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HISTORIA E INTERPRETACIÓN Biografía del Tesoro Quimbaya Ana Verde Casanova El orfebre quimbaya Alicia Perea y Salvador Rovira Llorens Iconografía y función del ajuar funerario del Tesoro Quimbaya. Contexto arqueológico para una interpretación sobre el conjunto conservado en el Museo de América Andrés Gutiérrez Usillos Cuando los Mâmas «danzaban como tigres». La estética sonora quimbaya Mónica Gudemos ESTUDIO ARQUEOMÉTRICO INTEGRADO DEL TESORO Introducción Alicia Perea Observación y análisis mediante MO, MEB-EDX y metalografía Alicia Perea y Salvador Rovira Llorens Análisis mediante fluorescencia de rayos X (FRX) Salvador Rovira Llorens, Patricia C. Gutiérrez, Aurelio Climent Font, Patricia Fernández Esquivel, Alicia Perea, José Luis Ruvalcaba Sil, Ana Verde Casanova y Alessandro Zucchiatti Análisis mediante haces de iones (PIXE) Patricia C. Gutiérrez, Aurelio Climent Font, Patricia Fernández Esquivel, Alicia Perea, Salvador Rovira Llorens, José Luis Ruvalcaba Sil, Ana Verde Casanova y Alessandro Zucchiatti Análisis radiográfico Patricia C. Gutiérrez y Alicia Perea Discusión y casos de estudio Alicia Perea Los tiempos de los quimbayas. Aproximación a un modelo bayesiano de dataciones absolutas Alicia Perea, Alessandro Zucchiatti, Aurelio Climent Font y Verónica Balsera Arqueometría: análisis antropológico de los restos orgánicos del Tesoro de los quimbayas Beatriz Robledo y Gonzalo J. Trancho ANEXOS I. Tabla de medidas MEB-EDX II. Tabla de medidas FRX y PIXE III. Tabla de condiciones de trabajo radiográficas EL CONTEXTO QUIMBAYA CLÁSICO Inventario de orfebrería quimbaya clásico Clemencia Plazas La arqueología quimbaya y la maldición de Midas Carl Henrik Langebaek Rueda Metalurgia quimbaya: chamanismo y cambios históricos de una tradición prehispánica en Colombia Carl Henrik Langebaek Rueda CATÁLOGO DEL TESORO QUIMBAYA DEL MUSEO DE AMÉRICA BIBLIOGRAFÍA 15 63 91 155 173 175 177 179 183 193 203 211 230 234 256 261 279 291 309 359 Índice

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Historia e interpretación

Biografía del Tesoro QuimbayaAna Verde Casanova

El orfebre quimbayaAlicia Perea y Salvador Rovira Llorens

Iconografía y función del ajuar funerario del Tesoro Quimbaya. Contexto arqueológico para una interpretación sobre el conjunto conservado en el Museo de América

Andrés Gutiérrez UsillosCuando los Mâmas «danzaban como tigres». La estética sonora quimbaya

Mónica Gudemos

estudio arqueométrico integrado del tesoro

IntroducciónAlicia Perea

Observación y análisis mediante MO, MEB-EDX y metalografíaAlicia Perea y Salvador Rovira Llorens

Análisis mediante fluorescencia de rayos X (FRX)Salvador Rovira Llorens, Patricia C. Gutiérrez, Aurelio Climent Font, Patricia Fernández Esquivel, Alicia Perea, José Luis Ruvalcaba Sil, Ana Verde Casanova y Alessandro Zucchiatti

Análisis mediante haces de iones (PIXE)Patricia C. Gutiérrez, Aurelio Climent Font, Patricia Fernández Esquivel, Alicia Perea, Salvador Rovira Llorens, José Luis Ruvalcaba Sil, Ana Verde Casanova y Alessandro Zucchiatti

Análisis radiográficoPatricia C. Gutiérrez y Alicia Perea

Discusión y casos de estudioAlicia Perea

Los tiempos de los quimbayas. Aproximación a un modelo bayesiano de dataciones absolutasAlicia Perea, Alessandro Zucchiatti, Aurelio Climent Font y Verónica Balsera

Arqueometría: análisis antropológico de los restos orgánicos del Tesoro de los quimbayasBeatriz Robledo y Gonzalo J. Trancho

anexos

I. Tabla de medidas MEB-EDXII. Tabla de medidas FRX y PIXEIII. Tabla de condiciones de trabajo radiográficas

el contexto quimbaya clásico

Inventario de orfebrería quimbaya clásicoClemencia Plazas

La arqueología quimbaya y la maldición de MidasCarl Henrik Langebaek Rueda

Metalurgia quimbaya: chamanismo y cambios históricos de una tradición prehispánica en ColombiaCarl Henrik Langebaek Rueda

catálogo del tesoro quimbaya del museo de américa

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Dentro de los fondos que conserva y exhibe el Museo de América, el denominado Tesoro de los quimbayas constituye una de las colecciones más emblemáticas por su carácter único. Este viene determinado no solo por el número de piezas que lo componen y la calidad de las mismas, que representan el mayor conjunto de orfebrería quimbaya realizada a la cera perdida, sino también por ser fruto de un único hallazgo y conformar el ajuar funerario de dos tumbas contiguas que provienen de un mismo lugar, ubicado en el sitio de La Soledad, cerca de Filandia, en el departa-mento del Quindío, Colombia, por lo que no en vano se le aplicó desde el primer momento el nombre de Tesoro.

Huaqueado en 1890, su localización constituyó el mayor y más importante hallazgo de orfebrería precolombina americana hasta el descubrimiento del Señor de Sipán, realizado en la década de los ochenta del siglo xx en la costa norte del Perú. Las primeras crónicas relativas a su hallazgo ya dan cuenta de la importancia del mismo y ponen de relieve que estaba integrado por un número muy superior de piezas, tanto de oro como de cerámica, piedra y tejidos, y, aunque en aquel momento apenas se conocía algo sobre los quimbayas, pronto fue asignado a este grupo y hoy en día está catalogado como perteneciente al período denominado «quimbaya clásico».

Su descubrimiento y preservación están unidos a la historia de la huaquería y del coleccio-nismo de la región, como se puede apreciar en los nombres de las personas que intervinieron en su difusión, venta o adquisición. La huaquería, o búsqueda de riquezas en las tumbas indígenas precolombinas, remonta su origen a la época de la Colonia (Botero 2006) y al nacimiento del mito de El Dorado, surgido a raíz de los escritos de cronistas y conquistadores. En la hoya del Quindío la fiebre del oro desarrollada con esta actividad encontró su punto álgido en la segunda mitad del xix, período en que tuvo lugar la colonización de esta región que ocupa los actuales departamentos del Eje Cafetero, Caldas, Quindío y Risaralda. Colonización motivada en primer lugar por la explo-tación del caucho, que trajo la primera oleada de exploradores, y por la búsqueda de la riqueza aurífera, de la explotación del carbón y de la obtención de nuevas tierras para el cultivo. A la búsqueda de oro, tanto de aluvión transportado por los ríos como de extracción en minas, se unió

Biografía del Tesoro Quimbaya

ana Verde casanoVa

Museo de América

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la de las huacas o enterramientos procedente de los ajuares funerarios de las tumbas precolombi-nas, constituyéndose el huaqueo tanto en una actividad como en una importante industria extrac-tiva, reconocida incluso en el Código de Minas colombiano hasta 1941 (Gamboa Hinestrosa 2002; Valencia Llano 1989; Sánchez Cabra 2003).

Tomamos de Muñoz (2003: 28) la descripción que Manuel Uribe Ángel da de lo que consti-tuye una huaca y su tipología: «Llamamos en Antioquia sepulturas ó guacas los lugares en que están enterrados los indios con sus riquezas ó sin ellas. La guaca se llama rica cuando contiene abundante cantidad de oro y tumbaga; pobre cuando contiene poca; y, en fin, vacía cuando en ella se encuentran sólo huesos ó muebles de barro y piedra destinados a los usos comunes. Los sepul-cros de los indios se encuentran aislados ó en grupos; en el primer caso se denominan simple-mente guacas, en el segundo pueblos. Distinguiremos con el nombre de osarios a aquellos lugares en que no se encuentra otra cosa que los restos humanos de los aborígenes, recogidos en vasijas de barro ó dispuestos de alguna otra manera». Así, el desbroce de la selva fruto de la actividad del huaqueo sacó a la luz los cementerios prehispánicos, denominados «pueblos de indios», y los campamentos creados a su alrededor fueron el origen de ciudades como Filandia, Calarcá, Salento, Montenegro, La Soledad o Puerto Rico, entre otras.

La huaquería se convirtió en una profesión de la que vivían un número considerable de familias (Arango Cardona 1924), y fue aceptada social y legalmente ya que la Ley de 13 de junio de 1833 sobre «hallazgos de tesoros» decretaba que «el oro y la plata y piedras preciosas que se encuentren en las sepulturas, templos, adoratorios y huacas de los indios corresponden íntegra-mente al inventor o inventores», es decir, a los descubridores (Botero 2006: 51), por lo que, como manifiesta esta autora, «esta ley favoreció el interés y curiosidad por los objetos arqueológicos y, a la vez, constituyó un marco legal», convirtiéndose en el sistema y método que permitió la adquisi-ción de las primeras colecciones referidas a los quimbayas del Quindío en el siglo xix, colecciones que fueron la base de las primeras interpretaciones culturales (Briceño 2005 y 2008).

Dada la ausencia de restos de arquitectura y registros escritos de las culturas colombianas, comparadas con las de Mesoamérica y del mundo andino, el interés y la revalorización del pasado prehispánico en Colombia fueron muy tardíos, teniéndonos que remontar a las últimas décadas del siglo xix para que la curiosidad por los mismos se fuera despertando de forma paulatina. Hasta entonces el interés por los vestigios materiales precolombinos se ciñó a aquellos realizados con materiales nobles como el oro, despreciándose los de materiales más perecederos como los de cerámica y piedra, que proporcionaban un escaso atractivo y beneficio económico, lo que conllevó en ambos casos, por motivos económicos o por la ausencia de estos, en gran parte su exterminio. Y, aunque la Ley 48 de 1918 declara los objetos precolombinos como pertenecientes a la historia patria y prohíbe su destrucción y destino sin permiso del Ministerio de Instrucción Pública, habrá que esperar dos años más, a 1920, para que se apruebe una nueva ley que prohíba su salida del país sin autorización (Sánchez Cabra, 2003).

Al no ser los objetos vistos como materia de estudio desde una perspectiva científica, tampoco se reseñaban datos de los mismos ni de las tumbas, y de la pérdida de estas informaciones va a tomar conciencia, aunque tarde, Luis Arango Cardona (1924), a lo que intenta poner remedio en su obra. Huaquero de profesión, reúne información relativa a la tipología de las tumbas, a la forma de enterrar los cadáveres, a la disposición de los mismos, etc., tanto en las excavadas por él como por otros huaqueros. Y aunque las tumbas de La Soledad eran conocidas por sus riquezas, este hallazgo debió ser bastante inusual y extraordinario y sin duda desbordó las expectativas de los huaqueros, comerciantes y coleccionistas del momento. Muñoz (2003) considera que más de un coleccionista quiso obtener piezas del mismo y duda de que alguna de ellas fuera llevada a un taller de fundición, como era lo más común en aquella época. Sin embargo, y si nos atenemos a la riqueza que se les asigna a las dos tumbas de La Soledad, podemos apreciar que solo fueron descritos, con una intencionalidad de difusión, los lotes principales reunidos para su venta como colección con base en su valor histórico-cultural y artístico, habiéndose despreciado y fundido otras piezas, posiblemente de menor significación y en peor estado de conservación como conse-cuencia de los ritos de cremación (Arango Cardona, 1924). Tampoco descartamos la posibilidad de

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1 Una parte de este trabajo ha sido posible gracias a la ayuda brindada, de forma totalmente generosa y desinteresada, por la investigadora colombiana Carmen Cecilia Muñoz, al proporcionarnos en primera instancia las notas de prensa referidas al hallazgo, así como posteriormente los informes fruto de sus investigaciones «El Tesoro de los Quimbayas: Estudio historiográfico y documental» y «¿Cómo representar los orígenes de una nación civilizada? Colombia en la Exposición Histórico-Americana de Madrid, 1892», tema de investigación de su tesis doctoral. Desde aquí nuestro más sincero agradeci-miento. Queremos también reseñar nuestra gratitud por la ayuda prestada en nuestra investigación a Aurora Lardero, Concha Popi y Virginia Salve, del Museo Arqueológico Nacional; a Isabel Argerich e Isabel Díaz, del Instituto de Patrimonio Cultural de España; a Christopher Philipp, del Field Museum de Chicago; a Donatella Saviola, del Museo Nazionale Preistorico Etnografico «Luigi Pigorini» de Roma, y a Celia Generoso, Nuria Moreu, Carolina Notario y Ana Pérez, del Museo de América, así como a todo el personal de esta institución.2 El Correo Nacional, Bogotá, 6 de diciembre de 1890.3 Revista Comercial e Industrial, Medellín, 25 de noviembre de 1890.4 El término correcto es Filandia, pero casi desde el primer momento de su descubrimiento se confunde con Finlandia, término que aparece frecuente-mente reseñado.5 El Correo Nacional, 6 de diciembre de 1890.6 El Heraldo, Bogotá, 11 de marzo de 1891, n.º 85.

que existan otras piezas de menor significación, en colecciones de museos colombianos o extran-jeros, que formaran parte de este hallazgo tras ser adquiridas por otros coleccionistas y posterior-mente vendidas o donadas, pero cuya descontextualización y falta de documentación impide en la actualidad su identificación.

De cualquier forma, la historia quiso que la mayor parte de la colección, de orfebrería en su totalidad, la denominada al poco de su descubrimiento «Tesoro de los quimbayas», se conservara en un museo español, mientras que otras piezas tanto de orfebrería como de cerámica y piedra de otros lotes en los que se dividió se conservaran también fuera de Colombia, en el Field Museum de Chicago y tal vez también en el Museo Nazionale Preistorico Etnografico «Luigi Pigorini» de Roma, como veremos. A excepción de los trabajos y datos aportados por Ernesto Restrepo publicados con motivo de la Exposición Histórico-Americana de 1892, en que el Tesoro fue traído a España para su exhibición, y las referencias publicadas en la prensa de la época en las que se pone de manifiesto la admiración que causó su exhibición, poco sabíamos acerca de su historia hasta la publicación del libro de Gamboa Hinestrosa (2002) El Tesoro de los Quimbayas: Historia, identidad y patrimonio, en el que nos describe el contexto histórico en el que tuvo lugar el descubrimiento del mismo y su adquisición, así como su posterior envío a la exposición de Madrid y donación a la reina regente María Cristina de Habsburgo. La pérdida de la documentación que acompañó su compra (Muñoz 2003 y 2011; Gamboa Hinestrosa, 2008) deja muchas preguntas sin contestar rela-tivas al tipo de enterramiento, al número de piezas que lo integraban, en cuántos lotes se dividió o, al ser dos tumbas, qué piezas pertenecían a cada ofrenda funeraria y cómo estaban colocadas estas, a cuántos personajes pertenecían, así como las relativas a la funcionalidad de algunos de los objetos, entre otras. Igualmente ha sido muy escaso el conocimiento relativo a los artífices del mismo, los quimbayas, de los que todavía hasta hoy son muy numerosos los interrogantes, al ser muy escaso el conocimiento arqueológico que tenemos de los mismos tras la ruptura del nexo de unión entre su orfebrería y su sistema cultural por la ausencia de contexto arqueológico, y de infor-maciones contrastadas que correlacionen y expliquen el fenómeno orfebre, dado que el conoci-miento sobre las secuencias culturales de la región es escaso (Duque 1991; Briceño 2005; Plazas 1978). Por otra parte, también hay otra historia, la de su estancia en nuestro país, que hasta hoy ha sido tratada de forma tan escasa y fragmentaria que podemos manifestar que nunca ha sido afron-tado su estudio.

Es por ello que con esta investigación, asociada y complementaria al proyecto de estudio técnico del Tesoro, hemos intentado esclarecer la historia e incrementar el conocimiento de una de las colecciones más emblemáticas de la orfebrería colombiana y del Museo de América. Pero los intereses y búsquedas que han encaminado nuestra investigación nos han llevado a confluir con los de la investigadora doña Carmen Cecilia Muñoz1 , gracias a cuya ayuda nuestras expectati-vas se han visto acrecentadas.

Primeras noticias del descubrimiento del tesoro

Las primeras noticias referidas al descubrimiento del Tesoro, que parece tuvo lugar en el mes de octubre de 18902 , las encontramos en la prensa local y nacional colombiana de la época (de noviembre y diciembre del mismo año), escritas por comerciantes y coleccionistas procedentes de Manizales, Pereira y Salento (Calarcá). En estas reseñas periodísticas aparecen las primeras referencias al lugar del descubrimiento, «los guaqueros de Filandia...»3, «en el corregimiento de Finlandia4, en la hoya del río La Vieja, no lejos de Cartago»5, «cerca de Finlandia, población situada en el valle del río La Vieja», «en Finlandia (Cauca)»6. Pero por el momento no se desvela el empla-zamiento exacto del mismo, dada la posibilidad de encontrar nuevas tumbas ricas en ofrendas que no hubieran sido huaqueadas. De hecho, como manifiesta Vedovelli en el catálogo de la denominada colección «Finlandia» (1890: 8), los propietarios de esta colección siguieron hua-queando en la zona, aunque en balde ya que, «después de haber gastado en excavaciones y búsquedas un tiempo y un dinero considerables», decidieron poner a la venta la parte de la colec-ción que poseían.

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7 La Capital, Bogotá, 21 de noviembre de 1890, n.º 14.8 El Telegrama, 15 de noviembre de 1890, n.º 2, 168, p. 4652.9 Aparecida en El Correo Nacional, 11 de noviembre de 1890, en donde se publica un telegrama fechado el 8 del mismo mes, enviado al director del periódico desde Manizales: «Señor Director. Pronto llegará á ésa la famosa colección de antigüedades indígenas procedentes de Calarcá. Créese que ellas fueron de ese cacique, ó de algún magnate, pues tanta así es su importancia...».10 El Correo Nacional, 24 de febrero 1892. Véase también Gamboa Hinestrosa (2002: 122).11 En el actual municipio de Quimbaya.12 El Telegrama, 15 de noviembre de 1890, n.º 2, 168.13 El Correo Nacional, 20 de noviembre de 1890.14 La Capital, 12 de diciembre de 1890, n.º 17, «Oro en gran cantidad».15 La Capital, 21 de noviembre de 1890, n.º 14.16 El Correo Nacional, 17 de noviembre de 1890.17 El Correo Nacional, 24 de febrero de 1892.

Pero en estas reseñas también, posiblemente por error dada la rápida difusión de la infor-mación sin contrastar, se hace referencia a otros pueblos de huaquería cercanos y famosos también por sus riquezas, como Montenegro, al manifestarse que «En estos días llegarán a Bogotá los antio-queños con el gran tesoro de antigüedades que se encontraron en la guaca de indios, en el sitio Montenegro (Antioquia), de valor inapreciable y fabuloso»7, «en un punto llamado Monte Negro»8. Y, dado que en un principio este Tesoro se asocia al del cacique Calarcá, en la primera referencia de prensa del hallazgo9 se le da esta procedencia. Esta referencia también es muy interesante porque de ella se puede deducir la fecha del hallazgo, que debió ocurrir a finales del mes de octubre de 1890, así como el lugar de procedencia de las primeras noticias, Manizales, que es adonde parece que primero se llevó el Tesoro y donde como veremos más adelante se vendió posiblemente el primer lote del mismo. Pero además, y aunque el telegrama no está firmado, se añade que «el propietario desea que se publique», sin dar el nombre del mismo, lo que pone de manifiesto el interés por su difusión en Bogotá de cara a su venta.

El emplazamiento del descubrimiento tampoco es desvelado por Carlo Vedovelli (1890), que es el primero que publica el Tesoro y refiere los primeros datos del mismo, al manifestar que apareció en «dos tumbas de Finlandia, cerca de Cartago». No será hasta dos años más tarde, en 1892, cuando Vicente Restrepo, en un artículo publicado en El Correo Nacional10, nos dé el nombre y descripción del lugar, que pertenece al departamento del Quindío: «En el sitio de la Soledad11, á dos leguas del caserío de Finlandia, [...] en un monte virgen cubierto de guaduales y de árboles corpulentos, se descubrieron, a finales del año pasado, dos sepulturas indígenas llenas de figuras, alhajas y dijes de oro del mayor interés». Según Arango Cardona (1924), tras el huaqueo en Montenegro, «donde se saca el oro por quintales», «una mujer les dijo a los guaqueros que fueran a buscar guacas a tal parte, que allá se oían campanas, bandas de música, conversaciones, etc. En seguida se fueron los guaqueros al punto indicado y descubrieron el pueblo de La Soledad». A partir de aquí son numerosas las referencias relativas a la riqueza de las tumbas del pueblo de La Soledad que podemos encontrar en la obra de Arango Cardona, quien también nos dice: «siempre que oímos a guaqueros hábiles poner una comparación dicen de los indios de la Hoya del Quindío: los del pueblo de La Soledad, indios, oro y sepulcros» (1924, vol. 1: 67). También Gamboa Hinestrosa (2002: 120) se refiere a La Soledad como una de las necrópolis precolombinas más famosas «por la cantidad, la riqueza y la calidad artística de sus ofrendas funerarias», entre las que se encuentra la del Tesoro de los quimbayas.

Desde el primer momento en estas reseñas de la prensa también se pone de manifiesto el asombro y admiración que produjo el hallazgo, que se define con los siguientes epígrafes: «Maravillas del arte de los aborígenes del valle de la Vieja», «Gran Tesoro», «Antigüedades indíge-nas», «Tesoro de los quimbayas» o «Guaca fenomenal». Asombro y admiración que están determi-nados por la cantidad de oro y de piezas que parece ser lo componían, pero sobre todo por la belleza de las mismas y la perfección técnica de la orfebrería: «las joyas son de gran valor por su mérito, pues dizque no se ha visto cosa igual en materia de antigüedades»12; «pero lo que hoy causa estupor es que en estos días, en el mismo valle y cerca de la población de Finlandia, han descubierto dos pueblos (como dicen los huaqueros) donde, por el oro que he visto y los informes más fidedignos que he adquirido [...], no es la cantidad del oro lo que más llama la atención: es el arte con que está fabricado»13; «el cual [tesoro] constituye una gran cantidad de oro de subido precio, tanto por su calidad como por su mérito intrínseco e histórico»14; «de valor inapreciable y fabuloso»15. E incluso se llega a manifestar: «hasta hoy es el primer hallazgo de importancia»16, lo cual parece corresponderse con las características iconográficas y metalúrgicas que han hecho del Tesoro la colección más representativa de la orfebrería quimbaya.

Que este carácter único sea percibido y resaltado desde el primer momento del hallazgo nos lleva a pensar que, aunque son numerosas las referencias a la riqueza de las tumbas de esta región (Arango Cardona, 1924), hasta esa fecha no se había realizado un hallazgo de tal magnitud en la misma. El propio Vicente Restrepo manifiesta: «de las sepulturas abiertas en distintos puntos de la provincia de los Quimbayas se han sacado objetos idénticos, aunque en ninguna de ellas en número tan considerable»17, por lo que desde el primer momento fue considerado como algo extraordinario, excepcional, llamativo, hasta el punto de que estos artefactos funerarios ya no solo

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18 Los «gasteros», cuando no eran los propios huaqueros, eran pequeños empresarios, a veces incluso los propietarios de la tierra, que financiaban los gastos del huaqueo, lo que se conoció como «dar gastos».19 Texto que es enviado el 12 de noviembre desde Pereira para su publicación en la Revista Comercial e Industrial, «Guacas», 25 noviembre de 1890, y en el que se dice: «En esta nueva población, que dista de aquí unas tres leguas, se ha extraído de los sepulcros indígenas el oro por muchas arrobas. Dos compañías compuestas de hombres trabajadores muy pobres, han extraído en estas dos últimas semanas, la una 28 libras en piezas tan hermosas que para exhibirlas en una exposición no tienen precio; y la otra, que partió para Manizales, conduce tres arrobas y libras, según el peso, en piezas muy variadas de oro macizo, sumamente hermosas, empacadas como loza en una carga de baúles. Uno de los dueños nos dijo que fuera de unas 4 libras de oro que habían dejado en Filandia, habían vendido el que llevaron, a un recomendado de una casa de Manizales, por $ 39,600 y pico, y creemos que los ha engañado enormemente. El número de libras de oro que extraen personas ocupadas en la guaquería, es muy considerable».20 La Capital, 12 de diciembre de 1890, n.º 17, en la que se dice, bajo el epígrafe «Oro en gran cantidad»: «Llegó a Bogotá el gran tesoro encontrado en una guaca de indios, [...], por dos jóvenes antioqueños, el cual constituye una gran cantidad de oro de subido precio, [...] tuvimos el gusto de ver este tesoro en casa del señor Juan Pablo Jaramillo Lalinde. Está formado de preciosas figuras humanas de delicado trabajo, varios cascos, argollas, vasos, collares y trompetas y muchos objetos y figuras de ídolos, propios de los usos y costumbres de la famosa Nación de los indios Quimbayas».21 Según la tradición, este huaquero donó parte de su lote a la parroquia de Filandia y el párroco hizo fundir las piezas incorporando el oro a las campanas, y «el repicar de aquel tañido era el más bello de la región», hasta que a los pocos años fueron robadas. En Restrepo Ramírez 2009.

son vistos como objetos de fundición, sino que se comienzan a valorar como antigüedades y obras de arte que hay que preservar en museos para el estudio del pasado prehispánico.

Arango Cardona (1924, vol. 2: 129) describe cómo se perdían estos tesoros mediante la actividad del huaqueo, así como las dificultades y peligros que tenían que afrontar los huaqueros, el sistema que practicaban de «catear» y «barrer» las huacas y los derechos que tenían y cómo se podían perder estos, pues cuando varias compañías huaqueaban juntas una misma huaca se la repartían por igual y compartían el trabajo y los bienes extraídos de las tumbas mediante la práctica denominada «tamboreo» (Arango Cardona, 1924; Botero, 2006). Generalmente eran com-pañías de dos y con el «gastero»18 tres, pero si este huaqueaba tenía dos derechos, uno como huaquero y otro como «gastero». También participaba en el reparto el propietario de la tierra, quien autorizaba el permiso de huaquear en su tierra a cambio de que los huaqueros taparan los huecos que habían abierto y le asignaran una parte del valor de lo descubierto. Tras el reparto, los lotes de orfebrería, de diferentes tamaños y valoraciones, eran llevados a las casas de fundición de Manizales, Salento, Medellín, etc. Es así como la mayor parte de las ofrendas de orfebrería desapa-recían tras su fundición en lingotes, mientras que el resto de las colecciones, poco valoradas, se rompían o vendían a coleccionistas, y los esqueletos y huesos de los enterramientos eran removi-dos y esparcidos por la tierra. Proceso que tiene su origen en el período colonial, en el que los objetos eran vistos como «ídolos del diablo» (Botero, 2006) que había que extirpar y destruir, a excepción de los de orfebrería, a los que se asignaba un valor crematístico.

En el caso del Tesoro, parece ser que el descubrimiento fue realizado por «dos compañías» de huaqueros, según una reseña publicada bajo el epígrafe «Los guaqueros en Filandia están de fiesta»19, de la que se deduce el tiempo que duró el huaqueo, dos semanas, así como el peso del hallazgo dado en libras y arrobas, al que nos referiremos más adelante. Pero dado que las cifras no son equivalentes, podemos pensar que una tumba fuera más rica que la otra, de ahí la despropor-ción, o que se están refiriendo ya a la división en lotes entre los huaqueros de las dos compañías y, aunque desconocemos el número de integrantes de las mismas, siguiendo a Arango Cardona (1924) estarían integradas cada una por al menos tres personas, dos huaqueros y el «gastero», el mínimo necesario para huaquear, aunque tal vez compartieran «gastero» o este fuera también huaquero, de lo que se puede inferir que la ofrenda original fuera dividida entre cuatro y seis lotes, ya que hay que tener en cuenta la existencia también del lote del propietario de la tierra, que posi-blemente fue el que se quedó en Filandia.

Por otra parte, de otra noticia referida a la llegada del tesoro a Bogotá20 que aparece sin firmar pero que sin duda está escrita por una persona que ha visto la colección, se puede inferir que estos lotes, dos o a lo sumo tres, son de una sola tumba, dado que se habla de una sola huaca y de una compañía de dos huaqueros, así como que constituye el mayor en número, peso y calidad estética de las piezas. Respecto a los otros dos lotes, el de 25 libras y el que se quedó en Filandia, carecemos de noticias, pero sin duda estaban compuestos por piezas más pequeñas y menos significativas desde el punto de vista estético, que fueron adquiridas por diferentes coleccionistas como Tomás Henao, Román María Valencia, Vicente Restrepo, Gonzalo Ramos Ruiz, etc.

Según Carmen Cecilia Muñoz (2003), el nombre de los huaqueros, de los que no ha quedado referencia hasta el momento en la documentación existente, hay que buscarlo en la memoria de la región registrada en la obra de Arango Cardona (1924), en la que se menciona a Ángel Toro, Ramón Buitrago, etc. Por otra parte, Gamboa Hinestrosa (2002: 120), citando primero a Jaime Lopera y posteriormente rememorando la tradición oral, da los nombres de los huaqueros que según parece intervinieron: «Mateo E. Bernal, Casafú21, Demetrio Salazar y otros. Al parecer una compañía de al menos cinco guaqueros», e igualmente manifiesta, siguiendo a Soledad Acosta de Samper, que un lote de esta división se quedó en manos de los propietarios del terreno, ya que según esta autora (1894: 403): «Dícese que la parte de este tesoro que llevaron a Bogotá –después de deducir varios objetos que los dueños guardaron para sí– pesaba más de cincuenta libras de oro, puro en su mayor parte». Más adelante puntualiza que del «campamento de guaqueros [La Soledad] lo llevaron a Salento, encrucijada de caminos hacia Manizales y Medellín o a Ibagué, Honda y Bogotá» (Acosta, 1894: 149), así como que el tesoro no se conservó íntegro, sino que se

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22 El Correo Nacional, 17 de noviembre de 1890. También confirmado en El Relator, 20 de noviembre, n.º 5.23 El Correo Nacional, 20 de noviembre de 1890, Noticias Departamentales-Antioquia.24 Ib.25 Museo Nacional, folio 48, en índice «Telegrama de Salento ofreciendo unos objetos indígenas», Salento, Calarcá, 25 de noviembre de 1890.26 El Museo Nacional, creado en 1823 como museo de historia natural y escuela de minería, tuvo una vida azarosa determinada por los vaivenes políticos y sociales del país, encontrando un resurgimiento en la segunda mitad del siglo xix en la figura de Fidel Pombo, quien lo reorganizó y elaboró el primer catálogo de sus materiales (Botero 2006).27 Estas piezas aparecen reseñadas en el Catálogo de los objetos que presenta el Gobierno de Colombia a la Exposición Histórico-Americana de Madrid, aunque, como veremos, no se les asigna como procedencia Filandia.28 Vicente Restrepo en El Correo Nacional, 24 de febrero de 1892.

dividió al menos en cuatro lotes de orfebrería y uno de cerámica y que, tras dispersarse por Manizales y Bogotá, pasó de mano en mano por negociantes y coleccionistas, hasta volver a reunirse en gran parte en Bogotá. Y, efectivamente, el lote o lotes que conforman lo que se conoce como Tesoro de los quimbayas llegaron a Bogotá procedentes de Manizales22 a finales de noviem-bre de 1890, fecha que coincide con la de la publicación del catálogo elaborado por Vedovelli para su venta.

También se puede percibir cómo el interés por la rápida venta del hallazgo llevó a que los huaqueros quedaran eclipsados por la entrada en acción de comerciantes y/o coleccionistas que compran o intermedian con los lotes, y que publican en la prensa del momento las noticias que les llegan sobre el hallazgo y sobre las piezas que lo componen, especificando en todas las reseñas su interés como objetos de estudio, para el conocimiento de las artes y del pasado de los primeros pobladores colombianos, así como la necesidad de salvarlos de la destrucción y preservarlos en museos nacionales o extranjeros.

Uno de estos coleccionistas fue Román María Valencia, que aunque médico de profesión y fundador de Calarcá (Salento), era muy amigo de las curiosidades y del huaqueo, y fue uno de los primeros en comprar piezas del hallazgo, antes incluso de que el Tesoro llegara a Bogotá, como él mismo manifiesta: «estoy formando una colección hasta donde me sea posible conseguirla»23. Además, considerando que «Todas estas cosas, que debieran conservarse en nuestro Museo Nacional, se pierden indistintamente»24, se puso en contacto mediante telegrama con Fidel Pombo, director del mismo, ofreciéndole en venta al museo, como primera opción, los objetos que había adquirido al manifestarle: «No dispondré objetos indígenas hasta verlos Museo Nacional. Seguiré coleccionando»25. Sin embargo, aunque carecemos de información sobre la respuesta de Fidel Pombo, está claro que la oferta no tuvo el resultado deseado por falta de la asignación económica al mismo26. Parece ser que Fidel Pombo manifestó al ministro de Instrucción Pública Liborio Zerda, en una carta fechada en 1894, que había solicitado objetos duplicados del Tesoro para el museo «pero solo conseguí unos pocos de los más pequeños y de escaso mérito», y dado que «en el inven-tario de compra del Gobierno hay 130 objetos de orfebrería del Tesoro, pero en España solo figuran 122 [...] es posible que las 8 piezas restantes sean las mencionadas por Fidel Pombo» (Gamboa Hinestrosa, 2002: 173; Botero, 2006: 123), aunque en el Catálogo de Arqueología del Museo, elabo-rado en 1915 por Ernesto Restrepo Tirado, no figuran esas piezas.

A Román María Valencia debemos también, en la reseña que envía al director de El Correo Nacional el 20 de noviembre para su publicación, titulada «Maravillas del arte de los aborígenes del Valle del Río La Vieja», no solo una de las primeras descripciones de las piezas que formaban parte de la ofrenda descubierta, «figuras alegóricas y animales de toda especie: mariposas, aves, lagartos, sapos, peces, caracoles, etc.; lo demás está en forma de ídolos de oro macizo con insig-nias y alegorías, como bastones de oro, que representan en sus mangos águilas coronadas y otras aves igualmente con corona; vasijas de oro de servicio doméstico, instrumentos musicales, algunos en forma de corneta...», sino también el peso de la misma, más de ocho arrobas. Asimismo, la descripción detallada de dos de ellas: «Un bastón de oro con dos monos y un ídolo alado» (figuras 1

y 2). Estas dos piezas debieron formar parte de las que coleccionó Román María Valencia y, dado que sabemos que no vendió su colección al Museo Nacional, fueron adquiridas por Vicente Restrepo y tras ser expuestas en la Exposición Histórico-Americana de Madrid27 fueron llevadas a la Colombina de Chicago, donde se encuentran en la actualidad y de las que hablaremos al referir-nos a la colección Restrepo. Lo más probable es que estas dos piezas las hubiera adquirido a través de Valeriano Marulanda, a quien compra varios objetos, además de los que adquiere a Tomás Henao, uno de los coleccionistas de orfebrería quimbaya más importantes de Manizales. El mismo Vicente Restrepo manifiesta que «hemos conseguido la mayor parte de nuestras colecciones» por conducto de Tomás Henao (Restrepo y Arias, 1892: 16; Gamboa Hinestrosa, 2002: 125), colección que estaba integrada «por más de 75 piezas menores»28, añadiendo además: «Mi amigo el doctor Tomás Henao las compró en Manizales». Estos datos nos llevan a preguntarnos si estas dos piezas que habían formado parte de la colección de Román María Valencia formaban parte del lote de 28 libras que se vendió en Manizales por 39 600 pesos. O, como manifiesta Carmen Cecilia Muñoz (2003), al estar fechado el telegrama en Salento, tal vez formaran parte de las 4 libras que quedaron

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en Filandia, ya que, de lo contrario, hubiera escrito desde Manizales. También Ernesto Restrepo manifiesta, al referirse al esmero que puso al recoger los objetos que forman su colección, servirse de «personas muy honradas y prácticas» y menciona a los también coleccionistas José María Mejía y Valeriano Marulanda, de quienes asevera «nos han servido con eficacia» (Restrepo y Arias, 1892: 16). Su papel fue el de actuar de intermediarios, y en el caso de este último agrega que además se valió de él para escribir su ensayo sobre los quimbayas dado que no pudo viajar a la provincia del Cauca (hoy departamento del Quindío) por no disponer de tiempo, siendo sus informes de gran interés, e igualmente que «por medio de él se han conseguido objetos de oro, cerámica y piedras, etc.» (Restrepo y Arias, 1892: 17), por lo que estas dos piezas podrían proceder del lote de Filandia y con toda probabilidad haber sido adquiridas por este intermediario.

Román María Valencia se refiere también, por vez primera, a los objetos de cerámica y otros materiales que formaban parte del hallazgo y a los que parece ser tuvo acceso al manifes-tar: «se necesitan conocimientos especiales para poder hacer una descripción completa de tanta variedad de formas, tamaños, figuras y dibujos en las vasijas; hay figuras con agujeros por donde sólo basta la emisión del aliento para sonar y poderse remedar el canto de algunas aves; se hallan planchitas con dibujos y jeroglíficos grabados y con su mango en forma de sello, las cuales imprimen perfectamente bien; también se encuentran cilindros grabados alrededor». Y añade: «Se cree que eran manufactureros de telas, porque en las patenas de cobre sale la tela adherida al óxido y se distinguen bien los hilos y tejidos de forma finísima: esto lo comprueba mejor el gran número de husos ó ruedas de hilar que se sacan de las guacas [...] Llaman la atención las piedras

Fig. 1: Bastón de oro con dos monos. N.º inv. 6911. Field Museum de Chicago.

Fig. 2: Ídolo alado. N.º inv. 6999. Field Museum de Chicago.

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29 La Capital, 12 de diciembre de 1890, n.º 17, «Oro en gran cantidad».30 Posteriormente fue vocal de la Comisión de las Exposiciones de Madrid y Chicago y encargado de la Subcomisión de Protohistoria nombrada por el Gobierno colombiano mediante el decreto 764 de julio de 1891 y reorgani-zada el 19 de noviembre de 1891 por el decreto 1035, renunciando a dicho cargo en febrero de 1892 (Muñoz 2011; Gamboa 2002). Reunió una importante colección de la Cordillera Central y de Antioquía que vendió, en su mayoría en 1888, a Adolf Bastian para el Museo Etnográfico de Berlín. Otra parte fue vendida posteriormente por su hijo, Alfredo Ramos Urdaneta, al Museo del Oro del Banco de la República.31 Cuenta la leyenda que el Calarcá fue un aguerrido cacique pijao que en el siglo xvii se sublevó contra los españoles y enterró un gran tesoro en las montañas de Calarcá, en el Quindío. Sin duda, basándose en esta tradición popular, las primeras referencias al hallazgo le fueron asignadas como las pertenecientes a este cacique: «[...] créese que fueron de este cacique, o de algún magnate, pues tanta así es su importancia [...]» (El Correo Nacional, «TELEGRAMAS», Manizales, 8 de noviembre de 1890); «[...] Un atrevido grupo de mineros antioqueños, en una larga exploración a las montañas que constituyeron los dominios del cacique Calarcá, acaban de encontrar en el sepulcro de éste todas las joyas, instrumentos de música y armas del histórico cacique...» (El Correo Nacional, 17 de noviembre de 1890); o en El Relator, n.º 505, 20 de noviembre, bajo el epígrafe «Antigüedades indígenas», se dice: «Por telegrama recibido de Manizales, sabemos que esta semana llegarán á ésta las curiosas cuanto valiosas antigüedades sacadas del sepulcro del cacique “Calarcá”[...]».

labradas con primor, unas en forma de moler, otras en forma de almirez y de crisol; también las hay pequeñas en forma de cuentas de rosario. Todo esto merece estudio especial». Datos muy intere-santes dado que constituyen las únicas referencias que tenemos relativas a estos materiales.

llegada del tesoro a bogotá

Una vez que los mejores lotes de orfebrería llegaron a Bogotá, posiblemente a principios de diciembre, para ser ofrecidos en venta en el mercado internacional de antigüedades, fueron expuestos en la casa de Juan Pablo Jaramillo Lalinde29, del que sabemos que era comerciante de Manizales, con el fin de hacerlos accesibles a la mirada de los «especialistas» del momento, a quienes debemos las primeras descripciones. No obstante, hasta este momento desconocemos quién era su propietario o propietarios, y si Lalinde era uno de ellos o un mero intermediario en la venta.

Pero sin duda la descripción más completa y detallada es la que aparece en El Correo Nacional, de fecha 6 de diciembre, y que está firmada por las siglas G.R.R. Siglas que se correspon-den con las iniciales del anticuario bogotano, y uno de los coleccionistas más importantes de la época, Gonzalo Ramos Ruiz30 . Él nos reitera que la riquísima colección de objetos de oro fue traída a esta ciudad por don Juan Pablo Jaramillo Lalinde, aunque no especifica quién es el propietario o propietarios de la misma, y manifiesta que la pudo ver, «con alguna atención, debido á la bene-volencia de este caballero». A continuación, al asignar a la reseña el título de «Tesoro de los Quimbayas», le da por primera vez el nombre (Muñoz, 2003: 68), aclarando que pertenece a esta nación de los quimbayas, de la que nos dice «[...] que eran los Quimbayas nación muy rica y que la ciudad de Cartago fue fundada en el centro del territorio de estos naturales, lo cual es preciso tener en cuenta para enmendar el error en que se incidió en llamando Tesoro de Calarcá un hallazgo de preciosos objetos de oro, hecho recientemente en la hoya del río de La Vieja, cerca de Pereira, hallazgo cuyo nombre sirve de epígrafe a este artículo»31.

A continuación, para dar a conocer la colección, la divide en doce grupos con base en sus características formales o funcionales, haciendo una somera descripción de los mismos (véase

Anexo I), y reitera el valor desde el punto de vista etnológico y técnico de «los objetos de que acabamos de dar cuenta, algunos otros que poseemos y la cerámica, que anuncian será pronto enviada á esta capital» para la reconstrucción de la historia y artes de los quimbayas, y agrega que su peso es «como de 50 libras, que el Gobierno debería pagar á precio subido para fundar nuestro museo etnológico, único al alcance de nuestra franciscana pobreza». En la frase «algunos otros que poseemos» parece ponerse de manifiesto que también él adquirió algunas piezas del Tesoro, pero lo más importante a resaltar es que la descripción de Gonzalo Ramos Ruiz es la primera y más detallada de las piezas del Tesoro, en especial de las más grandes –caciques, poporos, cascos, instrumentos de música, etc.–, hasta el punto de que podríamos adjuntar en cada apartado, junto a las piezas a que se hace referencia, el número de inventario del Museo de América. También se plantea aspectos tecnológicos relativos a la fundición y hace la primera interpretación de la fun-cionalidad de las piezas, asignando a las del grupo cuarto la función de aljabas para contener dardos.

Y respecto a la cerámica, Gonzalo Ramos Ruiz, además de confirmar su pronta llegada a Bogotá, no hace ningún apunte de la misma, dado que no tuvo acceso a ella. Por otra parte, esta descripción, que es de fecha 6 de diciembre, parece tener un claro objetivo de divulgación de la colección para su venta como conjunto, venta que había sido ya encargada al italiano Carlo Vedovelli-Breguzzo, quien elaboró un catálogo para su difusión en Estados Unidos y Europa en noviembre de 1890, fecha muy temprana dado que el descubrimiento fue realizado en octubre. Esto nos lleva a pensar que Vedovelli pudiera haber visto la colección en Manizales, antes de su llegada a Bogotá, posiblemente en casa de Jaramillo Lalinde, donde la mandó fotografiar, pero sobre todo que la vio antes que Gonzalo Ramos Ruiz, ya que desconocía la descripción de este y su asignación a los quimbayas.

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32 El Heraldo, 11 de marzo de 1891, n.º 85.

A partir de aquí y hasta el 20 de agosto de 1891, fecha en que esta colección es adquirida por el Gobierno colombiano, solo tenemos la referencia que se anuncia en la prensa de que «en la casa 18 número 482 de la 2.ª Calle Real se está exhibiendo el valioso y artístico tesoro encon-trado en Finlandia (Cauca), y que consiste en notables objetos de oro y cerámica», y se añade: «Recomendamos á los amantes de estas curiosidades una visita a esta exhibición antes de que los señores partan para el exterior. Se exhibe todos los días de 12 á las 4 p. m.»32. Así pues, antes de ser depositado en el Banco de Bogotá, donde se encontraba en el momento de su adquisición según figura en el contrato de compra por parte del Gobierno, el tesoro fue exhibido de cara a su venta, parece ser que durante largo tiempo, en la casa particular de Jaramillo Lalinde. Y respecto a la frase «antes de que los señores partan para el exterior», que resulta de difícil comprensión, pues ¿a qué señores se refiere?, Muñoz (2003) la interpreta como referida a Vedovelli y Jaramillo al con-siderar que ambos eran socios en la venta y que de alguna u otra forma estaban relacionados con Fabio Lozano Torrijos y Domingo Álvarez, quienes aparecen como propietarios en el contrato de venta, dado que todos ellos eran comerciantes relacionados con la minería y el coleccionismo. Así, es posible que, con motivo de su partida, el tesoro sea depositado en el Banco de Bogotá, dado que esta autora considera que había un compromiso por parte de Holguín para su compra.

Vedovelli-Breguzzo, que era miembro de la Sociedad Geográfica de Roma y fundador ese mismo año de una empresa de importación-exportación denominada Museo Commerciale Italiano (Gamboa Hinestrosa, 2002), editó un pequeño catálogo en francés de esta colección con las piezas numeradas y pesadas, ilustrado con tres fotografías referidas a todo el conjunto y deno-minado Catalogue de la Collection «Finlandia». Découvert dans deux sepulcres près de la ville de Cartago (République de Colombie) en Novembre de 1890. Como nos manifiesta en el mismo, fue encargado por los propietarios de su venta, que se tasa como conjunto o colección en 24 000 libras

Figs. 3a y 3b: Catálogos de Vedovelli dedicados al embajador de Italia en Bogotá y al ministro español B. J. Cólogan. Archivo General de la Administración y Archivo del Museo de América.

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33 Bernardo J. Cólogan, ministro plenipotenciario de España en Colombia, fue elegido comisionado especial del Gobierno de España en las reuniones de la Comisión de las Exposiciones de Madrid y Chicago (Muñoz 2011: 109). Según Gamboa (2002), Vedovelli y Cólogan se conocieron en el funeral del conde Gloria, que era el embajador de Italia en Bogotá. No obstante, es curioso que este catálogo, dedicado al conde Gloria, estuviera en manos del embajador español.34 Este catálogo dedicado a Cólogan se encuentra en el Archivo General de la Administración, Fondo Presidencia, AGA, Libro A-15, cajas 3609-3611.35 El Correo nacional, 24 de febrero de 1892.36 Las dos piezas referidas al lote n.º 20.37 De quien Gamboa (2002: 132) nos dice que fue un artista-pintor-fotógrafo que tuvo un estudio fotográfico en Bogotá a finales del xix.

esterlinas, aunque manifiesta que acepta otras ofertas en nombre de los propietarios, que han de ser dirigidas tanto por carta como por cable a su domicilio de Bogotá. Este catálogo fue difundido y entregado a los embajadores de diferentes países y en el Museo de América existe un original del mismo dedicado por Vedovelli en lengua italiana al conde Gaspar Gloria, embajador de Italia en Bogotá, dedicatoria que está tachada y bajo la que se puede leer «remitido por la Legación de España en Bogotá al Delegado de la Exposición Histórico-Americana, anexo al oficio del 23 de agosto de 1891». También escrito a mano en lápiz y entre paréntesis, «Tesoro de los Quimbayas». Así pues, fue remitido por el entonces ministro plenipotenciario de España en Bogotá, Bernardo J. Cólogan33, a quien también Vedovelli dedicó otro ejemplar34 (figuras 3a y 3b).

En la introducción de dos escasas páginas de este pequeño catálogo se hace referencia al oscurantismo del conocimiento sobre el origen de las primeras poblaciones americanas y cómo este Tesoro viene a arrojar luz sobre el mismo. Pero sin duda lo que nos parece más significativo de la misma es la referencia directa a los miembros de la Société Cristophoro Colomb de Génova, quienes deben pronunciarse sobre dicho conocimiento aprovechando este descubrimiento. Con ello, efectivamente pretende interesar a esta sociedad con motivo de la celebración del IV Centenario del descubrimiento de Colón, en Génova (Gamboa Hinestrosa, 2002). Posteriormente, como conse-cuencia del interés mostrado por el nuevo ministro plenipotenciario de Italia en Bogotá, se enviará al certamen una colección de cerámica quimbaya, estando así, según Muñoz (2003 y 2011), una parte del hallazgo presente en la misma, aspecto bastante cuestionable como veremos.

En este catálogo de la «colección Finlandia» se aporta una información muy escasa relativa al lugar de su descubrimiento, «cerca de Cartago», es decir, en el Quindío. Y respecto a la natura-leza de las piezas, «aunque descubiertas en un terreno de naturaleza volcánica, no se ha encon-trado un solo instrumento ofensivo, ni la más pequeña arma ni un ápice de cuchillo. Su examen demuestra la evidencia de que la mayor parte del tesoro pertenece al culto: pero ¿qué culto?», se pregunta Vedovelli (1890: 3). Además, proporciona una somera descripción de los objetos, aunque con denominaciones poco adecuadas, ornamentos sacerdotales, mitras o efigies egipcias, dado que establece una comparación de las piezas del Tesoro, llamado «sacerdotal», con las del mundo egipcio y grecorromano, e incluso en la introducción del catálogo hace referencia a cuatro piezas de cerámica que por su estilo recuerdan las egipcias y a dos fragmentos pintados en rojo y negro que relaciona, por forma y color, con los que había encontrado cerca de Antioquía, en Asia Menor, en 1862. De estas descripciones, cuya funcionalidad no anda tan equivocada al tener un carácter ritual referido al consumo de la coca (véase Andrés Gutiérrez Usillos en este libro), manifestará posterior-mente Vicente Restrepo que un extranjero para quien la arqueología es sinónimo de numismática incurrió en extraños adefesios al describirlo y al convertir los cascos en mitras, la corona en cinturón sacerdotal, etc.35

No obstante, su importancia sin duda reside en que constituye la primera descripción completa del Tesoro, dado que es anterior a la de Gonzalo Ramos Ruiz, y la primera publicación y documentación gráfica referida al mismo, al estar todas las piezas fotografiadas, excepto dos36, en tres imágenes de conjunto realizadas por Antonio Paccini37. Esto ha permitido la identificación de las mismas, ya que van numeradas con el número del lote a que hacen referencia, un total de treinta y dos lotes, incluyendo en este último los diferentes tipos de narigueras, orejeras, separa-dores de collares, cascabeles, collares, etc., es decir, las piezas denominadas «menores» o de menor tamaño. Pero lo que resulta más interesante es que da el número de las mismas, así como de los elementos o cuentas que componen los collares, y que pueden ser también contabilizados en las fotografías (figuras 4, 5 y 6). Esto nos permite conocer el número exacto de piezas que formaban la «colección Finlandia».

la adquisición del tesoro quimbaya y las exPosicionesdel iV centenario del descubrimiento de américa

En el año 1892 tuvo lugar la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América. A la celebración de esta conmemoración en España, con actividades similares aunque objetivos

Fig. 4: Lámina del catálogo de Vedovelli. Archivo del Museo de América.

Fig. 5: Lámina del catálogo de Vedovelli. Archivo del Museo de América.

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38 Publicado en el Diario Oficial, Bogotá, 12 de julio de 1891, n.º 8492.

distintos, también se sumaron otros dos países, Italia y Estados Unidos, y, dada la coincidencia de las fechas de los festejos, rivalizaron por llevar la voz cantante en los mismos y compitieron en su capacidad de convocatoria, dejando España finalmente clara su supremacía (Muñoz, 2011; Ramírez Losada, 2009). Mientras que la Exposición Colombina Universal de Chicago pondrá su énfasis en los temas de industria y progreso y la Exposición Italo-Americana de Génova en la apertura y consolidación de nuevas rutas comerciales, la Exposición Histórico-Americana de Madrid, en su segunda convocatoria de participación, lanzada a los países hispanoamericanos por el conservador Cánovas del Castillo en 1891, buscaba representar el estado de desarrollo en que se encontraban los indígenas antes del descubrimiento.

Colombia se sumó a dos de los tres eventos y para la organización de los mismos nombró en julio de 1891 una Comisión de las Exposiciones de Madrid y Chicago, a la vez que asignó un presupuesto especial de 100 000 pesos para la participación en los mismos38. Esta Comisión fue reorganizada en el mes de noviembre del mismo año, tras la nueva convocatoria española y «con-siderando que la participación del país sería importantísima para el estudio de la Arqueología, la Antropología y la Historia Americana» (Muñoz, 2011), dada la compra que ya se había hecho del denominado Tesoro de los quimbayas en el mes de agosto. Compra que tenía por finalidad exhi-birlo en ambas exposiciones de Madrid y Chicago y, posteriormente, regalarlo a Su Majestad la reina regente, doña María Cristina de Habsburgo y Lorena, como agradecimiento a la intervención de España en el Laudo Arbitral firmado el 16 de marzo de 1891, en el que se dirimieron los límites

Fig. 6: Lámina del catálogo de Vedovelli. Archivo del Museo de América.

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39 Relación que Gamboa (2002) manifiesta no estaba incluida en el documento del Archivo.40 Al manifestar: «Conocemos la historia de cada una de las colecciones de antigüedades de oro y cerámica colombianas que serán enviadas a la Exposición de Madrid, sabemos los medios de que se han valido sus dueños para adquirirlas y para evitar todo engaño no dudamos en garantizar su autenticidad. La de la colección del Gobierno está comprobada con un expediente lleno de declaraciones de testigos que presenciaron la extracción de las bellas piezas que la forman, de las guacas del sitio de La Soledad, cerca de Finlandia [...] Pudiéramos presentar comprobantes de lo que afirmamos, nos limitaremos a dar publicidad a la certificación firmada por el Excmo. Ministro de España» (Restrepo y Arias 1892: 16).41 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta dirigida al ministro de Estado, Bogotá, 25 de abril de 1891.42 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4/1286, carta dirigida al delegado general de la Exposición Histórico-Americana, Bogotá, 23 de agosto de 1891.43 Con la finalidad de recolectar, reunir y enviar las colecciones y en la que figuraban Salvador Camacho Roldán, en calidad de presidente, Vicente Restrepo, Gonzalo Ramos Ruiz, Carlos Martínez Silva, que era director del Diario Nacional, y Felipe F. Paúl (Muñoz 2011). Posteriormente, en noviembre del mismo año, fue derogada y reorganizada con siete miembros: Carlos Martínez Silva como presidente, Carlos Calderón R. como vicepresidente, Vicente Restrepo, Gonzalo Ramos Ruiz, Nicolás J. Casas, Arturo de Cambil y Julio E. Pérez. (AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, recorte del Diario Oficial del 19 de noviembre y publicado el 25, enviado por Cólogan al delegado general de la Exposición Histórico Americana en carta fechada en Bogotá el 25 de noviembre de 1891).

entre Colombia y Venezuela, reconociéndose la soberanía de Colombia sobre los territorios en litigio: la Guajira, San Faustino y la margen izquierda del río Orinoco.

Debemos a Gamboa Hinestrosa (2002: 148) toda la información referida a la compra del Tesoro, que fue adquirido el 20 de agosto de 1891 mediante un «Contrato de compra de una colec-ción de objetos de oro» entre el Gobierno y Fabio Lozano Torrijos, de Ibagué, por la suma de 70 000 pesos, en el que se específica:

Artículo 1.º. Fabio Lozano T. da en venta al Gobierno de la República una colección de objetos o dijes de oro procedentes de una guaca o depósito hallado en el Corregimiento de Finlandia, Departamento del Cauca, y que hubo por compra que de ellos hizo el Sr. Domingo Álvarez, vecino de esta ciudad. Dicha colección es la misma que se halla actualmente en poder del Banco de Bogotá y está clasificada en sesenta y dos (62) números con cuatro-cientos treinta y tres (433) objetos que tienen de peso veintiún mil doscientos veinticuatro gramos (21.224) según la relación39 que adjunta el presente contrato.

Artículo 2.º. El Gobierno pagará a Lozano T. por valor de la mencionada colección, setenta mil pesos ($70.000) en moneda corriente, de contado [...] transfiriéndose por el mismo hecho al Gobierno la propiedad de aquella colección de objetos, para que pueda disponerse de ella como á bien tenga.

Artículo 3.º. El presente contrato necesita, para llevarse a efecto, ser aprobado por el Excelentísimo Presidente de la República, y notificado al Gerente del Banco de Bogotá, con el objeto de que tome conocimiento de la adquisición que el Gobierno hace de la expre-sada colección.

Contrato suscrito por los Ministros de Fomento y Relaciones Exteriores: Carlos Uribe, y Marco Fidel Suárez, y aprobado y firmado por el Presidente Carlos Holguín.

En este contrato figuran los nombres de los anteriores propietarios, primero Domingo Álvarez y posteriormente Fabio Lozano Torrijos, a quien se lo compra el Gobierno, aunque no hay referencias a cuándo se hacen con el mismo.

Así, en agosto de 1891 fue comprada por el Presidente de la República de Colombia, don Carlos Holguín, la mayor parte de la «colección Finlandia», previo informe de Ernesto Restrepo, miembro de la Comisión, quien posteriormente la autentificaría en el Catálogo de la Exposición Histórico-Americana40. Según Muñoz (2003: 175), Ernesto Restrepo tuvo el expediente relativo a la documentación de la compra del Tesoro para la elaboración del catálogo y de su libro sobre los quimbayas, pero no devolvió estos documentos claves para la identificación de sitios, nombres de huaqueros, testigos, primeros compradores, etc., permaneciendo perdidos hasta la actualidad.

Este expediente también estuvo en poder del ministro plenipotenciario de España en Colombia, Bernardo J. Cólogan, quien firma su certificación el 10 de junio de 1892, certificación que hace extensiva a otras colecciones de orfebrería indígena de coleccionistas privados que se presentan en Madrid, como las de Vicente Restrepo, Carlos Uribe y Nicolás J. Casas, y las de cerámica de los señores Restrepo y Pizano, así como las de los demás objetos reunidos y clasificados para ser remitidos a la exposición de Madrid.

Será Bernardo J. Cólogan quien vaya informando a través de la correspondencia diplomá-tica de la disposición de Colombia a participar en la exposición y de las actividades encaminadas a la adquisición de colecciones, y, en fecha tan temprana como el 25 de abril de 189141, ya anuncia que «entre ellas hay una muy valiosa de objetos encontrada recientemente, y como quizás sea la compra de esta [...]» el medio que se adopte. E igualmente el 12 de julio42, en carta dirigida al duque de Tetuán, delegado general de la Exposición Histórico-Americana, tras hacer una valora-ción de los intereses colombianos en las exposiciones de Madrid y Chicago y hablar de las partidas asignadas a ambas, que ascienden a la suma de $100 000 y que aparecen consignadas en el Diario Oficial de ese mismo día, junto con el nombramiento de los integrantes de la Comisión para la organización de la exposiciones43, Cólogan manifiesta «que sienten necesidad de corresponder

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44 Esta referencia parece confirmar la tesis de Muñoz de que Vedovelli estaba asociado con Jaramillo y Lalinde para la venta.45 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta dirigida al ministro de Estado, Bogotá, 23 de agosto de 1891.46 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta de Navarro Reverter al ministro plenipoten-ciario de España en Colombia, Madrid, 29 de septiembre de 1891.

con el Laudo Arbitral por lo que hay intención y deseo de hacer algo digno dentro de los no muy grandes elementos con que se cuenta para concurrir a nuestra exposición».

Posteriormente, da cuenta de la compra en dos cartas dirigidas, una al delegado general de la exposición y otra al ministro de Estado, fechadas el 23 de agosto, manifestando en la primera: «tengo la satisfacción de anunciar a usted que aparte de lo perteneciente a la Biblioteca y Museo, ya está asegurado el envío de tres notables colecciones, una de ellas toda de oro que acaba de comprar el Gobierno por la suma creo de $60 000 que no han salido del crédito de los $100 000. Para que usted pueda formarse una idea de lo que es esta colección tengo el honor de remitirle un folleto, que hace unos meses publicó de ella un italiano, que intentó asociarse con el dueño para una especulación fallida44. La descripción allí hecha no tiene ningún valor científico, pero se puede apreciar por ella el número y valor de los objetos...».

Mientras que en la segunda, que lleva membrete de reservada, reitera la compra de la colec-ción y da cuenta también de la donación que hará de ella el Gobierno colombiano manifestando:

acompaño un folleto que recibirá usted por separado y que le envío para que [...] forme idea de una valiosa colección de antigüedades indias de oro, cuyo envío a la exposición ya está asegurado por haberla comprado el Gobierno. Nada más digo ni debo decir al Sr. Delegado sobre esta colección pero algo más debo añadir a Usted sobre su final destino con la natural reserva [...] desde que se pronunció el Laudo Arbitral no una sino varias personas importantes y algunos adversarios políticos del Gobierno me hablaron íntima-mente de hacer algún obsequio al Gobierno de S. M. en señal de agradecimiento [...]. Acaba de ser traída a Bogotá una numerosa y valiosa colección, encontrada en noviembre del año pasado en guacas o sepulcros, y sabrá que era eso lo que se tenía en mira, pero ofrecía grave dificultad lo elevado del precio. Debo hacer constar en honor de la verdad que el presidente C. Holguín ponía gran empeño en ello, como también se lo tenía el Sr. Suárez, Ministro de Relaciones Exteriores. Las opiniones favorables de otras personas, aún de distinto carácter político [...] han podido ser alicientes para tomar una decisión; lo cierto es que la referida colección acaba de ser comprada, mediante combinaciones de partidas del presupuesto, por la no insignificante suma, y menos para el Tesoro, de $60.000 en papel, que representan unos $32.000 en oro [...] Figurará en nuestra exposición y quizás sea llevada a Chicago, pero después será ofrecida a S. M. la Reina para nuestro Museo. Sobre este proyectado obsequio guardo la más absoluta reserva, pues me parece no debo contribuir á que se desflore y divulgue este cortés propósito del Gobierno colombiano, pero al mismo tiempo creo que, al informar confidencialmente a V. E. no hago sino cumplir con mi deber45.

En esta última se pueden apreciar pequeñas imprecisiones, tal vez consecuencia de la premura de las noticias relativas al coste de la adquisición, al dar la cifra de $60 000 en vez de $70 000, que es la que figura en el contrato de compra, así como la fecha del hallazgo, noviembre, cuando en las notas de prensa se corresponde con finales de octubre. Por otra parte, deja claro que el dinero para la adquisición del Tesoro de los quimbayas no salió del presupuesto de $100 000 asignado para ambas exposiciones (Ramírez Losada, 2009), así como el respaldo dado al presi-dente Holguín por parte de sus adversarios políticos para la donación del mismo. Y, respecto al referido folleto, que es el Catálogo de Vedovelli, el secretario general de la Junta de Exposiciones, Juan Navarro Reverter, en carta enviada a Cólogan46, manifiesta, además de que felicite al Gobierno y a la Comisión «por haber adquirido la colección de objetos que llamará indudablemente la atención», que «las fotografías y relación tomadas del folleto» serán reproducidas pronto por La Ilustración Española y Americana.

Todas estas informaciones motivarán la difusión oficial de la noticia, que aparecerá publi-cada en la Circular n.º 437 de la Delegación de la Exposición Histórico-Americana, firmada por el duque de Tetuán, delegado general de la misma, de la que Juan Navarro Reverter envía a Cólogan veinte ejemplares, con la fecha tan temprana de 1 de octubre de 1891, bajo el título «Ofrecimientos notables»: «El Gobierno de Colombia, deseoso de figurar dignamente [...] ha adquirido con destino

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47 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286. Circular n.º 437.48 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta dirigida al ministro de Estado, Bogotá, 13 de noviembre de 1891.49 AGA, Presidencia (9) 2.3 51/3602, carta de Carlos Holguín a don Antonio Cánovas del Castillo, Bogotá, 13 de diciembre de 1891.50 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta de Martínez Silva a Cólogan, Bogotá, 5 de febrero de 1892.

exclusivo a nuestra exposición una hermosa colección de objetos curiosos y raros, de oro macizo compuesta de ídolos, vasos sagrados y amuletos, recientemente descubierta que ha sido desig-nada con el nombre de Tesoro sacerdotal y que indudablemente llamará la atención de sabios y profanos»47.

A mediados de noviembre Cólogan reitera la donación de la misma: «respecto a la colec-ción de oro comprada por el gobierno en $70 000 yo no puedo decir de oficio [...] su verdadero destino, pero hoy privada y reservadamente bien puedo hacerlo: Es un regalo destinado al Gobierno español y figurará en la Exposición [...] el enviarlo después o no a Chicago también será cosa nuestra. Es un acto de agradecimiento por el fallo de límites, cuya noticia coincidió con la llegada de la colección recién descubierta». Y agrega: «El obsequio contará no sólo con la inicia-tiva del Gobierno y del Presidente Holguín, sino con el de la nación colombiana, pues a raíz del fallo más de dos personas de diferente color político me indicaron algo sobre el decoro que habrá en un acto de gratitud a España [...] Sólo agregaré que la descripción, clasificación, histórica y científica del folleto del Sr. Vedovelli es muy deficiente y que esto se hará por persona más com-petente [...]»48.

Posteriormente será el propio Holguín, en una carta con membrete «Presidencia República-Privada» dirigida el 13 de diciembre del mismo año al Presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, quien le notifique esta decisión manifestándole, tras hablar de los esfuerzos que está haciendo el Gobierno colombiano para concurrir a la exposición, que «He tenido la buena fortuna de poder comprar la colección más completa y más valiosa, toda de oro finísimo, de la industria de los aborígenes de Colombia. Aunque la he comprado con el especial designio de pre-sentársela al Gobierno de S. M. como una pequeña muestra de nuestro agradecimiento por el servicio que nos prestó sirviéndonos de árbitro en nuestro pleito con Venezuela sobre delimita-ción de fronteras, esperando que ella adorne algún Museo de Madrid»49.

Sin embargo, para que se haga oficial esta noticia en Colombia habrá que esperar al día de la Independencia Nacional, el 20 de julio de 1892, en el que el presidente Carlos Holguín, en el discurso dado ante el Congreso, va a hacer pública a la nación la compra del Tesoro y la intención de donar este, al que se refiere como «la colección más completa y rica de objetos de oro», para exponerla en Madrid y Chicago y posteriormente «obsequiarla al Gobierno español para un museo de su capital», y manifiesta que antes de mandarla a Madrid «propuse al gobierno de Venezuela que tomase la mitad de la colección para que el obsequio fuese de ambos gobiernos. No habiendo sido aceptado el ofrecimiento, determiné hacerlo por nuestra sola cuenta» (Gamboa Hinestrosa, 2002: 181-182). No obstante, el presidente Holguín no pudo entregar de manera oficial el Tesoro de los quimbayas, dado que fue Miguel Antonio Caro, vicepresidente del nuevo Gobierno conservador de Rafael Núñez, que salió de las urnas el 7 de agosto de 1892, quien lo hizo.

Con los inicios del año 1892 las actividades de la Comisión se van a centrar en los prepara-tivos de la exposición de Madrid, preparativos de los que también va a dar cuenta el ministro español Bernardo J. Cólogan y que se inician con discrepancias y rivalidades de coleccionistas entre Vicente Restrepo y Gonzalo Ramos Ruiz, lo que provocará su intervención a petición del ministro de Fomento colombiano para que renuncien como miembros de la Comisión Gonzalo Ramos Ruiz y Julio E. Pérez en febrero y se haga efectivo el nombramiento de Vicente Restrepo para que se haga cargo de estos trabajos50. Esto va a permitir el préstamo gratuito de la colección que poseen Vicente y Ernesto Restrepo, ya que «entre ambos poseen la más numerosa y valiosa colec-ción del país (que sólo en oro representa unos 7 kg) y siempre tuve en mira fuese a Madrid, para lo cual sólo había la dificultad de que el Gobierno necesitaba desembolsar unos $20 000 en papel ($42 000 en oro) en su compra». Colección que como veremos, y el propio Restrepo manifiesta, estaba constituida por numerosas piezas de otro lote del hallazgo, por lo que también forman parte de las tumbas de La Soledad. Y continúa manifestando: «a ambos, padre e hijo, los he nombrado para constituir conmigo una reunión auxiliar para el envío de los objetos a Madrid y me han prome-tido una relación de los trabajos que están realizando para la Exposición» y «de los objetos con que ya cuentan» e ir «expidiendo en su oportunidad las cajas que se hallen listas». «En estos momentos tienen ya en su casa la valiosa colección de oro que compró el Gobierno [...] la están catalogando

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51 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta al delegado general de la Exposición Histórico-Americana, Bogotá, 12 de febrero de 1892.52 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta al delegado general de la Exposición Histórico-Americana, Bogotá, 12 de marzo de 1892.53 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta al delegado general de la Exposición Histórico-Americana, Bogotá, 12 de mayo de 1892.54 No hemos podido encontrar en los archivos y bibliotecas de España consultados este álbum de fotografías, ni las copias sueltas de las mismas, que nos permitirían conocer todas las piezas quimbayas que se exhibieron en la Exposición Histórico-Americana. No obstante, a través de Carmen Muñoz (2003 y 2011) sabemos que este álbum consta de 30 láminas que ilustran más de 2.300 antigüedades indígenas de diferentes materiales y que con ellas se hicieron 9 álbumes que fueron distribuidos entre Génova, Madrid y Chicago, y otros se quedaron en Colombia. También se imprimieron 250 ejemplares tanto del Catálogo como del libro de los quimbayas de Ernesto Restrepo.55 El Correo Nacional, 24 de febrero de 1892. AGA (10) 3.4 54/1286.56 El Correo Nacional, 7 de mayo de 1892. AGA (10) 3.4 54/1286.57 El Criterio, Bogotá, 9 de mayo de 1892. AGA (10) 3.4 54/1286.58 AGA (10) 3.4 54/1286, correspondencia de Cólogan fechada en Bogotá el 12 de mayo de 1892.59 La línea directa a Vigo quedó suspendida a principios de año, por lo que se ha de utilizar la de Nueva York con trasbordo en La Habana (AGA (10) 3.4 54/1286).60 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta de Cólogan a los capitanes de la C&T, Bogotá, 1 de julio de 1892.61 AGA, Asuntos Exteriores (10) 3.4 54/1286, carta al delegado general de la Exposición Histórico-Americana, Bogotá, 2 de julio de 1892.

científicamente y al mismo tiempo fotografiando, pues el Sr. Restrepo se propone formar tres álbumes de los que nos ofrecerán sendos ejemplares: uno de antigüedades de oro, el segundo de inscripciones y el tercero de cerámica y otros objetos [...]»51. Y unos días más tarde manifiesta que «V. Restrepo sigue trabajando con gran eficacia en los preparativos del envío teniendo terminada la catalogación de numerosos objetos de oro y muy adelantados otros trabajos»52.

Cólogan da cuenta de los objetos reunidos y clasificados para enviar a Madrid: «600 de oro, 24 de cobre y 350 cerámicas»53, además de trescientas fotografías realizadas por el Sr. Racines de los objetos y de otros existentes en Colombia que no pueden viajar a la Exposición. «Con estas fotografías se hará un álbum que será presentado en el Congreso de Americanistas y para la expo-sición se remitirán copias sueltas en cartones, porque serán mejor vistas y examinadas por el público», enviando diez ejemplares como muestra54, y continúa: «[...] además están en camino desde Manizales (Antioquia) para el puerto fluvial de Honda, 200 objetos de cerámica que no es prudente traer aquí exponiéndose al riesgo de roturas por el mal estado de los caminos».

Junto a las cartas, adjunta también recortes de la prensa colombiana relativos a «Colombia en la Exposición de Madrid y Chicago», tanto de El Correo Nacional como de El Criterio, escritos por Vicente Restrepo y en los que se van dando cuenta de los trabajos realizados. Por ellos sabemos que «cada pieza lleva un pequeño número adherido, que se repite en el catálogo, poniendo el peso, la medida y la ley del oro por aproximación (obtenida de la piedra de toque) y a continuación una somera descripción de la pieza»55. Así como que «El Sr. Restrepo [...] exhibía entier en los salones de su casa habitación todos los objetos reunidos y clasificados» que debían enviarse a Madrid y Chicago, y que entre ellos «lucía allí la espléndida colección comprada por el Gobierno de la tribu de los Quimbaya»56, y que, para su visita, «hace poco recibimos la tarjeta que el Sr. Restrepo envía a los altos empleados de la nación y del Departamento y a otros muchos caballeros de la ciudad [...] invitándolos a visitar la colección [...] que artísticamente ha arreglado en los salones de su casa habitación»57. Colecciones que según Botero (2006) fueron visitadas por 600 personas, siendo una de ellas sin duda Soledad Acosta de Samper (1894), quien manifiesta que pudo examinar detenidamente el tesoro en Bogotá.

el enVío del tesoro quimbaya a madrid y su exhibiciónen la exPosición histórico-americana

Ante la cercanía de las fechas de la celebración del certamen, ahora la atención se va a centrar en el transporte de las colecciones. En las cartas de Cólogan se puede apreciar desde un primer momento la preocupación por el mismo, ya que las dificultades, provocadas por las lluvias y el mal estado de los caminos, conllevan obstáculos y riesgos de rotura de piezas. Pero ahora, en el momento en que las colecciones deben ser trasladadas para su embarque con destino a España, esta preocupación se hace más marcada. Los planes son que «embarquen en el vapor que a mediados de junio toca en Sabanilla, Cartagena, y llega a La Habana el 28 para trasbordar al vapor que sale el 30 de junio y así están en Madrid a mediados de julio»58, mientras que los que no estén listos no podrán llegar a Madrid hasta finales de agosto. Sin embargo, las fechas se retrasan de modo que hasta el 18 de junio no saldrán para Barranquilla diecisiete cajas desde Bogotá y seis desde Manizales. Una vez en Barranquilla serán embarcadas en el vapor México rumbo a La Habana y de allí transbordadas a otro vapor para viajar a España, adonde llegarán el 10 de agosto59. Cólogan va a escribir a los capitanes de la compañía de transporte pidiendo que se tenga cuidado en este trasbordo, sobre todo «con las cajas 15 y 16, especialmente valiosas no sólo por ser de oro su con-tenido, sino por la rareza y mérito histórico de los objetos»60, dado que en la número 16 viaja el Tesoro de los quimbayas.

En la solicitud de embarque presentada por Vicente Restrepo y Cólogan61 al agente de la Compañía Transatlántica en Sabanilla, se certifica que el contenido de las cajas es arqueológico y que no tienen otro destino que la exposición, por lo que llevan el rótulo «Exposición de Madrid. Legación de Colombia». Además, se da el contenido de las 23 cajas, de forma que, de las 17 que salieron de Bogotá, 12 eran de cerámica, una de instrumentos de piedra y obras arqueológicas,

Fig. 7: Pabellón de Colombia en la Exposición Histórico-Americana de 1892 con la exhibición del Tesoro de los quimbayas. Archivo del Museo de América.

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62 La fecha establecida para su apertura al público fue el 12 de septiembre, pero la ausencia de la corte hizo que esta se produjera el 30 de octubre, mientras que la inauguración oficial con la presencia de la reina regente María Cristina y los reyes de Portugal tuvo lugar el 11 de noviembre, y en sesión del comité organizativo se acordó que ambas «permanecieran abiertas mientras el público manifestase deseos de visitarlas y como mínimo hasta pasada la Pascua de Reyes». No obstante, permanecieron abiertas hasta el 30 de enero de 1893 (Martínez y Verde Casanova 2005: 157).

otra de arreos e instrumentos de música y adornos de las tribus actuales, dos contenían figuras y arreos de oro (colecciones del Gobierno y particulares) y otra objetos pequeños de piedra, loza y hueso. Mientras que las 6 de Manizales contenían «cerámica de la importante tribu de los quimbaya» y «fueron directamente a la costa por las dificultades que ofrecen los caminos». Es por ello «que no se han podido incluir y describir en el Catálogo por no tenerlas a la vista», por lo que se dan instruc-ciones de que en Madrid se mantengan separadas, ya que serán descritas por Ernesto Restrepo a su llegada.

La Exposición Histórico-Americana tuvo lugar en el entresuelo del recién construido Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, mientras que en la planta superior se celebró de forma simul-tánea la Exposición Histórico-Europea62. A cada país corresponderá la organización de la sala que le ha sido asignada, y en el caso de Colombia la delegación encargada de recibir y organizar los materiales estará presidida por Julio Betancourt, ministro plenipotenciario, y José T. Gaibrois, encargado de Negocios en calidad de jefe interino, junto con seis delegados entre los que se encuentra Ernesto Restrepo, que también fue asignado para participar en el Congreso de

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63 En el Archivo del Museo de América se conservan numerosas fotocopias de recortes de prensa, española y colombiana, referidos al pabellón de Colombia y sus colecciones, así como a los quimbayas, cuyos originales creemos se encuentran en el Museo del Oro de Bogotá. Desgraciadamente gran parte de ellos carecen del nombre de la publicación y/o de la fecha, lo que impide citarlos de forma adecuada.64 «Exposición Histórico-Americana», en El Centenario, 1892, t. III, p. 339.65 A disposición del Gobierno español quedaron cinco series de fotografías y los libros referentes a las antigüedades colombianas (Muñoz 2003), pero dichos álbumes fotográficos no han podido ser encontrados.

Americanistas que se celebró en Huelva junto con Soledad Acosta de Samper. Para ello le fue con-cedido «un presupuesto de cuarenta mil pesos en oro» (Muñoz, 2011: 152) y a través de la investi-gación de esta autora conocemos todos los pormenores de los preparativos para la exhibición.

La instalación de la sala presentaba las paredes con banderas, escudos de Colombia y armarios en los que se colocaron las colecciones particulares de oro y cerámica, y entre ellos se encontraban fotografías de objetos de colecciones particulares que no habían venido a la exposi-ción, mientras que en una vitrina hexagonal con cristales, en forma de templete, coronada con el busto de Cristóbal Colón y flanqueada por las banderas de Colombia y España, que se dispuso en el centro de la sala, se exponía el Tesoro de los quimbayas (figura 7). Como pone de manifiesto Muñoz (2011), son numerosas las referencias visuales y escritas en la prensa de la época, tanto colombiana como española, y en revistas, como la oficial El Centenario o La Ilustración Española y Americana63, y dado que es el único país que expone colecciones de objetos de oro, se habla de que el pabellón colombiano presenta «una riqueza e interés que ningún país iguala». Mientras que en la revista El Centenario, surgida para dar cuenta de las actividades de la celebración, se reitera que «presenta numerosos barros y multitud de objetos desenterrados de sepulturas indígenas [...] Pero nada llama tanto la atención cómo los ídolos, joyas, ornamentos y vasijas de oro, cuyo valor, tasado por lo alto, excede seguramente de 100 000 duros»64. Y en esta misma revista aparece publicado un artículo de Ernesto Restrepo titulado «Orfebrería de las tribus Quimbaya y Chibcha», en el que hay una lámina grabada con las imágenes en dorado sobre fondo azulón de los poporos antropomor-fos del Tesoro de los quimbayas con una nota de la redacción en la que se manifiesta «que repro-duce varios de los objetos de oro que forman parte del espléndido regalo hecho por el Gobierno de Colombia a la reina de España [...]» (1892b: 341)65, apareciendo en este artículo también dibujos de tres piezas quimbayas pertenecientes a la colección de Vicente Restrepo y que formaban parte del mismo hallazgo.

Fig. 8: Inventario de donación del Tesoro de los quimbayas. Archivo del Museo de América.