ROYO MARIN, A.- La espiritualidad de los Seglares

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E s p i r i t u a l i d a d
D E L O S S E G L A R E S P O R 
 A N T O N I O R O Y O M A R I N , O . OP
B I B L I O T E C A D E A U T O R E S C R I S T I A N O S
M A D R I D . M C M L X V I I
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BIBLIOTECA  D E
 A U T O R E S C R I S T I A N O S D e c l a r a d a de i n t e r é s n a c i o n a l  
ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA 
DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
LA COMISIÓN DE DICHA PONTIFICIA UNIVER-
SIDAD INCARGADA DE LA INMEDIATA RELA-
CIÓN CON LA B. A. C. ESTÁ INTEGRADA EN EL  
 AÑ O 1967  POR LOS SEÑORES SIGUIENTES:
P r e s i d l n t i í   :
Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. M au ro R ubio R e p u llé s , Obispo de Salamanca y Gran Canciller de la Pontificia Universidad.
 V icE i’RLsmENTi;: limo. Sr. Dr. T o m á s G a r c í a B a r b e r e n a ,  
 Rector Magnífico.
 V o c a le s : Dr. U r s i cin o D o m ín gu ez d e l V a l , O . S.  A .,  
 Decano de la Facultad de Teología;  D r. A n t o n io G a r -
cía, O. F. M.,  Decano de la Facultad de Derecho Canónico; Dr. Isidoro Rodríguez, O. F. M.,' Decano de la Facultad   de Filosofía y Letras;  Dr. José Riesco,  Decano adjunto de  la Sección de Filosofía;  Dr. C la u d io V i l á P a l a , Sch. P., 
 Decano adjunto de Pedagogía;  Dr. Josñ M a r í a G ui x ,  Sub- director del Instituto Social León XIII, de Madrid;  Dr. M a -
ximiliano García Cordero, O. P. , Catedrático de Sagrada 
 Escritura;  Dr. B e r n a r d i n o L l o r c a , S. I., Catedrático de  Historia Eclesiástica;  Dr. C a s i a n o F l o r i s t á n ,  Director del    Instituto Superior de Pastoral.
S e c r e t a r i o : Dr. M a n u el User o s,  Profesor.
L A E D I T O R I A L C A T O L I C A , S. A . — A p a r t a d o 466  
M A D R I D . M C M L X V I I
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NIHIL OB3TAT: FR. ARMANDO BANDERA, O.P., DOCTOR EN TEOLOGIA/ FR. VICTORINO RODRÍGUEZ, O. P., DOCTOR EN TEOLOGfA. IMPRIMI POTBST: FR. SBGISMUNDO CAS- CÓN, O. P., PRIOR PROVINCIAL. IMPRIMATUR : t MAURO, OBISPO DB SALAMANCA. SA
LAMANCA, 27 JUNIO 1967
Depósito legal M 20463-1967 
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 A la Inmaculada Virgen M aría, Madre  de Dios y de la Iglesia, modelo incompara-
ble de espiritualidad seglar, que «mientras  
vivió en este mundo una vida igual a la  de los demás, llena de preocupaciones f a - miliares y de trabajos, estaba constantemente  unida con su Hijo y cooperó de modo sin- gularísimo a la obra del Salvador; y ahora,  asunta a los cielos, cuida con amor materno  de los hermanos de su Hijo que peregrinan  todavía y se ven envueltos en peligros y  angustias hasta que lleguen a la patria 
 fe l iz » ( C o n c i l i o V a t i c a n o II,  Decreto so- bre el apostolado de los seglares  n.4).
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 I N D I C E G E N E R A L
 Pdgs.
 A  l   l e c t o r  ..............................................................................................................   1X
P A R T E I.— P rin c ip io s fu n d am en ta le s..................................................... i
Nociones previas..  Vocació n universal a la santi dad .. 24 En qué consiste la santidad.......................................................................   39 El ideal supremo: la configuración con Cristo ....................................  43 Papel de María en la santificación del seglar .......................................  57
P A R T E II .— V id a e cle s ia l..............................................................................   68 La Iglesia y el Pueblo de Dios .................................................................   68 El seglar en la Iglesia...................................................................................   72
 V ida litú rg ica com unitaria ..........................................................................  95
P A R T E III.— V i d a s a cr am e n ta l..................................................................   160
Espiritualidad bautismal.............................................................................   162 La confirmación del cristiano ...................................................................   177 La eucaristía en la vida del seglar...........................................................   185 La penitencia del seglar..............................................................................   210 La unción de los enfermos.........................................................................  251 El sacerdote y el seglar ................................................................................  260 El matrimonio cristiano...............................................................................  263
La fe del cristiano .........................................................................................   285 La esperanza del cristiano..........................................................................   3° °
La gran ley de la caridad ............................................................................
  3 ° 7 P A R T E V .— V i d a fa m ilia r .............................................................................   34 3
La familia cristiana en general..................................................................  343 Los miembros de la familia.......................................................................   3^8 La educación de los hijos............................................................................  56° El hogar cristiano...........................................................................................
El ejercicio de la propia profesión ...........................................................
  7 l(>La consagración del mundo.......................................................................  747 El apostolado en el propio ambiente ......................................................   802
I n d i c e    a n a l í t i c o  ................................................................................................
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Q uisiéramos explicar brevemente al lector la naturaleza y  
finalidad de la obra que tiene entre las manos.
Hoy se habla y se escribe muchísimo en torno a la vida del cristiano seglar en todos sus aspectos y manifestaciones.  A fuerza de repetirla, se ha convertido ya en tópico la frase de que «los seglares han alcanzado en nuestros tiempos su
mayoría de edad en la Iglesia». Al menos es un hecho indiscu-tible que nunca se les había concedido tanta importancia y proclamado tan abiertamente el papel decisivo que están lla- mados a desempeñar al servicio de la misma Iglesia. El Conci- lio Vaticano II dedicó a los seglares todo un magnífico decreto   y habló de ellos en otros varios documentos conciliares, des- tacando siempre la importancia excepcional que la Iglesia les
concede en el ejercicio de su propia misión apostólica.Deseando contribuir en la medida de nuestras pobres fuer- zas a propagar entre los cristianos que viven en el mundo las magníficas orientaciones del Concilio Vaticano II, nos propu- simos, de primera intención, escribir un sencillo comentario a los dos puntos que consideramos más importantes con rela- ción a los seglares: la vocación universal a la santidad clara- mente proclamada por el Concilio en la Constitución dogmática  sobre la Iglesia— y   la necesidad de practicar el apostolado en el propio ambiente, de acuerdo con el  Decreto sobre el aposto- lado de los seglares. Pero, cuando nos pusimos a trazar el esque- ma de lo que había de ser un pequeño libro, nos dimos cuenta de que, para ofrecer a los seglares una sintética visión de con-
 junto de sus derechos y deberes como miembros del Cuerpo místico de Cristo, se hacía indispensable ensanchar considera-
 blemente el panorama. Poco a poco se fueron perfilando las líneas de lo que habría de constituir la obra que hoy tenemos el gusto de ofrecer a nuestros lectores.
 A pesar de la considerable am pliación de nuestro pensa- miento inicial, no pretendemos ser exhaustivos, ni mucho menos. Es cierto que recogemos en esta obra nos parece algunos de los más importantes aspectos de una auténtica espi-
ritualidad seglar, pero sin agotar por completo la materia. Faltan en ella muchos aspectos fundamentales de la espintua
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X . i J J e t l c t  
lidad cristiana en general —bue insustituible de toda ulterior especificación —. que de ninguna manera podría descuidar d «odiar que aspire a mi propia santificación. Tales son. por ejemplo, la doctrina de la inhahitación trinitaria en el alma del
 justo, la gracia santificante, la acción de los dones del Espíritu
Santo, la dirección espiritual, etc. Estas omisiones serian del todo imperdonables en una obra que pretendiera ser completa y exhaustiva. Por eso consideramos este nuestro libro como un Himple complemento para los seglares de nuestra obra Teología de la perfección cristiana—aparecida en esta misma
colección de la BA C — , y en la que podrá encontrar el lector aquellos temas importantísimos que en ésta echará de menos.
Hemos tratado de ofrecer en esta obra una auténtica espi-ritualidad cristiana que pueda ser vivida íntegramente por los cristianos que viven en el mundo y enteramente inmersos en sus estructuras terrenas. N ada hay en ella— nos parece— que no pueda ser practicado íntegramente por un seglar. Hemos tenido muy presente a todo lo largo de nuestro trabajo la objeción, tan corriente en nuestros días, de que la mayor parte
de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana enfocaronel problema de la santidad con una mentalidad estrictamente monacal de huida del mundo,  que la hada, por lo mismo, del todo inaccesible a los seglares, que se ven forzados por su propia condición y estado a desenvolver su vida precisamente en medio del mundo y de sus estructuras terrenas. Hay mucho de verdad en esta objeción, y por esto hemos tratado cuidado- samente de no escribir en este libro una sola línea que no pueda servir de orientación o no pueda ser vivida íntegramente por los seglares que viven en el mundo.
Sin embargo, nos apresuramos a añadir que no hemos escrito esta obra para los cristianos de «programa mínimo». Los que aspiren únicamente a saber «cuánto pueden acercarse al pecado sin pecar»— com o lamenta un insigne moralista contemporáneo— nada encontrarán en nuestro libro. Hemos escrito únicamente para los cristianos seglares que aspiren seriamente a santificarse en su propio estado y en medio de las estructuras del mundo. Y que nadie se forje ilusiones: la perfección cristiana no puede ser otra que la del Evangelio; lo que equivale a decir que ha de tener como base fundamental la que el mismo Cristo estableció para todo el que quiera ser simplemente su discípulo: negarse a sí mismo, tomar la propia cruz de cada día y seguirle a El hasta la cumbre ensangrentada del Calvario (cf. Le 9,23). Una espiritualidad cómoda y fácil, que no imponga ningún sacrificio ni abnegación del propio
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 yo. prwnn di d* U vid* de anoto y cWun** inun* c«m Dios, «rrt todo lo que «c quiera mena*  e*r«ntuAlxUd cn1(u>ai  m cual fuere d c«ad o o ooodioáo aocul dd que irat« ^ practicarla. Por cao a u d i e deber* «xtraíUr encarar m   nuestra obra un articulo a primera vuu Un dcv'*KrTianu>
como d de «La vida mtetica y loa seglara» y otro m h r U necesidad imprescindible de «estar en d mundo é n wt drl  mundo*, que es una coraógna netamente evangélica (cf Jn i %.  18*19: 17. 14* 16) que afecta tamban a loa seglares y iv> sota! mente a loa sacerdotes o religiosos.
Otra cosa queremos advertir al lector con úncera y nnMc lealtad. Una gran parte de las página* de este libro—y cierta mente las mejores—son ajenas a nuestro pobre ingenio. Son debidas a los mejores autores nacionales y extranjeros que Kan escrito sobre la espiritualidad de los seglares, principalmente en nuestros propios dias. Las dtas ajenas, cuando te prodigan demasiado, pueden representar—y en este caso representan ciertamente—pobreza de ideas o falta de originalidad en el que cita; pero, de tuyo, honran y dignifican al autor citado, puesto que aceptamos y propagamos sus ideas. En todo caso,
tenemos la plena seguridad de no haber cometido un solo plagio, por pequeño o insignificante que sea. Todas nuestras citas van avaladas con d nom bre de su verdadero autor y la página del libro de donde han sido tomadas. Cuando la impor- tanda o extensión de las dtas parecían requerirlo asi, hemos procurado obtener el permiso expreso de sus autores para rcprodudrlas en nuestro libro. Hemos de agradecerles desde
aquí la gentileza con que nos lo han otorgado. En fin de cuentas, «la verdad, venga de donde viniere, siempre será dd Espí ritu Santo», como dice hermosamente San Ambrosio.
A veces, ante la amplitud de la materia que queríamos recoger, nos hemos visto obligados a recurrir al procedimiento esquemático, aunque siempre perfectamente claro y transpa rente. La mayor parte de esos esquemas han sido preparados
bajo nuestra direcdón personal por los alumnos de la Ponti-fida Facultad de Teología del convento de San Esteban de Salamanca, y forman parte de la colecdón de «Temas de pre di cadón * que allí se viene publicando desde hace varios años. Los relativos a la familia cristiana han sido elaborados bajo la direcdón dd R. P. Aniano Gutiérrez, su actual director.
Y nada más tenemos que añadir, sino rogar a nuestros lec
tores que tengan la amabilidad de señalarnos los defectos yfallos más importantes que encuentren en esta nuestra humilde aportadón a la espiritualidad de los seglares, con el fin de
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subsanarlos y mejorar nuestro modesto trabajo en sucesivas ediciones.
Una vez más ponemos estas páginas a los pies de la Virgen Inmaculada, Madre de Dios y de la Iglesia, que en su humilde casita de Nazaret dio al mundo el más sublime ejemplo de
espiritualidad seglar que han visto los siglos. Que ella bendiga — como M ediadora universal de todas las gracias— esta pobre obra y haga fructificar abundantemente en el alma de los lec- tores la semilla evangélica para gloria de Dios y su personal santificación.
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P r i m e r a    p a r t e  
P R I N C I P I O S F U N D A M E N T A L E S
i . Ante todo, vamos a establecer algunos principios fun- damentales que habrán de tenerse muy en cuenta a todo lo
largo de esta obra.En primer lugar, hay que explicar con toda exactitud y precisión el sentido y alcance que debe darse a los conceptos titulares de la misma, o sea, qué se entiende por e s p i r i t u a l i d a d  
 y qué por s eg l a r e s .
 A continuación hay que exponer ampliamente el llama- miento o vocación u n i v e r s a l   a la santidad, que afecta, por con-
siguiente, a todos los fieles bautizados e incluso a todos loshombres, cualquiera que sea su estado o condición social. Hay que concretar, seguidamente, en qué consiste o cuál
es la esencia misma de la santidad cristiana. Finalmente, hay que exponer cuidadosamente el ideal su-
premo de la vida del cristiano— que es su plena configuración con Jesucristo— y el papel que desempeña la Santísima Virgen
María en el proceso de nuestra propia santificación. Vamos a recoger todo esto en cinco capítulos, que llevarán los siguientes títulos:
1. Nociones previas. 2. Vocación universal a la santidad. 3. En qué consiste la santidad. 4. El ideal supremo: la configuración con Jesucristo.
5. Papel de María en la santificación del seglar.
C apítulo   i 
N O C I O N E S P R E V I A S
En primer lugar, nos parece indispensable precisar con toda exactitud y cuidado el verdadero sentido y alcance de los términos que vamos a emplear continuamente a todo lo
BspiritmUJsd di lot uglétt:  1
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2 P.I. Principios fund am entales
largo de nuestra obra. Los principales giran en torno ai propio título o enunciado de la misma, a saber: qué entendemos por espiritualidad   y qué por seglar.
i . Espir itual idad en gen eral
2. L a palabra espiritualidad   dice relación inmediata a la vida espiritual.  Pero la expresión vida espiritual   puede tomarse en tres sentidos principales 1:
a) Como opuesta a vida material.  Y así hablam os de la actividad espiritual del hombre que piensa, razona y ama en el orden humano natural, a diferencia de los animales, cuya
alma puramente sensitiva no puede realizar ninguna de aque- llas funciones espirituales.
bj   Para significar la vida sobrenatural,  como distinta de la vida puramente natural.  En este sentido tiene vida espiri- tual   toda alma en estado de gracia santificante, sea cual fuere el estado o condición de vida en que desarrolle sus actividades.
c)  Para expresar la vida sobrenatural vivida de una ma-
nera más plena e intensa.  Y así hablamos de espiritualidad o  de  persona espiritual   para significar la ciencia que trata de las co- sas relativas a la espiritualidad cristiana, o el hombre que se dedica a vivirla de intento y con la mayor intensidad posible. Este es el sentido que tendrá siempre a todo lo largo de nues- tra obra.
«La palabra espiritualidad — escribe a este propósito el P. M arch etti 2— adquiere dimensiones y significados diversos, según el modo de conside- rarla, en orden a la concepción fundamental de la vida y de la religión.
Tomada en sentido muy genérico, designa toda manifestación del espí- ritu humano, toda actividad racional. El arte, la ciencia, la civilización, el progreso, el culto, la expresión de lo bello y de lo verdadero, de cualquier modo que se apliquen, se desenvuelven en la esfera del espíritu. La espiri- tualidad, entendida como actuación de la facultad racional, constituye el elemento característico de la naturaleza humana y funda su distinción de los brutos, que, faltos de inteligencia y de libertad, son incapaces de todo progreso y de toda moralidad.
En el uso común, a la espiritualidad se atribuye solamente la actividad interior, que tiene por objeto la afirmación de los valores morales del hom-  bre, o sea, la búsqueda de la verd ad y el esfu erzo para la af irmación del  bien. L a espiritualidad, en concreto, viene a identificarse co n el estu dio y la practica de la virtud, con una vida honesta conforme a los principios morales y a las exigencias sociales. Es esencial a la espiritualidad una cierta ansia de elevación, la búsqueda de la perfección personal. San Pablo contra
1 £*• nuestra Teología de la perfección cristiana  (BAC, 1 14) n.i (desde la <; » ed es el n 5el   R onL ^   Cd‘CÍ?n ¿T eología della perfe'Jone n J a n a ! Edfzio” Paolini 1960’ 6 108 (The T,le°t°gy o/ehristian perfection,  Dubuquc, Iowa. USA,
2 P . A l b in o M a r c h e t ti , O . C . D „  Spiritunlitá e stati di vita   (Roma 1062) p.Q10.
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C.l. Nociones previas 3
pone el hombre «espiritual»— rico en la gracia y en la fe, que juzga las cosas a la luz de D ios— al hombre «animal», que se deja guiar por los intereses materiales (cf. x C or 2,1415).
En todos los pueblos se encuentra alguna forma de espiritualidad. La aspiración del hombre a su propia perfección en la afirmación de su capa- cidad espiritual tiene un valor permanente y muchas veces decisivo. En los
momentos más difíciles y dolorosos, cuando todas las construcciones ideo-lógicas, políticas y económicas se tambalean, el hombre experimenta más  v ivamente la necesidad de afianzarse en los valores morales y eternos del espíritu.
La búsqueda de la perfección puede inspirarse en principios y factores filosóficos, éticos o de carácter religioso, de donde se deriva una espiritualidad intelectual, moral, religiosa. La historia nos muestra el elemento religioso entrañado en la espiritualidad como factor resolutivo y universal. Conscien- te de su propia limitación, el hombre se acerca a la divinidad con la convic-
ción de encontrar lo que falta a la propia naturaleza, una especie de integra-ción, un grado de nobleza y de pureza interior imposible de alcanzar con los recursos personales.
En las diversas religiones Dios es concebido no sólo como primer prin- cipio, situado en el vértice de la vida, como el ser del cual no se puede pen- sar nada más grande, sino también como causa fontal de toda verdad y de toda virtud. Por eso, el hombre, preocupado de su propia perfección, la busca en El, en la adhesión a sus designios eternos y en la participación de sus perfecciones en la medida permitida a una criatura. La búsqueda de
Dios como término de nuestro movimiento perfectivo responde a una in-clinación instintiva que la razón justifica plenamente. Dios es el Ser; nos- otros nos perfeccionamos en El y por El. Por esto todos buscan a Dios, aunque sea de manera inconsciente: «Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inqu ieto y desasosegado hasta que descanse en Ti* .
2. E sp iritualid ad cristiana
3. N o ofrece la menor dificultad precisar el sentido es-tricto de la expresión espiritualidad cristiana.  Con ella se quie- re significar el modo de vivir característico de un cristiano que trata de alcanzar su plena perfección sobrenatural. El progra- ma fundamental de esa espiritualidad cristiana consiste en llegar a la plena configuración con Cristo  en la medida y gra- do predestinados para cada u n o — para alabanza de gloria de
la Trinidad beatísima. Escuchemos a San Pablo exponiendo, bajo la inmediata inspiración divina, las líneas fundamentales
de la vida cristiana.
«Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuantoqueen El nos eligió antes de la constitución del mundo  para que fuésemos santos  e inmaculados  ante El en caridad, y nos predestinó a  b
 por Jesucristo  conforme al beneplácito de su voluntad,  para ^ b a n za del  
esplendor de su gracia,  que nos otorgó gratuitamente en el am ado.. (Ef 1,36).
3  S a n A c u s t In , Confesiones  I 1.
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4 P.I. Principios fund am entales
«Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos a la medida de la talla que corresponde  a ía plenitud de Cristo» (Ef 4,13).
No hay ni puede haber otra vida cristiana  que la que tenga por objeto la plena configuración con Cristo en la medida y
grado predestinado para cada uno en orden a la gloria de Dios, que es el fin último y la razón de ser de toda la creación. Caben, ciertamente, modos muy diversos de vivir esa vida cristiana según el estado y condición de cada uno (sacerdote, religioso, seglar). Pero todos, sin excepción alguna, han de tender a ese ideal supremo de su plena configuración en Cris- to para alabanza de gloria de la Trinidad beatísima. Todos
han de esforzarse en ser otros Cristos,  o sea, en ser por gracia  lo que Cristo es por naturaleza: hijos de Dios.  Con razón escri-
 be D om Colu m ba M arm ion en su admirable libro  Jesucristo,  vida del alma4:
«Comprendamos que no seremos santos sino en la medida en que la  vida de C ris to se difunda en nosotros. Esta es la única santidad que Dios nos pide, no hay otra.  Seremos santos en Jesucristo, o no lo seremos de ninguna 
manera.  La creación no encuentra en sí misma ni un solo átomo de esta santidad; deriva enteramente de Dios por un acto soberanamente libre de su omnipotente voluntad, y por eso es sobrenatural. San Pablo destaca más de una vez la gratuidad del don divino de la adopción, la eternidad del amor inefable, que le resolvió a hacérnoslo participar, y el medio admirable de su realización por la gracia de Jesucristo*.
San Pablo— en efecto— no hallaba en el lenguaje humano
palabras justas para expresar esta realidad inefable de la in-corporación del cristiano a su divina Cabeza. La vida, la muer- te, la resurrección del cristiano: todo ha de estar unido ínti- mamente a Cristo. Y ante la imposibilidad de expresar estas realidades con las palabras humanas en uso, creó esas expre- siones enteramente nuevas, desconocidas hasta él, que no de-  bían tampoco acabarle de llenar: «hemos m uerto junta mente con Cristo»: commortui   (2 T im 2,11), y con E l hemos sido se- pultados: consepulti   (Rom 6,4), y con El hemos resucitado, conresuscitati   (Ef 2,6), y hemos sido vivificados y plantados en El: convivificavit nos in Christo  (Ef 2,5), et complantati   (Rom 6,5), para que vivamos con El: et convivemus (2 T im 2,11), a fin de reinar juntamente con El eternamente: et consedere 
 fecit in caelestibus in Christo Iesu  (Ef 2,6). Esta es, en sus líneas fundamentales, la espiritualidad cris-
tiana,  que ha de ser vivida— aunque en formas y grados muy diversos por todos los cristianos sin excepción. L as distin
4 Dow C olumba   M arm io n , Jesucristo, vida del alma  I 1.6.
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3 0 P.l. Principios jundamentalcs
camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, se gún los dones y funciones que le son propios»:
No hay para nadie otru camino de santificación que el de ir al Padre por Cristo, que es nuestro único Camino, Verdad
 y V id a (cf. Jn 14,6). Sobre esta base fun dam en tal habrá que  v iv ir p lenam ente la vid a teolo gal, cifrada en la fe viva , la es- peranza firme y la caridad ardiente. Todo lo que puedan añadir a este principio y fundamento las circunstancias pro-  venientes de los diversos estados o géneros de vida, no serán sino complementos accidentales y secundarios. Lo esencial es
eso, absolutamente para todos. 2. E sp ir i tu al ida d de los Pa stores de la Ig les ia
 A l precisar los diferentes m atices accidentales con que debe revestirse la santidad según el estado o condición de vida de cada uno, comienza el concilio señalando las características de la espiritualidad propia de los Pastores o jerarcas de la
Iglesia.
«En primer lugar es necesario que los  Pastores  de la grey de Cristo, a imagen del sumo y eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas, desempeñen su ministerio santamente y con entusiasmo, humildemente y con fortaleza. Así cumplido, ese ministerio será también para ellos un mag- nífico medio de santificación. Los elegidos para la plenitud del sacerdocio son dotados de la gracia sacramental, con la que, orando, ofreciendo el sa-
crificio y predicando, por medio de todo tipo de preocupación episcopal yde servicio, puedan cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral 9.  N o tem an entregar su vida por las ovejas, y, hechos m odelo para la grey (cf. 1 Pe 5,3), estimulen a la Iglesia, con su ejemplo, a una santidad cada día mayor*.
3 . L o s s a c e rd o t e s
«Los  presbíteros— continúa el concilio— , a semejanza del orden de los
ob ispos, cu ya coron a espiritual forma n 1 °, al participar de su g racia m inis-terial por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el diario desempeño de su oficio. Conserven el vínculo de la comunión sacerdotal, abunden en todo bien espiritual y sean para todos un viv o testimon io de D ios n , émulos de aquellos sacerdotes que en el de- curso de los siglos, con frecuencia en un servicio humilde y oculto, dejaron un preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde en la Iglesia de Dios. Mientras oran y ofrecen el sacrificio, como es su deber, por los pro- pios fieles y por todo el pueblo de Dios, sean conscientes de lo que hacen
e im iten lo q ue traen entre m anos 12: las preocu pacion es ap ostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean un obstáculo, antes bien as
9  Cf. S a n t o   T o m á s ,  Summa Theol.  22 q.184 a.5 y 6;  De perf. vitae spir. c.18: O r í gen es   In Is.  hom. 6,1: PG 13,239 (Nota del concilio.)
10 C f. S a n   Ig n a c i o   M . ,  Magn.  13,1: ed. F u n k , I p.240. (Nota del concilio.) 11   Cf. S a n P í o X, exhort.  Haerent animo, 4 ag. 1908: ASS 41 (1908) 5603; Cod.  Iur. Can. 
124 P í XI Ad th li i d tii 20 di 1935 AAS 28 (1936) 8 (N t d l
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C.2. Vocación universal a la santidad 31
ciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Igle- sia de Dios. Todos los presbíteros, y en especial aquellos que por el pecu- liar título de su ordenación son llamados sacerdotes diocesanos, tengan pre- sente cuánto favorece a su santificación la fiel unión y generosa coopera- ción con su propio Obispo».
4. L o s d e m á s c lé r i g o s
«También son partícipes de la misión y gracia del supremo Sacerdote, de un modo particular, los ministros de orden inferior. Ante todo los diáco- nos,  quienes, sirviendo a los misterios de Cristo y de la Iglesia13, deben conservarse inmu nes de todo vicio, agradar a D ios y hacer acopio de todo  bien ante los h om bres (cf. 1 T im 3,8 10 y 121 3). L o s clérig os, que, lla - mados por el Señor y destinados a su servicio, se preparan, bajo la vigilancia de los Pastores, para los deberes del ministerio, están obligados a ir adap- tando su mentalidad y sus corazones a tan excelsa elección: asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preparados de continuo por todo lo que es
 verdadero, ju sto y decoroso, realizando tod o para gloria y honor de Dios».
5. C i e r t o s s e g l a re s e s p e c i a l iz a d o s
En el mismo párrafo que acabamos de transcribir, dedicado
a los clérigos menores, habla el concilio de ciertos seglares que, llamados por el obispo, se entregan por completo a las tareas apostólicas. Tales son, principalmente, los llamados mi- sioneros seglares  y, en cierto sentido, también los militantes activos en la Acción Católica, etc. He aquí el texto conciliar:
«A   los cuales se añaden aquellos laicos elegidos por Dios que son lla-
mados por el ob ispo para que se entregu en p or com pleto a las tareas apos-tólicas y trabajan en el campo del Señor con fruto abundante»
6. L o s e s p o s o s y p a d r e s
El concilio vuelve ahora amorosamente sus ojos al matri- monio cristian o— del q ue se ocup a en otros muchos lugares, como vere m os a todo lo largo de nuestra obra— , para señalar
los puntos fundamentales en que han de poner su propia espi- ritualidad los esposos y padres cristianos.
«Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangéli- cas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al estable-
cimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y cola- boradores de la fecu n didad de la m adre Ig lesia , com o sím bolo y part ic ip a- ción de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a Sí mismo por ella»15.
13 Cf. S an   Ig n a c i o   M . , Trall.  2,3: ed. F u n k ,  I p.344. (Nota del concilio.) n Cf. P ío XII, aloe.  Sous la maternelle protection,   9 dic. 1957: AAS 50 (1958) j6. (Nota 
del concilio.)
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50 P.l. Principios fundam entales
de su divina Providencia. Los teólogos se esforzarán en señalar sus conve. niencias n , pero su fondo ú ltim o p erm anece a bs olu tam en te misterioso  y
oculto a nuestras miradas.
3) Cristo merece  no solamente para sí, sino para nosotros, con riguroso mérito de justicia: de condigno ex toto rigore iustitiae,  dicen los teólogos.
Ese mérito tiene su fundamento en la gracia capital   de Cristo, en virtud dela cual ha sido constituido Cabeza de todo el género humano; en la libertad   soberana de sus acciones todas y en el amor  inefable con que aceptó su pa sión para salvamos a nosotros.
4) L a eficacia de sus satisfaccion es y mérito s es rigu rosam en te infinita  y, por consiguiente, inagotable. E llo ha de producirnos una confianza ilimi- tada en su amor y m isericordia. A pesar de nu estra s fla qu ez as y miserias, los méritos de Cristo tienen eficacia sobreabundante para llevamos a la cumbre de la perfección. Su s m éritos son nu estros: están a n uestra disposición. El
continúa en el cielo interced iend o sin cesar p or nosotros: «semper vivens ad interpellandum pro nobis* (Heb 7,25). Nuestra debilidad y pobreza cons- tituyen un título a las misericordias divinas. Haciendo valer nuestros de- rechos a los méritos satisfactorios de su Hijo, glorificamos inmensamente al Padre y le llenamos de alegría, porque con eso proclamamos que Jesús es el único mediador que a El le plugo poner en la tierra.
5) A nadie, pues, le es lícito el desaliento ante la cons ideración de sus miserias e indigencias. Las inagotables riquezas de Cristo están a nuestra
disposición (Ef 3,8). «No te llames pobre teniéndome a mí», dijo el mismoJesús a un alma que se quejaba de su pobreza.
5. Jesucristo, causa eficien te d e n u es tra v id a sobrenatural
37. To da s las gracias sobrenaturales qu e recib ió el hom-  bre después del pecado de A dán hasta la venida de Cristo al mundo se le concedieron únicamente en atención a El: intuitu 
meritorum Christi.  Y todas las que recibirá la hum anidad hasta la consumación de los siglos brotan del Corazón de Cristo como de su única fuente y manantial. Ya no tenemos gratia   Dei,  como la tienen los ángeles y la tuvieron nuestros prime- ros padres en el estado de justicia original; la nuestra, la de toda la humanidad caída y reparada, es gratia Christi,  o sea, gracia de Dios a través de Cristo,  gracia de Dios cristificada.
— ™ graCia |dC CrÍSí 86 nOS comu nica a nosotros de m ucha s maneras ab Sh ltam tnV ° !nmef Iat?m en^ : Pero el manantial de dond e brota es Í S t a S ? I f v ,C£ e* m ,sm o 1C r,sto s “ hum anidad santísim a unida per
í ^ ES? 68J ° qUC SÍgnÍfica la «Cristo, causaenciente de la gracia o vida sobrenatural».
11 Cf. 3 q.46 a.3.
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C . 4 . E l i d e a l s up r e m o   5 1
6. Jesucristo, fue nte de vida sobrenatural
38. Jesús es fuen te de vida. Su santa humanidad es el instrumento unido  12 a su divinidad para la producción eficien- te de la vida sobrenatural. Más aún: esa misma humanidad unida al Verbo puede ser también, si quiere, fuente de vida corporal. Nos dice el Evangelio que de El salía una virtud que curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos: «virtus de illo exibat et sanabat omnes» (Le 6,19). El leproso, el ciego de nacimiento, el paralítico, el sordomudo y, sobre todo, la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím y su amigo Lázaro podrían hablarnos con elocuencia de Cristo como fuente de
salud y de vida corporal. Pero aquí nos interesa considerar a Cristo sobre todo en
cuanto fuente de vida sobrenatural. En este sentido, a El de-  bemos enteramente la vida.
Para comunicarnos la vida natural,  Dios ha querido uti- lizar instrumentalmente a nuestros padres carnales. Para co- municarnos su misma vida divina  no ha utilizado ni utilizará
 jamás otro instrumento que la humanidad santísima de Cris- to. Cristo es nuestra vida:  a El se la debemos toda. Ha sido constituido por su Eterno Padre Cabeza, Jefe, Pontífice su- premo, Mediador universal, Fuente y dispensador de toda gracia. Y todo esto, principalmente, en atención a su pasión, en calidad de redentor del mundo, por haber realizado con sus padecimientos y méritos la salvación del género humano.
«Se anonadó tomando la forma de siervo y haciéndose seme- jante a los hombres; y en la condición de hombre se humillo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz;  por lo  cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre,  para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2,710).
El Evangelio nos muestra de qué manera utilizaba Cristo en su vida
terrena su propia humanidad para conferir la vida sobrenatural a las almas.¡H ijÓ l e dice al paralítico con su  p alabra ,  tus pecados te son perdona
a p lá ln t e de que tiene plena potestad  p r e c i s a r e   en cmnto homb"   de
dcl escritor).
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perdonar los pecados: «¿Qué andáis pensan do en vu estros corazo nes ? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el  H ijo del hom- bre  tiene poder en la tierra para perdon ar los pecados— se dirig e al paralíti- co— , yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Y al punto realizó lo que Cristo acababa de mandarle, en medio del pasmo y estupe-
facción de la gente 13. Cristo emplea, sin duda ninguna, la expresión el  Hijo del hombre  con
toda deliberación. Es cierto que nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios o aquel que haya recibido de El esa potestad para utilizarla en nombre  de Dios.  Ahora bien: el que se atreva a perdonar los pecados, no en nombre de Dios, sino en nombre propio  y prueba con un prodigio sobrehumano que tiene efectivamente plena potestad para ello, ha dejado fuera de toda duda que tiene personalmente la potestad misma de Dios; es decir, que es  per- sonalmente Dio s. Cris to es el H ijo de Dios, el A u to r de la gracia , el único que
puede perdonar los pecados  por propia autoridad.  Pero fijémonos bien: ese Hijo de Dios utiliza su humanidad santísima como instrumento  (unido a su divinidad) para la producción eficiente de la vida sobrenatural en las almas. Por eso emplea la expresión «el Hijo del hombre», como para significar que, si precisamente en cuanto hombre obra sus milagros, perdona los pecados y distribuye la gracia con libertad, poder e independencia soberanas, es por- que su humanidad santísima es de suyo vivificante; es decir, es instrumento apto para  producir y causar  la gracia en virtud de su unión personal con el
 Verbo divin o 14.
7. Influ jo v ita l de Cris to en los m iem b ro s de su Cuerpo místico
39* Vamos a recordar aquí las líneas fund am entales de la doctrina del Cuerpo místico de Cristo.
Jesucristo es la Cabeza de un Cuerpo místico que es su
Iglesia. Consta expresamente en la divina revelación:
*A   El sujetó todas las cosas bajo sus pies  y le puso por Cabeza   de todas  las cosas en la Iglesia que es su cuerpo*   (Ef 1,2223; cf. 1 Cor I2ss).
La prueba de razón la da Santo Tomás en un magnífico articulo que responde a la pregunta; «Si a Cristo, en cuanto hombre, le corresponde ser Cabeza de la Iglesia» 15. A l pasar
a demostrarlo, establece el Doctor Angélico una analogía con el orden natural. En la cabeza humana, dice, podemos consi
cuerno F1C° T : orden' , k  perfección  y el influjo  sobre el P E1 orden> Porque la cabeza es la primera parte del
” ? f' ^ V ' B; M c 2 .112 : L e s. 1726.
vammte   le ¿“ responde S í í t í d £ T Eaplrltu ,Santo ponde en cuanto hombre ya que sC  / inslrumentalmente  le corres dad. Y así. en virtud de sú div i^ U d fu* !™ '™ ™ n to de su divmi « n en nosotros la grada meritoria y v ' “ CUanto,£>ue a u ' misma cuestión insiste nuevamente «Producir «'•  Y en otro articulo de esU  va mente a Cristo, cuya humanidad 0 0 ? » ™»Po nd e cxclm,  tífica r* (ibíd., a.6). ’ unión con la divinidad, tiene la virtud de iut
15 Cf. 3 q.8 a.i.
52 P.I. Principios fundamentales
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C . 4. E l i d e a l s up r e m o 5 3
hombre empezando por la superior. La  perfección,  porque en ella se contienen todos los sentidos externos e internos, mien- tras que en los demás miembros sólo se encuentra el tacto. El influjo,  finalmente, sobre todo el cuerpo, porque la fuerza  y el m ovim iento de los demás miembros y el gobierno de sus
actos procede de la cabeza por la virtud sensitiva y motora que en ella domina.
 A hora bien: todas estas excelencias pertenecen a Cristo es- piritualmente; luego le corresponde ser Cabeza de la Iglesia. Porque:
a)  L e corresponde la primacía de orden,  ya que es El el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29) y ha sido
constituido en el cielo «por encima de todo principado, potes- tad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero» (Ef 1,21),  a fin de que «tenga la primacía sobre todas las cosas» (Col 1,18).
b) Le   corresponde también la  perfección  sobre todos los demás, ya que se encuentra en El la plenitud de todas las gra- cias, según aquello de San Juan (1,14): «Le hemos visto lleno
de gracia y verdad». c)   L e corresponde, finalmente, el influjo  vital sobre todos
los miembros de la Iglesia, ya que «de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Jn 1,16).
San Pablo recogió en un texto sublime estas tres funciones de Cristo como Cabeza de la Iglesia cuando escribe a los colo senses (1,1820): «El es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia; El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la  primacía,  sobre todas las cosas (Or d en),  y plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud ( P e r f e c c i ó n )  y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz to- das las cosas, así las de la tierra como las del cielo» (Inf l uj o ).
En otra parte prueba Santo Tomás que Cristo es Cabeza
de la Iglesia por razón de su dignidad,  de su gobierno  y de sucausalidad   16. Y la razón formal de ser nuestra Cabeza es la plenitud de su gracia habitual,  connotando la gracia de unión. De manera que, según Santo Tomás, es esencialmente la misma  la gracia personal por la cual el alma de Cristo es santificada
 y aquella por la cual justifica a los otros en cuanto Cabeza de la Iglesia; no hay entre ellas más que una diferencia de razón .
16   R? VCT' tate  T„m ís ' «Et ideo eadem cst secundum csscntidm  gratia personal q¿“ anima Ch r'tU st iustificata et gratia eius secundum quam est caput Eccles.ae  iustificans alios; differt tamcn secundum rationem» (3 Q» a.5;.
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54 P.I. Principios fundamentales
¿Hasta dónde se extiende esta gracia capital  de C ris to ? ¿A quiénes afect¡  y en qué form a o medida? Santo Tom ás afirma term inantemente que* extiende a los ángeles y a todos los hombres (excepto los condenados) aunque en diversos grados y de muy d istintas form as. Y así:
1)  C ri sto   es  c a b e z a    d e   l o s   A n g e l e s .— C onsta expresam ente en laSa grada Escritura. Hablando de Cristo, dice el apóstol San Pablo: «El es \¡
cabeza de todo principado y potestad* (Col 2,10). L a prueba de razón la da Santo T om ás , dicie ndo que donde hay u¡
solo cuerpo hay que poner una sola cabeza. A h ora b ien : el Cuerp o místicc de la Iglesia no está form ado por sólo los hom bres, sin o también por loi ángeles, ya que tanto unos como otros están ordenados a un mismo fin, qi* es la gloria de la divina fruición. Y de toda esta m ultitud es C ris to la Cabea, porque su humanidad santísima está personalm ente unida al Verbo y, po: consiguiente, participa de sus dones m ucho m ás perfecta m en te que los án- geles e influye en ellos mu chas gracias, tales com o la g lor ia accidental, a
rismas sobrenaturales, revelaciones de los m isterios d e D io s y otras seme-  jantes. Luego C ris to es Cabeza de los mismos ángeles 18.
2) C r i s t o   es  c a b e z a    d e   t o d o s   l o s   h o m b r e s , p e r o   e n   d i v e r s o s   gradoí 
He aquí cómo lo explica Santo Tomás 19:
a)   De los bienaventurados  lo es perfectísimamente, ya que están uni
dos a El de una manera definitiva por la confirmación en gracia y la gloria
eterna. Dígase lo mismo de las almas del purgatorio,  en cuanto a la confir mación en gracia.
 b)  De todos los hombres en gracia  lo es tam bién perfectam ente, ya qu> por influjo de C risto poseen la vida sobren atural, los carism as y dones de Dios y permanecen unidos a El como miembros vivos y actuales por la gracia
 y la caridad.
c)  De los cristianos en pecado  lo es de un m od o m en os perfecto, en cuanto que, por la fe y la esperanza inform es, tod av ía le están unidos de alguna manera actual.
d)  Los herejes y paganos,  tanto predestinados como futuros réprobos,
no son miembros actuales  de Cristo, sino sólo en potencia; pero con esüdiferencia: que los predestinados son m iem bros en po tencia que ha de pa sar a ser actual, y los futuros réprobos, lo son en potencia que nunca pasan a ser actual o lo será tan sólo transitoriamente.
e)  Los demonios  v condenados  de nin guna manera son miembros de Cristo, porque están definitivamente separados de El y ni siquiera en do- tencia le estarán jamás unidos.
40. A ho ra bien: ¿de qu é manera ejerce C risto Cabeza su
influjo vital en sus m iembros vivos qu e perm an ecen unidos a t i en esta vida por la gracia y la carid ad? L o ejerce de muchas maneras, pero fundamentalmente se pueden reducir a dos por los sacramentos y por el contacto de la fe vivificada por la candad. Examinemos cada uno de estos dos modos.
S CRAMENTOSr E8 de fc que Cri8to «» el au tor de los sa •11 .® a ^ue ’ P °rclue no sien do otra co sa que «signossen
. íbles que significan y producen la gracia santificante», sólo Cristo, manan
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C.4. Rl ideal supremo 55
tial y fuente única  de la gracia, podía instituirlos. Y los ha instituido precisa- mente para com unicarnos, a través de ellos, su propia vida divina: <Yo he
 venido para que tengan vida, y la tengan abundante’* (Jn 10,10). lisos signos sensibles tienen la virtud de comunicarnos la gracia por su propia fuerza intrínseca (ex opere operato),  pero únicamente como instrumentos  de Cristo, o sea en virtud del movimiento o impulso que reciben de la humanidad de
Cristo unida al Verbo divino y llena de su misma vida. «¿Pedro bautiza?— dice San Agu stí n— : es Cristo quien bautiza. ¿Judas bautiza?: es Cristo quien bautiza»21. Por eso, la indignidad del ministro humano que confiere los sacramentos— pecador, h er eje...— no es obstáculo alguno para su vali- dez, con tal de que tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia en la ad- ministración de ese sacramento. Cristo, HombreDios, quiso poner la co- municación de su divina gracia a través de los sacramentos completamente fuera y por encima de las flaquezas y miserias humanas: lo cual nos da a los cristianos una confianza y seguridad absolutas en la eficacia de esos divi-
nos auxilios, con tal de no poner por nuestra parte ningún óbice al recibirlos.Porque es menester advertir que nosotros sí podemos poner un obstáculo insuperable a la eficacia santificadora de los sacramentos. Ningún sacra- mento es válido si no se consiente interiormente en recibirlo 22. La falta de arrepentimiento impide la recepción de la gracia en el sacramento de la penitencia o en el bautismo de un adulto en pecado, y el pecado mortal consciente 23  impide la recepción de la gracia en los cinco sacramentos de  vivos y la convierte en un sacrilegio.
Pero aun llevando las disposiciones indispensables para la válida y fruc-
tuosa recepción de los sacramentos, la medida de la gracia que en cada casonos comunicarán dependerá no sólo de la mayor o menor excelencia del sacramento en sí mismo considerado, sino del grado y fervor de nuestras dis- posiciones. Si el alma se acerca a recibirlos con su capacidad receptora en- sanchada por una verdadera hambre y sed   de unirse íntimamente a Dios por la digna recepción de su gracia, la recibirá en medida desbordante y plení- sima. Se ha puesto con frecuencia la imagen de la fuente y el vaso: la.canti- dad de agua que en cada caso se recoge no depende tan sólo de la fuente, sino del tamaño del vaso con que vamos a recogerla.
Por eso es de importancia soberana la ardiente preparación para recibirlos sacramentos, sobre todo el de la Eucaristía, que nos trae no solamente la gracia, sino el manantial y la fuente de la gracia, que es el mismo Cristo. Por los sacramentos, sobre todo por la Eucaristía, es como Cristo ejerce principalmente su influjo vital   sobre nosotros. A ellos hemos de acudir, ante todo, para incrementar nuestra vida sobrenatural y nuestra unión con Dios. Son las  fuentes auténticas de la gracia,  que hay que colocar en primer luear v que ninguna otra cosa podrá jamás reemplazar. Hay almas que no se han dado cuenta exacta de ello y quieren encontrar en otros ejercicios o prácticas de devoción un alimento espiritual que está infinitamente lejos de la eficacia de los sacramentos. Es injuriar a Cr isto no hacer el d e b i d o aprecio o relegar a segundo término estos canales auténticos que El mismo ha que- rido instituir para comu nicarnos sus gracias, su propia vida divina;; y es tributarle un homenaje de gratitud y de amor el acudir a beber con avidez,
21  .Petrus baptizet, hic (Cluistus) est qu¡ baptizat; Paulus baptizet. hic est qui baptizat:
‘i“ ¡“ su',,' e“
‘" ' ^ “ "b ra y a n v » esta palabra p o « i« . M Ü n el f * ‘ h 2 2 T ¡
natural, recibiría válida y fructuosamente el sacramento, esto es, recibirla la g mental.
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56 P.l. Principios fundamentales
con la máxima frecuencia que permita cada uno de ellos, del agua limpia  y 
cristalina que nos comunican; de esa agua divina que, brotando del Corazón de Cristo 24,  corre después por nuestras almas y salta, finalmente, hasta la
 vida eterna (Jn 4,14). El mism o Cristo nos impulsa de man era apremiante: «El que tenga sed, que venga a mí y beba» (Jn 7,37).
2) P o r   l a   f e .— San Pablo tiene en una de sus epístolas una expresión
misteriosa. Dice que Cristo habita  por la fe   en nuestros corazones: Christum  habitare per fidem in cordibus vestris  (E f 3,17). ¿Qué significan esas pala-
 bras ? ¿Se trata de una inhabitación  física  de la humanidad de Cristo en nuestras almas, a la manera de la inhabitación de la Trinidad beatísima en toda alma en gracia? Error grande sería pensarlo así. La humanidad de Cristo viene físicamente  a nuestras almas en el sacramento de la Eucaristía, pero su presencia real, física, está vinculada de tal manera a las especies sacramentales, que, cuando ellas se alteran sustancialmente, desaparece en absoluto, quedando únicamente en el alma su divinidad (con el Padre y el
Espíritu Santo) y el influjo de su gracia.  Y, sin embargo, es un hecho— consta expresamente por las palabras
de San Pablo— que Cristo, de alguna manera, habita p or la fe en nuestros corazones. Santo Tomás, comentando las palabras del Apóstol, no vacila en. interpretarlas tal como suenan: «Por la fe Cristo ha bita en nosotros, como se nos dice en E f 3,17. Y , por lo mismo, la virtud de Cristo  se une a nosotros por la fe* 25. Estas últimas palabras del Angélico nos ofrecen la  verdadera solución. Es la virtud de Cristo  la que habita propiamente en nuestros corazones por la fe. Cada vez que nos dirigimos a El por el con-
tacto de nuestra fe vivificada por la caridad 26, sale de Cristo una virtud santificante que tiene sobre nuestras almas una influencia bienhechora. El Cristo de hoy es el mismo del Evangelio, y todos los que se acercaban a El con fe y con amor participaban de aquella virtud que salía de El y sanaba las enfermedades de los cuerpos y de las almas: virtus de illo exibat, et sana  bat omnes  (Le 6,19). «¿Cómo, pues, podríamos dudar de que cuando nos acercamos a El, aunque sea fuera de los sacramentos, por la fe,  con humil- dad y confianza, sale de El un poder divino que nos ilumina, nos fortalece, nos ayuda y nos auxilia? Nadie se acercó jamás a Cristo con fe y con amor sin recibir los rayos bienhechores que brotan sin cesar de ese foco de luz
 y de calor: virtus de illo exibat...*  27.
El alma, pues, que quiera santificarse ha de multiplicar e intensificar cada vez más este contacto con Cristo a través de una fe ardiente vivificada por el amor. Este ejercicio altamente santificador puede repetirse a cada momento, infinitas veces al día; a diferencia del contacto sacramental con tnsto, que sólo puede establecerse una sola vez cada día.
 Waurictis aquas in gaudio de fontibus  Salvatoris (Is 12.3).
3  q.02 a.s ad 2. n J ‘ ? J Í O5R o br a s o muerta», como dice el apóstol Santiago (2,26). Es me i n m e d k t ^ í J* 5ar,dad:'n «nldíe radican et fundati,  dice San Pablo ^mediatamente despues de haber dicho que Cnsto habita por la fe en nuestros corazones
27   Marmion,  Jesucristo, vida del alma  I 4.4.
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C.3 . P a f ’e l d e M ar ía s an t i fi cad /» : d e l s eg la r   57
C  a p ít u l o   5
 P A P E L D E M A R IA E N L A S A N T IF IC A C IO N    D E L S E G L A R
41. A unq ue en esta nuestra obra no pretendemos expo- ner todos los aspectos de la vida cristiana sino únicamente los que se relacionan más directamente con la vida del seglar en medio del mundo, sería del todo imperdonable la omisión de un breve capítulo dedicado a María, y ello por dos razones principales:
1 .a Porqu e la V irgen Ma ría— en el plan actual de nues-tra predestinación en Cristo— es un elemento esencial   (no acci- dental o secundario) de nuestra santificación e incluso de nues- tra misma salvación eterna. Esperamos demostrarlo a conti- nuación.
2.a Porqu e la Virgen María, aunque ahora es la Reina y Soberana de cielos y tierra, mientras vivió en este mundo fue
una humilde mujer seglar  que vivió desconocida y oculta enuna pobre aldea de Palestina. Hablando a los seglares  sería, pues, imperdonable no decir nada de la mujer seglar por ex- celencia, modelo perfecto y prototipo acabadísimo de la vida cristiana seglar.
Con ello ya tenemos diseñado el plan que vamos a expo- ner brevemente a continuación:
i.° M aría en el plan de D ios sobre los hombres. 2.0 M aría, ejem plar acabadísimo de la vida cristiana seglar.
1 . M ar ía en el plan de D ios sobre los hom bres
42. Em pecem os por escuchar la magnífica exposición de un excelente teólogo de nuestros días 2:
«En la estructura de la comunión divina y humana, que es la Iglesia, la Santísima Virgen tiene un puesto especial. Ni se puede reducir a los ele- mentos inmanentes, ni alcanza el nivel de los absolutamente trascendentes. María es, a un tiempo, extrema pequeñez y sublime grandeza. Su vida,
 bajo muchos aspectos, se identifica con la de s u s semejantes, pero miste- riosamente se introduce en las más secretas intimidades de la vida misma de Dios y de su providencia salvífica sobre toda la humanidad.
Estos contrastes están luminosamente expresados en la Sagrada Escri
" • í ' g f ' A . r Z K T ,*5 ) P.3.35.
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58 P.I. Principios fundamentales
tura. María es la doncella que se turba (Le 1,29), la recién desposada que corre el peligro de ser repudiada en secreto p or su esp oso (M t 1,19), la que desconoce la relación existente entre el h ec ho de que Jesú s sea Hijo de Dios y que, con enorme dolor para Ella, se quede ocultamente en Jerusalén (Le 2,4950), pues Ella tiene plena conciencia de que, habiéndose definido como «la esclava del Señor» (Le 1,38), jamás osaría poner la menor diñcul
tad a que Jesús se ocupase efectivamente «en las cosas que son del servicio de su Padre» (L e 2,49). Y así podríam os co ntinuar v ien do cóm o la Sagrada Escritura destaca con gran relieve la pequeñez de la humilde sierva en quien Dios quiso poner sus ojos (Le 1,48).
Pero Dios no posa inútilmente su mirada sobre alguien. Si, hablando en general, su palabra nunca retoma a El vacía, «sino que hace lo que  Yo quiero y cum ple su misión» (Is 55,11) , ¿cuál será el fu tu ro de la Palabra eterna y consustancial que Dios envía a María para que en Ella se encame? He aquí la emocionada respuesta: «Todas las generaciones me llamarán
 bienaventurada, porque hizo en mí m aravillas el O m nipotente, cuyo nombre es santo* (Le 1,4849), y en cuya vitud se siente con fuerza para pronunciar su valeroso fiat,   que la asocia para siempre a la obra de reparación de todo el linaje humano (L e 1,38; 2,3435; Jn 19,25; A c t 1,14 ).
En María se halla presente toda la pequeñez de una humilde mujer del pueblo y toda la grandeza de la que fue escogida para engendrar «según la carne* (Rom 1,3) al Hijo de Dios, «nacido de mujer* (Gál 4,4). María es el instrumento y la colaboradora del Padre para «introducir a su Primo-
génito en el mundo» (Heb 1,6).El «paso» del Verbo por María no le quita su naturaleza de mujer, pero sí la exalta hasta «una dignidad, en cierto sentido, infinita, porque la con-
 vierte en madre de una persona divina* 3. D ios ha depositado «en la mirada de M aría un algo de su grandeza sobrehum ana y div ina . U n rayo de la hermosura de Dios brilla en los ojos de su M ad re *4. L a encamación se realizó en María, y este misterio no puede por menos de imprimir en Ella su «marca* y de señalarla como la mujer portadora de Dios por excelencia.
Dentro de María y por su concurso se realizó la suprema comunión
entre lo humano y lo divino, mediante la asunción de nuestra naturalezapor el Verbo de Dios. Este hecho trascendental y único implica que María ha de tener siempre un puesto destacado en el organismo de comunión entre los hombres y Dios, porque este organismo no hace más que distri-
 bu ir las virtualidades de comunión latentes en el m is terio fontal que en Ella y por Ella se realizó. Pero nótese bien que no se trata únicamente de reservarle un lugar privilegiado en los sentimientos de piedad del pueblo fiel. Nuestro intento es reclamar para la Santísima Virgen un  puesto estruc  turarmente constitutivo del organismo de comunión que es la Iglesia.  La piedad
se asienta sobre esta posición excepcional de María y, al mismo tiempo, sirve para descubrirla, porque, «honrando a María, se llega a descubrir su superlativa función en la economía de la salvación» 5.
 Afirm ar que la Santísima Virgen entra estructuralmente  en la constitu- ción del organismo o cuerpo de la Iglesia equivale a decir que María des- empeña en la Iglesia, y en la salvación que la Iglesia distribuye, una función  esencial.  «María y la Iglesia son realidades esencialmente  insertas en el desig- nio de la salvación que se nos ofrece a través del único principio de gracia  y del único M ediador entre Dios y los hombres, que es Cristo . ¡Esencial-
4 £ * ^ í í 70.*1'0^ 5, í>um Tenl  1 4-25  a.6 ad 4. J p í ° * lb , * r u:,óZ 3 la,  Católica Italiana 812 1 95J: A AS 45 p 830
del .52 64° p .'^TaTo) 3 ,OS alumnOS M   Seminano ^ > '0 ' * Roma, 82,964: 'Ecdesiu
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C..5. Papel de María en la santificación del seglar  50
mente!»6  De donde se deduce que «quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María,  pone en pclif>ro su  salvación» 1.
Como puede ver el lector por las citas que aduce el P. Ban- dera, el papel esencial   de María en la economía de nuestra
santificación e incluso de nuestra salvación eterna no es una opinión personal de un determinado teólogo, sino que es la  doctrina oficial de la Iglesia,  claramente manifestada a través de los últimos Pontífices, que son los que con más precisión  y exactitud teológica han hablado de María.
Pero sigamos escuchando todavía la magnífica exposición teológica del P. Bandera:
«Sería inútil objetar contra estas afirmaciones que Dios no necesita de María y que la fuente de donde mana toda gracia salvífica es Cristo. Porque al exaltar la dignidad de María no pretendemos convertirla en una nece- sidad que se impone a Dios, ni hacer de Ella un medio de salvación aislado de Cristo. Simplemente afirmamos que  Dios dispuso las cosas así;  que es El quien quiso  atribuir a la Santísima Virgen una «superlativa función» en el orden de la gracia, y que la atribución hecha por Dios nos señala a nosotros  un camino que no tenemos derecho a cambiar por nuestra cuenta.  Además, las pretendidas objeciones, no obstante haber sido repetidas muchas veces, carecen en abso luto de valor. ¿Acaso, cuando decimos que la Iglesia es ne- cesaria para salvarse, afirmamos que la Iglesia sea una necesidad impuesta a Dios y que nos administra una salvación distinta de la de Cristo? Simple- mente decimos que Dios quiso salvarnos en Cristo medíante la Iglesia, que  el mismo Cristo instituyó para este fin.  Pero, como el hombre no puede sal-  varse sino entrando en el plan de D ios, la Ig lesia es para el hombre, no nara Dios, una necesidad en el esfuerzo por conseguir su salvación.
La necesidad de recurrir a la Santísima Virgen en reconocimiento de la función esencial que Dios le asignó es análoga a la necesidad de perte- necer a la Iglesia. Pero, dentro de la analogía, debemos anotar una dife- rencia importante. La necesidad de someterse a la acción manana no deriva de la necesidad de pertenecer a la Iglesia, sino a la inversa; es decir. Dios dispuso que la Iglesia sea necesaria en dependencia primaria de Cristo y, subordinadamente a Cristo, en dependencia también de María. De manera que la acción mañana se sitúa en un nivel superior a la Iglesia, pero inferior a   Cristo  v totalmente dependiente de Cristo.  . j t ? i
 EsU   posición interm edia es, como todo lo intermedio muy difícil de expresar en una fórmula. Porque es una posición de contrastes, de gran- deva  y de pequeñez, de superioridad y de inferioridad, de principio yde derivación. Si la m e n t e atiende a uno solo de los e x t re m o s , irremed a
S í 5J2R ^ £ 3 U°£nC£ i ma Virgen, acerca de ,a
CUllEn encontramos f i m » * .
« P a blo   V I . a lo c uc iin en la a u d i e n c i a « M i . " 6 ‘ 6' 64’ P' ' 0,Ira b (768). Lo s su br a^ do s.on nuestros (N o ta d d P .^ u c,atus prca ll ls . opifeiam
mano* del 29 del mismo mes, p.i col.i.
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60 P.l. Principios fundamentales
de contrastes que destacan preferentemente uno de los extremos, y fórmu- las de síntesis que expresan lo típico de la posición de la Santísima Virgen, precisamente en cuanto posición intermedia».
Después de recoger algunos testimonios de Pío XII  y
Juan XXIII en torno a esas fórmulas de contrastes y de sínte-
sis, termina diciendo el P. Bandera: «Pablo VI llega a la enunciación explícita de la fórmula sintética, en que
la Santísima Virgen es proclamada  M adre de la Iglesia ,  advirtiendo, al mis- mo tiempo, que este título señala el lugar propio de María dentro del misterio eclesial8. Esta formulación doctrinal fue coronada con la proclamación so- lemne de  M aría M adre de la Ig lesia ,  es decir, de los pastores y de los fieles, en un acto en el que la Iglesia misma, representada por todos sus jerarcas, aplaudió con júbilo desbordante. Este reconocimiento emocionado de la
maternidad de María sobre la Iglesia forma parte del contenido de la con- ciencia que la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, adquiere de si misma.
Por ser madre, la Santísima Virgen posee toda la inmanencia vivificante que va implicada en la función maternal. Y por la misma razón, se sitúa en un nivel superior, porque la maternidad expresa no sólo la idea de comu- nión de vida entre madre e hijo, sino también, y de manera típica, la idea de  principio,  en virtud del cual el hijo alcanza aquella vida y aquella co- munión.
Este es el puesto de la Santísima Virgen en la Iglesia: ser madre de cada uno de los fieles y de la Iglesia en su totalidad».
En efecto, en su discurso de clausura de la tercera etapa conciliar, el 21 de noviembre de 1964, Su Santidad Pablo VI proclamó solemnemente a María  Madre de la Iglesia.  He aquí, textualmente, las palabras pronunciadas por Pablo VI en la inolvidable sesión 9:
«La realidad de la Iglesia no se agota en su estructura jerárquica, en su liturgia, en sus sacramentos ni en sus ordenanzas jurídicas. Su esencia íntima, la principal fuente de su eficacia santificadora, ha de buscarse en su mística unión con Cristo; unión que no podemos pensarla sepa rad a de aque lla que es la Madre del Verbo encarnado y que Cristo mismo quiso tan íntima mente unida a sí para nuestra salvación.   Así ha de encuadrarse en la misión de la Iglesia la contemplación amorosa de las maravillas que Dios ha obrado en su santa Madre. Y el conocimiento de la verdadera doctrina católica
sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de  Lnsto y de la Iglesia.
La reflexión sobre estas estrechas relaciones de María con la Iglesia tan claramente establecidas por la actual constitución conciliar, nos permite creer que es éste el momento más solemne y más apropiado para dar satis
£ ? £ ? un vo*° O1* / ,* * * * >   Nos >1  t érmino de la s S ? n a „ , “ ,or una í 1  SU/ °   mV,cl?ísimos P a d r e s conciliares, pidiendo insistentemente una declaración explícita, durante este concilio, de la función maternal que
D e ¡ ' p r a e s t a n t i s s i m u s , qui Matris Concilio; ^ praeciPuus « " n o in hoc nomine  Matris Ecclesiae  eam possimus ornar» í P ^ n \/i iUC máxime propinquum, ita ut 
« j * .  M   '• “ U * '» ~ C f. C o n c i li o V . n c N O II. j i d . B A C (M adrid7 , 66) p.M3.
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C.5. Pa(>el d e M uría en la san ti f icación d el seglar    6 1
la Virgen ejerce sobre el pueblo cristiano. A este fin hemos creído oportuno consagrar, en esta misma sesión pública, un título en honor de la Virgen, sugerido por diferentes partes del orbe católico, y particularmente entra- ñable para Nos, pues con síntesis maravillosa  expresa el puesto privilegiado que este concilio ha reconocido a la Virgen en la Santa Iglesia.
 Así, pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro,  Nos proclamamos 
a María Santísima Madre de la Iglesia,  es decir, Madre de todo el pueblode Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amo- rosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título*.
Esta solemne declaración del Sumo Pontífice y Vicario de Cristo en la tierra arrancó de los padres conciliares, puestos en pie, la más larga y emocionante ovación que se había oído en el aula conciliar a todo lo largo de la celebración del conci-
lio. Muchos padres conciliares no pudieron contener las lá- grimas que el júbilo y la emoción hicieron brotar de sus ojos mientras aplaudían delirantemente a la  Madre de la Iglesia   y al Papa. La Iglesia católica en pleno— representada por to- dos los obispos del mundo— ratificó de este modo tan impre- sionante el glorioso título de  Madre de la Iglesia,  que Pablo VI acababa de proclamar en honor de la excelsa Madre de Dios.
 Y ya que hablamos del concilio Vaticano II, invitamos allector a que lea detenidamente, meditándolo y saboreándolo despacio, el magnífico capítulo octavo de la constitución dog- mática sobre la Iglesia,  enteramente dedicado a la Santísima
 Virgen. Es una lástima que, por exigencias de espacio, no po- damos trasladarlo íntegramente aquí. Pero de su riqueza doc- trinal y extraordinaria densidad de contenido— es un verdade- ro compendio de toda la mariología— podrá formarse el lector alguna idea por el siguiente resumen esquemático que le ofre- cemos a continuación 10.
L a Santís ima V irgen M aría, M adre de D ios , en el misterio
de Cristo y de la Iglesia
I. I n t r o d u c c i ó n
43. 1. El Hijo de Dios nació de la Virgen María por obra del Espí- ritu Santo, y los fieles que se unen a Cristo deben honrar la memoria de la
 Virgen María, M adre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro.
2. Redim ida en previsión de los méritos del Hijo de Dios, del cual es Madre, María es hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo.
 Aunque su perior a todas las criaturas celestiales y terrenas, María está unida en la raza de Adán a todos los hombres, necesitados de salvación; sin embargo, como Madre de Cristo y de sus miembros, le es reconocido
un puesto singular en la Iglesia, de la cual es figura.  La Iglesia católica venera a María como Madre amantisima.
10  C f . C o n c i l i o V a t i c a n o II, 3.* ed. BAC (Madrid 1966) p.3738.
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62 P.l. Principios fundamentales
3. El concilio quiere ilustrar la función de M aría en el misterio del   Verbo encamado y del Cuerpo místico y los deberes de los creyentes hacia la Madre de Dios, sin dirimir las cuestiones tratadas por los teólogos.
II. F u n c i ó n   d e  la   S a n t ísim a   V i r g e n   e n   l a   e c o n o m í a    d e   l a   salvación
4. María está ya presente en el Antig uo Testam en to, bosquejada proféticamente con la promesa, hecha a los primeros padres, de victoria sobre la serpiente, y en la virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel.
5. En el Nuevo Testamento, María, saludada por el áng el como llena de gracia, al dar su consentimiento a la palabra divina, queda hecha Madre de Dios. A la desobediencia de Eva, portadora de m uerte, responde la obe- diencia de María, portadora de vida.
6. Su unión con el Hijo en la obra de la red ención se manifiesta en la  visita a su prima Isabel, en la presentación de su prim ogénito recién nacido a los pastores y a los Magos, en la ceremonia de la purificación y en el en- cuentro de Jesús en el templo.
7. En la vida pública, María hizo que Jesús rea lizara en las bodas de Caná su primer milagro; siguió después a su Hijo hasta la cruz, asociándose a su sacrificio. Jesús, moribundo, la entregó como madre a Juan.
8. Presente con los apóstoles en Pentecostés, la Virgen inmaculada
fue asunta a la gloria celestial en alma y cuerpo y exaltada como Reinadel universo.
III. L  a  S a n t ís im a   V i r g e n   y   l a   I g l e s i a  
9. La función maternal de María hacia los fieles no d ism inuye la me- diación única de Cristo, sino que muestra su eficacia.
10. Cooperando a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la espe- ranza y la caridad, María fue para todos madre en el orden de la gracia.
11. La función maternal de María después del consen tim ien to de la anunciación no tiene ya fin. Asunta al cielo, nos obtiene con su intercesión la gracia de la salud eterna, y por ello es honrada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora, sin quitar nada y sin aña- dir nada a la mediación única del Redentor.
12. Virgen y Madre, María es figura de la Iglesia, y , despu és de haber dado a luz a su Primogénito, cooperó a la regeneración de los innumerables hermanos de Cristo, esto es, de los fieles.
. . . También la Iglesia es Madre, porque engendra nu eva vida a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios, y es vircen en la integridad y pureza de la fe en su Esposo.
14. María refulge como ejemplo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos y es modelo de aquel amor maternal del que deben estar
S í h o m b r ^ 08 ^ qUC 60 ^ IgleSÍa COOperan a la ^generac ión de
IV. E l   c u l t o   de  la   S a n t ís im a   V i r g e n   e n   l a   Ig l e s i a  
*  J S'< SUS Pr° féticas Palabras, todas las generaciones proclamarán a María bienaventurada por ser Madre de Dios, y la Iglesia promueve por ello justamente un culto especial de la Virgen, el cual, sin embargo, se dife
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C.5. Papel de Alaria en la santificación del seglar  63
rcncia esencialmente del culto de adoración que se presta al Verbo encar- nado, e igualmente al Padre y al Espíritu Santo.
16. El concilio exhorta a tener en justa estima los ejercicios de piedad para con María, transmitidos hasta nosotros por la tradición 11. Los teólo- gos y los predicadores absténganse igualmente de toda exageración y de
todo minimismo.
 V . M  a r ía , s i g n o   d e   e s p e r a n z a    c i e r t a     y   d e   c o n s u e l o   p a r a    e l   p u e b l o
PEREGRINANTE DE D l O S
17. Tam bién en su glorificación es María imagen de la Iglesia, la cual tendrá su plenitud solamente cuando llegue el día del retomo del Señor.
18. Tenien do en cuenta que María es honrada por muchos de los her- manos separados, especialmente entre los orientales, el concilio exhorta a
los fieles a rogar a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que, asi como ayudó con su asistencia a los comienzos de la Iglesia, interceda ahora también cerca de su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos estén felizmente reunidas en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima
Trinidad».
Hasta aquí el resumen de la doctrina del concilio Vati- cano II sobre la Santísima Virgen. Repetimos que este breve resumen esquemático no dispensa de la lectura reposada de
todo el capítulo conciliar sobre María, que constituye una  verdadera jo ya mariológica de primerísimo orden.
En realidad, el concilio no hizo otra cosa que hacerse eco de toda la tradición católica— tanto magisterial, como teoló- gica y popular— en torno a la Virgen María. El magisterio de \z   Iglesia ha publicado a todo lo largo de los siglos innumera-
 bles documentos marianos 12. Los Santos Padres se desviven
todos en cantar sus alabanzas y grandezas 13. Y en cuanto alnueblo fiel, no hay devoción más honda y entrañable que la que pr