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8/13/2019 NGarcíaCanclini=Diferentes desiguales y desconectados http://slidepdf.com/reader/full/ngarciacanclinidiferentes-desiguales-y-desconectados 1/110 @,) SySt /440 DIFERENTES, DESIGUALES Y DESCONECTADOS Otras obras de Editorial Gedisa Mapas de la intereulturalidad MARC AUGE JACK GOODY ALEJANDRO GRINISON SAG , KARSZ GUSTAVO LINS RDIEIRO LUIS REYGADAS GEORGE YUDICE GEORGE YÚD/CE Y Toar MILLER ROSAIÁA WINOCUR El tiempo en ruinas ¿Por qué vivimos? El tslam en Europa La nación en sus límites La exclusión: bordeando sus fronteras Postimperialismo Ensamblando culturas El recurso de la cultura Política cultural Ciudadanos mediáticos Néstor García Canclini gedisa __ ditorial

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@,) SySt /440DIFERENTES, DESIGUALES

Y DESCONECTADOS

Otras obras de Editorial Gedisa Mapas de la intereulturalidad

MARC AUGE

JACK GOODY

ALEJANDRO GRINISON

SAG , KARSZ

GUSTAVO LINS RDIEIRO

LUIS REYGADAS

GEORGE YUDICE

GEORGE YÚD/CE YToar MILLER

ROSAIÁA WINOCUR

El tiempo en ruinas

¿Por qué viv imos?

El tslam en Europa

La nación en sus límites

La exclusión: bordeandosus fronteras

Postimperialismo

Ensamblando culturas

El recurso de la cultura

Política cultural

Ciudadanos mediáticos

Néstor García Canclini

gedisa _ _ ditorial

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Néstor G arcía Canc lini, 2004

Ilustración de cubierta: Sylvia Sans

Primera ed ición, septiembre de 2004, Barcelona

Índice

Introducción. Teorías de la interculturalidad

y fracasos politicosAgradecimientos 76

Derechos reservad os para todas las ediciones

O Editorial Ged isa, S.A.Paseo Bonanova, 9 1°-1408022 Barcelona (España)Tel. 93 253 09 04Fax 93 298 -09 05Correo electrónico: ged isa@ged isa.comhttp://www.gedisa.com

ISBN: 84-9784-044-5

Impreso por Ve r/ap S.A.

Comand ante Spurr 653/57(1870) Avellaneda, Buenos AiresArgentina

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier med io deimpresión, en forma idén tica, extractada o mod ificada , en castellano oen cualquier otro idioma.

MAPASLa cultura extraviada en sus definiciones

aberintos del sentidodentidades: camisa y pielSustantivo o adjetivo?

iferentes, desiguales y desconectados 5E/ patrimonio intercultural de los diferentes 6Pierre Bourdieu: la diferencia leída d esde la desigualdad . ..

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La sociología posbourdieuana 9¿Tres modelos políticos? 9

3. De cómo Clifford Geertz y Pierre Bourdieullegaron al exilio 3La universidad, el shopping y los medios 3Clifford Geertz: del conocimiento local al intercultural ... 6Pierre Bourdieu: el sociólogo enla televisión 1¿Hay un lugar para estud iar la interculturalidad? 7

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La globalización de la antropología despuésdel posmodernismo 03Trabajo de ca mpo o retórica textual 03El antropólogo como escritor 05Del an álisis textual a la crítica socioinstitucional

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Qué significa «ira! campo> cuando lo tenemos aquí 13

Norte y sur en los estudios culturales 19De las salidas de emerg encia a las puertas giratorias20Latinoamericanistas y latinoamericanos 25

MIRADAS

6. Modelos latinoamericanos de integracióny desintegración 31Buscar un nombre para el techo común 32Pertenencias múltiples 38La totalización como utopía 41

7 Quién habla y en qué lugar: sujetos simuladosyposconstructivisrno 47Sujetos simulados 48La descoristrucción moderna 52Qué hacer con las ruinas 54Sujetos interculturales 61Sujetos periféricos 65

8. Ser diferente es de sconectarse? Sobre las

culturas juveniles 67Informatizados, entretenidos.., y los otros 68Preguntas culturales sin respuestas políticas 71Un mundo desencuadernado 73

9. ociedades del conocimiento: la construcción

intercultural del saber 81El monolingüismo en las ciencias y las tecnologías84Cone xiones l imitadas, diversidad selectiva 87

10. Mercados que desglobalizan: el cine latinoamericanocomo minoría 95La conversión de mayorías en minorías 96Qué hacer cuando la globalización de sglobaliza02

EPÍLOGO 07

BIBLIOGRAFÍA 15

o

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Si no conoces la respue sta, discute la preg un

CLIFFORD GEERTZ

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Introducción

Teorías d e la interculturalidady fracasos políticos

Nos preguntamos cómo encajar en algo que parezca real, tan reun mapa, esta madeja de comunicaciones distantes e incertidumbrescotidianas, atracciones y d esarraigos, que se nombra c omo g lción. Setenta canales d e televisión contratados por cable, aculibre com ercio que nue stros presidentes firman aquí y allá, migrturistas cad a ve z más multiculturalesque llegan a esta ciudad , millonesde arge ntinos, colombianos, ecuatorianos y mexicano s que ahoren los Estados Unidos o Europa, programas de información, virusmulti l ingües y publicidade s no ped idas que aparecen en e l orddónde encontrar la teoría que organice las nuevas diversidades

Estudiar las d iferencias y preocuparse por lo que nos homog

ha sido una tendencia distintiva de los antropólogos. Los sociólogosacostumbran detene rse a observar los movimientos que nos iglos que aumentan la disparidad . Los especialistas en com unicaclen pensar las diferencias y desigMárdad es en términos de incexclusión. De acuerdo con el énfasis de cada disciplina, los procesosculturales son leído s con claves d istintas.

Pár lás antropologías d e la diferen cia, cultura es pertenen cia cnitaria y contraste co n los otros. Para algunas teorías sociológicdesigualdad, la cultura es algo que se adquiere formando parte de lasélites o a dhiriendo a su pensamie nto y sus gustos; las diferenciarales procederían d e la apropiación de sigual de los recursos ecos y ed ucativos. Los estudios comunicacionales consideran, cas

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píe, que tener cultura es estar conectado. No hay un proceso evolu-cionista de sustitución de unas teorías por otras: el problema es averi-guar cómo coexisten, chocan o se ignoran la cultura comunitaria, lacultura como d istinción y la cultura.com.

Es un asunto teórico y es un d ilema clave e n las políticas sociales yculturales. No solo cómo reconocer las diferencias,cómo corregir lasdesigualdadesy cómo conectara las mayorías a las rede s globalzadas.

Para de finir cada uno d e estos tres términos es nece sario pensar los mo-dos en que se complementan y se desencuentran. l‘linguna de estascuestiones tiene el formato de hace 30 años. Cambiaron desde que laglobalización tecnológica interconecta simultáneamente casi todo elplaneta y crea nuevas diferencias y desigualdades.

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Las transformaciones recientes hacen tambalear las arquitecturas de lamulticulturalidad. Los Estados y las leg islaciones nacionales, las políti-cas educativas y de comunicación que ordenaban la coexistencia de

grupos en territorios acotados son insuficientes ante la expansiónde mezclas interculturales. Los intercambios económicos y med iáticosglobales, así como los desplazamientos de muchedumbres, acercan zo-nas del mundo poco o mal preparadas para encontrarse. Resultados:ciudades donde se hablan más de 50 lenguas, tráfico ilegal entre países,circuitos de c omercio trabados porque el norte se atrinchera en adua-naságrícolis y culturalesrmientras el sur es despojado. Las consecuen-cias-más trágicas: guerras <preventivas» entre países, dentro d e c ada na-ción, y aun en el interior de fas megaciudades. Se militarizan lasfronteras y los aeropuertos, los medios de comunicación y los barrios.

Parecen agotarse los modelos de una época en que creíamos que ca-da nación podía combinar sus muchas culturas, más fas que iban lle-

gando, en un solo «caldero», ser un «crisol de razas», como declaranconstituciones y discursos. Se está acaband o la distribución estricta deetnias y migrantes en re giones g eográficas, de barrios nrósperos y des-poseídos, que nunca fue enteramente pacífica pero era más fácil degoberna r si los diferentes e staban alejados. Todos —patrones y trabaja-dores, nacionalistas y recién llegados, propietarios, inversores y turis-tas— estamos con frontándonos d iariamente con una interculruralidadde pocos límites, a menudo agresiva, que desborda las institucionesmateriales y me ntales d estinadas a contenerla.

De un mundo multicultural—yuxtaposición de etnias o grupos enuna ciudad o nación— pasamos a otrointerculturalglobalizado. Bajo

concepciones multiculturales se admite la diversidadde culturas, su-brayando su d iferencia y proponiendo polít icas relativistas d eque a menudo refuerzan la segregación. En cambio, interculturalidadremite a la confrontación y el entrelazamiento, a lo que sucedlos grupos entran en relaciones e intercambios. Ambos términcan dos modos de producción de lo social: multiculturalidadsuponeaceptación de lo heterogéneo; interculturalidadimplica que los dife-rentes son lo que son en relaciones de neg ociación, conflictomos recíprocos.

A los encuentros episódicos de migrantes que iban llegando de apoco y de bían adaptarse, a las reuniones de empresarios, acadartistas que se veían d urante una semana para ferias, congresovales, se agregan miles de fusiones precarias armadas, sobre toescenas mediáticas. La televisión por cable y las redes de Internet ha-blan en lenguas dentro de nuestra casa. En las tiendas de comida, dis-cos y ropa convivimos» con bienes de varios países en un mismo día.A los mejores futbolistas arg entinos, brasileños, francese s e inencontramos e n equipos de otros países. Y las dec isiones sobvamos a ver, dónde y quiénes van a jugar, implican no solo me

terculturales: como en la televisión y la música, en el deporte no solojuegan Beckham, Figo, Ronaldo, Verón y Zidane, sino las marcas deropa y coches que los auspician, las televisoras que se pelea n pmitir los partidos, o que ya compraro n los clubes. ¿Qué es lo qtiene creíbles las identidades en el fútbol, las referencias nacionales ylocales, cuando su composición es tan heterog énea, diseñada producción internacional y con fines mercantiles? ¿Acaso la acepta-ción de extranjeros en el deporte da claves sobre ciertas condicionesque facili tan a los diferentes ser a ceptados e integrados?

Es difícil estudiar este vértigo de con-fusiones con los instque usábamos para conoc er un mund o sin satélites ni tantas ruculturales. Los libros sobre estos tem as, la mayoría escritos en

pensando en los formatos de multiculturalidad existentes en los Esta-dos Unidos, Gran Bre taña o sus ex colonias, se conce ntran ennes interétnicas o d e g énero, pero en e l actual horizonte se enotras conexiones nacionales e internacionales: de niveles ededad es, mediáticas y urbanas.

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Este es un libro sobre teo rías socioculturales y fracasos sociopUna primera consecuencia de esta delimitación del campo de a

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que, si bien los lectores hallarán d iscusiones filosóficas, me interesa e la-borarlas en relación con las actuales condiciones sociales y med iáticasen las que se verifican los de saciertos de las políticas. Encuentro que laspolémicas entre sistemas de ideas, por ejemplo sobre universalismo yrelativismo, o sobre las ventajas del universalismo como justificaciónestratégica (Gad amer, Rorty o Lyotard) o como opción ética (Rorty oRawls) tienen el valor de situar las condiciones teóricas modernas yposmodernas de la inconmensurabilidad, incompatibilidad e intraduci-bilidad de las culturas. He preferido aquí trabajar, al modo de científi-cos sociales como Pierre Bourdieu y Clifford Geertz, o filósofos comoPaul Ricoeur, atentos a los obstáculos socioeconómicos, políticos y co-municacionales que presenta a la interculturalidad la e fectiva desestabi-l ización actual de los órdenes nac ionales, étnicos, de géne ro y ge nera-cionales operada por la nueva interde pende ncia globalizada. Observaacertadamente Seyla Benhabib que el énfasis teoriciáta en la «incon-mensurabilidad nos distrae d e las muy suti les ne gociaciones e pistémi-cas y morales que ocurren e ntre culturas, dentro d e las culturas, entreindividuos y aun dentro de los individuos mismos al tratar con la dis-crepancia, la ambigüedad, la discordancia y el conflicto» (Benhabib,2002: 31).

La atención a estas ambivalentes negociaciones ha caracte rizado a losestudios socioantropológicos. Tal vez por eso la antropología puede re -gistrar mejor, empíricamente, la reestructuracióncultural del mundocomo clave de l final de una épocapolítica.

Hasta hace 15 años —para tomar como fecha de conde nsación la caí-da del muro berlinés— había una distribución del planeta en la queOriente y Occidente parecían hemisferios antagónicos y poco conecta-dos. Las naciones tenían culturas más o menos autocontenidas, conejes ideológicos definidos y perseverantes, que regían la mayor parte dela organización económica y las c ostumbres cotidianas. Se creía saber

qué significaba ser francés, ruso o mexicano. Los países venían abrien-do su comercio, y por tanto recibiendo fábricas, objetos de consumodiario y mensajes audiovisuales cada vez más diversos. Pero en su ma-yor parte provenían de la región oriental u occidental a la que se perte-necía y eran procesados en una matriz nacional de significados.

En pocos años las economías de países g randes, medianos y peque-ños pasaron a depend er de un sistema transnacional en el que las fron-teras culturales e ideológicas se d esvanecen. Fábricas estadounidenses,japonesas y coreanas instalaron maquiladoras en naciones como Méxi-co, Guatemala y El Salvador, que creían aliviar así el dese mpleo irreso-luble con recursos internos. La inserción de esti los laborales y formasextrañas de organización del trabajo incrementó el ensamblado de auto-

móviles, televisores, y por supuesto de culturas (Reygadas, 2002nes no lograban empleo o aspiraban a ganar más enviaban a algunosmiembros de sus familias a los Estados Unidos, España u otras des que aceptaban aún a indocumentados con tal de abaratar lode producción interna y para competir en la exportación. Los logos estudiábamos la continuidad de tradiciones laborales, l

hábitos de consumo que mantenían identidades territoriales tamel destierro. Los sociólogos políticos discuten si debe permitien los países latinoamericanos a los migrantes re sidentes e n el ro, e imaginan los e fectos de la influencia latina en el futuro estadounidenses do nde comienzan a representar un cuarto deción.

De pronto, demasiados ca mbios desfiguran e se paisaje. Cuciencias sociales tenían me jor ordenado el mundo, se hubieramo eclecticismo atropellado que reuniéramos en un mismo pátos hechos: a) muchas maquiladoras se van de los países latinoanos a C hina aprovechando los salarios más bajos de este país; oel régimen chino, visto hasta hace una décad a como e l mayor

ideológico de l capitalismo, genera d esempleo y d ebil ita a ecoccidentales, no me diante sus cuestionamientos ideológicos, suproductiva o su poderío militar, sino gracias a su mayor explotaciónde l trabajo; b) en C alifornia, leyes como la 187 que privan de dde salud y educación a indocumentados, y la elección de ArnoldSchwarzenegger como gobernador; se lograron con buena partto chicano; c) las remesas de dinero de migrantes desde los EstadosUnidos a América latina aumentan año tras año, al punto de cse en M éxico, con 14.000 millones de dólares en 2003, en una fingresos se mejante a la e xportación de pe tróleo y más alta que mo; d ) la ropa, los teléfonos móviles, aparatos electrodomésticota los adornos de N avidad t ienen e n común etiquetas que anu

fabricación en el sureste asiático. Hemos visto banderas nac iontadas en ce lebraciones de la independencia de la Argent ina con la leyenda «made in Taiwan».

Estos procesos no son fácilmente agrupables en una m isma secioeconómica ni cultural, porque implican tenden cias diversas rrollo, a vece s contradictorias. Más que gen eralizar conclusionbian las preguntas por lo local, lo nacional y lo transnacional,relaciones entre trabajo, consumo y territorio, es decir, alteranculación de los escenarios que daban se ntido a los bienes y m

En rigor, se trata d e un proceso que t iene más de 15 años. Ndo que cuandoa fines de la década d e 1970 hice etnografía de las fiindígenas y me stizas en Michoacán, en las danzas de origen p

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o español —vividas todas como signos identificatorios de tradición lo-cal— los migrantes a los Estados Unidos, que regresaban a M éxico paraparticipar, exhibían ropas cruzadas por leyendas en inglés y colocabansu cooperación en dólares en e l arreglo ri tual de la cabeza de los dan-zantes. La diferencia es d eescala e intensidad:en Michoacán no más del10% de la población emigraba e n aquella época; ahora, en cifras redon -das, viven en ese estado de México 4.000.000, en tanto 2.500.000 de

michoacanos residen en los Estados Unidos. Unos y otros siguen in-terconectados, no solo por el dinero sino por mensajes afectivos, infor-mación en las d os direcciones, frustraciones y proyectos más o me noscomuna

Las diferencias recientes se aprecian en muchas sociedades lati-noamericanas, y aun en los Estados Unidos. Las exportaciones chinasa este país aumentaron el 40% e n los últ imos tres años, con lo cual lasociedad e stadounidense se convierte en de stino del 25% de lo vendi-do por los chinos al extranjero. En esos e nvíos asiáticos llegan miles d eobjetos sin los cuales es difícil imaginar lo que d istingue a los estado u-nidenses: los trofeos con los que premian a los niños en competenciasdeportivas, las pelotas de béisbol y baloncesto, los trineos, aparatos de

televisión y muebles «early american».Sería ingenuo pensar que tantas etiquetas con identificaciones asiá-t icas en art ículos de consumo estadounidense o e n banderas arg entinasy mexicanas atenuarán el nacionalismo de estos pueblos, aproximán-dolos y facilitando su comprensión. Las relaciones entre los acerca-mientos de l mercad o, los nacionalismos políticos y las inercias cotidia-nas de los gustos y los afectos siguen dinámicas divergen tes. Como sino se enteraran de las redes que comprometen a la e conomía, la polí ti-ca y la cultura a escala transnacional. Esta nueva situación de las rela-ciones interculturales e s la que me incita a las revisiones teóricas de lostrabajos antropológicos, sociológicos y comunicacionales de las déc a-das recientes.

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La indagación sobre las posibilidades de convivencia multicultural tie-ne cierta analogía con la construcción de proyectos interdisciplina-rios. Si estamos en una épocaposty multi,si hace tiempo que es impo-sible instalarse en el marxismo, el estructuralismo u otra teoría comoúnica, el trabajo conceptual necesita aprovechar diferentes aportesteóricos debatiendo sus interseccione s. Después de años d e uti l izar laconcepción bourdieuana —de por sí una teoría que articula y discute a

Marx, Weber y Durkheim— para perfilar investigaciones sobreintelectuales, consumos culturales y el vínculo sociedad-cultura-polí-tica, aprecio mejor los límites de sus enfoques. Me ayudan, comoverán luego, las críticas de Grignon-Passeron, y los desarrollos deBoltanski-Chiapello que ofrecen una visión más compleja de las con-tradicciones actuales de l capitalismo. Me interesó, en esta l íneder por qué Bourdieu reprodujo hasta sus últimas investigaciones su

máquina reproductivista, y en los años finales, cuando quiso acompa-ñar protestas contra el neoliberalismo y reencontrar un papel para su-jetos críticos, no trascendió la repetición más o menos sofisticada delanticapitalismo de la primera m itad de l siglo xx. Encuentro laesos límites en la dificultad de su obra para incluir las formas trialización-masificación de la cultura y el papel no simplemente re-productivista de los sectores populares.

La atención que doy a las posiciones que subrayan las diferencias,de sde el etnicismo hasta la de Clifford G eertz, me l leva a valocamente los aportes de quienes miran la modernidad d esde lomode rno. Del otro lado, las opciones presentad as por el posmmo en la antropología y los estudios culturales tampoco nos permitendesentendernos de las incertidumbres de la modernidad. Ni las con-cepciones d iferencialistas que rechazan a Occide nte, ni las ponas, ofrecen alternativas teóricas ni mod elos socioculturales qplacen los dilemas mod ernos.

El interés por entend er a la vez las teorías socioculturales ycasos polí ticos exige analizar, junto con lo que d eclaran los alos textos teóricos, las polémicas y las relaciones co n instituciodios y movimientos sociales, a través de las cuales construyenmentación. Por eso, me ocupo de varios libros-faro junto con simpo-sios donde científicos sociales y l ídere s indíge nas discutierondiferencias étnicas y los Estados. Analizo los textos de Bourdieu ytambién su modo de actuar en la televisión. En las situacionesciación e interacción escuchamos lo que en los textos aparece comopresupuesto o si lencio.

En cuanto a los políticos, el libro intenta m irar sus fracasos les no solo como resultado d e e rrores o corrupción, de la asfieconom ía neoliberal impone al juego de mocrático, sino tambfrustraciones teóricas. Faltan interpretaciones convincentes sobre elmodo errático e irrepresentativo en que deambula la política. No en-cuentro para estos últimos años textos equivalentes a los que se escri-bieron sobre las grand es catástrofes d el siglo xx: el nazismo, tarismo soviético y sus sombras. De manera que al preguntarnpolítica y los políticos, los fracasos de los que hablan rutinariamente

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los periódicos aparecerán aquí como escenografía, ruido de fondo, pre-guntas sobre los actuales desentendimientos entre cinturas y posicio-nes de poder.

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Quizás estas primeras páginas sugieran ya las razones del cambio defoco que auspician respecto de otros textos sobre interculturalidad.Como se sabe, los estudios anglosajones en este campo se han concen-trado en la com unicación intercultural,entendida primero como rela-ciones interpersonales entre miembros de una misma sociedad o deculturas diferentes, y luego abarcando también las comunicaciones fa-cilitadas por los medios masivos entre sociedades distintas (Hall,Gudykunst, Hamelink). En Francia y otros países preocupados por laintegración de migrantes de otros continentes, prevalece la orientacióneducativa que plantea los problemas de la interculturalidad como adap-tación a la lengua y la cultura heg emónicas (Boukons). En América la-tina predomina la consideración de lo intercultural como relaciones in-terétnicas, l imitación d e la que vienen escapand o autores que circulanfluidamente entre antropología, sociología y comunicación (Grimson,Martín Barbero, Ortiz).

La intensificación de los cruces entre culturas induce a e xtende r elcampo de estos aportes. No se trata de «aplicar» los conocimientos ge-nerados por esas investigaciones, en su mayoría restringidas a la diná-mica interpersonal o condicionados por los objetivos pragmáticos ypedagógicos de la integración de minorías, a procesos de mediacióntecnológica y de escala transnacional. El crecimiento de tensiones entodas las áreas de la vida social, en interacciones masivas entre socied a-des, en las expansiones de l mercad o y los fracasos de la política, está in-corporando las preguntas por la interculturalidad a disciplinas que nousaban la expresión y reclaman nuevos horizontes teóricos.

Adopto aquí una perspectiva transdisciplinaria, con énfasis en lostrabajos antropológicos, sociológicos y comunicacioniles. Difiero deaquellos antropólogos para los cuales lo propio de su disciplina es asu-mir enteramente el punto de vista interno de la cultura elegida, y pien-so que grande s avances de esta ciencia derivan de haber sabido si tuarseen la interacciónentreculturas. Más aún: como ex plico en el primer ca-pítulo, Marc Abélés, Arjun Appadurai y James Clifford, entre otros,están renovando la disciplina al redefinir la noción de cultura: ya nocomo entidad o paquete de rasgos que diferencian a una sociedad deotra. Conciben lo cultural como sistema de relaciones de sentido que

identifica «diferencias, contrastes y comparaciones» (Appadura12-13), el «vehículo o medio por el que la relación entre los gllevada a cabo» (Jameson, 1993: 104).

Esta reconceptualización cambia el método. En vez de compararculturas que operarían com o sistemas preexistentes y compacinercias que el populismo celebra y la buena voluntad e tnográmira por su resistencia, se trata de prestar atención a las mezcmalentend idos que vinculan a los grupos. Para entend er a cadhay que describir cómoseapropia d e y reinterpreta los productos materiales y simbólicos ajen osí las fusiones musicale s o futbolístprograma s televisivos que circulan por estilos culturales heterolos arreglos navideños y los muebles «early american» fabricadsudeste asiático. Por supuesto, no solo las mezclas: también las aen que se atrincheran, la persecución occidental de indígenas manes. No solo los intentos de conjurar las diferencias sino lorros que no s habitan.

Tampoco se trata d e pasar d e la d iferencia a las fusiones, comdiferencias dejaran de importar. En rigor, se trata de complejizpectro. Vamos a conside rar, junto con diferencias e hibridacioneintenta el capítulo 2, las maneras en que las teorías de las diferecesitan articularse con otras concepciones d e las re laciones inteles: las que entienden la interacción como desigualdad , conexiónexión, inclusión/exclusión.

La perspectivaemic,o sea e l sentido intrínseco que los actores da sus conductas, sigue siend o una contribución mayor de la angía y un re quisito ético y e pistemológico indispensable para euna dimensión clave d e lo social . Pero en una época en que lagación antropológica ha d emostrado apti tude s para captar, adlo que cada uno toma y rechaza de los otros, lo que sucede d elados en esas atracciones y de sprecios, aun en intercambios gno pode mos red ucir esta disciplina, en palabras de Ge ertz, a sobre verdades caseras.

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Adoptar una perspectiva intercultural proporciona ventajas e plógicas y de equilibrio desc riptivo e interpretativo, lleva a c onpolíticas de la diferencia no solo como necesidad de resistir. Eculturalismo estad ounidense y lo que en América latina más biema pluralismo dieron aportes para hacer visibles a grupos discdos. Pero su estilo relativista obturó los problemas de interloc

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convivencia, así como su política de representación —la acción afirmati-va— suele g enerar más preocupación por la resistencia que por las trans-formaciones e structurales.

El multiculturalismo ha lleg ado a funcionar en alg unos países comointerpretación ampliada de la democracia. Nos hizo ver que esta signi-fica algo más que la rutina de votar cada d os o cuatro años: formar par-te de una sociedad democrática implica tener derecho a ser ed ucado en

la propia leng ua, asociarse con los que se nos pare cen para co nsumir oprotestar, tene r revistas y radios propias que nos distingan .Sin embargo, también hay que considerar las críticas dirigidas al

Emg¿icaurzsmo y pl plurilicrnn, sobre todo en su versión seg regacio-nista. Se objeta que la autoestima particularista conduce a nuevasversiones de l etnocentrismo: de la obligación de conoc er una única cul-tura (nacional, occidental, blanca, masculina) se pasa a absolutizar acrí-ticamente las virtude s, solo las virtudes, de la minoría a la que se perte-nece. El relativismo exacerbado de la «acción afirmativa» oscurece losdilemas compartidos con conjuntos más amplios, sea la ciudad, la na-ción o el bloque económico al que nos asocia el libre comercio. Cum-plir con las cuotas —de mujeres, de afroamericanos, de indíge nas— al

ocupar las plazas, pued e volver insignificantes los re quisitos espe cífi-cos que hacen funcionar las instituciones académicas, hospitalarias oartísticas. La vigilancia de lo políticame nte co rrecto asfixia, a vece s, lacreatividad lingüística y la innovación estética.

No e s fácil hacer un ma pa con usos tan d ispares de l multiculturalis-mo.Ni evaluar sus significados múltiples, dispersos, en las socieda de s.Es útil, al men os, diferen ciar en tre multiculturalidad y multiculturalis-mo. Lamultieulturalidad, o sea la abundancia de opciones simbólicas,propicia enriquecimientos y fusiones, innovacione s estilísticas toman-do prestado de muchas partes. Elmulticulturalismo,entendido comoprograma que prescribe cuotas de representatividad en museos, uni-versidades y parlamentos, como exaltación indiferenciada de los acier-

tos y penurias de quienes com parten la misma etnia o el mismo género,arrincona en lo local sin problematizar su inserción en unidad es socia-les complejas de g ran escala.

Por estas razones este libro trata de salir de dos rasgos del pensa-miento teórico posmoderno: la exaltación indiscriminada de lafrag-mentacióny el nomadismo.Quedarse en una versión fragmentada de lmundo aleja de las perspectivas macrosociales necesarias para com-prender e intervenir en las contradicciones de un capitalismo que setransnacionaliza d e mod o cad a vez más concentrado. En cuanto al no-madismo de las décadas de 1980 y 1990, no podemos olvidar quecorresponde al momento en que el libre comercio y la apertura de

fronteras aparecían como recursos para reubicarse e n las compeconómicas; ahora vemos e n todas panes —sobre todo, en el surdesregulación trae también desamparo laboral, descuido de la salud ydel medio ambiente y masivas migraciones. Conocemos repertorios einnovaciones de más culturas, pero perdimos protección sobre la pro-piedad intelectual, o los derechos de difusión se concentran en unaspocas corporaciones, especialmente en los campos musicales les. ¿Mercad os l ibres? En vez de l l ibre juego e stético y e conótre productores culturales, son los intereses de empresas dedicadas alentretenimiento o las comunicaciones los que influyen en lo quu, se filma o es m useificable. Por eso, ded ico los dos ca pítulosproponer una visión intercultural crítica del mercado cinematográficoy de ese o tro mercado absuelto de sus posiciones injustas bajbre de «sociedad d el conocimiento».

No se impone, como se temía hace años, una única cultura hnea. Los nuevos riesgos son la abundancia d ispersa y la concasfixiante. Coincido con Je an-Pierre Warnier: el problema qutan las sociedades contemporáneas es más «de explosión y dispersiónde las referencias culturales que d e homogene ización» (Warn2002:108). Pero simultáneame nte las me gaco rporaciones intentan cvastas zonas de e sa proliferación med iante tarifas preferencialdios, dumping y acuerdos regionales inequitativos. La multiculturali-dad, reconocida en el mentí de muchos museos, de empresas edito-riales, discográficas y televisivas, es administrada con un sistema deembudo que se corona e n unos pocos centros del norte. Las ntrategias d e división d el trabajo art ístico e intelectual, de acude capital simbólico y e conómicoa través de la cultura y la comunica-ción, concentran en Estados Unidos, algunos países europeos y Japónlas ganancias de casi todo el planeta y la capacidad de captarbuir la diversidad. ¿Cómo reinventar la crítica en un mundo donde ladiversidad cultural es algo que se administra: en las corporac

los Estados y e n las 019G?Pocos autores y movimientos sociales advierten las consecuenciasde este nuevo paisaje. Geo rge Yúdice observa que las manifeglobaliMbicas, desde Seattle y Génova hasta Cancún y Porto Alegre,ofrecen críticas severas a la desregulación, las privatizacionesgramas de austeridad d el Banco Mundial y elFMI,los efectos del ne oli-beralismo sobre la agricultura y el medio ambiente, pero no ecuestiones culturales y comunicacionales, o cuando lo hacen siguenapresadas en el rústico «modelo» de la macdonaldización del mundo.Carec en d e propuestas para la circulación de mocrática o m ásva de los bienes simbólicos en un tiempo en que la multicultur

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desaparece, sino que es ad ministrada selectivamente seg ún la lógica dela transnacionalización económica (Yúdice, 2002).

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Se pued e e ntende r que los deslizamientos interculturales exitosos ha-yan fomentado los elogios posmodernos d el nomadismo y la fragmen-tación: unos pocos actores y directores de cine asiáticos, europeos ylatinoamericanos logran actuar en Hollywood, músicas del TercerMundo son aplaudidas en el primero. Es posible citar a algunos mi-grantes populares que l leg an a e nriquecerse.

Pero no ayuda a dist inguir las lógicas diversas d e la interculturali-dad el amontonar los destierros, vagabundeos, migraciones, tribalis-mos urbarios y navegacione s por Internet, olvidand o su se ntido social ,cómo ocurre en ciertos libritos franceses y latinoamericanos. Uno desus representantes más traducidos, Michel Maffesa, que ya había ba-nalizado las formas contemporáneas de desintegración reduciéndolas a«tribalismos», ahora dice que nos uniría a todo s —«hippies, freaks, in-diani me tropolitani», judíos d iaspóricos y g uaraníes y Rolling Stones,exiliados y buscadores d e viajes iniciáticos— una d espreocupación dio-nisíaca «por el mañana, el gozo del momento, el arreglárselas con elmundo tatcual es». Se necesita olvidarse de lo que las ciencias socialesy tantos testimonios dramáticos dicen sobre la interculturalidad paraescribir en 1997 que «deja de ser válida la contraposición entre una vi-da e rrante elitista —la del«jet-set"— y la propia de los pobres —la d e lamigración e n busca de trabajo o de libertad —» (Maffesoli, 2004: 142).

Cuando resti tuimos esa función básica del pen samiento qfie e s dis-cernir en 14 mezcla lo distinto, confrontamos ásperas frustraciones: lamayoría ds los migrantes d esvalorizados en las sociedad es que eligie-ron con admiración; cineastas argentinos, españoles y mexicanos fu-man en Hóllywood, aunque no los guiones que llevaban. Por otro la-do, también hallamos frustraciones que se combinan con resistencias ylogros: Pinochet y d ecenas de torturadores arge ntinos fueron absueltosen sus países, juzgados en España, apresados en Inglaterra o México y,finalmente, algunos procesados e n los lugares de los crímenes.

¿Qué es un lugar e n la mund ialización? ¿Quién habla y de sde dón-de ? ¿Qué significan estos desacue rdos e ntre juegos y actores, tr iunfosmilitares y fracasos político-culturales, difusión mundial y proyectoscreativos? La fascinación de estar en todas panes y el desasosiego de noestar con seguridad e n ninguna, de ser muchos y nadie, cambian el de-bate sobre la posibil idad d e ser sujetos: ya aprendimos en los estudios

sobre la configuración imaginaria de lo social cuánto puede nprocesos sociales y los sujetos de construidos o simulados. Qmienza un tiempo de reconstrucciones menos ingenuas de lugares ysujetos, aparecen ocasiones para d esempeñamos co mo actormiles, capaces de hac er pactos sociales fiables, con alguna duintersecciones disfrutadas. ¿Por qué el a rte reciente está red

do al sujeto o buscando recrearlo? Nombres de artistas del pasado yactuales se convierten en iconos de las exposiciones-faro, deeuropeas, chinas y estadounidenses, de interpretaciones musiclares. Los ed itores reg istran el ascenso d e ventas d e biografbiografías. ¿Las identidades personales resucitan como marcas parareactivar los mercados, o hay algo más en este de seo desersujetos, o te-nerlos como referencia?

¿Qué busca bajo los escombros de la noción de sujeto el enritual más importante de los empresarios del mundo, el Foro co d e Davos, en 2004, al titular una sesión Yo, S.A.? Lo noved oe sla sugerencia de que «cada uno de be llevar su vida como una esino la paradoja de re-consagrar alyocomo sociedad anónima. El mo-

derad or del de bate dijo que en realidad d esde hace t iempo DaOlimpiada d el narcisismo». La metáfora de Jacques Atta —«la propia vida como si fuera una cartera d e valores»— e s al mquietante desde que sabemos cuán inestables están los valoretucias de sconfiables con quesemanejan los movimientos financierosEstos empresarios e intelectuales van mucho más lejos, al reastil las de la noción de sujeto, que el posmode rnismo cuandotró dispersas o simuladas. Parece urgente d iscernir quiénes psersujetos en esta época d e me rcados caníbales, y quiénes —indcolectivos (partidos,ONG, etc.)— estamos exigidos, a la vez, paraser fle-xiblesy ser alguienen la selva de las siglas.

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¿Diferentes, desiguales y de sconectados? Plantear los modoculturalidad en clave neg ativa es ad optar lo que siempre ha sidpectiva del pensamiento crítico: el lugar de la carencia. Pero pla posición de los desposeídos (de integración, de re cursos oxiones) no es aún saber quiénes somos. Imaginar que se podíadir de este problema ha sido, a lo largo de l siglo xx, el puntomuchos campesinistas, proletaristas, etnicistas o indianistas, mos que suprimían la cuestión de la alteridad, subalternistas dos aquellos que creían resolver el enigma de la identidad afirmando

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con fervor el lugar d e la d iferencia y la desigualdad. Al quedarse de es-te lado de l precipicio, casi siempre se d eja que otros —d e este lad o y deaquel— construyan los puentes. Las teorías comunicacionales nos re-cuerdan que la conexión y la desconexión con los otros son parte denuestra con stitución como sujetos individuales y c olectivos. Por tanto,el espaciointeres decisivo. Al postularlo como centro de la investiga-ción y la reflexión, estas páginas intentan comprender las razones de

los fracasos políticos y participar en la movilización de re cursos inter-culturales para con struir alternativas.

AgradecimientosLos cuatro primeros capítulos recibieron co mentarios, en un sem inarioen Buenos Aires, de Claudia Briones, Sergio Castellanos, AlejandroGrimson y Pablo Wright. El capítulo 3 se bene fició al trabajar una pri-mera versión en un se minario con e l Cidob, en Barcelona, organizadopor Yolanda Ong hena. Varios apartados d e este l ibro fueron elaborán-dose en cursos y conferencias dados e n varios países, notoriamente en

diálogo con los alumnos de l icenciatura y posgrad o de la UniversidadAutónoma Metropolitana, de México. El capítulo 4 rue publicado enuna versión anterior por la revista española A ntropología.El últimosurgió de un a investigación colec tiva auspiciada por e l Instituto Mex i-cano d e Cine , que compartí con Ana Rosas Mantecón y Enrique Sán-chez Ruiz; en e sta versión pude aprove char los comen tarios que recibí,en noviembre de 2003, al presentarlo en un simposio en la Universidadde Stanford.

Otros nombres que sería justo recono cer aquí se enc ontrarán cita-dos a lo largo del texto para dar lugares específicos a varias deudas. Noquiero omitig sin embargo, el apoyo de varios interlocutores. MagaliLara acompañó casi diariamente las exploraciones, incertidumbres y

goces de este proyecto. Varios capítulos recibieron comentarios incisi-vos de Miguel Bartolomé, Román de la Campa, Rossana Reguillo yAna Rosas Mantecón. Por fin quiero agrad ece r a Yamila Sevilla, edito-ra capaz de comprend er en e l detalle y el conjunto los dilemas d e unabúsqueda abierta que quiere presentarse como libro. Pati Legarreta yKatia Aeby me apoyaron e ficientemente para poner e n l impio las mu-chas versiones de estas páginas.

MAPAS

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La cultura extraviadaen sus definiciones

Hace d écadas que quienes e studian la cultura experimentan ede las imprecisiones. Ya en 1952 dos a ntropólogos, Alfred KrClyde K. Klukhohn, recolectaron en un libro célebre casi 300 de definirla. Melvin J. Lasky, que evide ntemente d esconocía publicó en The R epublic of Letters,en 2001, un avance de un l ibro enpreparación para el cual dice haber recogido e n diarios alemaneses y estadounidenses, 57 usos distintos del términocultura.La revistaCommentairetradujo ese art ículo en el verano d e 2003 añadiendla banalización del término es semejante en francés, al punto dse d otado d e e sa palabra «a un ministerio» (Lasky, 2003: 367).

Es fácil compartir la inquietud d e Lasky. Hemos leído e jempmejantes a los que él cita: el canciller Schróede r explicó su adBush en la guerra contra el terrorismo porque no es «una lucha entreculturas sino un combate po r la cultura». Un corre sponsal britMed io Oriente habla de la «cultura de la Jihad». EnThe New Y ork Ti-messe informa de una «revolución cultural en el interior de laCIAy e lFBI». Y así sigue a dvirt iend o Lasky sobre los r iesgos de que nomos de qué estamos hablando por la dispersión de referencias a las«culturas empresariales», la «cultura de la incompetencia» y ude sub, infra y contraculturas. Este autor se escandaliza por apvariantes y vuelve a mostrar su pobre información cuando atrorigen del «zumbido ensordecedor» producido por esta proliferaciónde significados a dos hechos: que los marxistas hayan comenza

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blar de «cultura capitalista», y que los antropólogos usaran, de sde el li-bro de Sir Edward Tylor, en el propio título, Primitive Culture. «Pordefinición, sostiene Lasky, la cultura no podríaser primitiva» (Lasky2003: 369).

Más que precisar el comienzo y el de splieg ue de l zumbido, intere-sa razonar cómo se fue l leg ando en las ciencias sociales a cierto con-senso e n una d efinición sociosemiótica d e la cultura y qué problemas

colocan a ese acuerdo las condiciones multiculturales en que varía es-te objeto de estudio. Luego, me iré ocupando de las redefinicionesoperadas por el periodismo, los mercados y los gobiernos. Dado queesas nociones t ienen e ficacia social , de ben formar parte de lo que co-rresponde investigar.

Laberintos del sentido

Hasta hace pocas décad as se pretendía e ncontrar un paradigma cientí-fico que o rganizara el saber sobre la cultura. Aun quiene s reconoc íanla coexistencia de múltiples paradigm as aspiraban a establece r uno quefuera el más satisfactorio o el d e m ayor capacidad explicativa. No hayque abandonar esta aspiración, pero el relativismo episternológico y elpensamiento posmoderno han quitado fuerza, por distintas vías, aaquella preocupación por la unicidad y la universalidad del conoci-miento. La propia pluralidad de culturas contribuye a la diversidad deparadigmas c ientíficos, en tanto cond iciona la producción del saber ypresenta Objetos de conocimiento con configuraciones muy variadas.

Desde una perspectiva antropológica, podríamos adoptar ante lavariedad de disciplinas y definiciones sobre c ultura una acti tud se me-jante a la que tenemos co n nuestros informantes en el trabajo de cam-po. No preferimos a priori una versión sobre los procesos sociales, si-no que escuchamos diferentes relatos con pareja atención. Podemos

preg untarnos, entonce s, cuáles son hoy las principales narrativas cuan-do hablamos decultura.a) La primera noción, la más obvia, es la que sigue prese ntándose

en e l uso cotidiano d e la palabra cultura cuando se la aseme ja a ed uca-ción, ilustración, refinamiento, información vasta. En esta linea, cultu-ra es el cúmulo de conocimientos y aptitudes intelectuales y estéticas.

Se reconoce esta corriente en e l uso coloquial de la palabracultura,pero tiene un soporte en la filosofía idealista. La distinción entrecul-tura y civilización fue elaborada por la filosofía aleman a a fin del siglo?cm y principios delXX: Herbert Spencer, Wilhelm Windelband, Hein-rich Rickert. Este último tenía una distinción muy cómoda para dife-

renciar la cultura de la civilización. Decía que un trozo de rrMtraído de una cantera es un objeto d e civilización, resultado d ejunto de técnicas, que permiten e xtraer ese material de la natuconvertirlo en un producto civilizatorio. Pero ese mismo trozo demármol, según Rickert, tallado por un artista que le imprime el valorde la belleza, lo convierte en obra de arte, lo vuelve cultura.

Entre las muchas críticas que se pueden hacer a esta distinción ta-jante entrecivilización y cultura una es que naturaliza la división entrelo corporal y lo mental, entre lo material y lo espiritual, y por tanto ladivisión del trabajo entre las clases y los grupos sociales que se dedi-can a una u otra dimensión. Naturaliza, asimismo, un conjunto de co-nocimientos y gustos que serían los únicos que valdría la pena difun-dir, formados en una historia particular, la del Occidente moderno,concentrada en el área europea o euronorteamericana. No es, enton-ces, una caracterización de la cultura pertinente e n el estad o dnocimientos sobre la integración de cuerpo y mente, ni apropiada pa-ra trabajar luego d e la de sconstrucción del euroce ntrismo opela antropología.

b) Frente a esos usos cotidianos, vulgares o idealistas de cultura,surgió un conjunto de usos científicos, que se caracterizaron prar la cultura en oposición a otros refere ntes. Las dos principafrontaciones a que se somete el término son naturaleza-cultura y so-ciedad-cultura. Antes de considerar cada una de estas vertientes,veamos brevemente qué se requiere para construir una noción cientí-ficamente ace ptable. Por lo me nos, dos re quisitos:

Una definición unívoca, que sitúe el término cultura en un sis-tema teórico determinado y lo libre de las connotaciones equí-vocas del leng uaje ord inario.Un protocolo de observación riguroso, que remita al conjuntode hechos, de procesos sociales, en los que lo cultural pu

gistrarse de modo sistemático.Durante un tiempo se pensó en la antropología, y también en la filo-sofía, que la oposición cultura-naturaleza permitía hacer esta dción. Parecía que de ese modo se diferenciaba a la cultura, lo creadopor el hombre y por todos los hombres, de lo simplemente dado, de«lo natural» que existe en el mundo. Este modo de definir la culturafue acompañado por un conjunto de protocolos rigurosos de observa-ción, registros de modelos de comportamiento de grupos, de costum-bres, de distribución espacial y temporal, que quedaron consolidadosen guías etnográficas, como la de George Peter Murdock. Pero este

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campo de aplicación de la cultura por oposición a la naturaleza, no pa-rece claramente especificado. No sabemos por qué o de qué modo lacultura puede abarcar todas las instancias de una formación social, osea los modelos de organización económica, las formas de ejercer elpoder, las prácticas religiosas, artísticas y otras. Hay que preguntarsesi la cultura, así de finida, no se ría una especie d e sinónimo ide alista de l

concepto deformaciónsocial,como oc urrió, por ejemplo, en la obra deRuth Benedict , según la cual la cultura e s la forma que ad opta una so-ciedad unificada por los valores dominantes (Establet , 1966).

Esta manera demasiado simple y extensa de definir la cultura, comotodo lo que no es naturaleza, sirvió para distinguir lo cultural de lobiológico o genético y superar formas primarias del etnocentrismo.Ayudó a ad mitir como cultura lo creado por tod os los hombres en to-das las sociedad es y e n todos los t iempos. Toda sociedad t iene cultura,se de cía, y por tanto no hay razones para que una discrimine o d esca-lifique a las otras. La conse cuencia política de e sta de finición fue elre-lativismo cultural: admitir que cada cultura tiene derecho a darse suspropias formas de organización y d e e stilos de vida, aun cuando inclu-yan aspectos que pueden ser sorprendentes, como los sacrificios hu-manos o la poligamia. Sin embargo, al abarcar con la noción de cultu-ra tantas dimensiones de la vida social (tecnología, economía, religión,moral, arte) la noción perdía eficacia operativa. Además, se ha critica-do que el reconocimiento sin jerarquías de todas las culturas comoigualmente leg ít imas cae e n una indiferenciación que las hace incom-parables e inconmensurables (Cuche, 1999).

Una nueva pareja de oposiciones intentó deslindar la cultura deotras partes de la vida social: la queopone cultura a sociedad.Fray dis-tintos modos de encarar esta distinción en la antropología y en disci-plinas afines. Se opone cultura a sociedad a med iados de l siglo xx, enla obra de Ralph Linton, y adquiere su forma más c onsistente e n auto-res como Pierre Bourdieu. La sociedad es conce bida como el conjun-to de estructuras más o menos objetivas que org anizan la distr ibuciónde los medios de producción y el poder entre los individuos y los gru-pos sociales, y que d eterminan las prácticas sociales, econ ómicas y po-líticas. Pero al analizar lasestructurassociales y lasprácticas,queda unresiduo, una serie de actos que no parecen tener mucho sentido si selos analiza con una concepción pragmática, como realización del po-de r o adm inistración de la econo mía. ¿Qué significan, por ejemplo, lasdiversas complejidad es d e las leng uas y los r i tuales? ¿Para qué se pin-tan los hombres y las mujeres la piel, de sde las socied ade s más arcaicashasta la actualidad? ¿Qué significa colgarse cosas en el cuerpo o col-garlas en la casa, o rea lizar ceremon ias para arribar a actos o produc-

tos que al f inal de cuentas no parece rían necesitar caminos tasos para alcanzar sus objetivos?

No se trata únicamente de una diversidad existente en sociedadespremodernas. El desarrollo del consumo en las sociedades contem-poráneas volvió evidentes e stos «residuos» o «exce de ntes» esocial. Jean Baudrillard, en suCrítica de la econom ía política del sig-no, hablaba de cuatro tipos de valor en la sociedad. Para salir del es-quema marxista tan elemental que solo diferencia valor de uso y va-lor de cambio, reconocía dos formas más de valor que denominaba:valor signo y valor símbolo. Si consideramos un refrigerador, tieneun valor de uso (preservar los alimentos, enfriarlos) y un valor decambio, un precio en el mercado, equivalente al de otros bienes o alcosto de cierto trabajo. Además, el refrigerador tiene un valor signo,o sea el conjunto de connotaciones, de implicaciones simbólivan asociadas a ese objeto. No es lo mismo un refrigerador importa-do que otro nacional, con diseño simple o sofisticado. Todos esoselementos significantes no contribuyen a que enfríe más o preservemejor los alimentos, no tienen que ver con el valor de uso; sí con el

valor de cambio porque agregan otros valores que no son los de uso.Remiten a los valores signos asociados a este objeto. Esto es miliar para los que estamos habituados a ver mensajes publicitariosque trabajan precisamente sobre este nivel de la connotación, quenos cuentan historias sobre los objetos poco relacionadas con sususos prácticos.

Baudrillard complicaba un poco más la cuestión. Decía que, ade ese valor signo, puede haber unvalor símbolo.En tanto valor-signo,el refrigerador pued e ser intercambiable con un conjunto de oductos o de bienes que están en la sociedad y dan prestigio o ciones simbólicas seme jantes a esa m áquina d e e nfriar. Por ejem ner un refrigerador importado puede ser equivalente a tene r importado o ir de vacac iones a una playa extranjera, aunque losde uso obviamente son d ist intos. Pero él dist inguía otro t ipo del valor-símbolo, vinculadoa rituales,o a a ctos particulares que ocurrendentro dela sociedad. Si me regalan el refrigerador para mi bodto va a conferir al objeto un sentido distinto, que no lo hace inbiable con ningún otro. Ese regalo, como c ualquier don que seentre persona s o entre g rupos, carga a l objeto de un valor simbferente del valor signo.

Esta clasificación de cuatro tipos de valor (de uso, de cambsigno y valor símbolo) permite diferenciar lo socioeconómico de locultural. Las dos primeras clases d e valor tienen que ver princte, no únicamente, con lamaterialidad del objeto,con la base material

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de la vida social. Los dos últimos tipos de valor se refieren a la cultu-ra, a losprocesos de significación.

Fierre Bourdieu d esarrolló esta diferencia entre cultura y socied adal mostrar en sus investigaciones que la sociedad está estructurada condos tipos de relaciones: las defuerza, correspondientes al valor de usoy de cambio, y, de ntro de ellas, entretejidas con esas relaciones de fuer-za, hay relaciones desentido,que org anizan la vida social, las relacio-nes d e significación. El mundo d e las significaciones, de l sentido, cons-tituye la cultura.

Llegam os así a una posible d efinición operativa, compartida por va-rias disciplinaso por autores que pertenece n a diferen tes disciplinas. Sepuede afirmar que la cultura abarca e lconjunto de los procesos socialesde signif icación,o, de un mod o más complejo, la cultura abarca elcon-junto de procesos sociales de producción, circulación y consum o de lasignificación en la v ida social.

Identidades: camisa y pielAl conceptualizar la cultura de e ste modo , estamos diciend o que la cul-tura no es apenas un c onjunto de obras de arte, ni de l ibros, ni tampo-co una suma de objetos materiales cargados con signos y símbolos. Lacultura se presenta comoprocesos sociales,y parte de la dificultad dehablar de ella de riva de que se prod uce, circula y se consume en la his-toria social . No e s algo que aparezca siempre d e la misma mane ra. Deahí la importancia que han adquirido los estudios sobre recepción yapropiación de bienes y mensajes en las sociedad es contemporáneas.Muestran cómo un mismo objeto puede transformarse a través de losusos y reapropiaciones sociales. Y también cómo, al relacionarnosunos con otros, aprende mos a se r interculturales.

Esta concepción procesual y cambiante d e la c ultura se vuelve e vi-

dente cuando estudiamos sociedade s diversas, o sus intersecciones conotras y sus cambios en la historia. Para mí fue iluminador trabajarcon las artesanías en México. Los objetos artesanales suelen producir-se en grupos indígenas o campesinos, circulan por la sociedad y sonapropiados por sectores urbanos, turistas, blancos, no indígenas, conotros perfiles socioculturales, que les asignan funciones distintas deaquellas para las cuales se fabricaron. Una olla se pued e c onvertir enflorero, un huipil en mantel o en elemento decorativo en la pared deun departamento moderno. No hay por qué sostener que se perdió elsignificado de l objeto: setransformó.Es etnocéntrico pensar que se hadeg radado el sentido de la artesanía. Lo que ocurrió fue que cambió de

significado al pasar de un sistema cultural a otro, al insertarsevas relaciones sociales y simbólicas. Podemos comprobarlo desde laperspectiva de l nuevo usuario, y a veces también vemos que estido aprobado por el productor. Muchos artesanos saben que el obje-to va a ser utilizado de otra manera que la que tuvo en su origen pero,como necesitan vender, adaptan el diseño o el aspecto de la artesaníapara que sea usad o más fácilmente en e sa nueva función, que taa evoca r el anterior sentido por su iconografía, aunque sus finmáticos y simbólicos predominantes participarán de otro sistema so-ciocultural.

Desde un punto de vista antropológico, no hay razones para pen-sar que un uso sea más o menos legítimo que otro. Con todo derecho,cada grupo social cambia la significación y los usos. En este panálisis antropológicos necesitan converg er con los e studios smunicación, porque e stamos hablando de circulación de bienessajes, cambios de significado , del pasaje de una instancia a otgrupo a varios. En esos movimientos se comunican significados, queson recibidos, reprocesad os o recod ificado s. También necesitalacionar el análisis intercultural con las relaciones d e pod er patificar quiénes disponen de mayor fuerza para modificar la significa-ción de los objetos.

Al prestar atención a los desplazamientos de función y significadode los objetos en el tránsito de una cultura a o tra, llegamos a ldad de co ntar con una definiciónsociosemióticade la cultura, que abar-que el proceso de producción, circulación y consumo de significacio-nes en la vida social. Conforman esta perspectiva varias tendencias,varios modos d e d efinir o subrayar aspectos particulares d e lasocial y de l sentido que la cultura adquiere de ntro de la socie

Voy a mencionar cuatro vertientes contemporáneas que destacandiversos aspectos en e sta perspectiva procesual que consideralo sociomaterial y lo significante de la cultura. La primera ten

la que ve lacultura como la instancia en la que cada grupo organiza suidentidad. Dicho así , no t iene ninguna nove dad , porque de sde e lXlx los antropólogos venían estudiando cómo las culturas se orban para dar identidad, para afirmarla y renovarla en las sociedades.Pero lo que tratamos de ver actualmente, dado que las condiciones deproducción, circulación y consumo de cultura no ocurren en una solasociedad, es cómo se reelabora el sentido interculturalmente. No solode ntro de una etnia, ni siquiera d entro d e una nac ión, sino en globales, traspasando fronteras, volviendo porosos los tabiquenales o étnicos, y haciendo que cada g rupo pueda abastecerse reper-torios culturales diferentes. Esta configuración transversal del se n

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complejiza cada sistema simbólico. Los procesos culturales no son re-sultado solo de una re lación decultivo,de acuerdo con el sentido filo-lógico de la palabra cultura, no de rivan únicamente de la relación conun territorio en el cual nos apropiamos de los bienes o del sentido dela vida en e se lugar. En esta época nue stro barrio, nuestra ciudad, nues-tra nación son escenarios de identificación, de producción y reproduc-ción cultural Desde ellos, sin embargo, nos apropiamos de otros re-pertorios culturales disponibles en el mundo, que nos llegan cuandocompramos productos importados en e l supermercad o, cuando ence n-de mos el televisor, el pasar de un país a otro como turistas o migrantes.

De ma nera que d ecir que la cultura es una instancia simbólica don-de cada g rupo organiza su identidad e s decir muy poco en las actualescondiciones de comunicación globalizada. Hay que analizar la comple-jidad que asumen las formas de interacción y de rechazo, de aprecio,discriminación u hostilidad hacia otros en esas situaciones de asiduaconfrontación. Estas interacciones fueron tematizadas en la historia dela antropología por varias corriente s, la más notoria d e las cuales fue laque ag rupa los estudios sobre aculturación (Redfield, Linton, Hersko-witz), en su mayoría dedicados a contactos entre pueblos arcaicos o deellos con misioneros, colonizadore s y migrantes. La teoría o riginaria,desarrollada principalmente en Estados Unidos, fue variada en investi-gacione s de otras lati tude s, como las de Roge r Bastide y G eorge s Ba-landier. No voy a demorarme en este texto e n de tallar el i tinerario an-tropológico del asunto; destaco tan solo la amplificación del mismoocurrida en la segunda mitad d el siglo xx en dos escenarios: el de lasin-dustrias culturalesy el de las ciudades.Como participantes en a mbasinstancias, experimentamos intensamente la interculturalidad.

Cuando Malinowski se trasladaba a una sociedad no europea ocuando Marg aret Mead de jaba los Estados Unidos y viajaba a Samoa,se trataba de individuos que hacían el esfuerzo de comunicarse conotra sociedad, caracterizada a su vez por una fuerte homoge neidad in-terna. Hoy millones de personas van de un lado a otro frecuentemen-te, viven en forma más o menos duradera en ciudades distintas deaquella en que nacieron y modifican su estilo de vida al cambiarde contexto. Estas interacciones t ienen efectos conce ptuales sobre lasnociones de cultura e identidad: para usar la elocuente fórmula deHobsbawm, ahora •la mayor parte de las identidades colectivas sonmás bien camisas que piel: son, en te oría por lo meno s, opcionales, noineludibles» (Hobsbawm , 1997: 24; citado po r Alsina, 1999: 55). Solohay que recordar cuántas veces las conductas racistas ontologizan en lapiel las diferencias id entitarias. También se ría útil completar la m etáfo-ra de Hobsbawm con un análisis de las d iversas tallas de las camisas.

Hay otra dirección que veníamos describiendo a propósito de losvalores, según la cualla cultura es vista como una instancia simbólicade la producción y reproducción de la sociedad.La cultura no es un su-plemento de corativo, entretenimiento de d omingos, actividao recreo espiritual para trabajadores cansados, sino constitutiinteracciones cotidianas, en la medida en que en el trabajo, enporte y en los demás movimientos ordinarios se desenvuelven proce-sos de significación. En todos e sos comportamientos están endos la cultura y la socied ad , lo mate rial y lo simbólico.

¿Qué es, entonces, la cultura? No podemos regre sar a la vinición antropológica que la identificaba con la totalidad de lacial. En las teorías sociosemióticas se e stá hablando de unaimbricacióncompleja e intensa entre loculturaly lo social.Dicho de otra manera,todas las prácticas sociales con tienen una dimensión culturaltodo en esas prácticas sociales es cultura. Si vamos a una gascargamos nuestro coche, ese acto material, económico, está casignificaciones, ya que vamos con un automóvil de cierto disede lo, color, y actuamos con cierto comportamiento ge stual. Toducta estásignificandoalgo, está participando de un modo d iferencen las interacciones sociales.

Cualquier práctica social, en el trabajo y en el consumo, contieneuna dimensión significante que le da su sentido, que la constituye, yconsti tuye nuestra interacción en la socied ad. Entonces, cuanmos que la cultura es parte de todas las prácticas sociales, pero no esequivalente a la totalidad d e la socied ad, estamos d istinguienra y sociedad sin colocar una barra que las separe, que las opteramente. Afirmamos su entrelazamiento, una ida y vuelta coentre am bas dimen siones, y solo por un art ificio metodológictico podemo s distinguir lo cultural de lo que no lo es. Pero haymento, siempre al final del análisis, en que de bemos llega r a larecomponer la totalidad y ver cómo está funcionando la cultusentido a esa sociedad . En este proceso la cultura aparece code cualquier producción social, y también de su reproducción.volvió evidente desde la teoría de la ideologíade Louis Althusser,cuando d ecía que la socied ad se produce a través de la ideoloel análisis se volvió más consistente de sde las investigacione s dBourdieu sobre la cultura comoespacio de reproducción social yorga-nizaciónde las diferencias.

Una tercera línea es la que habla de lacultura como una instancia deconformación del consenso y la hegemonía,o sea deconfiguración de laculturapolítica,y también de la legitimidad.La cultura es la escena e nque adquiere n sentido los cam bios, la administración del pod e

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cha contrae' poder. Los recursos simbólicos y sus diversos modos deorganización tienen que ver con los modos de autorrepresentarse yde representar a los otros en relaciones de diferencia y desigualdad, osea nombrando o desconociendo, valorizando o descalificando. El usorestringido de la propia palabra cultura para de signar comportamien-tos y gustos de pueblos occidentales o de élites —«la cultura europea»o «alta»— es un acto cultural ene que se ejerce poder. El rechazo de esarestricción, o su reapropiación cuando se habla de cultura popular ovideo cultura, también lo son.

La cuarta línea es la que habla de la cultura como dramatizaciónemf etnizodo de los.-conflictss sociales.La frase no es de Pierre Bour-dieu, pero contiene una palabra que él usa con frecuencia: me re fieroa su noción deeufemismo.No e s una novedad para los antropólogos,quienes a través del trabajo con sociedade s no occide ntales d escubrie-ron hace tiempo que cuando en una sociedad se Méga, se canta o sedanza,se está hablando d e otras cosas, no solo de aquello que se estáhaciendo explícitamente. Se alude al poder, a los conflictos, hasta a lamuerte o a la lucha a m uerte entre los hombres. También en las socie-dades contemporáneas hemos podido descubrir, a partir de esa mira-da indirecta que pasa por las sociedades llamadas primitivas, quelo que ocurre en la vida social, para que no sea una lucha a muerte, pa-ra que no todos los conflictos desemboquen en guerras, tiene que in-cluir formas deeufem ización de los conflictos sociales,como dramati-zación simbólica de lo que nos está pasando. Por e so tenemo s teatro,artes plásticas, cine, canciones y deportes. La eufemización de losconflicto* no se hace siempre d e la misma mane ra, ñi se hace al mis-mo tiempo en todas las clases.

Esta vertiente d e lacultura com o dramatización euf em izada de losconflictos sociales,como teatro o representación, ha sido trabajada porBertolt Brecht, Walter Be njamin y otros pensadore stSe halla relacio-nada co n la anterior, con la conformación del consenso y la hegemo -nía, porque estamos hablando de luchas por el poder, disimuladas oencubiertas. Dicho de otra manera, las cuatro vertientes no están de s-conectadas. A través de cualquiera de ellas, podemos' acceder a lo quese piensa que es la cultura.

¿Cómo volver compatibles estas distintas narrativas? El hechomismo de que sean cuatro hace pensar que no estamos anteparadig-mas.Son formas en que nos narramos lo que acontece con la culturaen la sociedad. Si fuera solo un problema de narración, de narratolo-gía, no sería tan complejo compatibilizarlas. Estamos también anteconflictos en los modos de conocer la vida social, como veremos enpróximos capítulos. Es necesario avanzar e n el trabajo epistemológico

iniciado por autores ya citados a fin de explorar cómo las aproxima-ciones que narran losvínculosde la cultura con la sociedad , con el pode r, con la economía, con la producción, podrían ser conjugadculadas unas con otras.

¿Sustantivo o a djetivo?Los cambios globalizadores imprimen un último giro a este viaje porlas definiciones. La definición sociosemiótica d e la cultura comsos de producción, circulación y consumo de la significación esocial sigue siendo útil para evitar los dualismos entre lo material y loespiritual, entre lo e conómico y lo simbólico, o lo individual y ltivo. Desautoriza la escisión entre camisa y piel, y por tanto las basesideológicas del racismo. Pero esa definición, concebida para caddad y con pretensiones d e validez universal, no abarca lo que cye a cada cultura por su diferencia e interacción con otras. Los proce-sos de g lobalización exigen trascende r el alcance nacional o étérmino a fin d e abarc ar las relacione s interculturales. Así, Arjudurai prefiere conside rar la cultura no como un sustantivo, comra algún tipo de objeto o cosa, sino como adjetivo. Según él,lo culturalfacilita hablar de la cultura como una dimensión que refiere a cias, contrastes y comparaciones», permite pensarla «menos cpropieda d d e los individuos y de los grupos, más como un recurístico que podemos usar para hablar de la diferencia» (Appadurai,1996: 12-13). Dicho de otro modo: no como una esencia o algo queporta en sí cada grupo, sino como el «subconjunto de diferenciasque fueron seleccionadas y movilizadas con el objetivo de artifronteras de la diferencia» (íde m: 29). En esta dirección, el antno sería un especialista en una o varias culturas, sino en las esde diferenciacidn que organizan la articulación histórica de rasgos se-

leccionados en varios grupoá para tejer sus interacciones.El objeto de estudio cambia. En vez de la cultura como sistema designificados, a la manera de Geertz, hablaremos delo culturalcomo «elchoque de significados en las fronteras; como la cultura pública quetiene su coherencia textual pero es localmente interpretada: como re-de s frágiles d e re latos y significados tramados por a ctores vuen si tuaciones inquietantes como las bases de la agen cia y la nalidad en las prácticas sociales corrientes» (Ortner, 1999: 7). Al co-mentar este texto, Alejandro G rimson anota que esta conce pccultural como algo que sucede en zonas de conflicto lo sitúa comoproceso polfico: se refiere a los «modos e specíficos en que lo

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se en frentan, se alían o neg ocian» (Grimson, 2003: 71), y por tanto có-mo imaginan lo que comparten. No se trata de simples «choques» en-tre culturas (o entre civilizaciones, en el léxico de Huntington), sino d econfrontaciones que suceden, pese a las diferencias que existen, porejemplo entre occidentales e islámicos, precisamente porque participanen contextos internacionales comunes o converg entes.

Al proponernos estudiar lo cultural,abarcamos el conjunto d e pro-cesos a través de los cuales dos o más grupos representan e intuyenimaginariamente lo social, conciben y gestionan las relaciones conotros, o sea las diferencias, orden an su d ispersión y su inconmensura-bilidad med iante una de limitación que fluctúa entre e l orden que haceposible el funcionamiento de la sociedad , las zonas de disputa (local yglobal) y los actores que la abren a lo posible.

Llegué a e sta de finición en un l ibro anterior,La globalización ima-ginada, cuand o el análisis de d iversas narrativas sobre la globalizaciónme exigía reconceptualizar los mod os sustancialistas o intranacionalesde concebir la cultura. Quiero avanzar aquí sobre las consecuenciasteóricas de esta noción d e lo cultural, o mejor d e lo intercultural, pues-to que el pasaje que estamos registrando es de identidades culturalesmás o meno s autocontenidas a procesos d e interacción, confrontacióny ne gociación entre sistemas socioculturales diversos.

Regre samos así al problema que inició este capítulo: la cultura se-gún quienes la hacen o la vend en. Tenemos que hacernos cargo no so-lo de las d efiniciones múltiples sobre lo cultural dadas por las humani-dad es y las ciencias sociales, sino también d e las con ceptualizacioneshechas por' los gobiernos, los mercados y los movimientos sociales.

- ; Las maneras e n que e stá reorganizándose la producción, la circulacióny los consumos de los bienes culturales no son simples operacionespolít icas o mercanti les; instauran modos nue vos de entend er qué es locultural y cuáles son sus desempeños sociales.

Aunque la mayoría de los antropólogos tiende a dejar esta últimaetapa, la del capitalismo globalizado, a otras disciplinas, pienso que elentrenamien to antropológico para trabajar con si tuaciones intercultu-rales da instrumentos valiosos para hacer visible lo que sucede bajo elpredominio actual dela producción industrial y la circulación masivay transnacionarcie los bienes y mensajes culturales. Aun los antropó-logos que se dedican—alas culturas tradicionales o «primitivas» ven lanecesidad de reconocer -para decirlo con palabras que titulan uno delos libros más valorad os sobre e l asunto, el de Sally Price- que las «ar-

ytes primitivas» existen hoy bajo «miradas civilizadas».¿Cómo caracterizar y d elimitar lo que los antropólogos han l lama-

do «artes primitivas»? Price propone ocuparse d e «objetos fabricado s

antes de la Primera G uerra Mundial en el cuadro d e las tradtísticas que no han entrado e n los museos de arte sino d espuguerra»; «toda trad ición artística posterior a la Edad Me dia palas cédulas de los museos no dan e l nombre del art ista autor jetos expuestos», o «dan los datos de creación de los objetosen siglos y no en años»; «el arte de los pueblos cuyas lenguas no son enseñadas e n las universidades e n un curso sancionadplomas»; y «toda tradición artística en la cual el valor mercaobjeto es automáticamen te multiplicado por diez o más de sdte objeto es de sprendido d e su contexto cultural de orige n pportado» (Price, 1995: 19). Sin embarg o, la autora indica que fuerzos para precisar los cri terios objetivos d e de limitación iade más de los estud iosos, a museos y marchantes, los dispositdém icos que exaltan a las «civilizaciones d e la escritura» y lotivos med iáticos que organ izan las relaciones mo de rnas con lopelículas, diarios, revistas, publicidad de mod a y viajes. No e sresignificación y refuncionalización de lo tradicional desde lno; es la reubicación de las culturas antiguas en la compleja trainterculturalidad contemporánea. Como «los africanos capturados ydeportados hacia países lejanos en la época del come rcio de los objetos de las sociedades «otras» han sido «aprehendidos, transfor- ,mados e n mercanc ía, vaciados de su significación social , recen nuevos contextos y reconceptualizados para responde r a des económicas, culturales, políticas e ideológicas de los mielas 'sociedades lejanas» (ibíd.: 22).

Estas operaciones de reconceptualización también están apse a bienes culturales modernos, como las antes llamadas belllas obras de vanguardias recientes. La necesidad de redefinir el arteyla cultura se vuelve más clara al ide ntificar los cambios d e acgeneran las conceptualizaciones y valoraciones de lo cultural. Hanperd ido protag onismo los científicos sociales, y también los etas de instituciones públicas debido al descenso de la inversiópacidad regulatoria de los Estados. Liá POlíticas gubernamentales seretrajeron-a Icis campos culturales de bajo costo y consumo minrio (revistas, col cien D a teatio), en tanto las artes y formas expresivque requiere n altas inversiones e incid en e n públicos masivoslevisión, música y espe ctáculos multitudinarios) qued an bajo delrating.El consiguiente predominio d e lo merca nti l sobre lo cb7-sobre los valores simba oi-y1a 2y Fesen tación iden ti taria implicarede finicionés de lo que se entiend e- por cultura y de su lugar e n la so-calad. Si bien el crecimiento de las empresas privadas es decisivo',también la reorganización empresarial de las instituciones públicas

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—museos, salas de co ncierto— que pasan de ser servicios socioculturalesa actividade s autofinanciables y lucrativas, obligada s a buscar clientesmás que lectores y espectadores, contribuye al cambio de sentido de laproducción y apreciación de la cultura.

Para percibir el desplazamiento ocurrido en el últ imo me dio sigloen la noción y el lugar social de lo cultural conviene mirar lo que eracuando e l de sarrollo de la mode rnidad «ilustrada» caracterizó a la cul-

tura como un bien deseable para todos, que debía ser difundido am-pliame nte, explicado y vuelto accesible, en contraste con la concepciónneoliberal que la sitúa como un conjunto opcional de bienes adquiri-bles a los que se puede o no acce der.

No vamos a ocultar las semejanzas entre las nociones de cultura entodas las etapas de capitalismo. Siempre, dentro de este mod o de pro-ducción, un gran sector d e los bienes simbólicos fue considerad o co-mo mercancía, sus expresiones más valoradas tuvieron sentido suntua-rio y los comportamientos culturales operaron como procedimientospara diferenciar y distinguir, incluir y excluir. No obstante, en el pro-yecto de la primera mode rnidad, sobre todo de sde e l giro que le impri-mió el saber antropológico, y la apreciación de l arte y la cultura en la

formación de las naciones, se asign ó valor cultural a la producción sim-bólica de tod as las sociedad es. Se quiso que —a través de la educación,luego d e los med ios— las manifestaciones juzgadas más valiosas fueranconocidas y comprendidas por todas las sociedades y todos los sec-tores.

Estoy describiendo el proyecto de la modernidad ilustrada. Sabe-mos que su realización fue tan deficiente como lo muestran las inves-t igaciones sobre la entrada desigual a la escuela y su aprovechamientodiverso por diferentes clases, sobre ros dispositivos de segmentación oexclusión de los públicos en los museos, los teatros, las salas de con-cierto y los med ios masivos de co municación. Si evoco aquí el proyec-to incluyente de la modernidad temprana no es porque olvide la par-

cialidad de sus logros, sino para contrastarlo con esta etapa en que esautopía se evapora.Este l ibro está organizado de sde la hipótesis de que los lugares ac-

tuales de lo cultural oscilan entre su concepción social y universal ex-tendid a en la primera mode rnidad y, al mismo tiempo, las exige nciasmercanti les impuestas en los últ imos años. Decir que la red ucción delo cultural al mercado, y a su globalización neoliberal, condiciona to-das las re laciones interculturales induce hoy a renovados estereotiposde universalización inconsistente. Por un lado, la conjetura de quelaglob alización del orden mercantil y de los avances tecnológ icosirá ho-mogeneizando al mundo, achicando las diferencias y las distancias.

Quizá la ideología de expansión ilimitada de las empresas transnacio-nales y de su predominio tecnológico-económico, así como las ilusio-nes de los neoimperialismos (Estados Unidos + OTAN) de disciplinarpolíticamente, sin tomar en serio las diferencias culturales, seapresiones más rústicas —y con mayor pretendida eficacia— de emo universalismo.

Losmov imientos antiglobalizaciónson, a menudo, el reverso espe-cular de aquellas fantasías. Fren te a la g lobalización neo liberalmundismo a bsoluto: ecologistas, anticapitalistas, indíg enas devariadas culturas, o quienes proclaman de maneras muy dist int

...versidaii sexual, jóvenes excluidos de los mercados de trabajo juntocon los postergados en los mercados del consumo, y muchos más, ol-vidan temporalmente sus diferencias o creen que estas diferenprecisamente lo que pued e unirlos para revivir utopías de altetal. Si bien esta suma de minorías ha acumulado fuerzas como paraperturbar reuniones y rituales de los globalizadores neoliberales, des-de Seattle hasta Cancún, más que resolver pone en evidencia las difi-cultades que persisten cuando se quiere articulardiferencias, desigual-dades, procedimientos de inclusión-exclusióny las formas actuales d eexplotación.

Los capítulos que siguen en e sta primera parte d el l ibro concómo podrían combinarse en el presente estos recursos conceptualesprovenientes de distintas disciplinas. En síntesis, quiero examinar enqué condiciones se gestionan las diferencias, las desigualdades, la in-clusión-exclusión y los dispositivos de explotación en procesos inter-

- culturales.En la segunda parte ded ico capítulos especiales a mirar cóm

ran estos cuatro movimientos de organización-desorganización de lainterculturalidad en diferentes escalas. ¿Qué significan para los lati-noamericanos, para el cine hablado en español, para los jóvenes, paraquienes aspiran a participar en las redes informáticas y en la sociedad

del conocimiento? Este tratamiento particularizado de las preguntasmayores de la interculturalidad y la globalización busca especigunas de las condiciones que ahora hacen posible o dificultan la uni-versalización de las culturas y sus diferencias.

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Diferentes, de siguales y de sconect

Una teoría consistente de la interculturalidad de be enco ntrarde trabajar conjuntamente los tres procesos cn que esta se tramferencias, las de sigualdad es y la de sconexión. Sin e mbargo, lde las ciencias sociales nos tiene acostumbrados a elaborar podo e stos tres objetos de e studio. Las teorías de lo étnico y de nal son por lo gen eral teorías de las diferencias. En tanto, el my otras corrientes macrosociológicas (como las que se ocupanperialismo y la depe nde ncia) se de dican a la desigualdad . Enautores se encuentran combinaciones de ambos enfoques, comoanálisis de lo nacional e n estud ios sobre el imperialismo, o apcomprensión de l capitalismo en especialistas de la cuestión iEn cuanto a los estudios sobre conectividad y de sconexión, setran en los campos comunicacional e informático, con escaso en las te orías socioculturales.

Voy a de tenerme primero en una de las teorizaciones de la cia: la de los estudios étnicos. Luego, retomaré la articulaciónrencias y desigualdades propuesta por Pierre Bourdieu y modificadapor autores que trabajaron con él y luego desarrollaron perspectivasdistintas, como Claude Grignon, Jean-Claude Passeron y Luc Bol-tanski. Me atrae el replanteamiento que fueron construyendo estosautores sobre los temas citados e n las sociedad es nacionalestentos de abrir el horizonte nacional en un tiempo en que la intercul-turalidad se mundializa. El aporte de Luc Boltanski y Éve Chiapello

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permite valorar sociológicamente, d esde una teoría crí t ica d el capita-l ismo e n red , lo que significan las formas actuales de conexión-desco-nexión.

El patrimonio intercultural de los diferentes

Quiero evitar tres maneras frecuente s de hablar de la diferen cia. El pri-mer riesgo es comenzar el análisis de sde una teoría de la de sigualdad ,con lo cual se ocultan los procesos de d iferenciación que no d erivan dela distribución de sigual de los recursos en cad a sociedad. Otra tende n-cia es legitimar únicamente aquellos enfoques surgidos de una particu-lar experiencia, que suele cond ucir a que solo los chicanos pueda n es-tudiar su cond ición, o solo los indíge nas la suya, o solo las mujeres lascuestiones de género, o quienes adhieren acríticamente a estas perspec-tivas y a sus reivindicaciones. La tercera línea e s la que propone expli-caciones teóricas de la d iferencia, o —lo que suele ser equivalente— con-ceptualizaciones resultantes de una experiencia histórica que, al nodejarse d esafiar por los cambios o por quienes ven la alteridad desd e e llugar opuesto, corren el r iesgo de dog matizarse.

No pretendo, por supuesto, encontrar un observatorio objetivo.Más bien, hallar puntos de intersección, donde los cruces de perspec-tivas controlen los sesgos de cada posición. Partiré, por eso, de dosreuniones internacionales en las que interactuaron variados mod os deconcebir lo que es la diferencia indígena en América latina.

1. Fui invitado a participar en el coloquioA mé rica profunda,cele-brado en la ciudad d e México del6 al 9 de diciembre d e 2003. Líderesindígen as de 1 5 países latinoamericanos, intelectuales solidarios de e sascausas y dedicados a estudiarlas y representantes de organizaciones so-ciales nos reunimos para explorar «lo que t ienen e n común y sus for-mas de hermanarse», «abrir un diálogo con o tros sectores de la socie-dad y pueblos "indios" de otros continentes».

«¿Quiénes somos?» se ind agó e n la primera sesión. Pese a la volun-tad d e co nverge ncia, prevalecieron las d ificultades para hallar untér-minounificador. Ni e l color de la piel, ni el lenguaje, ni el territorio, nila religión sirven para identificarse en conjunto. «Somos el trigo, elmaíz, el cerro», se d ijo poéticamente. O se e nsayaron l istas de rasgosdistintivos: «la vida c omunitaria, el amor a la tierra », «las celebracio-nes atadas a los calendarios agrícolas». Cuando se intentó formular«una matriz civilizatoria» que abarque a todo e l continente , varios ar-gumentaron la necesidad de darle amplitud para que incluya a indios ymestizos. Algunos prefirieron definir la condición común desde la

perspectiva ge nerada por la descolonización y los procesos actlucha social y cultural. Pero ¿qué es más d ecisivo: la desiguald ao las difere ncias culturales? ¿Definirse por los refere ntes a los oponen o por los «ámbitos de comunión»? ¿Naciones o pueblos: deli-mitación jurídica o movimientos étnico-sociales? La respuesta misma, se d ijo, en Bolivia, donde la indianidad e s casi sinónimción, incluso en medios urbanos, que en México, sociedad con densomestizaje.

Hay una problemática de la desigualdad que se manifiesta, sobretodo, como desigualdad socioeconómica. Y hay una problemática dela diferen cia, visible principalmente e n las prácticas culturalestores de los movimientos indíge nas saben que la desigualdad dimensión cultural, y los más informados sobre la constitución de lasdiferencias conocen que esta reside, más que en rasgos genéticturales esencializados (la lengua, costumbres heredadas e inamen proce sos históricos de co nfiguración social . Sin embargo, edida e n que la de sigualdad socioeconómica se les aparece inmble, algunos movimientos étnicos tienden a concentrarse en las dife-rencias culturales, o incluso genéticas. De este modo, las diferenciasculturales pierden su entidad sociohistórica, dejan de ser vistas como

rasgos formados en etapas dond e la desigualdad operó de mantintas, y por tanto susceptibles de cambiar en procesos futuros. Quie-nes suponen que en las diferencias culturales está su mayor fortaleza,t ienden a absolutizarlas.

La absolutización se presenta con dos movimientos. Por unase distinguen como exclusivos de los pueblos indígenas sus lenguas yciertos «valores»: la reciprocidad d e las relacione s comunitaribajo no remunerado, sistemas normativos propios, relaciones socialesgobernadas por regímenes de autoridad, costumbres alimentarias ori-ginadas por el arraigo en el territorio tradicionalmente ocupado porcada grupo. Al mismo tiempo, se define a esos rasgos como inaltera-bles y se actúa para darles continuidad. Pero la indignación con que

defienden esos rasgos revela que están enfrentando cambios no favo-rables para esa d efinición de la diferencia.Los sectores más abiertos a las expe riencias de relativizació

historia les viene mostrando reconoce n que no es fácil sosteneciones com o que «somos los pueblos del maíz* o que las relaciciales son siempre comunitarias y que la totalidad de sus costucreenc ias son propias. Pero t iend en a restar importancia a lasmaciones producidas por la colonización y la modernización, así co-mo a los procesos hibridadores por la interacción con otras culturas,que ocurren en las migraciones, el consumo de bienes industr

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y la adopción voluntaria de formas de producir que atenúan sus dife-rencias tradicionales.

¿Realmente la clave d e su fuerza como pueblos indígena s reside e nlos rasgos trad icionales exaltados? La se sión t itulada «Qué es aquelloque nos une, qué tenemos en común» fue concentrándose en la enu-meración de los rasgos d iferenciales citados, pero la manera e n que sedesarrolló la conversación mostraba una complejidad no recogida en e l

discurso explícito.Ante tod o, encuen tran difícil hacer c oincidir los «valores trad icio-nales» en culturas tan d istintas como las mesoam ericanas, las andinasy tantas otras existentes en las Américas. Las diferenciasentrelos pue-blos indíge nas se manifiestan con mayor eviden cia en la diversidad d elas lenguas, en la dificultad de traducir al español los significados quetiene n en cada una los elementos que se afirman compartidos, como lainserción en e l territorio, las relaciones comunitarias, las conce pcionesde l trabajo y la familia, y los modo s complejos d e simbolizar esos pro-cesos sociales. Poresose resisten a ser nombrados como ind ios, de no-minación que juzgan resultado de la imposición externa, colonial omoderna .

¿En qué lengua se nombran y razonan las dificultades de hacercoincidir los dist intos significados de la relación con la t ierra y con e ltrabajo? En un e spañol con frases insertadas en purépecha, en tzotzil ,en ayma ra. Emplean palabras no coloquiales d el español, con alta com-plejidad teórica en las ciencias sociales «occide ntales», como «agrocen-trismo» o «multiculturalidad», mostrando su dominio de discusionesque trasciende n sus culturas.

Utilizan referen cias extern as para contrastar las costumbres propiasvaloradas como superiores. Hablan de un ge neralizado «sistema de vi-da occidental» o «democrático» o «moderno». «Frente al sistema de-mocrático que está demostrando sus vicios en todas partes, tenemosnuestras propias formas de gobierno.» «En una época neoliberal que

todo lo mercanti l iza, nuestro modo de proveer a nuestras necesidad eses el tequio o la faena,e sde cir el trabajo no remunerad o.»Varios investigad ores y políticos objetan esta oposición tajante a lo

occidental o moderno. Anotan que la posibilidad de unificación delenguas o modos d e vida se produce al comunicarse en e spañol, lenguaque por eso no es solo «la de los dominadores». Se dice también quelas relaciones dentro de los grupos indígenas son de reciprocidad y dejerarquías, con dominación de los hombres sobre las mujeres, de losancianos sobre los jóvenes, de los católicos sobre otros grupos religio-sos, de los que se apropiaron de más t ierras o t iene n relaciones prefe-renciales con los mestizos o los blancos. Se recuerd a que la dominación

trajo pestes y también antibióticos y vacunas, que muchos motos indígenas buscan ser me jor atendidos por los hospitales por los jueces y los políticos del «sistema democrático», y auinsti tuciones internacionales de de rechos humanos y lasONG. En su-ma, las prácticas d e los pueblos originarios revelan cuántas veferencias culturales, en vez d e sostene rse como absolutas, sen sistemas nacionales y transnacionales de intercambios parla desigualdad social.A mi modo d e ver, demostrar la falta de coincidencia entrsamiento indianista o etnicista y sus prácticas efectivas no espunto de partida para tratar estos de sencuentros entre la agediferencia y la agend a de la des igualdad. Pref iero cent rarmmanda étnico-política de los pueblos indígenas, que desean secidos en sus diferencias y vivir en condiciones menos desiguales. Lapregunta, más bien, es cómo co nvertir en fortaleza este d eseentre afirmación de la diferencia e impugnaciones a la de sig

Los comportamientos y discursos de los pueblos indios llevan arevisar el pasaje de la cultura a lo cultural examinado en el capítuloanterior. En las confrontaciones polí ticas comprobamos la ut

la cultura sustantivada como recurso estratégico para sostener recla-mos. La reconceptualización hacialo cultural,como ad jetivo, no sus-tituye enteramente su uso sustantivado; sigue teniendo sentido paralos actores sociales hablar desu cultura,aymara o zapoteca en algu-nos casos para d iferenciarse de la cultura nacional; brasileñcana, si la diferenciación hay que efectuarla frente a e xtranjotro país. En distintas escalas, lo adjetivo sofistica o intersetido sustantivado. Así, la tensión entre lo propio y lo ajeno , npio aislado, configura las escenas de identificadón y actuacite sentido, propongo considerar también la interculturalidad comopatrimonio.

Tomo la de scripción de lo que vi en este coloquio y en otrjantes. Acepto la pregunta que co ndujo las sesiones: ¿Qué esnemos e n común? Sin duda, el terri torio, pero también redescacionales como Interne t, a través de la cual se convocó a estase orga nizaron cien aspectos prácticos y conce ptuales entre grviven en distintos países, a miles de kilómetros de distancia.

Tienen también en común el español, aunque mechado con cons-tantes expresiones en sus lenguas. Al hacer este movimientvuelta, mostraban que comparten —además del español— el mo, y aun el tr il ingüismo de quiene s conoce n el inglés. Coila experiencia de circular entre las matrices culturales diverspresentan esas lenguas.

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También comparten relatos, mitos, danzas y fiestas. Pero no comorepertorios embalsamados. Algunos de esos elementos provienen desus culturas precoloniales y mue stran parciales seme janzas porque ela-boran de modos simbólicos análogos cómo cultivar la tierra, relacio-narse con la naturaleza y organizarse com o familias y pueblos con esosfines. Otras creencias, danzas y fiestas coinciden porque fueron im-puestas durante la colonización por los españoles, y difieren por losmodos e n que se apropió cada pueblo de la celebración de la Virgen ode la danza de moros y cristianos para representar ya no esa lucha(¿qué tiene n que ver los mo ros aquí?) sino la d e los nativos con tra losespañoles. Difieren también por las operaciones de_ reinterpretacióncon que actualizaron a lo largo d el siglo xx esas here ncias.

Comparten, asimismo, la mezcla de recursos tradicionales y mo-dernos para atender necesidades de salud, de comunicación local, na-cional y global, incluso para las tareas más tradicionales de cultivar lat ierra, o adaptarse a las ciudades, enviar remesas de dinero y mensajesde un país a otro.

Además, comparten el hábito de dar importancia a las relaciones dereciprocidad y confianza, aun en socied ade s —como la mayoría de lasindígen as— intensamen te articuladas con la economía capitalista. O seaque no solo coinciden en las relaciones d e reciprocidad comunitaria yen sistemas normativos que garantizan y regulan su funcionamiento,sino sobre todo en la experiencia de hacer coexistir interacciones co-munitarias e intercambios mercanti les. Consecuenteme nte, los acercavivir en dos sistemas de gobierno: el de las «autoridade s» (que no ex -presan únicamente reciprocidad comunitaria) y el de las relaciones na-cionales e internacionales de poder (que no son solo democráticas y

- -abstractas).Podría d escribir varias si tuaciones, dentro d e la reunión, en las que

estas experiencias compartidas aparecieron hibridándose. Por ejemplo,cuando un líder quiché explicó que «antes de tomar el agua tenemosque dar agua a nuestra madre tierra»: lo dijo mientras empinaba unabotella de Squirt (también había Coca-Cola y agua mineral embotella-da en las mesas) inclinándola para mostrar cómo había que hacerlo. Alcostado, Felipe Quispe, el l íder aymara, tenía una bolsa plástica conhojas de coca. La d iversidad irrumpía en el re pertorio d e recursos ma-teriales y simbólicos como diversidad tradicional-moderna, transhis-tórica, multicultural.

Escuchamos que no todos los recursos se usan indiferenciad amen-te en todas las escenas. Explica Felipe Quispe, líder del MovimientoIndio Pachakutek: «Yo no puedo usar sombrero, ni la vestimenta quellevo en mi ayllu, al venir aquí; no se me permite». Se puede oír esto

como una prohibición o una ritualidad jerarquizada, y —¿por quéno?— como e videncia de flexibil idad , disposición a vestirse ddiversos, seg ún se vivan escena s de pertene ncia o intercambio

¿Dónde reside , entonces, la fortaleza? No veo la ventaja d e la y destacarla solo en los rasgos d iferenciales de oposición. ¿produce así , como autosegreg ación, la polí t ica d escalificadoraminadora de los denominadores que desvalorizan las diferenc

El autor más citado en esta reunión, Guillermo Bonfil, cuyo libro

M éx ico profundoinspiró el título de este encuentro, también se plan-teó estas preguntas en su última conferencia y su último artículo, po-co antes de su muerte en julio de 1991. Cuando dio en la UniversidadAutónoma M etropolitana, de México, la conferencia «Desafíostropología en la sociedad contemporánea», comenzó retomando la vi-sión clásica según la cual la primera tarea de esta d isciplina d e«documentar el estado actual» de los rasgos «que no corresponden aun modelo de sociedad moderna que se está implantando», «rescatarpor lo menos el testimonio de formas de vida, de experiencias huma-nas, de rostros culturales de la humanidad, de proyectos germinales,que son diferentes del proyecto que se está tratando de plantear comohomogéne o y como he ge mónico» (Bonfil , 1991: 80). La primeción era semejante a la de la mayoría de los antropólogos, o selo tradicional y de slindarlo d e lo mod erno, con el e squema bipoco maniqueo, que organizó su último libro: la división tajante entreel México profundo y el México imaginario (iíd.: 198).

Pero también sensible a las variadas formas en que los grupos seapropian de lo moderno, evocó el uso de las computadoras por los jó-venes mixes para recog er sus tradiciones orales y recuperar clogía avanzada su sabiduría antigua. Ese ejemplo muestra, nos decía,que las innovaciones modernas no desvirtúan fatalmente las culturastradicionales, sino que pueden reforzarlas. Si la antropología se dedi-cara más, según Bonfil, a conocer cómo los otornies del Valle quital interpretan los m ensajes d e la televisión, o cómo los g rpulares urbanos descodifican la información extranjera que recibendiariamente, podríamos tener una visión menos estereotipada y alar-mada de la globalización. De man era que, lueg o de adve rtirnlas tendencias homogeneizadoras, prevenía sobre el r iesgo dela modernidad solo uniforma.

Ya en su libro M éx ico profundoBonfil demandaba crear nuevasherramientas «para hacer la antropología de lo transnacionallos resultados que t iene lo transnacional en las comunidade smos acostumbrados a estudiar, sino como el fenómeno en sí mismo».Por eso, en su últ imo art ículo, ded icado al Tratado d e Libre C

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entre M éxico, los Estados Unidos y Can adá, que com enzaba a ge stio-narse, sostuvo que México e s mucho más que sus cuestiones indíge nas,y que en e l mundo hay otros mo vimientos, más allá de las culturas lo-cales, que merecen atención. Demostraba que la antropología puededec ir sobre e sos campos, que algunos suponen extraños a su tradición,algo que a otras disciplinas no se les ocurre.

En aquel artículo que anticipó las consecuencias de la mayor inte-gración con los Estados Unidos que trajo para México elTLC, aplica-do a partir de 1994, sintetizaba el pasaje d e la mod ernidad posrevolu-cionaria, en la que se podía ser diferente, a una trama posnacional.«Desde la década de 1920 se definió una ideología nacionalista que fuebandera de los gobiernos de la Revolución. Muchas generaciones demexicanos aprendimos que la soberanía nacional era un valor que ame-sisaba cualquier sacrificio, por ejemplo, que las nacionalizaciones d elpetróleo, los ferrocarri les, la ene rgía e léctrica y de spués la banca, eranhitos históricos que reafirmaban nuestra soberanía nacional; que elcriterio fundamental para adjudicar la tierra era dársela a quien la tra-baja, no a quien la haga producir con mayor g anancia ec onómica. Tam-bién aprendimos una cierta visión, una imagen del país vecino del nor-te, que se resumía en la frase: "pobre México, tan lejos de Dios y tancerca de los Estados Unidos" y, hablando de Dios, también nos quisie-ron laicos, partidarios de la separación absoluta e ntre Iglesia y Estado,conscientes del peligro que representa la injerencia de aquella en losasuntos que son compe tencia de este, y que eran muchos. Aprendimosa ver la frontera norte com o una l ínea que nos separa, porque éramosy queríamos seguir siendo d iferentes. Todo e sto aprendimos, mal quebien, en la e scuela. ¿Hasta dónde esos principios de ideología naciona-lista son compatibles con el proyecto histórico por el que se está op-tando para encauzar al país?»

En aquel texto de 1991, al registrar los cambios radicales en rela-ción con el territorio, Bonfil colocaba la alternativa- no tanto en laoposición frontal a la globalización, desde una vida comunitaria orga-nizada sobre el amor a la tierra, sino en la democratización de las re-laciones sociales de desigualdad. «Nuestra agricultura tradicional,forjada en el transcurso de milenios, busca la diversificación para al-canzar la autosuficiencia. Obedece, pues, a una lógica de la produc-ción que es rad icalmente opuesta a la lógica que privilegia al me rcado.La contradicción no es nueva (véase la historia d e la polí tica de crédi-to al campo, empeñada en impulsar cultivos "comerciales" en detri-mento d e los d e subsistencia); solo que e n el proyecto actual esa con-tradicción se acentúa y se torna más nít ida e irreductible. Y no es soloun problema d e orientación de l crédito: toca directamen te asuntos co-

mo la forma de tenencia de la tierra (el ejido y las tierras comunalesfrente a la propiedad privada), la organización del trabajo y, a fin decuentas, las bases mismas d e la vida rural. No hay por qué eszarse del cambio; la cuestión está en quiénes lo deciden y con cuálesrazones: ¿qué peso tiene la opinión real de los campesinos acerca delos cambios que se d emand arán de ellos? ¿quiénes y cómo vdir si la opción favorable es la especialización de la producción agrí-cola en cultivos comerciales o, por el contrario, la diversificaciónorientada hacia la autosuficiencia alimentaria?»

Para retomar a otro autor, Miguel Bartolomé, que en un libro másreciente sistematiza los estudios sobre los pueblos indíge nasdo con él en que las teorías del de sarrollo, desde aquellas queron las naciones m ode rnas hasta los desarroll ismos, se equivsubordinar la diferencia a la desigualdad y creer que borrando la pri-mera podía superarse la segunda. También lo piensan así mucgenas que esconden su diferencia como táctica contra la discrimina-ción. Pero no se corrige el error únicamente afirmando la diferencia.Bartolomé, al igual que otros autores actualizados sobre el carácterimaginado, construido y cambiante de las identidades, aceptaformas culturales como las ideaciones que las reflejan se tracon el t iempo; lo que permanece son los campos sociales altconstruyen. El proceso d e configuración de la diversidad note entonces a identidade s esenciales que de ben ser preservala vigencia de espacios sociales diferenciados cuyos límites tiendena mantene rse» (Bartolomé, 1997: 191-195).

Es cierto para varios millones de indígenas aún afincados en susterritorios originarios. Pero no se aplica a otros millones, que tuvie-ron que migrar o deseaban nuevos horizontes (urbanos, en otros paí-ses), y cambiaron sus maneras d e pertene cer, identif icarse yla opresión o la adversidad. Es un proceso largo, pero se agudiza yextiende ahora, más que como consecuencia de las polít icasl istas o d esarrollistas, debido al fracaso social de las polí t icarrollo y a la rad ical desnacionalización de las economías latcanas. Los indígenas no son diferentes solo por su condición étnica,sino también porque la reestructuración neoliberal de los mercadosagrava su de sigualdad y exclusión. Sabemos en cuántos casocriminación étnica adopta formas comunes a otras condiciones devulnerabilidad: son desempleados, pobres, migrantes indocumenta-dos, homeless, desconectados. Para millones el problema no es man-tener «campos sociales alternos», sino ser incluidos, l legar ase, sin que se atropelle su diferencia ni se los condene a la dEn suma, ser ciudadanos en sentido intercultural.

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Los estudios recientes sobre las condiciones socioculturales y lasde mandas polí t icas de los pueblos indígenas muestran que muchos re-presentantes de la llamada América profunda están interesados en lamodernización. No solo enfrentan algunas de sus injusticias para afir-mar su diferencia; también quieren apropiarse y reutilizar bienes mo-de rnos a fin de correg ir la desigualdad .

2. El segundo e ncuentro al que de seo referirme fue el programadopor la Organización de Estados Iberoamericanos, con un seminario enMéxico, en enero d e 2002, y otro en Río de Janeiro, en marzo de l mis-mo año, a fin de formular un d iagnóstico y propuestas para el d esarrollo-cultural de la región. Dos mesas de trabajo, formadas por lídere s de mo-vimientos sociales, científicos y gestores culturales, se dedicaron a las«raíces», tratando una d e e stablece r las perspectivas de las culturas indí-ge nas y otra de las culturas afroamericana s en Iberoamérica. No fueronlos únicos lugares en que se trató la situación de estos grupos, porque susdiferencias y desigualdad es emerg ieron también en las mesas dedicadas a«migración, cultura y ciudad anía», «patrimonio cultural, turismo y d e-sarrollo», «industrias culturales y d iversidad» y «ed ucación y cultura».

También en este caso hubo intentos esencialistas de d efinir lo indí-ge na a partir de su cosmovisión, acompañados por una mirada escép-tica a cualquier modelo de Estado pluricultural. Al desglosarel senti-do de las políticas integradoras y discriminadoras en varios países(Brasil, Bolivia, Guatemala y México), se observó que los avances delos pueblos indíge nas habían ocurrido casi únicamente e n áreas cultu-rales (educación bilingüe, legitimación de comportamientos simbóli-cos), pero e n los terri torios y biene s materiales más bien se acumula-ban pérdidas. Ante la pregunta de cómo acabar con este trato dual, seregistró el fracaso de las luchas armadas d irigidas a destruir los Esta-dos na cionales, como suce dió en G uatemala, y, por otra parte, las difi-cultades de obtener logros por vías prácticas, constatable en los demáspaíses con alta población indíge na. Pese a e stos resultados d esalenta-dores, se sostuvo que es d ifícil concebir soluciones únicamente d esdela afirmación antioccidental de las diferencias y la construcción de Es-tados ind ios autónomos. Las salidas se sitúan, también, en alianzas conlos grupos mestizos u «occidentales» que están discutiendo la demo-cratización de los Estados nacionales. Una visión más compleja permitió iden tificar que no se trata de unaoposición tajante entre cosmovisiones indígenas que pudieran afirmar-se solas frente a terri torios y recursos materiales controlados en formaheterónoma. Las cosmovisiones se realizan y se reinterpretan en me -dio de la «lógica discontinua» que rige la administración d e los e spa-

cios. Hay «territorios continuos, discontinuos y compartidos». La ne-cesidad de los Estados y de los propios pueblos indios de circular poresas diversas modulaciones del espacio hace imposible pensar a estospueblos como «campesinos pobres habituados a vivir en regiones in-hóspitas, que gustan d el aislamiento y la incomunicación, espedos en la agricultura de subsistencia, productores de artesanías» (DelVal, 2002: 69). Si no nos situamos en una diferencia ontológicaindígenas, sino en el campo dinámico y cambiante de sus avances po-

l í ticos, de los intereses d e Estados nacionalesy empresas transnaciona-les por incorporar sus territorios a los mercados globalizados, ybién tenemos en cuenta la atención mundial que atraen varias luchasindígenas, se vuelve evidente la importancia de contar con leylí ticas que garanticen e l ejercicio d e la diferencia en espacios en las migraciones nacionales e internacionales, en el reconocimientouniversal de de rechos.

Esta necesidad de que el ejercicio de la diferencia cultural tda los espacios rurales asociados con la pobreza no reduce la impor-tancia de defender y garantizar la reproducción autónoma de aquelloque en cada etnia es innegociablee inasimilableEstas dos nocionesfueron desarrolladas por José Jorge de Carvalho en la mesa sobre el

universo simbólico afronorteamericano, dond e se destacó que —valor de algunos procesos d e m estizaje e hibridación— las cultnen núcleos o estructuras inconmensurables, no reducibles a configu-raciones interculturales sin am enazar la continuidad de los gruse identifican con ellos.

El reconocimiento y la protección de estas d iferencias inasimtiene importancia cultural, y también política. Es imposible olvidarque hay infinidad de procesos históricos y situaciones de interaccióncotidiana en que marcar la diferencia es el gesto básico de dignidad yel primer recurso para que la diferencia siga existiendo. En este senti-do, en sociedad es dualistas, escindidas, que siguen se greg andodios, las polít icas de la diferencia son indispensables.

Al mismo tiempo, la intensa y ya larga interacción entre puebdígenas y sociedades nacionales, entre culturas locales y globalizadas(incluidas las globafizaciones de las luchas indígenas), hace pela interculturalidad también debe ser un núcleo de la comprensión delas prácticas y la elaboración de políticas. Como decíamos, los indígenas tienen en común el territorio y a la vez redes comunicacio-nales transterritoriales, el e spañol y sobre todo la experiencia dgüismo, la disposición a combinar la reciprocidad y el comercio mer-canti lizado, sistemas de autoridad local y demand as de mocrátisociedad na cional.

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No e s poco este patrimonio de interculturalidad e n una época en lacual la expansión global del capitalismo busca uniformare diseño d etantos productos y subordinar los diferentes a patrones internaciona-les; cuando, por ejemplo, la mayoría dejos estadounidenses no sientenece sidad d e saber más que inglés, conocer su propia historia e imagi-nar solo con su cine y televisión. Los pueblos indígenas t ienen la ven-taja de conoc er al meno s dos leng uas, articular recursos tradicionales y

modernos, combinare! trabajo pago con el comunitario, la reciproci-dad con la competencia mercanti l.Sin duda, hay contribuciones de la sabiduría, las costumbres y las

historias indígenas que pueden enriquecer y servir como referencia al-ternativa a maneras destructivas de ser occidentales y modernos. Dehecho, ya lo están aportando. Pero ¿cómo dejar de tomar en cuentaque una parte decisiva de esa contribución consiste en el sentido queencuentran los indígenas al vivir la interculturalidad ? Los indíg enas,con su compleja art iculación de mod os de sociabil idad com unitaria ymercantil, ayudan a imaginar una América donde la pluralidad no seempobrezca. Sin embargo, no podemos sobrevalorar la importancia deeste aporte ante la de sigual potencia de las empresas y poderes polí t i-

cos que los ignoran, o promueven otras vías de de sarrollo.

Pierre Bourdiett: la diferencia leídade sde la desigualdadTomaré a este autor como uno de los más influyentes ene tratamien-to de -este tema . Es significativo cómo construyó Bourdieu la potenciaexpanfiva de su teoría sociológica. Comenzó trabajando como antro-pólogo en Arg elia y adhirió al auge d e la antropología estructural en lasdécadas de 1960 y 1970 . Pero vio al método estructural como un mo-mento d el análisis, como la «re construcción objetivista» por la que hay

que pasar para accede r a interpretaciones «más completas y más com-plejas» (Bourdieu, 1980 : 441) de los procesos sociales. Encontró en lateoría marxista e sa interpretación más abarcad ora, pero en los mismosaños en que casi todo el marxismo francés —y buena parte del europeo—concebía su renovación intelectual como un esfuerzo hermenéutico yespeculativo, althusseriano primero, gramsciano después, Bourdieubuscó en investigaciones empíricas la información y el estímulo parareplantear el materialismo histórico. No intentó esta renovación en lasáreas declaradas estratégicas por el marxismo clásico, sino en lo que laortodoxia economicista había excluido o subvalorado: el arte, la edu-cación, la cultura. Dentro de ellos, analizó, más que las relaciones

de producción, los procesos sobre los queel marxismo menos ha dicho:la construcción de las diferencias socioculturales en e l consum

Llamó la atención, al comienzo de sus estudios sobre sociedadesmodernas, que Bourdieu eligiera partir de la práctica de la fola asistencia a museos. ¿No hay en la vida soc ial cuestiones mcias para comprender la manera en quese constituyen las diferenciasde clase? Él percibió que lo que un grupo social escoge comofiable revela qué es lo que ese grupo considera d igno de ser sdo, cómo fi ja las conductas socia/mente aprobadas, desd e qumas percibe y aprecia lo real. Los objetos, lugares y personajesseleccionados, las ocasiones para fotografiar muestran el mocada sector se d istingue d e los otros. Tales d escubrimientos tente que para e l sociólogo no hay temas insignificantes o ind

El modo e n que Bourdieu investigó y expuso estas cuestionbién se apartaba de los hábitos académicos dom inantes. Cuansu trabajo no era común que se combinaran reflexiones estético-filo-sóficas con encuestas, estadísticas y análisis etnog ráficos, menoFrancia. No e ra frecuente que un sociólogo ded icara centenaginas a d iscutir las cond iciones de cientificidad d e su discipvez procurara incorporar, en el ce ntro del d iscurso, descripcifenomenológicas del mundo vivido, y agregara fotos, entrevismen tos de d iarios y revistas. Se nos presen taba casi con la amlosófica de construir el sistema total, pero con el rigor minucioso delcientífico. Se fue apropiando d e teorías diverg entes — Marx, DWeber— para explicar conjuntamente el sentido social de Proust yLévi-Strauss, de Raye y Petula Clark, de l whisky y los mueblehasta las variantes con que diversas clases e jercen e l gusto gasco y la cosmética femenina.

Como m uchos estudios basados e n encuestas, los que Bourrigió sobre la educación francesa y sobre el público de museoszan reg istrando con rigor e stadístico lo que todos ya saben: lcia a los museos aumenta a medida que ascendemos de niveleconómico y escolar, las posibilidades de acceso y de éxito enla crecen seg ún la posición de clase que se ocupa y las precorecibidas dela formación familiar. La conclusión de estos da tos eravia: «El acceso a las obras culturales es privilegio d e la c lase cu(Bourdieu, 1980: 69). Este autor usó las encuestas para elaborar unaproblemática que no surge de las cifras. Desde sus primeras inciones en Argelia, desde los estudios sobre la escuela y el mude construir una teoría multideterminada d e las d iferencias y dad es sociales. Buscó información empírica para no reincidir epeculaciones e stético-filosóficas sobre el g usto ni en las afirm

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meramente doctrinarias con que casi todo el marxismo vinculaba loeconómico y lo simbólico, pero a la vez some tió los da tos a un traba-jo epistemológico capaz d e l levarlos a conclusiones m enos superficia-les que las que suelen re colectar los estudios de la opinión publica y de lmercado.

Si bien la obra de Bourdieu, durante un largo tramo, fue una so-ciología de la cultura, sus problemas básicos no son «culturales». Laspreguntas que originan sus investigaciones no son: ¿Cómo es el pú-

blico de los museos? O ¿cómo funcionan las relaciones pedagógicasdentro de la escuela? Cuando estudia estos asuntos está tratando deexplicar otros, aquellos desdelos cuales la cultura se vuelve funda-mental para entend er las d iferencias sociales. Cabe aplicar a Bourdieulo que él afirma de la sociología de la religión de Weber: su méritoconsiste e n haber comprend ido que la sociología de la cultura «era uncapítulo, y no el menor, de la sociología del poder», y en haber vistoen las estructuras simbólicas, más que una forma particular de pode r,«una dimensión de todo poder, es decir, otro nombre de la legitimi-dad, producto del reconocimiento, del desconocimiento, de la creen-cia en virtud d e la cual los personajes e jercen la autoridad y son dota-dos de prestigio» (Bourdieu,1980 : 243-244) .

Las preguntas fundadoras d e casi tod os sus trabajos, aunque n o lasenuncia expresamente así, son dos: 1) ¿Cómo están estructuradas—económica y simbólicamente— la reproducción y la diferenciación so-cial?2) ¿Cómo se articulan lo económico y lo simbólico en los proce-sos de reprod ucción, de sigualdad y construcción de l poder?

Para responderlas, Bourdieu retomados ide as centrales del mancis-mor/a-saciedad está estructurada en clases sociales y las relaciones en-tre las clases son relaciones d e lucha. Sin embarg o,st teoría social in-corpora otras corrientes dedicadas a estudiar los sistemas simbólicos ylas relaciones de poder. Por esto, y por su propio trabajo de investiga-ción empírica y reelaboración teórica, su relación con el marxismo espolémica al me nos en cuatro puntos:

Los v ínculos entre producción, circulación y consumo.Aunque algu-nos textos teóricos del marxismo, empezando por laIntroducción ge -neral a la críticae la economía política,proponen una interacción dia-léctica entre los términos, sus análisis del capitalismo se han centradoen la producción. A partir de la década de 1960 algunos sociólogosmarxistas, especialmente los de dicad os a la cuestión urbana, teorizaronel consumo e investigaron sus estructuras, pero sus trabajos siguieronsubordinándolo a la producción: lo vieron casi siempre como un lugarnecesario para la reproducción de la fuerza de trabajo y la expansiónde l capital. Al noreconocerque el consumo es también un espacio de-

cisivo para la constitución de las clases y la organización de sus dife-rencias, y que en el capitalismo contemporáneo adquiere una relativaautonomía, no logran ofrecer más que versiones remo de ladas nomicismo productivista tradicional en el materialismo histórico(Terrail, Preteceille y Grevet, 1 9 7 7 ) . Para Bourdieu las clases se d ife-rencian, igual que en el marxismo, por su relación con la producción,por la propied ad d e ciertos bienes, pero también por el aspectlico del consumo, o sea por la manera de usar los bienes transmutan-

dolos e n signos. Su sociología de la cultura nutre la sociosemilo cultural iniciada en Francia e n aquellos años.La teoría del valor trabajo. Una gran parte d e los análisis de Bour-

dieu sobre la constitución social del valor se ocupa de procesos queocurren en e l mercado y e l consumo: la escasez de los biene s,piación diferencial por las distintas clases y las estrategias d e dque elaboran al usarlos. Cuando desarrolla la concepción más estruc-tural sobre la formación de l valor a propósito de l «proceso de ción» del arte, dice que no debe entendérselo como la suma del costode producción, la materia prima y el tiempo de trabajo del pintor: lafuente del valor no reside en lo que hace el art ista, ni en comoni en la decisión del marchante o la influencia de tal galería; «es en el

campo de producción, como sistema de relaciones objetivas entre es-tos agente s o estas instituciones y lugar d e luchas por el monopoder d e consagración, donde se eng endran cont inuamente elas obras y la creenc ia en e ste valor» (Bourdieu,1 9 7 7 : 5 - 7 ) .

La imb ricación de lo económico y lo simbólico.Las diferencias y de-sigualdades económicas entre las clases son significativas en relacióncon las otras formas de poder (simbólico) que contribuyen a la repro-ducción y la diferenciación social. La clase dom inante puede se en el plano económico, y reproducir esa dominación, si al mismotiempo logra hegemonizar el campo cultural. En La reproducciónde-finió la formación social como «un sistema d e relac iones d e fusentido entre los grupos y las clases.» (Bourdieu y Passeron,1970: 20) .

La determin ción en última instancia y el concepto de clase social.Puesto que son indisociables lo económico y lo simbólico, la fuerza yel sentido, es imposible que uno de esos elementos se sustraiga de launidad social y determine privileg iadame nte, por sí solo, a laentera. Frente a esta concepción causalista(una causa: lo económicodeterminaría el efecto: lo simbólico), Bourdieu propone una destructural de las clases en sus relaciones. Es en La distincióndondemejor la formula y discute las implicaciones metodológicas. La clasesocial no puede ser definida por una sola variable o propiedad (ni si-quiera la más determinante: «el volumen y la estructura del capital»),

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ni por «una suma depropiedades. (origen social + ingresos + nivel deinstrucción), «sino por la estructura de las relaciones entre todas laspropiedade s pertinentes que confiere a cad a una d e e llas y a los efectosque ella e jerce sobre las prácticas su valor propio» (1979a: 117-118). Esnecesario «romper con el pensamiento lineal, que no conoce más quelas estructuras de orden simple de determinación directa» y tratar dereconstruir e n cad a investigación«las redesde relaciones encabalgadas,

que están presentes en cad a uno de los factores». Decir que e sta «cau-salidad estructural de una re d d e factores» es irreductible a la e ficien-cia simple d e uno o varios de ellos no implica ne gar que los hechos so-ciales están determinados: si «a través de cada uno de los factores seejerce la eficiencia de todos los otros, la multiplicidad d e d eterminacio-nes conduce no a la indeterminación sino al contrario a lasobredeter-minactón»(iba.: 119).

¿Qué consecuencias tuvo esta reformulación para e l estudio de lasclases sociales? Mostró que para conocerlas no es suficiente establecercómo participan en las relaciones d e prod ucción; también consti tuyenel modo d e ser d e una clase o una fracción de clase el barrio en que vi-ven sus miembros, la escuela a la que en vían a sus hijos, los lugares a

los que van d e vacaciones, lo que come n y la manera e n que lo comen,si prefieren a Brueg el o a Ren oir, elClave b ien temperadoo elDanu-bio A zul.Estas prácticas culturales son más que rasgos complementa-rios o consecuencias secundarias de su ubicación en el proceso produc-tivo; componen un conjunto de «características auxiliaresque, a modode exigencias tácitas, pueden funcionar como principios de seleccióno de exclusión reales sin ser jamás formalmente enunciadas(esel caso,por ejemplo, de la pe rtenen cia étnica o sex ual)» (ibrd.: 113).

Además de concebir la sociedad como una estructura de clases yuna lucha entre ellas, Bourdieu reconoce la e specificidad de los modosde diferenciación y desigualdad cultural al construir ese novedo so es-quema orden ador, que es su teoría de los campos. El concepto decam-

po permite e vitar el d ed uctivismo me cánico empleado e n tantos análi-sis sociológicos d el arte y la literatura. En efecto, no es posible de ducirdel carácter general del modo de producción el sentido de una obraparticular: tienen poco valor explicativo afirmaciones tales como queel arte e s mercancía o está sometido a las leyes de l sistema capitalistamientras no precisemos las formas específicas que esas leyes ad optanpara producir novelas o películas, de acuerdo con los medios y relacio-nes de producción de cada campo Por omitir estas mediaciones, lossociólogos d e la cultura son vistos a veces como incapaces d e percibirlo peculiar d el arte. Recorde mos aquella ironía sartreana: el m arxismodemuestra que Valéry era un intelectual pequeño burgués, pero no

puede explicarnos por qué todos los intelectuales pequeñoburguesesno son Valéry (Sartre, 1963: 57).

La teoría de los campos permitió salir de este sociologismo torpe,sin regresar al idealismo del «carácter único de cad a obra deinexplicabilidad de la «creación» cultural. En su texto «Camptual y proyecto creador», Bourdieu observa que «para dar su objetopropio a la sociología d e la c reación intelectual» (1967: 135) ha

tuar al art ista y su obra e n e l sistema de relaciones consti tuidagentes sociales directamente vinculados con la producción ycación de la obra. Este sistema de relaciones, que incluye a artitores, marchantes, críticos y público, que determina las condicionesespecíficas d e prod ucción y circulación d e sus productos, es cultural.

¿Qué es lo que consti tuye a un campo? Dos elem entos: la ecia de un capital común y la lucha por su apropiación. A lo lahistoria, el campo científico o el artístico han acumulad o uncapital(d econocimiento, habilidades, creencias) respecto del cual actúasiciones: la de quienes detentan el capital y la de quienes aspiran aposeerlo. Un campo existe en la medida e n que uno no logra

de r una obra (un l ibro de economía, una escultura) sin conoctoria del campo de producción de la obra. Quienes participan nen un conjunto d e intereses comunes, un lenguaje, una «comobjetiva que subyace en todos los antagonismos» (Bourdieu, 1984:115), y por eso el hecho de intervenir en la lucha contribuye a ducción del juego med iante la creencia en el valor de ese jueesa com plicidad básica se co nstruyen las posiciones en frentadanes d ominan el capital acumulado, fundamento d el poder o dridad d e un campo, t ienden a-adoptar estrategias de conservatodoxia, en tanto los más deprovistos de capital, o recién llegados,prefieren las estrategias de subversión o herejía.

Así funcionan los campos más autónomos, los habitualmente lla-

mados culturales (la ciencia, la filosofía o el arte), y tambiénapariencia más de pendientes d e la estructura socioeconómicBourdieu extendió la teoría, entre otros, al «campo de la alta (Bourdieu y Desaut, 1975). Lo dominan quienes ejercen el poder deconstruir el valor de los objetos por su rareza o escasez, mediante elprocedimiento d ela marca.Pese a que él reconoce las de terminacionmercanti les sobre la mod a, y su relación con los esti los de viforman en otras áreas de la organización social , sostiene que ción estructuradora de ese campo es la que enfrenta a los modistosconsagrados con quienes les disputaneselugar. Dior y Balmain esta-blecieron durante décadas los estilos de vida capaces de distin

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clases altas: sus cambios no se produjeron por adaptaciones funciona-les de stinadas a ad ecuar los objetos a su uso, sino por alteraciones enel carácter social de los objetos para mantener el monopoliode laúlti-ma d iferencia legít ima. En su lucha contra e llos, Courréges no habla-ba de la moda; hablaba de l esti lo de vida, decía que se proponía vestira la mujer moderna, la que quiere ser práctica y activa, que necesitamostrar su cuerpo. Pero esa polémica para Bourdieu e ncubre la mane-ra que encontró de dar su competencia por la hege monía del campo.

Al querer explicar la estructura de todos los campos seg ún la lógi-ca de su lucha interna por el poder, entre ladistinciónde los que t ieneny lapretensiónde los que aspiran, Bourdieu de jó dos problemas afue-ra. El primero: lo que sucede especificamente en cada campo. ¿No haydiferencias esenciales e ntre el c ampo científico y el art íst ico, debido aque en uno los contendientes buscan producir conocimientos y enotro experiencias estéticas? Perdemos la problemática intrínseca de lasdiversas prácticas al red ucir su análisis sociológico a la lucha por el po-der. Queda sin plantear el posible significado social de que ciertos gru-pos prefieran un modo más abstracto o más concreto, una práctica másintelectual o más se nsible, para su diferenciación simbólica.

La otra cuestión tiene que ver con la relación entre los campos y lahistoria social. No parece posible e xplicar a Courrég es solo por la bús-queda d e legit imidad dentro d el campo. Su uso de exige ncias sociales(la vida «práctica y activa» de la mujer actual, la nece sidad de mostrarel cuerpo) sugiere interrelaciones e ntre moda y trabajo, relaciones en-tre géne ros, que evidenteme nte contribuyeron al éxito de ese m odistoy a la refórmulación de su papel en el campo de la moda.

Me-largo de su obra, Bourdieu fue transitando de un enfoque es-tructural a otro más atento a las prácticas diferenciales de los grupos.En «Le marché des biens symboliques», texto cuya primera edicióndata d e 197 0, prevalece un análisis estructural basado en la oposiciónobjetiva entre «el campo de producción restringida» y el «campo degran producción». La distinción,en cambio, se centra en las «prácti-cas culturales»; describe la estructura de los campos, pero muestra alas clases y los grupos, a lossujetossociales, operand o la corre lacióny complementación entre los campos. Además de ampliar a tres losniveles culturales, los denomina «gustos», o sea con una expresiónque incluye el aspecto subjetivo d e los comportamientos: distingue e l«gusto legítimo», el «gusto medio» y el «gusto popular» (Bourdieu,1979a: 14).

La diferencia entre los niveles culturales se establece por la com-posición de sus públicos (burguesía/clases medias/populares), por lanaturalezade las obras producidas (obras de arte/bienes y mensajes d e

consumo masivo) y por las ideologías político-estéticas que los ex-presan (ar istocratismo esteticista/ascetismo y pretensión/pragma-tismo funcional). Los tres sistemas coexisten dentro de la misma so-ciedad capitalista, porque esta organiza la distribución (desigual) detodos los bienes materiales y simbólicos. Dicha unidad o convergen-cia se manifiesta, entre otros hechos, en que los mismos bienesmuchos casos, consumidos por distintas clases sociales. La diferenciase establece, entonces, más que en los bienes que cada clase apropia,en el modo de usarlos.La estética dominante.La primera gran investigación sobre el g usto de élite la realizó Bourdieu con el público de museos, y fue de más exacerbó la autonomización del campo cultural. En los el goce d el arte requiere d esentend erse de la vida cotidiana. Lsición estética» y la «competencia artística» exigidas por el artno y contemporáneo suponen el conocimiento de los principios dedivisión internos del campo artístico. Las obras se ordenan por ten-dencias según sus rasgos estilísticos, sin importar las clasificacionesque rigen los objetos representados en e l universo cotidiano: pplo, la capacidad d e d istinguir entre tres cuadros que representzanas, uno impresionista, otro surrealista y otro hiperrealista, no de-pende del conocimiento ordinario de la fruta sino de la informaciónestética que permite captar los tres modos de tratamiento plástico, laorganización sensible d e los signos.

La estructura del museo y la disposición de las muestras corden a esta operación estetizante: «El carácter intocable de los objetos,el silencio religioso que se impone a los visitantes, el asce tismno del equipamiento, siempre escaso y poco confortable, el rechazocasi sistemático de toda d idáctica, la solemnidad g randiosa deración y del decoro» contribuyen a hacer de esta institución un recur-so diferencial de quienes ingresan en ella y comprenden sus mensajes(Bourdieu, 1971 b: 74). Las estadísticas sobre visitantes y la observa-ción del comportamiento en e sos «templos cívicos» de muestrainterés por los objetos artísticos es resultado de la capacidad de rela-cionarlos con un conjunto de o bras de las que forman parte ponificado estético. Así lo devela la mayor proporción de visitantes declase alta y educación superior, pero también la forma en que usan elmuseo: el tiempo destinado a la visita, la dedicación a cada obra, au-menta e n aquellos que son capaces, por su nivel d e instruccióntar mayor variedad de significados. Quienes hace n uso más intmuseo son los que ya poseen un largo entrenamiento sensible, infor-mación sobre las épocas, los estilos e incluso los períodos de cada ar-t ista que da n sentidos pec uliares a las obras.

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En los siglos XIX y xx las vanguard ias acentuaron la autonomía d elcampo artístico,el primado de la forma sobre la función, de la mane rade de cir sobre lo que se dice. Al reducir las referencias semánticas delas obras, su contenido anecdótico o narrativo, y acentuar el juego sin-táctico con los colores, las formas y los sonidos, exigen d el espectadoruna disposición cada vez más cultivada para acceder al sentido de laproducción art íst ica. La fugacidad de las vanguardias, el experimenta-lismo que ren ueva incesan temen te sus búsqued as, alejan aun más a lossectore s populares de la práctica artística. Se reformula así tanto el lu-gar del público como el papel de los productores, la estructura enteradel campo cultural. Los artistas que inscriben en la obra misma la in-terrogación sobre su lenguaje, que no solo e liminan la i lusión natura-lista de lo real y el hedonismo perceptivo sino que hacen de la destruc-ción o parodización de las convenciones representativas su modo dereferirse a lo real, se aseguran por una parte el dominio de su campopero excluyen al espectador que no se d isponga a hacer de su partici-pación en el campo una experiencia igualmente innovadora. El artemoderno propone «una lectura paradojal», pues «supone el dominiodel código de una comunicación que tiende a cuestionar el código dela comunicación» (Bourdieu, /971a).Estética incestuosa: el arte por e l arte es un arte para los artistas. Afin de participar en su saber y en su goce, el público debe alcanzar lamisma aptitud que ellos para percibir y descifrar las característicaspropiamente e stilísticas, de be cultivar un interés puro por la forma, esacapacidad d e apreciar las obras inde pendienteme nte de su contenido ysu función: Quienes lo logran exhiben, a través de áti gusto «desinte-resado», su relación distante con las nec esidad es ec onómicas, con lasurgencias prácticas. Compartir esa d isposición estética es una mane rade manifestar una posición privilegiada en el espacio social, establecerclaramente «la distancia objetiva y subjetiva respecto a los grupos so-metidos a e sos de terminismos» (Bourdieu, I979a: 50.

Al fijar un modo «correcto» y hermético de apreciar lo artístico,supuestamente d esvinculado d e la existencia material, el modo domi-nante de producir y consumir el arte organiza simbólicamente las di-ferencias entre las clases. Del mismo modo que las divisiones d el pro-beso educativo, las del campo artístico consagran, reproducen ydisimulan la separación entre los grupos sociales. Las concepciones de -mocráticas d e la cultura —entre e llas las teorías l iberales de la educa-ción— suponen que las diversas acciones pedagógicas colaboran armo-niosamente para reproducir un capital cultural que se imagina comopropiedad común. Sin embargo, los bienes culturales acumulados en lahistoria de cada sociedad no pertenecen realmente a todos (aunque

formalmente sean ofrecidos a todos). No basta que los museos seangratuitos y las escuelas se propongan transmitir a cad a nuevción la cultura hereda da. Solo acced erán a e se capital artísticofico quienes cuenten con los medios, económicos y simbólicos, parahacerlo suyo. Comprender un texto d e filosofía, gozar una siBeethoven o un cuadro de Bacon requiere poseer los códigosnamiento intelec tual y sensible, necesa rios para descifrarlos. dios sobre la escuela y los museos demuestran que este entreaumenta a medida que crece el capital económico, el capital eespecialmente en la apropiación del arte, la antigüedad en lazación con el capital artístico.

Las clases no se distinguen únicamen te por su diferen te capnómico. Al contrario: las prácticas culturales de la burguesía simular que sus privilegios se justifican por algo m ás noble qumulación material . Es una de las consecuencias de haber disforma de la función, lo bello de lo útil, los signos d e los bienelo y la eficacia. La burgue sía desplaza a un sistema conce ptuarenciación y clasificación el orige n de la distancia entre las cloca el resorte de la diferenciación social fuera de lo cotidiano, en losimbólico y no en lo e conómico, ene' consumo y no e n la proCrea la i lusión de que las desigualdade s no se d eben a lo quesino a lo que se es. La cultura, el arte y la capacidad de gozarlcen como «dones» o cualidades naturales, no como resultado de unaprend izaje d esigual por la d ivisión histórica entre las clase s.

La estética de los sectores medios. Se constituye en d os maneras: porla industria cultural y por ciertas prácticas, como la fotog rafíacaracterísticas de l «gusto med io». El sistema de la «gran promasiva se diferenc ia del cam po artístico de élite por su falta demía, por someterse a de manda s externas, principalmente a latencia por la conquista del mercado. Producto de la búsqueda de lamayor rentabilidad y la máxima amplitud del público, de transaccio-nes y compromisos entre los dueños de las empresas y los creadoresculturales, las obras del arte medio se distinguen por usar procedi-mientos técnicos y efectos estéticos inmed iatamente acce sibles

Con frecuencia, Bourdieu describe las prácticas culturales de lossectores med ios recurriend o a m etáforas. Para explicar la atrla gran t ienda, dice que «es la galería de arte d el pobre»; en cpretenciosas, observa queNouvel Observateur es como «el Club Me-diterranée de la cultura» (Bourdieu, 1979a: 597). Las clases mlas populares en tanto tienen como referencia y aspiración el minante, practican la cultura a través de actos me tafóricos, ddos. Un género típico de la estética media es la adaptación: películas

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inspiradas en obras teatrales, «"orquestaciones" populares de músicaerudita o, al contrario, °orquestaciones" pretendidamente eruditas de"temas populares"» (Bourdieu, 1973: 90). La adhe sión a estos produc-tos es propia de la relación «ávida y ansiosa» que la pequeña burgue -sía t iene con la cultura, de una «buena voluntad pura, pero vacía y d e-provista de las referencias o de los principios indispensables para suaplicación oportuna».

En pocas ocasiones subraya tan rotundamente la de pende ncia de lacultura med ia, su carácter heterónomo, como cuand o afirma que estáconstituida por «las obras menores de las artes mayores»(Rapsodia enBlue,Utrillo, Buffet), las «obras mayores de las artes menores» (Jac-ques Brel, Gilbert Bécaud) y los espectáculos «característicos de la"cultura media° (el circo, la opereta y las corridas de toros) » (Bour-dieu, 1979a: 14-16, 62-65). Quizá lo más específico d e e sta tende ncia loencuentra al estudiar la fotografía, «art moyen» en e l doble sentido d earte de los sectores med ios y de arte que estáenuna posición interme-dia en tre las artes «legítimas» y las populares.

Así estudia la multiplicidad de funciones cumplidas por la fotogra-fía: decoración de paredes, registro de vacaciones y de acontecimientosfamiliares, do cumento periodístico, objeto estético, mensaje publicita-rio, ofrecimiento erótico o fetichista, símbolo político o religioso. Esextraño que la fotografía alcance tanta aceptación, dado que no es pro-movida por la escuela, no permite obtener rápidas ganancias, ni vaacompañada del prestigio cultural que suponen la frecuentación demuseos o la creación artística. Uno podría pensar que esta actividad«sin tradiciones y sin exigencias», donde las decisiones parecen aban-donad as a la improvisación individual, es un objeto poco apto para laindagación sociológica. Justamente por esa pretendida arbitrariedadsubjetiva, es una de las prácticas que mejor transparentan las conve n-ciones que rigen en cada clase su representación de lo real . Hay un sis-tema bien codificado en las normas que establecen qué objetos se con-sideran fotografiables, las ocasiones y los lugares en que deben ser

tomados, la composición de las imágenes. Estas reglas, a menudo in-conscientes para el fotógrafo y el espectador, delatan las estructurasideológicas del g usto.

En el orige n d e la mayor parte d e las fotografías están la familia yel turismo. Por su capacidad de consagrar y solemnizar, las fotos sir-ven para que la familia fije sus eventos fundadores y reafirme periódi-camente su unidad. Las estadísticas revelan que los casados poseen ma-yor número de máquinas fotográficas que los solteros, y los casadoscon hijos superan a los que no los tiene n. El uso de la cámara tambiénes mayor en la época en que la familia tiene hijos y menor en la edad

madura. Hay una correspondencia entre la prác tica fotog ráfica, la in-tegración grupa' y la necesidad de registrar los momentos más inten-sos de la vida conjunta: los niños fortalecen la cohesión familiar, au-mentan e l t iempo d e convivencia y estimulan a sus padres a c otodo esto y comunicarlo mediante fotos. Otro modo de comprobarloes comparando la fotografía de lo cotidiano efectuada sin intencionesestéticas con la fotografía artística y la participación en fotoclubes: laprimera corresponde a personas adaptadas a las pautas predo minantde la sociedad, la otra a quienes están menos integrados socialmente,sea por su ed ad, e stado civil o si tuación profesional.

Las vacaciones y el turismo son los períodos en que crece la por fotografiar. Se de bea que en esas épocas se incrementa la vida conjunta de la familia, pero también a que las vacaciones y la ac tivtográfica tienen en común la disponibilidad de recursos económicos.Práctica extracotidiana, la fotogra fía solemniza lo cotidiano, susuperación de la rutina, el alejamiento de lo habitual . Nadie fosu propia casa, salvo que la haya reformado y quiera testimoniar uncambio; por lo mismo, nos asombra el turista que se detiene a sacaruna fotografía d e lo que vemos todos los d ías. La fotografía es tividad familiar destinada a consagrar lo no familiar.

La práctica fotográfica es, entonces, típica de los sectores medios.Además, esposiblepara ellos, porque requiere cierto poder económi-co. Y esnecesaria,como prueba de la visita a centros turísticos y lures de distracción. Signo de privilegios, es un instrumento privpara investigar la lógica de la diferenciación social, cómo los hechosculturales son consumidos a dos niveles: por el placer que proporcio-nan en sí mismos y por su capacidad de distinguirnos simbólicamentede otros sectores. Ni elitista ni plenamente popular, la fotografa las capas medias para diferenciarse de la clase obrera exhibiéndosejunto a los paisajes y monumentos a los que esta no llega, consagran-do el encuentro exclusivo con los lugares consagrados. También parareemplazar, med iante este reg istro de lo excepcional, el goce de viajes costosos, para tener un sustituto de prácticas artísticaturales de mayor nivel que les resultan ajenas.

La esté tica popular.Mientras la estética de la burguesía, basada enel poder e conómico, se caracteriza por el «poder de poner la neconómica a distancia», según Bourdieu las clases populares se rigenpor una «estética pragmática y funcionalista». Rehusarían la gy futilidad d e los ejercicios formales, de tod o arte por el arte. Tpreferencias artísticas como las elecciones estéticas de ropa, mmaquillaje se someterían al principio de la «elección de lo neen el doble sentido de lo que es técnicamente necesario, «práctico», y

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lo que «es impuesto por una necesidad económica y social que cond e-na a las gentes "simples" y "modestas" a gustos "simples" y "modes-tos"». Su rechazo a la ostentación corresponde ría a la escasez de sus re-cursos económicos, pero también a la distribución desigual de recursossimbólicos: una formación que los excluye de «la sofisticación» en loshábitos de consumo los l leva a reconocer con resignación que carecende aquello que hace a los otros «superiores».

Miremos el interior de la casa: no existe en las clases populares, se-gún B ourdieu, la idea, típicamente burguesa, de hacer de cada objeto laocasión de una elección estética, de que la intención de armonía o debelleza» intervengan al arreglar la cocina o el baño, en la comprade una olla o un mueble. La estética popular se hallaría organizada porla división entre actividad es y lugare s técnicos, funcionales, y otros es-peciales, propicios para el arreglo suntuario. «Las comidas o los vesti-dos d e fiesta se oponen a los vestidos y a las comidas de tod os los díaspor lo arbitrario de un corte convencional — "lo que correspond e e s loque corresponde ", "hay que hace r bien las cosas"—, como los lugaressocialmente d esignados para ser "decorad os", la sala, el comedor o "l i-ving", se oponen a los lugares cotidianos, según una antítesis que es

aproximadamente la de lo "decorativo" y de lo "práctico"» (Bourdieu,1979a: 441).Pertenece r a las clases populares equivaldría a «ren unciar a los be-

neficios simbólicos» y reducir las prácticas y los objetos a su funciónutilitaria: el corte de cabello debe ser «limpio», la ropa «simple», losmuebles «sólidos». Aun las elecciones aparentemente suntuarias tienenpor regla e l gusto de la nece sidad. Afirma Bourdieu, con ironía simul-tánea a los e cono micistas, hacia la estética aristocrática y hacia la po-pular, que el g usto por las bagatelas d e fantasía y los acceso rios impac-tantes que pueblan las salas de casas modestas «se inspiran en unaintención desconocida por los economicistas y los estetas ordinarios,la de obtener el máximo e fecto al menor costo (esto impresionará mu-cho), fórmula que para el gusto burgués es la definición misma de lavulgaridad (ya que una de las intenciones de la distinción es sugerircon el mínimo efecto posible el mayor gasto d e t iempo, dinero e inge -nio)» (Bourdieu, 1979a: 442). Quienes diseñan la publicidad recurrena este sentido puritano de lo necesario cuando tratan de convencer alos consumidores d e que es d erroche comprar el si llón pasado de mo-da, cuyo color debe ser olvidado, porque el precio lo justifica y por-que es exactamente aquel con el que soñaba desde hace t iempo «paraponer ante e l televisor».

La distinciónacumula ejemplos semejantes para argumentar que elconsumo popular se opone al burgués por su incapacidad de separar lo

estético de lo práctico. Se opone, pero no deja de estar subordinado.La estética popular es d efinida todo e l t iempo por referenciamónica, ya sea porque trata de imitar los hábitos y gustos buporque admite su superioridad a unque no pued a aplicarlos. Iser como la dominante e incapaz de construir un espacio propio, lacultura popular no tendría una problemática autónoma. Por eso, afir-ma Bourdieu que «el lugar por exc elencia d e las luchas simbes laclase dominante misma». Puesto que la estructura simbólicacied ad e stá determinad a por esta oposición, fijada por la burgtre «la libertad, el de sinterés, la "pureza" de los g ustos sublelámbito de la «nece sidad, el interés, la bajeza d e las satisfaccioriales», las clases populares — que no c ontrolan y a vece s niden esta distinción— están condenadas a una posición subalt

En escasas páginas admite que los sectores populares cuealgunas formas de protorresistencia, manifestaciones germinales deconciencia autónoma. «El arte de beber y de comer queda, sin duda,como uno de los pocos terrenos en los cuales las clases popularesse opone n e xplícitamente al arte d e vivir legít imo» (Bourdie200). Estas formas propias de los se ctores dom inados, debidbasan en las antítesis fuerte/débil, gordo/de lgado, sugieren qfiguración de los hábitos populares en la alimentación y bebtes (lo salado frente a lo d ulce, la carne frente a la leche) corría a un modo de valorizar la fuerza muscular, la virilidad, loque las clases trabajado ras puede n ser ricas, lo que puede n opdominantes, incluso como base de su número, de este otro poder quees su solidaridad .

La sociología posbourdieuana

A muchos investigadores se nos plantea la pregunta: ¿Será laBourdieu sobre la mo dernida d y sus campos culturales, su vhegemonía de la cultura «legítima» y la subordinación de la popular,un modelo apropiado para las sociedad es europeas, o del Prido, en tanto en países subdesarrollados, con d eficiente integcional, las culturas dominadas serán siempre diferentes, inaspor los dominadores?

Sergio Miceli propuso complejizar el mod elo bourdieuanodiar la ind ustria cultural brasileña. Sugiere que tal subordinacclases populares a la cultura dominante corresponde, hasta cto, a los países e uropeos, donde hay un mercad o simbólico mácad o. En Brasil, y en g ene ral en Amé rica latina, el capitalism

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diversos tipos de producción económica y simbólica. No existe «unaestructura de clase unificada y, mucho menos, una clase hege mónica encondiciones d e impone r al sistema entero su propia matriz de signifi-cacione s» (Micell, 1972: 43). Encon tramos más bien un «cam po sim-bólico fragme ntado». Conviene recordar que la mayor heteroge neidadcultural se debe a la vasta multietnicidad, como se aprecia en la mismasociedad brasileña, las mesoame ricanas y andinas. Aunque la «moder-nización» económica, escolar y com unicacional ha lograd o aume ntarla homogeneidad, coexisten capitales culturales diversos: los preco-lombinos, el colonial español y portugués, en algunos la presenciaafronorteamericana y las modalidades contemporáneas de desarrollocapitalista.

Volvemos a la preg unta: ¿Sería, entonce s,el modelo de/a desigual-dadentre clases, debido a la apropiación de snivelada de un patrimoniocomún, el más pertinente para Europa, mientras las sociedades lati-noamericanas resultarían más comprensibles desd e e lmodelo de la di-ferencia,que implica recon ocer la autonomía irreductible de los indí-ge nas y otros grupos subordinados?

Ya vimos las inconsistencias del segundo modelo al describir supuesta en e scena en una reunión que trataba de justif icarlo. En cuantoal modelo bourdieuano de la desigualdad, el cuestionamiento más se-vero lo encuentro ene' trabajo con que Glande Grignon y Jean-Clau-de Passeron, a partir de sus investigacione s empíricas, revelan los lími-tes del autor de La distinción.

Los estudios de Grignon sobre el consumo gastronómico popularhicieron evidente que no puede oponerse «gustos de libertad» de lasclases hege mónicas a «gustos de nece sidad» d e las populares. Aunque

----los seCtOres subalternos no dispongan d el t iempo ni los recursos eco-nómicos de la burguesía para e ntregarse a una «esti lización» de su vi-da, no viven una vida sin estilo. Del mismo modo que en el lenguajerecre an e l habla «correcta» o «leg ítima» (chistes, albures, imitaciones),en las comidas populares se halla e norme variedad , platos tradiciona-les muy diversos y una apropiación d isiden te de los productos o con-servas que pueden comprar en los supermercados y en los mercadosde calle. No se entiende la compleja capacidad de clasificación de losalimentos y las ocasiones para come r (en la casa, en la calle, en fiestas,las comidas de semana diferenciadas de las comidas de domingo) si semiran los hábitos populares solo con la óptica de la privación, la in-fracción, la torpeza o la «conciencia culposa o d esgraciad a de esa d is-tancia o esas privaciones» (Grignon y Passeron, 1991: 31). La teoríade la «legitimidad cultural», que reduce las diferencias a faltas, las al-teridade s a d efectos, no logra ver la esti l ización que se imprime a dis-

tintas partes de la casa, todo lo que los adolescentes populares culti-van en los arreglos de su cuerpo, en el vestido y la cosmética, en susautomóviles y motos, en las e scenog rafías de sus habitaciones res de diversión.

El conocimiento de las relaciones interculturales, según GrignonyPasseron, no debe considerar la cultura popular como un universo designificación autónomo olvidando los efectos de la dominaciónen el riesgo opuesto —pero simétrico— de cree r que la dominacitituye a la cultura dominada siempre como heterónoma. Por un lado,el relativismo cultural que imagina a los subalternos solo como dife-rentes, en un estado de «inocencia simbólica»; por otro, el etnomo d e las clases heg emónicas o «de los grupos cultos asociadorantes al poder» que, creyendo monopolizar la definición cultural delo humano, miran lo diferente como «barbarie» o «incultura» (Grig-non y Passeron, 1991: 17 y 28). Cuando se investiga, dicen, esto pro-duce cierto «confort metodológico», porque l leva a observar torasgos como resultado de la autonomía o de la dominación, sin tenerque preguntarse por las ambivalencias.

El relativismo cultural efectúa «un primer acto de justicia descrip-t iva que acred ita a las culturas populares el de recho de tener susentido», las toma en serio como culturas al «aprender la leng uestas dicen lo que t ienen para de cir, cuando logramos olvidar lel las se dice en otra leng ua». Pero hay una seg unda ruptura, demo sociológico», que consiste en considerar «las relaciones dey las leyes de interacción d esigual que vinculan en tre sí a las cuna misma sociedad». «No podemos dejar al relativismo cultural elcuidado de decir todo acerca de las culturas sostenidas por clases queno lo practican y que nutren sus operaciones simbólicas de no practi-carlo» (Grignon y Passeron , 1991: 55-57). Se d escubren las amdad es de la interculruralidad cuand o se aplica a los procesos electura. Desde luego, esta estrategia doble de cono cimiento couna valoración política menos maniquea. «Las culturas populares noestán evidentemente definidas en un alerta perpetuo ante la legcultural, pero tampoco hay que suponerlas movilizadas día y nuna alerta contestataria. También descansan» (Grignon y Passeron,1991: 75).

Para comprend er las relaciones interculturales y la efectiva plidad polít ica de la sectores populares, hay que hallar un caminmed io: entre el d iscurso etnocéntrico eli t ista que de scalifica lación subalterna y la atracción populista ante las riquezas de la culturapopular que soslaya lo que e n los g ustos y consumos populares escasez y resignación.

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Un análisis atento a las ambivalencias de los sectores heg emónicosy populares, o de los «occidentales» e «indígenas», deja ver que los di-versos capitales culturales no constituyen desarrollos alternativos solopor la inercia de su reproducción. A vece s, el dese nvolvimiento d e lasculturas subordinadas d a el soporte para movimientos polít icos regio-nales, étnicos o clasistas que e nfrentan al poder hege mónico y buscanotro modo de organización social. Es imposible reducir los variados

sistemas lingüísticos, artísticos y artesanales, de creencias y prácticasméd icas, las formas propias de supervivencia de las clases populares, aversiones empobrecidas de la cultura dominante o subordinadas a ella.La concepción de Bourdieu, úti l para entend er el me rcado interclasis-ta de bienes simbólicos, debe ser reformulada a fin de incluir los pro-ductos culturales nacidos de los sectores populares, las represe ntacio-nes independientes de sus condiciones de vida y la resemantizaciónque los subalternos hacen d e la cultura hege mónica d e acuerd o con susintereses.

En la misma dirección, se ha cuestionado la e scisión radical entre laestética «pragmática y funcionalista» de las clases populares y la capa-cidad, que Bourdieu restringe a la burguesía, de instaurar un campo

autónomo de lo simbólico y lo bello. Desde los criterios estéticos he-ge mónicos puede costar descubrir «la intención de armonía o de belle-za» cuando una familia obrera compra una olla o de cora su cocina, pe-ro la observación de sus propios modelos de elaboración simbólicade muestra que t ienen mane ras particulares de cult ivar el gusto, no re-ductibles a la relación con los modelos predominantes nia la preocu-pación utilitaria, que también suelen estar presentes. Así lo testimo-nian muchos trabajos de dicado s al estudio de las clases populares. EnGran Bretaña, se volvió visible desde la admirable investigación deRichard Hoggart sobre la cultura obrera,The U ses of L iteracy:la exu-berancia de las artes y fiestas populares, el fervor por el detalle y laopulencia de colores que registra, hicieron hablar mese autor de «los

cien actos barrocos de la vida popular» (Hoggart, 1957: 139-196).Podríamos alejarnos del propósito de este texto e vocando los estu-dios de antropólogos e historiadores i tal ianos, sin duda los más sen si-bles dentro de Europa a las manifestaciones estéticas populares (pien-so en Alberto Cirese, Fierro Clemente, Lombardi Satriani y AmaliaSignore lli). En los países latinoamerica nos una amplia bibliog rafía an-tropológica ha d ocumentado la particularidad de las estéticas popula-res, incluso en sectores incorporados al estilo urbano de vida. Porejemplo, las f iestas religiosas en que se realiza un gasto suntuario delexcedente económico: el gasto tiene una finalidad estética relativamen-te autónoma (el dinero se consume en el placer de la decoración, las

dan zas, los juegos, los cohetes) o interviene para la obtencióntigio simbólico que da a un mayord omo la financiación de los

Coincido con Bourdieu en que el de sarrollo mod erno hizouna fuerte autonomización del campo artístico y de los signos estéti-cos en la vida cotidiana, y que la burgue sía halla en la apropiavilegiada de los signos, aislados de su base económica, un modo deeufemizar y legitimar su hegemonía. Pero sin desconocer que en las

culturas populares existen manifestaciones simbólicas y estétpias cuyo sentido de sborda e l pragmatismo cotidiano. En puedíge nas, campesinos y también en g rupos subalternos de las encontramos partes de la vida social que no se someten a la la acumulación capitalista, ni están reg idas por su pragm atismtismo «puritano». Vemos prácticas simbólicas relativamente amas o que solo se vinculan en forma me diata, «eufemizada», cce Bourdieu de la estética burguesa, con sus condiciones matvida.

No todo se aclara reconociend o las ambivalentes interaccionla diferencia y la de sigualdad , los «préstamos» recíprocos y lopromisos» entre cultos y populares. O entre occidentalese indígenas.

La reformulacióndelorden social y de g ran parte de las interaccionacionales e internacionales, de bido alas innovaciones tecno lóneoliberalismo económico, modifican el sentido de lo diferentsigual. El pasaje de la primera mode rnidad, l iberal y d emocráproyectos integradores de ntro de cada nación, a una m odernizlectiva y abiertamente excluyente a escala global nos coloca horizonte: ahora importan las diferencias integ rables en los mtransnacionales y se ace ntúan las desigualdad es, vistas comonentes «normales» para la reproducción del capitalismo.

Las diferencias y desigualdades dejan de ser fracturas a supmo pretendía, con la ingenuidad que conocemos, el humanismo mo-derno. La relativa unificación globalizadade los mercados no se sien-

te perturbada por la existencia de d iferentes y desiguales: unes el debilitamiento de estos términos y su reemplazo por los inclu-sióno exclusión.¿Qué significa el pred ominio de e ste vocabulariosociedad, concebida antes en términos de estratos y niveles, o distin-guiéndose según identidades étnicas o nacionales, es pensada ajo la metáfora de la red . Los incluidos son quienes e stán conesus otros son los excluidos, quienes ven rotos sus vínculos al qsin trabajo, sin casa, sin cone xión. Estar marginado es e star dtado o «d esafiliado», seg ún la expresión de Robert Castel. En «do c onexionista» parece diluirse la cond ición de explotado, se definía en el ámbito laboral. «La explotación era, en primer lugar,

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una explotación por á trabajo» (Boltanski y Chiapello, 2002: 445).

Ahora el mundo se presenta dividido entre quienes tienen domicilio fi-jo, documentos d e ide ntidad y d e créd ito, acceso a la información y eldinero, y, por otro lado, los que carecen d6 tales conexiones.

La bibliografía reciente va ocupándose cad a vez más de los indocu-mentad os, emigrantes, «o habitantes de las periferias de jadas al alburde l olvido y de la violencia» (ibíd.:4 4 9 ) . En América latina, aunque nosolo aquí, es particularmente notable la desconexión escenificada enlos ámbitos de la informalidad , donde se pued e tene r trabajo pero sindere chos sociales ni estabilidad, se logra ve nder pero en la calle, con-ducir taxis sin licencia, producir y comerciar discos y vídeos piratas,pertenecer a redes ilegales, como las del narcotráfico y las de otras ma-fias que emplean a desocupados en tareas discriminadas y descalifica-das (recolección de basura, contrabando, etc.).

Este giro de la problemática de la diferencia y de la desigualdad a lade la inclusión/exclusión no se observa solo en los discursos hegemó-nicos. Aparece también en el pensamiento crítico. En un contextomarcad o por la derrota d e los partidos y sindicatos revolucionarios y ladescomposición de los partidos reformistas que agrupaban a los desfa-vorecidos por la explotación en el trabajo, crecen las asociaciones conargumentos e cológicos, contra la e xclusión por el g énero, la raza, lasmigraciones y otras condiciones de vulnerabilidad Desde la acción hu-manitaria hasta las nuevas formas de militancia se proponen, más quetransformar órdene s injustos, reinsertar a los e xcluidos. Su mismo esti-lo organizacional, tratando d e evitar la rigide z burocrática que d esacre -ditó a los partidos clásicos, aquellos que anteponían los intere ses d e laorgan ización a los de las personas, promueven formatos ágiles y flexi-bles, actúan más en relación con acontecimientos que con estructuras.Hemos visto sus políticas de frente multiorganizacional en las protes-tas mundializadas —de Seattle hasta Cancún— y en los Foros Sociales dePorto Alegre y Bombay, donde la acción común prevalece sobre la per-tenencia y se vuelve difícil saber quién está «ad entro» y quién «fuera».

El libro de Luc Boltanski y Éve Chiapello,El nuev o espíritu del ca-pitalismo, quizá la obra más consistente de las que e n este cam bio desigloofrecen v isiones críticas del conjuntodelsistema,contiene, entreotros méritos, un análisis sutil de lo que significa esta «homologíamorfológica entre los nuevos mo vimientos de protesta y las formas decapitalismo que se han ido instaurando en el transcurso de los últimosveinte a ños» (ibíd.:4 5 6 ) . Al recorrer los discursos y los trabajos esta-díst icos de dicados a los excluidos, encuentran que las d esventajas so-ciales son miradas como consecuencia de relaciones entre miseria yculpa, o de características personales fácilmente transformables en fac-

tores de responsabilidad individual, con lo cual se elimina la vtructural de la explotación que iba ligada a la noción de clase: «la ex-clusión se presenta más como un destino (contra el que hay que lu-char) que como el resultado de una asimetría social de la que algunaspersonas sacarían partido en perjuicio de otras» (ibíd.:4 5 8 ) . Estos au-tores reconocen la utilidad del concepto de exclusión para entenderformas de miseria correspondientes al desarrollo capitalista acro se preg untan en qué sen tido este término oculta dispositivo

mación del beneficio propios de modos de explotación de un «mundoconexionista».El pensamiento posmoderno (no solo el neoliberal, también el que

sostiene una crítica social) ha destacad o la movilidad y la destlización, el nomadismoy la flexibilidad de pertenen cias. Todos, aun lmigrantes y exiliados, viviríamos oscilando con fluidez entre ly lo local. Pero pocas veces se analizan las desiguales condiciones dearraigo y movilidad. Si como explica Ronald Burt las relaciones esta-blecidas en red son convertibles en otra cosa, básicamente en dinero,hay que averiguar cómo transforman las conexiones y la informaciónen capital social actores con posiciones diferentes y desiguales. Bol-tanski y Chiapello hablan de «los grandes» como aquellosque dispo-

nen de mayor capacidad de desplazarse en los espacios geográficos einterculturales, en tanto los «pequeños» son los destinados a la inmo-vilidad.

Como ene! antiguo discurso hegemónico que atribuía a los pobresla responsabilidad por su situación («trabajan poco», «no tienentiva»), ahora la distinción entre los que se mueven y los que sese adjudica a las inclinaciones caseras o las costumbres o las «jas de los sedentarios». Sin embargo, existen vinculaciones estles y compleme ntarias entre unos y otros. Los pequeños o locason los «dobles» indispensables para el nomadismo y el enriqueci-miento de los grandes .

¿Cómo teje el grande su relación a distancia? «Contacta con una

persona (que puede ser el centro de una camarilla) y escoge o en ese lugar a alguien que mantenga esa relación. El doble ha denecer e n el lugar que le fue asignad o. Su estancia en ese nud o es imprescindible para los desplazamientos del g rande . Sin su prel grande perdería, a niedida que se desplaza, tantas relaciones comofuera creando. No podría acumularlas. El capital se le escaparía. ¿Dqué le serviría su teléfono móvil (gran objeto conexionista) si nviera seguro d e e ncontrar en e l otro extremo de l hilo, en su si tbase, a alguien capaz de actuar en su lugar, alguien que tiene alde la mano aque llo sobre lo que hay que interven ir?» (ibíd.:4 6 9 ) .

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La explotación se fortalece en un mundo co nexionista a partir de lainmovilidad de los pequeños, y gracias a la duracióncon que los nó-madas acumulan movilidad y multilocalización. El fuerte esel que an-te todo logra no ser de sconectad o, y por eso añade cone xiones. En lasrelaciones clásicas de explotación el pode r se obtenía g racias al repar-to de sigual de bienes estables, fi jados terri torialmente: la propiedad dela t ierra o d e los med ios de prod ucción en una fábrica. Ahora el capi-tal que produce la diferencia y la desigualdad es la capacidad o la opor-tunidad de moverse, mantener redes multiconectadas. Las jerarquíasen el trabajo y en el prestigio van asociadas, no solo a la posesión debienes localizados sino al dominio de recursos para conectarse.

Sin embargo, nos equivocaríamos si viéramos este proceso e n for-ma lineal. Este mundo hipermóvil acrecienta las dificultades paraidentif icar puntos de arraigo, reglas e stables y zonas d e con fianza. Laautonomía y la movilidad se obtienen a cambio de seguridad. Se hadesconstruido el antiguo concepto de autenticidad, basado en la fide-lidad a uno mismo, la resistencia del sujeto a las presiones externas yla exigencia de comprometerse con un ideal. La fidelidad a sí mismoy a un lugar suele interpretarle como rigidez, la resistencia ante losde más como rechazo a conectarse, al compromiso con ideales perma-nentes como incapacidad de adaptarse a las variaciones de la moda.Pero al mismo tiempo com ienza a ser cada vez más insatisfactorio vi-vir en un mundo de simulacros, artificios y mercancías inconstantes.

Se valora, entonce s, junto con la flexibilidad y la movilidad , «ser al-guien se guro, alguien en quien se pueda c onfiar» (Boltanski y Chiape-¡lo, 2002: 579). El éxito de la persona conexionista no depende solo desu plasticidad : «sise limita a ajustarse a las nuevas situaciones que se lepresentan corre el r iesgo d e pasar de sapercibido o, peor aún, de que sele juzgue sin grand eza y se le asimile a los pequeños, a los nuevos, a losignorantes». Para sacar partido de los contactos que establece, tieneque «interesar», o sea aportar algo que a su vez conecte con «otrosmundos». En la medida e n que su persona, su personalidad , contenga«"ese algo" susceptible de interesarlos y seducirlos, será capaz deatraer su atención y obtener su apoyo o informaciones. Pero para ellotiene que ser alguien, es decir, llevar consigo elementos ajenos a sumundo, percibidos como característicos suyos» (ibíd.: 584).

¿Es posible insertar en esta tensión entreser alguieny ser flexible,ser local y global, un nuevo tipo de crítica a las inconsistencias y con-tradiccione s de l capitalismo? Para construir esta crítica actualizada hayque reconoc er, en primer lugar, que e l capital social se ha extend ido alas relaciones internacionales desplazando su eje de las posesionesterritoriales a los recursos intangibles de la movilidad y las conexione s.

Luego, reformular la crítica a la mercantilización de los medriales de producción identificando los nuevos recursos de losapropia la economía en red: a) las posibilidades de movilidad y co-nexión (lenguas, prestigio, disponibilidad flexible de todo el los trabajadores, no solo de su jornada laboral); b) la transformaciónen «productos», dotados de un precio y consiguiente posibilidad deintercambio mercanti l, de biene s y prácticas que antes eran ade la comercialización: las relaciones amistosas usadas como opara hacer neg ocios, las d iferencias culturales e xcitadas pararar al mercado a los disidentes. Boltanski y Chiapello evocanpección de yacimientos de autenticidad convertibles en fuenciales de beneficio» (paisajes, bares con encanto, turismo altcapacesde restablecer un sentido de lo auténtico compatible con lasvariaciones de la especulación mercantil y de la moda. Aunque estosautores no lo men cionan, la industrias delnew agey de laworld ~sicson otros ejemplos elocuentes.

La l ista puede ser exte ndida . Me llama la atención que e stres no destaquen las radiofrecuencias, claves de la conectividat ica, la «propied ad más valiosa» en el siglo )0u, según estimaRifkin (2001). En las red es e lectrónicas y med iáticas se distribuformación, y por tanto se crean «zonas de concentración e irr(Ford, 1999: 147), que organizan el acceso desigual a los biensajes. En gran parte de la sociología francesa sigue habiendosión entre quienes estudian las redes comunicacionales y quienes seocupan del resto de la vida social .

Tendremos que volver más adelante sobre los medios de comción y las industrias culturales como instancias donde secreala ilusiónde conectividad g lobal, aunque se selec cionan patrimonios chegemónicos o diversos pero susceptibles de ser codificados para in-sertarlos fácilmente en e l proceso d e ac umulación. Si bien nol lan esta idea enelcampo m ed iático, vale la pena citar la distinciónBoltanski y Chiapello hacen e ntre laestandarización,imperativa de laproducción en masa del capitalismo industrial, y la codificacióndela etapa más reciente. «Mientras que la estandarización consistía enconcebir un producto de g olpe y someterlo a la reproduccióndel mayor número posible d e e jemplares absorbidos por el mecodificación, elemento a elemento, permite jugar con combinaintroducir variaciones con el fin de obtener productos relativamentediferentes aunque del mismo estilo.» De este modo, la codificce posible mercantilizar diferen cias inviables en la producción rizada. Se hace n merca ncías con «lo auténtico», al conservarla singularidad que daba valor al original . «Sirva d e e jemplo

ño bar montad o sin esme ro intuitivamen te a ojo y que funciona Quemarcha cuyas múltiples posibilidade s no se habían visto al com

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ño bar montad o sin esme ro, intuitivamen te, a ojo, y que funciona. Quefunciona bien. Que está siempre a tope. Tienta el impulso de extender-lo. Se pued e comprar la casa d e al lado, pero eso no llevaría lejos. Paraextenderlo haría falta reproducirlo en otro lugar, en otro barrio, enotra ciudad. Haría falta transportarlo. Pero no se sabe lo que deberíatransportarse de este, porque se desconoce la clave de su éxito. ¿Lasmesas de scabaladas? ¿Los platos caseros? ... ¿La simpatía d e sus clien-tes? ¿Los precios ajustados (aunque otros consumidores estuvierandispuestos a pag ar más en otro lugar)? Para saberlo hay que analizar elbar, de scubrir qué es lo que le da e se carácter de verdad era autentici-dad que consti tuye su valor, eleg ir algunas de sus cualidad es, las másimportantes y las más transportables (el público, por ejemplo, es im-posible) e ignorar otras consideradas secundarias. Este procesoes unproceso de codificación» (Boltanski y Chiapello,2002 : 561-562) .

Un trabajo crítico sobre las contradicciones del modelo in-clusión/exclusión vuelve visibles las limitaciones de reducir lasrelaciones sociales a problemas de conectividad. Las diferencias ydesigualdades —las generadas por el sistema de conexiones y laspreexistentes— resurgen cuando tratarnos de entender las condicio-nes en que tene mos acceso o somos excluidos de las red es. Más aún:Boltanski y Chiapello escapan de la ilusión de que la liberación con-sistirá en extender ilimitadamente la movilidad, los contactos. Alcontrario de quienes imaginan emanciparse a través del acceso cadavez más intensivo y veloz a las rede s, llaman la atención sobre e l he-cho de que el incremento de las conexiones puede ser «fuente denuevas formas de explotación y de nuevas tensiones existenciales»(ilaid.:593) .

_ Nó mencionan en este libro ejemplos que se me cruzaban al leerlo:los millones de propietarios de teléfonos móviles que — ade más de faci-litar su trabajo y su comunicación con familiares— se vuelven, gracias aesa disposición cone ctiva, trabajadore s sin l ímite d e horario, alcanza-bles en cualquier lugar y momento d el día o de la noche. O los que pa-

samos más horas de las que quisiéramos frente a la computadora paraatende r mensajes que esperan ser respondidos a una velocidad que noexistía ni en la época de l fax. «Un paso hacia la liberación quizá de pen-da hoy d e la posibilidad d e frenar el r i tmo de las conexiones, sin tenerque inquietarse por dejar de existir para los demás, caer en el olvido y,en definitiva, en la "exclusión"; de prolongar el compromiso con unproyecto o diferir el momento de hacer público un trabajo y de com-partirlo —por e jemplo, en una exposición o en un co loquio— sin tem erpor ello que el reconocimiento del que uno se considera merecedorpueda verse apropiado por otro; de entretenerse en un proyecto en

marcha cuyas múltiples posibilidade s no se habían visto al com(Boltanski y Chiape llo,2002 : 593) .

En suma: leer e l mundo bajo la clave de las conexiones no elas distancias generadas por las diferencias, ni las fracturas y hla de sigualdad. El predominio de las rede s sobre las estructurazadas invisibiliza formas anteriores de mercantilizacióny explotación—que no desaparecieron— y engendra otras. Coloca de otro modo lacuestión de los bienes sociales, de los patrimonios culturales escos y d e su d istribución de sigual.

Desd e el punto de vista conceptual, he tratado de ir mostranestos tres mode los no son opcionales. Ne cesitamos pensarnos como diferentes, desiguales y desconectados, o mejor como diferen-tes-integrados, desiguales-participantes y conectados-desconectados.En un mundo globalizado no somos solo diferentes o solo desigualeso solo desconectados. Las tres modalidades de existencia son mentarias. Y a la vez —cuestión que también retomaré despuésforma de privación va asociada a formas de pertenencia, posesión oparticipación. Por tanto, partir de procesos de oposición, como son ladiferencia, la de sigualdad y la descone xión es la elección necun pensamiento crítico, no conformista. Pero a la vez es necesara evitar maniqueísmos, entender esas formas de oposición en rela-ción con los modos afirmativos de existencia que las acompañan.

¿Tres modelos políticos?El mundo está hegemonizado por un programa neoliberal agrietado,con baja gobernabilidad, que exhibe por todos lados, desde la décadade 1990, su incapacidad para generar crecimiento y estabilidad. EnAmérica lat ina, aun las minorías beneficiadas están d escontentto hace resona r con más fuerza el malestar de los sectores popmed ios. Por eso, tr iunfaron Lula en Brasil y Kirchner en la Argy cayeron gobe rnantes en Bolivia, Ecuador y Perú. Se producepamientos de países en e l Mercosur y en el área andina que buticular lo que queda d e e conomías saquead as por las privatizacla transnaciortalización de recursos. Quieren fortalece rse en laciaciones de libre comercio. Faltan, sin embargo, interpretaciones deconjunto que den cuenta de las causas de la penuria y el descontento,que movilicen de modo verosímil y productivo las fuerzas transdoras.

Las tres direcciones teóricas descriptas en este capítulo proponenrecursos conceptuales que protagonizan ahora el trabajo en las

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sociales. Quienes de stacanlas diferencias(étnicas, nacionales o d e gé-nero) auspician proyectos de autonomía, tan diversos como la luchaarmada de los indígenas aymaras que quieren convertir a Bolivia en laRepública de Qullasuyo, los zapatistas mexicanos y movimientos aná-logos en Ecuador, Panamá, Perú o Guatemala que intentan autogo-bernar sus comunidades para negociar posiciones propias respetadasdentro de las naciones modernas. En otro registro sociopolítico, po-dríamos añadir a los gobiernos que asumen en alguna me dida las d ife-rencias y los intereses nacionales para impulsar proyectos más inde-pendientes de d esarro llo endógeno.

Este último conjunto podría si tuarse también en un seg undo g rupo,pues coloca en el ce ntro del proyecto no la diferencia sino ladesigual-dad. Para quienes gobiernan la Argentina y Brasil , e impulsan el Mer-cosur, el resorte clave del cambio no está en la diferencia ártica o na-cional, definida en términos identitarios, sino en la caracterización dela desigualdad interna e internacional como algo gene rado por una his-toria de intercambios injustos. Asumen como producto histórico laasimetría producida por el capitalismo de la primera mod ernidad l ibe-ral , y se preguntan cómo remontar el agravamiento de las desigualda-des impuesto por la apertura irresponsable de las economías naciona-les, la desposesión de recursos económicos, educativos y culturales, latransferencia d e riqueza de las mayorías a éli tes f inancieras improduc-tivas, especuladoras, nacionales e internacionales. Los sectores tradi-cionales de la izquierda y de movimientos nacionalpopulistas persi-guen la movilización de frentes populares (obreros, desocupados,migrantes, indíge nas, asociaciones de campesinos sin t ierra y ciudada-nos urbanos) con el argumento de recuperar capacidad nacional degestión, mejorar la distribución de la riqueza y lograr posiciones másjustas en las neg ociaciones globalizadoras.

La tercera l ínea, destacando e l papel decisivo de la tecnología en larecomposición transnacional de los procesos de trabajo, comercio yconsumo, encuentra que los resortes clave —imprescindibles— para de -sarrollar cualquier programa eficaz se hallan en la incorporación deamplios sectores a los avance s tecnológicos. Su programa político bus-ca reno var la educac ión, actualizar el sistema prod uctivo y de servicios,movilizar y ensan char los recursos mod ernizadores. Están quienes in-tentan solo asociar a las élites con los movimientos empresarialestransnacionales, y están los que se interrogan por el sentido social deesta art iculación interna y g lobalizada.

Los tres conjuntos proyectuales corresponden a las temporalidad eshistóricas distintas que coexisten en América latina. No resulta muyconsistente, en la perspectiva de la diversa y compleja relación de fuer-

zas mundial, regional y de cada nación, optar solo por la difdesigualdad o la descone xión como clave interpretativa y revilizador de l cambio sociopolítico. La preg unta acerca d e cóbinar estos tres t ipos de org anización-segre gación social pugene-rar respuestas distintas en países con 50 a 70% d e población (Bolivia, Guatemala), en socied ad es con una historia secularmoderna más asentada y con mayor potencialidad de desarrollo parainsertarse con fuerza económica y de neg ociación polí t ica eacuerdo s internacionales. Pero en todos e s difícil imaginar de transformación hacia un régimen más justo sin impulsar políticasque comuniquen a los diferentes (étnicas, de género, de regiones),corri jan las desigualdad es (surgidas de esas diferencias y ddistribuciones inequitativas de recursos) y conecten a las sociedadescon la información, con los repertorios culturales, de salud yexpandidos globalmente. Sabemos poco aún sobre las manerates de actuar en forma simultánea en estas tres escenas, y cótencian entre sí . Apenas estamos comproband o los pobres rede las concepciones que sesgaron la teoría social al optar solo por loque podía afirmar las diferencias, o disminuir la desigualdadtarnos con las redes estratégicas.

Es útil concluir este capítulo refiriendo algunas contribuciestudioLa igualdad de los modernos,en e l cual la Cepal y el InstitutoInteramericano d e De rechos Humanos ofrecen un esquema opara tratar diferencias, desigualdades y desconexiones. El trabajo noparte de una revisión teórica sino del análisis complemen tariode América Latina que e videncian cómo se e nlazan estas tretes. Al tomar conjuntamente los de rechos ec onómicos, sociaturales, muestran que la deficiente realización en un campo delas otras.

Los derechos culturales suelen concentrarse en el de sarrotencialidad es personales y el respeto a las diferencias de ca«protección del idioma, la historia y la tierra propias, (Cepal-IIDH,1997: 37). Los derechos socioeconómicos se asocian generalmel de recho al trabajo, la seg uridad social, la alimentación,la educación,la vivienda, y con la equidad e n el acce so a e stos bienes. El Cepal-noH amplía la noción d e d erechos culturales mostranvaloración de las diferencias debe complementarse con lo quemos, en el encuadre de este capítulo, derechos conectivos, o sea «laparticipación en la industria cultural y en las comunicaciones» (iba.:36). El de recho a la diferenc ia se analiza junto con los dere chtegrac ión y la equidad , con «la participación relativa en las d ide s de intercambios» (ibrd.: 38). Se alejan de la de finición m

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derechos de sobrevivenciao registro de indicadores de pobreza que

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derechos de sobrevivenciao registro de indicadores de pobreza, queaíslan estos fenómenos de los procesos de desigualdad que los ex-plican.

En consecuencia, reubican estos conceptos —corno dem ostró Amar-tya Sen, construidos de sde la problemática de la «desposesión absolu-ta»— en el campo de laciudadanía.El «umbral de ciudadanía» se con-quista no solo obteniendo respeto a las diferencias sino contando con los«mínimos competitivos en relación con cada uno de los recursos capa-citantes» para participar en la sociedad : trabajo, salud, poder d e compra,y los otros derechos socioeconómicosjunto con la «canasta» ed ucativa,informacional, de conocimientos, o sea las capacidades que pueden serusadas para c onseg uir mejor trabajo y mayores ing resos (ibid.: 43-44).El acceso seg mentad o y desig ual a las industrias culturales, sobre todo alos bienes interactivos que proveen información actualizada, e nsanchan«las distancias en el acc eso a la información oportuna y en el d esarrollode las facultades adaptativas que permiten mayores polibilidades de de-sarrollo personal, gene rando así menores posibilidad:es d e integ raciónsocioeconómica efectiva» (ibíd.:38).

La ciudad anía, o su contrario: la exclusión, es resultado de la corre-lación entre «los índices de concentración de las oportunidad es de ac-

ceso a otros re cursos capacitantes» (lid. : 46). El estudio concluye quela imbricación de los de rechos e conómicos, sociales y culturales, o seasu realización complementaria englobada bajo la noción ampliada deciudadanía, coloca en el Estado la responsabilidad principal por sucumplimiento.

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De cómo Clifford Geertz yPierre Bourdieu llegaron al exilio

La universidad, el shopping y los medios

La comparación entre estas treS entidade s es e stimulante para algunas encrucijadas de las ciencias sociales que desarrolla el anterior. Habría que estudiar, por ejemplo, los macrocentros comer-ciales y los med ios de comunicación como esce narios en que fiesta con nit ide z el predo minio de lo privado sobre lo públicotraste con la universidad, tal vez el último lugar en que lo público aúnprevalece sobre lo privado. O co mparar el shopping y los medtancias que represe ntan la reo rganización audiovisual y espec tzada dejos bienes y mensajes, con la universidad, que permanece co-mo bastión donde aún los conceptos someten a las imágenes y lasdisquisiciones racionales se imponen al pensamiento analógico y me-

tafórico. (Pensar en la resistenc ia a que los organismos d e d ifuversitarios trasciendan los circuitos de alta cultura y se inserten en lascomunicaciones masivas.)

Pese al atractivo de estas investigaciones posibles, aquí me imás bien, encarar algunos dilemas d el trabajo científ ico con frolo con lo que podríamos llamar la «epistemología» implícita de losshoppings y los medios. Se me ocurrió esta relación al encontrarmecon el libro en que uno de los mayores arquitectos contemporáneos,Ren Koolhaas, hace un balance de sus tareas: lo tituló S, M, L, XL.Koolhaas sostiene que los urbanistas deben trabajar simultáneamente

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en todas las escalas y muestra cómo art icula en su investigación urba-na los objetos small, medium, large y extralarge.Sin duda, este es unode los problemas irresueltos de las ciencias sociales, que los shoppingsy los medios atiende n con bastante e ficacia. Otra habilidad de los cen-tros comerciales, sobre todo las t iendas de departamentos, esla ofertaintegrada d e e quipamiento doméstico con bienes de uso público y ur-bano, y también aparatos electrónicos —radios, televisores, equipos desonido y computadoras— para conectarnos con la información y elentretenimiento transnacionales. Una tercera característica de losshoppings es su multiculturalidad: combinan productos nacionales yextranjeros, de d iversos continentes, industriales y de origen artesanal,usando astutamente esta flexibilidad para poner énfasis en la culturanórdica durante Navidad, en la iconografía tropical duranteel veranoy en cualquier otra región cuando lo requieren las variaciones de lamoda.

Las universidades, en cambio, se asemejan más á la distribucióncompartimentada del comercio tradicional y minorista. Nuestros de-partamentos no parece n pertene cer a la misma institución: si uno va alde antropología solo conseguirá lo que corresponde a las culturas do-mésticas y locales; si se inscribe e n sociología y eco nomía en contraráinformación sobre las grandes tendencias del mundo. Estas regionesde l conocimiento exige n tal f idelidad que sev emal si «el consumidor.,por ejemplo un estudiante de posgrado, comienza a relacionarse convarios d epartamentos a la ve z.

Hace pocos años que algunos programas transdisciplinarios ymulticulturales d e investigación encaran las nuevas e xigencias d el sa-ber. Son, sobre todo, autores que trabajan en distintas escalas del co-nocimiento, con instrumentos de d iferente alcance y en sociedad es di-versas, los que más ayudan a entrever cómo pod rían ser universidade sque, en este sentido, se parecieran más a los shoppings y los medios.Por cierto, hay que decir que estas dos clases de actores tienen una«epistemología» demasiado simple, cuyas reglas se réducen a yuxta-poner o bjetos d e distintas escalas y funciones, o se guir con oportunis-mo las variacione s multiculturales sin problematizar casi nunc a la sis-temática globalizadora de los mercados. Las diferencias que lo localhace persistir de ntro de lo global o los conflictos derivados de la mul-ticulturalidad son disimulados bajo la fácil reconciliación de un con-sumo pretendidame nte universal, con operaciones tan elementales co-mo usar el control remoto para recorrer canales de diversasnacionalidades.

Voy a reunir en este capítulo algunas experiencias de científicos so-ciales que, después de trabajar un buen tiempo solo con lo smallo lo

extralarge, y con los instrumentos legitimad os por su disciplinateresaron en otros campos, admitieron preg untas de procesorios o de la interculturalidad generada por los medios. Conscientesde que no bastaba con yuxtapone r objetos y prácticas socialron que preguntarse cómo hacer coe xistir estrategias de c ony de vida diferentes. Construyeron conceptos e instrumentosminar nuevos objetos transdisciplinarios y transculturales, y a vecessolo propusieron nuevas me táforas que insinúan por dónd e pavanzar. Me re feriré con mayor extensión a los procesos de res: cómo Clifford Ge ertz pasó de conce ntrarse e n el conocical a interesarse por los collages interculturales, y qué le pasBourdieu cuando quiso probar su teoría de los campos y de ción sociocultural en el estudio d e la televisión.

Analizar a estos dos autores servirá para plantear el problsubjetividad y la objetividad del conocimiento en relación cfiguraciones institucionales. Como se sabe, una de las diferela gnoseología moderna y la epistemología contemporánea epensamiento moderno la tensión entre racionalistas y empiristas, in-cluso luego de la reelaboración kantiana, se concentra en lade l sujeto individual, o en la existencia indepe ndien te de losrealidad, el mundo) en la gene ración del conocimiento. DesXIX Marx y Nietzsche, y el desenvolvimiento posterior de lassociales, hicieron evide nte que entre sujeto y objeto existíannes insti tucionales que condicionan los modos de existenciay los objetos, así como lo que suce de entre ellos. Se volvió te, entonces, para desubjetivar o desideologizar los saberes liberar elproceso de conocimiento de la tutela religiosa —y por tantoca—, política —y por tanto partidaria—, con lo cual adquirió ala universidad como espacio institucional en el que las ciencdesarrollarse sin las coacciones de quienes cree n en verdadeo en la superioridad de la conciencia de clase. Este avance de finit ivamente la inde pende ncia de l conocimiento científ icieron nuevos condicionamientos «externos» —el mercado, los me-dios— y se descubrió que la propia estructura universitaria, supor el poder acad émico y la presión de influencias externasfractan en e lla, también influyen e n los temas y programas dgac ión, los usos y las insercione s institucionales de los cono

Cuando un investigad or trabaja e n un laboratorio privadobe frecue nteme nte para re vistas, radio y televisión, y al mismsigue d esempeñánd ose e n la universidad , ¿cuál es su campode experiencia, cómo se articulan los controles mercantiles ycon los de la vida acadé mica? Resulta ingenuo pensar que los

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namientos del mercad o de la polí tica y de los med ios comunicaciona- Me interesa de stacar que la crí t ica a la vez textual e insti tuci

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namientos del mercad o, de la polí tica y de los med ios comunicacionales son mera ide ología, en tanto la universidad d aría un contexto asép-tico a la búsqueda de la verdad Se ha vuelto visible cuánto hay en lavida universitaria de mercado y política; existen suficientes análisis decongre sos científicos, revistas y otros sistemas de selección y consag ra-ción intelectual como para encontrar analogías entre los espacios «pro-piamente» académicos y aquellos cuya lógica primordial no es laproducción de conocimiento. Lo que diferencia a la universidad de

otras instituciones no es la inexistencia de condicionamientos ex-tracientíficos, sino la pre ocupación d e hacer e xplícitos esos condicio-namientos, desconstruirlos y controlar la influencia que en otras insti-tuciones y o tros discursos queda e scondida.

Hablaré de estos espacios y circuitos como formaciones m etains-titucionales en sentido semejante al que dio Raymond Williams a laexpresión «formaciones» para designar algo que está más allá de lasinstituciones consolidadas y estructuradas, que puede abarcar con-juntos complejos de instituciones, red es y movimientos en formaciónpoco institucionalizados. Williams se refería a las formaciones paraidentificar movimientos más amplios, por ejemplo tendencias litera-rias, artísticas, filosóficas y científicas —las vanguardias, los movi-

mientos culturales y políticos de migrantes, los estudios culturales(Will iams, 1980 y 1997)— que cond icionan los mod os de ge nerar co-nocimientos.

Clifford Geertz: del conocimiento localal intercultural

A fines de la década de 1980, Geertz caracterizó así las oscilaciones delos antropólogos: son personas que alcanzan legitimidad en tanto de-muestran «haber estado allí», entre los indios, los otros lejanos, peroescriben, enseñan y organizan lo que estudian para los que «están

aquí», en las universidad es, los congre sos, los sistemas de revistas y deprestigio académico. Esta brecha e ntre e l lugar en que viven los obje-tos de e studio y el sit io donde son representados co loca la cuestión dela interculturalidad en el núcleo de l trabajo antropológico, aunque du-rante mucho tiempo las incertidumbres y los conflictos entre ambasinstancias fueron desatend idos. Varias corrientes posmod ernas en cap-sularon el problema en la escena de la escri tura, como si solo se trata-ra de de sconstruir las astucias textuales con las que se simula que la an-tropología no es más que una representación realista de lo que existe(Gee rtz, 1989; Clifford y Marcus, 1991).

qGee rtz fue asociada, en los mismos años (de la década de 19601980), a una reformulación de lo que él consideraba debía ser elde estudio de los antropólogos. EnLa interpretación de las culturasd e -fendía una descripción «microscópica», no «de la aldea» sino «ede a», y lin.itaba el trabajo teórico a la elaboración conce ptual dmediaciones en las que cada grupo establece su lógica interna (1987[1973]; cap. 1). Diez años d espués, en la introd ucción al libroConoci-miento localcalificaba las pretensiones de construir una teoría socianeral co rno huecas, «propias de un meg alómano» (1994 [1983]: igual modo que otros antropólogos centraba sus estudios en caticulares —la riña de gallos en Bali, las historias religiosas en Java yMarruecos— para luego e nsayar relaciones analógicas, no con eextraer reg ularidad es abstractas de aplicación universal , sino csiones de los puntos de vista de los nativos que permitan conveellos, «percibir una alusión, captar una brom a» (Ge ertz, 1994: 90terpretar todo eso para que sea entend ido por los demás.

Es difícil establecer leyes universales que fijen relaciones ensas y efectos, prever e l destino d e fuerzas subjetivas y objetivasficar sus funciones, cuando los com portamientos sociales son mcomo juegos en los que el orden incluye arbitrariedades radicales: laetiqueta, la diplomacia, el crimen, las finanzas, la publicidad «seben como "juegos informativos" —estructuras laberínticas d e jres, equipos, movimientos, posiciones, estados d e información, y consecuencias, en las que solo prosperan "los buenos jugadores"—,los capaces de disimular en todas las ocasiones» (ibíd.: 37). 0 lasconductas concebidas sok como dramas ritualizados en los quelas disputas por el estatus, el pode r o la autoridad se ge stionante escenificaciones públicas. La inestabilidad que experimentan lospensamientos, los sentimientos y las conductas interpretadas comojueg os y como te atro no permite e xplicar a los sujetos bajo detciones d e estructuras insti tucionalizadas, ni me nos aún esperar

les determinaciones sean g eneralizables a todas las sociedade sNo por eso Geertz dejó de interrogarse por la compatibilidad en-tre las culturas. Pese a sostener que lo que cada pueblo considgión, arte o sentido común «varía radicalmente de un lugar y época ala siguiente como para que podamos tene r esperanzas de e ncoguna constante definitoria» (ibíd.: 106), intentó encontrar denomina-dores comunes entre algunas culturas que no violentaran ni ignorasensus diferenc ias. Así, por ejemplo, halló que el se ntido común tepiedades semejantes en sociedades distintas: naturalidad, practicidad,transpare ncia, autenticidad y accesibilidad (iba.: cap. 4).

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También indagó si la noción occidental de arte sería legít imamenteaplicable a diversas culturas arcaicas y diversas culturas modernas a lavez: no hay un sentido universal d e la belleza, afirma Gee rtz, sino cier-tas actividades «d iseñadas en tod as partes para demostrar quelas ideasson visibles, audibles y — se ne cesita acuñar una palabra en este punto—tangibles, que pueden ser proyectadasen formas donde los sentidos, ya través de los sentidos, las emociones, puede n aplicarse re flexivamen-

te». ¿Qué es lo que estas actividades tan dispersas tienen en común?Cuando d istintas sociedad es las experimentan, permiten «respond er ono a la gente ante las artes exóticas con algo más que un mero senti-mentalismo etnocéntrico en ausencia de un conocimiento de lo queaquellas artes son o d e una c omprensión de la cultura en la cual se ori-ginan. (El uso occidental de motivos "primitivos", apane de su indu-dable valor en sí mismo) solo ha acentuado e sto; estoy convencido d eque muchas personas contem plan la escultura africana co mo una d eri-vación de Picasso, y escuchan la MÚSICA javanesa como si estuviesecompuesta por un Debussy ruidoso.)» (ibíd.: 145-146).

No voy a discutir ahora si las propiedades atribuidas por Geertz aun sentid o común inte rcultural transhistórico son verificables. Antici-

po que sería difícil avalar la existencia de esos rasgos en e l Occidentemode rno al tomar en cuenta la refutación del psicoanálisis y de Anto-nio Gramsci a la supuesta transparencia del se ntido común, o, respec-to de las socied ade s arcaicas, si pensamos que un modo e n que los an-tropólogos de signan el sentido común e s como pensamiento salvaje, yad mitimos lo que Lévi-Strauss afirma sobre su sistematicidad . Tampo-co parece aPlicable a todo el arte occidental moderno la tesis de que lasprácticas consideradas artíst icas son las diseñadas para de mostrar quelas idea s son visibles, audibles y tangibles: ni el arte a bstracto, ni otrasvanguardias cabrían en tal definición. Pero me detengo, para nuestropropósito, en el hecho de que Geertz buscó en esta etapa configurar al-gún tipo de convergencia entre culturas manteniendo enérgicamente

su diversidad y compartimentación. La incisiva observación de que loque cada socied ad e ntiende por arte es lo que le permite interesarse porel arte de los otros, aunque sea para comprend erlo tan mal como cuan-do miramos esculturas africanas desde lo que sabemos de Picasso,acentúa las diferencias y la inconmensurabilidad, reduce lo común auna coincide ncia formal de experiencias basada en malentend idos.

Algo distinto sucede en los textos de la última década, cuandoGe ertz cri tica a los antropólogos que cen tran los estudios en «totalida-de s sociales absortas e n sí mismas» (19961,: 84), en las «propias clasifi-caciones que nos separan de los demás», obsesionados por «defenderh integridad del grupo y mantener la lealtad hacia él»; «La etnografía

es, o debería ser, una disciplina capacitadora. Ya que a lo qucuando lo hace, es a un contacto fructífero con una subjetividad va-riante». Los relatos y escenarios que el antropólogo comunica no tie-nen por finalidad ofrecer «una revisión autocomplaciente y a(ibíd.: 87), sino permitir «vernos, tanto a nosotros mismos, como acualquier otro, arrojados en medio de un mundo lleno de indeleblesextrañezas de las que no pod emos l ibrarnos» (ibíd.:88).Por eso, en su

texto d e 1994, «Anti-antirrelativismo», se de dica a d esbaraciobiología y el ne orracionalismo, que, en vez d e e nfrentar lcomplicaciones de la diversidad, prefieren refugiarse en la buna naturaleza humana de scontextualizada. La sociobiologíaen avances d e la ge nética y la teoría de la evolución, pretentrar constantes naturales que establecerían criterios de normalidadaplicables a las distintas culturas, con lo cual convierte lo demás en«desviaciones». Los neoevolucionistas, a partir de hallazgosgüística, la informática y la psicología del conocimiento, crepuede reinstalar una concepción funcionalista de la mente dese fi jen verd ades universales. El precio que pagan ambas fudificultade s relativistas, explica G ee rtz, «es la de sconstrucció

teridad»(1996a: 122).Llegamos as í a la neces idad de hacernos cargo de un mula diversidad no está solo en tierras lejanas sino aquí mismo, en «losmodales de los japoneses a la hora de negociar», en la migracinas, vestimentas, mobiliario y decoración que llegan a nuestro ba-rrio, «cuando es igualmente probable que la persona con la que nosencontramos en la t ienda de ultramarinos» proveng a de Co/owa; la de la oficina de correo s puede venir de Argelia comvernia; la del banco, de Bombay como de Liverpool. Ni siquiera losparajes rurales, dond e las seme janzas suelen estar más proteginmunes: granjeros mexicanos e n e l Suroeste, pescadore s va lo largo de la costa del Golfo, médicos iraníes en el Mediooeste»

(ibíd.:90).Gee rtz propone e ntende r estos cruces interculturales conva narrativa construida a partir de la me táfora del collage . Paesta época de mezclas, estamos obligad os a pensar en la d ivdulcificar lo que nos seguirá siendo ajeno «con vacuas cantinca de la humanidad común, ni desactivarlo con la indiferencia del«a-cada-uno-lo-suyo», ni minusvalorarlo tildándolo de encantador»(ibíd.: 91-92). Se trata, en suma, de n o instalarnos e n las autde nuestra propia cultura, ni en las convicciones d e e xcluidonas, feministas, jóvenes, etc.) que ad optamos como n uestra npor generosidad militante. No es esto loque se espera de una discipli-

na como la an tropología construida a través de viajes laboriosos por elmos a con ocer los biene s los mensajes y a las pe rsonas que tran

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na como la an tropología, construida a través de viajes laboriosos por elmundo. Dice Ge ertz: «Si lo que queríamos eran verdad es caseras, de-bíamos habernos quedado en casa» (ibíd.: 124).

En efecto, la trayectoria de la antropología es la de un grupo de oc-cidentales que decidieron estudiar desde el lugar del otro y fueron des-cubriendo lo que significaba no hablar desde su casa. En los últimosaños algunos antropólogos advirtieron que muchos de ellos habíanreinstalado su hog ar en ciertas fortalezas de Occide nte, como las uni-

versidades, los museos o las oficinas de los ministerios de relacionesexte riores. Los textos, las cáted ras o los informes para los servicios deseguridad eran también sus residencias atrincherad as. No solo la crí ti-ca textual y a las instituciones académicas y museológicas hade sconstruido estos recintos preservados. Si el cuestionamiento se e x-tiende es porque las migraciones de bienes y mensajes, del TercerMundo al primero, del campo a la ciudad , de las selvas indígenas a loscentros de poder y conocimiento, llenaron de otredad y de incerti-dumbre las casas d e los antropólogos y de los demás científ icos.

Tampoco el museo pued e ser nuestra casa, porque no hay coleccio-nes consolidadas de objetos, ni de saberes, dicen los autores posmo-demos. James Clifford, que también utiliza la metáfora del collage,

sostiene que en una época en la que los individuos y los grupos no re-producen tradiciones continuas sino que «improvisan realizaciones lo-cales a partir de pasados (re)coleccionados, recurriendo a med ios, sím-bolos y lenguajes e xtranjeros»(1995: 30), «la identidad es coyuntural ,no e sencial» (ibíd.:26).

Según Renato Rosaldo, la tarea d e exhibir la identidad —más que co-mo operación museográfica— debe hace rse corno si se tratara de unaventa de garaje, dond e el antropólogo no trabaja con objetos nuevos oauténticos, sino con objetos usados y ace pta que los usos forman par-te de su valor. ¿Por qué elegir la metáfora de la venta de g araje en vezde la del shopping? Entiendo el valor de la poca solemnidad, del carác-ter cotidiano y familiar de la venta de garaje. Pero me pregunto si nodebe ríamos reunir las dos imágenes, en oposición al museo, para evi-tar la tendencia de los antropólogos a preferir las formas pobres, alborde del desuso, /o de segundamano o Tercer Mundo, con el riesgode quedarnos sin nada para decir a quienes participan en la integ raciónmulticultural moderna d e los mercad os. Cabe una última referenc ia a otro antropólogo que trabaja esta ree s-tructuración de la d isciplina en una línea converg ente con la de C liffordGee rtz. Pienso en Marc Augé cuando sugiere extende r el trabajo antro-pológico a los no lugares de la globalización: los shoppings, los aero-puertos, las autopistas. En esos circuitos —más que lugares— a prend e-

mos a con ocer los biene s, los mensajes y a las pe rsonas que tranpatrias que los contengan.El viaje e s ahora, más que la tarea que d istin-gue al antropólogo, una condición de vida de las culturas.

Tanto G eertz como estos otros antropólogos se m anifiestan infechos con la localización exclusivamente comunitaria del trabtropológico y con la reducción de las relaciones entre culturas a lostérminos clásicos de la interetnicidad, o a la yuxtaposición o encuen-tro ocasional entre sociedades discretas. El actual pensamiento antro-

pológico se está ocupando de formas transnacionales d e intercudad: la aspiración que citábamos de Guillermo Bonfil a convertir lotransnacional en objeto etnográfico viene siend o realizada, entpor Arjun Appadurai, Ulf Hannerz, Gustavo Lins Ribeiro y RenatoOrtiz. Pero aún estamos en los umbrales de un replanteamiento epis-temológico de la disciplina para establecer criterios universales devalidación del conocimiento basados en una racionalidad intercultu-ralmente compartida. Este desafío tampoco es respondido por otrasdisciplinas de acuerdo con las condiciones presentes de la globaliza-ción. Para todos sigue siendo una cuestión irresuelta trabajar con lascompatibilidades e incompatibilidades emergentes en los procesos deintegración regional y transnacional.

Pierre Bourdie u: el sociólogo e n la televisiónEn med io de la desintegración paradigmática y las escasas aspitotalizadoras que caracterizan a las actuales ciencias sociales, quedanpocos autores, en el sentido que Geertz dio a esta expresión, «funda-dores de discursividad, estudiosos que al mismo tiempo han firmadosus obras con cierta determinación y construido tea tros del lenglos que toda una serie de otros, de manera más o menos convincente,han actuado, actúan aún y sin duda alguna seguirán actuando durantealgún tiempo» (G ee rtz, 1989: 30-31). El atribuye esta talla de au

Claude Lévi-Strauss, Eduard Evans-Pritchard, Branislaw Maliny Ruth Benedict. La vastísima obra de Bourdieu lo hace merecer tan-to como Lévi-Strauss la den ominación de fundador, y a mi manver más que los otros cuatro antropólogos estudiados por Geertz. Harenovado la problemática teórica y el con ocimiento empírico dtropolog ía, la sociología de la ed ucación, la cultura, la cienc ia y la filosofía. Probó su sistema teórico en estudios sobre el camdo , las clases sociales urbana s, el sistema e scolar y universitarisempleo, el derecho, la ciencia, la literatura y el arte, el parentelleng uaje, la vivienda , los intelectuales y el Estad o.

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Durante mucho tiempo me pareció extraño que una obra dedicada j l i t i d t i t bié

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Durante mucho tiempo me pareció extraño que una obra dedicadaen forma casi exhaustiva a desentrañar la modernidad apenas se ocupa-ra de esos actores centrales que son las industrias culturales ojos me-dios masivos de comunicación. Su atención a campos simbólicos muydiversos se concentró e n la cultura de eli te, salvo el art ículo «Sociolo-gía d e la mitología y mitología d e la sociología», de 196 3, en el que jun-to con Jean-Claude Passeron criticó los estudios «masmediológicos»de esa época, la investigación sobre la fotografía, hecha con otros so-ciólogos en 1965, y un artículo largo de 1973, «Le marché des bitassymboliques» en el que «el campo de la gran producción», o sea las in-dustrias culturales, es caracterizado a grandes trazos para oponerlo alde «producción restringida» (retorna este texto y lo actualiza en un ca-pítulo de Las reglas del cine,de 1992).

Ni sus estudios sobre la moda, ni sobre el d eporte, ni el enciclopé-dico exame n de las prácticas estéticas de la sociedad francesa realizadoen La distinción—donde apenas en seis páginas hace referencias al pa-sar sobre la televisión— se ocuparon de la organización industrial de lacultura masiva. Esto propició, como vimos ante s, que las afirmacionescontenidas en sus trabajos sobre la popularización del arte y sobre losgustos populares fueran refutadas por varios críticos como juicios aris-tocratizantes (Grignon-Passeron), y que Bourdieu no lograra respon-der másque con d efe nsas teo ricistas. Quizá lo más serio es que la au-sencia de las industrias culturales y los procesos de comunicaciónmasiva distorsiona el papel que adquieren otros actores sociales —laescuela y la familia— de ntro de una teoría de la reproducción social queignora el lugarde formas posteseolares y posfamilares de socialización.¿Cómo se pued e reducir en una conferencia dada ¡en 1989 «la repro-ducc ión de la e structura de la d istribución del capital cultural» a lo quesucede únicamente en «la relación entre las estrategias de las familias yla lógica espec ífica de la institución escolar»? (Bourdie u, 1997). Y enunos poquísimos párrafos de textos y entre vistas, aun más recie ntes, seocupó del papel de la televisión solo como a uxiliar de la enseñanza es-colarizada (ibid.: 137 y 167).

Por eso, la aparición del artículo «Lemprise du journalisme», deBourdieu, en 1994 (publicado en Bourdieu, 1996), y sus conferenciasSobre la telev isión,emitidas por ese med io en marzo de 1996, gene ra-ron gran e xpectativa. Bourdieu eligió como eje org anizador de su aná-lisis la noción de «campo periodístico». Aplicó literalmente la nociónde campo usada a lo largo de su obra para analizar la religión, la lite-ratura, la política y otros ámbitos: repitió que «un campo es un espa-cio social estructurado, un campo de fuerzas -donde hay dominantesy dominados, relaciones constantes, permane ntes, de d esigualdad que

se ejercen e n el interior de e ste espacio— que es también uluchas para transformar o con servar este campo d e fuerzas» Cad a uno d e /os problemas que se plantea en relación con lalo resuelve poniendo a funcionar su teoría de los campos: «Si quierosaber hoy lo que va a decir o a escribir tal periodista, lo querá evidente o impensable, natural o indigno de él , es necessepa la posición que él ocupa en e se espacio, es decir el podfico que detenta su órgano de prensa y que se mide, entre otros índi-ces, por su peso económico, según su participación en el mero también por su peso simbólico, más difícil de cuantificar» (ibíd.:46-47).

Aclara que en los comienzos de la televisión, «en los añosta», los participantes en ese med io sufrían múltiples depe ndlos podere s políticos, del prestigio de otras zonas de la culfuerzas econ ómicas y de las subvenciones estatales. Pero co«la relación se ha invertido completamente y la televisión t ivenir dominante e conómica y simbólicamente en e l campo pco» (ibíd.: 47). En la Francia de med iados de l siglo xx, el pescrito fijaba las reg las del juego, y de ntro de la prensaLe M onde.Enla oposición entre los diarios que dan news, comoFrance Soir,y losque ofrece nviews,comoLe M onde,este se hallaba bien colocado porque su am plio tirajelepermitía ofrecer información razonada y al mo tiempo contar con suficiente publicidad para ser indepenla actualidad, la televisión —que optó por el modelo de la inrápida y superficial— impone al conjunto del campo periodístico latend encia a ape lar a los sentimientos más que «a las estructules de l público» (ibíd.: 52) y convierte la am pliación deja audel modo de legitimación generalizado. Luego, los diarios y l—para competir con la televisión— ad optan el estilotalk show ,el exhi-bicionismo d e e xperiencias domésticas, como si la lucha posolo pudiera ganarse apelando al voyeurismo de los espectadtores. El crecimiento del poder simbólico de la televisión obto de l campo periodístico a perseguir lo «sensacional, lo e splo extraordinario» (ibíd.: 58) antes releg ado a los diarios depoliciales. Ahora, los aspectos anecdóticos de la vida políticprovoca curiosidad (catástrofes naturales, accidentes, incendios), loque «no requiere ninguna competencia específica previa», es lo queprevalece . La lógica comercial impone su peso a la te levisiónsión a la prensa, inclusoa los period istas más «puros», y eso arrasaun a los campos culturales que era n más autónomos, como tura, la filosofía y la ciencia. Así aparecen losfast thinkers de la televi-sión, historiadores convertidos en periodistas, «autores de dicciona-

ríos o de balances del pensamiento contemporáneo ante la grabado ra»Hay algunas páginas espléndidas e n e sta argumentación, por

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p p g(ibíd.: 68).

Los intelectuales que en otros tiempos, notoriamente en Francia,cumplían respecto de la comunicación pública una función clínica, osea que usaban el conocimiento de las leyes para combatirlas, ahora seresignan a la tarea cínica de «servirse d el conocimiento de las leyes d elmed io para volver sus estrategias más eficientes» (ibíd.: 68), vale d ecirmás lucrativas.

En esta de scripción, que concuerda con tende ncias observadas porotros especialistas en los medios, se percibe también el tono indignad o,por momentos d esesperad o, del intelectual que halló su fortaleza e n laautonomía de su campo — y ded icó su vida a teorizarlo para mejor de-fenderlo— y ahora encuentra que hasta los ámbitos más preservados, co-mo la ciencia y el arte, son subordinados a las fuerzas heterónomas delmercado . Hasta elCNRS (Centro Nacional de la Investigación Científi-ca), órgano responsable de garantizar la independencia del saber enFrancia, toma cada vez más en cuenta la consagración que d an los me-dios a «estos escritores para no e scritores», «filósofos para no filósofos»(ibíd.: 69). Entonces, Bourdieu descubre que ocuparse de la televisiónes una tarea ne cesaria de l científico social.

¿Qué puede hace r con la televisión un científico dispuesto a guard arla autonomía de su oficio? «Para poner e n primer plano lo ese ncial , esde cir el discurso, a diferencia (o a la inversa) d e lo que se practica habi-tualmente en la televisión, he elegido, de acuerdo con el director, evitartoda búsqueda formal en el encuadre y el enfoque, y renunciar a lasilustraciones —extractos de programas, facsímiles de d ocumentos, esta-distitas, etc.— que ad emás d e que hubieran tomado un tiempo precioso,habrían en turbiado sin duda la l ínea d e una e xposición que quería serargumentativa y demostrativa», advierte Bourdieu en el prefacio escri-to para la publicación de sus confere ncias televisrvas (ibíd.: 6-7). Ade -más de ne garse a usar los recursos audiovisuales de este me dio de co -municación, dedica la mitad d e su primera conferencia a d espreciar lasobras que son e scritas «para asegurar invitaciones a la te levisión» (ibíd.:11) y los proced imientos mediáticos que coloca como antinómicos de ltrabajo intelectual: la dramatización, la espe ctacularización que lleva ainteresarse por lo extraordinario, «la búsqueda de la exclusividad» y latendencia a describir-prescribiendo sobre qué y cómo se debe pensar(ibid.: 18-20). El sociólogo, en c ambio, busca «volver extrao rdinario loordinario», suspender el sentido común, porque «las producciones másaltas de la humanidad , las matemáticas, la poesía, la literatura, la filoso-fía, todas esas cosas han sido prod ucidas contra el equivalente de la me-dición de audienc ia, contra la lógica d el come rcio» (ibíd.: 29).

y g p g p g , pplo cuando habla sobre el enlace negativo que existe en la televisión«entre la urgencia y el pensamiento». Pregunta «si se puede pemedio d e la velocidad» sin ser repetidor de ideas recibidas, quefueron antes recibidas por otros, porque en esa prisa del«fast foodcul-tural» no es posible plantear el problema de la recepción. Pero, salvounas pocas observaciones incisivas, predomina en su análisis y en lascondiciones estilísticas que elige para intervenir en la televisión

chazo a usar, problematizar y por tanto entender la dinámica propiade l medio y las oportunidade s de pen sar a través de imágene s nicas. En un tiempo que ha tendido tantos puentes entre escrituras eimágenes, que ha reflexionado sobre los vínculos entre imáge nentretener y para conocer (de sde la antropología visual hasta JGodard y Wim Wenders), trazar un cordón sanitario rígido entre dis-cursos gnoseológicos y d iscursos comunicacionales o espectacude sconocer la historia o consagrar el epistemocen trismo.

Es sintomática la reducción que Bourdieu hace en sus conferdel campo mediático o televisivo al «campo periodístico». Casi todoslos ejemplos, tomados d e las prácticas informativas de la televiprensa, intelectualizan la problemática comunicacional. Nunca estu-

dia, como parte del campo, las funciones lúdicas o de entretenimientode los medios. Cita una vez a Raymond Williams, pero no recoge suexamen más sofisticado y matizado de la cultura y la comunicación,que incluye «las e structuras de sentimiento» (Williams, 1980:15Por tanto, tampoco se pregunta por los problemas específicos del len-guaje televisivo, los t ipos de interacción que e stablece con d ivceptores y la posibil idad de elaborar crí ticamente esos vínculo

La sociedad no aparece en Sobre la televisiónmás que como unconjunto homogéneo de espectadores, contradiciendo la crítica a lanoción de opinión pública que Bourdieu realizó en un texto famoso,«La opinión pública no existe» (Bourdieu, 1990: 239-250). No reco-noce los varios tipos de audiencia, ni las diversas estrategias seguidaspor los medios respecto de diferentes destinatarios. Tampoco trata elpapel del ombudsman, de las asociaciones de televidentes, ni plejas participaciones, más o menos simuladas y controladas, en losprogramas que aceptan la discusión del público. Ni el papel diferentede distintos informativos, de los programas que parodian a otros pro-gramas de la televisión o auspician el debate. Solo analiza la desigualdistribución de la palabra, la manipulación de la urgencia, del reloj,para interrumpir y controlar (ibíd.: 35).

Para problematizar el lugar en que el científico social puedese al hablar de lo que cuestiona su práctica, es útil detenernos en lo

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ocurrido cuando Bourdieu participó en un programa de la televisión Desconstruir la posición d el analista social requiere seg ú

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ocurrido cuando Bourdieu participó en un programa de la televisióndedicado a cuestionar cómo la televisión informa de la vida social,«Arrét sur images», el 23 de ene ro de 1996. Bourdieu aceptó —de spuésde varias neg ativas— asist ir a un programa que contestaría la preg unta«¿La televisión puede hablar de los movimientos sociales?». Como seanalizarían las grandes huelgas ocurridas en Francia en diciembre de1995, y Bourdieu había expresado su adhesión a ese movimiento, pidióque su postura no fuera mencionada para que no se pensara que el aná-lisis sociológico d e cómo informaba la televisión estaba condicionadopor sus opiniones políticas. Cuando comenzó el programa, antes deque Bourd ieu expusiera su análisis, la presentadora señaló su posiciónfavorable al movimiento de protesta. Bourdieu escribió luego de laemisión un art ículo en el que se quejó de e ste procedimiento y porquelo interrumpieron varias veces, dijo que él había elegido ciertas imáge-nes de la huelga y luego agregaron otras, y que era tramposo haberidentificado a Alain Pcyrefitte como «escritor» y no como «senador»de un partido de d erecha, a Guy Sorman como «economista» y no co-mo «consejero» del Primer Ministro. Concluyó que «no se puede cri-ticar a la tele visión e n la televisión» (Bourdieu, 1997: 35-36).

En un artículo de respuesta, el coordinador del programa, DanielSchneiderma n, observó que el malestar de Bourd ieu residía en que nose le permitió controlar totalmente e l de sarrollo de la emisión. Respec-to de la manera de identificar a los participantes, le preguntó por quédebían ser nombrados según sus posiciones ideológicas y políticasmientras él pretendía que no se dijera si había estado a favor de loshuelguistas. Más aún: le recuerda que cuando le preguntaron antes d elprograma qué debían escribir bajo su nombre, él respondió: «nada».(Schneiderman: 1997 : 38-39).

¿Desde dónde habla el científico social? ¿Desde un no lugar? Bour-dieu sostuvo que esa era la ma nera d e con quistar la mayor objetividadposible; Schneiderman citó a Daniel Bougnonx, profesor de comuni-cación, que en una emisión posterior del mismo programa interpretóque no había mejor manera de «significar que en Bourd ieu está Dios»(ibíd.: 39).

Un exégeta de Bourdieu, LoieJ. D. Wacquant, anota que en la c rí-t ica de la escuela hecha enL a reproduccióny en el estudio de l sistemauniversitario francés expuesto en Horno Academicus, este autor sos-tiene una «filosofía antiintelectualista de la práctica» (Bourdieu yWacquant, 1995: 13). Agre garé que en ning ún lugar esto es más claroque en el libroEl sentido práctico,dond e muestra que la lógica con quepensamos y actuamos en lo social , o sea elhabitus, está arraigada en elcuerpo, en d isposiciones inconscientes.

Desconstruir la posición d el analista social requiere, seg úquirir conciencia de las coordena das sociales (de clase, sexo yinvestigador, de la posiciónque este ocupa en e l campo académico, en tercer lugar, d ice Wae quant, de «la parcialidad intelectuale hace imaginar al científ ico que puede ver el mundo como táculo. Me parece que este sería el punto de partida para —redo los distintos lugares desd e los que habla el investigador— construirlos, aunque sabiendo que es inútil ocultar sus posicionesporque por más que intente hablar de sde un no lugar nunca lcer d el mundo un espectáculo aséptico.

¿Hay un luga r para estudiar la interculturalid1 .Gran parte d e los dilemas teóricos y metodológicos de lassociales están conde nsados e n los i t inerarios de estos autoryectoria de Clifford Geertz es la de un antropólogo dedicado a estu-dios de caso, que rehúsa las generalizaciones y la macroteoría, perotermina preguntándose por las maneras en que construimos los obje-tos de estudio con los otros de distintas sociedades, en la más ampliainterculturalidad. El i t inerario de Pierrc Bourdieu es e l de alcomenzó trabajando en Arg elia como antropólogo, en pocosplicó y expand ió sus estudios en Francia construyend o una mría sociológica que fue aplicando en forma deductiva a objetos muydiversos, sin reconocer suficientemen te la especificidad d e de la literatura, de la política y d e las ind ustrias culturales. Ale sigue importando hasta en su últ ima etapa el carácter dramlas interacciones sociales, por lo tanto su sentido indeciso, ambiguo,y las variaciones posicionales necesarias para captar los juegvistos en la cod ificación social; Bourdieu atacó la dramatizacinoticias en la televisión y trató de proscribir lo dramático de vidad científica. La observación crítica de la subjetividad dedor practicada por Geertz, los etnometodólogos y los antropólogosposmodernos, según el autor deRespuestas,«abre la puerta a una for-ma de relativismo nihilista» (Bourdieu y Wacquant, 1995: 46). Estaafirmación es dema siado taxativa respecto de los autores mástas o «anarquistas» de la antropología posmoderna, y francamenteinapropiada ante los esfuerzos de construcción de cierta objpartir de la sistematización de lo intersubjetivo que hallamos en lasobras de Geertz y Rosaldo.

En verdad, no se trata solo de una cuestión epistemológica sinotambién estética. Rosaldo encuentra coincidencias con el Bou

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tropólogo, al recon struir el análisis social, a tal punto que cie rra el ca-pítulo de Cultura y verdad dedicado a la indeterminación del t iempo

Dos movimientos contemporáneos nos colocan ante la tentde imaginar que podríamos no pertenecer a ningún lugar Una de esas

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p y pindio y las improvisaciones ilongote apropiándose in exte nso de la des-cripción bourdieuana del ritmo y la política de reciprocidad entre loscampesinos de Arge lia. Le atrae cómo el autor francés describe, en ladialéctica de ofensa y veng anza, la creación de espacios para retrasarla revancha, las estrategias que mane jan el ritmo de la ac ción, apresurany sorprenden, o contienen y postergan para intensificar la amenaza.Pero Rosaldo difiere de Bourdieu en algo que parecería una sutileza

exce siva en la perspectiva de un epistemólogo. Dice que e l paradigmabourdicuano de «reto y respuesta sugiere la estética de las artes mar-ciales. Los ilong otes y yo prefe rimos enfatizar la gracia soc ial, el ritmoy los pasos que molde an la danza d e la vida. Mi proyecto ha sido d es-cribir la estética discrepante que da forma al ritmo de la vida cotidianadond e el tiempo de l reloj no es la suma realidad » (Rosaldo, 1989: 12 t).¿Por qué da r tanta importancia al r i tmo? Porque e n.sus movimientos,explica Rosaldo, se man ifiestan «la reflexión y la nego ciación en curso,la calidad de las relaciones sociales entre los participantes» (idem).

Se d iría que en su crítica al uso d e los tiempos tekvisivos, su insen-sibil idad ante los r i tmos del d ebate y las inde finidas 'oportunidade s denegociación y disputa, el Bourdieu sociólogo olvidó su experiencia

antropológica en Argelia. Tampoco tuvo en cuenta lo que él mismoescribió en su posfacio al libro de Paul Rabinow,Ref lexiones sobre untrabajo de campo en Marruecos, que este autor realizó bajo la direc-ción de Clifford Geertz: aunque malentiende la obra de Geertz como«un positivismo renovado» por la descripción densa, que haría delcientífico un sujeto neutral, «irreprochable servidor de los cánones ló-gicos de la explicación», Bourdieu elogia el trabajo de Rabinow por sucuestionamiento de la «autoridad» etnográfica, derivada de los ritua-les metodo lógicos de la aca de mia. Sostiene que los hechos son fabri-cados en el campo, en el «trabajo de interpretación conjunto» del et-nógrafo y sus informantes (Rabinow, 1992: 152), lo cual parececoincidir con la afirmación de Rabinow de que «lo's hechos antropo-lógicos son transculturales» (iba.: 142). Sin embargo, ante la televi-sión Bourdieu, preocupado por imponer su autoridad epistemológica«objetiva», descalifica la gestión del sentido en la disputa televisiva,las transacciones que de ben ocurrir cuando un sociólogo habla para lapantalla. Comparto la crítica de Bourdieu a la televisión por subordi-narse al mercado, pero a esa crítica le falta percibir lo que en el len-guaje y en el r i tmo de la com unicación audiovisual apunta a un mod ode interacción social , a una construcción d el conocimiento, dist inta d ela académica.

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de imaginar que podríamos no pertenecer a ningún lugar. Una de esascorrientes es el proceso globalizador, o sea, la desterritorialización deempresas, capitales, bienes, comunicaciones y migrantes, entre cuyosresultados se hallan los no lugares celebrados por Marc Augé (aero-puertos, shoppings, autopistas). Otro es el intento de superar los sub-jetivismos, y alcanzar una mirada objetiva, basada en una produccióncientífica universalizada, que aboliría las diferencias culturales comoestructuras-soportes de diversas modalidades de conocimiento.

Sin embargo, los lugares siguen existiendo en tanto continúa ha-biendo alteridad en el mundo. Ha sido transitoriamente útil la nociónde no lugar para volver a los antropólogos más atentos a lo que noscomunica, integra y relativiza nuestras diferencias en un mundo don-de cada vez hay más autopistas materiales y simbólicas. Pero aun enlos aeropuertos más ajenos al país que los aloja, aun en los collagesde los shoppings y las ventas de garaje, es posible —y necesario—t ificar de d ónde proce de n las cosas y las personas. Lo que dicecuando rechaza las obsesiones de la sociobiología y el neorracionalis-mo por encontrar una «naturaleza humana» es aplicable a la imposi-ción de una racionalidad teórica absolutamente universalizante: elprecio que hay que pagar por ese tipo de verdad «es la decontrucciónde la alteridad » (Gee rtz, 1996a: 122).

Elegir a C lifford G eertz y a Pierre Bourdieu tuvo el propósaveriguar cómo dos fundadores de las ciencias sociales se si túaque desafía sus modos de entenderlas. Haberlos escogido lleva elsu-puesto de que entre los retos que tenemos hoy antropólogos y soció-logos se hallan el dar cuenta de las formas globalizadas de interl idad que ex igen ir más allá del estudio de ocasionales contactculturas y sociedades, así como entender las industrias culturales yotros procesos que trasciende n las sociedad es nacionales. Con sería valioso exa minar cómo respondió Bourdieu a los efectos ty políticos que ha tenido la traducción de sus obras en sociedades noeuropeas, que está documentado en un libro donde incluye diálogoscon lectores estadounidenses y japoneses de sus textos (Bourdieu,1997).

También convend ría profundizar algo que por el mome nto incómo se exil ia, migra y se reubica inestablemente el trabajo intcuando no pertenecemos solo a una sociedad nacional, y cuando lasuniversidades nacionales y públicas deben definir su tarea en relacióncon nue vos espacios transnacionales y privatizados. En estos esurgen d esafíos a la producción y el uso del saber, a veces se g econocimientos y también oportunidades inéditas —como ocurre con

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las empresas, con los medios— para rehacer nuestro trabajo intelectualConfirmamos que los objetos de estudio de las ciencias s

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las empresas, con los medios para rehacer nuestro trabajo intelectualdesd e lugares d istintos de la universidad, que no pienso (ni en sen tidoteórico, ni político) que puedan con siderarse no lugares.

4. Al mismo tiempo que algunos lugares de acción y de conoci-miento se desdibujan, los dispositivos mercantiles tienden a subordi-nar a todos a su lógica. El mercado no es un lugar, como quizá podríade cirse del Estado o d e la universidad , sino una lógica organizativa delas interacciones sociales. Entonces, la oposición que tantas veces sehace entre Estado y mercad o no de be verse como confrontación entredos entidad es. Más que un lugar social , el mercad o es ese mod o de o r-ganizar la circulación de los biene s, mensajes y servicios como merc an-cías, que tiende en la actualidad a re ducir las interacciones sociales a suvalor económico de cambio.

¿Cuál ese sentido , entonc es, de hablar de me rcad os simbólicos? Eluso metafórico de esa e xpresión económica de be acompañarse de unareflexión y autorreflexión acerca de lo que en la producción literaria,artística, mediática y política trascien de la circulación me rcantil: pro-ducción de conocimiento e información, búsquedas e stéticas, defensade de rechos humanos y otras razones por las cuales los seres humanosy las culturas interactúan.

Seguiré analizando en próximos capítulos las condiciones de estareflexión y autorreflexión. Señalo ahora que cabe dudar, con Bourdieu,de que la televisión pueda criticarse a sí misma en la televisión. Tam-bién conviene ser suspicaces con los intentos d el relativismo antropo-lógico de ayudar a las culturas a superar su etno cen trismo autojustifi-catorio. Ni es posible confiar en que el campo científico sea capaz decumplir desinteresadamente este trabajo crítico sobre sí mismo, des-pués de las dificultades exhibidas, entre otros, por los estudios deBourdieu sobre el campo acad émico, y por Ge ertz y los antropólogosposmodernos sobre los obstáculos a la reflexividad en la escri tura y e nlas instituciones antropológicas.

Llega mos así no a una con clusión, sino a una hipótesis para el tra-bajo futuro. Tal vez dos tareas estratégicas para salir del ensimis-mamiento de las disciplinas y las instituciones, de su reorganizaciónacrftica bajo el mercado, y para reencontrar el interés público, sean: a)permitir que los objetos de estudio y acción de cada campo sean con-frontados, es decir desafiados, por los otros con los que tienen relación(por ejemplo, las artes de elite y las culturas folclóricas por los med ios,los medios por las interacciones sociales no mediáticas); b) dejar quedentro de la globalización emerjan las preguntas de la interculturali-dad, de las fronteras que no caen o solo cambian de lugar, de las dife-rencias y d esigualdad es no diluibles en la globalización.

Confirmamos que los objetos de estudio de las ciencias spueden ser identidades separadas, ni culturas relativistamente desco-nectada s, ni campos absolutamente autónomos. Las evidenteciones entre e llos no se entienden si las concebimos como sitaposición. En un tiempo de globalización, el objeto de estudio másrevelador, más cuestionador de las pseudocertezas etnocéntrciplinarias es la interculturalidad. El científico social puedela investigación empírica d e re laciones interculturales y la crreflexiva de las fortalezas disciplinarias, intentar pensar ahoexilio. Estudiar la cultura requiere, entonces, convertirse en un espe-cialista de las intersecciones.

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4La g lobalización d e la antropolog í

de spués de l posmode rnismo

Hemos venido hablando de los antropólogos como profesionales es-pecializados en la interculturalidad . Las oscilaciones ambivalencontradas entre lo propio y lo ajeno generan dudas sobre nuestro po-der de ubicuidad y traductibilidad poco confortables. Divididos entrela lealtad a la sociedad estudiada y las exigencias de l conocimlas instituciones en las que enseñamos, entre el saber de los nativos yel pensamiento científico, no es fácil construir discursos que tiendanpuentes entre ambos. El giro lingüístico de las ciencias sociales, en eltramo final del siglo xx, colocó precisamente en el nivel discurtos viejos d ilemas de la práctica e tnográfica.

En este capítulo y el siguiente voy a examinar algunos problemasconfrontados por ese énfasis en los discursos. Aquí intentaré mostrarlos límites de los debates epistemológicos y políticos posmodernosque situaron en la construcción de los textos etnográficos los conflic-tos de la interculturalidad. En e l próximo, propondré un trabajojante con los estudios culturales.

Trabajo de campo o retórica textual

El análisis crítico de la discursividad etnográfica puso bajo sospechalos modos d e validación empírica de la antropología, sobre tod ocurso —el trabajo de campo—, durante décad as considerado cla

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originalidad y el valor científico de esta disciplina. La imagen paradig-sionales para encontrar un lugar entre los que «e stán aquí»,

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mática del antropólogo, consagrada por Malinowski en su introduc-ción a losArgonautas, como un nuevo t ipo de intelectual que acabaríacon las d istorsiones sobre pueblos lejanos, se volvió dud osa d esde quese publicaron los Diarios de eseautor. El antropólogo al que JamesClifford, entre otros, considera el fundador de «la autoridad etnográ-fica» (1988) expresa e n sus notas íntimas el reiterad o hastío por la cul-tura melanesa , su pasión por la «animalidad » de los cuerpos nativos, elcultivo de una relación asimétrica co n los informantes. En fin, más quecomo un c ientífico en d iálogo receptivo y respetuoso con los trobrian-deses, se muestra como un «polaco vagabundo» (Geertz, 1989) que as-pira a ser nombrado Sir en Ing laterra, «un yo en pe ligro, una concien-cia fragmentada que busca integrarse atrincherándose e n una posición,un sí mismo» apenas organizado en torno d e las promesas de respeta-bilidad que cree ir preparando al «trabajar para la inmortalidad » (Car-dín, 1990).

En 1983 un libro de Florinda Donner, Shabono,celebrado por va-rios antropólogos corno un avance sustancial en la investigación, pro-vocó una vasta polémica enA merican A nthropologistcuando RebecaB. de Holmes demostró que esa obra no surgía de haber vivido entrelos yanomanos descriptos sino d e saber «ensamblar con cierta g racia»y una fantasía «a la manera de Carlos Castañeda» informes de otros,especialmente de un libro que relata la vida de una brasileña raptadapor esos indios de V enezuela.

Los ejemplos proliferan: la refutación de Derek Fre eman a la inter-pretación de Margaret Mead sobre los samoanos; las polémicas entreRedfield y Oscar Lew is sobre Te poztlán; los ataques a la obra de C eachsobre Birmania. Otros casos semejantes han llevado a d esconfiar no so-lo del carácter f ide digno d e la información presentada por los etnógra-fos o las interferencias de su subjetividad e n las descripciones. Emerge npreguntas más radicales. Si tantas suspicacias vuelven evidente que lostextos antropológicos no puede n ser leídos c omo una taquigrafía de laexperiencia indíge na ¿qué son, entonces? ¿Hay algo que los d iferencianítidamente de los relatos de viajeros y náufragos, de las facciones lite-rarias documentadas e mpíricamente?

Es arduo saber quién habla en los l ibros de antropología: ¿los pro-tagonistas de la sociedad e studiada o el que transcribe y ordena sus dis-cursos? ¿En qué medida las culturas distintas de la del observador pue-den ser aprehendidas como realidades independientes y en qué gradoson construidas por quien las investiga? ¿No se esconden bajo el pre-texto prestigioso de «haber estado all í», en cond iciones que nadie co-noce n i puede ve rificar, las estrategias usadas por un grupo d e prof e-

sionales para encontrar un lugar entre los que e stán aquí ,de mia y los simposios, en las re vistas y los libros especializa

La cuestión se viene complicando desde la mitad del siglo do las sociedad es coloniales sobre las que clásicamente trabantropólogos de jaron de sedo, y su d esarrollo contemporáneximaba a las metrópolis. También porque las comunicacione spaíses depe ndiente s y los centrales se han vuelto muy fluidas.cia entre los pueblos coloniales y los metropolitanos, que permantropólogos jugar el papel de traductores sin inquietarse demasiadopor las relaciones de poder entre ambos, se redujo o se vuelvenificativa. Adem ás, los g rupos subalternos no se dejan repreimpunemente por otros. Ya no se sabe, dice Geertz, a quién hay quepersuadir ahora: « ¿A los africanistas o a los africanos? ¿A losnistas o a los indios ame ricanos? ¿A los japoneses o a los japo(Geertz: 1989: 143).

Una novedad en los debates de los últimos años sobre las viejaspreocupaciones por la cientif icidad de la antropología es noen la críticaética(¿dice e l etnógrafo la verdad ?) o en la impugnpolítica (los interese s colonialistas impiden a muchos antropólocorrec tamente o los impulsan a d eformar lo rea l). La problemse ha vuelto más rad ical al cuestionar e pistemológicame nte ciones en que se produce el saber antropológico y en que se comunicación a través de mediaciones textuales e institucion

El antropólogo como escritor

tina primera utilidad de esta línea de trabajo, desarrollada al comien-zo por la antropología hermenéutica y profundizada por autores pos-modernos norteamericanos, es volvernos más atentos a las vatuaciones que intervienen en la formación del saber antropolla construcción de la singularidad de la disciplina. Cada vezmenos que lo que se d ice en e l discurso antropológico sea udo directo del trabajo de campo y legitimado únicamente por él. Co-nocer si el investigador estuvo en el campo, qué hizo allí y cómo lohizo es y seguirá siendo una cuestión éticamente importante, peroepistemológicamente insuficiente. Hoy sabemos que lo que pólogo d eclara haber encontrado en e l campo está condicionque se ha dicho o no dicho previamente sobre ese lugar, por las rela-ciones que establece con el g rupo que e studia y con diferentde l mismo, o lo que quiere de mostrar —sobre e se grupo y sobmo— a la comunidad acad émica para la cual escribe, por su

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(dominante o pretend iente) en el campo a ntropológico, por el manejomás o menos hábil de las tácticas discursivas con que puede lograr to

ciendo el carácter dialógico de la construcción de interpretaciovez del autor monológico, autoritario, se busca la polifonía, la autoría

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más o menos hábil de las tácticas discursivas con que puede lograr to-do eso.

Sin embargo, la tendencia predominante en los libros de antropo-logía es ocultar estas condiciones contextuales del trabajo de campo.Para eso e xisten varias convenciones textuales características de ese gé-nero literario-científico que es el «realismo etno gráfico». Por ejemplo,se evita la primera pe rsona para sugerir la objetividad d e lo que se de s-

cribe y la neutralidad del investigador: en vez de afirmar «observé quecomen d e tal manera», se dice «ellos comen así». Para garantizar la ve-rosimilitud de lo expuesto se acumulan detalles y detalles de la vidadiaria, y se insinúa la autoridad e xperiencia) del antropólogo con ma-pas, fotos y croquis del lugar estudiado. Se incluyen múltiples térmi-nos nativos y se explican minuciosamente las singularidades del grupoanalizado para marcar su distancia respecto de nuestra cultura y lacompetencia de l investigador.

La de sconstrucción del d iscurso antropológico re alizada e n esta l í-nea por autores com o Ge orge s E. Marcus y Dick Cushman los l levaasostener que e l supuesto re alismo e tnográfico es una ficción: disponelos datos para conferir apariencia de objetividad a un sentido social

que estaría ya formado y que solo sería visible para este sujeto exce p-cional, de una cultura diferente — el antropólogo— , entrenado para per-cibir el sentido global y profundo que se ocultaría a los actores. El ca-rácter fragmentado e incoherente que suele tener la experiencia decampo se sutura al someterlo al orden l iso y compacto de las interpre-taciones omniabarcadoras. El proceso de diálogo y negociación conlos informantes e n que el antropólogo obtiene los datos se borra en e lmonólogo d espersonalizado de quien describe e structuras sociales. Elantropólogo tiene éxito no tanto por el rigor y la verificabilidad d e susexplicaciones, sino —dice Marilyn Strathern— porque logra prese ntarlascomo «una ficción persuasiva» (1987).

La cuestión e s si ahora el trabajo antropológico puede salir de estacondición de simulacro y asumirse como construcción del objeto deestudio. ¿Es posible que el investigad or recupere algún t ipo de autori-dad? Para ello se requieren, al menos, tres operaciones: a) incluir en laexposición de las investigacione s la problematización de las interaccio-nes culturales y políticas del antropólogo con el grupo estudiado; b)suspende r la pretensión d e abarcar la totalidad d e la sociedad examina-da y prestar especial atención a las fracturas, las contradicciones, losaspectos inexplicados, las múltiples perspectivas sobre los hechos; c)recrear esta multiplicidad en el texto ofreciendo la plurivocalidad delas manifestaciones encontradas, transcribiendo diálogos o reprodu-

g , , p ,dispersa.

Para emprender este giro histórico, la antropología se ha abierto alos conce ptos, instrumentos y e laboraciones de la l ingüística, esis del discurso, la historia, y, por supuesto, a los aportes de filósofosy epistemólogos. Se volvió frecuente que los autores posmode rcurrieran a Foucault para desconstruir las nociones de autor y episte-me, a Wittgenstein, Gadamer y Ricoeur para liberarse de las ingenui-dades gnoseológicas del realismo etnográfico y establecer de ucrítico los procedimientos hermenéuticos, a Austin y Searle para en-tende r los juego s del leng uaje y cómo se hacen cosas con palaEne mismo proceso en que el trabajo de campo perdía legitimidad y de-jaba a la antropología sin la seguridad d e e se rasgo propio, se pla certeza en un espacio multidisciplinario.

Esta labor desconstructiva correspond e e n algunos países, nmente en los Estados Unidos, a un deslizamiento de la investigaciónempírica a la exégesis textual. Ante las sospechas hacia la etnografíarealizada en pueblos lejanos, los Otros a estudiar son los antropólo-gos precedentes y el material preferido pasan a ser sus textos. En al-gunos casos, por ejemplo los análisis de Mary Louise Pratt sobre lasobras de Hans Stade y Firth, o los de Renato Rosaldo acerca de losnuer de Evans-Pritchard y Montaillou, de Emmanuel Le Roy Ladu-rie, hallamos estudios metaetnográficos consistentes que muestrancómo develar las astucias textuales de los antropólogos en relacióncon las condiciones de produccilln de sus libros.

Pero en otros trabajos, como la mayoría d e los presentados eminario de Santa Fe que dio lugar al l ibroW riting Culture, esa especiede manifiesto colectivo de los antropólogos posmodernos, prevalecenlos análisis paraliterarios y filosóficos. En vez de utilizar los instru-mentos d el análisis del discurso para entend er las estrategias slíticas o la lógica argumentativa de los antropólogos, prefieren mirar-

los desde las preceptivas estéticas de Deleuze o Derrida. El resultadoes una reducción de los antropólogos a escritores.Parece indispensable encontrar nuevas maneras de producir, junto

con el trabajo teórico, otro tipo de etnografía. Algunos antropólogoslo hacen. Elijo do s casos de distintas líneas: Michael Taussig, citmo ejemplo en la bibliografía posmoderna norteamericana, y NigelBarley, cuya labor es convergente con esa tendencia pero con mayorrepercusión en e l ámbito inglés.

Michael Taussig realizó en su libro Shamanism, Colonialism andthe Wild Man un montaje de relatos coloniales sobre el terror en la

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Amazonia colombiana, el test imonio d e un a rge ntino torturado, sesio-da d eja a mano un repertorio de an écdotas etnográficas parll l l l d

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nes de chamanismo, textos literarios, imágenes populares de santos ca-tólicos y sus propias visiones obtenidas me diante d rogas alucinógenas.En vez de concentrarse en un único objeto de estudio y detectar el sen-tido peculiar de cad a uno, se coloca él en el centro de l relato y hace ex-plícitas sus reflexiones sobre la violencia y el terror en las sociedad escontemporáneas. Considera las condiciones sociales que engendran elterror - la ambición de lucro de las corporaciones, la necesidad de con-trolar a los trabajadores-, pero quiere ver detrás: «las formaciones cul-turales, los modos de sentir, construidos intrincadamente, duraderos,inconscientes, cuya red social de conve nciones tácticas e imaginariosdescansa en un mundo simbólico y no en aquella débil ficción «pre-kantiana» representada por el racionalismo o el racionalismo utilita-rio» (Taussig, 1987: 9). Para acced er a esas formaciones inconscientesno sirven el realismo etnográfico ni las descripciones holísticas habi-tuales en el discurso antropológico. Más que establecer c ausalidad es,sugiere conexiones de sentido. Taussig sostiene que «la subversiónmística de los mitos» requiere de jar intactas ambigüed ade s: se trata de«penetrarel velo manteniend o su calidad alucinatoria».

La violenta y heterodoxa prosa de Taussig, su intento de subversiónmítica del mito, se asemejan a su propia descripción de las sesioneschamanísticas. Como el chamán, el antropólogo a rticula un montaje d erelatos vivenciales queriendo que los lectores lleguen a «sentir algo»ante e l terror. Pero aquí reaparece la l imitación d e ope rar en el univer-so del texto. Mientras el chamánactúa, o sea que interviene e n un cuer-po, provoca vómitos, hace que las personas teng an fantasías, alucina-ciones, «pinturas» y les hace ve rbalizar esas imáge nes para «curarlas»,el libro de Taussig solo dispone de palabras impresas y únicamentepuede provocar en e l lector un malestar. Las obras posteriores de esteautor, aun menos preocupadas por el rigor etnog ráfico, exasperaronestos juego s interpretativos.

Con una perspectiva dist inta ree labora los vínculos entre trabajo decampo y discurso antropológico la regocijante obra de Nigel Baxley,Elantropólogo inocente (1989). Desde la d ed icatoria del libro -.«Al Jeep.-se empeña en que sea parte de su trabajo la reflexión desolemnizada,irónica, sobre la soled ad y las dificultade s de l trabajo prolongado en elterreno. Comienza explicando el e stancamiento de la antropología bri-tánica com o una d e las motivaciones para ir al África. Cuenta sus d u-das acerca de las razones personales para salir de trabajo de campo: ¿setrata «de una de esas tareas desagradables, como el servicio militar, quehabía que sufrir en silencio»; es un recurso para salvarse de la doce nciay las tutorías, un privilegio d e la profesión que d urante el re sto de la vi-

l lar a los alumnos y entretener a la gente , o una manera d efuerza d e presenciar r i tos repugnantes y sentándose a escuchindúes- ese halo que permite formar parte d e «los santos dbritánica de la exce ntricidad »? No d eja de explicar los prepamo aprendió a convencer al comité otorgad or de becas readproyecto original, los trámites con la burocracia d e Ca merúnaérea que «consideraba a todos los clientes una detestable msuma, todo lo que le hizo sentir la laboriosa instalación en wayo como una e mpresa insensata.

El libro ofrece una minuciosa información sobre las práctremonias, el lenguaje y las comidas, la construcción de las cnexos entre la lluvia, la circuncisión y la fertilidad vegetal eleg ido. Pero todo el t iempo incorpora a la ex posición el trco: recolección de datos, ruptura con el sentido común, construccióndel objeto y prueba, incluyendo las incertidumbres. La entrañableinserción en la comunidad que uno ve crecer a medida que avanza eltrabajo no lleva al autor a aislar a ese pueblo; relativiza sus hábitos yformas de pensar en interacción con las etnias y los grupos vlanis, koma, negros urbanizados, cristianos, musulmanes, fuy cooperantes occidentales. Tampoco su dedicación a los dowayo loinhibe para reírse d el de sopilante «jefe de l luvia» y d el ancde los misioneros desconcertados, y, por supuesto, ejercer la ironíamayor sobre sí mismo, aun en los episodios más dolorosos: sus tras-piés lingüísticos y policiales, la extracción d ental que le reacánico y le sirve para contrastar las aventuras de la medicina otal con los ritos y terapias indíge nas, prolijamente c onside rautilizados por el propio etnólogo, sin por eso idealizarlos.

¿Qué cambios genera introducir libros, una lámpara de gache en una rudimentaria población africana? ¿Cómo entender la vidade un pueblo que siempre de scribe las cosas no como son, de berían de ser? No e s fácil saber si la dificultad para en copersona en el lugar donde se dice que está implica «una difetemológica básica entre nosotros -como los conceptos de "conoci-miento", "verdad" o "prueba"- o si simplemente mentían». «¿Pensa-ban que tener un firme conocimiento erróneo e ra mejor quePara responde r a estas preguntas, para no hacer una me ra detnog ráfica, hay que tomar e n cuenta que las observacionesbuscaba deliberada mente le l levaron, seg ún dice, el uno potiempo que pasó en Africa. «El resto lo invertí en logística, ede s, relacionarme con la g ente, disponer cosas, trasladarmea otro y, sobre tod o, esperan (Barley, 1989: 125).

Del análisis textual a la crítica socioinstitucionalf

intelectual, el sistema d e tradiciones, r i tuales, compromisos gry otras obligaciones no científicas «en las que hay que participar» es

l f d d f d id d i l i

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Los libros de Taussig y Barley iniciaron esta costumbre, ahora fre-cuente, de incluir en la elaboración antropológica del material etnog rá-fico múltiples reflexiones críticas sobre los fundamentos conceptualesy las condiciones políticas en que se produce el conocimiento. Esto noera común, ni siquiera en los hermeneutas y posmodernos que hace20 años reconocían su importancia. Ge ertz pedía que no s fi járamos enel hecho d e que, por más que el antropólogo vaya a buscar sus temas aescarpada s playas de Polinesia o a un l lano amazónico, era la partici-pación en el mund o d e las bibliotecas, las pizarras y los se minarios loque hacía que la antropología se leyera, se publicara, se rese ñara y secitara; pero se concentraba en el análisis textual de sus colegas. PaulRabinow señala la necesidad de trascender la hermenéutica textual conestudios sobre las relaciones de poder académico, sobre el modo enque las «comunidades interpretativas» establecen en cada período la le-gitimidad de los enunciados (Rabinow,1992); pero las condiciones so-cioinsti tucionales en que se realiza la producción antropológica no seconvierten en parte d e su investigación.

Aquí me parece ne cesario conectar e ste trabajo con la tesis de PierreBourdieu acerca d e que la «vigilancia epistemológica no puede ser so-lo una tarea intradiscursiva o intracientífica. Si querem os ente nde r porqué el conocimiento se produce y se comunica de ciertos modos espreciso estudiar la lógica de cada campo científico, o sea el sistema derelaciones entre los agente s e insti tuciones que intervienen en la pro-ducc ión,'circulación y apropiación d el saber. En su o braHorno Acude-micus,Bourdieu explica cómo los profesores e investigad ores d efinenopciones epistemológicas y estilos de trabajo según la posición queocupan en el campo en que operan. Las preferencias teóricas y metodo-lógicas no se forman solo por el interés de aumentar el cono cimiento;depe nden , asimismo, de la nece sidad de legitimar las. maneras de hacer-lo en la investigación o la docencia. El examen de los prólogos, las re-señas crí t icas, la part icipación en carg os académ icos y en las rede s denotoriedad (ser ci tado, traducido, invitado) d escubre cómo se combi-nan los procesos epistemológicos con las cond iciones institucionales enla producción del saber.

Los temas —o las tribus— de moda se establecen, en parte, por exi-gencias provenientes de la dinámica propia del conocimiento, perotambién por relaciones de solidaridad y complicidad entre los miem-bros de cad a institución, entre quienes pertenece n al comité de red ac-ción de una revista o a los mismos jurados de tesis. La lógica que ri-ge esos intercambios sociales entre los miembros de cada campo

«el fundamento de una forma de autoridad interna relativamenteindependiente de la autoridad propiamente científica» (Bourdieu,1984: 129 .

La autoridad antropológica no se constituye solo por la distanciaentre e l objeto de estudio y el lugar e n que se comunica el sabél, ni mediante las destrezas textuales con que se simula el caráctercompacto y coherente de ese saber, sino también por la manera comola organización de l campo antropológico establece lo que de betudiado y lo que quedará excluido. Así se configura en cada época loque sería propio de la antropología y se expulsan panes de la proble-mática social al territorio de la historia, de la sociología o de lo quesimpleme nte no vale la pena pensar. En tales cond iciones se dprincipios del siglo xx queel trabajo d e ca mpo era el núcleo d istintivode la práctica antropológica, que debía realizárselo de un cierto modoy en ciertos lugares del planeta, y que la autoridad del investigador seconstituía de forma diferente que en otras disciplinas.

Para saber cómo conocer mejor es necesario conocer mejor cómonos organizamos para conocer. Cómo se interiorizan en nosotros há-bitos metod ológicos y esti los de investigación que c onsagran ltuciones y los dispositivos de reconocimiento. Se trata, por tanto, nosolo de de sconstruir los textos, sino d e que los antropólogos votro,ajeno, nuestro mundo, que seamos etnógrafos de nuestras pro-pias instituciones. Hay un momento en el que la crítica epistemológi-ca no puede avanzar si no es también antropología de las condicionessocioculturales en que se produce e l saber.

Una antropóloga brasileña, Custodia Selma Se na, se preg untbíamos ocuparnos tanto de un libro desparejo como W riting Culture,de e se grupo de especialistas norteamericanos que se había reSanta Fe, aparentem ente, más que para e scribirlo, para matar ao sea a Clifford Geertz. Quizás habría que entender la virulencia im-pugnadora de estos antropólogos, entonces de mediana edad, «en elcontexto de un mercado de trabajo altamente saturado para profesio-nales de antropología y dond e la universidad es la única opciópercibir, en e sa preocupación por distinguirse a través d e la crígeneraciones precedentes y mediante la innovación, una búsqueda desupervivencia intelectual (Sena,1987 .

Esta advertencia pued e ayudar a entend er el significado de bate académico en las condiciones precisas de la antropología nor-teamericana. Aunque esa no sea e xactamente la si tuación latincana, hay otras razones por las cuales este movimiento puede

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ecos. Como dice la misma autora refir iéndose a Brasil, un trabajo me-nos ingenuo y literariamente más valioso sobre la escritura antropoló-

investigación, requiere datos, y para obtenerlos es ne cesariobajo en el terreno Las discusiones teóricas y la crítica a los

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nos ingenuo y literariamente más valioso sobre la escritura antropoló-gica podría aliviar la saturación que a menud o produce tener que ator-mentarse e n las aulas, en las de fensas de tesis y en los congresos con «laexposición obsesiva y minuciosa de monótonas irrelevancias empíri-cas» para demostrar que se estuvo ene campo.

No se trata únicamente de escribir textos con una retórica más se-ductora, sino de que la preocupación por la escritura es un requisito

indispensable para problematizar las condiciones de producción y co-municación del trabajo etnográfico. Este problema clásico de la antro-pología en todos los países se ha agravado, me parece , en América la-t ina por el auge d eja l lamada investigación-acción.

Si bien las tendencias hermenéuticas y posmodernas no han reso-nado mucho en América lat ina, las crí t icas polít icas a la antropologíasuscitaron en los últimos 30 años una difundida inquietud por evitarel paternalismo etnográfico y no sustituir la voz de los actores estu-diados. Dentro y fuera de la academia, en organismos gubernamen-tales y en movimientos de educación popular, barriales, étnicos y ar-tísticos, se expandió la consigna de dejar hablar- al pueblo. Lashistorias de vida, los concursos de testimonios, los talleres literarios

o de rescate cultural con obreros y campesinos parecen justificarsesolo por el hecho de que el investigador promovería la «expresión au-téntica» de los grupos subalternos. Las exaltaciones de la diferencia yla autonomía absoluta frente a la g lobalización, a las que me referí enun capítulo anterior, exhiben la persistencia de esta línea de trabajo.

A la luzde los actuales de bates epistemológicos y discursivos es po-sible pensar de un modo más complejo este proceso. ¿Quién hablacuando los sectores populares se e xpresan: una naturaleza tradicional,esencial, oel conjunto de con diciones sociales y textos que los viene nconstituyendo? ¿Dicen ellos lo mismo cuando se comunican entre sí ocuando se manifiestan ante un investigador, un promcdo r cultural o unmili tante polít ico? ¿No implica cad a técnica d e recolección de discur-sos y observación de interacciones un recorte del proceso histórico ysocial? Si bien no hay nada que pued a ser conside rado e sencialmentepopular, un trabajo crítico sobre estos problemas, que trascienda lascertezas ingenuas del «sentido común» (popular, académico o políti-co), tiene mejores posibilidades de promover discursos y prácticas másrepresentativas de los grupos populares.

El reconocimiento de esta complejidad del trabajo de campo, asícomo de su interacción con los dispositivos textuales e institucionalesen que se constituye su sentido, no tiene por qué reducir la importan-cia y el valor de ir al campo. Hacer antropología, o simplemente hacer

bajo en el terreno. Las discusiones teóricas y la crítica a los tropológicos sirven para ser más conscientes de que los datoen e l campo, esperándo nos, y que son resultado de procesoinstitucionales y discursivos d e construcción; pero la labor tpuede sustituir el esfuerzo por obtenerlos. Más bien aumentsidad d e tene r más datos, volver una y otra vez al campo parlos a prueba.

Una comprobación de cómo puede fortalecerse e l trabajocon este cuestionamiento epistemológico y discursivo se halla en eldiálogo con que termina esa e mpresa de sconstructiva de lasde la investigación sobre el terreno que es el libro de Nigel Barley.Cuando regresa a Inglaterra con 18 kilos menos y con sus creenciasfundamentales cuestionadas,le habla por teléfono al amigo que lo hbía incitado a hacer trabajo de campo:

-Ah, ya has vuelto.-Sí.-¿Ha sido aburrido?

-(Te has puesto muy enfermo?-¿Has traído unas notas a las que no en cuentras ni pies ni ca

has dado cuenta de que te olvidaste de hace r todaslaspreguntas importan-tes?

-¿Cuándo piensas volver?Me reí d ébilmente. Sin embargo, seis meses más tarde regresa

Dow ayo.

Qué significa «ir al campo» cuando lo tene mEl final del libro de Barley sugiere una vez más, pese a su irtanciamiento de la labor misionera de los antropólogos,que las incer-t idumbres de esta disciplina deben encararse d escentrándoste el trabajo de campo en t ierras lejanas. Cuando apareció efines d e la décad a de 1980, fue leída como correctivo al recen los textos que promovía el posmodemismo antropológico. De he-cho, varios protagonistas de aquel debate sobre discursos estaban re-gresan do al trabajo en el terreno para experimentar su nuevde la disciplina.

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Unos años d espués vemos que, con toda su importancia, la pruebaempírica es insuficiente para resolver las incertidumbres teóricas. Ac-tualmente los esfuerzos para rede finir la antropología pasan por una re

Has sociedades, buscando entender la imbricación de lo económico ylo simbólico a partir de la diversidad de comportamientos y represen-taciones.

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tualmente, los esfuerzos para rede finir la antropología pasan por una re-visión teórico-práctica d e las nociones d e alteridad , diferencia, desigual-dad , desconex ión y, en síntesis, del concepto de interculturalidad.

Quizá sirva hacer con estas nociones lo que hace el antropólogocon las nociones de sociedad, política, ritual o cualquier otra en lospueblos o grupos que estudia. No impone a priori lo que la teoría an-tropológica prescribe, sino que escucha lo que esas palabras significan—o lo que las equivalentes cumplan— para los a ctores sociales. En la ac-tual teoría d el arteseestá usando con bastante fecundidad esta estrate-gia: en vez de establecer límites preconcebidos sobre qué es arte y loque no me recería ese nombre, se de scriben las prácticas y las obras deaquellos que se llaman a rtistas y son re conocid os así por las institucio-nes (Danto, 1999).

¿Qué caracteriza la práctica habitual del antropólogo? Ya dijimosque en un tiempo fue el trabajo de campo durante largos períodos enuna sociedad no occidental. Luego, el trabajo de campo prolongadoen una comunidad distinta de la suya, aunque podía estar dentro delmismo país (grupos indíg enas, minorías, pobres urbanos). Varios an-tropólogos comenzaron a ver que, más que un descentramientoradi-cal, o unextrañamientode su cultura originaria, hacer antropología secaracterizaba, como leímos e n C lifford Ge ertz, porla tensión entre es-tar allá y estar aquí, poner en relación lo diferente con lo propio, en-tendido como otra diferencia.

Ya quienes fundaron la antropología tendieron a utilizar lo apren-dido en el extrañamiento para repensar su propia sociedad, o buscarmiradas diversas, descentradas, sobre su cultura originaria (MargaretMead, Mary Douglas, Maurice Godelier y muchos más). En los últi-mos años esto se ha vuelto actividad habitual de los antropólogos, peroampliando el análisis a campos interculturales de mayor escala (Occi-de nte, Europa, los mode los nacionales o capitalistas de de sarrollo, lasempresas transnacionales, las migraciones y otros viajes). Muchos in-vestigadores destacados, luego de períodos largos de campo fuera desus socied ade s, dedican la mayor parte de la vida a e laborar perspecti-vas antropológicas sobre su nación, su sistema político, los ritos con-temporáneos o la globalización (Marc Abélés, Arjun Appadurai, MarcAugé, Ulf Hannerz, entre otros).

De manera que, si vamos a definir lo que significa ser antropólogopor el contenido habitual de su práctica, encontramos que esta noconsiste tanto en ocuparse de los otros como en estudiar la intercul-turalidad en sociedad es complejas o procesos de interacción entre va-

taciones.Surgen en esta perspectiva de la disciplina nuevos objetos teóricos

e innovaciones conceptuales, que cambian la relación con otras cien-cias sociales al contribuir a la redefinición de lo que estas cienciasconsideran sus objetos propios. Es sabido que la noción de no lugar,elaborada por Marc Augé desde la sorpresa que produce a un antro-pólogo la expansión de unidades de sentido no territoriales (aero-

puertos, shoppings), contribuyó a interpretar procesos de deslocali-zación y desnacionalización de los intercambios socioeconómicos.Ulf Hanncrz renovó los estudios sobre la globalización al de scrdistintas maneras transnacionales de estar expuestos a la diferenciade los empresarios, o las vivencias del Papa en sus giras, o de los tu-ristas, los antropólogos y los corresponsales extranjeros. Esa variedadde situaciones muestra los modos en que articulan lo global con lo lo-cal, las desigualdades con que accedemos a los movimientos transna-cionales, y por tanto cómo los procesos de globalización contrastancon procesos de desglobalización. Todo conduce a una concepción nol ineal de la mundialización: en vez de imposiciones de l centro riferias, relaciones de ida y vuelta periferias-centros-periferias.

En las antropologías más de sarrolladas d e Amé rica Latina prcen a ún investigaciones sobre los otros de la propia nación. Locanos y peruanos estudian principalmente a los indígenas y los subalternos de México y Perú. Argentinos y colombianos se han con-centrado en las etnias o minorías de sus respectivas sociedades. el país que más trasciende esta endogamia. Aunque en todos ellos, lasrevistas y las tesis de posgrado exhiben notables aperturas temálas gene raciones jóvenes a lo que suced e más allá de sus frontecertifican muchas citas de este libro. Aquí voy a detenerme en uno delos ejemplos más de stacados, si tenemos e n cuenta la variedad tos extranacionales y la innovación teórica aportada a la disciplina:pienso en Gustavo Lins Ribeiro, antropólogo brasileño que hizojos minuciosos de campo sobre los brasileños en California, momodos lejanos de reconstrucción identitaria; los «bichos-de-obra», osea los nómadas argentinos y paraguayos; la segmentación étnica delmercado de trabajo en las élites gerenciales globalizadas, tomanso de l Banco Mundial , y las comunidade s transnacionales imagvirtuales consti tuidas en Internet, que g eneran experiencias y rtaciones de cope rtenencia e integración mundial .

Me interesan estos trabajos, que no abandonan la tradición antro-pológica del estudio localizado y con informantes de primera mano,

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con lo cual evitan las ge neralizaciones apresurada s que vuelven sinóni-mos, en o tros textos, la heterog eneid ad global, el multiculturalismo y

importancia d e pensar juntas diferencia y d esigualdad se actiempo en que cada vez es más difícil defender las diferencia

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mos, en o tros textos, la heterog eneid ad global, el multiculturalismo yel nomad ismo. Muchos sectores (no solo las élites sino también los po-pulares) aprend emos que el mundo es heterog éneo y podem os aumen-tar nuestro cosmopolitismo, aunque se a por los relatos de amigos via-jeros o migrantes, y por la variedad creciente de la oferta mediática.Pero la atención diferenciada que la antropología da a m odos d iversosde multiculturalidad , a las oportunidades d esiguales de acced er, conec-

tarse y viajar, especifica los modos en que transita la interculturalidadde cada uno.El valor desenmascarador que tuvieron los análisis de la retórica

textual de los antropólogos me parece incomparable con la transfor-mación de la disciplina que está ocurriendo al constituir en objeto deestudio la interculturalidad globalizada. Esta reorientación de las in-vestigaciones va cambiando la relación de la antropología con otroscampos de l saber a partir de una remod elación de la propia antropolo-gía. El vocabulario clásico —te rritorio, parentesco, com unidad , etnia—se enriquece al ocuparse también de redes, flujos y fragmentacióntransnacional. Las estancadas políticas de identidad, que absorbierona posmodernos y a antropólogos (fueran o no posmodernos) en las

décad as de 1960 a 1980, los «esencialismos estratégicos» con los que seintentó resistir la g lobalización, cede n lugar a las «políticas postidenti-tarjas» de las que habla James Clifford. Por más importante que sigasiendo e ncontrar hogares, las ide ntidades se forman hoy con múltiplespertenencias y necesitan ser compartidas por una antropología multi-localizada.

Este giro intercultural de la antropología vuelve nece sario ocupar-se de las cosmopolíticas,según la expresión de Pheng Cheak, BruceRobbins y Lins Ribeiro. Existen cosmopolíticas hegemónicas, de lastransnacionales, de las Enes y los organismos intergubernamentales,que someten la diversidad al juego de los megamercados (FMI,omc,acuerdos de libre comercio) y en otros casos políticas que apoyan o

fortalecen a actores locales, aceptan las diferencias(01»:0,federacionesde indígenas). El pode r se e jerce y se d isputa a distancia, con recursostecnológicos que pueden servir tanto para controlar como para desa-fiar. Unos y otros se establece n grac ias a estructuras económicas y po-líticas, y a la vez usando rituales y red es afec tivas. La antropología d is-pone de recursos idóneos para comprender estas articulaciones entreestructuras meg asociales e interacciones d ensas.

El planteo utópico que «atraviesa la cosmopolítica es justamente labúsqueda antigua y tal vez interminable de la igualdad entre los dife-rente s» (Lins Ribeiro, 2003: 27). En este punto, se vuelve c laro que la

tiempo en que cada vez es más difícil defender las diferenciat ionar las inequidade s. Cuando se termina la época d e los pmos incomunicados, la antropología no puede aislarse en los nati-vismos, así como la sociología explica poco de l mundo si se da las grand es esca las, y la política no logra volver el mund o atendien do únicamente a los meg aproyectos. El primer casplificable con los movimientos étnicos que no avan zan de bicriminación, pero también por su débil comprensión de las generales de la reproducción capitalista; el último está sienbado una vez más en la apabullante invasión estadounidense a Irak,que fracasa política y culturalmente, entre otros desatinos, por la ce-guera ante la heterogeneidad multicultural de ese país.

Ade más de encontrar un nuevo papel entre las ciencias santropología globalizada está inaugurando contribuciones aen el momento posterior a las simplificaciones de la mundializacióneconómica y cultural homogene izadora. Al proponer pe nsadesde un lugar intermedio, o de entrelazamiento entre lo global y lolocal, desde un «multiculturalismo cosmopolita», la antropoda a crea r nuevas condiciones de conversabil idad , de intermocráticos progresistas, dentro de una comunidad de comunicaciónheteroglósica (Lins Ribeiro, 2003: 30). Más allá del poscolode sarrollado por intelectuales d e e x colonias bri tánicas y fcosmopolítica pensada para el segregacionismo multieulturalista an-glosajón, «el multiculturalismo latinoamericano d ebe ser d emulticulturalismo híbrido»: crítico de los usos políticos ligados a losdiscursos de l mestizaje y d e d emocraciaS raciales en la región, reconoce, «al mismo tiempo, su especificidad , esto es, las particulalas relaciones interétnicas y raciales en un continen te que nogüenza de ser híbrido» (ibíd.:31).

En relación con el problema del estatuto epistemológico que ten-dría la antropología en e sta si tuación, vemos que no se resutando miméticamente a la diferencia, al pensamiento nativo, nidesconstruyendo la escritura antropológica para escapar a la ilusiónrealista de la «taquigrafía d e la experiencia indígena», ni suse en un trabajo de cam po que desvincula la «verdad » emplocal de los flujos inciertos de las redes globales.

De todas estas líneas del pensamiento antropológico podemos re-cuperar su impulso crí t ico, remodulado según las etapas delcolonial, imperialista, inde pend entista o etnicista. Quizá la mla disciplina, bajo las oportunidades conectivas que brinda un tiempode globalización, está permitiendo elaborar un conjunto de

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teóricas y metodológicas adecuadas al reconocimiento de la intercultu-ralidad como objeto central de estudio. Pienso en una investigación del dif i l l d ig ld d t b j d

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las diferencias que no e xcluya la de sigualdad , un trabajo de campo so-bre procesos empíricamente localizables que no los descone cte de lasredes transnacionales, un saber atento a la voz de los actores sin poreso disimular las condiciones institucionales que lo legitiman o finan-cian. Y, por supuesto, es valorable que la fascinación ante e l otro seatransmitida por un relato que no se quede en la fascinación, no inge-nuo pero que tampoco se apague por los empeños obsesivos de lade sconstrucción. Fide lidad e ironía. 5

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N orte y sur en los e stud ios cultura

¿Cómo averiguar, a esta altura, qué son los estudios culturales? Enlibros titulados con estas palabras encontramos reinterpretaciones dela historia de la literatura, de bates sobre lo que les pasa a la culpolítica al apoderarse de instituciones familiares o al liberarse duras, crí ticas a las f laquezas d e las humanidad es y las cienciales, polémicas sobre la exégesis legítima o políticamente más pva de Derrida y de Deleuze, de Lacan y de Laclau, del modernismo yel posmode rnismo, de la g lobalización y de sus antagonistas: snos, poscoloniales, postoccidentales. La lista no acaba aquí, como locomprobaron dos autores que para escribir una introducción a loscul-tural studies buscaron citas en Internet, en el año 2002, y encontraronmás de 2.500.000 de re ferenc ias (Mattelart y Ne veu, 2003).

Podría pensarse que suced e hoy con los estudios culturales amejantea lo que pasaba hace 20 años con el marxismo, cuando no sesabía si estaba más en alguna de sus apropiaciones estatales o en susversiones althusserianas, neogramscianas o guerrilleras, hasta que lademolición del muro berlinés volvió menos recias estas distinciones.Algunos críticos insinuaron que tal vez los estudios culturales habíansido exitosos como sustitutos del marxismo. Sin embargo, ahora sonotras las condiciones en que se plantean las insuficiencias de lt igaciones sobre la sociedad y la cultura.

Los últimos cambios de los estudios culturales están ocurrieestrépitos de muros. Fiaré algunas re ferencias a transformacio

t intas de las que percibíamos en 1989, y por supuesto d e las que hace30 o 40 años incitaron a Raymond Williams, Roland Barthes y otros al di i li i b

me en los aportes a la comprensión de la interculturalidad en los dosámbitos donde los estudios culturales extendieron sus anális

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lecturas transdisciplinariassobrelos com promisos ocultos entre cultura,economía y poder.Si estos rasgos aún pueden definir, como en aquellaépoca, el proyecto de los estudios culturales, el problema no es e legirla interpretación correcta o polí t icamente más eficaz de esas here nciassino descubrir los papeles de la cultura en esta etapa del capitalismo.Mis recursos para repensar e sto procede n sobre todo d e América lat i-

na, pero los principales autores de esta reg ión identificados como par-te d e los e studios culturales se caracterizan por haber d esarrollado susproyectos intelectuales en diálogo con autores estadounidenses y eu-ropeos dejos culturalstudiesyde las ciencias sociales.

De las salidas de emergencia a las puertas giratorias

Al situarnos en la intersección de estas tres regiones, debemos consi-derar la redistribución actual del poder académico y comunicacional.Escribí en otro lugar que, al pasar del siglo xx al xxl, cuatro fuerzasprevalecen en la administración internacional de la imag en d e lo «lati-

noamericano»: a) losgrupos editoriales españoles,últimamente subor-dinados a megaempresas europeas (Berstelmann, Planeta), en partecomplementados por grupos comunicacionales (Prisa, Telefónica y Te-levisión española); b) algunas emp resas com unicacionales estadouni-denses(CNN, Time Warne r); c) loslatiname rican cultural studies,con-centrados .en las universidades estadounidenses y con pequeñosenclaves complementarios en Canadá y Europa; d) losestudios cultu-rales latramericanos, entend idos en sentido amplio como la produc-ción heterogénea de especialistas en procesos culturales, literarios ycientífico-sociales, con un intercambio intenso pero m enos institucio-nalizado que el de los latinoamericanistas estadounidenses. Hay unquinto actor, que son los gobiernos latinoamericanos y sus políticas

culturales, pero no es fácil justificar su lugar en tre las fuerzas pred omi-nantes por su d eprimida participación respecto d e las tend encias estra-tégicas d el d esarrollo cultural (García Canc lini, 2002: 48-49).

En relación con la producción intelectual, aún es baja la incidenciade las empresas aud iovisuales. Solo en los e studios comunicacionalesse considera la reconfiguración actual de las imágen es d e América lat i-na, por ejemplo en el periodismo de ami,los entretenimientos d istr i-buidos por Time W arner, Televisa, Globo, la d ifusión discográfica delas grandes empresas y otros actores que articulan sus inversiones enmed ios escritos, audiovisuales y digitales. Me intere sa aquí concentrar-

el académico y el editorial. En un capítulo posterior voy a ocuparmede este proceso e n relación con la presencia (y la ausencia) t inoamericano en los mercados g lobales.

Los editores españoles, que controlan el mercad o de l ibrtellano, habiendo absorbido a muchas casas e ditoras de Ménos Aires y el resto de América latina, ven a este continente

dor de literatura y como ampliación de las clientelas españolas. Nopublican casi nunca estudios culturales, sociológicos o antrode latinoamericanos, y, cuando lo hacen, sus filiales de la Argentina,Chile, Colombia o Mé xico, limitan la circulación d e e sos libde orige n. Salvo pocas ed itoriales de tamaño medio, con secelona, México y Buenos Aires, como el Fond o de Cultura ca y Ge disa, se ha construido la imag en internacional de Amna como proveed ora de ficciones narrativas, no de pensamiy cultural, al que solo le atribuyen interés doméstico, parael país quelo genera.

Hay que reconocer a los latinoamericanistas de Estados Unidos, ya e specialistas encultural studies,que prestan ate nción a la literatura l

tinoamericana y también a la investigación sociocultural. Exlibros de Roger Bartra, Jesús Martín Barbero, Beatriz Sarlo y otrosdiez pensadores de América latina traducidos al inglés, examuniversidades y revistas de esa lengua, que en francés o en italiano, yque en las universidade s y publicaciones e spañolas.

Si bien e n los centros estadounidense s abundan las investeconómicas y politológicas sobre América lat ina, en los estuturales de l mundo ang loparlante se de dican más páginas a lainterpre-tacionesenunciadas por autores de América latina que a los procesossocioculturales y e conómicos de este continente. En cierta ala tende ncia posmode rna al textualismo, loscultural studiesnor teame-ricanos debaten con fervor las nociones de lo popular, lo nacional, lahibridación, la modernidad y la posmodernidad de los latinoamerica-nos, pero rara vez lo hacen en conexión con los movimientoles y sociales a los que tales conc eptos aluden. Se ha vueltotante confrontar a autores del sur con los del norte que trabajar conunos y otros para renovar la mirad a sobre la al ta cultura y losobre el de sencanto con las transiciones de mocráticas, la gulombia y alreded ores, la recomposición g eopolítica y g eocuEstados Unidos y Am érica lat ina.

La propensión textualizante d e loscultural studiesha gene ralizadoprácticas ensimismadas. Los estudios culturales comenzaron como

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una salida d e e merge ncia. Durante décad as las disciplinas tenían puer-tas especiales, seg ún se quisiera en trar a letras, filosofía, antropología ohistoria. Los espacios y temas a los que no se l leg aba de ese m odo se

b d d á h bí d d l

estudiando literatura para después hacer historia intelectual, DavidMorley y Jesús Martín Barbero investigand o la comunicación pplicar que los medios no se descifran sino como parte de las prácticasculturales Sus obras se crearon tomando en serio un campo del saber

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agrupaban como estudios de área: había departamentos de español yportugués, de francés o italiano, de chino o de religiones africanas.Con el tiempo, la interdisciplina, las migracione s, la comunicación ma-siva y otros desórde nes d el mundo volvieron porosas las parede s queseparaban a los departamentos. Llega ron entonces loscultural studies,y también los estudios culturales latinoamericano s —que no son la tra-

ducción de los angloamericanos, pero t ienen paralela vocación trans-disciplinaria— y hallaron, entrando por la puerta de la filosofía, cami-nos hacia la antropología, y que lo que se aprendía en letras, economíao sociología servía para introducirse, aunque fuera por las ventanas, aotros edificios.

Los estudios culturales que abrieron esas salidas de emergencia hoyse parece n, a veces, a una puerta giratoria. No d igo que no haya cam -bios mientras se da vueltas. Se pued e en trar derridianam ente y salir ho-mibhabhiano, empezar logocéntrico y dar el giro hacia el desconstruc-cionismo, pasar del análisis textual de la puerta al debate sobre laperformatividad de sus biselados.

Para explicar mejor esto hay que d istinguir entre e studios cultura-

les y estudios culturales. Unos fueron los movimientos teóricos, a ve-ces g eneracionales, que enfrentaban la rutina y la sordera d e las disci-plinas humanísticas y las ciencias sociales; investigaciones que revelanlos nexos d e la cultura con el pod er, de las injusticias económicas conlas de género, del arte con las industrias culturales: todo eso sigueexistiendo y da resultados desparejos, localizables en unos pocos li-bios-más que en revistas. Con frecuencia, la transversalidad de esta nodisciplina que son los estudios culturales fue clave para renovar la ex-ploración d e la cultura: leer un te xto l i terario con instrumentos socio-lógicos, estudiar artesanías o músicas folclóricas como procesos co-municacionales, preguntarse con qué recursos estilísticos construyesu argume ntación un científ ico social . En e ste sen tido, es co nsti tutivade los estudios culturales la apertura a la al teridad.Al decir que estos estudios configuran una no disciplina me refieroa que se forman saliendo de las ortodoxias teóricas y las rutinas depensamien to con las que suelen investigar e stos temas los especialistas.Los estudios culturales avanzaron gracias a su irreverencia con losfraccionamientos exclusivos de la propiedad intelectual, aunque estono tiene que ser sinónimo de descuido científico. Los mejores especia-listas en estudios culturales han aprendido a entender la cultura en unadisciplina particular: Raymond Williams, Jean Franco y Beatriz Sarlo

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culturales. Sus obras se crearon tomando en serio un campo del sabery sintiendo en algún momento un malestar parecido al que hoy expe-rimentamos ante los barrios cerrados.

Estructurar campos disciplinarios fue, en los siglos xvoi al xx, co-mo trazar calles y ordenar territorios autónomos en un tiempo en quehabía que d efend er la especificidad de cada sabe r frente a las ciones teológicas y filosóficas. Pero las disciplinas se entusiasmaroncon esta labor urbanística y, por razones de seguridad, comenzaron aclausurar calles e impedir que sirvieran para lo que originalmente seconstruyeron: circular fácilmente y pasar de un barrio a otro. Los es-tudios culturales son intentos de reabrir avenidas o pasajes, e impedirque se vuelvan ampliaciones privadas d e unas pocas casas.

Recuerd o este o rigen d isciplinario de notables especialistas a veces se piensa que hacer estudios culturales no requiere trabaciplinadamente, con rigor, los datos. En verdad se trata de conseguirmás datos, cifras que los estudiosos d e la l i teratura no suelen mo a la inversa, tomar en serio narrativas y metáforas que los econo-mistas y sociólogos usan sin problematizarlas. La tarea de los e

culturales no ha mejorado sustituyendo los datos con intuiciones, nide slizándose por el ensayo e n vez de d esarrollar investigacionmáticas. Lo que les da mayor apertura y densidad intelectual es atre-verse a manejar materiales conexos, que no eran conside rados tamente para hablar de un tema. ¿Por qué tales novelistas, además deexperimen tar con recursos retóricos, lo hacen d esde una posicica o d e g énero? ¿Qué diferencia el consumo de las telenovelas lículas cuando se las recibe en una metrópoli o en un país periférico,de sde tradiciones locales más fuertes o más frágiles?

Sabemos que con los años cultural studies se volvió también lafórmula mercadémica en la que esas peripecias incipientes, aún pocosistemáticas, fueron convertidas en maestrías y doctorados, cánones

subalternos, poscoloniales, posdisciplinarios, donde el saber se con-funde a veces con e l acceso altenure y otras en el signo de la imposi-bilidad d e alcanzarlo. De un mod o o de otro, sumando la vertiegemónica y la maldita, ofrecen un repertorio de autores citables, decitas autorizadas, politizaciones eufóricas sin destinatarios, erudicio-nes a las cuales lo transnacional no le quita su semblante doméstico.En suma, una abundancia autoacorralada. Por eso, algunos volúde dicad os a estudios culturales dan la sensación de que trabajate campo es como circular por una puerta giratoria.

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No propongo recuperar el impulso del movimiento original, porejemplo el del grupo de Birmingham. El mundo cambió dem asiadoenestos 30 años para que ese d eseo re sulte verosímil y de hecho d ecena s

de ntal y manejar sus temas sin fetichismo y ninguna supersticcuela.

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estos 30 años para que ese d eseo re sulte verosímil, y de hecho d ecena sde autores, tesis arriesgadas y unas pocas investigaciones fieles a eseorigen a fuerza de irse por otros caminos, hacen latir todavía el pro-yecto. Puedo mencionar algunos ejemplos renovadores, como StuartHall y Ge orge Ytídice. Pero cuando trato de alargar la l ista se me cue-lan autores casi nunca mencionados en el Citation índex de los co-

loquios sobre estudios culturales, o sea gente como John Berger, ytextos que no se escribieron como cultural studies, digamos los deNorbert Lechner. También algunos jóvenes investigadores —tanto lati-noamericanos como estadounidenses— que leyeron todo lo que hayque saber sobre e studios culturales, pero no t ienen como fin en la vidadesarrollar los cultural studies,ni afirmar lo política y epistemo lógica-mente correcto. Son búsquedas discrepantes, que levantan o bajan lamirada de otro modo sobre los desafíos actuales a la investigación; ha-blan de las cond iciones diferentes en que se hace cultura cuando e l éxi-to y los fracasos del ne oliberalismo modificaron lo que se entend ía porpoder y por mundo simbólico.

Dos l ibros de los últ imos años atestiguan la e xpansión g lobal de los

estudios culturales y el avance de proyectos renovadores en las líneasque acabamos de indicar. Por una parte,A Companion to Cultural Stu-dies,coordinado por Toby Miller, reconoce la re percusión y ree labora-ción del programa originado en Gran Bretaña y los Estados Unidoscon autores africanos, asiáticos y latinoamericanos, así como su signi-ficación ge:opolítica e interdisciplinaria, nutrida en investigaciones em-píricas. «¿Pueden los estudios culturales hablar español?» se titula eltexto de Jorge Mariscal, que documenta ampliamente —como los deAna María Ochoa, Ge orge Yúdice y e l propio Toby Miller— la fecun-didad de trabajar comparativamente las diferentes tradiciones de e stu-dios culturales.

El otro libro sobresaliente esTé rminos críticos de sociología de la cul-

tura, dirigido por Carlos Altamirano, en el que 39 autores lat inoameri-canos — no sólo sociólogos, sino también críticos d e arte y literatos, his-toriadores de la cultura, antropólogos, semiólogos, comunicólogos yurbanistas— muestran los beneficios de importar «enfoques, esquemasy conceptos» de unas disciplinas a otras para definir en notas extensas50 términos. La combinación de l balance histórico con las perspectivasanalíticas y teóricas desarrolladas en diálogo entre América latina yotras regiones revelan cuánto se ha venido enriqueciendo la produc-ción intelectual en la medida en que, como dice A ltamirano, se adoptala recomend ación borgeana: tomar como propia toda la tradición occi-

Latinoamericanistas y latinoame ricanosEn la última década del siglo xx gran parte del debate se centró envincular y diferenciar loslatinamerican cultural studiesy los estudios

culturales lat inoamericanos. Se alcanzó un nivel teórico de bio por momentos fecundo, que permitió comprender mejor las con-diciones diversas de la práctica intelectual en Estados Unidos y enAmérica latina (Beverly, Mato, Mignolo), sus distintos modos de ar-ticular academia, política y búsquedas estéticas (Achugar, Moreiras,Richard). Si bien estos autores iluminan las relaciones socionorte/sur, el conjunto de la bibliografía identificada como estudiosculturales ocultural studiesse ocupa poco, como dije, de las bases cioeconómicas, polít icas y comunicacionales de las transforculturales recientes. O sea: las que colocan en puestos protaestos cambios a los actores transnacionales citados antes como reor-ganizadores d e la imagen y de las condiciones de existenci

noamericano.Los estudios culturales y los estudios latinoamericanos de lasdécadas de 1980 y 1990 del siglo xx estuvieron ligados a movimien-tos revolucionarios que acabaron su ciclo o fueron desvirtuados, a«alternativas» socialde mócratas en los procesos de de mocrfracasadas como proyectos económicos, sociales y culturales. Ahorasolo contamos con referentes en movimientos sociales innovadores(el Zapatismo, los Sin Tierra, las agrupaciones d e d ere chos hconsiderables para en carar la cuestión indíge na, la pobrezalos efectos históricos de las dictaduras, pero que no alcanzan a susti-tuir ni a generar cambios decisivos en el decadente sistema de parti-dos. De manera que la falta de actores consistentes que enfrenten a

escala macro los procesos de desnacionalización y transnacionaliza-ció,/ (solose insinuó como movimiento de protesta, no como progra-ma, en Seatt le, Cancún y el Foro Social de Porto Alegre) debiles soportes sociales lo que en los estudios culturales hubo deproyecto estratégico. Únicamente señalo aquí este asunto de la cons-trucción de nuevos sujetos transformadores, que retomaré más ade-lante.

Ubicarnos en esta nueva etapa e xige re tomar un rasgo históve de los estudios culturales: hacer teoría sociocultural con soportesempíricos a f in d e compre nde r crí t icamen te el de venir capi

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la afirmación de posiciones políticamente correctas sino la relacióntensa entre un imaginario utópico, solo en parte político, y una exp lora-ción intelectual y em pírica que a v eces lo acompaña y a veces lo contra-

E i l i i i ó i i l l ió i l l d

en los estudios culturales. Pero en tanto se ocupan de los procesos derecepción, corresponde examinar, junto con los textos y el debateideológico que los enmarca, la acumulación de sigual de propiedtural la asimetría en el acce so de las regiones a la información

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dice.En tanto ni e l imaginario utópico ni la e xploración intelectual delas décad as de 1960 o 1980 pueden repetirse hoy, no hay restauraciónfilológica posible del momento fundacional. No se trata de suturar unatradición herida.

Para evitar esas distracciones, conviene poner el foco e n latensiónen-tre lo que el imaginario utópico y la exploración intelectual podrían serahora: por ejemplo, la que ocurreentre las promesas del cosmopolitismoglobal y la pérdida deproyectos nacionales.¿Qué tiene de nuevo esteconflicto? ¿Con qué disciplinas, o con qué conjunto de saberes no e spe-cíficamente culturales, es ne cesario vincular el estudio d e la cultura?

Me pregunté hace tres años, al escribir una nueva introducción aCulturas híbridas (2001), cuáles son las bases económicas de estade sconstrucción de las naciones. Menciono algunas: ante todo, la pér-dida de control sobre las finanzas por la desaparición de la monedapropia en Ecuador y El Salvador, por la dependencia del dólar y las de-valuaciones inducidas desde el exterior en otros países. Aun dondesubsisten monedas nacionales, los emblemas que llevan ya no repre-sentan la capacidad d e g estionar soberanamente sus precios ni sus sa-larios, ni las de udas e xternas e internas. Ni tampoco la econo mía y lasimbólica de la cultura que circula por sus territorios. Algunos cam-bios ocurren en los primeros años d el siglo xxt (Kirchner más que Lu-la), pero el panorama socioeconómico y cultural de América latina si-gue parecido.

Entre las décadas d e 1940 y 1970 la creación de e ditoriales en la Ar-gentina, Brasil, México, y algunas en Colombia, Chile, Perú, Uruguayy Venezuela, produjeron una «sustitución de importaciones » en elcampo d e la cultura letrada, de cisiva para de sarrollar la ed ucación, for-mar naciones modernas y ciudadanos democráticos. En las últimas tresdécad as la mayoría de los editores fue quebrando, o vend ieron sus ca-tálogos a editoriales españolas, luego compradas por empresas france-sas, italianas y alemanas. Los nuevos dueños de Babel se llaman Bers-telmann, Planeta y Vivendi, ahora los mayores productores de librosen América latina, en Europa, y aun en Estados Unidos desde que elprimero compró Random House.

¿Cómo seguir haciendo estudios culturales sin analizar las conse-cuencias de estos procesos de concentración y enajenación de recur-sos? No se trata de que las investigaciones l i terarias o de cine dejen d etrabajar con los textos y desentrañen sus significados intrínsecos, e in-cluso valoren su especificidad estética con más cuidado que el habitual

/9A

tural, la asimetría en el acce so de las regiones a la información tretenimiento, la posibilidad de que cada cultura construya su propiaimagen y comprenda las de los otros. Es parte del sentido discursivode la sociedad e l modo en que las nuevas condic iones de producirculación simbólica modifican los modos de leer, ver cine o «cpor Internet. ¿ Cómo limitarse a hablar de textos literarios si los

productores los tratan como productos editoriales, qué podemos cap-tar de la música y las películas si son seleccionadas y d ifundidael disco d e la semana y mercancías para las multisalas?

Todo e sto reubica la age nda c lásica de los estudios culturalescluyo con un ejemplo referido a la cuestión de la interculturalidad,que se convirtió en asunto del diálogo entre latinoamericanos y lati-noamericanistas en los últimos años. La acción afirmativa sigue sien-do importante en los campos de la etnicidad y el género, pero aun enellos se ve restringida en tanto no somos capaces de estudiar e inven-tar nuevos modos de afirmación de la diversidad cultural frente a latransnacionalización econ ómico-simbólica. Sabemos que estas rdicaciones deben buscar disminuir la desigualdad social, pero no lo

lograremos si no contamos con una información y un poder culturalconfrontables —no equivalentes— con los que t ienen los actorenacionales. Como evidencias de las aperturas que están ocurriendo enlos estudios culturales y en los estudios socioantropológicos y comu-nicacionales sobre cultura, en cierta med ida combinados, de dicgunda parte de este libro a la rediscusión de la interculturalidad enAmérica latina, la reconstrucción de la noción de sujeto más allá delposmodernismo, las articulaciones entre ser diferente y desconectarseen las culturas juveniles, las formas actuales de la diversidad en la so-ciedad del conocimiento y la globalización frustrada del cine latinoa-mericano.

Tal vez esta tensión entre las promesas d el cosmopolitismo gl

la pérdida de proyectos nacionales, no parezca tan distinta de las queanimaron obras como las de Raymond W ill iams, cuando trabajótro de su nación, los conflictos de su época. Se parecen y difieren, entanto esta modernidad globalizada no deja de ser modernidad, y noabandona el capitalismo sino que lo exaspera. Pero hoy actuamos enotro paisaje que es como la explosión del anterior. Muros y puertashan caído, aunque siga habiendo quiene s giran en tre sus ruinasta explosiva expansión tecnológica y económica, de repertoriosrales y ofertas de consumo, en este estallido de mercados y ciudades,

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se han perdido proyectos y espacios públicos, pero quedan fragmen-tos o esquirlas diseminados por la explosión, retomados por movi-mientos sociales y culturales Sus trayectorias —para usar una imagen

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mientos sociales y culturales. Sus trayectorias —para usar una imagende Alessandro Baricco— de jan graffiti, en los que buscamos figuras sig-nificantes.

Los estudios culturales pueden ser ahora intentos de encontrar elsentido d e las huellas inscriptas por esos fragmentos sobrevivientes.

MIRADAS

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6Modelos latinoamericanos deintegración y desintegración

¿Cómo delimitar los rasgos diferenciales de un objeto de estudio, suubicación desigual, las conexiones y descone xiones que le confiesentido espe cífico? Como el trabajo que encara e sta segunda pal ibro toma en cuenta las diferencias, desigualdade s y conexionesta entidad conocida como América latina, comenzaré analizando lapertinencia de esta de signación, a partir de dos historias que sindos modos clave de organizar el saber, y por tanto de concebir la cul-tura. Una está tomada de l l ibro de Naomi Klein,No tog a.La otra, pro-viene de un poema d e T. S. Eliot .

Primero, quiero hablarles de una conferencista evocada por NKlein, que invita al público a le er las e tiquetas d e su ropa. Ca da vLora Jo Foo ofrece un seminario sobre temas de consumo saca unastijeras y pide a los asistentes que corte n las etiquetas de sus ropago despliega un mapa del mundo, impreso sobre tela, y cose en él lasetiquetas del público, ahora libres. Así, a lo largo de muchos cursmapa se ha convertido en un e xtravagantepatchwork con los símbolosde Liz Claiborne, Banana Republic, Victoria's Secret, Gap, CalvinKlein y Ralph Lauren. La conferencista hace notar que la mayoría delos trocitos de tela se concentran en Asia y en América latina, con locual se ve cómo se fue desplazando la ruta mundial que enlaza los lu-gares de producción con los de consumo: de la época en que sus pro-ductos todavía se fabricaban en los Estados Unidos (continente quedan unas pocas etiquetas), pasa de spués a Japón y Corea del

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luego a Indonesia y a Fil ipinas, para terminar en C hina y en Vietnam.Según ella, las etiquetas de la ropa son instructivas, porque recogen«asuntos lejanos y complejos y los acercan tanto a nuestros países co-

nes construidas para designar «lo latinoamericano», con la esperanzade que el conjunto de nombres iluminara cómo fue armándose la he-terogénea mezcla que ahora somos Así podemos recorrer la noción

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«asuntos lejanos y complejos y los acercan tanto a nuestros países como la ropa que llevamos» (Klein, 2001: 402).

Ahora voy a referir lo que dice T. S. Eliot en El libro de los gatoshabilidosos del v iejo Possum.Sostiene que todo gato tiene tres nom-bres: el primero es el nombre por el cual se lo llama habitualmente; elsegund o, más particular, aquel por el que se d istingue a c ada uno d e los

de más, el que permite al g ato alzar su cola y «mantene r altivos sus bi-gotes»; el tercero es el nombre que solo el gato conoce.¿Qué busca revelarnos la conferencista que pide que conozcamos

esa parte de nosotros designada por las etiquetas? Quiere que apren-damos a reconocer cómo nos nombra el mercado, el discurso de lasmarcas. Además, aspira a que vinculemos ese universo lingüístico condos sistemas de configuración de ide ntidades; a) las reglas de la dist in-ción entre los grupos organizadas según la ropa que usamos; b) el sis-tema de explotación socioeconómica que estructura a distancia, des-conectando la producción y el consumo, las diferentes partes que lohacen funcionar: si quieres entender el mundo en que vives, explicaNaomi Klein, debes relacionar las tiendas de Nueva York y México,

de Buenos Aires y de París, con las fábricas de Yakarta y de El Sal-vador.¿Qué hay en medio, entre las etiquetas y los gatos? Hay muchas

narrativas con las que el pensamiento contemporáneo trata de nombrarlos gatos o lo que las etiquetas esconden, o al me nos el asombro que nosproduce qúe las etiquetas y los gatos e stén ahí y no sepamos qué hacercon ellos. Voy a ocuparme brevemente d e tres e strategias con las que lasciencias sociales y las humanidad es buscan designa r y comprender loque sucede en este particular territorio sociocultural que llamamosAmérica latina. La discusión sobre las maneras d e etiquetamos o nom -brarnos implica los d ilemas que co nfrontan diversas d isciplinas al estu-diar este o bjeto huidizo que de nominamos «lo lat inoamericano» y las

dificultade s que presen ta combinar sus dist intas estrategias de conoci-miento.

Buscar un nombre para el techo comúnPrimera e strategia:el nom inalismo exhaustivo.Se ha tratado de re unirla totalidad de nombres empleados a través de la historia para de signara América latina o a las entidad es que se le parecen . Un historiador chi-leno, Miguel Rojas Mix, recopiló de cenas y de cenas d e d enominacio-

terogénea mezcla que ahora somos. Así podemos recorrer la nociónde A mé rica hispánicaempleada por Pedro Henríquez Ureña, o de laAmérica indo-española, que sugirió Germán Arciniegas, y los variosprogramas de sarrollistas o de la l lamada teoría de la de pendfundamentaron en las dé cadas d e 1960 y 1970 del siglo xx lalgunos organismos latinoamericanos y acuerdos regionales que se

proponían integrarnos en torno de la industrialización y un crto cada vez más autónomo. Aunque conservan parcial valor, ningunade esas líneas resulta ahora satisfactoria. Tampoco es suficiente paracomprender las complejas interacciones entre América latina ses ibéricos la fórmula «encuentro de dos mundos», consagrate la celebración del Quinto Centena rio, en 1992. Ni podemola multiculturalidad contenida en esta región, ni los asimétricfl ict ivos intercambios con los Estados Unidos, con ex presionhispanoso latinos,empleadas por los estadounidenses y adoptadaotros espacios.

¿Cómo nombrarnos, entonces? ¿Iberoamericanos, latinoamerica-nos, panamericanos? Estas de nominaciones, como se sabe, co

den a unidades g eog ráficas en parte coincide ntes. Iberoaméra España, Portugal y América latina. El ámbito paname ricano,bio, incluye a todo s los países de América, desde Canad á hagentina y Chile. Pero la distinción se vuelve más compleja cuando seconsidera que estas unidades de análisis son también geoculturales ygeopolíticas. Daré dos ejemplos de cómo los aspectos culturales des-bordan la d elimitación ge ográfica: ¿De qué manera ubicar a lollones de hispanohablantes procedentes de América /atina quelos Estados Unidos? ¿Cómo tratar a los centenares de miles dmericanos descend ientes de españoles que en años recientesron la nacionalidad d e sus antepasados y viven ahora en Españpaíses europeos?

Como en e l antiguo nominalismo, no tene mos un solo nomnos presente universalmente. Quedamos desorientados entre un aludde designaciones, como si para algunos procesos hubieran sido másútiles ciertos nombres, en la actualidad varios simultáneamenguno diera cuenta d e un continente que desborda e l terri torifico que tradicionalmente lo identificaba.

Segunda estrategia:identificar los nombres fundamentales de lasidentidades, y declarar, desde el relativismo filosófico y antropológque todos son v álidos.Así como la tende ncia anterior se apoyaba e

conocimiento histórico y geográfico, esta segunda corriente ha sidoelaborada e specialmente por la antropología.

La tendencia predominante de los antropólogos ha sido definir lolatinoame ricano a partir de lasraíces indígenasAlentad os por los múl-

resantes para preservar la biodiversidad o desarrollar industrias cultu-rales endógenas, pero su reubicación señala la necesidad de repensarlas tradiciones nativas en procesos interculturales de mayor esc

Los movimientos indígenas y populares, en tanto, advierten que la

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latinoame ricano a partir de lasraíces indígenas.Alentad os por los múltiples y durade ros movimientos de resistencia india, encuentran e n elindoame ricanismo la reserva crítica y utópica de una solidaridad rebel-de latinoamericana. Las elocuentes irrupciones ocurridas durante la úl-t ima d écada en re giones d e Bolivia, Brasil , Ecuado; Guatemala y Mé-xico son interpretadas por antropólogos y no antropólogos, por

poscolonialistas entusiastas, como recursos capaces de nutrir progra-mas para el conjunto de nue stras sociedad es. Recuerdo brevemente lavaloración del capítulo 2 sobre esta cuestión para ampliarla en estenuevo contexto. En los países que acabo de nombrar, y en algunosmás, la importancia dem ográfica y sociocultural de los grupos indiosdebería tener un reconocimiento mayor en las agendas nacionales, ytambién en las internacionales. Pero la eme rgencia indíge na no pued eleerse como d evelamiento de sabidurías y modos de vida preglobaliza-dos que mág icamente instalarían, en el hueco dejad o por la devastaciónneoliberal, soluciones prod uctivas y armonías comunitarias arrincona-das. La creciente presencia de los indios sucede al pasar de campos yselvas con baja competitividad económica a ciudades cada vez más

inhóspitas, hace irrumpir sus costumbres comunitarias junto con há-bitos clientelares, reclamos de autonomía y l iberación mezclados conmachismos y o tras jerarquías autoritarias (Bartra, 1998). Ese cóctel d etradicionalismos, a veces nombrad o «América profunda», está sirvien-do e n procesos de masiado--contradictorios: en ciertos casos para im-pulsar rebeliones, en otros para expand ir el narcotráfico y d emás vio-

esintegradoras, según se aprecia con particular dramatismo enPerú y Colombia.

Muchos grupos emerg entes comprend en que la revaloración de lasculturas locales no basta para encarar los nuevos de safíos de la globa-lización, ni para ocupar los vacíos dejados por el derrumbe de utopíasmodernistas y socializantes. Los indígenas pueden pedir, y a veces lo-grar, como e n Brasil (1988), en Colombia (1991) y en Ecuad or (1998),que se red efinan las Constituciones nacionales, que algunos Estados sedeclaren pluriculturales, que aliados remotos les den solidaridad porInternet. Pero también descubren que ahora hay menos Estado paraatende r sus de mandas y proteger eficazmente sus derechos. A menu-do, los aliados no indíge nas confunden los reclamos étnicos con eco-logismo, desvían la sabiduría arcaica al esoterismo y convierte n la tra-ma compleja de cantos, ceremonias y trabajo en discos deworld music.Estos usos desplazados de las «herencias indígenas» a veces son inte-

g y p p , , qarticulación autónoma de sus pueblos no puede convenirse fácilmen-te en panindianismo dentro de sistemas jurídico-políticos modernosregidos por otra lógica y a la vez erosionados por la rapacidad de losacree dores transnacionales. A esas dificultade s se agre gan sus contradicciones internas como comunidad es indias o locales, lo

vocos acuerdos con los deseos de comunidad de los demócratas mo-dernizadores y, en varios casos, con la otra «modernidad» del nazco-tráfico y la ilegalidad transnacionales. No hay pasajes sencillos de lanación maya al re orden amiento tr ipartidista d el sistema polí ticocano, ni del Tahuantinsuyu a la deg radación urbana en La Paz oo a las reg las abstractas y los cabilde os de la «cooperación intenal». De manera que los movimientos valorados como más exitosos,por ejemplo el Zapatismo, oscilan entre re clamar que sus lenguadiciones orales, sus usos y costumbres e ncuentren lugar en los cmodernos nacionales, con pretensiones de universalidad, y, por otrolado, se limitan a proteger el equilibrio con la naturaleza y dentro desus grupos en el entorno inmediato. Así como en la lengua tzeltal, en

Chiapas, el término «derechos» d e la De claración Universal de rechos Humanos se traduce por la expresión id, ' el ta muk, o sea res-peto, los pueblos necesitan ir y venir entre ped ir que sus derec hreconocidos en el mundo moderno y tratar de, al menos, ser respeta-dos en su mundo, que por supuesto no está fuera de la modernidad.

Pese a las dificultades, varios antropólogos postulan para la mul-tietnicidad latinoamericana un futuro más promisorio que en otraspartes del mundo. En esta región que, fuera de Europa, ha sido la pri-mera en desarrollarse bajo la forma moderna del Estado-nación, losactores étnicos parecen estar en mejores condiciones para trabajar enla construcción de «un techo común» (Gellner, 1983), un «espacio deprotección» (Elias, 1991), «representado por el Estado , su auto

sus servicios», sostiene Christian Gros. A esto se ag rega que enrica latina habría menores riesgos de integrismo porque «la fronteraétnica en construcción puede difícilmente tomar una dimensión reli-giosa» (G ros, 2000: 126). Serían más viables na ciones laicas, coplurales entre ciudad anos diversos.

Esta complejidad d e la de finición de lo latinoamericano a palas «culturas originarias» se vuelve más ardua cuando reconocemosotras vertientes multiculturales. Por ejemplo, al considerar que Amé-rica latina tiene, junto a los 40 millones de indígenas, una población

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afroamericana de varios millones, difíciles de precisar, como una con-secuencia más de la d esatención que sufren en los planes de d esarrollo.En la medida en que la cuestión indígena tiene un papel más claro,

también lo latino de nuestra América. Hay que preguntarse,cómo alcanzar una re de finición más inclusiva de lo latinoamsi acaso tanta multietnicidad vuelve imposible la tarea

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En la medida en que la cuestión indígena tiene un papel más claro,debido a la importancia histórica y demográfica de los pueblos origi-narios, al menos viene recibiendo creciente reconocimiento. En cam-bio, a los grandes continge ntes afroamericanos se les han negad o casisiempre territorios, derechos básicos y aun la posibilidad de ser consi-derados en las políticas nacionales y en los simposios sobre el desarro-

llo latinoamericano. Existen estudios especializados, por ejemplo so-bre la santería cubana, el candombe brasileño y el vudú haitiano, yúltimamente las músicas que los represe ntan son valoradas y difundi-das por las industrias culturales. Pero rara vez se incluye a los gruposque sostienen estas produccione s culturales en e l análisis estratégico delo que puede ser América lat ina.

Lo afro es tomado, como o curre a vece s con las contribuciones in-dígenas, como contraparte o complemento de la herencia occidental,pero con alcance restringido. Es hora de preguntarnos en el conjuntode la región, no solo en Brasil y los países caribeños dond e «la neg ri-tud» es más visible, sino también en el área a ndina, en M éxico y en lasdemás zonas de América latina, qué significan los carnavales, los tem-plos y rituales religiosos, cómo se usan las aportaciones afroamerica-nas en las industrias culturales (De Carvalho, 2002). ¿Cómo compren-de r sin esta participación afro, danzas como e l rap y muchas formas d efusión con e l jazz y el rock, el tango y el huaino, configuracione s sim-bólicas que permea n prácticas sociales d e tantos sectore s lat inoameri-canos, el Multiculturallsmo de la CN N y el éxito de o tros programas de

— .televisión? Los muchos modos e n que e stá adquiriendo visibil idad la presenciaafroamericana-de formas análogas a lo que ocurre en las d iferencias degénero- comienza a cambiar la reflexión sobre el multiculturalismo, laciudadanía y las desigualdades, más allá de las definiciones oficiales denación y de latinoamericanidad, y también de los cuestionamientos an-tropológicos construidos predominantemente a partir de la etnicidadindígen a. Abre la mirada hacia las muchas formas de ser lat inoameri-canos (Escobar, Wad e).

Tercera estrategia:el cadáver exquisito.La antropología y la socio-logía no se han detenido en lo indígena y lo afro. Vienen ocupándosetambién de los migrantes europeos, sobre todo españoles y portugue-ses, y asimismo los árabes, italianos y judíos, hasta las migracionesasiáticas más variadas (japonese s, coreano s y chinos). Esta vasta multi-culturalidad de sdibuja lo supuestamente d ist intivo, o sea lo ind ígena y

si acaso tanta multietnicidad vuelve imposible la tarea.Un antropólogo español, Manuel Gutiérrez Estévez, propone con-

cebir a América latina como un «cadáver exquisito» a la manera deljuego surrealista con este nombre, que consiste en formar una frase oun dibujo, entre varias personas, doblando e l papel luego duno escribe para que nadie conozca la colaboración anterior: la frasecompuesta por primera vez, que denominó este juego, era «el cadá-ver/exquisito/beberá/el vino/nuevo». De modo análogo, nuestro con-t inente se habría formado como un enorme texto inacabadoplieg ues. No un m osaico, ni un puzzle, donde las piezas se atre sí para configurar un orden mayor y reconocible. Nuestras varia-ciones culturales no en cajan unas en otras. Como un cad áveto, al sumarse indígenas, negros, criollos, mestizos, las migracioneseuropeas y asiáticas, lo que nos ha ido suced iendo en campodes consti tuye un re lato discontinuo, con g rietas, imposible jo un solo régimen o imagen. De ahí la dificultad de encontrar nom-bres que designen e ste jueg o de e scenarios: barroco, guerramundo, amor latino, realismo mágico, narcotráfico, 500 añosguerri l la posmode rna. Todo esto t iene en c omún, dice Gutiévez, que fascina a los europeos. Nece sitados d e nombrar eserupturas, hablan de «los latinoamericanos» o «los sudacas». Entre eltemor y el entusiasmo, según este autor, «orientalismo y latinoameri-canismo son las dos enfermed ade s seniles del europeísmo» Estévez, 1997).

Esta sugerente visión debe complementarse con el análisis trategias hegemónicas y críticas que han buscado hacerse cardiversas fuentes socioculturales, de sus temporalidad es d istinversidad cultural juntoa las roturas o las costuras quele ocurren en lasluchas de pode r. Lo indígena con lo criollo en México, lo criotado o paralelo a lo indíge na en Pe ní, lo afro con lo europeo easí sucesivamente. Hasta las sociedad es co mplejas y transnacien que los antropólogos encontramo s nuevas formaciones cultge ndrad as por la urbanización y aun las mega urbanizaciones: San Pablo aparecen entonces como e mblemas de latinoamericlas industriás culturales y los heterogéne os modo s de recepcióras diversas: lo que ocurre cuando se habla de la telenovela colatinoamericano cuando en realidad hay tantas diferencias entsileñas, las colombianas ylasmexicanas, tantas miradas de mujeres, hombres, de nostálgicos de la familia, y también de críticos de ciones de lo social a los hechizos del melodrama.

Pertene ncias múltiplesCuartaestrategia: el trabajo interdisciplinario.¿En qué condiciones esposible hoy articular los conocimientos disciplinarios globales regio-

continentales de desarrollo económico y cultural y una ciudadanía la-t inoamericana?

La búsqueda de respuestas a esta pregunta depende de los modosen que se conciben de ntro de los procesos de hibridación interc

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posible hoy articular los conocimientos disciplinarios, globales, regionales y locales, sobre América latina para construir un saber que com-patibilice las aproximaciones parciales y funda mente la acción socio-cultural y política?

No pod emos ce rrar el balance d e e stas contribuciones ontológicas,geográficas y antropológicas a la comprensión de América latina sinaludir a la variedad d e investigaciones antropológicas e históricas, de es-tudios culturales y co municacionales, que en los últ imos años buscantrazar l íneas de inteligibil idad entre los pliegues y mome ntos del cad á-ver exquisito. Los estudios más productivos no pretende n respond er apreguntas sobre la identidad latinoamericana, sino comprender lasalianzas interculturales que llamamos Caribe o área andina, las áreaseconómicas que se de nominan Norteamérica o Mercosur. Cómo trope-zamos en las fronteras y las cruzamos, con qué estrateg ias narrativas ymed iáticas se configuran los relatos de lo latinoamericano.

Dos ejemplos rápidos. Por un lado, los estudios comparativos so-bre las políticas de desarrollo y la formación de naciones y ciudada-nías. Hay que destacar, ante todo, el vasto esfuerzo de Arturo Esco-

bar que si túa las peripecias de América lat ina, especialmente a nte losdilemas ecológicos, en el marco de las políticas de los organismosmundiales y de los movimientos sociales transnacionalizados: su libroEl final del salvaje es c lave para entender cómo de be expandir la an-tropología su agenda. En otro texto intenté mostrar el giro antropo-lógico que configuran los trabajos de Mónica Quijada y Rita Segatosobre la formación unificada d e la Arge ntina mediante la de scaracte-rización de las diferencias étnicas; las investigaciones de Roger Bartray Claudio Lomnitz acerca d e la formación mestiza de México y el pa-pel de la antropología e n las políticas pluriculturales; el análisis de Ri-ta Segato sobre el sincretismo brasileño, donde las identidades sonmenos monolíticas que en otros países, y la hibridación, a diferenciadel mestizaje mexicano, no impide que el sujeto preserve para sí la po-sibilidad de distintas afiliaciones, pueda circular entre identidades ymezclarlas. Estas y otras reformulaciones d e los procesos d e hibrida-ción desplazan el eje de la investigación antropológica:de la identidada la heterogeneidad y la interculturalidad. Ponen en evidencia loscomplejos regímenes de pertenencias múltiples que sostienen los ac-tualesejercicios de la ciudadanía y laspolíticasde muchos movimien-tossociales (García C anclini, 1999 y 2001). ¿Qué posibilidad existe e nAmérica latina de construir, como en la Unión Europea, programas

los lugare s de lo local y lo nacional. Vimos que e l actual desarrlas ciencias sociales desalienta la búsqueda de identidades esenciales,sean d e e tnias, naciones o co ntinentes. Preg untarse por el «ser mericano» e s una ocupación todavía prolongad a por algunos fi lo críticos literarios, y por políticos populistas o intelectuales de iz-

quierda, ind iferentes a las nuevas condiciones que la globalizacinológica y sociocultural (no solo el neoliberalismo) impone a las uto-pías de épocas pasadas. La información antropológica y sociológicasobre la transnacionalización d e la econom ía y la cultura quitó vmilitud a aquellos proyectos de ontología social y política. Si habilidad para proyectos compartidos en América lat ina, de be mono en relación con una identidad metafísica sino en los procesos eco-nómicos y comunicacionales, respecto de los intercambios finanmultinacionales y los repertorios de imágene s e información d isdos a todo el planeta por los medios. Un aspecto clave es si podríaconstruirse efectivamente, con soportes jurídicos y políticos, una ciu-dad anía lat inoamericana, en el mod o en que se habla y se pract

ciudadanía europea. O quizá con menos subordinación al proceso deintegración y expansión económica.Hay material antropológico para sostener distintas posiciones ante

estos escenarios. Las etnografías recientes muestran la persistencia yaun el resurgimiento de lo local y lo nacional. Pero a la vez exhiben alas formaciones culturales locales atravesadas por estructuras y flujosglobales. Las socieda de s se vuelven cad a vez más cosmopolitasque tampoco encontramos el mismo cosmopolitismo de otras épocas.Al trabajar con la multiculturalidad contenida en América latina, conlos enfoques e intereses confrontados, pierde fuerza la búsqueda deuna «cultura latinoamericana». La noción pertinente es la deun espa-cio soáocultural latinoamericano,en e l que coe xisten muchas identida-

de s y culturas.El Convenio And rés Bello promovió entre 1997 y 2002 un coto de estudios sobre este tema. Un grupo coordinado por Manuel An-tonio Garretón, que integramos Jesús Martín Barbero, Marcelo Cava-rozzi, Guadalupe Ruiz-Giménez, Rodolfo Stavenhagen y el autor delpresente volumen, elaboró un libro en el que se caracteriza al espaciocultural latinoamericano como un ámbito territorial y no territorial, osea también comunicacional y virtual. Está compuesto por espacios ycircuitos. Se re conoce n «raíces» étnicas e históricas, y se habla

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munidades interculturales, que incluso desbordan el territorio habi-tualmente identificado con el nombre de América latina. No hay unaidentidad latinoamericana, sino múltiples identidad es étnicas, naciona-les de género etc contenidas en dicho espacio Los recursos patrimo

gramas e xitosos, como lbermedia, con el que las Cumbres Icanas promueven la coproducción audiovisual de la regiónmitados por la escasez de inversiones para producción encfalta de acuerdos que posicionen a América latina en los mer

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les, de género, etc., contenidas en dicho espacio. Los recursos patrimo-niales que las cohesionan son lenguas (solo las indígenas suman unas400), tradiciones orales, culturas populares, memorias históricas, ytambién sistemas educativos, industrias culturales y modos de comu-nicación.

¿Qué resuelve y qué deja pendiente la noción de espacio culturallatinoamericano? Deja atrás, ante todo, las definiciones ontológicasque procuraban captar un ser o una identidad regional. Reconoce ladiversidad y la existencia de d iferen tes movimientos o mode los de in-tegración, como procesos históricos e inacabados. Considera integra-ciones territoriales, económicas, sociales y culturales, e incluso «inte-graciones med iáticas»: de e llas, el Informe d el Convenio And rés Bellodocumenta y razona sus fracasos o realización parcial (Aladi, Cepa ,SELA, Alasei y el propio Convenio Andrés Bello, entre Otras). Abretambién la f igura d e la integ ración coincidente con e l terri torio l lama-do América latina a los millones de latinoamericanos que migraron alos Estados Unidos, España y otros países. Se trata, por tanto, de unanoción operativa, que permite elaborar políticas de articulación ade-cuadas a los procesos históricos de integración y desintegración. Va-lora en su relatividad las condiciones comune s existentes. No obstan-te, la noción de espacio cultural, o sociocultural, latinoamericano noabarca suficientemente la totalidad de nombres con que los actores ét-nicos, nacionales o de otros agrupamientos sociales se ide ntifican. Esainsuficirrrcia representa la riqueza de la diversidad, inabarcable porlos intentos totalizadore s, pero también las carencias de acuerdos uni-lateralmente económicos, hechos entre cúpulas.

El Informe del Convenio Andrés Bello desemboca en «conclusio-nes», que es posible lee r como un re pertorio d e preg untas. Al destacarla débil dimensión cultural de la integración, en contraste con el libre

comercio priorizado hasta ahora en el Tratado de Libre Comercio deAmérica del Norte, el Mercosur y otros convenios bilaterales, revelaque ni las diferencias ni las desigualdad es están encon trando un trata-miento adecuado. Los esquemas asociativos y de cooperación centradosen flujos financieros y de mercancías, empresariales y comunicacionalesentendidos solo en sentido comercial, producen fragmentaciones ycompetencias oportunistas más que acuerdos institucionalizados y be-neficios compartidos. ¿De qué integración pued e hablarse si los ade lga-zannentos neoliberales d e los Estados y en gen eral de las insti tucionespúblicas de bili tan el d esarrollo ed ucativo y cultural? Unos pocos pro-

falta de acuerdos que posicionen a América latina en los merdiales, sobre todo, como veremos e nelúltimo ca pítulo, frente a las empresas estadounidenses. Las ferias del libro, los festivales teatro, cuando so breviven como c itas continentales, sufren ciones o e l achicamiento de las industrias culturales privatizalentadas al atrofiarse las políticas estatales. Y la ciudadan ía,con mayores oportunidade s de expresión de ntro de las nacioa procesos democratizadores, no se acompaña con procedimtivos de libre circulación de las personas y los biene s cultuprogramas de intercambio entre las sociedades civiles.

La totalización como utopía

El interés renovado en los últimos años por configurar pensamientosque se ocupen d e totalidad es se manifiesta en l ibros recienelcitado No logo, de Naomi Klein, Imperio, de Michael Hardt y ToniNe gri, y por supuesto el antes citado d e Luc Boltanski y Évllo,El nuev o espíritu del capitalismo,que conside ro el más valioso. Itentan decir cómo conocer nuestro lugar en el mundo mediante lacombinación de distintos saberes d e la filosofía y las cienciQuizás el éxito de ve ntas de las dos primeras obras en variderive d e que vuelven a ofrecer una narrativa que trasciendplinas. Exploran las reglas de la producción, las reglas de la y del consumo, de los capitales, de las mercancías y las multitudes, ycómo se relacionan unas con otras. Incluso dicen cómo oculticulaciones encubriendo el tráfico de las mercancías con lolas etiquetas, de los signos y de los símbolos. No voy a parten el amplio debate promovido por estos libros, especialmente el deHardt y Negri debido a la gestualidad posmoderna con que en él «sesaludan las familias ideológicas más e nemistada s» (Sarlo, 20de Klein por ignorar a toda s las familias teóricas y lograr laescribir un libro sobre las marcas y el con sumo sin citar unen más d e 500 páginas, a Fierre Bourdieu ni a David Morleresa recuperar la resonancia lograd a por sus intentos de cotos antiglobalizadores y anti imperiales al d iscutir cómo puetarse las ciencias sociales en una narrativa mayor que la quofrece por separado. Cómo se junta el d eseo de conocimienco con el de seo de relatos totalizadores.

An

Hace varias décad as que la e pistemología de sacreditó las pretensio-nes positivistas y evolucionistas que prome tían, mediante e l avance in-cesante de las ciencias sociales, brindarnos un paradigma para el cono-cimiento unificado del mundo. La incertidumbre generada por lacoexistencia de varias teorías, o modelos d e aproximación a lo social ,

tudio llamado América latina, podríamos decir que una parte de lasciencias sociales ha tratado de captar lo común del continente. Por sulado, la antropología, las humanidade s y los e studios regionales bcomprender las diferencias que constituyen este conjunto y averiguarsi de todas maneras se pued e seg uir hablando d e ido latinoameri

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pse exace rba en años recientes cuando el mundo se complejiza, se diver-sifica mucho m ás, y a la vez hace interactuar sus partes co n una proxi-midad y una intensidad que nunca habíamos conocido. Efectivamen-te, lo que sucede en Yakarta y en el África subsahariana y en e l Orienteque l lamaban Lejano t iene re sonancias rápidas en Buenos Aires o Mé-xico, y lo que sucede en estos lugares luce eco en otros continentes.No disponemos de ningún sistema de pensamiento suficientementecomprehensivo para abarcar tantas proximidad es, y menos aún la va-riedad d e interacciones e intensidades e ntre las cuales nos movemos.

Sin embargo, las narrativas epistémicas no pueden ya d etenerse enla simple afirmación de la indete rminación y la incertidumbre. O peor:en la celebración del fragmento y la pluralidad del mundo a las que nosquiso acostumbrar el posmodernismo. Las catástrofes socioeconómi-cas, políticas y culturales de la última década muestran que las torresmás erguidas d e N ueva York y las inversiones aparentemente más fia-bles de las metrópolis occidentales tambalean al interactuar con creen-cias y ritos de pueblos que esconden computadoras en cuevas, hacencircular conjuntamente d rogas, armas y utopías campesinas, y puede nser quitados de gobiernos pero no eliminados como «amenaza» de loque l lamábamos modernidad .

No se trata solo de acontecimientos ni de rizomas. Sabemos algomás, aunqúe todavía poco, de cómo-esas explicaciones o malestares serelacionarñbffñstructuras transnacionales muy concentradas, institu-ciones con vocación —por d ecir así— de construir relatós únicos, mono-míticos, sobre el mundo. Cuatro empresas discográficas controlan el90% del mercado musical global. Dos empresas editoriales multimediamanejan el 60% d e la producción de l ibros en Occidénte, decide n quése va a publicar y qué permanece rá inédito. Hay actores transnaciona-les, gigantescas socied ade s anónimas, que están construyendo o admi-nistrando re latos que se obstinan en contarnos un mundo homog éneo,o donde al menos las distancias y las diferencias puedan parecer in-significantes, y los conflictos resolubles o aislables. Los totalizadoresmercad os económicos y simbólicos transnacionales son el eno rme lu-gar ciego d e la celebración posmoderna de los fragmentos.

Entre tanto, volvemos a escuchar a Eliot. El gato tiene tres nom-bres: el genérico, el que designa a cad a g ato en particulai; y el tercero,que solo el gato co noce. Si aplicamos esta clasificación al objeto de e s-

p gHay una tercera corriente, identificable como realismo mágico», queagrupa a aquellos que postulan un significado secre to de lo lat inoricano. Según los actores que manejan este argumento, atribuirán esesentido oculto a los indígenas por su sabiduría esotérica y su silenciosesquicentenario; a los afroamericanos, sus cultos, danzas y músicas;o a mitos que imaginan indescifrables; o a otras formas del deseo quelaten debajo de lo manifiesto y nunca lograrían ser representadas porlas instituciones ni comprend idas por los d iscursos racionales. Aca latina queda reducida a un gato d íscolo y misterioso.

Una y otra vez esta reserva innombrable, sobre la cual puede dse poco o nada, es propuesta como recurso alternativo frente al fraca-so de lo que lleva etiquetas más o menos oficiales e insatisfactorige nerad as por las políticas, las instituciones, los acuerdo s internales de intercambio o coope ración, la prepotencia modernizadora balizadora. Parece difícil sostener tantas funciones y tareas red epara un resorte que se invoca sin definir, en el que se cree más allá delo que se comprende.

Si bien esta potencialidad atribuida a e sa entidad escond ida ecil de demostrar, tal vez valga tomar en cuenta este tercer nombre deAmérica latina como límite de lo racionalmente cognoscible y codifi-cable. No como alternativa cuando lo racional fracasa, sino comorencia utópica de los movimientos sociales que producen efectos noprevistos por las estructuras. Más que en el orde n de la religión oanticientífico, se halla en el registro de lo poético y lo político. Nadanos g arantiza que lo maravil loso dé claves que no hallamos en loni que de su trasfondo imaginado surjan eficacias, resistencias odos alternativos. Lo silenciado o lo diferente, que se manifiesta porvías oblicuas, de sconcertantes, no importa tanto como re curso mpara modificar el orden imperante sino como voz excluida que puederevelar algo sobre el orden excluyente.

Reaparece aquí, en otra clave, la cuestión de la autonomía de losgrupos y etnias. Por lo común se trata como un problema político, unconjunto de actividad es de stinada s a integrar a los grupos en lay el mercado, y regular sus diferencias. Richard Sennett apunta en sureflexión sobre el respeto que la autonomía •no es simplemente unaacción; también requiere una relación en la que una parte acepte queno puede comprender algo de la otra. La aceptación de que hay cosas

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del otro que uno no puede comprender da al mismo tiempo perma-nencia e igualdad e n la relación. La autonomía supone cone xión y a lavez alteridad, intimidad y anonimato» (Sennett, 2003: 183). La conse-cuencia política, señala este autor, es que las tareas de los Estados no

nes buscan subordinarlas; más bien d escribir los trabajos dvencia. Entonces, el trabajo antropológico no parece muy dde la historia, la sociología y los estudios comunicacionaletamos con un paradigma universalmente ace ptado para est

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cuencia política, señala este autor, es que las tareas de los Estados noconsisten solo en d efinir qué nece sitan los grupos que integran y pro-veerlo e n intercambio, sino también volver convivibles diferenc ias queno pueden reducirse a un denominador común.

Así como no tiene sentido explorar una identidad común latinoa-mericana, tampoco podemos construir la noción histórica, abierta ycambiante, de un espacio sociocultural latinoamericano como una rea-l idad compacta. La converge ncia histórica de la reg ión pued e ser toda-vía un proyecto sociopolftico y cultural deseable, y seguramente máspracticable que e n épocas an teriores gracias a los servicios comunica-cionales que permiten incrementar intercambios y acuerd os económi-cos, políticos y culturales. Una tarea posible d e los cien tíficos sociale ses proporcionar conocimientos sobre la d iversidad y la unidad d e la re-gión que contribuyan a tomar decisiones. Para que esas decisiones seansustentables conviene que aportemos también nuestro saber sobre lasdiferencias y de sigualdades, sobre lo inneg ociable e n la interculturali-dad, sobre las distancias que ni los programas de homogeneizacióneconómica, política ni mediática van a poder suturar, las resistenciasétnicas que los Estados no lograron vencer, los perfiles regionales y denaciones que persisten en la globalización.

Vuelve a a parecer, así , algo que la antropología ha cultivado: el sa-ber sobre lo irreductible de las sociedades y las culturas. Aquello queen el capítulo 2, evocando a José Jorge de Carvalho, analicé como loinnegociablee inasimilable.Pero con un canibio. A diferencia de lost iempos de l relativismo a ultranza, muchos antropólogos estamos hoytan interesados en contribuir a que los grupos marginados se afirmeny de sarrollen corno a entend er las cond iciones más amplias que repro-ducen su marginación y valorar las oportunidades interculturales enque los pueblos buscan ser competitivos, intercambiar con otros yconvivir. En fin, no queda rse solos. Por eso, no nos d ed icamos única-mente a las minorías, ni privileg iamos los ri tuales y las consolacionessimbólicas. Nos interesa lo latinoamericano como un horizonte don-de de jar de se r minorías aisladas y proyectos inconexos. Quizá la par-ticipación de antropólogos y otros científicos en el Foro Social Mun-dial de Porto Alegre 'apunte una de las formas más fecundas de estareubicación.

Es el momento e n el que la antropología descubre que vino al mun-do, más que para a fianzar identidad es, para comprend er su conflict ivaexistenc ia múltiple. No para consolar a las minorías o en frentar a quie-

tamos con un paradigma universalmente ace ptado para esthay una única etiqueta como si fuera el producto intelectual decisivopara comprend er la art iculación misteriosa e ntre los muchodel universo. Ni siquiera hay colectivos —una escuela teórvista, una universidad —quesirva como logo capaz de ocupar el cede la escena. Vemos una de sconcentración de las prácticasres del pensamiento. Los focos más innovadores no depenfigura líder, afiliada a una sola disciplina, sino de la colaboración demovimientos sociales, cien tíficos, críticos culturales y a ve curbanistas, especialistas en fronteras, en migraciones o en mercadosemergentes.

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Quién habla y en qué lug ar:suje tos simulad os ypos constructivismo

Es notable que la mayor desconstrucción del sujeto se haya cumplidoen e l siglo xx, cuando más se hizo para e rigir nuevos sujetos indles, étnicos y de clase, nacionales y d e g énero. Esta época, que ató las dificultade s para hablar de la subjetividad , mostró a la vez es fácil desprend erse d e esa noción. Lleg amos así a algunas preque este capítulo intenta desplegar: ¿Cómo avanzar desde la sospechanecesaria para librarnos de afirmaciones ingenuas de la subjetividadhacia el trabajo reconstructivo indispensable para dar solidez a ciu-dadanías posibles? ¿Qué tareas de investigación, teóricas y polítnecesitan?

Las ciencias sociales e ncuentran difícil poner en e l centro de ría a los actores cuando la sociedad es reducida a un mercado anóni-mo. La polít ica se paraliza o se d esintegra ante el de terminismoberal , que somete la complejidad de la economía al juego financinversiones sin rostro. Los partidos políticos y sindicatos nacionalesno aciertan a formular elaboraciones alternativas sobre cuestionbales de gran escala, que son asumidas solo parcialmente por ONG ymovimientos ecológicos o de derechos humanos.

La posibilidad de que existan sujetos y sean reconocidos es cadavez más limitada a campos imaginarios: el cine, las telenovelas, lasbiografías de divos y deportistas. La fascinación generada por susaventuras heroicas o melodram áticas, así como por noticiarios qforman de acontecimientos políticos como si fueran dramas persona-

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les o familiares, parece respond er a la nece sidad d e los consumidoresde encontrar algún sitio donde haya sujetos que importan, padecen yactúan.

Pero ¿es e l sujeto solamente una construcción ficcional de los me-d d h b b é í d

del otro lado del chat dice ser mujer y le digo que soy vetertógrafo, tengo 40 años y acabo de llegar d e Australia. Ella dse Ofelia, y así vamos compartiendo de sconocimientos, qumás nos acerca a los que somos tímidos. «Te siento tan ce rc

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dios, o puede haber también sujetos crí t icos, espectadores que ejerzaniniciativas propias a pesar de las astutas manipulaciones mediáticas?Los estudios sobre el lado activo de la recepción demuestran que nohay medios omnipresentes, ni audiencias pasivas, pero la concentra-ción monopólica y transnacional de las industrias de la cultura y la de-bilidad de las asociaciones de televidentes y consumidores dejan aúnirresuelta la cuestión de cuánto nos permite ser sujetos el capitalismode rede s globalizadas. La posibil idad d e sed o aparece no solo como lacapacidad creativa y reactiva de los individuos; depende también dederechos colectivos y controles sociales sobre la producción y circula-ción de informaciones y entretenimiento.

Sujetos simulad osLa de sconstrucción más radical de la subjetividad está siendo re aliza-da por procedimientos ge néticos y sociocomunicacionales que favore-cen la invención y simulación de sujetos. Desde la robótica hasta ladonación, desde el travestismo de g énero hasta el f ingimiento d e per-sonalidades en juego s electrónicos, la pregunta por lo que hoy signifi-ca ser sujetos está -más que cambiando- asomándose al precipicio dela disolución.

«Nuestras l íneas e stán ocupadas; lo atendere mos en un m omento»,dice una voz grabada cuando queremos pedir una información o ex-presar una queja. Cada vez e s más arduo e ncontrar a un fabricante quevenda el producto, incluso al mismo empleado que nos lo vendió o nosdio una información. Detrás de los empleados que rotan de una em-presa a otra, de las voces anónimas que se reemplazan según el azar delos turnos, hay «cade nas» de t iendas, «sistemas» bancarios, «servido-res» de Internet. Cuand o algo no funciona es porque «se cayó el siste-ma» o «se desconectó el servidor». La digitalización de los servicios,aliada con la precarización laboral , está propiciando una d esresponsa-bilización de los sujetos individuales y colec tivos. Entre las conse cuen-cias de este proceso, según Richard Sennett, encontramos mayor vul-nerabilidad de los individuos y un sentimiento creciente d e impotencia(Sennett, 2000: caps. 3 a 5).

En vez de conocer a los amigos y las parejas en el trabajo o en launiversidad, los encontramos en la Red. M econecto con alguien que

qcon en tonación de quien acompaña al otro. Estos jueg os colidades inventadas pueden ser inofensivos mientras alguien nle gustaría que nos e ncontráramos.

Guillermo Bon Bonzá, doctor en Educación de la UniversidadAutónoma de Barcelona, envió a varios congre sos tres ponnombres falsos, párrafos plagiados e insultos racistas escondidos encitas en alemán. Una de las comunicaciones la firmaba Hans Heidel-berg, supuesto profesor titular de la inexistente Universidad Politéc-nica de Müncheng ladbach. Al develar su trampa, dijo que loaceptados por comités de especialistas y editados en los CD-Rom detres universidades importantes, revelaban los tea tros inveroque se han convertido las ferias de vanidad es acadé micas.

Estos ejemplos hacen pensar en los riesgos de confiar demlos mercados, incluso en los mercados de bienes científicosble «salida» es afirmar la necesidad de verificar los hechos neoposit ivistamente la producción y d ifusión d e conocimiecamino sería cuestionar las condiciones en que se producen teorías yprocesos ed ucativos en med io de la masificación cultural ytencia caníbal por los cargos y el prestigio. Una tercera poscriticar la simulación de identidade s y el restablecimiento dde sigualdade s y desen cuentros a que nos ha llevado la intenscomunicaciones electrónicas que prometía aumentar y horizontalizarlos intercambios. Cabe preg untarse, entonces, si no seguimtando afirmar con un mínimo de claridad y contrastabilidad en quéconsiste ser sujeto después de las desconstrucciones estructuralistas,marxistas y psicoanalíticas.

Un ejemplo más. En octubre de 2000 una lectora de la novelaSa-bor a hiel, con la cual la locutora televisiva española Ana Rosatana se estrenaba en la literatura, reveló que muchas páginaslato estaban copiadas deÁlbum de familia, de Danielle Steel, y otrasdel libro de Ángeles Mastretta,M ujeres de ojos grandes.Sorprendidapor el descubrimiento, la «autora» intentó justificarelplagio diciendoque los párrafos importados habían caído en su relato «por ma de inexperiencia, un error informático y un fallo de los talistas». ¿Documentalistas? En el mundo editorial suele hablarse denegrosal referirse a quienes trabajan anónimamente para que un su-puesto literato firme, «práctica generalizada -según el diarioEl País-en el salvaje m ercado d elbest seller».

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La cuestión trasciende esta novela editada por Planeta que vendiómás de 100.000 ejemplares. Pregunta Juan José Millás: .¿Por qué unalocutora famosa no puede alquilar su nombre para vender un folletín?También el Rey y el preside nte d el Gobierno firman discursos que lesescriben otros sin que nad ie se escan dalice. ¿Por qué pedirle a una pre-

observación participante intensa en una comunidad diferente, y ellosin la exigencia de tener que dejar físicamente el hogar. Cuando pre-gunté a varios antropólogos si les parecía que esto podía considerarsetrabajo de campo, por lo general respondieron «tal vez»; inclusocaso, •por supuesto •. Pero cuando insistí, preguntándoles si supervi-

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sentadora de televisión más que a un Jefe de Estado?» (Millás, 2000).Más allá del juego humorístico, la comparación entre una trampa edi-torial, una táctica publicitaria y un modo de producción delegada delos discursos políticos plantea la necesidad de considerar los proble-mas de correlación entre construcciones verbales y referente s empíri-cos, la adecuación entre conceptos y cosas, no solo como un asuntosemántico. Está en cue stión el sentido pragmático que ad quiere el pro-blema de la representación en interacciones diferentes. Se trata de losesquemas compartidos de valoración y d e los pactos de fiabilidad quedan consistencia a unos y otros modos de interactuar. Toda referencia,afirma Paul Ricoeur, «es correferen cia», o sea que se construye con losotros.

En un sentido, es útil detectar que las identidad es son producto d elas narraciones y actuaciones. Pero el e ntusiasmo posmode rno por es-ta ficcionalización de los sujetos, por el carácter construido d e las ide n-tidades, no se justifica del mismo modo en contextos lúdicos o de ries-go. El travestismo, interesante como ocasional juego carnavalesco oexperiencia personal, no es un modelo para todos. ¿Puede existir so-ciedad, es decir pacto social, si nunca sabemos quién nos está hablan-do, ni escribiend o, ni presentando ponencias? Convivir en sociedad esposible e h tanto haya sujetos que se hag an responsables. No se trata deregre sar a certezas fáciles del ide alismo ni del e mpirismo, ni de neg arcilánto imag inamos de lo real, de los otros y de no sotros mismos al re-presentarnos en el lenguaje. Se trata de ave riguar si en cierto grad o esviable hallar formas empíricamente identificables, no solo discursiva-mente imaginadas, de subjetividad y de a lteridad.

En los últimos años estas cuestiones comienzan a aparecer en losdebates epistemológicos y en las incertidumbres de la investigación.James C lifford plantea, por ejemplo, si alguien que e studiara la cultu-ra de los espías de orde nadores(hackers)podría lograr que su trabajose aceptase como tesis de antropología no habiendo e ntrado nunca encontacto físico con un espía. ¿Podrían considerarse los meses, inclusoaños pasados en la Red como trabajo de campo? «La investigaciónbien podría aprobar la exigencia de e stadía prolongad a y el examen de“profundidad "/interactividad . (Sabemos que e n la Red puede n ocurriralgunas conversaciones e xtrañas e intensas.) Y e l viaje electrónico e s,después de todo, una especie de dépaysement.Podría incrementar la

, p psarían una tesis de d octorado e n Filosofía que se basara principte en este tipo de investigación descorporalizada, dudaron o dijeronque no: tales experiencias no podrían aceptarse en la actualidad comotrabajo de campo» (Clifford, 1999: 82).

De pronto, advertimos que esta pregunta recogida por Clifford en-vejeció en menos de una década. La observación etnográfica de cómotrabajan los antropólogos lleva, ante todo, a dar vuelta la cuestión. Yano consiste en decidir si es aceptable considerar Internet como objetode estudio. Más bien: ¿es posible hacer investigación sin Internet?¿Cuántos antropólogos no se sientan diariamente ante su computado-ra, o ante la de un cibercafé si están en trabajo de campo, y consultansu correo, hablan con los compañeros de su universidad y con los co-legas d e otros países, buscan biblio y heme rografía, leen los diasu distante ciudad y de otras, envían de sde un pueblo campesincripción a un congreso o su avance de tesis al director? Además, des-cubren que muchos de sus informantes —indígenas, pobres urbanos,estudiantes y funcionarios de ONG- también lo hacen. ¿Cómo dejarfuera del análisis ese vastopedixo de lo real que es lo virtual?

¿Por qué acompañar a los indígenas o los trabajadores de un sindi-cato afectados por la privatización de sus fuentes de trabajo, y noacompañarlos cuando siguen en Internet, desd e sus organizaciocales, las movilizaciones lejanas d onde se pide al gobierno naclas cumbres mundiales que la d iversidad l ingüística y e l accesotario al software sean reconocidos como demandas, tan legítimas co-mo la posesión de la tierra y la educación?

Las exigencias en el control del conocimiento deben mod ificla medida en que cambió la noción clásica de sujeto y el modo de es-tudiarlos. Aun sin abismarnos en las incertidumbres de lo virtual, elproblema e s agudo —como ve remos más ade lante— por las mpertenencias de los sujetos en tiempos de migraciones masivas y elacceso fácil a signos de identificación de muchas sociedad es. Dmillones d e personas no son ya sujetos de t iempo completo de la cultura, debemos admitir que la versatilidad de las identificacionesy las formas de tomar posición requieren metodologías híbridas. Perohibridación no es indeterminación total, sino combinación de condi-cionamientos específicos. Al estudiar estas mezclas, el saber cino puede de jarse l levar por la simple celebración de las facil id

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mádicas y para conseg uir disfraces. Podemos e sperar que la ciencia sediferencie de otras formas de conocimiento, como las artísticas, me-diante algún tipo de contrastabilidad y racionalidad. Al menos, es lapreocupación que encontramos en la larga tradición desconstruccio-

ma de la filosofía el que resulta afectado, concluye Paul Riel conjunto de los proyectos filosóficos que fundaron en lalas certezas d el saber (Ricoe ur, 1969: I01).

Esta desconstrucción acaba con las pretensiones de los s

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nista del sujeto: no simple disolución sino una renovada exigencia decoherencia fi losófica, nece sidad d e d ar consistencia a la ciudada nía yverosimilitud a las interaccione s sociales.

La desconstrucción modernaEn el pensamiento de los siglos XIX y xx la inestabilidad d e la nociónde sujeto está originada, en gran parte, por el desprestigio de la concien-cia. Luego d e haber constituido para la mode rnidad, de Descartes a He-ge l, el origen y fundame nto de toda significación, las ciencias sociales laconvinieron en ecode determinaciones externas, un lugar sospechoso,fuente de eng años y enmascaramientos. Se nos dijo que la concienciaera reflejo o síntoma, se la juzgó un espacio ilusorio o inexistente. Siaceptamos parcialmente la reiterada afirmación de que Marx, Nietzschey Freud inauguran e l saber contemporáneo, hay que conve nir que e stesaber se ha e dificado contra la conciencia.

Desd e De scartes sabíamos que las cosas son descon fiables, que noson tal como aparecen, pero no dudábamos de que la conciencia eracomo se prese ntaba a sí misma. A partir de la seg unda mitad d el sigloKix comenzamos a perde r esta cert idumbre. Marx habló de la concien-cia como producto social, una representación dependiente de las re-laciones materiales de producción y deformada por los intereses declase. Nietzsche desmistificó mediante su genealogía de la moral la fal-sedad de los valores consagrad os por la cultura europea, reveló bajo suaparente superioridad la decadencia. La obra entera de Freud estuvode dicad a a desco nfiar de l saber consciente, perseguir en las expresio-nes disfrazadas de los sueños, los chistes, los olvidos y los mitosaque-llas palabras fundame ntales que no d ejamos que nuesiro inconscientepronuncie: por eso comparó el proyecto psicoanalítico de descentrar alyo con la empresa d e Co pérnico y Darwin cuando expulsaron al hom-bre del centro del universo y de la vida, por eso Lacan adjudicó a losanalistas la tarea d e d erribar la tradición fi losófica que «d e Sócrates aHegel» privilegió la conciencia de sí, y propuso «suspender las certi-dumbres del sujeto» (Lacan, 1966:292). La teoría marxista de las ideo-logías, la crí t ica moral nietzscheana y el d esenm ascaramiento psicoa-nalí tico convergen para desmontar los mecanismos d e simulación d e laconciencia y de scalif icarla como fuente de conocimiento. No es un te-

pviduales de hablar y actuar desde una isla, un yo soberano. Si no hayconciencia a priori, ni existe conciencia inmediata de sí misma o delmundo, no hay datos inmediatos de la conciencia. Así se fueron des-moronando la autoafirmación individualista frente a la natusociedad fomentada por los proyectos mode rnos de cambición subjetivista que acompañó el d esarrollo d el capitalismel relato sobre el crecimiento incesante d e la ciencia y e l clógico del mundo.

Narciso, que esperaba que el universo sometido le devolviera suimagen — el reflejo de su conciencia—, desd e el siglo pasadde scifrar lo que está de bajo del rostro que ahora le entreg aplace menos en lo que puede hacer con e l mundo e interromundo pued e hacer con él . Un léxico fue ree mplazado por flexión sobre la conciencia,el sujeto y la libertad, que hasta la épicaexistencialista dominaba g ran parte d el trabajo filosófico, dde sde la dé cada d e 1960 al descubrimiento y análisis de lareglas,lasestructuras y loscódigosque nos constituyen. Lewis Carro!l es quienahora nos representa mejor: preferimos, como Alicia, más que con-templarnos en los e spejos, tratar de pe netrarlos.

La reacción contra las filosofías de la conciencia fue llevando elpéndulo hasta el e xtremo opuesto. El econo micismo marxificó la compleja dialéctica entre lo material y lo ideal atribuyendo aldesarrollo «objetivo» toda la iniciativa y condenando a la cestar siempre atrasada respecto de los hechos, ser apenas supasiva. La imagen d e que la conciencia «refleja» lo real —mesional en los textos de Marx— g ene ró una profusa bibliogrzo pasar por concepto la me táfora de l reflejo y le asignó vatrativo. Sin un adecuado trabajo epistemológico que controlara loslímites y peligros de esa metáfora, se concibió a las representacionessubjetivas como externas y ulteriores a la realidad, igual quóptico respecto d e lo reflejado.

El auge estructuralista contribuyó también a abolir al sujeto cons-ciente o al me nos convertir lo en un fenómeno re sidual. La ción del formalismo saussureano, sobre todo d el primado dlengua(sistema de reglas fonológicas, parte social del lenguaje) so(acto singular del hablante), unido al predominio de la estructura so-bre el proceso y la función, engendraron una estrategia objetivista uoperacionalista para analizar los fenómenos humanos. Al ex

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antropología, el psicoanálisis y otras ciencias este mode lo l ingüísticofue extend iéndose una co ncepción del saber que ex cluía a los sujetosde la experiencia. Claude Lévi-Strauss escribió que «aun las creacione saparentemente más libres y arbitrarias» del hombre, como los mitos yel arte, se hallaban organizadas por un inconsciente impersonal, por

dente el proceso generador y transformador de la lengua, por tanto elpapel de los sujetos hablantes. Chomsky reconoció a los estudios es-tructurales el mérito de haber de scubierto relaciones formales qumitían re conceptualizar el funcionamiento del lenguaje, haber exdo el campo de información y la seg uridad de los datos, pero les

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, g p p , pestructuras anónimas concebidas como operadores abstractos de ele-mentos; en última instancia, sostuvo, la tarea de la antropología no esde scubrir lo propio de l hombre, sino disolverlo «reintegrar a la cultu-ra en la naturaleza, y, finalmente, a la vida e n el conjunto de sus condi-

ciones fisicoquímicas» (Lévi-Strauss, 1964: 353). Antisubjetivismo, an-tihistoricismo, antihumanismo: ya ni podía decirse que el hombrehablaba o pensaba, sino que era hablado y pensad o por el lenguaje. Se-gún M ichel Foucault, había que d espertar de l «sueño antropológico»,reconocer que el hombre «no es el problema más antiguo ni el másconstante que se haya plantead o el saber humano», que el sujeto y suconciencia soberbia son «una invención reciente», cuyo na rcisismo seborra en la reorganización objetivista de la episteme contemporánea«como e n los límites de l mar un rostro de arena » (Foucault, 1973: 331-333 y 375).

Esto ataques corrosivos fueron útiles en países donde la subordi-nación de la objetividad científica a las filosofías de la conciencia

(Francia, Aleman ia y los latinoame ricanos influidos por ellos) quitabarigor a la fundamentación del saber. Pero el carácter reactivo reduc-cionista, que a menudo tuvieron estos movimientos críticos los llevó aexcluir, con la problemática del sujeto, el estudio de la constituciónsingular del mundo humano, la diferencia entre naturaleza e historia,la géne sis y evolución de las estructuras sociales. La neg ación de l suje-

_ to fue cómplice de la subestimación de la historia: si no hay sujeto seevapora la posibilidad de que haya una acción que transforme el ordenvigente y dé un sentido responsable al devenir.

Qué hacer con las ruinasLos problemas irresueltos dejados por estas empresas reduccionistasincitaron nuevos accesos al tratamiento de la subjetividad. La gramáti-ca ge nerativa de Noa m Chomsky y los trabajos de Émile Benveniste,Julia Kristeva, Michel Pécheux y Paul Ricoeur e xploraron, desd e mar-cos teóricos diverso s, cómo es posible que e volucione y constituya unahistoria un sistema de signos. Buscaron entender cómo se podía arti-cular la aproximación sincrónica, resultante de un corte arbitrario en elproceso vivo de l habla, con la dime nsión diacrónica, en la que es e vi-

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p y g pque se restringieran a e xaminar fenómenos superficiales y desculos aspectos creadores y semánticos en el uso de la lengua (Chomsky,1968: 40). Julia Kristeva, luego d e haber adhe rido al d eterminismtructuralista, reivindicó el papel del sujeto de la enunciación con losaportes del marxismo y el psicoanálisis: un sujeto fracturado entre suconciencia y su inconsciente, cuyo desempeño, a la vez codificado ysingular, le permitió ofrecer interpretaciones originales sobre las rup-turas de las vanguardias l i terarias francesas.

Ese g iro del d ebate l ingüístico y se miótica fue l levado a concnes filosóficas por Paul Ricoeur. Pese a que su contribución no logródesprenderse totalmente del idealismo, ayudó a precisar las tensionesentre una ciencia estructural y una fi losofía que procura d ar cuenlugar de los sujetos luego d e haberse d ejado instruir por la crí tictífica. Heredero de la tradición husserliana, habiendo practicado unareflexión fenomenológica sobre el lenguaje como hecho expresivo,aceptó el de safío de trasladar la significación a un área e n la qu

permite explicarla con la intencionalidad de un sujeto a priori, dondeel lenguaje es visto como una entidad autónoma de dependencias in-ternas. En una audaz combinación de la l ingüística chomskiana yfilosofía anglosajona del leng uaje, Ricoeur revalidó el aspecto cde los sujetos hablantes. Al entende r el lenguaje como produccióque como producto, operación estructurante en vez de inventario es-tructurado, sobre todo en el nivel semántico, demostró que el hablafunciona com o intercambiador e ntre el sistema y e l acto, la estruy el acontecimiento. La frase, por ejemplo, es un acontecimiento, conuna actualidad transitoria, evane scente , pero el habla sobrevive ase: como e ntidad d esplazable, se mantiene d isponible para nuevoy, al retornar al sistema, le da una historia. Un fenómeno semejante

ocurre con la polisemia, incomprensible si no introducimos esta dia-léctica del signo y de su uso, si no tomamos en cuenta la historia deluso, el carácter acumulativo que adquiere la palabra al enriquecerse

- con nuevas d imensiones d e sen tido; este proceso acumulativo, mrico, se proyecta sobre el sistema transformándolo (Ricoeur, 1969 y1996).

No obstante el valor de muchos aportes de e ste autor —deslinfunción semiológica de la semántica, retomar en un sentido no psico-logizante las nociones de intencionalidad y expresión, repensar las

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convergencias e incompatibilidades entre las ciencias y filosofías dellenguaje— su esfuerzo se conce ntró en el área sintáctica y semántica. Sibien al redefinir la estructura como «dinamismo reglado» la vuelve ca-paz de dar cuenta de cómo los sujetos participan en la producción del t i i t f i édit l l l id d d l

sociales, los conflictos del sistema y las prácticas de las clases y losgrupos que intentan resolverlos.

Es sabido cuán lejos están estos últimos autores de re staujo sujeto o a la con ciencia inge nua de las filosofías idea listas

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los acontecimientos y formas inéditas, y no solo en la regularidad deldiscurso, las consecuencias más revolucionarias de estudiar el lenguajeen términos de producción y generación se hallan en el campo de lapragmática. En cierto modo Ricoeur se planteó superar la oscilaciónentre el «sujeto ensalzado» de Descartes y el «sujeto humillado» deNietzsche en la teoría de la acción de sus últimas obras. Pese a que estaelaboración, sobre todo enSí mismo com o otro,tiene para la búsquedaque aquí propongo el interés de reunir las certezas de los sujetos con«la verificación de los saberes objetivos» y con la mediación de laalteridad (Ricoeur, 1996, xxxv), subsume la «atestación» c ientífica e nel momento re flexivo, e incluso e n la cree ncia religiosa.

Antes de dejar la cuestión según se plantea en el ámbito lingüístico,hay que recordar a quienes, desde Julia Kristeva a Eliseo Verán,señalan la necesidad d e que un estudio integral de l leng uaje trasciendasus aspectos internos: las situaciones soc iales involucradas en la co mu-nicación entre personas y g rupos, las maneras e n que lo usan yel tipode praxis que realizan al transformarlo, e incluso al transformar, me-diante el lenguaje, las interacciones sociales. Una teoría del lenguaje nopuede partir de l sujeto hablante, pero d ebe se r capaz de localizarlo enforma abierta, dejar el espacio para que su invención surja y reoperesobre la estructura que lo determina.

Tambiéh en la etapa final del pensamiento marxista se revisó eldesconstruccionismo radical. La reformulación del tema de la praxisdentro de la renovación epistemológica del marxismo contribuyó areubicar al sujeto y la conciencia. Aun quienes durante la hegemoníaalthusseriana sostenían que se r sujeto significa e star sujetado a e struc-turas ideológicas que —a l interpelarnos— nos consti tuyen com o tales,comenzaron a reencontrar a los sujetos en los movimientos sociales.Se vio que la supresión de la problemática del sujeto resbalaba final-mente hacia el estructural-funcionalismo y llevaba a pensar en la so-ciedad compartimentada estáticamente en «prácticas» y «aparatos».Las reformulaciones d el pensamiento marxista en a utores tan diversoscomo Manuel Castells, en sus estudios sobre movimientos sociales, yPierre Bourdieu en su etapa final, los llevó a encontrar sujetos colec-tivos que vuelvan inteligibles los conflictos (Castells, 1980; Bourdieu,1998). La historia no puedeserreducida a una interacción ciega entreestructuras anónimas. Necesitamos entonces una teoría de los sujetoscolectivosque permita identificar y entender los focos de iniciativas

buscan un equilibrio conciliador rehabilitando en parte los derechosdel sujeto individual. Si queremos hablar de sujeto, si todavble, debe ree laborarse e l concepto para l impiarlo de i lusiontricas y volverlo capaz de designar un lugar a la vez condicionado ycreado r. En términos de Bourdieu, hay que comprend er la ientre las estructuras estructurantes con que la sociedad contos, a través de lhabitus, y las respuestas de los sujetos a partir de pticas.

La teoría bourdieuana construyó un marco comprensivo teracciones a través de las cuales lo social se interioriza enduos y logra que las estructuras objetivas concuerden parcialmentecon las subjetivas. Si hay una homología entre el orden social y lasprácticas d e los sujetos no es por la influencia puntual del pcativo, publicitario o político, sino porque esas ac cione s se sistemas de hábitos, constituidos en. su mayoría d esd e la inpoder simbólico no configura los sujetos principalmente en la luchapor las ideas, en lo que puede hace rse presente a la concienuno, sino en las relaciones de se ntido no conscientes que seen e lhabitus y sólo pode mos conoce r a través de él . Por ser «sde disposiciones durables y transponibles, estructuras predfuncionar como estructuras estructurantes» (Bourdieu, 1980: 88), elhabitus sistematiza el conjunto de las prácticas de cada persogrupo, garantiza su coherencia con el de sarrollo social másquier condicionamiento explícito (Bourdieu, I979a).

La obra bourdieuana elaboró esta interacción entre sujetos y es-tructuras en e l campo estético. La manifestación aparenteme nbre de los sujetos, el gusto, es el modo en que la vida de cada unoseadapta a las posibilidad es e stilísticas ofrecidas por su cond icse. El

«gusto por el lujo» de los profesionales liberales, basado en laabundancia d e su capital económico y cultural, el «aristocracético» d e los profesore s y los funcionarios públicos que optocios menos costosos y las prácticas culturales más serias, la preten-sión de la pequeña burguesía, o «la elección d e lo ne cesarioben resignarse los sectores populares, son maneras de elegir elegidas. A través de la formación de lhabitus, las condiciones d e e xis-tencia de cada clase, de cada cultura nacional y de cad a géneponiendo inconscienteme nte un modo d e clasificar y experreal. Cuando los sujetos seleccionan, cuando simulan el teatro de las

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qué significa para los hombres y mujeres que conocen, que hacen lahistoria o la sufren, que los c onflictos objetivos los atraviesen. El suje-to individual no puede ser el punto de partida para entend er las estruc-turas, pero al examinarlas ninguna exige ncia de objetividad da dere choa ignorar sus vivencias La red ucción del sujeto a se r «soporte» «por-

Sujetos interculturalesLa elaboración del tema del sujeto ha oscilado entre un tratamientoabstracto, destinado a discutir el carácter universal de los sujfil fí l i áli i ) l áli i í i d d li

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a ignorar sus vivencias. La red ucción del sujeto a se r «soporte», «por-tador» o me ro «efecto» de las estructuras parece olvidar lo que en ca-da uno se levanta o se repliega en los conflictos sociales, los núcleospersonales y colectivos dond e re elaboramos lo que las estructuras ha-cen con nosotros. Si no dejamos que ocupe su lugar en la teoría este es-pacio interactivo, no es posible comprender las contradicciones entrela coerción del sistema y los intentos de responderle. El idealismo re-cluyó en la intimidad d e la concien cia solitaria esa interac ción psicoso-cial , pero en realidad e s el sit io dond e pade cemos las determinacionesobjetivas y e stas se cruzan con nuestros esfuerzos por superarlas.

La concienc ia no ex iste a priori, pero sí es posible como trabajo, co-mo proceso de construcción necesario para que nos liberemos de laopción entre ser narcisos o reflejos. Este proceso pued e tene r diversasformas: para el psicoanálisis l legar a ser consciente induye problemastales como el pasaje d el principio de placer al principio de realidad , có-mo salir de la infancia y convertirse en ad ulto; para el marxismo alcan-zar la concienc ia requiere d estruir la fetichización mercanti l que hacever las relaciones sociales como relaciones en tre cosas a fin de percibir-las como vínculos entre actores, pero como el fetichismo es al mismot iempo imaginario y material —en el capitalismo los hombres nos co-nectamos efectivamente a través de las mercanc ías— la conciencia seproduce e n la práctica transformadora, en la construcción de una nue-va vida social.

Esta reconsideración de la cuestión del sujeto se ha extendido endesarrollos filosóficos, lingüísticos, antropológicos y psicoanalíticosde las últimas décad as. De e se d esenvolvimiento vastoiy diversificado,quiero destacar dos asuntos. Uno es la necesidad de hablar de sujetosinterculturales, o sea en tend er la interculturafidad amplia, propia de unmundo globalizado, como un factor constituyente, decisivo, en la con-figuración actual de la subjetividad. La segunda cuestión tiene que vertambién con la globalización, pero sobre todo con los enfoques pos-modernos y con las condiciones tecnológicas y culturales que ahoravuelven extremadamente móvil, fluctuante, y por eso dudosa, la for-mación y la permanencia d e los sujetos.

filosofía y el psicoanálisis), y el análisis empírico de moda liticulares d e se r sujeto en una cultura, una clase o una na ción toria, la antropología y la sociología). La globalización, en tensificación de las depend encias recíprocas» entre todas las(Beck, 1999), modifica los mod os anteriores d e co nfigurar sinteracciones entre ind ividuo y socieda d. En las ciencias socba por sentado que esta interacción se establecía entre una socional o una etnia que conformaban sujetos marcados por upor «estructuras de sentimientos» de larga duración (R. Williams),y por respuestas con que los individuos o grupos podían modificarpartes de los condicionamientos. Ese paisaje se ha transnacmaterial y simbólicamente .

Las identidades d e los sujetos se forman ahora en procesnicos e internacionales, entre flujos producidos por las tecnologías ylas corporaciones multinacionales; intercambios financieros globali-zados, repertorios de imágene s e información creados parabuidos a tod o el planeta por las ind ustrias culturales. Hoy imlo que significa ser sujetos no solo d esd e la cultura en que nno de sde una e norme variedad d e repertorios simbólicos y mcomportamiento. Podemos cruzarlos y combinarlos. Somos dos a hacerlo con la frecuencia de nuestros viajes, de los vimiliares y conocidos que nos relatan otros modos de vida, y por losmed ios de comunicación que traen a d omicilio la diversidapor el mundo. Aun os indígenas y campesinos migran y recosu patrimonio grupal y personal para ser obreros o comerciantes enotro país, quizás en otra leng ua, o en varias. Por su mayor lira clegirse o por la reducción de oportunidades impuesta por crisiseconómicas o políticas, los sujetos viven trayectorias variablesas, modificadas una y otra vez.

Vivir en tránsito, en elecciones cambiantes e inseguras, cdelaciones constantes de las personas y sus relaciones sociaconducir a una desconstrucción más radical que las practicateorías de la sospecha sobre la subjetividad y la conciencia.antes nos preguntábamos qué quedaba del sujeto ^después de que elmarxismo, el psicoanálisis y el e structuralismo de sconfiaran dra las certezas de e sas teorías del individuo y la socied ad sentre signos de interrogación por una recomposición de los órdenessocioculturales que alcanza a todos.

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Más mestizajes étnicos y sincretismos religiosos que en cualquierépoca, nuevas formas de hibridación entre lo tradicional y lo moderno,lo culto y lo popular, entre músicas e imáge nes d e culturas alejadas, nosvuelven a todos sujetos interculturales. La tarea de ser sujeto se presen-ta más l ibre, sin las restricciones que imponía antes la f idelidad a unasola etnia o nación Pero al aumentar la heterogeneidad e inestabilidad

(ibíd.: 576). Vimos que estos autores encuentran, en su lectura de losmanuales de g estión de las empresas, una tensión entre la exigeflexibilidad a los sujetos y la necesidad deser alguien, o sea poseer unyo dotado de cierta especificidad y permanencia en el tiempo.

También los manuales de marketing a consejan personalizar alsumidor Recibimos en nuestra casa y en el correo electrónico car

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sola etnia o nación. Pero al aumentar la heterogeneidad e inestabilidadde referencias ide nti tarias se increme nta la incertidumbre fi losófica yafectiva. Esta inestabilidad puede ser trabajada en dos registros, que aveces se confunden, pero con viene d istinguir: el posmode rnismo filo-sófico y la globalización socioeconómica y tecnológica.

El pensamiento posmode rno rede fine a los sujetos como nómad as.Basado en las experiencias de migrantes, artistas y exiliados, y toman-do poco en cuenta las estructuras económicas y socioculturales, losflujos de me nsajes y biene s que hacen posible la experienc ia nomádica,estos autores exaltan la desterritorialización y ven el debilitamiento delazos de pertene ncia nacionales o locales como una l iberación (Deleu-ze, Guattari, Lyotard). En vez de las estructuras durables de senti-mientos, la relocalización táctica d e ex periencias y cond uctas.

Esta desco nstrucción de los sujetos ensimismados y conscie ntes, li-gad os a un terri torio, se radicaliza e n un mund o en red. Luc Boltanskiy Éve Chiapello lo describen así: «En el mundo con exionista, la fideli-dad a uno mismo es rigide z; la resistencia frente a los demás, rechazoa conectarse ; la verdad d ef in ida desde la ident idad d e una representa-ción con respecto a su original, desconocimiento de la variabilidad in-finita de los seres que c irculan por la red y que se modifican cada ve zque entran en relación con seres diferentes, de tal forma que ningunode sus avatares puede tomarse como punto de origen con el que que-pa confrontar otras manifestaciones. En un mundo en red ya no cabeplantearse formalmente la cuestión de la autenticidad en su acepciónde la primera mitad de l siglo xx, ni tan siquiera e n la formulación quehemos visto surgir tras el intento de recuperación capitalista d e la crí-tica de la estandarización, que todavía supone la posibilidad de un jui-cio cuyas evaluaciones establecen un fundamento med iante la referen-cia a un o rigen» (Boltanski y Chiapello, 2002: 571).

Arribamos al universo de simulacros de Jean Baudrillard, donde notiene sentido la diferencia entre copia y modelo, entre espectáculo yrealidad. Pero, como observan Boltanski y Chiapello, esta distinciónnos deja sin lugar desde dónde construir un punto de vista crítico. Lapropia posición crítica posmoderna se invalida: «Si todo, sin excep-ción, ya no es más que construcción, código, espectáculo o simulacro,¿desd e qué posición de exterioridad pod ría situarse el crí tico para de-nunciar una i lusión que se confunde con la totalidad de lo existente?»

sumidor. Recibimos en nuestra casa y en el correo electrónico carpropaganda dirigidas a nuestro nombre y que nos tutean aunque elmismo texto sea enviado a millones de clientes. Dicen que diseñaronuna ropa, un plan de vacaciones y el crédito para comprarlos pensan-do en nuestras necesidades y aspiraciones. Halagan al comprador ma-sivo con referencias quizás inventadas, quizá capturadas en nuestracompra de hace un año, con la cual nos descubrimos estafados. Perocuando quisimos reclamar advertimos que ser sujeto es una construc-ción destinada al cliente, porque es imposible saber quién es el dueñode la fábrica, ni siquiera el país de sde e l cual nos responde e l codor automático. «Si quiere que le mientan e n inglés, apriete 1; papañol, apriete 2.»

Ser sujetos parecería no ser ya una tarea de desconstrucción de laconciencia o crítica a la fetichización de las mercancías. Pretendsea el juego equívoco entre voces que simulan individualizarse. Lanueva desigualdad reside en que los identificados somos los consumi-dores de las grandes tiendas, los migrantes y turistas fotografiados enlos aeropuertos, nunca los que hacen las preguntas y almacenan la in-formación. Se nos pide en e ste mundo cone xionista ser lo bastanleables como para adaptarnos a muchas situaciones y culturas, peroquien vive ad aptándose a nue vos roles —leíamos en Boltanski ypello— corre el riesgo de pasar inadvertido o volverse desconfiable.También se expone a ser identificado sin saber quién lo identifica. Sevalora que un escritor proponga personajes versátiles y se burle de lasconvenciones que estereotipan a los sujetos, pero lo que deseamosahora es saber cómo evitar ser eng añados si conviene su autoría trampa. Admitimos la relativización y pluralidad de saberes, pero es-peramos que un científico aspire honestamente a distinguir entre lasmáscaras y alg ún sustrato que estabiliza las relacione s sociales, ylos hombres y las cosas.

Al final de los festejos posmodernos a la «sociedad del consumflexible, encontramos la necesidad de configurar una concepción pos-metafísica del sujeto que no se detenga en la desconstrucción. Menosaún que, por quedarse solo en ella, instaure una especie de metafísicade l simulacro i l imitado. Y, por esta vía, acabe volviend o indiferedas las dist intas si tuaciones e n que los individuos y los grupos sven nómadas, desarraigados o excluidos. No aceptamos que se hable

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en g eneral d el sujeto mode rno sin considerar las condiciones estructu-rales que permanec en ni cómo son reorde nadas e n las ficciones del ca-pitalismo. En pocos autores posmodernos se registran como parte delas transformaciones los dra mas d e los sujetos individuales, familiares,étnicos, para los cuales migrar genera más desarraigo que liberación,

Un rasgo an tide mocrático d el proceso d e g lobalización etrae las decisiones sobre los nuevos procesos de interd epetre capitales, inversiones, producción, circulación y consumo de bie-nes, de la acción de los ciudad anos. Las decisiones y los beconcentran en unas pocas élites financieras industriales y políticas

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, p g g g q ,vulnerabilidad que riesgo, más soledad que enriquecimiento por mul-tiplicación de pertenencias.

Una intelectual feminista europea puede celebrar que su itineranciapolíglota por varios continentes le pe rmita «desd ibujar las fronteras»,vivir «escindid a» entre varias culturas, expe rimentar «saludable esce p-ticismo en relación con las identidades permanentes y las lenguas ma-ternas», sentir «la falta de hogar como una condición elegida» (Brai-dotti, 2000: 30, 43 y 49). Los relatos de migrantes pobres y exiliadospolít icos no hablan con tal e ntusiasmo d e los aeropuertos y las fronte-ras como «oasis de no pertenencia», ni como «tierras.que no son dehombres ni de mujeres» (ibíd.: 52). Para ellos ser sujeto tiene que vercon buscar nuevas formas de pertenecer, tener derechos y enfrentarviolencias. Para e stos de splazados y d esplazadas la ape rtura m ulticul-tural de nuestra época globalizada no se acompaña con estructuras yleyes que garanticen seg uridad social a quienes migran o van y vienenentre sociedad es d iversas. Apenas comienza a diferenciarse el dist intosentido que tiene para diferentes clases sociales la reconstrucción ac-tual de las identid ade s y la subjetividad . Comienza a ser visible g raciasa la reciente articulación entre análisis posmodernos sobre políticas deidentidad y estudios etnográficos sobre los efectos cotidianos de laglobalización (Balibar, 2002; Sennett, 2000).

Quiero detenerme aquí en una de las consecuencias de esta nuevacond ición intercultural y transnacional d e la subjetividad: las d ificulta-des de manifestarse como ciudadanía. Hay un desacuerdo estructuralentre el orden político organizado en Estados nacionales, con gobier-nos elegidos por ciudadanos de cada país, que solo tienen competen-cias en asuntos internos, y los flujos de capitales, bienes, mensajes ymigraciones, que circulan transnacionalmente sin regulaciones glo-

bales ni participación de ciudadanos en esa escala supranacional. Sa-bemos que se han dado algunos pasos en Europa para constituir unaciudadanía regional, que extiende los derechos y responsabilidades na-cionales a escala continental . Pero otros esquemas d e integ ración ape-nas consideran formalmente, sin consecuencias participativas, el papelde los ciudad anos en las d ecisiones supranacionales (Mercosur), o de -jan ausente de la ag end a polít ica la cuestión de la ciudad anía regional(Tcc de América del N orte). Los acuerdos se reducen a lo que arreglanentre ellas las cúpulas e mpresariales y gubernamentales.

concentran en unas pocas élites financieras, industriales y políticastransnacionales, residentes en los Estados Unidos, Europa ylibertad para ser sujetos multi e interculturales se restringeanónimas que administran las grandes inversiones, diseñan tos y entretenimientos que se consumirán en diversas culturas, y seapropian los beneficios de ese vasto comercio. A diferencia de losnombres de multimillonarios célebres, que en otro tiempo aparecíancomo sujetos de poder polí t ico y e conómico (representadosjetos que producían: automóviles Ford, por ejemplo), los duiniciativas económicas y sociales se llaman hoyCNN, MTV, FMI, OECD.En vez de sujetos, hallamos siglas, sociedades anónimas, respecto delas cuales resulta difícil que los consumidores nos posicionesujetos. La de spersonalización de l poder de sidentifica tambiéyoría de los habitantes de l planeta.

Sujetos periféricosPara situar quién habla y desd e d ónde lo hace, vuelve a se r neplicitar el lugar g eopolítico y g eocultural de la emancipación.ficativas, en este se ntido, las convergencias y d ivergencias al multiculturalidad e n d istintas reg iones. En la teoría literaria ytudios culturales estadounide nses se hallan constantes cue stioa las teorías universalistas que han con trabandead o, bajo aparobjetividad, las perspectivas coloniales, occiden tales, masculiny de otros sectores. Algunas de estas críticas de sconstruccionido e laboradas también en las ciencias sociales y las humanidadmericanas: pensadores nacionalistas y de izquierda plantearnes se mejantes a teorías sociales y culturales me tropolitanas.

Una cuestión de batida en los últimos años a propósito de ldicaciones de actores periféricos o excluidos es la relación entre lacreatividad gnoseológica y los poderes sociales o geopolíticos. Des-pués de haberse atribuido en las décadas de 1960y 1970 capacidadesespeciales para gene rar conocimientos «más verdade ros» a siciones oprimidas como fuente de conocimiento, hemos visto en laexaltación de lo subalterno riesgos fundamentalistas.

¿Qué gana el especialista en cultura al adoptar el punto dlos oprimidos o excluidos? Puede servir en la etapa dedescubrimiento,

para generar hipótesis o contrahipótesis que desafíen los saberes cons-tituidos, para hacer visibles campos de lo real descuidados por el co-nocimiento hegemónico. Pero ene' momento de la justificaciónepis-temológica conviene d esplazarse en tre las intersecciones, en las zonasdond e las narrativas se oponen y se cruzan. Solo en e sos escenarios detensión encuentro y conflicto esposible pasar de las narraciones sec-

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tensión, encuentro y conflicto esposible pasar de las narraciones sectoriales (o francamente se ctarias) a la elaboración de con ocimientos ca-paces de demostrar y controlar los condicionamientos de cada enun-ciación.

En la medida en que el especialista en estudios culturales o litera-rios o artísticos quiere realizar un trabajo científicamente consistente,su objetivo final no es re presentar la voz de los silenciad os sino enten-der y nombrar los lugares donde sus demandas o su vida cotidianaentran en conflicto con los otros. Las categorías de contradicción yconflicto están, por tanto, en e l núcleo d e e ste modo de concebir la in-vestigación. No para ver el mundo d esde un solo lugar d e la contradic-ción sino para comprend er su e structura actual y su dinámica posible.Las utopías de cambio y justicia, en este sentido, pueden articularsecon el proyecto de los estudios culturales, no coMo prescripción delmodo en que deben seleccionarse y organizarse los datos sino comoestímulo para indagar bajo qué condiciones (reales) lo real pueda dejarde ser la repetición de la desigualdad y la discriminación, para conver-t irse en e scena de l reconocimiento de los otros.

Para retomar la cuestión que d esencad enó e ste texto, la absolutiza-ción de sujetos privileg iados como fuentes de conocimiento t iene algode simulación. Ni los subalternos, ni las naciones periféricas puedenpor sí solos entreg ar la clave de lo social. No es cuestión de recaer e nlas interpretaciones sesgadas- de las élites o de los países del PrimerMundo invirtiendo la autoafirmación excluyente de un sujeto. Másbien se trata de colocarse en las intersecciones, en los lugares donde lossujetos pueden hablar y actuar, transformarse y'ser transformados.Convertir los condicionamientos en oportunidade s para ejercer la ciu-dadanía.

¿Ser d iferente es d escone ctarse?Sobre las culturas juveniles

Un avance notorio en el conocimiento de la juventud ha sido indagarqué significa ser joven no solo como una pregunta generacional, nos aún ped agógica o disciplinaria. Quiero examinar en qué sentuna pregunta soc ial, o sea una ave riguación sobre el sentid o interral del t iempo.

Pregunta social: no solo por las características de una edad, quportaría básicamente a quienes la atraviesan. Es la sociedad que tratade saber cómo comienza su futuro. Cuántos torneros o médicos va ahaber, cuántos con educación universitaria y cuántos desempleados omigrantes descontentos con el país; cuántas oportunidades dará a losjóvenes para que participen en su cambio como ciudadanos, cuántosmensajes que los inciten a irse. Sabemos que en países como Méxicoestas no son preguntas retóricas: el39 de los jóvenes no t iene traba-jo, el 54,4% de los que e stán en ed ad d e e studiar no lo hacen, revEncuesta Nacional de la Juventud hecha en e l año2000 .

La averiguación sobre lo que significa ser joven es también una gunta por el t iempo. Ya la década d e1980 fue l lamada la d écada perdi-da de América lat ina. Los organismos internacionales que evalúúltimos cinco años de nuestras economías1 9 9 8 - 2 0 0 3 ) afirmanque larecesión de este período obliga o tra vez a hacer cuentas neg ativla misma evaluación que hacen los empresarios que llevan sus inver-siones al extranjero, los gobernantes que siguen prefiriendo privporque los Estados que ellos mismos dirigen no les parecen adminis-

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tradores fiables ni e ficientes, pese a que los escándalos mayúsculos d etantas empre sas privatizadas d e los últimos años —e n los Estados Uni-dos, en México, en la Argentina, en España— advierten que se pued econfiar poco en las e mpresas transnacionales o las privadas d el propiopaís. La pregunta por el tiempo que viene o que nos queda la respon-

a un merca do liberal más exige nte en calificación técnica, fltanto inestable cada vez con menos protección de derechos laboralesy de salud, sin negociaciones colectivas ni sindicatos, donde debenbuscar más educación para finalmente hallar menos oportunel consumo, las promesas del cosmopolitismo son a menudo

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p p g p p q q q pde n también de salentados los profesionales, campesinos, obreros y es-tudiantes que se van, sobre todo los dese mpleados que se cansaron d eesperar.

Al preguntar qué significa hoy ser joven, encontramo s que la socie-dad que se responde que su futuro es d udoso o que no sabe cómo cons-truirlo está contestando a los jóvenes no solo que hay poco lugar paraellos. Se está respond iendo a sí misma que tiene baja capacidad , por de-cir así, de rejuvenece rse, de e scuchar a los que pod rían cambiarla.

En este contexto, adquieren nuevo sen tido varias alarmas del pen-samiento actual: por qué se evaporan las utopías y a casi nadie le im-porta tenerlas; por qué los jóvenes viven en el instante; a qué se debeque no se interesen por la historia, ni por tener historia, y miren conescepticismo o indiferencia a quienes les hablan del futuro. No voy ainsist ir en la aclaración de que hay jóvenes poli tizados o al me nos so-cialmente responsables, que asumen el pasado y t ienen e xpectativas,que no resbalan por el desencanto. Vamos a tomar en serio, sin ate-nuantes, el dese ncuentro entre las formas organizativas hegemónicas ylos comportamientos prevalecientes entre los jóvenes. Hay una con-tradicción entre las visiones convencionales d e la temporalidad socialy las eme rgentes en las culturas juveniles.

Más qub una visión de conjunto, que no tengo, expondré algunasreflexiones en fragmentos. No obstante, se percibirá la búsqueda deciertas tesis generales sobre el tipo de globalización que se propone alas nuevas generaciones e n América lat ina. Algunas d e las cond icionesque especifican nuestro modo de mundializarnos derivan de la crecien-te de pende ncia de Estados Unidos y d e la perspectiva de intensificarlaa través de acuerdos de libre comercio impulsados por ese país y porla creciente presencia e uropea, sobre todo española, en la reg ión. Peroes ne cesario explorar otros cambios epocales, que son m ás elocuentesen la vida cotidiana d e d istintos sectores juveniles, populares, med ios,y aun de grupos con altos ingresos y educación.

Informatizados, entretenidos... y los otros

A las nuevas g eneraciones se les propone globalizarse como trabajado-res y como consumidores. Como trabajadores, se les ofrece integrarse

p pbles si al mismo tiempo se enca recen los espectáculos de empobrecen —d ebido a la creciente dese rción escolar— los rteriales y simbólicos d e la mayoría.

Los riesgos de exclusión en el mercado de trabajo y de margina-ción en las franjas masivas del consumo aume ntan en los pféricos. Más que a ser trabajado res satisfechos y seguros, slos jóvenes a ser subcontratados, empleados temporales, buscadoresde oportunidades eventuales. En un continente donde, como docu-menta un estudio de Martín Hopenhayn, durante la décad ade c ada 10 empleos se g eneraron e n el sector informal, sese vuelve sinónimo de ser vulnerable. El crecimiento d e ladad laboral, ade más de la inestabilidad en e l salario, implicde recursos de seguridad social, de salud e integración, que hasta ha-ce pocos años las leyes garantizaban para la mayoría. No estonces, como señala el mismo autor, que tres modos de respondersean «la opción "furiosa" por el riesgo, la automarginación o el "re-viente"» (Hopenhayn, 2002).Según como les vaya en esta frágil situación laboral, un sector dejóvenes podrá acced er a las d estrezas informáticas, a los satretenimientos avanzados que circulan en Internet, en tanto la mayo-ría quedará en la televisión gratuita, los discos y vídeos pirlos datos de la Encuesta Nacional de Juventud en México, el 77%de los hogares con jóvenes cuentan con televisión (señal abierta), entanto solo el 6% d ispone d e Internet. Son evide ntes las conde esta de sigualdad para la formación de d iferencias cultuparticipar en redes comunicacionales con rang os de diversiculturalid ad distintos, en varias leng uas y en circuitos de mses. La enorme mayoría de los jóvenes, como el resto de laquedan reducidos a la televisión gratuita nacional y a redesde servicios y bienes.

La disparidad entre informatizados y entretenidos a umenses donde la deuda externa achicó el crecimiento económico y lacorrupción o la informalidad dificultan el ejercicio de derecbajadores y consumidore s. Es significativo cómo d escribe Económico Latinoamericano (SECA) la manera en que se nola deuda. Su informe de julio de 2001 dice que cada habitante lati-noame ricano «de be 1550 dólares al nacer» (Boye, 2001). O s

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Argen tina, José Vasconcelos en México, André Malraux en Francia, ymás tarde d iside ntes escuchados por los gobernantes y los med ios ma-sivos, por ejemplo Jean Paul Sartre u Octavio Paz.

En un análisis de las formas públicas de comunicación se dice quehoy «la tele hace la pregunta e Internet responde» (Pereg il,El País, 29 -4 2000Oj lá f t ill l i lifi ió d l fó l

Un mundo desencuadernado

La acumulación de dese ncantos actuales no solo g enera esTambién nos de ja en un mundo en fragmentos, despedazadotinuidad histórica. Muchos piensan que esto e s más evidente

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4-2000.Ojalá fuera tan sencillo, pero la simplificación de la fórmulasintetiza un proceso que va aproximadamente e n e sa dirección. Es ele-mental reconocer que el sentido cultural de una sociedad se organizacada vez menos en las novelas que en las telenovelas, no tanto en las

universidades como en la publicidad. Y los políticos, que en otro tiem-po de cían tener respuestas acerca d e para qué vale la pena estar juntos(como nación y como comunidade s de con sumidores), han dejado queesas cuestiones sean respondidas por los creativos publicitarios y losinversores.

Ante la pregunta acerca de dónde vale la pena vivir,se busca la res-puesta en relatos de amigos o e n la televisión. A diferencia de los ex i-lios de la década de 1970,en que millones de latinoamericanos huíande la represión mili tar, con la esperanza de volver, en la últ ima décadaargentinos, peruanos, venezolanos y ecuatorianos se despiden de suspaíses por la pérdida de e mpleos, el de scenso en la calidad d e vida o lasdificultade s de sobrevivir, y la convicción de que esta de cade ncia eco-nómica y social seguirá agravándose por la incapacidad de sus nacio-nes de recuperarse. Los jóvenes representan a menudo el porcentajemás alto.

Si un 10 a un 20 de la población de naciones lat inoamericanas seha dispersado en España, los Estados Unidos, y hasta Canadá y Aus-tralia, y las encuestas anuncian que en algunos países la mitad quisierairse, hay que preguntarse qué está quedand o de esas naciones. Si las na-ciones fueron, antes de tomar forma como sistema político, organiza-ción económica y delimitación cultural , comunidade s de sead as e ima-ginadas, ¿qué resta de ellas cuando se percibe que las decisionespolíticas y económicas ya no se toman en las instituciones del propiopaís y un amplio sector siente que ni vale la pena imaginarlo? ¿Hay

que sorprenderse deque la conclusión extraída por los ciudadanos, so-bre todo por los jóvenes, ante la d esnacionalización de recursos estra-tégicos (petróleo y otras fuentes de energ ía, bancos y l íneas aéreas, te-léfonos y editoriales), la sumisión de los presidentesy los parlamentosa poderes externos, la pérdida de credibilidad en el sistema judicial ylos medios d e información, sea e l escepticismo rad ical hacia el porve-nir de la propia cultura?

p qturas juveniles. De n uevo, debemo s de cir que los jóvenes nexclusividad , y a la vez indagar e n qué sentido configuran untremo o dist into de una experiencia gene ral .

Fragmentaciones

Los jóvenes actuales son la primera g eneración que creció visión de color y e l vídeo, el control re moto y el zapping, yría con computadora personal e Internet. Entre las décadas de19701980la pregunta era qué significaba ser la primera g eneración la televisión era un compo nente habitual de la vida familiartrata d e e ntender cómo nos cambia la espectacularización pa distancia, o dicho de otro modo: esta extraña combinacióntización e interconectividad. La med iatización aleja, enfría, yt iempo la interconectividad proporciona sensaciones d e cemultaneidad.Los otros dos rasgo s con que se re estructura la cultura y ltidiana son la abundancia inabarcable de información y entrto, y, al mismo tiempo, el acceso a fragm entos en un orde n mático o francamente azaroso. Estas no son características jóvenes con baja escolaridad, sin suficientes encuadres convasta información como para seleccionar y ubicar el alud dediarios. Es verosímil la hipótesis de que la fragmentación y disconti-nuidad se a centúan en los jóvenes d e clases me dias y altas, pte por l opulencia informativa y d e re cursos de interconexió

En estudios sobre la cultura de los estudiantes secundarios y uni-versitarios aparece la dificultad que t ienen para si tuar épocpio país, los presidentes, las guerras y revoluciones, en períodos his-tóricos precisos. A la visión desconectada entre acontecimientos seagrega la fragmentación con que se relacionan con los sabelos alumnos universitarios. La mayoría de los estudiantes mexicanoscarece de biblioteca en la ca sa, no compran los libros de texttudian en fotocopias de capítulos aislados. Una etnografía rbre alumnos de la Universidad Autónoma Metropolitana de México,dice que «los jóvene s no tiene n la práctica —y quizá tampocfesores se la inculcan— de identificar o c atalogar sus copias.

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las tienen engargoladas»... «en muchos casos no fotocopian las porta-das de los libros, ni anotan la fuente bibliográfica. ¿Cuál es e l título de llibro del que fotocopiaron solo una parte? ¿Quién y cuándo lo escri-bió?» (De Gar ay, 2003: 83).

Discontinuidades

pacibs de en tretenimiento sino para amontonarnos ce rca de la pe intensificar la violencia de los filmes, la sucesión de instantes se atropella lanarración. La hiperrealidad de loinstantáneo, la fugaci-dad de los discos que hay que escuchar esta semana, la velocidainformación y la comunicación barata que propicia el olvido. ZygmutBauman: hoy «la belleza es una cualidad del acontecimiento, no delobjeto»; «cultura es la habil idad para cambiar de tema y posició

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Discontinuidades

Los estudios sobre niños y adolescentes d e la calle documentan expe-riencias aun más extrem as en e sta dirección. Son, por antonomasia, los

sin memoria y los fuera de lugar «El tiempo en la intemperie —descri-be Sara Ma kowski— se vuelve líquido, resbaloso, difícil de re tener. Ladroga hace que se diluya. Las horas y los días pasan, sin dejar rastroaparente. El registro del t iempo e stácasi siemprel igad o a lairrupciónde los otros: operativos policiales,instituciones que l lega n a trabajarcon los chavos de la calle, persona l de limpieza de las plazas y parquesque los despiertan para realizar sus tareas, otros chavos de l mismo gru-po. El tiempo transcurre diferencialmente los días de la semana y losfines d e se mana: durante la seman a t ienen más visi tas de insti tucionesy más actividade s planificadas; los f ines d e se mana se encuentran mássolos pero hay mayor cantidad d e g ente y paseantes que transitan porlas inmediaciones, lo que vuelve más provechosa la actividad de men-

dicidad.Elt iempo está, además, modulado por lasinclemenciasclimá-ticas —lluvia, frío,calentamiento porel sol— que puede n obligar a d es-pertarse, a moverse delugar o a la búsqueda d e un espacio-refugio paraguarne cerse» (Makow ski: 85).

¿Es este un modo peculiar de experimentar la de sposesión y el es-tar ajenos al devenir histórico, consecuencia de su radical «desafilia-ción», o representa en forma exasperada un rasgo de grand es sectoresjuveniles? En los estudios sobre consumo y recepción encontramosque la mayoría de los jóvenes prefiere las películas de acción y seaburre con aquellas que trabajan en largos planos la subjetividad o losprocesos íntimos. Es posible interpretar que, ante las dificultadesdesaber qué hacer con el pasado ni con el futuro, las culturas jóvenes

consagran el presente, se consagran al instante. «Charcos» simultáneosen Internet, videochps y música a todo volumen en las discotecas, enel coche, en la soledad de l walkman. Instalaciones que duran el t iem-po en que estará abierta la exposición, performance s solo visibles el díaen que se inaugura. Sonido Dolby en los cines, anunciado al comienzode la proyección, como si la estride ncia digitalizada enorg ulleciera tan-to como la pe lícula que nos van a mostrar en las multisalas. Las nuevassalas son pequeñas, no solopara optimizar la mercantilización de es-

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rápidamente». George Steiner: «la nuestra es una cultura de casiazar, donde todo es apuesta y riesgo; donde todo está calculado paragenerar un máximo impacto y una obsolescencia instantánea» (Costa,2002).

Descreimiento hacia lo que sucedió y /o que puede venir. ¿Solo sepuede confiar en lo que está sucediendo? Todo pasa tan rápido qra miles de jóvenes de clase media y media baja el modelo de triunfosocial es ser un ex big brother. Si quieres vivir el hiperpresente, no tequedará tiempo para la memoria ni para la utopía: la extrañeza ante latemporalidad extraviada se conjura e n la simulaciónhigh techde r eme-moraciones jurásicas y futuras guerras intergalácticas, tan parecidas.Una investigación de la Unión Europea sobre e l impacto físico ytal de la música escuchada a más de75decibeles, como ocurre en dis-cotecasy muchos recitales, dice que daña /a audición, crea los sordosde l futuro (Justo, 1997).

No voy a ser yo quien niegue el placer de la velocidad en losclips, o en la intensidad aleatoria del zapping. Tampoco pode mconocer cuánto del rock, del hip hop, y por supuesto las melodías defusión, como el Afro Reggae (Yúdice, 2002) y aun cierta música popsiguen brindando narrativas que reconstruyen cierta temporalidad.Abren —si no más utopías— perspectivas para imaginar. Se me que si vamos a salir de la pe nuria actual no e s repit iend o que husada para que no olvidemos la importanciade lamemoria, ni constru-yendo profecíasapocalípticas.En cieno modo, todo está en el instan-te, y se trata de captar su densidad .

Para ahondar la pregunta sobre nuestra forma de gestionar el tiem-po conviene revisar críticamente la manera como articularnos cueconomía, pasado, presente y futuro en las actuales cond icionespitalismo. Una de las primeras evidenc ias que se me prese nta e«presentísmo» no es una característica exclusiva de las culturasles. Vemos que otros campos, por ejemplo los modos actuales dpolít ica, tampoco están haciéndose carg o de lacompleja temporalidadhistórica que transitamos.

La expansión de los me rcados ocurre también en el t iempo, pse logra mediante esa aparente negación de la temporalidad que es la

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obsolescencia planificada d e los productos a f in de poder vend er otrosnuevos. En verd ad, las políticas ind ustriales que vue lven inservibles losartefactos eléctricos cada cinco años, o desactualizan las computadorascada tres y las polít icas publicitarias que pone n fuera d e m oda la ropacada seis meses y las canciones cada seis semanas son modos de g estio-nar el tiempo. Lo hacen simulando que ni el pasado ni el futuro impor-

hay un modo de narrar la temporalidad d istinto de los queel casino de las inversiones o disciplinan la sucesión de nupara que paguemos las cuotas?

Por último, quisiera de cir algo acerca d e cómo valorar, enpectiva, algunas acciones aparente mente d espolit izadas, ocacia política inmediata frecuentes en las culturas juveniles Estoy

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p q p ptan. Logran convertir la aceleración y la discontinuidad de los gustosen e stilo de vida permane nte de los consumidores. Consiguen así , me-diante la renovación de los productos y la expansión de las ventas, ga-

rantizar la reproducción d urable d e los capitales.No vamos a reincidir en la rústica ide a de una d eterminación de loeconómico sobre lo simbólico. Ni su consecuente hipótesis conspira-toria que suele formularse en términos más o menos así: «el presentis-mo absolutizado en la posmodernidad sería un recurso manipuladorde los dueños del capital para optimizar sus ganancias». Pero pareceútil preguntar qué tipo de correspondencias existe entre la exaltacióndel instante en la vida cotidiana, en el c onsumo, y la dinámica e scurri-diza de los mercados de bienes y mensajes. ¿No tiene algo que ver lacultura d e lo instantáneo sin historia con la inestabil idad de los movi-mientos de inversiones y ganancias, renovables en las cotizaciones d ecada día e imprevisibles para mañana, que ocultan las polí t icas de ge s-

tión de los capitales y de sus concretos dispositivos o estructuras (fá-bricas, bancos, control de medios de transporte y de circuitos paratransmitir mensajes)? En la macroeconomía sí importan el pasado y elfuturo.

La valoración socioeconómica de la larga duración se manifiestatambién en las exigencias a los consumidores. A quien pide un créd itoo una tarjeta bancaria se le investiga la historia de sus comportamien-tos para saber si es f iable. Luego de conced erle créd ito, se sigue influ-yend o en su con ducta futura porque todo pag o a plazos es un discipli-namiento mora l: quien compra un auto en 40 mensualidad es o una casapara pagar e n 20 años toma compromisos sobre su duración en el tra-bajo, la continuidad de l matrimonio, la respon sabilidad hacia sus hijos,

o sea cómo va a administrar su tiempo por largos períodos. La fiexibi-lización laboral y la inestabilidad afectiva se llevan mal conla repro-ducción de la vida social.

La de cade ncia de América latina no apareció por azar, ni con la apa-rente arbitrariedad de una moda. También en relación con los compro-misos a largo plazo que nos piden los acuerdos d e l ibre comercio, y laconsiguiente reestructuración de nuestras economías, conviene pensarcómo se si túa el presente en med io de las utopías fall idas y las memo -rias descuidadas. Para gozar el presente ¿no sería bueno preguntar si

cacia política inmediata, frecuentes en las culturas juveniles. Estoypensando, por ejemplo, en los graffiti y en ciertas performances deprotesta.

Acciones como las de grupos globalifóbicos, ecológicos o por los

de rechos humanos son, en su a specto performativo, solo innes del orden neoliberal. Cortan carreteras, perturban una reunión dela Organización Mundial de C omercio o hacen lo que en lase llama «escraches» (denuncias públicas frente a la casa deturador o un político corrupto impunes). Seguramente es aplicable amuchas socied ade s lo que la Encuesta Nacional de Juventuen Mé xico: en palabras de Rossana Reg uillo, los jóvene s esttos a participar encausas más queen organizaciones. Si bien hay variasmaneras d e ser jóvenes y d e interesarse por lo social , adhirvimientos indígenas, ecológicos o musicales, un rasgo comnizar con acontecimientos o movilizaciones que expresan caconfiar de las instituciones que pretend en represe ntarlas o

formas a los flujos públicos.El grupo de rock Café Tacuba recogió esta f lexibilidad dnes e n la canción que enlaza los mod os multiculturales de sepreocuparse por coheren cias ideológicas: «Soy anarquista,zi, soy un e squinjed y soy ec ologista. Soy peronista, soy terpitalista y también soy pacifista./ Soy activista, sindicalista, 5vo y muy alternativo. Soy deportista, politeísta y también soy buencristiano./ Y en las tocadas la neta es e l eslam pero en mi cale me -to al tropical... Me gusta tirar piedras, me g usta recog erlas,a pintar barda s y d espués ir a lavarlas» (Reg uillo, 2002: 11).

No cuesta mucho multiplicar ejemplos de esta d uctil idadti , publicaciones subterráneas y carteles d e manifestacione

de protesta. Es posible hallar cierta complicidad acrítica derenciación ideológica con la opresión económica, como lo so Salazaren Colombia. Se ha señalado el machismo y la reprode estereotipos religiosos conservadores en la r i tualidad y fía de jóvenes chicanos, punks y rockeros, el fundamentalismde finen su «nosotros», su visión estereotipada y maniquea culturalidad ge neracional y de clase. Pero esos cortes tajanse d efinen a sí mismos y estigmatizan la alteridad, sobre tose sienten más e xcluidos, pueden ser interpretados con otr

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lectura de las fronteras y las actuaciones sociales. La política aparece envarias etnografías enfrentad a a lo que en muchas teorías la define: ejer-cicio de un sistema de normas o propuesta para mod ificarlas. Muchosmovimientos juveniles la conciben, en c ambio, como «red variable d ecreencias, un bricolaje de formas y estilos de vida», una definición in-tercultural de la sociedad. Rossana Reguillo, de quien tomo estas pala-bras, reasume la d efinición de cultura de F redric Jameson que citamos

co de acciones que no persiguen la satisfacción literal de demandas niréditos mercanti les sino que reivindican el sentido d e ciertos modvida. Es cierto que estos actos —aun cuando a veces logran ser efiporque se apropian de los silencios y contradicciones del orden hege-mónico— no e liminan la cuestión d e cómo ascend er hasta la reconración gene ral de la polí t ica. Pero no pode mos esperar que los jóvy como vemos tampoco que muchos adultos, se interesen por gestio-

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, qen el primer capítulo: «vehículo o medio por el que la relación entrelos grupos es llevad a a ca bo» (Reguillo, 2002: 43).

Interrupciones de la homogeneidad, exploraciones asistémicas e

inestables, estas cond uctas efímeras que no se prohíben las contradic-ciones, pretende n —más que construir mapas— renovar las miradas. Sufinalidad e xpresiva es más importante que la d e con figuración. No sediferencian de las opciones preferidas por otros movimientos políti-cos, multietarios, surgidos del desánimo con la políticl Varios estu-dios culturales y antropológicos han de stacado en los últimos años quemuchos actos interruptores con aspecto político no aspiran a obtenerel poder o controlar el Estado. ¿Para qué desplegaron los estudianteschinos un «coraje desme surado» al de safiar a los tanques en la plaza deTiananmen, pregunta Craig Calhoun, si era previsible que estos en-frentamientos fracasarían? El pensamiento instrumental sobre e l inte-rés, atento solo a la racionalidad de l éxito económico y macropolít ico,

no alcanza a entender comportamientos que buscan, más bien, legiti-mar o expresar ide ntidades. Son, dice Calhoun, «luchas por la signifi-cación» (Calhoun, 1999).

De modo-análogo, la fórmula «aparición con vidao empleada porlas madres e hijos de de saparecidos en la Argentina no implica que es-peren encontrarlos vivos. La consigna «que se vayan todos», que pare-ce una frase de jóvenes despolitizados y significativas-riente fue ad opta-da por gente de todas las edades en la Argentina, durante la crisis de2001-2002, podía interpretarse literalmente. «Su potencia enunciativaradica justamente en lo que su inviabilidad pone de manifiesto. Con-frontan con la política pensada como arte de lo posible y ponen en evi-denc ia tanto el ag otamiento d e e sas formas de la polí tica como la radi-calidad de aquello que habrá que inventar colectivamente. Ponen acada quien que las canta y a cada quien que las escucha frente a un va-cío de sentido y de acción que no solo denuncia, también interpela ainventar nuevos sentidos, a inaugurar formas de acción» (Fernández etal., 2002).

Al valorar la dimensión afectiva en estas prácticas culturales y so-ciales, que a me nudo mue stra baja eficacia, pero dond e importa la soli-daridad y la cohesión grupal, se hace visible e l peculiar sentidopoliti-

nar responsablemente el tiempo social si las únicas políticas que seofrecen siguen achicando el futuro y vuelven redundante el pasado.Volvemos al comienzo: el malestar de los jóvenes e s el lugar dond

dos nos estamos preguntando qué tiempo nos queda.

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Socied ade s d el conocimiento:la construcción intercultural del saber

A las múltiples cumbres de gobernantes y e xpertos, acaba dla primera d edicada a la sociedad del conocimiento. Los dat

en Ginebra, del 10 al 12 de diciembre de 2003, justifican laversión que implicó un período de dos años y medio de invey negociaciones hasta reunir en esta Cumbre a16.000representantes degobiernos, sociedad civil y sector privado. «Durante la últse ha triplicad o el acce so ala red de telefonía, fija y móvil. Htacar que en menos de 20 años el crecimiento de las redes deción móvil ha llegado a más de 1250 millones de personas en todo elmundo», explicó el secretario general de la Cumbre, Yoshio Utsumi.También d ijo que las d iferencias en este campo configuran des a larmantes: el 97% de los africanos no tiene acceso a lasnologías de información y comunicación, mientras Europa y EstadosUnidos concentran un67% de los usuarios de Internet.

Como ve nimos viendo e n este l ibro, los rasgos cog nitivoculturales están distribuidos y son a propiados de maneras sas. Generan diferencias, desigualdades y desconexiones. Por eso, esriesgosa la gene ralización del conce pto desociedad del conocimiento ala totalidad d el planeta, incluyend o a centen ares de etniasComo otras designaciones de procesos contemporáneos —«consumo», «globalización»— requiere especificar con cuidadto de aplicabilidad para no homogene izar a movimientos heo grupos sociales excluidos de las modalidades heg emónic

cimiento. Dado que los saberes científ icos y las innovaciones tec noló-gicas están d esigualmente repartidos entre países ricos y pobres, entrecapas ed ucativas y ed ade s, la problemática d e la d iversidad cultural , ylos estudios sobre ella, deben formar parte de la consideración teórica,la investigación empírica y el diseño de políticas en este campo.

También es necesario delimitar el alcance de la posición opuestaque afirma, desde la antropología, que todas las sociedades,en todas

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dente bajo los modelos de las ciencias modernas. En África, Asia yAmérica lat ina art iculan los saberes tradicionales con e l conocimcientífico. La si tuación global es m ucho más compleja que la imada por las teleologías «progresistas• de la historia. La creciente mnización de países orientales ha acercad o sus instituciones y comción de saberes al esquema occidental sin prescindir de su herenciahistórica. En tanto, en países latinoamericanoscon amplia poblacióni dí l d i i t di i l lá i t l lf

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las épocas, han sido sociedad es de conocimiento,o sea que todo gru-po humano ha dispuesto de un conjunto de saberes apropiado a sucontexto ysus desafíos históricos.Este tipo de asev eraciones,que has-

ta mediados delsigloxx sirvieronpara cuestionar las pretensiones d e

superioridad europeau occidental, condujeron al relativismo cultural,quequiso resolver las desigualdade s reduciéndolas a d iferencias —siem-pre leg ítimas— entre culturas. Mientras las naciones, y muchas etnias,lograban gestionar con autonomía dentro de sus territorios la mayorparte de sus procesos económicos, sociales y culturales, podían consi-derarse más autosuficientes con sus saberes propios. Al globahzarselos intercambios eco nómicos, las migraciones, los med ios de informa-ción y entretenimiento, las cond iciones e cológicas y muchas enferme-dad es, se requiere una conce pción que reconozca las d iferencias juntocon las de sigualdade s, las interconexiones entre sociedades con formasdistintas de conocimiento (Smelser y Alexander, 1999).

¿Cómo se realiza ahora la construcción multicultural de los sabe-res? ¿Es posible fundamentar el sentido social con consensos inter-culturales ? Para decirlo con una expresión que está ganando lugarentre espeCialistas,el formidable incremento de conocimientos pue-de efectivamente comunicarque no es lo mismo que informar) si seusa para construir formas nuevas de «cohabitación cultural• (Wol-ton, 2003: 12).

Losdebates sobre la sociedad de la información odelconocimien-to se venen la necesidad de reconocer las muchas formas de «diversi-dad cultural«. Algunas, como las que se de ben a leng uas, religiones ymodos de organización social , son antiguas. Otras están asociadas a lamodernidad: diferencias entre clases sociales ligadas a la industrializa-

ción, entre países desarrollados y subdesarrollados, entre modos dis-pares de ac ceso a la información y el entretenimiento segün ed ade s ynivel escolar.

Los Estados na cionales modernos fueron ord enand o y jerarquizan-do las diferencias históricas y las más recientes: establecieron, en mu-chos casos, una lengua hegemónica para cada nación, valorizaron laeducación laica uniforme por e ncima de las diferencias religiosas o re-gionales. Los campos del conocimiento fueron organizados en Occi-

indíge na la med icina tradicional, lasprácticas artesanales y lasformasnativas de organización del conocimiento coexisten con las ciencias.Pese al reconocimiento desigual que reciben los saberes científicos ylos tradicionales, y a las tende ncias evolucionistas que t iende n a lificar a las culturas indígenas, los saberes autóctonos siguen siendoutilizados por vastos sectores como recursos para la salud, para el tra-bajo campesino y la educación cotidiana.

La aceptación de l multi l ingüismo en las e scuelas de algunos py la aparición de universidad es indíg enas ind ica cierto equil ibrilo tradicional y lo moderno. A veces, promovido por instituciones es-tatales; en otros casos, se de be al ascenso d e movimientos socialreivindican saberes no hegemónicos y buscan articularlos con las ins-t i tuciones académ icas. Lo comprueban Ecuador, México y Pe nó ccrecimiento de la matrícula de indígenas en universidades organde acuerdo con el saber occidental moderno: por ejemplo, en la Uni-

versidad de Chiapas, en México, el 47% de los estudiantes que ingre-saron en 2003 declarabanserhablantes de una leng ua indígena.A estos cambios debe sumarsela vastadifusión de saberestradicio-

nalesy no occidentales gastronomías, medicinas no alopáticas, técni-cas decultivo y procesamientode energía) en Europa y Estados Uni-dos, así como en zonas de Asia y América latina desarrolladas conorientación moderna. Desd e una conce pción evolucionista podríse como paradójico que instrumentos como la televisión e Internetcontribuyan a la expansión de medicinas tradicionales. O que gruposindígen as util icen programas de computación para registrar y datinuidad a sus mitos y cosmovisiones. En realidad, ambos procesosmuestran la compleja interacción, a veces cooperativa, a veces c

tiva, que enc ontramos hoy entre formas antiguas y mod ernas, tranales y c ientíficas, de conocimiento.Los Estados nacionales siguen teniend o la ad ministración pre

te d e ciertas diferencias. Legit iman jurídica y polít icamente las cas compatibles con la re producción del ord en social , y apoyan cieramente las formas de conocimiento apropiadas para ese tipo dede sarrollo y g obemabilidad : escuelas, hospitales, centros de invción. Pueden tolerar diferencias religiosas o prácticas lingüísticas«n o

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legít imas» si no cuestionan la e stabil idad de l sistema nacional. Variospaíses l lega n a re conocer las d iferencias de minorías y sus formas pro-pias de transmitir el conocimiento (o sea sus centros educativos, ra-dios, etc.), porque admitir la pluralidad es útil para la continuidad deEstados nacionales con base multicultural.

Al mismo tiempo, el fácil acceso a los conocimientos científicosi l di d i ió i l t l í i f

dad y segreg aciones, no solo entre las personas; también de epredominante y sus esquemas cognitivos respecto de otros modos deelaboración simbólica y comunicación.

En varias épocas hubo lenguas prevalecientes para la difusión delsaber:elsumerio, el grieg o, el árabe, el latín. En los siglos xix y español, el francés, el alemán, el italiano y el ruso compartieron con

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gracias a los medios de comunicación masiva y las tecnologías infor-máticas de escala transnacional saca de la competencia de los Estadosla gestión de muchos saberes, formas de represe ntación e imaginariossociales. Ha pasado a manos de empresas transnacionales la propied adde gran parte de las radiofrecuencias y de los patrimonios culturalesmediáticos. Así, el papel de estas empresas desterritorializadas resultade cisivo en la ge stión de la diversidad cultural . Como se dice a m enu-do, su tende ncia a expand ir las clientelas las lleva a homoge neizar losmercados, aunque la necesidad de atender la variedad d e g ustos las ha-ce incluir muchos géneros y estilos, comunicar regiones que antes seignoraban. La fusión reciente entre empresas de las tres áreas indus-triales involucradas e n las TIC —las telecom unicaciones, la electrónica yla informática— está agigantando el poder de estos actores privadostransnacionales y estrechando el ámbito de acción de los Estados ymovimientos sociales.

Vamos a examinar dos c ampos estratégicos en los que actualmentese juegan los compromisos recíprocos entre diversidad cultural y so-ciedades del conocimiento: a) el papel hegemónico del inglés en la pro-ducción, circulación y apropiación de los saberes; 6) la interacciónentre tecnolog ías comunicacionales, formas d e conocimiento y estruc-turas de poder económico y cultural.

El monolingüismo e n las ciencias y las tecn9log íasEl lugar dom inante de las ciencias modernas, de orige n occidental , enel desarrollo de las sociedad es de co nocimiento va asociado, cada vezmás, a la globalización del inglés y a una anglonorteamericanizacióneconómica, sociocultural y político-militar del planeta. El manejo delinglés da acceso a mayor información no solo en publicaciones espe-cializadas (e n papel y en línea), sino también en red es come rciales, via-jes, participación en congresos, servicios digitalizados exclusivos yotras instancias de conocimiento y pode r. El predominio de esa leng uaagrava la distancia de los científicos, técnicos, profesionales y movi-mientos sociales anglófonos respecto de los que no lo son. Aun entrequienes conoce n el inglés, los grados de competencia gene ran diversi-

p , , , y pel inglés el espectro dominante, con lo cual dieron énfasis y estilosdistintos al desarrollo de/ conocimiento. Aunque centenares de len-guas queda ban fuera de los procesos hege mónicos, ese pluri lasimétrico dentro d e Occide nte favoreció cierto reconocimiediversidad.

¿Se debe rá la imposición o e l predominio de ciertas lenguderío económico y militar de los imperios? La debilidad del eel portugués en el desenvolvimiento científico muestra que lapación y la fuerza de las lenguas en los «mercados» de l conode pende también d e interactuar competitivamente a través dciones (universidades, editoriales, recursos tecnológicos), así acompañamiento de un desarrollo económico especializado en pro-ductos industriales y en se rvicios calificados.

Ade más, como señala Raine r Enrique Hamel, hay una distrde la hegemonía según campos del saben en la primera mitad del si-

glo xx el francés se destacaba en derecho y ciencias políticas,en la econom ía y la geología, en tanto el alemán sobresalía ena, química y otras ciencias naturales (Hamel, 2003). Agre go qso y el castellano tuvieron fuerza en humanidades y ciencias hasta la década de 1970, y su reconocimiento decreció por distintascausas: en el primer caso por el d errumbe de la Unión Soviétla producción en español de bido a las crisis económicas d e lolatinoamericanos de sde la década de 1980. En ambas lenguas,las antes citadas, se observa también que cad a vez más científicben y publican directamente en inglés, sobre todo en las ciency en e conomía. Es frecuente que cong resos internacionales ey América latina se desarrollen predominantemente en inglés, y sean

leídas en e sa lengua las ponencias de investigadores francesenes, rusos o hispanohablantes.Las referencias preferidas para med ir la presencia de las len

la literatura científica son las publicaciones. Seg tín tales reg istximadamente el 70% de los productos científ icos circula e n itanto el 16,89% aparece en francés, el 3,14% en alemán y el 1castellano. Es evidente el de sacuerdo d e e sos porcentajes conmen d e población hablante de esas leng uas, e incluso con su núuniversitarios. Las bases d e d atos, como elCitation índex,tienden a so-

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brerrepresentar los libros y revistas publicados en ingles y no recono-cen los trabajos hechos en len guas próximas a los objetos de estudio, nila diversidad de experiencias socioculturales de «amplios espacios lin-güísticos relativamente autónomos» (Hamel, 2003: 14).

Un de sequilibrio seme jante se encuentra en los modos electrónicosde consultar y transmitir información. Estadísticas de l año 2000 mos-traban que los internautas que tenían por lengua materna el inglés lle-

tadounidenses retornan a su país con información o datos de los cua-les no d ejan copia en los países don de los han obtenido». En taninvestigadores latinoamericanos raras veces publican sus trabajonorte, «debido a los costos que involucraría su traducción, o por faltade conocimiento de, o acceso a, las publicaciones especializadas»(Dietz y Mato, 1997: 31).

Las diferencias socioculturales entre países y re giones, conveí d ld d d l ó

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gaban al 51,370. Los de leng ua japonesa al 7,2, los alemanes al 6,7, loshispanohablantes al 6,5, en francés un 4,4, los chinos al 5,2 y los corea-nos al 3,6% (Barnaves et al., 2001: 17).

Se ha sostenido que la relación entre la universalidad del conoci-miento y los condicionamientos culturales de su producción y apro-piación es distinta en las ciencias llamada s duras o en las sociales y enlas humanidades. Esta posición epistemológica va perdiendo fuerza defacto al prevalecer e l monolingüismo científico. Llegan a atribuirse su-perioridad es estructurales al inglés (simplicidad d e la gram ática, ducti-lidad para ne ologismos), pretensiones re chazadas por los lingüistas pe-ro que en la operación del campo editorial y de los congresos eintercambios suele admitirse, incluso como de slizamiento ideológicoinconsciente (Phillipson, 2001; Hamel, 2003). En las ciencias sociales yhumanas es inquietante, aunque no solo en ellas, la consiguiente omi-sión de la diversidad de experiencias, de rutas cognitivas y discursivas,

cuando se intenta reducir la diversidad de idiomas a un habla «univer-sal». Tal es el caso de la homogeneización de las diferencias desde unaperspectiva estadounidense en los estudios que se hacen en ese país so-bre América latina. Un latinoamericanista ha señalado la curiosidad deque existan más investigadores universitarios de t iempo co mpleto so-bre América lat ina en los estad os de California y Nueva York que enla región e studiada, y por supuesto con infraestructura académ ica y ac-ceso a la información internacional más ventajosos para los residentesen Estados Unidos (De la Campa, 1995 y 1996).

Algunas discontinuidade s entre los Estados Unidos y América lat i-na se re ducen a partir de los acuerdos d e l ibre come rcio, las comunica-ciones de tecnología avanzada y los intercambios transnacionales de

migrantes. Pero el gobierno y las insti tuciones estadounidenses levan-tan frecuentes barreras entre los nativos y los migrantes, así como en-tre los investigadores del norte y los del sur. Leemos en una cartaenviada a la revista de la Latin American Studies Association, que losde l norte no publican casi nunca. los «resultados de sus investigacione sen revistas especializadas latinoamericanas o en libros en castellano oen portugués, o en francés, cuando se trata de investigaciones sobreHaití o involucrando poblaciones francoparlantes». A menudo, los es-

en asimetrías y desigualdades, exigen considerar la tensión entre versalidad del conocimiento y las condiciones particulares de produc-ción y enunciación de los saberes. No pueden desconocerse las dife-

rencias entre lo occidental y las muchas formas de no serlo, entre lospaíses con alto grad o de angloparlantes (o sea los de mayor deseconómico y tecnológico) y los demás, en su mayoría ubicados en elhemisferio sur. Ello implica situar el de bate sobre la prevalenc ia dglés en análisis más amplios acerca de los aparatos académicos y loscircuitos de información.

El desarrollo democrático de una sociedad del conocimiento re-quiere políticas públicas internacionales que garanticen la participa-ción del número más amplio posible de lenguas y culturas, así comocondiciones discursivas y contextuales que favorezcan la reproduc-ción y profundización de distintas tradiciones de conocimiento. Enmuchos foros internacionales (Naciones Unidas, Unesco, Unión Eu-

ropea, etc.) este principio es ordinariamente practicado a través de lastraducciones simultáneas. Pero en un mundo en que la globalizaciónya no es solo cuestión de funcionarios internacionales, empresarios,intelectuales y artistas, deben crearse leyes y dispositivos institules que propicien equidad y diversidad también para migrantes, turis-tas, perseguidos políticos... y aun para los científicos a los que se lesexige hablar y discutir en inglés, aunque piensen e investiguen enotras lenguas.

Conexiones limitadas, diversidad selectiva

Lo que sucede con e l inglés en el ámbito científ ico t iene e quivaen otros circuitos de producción de saberes y representaciones socio-culturales. Vamos a exam inarlo en las industrias audiovisuales. Adir este campo a la problemática científica, tomamos e n cuenta las sociedades contemporáneas el desarrollo social articula «la orque perdura como experiencia cultural primaria de las mayorías», lalectoescritura y «"la oralidad secundaria" que tejen y organizan rantías de la visualidad elec trónica» (Martín Barbero, 2002).

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«tecno-apartheid » está imbricado en un paquete complejo de seg rega-ciones históricas configuradas a través de diferencias culturales yde sigualdades socioeconómicas y ed ucativas. Una conclusión evide n-te es que las formas antiguas de d iversidad cultural no pueden d escui-darse, en tanto no son suprimidas por las condiciones tecnológicasavanzadas. Las reflexiones sobre la sociedad del conocimiento nece si-tan retomar los análisis precedentes sobre la conversión de diferenciasen d esigualdade s a causa d e la d iscriminación lingüística la margina

jicamente llevan el título deworld music?No hay condic iones de efec-tiva mundialización si las formas de conocimiento y representaciópresad as en las películas árabes, indias, chinas y latinoamerican ascasi ausentes en las pantallas de los demás continentes. Ni siquieculan en las áreas culturales y lingüísticas próximas, ni en ciudadPrimer Mundo (Los Ángeles, Nueva York, Berlín) donde habitan mi-l lones de m igrantes de esas reg iones que serían públicos «natura

Algo seme jante sucede con las ofertas musicales y fílmicas en

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en d esigualdade s a causa d e la d iscriminación l ingüística, la margina-ción territorial y la subestimación de saberes tradicionales o su bajalegitimidad jurídica.

Es innegable que la brecha digital ge nera de sigualdad es en produc-tividad e ingre sos laborales, en opciones d e movilidad ocupacional, ac-ceso a mercados, voz y voto en política. «Quien no está conectado—afirma Hopenhayn— estará excluido de manera cad a vez más intensay diversa. La brecha agudiza los contrastes entre regiones, países ygrupos sociales. Países meno s digitalizados se van recluyendo e n el pa-tio trasero de la globalización en términos de intercambio comercial,valor agreg ado a la producción, presencia cultural, protagonismo po-lítico, crecimiento económico y, por todo lo anterior, bienestar social.Contrariamente, cuanto más se reduce la brecha, más se avanza en laintegración social, democracia comunicacional e igualdad de oportuni-dades productivas, tanto en como entrepaíses» (Hopenhayn, 2002:

328).A la vez, es necesario educar para la multiculturalidad, o mejor pa-ra la interculturalidad. Una interculturalidad que propicie la continui-dad de pertenencias étnicas, grupales y nacionales, junto con el accesofluido a los repertorios transnacionales d ifundidos por los med ios ur-banos y masivos de comunicación. La conjunción de pantallas televi-sivas, computadora s y vide ojuegos e stá familiarizand o a las nuevas ge -neraciones con los modos digitales de experimentar el mundo, conesti los y ri tmos de innovación propios de esas red es, y con la concien-cia de pertenecer a una reg ión más amplia que el propio país, un t iem-po en el que se interconectan por historias distintas. Conocer implicasocializarse en e l aprendizaje de las diferencias, en el discurso y la prác-

t ica de los de rechos humanos interculturales.Un obstáculo para este aprendizaje es que la desigual participaciónen las redes de información se combina con la desigual distribuciónmediática de los bienes y mensajes de aquellas culturas con las que es-tamos interactuando. ¿Cómo construir una sociedad (mundial) delconocimiento cuando potentes culturas históricas, con centenares demillones de hablantes, son excluidas de los merca dos musicales o colo-cadas en e sos estantes marginales de las t iend as de d iscos que paradó-

Algo seme jante sucede con las ofertas musicales y fílmicas envisión, vídeos y en las páginas de Internet. La enorme capacidad delasmajorthollywoodenses —Buena Vista, Columbia, Fox, UniversaWarner Bros— de manejar combinadamente los circuitos de distribu-ción en estos tresmedios en todos los continentes les permite contro-lar la casi totalidad d e los mercado s en bene ficio de sus produccLa India es el único país de g ran tamaño que resiste, conced iendpelículas estadounidenses solo el 4% del tiempo de pantalla. Aun enEuropa, donde varios países tratan de disminuir el impacto estadouni-dense y preservar la cinediversidad con subvenciones a su produccióny cuotas a la difusión, aproximadame nte un 70% de las salas se ocon filmes de Hollywood.

En la medida en que el autoconocimiento de c ada sociedad , y nocimiento de su lugar entre los otros, se forma en las redes informá-ticas y en las producciones narrativas, musicales y audiovisuales trializadas, se requieren políticas que garanticen la diversidad y lainterculturalidad en los circuitos transnacionales. Estamos e n unca en que crece la aceptación de la multiculturalidad en la ed ucaen los derechos políticos, pero se estrecha la diversidad en las indus-trias culturales.

Luego de las experiencias de apertura económica e intensificacicomunicaciones internacionales no se aprecia que el mercad o «oce» la interculturalidad ampliando el reconocimiento de las diferSon necesarias políticas internacionales que consideren la diversla sociedad del conocimiento a través de legislaciones que protejan lapropiedad intelectual, su difusión y el intercambio de bienes y mensa-jes, y controlen las tendencias oligopólicas. Una sociedad del conoci-miento incluyente requiere marcos normativos nacionales e internales y soluciones técnicas que respond an a las nece sidades nacy regionales, oponiéndose a la simple comercialización lucrativa diferencias subordinables a los gustos internacionales masivos.

La falta de legislación actualizada para el uso del patrimonio yla expansión de las industrias culturales favorecerá a los actoresnacionales mejor preparados para aprovechar la convergencia digitalcon bajo costo e n producción (manejo de satéli tes, doblaje o trad

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simultánea, ediciones m asivas). Por supuesto, la de mora e n e stablece rpolíticas claras en estos cam pos coloca a todo s los países ante e l riesgode que las decisiones de la Organización Mundial de Comercio o losacuerdos de libre comercio regionales ilegalicen los intercambios y co-producciones preferenciales entre n aciones débiles. De poco vale queexaltemos la cre atividad de los pueblos y los artistas, la riqueza d e la d i-versidad c ultural , si permitimos que los de rechos de autor de los indi-

En las industrias culturales encontramos alta concentración de lainformación y de otros modos de representación sociocultural, tam-bién con pred ominio de l inglés, y escasos espacios para las cnoritarias, e incluso para leng uas y culturas que abarcan cemillones de pe rsonas (castellano, chino, etcétera ).

Reconocer la baja capacidad de la ciencia y de la productrializada de cultura para abarcar la diversidad cultural nos

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ve s dad c u tu a , s pe t os que os de ec os de auto de os dviduos y las comunidades sean subsumidos bajo las reglas decopyright,de jando que los beneficios gen erado s por la creatividad sean apropia-dos por las megaem presas que mane janel derecho de copia.

Para concluir: ¿qué consecue nciastiene aceptar la diversidad cultu-ral como ingrediente necesario para enriquecer el desarrollo de lasociedad del conocimiento? Podemos responder de modo sencillo:concebir a la sociedad de modo multifocal y con relativa descentrali-zación. Esta afirmación ge neral ad quiere sentido s distintos en las cien-cias y en los sistemas de representación sociocultural. Respecto de launiversalidad del conocimiento implica buscar la compatibilidad de sa-beres científicos y de los que corresponden a otros órdenes de expe-riencias simbólicas y mo de los cogn itivos. En tanto, en las ind ustrias lastendencias homogencizadoras de los mercados no darán una verdade -ra convergencia o integración planetaria si no aceptan la versatilidadexigida por formas de elaboración simbólica poco rentables comercial-mente-

Convien e postular el multilingiiismo y el policentrismo tanto e n lasciencias com o en las industrias culturales, aunque sean d istintas las ra-zones para hacerlo, debido a sus dinámicas diferentes. En la produc-ción científica ello supone impulsar políticas que robustezcanel desa-rrollo endógeno de investigaciones, publicaciones y actividades deintercambio en lenguas diferentes del inglés, y la comunicación entreesas otras lenguas a través de traducciones, publicaciones conjuntas,congresose investigaciones comparativas.

Quizá la deficiente participación y representación de las diversasculturas en la llamada sociedad del conocimiento podría llevarnos aconcluir que esta no existe. Hay élites intercomunicadas científica-mente a e scala global, con un uso dem asiado unilateral del inglés y conbaja capacidad de traducir y compartir esos saberes. Es posible argu-mentar que el número de científicos, estudiantes universitarios, profe-sionales y técnicos en la producción y difusión de l saber suma un nú-mero mucho mayor que en toda la historia de la humanidad, peroconstituyen minorías y representan porcentajes demasiado bajos en lospaíses con acce so de sfavorable a los recursos e conómicos, científicos ytecnológicos.

trializada de cultura para abarcar la diversidad cultural nossociedad del conocimiento como un proceso apenas emergente. Lasinnovaciones tecnológicas están expandiendo más que en esaberes cien tíficos y otras formas d e repre sentación, pero nila difusión masiva y transnacional de otros recursos comunavanzados bastan para lograr una incorporación ge neralizallamamos sociedad del conocimiento. No estamos aún propuna sociedad mundial. Lo confirma el fallido intento en la CumbreMundial de la Sociedad de la Información, en G inebra 200blecer un «fondo de solidaridad digital» que equilibre la apropiaciónde las tecnologías avanzadas, formado conel aporte de un dólar porcada ordenador vendido y el 1% de cada comunicación te(L eMonde,10 de d iciembre de 2003).

Las evidencias del carácter incipiente e insuficiente de lasociedad de l conocimiento son aportadas por la baja incorpla diversidad cultural en muchísimos campos. La cibergueruna y otra vez con culturas que no comprende, resistencias rituales, formas de pensamiento y de vida que hacen fracasarciones violentas. El teletrabajo y las teletiendas siguen abarcres minoritarios de la producción y del consumo, en interacción conotros (múltiples) mod elos d e prod ucción, información y uso nes. La vide opolít ica ha g ene rado de spolit ización y apatía,reacciones con tra la distancia y el autoritarismo de los goberdríamos de cir que la sociedad d el conocimiento incluye formprensión y comunicación informatizadas, y también ensayovos de actividad política presencial, neocomunitaria, y aun usosheterodoxos de las tecnologías de punta —Internet, teléfonobancos de datos— para promover formas de sociabilidad y oajenas a la alianza de tecnologías-información-mercados.

La expansión más o me nos uniformada y mund ial de 'prónológicas» (computadoras y prog ramas informáticos, teléfores,CD, tarjetas de dinero e lectrónico) no elimina la diversidrelaciones sociales entre las personas, de estas con el conocimiento,con el dinero y con su cuerpo. Sin duda, contribuye a poner en rela-ción los estilos de vida y de representación de la vida. Pero persistenlas diferencias, las diverge ncias, las discrepancias. No solo

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cia de modos preinformacionales y preg lobalizados d e interacción so-cial, sino porque la terce ra revolución industrial no sustituye a las an-teriores.

La diversidad reaparece, así , en e l núcleo d el proyecto de sociedaddel conocimiento. Es el componente que la d istingue de la sociedad d ela información, y el punto en que se articulan la problemática de la di-ferencia y la problemática de la conexión. Podemos conectarnos conlos otros únicamente para obtener información como lo haríamos

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los otros únicamente para obtener información, como lo haríamoscon una máquina proveedora de datos.Conoceral otro, en cambio, estratar con su diferencia.

Así como no es sensato esperar del incremento de conexiones ladesaparición de las diferencias, tampoco podemos esperar que elimi-ne las desigualdades. Reducir la brecha digital puede aminorar algu-nas desigualdades, ante todo las que generan el acceso 'nequitativo alos mensajes y biene s ofrecidos en e l ciberespacio. Pero en la med idaen que una distribución menos desigual de la riqueza mediática y di-gital implicaría, como dijimos, mayor multilingüismo y policentris-mo, es previsible que se fortalezcan las diferencias y persistan desi-gualdades asociadas a el las.

En última instancia, el incremento conectivo no producirá ni si-quiera aquel resultado que se le ha atribuido como específico: conoci-miento pleno. Seguramente, los avances e intensificación de las cone-

xiones expandirán el saber, como ya está ocurriendo. Pero por lo quevamos viendo esa expansión de intercomunicaciones hace más visibleslas diferencias y la desigualdad en la comprensión. Amplía nuestro co-nocimiento de más etnias, grupos y culturas, a la vez que evidencia loque no podemo s compartir. Pode mos ace ptarlo, y ello contribuirá a laconvivencia de mocrática intercultural . Pero la búsqueda de mocráticade mayor conocimiento no l leva a una igualdad de comprensión: con-duce, a ve ces, a ace rcamientos y enriquecimientos recíprocos, y a ve-ces —en palabras de Richard Sennett—a «aceptar enlos otros lo que nopodemos entender de ellos» (Sennett, 2003: 264).

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Mercad os que de sglobalizan:el cine latinoamericano como mino

Tres hipótesis insinuadas en los capítulos precedentes serán contras-tadas aquí con un estudio de caso. La primera es que la globalizacióndesglobaliza, o sea que su propia dinámica genera mayor movilidad eintercomunicación pero también desconexiones y exclusión. La se-gunda es que en un tiempo globalizador las minorías no solo existendentro de cada nación; además, ocurre que se convierte en minorías aconjuntos poblacionales mayoritarios o masivos formados a escalatransnacional, por ejemplo las etnias, hablantes de una misma lenguay redes de consumidores multinacionales. En tercer lugar, la com-prensión de los procesos sociales contemporáneos requiere distin-guir entre minorías demográficas y minorías culturales: si bien hacemucho tiempo se sabe cómo en las sociedades nacionales una élitepuede imponer su cultura como mayoritaria, ahora confrontamos elhecho de que culturas internacionalmente más numerosas son arrin-conadas en lugares minoritarios de los mercados globales. Vamos aindag ar ( . .3rno se art iculan estos tres postulados exam inando la lación y recepción de algunos productos culturales latinoamericanosen los circuitos transnacionales, especialmente en el campo cinema-tográfico.

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La conversión de mayorías en minorías

La apertura de fronteras nacionales y la liberalización comercial duran-te los últimos 20 años acumularon evidencias de que la globalización,practicada bajo reglas neoliberales, acentúa la desigualdad preexistenteentre países fuertes y débiles, desarrollados y pobres. La mayor compe-tencia internacional no genera casi nunca oportunidad de acceder equi-

sía,«cambió de nombre y se l lamaBridges,y sus autores pasaron a serMilton Nascimento y Give Lee, que la tradujo al inglés». Hay casosaun más graves: docenas d e d iscos -resultado d e una e xtensción de campo y registro sonoro etnográfico de géneros tradicionalesbrasileños- realizados por la Discos Marcus Pereira fueron vendidoscon todo el acervo de esta editora a Copacabana Discos, que despuésfue comprada por EME,posteriormente vend ida a Time Warne r y

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g p qtativamente a mercad os más amplios ni en la producción agrícola, ni enla industrial, ni mucho menos en los servicios ligados a tecnologías depunta. La d esigualdad inicial se vuelve a bismo en e stos intercambios.

Vamos a examinar cómo ocurre ese proceso en las industrias cultu-rales. América latina ha comprobado en las décad as finales d el siglo xxque en países con fuerte producción editorial, como la Argentina yMéxico, las casas e ditoras quiebran o son compradas por empresas es-pañolas, a su vez fusionadas con oligopolios europeos y estadouniden-ses; muchas discográficas de e sos países y de Brasil, Colombia y Vene-zuela cierran, y entregan sus catálogos a transnacionales con sede enMiami. La llamad a globalización, en vez d e ofrece r, como suele publi-citarse, nuevos me rcados a escri tores y músicos latinoamericanos, se-lecciona a los de audiencia masiva, rediseña sus «productos» para quecirculen internacionalmente y quita el micrófono a la enorme mayoríade los creadores locales. En la selección efectuada por ge rentes de em-presas transnacionales, caben pocas diferencias nacionales o de región:solo aquellas que pueden convenirse en matices digeribles para los pú-blicos de la «literatura internacional» y la «música mundo».

Esta reestructuración globalizada de los mercados culturales puedetener consecuencias aun más radicales: interrumpir la comunicaciónde los creadores con su propia sociedad y despojar a naciones periféri-cas de su patrimonio. En otro libro documenté de qué modo al trans-ferir la propiedad de editoriales argentinas y mexicanas a empresasespañolas, la decisión sobre qué escritores latinoamericanos serán edi-tados se pasó de Buenos Aires y México a Madrid y Barcelona, o a lascasas centrales de Berstelman o Mondadori en AlemaniaItalia. Aho-ra, también se decide en oficinas de países lejanos cuáles autores delpropio país podremo s leer (Garc ía Canc lini, 2002: 53-57):

Desde la década d e 1990, cinco empresas transnacionales se apro-piaron del 96% del mercado mundial de música (lasmajorsEME,War-ner,BMG,Sony, Universal Polygram y Phillips) y compraron pe queñasgrabadoras y editoriales de muchos países latinoamericanos, africanosy asiáticos. Por ejemplo, en Brasil, tod a la obra de Milton Nascime ntoregistradaen la década de 1970 por la editora Arlequim pertenece aho-ra a EME.Por eso, una de las más célebres canciones brasileñas,Trave-

p ymamente ad quirida porAOL.Hasta Hermeto Paschoal, uno d e los msicos más innovadores d e Brasil, para tocar sus obras en conne que pedir permiso a una de las majan si no quiere caer en lai legalidad de ser de nunciado pirateándose a sí mismo. Otracas emblemáticas de l samba pertenece n a laBMG,que ha vuelto d ifícilconseg uirlas porque no les d a prioridad en sus planes de codial:Pelo telefone, atribuida a Donga y considerado el primer sambagrabado, y Carinhoso,de Pixiguinha, aclamada por la crítica y lonoced ores como la mejor canción popular de la historia braCarvalho, 2002: 120, 121).

En el campo cinematográfico, el predominio mundial de ldounidense desd e la posguerra se convirt ió en oligopolio adécad a d e 1980 al controlar conjuntamente la producción, ción y la exhibición en más de un ce ntenar d e países. En unamás expansiva que en cualquier otro campo cultural, Hollywood haimpuesto un formato de filmes casi único: producciones d emillones de dólares -en las que más d e la mitad d el presupuet ina a marketing- con preferencia por los «géneros de acció(thriller,policíacos, aventuras, catástrofes, guerras) y con temas de fcusión en todos los continentes. - No es fácil encontrar otra remodelación global, ni en la industriaeditorial, ni en la musical, ni en la televisiva, ni en las artes vielimine de la circulación internacional a vastas zonas de la cultural y las reduzca a expresiones minoritarias, como ocurre conciertas cinematografías históricamente tan significativas comcesa, la alemana y la rusa. En ningún lugar esta conversión dnumerosas, con alta producción artística, en expresiones culturalesmenores es tan impactante como en Estados Unidos. Mientras estepaís exige absoluta liberación de los me rcados, sin cuotas de ninguna política de protección para las películas nacionalesde distribución y exhibición estadounidense combina varios factorespara aseg urar un rígido favoritismo a los filmes d e su país.

En la década d e 1960 circulaba en el mercado de Estados 10% de películas importadas. En la actualidad, no pasan d el escasa d iversidad de las pantallas se debe a varios factores: l

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ción corporativa de la exhibición; el aumento en los costos de los bie-nes raíces y de la promoción para distribuidores y ex hibidore s; la auto-satisfacción generalizada de los estadounidenses con su sociedad, sulengua y su estilo de vida, y la consiguiente resistencia, en sec tores ma-sivos, a relacionarse co n bienes d e otras culturas.

Es evidente la contradicción de esta política med iática casi monolin-güe, con marg inales bolsones de exce pción para otras lenguas, respectodel carácter multilingüe y multicultural de la sociedad estadounidense.

Este predominio de los filmes estadounidenses dentro de su país,casi excluyente de otras cinematografías, se repite, de modo abruma-dor, en los países lat inoamericanos. Aun en naciones con larga proción propia, como la Argentina, Brasil y México, las películas deHollywood ocupan alrededor del 90% del tiempo de pantalla. Algosemejante ocurre, como sabemos, en muchos países europeos y enotros continentes.

Esta posición global hege mónica del cine e stadounidense «se l

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g yEl último censo reconoció 35 millones de hispanohablantes, o sea el12% de la población, de los cuales el 63% son d e origen mexicano. El

porcentajede hablantes en castellano es aun más alto en las ciudade s deLos Ánge les (6,9 millones) y N ueva York (3,8 millones). Miami, Chi-cago, Houston y el área de la bahía de San Francisco se aproximan ca-da una al millón y medio de hispanohablantes. Por tanto, no cuestaimaginar la disponibilidad de esos públicos para convenirse en audien-cias de cine en castellano u originado en esta área cultural. El ascen-de nte nivel económico d e e ste sector, «los hispanos más ricos de l mun-do», según un estudio (Sinclair, 1999: 92), a los cuales se dirige unapublicidad de 2200 millones de dólares cada año hace suponer que po-drían re alizarse co n e llos buenos neg ocios. Esta hipótesis se refuerzacon el d ato de que los hispanohablantes asisten en prome dio a 9,9 pelí-culas anualmente, cifra más alta que la de los espectad ores ang los y los

afronorteamericanos.Las claves de e ste «desaprovechamiento» del mercado compuestopor los más perseverantes cinéfilos y «consumidores d e palomitas», se-gún T oby Millér se halla, por una parte, en la e structura oligopólica dela distribución: el 96% de las películas son administradas por 13 com-pañías. También se d ebe al significativo desce nso de salas que proyec-tan cine en e spañol durante las mismas décad as en que se m ultiplicó lapoblación que lo habla: Nueva York no cuenta con salas permanente-mente destinadas a películas en castellano y Los Ángeles solo disponede siete, en contraste con las 300 pantallas neoyorquinas que proyec-taban filmes e n castellano en 19 50. Algunos éxitos de taquilla mexica-nos (Comoagua para chocolate,que en 1992 recaudó 20 millones d e

dólares, Amores perros o Y tu mamá también), sugieren que unascuantas películas que retoman tradiciones m exicanas o tema s de la cla-se me dia y la cultura juvenil no tendrían por qué e star limitadas a e xhi-birse en festivales especializados o centros culturales de minorías. Elalto porcentaje de público hispanohablante que ve d iariamente la tele-visión también hace pensar que a las películas mexicanas, y en ge nerala las de origen iberoamericano, no les iría mal si se promoviera su di-fusión en la pantalla chica.

p g ghistóricamente con la ayuda de factores netamente políticos, aunqueen principio —en apariencia— fortuitos como por ejemplo las dos

rras mundiales que destruyeron las cinematografías competidoras enEuropa», y también «con el apoyo activo del gobierno estadouniden-se». «El predominio planetario estadounidense en la industria culturalaudiovisual no e s un fruto histórico unicausal, como d esde luego poco se dio por "generación espontánea". Se trata de un resultadomultifactorial e histórico» (Sánche z Ruiz, 2002: 23). Hay que ag reasimismo, las nuevas facilidade s conce didas a las inversiones extras por las políticas de desregulación de los gobiernos latinoamerica-nos a partir de la década de 1980, que propiciaron altas inversionesestadounidenses, canadienses y australianas en la construcción dejuntos de multisalas de cine en ciudades grandes y medianas de la re-gión. Los capitales transnacionales someten así la programación a la

uniformidad de la oferta internacional más exitosa y quitan tiempo depantalla a otras cinematografías. Los estudios com parativos de lagramación en las capitales latinoamericanas muestran que en los últi-mos 40 años aumentaron los espacios de exhibición, pero perdió dsidad la oferta. México, 1990: el 50% de las películas proyectadasestadounidense s y el 45,6% me xicanas. En el año 2000 la relacióde 84,2 a 8,3% respectivamente . En 1995, fecha e n que inició la exsión de multisalas, el 16,8% de los filmes no eran estadounidenses nimex icanos; en 2000, se red ujeron al 7,5% (Rosas Mantecón, 2002

Al predominio del cine estadounidense contribuyen otros factores:el desarrollo temprano de la industria cinematográfica en los EstadosUnidos (como también ocurrió en otros campos culturales y comuni-

cacionales), lo cual gen eró una acumulación de experiencias pronales, alto nivel técnico y conocimiento preferente de los mercadla rápida urbanización y el desarrollo industrial, en los Estados Uni-dos y en América latina, con la consiguiente atracción de fuertes mo-vimientos migratorios; c) la exención de impuestos y otros incentivosproteccionistas de l gobierno estadounidense para el cine d e su pacomo la organización semimonopólica de la distribución y la exhibi-ción, que se convirtieron en barrerás más eficaces frente a las cin

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tografías de otras socied ades y lenguas que las cuotas de pantalla esta-blecidas en otros países a través de la regulación de organismos públi-cos (McAnany y Wilkinson, 1996).

A estas condiciones, los estudios realizados en varios países lati-noamericanos sobre consumo cultural añaden la sintonía entre losgustos de las audiencias y los esti los de l cine estadounidense. Los «gé-neros» predilectos por los públicos latinos y latinoamericanos son losd ió

Volvemos a comprobar en el cine la divergencia en los modos deconcebir la m ulticulturalidad socialdentro de los Estados Unidos y,por otro lado, la política de rechazo de la diversidad en las industriasculturales,tanto en el interior de la nación como en su control de losmerca dos interna cionales. Estados Unidos es e l país que msado la«acción afirmativa»,o sea la conce sión de condiciones prigiadas para minorías excluidas o subestimadas de ntro del p

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de acción (thriller, aventuras, espionaje), o sea los mejor cultivadospor Hollywood. Esta preferencia es mayor entre los hombres de lasgeneraciones adultas, en tanto las mujeres muestran inclinación porlos asuntos «sentimentales» y «familiares». Tales tendencias se acen-túan en la creciente asistencia juvenil, en la que el gusto por las pelí-culas de acción parece aun más notorio y parejo entre los sexos (Gar-cía Ca nclini, 1995).

El predom inio de l cine estadounidense e n México y en América la-tina también se logra mediante otros dispositivos de control de losmercad os. Uno de e llos es el conocido comoblock booking,la contra-tación por paquete de películas. Quiere decir que las distribuidoras,para vender, por ejemplo, El hombre araña o Jurassic Park, obligan alas salas a comprar 30 filmes de bajo interés y calidad, y a programarese repertorio d urante los meses d e ma yor público. Si un exhibidor na-cional, aunque sea tan poderoso como Cinépolis, que cuenta con másde 1000 salas en México, coloca filmes no estadounidenses (mexicanos,europeos o de América latina) en las semana s preferentes, será «sancio-nado» por las distribuidoras de Estados Unidos privándolo de los éxi-tos de taquilla-generados por Hollywood.

En sumk_la cinematografía estadounidense logra imponer su he-gemonía mundial combinando políticas de desarrollo estético y cul-tural, que aprovechan en forma más astuta que otros productores lastendencias del consumo mediático, con políticas de control autorita-rio de los mercados destinadas a convertir a mayorías demográficasen minorías culturales. Si bien las industrias comunicacionales esta-dounidenses partieron de ventajas competitivas, como d tamaño desu mercado nacional y la flexibilidad de sus empresas (Storper, 1989),crearon también «barreras de entrada» para los competidores deotros países, en su propio territorio y en el extranjero. «El gobiernode Estados Unidos ha apuntalado muchos de esos procesos de diver-sas maneras, desde proveyendo información sobre los diversos mer-cados, hasta haciendo presión diplomática sobre los países que nopermiten la operación "libre" de sus propias empresas, que actúancomo cártel, con un poder monopólico sin paralelo» (Sánchez Ruiz,2002: 51).

g p pEn tanto, desarrolla una política agre siva de d escalificación sidad de bienes y mensajes culturales fuera de su terri torio

cuitos transnacionales de cine, televisión y música manejadpresas estadounidenses, así como en los organismos internacionales(0A4c, Unesco, etc.) , donde se opone a toda acción que produstrias culturales nacionales. Esta unidimensionalidad se manifiestatambién en la devaluación de expresiones artísticas y mediáminorías dentro de los Estados Unidos.

Se ha señalado que la monopolización y uniformización dios y las industrias culturales en los Estados Unidos, ahoggrupos minoritarios con recursos escasos, «compromete selibre acce so y d ifusión d e o piniones d iscrepantes, lo que hamodo su silenciamiento o marginación por presión de los gtereses» (Ovied o, 2003: 12). La competencia (ya no tan libre

l ibertad de expresión. Ahora el conflicto entre e stos dos prlas socied ade s democráticas modernas se expande al mundambas formas de libertad —la de me rcado y la de expresión—do reemplazadas por otros dos principios: el gigantismo decias y la velocidad e n la recuperación de las inversionés. Laglobal de esta combinación de de smesura y apuro en el luccuando red uce la variedad de la información y la de nsidadlas culturas respecto d e a suntos de interés público (hemos tuarse estas tendencias desde el 11-5 hasta la guerra de Irakes inquietante en zonas más difusas de formación de la culcultura política, como en el cine, la música y la televisión, donde laspromesas de interconexión global, de tod os con todos, se d

monolingüismo o la difusión d e pedazos aislados d e unas pras. Y aun la movilidad de estas porciones descontextualizatringida a áreas y circuitos marginales casi todo el cine aside a lgunos países deesecontinente, casi todo el c ine lat inoamerirecluido en algunas capitales de América latina y España.

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Qué hacer cuand o la globalización de sglobalizaAlgunos autores están modificando la caracterización más compla-ciente de la globalización: aquella que la mira como simples acerca-mientos de lo distante e interconexiones crecientes. Son sobre todolos antropólogos quienes observan que, en med io de tantos intercam-bios o comunicaciones mundializadas y simultáneas, muchas localida-des y regiones sufren desglobalización. Ulf Hannerz identifica, den-

incremento de las importaciones de películas extranjeras» (Ugalde,2004).

Hannerz se preg unta si , ante e stos riesgos desg lobalizadores,sible hallar «principios que permitan una o rganización de la divedonde no todo esté en todas partes» (1996: 87). Si trasladamos latión a nuestro tema, se trataría de averiguar si hay formas de e xla globalización que no enca psulen a las minorías. La experiencia industrias culturales periféricas exhibe que la mayor parte de las em-

l d úbli i d d j d d

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tro de los procesos de mundialización, «políticas de aislamiento», yasea porque ciertos países no logran subirse a las redes globales o «por-

que el mund o ya no los necesita. En África, en Asia y en Am érica la-t ina, «se diría que algunas partes de l Tercer Mundo están retrocedien-do al cuarto mundo, si no fuera porque todavía mantienen restos deuna g lobalización anterior» (Hann erz, 1996: 35). La difere ncia sin co-nexión no es una ve ntaja.

Las investigaciones sobre ciudad es g lobales vienen revelando, jun-to con los síntomas de integración (fuerte papel de las empresas trans-nacionales, mezclas culturales, creciente núme ro de turistas), la exclu-sión de zonas tradicionales y pobres, el aumento d e la marg inalización,el dese mpleo y la inseguridad. Coe xisten oportunidad es de incorpora-ción global y movimientos de degradación. Las fracturas entre integra-dos y excluidos, conectados mundialmente y localizados a la fuerza,

no son exclusivas de los países subdesarrollados; se encuentran y seagravan también en urbes europeas y estadounidense s.Varias evaluaciones de acuerdos de libre comercio firmados en la

última décad a de l siglo xx com ienzan a mostrar el incumplimiento delas promesas de d inamismo económico y ampliación de mercad os. Undirectalionista e investigador del cine mexicano, Víctor Ugalde,mostró los distintos efectos de las políticas culturales con que Canadáy México si tuaron su cine en e l Tratado de Libre Come rcio de Améri-ca del Norte aplicado a partir de 1994. Los canadienses, que exceptua-ron su cinematografía y destinaron más de 400 millones de dólares,produjeron en la década posterior un promed io constante de 60 largo-metrajes cada año. Estados Unidos hizo crecer su producción de 459

filmes a principios de la dé cada de 1990 a 680, gracias a los incentivosfiscales a sus empresas y a l control ofigopólico de mercados naciona-les y muchos extranjeros. México, en cambio, que en la década ante-rior había:filmado 747 películas, redujo su producción en los 10 añosposteriores a 1994 a 212 largome trajes. «Al dejarse d e producir 532 fil-mes se creó un brutal desempleo con el consecuente cierre d e empre-sas, la reducción del pago de impuestos, la subutilización de nuestracapacidad industrial instalada, la caída de nuestras exportaciones y el

presas, los creadores y públicos son arrinconados y despojados de susmedios de expresión y comunicación. Pequeñas minorías (en casosexcepcionales) son incorporadas como enclaves marginales de lmains-tream metropolitano. La mayor parte de la producción literaria, anís-t ica y me diática d e cad a nación queda fuera de los circuitos intenales, y a menudo privada de los recursos editoriales y audiovisualesque en t iempos anteriores les permitían d arse a conoc er.

Está surgiendo, ante estas reiteradas evidencias, la preocupaciónpor organizar de otros modos la diversidad. Convencidos de que laspromesas de poner a todos en todas panes solo se cumplen raras ve-ces, escri tores, músicos y cineastas tratan d e c oordinar esfuerzodiana escala. Los debates sobre globalización de los últimos años su-gieren dos líneas de pensamiento y acción para enfrentar estasituación. Por una parte, revisar las reglas del juego mundial de inter-cambios comunicacionales corrigiendo desequilibrios entre mayoríasy minorías, la conversión global de culturas de élite en mayoritasancionando los procesos de dumping o exclusión transnacional. Asícomo cada vez más tiende a aceptarse la necesidad de diversidad bio-lógica como cond ición para g arantizar el d esarrollo conjunto demanidad, la d iversidad cultural y el reconocimiento de las minomienzan a ser vistos como requisitos para que la globalización seamenos injusta y más incluyente. Nece sitamos cined iversidad pala expansión de salas, de t iendas de víde o y de canales de TV ddos a películas no se convierta en una abundancia monótona.

Por otra parte, a partir de las experiencias de coproducción ennematografías de países chicos o me dianos, se evidencia la posi

de construir redes multifocales de producción, distribución y exhi-bición con relativa independencia de los circuitos hegemónicos. Lacooperación de España, Francia y algunos fondos de la Unión Euro-pea con productores de cine argentinos, brasileños, chilenos, colom-bianos y mexicanos está mostrando la posibilidad de trascender la di-fusión minoritaria en festivales especializados y la concesión ocde premios a películas de países periféricos. Se trata de construir pro-gramas internacionales que garanticen para un alto número de filmes

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su conocimiento en los públicos extranjeros. El aumento en el presti-gio de las cinematografías lat inoamericanas y el avance d e volumen ycalidad d e varias cinematografías europeas permite imaginar un inter-cambio más extenso e intenso. Los éxitos de taquil la y premios d e laspelículas latinoamericanas ya citadas o de Pedro Almodóvar y NanniMoretti, hacen creíble que la coproducción fihnica podría acompañarsignificativamente el libre comercio agrícola, industrial y en serviciosentre Europa y América latina Para esto es necesario incluir en esos

Permítanme terminar con una referencia no solo personaneracional. Me gustaría que más e stadounidenses entendieraya saben sus especialistas en literatura y cine latinoamericaseñan en las universidades de ese país: que la diversidad mude las industrias culturales pued e ayudar a que valoremos mEstados Unidos. Los caminos de la fortuna crítica suelen seAsí lo comprobamos los intelectuales d e América latina y det inos de Europa que éramos anti imperialistas en la d écada

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entre Europa y América latina. Para esto, es necesario incluir en esosacuerdos comerciales la protección de derechos culturales y reglas queequilibren los intercambios comunicacionales.

Un ejemplo de lo que puede lograrse lo apunta el crecimiento de lascoproducciones entre España y algunos países latinoamericanos. De1982 a 1998 solo se produjeron 59 películas en esta cooperación, entanto en los últimos cinco años se hicieron más de 60 filmes gracias alfortalecimiento de los sistemas nacionales de apoyo en España, la Ar-gentina y México, así como al programa Ibermedia de coproduccionespropiciado por las Cumbres Iberoamericanas d e jefes d e g obierno. Laincipiente formación de un espacio audiovisual común iberoamerica-no, que abarca a España y once países de América latina, indica un ca-mino de coproducción e intercambios que podría extenderse a otrasindustrias culturales.

Las miradas recíprocas entre estadounidenses y latinoamericanos,así como entre europeos y latinoamericanos están modificándole, nosiempre positivamente, al intensificarse los intercam bios económicos ylos procesos migratorios. Podrían evolucionar más productiva y crea-

_ ivamentexi etilos campos culturales y comunicacionales pasáramos d ela mera confrontación de diferencias, la reproducción de estereotiposy la retórica diplomática a la cooperación en proyectos compartidos.En una época en que vem os los efectos desintegrad ores y socialmenteregresivos de reducir los vínculos internacionales a la coordinación deintereses empresariales y d ispositivos de seguridad, la cooperación in-tercultural puede servir para construir o renovar relacionesque intere-sen y beneficien al conjunto de nuestras socied ades.

La asociación de diferencias y desigualdades, las tendencias comer-ciales a empobrecer la d iversidad , indican la necesidad de polít icas in-terculturales transnacionales. En décadas pasadas los debates se con-centraban en políticas de representación y multiculturalidad dentrode cada país Ahora, la conversión de mayorías demográficas en mi-norías culturales exige políticas regionales y mundiales que regulenlos intercambios de las industrias comunicacionales a fin de garanti-zar oportunidades de producción, comunicación y recepción diversi-ficada que la lógica de los mercad os t iend e a estrechar.

t inos de Europa que éramos anti imperialistas en la d écada por eso tuvimos dificultad e n hablar inglés (podría citar unade testimonios de artistase intelectuales europeos y latinoamericade primer orden, como el poeta Ángel González y el cineasta TheoAngelópulos). Pero nuestra ignorancia, aveces prejuiciosa, del cine d eHollywood pudo atenuarse cuando Frangois Truffaut y otros miem-bros de la nouve/le vague francesa enseñaron a mirar con admiralas películas de John Ford, Raoul Walsh, y sobre todo Hitchcock. Depaso, descubrimos que las relaciones entre el cine com ercialtor eran más complejas que lo que predicaba la crítica marxista a lamerca ntilización de la cultura.

De modo semejante, gran parte de la literatura contemporánea seha hecho en diálogo con la novela policíaca estadounidense,mundial conel jazz de esa socied ad, y las artes visuales de m uchses serían inconcebibles sin el pop norteamericano. Un méricorrientes, como también del cine estadounidense, es que demienzos salieron a buscar públicos amplios. Mientras en las seuropeas las artes y la literatura se en focaron más en las élitepropias tradiciones na cionales, en los Estados Unidos absoaportes de migrantes de todos los continentes para forjar una culturapopular y masiva, capaz de seducir a vastos sectore s de otrosmundo sería bastante más comprensible, habitable, e incluso entrete-nido, si las artes y el pensamiento que difunden las transnacionales,aun en territorio estadounidense, tomaran en cuenta lo que no se es-cribe en inglés y se filma lejos de Hollywood. En fin, lo que piensansobre nuestra condición actual esos raros creadores y consumidoresque se interesan por las culturas extranjeras, que sienten suconmovida por músicas e imágenes de esas extrañas poblaciones decentenares de millones de personas jibarizadas como minorías por ladictadura delrating.

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Epílogo

Una lectora d e e ste libro, aún inédito, me preg untó por qué no tenígo así como una conclusión». He tratado de que lo que imagino como

balance d e e sta art iculación incipiente entre teorías d e la diferedes igualdad y la desconexión se fuera d esplegando en e l recortexto. Hay, sin embarg o, dos asuntos que considero clave y d e loles dije muy poco: el papel del Estado y de las políticas de poder, ticulación entre lo real y lo imaginario en las relaciones interc ul

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El tratamiento escindido en la teoría política de los tres modos de in-terculturalidad examinados aquí hace difícil entender su reordena-miento conjunto. Más aún en una escala global cuando experimenta-mos que los Estados nacionales están l imitados por la transferensus poderes de decisión a instancias transnacionales y deslocalizadas.Aunque sea a nticlimático acabar e l libro hablando d e frustracionvez convenga reasumir lo que la introducción anunció sobre fracasospolíticos.

Voy a concentrarme e n la zona cultural de las decepciones. Sconocer las causas económicas de los fracasos (genéricamente,

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te neoliberal), ni la descomposición de los sistemas políticos o la sus-tracción d e sus funciones por el merca do, es e n la dime nsión culturaldonde me siento en condiciones de leer algunos síntomas de este pro-ceso, que encuentro significativos para sus peripecias económicas ypolíticas.

Los fracasos parecen más fáciles de percibir y documentar e n el cam-po socioeconómico (concentración del ingreso, aumento del desem-pleo, caída d e los salarios, quiebras de empresas y países) y en e l políti-

tientes. En cambio, múltiples estadísticas y testimonios muestran có-mo se agrava la conflictividad sociocultural, la disparidady clases, y —en medio d e la acelerada multiplicación de red echa la brecha entre conectados y excluidos. Las políticas cmuestran incapaces d e favorecer e l flujo de muchas perspeccomunicaciones mediáticas, sobre todo de aquellas ajenas sas dueñas de las ondas electromagnéticas.

Pocas áreas de la vida social son tan monótonas como la

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p q p y p ) y pco (proliferación de conflictos, desprestigio acelerado de gobernantes einestabilidad social). En el ámbito cultural, don de los avance s cuantifi-cables son pocos e n las instituciones y los mercad os especializados (sal-vo la expansión de algunasmajorsmediáticas y de Internet), abundanlos derrumbes de circuitos artísticos, audiovisuales y aun de empresasque hace una décad a se entusiasmaron con «la nueva economía» forma-da e n las rede s digitales. Pero no es fácil hacer balance de lo que suced emás allá de las cifras, osea sobre los cambios delsentidode lo social, quees el núcleo d e las prácticas culturales. Los mapas combinad os que in-tento trazar en este libro de cómo la antropología reg istra lo que nos di-ferencia, la sociología los movimientos que nos igualan o se gre gan, y lacomunicación lo que nos cone cta o excluye reve lan cómo se configuranhoy algunos fracasos que se extienden desde las vivencias cotidianashasta la gestión de la interculturalidad : multiplicación de guerras en lasque se pierden vidas, patrimonios culturales y la posibilidad de convi-vencia entre Occid ente y Oriente, conflictos entre religiones, corrientespolíticas y modos culturales de concebir la sociedad, cuya difícil com-patibilidad hasta hace unos a ños no se veía tan e xplosiva. Los diariosvienen mostrando estallidos entre palestinos e israelíes, en Irak, Irán yen capitales europeas don de las relaciones interculturales se vuelven ca-da año más ingobernables. Pero la lista e s mucho más extensa que la queseleccionan los med ios y que en cualquier siglo pasado.

No es imposible elaborar mapas globales de esta interculturalidadcrecientemente trastornada. Pero, como suele ocurrir con los mapas,dicen muy poco d e lo que va a oc urrir cuando l leguemos o cuando vi-vamos allí. Se suponía que la política tenía la tarea de orientar estos

movimientos de incertidumbre. En otra época, confiábamos en que laspolíticas culturales influirían en los enredos de la interculturalidad, yen algunos países efectivamente contribuyeron a reconocer diferenciaslegitimándolas en las leyes, o intentaron corregir desigualdades masifi-cando la educación y facilitando el acceso al patrimonio compartido deuna nación en la escuela, los medios y el turismo.

Quizá los avances legales —sobre todo la consagración de la pluri-culturalidad e n las Constituciones— se hallan entre los pocos logros re -

Pocas áreas de la vida social son tan monótonas como laculturales. Ocurren novedades en la cultura y las comunicro no son asumidas por los actores políticos de los Estadosmes d e la Une sco, la Unión Europea y otros organismos mvarias prácticas culturales dejaron d e ser ac tividad es suntucias a las industrias audiovisuales e informáticas, abarcan 3 al 6%delPIB en los países con ma yor de sarrollo. En América latinde arge ntinos, brasileños, mexicanos y del C onvenio Andenel área and ina reg istran este significativo lugar, pero casi tlíticas culturales nac ionales siguen restringida s a los campminoritarios de los museos, la literatura y la música «culta

Algunos ministros de la cultura se disculpan diciendo que los me-dios masivos y las tecno logías informáticas de esc ala transcaron de la competencia de los Estados la g estión de las pturales de mayor influencia. Las empresas que administrany los servicios de tecnolog ía comunicacional casi nunca pielíticas públicas sino en la g estión comercial. De ma nera quemas habituales d e las políticas culturales — la propiedad y epatrimonios, la diversidad de bienes y su d ifusión, la particconsenso como ca mpos de la cultura— parece n haberse dvorágine de privatizaciones y transnacionalización, expansión de lasclientelas y avidez lucrativa de los inversores.

¿Acaso el replantear los problemas desde la óptica de la la información o del conocimiento recuperará cierto sentido para losdiscursos sobre políticas culturales? Al menos, abre preg untratégicas. Para decirlo de una vez, pienso que preocupaciotes hasta hace 15 o20años no son ahora las más productivas: cómfender la identidad, qué hacer para preservar patrimonios npara evitar la norteamericanización de la vida cotidiana local. Estascuestiones no deberían olvidarse, pero me parecen menos fecundasque otras que no se hallan en estado d e d iccionario, ni de o

Me re fiero a las preguntas que surgen cuand o vemos que res transnacionales ge neradore s de d esigualdad (acumulacióda y desterritorializada de poder económico) se responde derecursos y la tenaz resistencia de las culturas locales: como s

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diera contestar a la desigualdad desde la diferencia.O ante la e xpansiónasimétrica de las rede s globalizadas se enfrenta la vocación solidaria y lareciprocidad de las comunidad es cara a cara:COMO si pudiera conjurarseel agravamiento de 12 brecha tecnológica de escala mundial con domésti-cos movimientos igualitarios. Comparto la hipótesis de Luis Reyga dasen una investigación en proceso acerca d e que el incremento reciente d ela desigualdad en América latina se de be, en parte, a que las fuerzas pro-ductoras de de sigualdad se fortalecen actuando a escala g lobal (flujos fi-nancieros y rede s de comercio transnacionales, mundialización de las in-d stri s c lt r les de s estilo espect c l ri dor) mientr s los

zo que no iba furtivamente, sino con la adhesión de los participantesen el Foro Social. Lo logró «contando historias»: eligió «compartir laexperiencia con los age ntes, plantearse como un ser humano naepisodios a otros, mostrando cómo aprendió en la vida».

Mientras Lula expuso al aire libre, «en un ambiente de kermés»,Fernand o Henrique «hablaba en am bientes cerrados, con los cede sconectados». Cada vez que aceptaba, con realismo, un sacrisus ideales, ci taba la ética de la responsabil idad de Max We bercomo académico, que el político no puede considerar solo la ética del i i i l l i t bié l id d bj ti

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dustrias culturales y de su estilo espectacularizador) mientras losdispositivos de red istribución económica, las compensac iones simbóli-

cas y las red es solidarias son locales. Por eso, las preguntas actuales soncómo articular las batallas por la diferencia c on las que se dan por la de -sigualdad en un mundo d onde todos estamos interconectados.

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Si no hay respuestas, discutamos las preguntas, y también las tácticascon que los polí t icos hacen como si las contestaran. En esta época e nque ellos prometen ca da ve z menos y la privatización o transferenc ia aempresas transnacionales del patrimonio nacional y de la capacidad

decisoria de los Estados genera abismos entre lo prometido y lo que serealiza, es clave cómo le gitiman los gobiernos no solo lo que hace n si-no lo que de jan de hacer.

Son significativas las diferencias de esti lo, por ejemplo, entre Fer-nando Henrique Cardoso y Lula. Ninguno de los dos cumplió con loque había anunciado. Pero no han lidiado del mismo modo con losl ímites que la globalización y el d eseo de estabilidad colocaron al tra-tamiento de los problemas. El filósofo Renato janine Ribeiro cuentaque en e l Foro Social Mundial de Porto Aleg re, en ene ro de -2003, es-cuchó un discurso e n e l que Lula justificó por qué iba a ir al Fo ro Eco-nómico de Davos ante sus compañeros del Partido de los Trabajadoresque se oponían. Lula relató que en una huelga d el ABC (la zona obre-

ra suburbana de San Pablo), el presidente de los industriales pidió alcomandante del II Ejército que lo detuviera junto con otros lídereshuelguistas. Lula respondió pidiendo una audien cia al gene ral, que losrecibió durante tres horas. «Moraleja del relato: aunque nosotros ju-guemos otro juego, debemos usar los tableros existentes. Aplausos.Porto Alegre ace ptó, en e l ágora, que Lula fuese a Davos.» Lula nece-sitaba ese apoyo masivo para de mostrar a los empresarios de l foro sui-

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los principios o los valores, sino también las necesidades objetivresponsabilidad: «así el déficit de la acción solo se justificaba a

oídos de los raros oyentes que reconociesen su saber teórico» (Ribei-ro, 2003: 43-54).Me g ustaría aclarar que una cuestión es saber si conviene prior

afecto o la teoría, buscar la comunión con los ciudad anos o la cosión racional. El problema siguiente e s el que sugiere la caída dlaridad de Lula en los dos primeros años que lleva su gobierno: te cuánto t iempo puede el manejo presidencial de los relatos coque los perjudicados ace pten la de mora? Más allá de lo que Lula,ner o Zapatero logren hacer, el cambio de tend encias del electolos llevó a go bernar Brasil, la Arge ntina y España indica la búsqpolíticas sociales más incluyentes, con otrosentidohistórico.

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La materia de la cultura es, justamente, la cuestión del sentido.ses donde las expectativas se deterioran, los reclamos sociales —para d ecirlo con la d isyuntiva que traté en los ca pítulos sobreculturas juveniles y sociedad de l conocimiento— cómo com binanexiones facil i tadas por la expansión delsabery de la informatizacióncon las representaciones socioculturales mediáticas más ligadas a losmedios masivos y que trabajan con laafectividad.Pienso que para vol-ver creíbles el saber académ ico y la ge stión política de los afectocesario que ambos se articulen a través de transformacionesprácticasde

las interacciones sociales que hagan viables la convivencia de rentes, reduzcan la desigualdad y den acceso a los excluidos. ¿Cómopasar de los sujetos simulados por el populismo mediático y pola construcción de escenas ciudadanas verosímiles d onde muchconfíen durade ramente que vale la pena hablar y escuchar a lo

En un mundo donde las decisiones anónimas —del mercadosiglas transnacionales— empeoran las condiciones de vida de la

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rías es peligroso que la tecnocracia económica ahog ue a los actores po-líticos y reduzca las ocasiones de que existan sujetos a las escen as ima-ginarias de los medios. En pleno aumento de la explosividad social,advertimos que las aventuras heroicas en elciney su espectaculariza-ción digital, la melodramatización de<casosde la vida rea l» en noticia-rios y talk show s,no bastan para compensar u olvidar los fracasos dela economía y la política. En la introducción decía el asombro de quelas identidades locales e n el fútbol sigan siendo creíbles cuando los ju-

d ll d i d í i

Ha sido útil para desn aturalizar y de sfatalizar las diferencder con qué procedimientos estigmatizamos al otro atribuyéndole loque rechazamos en nosotros. La extrañeza de la otredad y el rechazode su diferencia se forman a menudo al ir depositando en loracteresque negamos en nuestra vida para proteger la coherencia denuestra imagen. Cada uno olvida que es «extranjero para sí mismo»,según la fórmula de Julia Kristeva. Roge r Bartra muestra qción del mito del hombre salvaje es un ingrediente constitutivo de la

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gad ores estrella de tantos equipos son de otros países y sus camisetasostentan marcas come rciales con más énfasis que los signos de su iden-

tidad deportiva. En el capítulo sobre la simulación de sujetos evoquéla dificultad de hablar con responsables cuando los dueños son invisi-bles, los empleados rotan de una em presa a otra y nos responden c on-testadores automáticos que representan cadenasde tiendas, sistemasbancarios oservidoresde Internet.

¿En qué se va c onvirtiend o el e spacio público? Antes los uniforma-dos eran los que brindaban servicios públicos (bomberos, carteros,médicos, policías) y quienes se ag rupaban por ide ntidades de portivas(los jugadores de un mismo equipo y sus adherentes). En las calles ve-mos ahora que los uniformes distinguen marcas comerciales: los quevenden tarjetas de compañías telefónicas, publicitan refrescos y comi-da chatarra

Tal vez una tarea clave de las nuevas políticas culturales sea, comolo ensayan ciertas performances artísticas, reunir de otros modos afec-tos, saberes y prácticas. Reencontrar o construir signos que represen-ten creíblemente identidades de sujetos que a la vez quieren, saben yactúan: sujetos que respondan por actos y no pe rsonajes que represen-tan marcas de entidad e nigmática. Este e s un núcleo dramático de l pre-sente debate cultural, o sea del sentido con que están reelaborándoselas opciones d e desarrollo social.

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Nada de esto desdice el conocimiento producido por historiadores,antropólogos y filósofos acerca del carácter construido, no esencial,de todas las identidades y sobre la figuración imaginaria de los otros.Desde los estudios dedicados por Benedict Anderson a las nacionescomo comunidades imaginadas hasta los análisis psicoanalíticos yposmodernos se ha vuelto un lugar común del pensamiento contem-poráneo el afirmar que lo propio y lo ajeno son construcciones ficcio-nales.

cultura europea, invención de un alter ego, de un «salvaje artificial,para reservar a los europeos e l lugar civilizado (Bartra, 199

Conoce r nuestra alteridad reprimida, ad mitir lo propio ique desahogamos en el migrante, el diferente o el transgresor puedeservir para liberar las fuerzas libidinale s positivas y las conculturales que nos acercan a los otros. Puede volver visiblejanzas y quizás integ rarnos pese a las discrepan cias. Tal velite para pasar de la exclusión a la conexión, a la intercomunicación.Finalmente, si las diferencias se reconocen como construidble de shacerlas o mod ificarlas. No son fatales.

Pero no basta la desconstrucción del carácter imaginario del otropara diluir la extrañeza que nos produce — y quele producimos—, ni pa-ra resolver los dilemas d e la interculturalidad . Es necesarioa la otredad como una construcción imaginada que— a la vez—se arrai-ga en divergencias interculturales empíricamente observablHay partes del otro que son realmente d iferentes. Tan cique solemos proyectar en los desconocidos aspectos inconscientes orechazados de nosotros es que hay diferencias —no solo imagpiel, leng uaje, etnia o g ustos.Él desea comidas que rechazo, se vistemaneras que no me atraen, propone modos de relacionarse que nocomparto. La diferencia no es únicamente invención y proy

¿Qué tiene que ver esto con la globalización y los fracasos políti-cos? En tiempos en que las culturas étnicas o nacionales estabantenidas e n territorios propios, de baja interacción con los desitábamos poca o ninguna confrontación con otras religiones,costumbres o formas de pensar. Al intensificar las interdep

la globalización exige mayor disponibilidad para convivir dcon los diferentes y aumenta los riesgos —re ales e imaginadesas diferencias se vuelvan conflictivas. El incremento de cin-dicaque soportamos mal tanta proximidad .

Las Torres Gemelas fueron realmente derribadas y la invasión aIrak se concretó, aunque los motivos ad ucidos fueran fantaterror de las dictaduras militares en América latina fue tan real comolas muertes y las torturas infligidas a los cue rpos de las víc

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que el d iscurso que pretend ía justificarlo ofrecía arg umentos ficticiose identificaciones inventadas.

Los antag onismos interculturales, que siempre incluyen conflictosde poder, se convierten en conflictos de terror de bido a la descompo-sición del orden liberal que en otras épocas contenía más o menos lamulticulturalidad dentro de estructuras nacionales. El debilitamientode los Estados los vuelve incapaces de organizar pacíficamente las nue-vas condiciones de interdependencia entre diferentes y desiguales.Arrasadas las reglas mod ernas d e convivencia (de por sí precarias e in-

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justas) por la reducción de las interacciones sociales a competenciasmercantiles, se exasperan las diferencias irreductibles y a menudo sehacen insoportables. El mundo se fragiliza.La expansión planetaria de los intercambios económicos y cultura-les, las migraciones d iseminadas en todos los rumbos y los enlaces in-formáticos globales quitan eficacia al relativismo respetuoso de las es-pecificidad es culturales aisladas. C uando las fronteras e ntre los grupos,las etnias y las naciones se vuelven tan borrosas, e inestables, y lascompetenc ias enfurecen, la tolerancia humanista —como simple apela-ción ética— e s insuficiente.

Se abre entonces la preg unta de si seremos capace s de construir unorde n intercultural globalizado e n el que las dimensiones sociales, eco-nómicas, políticas y culturales se reorg anicen a fin de que aprend amosa descubrir el valor de lo diferente, para reducir la desigualdad queconvierte las diferencias en ame nazas irritantes y para gene rar conexio-nes constructivas a distancia. Producir otra concepción transnacionalde la ciudadanía que, para usar una expresión de Todorov retomadapor varios autores, permita <ser otro en varias patrias» (Todorov, 1998;Plá, 1998; Yankele vich, 2003).

Estamos averiguand o cómo podría ser una ciudad anía globalinda.Es en este nivel de la participación efectiva de los ciudadano s dond e rea-parece la importancia de cisiva de la política como gestión de la sociedad,no como simples pactos entre cúpulas ni simulaciones mediáticas departicipación. Tampoco como mera re sistencia de actore s o movimien-tos dispersos. En un mundo organizado a la vez para interconectar yexcluir, las dos políticas más ensayadas hasta ahora para la intercultura-lidad —la tolerancia hacia los diferentes y la solidaridad de los de abajo—son requisitos para seguir conviviend o. Pero si se de tienen ahí corren e lriesgo d e ser recursos para convivir con lo que no nos de jan hacer. Co-municar a los diferentes, corregir las desigualdad es y de mocratizar elacceso a patrimonios interculturales se han vuelto tareas indisociablespara salir de e ste tiempo de abundanc ia mezquina.

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