Mujeres novohispanas, de seglares a monjas. Ritos de paso...

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1 Mujeres novohispanas, de seglares a monjas. Ritos de paso entre monjas capuchinas. Las fundaciones monacales femeninas sirvieron para dar respuesta a las necesidades devocionales y religiosas de los pobladores de la Nueva España, especialmente de los sectores españoles radicados en este territorio, ello a la vez permitió darles como grupo étnico, un sentimiento de unicidad frente a la inmensa población indígena americana. Asimismo, la vida religiosa formó parte de la cultura novohispana y llegó a convertirse en un ideal de vida, debido en gran medida a que desde muy temprana su momento, algunas decidieran convertirse en monjas. La literatura hagiográfica que circuló en Nueva España, fue un aliciente a este respecto, pues su carácter pedagógico motivó a más de una, a seguir el ejemplo de sus protagonistas. Con su contenido, las “vidas de santos” pautaban el comportamiento social sino es que también individual, de sus lectores o escuchas, ya que las vivencias ahí mencionadas lograron insertarse en el imaginario de la población al grado de forjarse como un ideal de vida. 1 El presente trabajo abordara la orden franciscana femenina de las pobres monjas capuchinas en la Nueva España. Dicha orden vino a territorio americano proveniente de Europa, concretamente de Toledo, España, en los siglos XVII y XVIII. 2 Fundaron el primer convento en la capital del virreinato en 1665, edificando otros más en el siguiente siglo. 3 Salvo el primer monasterio, todos los que le precedieron se realizaron bajo el dominio de los Borbones. 1 Recordemos que en tiempos coloniales el índice analfabeta era elevado, por tanto, sermones y demás lecturas edificantes, eran leídos en voz alta y en grupos preferentemente, para que su contenido llegara a un número mayor de personas. 2 Mendoza Muñoz, Jesús. El convento de San José de Gracia de pobres monjas Capuchinas de la ciudad de Querétaro, un espacio para la pobreza y la contemplación femenina durante el virreinato . México, Fomento Histórico y Cultural de Cadereyta, serie de historia, volumen III, 2005. p. 13. 3 A continuación pondré el año de fundación, nombre y sitio de los monasterios: 1665- San Felipe de Jesús, México; 1703- Santa Ana, Puebla; 1721- Señor de San José de Gracia, Querétaro; 1744- San José (capuchinas españolas), Oaxaca; 1756- San José, Jalisco; 1761- La Purísima y San Ignacio, Guadalajara; 1782- Nuestra Señora de los Ángeles (capuchinas indias), Oaxaca; 1787-Nuestra Señora de Guadalupe, La Villa y en 1798- La Purísima y San Francisco, Salvatierra.

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1

Mujeres novohispanas, de seglares a monjas. Ritos de paso entre monjas

capuchinas.

Las fundaciones monacales femeninas sirvieron para dar respuesta a las

necesidades devocionales y religiosas de los pobladores de la Nueva España,

especialmente de los sectores españoles radicados en este territorio, ello a la vez

permitió darles como grupo étnico, un sentimiento de unicidad frente a la inmensa

población indígena americana.

Asimismo, la vida religiosa formó parte de la cultura novohispana y llegó a

convertirse en un ideal de vida, debido en gran medida a que desde muy temprana

su momento, algunas decidieran convertirse en monjas. La literatura hagiográfica

que circuló en Nueva España, fue un aliciente a este respecto, pues su carácter

pedagógico motivó a más de una, a seguir el ejemplo de sus protagonistas. Con

su contenido, las “vidas de santos” pautaban el comportamiento social sino es que

también individual, de sus lectores o escuchas, ya que las vivencias ahí

mencionadas lograron insertarse en el imaginario de la población al grado de

forjarse como un ideal de vida.1

El presente trabajo abordara la orden franciscana femenina de las pobres monjas

capuchinas en la Nueva España. Dicha orden vino a territorio americano

proveniente de Europa, concretamente de Toledo, España, en los siglos XVII y

XVIII.2

Fundaron el primer convento en la capital del virreinato en 1665, edificando otros

más en el siguiente siglo.3 Salvo el primer monasterio, todos los que le precedieron

se realizaron bajo el dominio de los Borbones.

1 Recordemos que en tiempos coloniales el índice analfabeta era elevado, por tanto, sermones y demás

lecturas edificantes, eran leídos en voz alta y en grupos preferentemente, para que su contenido llegara a un número mayor de personas. 2 Mendoza Muñoz, Jesús. El convento de San José de Gracia de pobres monjas Capuchinas de la ciudad de

Querétaro, un espacio para la pobreza y la contemplación femenina durante el virreinato. México, Fomento Histórico y Cultural de Cadereyta, serie de historia, volumen III, 2005. p. 13. 3 A continuación pondré el año de fundación, nombre y sitio de los monasterios: 1665- San Felipe de Jesús,

México; 1703- Santa Ana, Puebla; 1721- Señor de San José de Gracia, Querétaro; 1744- San José (capuchinas españolas), Oaxaca; 1756- San José, Jalisco; 1761- La Purísima y San Ignacio, Guadalajara; 1782- Nuestra Señora de los Ángeles (capuchinas indias), Oaxaca; 1787-Nuestra Señora de Guadalupe, La Villa y en 1798- La Purísima y San Francisco, Salvatierra.

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2

El objetivo central de este estudio es ejemplificar el período de transición que

tuvieron algunas mujeres novohispanas al ingresar a la vida contemplativa de las

monjas capuchinas y separarse de la vida mundana. Para realizar el ejercicio me

baso en el esquema antropológico propuesto por Víctor Turner denominado “ritos

de paso”.4 En palabras del propio autor, éste modelo “puede servir para marcar la

admisión de una persona en un determinado grupo religioso que no abarca al

conjunto de la sociedad”,5 pero que forma parte de la estructura social, eso es

justo lo que me propongo hacer, pues las órdenes femeninas implementaron sus

propias restricciones en cuanto al ingreso de las mujeres a la vida monacal

aunque al mismo tiempo fueron integrantes de la estructura social virreinal.6

Ahora bien, cuando hablo de “ritos de paso”, me refiero al proceso transitorio en

el cual, el estado social de una persona, dicho sea de paso, es estable y fijo, va a

modificarse mediante diferentes etapas, de tal manera que la condición social de

la interesada cambiara para poder acceder y obtener un rol distinto, contrayendo

simultáneamente reconocimiento social y culturalmente.7 Por tanto, durante cada

etapa de los ritos de paso, el estado social de las interesadas va mutando

obteniendo diferentes derechos y obligaciones para con el grupo. Al mismo

tiempo, las relaciones sociales que la comunidad religiosa establece se ven

condicionadas.

El término “rito” lo tomo como “formas de la conducta religiosa que se hallan

asociadas a transiciones sociales”,8 siendo el ritual en sí mismo “una conducta

formal […] que está relacionada con la creencia en seres o fuerzas místicas.”9 En

4 Debo mencionar que tanto las categorías como el modelo mismo de los ritos de paso están tomados de

Arnold van Gennep, pero he decido basarme únicamente en el trabajo realizado por Turner. 5 Turner, Víctor. La selva de los símbolos: aspectos del ritual Ndembu. México, Siglo XXI Editores, 1997.p.

105. 6 Dichas restricciones se pueden ver en la Regla de la Gloriosa Santa Clara con las Constituciones de las

monjas del Santísimo Crucifijo de Roma. Reconocidas y reformadas por el Padre General de los Capuchinos y con las adiciones a los estatutos de dicha regla. México, Imprenta Del Sagrado Corazón de Jesús, Calle de Meleros, antigua Plaza del Volador, 1897. pp. 16, 46-51. 7 Estado, entendiéndose como la situación social de las personas. Dicha situación muchas de las veces es

estable y fija, Turner ofrece ejemplos tales como oficios, rangos, puestos, inclusive situaciones físicas, mentales o emocionales forman parte de ello, pero a final de cuentas, éstas son reconocidas culturalmente por los miembros de la sociedad a la que pertenece la persona. Turner, op. cit. pp. 103-104. 8 Turner, op. cit. p. 105.

9 Ibidem. p. 21.

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este sentido la vida monacal desarrolló una estrecha relación entre la esfera

sobrenatural y el plano terrestre, siendo las monjas un vínculo entre estos dos

planos. A la par, el convento fue considerado un sitio propicio para las

manifestaciones místicas así como para las fechorías del Demonio, bajo este

imaginario, el espacio monacal se sacralizó.

Ahora expondré cómo es el modelo de los ritos de paso. Dicho paradigma se

caracteriza por ser tripartita siendo sus fases las siguientes:

de separación: aquí es cuando las interesadas muestran su deseo de querer

ingresar a otro estado social. Y por ello, las aspirantes son separadas del

grupo al que estaban inscritas dentro de la estructura social. Ellas son

aisladas precisamente para poder transitar a otro estado y que su situación

se modifique.

de margen o limen: en esta etapa, a las neófitas se les enseñaban todos los

pormenores, conocimientos, deberes y obligaciones que adquirirían en su

nueva vida. Se les daba un nombre para diferenciarlas de las otras

enclaustradas, según este caso, se les denominaba novicias. Durante esta

fase, su situación social era ambigua, puesto que había sido separada de

su antigua condición social y todavía no había trascendido a la fase

concluyente del rito de paso. De igual forma, tenían un carácter de

invisibilidad social, pues ellas no podían ser vistas por las demás personas

que habitaban el claustro o por la sociedad exclaustrada. También esta

etapa del rito se considera como un tiempo de reflexión e interiorización

acerca de la gnosis que les inculca su guía espiritual.

de agregación: esta es la parte culminante del rito. Una vez que ha llegado a

este punto, la persona se compromete socialmente a regirse bajo los

preceptos que le indican tanto su condición social como las normas

vigentes de la sociedad que la ha aceptado. Es ahora cuando la persona

deja su estado liminar y se inserta a otro grupo dentro de la estructura

social. Adquiriendo con ello un nuevo rol que está asociado a nuevas

formas de comportamiento acordes a los derechos y obligaciones que tiene

debido a la posición estructural que ahora ostenta.

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I

Ya que he hablado de la estructura social me corresponde definir dicho constructo,

la estructura social la entiendo como una organización de posiciones que crea la

sociedad, en donde los miembros de la misma deben cooperar asumiendo cada

quién un papel que tiene que desarrollar dentro de ésta organización posicional.

Asimismo, la sociedad crea una estructura fuerte para que ésta no se derrumbe y

permanezca estable. A este respecto, la sociedad virreinal no fue la excepción,

ella estuvo estratificada social e institucionalmente, ello le permitía, como era

deseo de la Corona española, vigilar todos los aspectos de la vida cotidiana de los

habitantes de sus colonias americanas.

Partiendo entonces desde esta idea, es decir, que la sociedad novohispana

estuvo constituida por una estructura de posiciones, la vida y el ideal monacal

formaron parte de este mosaico cultural, las monjas tenían la función social de

velar por el bienestar espiritual de todos los habitantes de este territorio, pues

fungían como un puente de comunicación entre el plano sagrado y el profano.

Además debemos recordar que en este escenario, las mujeres novohispanas no

tenían grandes posibilidades de desarrollo personal, si bien hubo quienes fueron la

cabeza de su familia, este modelo no fue el más común. La mayoría de las

mujeres aprendían labores concernientes a su condición genérica con la finalidad

de contraer matrimonio.

Por otro lado, una opción que se les presentó, fue hacer vida conventual. Ello

pudo significar una oportunidad para desarrollarse tanto individual como

socialmente y ser simbólicamente un nexo entre el Cielo, el Infierno, el Purgatorio

y la comunidad enclaustrada y la seglar. Algunas, incluso, ganaron prestigio social

con la labor social que hacían, aunque sus directores espirituales vigilaban muy de

cerca que ellas no tuvieran visos de soberbia, conducta condenada dentro de los

siete pecados capitales.

La sociedad novohispana veía con muy buenos ojos el que sus hijas o familiares

ingresaran a los monasterios, en sí, que se inclinaran hacia la vida religiosa, pues

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dicha sociedad se caracterizó por ser fervientemente creyente. De hecho, muchas

personas movidas bajo este deseo se convirtieron en fundadores de conventos.10

Algunos de ellos otorgaron parte de su riqueza a realizar este tipo de obras, otros

más reunieron dinero, otros tantos donaron terrenos, bienes inmuebles, productos,

etc., con la finalidad de que el remanente económico, material o de productos

sirviera para la manutención de las monjas o del monasterio en sí mismo.

En este sentido, Nuria Salazar comenta que los conventos femeninos podían

edificarse siempre y cuando se tuviera garantizado el modo de supervivencia de

las internas.11 El Concilio tridentino estipuló que éstos no podían cimentarse en

zonas rurales, pues de lo contrario, no había manera de lograr el sustento de las

monjas y del edificio, además debemos señalar que la monjas capuchinas no

tenían permitido poseer tierras propias o medios de producción alguno, lo cual las

hacía vulnerables a la total dependencia de los habitantes de la región y por

consiguiente, a las fluctuaciones económicas de la misma. Al mismo tiempo, el

ámbito rural podía parecer hostil a las monjas pues estando alejadas de las

ciudades podían ser blanco fácil de fechorías.12

II

Ahora bien, se pueden identificar dos tipos de vida monacal, el de calzadas y

descalzas. Las capuchinas son un ejemplo de las segundas, ellas llevaban una

vida muy áspera a comparación de las monjas calzadas. El número de las

integrantes era reducido, alrededor de 30 en cada convento. Su vida se

desarrollaba con la finalidad de lograr el sustento material y espiritual de la orden

mediante el trabajo y la convivencia en comunidad. La Regla y las Constituciones

normaban la existencia interna y cotidiana de las religiosas, pues en ellas se

establecían los deberes que cada monja tenía que realizar cotidianamente. El

ideal franciscano de la vida en pobreza era vigilado estrictamente,

10

Hernández Díaz, Gilberto. El convento de San José de Oaxaca. México, Mecanografiado, 1987. p. 2. 11

Nuria Salazar Simarro. “Los monasterios femeninos” en Rubial García, Antonio. (coord.)Historia de la vida cotidiana. La ciudad barroca. Tomo II, obra dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru, México, COLMEX, FCE. 2005. p. 223. 12

Concilio de Trento. En Biblioteca Electrónica Cristiana. sesión XXV, capítulo V.

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prohibiéndoseles cualquier objeto o bien material que denotara soberbia o

exaltación de riqueza.

Muchas órdenes femeninas exigían el pago de una dote para ingresar a su

comunidad. Las capuchinas, al parecer, fueron una excepción al respecto, pues

las interesadas no tenían que dar nada para entrar.13 Las dotes servían para

ayudar a la propia manutención de las religiosas. El mayordomo encargado de

llevar las cuentas de los conventos (aunque las monjas tenían también a su

interior contadoras) ponía a réditos las dotes y de esta manera obtenían un

sobrante para que la interna costeara los productos necesarios para su uso

personal.14 Dicha dispensa provocó que las capuchinas estuvieran expuestas a la

total dependencia de personas generosas que les proveyeran de todo lo necesario

para su sostén,15 las cuales enviaban víveres u otras cosas necesarias al interior

de los monasterios en calidad de limosnas, creando con ello, una mutua

dependencia, pues por un lado las monjas velaban por el bienestar espiritual de

sus bienhechores y la sociedad seglar cuidaba de ellas materialmente.

III

Ahora ejemplificaré el esquema de los ritos de paso, basándome en el interés de

las mujeres al querer ingresar a la vida monacal y así “huir del siglo”.

Los ritos de paso están constituidos por símbolos, éstos son códigos que emiten

mensajes a aquel que comprende esta vía de comunicación. Ello se puede lograr

contextualizando los símbolos en su conjunto, o sea dentro de un contexto ritual,

pues sólo así toman un significado, de lo contrario nos enfrentamos a un problema

de comunicación, pues un elemento simbólico extraído de su entorno puede variar

en su significado (cordón franciscano). Los elementos simbólicos pueden ser muy

13

Hernández, op. cit. p. 13; Amerlinck de Corsi, María Concepción y Ramos Medina, Manuel. Conventos de monjas. Fundaciones en el México virreinal. México, Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, 1995. p. 278; Loreto López, Rosalva. Los conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. p. 194 y Mendoza, op. cit. p. 15. 14

Loreto, op. cit. pp. 155, 157 y 204; Salazar, op. cit. p. 251, ver nota 6. 15

La orden de las capuchinas por lo regular estaba sujeta al ordinario y no así a la orden franciscana, aunque según lo dice Gilberto Hernández los gastos se podían compartir entre diferentes donantes. pp. 13-14.

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disímiles por ejemplo gestos, vocablos, movimientos corpóreos, objetos,

vestimentas, etc., ellos pueden formar parte de este código y analizándolos

podemos interpretar el mensaje.

La fase de separación se da en el momento cuando la aspirante externa su

deseo de querer ingresar a la orden monástica acatando los lineamientos que

pedía la comunidad capuchina. De tal manera ellas debían ser alejadas de la

estructura social para poder acceder a otro estado social. Por consiguiente, la

Regla demandaba que aquella mujer que tenía el firme deseo de pertenecer a la

misma, en un primer momento debía ser despojada de su vestimenta seglar

otorgándosele en sustitución, el hábito de las capuchinas (el velo se les entregaba

al final del año de noviciado y probación).

Con ello se ejemplificaba la separación del mundo exterior con el nuevo espacio

divinizado dentro del claustro. Al momento de quitarles las ropas mundanas, se

decía: “Desnúdete el Señor” hecho esto, le entregaban las nuevas prendas

bendecidas por el sacerdote que oficiaba la ceremonia diciendo a la vez “El Señor

te vista de nueva criatura, la cual, según Dios, sea criada en justicia, verdad y

santidad.”16

Asimismo, las aspirantes renunciaban a todos los bienes materiales que

poseyeron durante su “vida de siglo”, para ello hacían testamentos designando

herederos de tales bienes.17 A este respecto la orden recomendaba fueran cedidos

a los pobres, asumiendo con ello un carácter simbólico-ritual que rememoraba la

ocasión cuando San Francisco (padre de la orden capuchina) se despojó de todo

cuanto tenía, para vivir en absoluta pobreza por el resto de sus días.

Además a las novicias se les asignaba un nombre diferente al que uso en el

siglo, de esta manera, simbólicamente se dejaba atrás todo nexo con el mundo

profano. Ello creaba una nueva identidad entre las neófitas acorde con su nueva

situación social. También se les fijaba una tutora para que las instruyera en todo lo

relacionado con la vida monjil y los deberes que realizarían durante su estancia en

el monasterio, ésta guía se designaba como maestra de novicias.18

16

Regla… p. 56. 17

Concilio de Trento, sesión XXV, capítulo XVI; Loreto, op. cit. p. 157. 18

Regla… p. 58.

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Con ello se cumplía la primera fase de los ritos de paso y a continuación

describiré el periodo liminar. Considero que este período llega cuando las mujeres

eran aceptadas (previo consenso con todas las monjas) para formar parte de la

orden capuchina, concediéndoseles la oportunidad de conocer a fondo la vida

intramuros. A las aspirantes se les denominaba con el nombre ritual de novicias,

estableciendo diferencias sociales jerarquizadas entre la demás población

monacal.

En esta etapa las novicias obtenían la gnosis. Turner señala que es en este

momento cuando “se considera que cambia la más íntima naturaleza [de la

novicia] imprimiendo en él [en este caso ella] […] las características de su nuevo

estado.”19 La maestra de novicias se encargaba de enseñarles tanto lo

concerniente a los ejercicios espirituales como a los trabajos físicos, basándose

claro está en la Regla y Constituciones, pues allí estaban claramente definidos los

derechos y obligaciones de las religiosas. Bajo dicha reglamentación se

dictaminaba el comportamiento de las novicias. Este periodo duraba

aproximadamente un año, aunque existía la prerrogativa de extenderlo por otros

más, siempre y cuando lo solicitase justificando su petición ante la abadesa y que

ella finalmente la aceptase.20

Como ya se hizo mención anteriormente, ésta etapa del proceso ritual se

caracterizaba por la situación de ambigüedad en que vivía la novicia, ya que su

posición social no se encontraba del todo definida, había sido segregada del rol

que ocupaba anteriormente dentro de la estructura social, a tal grado que su

antigua condición había sido olvidada pero por otro lado, todavía no era integrante

de la comunidad religiosa y por consiguiente, continuaba aún su estado liminar.

En este período se tenían dos tipos de relaciones sociales muy simples. Por un

lado, de completa sumisión frente a su mentora y por el otro, de igualdad para con

las mismas novicias. Otra de las particularidades de la fase liminar es la

invisibilidad social que ostentaban las neófitas, puesto que no podían ser vistas

por la sociedad exclaustrada ni por las monjas que ya habían profesado sus votos

19

Turner, op. cit. p.113. 20

Regla… p. 50.

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perpetuos, así lo estipulaba la Regla de la orden. Muestra de ello se puede ver en

el trabajo de Rosalva Loreto, ahí comenta la autora que algunos conventos

estaban diseñados arquitectónicamente para evitar el contacto visual entre las

monjas profesas y las novicias, aunque sabían de la existencia de ellas como

grupo, se les estaba negada la comunicación.21

El periodo liminar también se consideraba como una fase de interiorización

individual, por ello en esta etapa ritual se llevaba a cabo la decisión definitiva de si

querían pasar el resto de su vida entre la comunidad religiosa o si por el contrario

preferían regresar al mundo profano.22

Finalmente llegamos a la fase concluyente de los ritos de paso. Éste periodo

llamado de agregación se daba cuando las interesadas habían completado su

enseñanza en la vida conventual por parte de su tutora. Era de suma importancia

dejar bien establecida la instrucción en las formas de vida monacal, pues de esta

manera, las novicias ya no podían alegar desconocimiento en las pautas de

comportamiento permisibles dentro del monasterio, más aún cuando la orden

capuchina se caracterizó por su gran mortificación, dominio del cuerpo y

austerísima vida, factores que bien pudieron languidecer a algunas mujeres en su

intento por consagrarse a la contemplación.

Si las aspirantes decidían pertenecer a la comunidad conventual, externaban su

decisión realizando una ceremonia para darles la bienvenida.23 Dicha ceremonia

confirmaba su ingreso al grupo de manera formal, además de hacer patente a toda

la sociedad que las novicias, a partir de ese momento, se comprometían a

respetar y obedecer la vida religiosa de las capuchinas, según lo demandaba la

cultura monacal. En este momento de agregación culturalmente reconocido

formulaban sus votos perpetuos, los cuales dicho sea de paso, eran cuatro:

21

Ibidem. p. 99; Loreto, op. cit. p. 118. 22

Una vez tomados los votos perpetuos, las religiosas no podían salir del convento, solamente bajo estrictas necesidades como en caso de incendio del monasterio, derrumbe del mismo o para fundar otros conventos. El salir del inmueble sin otra razón, se consideraría una infracción al voto de clausura. 23

Turner considera que las conductas que existen dentro de la ceremonia están asociadas a estados sociales donde las instituciones, en este caso religiosas, tienen un carácter más importante que en el rito, pues este otorga mayor énfasis a las transiciones sociales que al peso de las instituciones. De tal manera, el rito adquiere un carácter de índole transformatorio, mientras que la ceremonia es mayormente confirmatoria. Turner, op. cit. p. 105.

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pobreza, obediencia, clausura y castidad. Este episodio se conoce como el día de

profesión.24

En el momento en que las solicitantes aceptaban pertenecer a la comunidad que

les había dado cobijo, allí finalizaba la etapa liminar, para dar seguimiento a la

tercera fase de los ritos de paso. Durante el estado liminar, las novicias

interiorizaban la gnosis que les habían inculcado y con pleno conocimiento de

causa decidían pertenecer a la orden. Las monjas serían sus hermanas

espirituales, de tal manera, la persona liminar se integraba nuevamente a la

estructura virreinal, pero ahora bajo diferentes derechos y obligaciones y por

consiguiente su nueva condición o estado se reconocía social y culturalmente por

los demás miembros de la sociedad.

La ceremonia de agregación era de gran solemnidad, pues por medio de ella, la

comunidad interna recibía a la aspirante y tanto familiares como algunas

autoridades eclesiásticas, por cierto masculinas, se daban cita en ese día para

celebrar dicha eventualidad, además, simbólicamente se daba cuenta de su

renacimiento. También en esta ocasión las novicias eran desposadas por Cristo,

con lo cual quedaba consumado el matrimonio místico.25 Asimismo, y como

confirmación de este nuevo estatus, les era proporcionado otro nombre con el cual

serían reconocidas socialmente de ahí en adelante. Con esta acción se rompía,

simbólicamente, su anterior “vida de siglo” para centrarse en lo que llegaría a ser

su vida espiritual, pues constantemente buscarían el camino de la perfección por

medio de vías purgativas las cuales tenían la finalidad de elevar y fortalecer su

espíritu, a más de salvar el ánima de la religiosa con la constante rememoración

de la Pasión de Cristo, ya que a final de cuentas, el ideal de vida que debían imitar

era el de su amantísimo esposo.26

Una vez que las novicias daban ese salto, se les denominaba como monjas

profesas, múltiples eran sus deberes tanto de ayuda material como de alivio

24

Para que las monjas pudieran profesar era necesario tener la confesión general, hacer los votos, tener aptitud para llevar la religión (como buena salud, debido a la rigidez de la orden así se demandaba) y guardar la Regla. Para leer acerca de lo que se decía en esta ceremonia remito a, Regla… p. 59. o bien Salazar, op. cit. p. 223. 25

Regla… p. 64. 26

Ibidem. pp. 77 y 144.

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espiritual, pues en ellas recaía una de las mayores preocupaciones del hombre

cristiano, dar consuelo a las almas de toda la gente y lograr mediante sus

plegarias la tan anhelada salvación. Muchas religiosas tuvieron visiones a este

respecto, otras tantas se presentaron en viajes espirituales al Purgatorio salvando

ánimas en su travesía o yendo a lugares de idólatras para erradicar este mal entre

los habitantes, pues solamente podían difundir el Evangelio por esta vía, pues

siempre estuvieron vetadas al sacerdocio.

Volviendo a la fase de agregación de los ritos de paso, la ceremonia confirmaba

el nuevo estado social de estas mujeres puesto que asumían al mismo tiempo, la

responsabilidad de mantener el bienestar de la comunidad monacal y de lograr por

medio de su comportamiento y funciones, la permanencia de la estructura interna

de las capuchinas. Las monjas tenían pleno conocimiento de que debían cumplir

con los derechos y obligaciones que adquirían al ser admitidas dentro de la

comunidad, pues de lo contrario, romperían el orden estructural de dicha

colectividad poniendo en riesgo la permanencia de la misma.

Dentro del claustro existieron relaciones sociales estratificadas que estaban

relacionadas conforme al trabajo que desarrollaban y que les estipulaba la

abadesa, puesto que todas le debían obediencia al ser la cabeza dirigente de la

congregación y conforme al voto de obediencia que tenían hecho. Debo enfatizar

que la labor de la abadesa era cuidar de sus hijas espirituales, pues al momento

en que éstas profesaban, el sacerdote le decía a la abadesa “yo le encomiendo

esta esposa de Cristo, para que sea conservada hasta el día del Juicio, sin

mancha en la presencia del Altísimo Rey. Y si por culpa o negligencia de V. R. no

la enseñare, como maestra y madre, en el día del Juicio ha de dar estrecha cuenta

delante la presencia de Jesucristo […]”27 lo que denota, el gran compromiso que

adquiría la abadesa al ser elegida para desempeñar dicho cargo.

Concluyendo, hemos podido observar a lo largo de este escrito, que el modelo

tripartito de los ritos de paso propuesto por Víctor Turner se puede aplicar a

diferentes aspectos de la vida cotidiana en distintas épocas, siempre y cuando la

realidad se ajuste al esquema teórico y no al revés, toda vez, sea posible observar

27

Ibidem. p. 64.

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en estos procesos transformatorios, particularidades rituales manifiestas, en

conjunto con los símbolos rituales. Asimismo, se debe observar que la conducta

de los neófitos cambia según vayan avanzando en el paradigma de los ritos de

paso y con ello los derechos y obligaciones adquiridos ante el grupo, además de

verificar que la sociedad reconoce culturalmente tales cambios de estado.

Ahora bien, intenté hacer este ejercicio utilizando dicho modelo enfocándome en

la inserción de las mujeres novohispanas a la vida monacal, esperando llevarlo a

buen término. Pero queda una cosa por descubrir, y es que este modelo sólo sirve

cuando la novicia acepta entrar a la vida religiosa, por tanto, ello me lleva a

formular la siguiente interrogante, ¿Qué sucedía si acaso la novicia, pasado el año

o años de noviciado, optaba por no ingresar a este tipo de vida? ¿Cuáles pudieron

ser las consecuencias?

Si bien la sociedad virreinal aceptaba gustosa tener familiares que estuvieran

ligados a la vida religiosa, quizá con una mirada simbólica de sentirse más

cercanos al mundo celestial, considerarse privilegiados por ello, y al mismo

tiempo, creerse salvos y por añadidura más confiados y seguros en esta vida

terrenal, no sé hasta qué punto, las consecuencias se hacían sentir sobre las

mujeres que negaban, dado su momento, permanecer dentro del ámbito monacal.

Sería acaso que fueran acogidas por sus familiares sin ningún reproche o

rechazadas por su círculo de convivencia a consecuencia de su negativa. Podrían

conjeturarse muchas cosas pero quizá ninguna nos acercaría demasiado a la

realidad que vivieron estas mujeres, pues al parecer no dejaron testimonio gráfico

a este respecto. Lo que debemos considerar para cualquiera de éstas hipótesis,

es que la sociedad novohispana, sobre todo la de origen español, se caracterizó

por ser muy creyente y que la esfera sacra y la profana no estaban del todo

separadas, uno y otro plano estaban conectados y en buena medida, las monjas

fueron un vínculo entre estos dos mundos, de ahí la gran estima que ganaron

entre la sociedad virreinal, en base a ello, se puede admitir que la función social

de las religiosas era importante para la comunidad entera, pues en última

instancia, merecer el Infierno era algo aterrador.

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