Movimiento estudiantil y psicoanálisis- Por Luisa Gomez-Psicoanalista

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MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y PSICOANÁLISIS Por Luisa Fernanda Gómez Lozano Psicoanalista A finales del siglo XIX, Sigmund Freud, médico neurólogo de la época, decide escuchar lo que entonces se plantea como un desafío para la ciencia del momento: hay un tipo de pacientes -en su mayoría mujeres- que presentan síntomas con causa neurológica u orgánica aparente, pero que sin embargo, al realizar los estudios pertinentes estos síntomas no encuentran asidero en el cuerpo. Mujeres con anestesias y dolores que no cedían ante ningún tratamiento y que no correspondían a los cuadros orgánicos encontrados se convertían en el dolor de cabeza de los médicos y, en ocasiones, pasaban a ser diagnosticadas bajo la rúbrica de la locura siendo encerradas en clínicas para enfermos mentales. Freud, guiado por sus pacientes -quienes le sugieren y en ocasiones le ordenan que calle y las escuche- encuentra entonces que en la palabra, en el despliegue de esa cadena de palabras en la que estas mujeres intentaban dar cuenta del sufrimiento que las acosaba, comienza a ocurrir un cambio que puede tener por resultado la desaparición del síntoma que hasta entonces aquejaba a sus pacientes. Será entonces bautizada esta técnica por una de estas histéricas como talking cure [cura por habla] o limpieza de chimenea. La histeria -como era denominado ya entonces este cuadro sintomático-, palabra que viene de histeros, término relacionado con el útero, aludía a la idea de que esa enfermedad estaba directamente relacionada con el sexo, con la sexualidad; y fue esto lo encontró Freud al escuchar a sus pacientes. El sufrimiento que gritaba en el cuerpo estaba enlazado a la historia de la sexualidad de dichas mujeres. Pero no de cualquier manera. Lo primero que fue escuchado por el entonces neurólogo iba en dos direcciones: la primera, los síntomas estaban en relación con la imposibilidad de tener una vida sexual satisfactoria en su adultez, esto debido a la ley moral de la época en la que las mujeres debían guardar un cierto lugar que desconocían y, en ocasiones, prohibía, el goce sexual del lado de ellas. La segunda, relacionada con una cierta especie de abuso del lado de padres o de figuras que ocupaban psíquicamente ese lugar para las pacientes. Este abuso; que habría ocurrido en la infancia y que en un primer momento aparecía como acto cometido, es decir que el padre efectivamente había abusado sexualmente de ellas; en otro momento devela la estructura de una fantasía, de esta forma, más allá de que en realidad hubiera habido abuso, las coordenadas de dicha relación estaban sustentadas en que el lugar en el que aparecía situada la ley era también el asidero de un deseo. Entonces, la histeria aparece a un mismo tiempo como la posición en la que la ley es reconocida -ya fuera aquella del discurso médico preponderante de la época o esta otra del padre- y a su vez, el lugar desde el cual esta misma ley es interrogada con el síntoma y con la fantasía misma que sostenía el síntoma. Es porque Freud escucha este malestar, sin intentar taponarlo en el instante de su aparición, que encuentra coordenadas desde las cuales serán cuestionados puntos neurales de la cultura de la época. Será así que Freud pasa a inaugurar el psicoanálisis, que como bien lo dice el nombre se ocupa del análisis, definido por el Diccionario de la Real Academia como la “Distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o 1

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MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y PSICOANÁLISIS Por Luisa Fernanda Gómez Lozano

Psicoanalista A finales del siglo XIX, Sigmund Freud, médico neurólogo de la época, decide escuchar lo que entonces se plantea como un desafío para la ciencia del momento: hay un tipo de pacientes -en su mayoría mujeres- que presentan síntomas con causa neurológica u orgánica aparente, pero que sin embargo, al realizar los estudios pertinentes estos síntomas no encuentran asidero en el cuerpo. Mujeres con anestesias y dolores que no cedían ante ningún tratamiento y que no correspondían a los cuadros orgánicos encontrados se convertían en el dolor de cabeza de los médicos y, en ocasiones, pasaban a ser diagnosticadas bajo la rúbrica de la locura siendo encerradas en clínicas para enfermos mentales. Freud, guiado por sus pacientes -quienes le sugieren y en ocasiones le ordenan que calle y las escuche- encuentra entonces que en la palabra, en el despliegue de esa cadena de palabras en la que estas mujeres intentaban dar cuenta del sufrimiento que las acosaba, comienza a ocurrir un cambio que puede tener por resultado la desaparición del síntoma que hasta entonces aquejaba a sus pacientes. Será entonces bautizada esta técnica por una de estas histéricas como talking cure [cura por habla] o limpieza de chimenea. La histeria -como era denominado ya entonces este cuadro sintomático-, palabra que viene de histeros, término relacionado con el útero, aludía a la idea de que esa enfermedad estaba directamente relacionada con el sexo, con la sexualidad; y fue esto lo encontró Freud al escuchar a sus pacientes. El sufrimiento que gritaba en el cuerpo estaba enlazado a la historia de la sexualidad de dichas mujeres. Pero no de cualquier manera. Lo primero que fue escuchado por el entonces neurólogo iba en dos direcciones: la primera, los síntomas estaban en relación con la imposibilidad de tener una vida sexual satisfactoria en su adultez, esto debido a la ley moral de la época en la que las mujeres debían guardar un cierto lugar que desconocían y, en ocasiones, prohibía, el goce sexual del lado de ellas. La segunda, relacionada con una cierta especie de abuso del lado de padres o de figuras que ocupaban psíquicamente ese lugar para las pacientes. Este abuso; que habría ocurrido en la infancia y que en un primer momento aparecía como acto cometido, es decir que el padre efectivamente había abusado sexualmente de ellas; en otro momento devela la estructura de una fantasía, de esta forma, más allá de que en realidad hubiera habido abuso, las coordenadas de dicha relación estaban sustentadas en que el lugar en el que aparecía situada la ley era también el asidero de un deseo. Entonces, la histeria aparece a un mismo tiempo como la posición en la que la ley es reconocida -ya fuera aquella del discurso médico preponderante de la época o esta otra del padre- y a su vez, el lugar desde el cual esta misma ley es interrogada con el síntoma y con la fantasía misma que sostenía el síntoma. Es porque Freud escucha este malestar, sin intentar taponarlo en el instante de su aparición, que encuentra coordenadas desde las cuales serán cuestionados puntos neurales de la cultura de la época. Será así que Freud pasa a inaugurar el psicoanálisis, que como bien lo dice el nombre se ocupa del análisis, definido por el Diccionario de la Real Academia como la “Distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o

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elementos.”, análisis entonces que en este campo será de lo psíquico. Así, al dar la palabra a las histéricas se propiciarán cambios en relación con la forma en que la sexualidad era vivida, llegando al surgimiento de lo que llamamos la liberación sexual o el feminismo, e incluso algo de lo que experimentamos como el discurso de los derechos humanos. ¿Qué es entonces eso que se devela en la relación histeria-psicoanálisis que permite un giro cultural? Hablábamos más arriba de una especie de cuestionamiento a la ley que organizaba lo social y de un deseo en relación con esa ley. Lo que Freud escucha es una estructura que sostiene el fundamento de lo humano. Si esos síntomas que daban cuenta del malestar desaparecían por vía de la palabra, es porque estaban hechos de la misma, eran efectos de lenguaje. Así, lo que Freud devela es la estructura de los psíquico como una de lenguaje en la que lo que llamamos ‘natural’ no es tal por estar desde el comienzo atravesado por la palabra. Podemos en este punto parafrasear a Hegel cuando define la palabra como la muerte de la cosa; decir que somos seres de lenguaje implica entonces la pérdida de la sustancia para quedar sometidos al régimen de lo simbólico, a ese en el que la presencia está hecha de ausencia, el mismo en que la única posibilidad es la de la representación. De esta manera, si la supuesta seducción del padre tenía unos efectos traumáticos en la hija, es porque ese hombre estaba situado en el lugar de ley y esa mujer aparecía en relación con ese lugar como hija, con lo que de filiación implica y entonces de organización prohibitiva. Pensemos en las tragedias griegas pero también en los novelones mexicanos y venezolanos de otrora; si sobre Edipo recae la ley de la manera en que ocurre en la tragedia de Sófocles es porque se devela que ha sido él quien asesinó a Layó -su padre- y tomó el lugar de rey junto a Yocasta -su madre-, pero mientras estuvieron ocultos los lugares de filiación Edipo fue el héroe que salvó a Tebas, la maldición recae sobre él en el momento en que se sabe de los verdaderos lugares de relación. Así mismo, en los novelones el amor es posible mientras no se develen los lugares para los que está prohibida una cierta relación; lo que aquí se muestra es la propiedad simbólica de esos lugares y el efecto de esta. Entonces, lo que tiene efectos para un sujeto no es que biológicamente sea hijo de este o aquel, sino que simbólicamente estos lugares sean reconocidos puesto que es ahí cuando la ley cobra su importancia de prohibición, haciendo aparecer un sujeto que debe responder por su acto. Volvamos a Freud. En su apuesta por develar los intríngulis más profundos de la psiquis humana, este médico austriaco repara en el empuje humano a buscar una cierta satisfacción y la particularidad de dicha búsqueda. Encuentra entonces que el humano está separado de la naturaleza en la forma misma de la búsqueda fundamental. Mientras el animal cuenta con un instinto que hace que a cierto estímulo una determinada respuesta sobrevenga y que además, para este sea posible la satisfacción con un cierto objeto; en el caso del humano Freud devela variaciones: no solamente no existe una respuesta determinada para la especie: pensemos en este punto en la nutrición; mientras un león buscará -como todos los leones- carne fresca para saciar su hambre, en el humano ante el hambre puede venir carne, pero no cualquiera, de pronto una termino medio o tres cuartos o bien cocinada o mejor solo verduras o mejor, como en el caso de la anorexia, ante el hambre viene la búsqueda de comer nada, de dejar el vacío aun más presente. Así, no hay una determinación tal para la especie humana, ante lo que aparece el lenguaje como estructura que posibilita la variabilidad y que pone dicha búsqueda para cada uno en relación con la bienvenida que ha sido dada por otro al mundo de la cultura. Detengámonos un poco en esto: Al mundo viene un humano, una bolita de carne que para no quitarle aun su naturaleza llamaremos ‘cachorro

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humano’; nace y cuando nace es recibido por un mundo de lenguaje, recibirá inmediatamente una serie de palabras, de nombres, que lo situarán en su relación con otros: hombre o mujer, hijo de tal, nieto de este otro, grande, pequeño, hambriento, llorón... Sólo por nombrar algunas; el cachorro humano nace al mundo del lenguaje y al ser sumergido en esta piscina muere a su mundo natural para quedar en adelante existente en el mundo cultural. Entonces hablamos de que esa carne naturalmente sufrirá en el encuentro con el nuevo mundo al que nace: de ese cachorro salen sonidos, gritos, que son interpretados por otro ya perteneciente al mundo del lenguaje como señal de hambre o de frío, o tal vez de cambio de pañal, de dolor, y desde esta interpretación algo del mundo irá al alcance del cachorro que podrá sentir un poco de alivio, pero eso que suministraba placer es retirado de nuevo, sobreviene el displacer, ante lo que volverá el grito y de nuevo un objeto de posible satisfacción... Es el lenguaje: presencia y ausencia, movimiento en el que una estructura nace; así este grito representará a ese cuerpo, ya no cachorro sino bebé humano, lo representará para otro que entonces dirá ‘está hambriento’ y dará el seno y con él la mirada, las caricias y la voz, entre otras cosas. Por consiguiente, sabemos que hay un vacío que busca llenarse, una cierta satisfacción que es perseguida por los caminos que el Otro, con su deseo, deja inscritos por las vías del lenguaje para que cada uno haga su excursión. De esta manera, este vacío fundamental irá tomando forma en relación con el deseo del Otro que a su vez está inscrito en un cierto código y entonces en una cierta ley que básicamente tiene estructura de lenguaje. Así, decimos que el deseo, en cuanto falta, es el deseo del Otro, y que este necesita de la ley para constituirse. No olvidemos aquí que sólo se desea aquello que no se tiene; por lo que decimos que aunque hay coordenadas comunes, el vacío se construye para cada uno de manera singular en los juegos particulares en que fue recibido; de esta forma, el deseo como vacío es lo más particular a cada sujeto, es -por decirlo de otra manera- el sello único para cada uno. Este vacío imposible de llenar encuentra en el lenguaje una vía de representación, lo que implica que todas aquellas palabras que utilizamos para tomar un lugar en relación con otro están fundamentalmente cargadas de ausencia. Así cuando digo ‘soy mujer’ o ‘soy psicoanalista’ o ‘estudiante’ o ‘docente’ o esto o aquello, lo que intento es identificarme con un lugar en el que apuesto por la unidad, por la completitud, pero en el que en realidad hablo de esa carencia de ser toda en uno de esos lugares o palabras. Lo que hago al intentar nombrarme es representarme bajo un significante que me ubica en relación con otro, que a su vez, está ubicado bajo otro significante. Explico un poco esta estructura: Cuando digo ‘soy docente’, recurro a un lugar de representación establecido por el lenguaje en el que intento encontrar mi ser -digo ‘soy tal cosa o tal otra’- y lo digo para otro, por ejemplo alguien situado bajo la etiqueta de estudiante, que entonces se sitúa allí también buscando un lugar en el que apresar su ser, y será desde esos lugares que sostendremos una cierta relación en la que intentaremos una significación, es decir una estabilidad, un significado que nos permita suponer que hay comunicación, que hay encuentro, pero que en realidad será sólo fragmentado, porque no estaré toda en ese significante ‘docente’ ni el otro estará todo él en el significante ‘estudiante’. Pero situarnos allí nos posibilita un lazo que propone una forma de producción y entonces, un supuesto de que en esa relación algo de la satisfacción estará jugado. Lacan, el psicoanalista francés que en la primera parte del siglo XX propondrá una relectura de Freud, enunciará entonces al sujeto como aquello que es representado por un

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significante para otro significante. Lacan lee a Freud con la propuesta lingüística de Saussure, en la que la unidad lingüística está conformada por un significante y un significado; el primero -el significante- es lo que llamó el lingüista la imagen acústica, y el significado remite al concepto. De esta forma, en la propuesta saussureana el significante y el significado hacen una unidad. Lacan da cuenta de que el significante toma una significación en su relación con otro significante, no hay entonces tal unidad, un significante no remite en sí mismo a un significado, es decir, pone a la vista cómo un significante se define principalmente por su relación con lo que no es; así por ejemplo, A es igual a lo que no es B, y al mismo tiempo, permite entender que A nunca es igual a A puesto que su lugar es diferente en cada caso. Entonces decir que un sujeto es aquello que es representado por un significante para otro significante, implica que esa significación que se supone a un individuo está hecha de la relación entre elementos simbólicos que en sí mismos no significan nada. Entonces lo que hacemos para tomar un lugar en lo social es identificarnos con un rasgo del Otro que se enuncia en términos significantes. Pensemos aquí en la palabra identificación que inmediatamente remite al principio de identidad que podemos enunciar como A=A, sin embargo, lo que encuentra la lingüística y el psicoanálisis con ella, es que A nunca es igual a A, porque la primera A está distante de la segunda, es otra. De esta forma, cuando hablamos de la identificación suponemos el intento de ser igual a, en el que introyectamos o interiorizamos un rasgo del otro al que queremos igualar pero al que nunca seremos idénticos. Esta operación de identificación será lo que nos permitirá, sin embargo, hacer relación con otro, hacer parte de lo social; recordando siempre que se trata de una identificación con un lugar del lenguaje mediada por la elección de un rasgo del otro. Pensemos en lo que sucede para un bebé: nace e inmediatamente, para hacerlo parte del grupo se le buscan parecidos: ‘tiene los ojos del abuelo’, ‘el genio del papa’, ‘la boca de tal’, ‘el nombre de aquel’, y será luego el mismo niño que buscará caminar como el padre o hacer la mueca del primo, jugar a ser Buzz Lightyear o superman o profesor o ladrón o policía, y en su camino elegirá estar representado como administrador público o psicoanalista o historiador o ingeniero... Buscará identificarse con un cierto lugar social que guardará relación con su deseo, que no hay que olvidar que está en correspondencia con su lectura del deseo del Otro. Entonces nos encontramos con que la estructura del sujeto está en relación directa con la estructura de lo social. No hay sujeto por fuera del lazo social, se estructura en ese lazo. Ahora, si venimos viendo cómo el sujeto es efecto del lenguaje, no podremos sino anotar que el lazo social también lo es. La propuesta lacaniana es que el lazo social se organiza en estructuras discursivas, es decir lugares en relación a través de los cuales se busca la completitud, el ser. En esos lugares podemos encontrar diferentes elementos y según el que encontremos en cada lugar el efecto, lo que se produce, será diferente. En el seminario XVII, Lacan (1969 – 1970) define el discurso “como una estructura necesaria que excede con mucho a la palabra, siempre más o menos ocasional. [...], un discurso sin palabras.”  , y da como ejemplo lo que sucede en las relaciones fundamentales en las que no 1

es la palabra lo que establece el lazo, sino más bien una estructura en la que esta se

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� Jacques Lacan, El seminario de Jacques Lacan. Libro 17, El reverso del psicoanálisis. (Barcelona: Paidós, 1

2006), 10.

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emplaza lo que la permite. Recordemos aquí nuevamente a la madre y el bebé; no es allí la palabra lo que determina sino los lugares que aparecen y lo que se transmite de uno a otro. Es por vía de esta estructura –estructura de lenguaje- que se establecen relaciones en las que se inscriben las palabras por ejemplo, pero en la que también se inscribe algo que va más allá de las enunciaciones efectivas. Esta estructura a la que hace alusión aquí Lacan no es otra que aquella que veníamos trabajando: un significante representa un sujeto para otro significante; y hablamos de esta como estructura fundamental en la medida en que es por ella que un sujeto se hace posible. La forma en que se organizan los elementos de esta estructura dictan maneras diversas de relación que, por supuesto, tienen efectos diferentes en quienes que están inscritos en ella por vía de su representación en el significante. No es lo mismo situarse como aquel que sabe, que colocarse en el lugar del que carece de saber; o proponerse como el enfermo que como aquel que tiene la cura para la enfermedad. Esta estructura que veníamos trabajando la matematiza Lacan de la siguiente manera: tenemos un significante (S1), que llamaremos significante unario o significante amo -por ser el que organiza el campo-; este (S1) es diferente de los otros significantes que llamaremos S2 -por ser todos los otros significantes que no son S1-; así el S1 representa al sujeto -en su falta-en-ser fundamental- para ese enjambre organizado S2. En esa operación en que, recordémoslo, el bebé está buscando su satisfacción, un objeto que hace que esta se suponga posible -el seno, por ejemplo- va y viene, presentándose así como un objeto que puede faltar. Por retroactividad este objeto en cuanto faltante deja a la vista un vacío y el supuesto de un objeto que se tuvo y se perdió. Este objeto perdido, que llamaremos objeto a viene a poner de presente la falta-en-ser del sujeto ($), entonces el objeto es el nombre de aquello que cae como perdido. Decíamos que la función del significante es representar al sujeto, representarlo porque no puede ser, en este sentido busca su ser en el significante, es decir, el S1 con el que puede simbolizar algo de su ser hace de índice para buscar la completitud, hace de guía para gozar, si pensamos el goce como aquello que supone posible el ser. De esta forma, cuando decimos que el S2 son todos los otros significantes que no son S1, estamos diciendo que esos otros se organizan con relación al S1, es decir que cada significante como eslabón de una cadena va constituyéndola en el orden dispuesto desde el S1. Así, el S2 se presenta como el conjunto del saber, de los caminos que se han supuesto en relación con el S1, por vía de los cuales se cree en la posibilidad del encuentro del ser. Lacan propone el siguiente cuadrópodo para figurar la estructura en funcionamiento (figura 2.1):

Figura 2.1. Estructura de los discursos en que se organiza el lazo social En esta estructura encontramos cuatro lugares que podemos generalizar para todo discurso: el agente (arriba a la izquierda), aquel en torno al cual se organiza el intercambio, el que realiza la acción, es decir, aquel desde el cual se produce un efecto; el Otro o lugar del trabajo (arriba a la derecha), aquel al que se dirige el agente para que produzca; el lugar de la producción (abajo a la derecha), aquello que es producido por el Otro desde la relación que tiene con el agente, de lo que se espera que complete al agente; y por último, el lugar de

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Yo daría como prueba sólo esto: que en un texto que data de 1966, y sobre todo en unade esas introducciónes que hice en el momento de la recopilación de mis Escritos, una deesas introducciónes que escande esta recopilación y que se denomina "De nuestrosantecedentes", -se encuentra, si mal no recuerdo y si lo anote bien, en la pág. 68-, hagomuy precisamente alusión, o más exactamente, carácterizo lo que fue del "discurso", comome expreso, de un "retormar -digo- el proyecto freudiano a la inversa". Fue escrito, por lotanto, mucho antes de los acontecimientos.

¿Qué quiere decir? Me sucedió el año pasado, en todo caso con mucha insistencia,distinguir lo actual del discurso, como una estructura necesaria, de algo que va mucho másallá de la palabra, siempre más o menos ocasional. Incluso prefiero, como lo hice notar undía, un discurso sin palabras. Es que en verdad sin palabras esto puede perfectamentesubsistir. Subsiste en algunas relaciones fundamentales, las cuales literalmente, nopodrían subsistir sin el lenguaje, sin la instauración, por medio del instrumento dellenguaje. de un cierto número de relaciones estables en cuyo interior puede, ciertamente,inscribirse algo que va mucho más allá, que es mucho más amplio de lo que hay en lasenunciaciones efectivas. No existe ninguna necesidad de estos enunciados para quenuestra conducta, para que eventualmente nuestros actos, se inscriban en el cuadro deciertos enunciados primordiales. ¿Si así no fuese, que sería de lo que reencontramos en laexperiencia, y especialmente en la analítica, evocándose ésta en esta coyuntura sólo porhaberla precisamente designado?, ¿qué sería de lo que se reencuentra bajo el aspecto delsuperyó ?

Hay estructuras, -no podríamos designarlas de otro modo- para carácterizar lo que esposible extraer de este "en forma de", sobre el cual el año pasado me permití poner elacento en un empleo en particular, el que pasa por la relación fundamental, aquella que yodefino como de un significante a otro significante.

He aquí la relación fundamental, esa que designo como aquella de donde resulta laemergencia de esto que llamamos el sujeto. Esto, por el significante que, en la ocasiónfunciona como el representante, de este sujeto, junto a otro significante. ¿Qué ocurreesto? Como situar esta forma fundamental, esta forma que si Uds. quieren, sin esperarmás, vamos a escribir este año, no ya como lo decía el año pasado, como la exterioridaddel significante S1, ese del cual parte nuestra definición del discurso, tal como nosotrosvamos a acentuarla en este primer paso. Pongo entonces el significante S1, paramanifestar lo que resulta de su relación con este círculo, del cual pongo aquí solamente lahuella.

Había marcado aquí la sigla de la A mayúscula (A), el campo del Otro, perosimplifiquemos. Consideremos designada por la sigla S2 la batería de los significantes, delos que ya están allá. Porque, en el punto de origen donde nos colocamos para fijar lo quees actualmente el discurso, el discurso concebido como estatuto del anunciado, S1 es elque hay que ver como interviniendo sobre lo que hay actualmente en una batería designificantes que no tenemos ningún derecho de considerar dispersa, o no formando ya latrama de lo que se llama un "saber". Lo que se plantea en primer lugar en este momentodonde la S1 viene a representar algo por su intervención en el campo definido, en el puntodonde estamos, como el campo ya estructurado de un saber, es su supuesto"hypokéimenon", es el sujeto, en tanto representa este rasgo especifico para distinguir loque es del individuo viviente, y que con certeza es el lugar, el punto de marca, pero que,por supuesto, no es del orden de lo que el sujeto hace entrar por el estatuto del saber.

Sin duda es alrededor de la palabra "saber", el punto de ambigüedad sobre el cual hoytenemos que acentuar bien lo que desde ya, por varios caminos, por varios senderos, porvarios destellos de luz, fogonazos de flash, -pienso-, he vuelto sensible para vuestrasorejas. Me sucedió el año pasado -lo hago notar para los que tomaron nota, para aquellosquizás a quienes esto les repiquetea todavía en la cabeza-, llamar a este "saber", "el gocedel Otro".

Es un gran problema, una formulación que -a decir verdad- no ha sido proferida todavía.No es nueva, puesto que pude ya el año pasado, darle delante de Uds. suficienteverosimilitud, puesto que pude lograr el propósito sin elevar, sin levantar especialesprotestas. Es este uno de los puntos de encuentro que anunciaba para este año.

Completemos en primer lugar, lo que fue primero de dos pies, luego de tres. Démosle elcuarto. Ese en el que, -pienso-, he insistido desde hace bastante tiempo, y especialmenteel año pasado, ya que el año pasado el seminario estaba hecho para eso: "De un Otro alotro",, lo titulaba.

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la verdad (abajo a la izquierda), en donde localizamos aquello que sostiene -de manera oculta- la relación del agente y el Otro, la verdad que comanda el lazo organizado en determinado discurso. En la estructuración del sujeto podemos leerlo de la siguiente manera: Hay un significante unario (que representa al sujeto), el grito interpretado por la madre, por ejemplo; que se dirige a un significante binario (significantes organizados a manera de saber), la madre en este caso; desde el S1 se dirige al S2 esperando encontrar por esa vía el objeto perdido, el seno; sin embargo, el sujeto (como falta-en-ser) se encuentra en el lugar de la verdad, sólo representado en la relación entre significantes, por lo que aquello que se pueda producir desde esa relación significante llegará al S1 (por haberse organizado desde allí), sin corresponder a la tachadura del sujeto, a su falta. En nuestro ejemplo sería más o menos así: el niño grita y la madre debe producir el objeto que satisfaga al niño, sin embargo, ese seno que le acercará no será por completo satisfactorio puesto que ese sujeto en falta que es el niño tiene un vacío que no termina de colmarse, por lo que aunque el seno responderá al grito, el vacío no se anulará, seguirá habiendo un sujeto en falta. Así que aquello que se produce en la relación del agente y el Otro no llega al lugar de la verdad, no corresponde a la verdad que sostiene esa relación, no hay encuentro entonces en el sentido de la completitud posible; sin embargo, la relación entre significantes permitirá sostener la ilusión de la posibilidad. En otras palabras, desde la impotencia que se presenta en el producto para completar al agente, la imposibilidad de inscripción de la verdad toda -que supondría el encuentro de la verdad y la producción- permite una cierta forma de lazo en la que se supone posible la completitud, lo que sostiene andando la máquina. En otras palabras, es porque la satisfacción total es imposible que el niño y la madre seguirán relacionándose, de lo contrario, si la satisfacción fuera posible, la relación madre-bebé podría cesar, de lo que concluimos que el lazo social se sostiene por la imposibilidad humana de satisfacción total. Decíamos más arriba que estos elementos (S1, S2, a, $) pueden organizarse de diferentes maneras y dependiendo de este orden el efecto será diferente. Si en el discurso fundamental, en el que surgen el sujeto y el objeto (a), el S1 se encuentra en el lugar del agente, el S2 en el del Otro, el objeto a en el de la producción y el sujeto en el lugar de la verdad; entonces si giramos en el sentido de las manecillas del reloj, el sujeto pasará al lugar del amo, pasando el S1 al lugar del Otro, el S2 a la producción y el objeto a la verdad, dando así otra organización, otra manera de hacer lazo, otro discurso. Si continuamos girando aparecerá un tercer discurso, y con un giro más un cuarto discurso. Cada uno de estos cuatro toma un nombre diferente que corresponde a aquello que está situado en el lugar de agente; así a aquel en que el S1 se encuentra organizando lo llamaremos discurso del amo; el que tiene por agente al sujeto será llamado el discurso de la histérica; cuando es el objeto el que aparece en el lugar del agente el discurso será nombrado como del analista; y cuando lo que agencia es el saber lo llamaremos discurso universitario o del amo moderno. En la medida en que cada discurso da cuenta de una forma de organización del lazo social, de un tratamiento del goce en el lazo, dice Lacan en su seminario que estos discursos tienen un momento de surgimiento en la historia de la humanidad, pero que no porque uno surja los otros desaparecen, sino, más bien se trata de que nos emplazamos en diferentes discursos, sostenemos diversos lazos, por vía de los cuales buscamos nuestro ser. Estas formas de organización por estar sostenidas por lo imposible de inscribir, por lo imposible del encuentro, permiten que la falta sea un elemento estructurante del lazo, planteando la necesidad de

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Otro en el que se encontraría aquello que falta al sujeto para ser, y por lo tanto un sujeto deseante en relación con ese Otro. Entonces los discursos como formas en que se organiza el lazo social, son dispositivos a través de los cuales buscamos nuestro ser, buscamos la satisfacción; en otras palabras, son formas de hacer con la imposibilidad. ¿Pero qué tiene que ver todo esto con el movimiento estudiantil? Al comienzo de esta charla intentaba situar los inicios del psicoanálisis y los efectos que tuvo la escucha que Freud dio a las histéricas cuando estas se proponían como interrogante para la época. Recordemos que lo que estas hacían era quejarse, mostrar su malestar, el sufrimiento que les causaba el sistema en el que vivían, mostraban en este sentido el vacío que las caracterizaba. Eran esa S tachada que encontramos como agente en el discurso histérico. Se dirigían entonces al amo, a la ciencia médica para que les quitara esa tachadura, para que el médico, en ese caso situado como amo, produjera un saber que las curara, que aboliera de una vez por todas ese sufrimiento que las aquejaba. ¿Qué era lo que sucedía? Mientras el médico se situaba en ese lugar de amo tratando de responder a la queja produciendo medicinas, exámenes o terapias que prometían la cura, la histérica seguía produciendo síntomas, seguía quejándose y así se sostenía esa relación en la que la verdad de la histérica que era ese objeto faltante, es decir, que no había cura para su insatisfacción, no aparecía; ni la histérica ni el médico permitían que la imposibilidad saliera a flote sino que seguían intentando por las mismas vías creer que sí era posible la felicidad. La histérica fue una revolucionaria. No se callaba, gritaba con su cuerpo, agitaba con su insatisfacción, alertaba a la sociedad de su época sobre las injusticias y equivocaciones del amo, denunciaba la falla del sistema, proponía su cuerpo como muestra de las fallas del Otro. El médico, mientras tanto, hacía lo posible por acallarla; le explicaba, le daba pequeños objetos intentando un contentillo que la distrajera y permitiera a la sociedad sostener la idea de que la medicina podía ser un saber completo, con respuestas para todos los males; la medicina y la ciencia como promesa de felicidad para el ser humano. Esta relación parecía sostenerse indefinidamente, pero cuando las histéricas se encontraron con Freud y este las escuchó y con su silencio permitió develar la verdad de la imposible satisfacción para la histérica; ellas, en un uno por uno, tuvieron que estrellarse con su imposibilidad buscando así otras vías para hacer con su vacío, entonces empezó a cambiar la relación con el Otro, giraron a otra relación; algunas pudieron situarse en el lugar del trabajo y producir sus significantes amo, develar esos significantes que hasta entonces las habían marcado: ama de casa, frígidas, santas, putas o madres, y entonces tuvieron que hacer algo con eso; algunas se juntaron y lucharon por los derechos de las mujeres; otras se integraron en los, hasta entonces, espacios reservados para hombres; otras vivieron su sexualidad de otra manera; algunas otras se volvieron psicoanalistas... ¿Qué lugar tiene el movimiento estudiantil? ¿No es acaso el de la histérica? ¿No es acaso el encargado de mostrar la falla del amo? ¿De poner su cuerpo como muestra de lo que no anda en la cultura en que vive? Los estudiantes se quejan... ¡Qué molesto!, Piden ¡Cómo si no tuvieran!, son incómodos para el sistema; cuando los estudiantes se quejan estropean el orden, trancan la máquina y nos hacen ver que tal vez la máquina venía fallando.

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Hay varios lugares posibles para el estudiante. Si lo pensamos en la propuesta lacaniana de los discursos podríamos pensar algunos... El estudiante puede ser la histérica, ese sujeto en falta que se queja y pide al amo que le solucione el problemita. También puede situarse como puro objeto en relación con un saber que se plantea como completo en el lugar del agente del discurso del amo moderno, y entonces desde ese lugar su falta no importa, lo único que interesa es que reproduzca ese saber que lo organiza, que no se pregunte demasiado y que si lo hace, al situarse como sujeto en falta producido por ese discurso, encuentre rápidamente la respuesta en el saber que se le está dando desde el amo. Pero hay otro lugar posible para ese mismo sujeto que sufre; que como sujeto en falta se ponga a trabajar en relación con los significantes que hasta el momento lo han organizado en un cierto lugar y pueda desde ellos intentar una respuesta más propia, una salida que tal vez no arregle la máquina pero la haga funcionar un poco diferente. Ahora, si somos coherentes con la formulación desde la que hablo, un sujeto que es representado por el significante estudiantes, lo es en relación con otro significante... Y aparece en primera instancia el profesor. Un estudiante es en relación con un profesor. Por lo que se hace imperativo pensar entonces los lugares posibles para un profesor. Si los estudiantes se quejan y piden soluciones lo hacen en primera instancia ante un profesor; algunos dirán: ‘No, lo hacen ante un rector o ante un ministro’, eso es cierto, así se escucha y esto no puede dejarse de lado, pero sin profesor no hay estudiante, ya tendrá que preguntarse el profesor si se queja ante el rector o el ministro, pero definitivamente el profesor, si se sitúa bajo ese significante lo hace en relación con un estudiante, sin estudiante no hay profesor, y estamos hablando del movimiento estudiantil. Es pertinente entonces preguntarnos por el efecto del lugar que el profesor tome ante la queja o el cuestionamiento del estudiante. Pensémoslo en la organización que se plantea cuando los estudiantes se sitúan en posición histérica: el profesor puede situarse allí como amo; es eso lo que piden los estudiantes, alguien que venga a decirnos qué hacer para arreglar este desorden: ¿Paramos o no paramos? ¿Decimos o no decimos? ¿Pedimos o no pedimos? Y el profesor se rompe la cabeza, recurre a teorías, comete actos que detienen o empujan, en todo caso, se comporta como aquel que sabe lo que hay que hacer y da instrucciones y con eso impide que los estudiantes se choquen con lo imposible e intenten otras posibilidades que cuenten con lo que definitivamente no va a ser; impide entonces que los estudiantes se tomen en serio su lugar de recreadores de un quehacer del que están aprehendiendo los fundamentos, que remuevan las teorías, esos significantes amo que los han venido rigiendo y que al reconocerlos y reorganizarlos pueden dar un resultado, por lo menos, diferente del que ya hay. Siguiendo con esta línea de ideas, el movimiento estudiantil debe ser pensado en relación con el profesor, lo que nos hace llevar el asunto más allá de la manifestación del movimiento estudiantil para situarlo en el lugar en que se da fundamentalmente la relación estudiante-profesor: en el salón de clases, en la clase. Es desde allí que un estudiante se sitúa como puro objeto o como sujeto de la queja o del síntoma, o de pronto como sujeto que se propone producir desde las marcas que le va dejando el otro. En ese sentido, el profesor no puede aislarse de lo que suceda con el devenir de un movimiento estudiantil, es también protagonista del mismo, al situarse como amo, como testigo silencioso reproductor del saber

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del amo o haciendo semblante de objeto, es decir como haciendo suponer que tiene las respuestas pero permitiendo un espacio vacío, un silencio en el que los estudiantes puedan situar sus interrogantes para buscarle respuestas propias. En este punto se me hace necesario volver a Freud y a Lacan para situar con ellos, una vez más, la imposibilidad de felicidad completa que caracteriza el malestar en la cultura; por lo que ninguno de los discursos se presenta como ideal y además, no se puede permanecer indefinidamente en uno de ellos. Es necesario que los estudiantes se sitúen en el lugar de la histérica para mostrar la falla, así mismo será necesario que el profesor se ubique como amo para producir desde la queja del estudiante, ¿Desde dónde más producimos los profesores sino es desde las preguntas y confusiones que nos entregan los estudiantes? Sin embargo, el profesor también se choca con la imposibilidad y tiene que girar para buscar otras opciones. Se trata más bien de permitir que lo imposible aparezca, que nos choquemos con eso que no anda, que lo reconozcamos desde el lugar de representación que cada uno ha elegido para permitir el giro de un discurso a otro que nos permita hacer lazo de diferentes maneras, reconocernos en diferentes lugares y entonces recrear -tal vez muy poco- pero sí en algo, las maneras en que hacemos con lo que no anda.

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