres de la Mixteca, que dijo: “Bety era feminista y nos enseñó que las mujeres valemos y somos fuertes”; acto seguido. las in-vitó a cargar el ataúd que contenía el cuerpo-semilla de Bety y por vez primera en mi vida y en la vida de muchos, vimos cómo un apre-tujado grupo de mujeres llorosas y fuertes, cargaban el cuerpo de su compañera caída.

Alberta Cariño Trujillo sí es de las impres-cindibles, de aquellas guerreras que luchan sin cesar, de aquellas que nos recuerdan el poeta alemán y el cantante cubano. Bety que no Beatriz, sembró sueños para cose-char esperanzas y escribió alguna vez: “Ayer pensé en ti dulce, fresca, sabrosa, me imagi-né tenerte en mis manos tocar tu textura y saborearte, cuánto te deseo mi rica pitaya, si eres roja; mejor”

Sí, nos arrancaron la pitaya roja y en verdad cómo nos duele. Salud donde quiera que es-tés hermana Alberta, nuestra Pitaya Roja.

“Desde que estudié la carrera (de comuni-cación), me aferré a la idea de que el perio-dismo tenía que establecer un compromiso con la sociedad, y sé los riesgos que hay porque nosotros hemos ido a las comunida-des más pobres del país, donde hay cacicaz-gos; donde hay pueblos que viven si ados; donde hemos cruzado caminos peligrosos, donde hemos dormido a la intemperie a expensas de animales ponzoñosos (...) Pero esta vez sí vi pasar mi vida en un minuto; la posibilidad de morir asesinada estaba allí”.

Es Érika Ramírez quien habla así luego de la experiencia que sufrió del 27 al 29 de abril en Oaxaca, en la región Triqui, cuando ella, reportera de Contralínea, y David Cilia, fo-tógrafo de la misma revista, acompañaban a la Caravana de Paz que pretendía llegar a la comunidad de San Juan Copala pero que fue embes da con una ráfaga de balas por el grupo paramilitar Ubisort (Unión para el Bienestar Social de la Región Triqui).

Ambos periodistas iban a bordo de un auto Dodge en medio de dos camionetas que

transportaban a observadores nacionales e internacionales y a reporteros locales. Co-menta Érika que el interés de Contralínea allí era hacer un reportaje que recuperara la historia de vida de Felícitas Mar nez y Tere-sa Bau sta, las periodistas triquis de la radio comunitaria La Voz que Rompe el Silencia, quienes fueron asesinadas en 2008.

“Cuando entramos a la región Triqui, vi todo normal, llegamos a la comunidad La Sabana, que es controlada por la Ubisort y me llamó la atención que la gente nos miraba con asom-bro”. Un día antes Rufi no Juárez, líder de la Ubi-sort, había adver do que impediría el paso de la caravana. “Con nuamos hasta llegar a una curva, donde la caravana frenó. Supe después que había una hilera de piedras que impedía el paso. Fue entonces cuando se oyó un ruido ho-rrible. Primero creí que eran cohetes de fi esta, pero David me dijo que eran balazos, levanté la vista y vi una veintena de pos bajando el cerro frente a nosotros y con armas largas”.

David, con heridas de bala, y Érika, lograron salir del auto, que ya estaba siendo atravesa-do por la ráfaga de plomo que duró unos diez minutos, y en el camino se encontraron con los ac vistas David Venegas y Noé Bau sta (este úl mo también herido). Juntos llegaron

a un río, donde se ocultaron detrás de unas piedras. Allí u lizaron el papel de unos bau-chers para escribir sus nombres y teléfonos y los colocaron en las bolsas de sus pantalones, pues sen an el miedo fundado de que los pa-ramilitares los alcanzarían para matarlos.

Érika escribió también una especie de bitá-cora relatando lo ocurrido, para que “si nos encontraban muertos, supieran lo que había pasado”. Érika ene un hijo de siete años, Emiliano, a quien había prome do festejarle el Día del Niño, el 30 de abril. “Yo decía ‘no me quiero morir, yo tengo que estar con mi hijo’; él prac ca artes marciales y pronto va a tener un torneo. Yo pensaba: ‘quiero estar con él (...) quiero verlo crecer’”.

Los periodistas estuvieron escondidos duran-te 60 horas. Fueron rescatados el 29 de abril por el director de Contralínea, Miguel Badillo y el padre de David Cilia, del mismo nombre.

Érika dice que la experiencia vivida –junto con los riesgos que ha enfrentado antes–“nos hacen valorar y reivindicar nuestro trabajo. Finalmente nosotros regresamos para contar lo que ates guamos y lo que vi-vimos, pero no así la gente que padece todo el empo el estar si ados, los cacicazgos,

las injus cias, la pobreza, la falta de acceso a salud, a alimentación, a vivienda digna...”

Hay quienes en las redes sociales han consi-derado que Érika y David actuaron como boy scauts, “pero yo digo: ‘si no hubiera periodistas que hacen este po de trabajo, no sabríamos cómo es la guerra en Irak o qué fue lo que pasó con el levantamiento de los zapa stas en 1994. Sabemos que estamos haciendo lo correcto y con nuaremos trabajando con entusiasmo”.

Érika es treintañera, contemporánea de Bety Cariño –a quien sí le cegó la vida la Ubisort–. Considera que es muy importante poner la mirada periodís ca en las comuni-dades pobres y que sufren injus cia, como lo ha hecho siempre Contralínea. “Debe-mos documentar lo más que se pueda es-tas situaciones porque es indignante que en México los más pobres vivan atemorizados por las balas, la violencia, la humillación, la discriminación”. Bety Cariño tuvo una charla con Érika poco antes de que par era la ca-ravana. “Me dijo que tenía miedo, presen a algo. Pero también me comentó que esta-ba trabajando el tema de la minería a cielo abierto y sus efectos nocivos. Pla camos sobre la posibilidad de trabajar juntas este tema” (Lourdes Edith Rudiño).

NOS ARRANCARON

LA PITAYA ROJA

COMPROMISO CON LA SOCIEDAD: OBLIGACIÓN DE LOS PERIODISTAS: ÉRIKA RAMÍREZ