Newsletter Convivium

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Desarrollo Humano y liderazgo

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jueves 12 de noviembre de 2009

Cuando el árbol nos impide ver el bosque.

No son tiempos fáciles los que nos tocan vivir. Claro, seguramente este comentario hubiese sido el mismo hace diez, veinte, cincuenta o cien años atrás. Y entonces uno termina pensando que vivir ha sido siempre complejo; que las alegrías, las tristezas y las angustias son parte de nuestra condición; los motivos, las consecuencias y las acciones que derivan de ellas es los que va cambiando, y la velocidad con la que ocurren los hechos. Dice Edgard Morín que el problema del hombre y el problema de las relaciones humanas, es un fenómeno antropológico general, que nos remite a la estructura conflictiva, neurótico-sana del hombre. Y así será, porque sino, se nos hace difícil entender lo que nos pasa. El problema es qué hacemos con esto, porque se trata de vivir, y vivir bien es el desafío. Incorporar a nuestras vidas la expresión “es posible”, se hace imprescindible. Ahí se funda la esperanza, en la convicción de que la adversidad, como dice el filosofo argentino Santiago Kovadloff, por más que hoy nos paralice y dañe, no tiene por qué contar con la última palabra”. O como nos sugiere Samuel Johnson (escritor británico): “es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción”. El sentido de la vida se planteará cada vez más como la gran cuestión de fondo, sobre todo, en la medida, como vemos, de que el gran desarrollo económico sin mesura, no solucione los grandes problemas de la humanidad, sino que muchas veces los agrave, comprometiendo seriamente su supervivencia. Y dicho como al pasar, el hombre además de la inteligencia, tiene urgencias de comunicación, de participación, de amistad, de amor,

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aunque a algunos les resulte cursi o irrelevante; y son estos últimos los que se suicidan sin darse cuenta. Los acontecimientos, a diario, nos van golpeando la cara y bombardeando el alma, sin darnos tiempo a reaccionar, o peor aún, robándonos la sorpresa, el asombro, a veces la sonrisa y casi siempre la posibilidad de aprender y mejorarnos como personas. Vamos perdiendo. En la metáfora de nuestro título, el árbol, es decir la inmediatez, nos acorta la mirada, nos quita perspectiva, nos borra el horizonte, nos condiciona la libertad, nos hace vulnerables y muchas veces nos angustia. Se nos hace imprescindible entonces, no solo ver los árboles sino también ver el bosque del que ellos son parte. Ver la totalidad; y para ello, para ver todo aquello que está ante nuestros ojos y que muchas veces no vemos. Es necesario tener una mirada distinta, una mirada más amplia, una mirada más abarcativa, que nos permita interpretar lo que vemos, para construir realidades más significativas, más incluyentes, más ricas, que le den a nuestras vidas un sentido pleno, que nos ayude a sacar afuera todas nuestras capacidades y todo nuestro potencial; que podamos tener una vida interesante, trascendente, lo más lejos posible de la chatura y la mediocridad, capaz de transformar solidariamente la realidad que habitamos, estemos donde estemos, en nuestro barrio, en nuestras casas, en las empresas donde trabajamos. Necesitamos primero, tomar distancia, buscar como dicen algunos filósofos, un claro en el bosque, un lugar de paz y de profunda intimidad; un lugar donde podamos sentarnos con las personas que queremos, alrededor del fuego, calentando nuestros corazones y esperando el amanecer, que nos llenará de luz y claridad; que nos hará visible todo lo que existe, que nos permitirá distinguir todas las sombras; en fin, que nos ampliará nuestra mirada, y con ello se nos abrirán infinitas posibilidades. Nos permitirá darnos cuenta, que, como dijera Shakespeare, “nuestro destino no está en las estrellas, sino en nosotros mismos”, aunque las estrellas nos sirvan de inspiración y las realidades sean campo de nuestras acciones. Ampliamos nuestras miradas, cuando somos capaces, de imaginar nuestro futuro e involucrarnos en proyectos; cuando encontramos motivos por los que vivir y trabajar; cuando somos capaces de definir con claridad de qué realidad partimos y cuáles son nuestros espacios posibles de intervención y acción; cuando somos conscientes de nuestras fortalezas y debilidades, de nuestros riesgos y nuestras posibilidades. Ampliamos nuestras miradas, cuando somos capaces de construir

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puentes que nos permiten ir al encuentro de los demás, aprovechando la diversidad; cuando somos capaces de establecer conversaciones positivas que nos permiten construir sentido compartido y coordinar acciones; cuando somos capaces de comunicarnos para crear realidades donde dejamos constancia de nuestra presencia en todos los ámbitos donde se desarrolla nuestra vida. Ampliamos nuestras miradas, cuando somos capaces de desarrollar espacios de libertad y autonomía donde podemos dar rienda suelta a nuestras capacidades y potencial; cuando somos capaces de desarrollar nuestra conciencia crítica y solidaria, y esto nos hace más inteligentes a la hora de sumar; cuando nos damos fuerzas para resistir y avanzar, a pesar de la complejidad del entorno. Las organizaciones que no favorezcan y estimulen entre su gente, la participación verdadera en los proyectos y en las ideas, las que no generen las mejores condiciones para fortalecer los vínculos, el encuentro y la comunicación y que cercenen la libertad, la creatividad y las ganas de pertenecer, serán organizaciones empobrecidas y condenadas a un encierro paulatino. Organizaciones de mirada cortita. Organizaciones que seguirán aplicando recetas para viejas enfermedades o peor aún aplicando viejas recetas para nuevas enfermedades, y entonces no sanarán nunca. El bosque no debe impedirnos reconocer los árboles, pero entretenernos y distraernos con cada árbol, sin darnos cuenta que estamos en medio del bosque, en medio de un mundo fascinante por descubrir, lleno de vida y energía, probablemente nos asuste y nos termine perdiendo.

El contexto es cada vez más complejo y está en la mirada de quienes actúan, la posibilidad de gestionar la incertidumbre. El horizonte de su mirada determinará la posibilidad de establecer estrategias adecuadas o sucumbir tarde o temprano en el intento por sobrevivir.

Hasta la próxima.