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MONTEMAGNO Montemagno es un pueblecito blanco y acogedor, de sólo 3.000 habitantes, en su mayoría labradores, situado en lo alto de una fértil colina en la provincia de Alessandria, en el Piamonte italiano. Una sequía pertinaz asola los campos. Se marchitan y se pierden cosechas. Se angustian los hombres. Lloran las mujeres. En lo humano, no cabe ya esperanza, pues la sequía es angustiosa y, aunque llueva, el agua no llegará a tiempo. De todos modos la fe no merma y como se acerca la festividad de la Asunción de la Virgen María a los cielos, los encargados van a contratar a los sacerdotes para que prediquen el triduo. Y llegan los padres predicadores. Son tres, ya un poco entrados en años. ¿Quién será el primero en dirigir el sermón del triduo? No hay dudas, él tiene que hacerlo. El padre se inclina ante el altar de la Virgen Santísima para rogar la bendición sobre sus labios y sube al púlpito. El sacerdote mira a sus ovejas y las gentes lo miran a él, tal vez traiga unas palabras de esperanza. El padre vuelve a mirar a mirar la imagen de la Virgen y como inspirado por ella, dice a las gentes: Si venís al sermón estos tres días; si os reconciliáis con Dios, mediante una buena confesión; si os disponéis de tal manera que el día de la fiesta sea verdaderamente de Comunión general, yo os prometo, en nombre de la Señora, que una abundante lluvia fertilizará vuestra parroquia, salvará vuestras cosechas, remediará vuestra desgracia... Aunque saben que no pueden conversar en la Iglesia, se escucha un suave cuchicheo. Todo el pueblo se arrodilla y reza el Rosario. Los padres se dirigen a los confesonarios. La cola se hace interminable. Y así un día y otro y el tercero. Ha causado efecto el sermón. El pueblo, con austeridad sentida, hace penitencia, confiesa sus pecados, se reconcilia con Dios, pide a la Virgen de la Asunción su auxilio generoso. Y no duda... Sin embargo, los pueblos vecinos sí lo hacen: En Grana, la aldea vecina, todo son burlas por aquella devoción rústica, producida por las palabras de un cura tosco y simple. ¡Vaya sermón! Ante una angustia, ¡qué fácil es hacer promesas! Y así, en otras aldeas. El día de la Asunción amanece más limpio que nunca. Ríen, escépticas, las gentes de los contornos. Sin embargo, en Montemagno hay fe. Como es costumbre ese día se sacan los mejores trajes y se bebe vino en las casas…. Y hay feria…. Pero sobre todo hay Misa, y Misa

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MONTEMAGNO Montemagno es un pueblecito blanco y acogedor, de slo 3.000 habitantes, en su mayora labradores, situado en lo alto de una frtil colina en la provincia de Alessandria, en el Piamonte italiano. Una sequa pertinaz asola los campos. Se marchitan y se pierden cosechas. Se angustian los hombres. Lloran las mujeres. En lo humano, no cabe ya esperanza, pues la sequa es angustiosa y, aunque llueva, el agua no llegar a tiempo. De todos modos la fe no merma y como se acerca la festividad de la Asuncin de la Virgen Mara a los cielos, los encargados van a contratar a los sacerdotes para que prediquen el triduo.Y llegan los padres predicadores. Son tres, ya un poco entrados en aos. Quin ser el primero en dirigir el sermn del triduo? No hay dudas, l tiene que hacerlo. El padre se inclina ante el altar de la Virgen Santsima para rogar la bendicin sobre sus labios y sube al plpito. El sacerdote mira a sus ovejas y las gentes lo miran a l, tal vez traiga unas palabras de esperanza. El padre vuelve a mirar a mirar la imagen de la Virgen y como inspirado por ella, dice a las gentes:Si vens al sermn estos tres das; si os reconciliis con Dios, mediante una buena confesin; si os disponis de tal manera que el da de la fiesta sea verdaderamente de Comunin general, yo os prometo, en nombre de la Seora, que una abundante lluvia fertilizar vuestra parroquia, salvar vuestras cosechas, remediar vuestra desgracia...

Aunque saben que no pueden conversar en la Iglesia, se escucha un suave cuchicheo. Todo el pueblo se arrodilla y reza el Rosario. Los padres se dirigen a los confesonarios. La cola se hace interminable. Y as un da y otro y el tercero. Ha causado efecto el sermn. El pueblo, con austeridad sentida, hace penitencia, confiesa sus pecados, se reconcilia con Dios, pide a la Virgen de la Asuncin su auxilio generoso. Y no duda...

Sin embargo, los pueblos vecinos s lo hacen: En Grana, la aldea vecina, todo son burlas por aquella devocin rstica, producida por las palabras de un cura tosco y simple. Vaya sermn! Ante una angustia, qu fcil es hacer promesas! Y as, en otras aldeas.

El da de la Asuncin amanece ms limpio que nunca. Ren, escpticas, las gentes de los contornos. Sin embargo, en Montemagno hay fe.

Como es costumbre ese da se sacan los mejores trajes y se bebe vino en las casas. Y hay feria. Pero sobre todo hay Misa, y Misa mayor con coro y procesin. El resultado de la pequea misin ha sido estupendo. La hora de la comunin se alarga, porque largan fueron las colas para las confesiones. Qu fervor! Todo por la Virgen, por la santa Madonna.

De la campana, al nacer de la tarde, sus toques llamando a vsperas. Empieza, en el templo, el canto de los salmos. Mal va a quedar el Padre- comenta con tristeza el Marqus de Matre, uno de los propietarios ms ricos del lugar.- Padre, qu hacemos?

- Entonemos el Magnficat, hay que confiar en la Virgen de la Asuncin que es auxilio de los cristianos. Cuando el sacerdote inicia el Avemara, milagrosamente llueve. Es una lluvia abundantsima, persistente, pero suave. No viene a destrozar, viene a auxiliar. Contra las vidrieras de la iglesia chocan las aguas. Y ese ruido se mezcla con los cantos de accin de gracias. La cosecha se salva. La fe hizo el milagro. Es 15 de agosto, de 1864. Oye, t, pregunta uno de otra aldea, quin es ese cura con don de profeta?

Pues no lo conozco mucho, pero dicen que se llama Don Bosco.

P. Javier Andrs Ferrer, mCR