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MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo Crucificado de San Plácido Alumna: MARÍA JESÚS SÁNCHEZ DE ÁVILA Tutor: LUIS GUILLERMO SARASA S.J. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTA

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MONOGRAFíA

La Vida Plena, herencia del Padre,

en el Cristo Crucificado de San Plácido

Alumna:

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ DE ÁVILA

Tutor:

LUIS GUILLERMO SARASA S.J.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE TEOLOGÍA

BOGOTA

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Índice

Prefacio………………………………………………………………………………........... 3

1. Abstract…………………………………………………………………………… 4

2. Introducción……………………………………………………………………….. 5

3. Del escándalo de la Cruz a la adoración del Crucificado: evolución de la

Iconografía de la Cruz………………………………………………………….......

8

4. Velázquez, la síntesis de un caminar: El Cristo Crucificado de San Plácido……... 26

5. El paradigma religioso de la kalokagathia: El Cristo Crucificado de las

Benedictinas de San Plácido……………………………………………………….

51

6. El Cristo Crucificado de San Plácido, un Cristo joánico. Lectura teológica……… 67

a. El rey que nos salva: la soberanía de Jesús presente en el trono de la muerte… 67

b. La belleza humana del cuerpo del crucificado: la plenitud de la vida en la

muerte…………………………………………………………………………..

70

c. Creer o no creer: la dualidad de la luz y las tinieblas………………………….. 73

d. Un rostro velado, el gesto del cumplimiento: inclinando la cabeza entregó el

Espíritu………………………………………………………………………….

78

7. La causa de la muerte del Justo: El cumplimiento de la Escritura…………………. 81

a. En Pablo………………………………………………………………………... 81

b. En los Sinópticos……………………………………………………………….. 82

c. En Juan…………………………………………………………………………. 84

8. La finalidad de la muerte del Justo………………………………………………… 87

a. Para ser hijos de Dios…………………………………………………………. 87

b. La Herencia del Padre: la Vida Eterna por acción del Espíritu………………... 96

9. Conclusiones………………………………………………………………………... 103

Bibliografía…………………………………………………………………………………. 106

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Prefacio

Con el presente trabajo pretendo volver a mirar con atención, sorpresa y emoción el Cristo

Crucificado de San Plácido, un cuadro que me ha acompañado desde mi temprana

juventud, cuando la profesora de arte del colegio nos llevó por primera vez al Museo del

Prado; allí comenzó mi afición por el arte y el gusto por Velázquez. Muchos años después y

a miles de kilómetros del Prado, hice en la clase de Silvio Cajiao s.j. un pequeño estudio de

las distintas cristologías que subyacen en diversas imágenes del Crucificado; las palabras de

aliento del profesor me dieron el último empujón que necesitaba para inscribirme en la

Maestría en Teología. En el trasiego de seminarios y clases llegó el momento de presentar

un anteproyecto de investigación para la posible monografía de grado y ahí comenzó a

forjarse lo que hoy presento con la emoción de haber recorrido un camino que sólo el Señor

sabía hacia dónde me iba conduciendo.

Si en un pasado remoto el profesor Cajiao me dio la primera inspiración, en este recorrido

actual ha sido fundamental el acompañamiento de Luis Guillermo Sarasa s.j., su palabra

oportuna, sus consejos, preguntas o indicaciones me hicieron seguir adelante en momentos

de desconcierto; pero fundamentalmente ha sido su sensibilidad estética, sus metáforas, sus

imágenes llenas de poesía lo que me ha animado, guiado y conducido hasta el final.

Espero que esta pequeña búsqueda de sentido contribuya a mantener atenta y despierta la

mirada para captar y develar lo que no es evidente o se oculta tras formas demasiado

conocidas y no siempre valoradas.

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Abstract

In this work “Full Life, inheritance from the Father in the Crucified Christ in St. Placid”,

we introduce the Crucified Christ as the Christ described by Saint John as the result of a

long path through the iconography of the Cross and the knowledge and feeling of its author,

Diego Velázquez.

We have used Gadamer, Eco, Gombrich, Plazaola, Gallego and other authors as references

in the historical study of the iconography of the Cross and the hermeneutics of Veláquez´

image. This has allowed us to understand not only the components, but also the final result

of the Crucified Christ in St. Placid, in light of Velasquez´ surroundings and the period of

time when he was born. Schnackenburg, Dodd, Brown, Sarasa and Noratto´s studies on the

Fourth Gospel have been essential for the theological reading of this particular image of

Christ, from the perspective of John’s gospel. Other theologians have also offered

important elements to exegetic study on the purpose of Jesus death according to Jn 1,12;

11,52; 19,30 and 20,31.

We have discovered that the Christ depicted by Velázquez (El Cristo) is not about death but

about life and that the Full Life that comes from the image of the Crucified Christ is the

inheritance that God the Father offers to His sons. Through the Crucified Christ in St.

Placid we see the Glory of God the Father, the triumph of life over death, of light over

darkness. It is through this triumph that we understand the purpose that this death has for all

who believe in the Son, because our faith in Jesus, His works and His Word gives us the

power to be his sons through the relationship of love and service experienced in the

community of believers -the new People of God-, in the same manner in which love

constitutes the essence of the relationship between Father and Son. We have also

discovered that the faith in Jesus together with the vivifying action of the Spirit make it

possible, in this life, and not only at the end of times, the victory of light over darkness, of

love over selfishness, and Life over death

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Introducción

Cuando por primera vez nuestra mirada se posa sobre un objeto, un paisaje o una persona

es posible que nuestra sensibilidad quede tocada por lo que acabamos de percibir, pero

también puede suceder que cuando lo percibido se nos presenta de manera continua y

recurrente llegue un momento en que no lo veamos o que no sintamos la emoción que nos

produjo en el primer encuentro.

El presente trabajo propone realizar un renacimiento de la mirada y del sentir ante el Cristo

Crucificado de San Plácido, pintado por Velázquez en 1632, un cuadro del Museo del

Prado tan conocido, tan familiar y tan cercano que ya no vemos ni apreciamos; este trabajo

pretende hacer el ejercicio de “a-preciarlo”, es decir, ponerle precio, valorarlo, estimarlo,

quererlo y sentirlo.

Para ello hemos realizado una lectura tranquila y paciente. De la mano de Plazaola,

Gombrich, Huyghe -entre otros- lo hemos ubicado en la historia de la iconografía de cruz,

con Gállego, Portús, Calvo Serraller y alguno más supimos de su gestación en la mente de

su autor y del ambiente social, religioso, cultural y artístico en que nació; Gadamer nos dio

herramientas para leerlo en el contexto de la hermenéutica del arte; en fin, con éstos y otros

autores hemos leído su historia, su pasado, sus leyendas; pero sobre todo hemos tratado de

comprender lo que dijo y sigue diciendo. Porque leer es mucho más que decodificar unos

signos, es realizar un acto de comprensión de un mensaje escrito con un código que no

siempre se conoce; el pintor, lo mismo que el escritor o el músico o cualquiera que

incursione en el arte, es un hombre de su tiempo; si su obra perdura y tiene vida es porque

ha utilizado un lenguaje capaz de traspasar las fronteras del tiempo y del espacio, pero

también su obra está viva si encuentra un lector capaz de dialogar con ella, de escucharla y

entenderla.

Este trabajo, por tanto, ha sido de carácter hermenéutico; hemos tratado de descubrir lo

oculto, de develar lo que está ahí pero que no vemos, hemos estado indagando qué dice el

Cristo Crucificado de San Plácido. Hemos descubierto que esta obra es un punto de llegada

o al menos una etapa del camino personal recorrido por su autor y del camino recorrido por

el arte cristiano en el desarrollo de la iconografía del Crucificado. Con los ojos, el corazón,

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la cabeza hemos visitado, contemplado y estudiado esta imagen en cierta forma sencilla y

serena, pero, en el fondo, compleja y profunda, de tal manera que nuestra mirada atenta y

creyente nos ha llevado a descubrir su densidad teológica, especialmente la teología joánica

que se revela al leer e interpretar cada uno de sus elementos.

En esta etapa del camino, al mirar y estudiar la imagen desde el Evangelio de Juan nos

vimos abocados a mirar qué de este evangelio se está diciendo con fuerza en el cuadro de

Velázquez, para qué lo dice y a quién se lo dice. Si en la primera parte del recorrido nos

acompañaron grandes maestros en el campo de la historia del arte, la estética y la

hermenéutica, ahora han sido esclarecedoras las ideas de teólogos y comentaristas de Juan

que fueron abriendo el camino lleno de vericuetos y algún que otro obstáculo.

En primer lugar el padre Sarasa nos ayudó a ver con claridad que estábamos ante una

narración de la pasión desde la perspectiva del Cuarto Evangelio y no desde los sinópticos.

Ubicados en este punto llegó la pregunta de la particularidad, de la intencionalidad

teológica con la que tanto el texto escrito como el texto pintado nos hablaban de la muerte

o si en realidad hablaban más bien de la vida que de la muerte.

Releer el cuadro y releer el evangelio, hermenéutica y exégesis. De la mano de

Schnackenburg, Dodd, Brown, Noratto, Baena, Sarasa y otros autores descubrimos que en

la muerte salvífica de Jesús había una razón en función del cumplimiento de las Escrituras,

pero también descubrimos que había una finalidad que ayer, hoy y mañana se cumple en el

creyente: constituirse en Hijo de Dios. Para plantear esta afirmación respondimos varias

preguntas, a saber: cómo nos salva, de qué nos salva y cuándo nos salva el Crucificado. Los

autores mencionados nos ayudaron a descubrir la acción del Espíritu en el AT y en el

Cuarto Evangelio; con ellos comprendimos las imágenes y metáforas con las cuales el AT y

el NT nos hablan de Dios Padre; captamos la fuerza teológica que puede tener una pequeña

partícula, la conjunción final i{na [hina], y cómo una inclusión construida con el sintagma

tevkna tou` qeou [tekna [tou] theou] puede dar una clave de comprensión del Evangelio de

Juan; también descubrimos con sorpresa y alegría que la salvación es una posibilidad para

el creyente que puede esperar y alcanzar no sólo tras la muerte sino también antes del fin

de los tiempos.

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El ejercicio realizado de hermenéutica de la imagen y del texto nos ha llevado a la

comprensión de que la muerte de Jesús tuvo y tiene una finalidad mediante la cual cada

hombre y cada mujer de todo tiempo y lugar tiene la posibilidad de constituirse en Hijo de

Dios mediante la fe en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Por último, nos atrevemos a afirmar

que la imagen pintada tiene la misma fuerza que el texto narrativo, de tal manera que desde

su patíbulo y trono, el Cristo de San Plácido, trescientos años después de pintado, sigue

hablando de condena y de salvación, de soledad y de Gloria, de muerte y de vida; de la

Vida Plena que da el Espíritu, que operó y opera en el que se deja dócilmente inhabitar por

él y que, por lo tanto, vive y actúa bajo el imperativo del amor fraterno.

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Del escándalo de la Cruz a la adoración del Crucificado:

evolución de la iconografía de la Cruz1

Cada artífice tiende a conferir a su obra la mejor

disposición, no en sentido absoluto, sino en

relación con el fin deseado.

Santo Tomás

En el mundo actual, después de siglos de cultura cristiana estamos familiarizados con la

iconografía de Jesús de Nazaret en la cruz, la cual nos presenta la imagen de un hombre que ha

sufrido el tormento de la muerte en una forma en la que los romanos hacían morir a los hombres

considerados culpables de un delito político o civil.

Sin embargo, este hecho histórico y, ciertamente, escandaloso no fue representado desde los

primeros tiempos de la expansión del cristianismo en las comunidades primitivas. Para las

primeras comunidades cristianas, la comprensión de la cruz como instrumento salvífico va

abriéndose paso en las representaciones iconográficas de manera tardía, lenta y paulatina.

Entre las expectativas mesiánicas del siglo I el Mesías, imagen del siervo sufriente, era el menos

esperado en la Palestina sometida al Imperio Romano. Para la resistencia zelota, los campesinos

sencillos, la aristocracia saducea o los fariseos cumplidores de la ley, las palabras del profeta

Isaías debían resonar como algo lejano y seguramente relegadas a un lugar en los textos de la

tanaj: “Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro para no

verle. Despreciable, un Don Nadie… Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su

conocimiento justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará” (Is 53,3.11).

Aunque ningún judío esperaba un Don Nadie sino un gran libertador político-militar, este

anuncio se cumplió en Jesús de Nazaret; sin embargo, la muerte en cruz de Jesús es el gran

escándalo para los creyentes tal como Pablo explica a los corintios: “Nosotros predicamos a un

Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles;…porque la locura divina es 1 Este texto sigue en gran parte los planteamientos expuestos por Juan Plazaola en su obra titulada Historia y sentido

del arte cristiano. Madrid: BAC, 1996.

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más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres” 1Co 1,23.25. Si

para los judíos y los gentiles la cruz es un escándalo y una locura, para los seguidores de Jesús,

también lo fue, porque éstos, al igual que Jesús, eran israelitas fieles que querían cumplir la Ley

plenamente y, a pesar de la experiencia de la resurrección, no era fácil comprender que Dios

hubiera permitido una muerte infame en su más fiel servidor, en su Hijo.

Este escándalo de los primeros creyentes por la muerte padecida por Jesús unido a las

controversias teológicas de los primeros siglos de la Iglesia es, probablemente, la causa de que

en los primeros siglos de la era cristiana no encontremos representaciones iconográficas del

crucificado a pesar de que el misterio de su Muerte y Resurrección sea el corazón de la nueva fe,

el corazón del plan salvífico de Dios.

Otro factor importante en el desarrollo del arte cristiano -que puede dar luces sobre la tardía

aparición de la iconografía religiosa- es la sensibilidad de los primeros creyentes en Jesús

provenientes del judaísmo2. La prevención contra las imágenes para evitar caer en la idolatría

debió pesar mucho en la conciencia de las primeras comunidades cristianas, de tal manera que la

expresión de la fe a través de imágenes artísticas se manifestará tardíamente al interior de las

comunidades de los primeros tiempos. Además, en más de una ocasión, la aparición de las

imágenes se encuentra rodeada de tensiones, prevención u hostilidad. El miedo de caer en cierta

forma de paganismo y la ancestral sensibilidad hebraica retardaron la aparición de las imágenes

en el arte cristiano. Las primeras preocupaciones cristológicas originan herejías como el

docetismo que niega de manera radical la humanidad de Cristo, a la que responde Ireneo con la

afirmación de que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre3, pero esta cuestión teológica no

permea en la sensibilidad de las comunidades o, al menos, no hay evidencias de ello.

En el siglo III surgen en las catacumbas las primeras representaciones pictóricas del naciente arte

cristiano. En ellas encontramos una coherencia que permite afirmar que responden a la

preocupación espiritual de las comunidades; así las representaciones iconográficas se centran en

2 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 13ss 3 González Faus, La humanidad nueva, 388

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la misión de Jesús como Salvador, protector y guía apareciendo bajo la representación del Buen

Pastor que guía y salva y del Filósofo, es decir, el Maestro que enseña la doctrina salvífica4.

El siglo IV es un siglo decisivo para la historia de la Iglesia y, en consecuencia, para la evolución

del arte cristiano. El edicto de Milán del año 313 y la declaración del cristianismo como religión

oficial del estado por parte del emperador Teodosio hacen que la religión cristiana pase de ser un

fenómeno popular urbano clandestino a un fenómeno social de grandes masas campesinas. Por

otro lado, en el interior de la reflexión cristiana la pregunta sigue siendo de carácter cristológico.

La divinidad y la humanidad de Jesús siguen en conflicto en el pensamiento de los teólogos

cristianos. Las posiciones extremas de Arrio, que niega parcialmente la divinidad de Jesús, y de

Apolinar, que niega parcialmente la plenitud de la humanidad de Cristo, originan los Concilios de

Nicea y Constantinopla que superarán la antinomia al declarar que Cristo es consustancial al

Padre y consustancial a los hombres, es decir: perfecto Dios y perfecto hombre5. Así, los

Concilios que se originan para dar respuesta y claridad a la comprensión de Jesús, el Cristo, Hijo

de Dios irán paulatinamente conformando el dogma cristiano.

La resistencia a las imágenes se va venciendo poco a poco con el desarrollo de un arte figurativo,

simbólico y narrativo en el que predominan los rasgos antinaturalistas, la frontalidad, la ausencia

de volumen, la solemnidad y la espiritualidad, estas manifestaciones artísticas se dieron en

pinturas y mosaicos en gran parte hoy desaparecidos, las esculturas y relieves tuvieron un

desarrollo muy escaso por lo cual tampoco hay apenas evidencias. A partir del siglo IV el

cristianismo, además de dirigirse a las masas populares, se dirigió también a las clases y poderes

dirigentes por lo cual se produjo una cristianización del pensamiento antiguo; en este contexto

nos encontramos con una nueva estética6, el neoplatonismo, según la cual el mundo de los

sentidos es considerado como una ilusión, una nada; el desprecio por la materia trae como

consecuencia que el arte no reproduce o representa sino que es un medio para conmover la

sensibilidad, para crear nuevos estados de vida interior; el arte sale del círculo de los sentidos y

de la razón para centrarse en la zona en que toca, conmueve y despierta en el alma emociones y

revelaciones desconocidas.

4 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 36 5 González Faus, La humanidad nueva, 388 6 Ver Huyghe, El arte y el hombre I, 6-8

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También a partir del siglo IV, la cruz, signo que

según la leyenda simbolizó la promesa de triunfo

de Constantino sobre Magencio en Puente Milvio,

fue penetrando paulatinamente en la sensibilidad

cristiana al aceptarla como signo de salvación. En

primer lugar encontramos que la Cruz o Crismón

aparece como instrumento de la victoria de la fe en

las bóvedas llenas de estrellas de las cúpulas –

imagen del cielo- en iglesias, baptisterios o

mausoleos. Sin embargo, la cruz que aparece en

las decoraciones que desarrollan el tema de la

Pasión es ostentada por Cristo como señal de

victoria, como un cetro, no como el instrumento de

muerte y martirio en el que Jesús dio la vida, el Cristo que la lleva es el Señor que está fuera del

tiempo y de la historia. Así lo afirma el papa San León Magno (440-461) citado por Juan

Plazaola.

Puesto que cuando el Señor cargó con el madero de la cruz, que se convertiría así en

cetro de su poder, a los ojos de los impíos era aquello una gran ignominia, pero para los

fieles quedaba manifiesto un gran misterio; pues el gloriosísimo vencedor del demonio y

triunfador de las potestades enemigas portaba hermosamente el trofeo de su triunfo7.

El siglo V verá el fin oficial de las disputas cristológicas entre los nestorianos, que niegan

implícitamente la divinidad de Jesús, y los monofisitas (Eutiques), que niegan implícitamente su

humanidad8. En el Concilio de Calcedonia (451) se afirmó de manera definitiva -hasta hoy- lo

fundamental del misterio de la encarnación: “Cristo es perfecto en la divinidad y perfecto en la

humanidad”, es el Logos que asumió la naturaleza humana, tal como lo afirmó el evangelio de

Juan: “La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14); encarnación que

Pablo explicó a los filipenses así: “El cual, siendo de condición divina, no codició ser igual a

Dios… asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí 7 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 80 8 Gónzalez Faus, La Humanidad Nueva, 389

Cúpula Mausoleo Galla Placidia

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mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,7b-8). Vemos que las

palabras de Juan, las palabras de Pablo y el centro de los debates de estos primeros siglos tienen

como núcleo el escándalo de la cruz y la ilógica del sufrimiento de Dios. Nicea, Éfeso y

Calcedonia fueron profundizando y perfeccionando el enunciado de la fe cristiana hasta elaborar

el credo definitivo; en el corazón de esta fe se encuentra el hecho doloroso e histórico que vivió

Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre que murió en una cruz, pero, precisamente

en esa muerte se da la resurrección, la glorificación, la exaltación hacia el Padre.

Como consecuencia natural de este caminar cristológico encontramos la aparición de

representaciones de Jesús crucificado, es decir, del Dios hecho hombre que muere por nosotros

en la cruz, lo cual plantea el dolor en sí mismo como un medio de salvación que induce al

espectador a conmoverse, suscitando sentimientos de piedad. La representación de Cristo

Crucificado comenzó a desarrollarse con la intención de subrayar la auténtica humanidad de

Cristo y refutar la herejía monofisita, pero una vez adoptado será el tema preferido en el arte

cristiano. A partir de este momento y hasta el día de hoy se sigue representando la crucifixión; sin

embargo, no hay uniformidad en la iconografía y el tema es tratado de diversas maneras por los

artistas. Pareciera que para unos es más significativo mostrar a Jesús en su naturaleza humana

sufriendo y para otros es más significativo resaltar a Jesús en su naturaleza divina que nos salva

en la cruz expresando la grandeza sobrehumana del Salvador. Y precisamente el dolor y los

signos visibles que lo ponen de manifiesto son los que permiten establecer esta somera división.

Pero para poder realizar una lectura crítica de las variaciones que se dan en las iconografías del

crucificado, debemos tener en cuenta que, así como el tema de la cruz aparece en el contexto de

las controversias con los monofisitas, las variaciones que encontramos en el tratamiento del tema

de la crucifixión también responden a un contexto religioso, cultural e histórico determinado, lo

cual hace que las imágenes del crucificado no sean comprensibles siempre de un modo

inmediato; por eso, leer una imagen con una iconografía determinada implica o plantea la tarea

de entender el sentido de lo que dice y hacerlo comprensible a los demás9.

9 Ver Gadamer, Estética y hermenéutica, 57-59

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En el siglo V aparece en Occidente la

primera escena de La Crucifixión en el

marfil proveniente del Norte de Italia h.

420-430 que se halla en el Museo

Británico. En este marfil vemos a

Cristo parado con los dos pies sobre un

soporte, con aureola, vivo con los ojos

abiertos, sin corona de espinas ni herida

en el costado; a su derecha dos figuras

que se pueden identificar como María y

Juan, a la izquierda un personaje que

parece interpelarle con el gesto de su brazo y, por último, en el extremo izquierdo del espectador

vemos a Judas ahorcado con la bolsa de monedas en el suelo. Solamente los cuatro clavos de pies

y manos hacen visible algún elemento de la pasión. Por lo demás, se puede pensar que el artista

anónimo nos presenta a un Jesús vivo que ha triunfado sobre la muerte.

También en los relieves de Las puertas de Santa

Sabina hay una escueta representación de la

crucifixión en la que un Cristo sin heridas está

rodeado por los dos ladrones, menores en tamaño,

pero con igual tratamiento en cuanto a la ausencia de

elementos que recuerden o muestren la muerte, el

sufrimiento o el dolor.

La Crucifixión. Marfil Siglo V

Puerta de Santa Sabina. Siglo V

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A pesar de la definición del dogma cristiano establecida en Calcedonia, en el siglo VI continúan

los debates cristológicos; el Concilio de

Constantinopla III defiende, además de

las dos naturalezas de Cristo, la voluntad

y la libertad humana de Jesús ante

herejías como el monotelismo10 que

menoscaba fuertemente la voluntad

humana, lo cual incide en la comprensión

de la humanidad plena de Jesús. En este

contexto la representación de la cruz en la

Pasión sigue siendo escasa y aparece en

las artes menores entre las cuales

encontramos una representación de la crucifixión en el Evangelio del monje de Rábula11 que se

encuentra en la Biblioteca Laurentina de Florencia; el texto en siriaco fue escrito en 586 en un

convento de Mesopotamia e ilustrado sin duda por artistas bizantinos que conservan la tradición

de la pintura antigua de los primeros siglos; en esta escena de la Pasión el cuerpo de Cristo está

cubierto con una larga túnica que le llega hasta los pies, iconografía que tendrá gran influencia en

el arte medieval occidental al constituirse en el precedente del Cristo en Majestad, también

aparecen a ambos lados del crucificado el sol y la luna, simbolismo que se ha interpretado de

diversas maneras: las dos naturalezas de Cristo, el Nuevo y el Antiguo Testamento o la

convulsión del cielo que según los evangelios se produjo cuando Cristo murió en la Cruz12.

A partir del siglo VII se dio un impulso a la representación de la humanidad de Jesús con la

disposición del Concilio Quinisexto (692) en el que se ordenó que

en adelante la forma humana de Cristo nuestro Dios se proponga y se pinte, en vez del

Cordero, para que, comprendiendo de esa manera la sublimidad de la humillación del

10 González Faus, La Humanidad Nueva, 472 11 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 154 12 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 100

Evangelio del Monje de Rábula. Siglo VI

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Verbo de Dios, seamos conducidos también al recuerdo de su Vida en la carne, de su

Pasión y de su Muerte salvadora y de la Redención del mundo que fue operada por Él13.

Durante el siglo VIII -marcado por la expansión del Islam y la disputa iconoclasta-, esta

tendencia a subrayar la humanidad de Cristo hace surgir la herejía adopcionista14, última de las

herejías cristológicas, nacida en el contexto hispano de origen arriano y próximo al Islam; esta

herejía pretendía salvaguardar la historia de Jesús en un contexto en el que se está nivelando

peligrosamente al Jesús prepascual y al Jesús postpascual; para los adopcionistas, la santidad

moral alcanzada en la vida pasa al terreno de lo ontológico alcanzando así la filiación divina. En

este ambiente, el énfasis de nuevo cae en la divinidad del Hijo de Dios y en la divinidad del Hijo

de María. En consecuencia, es muy raro encontrar imágenes del crucificado. Durante los siglos

IX y X, en medio de las disputas entre la Iglesia y los Imperios

de Oriente y Occidente, son los monjes de los monasterios, con

su vigor religioso, los que mantienen viva la tradición cultural.

Los relieves, esmaltes, marfiles

y cubiertas de libros ricamente

decorados son los medios de

expresión del arte religioso; en

ellos encontramos escenas de

la crucifixión en las que

percibimos dos tendencias

iconográficas, a saber: el Cristo

en Majestad con su larga túnica como el del Relicario Esmaltado

de comienzos del siglo IX del Metropolitan Museum of Art de

Nueva york, o la majestad del Tríptico de la Crucifixión en

marfil del siglo X del Museo Británico en el que Jesús, sin

sangre ni heridas, aparece entronizado entre María y Juan tan

solemnes como el mismo Cristo, acompañando la escena dos arcángeles en la parte superior. La

aureola junto con la cruz, que rodea su cabeza, nos da pistas sobre la salvación alcanzada en el 13 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano,176 14 Gónzalez Faus, La Humanidad Nueva, 390

Relicario Esmaltado. Siglo IX

Tríptico de Marfil. Siglo X

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suplicio, solamente una ligera inclinación de la cabeza rompe la solemnidad del momento. Por

último y ya finalizando el siglo X encontramos un crucificado que preludia los cambios futuros.

Éste es el que encontramos en la Placa Esmaltada del año 976 en San Marcos, Venecia; el

cuerpo distendido, la sangre que mana del costado, los

ojos cerrados y los gestos dolientes de Juan y María

contribuyen a crear en esta escena un clima de muerte y

dolor que intenta mostrarnos de manera más real la

Pasión del Hijo de Dios, verdadero hombre, que nos

salva en el misterio de su Muerte. A los pies de la cruz

se observa una calavera que será un elemento recurrente

en escenas posteriores y que remite a la tradición de que

Jesús fue enterrado en el mismo lugar donde se enterró

Adán15.

Los siglos XI y XII son siglos en los que se da un

renacimiento cultural en los campos de la Filosofía, Teología, Derecho e Historia culminando con

la aparición de las universidades. La fundación, desarrollo y expansión de las órdenes de Cluny y

del Cister16 contribuyeron de manera excepcional a que se integren y funden elementos del arte

de Oriente y de Occidente dando origen a un estilo en cierto

modo internacional. La iconografía de Cristo que predomina en

estas manifestaciones del románico o inicios del gótico es la

del Pantocrátor que sigue los textos del libro del Apocalipsis

4,2-11.

Sin embargo, en esta época, en el campo de la escultura se

desarrolla la iconografía del crucificado representado como

“Cristo en Majestad”17 siendo una de las más representativas la

Maestá Batlló que se encuentra en el Museo de Cataluña de

Barcelona; este Cristo de influencia siriaca y bizantina va

15 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 16 16 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 303ss 17 Ibid., 321

Placa Esmaltada. Siglo X

Maestá Batlló. Siglo XII

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vestido con una larga túnica real, se nos presenta fijado a una cruz plana con cuatro clavos,

insensible al dolor, erguido, con los brazos horizontales, su rostro está lleno de paz y serenidad,

aparentemente no sufre ni presenta ninguna clase de herida, pareciera que más que contemplar a

Jesús como el Hijo de Dios que murió y resucitó contemplamos al Mesías Escatológico que

instaurará el Reino de Dios y cuyo regreso se espera según la descripción del libro del

Apocalipsis 1,13-16.

Pero así como esta iconografía de la Maestá puede representar al Hijo de Dios victorioso –incluso

en ocasiones con corona real-, también los artistas anónimos nos lo representan agonizante, casi

desnudo y rígido, presentando al Hijo del Hombre, siervo sufriente humillado y doliente. Ahora,

el artista no duda en mostrarnos las heridas, la sangre y un cuerpo contorsionado que ha perdido

la verticalidad y que es sostenido por tres clavos; los gestos de dolor y un patetismo general

envuelven la escena del calvario. La piedad cristiana del siglo XIII18 está influida por el espíritu

de San Francisco que propone una devoción sencilla centrada en los dos aspectos culminantes de

la vida de Jesús, la ternura del niño y el drama del hombre que sufre el tormento de la pasión y la

muerte. La estigmatización de San Francisco dio origen a la devoción a las cinco llagas y al

costado herido; los cristianos de ahora han perdido el interés por cuestiones dogmáticas y viven

una espiritualidad enfocada a una piedad individual y subjetiva la cual valora y se recrea en el

dolor humano vivido en la Pasión.

Este sufrimiento se refuerza en el campo iconográfico con la aparición de la corona de espinas en

la cabeza del crucificado, uno de los instrumentos de la Pasión mencionado en tres evangelios

que se veneraba desde los primeros siglos en Jerusalén y que posteriormente fue trasladada a

Bizancio. Allí permaneció hasta 1238 cuando el emperador Baldwin II de Constantinopla la

vendió al rey francés San Luis, quien mandó construir en París la Saint Chapelle para venerar

en ella la reliquia.

Otro aspecto que contribuyó al incremento del patetismo en las representaciones del calvario

fueron los aportes de los evangelios apócrifos19 que contribuyeron a la creación de una especie de

folclore sagrado popular. La literatura apócrifa no herética contribuyó a suscitar la imaginación

18 Ibid., 475 19 Ver Crépon, Los evangelios apócrifos, 21-23

Page 18: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

de las muchedumbres al relatar historias que llenaban los vacíos de los evangelios canónicos

como son la infancia de Jesús, la infancia de sus padres o incluso algunos hechos de la pasión. El

Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Tomás, el Transitus Mariae o el Evangelio

de Nicodemo, entre otros, tuvieron una enorme influencia en la imaginación cristiana durante

siglos, por lo que las representaciones iconográficas de vidrieras, mosaicos y pinturas producidas

hasta el Renacimiento no pueden ser comprendidas sin referencias a estos evangelios. De su

lectura se sacaron elementos narrativos que acentuaron el patetismo de la narración centrada en

la agonía de Jesús que será representada con un aire realista, con personajes que pretenderán, a

través de sus gestos y actitudes, conmover a los espectadores. Su influencia en el arte decreció

notablemente a partir del Concilio de Trento y de

la Contrarreforma católica del siglo XVI.

Por todo lo anterior, vemos que el siglo XIII, en

sus manifestaciones góticas, se complace en las

imágenes de un Cristo humanizado y patético. Así

lo vemos en el Relieve en mármol de Nicola

Pisano en el Baptisterio de Pisa (1260) en cuya

composición se acentúa el dramatismo a través de

los personajes, en ella vemos los gestos de los fariseos que retroceden a la derecha y a María

desmayándose en los brazos de Juan, este gesto de María será

prohibido siglos después en el Concilio de Trento20 (1545-1563)

en aras de que los artistas fueran fieles a las palabras de Jn

19,25a “junto a la cruz estaban de pie su madre, la hermana de

su madre” (cabe aclarar que no siempre los artistas obedecieron

tal prohibición); algo similar sucede en La Crucifixión de

Duccio (1308-1311) donde, además de los gestos de dolor de los

espectadores, Jesús aparece ya con la corona de espinas. La

piedad cada vez más individualista y subjetiva siguió su curso en

los siglos XIV y XV a lo largo de los cuales surgieron distintos

movimientos espirituales que quisieron contrarrestar la decadencia moral estamental, entre ellos

20 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 132

La Crucifixión. Baptisterio de Pisa. Nicola Pisano. Siglo XIII

La Crucifixión de Duccio. Siglo XIV

Page 19: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

es muy significativo el movimiento llamado “devotio moderna”. El

libro La Imitación de Cristo de Tomás de Kempis contribuyó a su

difusión por toda Europa21. Este movimiento fomentó la devoción

popular a la Virgen María, el Rosario, la Infancia de Jesús creándose

numerosas representaciones llenas de ternura e intimidad. Con

respecto a la representación de la Cruz, la iconografía siguió en la

línea de presentar la escena llena de patetismo, dolor y sufrimiento

destinados a mover la compasión de los fieles piadosos; estos

devotos en ocasiones se hacen retratar en la escena, participando así,

directamente, en el espectáculo de dolor y la agonía que el artista ha

plasmado en la tabla. Esto lo vemos en La Crucifixión de Rogier van der Weyden de 1440 que se

encuentra en el Kunsthistorisches Museum de Viena.

El Renacimiento marca el inicio de la época moderna, una nueva mentalidad de carácter

antropocéntrico que valora las formas bellas como homenaje a

Dios, fuente de toda belleza22, orientará el camino del arte

religioso durante un largo tiempo llegando a dar un cierto tono

profano a las representaciones religiosas. En este contexto, las

imágenes de la pasión son serenas, apolíneas y mayestáticas,

el artista se recrea en el estudio anatómico de sus proporciones y

en ellas la sangre no es tan abundante como en los siglos

anteriores. Responden al concepto idealista, platonizante y

místico propio del humanismo del siglo XVI. La cruz se

interpreta como trono y no como patíbulo. El crucificado del

Renacimiento parece una versión manierista del Cristo en

Majestad de la Alta Edad Media, realeza que se subraya

sistemáticamente con la tablilla o titulus redactada sólo en latín

"Iesus Nazarenus rex Iudaeorum" o brevemente "INRI". La

21 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 602 22

Ibid., 368

La Crucifixión. Siglo XV.

Roger Van Der Weyden

La Crucifixión. Rafael. Siglo XVI

Page 20: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Crucifixión de Rafael de la National Gallery de Londres (1503) puede ser un buen ejemplo de

estas composiciones llenas de formalidad.

Los humanistas promueven una cultura antropocéntrica sin renunciar a su espiritualidad cristiana

devota, piadosa y emotiva; en el siglo XVI hay una mayor tendencia a la profanización del arte,

así las representaciones de la Historia Sagrada son

un pretexto para la representación de la belleza

puramente formal inspirada en las obras de la

Antigüedad o paisajes o sátiras de la vida cotidiana,

dejándose a un lado los aspectos profundamente

religiosos o teológicos. Un ejemplo de esto puede

ser la obra de Patinir, primer gran paisajista, cuyas

obras religiosas, incluida La Crucifixión, son más

un homenaje al campo holandés que una

representación del tema que anuncia el título23.

El espíritu crítico del humanismo renacentista está ya muy lejos de la ingenuidad con que el

cristianismo medieval aceptaba las antiguas leyendas relativas a la infancia de Jesús, a sus

milagros y a las reliquias de santos, y reprochaba a la jerarquía eclesial que tolerara el culto

abusivo y supersticioso con que se solía venerar algunos iconos así como las peregrinaciones

multitudinarias a ciertos santuarios. Los cristianos más profundamente piadosos no podían tolerar

sin escándalo una imaginería renacentista que invitaba más a la liviandad que al fervor

evangélico. Erasmo es uno de los grandes pensadores que insistía en la necesidad de educación

del pueblo y de depuración de aquellas imágenes inadecuadas, indignas, o lascivas.

En la ostentación de reliquias ¡cuánta superstición! En Inglaterra ofrecen a besar el zapato

de santo Tomás, un zapato que quizás sea de algún bellaco; y sea lo que sea ¿qué cosa

más imbécil que venerar el calzado de un hombre? Con mis propios ojos he visto cómo

mostraban un pañuelo desgarrado con el que se dice que él enjugaba los mocos de la

nariz, y al abad, al abrir el relicario postrarse de rodillas como para venerarlo24.

23 Ibid., 667 24 Erasmo, “Hay que corregir las supersticiones”. En Historia y sentido del arte cristiano, 732

La Crucifixión. Patinir. Siglo XVI

Page 21: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

En este panorama, la Reforma, con su controversia por las imágenes, aporta el elemento

purificador que será la clave para los cambios acaecidos en el siglo XVII. Porque como afirma

Plazaola

La historia del cristianismo muestra que cada vez que se produjo un movimiento que,

invocando la pureza absoluta de los ideales evangélicos, se constituía en censor

implacable de las lacras morales de la Iglesia sacerdotal y jerárquica, emergía también la

tentación de llevar esta ansia de pureza al extremo de eliminar los medios sensibles que la

iglesia oficial había mantenido y justificado para el fomento de la piedad popular25.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que en el asunto de las imágenes, no todos los líderes de la

Reforma fueron iconoclastas porque en la teología de los reformadores esto no era un asunto

central, pero, el repudio, la resistencia y la indiferencia ante éstas era el desenlace lógico de algo

que los unía a todos: el carácter místico y espiritualista de “la justificación por la fe”, el rechazo

de la liturgia, el amor y el estudio de la “palabra de Dios” a lo cual se dedicaron con ardor en

lugar de ponerle atención a las historias legendarias de santos. Lutero acabó reconociendo la

utilidad pastoral del arte iconográfico26 –razón por la cual permitió la ilustración de la Biblia-. En

cambio, Zuinglio y Calvino estuvieron absolutamente en contra, Calvino consideró la veneración

de las imágenes como una radical idolatría y rechazó de manera frontal la teoría del papa

Gregorio VII que las consideró el vehículo más adecuado para educar en la fe a los analfabetos.

Estas posiciones radicales dieron origen a fanatismos populares que arrasaron con Iglesias,

esculturas, pinturas, vitrales, ornamentos y cuanto objeto sagrado encontraron a su paso. En los

países que quedaron bajo el influjo del pensamiento de estos dos reformadores colapsó el arte

religioso27.

Esta terrible tensión religiosa la expresa Matías Grünewald en su famoso cuadro La Crucifixión

(1515) utilizando en su representación de la Pasión un lenguaje expresionista, mostrándonos el

sufrimiento del Crucificado exagerando y deformando los gestos y movimientos de las figuras.

Esta obra tiene un carácter más medieval que renacentista, su finalidad es esencialmente

25 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 799 26 Ibid., 712 27 Ibid., 711ss

Page 22: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

catequética, con despreocupación por los

asuntos de la belleza que se debatían en los

medios artísticos renacentistas; el cuadro

parece más un sermón de Semana Santa -que

invita a la reflexión sobre el dolor y la

angustia de la Pasión- que una pintura

narrativa28. Observamos que su autor

yuxtapone personajes y símbolos del

evangelio y en cierta forma se dirige al

espectador al señalar a Jesús para que veamos

en él al cordero que quita el pecado del

mundo.

Con esta obra de Grünewald, el arte religioso nórdico, en medio de los conflicto ocasionados por

la Reforma, reafirma la posibilidad que tiene un artista de adoctrinar -independientemente de las

preocupaciones estéticas de artistas contemporáneos a él-. Algo similar sucedió en el arte español

del siglo XVI, el cual se puede considerar también como una excepción en la profanidad y

ligereza que se dio en el arte europeo bajo el influjo del Humanismo; sin duda, esto se debió al

proceso histórico, político y religioso vivido en los reinos peninsulares durante los siglos

anteriores al Renacimiento y especialmente en el siglo XV con la unificación política y religiosa

llevada a cabo bajo el reinado de los Reyes Católicos. La expulsión de judíos y musulmanes y la

mirada vigilante a los conversos hicieron que la sociedad entera viviera en un ambiente de

catolicidad oficial y forzada en la cual la manifestación de la fe se dio a través de la devoción

piadosa y del culto externo. Con esta coyuntura histórica y la inquietud generada por la Reforma,

los artistas españoles no tuvieron espacio social, cultural o político que no estuviera impregnado

de catolicidad.

Al igual que en el resto de Europa, muchos humanistas españoles del siglo XVI anhelaban una

reforma dentro de la Iglesia, Alfonso Valdés afirma: “no querría que por componer un altar

dejásemos de socorrer a un pobre, y que por componer retablos o imágenes muertas dejásemos

28 Gombrich, Historia del arte, 353

La Crucifixión. Matías Grünewald. Siglo XVI

Page 23: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

desnudar a los pobres, que son imágenes vivas de Jesucristo”29. Esta reforma se dio con el

Concilio de Trento, el cual en la sesión XXV30 promulgó el decreto que establece pautas y

principios sobre las imágenes, en él se exhorta a que se cuide la fidelidad histórica, se impida

toda superstición y afán de lucro, se proscriba toda imagen que sea causa de error para los

ignorantes y que “se evite toda lascivia, de modo que no se pinten ni adornen las imágenes con

procaz hermosura” esto traerá consecuencias, en ocasiones nefastas, para las imágenes existentes

que son objeto de censura, tapados y retiradas de sus lugares habituales; también los artistas

contemporáneos al movimiento de la Contrarreforma se vieron obligados a la autocensura a sus

obras .

Tras el Concilio de Trento, triunfa el arte barroco como arte de Contrarreforma, un arte de corte

realista cuyas manifestaciones plásticas reflejan la tendencia más ascética que mística del

momento. Con fines catequéticos, se impone el dramatismo, de marcada raigambre popular, que

mueve y conmueve a los espectadores. El sufrimiento de Cristo constituye la mayor lección

plástica de la teología de la Redención obrada por el Mesías doliente. Los paños agitados y

abiertos, posibilitan realizar con agudo realismo un estudio anatómico completo. Se mantiene la

corona de espinas y el titulus crucis que en ocasiones reproduce la inscripción completa y

trilingüe. Esta teología de la cruz es la teología de la emoción y del sentimiento que mueve y

conmueve al espectador.

El poeta anónimo, al igual que el pintor, expresó en imágenes literarias esta comprensión de la

función salvífica de la cruz; lo que mueve y conmueve al lector del texto pintado o del texto

escrito es la contemplación del sufrimiento físico y moral del justo que muere en la cruz; así lo

leemos en el siguiente poema del siglo XVII en el que se expresa un aparente desinterés por la

salvación o condenación; pero es, en cambio, la contemplación del dolor, la humillación y los

agravios que sufre el justo en la cruz lo que produce en el creyente una conversión o movimiento

interior intenso:

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido:

29 Valdés, “La verdadera Iglesia de Dios es nuestra alma”. En Historia y sentido del arte cristiano, 738 30 “Decreto sobre las imágenes” (sesión XXV). En Historia y sentido del arte cristiano,739

Page 24: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte31…

En este contexto de emotividad en el que el arte y los artistas tienen clara y conscientemente un

compromiso más allá de sus intereses estéticos, pintores como Rubens, Zurbarán, Velázquez y

Murillo decidieron presentar la figura del crucificado en solitario contra un fondo oscuro, dándole

así a la composición gran fuerza emocional y dramática.

Observando las cuatro imágenes, el espectador se da cuenta de las diferencias iconográficas que

hay entre ellas, a pesar de los elementos generales comunes. Estas diferencias hacen que cada una

de las representaciones tenga su propia identidad, de tal manera que dicen algo especial que

debe ser leído con atención, lectura que tendrá un efecto particular en cada espectador.

Cada artista está diciendo algo con su crucificado a través del movimiento del cuerpo, la tensión

de las manos, los gestos de la cara, los paños, los letreros de la cruz, la intensidad del fondo

oscuro. Pero para comprender cada lenguaje particular el lector debe acercarse con una mirada

31 Fragmento soneto anónimo del siglo XVII

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atenta y curiosa que le permita descifrar el sentido de cada uno de los elementos que componen la

representación de la crucifixión; también el lector debe estar dispuesto a dejarse tocar, porque es

ahí, en el contacto entre la obra y el espectador, donde sigue viva y presente la intención del

autor.

Siguiendo a Gadamer, podemos afirmar que una lectura general de estas iconografías de Jesús en

la Cruz nos puede hablar de su función y significado original en el contexto en el que nacieron;

sin embargo, al individualizarlas, cada lector tiene que hacer un ejercicio personal de

comprensión en el cual la obra lo confronta consigo mismo. Cada artista habló a través de su

crucificado: Rubens, Zurbarán, Velázquez y Murillo dijeron algo que el lector no puede saber de

antemano, comprender la obra no es sólo tratar de comprender lo que había en la mente del

autor, es también comprender lo que le está diciendo al lector cuando éste la lee, ya que la obra

de arte tiene un presente absoluto para cada presente respectivo desde el cual le dice al lector

“¡Has de cambiar tu vida!”32.

Transitado este camino de varios siglos en los que hemos observado las variaciones acaecidas en

la iconografía de Jesús de Nazaret en la Cruz, iniciaremos un recorrido por la senda que nos

conduzca a la lectura y comprensión del Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido,

pintado por Velázquez en el siglo XVII; qué nos diga esta imagen y cuánto cambie la vida del

lector desde la comprensión profunda de la lectura de todos y cada uno de sus grandes o

pequeños elementos es tarea que nos disponemos a emprender.

32 Ver Gadamer, Estética y hermenéutica, 61-62

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Velázquez, la síntesis de un caminar: El Cristo Crucificado de San Plácido.

En toda mirada artística, se impone una ascesis:

Atravesar, a veces con esfuerzo doloroso, lo evidente. Francisco Calvo Serraller

No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas.

Gombrich

Realizar una lectura hermenéutica del Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido,

cuadro pintado por Diego Velázquez hace tres siglos, es un riesgo que queremos correr porque a

pesar de su popularidad y aparente sencillez, consideramos que en él se encuentra ese algo

misterioso que hace que su valor sea intemporal, que más allá del tiempo y del espacio, siga

siendo capaz de tocar, de conmover y de emocionar al espectador. No obstante, y siguiendo a

Gadamer1, debemos tener cuidado y establecer los límites en los que se mueve la investigación

porque aunque la obra de arte es intemporal y siempre tiene su propio presente, lo cierto es que

tiene un origen histórico y un autor con una vida, una formación, una mentalidad y una

producción que no autorizan a interpretarla de cualquier manera y es este origen histórico y

personal el que establece y exige la pauta de lo adecuado.

Por lo tanto, es necesario efectuar una amplia contextualización que nos permita comprender y

valorar los elementos que van a dar forma a la obra de este pintor sevillano y que provienen del

medio social, cultural, artístico y religioso en el que desde niño fue creciendo y se fue formando

este artista incomparable. Este panorama debe tener en cuenta tanto la conciencia creativa del

pintor y los estímulos intelectuales y artísticos a los que se vio sometido, como la capacidad de

comprensión del público para el que pintó, así como el horizonte normativo de la época. Como

afirma Javier Portús, esto es especialmente importante en Velázquez.

Si para comprender la obra de cualquier artista, las circunstancias relacionadas con su

contexto creativos son importantes, en el caso de Velázquez resultan fundamentales, sobre

todo en lo que se refiere a sus pinturas religiosas y mitológicas, pues en ellas, a su

contenido narrativo o devocional se incorporan numerosas reflexiones relacionadas con

1 Ver Gadamer, Estética y Hermenéutica, 55-56

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cuestiones específicamente artísticas, personales, etc. En la mayor parte de los casos se

trata de una incorporación consciente, que propicia una relación con el espectador más

activa que la que ofrecen la mayor parte de los artistas de su tiempo2.

Para realizar esta contextualización debemos tener en cuenta, en primer lugar, la ciudad en la que

nació y creció el pintor. Sevilla en el siglo XVII

era una de las más pobladas de Europa, después

de Londres, París y Nápoles, y era la más rica,

más populosa y de espíritu más abierto y

universal de España. Esta ciudad había obtenido

en 1503 el monopolio del comercio con América,

a ella llegaban los productos americanos y de

allí salían los que se enviaban al Nuevo

Mundo; el comercio que movía la Casa de

Contratación hizo que allí se establecieron mercaderes de toda Europa lo cual le dio una

prosperidad única en España. La aristocracia local, leal al rey y representada por las familias de

los Olivares, Medina Sidonia y Alcalá, ejercía el poder político. La ciudad árabe y mudéjar de

Almutamid y de Pedro I se fue convirtiendo en una ciudad renacentista gracias a la remodelación

realizada en el siglo XVI; los palacios, quintas de recreos y espacios públicos creados siguiendo

los cánones del Renacimiento hicieron que se conociera bajo el nombre de la Nueva Roma3. El

espíritu culto y humanista se fomentaba en las academias sevillanas, especie de tertulias en las que

participaban poetas, músicos, pintores, aristócratas, intelectuales y religiosos y en las cuales se

debatía acerca de diversos asuntos de alto nivel intelectual.

Sin embargo, este espíritu renacentista convive con un espíritu religioso que va más allá de la

religiosidad popular que impregna todo el ambiente sevillano. La ostentación que se realiza en las

prácticas devocionales, la magnificencia, exhibición y lujo de las cofradías, el brillo de los

retablos, el pathos de las tallas se convierten en el sello de identidad de esta ciudad4 en la cual se

da una compleja trama de relaciones que engloba el arte, la religiosidad popular, determinadas

2 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 16 3 Salort Pons, Velázquez, 31 4 Lleó Cañal. “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 95

Sevilla Árabe, Mudéjar Renacentista

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formas de espiritualidad y algunos círculos intelectuales de la ciudad. Sevilla, la “tierra de María

Santísima”, vivió con pasión la devoción mariana y contempló los enfrentamientos suscitados

entre diversas órdenes religiosas en torno a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción.

Las hostilidades entre los dominicos que la negaban y los franciscanos y jesuitas que la defendían

ardorosamente dieron origen a unas coplas en las que se recogía tanto el sentir popular como la

posición religiosa de la mayoría del clero español.

“Todo el mundo en general

a voces Reyna escogida

diga que sois concebida

sin pecado original”5.

En medio de este ambiente inmaculista también se vivió con una gran tensión el proceso

inquisitorial al que se vio expuesta la Congregación de la Granada,6 muy apreciada popularmente

pero sospechosa de iluminismo y con la cual mantenían fuertes vínculos algunos miembros de la

Compañía de Jesús, así como artistas e intelectuales que tuvieron gran influencia en el desarrollo

de la iconografía mariana que creará un prototipo de Inmaculada muy popular hasta nuestros días.

Por las calles sevillanas se movía un universo humano formado por nobles, plebeyo, pícaros,

comerciantes, mercaderes, vagos, religiosos y artistas atraídos tanto por su riqueza económica

como por su rico nivel cultural, artístico y religioso. En una de esas calles nació en 1599 Diego

Rodríguez de Silva y Velázquez y por ellas creció y correteó observando y captando en su

retina la vida múltiple y cambiante. Hijo de Juan Rodríguez de Silva y la sevillana Jerónima

Velázquez, fue el mayor de ocho hermanos; su padre de origen portugués fue notario mayor del

juzgado de testamentos del cabildo eclesiástico sevillano; ni él ni su esposa debieron pertenecer

ni siquiera a la baja nobleza o hidalguía, y, al parecer, tenían escasos recursos económicos.

Esto trae como consecuencia una vida en la que el trabajo era el medio de subsistencia. Sin

embargo, en el ambiente, en la mentalidad de la época, el trabajo era algo que podía demeritar la

honra o valía personal. Se puede afirmar que los españoles de la época sufrían de histeria

5 Ibid., 103 6 Ibid.

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colectiva frente al problema -casi trauma- de la “limpieza de sangre”. “Ser alguien” en esa

sociedad era “ser limpio”, es decir, no tener ascendencia judía ni mora; de esa manera el trabajo

físico o manual no era valorado pues indicaba, desde épocas medievales, pertenecer al pueblo -no

a la nobleza- o, peor aún, descender de alguno de los dos pueblos mencionados; trabajar era poco

menos que un estigma7.

El padre del joven Diego al observar que estaba dotado de

excelentes, excepcionales y casi únicas aptitudes para la pintura, lo

presentó a los diez años al taller de Francisco Pacheco, su futuro

suegro, que no era buen pintor pero resultó un excelente maestro;

allí Velázquez adquirió las bases teóricas y prácticas que le

permitieron pasar en 1617 el Examen de Maestría. De esta manera,

teniendo apenas 18 años, inicia en Sevilla a un largo camino con

paleta y pinceles en la mano que culminará con una cruz roja de

Santiago en el pecho, lo cual significa el reconocimiento del valor artístico de su obra, que va

más allá de un reconocimiento de su habilidad como maestro de la pintura y que junto con el

otorgamiento de la hidalguía, significa socialmente la incorporación a la nobleza, así sea en el más

bajo de sus escalones.

El taller de Pacheco tuvo su origen en el siglo XVI alrededor de un tío del pintor, el canónigo y

teólogo Francisco Pacheco llamado igual que su sobrino, quien convocaba a toda clase de

intelectuales. Este círculo se convirtió poco a poco en la más significativa de las tertulias

sevillanas por la trascendencia que tuvo en la formación de Velázquez como pintor intelectual con

un marcado carácter humanista; de hecho, la biblioteca que fue reuniendo en su vida es un fiel

7Recordemos el magistral tratado tercero del “Lazarillo de Tormes,” donde el Hidalgo no muere de hambre gracias a la comida que Lázaro consigue y comparte con su amo, siendo consciente Lázaro de esa peculiar realidad socio-cultural. Podemos ver en este corto fragmento que al propio Lázaro le nace compartir, generosamente con su mísero amo la poca comida que ha podido conseguir. Se evidencia que en su mentalidad no cabe la posibilidad de que el amo trabaje o se esfuerce por alcanzar el sustento: “Cuando llegué a la casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella,

(...)Pensaba si sería bien comedirme a convidalle (…) parecióme ayudarle, y díjele: este pan está sabrosísimo, y esta

uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor. (...) Pruebe, señor, y verá qué

tal está. (...)Dijo: por Dios, que me ha sabido como si hoy no hubiera comido bocado. [...] y muy contentos nos

fuimos a dormir como la noche pasada.” (Lazarillo de Tormes, 96-97).

Francisco Pacheco

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reflejo de las enseñanzas allí recibidas8. En las tertulias de este centro cultural participaron entre

otros el poeta Francisco Rioja, el historiador Rodrigo Caro, los teólogos jesuitas Juan de Pineda y

Luis de Alcázar, el poeta y pintor Juan de Jáuregui, y miembros de la

nobleza como el duque de Alcalá y el duque de Olivares9. Para

comprender el significado y las consecuencias artísticas en la obra de

Velázquez derivadas de este ambiente intelectual, es importante señalar

que Juan de Pineda s.j. fue uno de los grandes defensores del dogma de

la Inmaculada y lo hizo con tal ardor en sus sermones y escritos que,

curiosamente, en 1615 tuvo por ello problemas con el Vaticano; muy

significativo es también Luis de Alcázar quien, además de ser otro

defensor del dogma, escribió un libro sobre el Apocalipsis, el cual fue

ilustrado por Juan de Jáuregui, de tal manera que la estampa de la mujer

Apocalíptica que aparece en él será la base de las composiciones

posteriores que Pacheco, Velázquez y otros pintores realizarán de la

Inmaculada10.

El taller, como todos los de la España del momento, no alcanzaba la categoría de la Escuela o la

Academia italiana; conservaba aún un marcado carácter gremial y sus miembros eran vistos como

artesanos, por lo que no eran considerados artistas. Pero allí se reflexionaba sobre filosofía,

religión y arte; se teorizaba sobre el valor de la pintura, se discutía alrededor de los conceptos

neoplatónicos y se interiorizaban los preceptos contrarreformistas; en este taller se creía en la

realidad objetiva de las ideas de la misma manera que en los talleres de Florencia, lo importante

era la concepción de la idea, no su ejecución. Sin embargo, para su realización, Pacheco

aconsejaba hacerlo sirviéndose del natural “yo me atengo al natural para todo, y si pudiese

tenerlo delante siempre y en todo tiempo, no solo para las cabezas, desnudos, manos y pies, sino

también para los paños y sedas y todo lo demás, sería lo mejor”11

. Estas enseñanzas las aplica

8 A la muerte se Velázquez se encontraron en su casa 156 libros, en su mayoría obras dedicadas a los fundamentos científicos y teóricos del arte y sus aplicaciones prácticas; entre ellas están los Tratados de pintura de Alberti, Leonardo, Pacheco, Vicente Carducho; las Metamorfosis de Ovidio, obras de Petrarca, tratados de caza; curiosamente sólo poseía dos libros de filosofía y religión y ninguna obra de teatro ni novelas. (cfr. Gaya Nuño, Velázquez, 168) 9 Salort Pons, Velázquez, 35 10 Lleó Cañal, “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 108 11 Gállego, Diego Velázquez,35

La mujer Apoclíptica. Juan de

Jáuregui

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Velázquez en sus obras por lo cual resulta tan engañosa la lectura de ellas, puesto que el realismo

y naturalismo que percibimos en sus representaciones ocultan la idea mentale que subyacen en

ellas y que pretende hacer realidad la pintura en cuanto pintura.

La mayoría de los pintores o escultores españoles del siglo XVII, cuyo trabajo se realiza con las

manos, aceptaban sin mayor problema el estatus social que les originaba su oficio, estatus que en

Italia estaba ya superado desde el siglo anterior, allí los escultores y pintores habían tenido un

ascenso social que los igualaba a los poetas y eruditos12 gracias al apoyo recibido de los

humanistas los cuales consideraban por un lado que esa igualdad se había dado ya en el mundo

clásico y por otro reconocían al arte como un medio eficaz para la propaganda de las ideas en las

que fundamentaban su dominio intelectual. En este ascenso paulatino, la atención prestada a las

obras se va desplazando hacia el artista que adquiere una mayor conciencia de su propia

genialidad siendo cada vez más frecuente la firma de las obras, los autorretratos, la emancipación

del encargo directo, la búsqueda libre y autónoma de la solución de problema hasta llegar a lograr

una independencia artística y una prosperidad económica que nada tiene ya que ver con el mundo

gremial y que anuncia al artista moderno. La afirmación de Leonardo da Vinci de que “la pittura é

cosa mentale” evidencia que los artistas italianos sabían que la creación es un acto de la mente y

que el pintor se vale de sus manos para plasmar la idea en el lienzo; de igual manera Miguel Ángel

pretendía pintar col cervello y no colla mano, por lo que quería arrancar las figuras del mármol

con la sola fuerza de su visión; porque de manera semejante a como un poeta crea los versos que

traslada al papel, así un pintor o un escultor con ayuda de pinceles, pigmentos, aceites o cinceles

lleva su obra mental al lienzo o la saca del bloque de mármol. Las manos son solamente un medio

con el que se concreta una representación de algo que ha nacido en la mente creadora. Lograr para

el artista español esta valoración del trabajo pictórico fue la gran hazaña de Velázquez a lo largo

de su vida.

Velázquez fue un pintor valiente que al igual que Caravaggio y por consejo de su maestro, pintó

del natural, dando a sus obras, en ocasiones, un efecto de teatralidad al manejar los efectos

lumínicos con la técnica del llamado claroscuro. El efecto conseguido al pintar del natural produce

un cierto naturalismo barroco que -por otro lado- está íntimamente ligado al contexto ideológico

12 Ver Hauser. Historia social de la literatura y el arte I, 411ss

Page 32: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

de la Contrarreforma. Y éste, el ambiente de la Contrarreforma es otro de los elementos claves en

la comprensión de los lienzos del pintor, aunque el porcentaje de la producción de tema religioso

sea muy pequeño en la totalidad de su producción, cosa un poco extraña en la catolicísima España

del siglo XVII. Las obras de tema religioso que realizó seguían las indicaciones de su maestro

Pacheco, quien a su vez seguía las indicaciones que daban los padres de la Compañía de Jesús

Juan de Pineda y Luis de Alcázar contertulios de su taller y divulgadores de las directrices dadas

en Trento, Concilio que como ya vimos , impulsó el culto a las imágenes en tanto y cuanto éstas se

consideran vehículo para la propagación de la fe; esta defensa de las imágenes era una clara

respuesta al aniconismo surgido en los países del norte de Europa en el marco de la Reforma

Protestante13; Lutero consideraba las imágenes “inútiles y despreciables” frente al valor que le

daba a la palabra de Dios y quería que “fueran arrancadas del corazón”; Juan Calvino tomó una

posición radical al considerar a las imágenes un culto idólatra ajeno al espíritu bíblico y a la

Iglesia de los primeros siglos, Zuinglio afirmaba que ninguna imagen puede encender ni mantener

el amor a Dios; en esta querella, la espiritualidad surgida tras la Reforma se enfoca más al interior

del corazón, a la intimidad e individualidad.

Sin embargo, pensadores de la talla de Erasmo mantuvieron posiciones conciliadoras en las que se

pretendía remediar los abusos o desviaciones del culto a las imágenes con el espíritu de

renovación y purificación que tuvo la Reforma, para ello aconsejaba “enseñar al pueblo la manera

como conviene servirse de ellas. Lo que haya de malo debe rectificarse, si se puede hacerlo sin

grave turbulencia, y lo que haya de bueno debe fomentarse”. En la misma tónica y con el mismo

espíritu de rectificar lo malo y fomentar lo bueno los padres conciliares establecieron en la sesión

XXV de 1563 la política de educación y formación a través del arte en sus distintas

manifestaciones: “Enseñen también diligentemente los obispos que, por medio de las historias de

nuestra Redención, expresada en pinturas y otras representaciones, el pueblo se instruye y se

confirma en los artículos de fe, que deben ser recordados y meditados continuamente”. A partir de

esta disposición oficial no hubo artista que no se viera obligado a seguir los consejos,

orientaciones, directrices o prohibiciones que fueron surgiendo en los países católicos.

13 Ver documentación que aporta Juan Plazaola en su obra Historia y sentido del arte cristiano, 736-739

Page 33: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

En la España del siglo XVII, que vivía una imparable decadencia política y económica, se utilizó

el arte como “una estrategia política de adoctrinamiento propagandista de las masas, cuya

aplicación artística se basaba en los principios de literalidad y claridad; esto es: un lenguaje

artístico antialegórico, de comprensión universal, cerradamente ortodoxo y efectista (…) Los

temas sagrados debían tener un marcado acento populista”14. Esta afirmación de Calvo Serraller

nos da luces sobre cómo el arte era un instrumento de adoctrinamiento, de educación en la fe y de

consuelo ante las adversidades presentes, cosa bastante clara en cualquier artista de la época; sin

embargo, un estudio minucioso de las obras más significativas de Velázquez nos pone en

evidencia que la literalidad y la claridad van de la mano de la complejidad por efecto del

neoplatonismo, del conceptismo y de la libertad que subyacen en los cuadros del pintor sevillano

que convierten a su obra en paradigma de la genialidad que se esconde tras una aparente sencillez

y simplicidad.

Pero la formación de Velázquez tiene otro componente, además de los valores sociales, filosóficos

y religiosos; el Siglo XVII es el siglo del arte Barroco, un arte complejo, múltiple, engañoso,

diverso, cambiante, sensible, místico, comprometido con ideologías religiosas, heroico, populista,

clasicista, casual, efímero. Es el arte nuevo de un mundo nuevo y cambiante en el que la

revolución copernicana descentró al hombre y al moverle el universo hizo que se desarrollara “una

cultura artística, en continuo despliegue de lo sencillo a lo complicado, de lo claro a lo menos

claro, de lo manifiesto a lo oculto y velado”15. En este mar de tendencias y actitudes destacan dos

caminos que se entrecruzan en muchos momentos, estos son los del culteranismo y el

conceptismo. Cada una de estas corrientes tiene sus propias sendas, pero en todas lo sencillo,

racional, clásico o sereno han perdido terreno; ahora la agudeza es una virtud capital en una

sociedad en la que se lee apasionadamente a un Quevedo lleno de paradojas, que dice de sí

mismo: "Soy un Fue y un Será y un Es cansado”, que cree que el amor "Es hielo abrasador, es

fuego helado, / es herida que duele y no se siente", o que se burla de Góngora diciendo: “Es

Astolfo soror por lo monjoso”. El lenguaje se complica, se imita la sintaxis latina, aparecen

neologismos, se exaltan los contrastes, las antítesis y las paradojas de tal manera que la dificultad

se convierte en un valor digno de alcanzar. Ésta será exaltada por el pensador Baltasar Gracián

14 Calvo Serraller, Velázquez, 32 15 Hauser, Historia social de la literatura y el arte II, 102

Page 34: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

en su obra "Agudeza y Arte de ingenio”:

No se puede negar arte donde reina tanto la dificultad (...) Entendimiento sin agudeza ni

conceptos, es sol sin luz (...) Lo que es para los ojos la hermosura eso es para el

entendimiento el concepto (...) El concepto que es también la agudeza, consiste también

en artificio conceptuoso (…) en una armónica correlación entre dos o tres cognoscibles

extremos, expresada por un acto del entendimiento16.

Igualmente es barroco el artificio con el que Shakespeare trabaja la trama en Hamlet haciendo que

la representación teatral al interior de su drama sea elemento esencial en el desenvolvimiento de la

misma, también es barroca la manera como Cervantes articula los distintos géneros literarios en

su obra cumbre Don quijote, la novela por excelencia, en la cual la multiplicación de imágenes y

espacios que vemos en la pintura del siglo XVII la pone ante nuestros ojos cuando Sancho y su

amo conversan acerca de las noticias que el historiador arábigo Cide Hamete ha escrito sobre sus

aventuras, las cuales andan ya impresas en libros de historias17. El teatro dentro del teatro, la

novela dentro de la novela, el cuadro dentro del cuadro nos hablan de una época densa, abigarrada

y compleja en la cual los artistas se las ingenian para adentrarnos en un mundo nuevo, distinto a

la realidad que percibimos con los sentidos, pero tan real o más que éste. Es claro que en este

contexto artístico, hacer las cosas fáciles no tiene valor, la lectura de las obras, su comprensión

requiere un lector agudo, un lector que disfrute con la dificultad de descifrar el mensaje.

Con estos elementos aprendidos y progresivamente interiorizados y desarrollados, el joven

artista comenzó su carrera como pintor abriendo su propio taller en Sevilla; hasta que se marchó

a Madrid para ser pintor de la corte de Felipe IV se desempeñó como un maestro pintor apreciado

por el clero y la nobleza, de quien recibía los encargos, únicos clientes posibles en ese entonces.

Una vez en Madrid su trabajo estuvo limitado a los encargos hechos en el círculo del palacio y la

corte.

16 Citado por Jonhn Moffitt, Velázquez, práctica e idea: estudios dispersos, 27 17 El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha II, cap II

Page 35: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Las primeras producciones de Velázquez en su propio taller sevillano tienen un fuerte

carácter escultórico, pues es de suponer que toda la rica imaginería andaluza le dejó alguna

huella en sus telas; sobre todo, teniendo en cuenta que

su maestro Pacheco ayudaba a policromar las

esculturas del escultor Martínez Montañés con el que

Pacheco compartía particulares criterios

iconográficos.

En la etapa sevillana encontramos cuadros juveniles

importantes que se conocen como "cuadros de género"

y "bodegones a lo divino"' donde es fácil observar el

peso de las obras de bulto redondo.

En Él aguador de Sevilla (Londres, colección

Wellington), obra de corte realista con un

naturalismo caravaggesco, los personajes reciben igual

o casi

inferior atención que los objetos ahí presentes. Lo

mismo se puede decir de La vieja friendo huevos

(Edimburgo, National Gallery). Como en el

cuadro anterior están presentes la misma paleta

ocre y terrosa así como el tenebrismo de la

escuela de Caravaggio; la realidad es reproducida

con perfección a través de la plástica casi

escultórica de las formas.

Pero ¿son estos cuadros sevillanos sólo eso?

¿Cuadros de género, de corte realista? Tradicionalmente se habían visto así, sin embargo, en los

últimos años la crítica quiere leer en ellos un mensaje alegórico suponiendo que acaso sean

símbolos o meditaciones sobre la sed y el hambre18, es decir, son cuadros cuyo valor no se

18 Gállego, Velázquez, 42

El Aguador de Sevilla

La Vieja Friendo Huevos

Page 36: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

sustenta tanto en la calidad de su representación física cuanto en el contenido intelectual que

pretende expresar valores morales. Una interpretación que divide a la crítica actualmente es la de

Mena Marqués que pretende ver en el lienzo al filósofo Diógenes educando a los hijos de

Xeníades19. En cualquier caso, una lectura sencilla con base en la descripción objetiva de los

elementos que conforman los cuadros pecaría de ingenua, cuando no de inexacta, aunque en

términos pictóricos haya que valorar el papel fundamental que tuvieron en su formación pues le

ayudaron a afianzar y dominar la representación naturalista, columna vertebral de la obra de

Velázquez a lo largo de su vida.

Dentro de los encargos realizados en Sevilla antes de viajar a la

corte, encontramos unas obras que pueden ser significativas

porque implican un cierto acercamiento a los textos joánicos

dentro del contexto religioso de su momento. Por un lado

tenemos el cuadro de San Juan Evangelista en Patmos –

seguramente inspirado en el grabado de Jan Sadeler- en el cual

el joven santo contempla la aparición de la mujer Apocalíptica,

asunto que representará con detalle en la obra titulada

Inmaculada Concepción, tema en el que sigue las indicaciones

iconográficas de su maestro Pacheco y con el que se evidencia

que aun se viven con ardor los debates sobre el dogma de la

Inmaculada. Cabe anotar que en la composición encontramos elementos

originados en las ilustraciones que realizó Juan de Jaúregui al libro

sobre el Apocalipsis de Luis de Alcázar s.j., así como elementos que

popularizó el escultor Martínez Montañez en su famosa escultura

conocida como “la cieguita”20 y que marcó un hito en la iconografía

inmaculista. Esta imagen que ilustra el texto de Ap12,1-3 representa a

una joven sobre la luna con la cabeza inclinada y rodeada de estrellas y

los ojos apenas entreabiertos en disposición de mirar a cualquier

persona que ore a sus pies. Esta disposición de la cabeza se repetirá en las imágenes de Cristo

19 Salort Pons, Velázquez, 39 20 Lleó Cañal, “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 106

Inmaculada Concepción

La Cieguita

Martínez Montañez

Page 37: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

crucificado que realizarán tanto el escultor como los dos pintores. Curiosamente la imagen de la

Inmaculada tiene ciertas libertades iconográficas como es el manto rojo en lugar de blanco;

además, en la versión velazqueña se observa que éste mantiene sus preocupaciones naturalistas

las cuales se perciben claramente en el tratamiento de las estrellas y la luna, tan distinto al de su

maestro más conceptual y acartonado21.

Otra obra capital en la producción sevillana es el cuadro La Cena de Emaús (National Gallery of

Ireland, Dublín) que junto con Cristo en casa de Marta y María (Londres, National Gallery), nos

presentan una composición que las ubica entre los

bodegones y los cuadros religiosos. En estas dos

obras de aparente naturalismo costumbrista

encontramos en el fondo una pequeña escena que

da origen a los títulos y a los asuntos narrados. La

complejidad de la composición hace que la lectura

se realice relacionando los elementos que vemos

en el primer plano con la escena del segundo, de tal manera que el espejo, cuadro, o ventana nos

sirve para pasar de un espacio y un tiempo cercanos a la cotidianidad sevillana del siglo XVII a la

realidad religiosa o moral que plantea la escena del fondo.

En la obra Cristo en casa de Marta y María vemos en el primer plano de la izquierda dos

mujeres. Una es vieja y está en actitud de

decirle algo a la joven que maja en el

almirez, por el gesto de la mano parece que

le indica algo o que quizás la regaña por no

hacer bien los oficios, puesto que la joven

parece que está a punto de echarse a llorar.

También en este primer plano, a la derecha,

se ve un bodegón compuestos por pescados,

huevos, ajos, jarra de vino etc., todos ellos

21 Aterido, “Catálogo 6”. En Fábulas de Velázquez, 308

Cristo en Casa de Marta y María

La Cena de Emaús

Page 38: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

son elementos corrientes de la culinaria española. En un segundo plano, arriba del bodegón, hay

una pequeña escena iluminada que no se sabe con exactitud si es un cuadro, una ventana o un

espejo en donde se ven tres figuras: una vieja de pie (que se parece bastante a la del primer plano)

está observando a una joven en el suelo, ésta aparentemente escucha con atención lo que dice una

persona que está sentada.

Sobre esta pequeña escena de carácter costumbrista y local se han suscitado muchas preguntas

porque no se capta con claridad la relación entre las imágenes y el título recibido. ¿Es un cuadro

de tema religioso colgado en la pared de una cocina sevillana en el que se desarrolla un pasaje del

evangelio? ¿Es un espejo que refleja lo que sucede en el plano del espectador? ¿Es una ventana?

La anciana de la pequeña escena es la misma del primer plano? ¿La joven del primer plano es la

misma Marta del evangelio “preocupada y afligida por muchas cosas”?

Para responder estas preguntas es necesario acercarse a Lc 10,38-42. El evangelista cuenta que

Jesús, estando en casa de estas dos hermanas, es escuchado por María mientras Marta se afana por

atenderlo; ante las quejas de ésta, Jesús le responde: “Marta, estás preocupada y afligida por

muchas cosas, pero sólo una es necesaria,

María ha escogido la mejor parte”. Sin

embargo, cualquier respuesta que se dé a

las preguntas anteriores no cambia mucho

el panorama, se trata de un cuadro dentro

del cuadro que obliga a interpretar

simbólicamente una pintura aparentemente

narrativa. Ninguna respuesta sencilla

satisface, Velázquez quizás pretenda mover

al espectador como lo hacen Rubens o Bernini, pero no con efectos de color y movimiento de

masas sino por la sutileza del ingenio. Sin embargo, la compleja estructura de esta obra no es

creación de Velázquez puesto que había sido popularizada por un grabado de Jacob Mathan22 que

quizás conoció en el taller de Pacheco puesto que su maestro también utilizó esta estructura en

22 Salort Pons. Velázquez, 53

Detalle “Cristo en Casa de Marta y María”

Page 39: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

otra obra hoy desaparecida23. Pero en Velázquez esta narrativa simultánea es más elaborada, más

pensada y más armónicamente neoplatónica que en sus predecesores. En el cuadro Cristo en casa

de Marta y María hay una idea y un mundo de apariencias sensibles que permiten llegar a la Idea.

La realidad que se muestra: una vieja regañando a un joven es equívoca; es necesario buscar un

sentido moral, ejemplar o espiritual que a simple vista se escapa, puesto que bajo la apariencia de

realidad y cotidianeidad se esconde un juego de referencias y alusiones que no se descifra en una

primera mirada.

Velázquez rompe el espacio y el tiempo lineales; desdobla y yuxtapone espacios, tiempos y

personajes. En este contexto la lectura de la cara seria de Marta ya no es la de una joven inexperta

regañada por una vieja, sino la cara de la hacendosa cocinera bíblica que oye el comentario que le

hace la anciana que podría identificarse con “la chismosa y correveidile” de larga vida en la

literatura española: “acabo de ver a tu hermana María sin hacer nada, sentada, oyendo la

conversación de vuestro amigo que ha llegado de visita mientras

tú lo haces todo”, lo cual provoca el disgusto de Marta. Pero

también se puede hacer otra lectura de la situación, quizá con el

gesto de su mano la invita a seguir la opción de María, planteando

que el trabajo, es decir, las buenas obras, valen en tanto nos

preparan para la vida contemplativa24. De este modo, con su gesto

indica lo que Jesús más tarde afirmará “María ha escogido la

mejor parte”, pero ¿cuál es la mejor parte? María ha escogido la

salvación, María no se afana ni “se aflige por muchas cosas “, sino

que se preocupa por la vida eterna y plena. Cabe entonces

preguntarse ¿será coincidencia que justamente debajo de la figura

de Cristo se encuentren los hermosos pescados? Quizás los

elementos del bodegón no sean simples pescados, huevos y vino25;

23 Francisco Pacheco pintó un cuadro titulado "San Sebastián asistido por Santa Irene" que seguramente conoció Velázquez y le sirvió de inspiración. En este cuadro desaparecido, pero del cual quedan testimonios, se muestra en el primer plano lo que anuncia el título: Un hombre en cama atendido por una mujer; en el segundo plano se observa, en lo que es claramente una ventana, al Santo recibiendo el martirio; de tal manera que a través de la ventana aparece sin transición el pasado (cfr. Gállego, “Catálogo”. En Velázquez, 62-67). 24 Salort Pons. Velázquez, 53 25 Moffitt, Velázquez, práctica e Idea: estudios dispersos,19

Detalle “Cristo en Casa de Marta y

María”

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quizás la lectura más apropiada nos diga que son símbolos de Cristo resucitado: El vino de la cena,

los huevos de la pascua, y el pescado como el anagrama de “IXTHYS”: Iesous Chritos Theou Yios

Soter, es decir: Jesucristo el Hijo de Dios que nos salva.

Finalmente, es quizá, la distinta opción de cada hermana lo que llevó a que este cuadro se

interpretara como una reflexión sobre la validez o elección entre la vida activa y la vida

contemplativa26.

Si podemos admitir que El aguador o La vieja friendo huevos son cuadros que permiten mirar y

admirar el manejo de la luz o del color o la calidad de las formas y terminar ahí la lectura como en

cualquier otro cuadro de género y no entrar en lecturas alegóricas, no se puede, empero, ser

espectador ingenuo con la obra comentada; Velázquez quiere decir algo más y lo dice desde una

pequeña escena en el segundo plano. Paradógico resulta que lo pequeño en dimensiones sea lo

grande en cuanto al significado. Nuevamente surge la pregunta: ¿para qué, por qué esta

artificiosidad? Seguramente la respuesta sea que este realismo engañoso pretende fortalecer la fe

reflexionando sobre verdades religiosas y morales, dentro de un contexto familiar, próximo y

creíble para el espectador; de esta manera, Velázquez estaría siguiendo las directrices del concilio

de Trento que tanto peso tuvo en el arte de la contrarreformista España.

En Sevilla, lo familiar, lo próximo y creíble -es decir, lo cotidiano-, sirvió a Velázquez como

vehículo de aproximación de verdades religiosas, pero pronto se le presentarán al joven artista

otras perspectivas personales, artísticas y laborales en las cuales estos primeros juegos de artificio

sevillanos irán madurando en su interior hasta alcanzar un nivel de complejidad técnica e

intelectual que resulta sumamente engañoso por su aparente sencillez y simplicidad.

Se puede afirmar que el producto final de esta maduración en la complejidad de la composición de

los “bodegones a lo divino” planteada en La Cena de Emaús y Cristo en casa de Marta y María

como medio para expresar una idea será llevada a su culmen en una de las últimas obras creadas

por el artista sevillano. De manera magistral el cuadro conocido como Las Hilanderas o la Fábula

de Aracne pintado en 1657 recoge todo el hacer y el saber de Velázquez; en esta obra el gusto

26 Salort Pons, Velázquez, 54

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por la paradoja narrativa va de la mano de la voluntad de jugar con varios niveles de significado

que exigen una participación muy activa por parte del espectador. Ahora la construcción es más

sutil, el pintor prescinde del “relato enmarcado” y utiliza la luz para crear una continuidad espacial

entre las trabajadoras del primer plano y los personajes mitológicos del segundo, integrándolos a

todos en un mismo ámbito y una misma realidad, haciendo un alarde de sus capacidades narrativas

e intelectuales27.

Es un cuadro de corte realista en

el que Velázquez parece que narra

una escena cotidiana del taller de

tapicerías de Santa Isabel de

Madrid en la que exalta y enaltece

el trabajo de unas operarias. Como

tema social en el arte español del

siglo XVII sería una muestra de lo

avanzado de Velázquez para su

época ya que relega al segundo

plano a unas elegantes damas de la

Corte y coloca en el primer plano a

unas trabajadoras -inspiradas en

los efebos de Miguel Ángel de la capilla Sixtina- El interés por el movimiento está presente

adelantándose en varios siglos a los futuristas, plasmándolo maravillosamente en la rueca cuyos

radios ni siquiera podemos ver, como tampoco vemos la mano de la operaria que está detrás.

La paleta es rica en colores, la pincelada es muy suelta, ya no queda nada de las formas

escultóricas ni del tenebrismo de sus primeros años, que fue perdiendo desde sus dos experiencias

italianas. En el fondo del cuadro, a pesar de que el espacio está más iluminado, nos es más difícil

comprender que ver lo que sucede. La luz es manejada no tanto para crear formas como por la

belleza que en sí misma tiene; también a través del manejo de la luz se hace un alarde del dominio

de la perspectiva aérea, se está pintando el aire.

27 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 17

Las Hilanderas

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Sin embargo, después de mucho tiempo de ser considerado como una escena cotidiana empezó la

sospecha que tras ella se escondía una escena mitológica. Así Ortega y Gasset indicó que podía

tratarse de una obra de tema mitológico alrededor de Las Parcas o deidades del Destino. De

ahí en adelante el cuadro se empezó a mirar con nuevos ojos buscando respuestas a múltiples

interrogantes ¿Qué sucede en la escena del fondo? ¿Por qué los escalones son tan altos?, las

mujeres del primer plano ¿Son obreras o son diosas? Las dos figuras centrales del fondo ¿Están

en el tapiz o fuera de él junto con las damas de la Corte?

En medio de todas estas inquietudes Íñiguez recordó la fábula de Aracne y Minerva tan

asociada al arte de las tejedoras, contada por Ovidio en el libro IV de La Metamorfosis28. Las

sospechas acabaron cuando se localizó una mención de la obra bajo el título La fábula de Aracne

en el inventario del montero del Rey don Pedro de

Arce y que se creyó perdida por muchos años.

Mirando el tapiz del fondo podemos ver que

representa el rapto de Europa; el tapiz está

copiando o reproduciendo un cuadro de Rubens que

a su vez es una copia de Tiziano que desarrolla la

misma historia, pero en el cuadro de Rubens no

aparecen Minerva y Aracne, por lo tanto las dos

figuras del cuadro de Velázquez no pueden estar en

el tapiz que cuelga de las paredes de la fábrica. Con

ello nos encontramos con la mirada inteligente de

Velázquez al que siempre le gusta jugar con los

distintos niveles de la realidad29.

28 Dicha fábula nos narra acerca de Aracne, una hábil tejedora que se creía superior a Minerva, diosa de las artes, y que aceptó un desafío con ella; la diosa bajo la apariencia de una anciana trató de disuadirla de semejante arrogancia, pero no fue escuchada. Se realizó la competencia y Aracne demostró su habilidad con unos tapices que reproducían algunas de las aventuras amorosas de Júpiter, entre ellos el rapto de Europa. Minerva ante la evidencia de las debilidades del papá y de la supremacía de la competidora, se enfureció y golpeó a la joven que acabó suicidándose; pero finalmente la diosa se compadeció de Aracne y la convirtió en una araña para que siguiera tejiendo toda la eternidad. 29 Portús Pérez. “Historias cruzadas (meninas, hilanderas y una fábula musical)”. En Fábulas de Velázquez, 292

Detalle “Las Hilanderas”

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La cantidad de personajes, acciones, objetos o niveles de narración es muy alta, lo cual ha dado

origen a muchas interpretaciones que afectan tanto al significado del cuadro como a la

identificación de las acciones que llevan a cabo cada uno de los personajes30. Sin embargo, es

necesario tener en cuenta que en la obra hay muchas referencias directas o indirectas a la creación

artística; especialmente significativo es que el tema central sea una disputa entre una diosa y una

artista, lo cual nos ubica en el debate artístico fundamental del tiempo de Velázquez: la nobleza y

calidad de las artes figurativas. El artista sevillano nos explica de manera simbólica que la

actividad artística tiene un proceso que requiere de una parte manual y de una parte intelectual y

nos propone que la pintura ha ascendido desde el estadio vil de trabajo artesanal al más elevado

y noble estadio de Arte liberal -como ya era considerada en Italia desde el Renacimiento-31,

estadio en el que desde tiempos remotos estuvieron la Poesía y el Poeta; esta ascensión está

simbolizada también en las escaleras de la izquierda, además de los dos escalones de piedra

altísimos. Por esto, en ese segundo plano elevado e iluminado se ve un objeto que parece un

gran instrumento musical que probablemente sea la lira antigua con la cual se simbolizaba la

poesía; simbología que aparece explicada en la Iconología de Ripa, obra que figuraba en la

biblioteca Velazqueña32.

Por lo tanto, si el Poeta es Artista por el acto creador en la mente, ya que la mano realiza

apenas una transcripción al papel, también el Pintor es Artista pues su labor no es copiar

fielmente un entorno o una historia, sino crear, concebir y después ejecutar auxiliado por pinceles

y colores. Como en los antiguos “bodegones a lo divino” de su época sevillana Velázquez ha

desdoblado personajes y tiempos. Los personajes de los mitos grecolatinos conviven en el lienzo

con la realidad social del siglo XVII. Nuevamente aflora el neoplatonismo de la escuela

sevillana de Pacheco. Lo que importa es la Idea, el mundo sensible es apenas apariencia: Las

Hilanderas, Aracne, Minerva, las damas de la Corte, los tapices colgados no son nada, son sólo

30 Para algunos críticos el argumento fundamental del cuadro está en la destrucción o desmitificación del mundo antiguo, Don Diego ha desvestido de solemnidad a los dioses y los ha vestido de un realismo cotidiano; dioses y leyendas han pasado a un segundo plano, ya que lo que importa es la vida real, importa el trabajo de las operarias, la vida diaria, el eterno movimiento de la rueca; lo del fondo es cuestión secundaria. El tema vale en cuanto es un tema social que antes no tenía cabida en el arte. Técnicamente el valor se encarnaría en el movimiento que descompone colores y difumina formas, en la perspectiva que hace perder nitidez a las figuras y formas y ganar consistencia al aire; tendría valor, en fin, por la luz que penetra, ilumina y crea formas (cfr. Gaya Nuño. Velázquez, 148 y ss). 31 Gállego, “Catálogo”. En Velázquez, 360-367 32 Moffitt, Velázquez, práctica e idea: estudios dispersos, 93

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imágenes, lo real es la Idea, en este caso Velázquez expone simbólicamente el Valor Supremo del

Arte Pictórico. Velázquez, que fue pintor real toda la vida y ocupó cargos de ayuda de cámara,

veedor, superintendente de obras y aposentador mayor de palacio, está con este cuadro negando

ejercer un oficio manual o artesanal; quiere eliminar una de las trabas a su máxima aspiración:

Obtener el hábito de la Orden de Santiago y ascender oficialmente a la nobleza.

Entre el cuadro Cristo en casa de Marta y María y La Fábula de Aracne hay unas diferencias que

reflejan tres décadas de distancia, pero sobretodo evidencian un aprendizaje que revela que en

estos años fue añadiendo a lo aprendido con Pacheco otros modelos y otros conocimientos; lo cual

nos dice algo de la obra de Velázquez, pero también algo sobre la evolución de la pintura33,

porque cuanto más sofisticados sean los instrumentos que utiliza el artista en la representación,

éste tendrá más medios para construir una trama narrativa compleja con la que expondrá su

pensamiento sutil y profundo bajo la apariencia de sencillez y realismo cotidiano.

Para poder transitar este camino artístico, nuestro artista tuvo que recorrer un camino físico que lo

llevó, en primer lugar, a la capital de España. La muerte del rey Felipe III en 1621 y el ascenso al

trono de su hijo Felipe IV fue la coyuntura histórica que le abrió las puertas del palacio real al

pintor sevillano. Este joven rey inteligente y culto disfrutó de la vida, gozó de los esparcimientos

del cuerpo y del espíritu y le gustó gobernar, pero para hacerlo nombró - como hacían todos los

reyes de la época- un privado. Éste fue Don Gaspar de Guzmán quien abrió las puertas de la Villa

y Corte de Madrid a sus paisanos sevillanos, pues aunque el Conde-Duque nació en Roma,

pertenecía a la más rancia estirpe sevillana, siempre se sintió sevillano, en Sevilla vivió su

juventud y allí participó en las tertulias literarias y artísticas del taller de Pacheco.

Por ello, en 1622, animado por su suegro, llegó Velázquez a la capital de España y tras un intento

fallido fue nombrado pintor real. Tenía 24 años y hasta su muerte en 1660 vivió en palacio y pintó

al rey (y amigo según las interpretaciones románticas de la vida de Velázquez), a la familia real y

todo lo que el rey le ordenó: personajes de la corte, gentes de placer, cuadros mitológicos,

victorias reales y algún que otro cuadro religioso.

33 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 18

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Cuando Velázquez se instaló en Madrid encontró un ambiente

artístico más abierto e internacional que en el que se formó en

Sevilla. Artistas de origen italiano y flamenco, junto con

pintores españoles conformaban un nutrido grupo de artistas en

cuyo círculo se practicaba el naturalismo caravaggista, se usaba

el color a la manera veneciana y se valoraba el dibujo y las

composiciones de tipo florentino34. Entre ellos hay que destacar

al florentino Vicente Carducho hombre de letras y teórico que

escribió el tratado Diálogos de la Pintura, texto en el que no se

nombra a Velázquez pero al que indirectamente critica en varias

ocasiones, sin embargo es un documento capital para conocer la

realidad y la práctica de la pintura de su época.

Con todo, el aprendizaje de Velázquez aún requirió de otras

experiencias para completarse. Para ello fue decisiva la visita diplomática del pintor Pedro Pablo

Rubens. Éste, además de cumplir con su misión de mediar en la paz entre España e Inglaterra,

trajo pinturas de Flandes, realizó varias obras mientras permaneció en España y visitó las

colecciones reales en compañía de Velázquez con el que trabó amistad y al que animó a viajar a

Italia para ampliar su formación con el estudio en directo de las obras de la antigüedad, los

grandes maestros del Renacimiento y las innovadoras producciones contemporáneas.

Motivado por los consejos de Rubens y con el objetivo de comprar obras artísticas para las

colecciones reales, el rey Felipe IV le otorgó permiso para viajar a Roma en 1629, emprendiendo

así el primero de los dos viajes a Italia que realizó durante su vida; cabe anotar que toda la

información sobre este viaje proviene de lo comentado por Francisco Pacheco35. En su camino a

Roma pasó por Venecia y Cento, ciudad en la que debió conocer a Francesco Barbieri, Il Guercino

y allí admirar, interiorizar y apropiarse de su técnica suelta y pastosa, del empleo del colorido

veneciano y el uso de modelos naturalistas para la composición de los cuadros que realizaría

durante la estadía en Italia como La Fragua de Vulcano y La túnica de José.

34 Salort Pons, Diego Velázquez, 74 35 Ibid., 101

Tratado Diálogos de la Pintura

Page 46: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Al llegar a Roma se alojó en los palacios del Vaticano

lo cual le permitió conocer y estudiar los frescos de las

capillas Sixtina y Paulina, estudios que imprimirán

desde entonces un equilibrio y serenidad clásica a su

producción posterior.

En la obra de Pacheco también se nos cuenta que

durante el verano, con permiso del duque de Toscana,

se alojó en la Villa de Médicis donde conoció la

colección de esculturas clásicas. Esta estancia

veraniega es de capital importancia para la historia de

la pintura pues a ella se deben dos obras muy

significativas en la vida artística de Velázquez así

como en la historia de la pintura universal, conocidas

como La Villa de Médicis (El Mediodía y La tarde);

se trata de dos pequeños cuadros en los que

representa unos rincones de los jardines de este

palacio36. En ellas el pintor sevillano nos sorprende

desde distintos ángulos: el pequeño formato más

propio de la pintura de los holandeses o flamencos, la

pincelada suelta que anuncia la técnica de los

impresionistas, la utilización de la trama del lienzo

para trabajar la textura, la novedad de haberlos

pintado al aire libre; pero lo más llamativo es, quizás,

la inusitada osadía de desarrollar una obra sin tema ni

historia, centrada únicamente en lo puramente pictórico puesto que una puerta tapiada, una

construcción en estado ruinoso evidencia un gusto por lo caduco, lo intranscendente o banal que

no será tema en la pintura sino siglos después37.

36 Para la valoración de estas obras no es significativa la diversa opinión de los críticos sobre si fueron pintadas en el primer o segundo viaje a Italia. La posición de que son obras de gran madurez pictórica se ve enfrentada al criterio de la posibilidad real de ser pintadas mientras vivió en el palacio de la Villa. 37 Ver Calvo Serraller, Velázquez, 75-77

La Villa de Médicis, La Tarde

La Villa de Médicis, El Mediodia

Page 47: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Con este comentario queremos poner de relieve la manera que tiene el pintor sevillano de mirar y

valorar la realidad puesto que no es la manera habitual de hacerlo en su época, es un pintor que

rompe esquemas, sale de los parámetros establecidos, pero lo hace de una forma silenciosa, apenas

perceptible en una primera observación. Por ello, el arte de Velázquez necesita un lector atento y

despierto como lo necesita Don Quijote o el Evangelio de Juan.

Así como los dos pequeños paisajes

de la Villa son obras innovadoras y

sorprendentes, La fragua de Vulcano

y La Túnica de José son el testimonio

de lo aprendido en este viaje, en ellas

se perciben elementos de la

antigüedad clásica, del Renacimiento

y de los autores contemporáneos que

conoció en estos meses italianos.

En La Fragua de Vulcano

encontramos una voluntad dramática

equilibrada con la gran naturalidad

con la que desenvuelve la escena. Tanto el título como las imágenes son poco dicientes de la

historia que se nos quiere relatar, para descifrarlo recurrimos a la biblioteca del pintor y allí

encontramos el relato del libro IV de Las Metamorfosis de Ovidio; el autor latino nos cuenta que

Vulcano, dios de los infiernos, feo, viejo y cojo fue engañado por su esposa la hermosa Venus

diosa del amor y la belleza, con Marte, el dios de la guerra. Descubiertos los amantes y

conociendo la situación por las noticias que le dio Apolo, el marido burlado se vengó pillándolos

in flagranti y dejándolos atrapados en una red para deleite y rechifla de los otros dioses del

Olimpo.

La Fragua de Vulcano

Page 48: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Evidentemente el tema inspiró a más de un pintor; con anterioridad a Velázquez, Tiziano,

Tintoreto o Veronés ilustraron la historia mostrando lo comprometido de la situación38. Sin

embargo Velázquez desecha lo fácil y evidente y no desarrolla en su lienzo la historia, prefiere

narrar el momento en que el marido burlado recibe la noticia por boca de Apolo. La sorpresa en

las caras de los cíclopes, en cuyos cuerpos se aprecia la influencia de la estatuaria clásica, es tan

evidente que si uno no conociera la historia, inmediatamente se preguntaría ¿Qué está pasando?,

¿Qué está diciendo? El asombro no deja resquicio a la burla ni a las risas contenidas. Las piezas de

armadura que se encuentran en el suelo, la luz y el laurel de la figura de la izquierda son las pistas

que, junto con el título del cuadro, nos remiten a la aventura amorosa, pero Velázquez con un

fuerte sentido de conmiseración39 sólo evidencia que Apolo está comunicando algo importante, sin

entrar en detalles escabrosos; somos los espectadores los que leemos, entre líneas y alusiones, la

historia escondida. Pero el pintor ¿sólo

pretende humanizar o suavizar una

situación violenta o nos estará

proponiendo algo más como plantea

Julián Gállego? Para este crítico, una vez

más Velázquez ejemplifica la

superioridad de la idea sobre el trabajo, es

decir, la Palabra, la invención está en un

nivel superior a la acción o a los

sentimientos.

En cuanto a la estructura, está inspirada

en los relieves romanos clásicos, las figuras forman un triángulo y los modelos aparecen en

variadas posturas anatómicas como si fueran estudios de academia. Con ello no intenta humanizar

38 Comparando el cuadro del Veronés con el del sevillano observamos que el primero no tiene ningún inconveniente en contarnos la historia con pelos y señales: el amor, culpable, se hace el dormido, Venus descansa como si nada hubiera pasado, Vulcano busca afanosamente las evidencias, Marte se esconde debajo de la cama, pero finalmente el perro con sus ladridos delata al traidor. Velázquez dejó a un lado la burla a pesar de que el tema del marido engañado provocaba las delicias de sus contemporáneos, habituados a las sátiras alusivas a tan triste situación. Sabemos que el “marido cornudo” fue tema recurrente en Quevedo: Mi marido aunque chiquito,/al mayor de otra mujer/le lleva del

pelo arriba,/dos dedos puestos en pie./Sabed vecinas,/que mujeres y gallinas/todas ponemos:/unas cuernos y otras

huevos. Estas dos coplillas del poeta son ejemplo claro de que la sociedad española del siglo XVII, al igual que los dioses del Olimpo pagano, disfrutaba, en cuestiones amorosas, con la desgracia ajena.

La Túnica de José

Page 49: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

los modelos clásicos sino que investiga el propio cuerpo humano, la idea inspiradora del arte

escultórico de la antigüedad40.

Para muchos críticos, La Túnica de José forma pareja con La Fragua porque el engaño es el tema

común de ambas. También es común el cuidado con el que se trabajan las expresiones de las caras

de los personajes cuya diferencia radica en el papel específico de cada uno de ellos en la acción

narrada, (otro de los aspectos aprendidos del clasicismo romano que tanto empeño mostró en

representar los afectos humanos). Nuevamente se

aprecia la atención puesta en el estudio anatómico

de los cuerpos, especialmente el hermano que está

de espaldas, cuya postura es plenamente

académica. Los modelos físicos, el colorido cálido

y rico de contrastes, los planes de luz y sombra, la

técnica suelta y empastada recuerdan a Guercino.

En las obras realizadas en los años posteriores a su

regreso fructificará todo lo aprendido en Italia; el

conocimiento adquirido en su observación en

directo de las obras clásicas y los ejercicios

realizados en La Fragua y en La Túnica, la

reflexión y la maduración con base en la

experiencia lograda, lo plasmará en el Cristo

Crucificado de San Plácido, cuyo cuerpo desnudo

revela una anatomía de sabor clásico, con un

fuerte valor de carácter escultórico a la cual

contribuye, además, el tratamiento dado a la luz que hará que el cuerpo del crucificado, al

proyectarse en sombras desde la cruz en un fondo oscuro, cree una sutilísima sensación de

espacio. Ésta es una de las pocas obras religiosas que el pintor realizará en la corte; en ella, tras su

aparente sencillez, recogiendo todo lo aprendido hasta el momento, Velázquez crea una obra

39 Gállego, “Catálogo”. En Velázquez,158 40 Ver Salort Pons, Velázquez, 111-112

Cristo Crucificado de San Plácido

Page 50: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

imperecedera, que ayer habló a las Benedictinas de San Plácido en el interior de su convento, que

habló a los coleccionista que la compraron y que habla hoy a los que la contemplan y descubren,

a través de un ejercicio de mirada atenta e interrogativa, porque en ella se hacen realidad y

presencia valores estéticos, religiosos y teológicos.

Page 51: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

El paradigma religioso de la kalokagathia:

El Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido1

Bello es lo que se ama. Quien es bello lo es

mientras está bajo los ojos, quien además es bueno

lo es ahora y lo será después.

Safo

a. El cuándo y el porqué del Cristo Crucificado. La historia y la leyenda

Es bien sabido que los pintores españoles del siglo XVII trabajaron fundamentalmente en la

elaboración de obras de tema religioso cumpliendo encargos de órdenes religiosas,

parroquias, cofradías, particulares, autoridades municipales, universidades, la nobleza y la

corte. El ambiente de la Contrarreforma había permeado todas las capas de la sociedad y

tanto para el artista como para el cliente el objetivo fundamental con el que se elaboraban

las imágenes religiosas era “ayudar a mover la devoción, reverencia, respeto y piedad”

porque la obra de arte de un pintor católico más que tener un valor estético debía cumplir

con el propósito de “venerar y glorificar a Dios, para enseñar buenas costumbres, admirar

los ingenios sabios”; estas palabras de Vicente Carducho y otras semejantes orientaban el

quehacer de los pintores y abundaban en los diversos Tratados sobre Pintura que

escribieron italianos y españoles y que sin duda Velázquez conocía desde su formación en

Sevilla y Madrid. Por esto sorprende que Velázquez, a pesar de vivir en el contexto de la

Contrarreforma, pintara muy pocos cuadros de tema religioso o devocional. Gabriele

Finaldi considera que de las 137 obras velazqueñas, solamente 12 son devocionales, seis de

ellas pintadas en Sevilla entre 1618 y 1623, otras seis realizadas en Madrid entre 1623 y

su muerte en 1660; según estas cifras, los cuadros de devoción representan menos de una

décima parte de su producción total, es decir, ejecutó una pintura religiosa cada tres años y

medio2, lo cual resulta muy significativo si lo comparamos con los ochenta y siete retratos

que se le atribuyen, elaborados en un promedio de más de dos por año3. También sorprende

1 Diego Velázquez. Oleo sobre lienzo 248 x 169 cm (1632) 2 Ver Finaldi, “Pintura y devoción”. En Fábulas de Velázquez, 175-176 3 Rodríguez G. de Ceballos considera que el porcentaje de la producción religiosa de Velázquez es de un doce por ciento, para ello se basa en el catálogo de José López Rey de 1996 en el que figuran 15 pinturas de tema religioso, -tres más de las que propone Gabriele Finaldi- dentro de un conjunto de 126 obras autógrafas. Las cifras difieren un poco entre uno y otro estudioso de la obra de Velázquez, pero en los dos el porcentaje de producción religiosa es significativamente bajo.

Page 52: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

que la mayor parte de su producción fueran retratos, género que se consideraba secundario

en su momento pero al cual supo reivindicar y glorificar.

La respuesta a la inevitable pregunta que suscita este hecho numérico divide en dos

grandes bloques a los estudiosos del artista sevillano. Para unos, en contraste con sus

contemporáneos, parece evidente un cierto distanciamiento de la religiosidad convencional

en un hombre de espíritu moderno y en cierta forma laico, que al igual que los poetas

conceptistas “juega con su pensamiento y lo adelgaza en agudezas, de aparente

transparencia”4. Para otros, las excepcionales circunstancias de su carrera fueron el origen

de esta aparente anomalía pictórica, puesto que como pintor real de la corte cumplía con

los encargos que se le hacían, los cuales eran mayoritariamente retratos en los que dejó

plasmado su ingenio, creatividad y habilidad excepcionales para captar el interior de todo

tipo de seres y personas, dándoles siempre un tono digno y compasivo con que igualaba al

rey, con el filósofo, las flores, el perrito o el enano de la corte. En este contexto de “pintor

por encargo real” disminuye un poco la sorpresa que produce el dato de que la mayor parte

de su producción fueran retratos, género al que convirtió en instrumento principal para la

obtención de honores personales –lograr el hábito de Santiago- y, lo más importante,

glorificar 5 la pintura logrando para ésta la categoría de Arte que ya había adquirido en

Italia pero que en España aún seguía impregnada del carácter de trabajo manual.

El estudio de las pinturas religiosas –a pesar de su escaso número- demuestra que

son obras complejas, muy construidas, ricas en alusiones visuales y a menudo

innovadoras en el terreno iconográfico… Cuando abordaba un cuadro religioso lo

hacía con su acostumbrada inteligencia, sutileza, inventiva y habilidad técnica tras

documentarse a conciencia en fuentes escritas e iconográficas de sus temas,

especialmente grabados que su suegro le ayudaría a conseguir. No hay manera de

medir objetivamente cuánta “unción religiosa” contienen sus obras sacras, pero no

está de más recordar que el Cristo Crucificado de San Plácido, es probablemente el

más reproducido de todos los cuadros religiosos españoles (…) y su éxito como

4 Ver Pérez Sánchez, Velázquez y su arte, 22-23. 5 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 14

Page 53: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

imagen eficaz para inspirar devoción, de acuerdo con las prescripciones de Pacheco

y Carducho, es innegable6.

Este comentario nos advierte, por lo tanto, que incursionar en el campo de la producción

religiosa del pintor sevillano es aventurarse en un camino que no será siempre fácil, en el

cual se podrán encontrar sorpresas y frente al cual habrá que tomar posiciones porque la

unanimidad en el comentario no suele darse.

En el caso que nos ocupa, el Cristo

Crucificado fue pintado por Diego

Velázquez para el convento de las

Benedictinas de San Plácido

presumiblemente en 1632. El lienzo

forma parte de la colección del

Museo del Prado desde 1829, año en

que lo donó el rey Fernando VII,

quien a su vez lo había recibido

como regalo del duque de San

Fernando, cuñado de la duquesa de

Chinchón, la cual lo había puesto en

venta en París entre 1826 y 1828 y

por el que el recién creado Museo

Real (futuro Museo del Prado)

ofreció 30.0007 reales; sin embargo,

la muerte de la duquesa paralizó las

gestiones; el cuadro figuraba

inventariado entre los bienes de

Godoy quien lo había obtenido de las monjas de San Plácido por la suma de 60.000 reales

en 1807 8 . Con anterioridad a esa fecha el Cristo Crucificado fue documentado por

Palomino en 1724 en la clausura del convento de las monjas Benedictinas de San Plácido,

6 Ver Finaldi, “Pintura y devoción”. En Fábulas de Velázquez, 179-180 7 Pérez Sánchez, Cristo crucificado. Enciclopedia On-line. Museo Nacional del Prado 8 Isadora Rosa de-Viejo, Colección de Manuel Godoy. Enciclopedia On-Line. Museo Nacional del Prado

Cristo Crucificado de San Plácido

Page 54: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

especificando Antonio Ponz, en 1776, que el cuadro se encontraba en la sacristía de la

iglesia conventual9.

El origen del cuadro es un poco incierto, don Ramón de Mesonero Romanos recogió en su

obra El Antiguo Madrid, publicada en 1861, una leyenda que el propio Mesonero

Romanos10 reconoce a pie de página “que no sabemos hasta que punto merezca fé”, sin

embargo, lo anecdótico y pintoresco de la historia hizo que ésta se difundiera desde ese

momento y hasta el día de hoy a través de diversos autores, catálogos y guías del Museo

madrileño. La leyenda atribuye el encargo del cuadro al rey Felipe IV como un acto

expiatorio por su enamoramiento sacrílego de una joven novicia, la cual, por consejo de la

abadesa, evadió el asedio del rey fingiéndose muerta en su celda, recostada en un estrado

rodeado de cirios y flores; en

estos amores terció Jerónimo de

Villanueva, protonotario del

reino de Aragón y vecino del

convento, el cual acabó preso en

la cárcel de Toledo tras ser

procesado por la Inquisición a

causa del escandaloso amorío

real 11 . El escritor romántico

termina su narración contando

que “á costa del rey y á demanda

de la abadesa se colocó en la

torre de esta casa el relox que

aun hoy se conserva y que en el tañido de su campana recuerda el clamoreo de difuntos, en

memoria de aquel suceso”12. Recientemente Rodríguez G. de Ceballos, con base en la

suposición de Gregorio Cruzada Villaamil -el primero en relacionar el cuadro con los

amoríos del rey-, ha lanzado otra hipótesis, en ésta se plantea que la pintura fuera

encargada por el protonotario de Aragón para el convento de San Plácido, fundado en 1623

9 Finaldi, “Fichas de catálogo 24”. En Fábulas de Velázquez, 321 10 Mesonero Romanos, El Antiguo Madrid, 293 11 Gállego, “Catálogo”. En Velázquez, 180 12 Mesonero Romanos, El Antiguo Madrid, 293

Convento de San Plácido

Page 55: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

por doña Teresa Valle de la Cerda con el patronato del propio Jerónimo de Villanueva. El

motivo del encargo también difiere un poco de la leyenda; Rodríguez G. de Ceballos lo

propone -más que como expiación de culpas- como una acción de gracias por la

suspensión, en 1632, de la investigación abierta por la Inquisición sobre la relación

personal de Villanueva con las presuntas prácticas heterodoxas del capellán y de las monjas

del convento de San Plácido13 ; es decir, el proceso inquisitorial estuvo asociado a la

presunta herejía iluminista que se vivió en el convento y no a la tercería de Villanueva en

los amores ilícitos del Felipe IV.

No es muy común que el pintor del rey recibiera encargos de personas distintas a su

majestad, pero la categoría alcanzada por don Jerónimo en la corte en la que se

desempeñaba como secretario de despacho del rey y mano derecha del Conde-Duque de

Olivares, permite suponer que ello fue posible, más teniendo en cuenta la cercanía a su

protector Olivares a quien seguramente el rey le había dado la potestad de autorizar los

encargos particulares para su pintor real.

Rodríguez G. de Ceballos propone que el tema elegido para el cuadro quizás se deba a un

hecho circunstancial de carácter religioso-devocional acaecido mientras se investigaba a

Villanueva. En ese momento, la corte española estaba escandalizada por la profanación

realizada a un Crucifijo por criptojudíos portugueses. Los culpables fueron ejecutados en

1632 en un auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid al que asistieron los reyes rodeados de

una gran multitud. En estos actos públicos, Villanueva, buscando mejorar su imagen, hizo

notar su presencia porque, aunque no estuvo implicado en el asunto, pocos veían con

buenos ojos el tratamiento suave que recibían los judíos que iban llegando de Portugal,

como tampoco veían bien que favoreciera a banqueros judíos frente a los banqueros

genoveses. En este ambiente, Villanueva, hombre devoto, se uniría a los innumerables

actos de desagravio del crucifijo organizados por las parroquias y conventos de Madrid

encargando a Velázquez el cuadro del Cristo Crucificado para el convento de San Plácido.

Sobre la ejecución del encargo, Rodríguez G. de Ceballos plantea que quizás Velázquez

puso un interés especialísimo en la realización de esta obra porque los judíos que habían

perpetrado la profanación provenían de la zona portuguesa de la que eran originarios sus

13 Rodríguez G. de Ceballos, Precisiones sobre la pintura religiosa de Velázquez, 72

Page 56: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Detalle “El Cristo Crucificado”

abuelos paternos14. Esta “especial atención” sería la manera particular de unirse el pintor a

los desagravios públicos y privados, particulares o generales que se hicieron en la corte

madrileña al crucificado.

b. Los resultados de una especial atención: El acierto

del Cristo Crucificado

b.1 La imagen.

En este lienzo del Cristo Crucificado encontramos un

impresionante desnudo masculino de tamaño natural visto

muy ligeramente desde la izquierda; la figura presenta un

sutil escorzo, con el peso cargado en la pierna derecha, como

indica la diferencia de altura en las caderas y las rodillas15.

El cuerpo del crucificado está observado del natural pero

pasado por el filtro de la idealización clasicista, sin duda por

influencia de la primera experiencia italiana -que el artista

había vivido poco antes- y donde estudió la escultura

clásica16. Seguramente Velázquez escogió un modelo de

constitución elegante y bien formada, observó

atentamente su anatomía y omitió el vello de pecho y

axilas según la convención artística de su época17.

El cuerpo pintado se presenta sobre una cruz lisa y un

fondo indefinido verde oscuro, creando una sutilísima

sensación de espacio y una ligera ilusión de bulto

redondo18 gracias a las leves sombras de la cruz y del

cuerpo que se proyectan sobre el fondo y sólo

descubiertas tras la última limpieza realizada a la

pintura en 1990; la iluminación, concentrada en la parte

14 Ibid., 75 15 Cherry, “Velázquez y el desnudo”. En Fábulas de Velázquez, 247 16 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 44 17 Cherry, “Velázquez y el desnudo”. En Fábulas de Velázquez, 247 18 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázque, 27

Detalle “El Cristo Crucificado”

Page 57: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

superior del torso de Cristo, crea una luminosidad en el cuerpo que contrasta fuertemente

con el fondo oscuro, generando un fuerte impacto visual que se acrecienta si la iluminación

exterior es tenue. Técnicamente esta luminosidad del cuerpo se debe en parte a la base

utilizada en sus cuadros desde 1630 de blanco de plomo, un gris claro que resultó un medio

eficaz para reflejar la luz a través de las capas de pintura y dar luminosidad e intensidad a

los tonos transparentes19.

b.2 El fondo.

El pintor -de manera contundente- establece un fuerte

contraste entre el cuerpo luminoso y el fondo de un verde

profundo irregular que lo convierten en una superficie

vibrante en el que no aparece la más leve alusión ni a un

paisaje ni a ningún personaje que acompañe al crucificado; sin

embargo, esta percepción visual de irregularidad ha dado lugar

a diversas hipótesis, desde la más actual que nos propone un

efecto de cortina de altar 20

hasta la que pretendió ver

figuras ocultas por capas de

pinturas posteriores, lo cual

no sería muy extraño ya que en varios cuadros de

Velázquez se observan los pentimenti que realizó el pintor

sevillano; en la actualidad solamente encontramos las

sombras proyectadas que aumentan la sensación de

realidad 21 ; entendiendo, de momento, por realidad una

copia fiel de lo que la gente quisiera ver en la realidad22.

Quizás, también el realismo de la figura de Cristo, con la

carga de fisicalidad que tiene, sea un medio para expresar

19 Charry, “Velázquez y el desnudo”. En Fábulas de Velázquez, 252 20 Finaldi, “Pintura y devoción”. En Fábulas de Velázquez, 182 21 En 1918 Mauro O. de Urbina, restaurador jefe de los museos de Múnich y Berlín realizó un croquis del Cristo de Velázquez donde se insinuaban unas figuras que según él, formaron parte de la concepción original de la obra y que en días de luz clara se manifestaban a través de la capa de color con que fueron cubiertas. (cfr. Enciclopedia Universal Ilustrada LXVII, 633). 22 Gombrich, La Historia del arte, 15

Croquis del Fondo según Mauro de Urbina

Detalle “El Cristo Crucificado”

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de manera simbólica la humanidad, así como la aureola que rodea la cabeza nos habla de

divinidad23. Humanidad y divinidad de un Jesús de Nazaret que, en medio de la desolación

total, es la luz y la vida que resplandece en la oscuridad; una noche total que al igual que

la muerte no le toca, no le afecta, no le perturba24.

b.3 La luz y la oscuridad.

El contraste entre la luz y la sombra es un rasgo

característico de la pintura del siglo XVII que

Velázquez había dominado desde su juventud. El

artista había empleado en sus primeras obras

sevillanas el elemento lumínico para señalar lo

más significativo de la representación; siguiendo a

Caravaggio o Ribera en los cuadros llamados

tenebristas, un rayo de luz, proveniente del exterior,

entraba con fuerza por un lateral para dirigir la

atención del espectador. Pero la propuesta de

Caravaggio no se queda en un asunto puramente

técnico; este autor italiano creó un efecto de luz y

sombra al que subordinó la representación de las

imágenes; en sus obras -más que composiciones realistas-, encontramos una luz que no es

la del día ni la de la noche, lo que hay en ellas es una luz cualitativamente espiritual25 que

viene del exterior del cuadro pero que no tiene fuente natural. Así lo podemos observar en

La Conversión de san Pablo en donde la luz es la que despierta la conciencia de Saulo,

también en la Vocación de Mateo la luz que entra con Cristo es la que ayuda a revelar la

misión del apóstol. Caravaggio tuvo muchos seguidores a pesar de no haber creado una

escuela; sin embargo, no todos valoraron la intencionalidad espiritual de su oposición entre

luz y sombra, en su mayoría se apropiaron de los aspectos técnicos sin captar la

23 Cherry, “Velázquez y el desnudo”. En Fábulas de Velázquez, 247 24 “Sobre un fondo uniforme y oscuro, este Cristo “apolíneo”, irradiando simbólicamente la paz de la eternidad y el esplendor de la divinidad, está más allá del espacio y del tiempo, como expresión de un misterio de muerte y de resurrección (…) El artista evita en esta obra maestra toda alusión paisajística y espacial, cubriendo de betún el fondo” (Cfr. Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 790). 25 Huyghe, El arte y el hombre II, 42

Conversión de San Pablo

Caravaggio

Page 59: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

sensibilidad y el compromiso de este artista que descubrió y pretendió reflejar la belleza

moral de la vida humilde del pueblo y de los objetos cotidianos.

Las primeras obras sevillanas de Velázquez participan de esta tendencia tenebrista y de esta

especial valoración de los objetos cotidianos. Con su viaje a Madrid y sus sucesivos viajes

a Italia la técnica pictórica va cambiando, sus pinceladas se adelgazan hasta lograr la

transparencia, pero la luz seguirá siendo un elemento fundamental para explicar lo que está

más allá de lo que se percibe con la primera mirada. Así, en el Cristo de San Plácido

observamos un fuerte contraste entre luz y sombra pero con una diferencia con el

tratamiento de Caravaggio. En las

obras del italiano la luz viene de

fuera y recae sobre alguna de las

figuras de la representación para

darle un sentido espiritual. En la

obra del pintor sevillano la luz que

dará el sentido espiritual a la figura

del Cristo que contemplamos

pareciera que no viene de fuera sino

que nace del propio Cristo. La

aureola que rodea la cabeza y toda

la luminosidad resplandeciente que rodea el cuerpo del crucificado va de dentro hacia fuera.

Jesús el Nazareno, el crucificado, no recibe la luz sino que es la luz (Jn 8,12;12,46).

En este cuadro se pueden realizar observaciones de tipo técnico o formal porque la imagen

es un soberbio ejemplo del empleo del claroscuro barroco, pero esto apenas sería el inicio

de un análisis que nos debe conducir -a través de este elemento compositivo que el autor

nos presenta- a una lectura teológica; porque al igual que Caravaggio, Velázquez no se

queda en el virtuosismo técnico sino que éste es un medio para plantearnos una realidad

espiritual.

b.4 El cuerpo.

En la composición de la escena, Velázquez elimina todo paisaje y cualquier escena del

Calvario, de esta forma aleja al crucificado de su contexto histórico y lo ubica en un

Detalle “El Cristo Crucificado”

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contexto histórico-artístico en el que la pintura está demostrando la capacidad que tiene de

sobrepasar los límites de la bidimensionalidad. Al igual que en otras ocasiones Velázquez

no es original en la composición; como ya vimos, otros artistas, como Rubens o Zurbarán,

optaron antes que él por una composición en la que eliminaban todo tipo de

acompañamiento dando a la figura una gran fuerza emocional y dramática26, pero el pintor

sevillano vuelve a mostrar su genialidad en la manera de llevar a feliz término lo que otros

han propuesto. Quince años después de pintado el cuadro, Francisco Pacheco, en su Arte de

la Pintura trató de demostrar la superioridad de la pintura sobre la escultura al sustentar que

un pintor “con ingenio y estudio” podía hacer que una

pintura diera la sensación de una obra de bulto redondo a

través del manejo adecuado de luces y sombras. Para

probar sus afirmaciones, Pacheco tomó como ejemplo la

representación de Cristo Crucificado, figura, en principio,

más idónea para ser realizada de manera tridimensional.

El crucificado debía tener dos características (que

obviamente encontramos en el Cristo de su yerno), a

saber: “que sea del tamaño de un hombre, y sea muerto,

por ser más dificultoso que vivo”27, explicando que la

dificultad consiste en que el cuerpo muerto carece del

movimiento que puede dar gracia a la figura. Ahora bien,

contemplando el cuerpo del Cristo Crucificado tenemos

que preguntarnos si su yerno y discípulo superó o no la

dificultad, porque la herida en el costado nos habla de un

hombre muerto, pero el ligero escorzo, la diferencia de

altura en las rolillas y caderas, la carnación, la

luminosidad, la armonía de todo el conjunto que sintetizamos en el término apolíneo nos

habla de un cuerpo vivo, es más, lleno y rebosante de vida. Por lo tanto, nuevamente están

presentes el ingenio y la dificultad, los dos valores que subyacen en todas las obras del

genial pintor sevillano quien siempre capta nuestra atención a través de composiciones

26 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 44 27 Ibid.

Detalle “El Cristo Crucificado”

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aparentemente sencillas y de rápida y fácil ejecución pero que un estudio minucioso nos

permite captar que el asunto es de otro modo.

Porque resulta que este recurso pictórico refuerza tanto la presencia material del cuerpo

como la naturaleza simbólica de la representación28 , que, como en el carácter de un

sacramento, hace efectivo para el espectador aquello que significa. Velázquez pone en

juego la idea de la “realidad” sensorial de una imagen esculpida para enriquecer en el

espectador la experiencia de la imagen pintada. Nuestro pintor no trata de tocar la

sensibilidad del espectador de la misma manera que un escultor cuya retórica devocional

depende de la representación hondamente realista de un cuerpo lacerado de heridas

sangrantes que se puede tocar y besar.

b.5 La intención.

La “realidad sensorial” que nos propone Velázquez es el cuerpo de Cristo levemente

ensangrentado, rebosante de luz, que está muerto, como lo confirma la herida del costado;

sin embargo, no se desploma por su propio peso, parece más el cuerpo de un atleta griego

esculpido por Policleto que el de un crucificado pintado, prueba, quizás del empaño del

artista en mostrar una imagen de elegancia y perfección impecables. Para modelar la figura

de Cristo empleó manchas finas29 y restregados de un pigmento grisáceo diluido sobre la

capa inferior de pintura; esta técnica, permitía, por un lado, agrupar luces y sombra, rebajar

la carnación en amplias zonas del cuerpo y, por otro lado, permitía transmitir fielmente el

color de la carne, buscando siempre dar apariencia de “realidad” a lo que sólo es una

representación de la realidad. Por todo ello, Javier Portús afirma que el crucificado que nos

propone Velázquez es una de las obras de tema religioso que ha alcanzado mayor prestigio

devocional en el arte español, en ella su autor logra la síntesis entre belleza, contención

expresiva y emoción30.

Sin embargo este “prestigio devocional” que quizás posea el Cristo Crucificado de San

Plácido es una afirmación que no se sostiene o se prueba fácilmente o, al menos, si este

prestigio lo tiene hoy, en los inicios del siglo XXI, pareciera que no lo tuvo en épocas

28 Finaldi, “Pintura y devoción”. En Fábulas de Velázquez, 182 29 Cherry, “Velázquez y el desnudo”. En Fábulas de Velázquez, 254 30 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 43

Page 62: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

anteriores o lo tuvo de cierta manera –más intelectual que religioso- entre personas de

cierto nivel cultural. Méndez Casal, nombrado Académico de Bellas Artes de San Fernando

en 1937, afirmaba que

desde el punto de vista religioso, no ha sido una obra popular. Su realismo grave,

sereno, no impresionaba á las gentes sencillas. Faltóle dramatismo, sangre,

sensación aguda de sufrimiento, huella de tortura. El ocultamiento del rostro no

satisface al vulgo. No es Cristo de imaginero; es obra sabia, sin contorsiones,

imponente… Su popularidad es cosa de ahora, y pertenece por entero al orden

artístico….Grabados, oleografías fototipias, etc., extendieron su fama entre las

gentes de toda condición social. Pero una cosa es la fama y otra bien distinta

atracción cordial. Para ser exactos, tal vez sea necesario afirmar que el pueblo ve al

Cristo de Velázquez como una gran obra profana31.

Por lo tanto, la teoría de Pacheco -hecha

realidad por su yerno en esta obra pictórica-

según la cual la pintura debe emular a la

escultura y la intención de Velázquez de

ponerle “especialísimo interés” a la

representación del Crucificado alcanzan su

objetivo en el plano artístico, sin embargo,

quedamos en suspenso ante el logro del

objetivo “tocar la sensibilidad del espectador”,

porque, como plantea Gadamer la obra de arte

tiene siempre su propio presente y su propia

verdad que no siempre coincide con la que su

autor se había figurado32. La verdad que se nos propone hoy es tocar la sensibilidad del

espectador pero no con el dramatismo de la sangre de los imagineros castellanos o

andaluces sino con la impasibilidad de una belleza apolínea propia de la estatuaria clásica

y que quizás dice mucho más desde el punto de vista teológico que desde el punto de vista

emotivo y devocional.

31 Enciclopedia Universal Ilustrada LXVII, 633 32 Gadamer, Estética y hermenéutica, 55

Detalle “El Cristo Crucificado”

Page 63: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Siempre queda abierta la posibilidad de una nueva lectura, de una nueva interpretación del

Crucificado de San Plácido porque, como muy bien explica Gombrich, el artista es el único

que sabe cuál es su intención y pocas veces éstos la comunican; lo normal, lo más habitual

es que guarden silencio y los espectadores nos veamos avocados a interpretar, imaginar,

suponer. Intención, expresión, belleza, emoción son conceptos muy subjetivos y sobre los

cuales el artista no suele comunicarnos lo que piensa o siente; lo que al artista le preocupa

es “acertar”, acertar y equilibrar infinitas formas, cualidades o matices y esto es dificilísimo

de explicar o determinar cuándo se ha logrado; no hay normas ni reglas. Se trata de

contemplar, de percibir y de gozar, y desde ahí, quizás, comprender lo que un artista en un

determinado contexto quiso conseguir 33 . Al

contemplar el Cristo de San Plácido queremos

comprender el porqué y el para qué de la imagen

que creó el pintor sevillano, porque aunque él no

nos dijo nada en palabras, habló de vida a través

de todas y cada una de las formas, cualidades y

matices que componen la obra en la que trabajó

con tanto esmero; Velázquez, en este Cristo

Crucificado habló de Vida Plena y no de muerte.

El cuerpo que contemplamos está clavado a la cruz

con cuatro clavos, según las indicaciones de Pacheco,

sostenido sobre un pedestal, a manera de trono, con

corona de espinas y herida en el costado derecho; el

cabello que cubre el lado derecho del rostro nos indica

que la cabeza está inclinada acercándola

materialmente al observador devoto, pero también

poniendo una nota de misterio34. De las heridas brotan

hilos de sangre que para Méndez Casal no hacían

evidente ni el dolor ni el dramatismo del suplicio de la

cruz, sin embargo Rodríguez G. de Ceballos, a pesar de que acepta el tono sereno y

33 Ver Gombrich, La Historia del arte, 32-36 34 Finaldi, “Pintura y devoción”. En Fábulas de Velázquez, 183

Detalle “El Cristo Crucificado”

Detalle “El Cristo Crucificado”

Page 64: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

apolíneo que impregna la totalidad de la composición, considera que la sangre inunda y

anega las manos, los pies y el subpedáneo y que, al parecer fue más abundantes en la

antigüedad, manchas hoy decoloradas por efecto de limpiezas inadecuadas35 . Según el

mismo autor, la abundancia de sangre es un recurso empleado por Velázquez para acentuar

el aspecto doloroso del maltrato dado por los criptojudíos portugueses al crucifijo del que

milagrosamente había manado abundante sangre. Pero, ¿esta interpretación corresponde

con el “acierto” alcanzado por Velázquez cuando dio por terminado el cuadro? ¿El acierto

está en la serenidad y la belleza apolínea llena de luz y vida o en la sangre o en la

combinación de todos los elementos y matices? Es importante precisar que la abundancia

de sangre se observa principalmente en la madera de la cruz, bien sea a la altura de las

manos o de los pies o en la misma base bajo el subpedáneo y no en el cuerpo del

crucificado que, como venimos afirmando, está levemente ensangrentado.

b.6 El titulus, el pedestal y la corona.

En la cabecera de la cruz también se observa el letrero escrito en hebreo, latín y griego en el

que se indica el motivo de la muerte. Este letrero trilingüe, que remplaza al tradicional

INRI, ya lo habían utilizado en España el Greco y Pacheco pero el de Velázquez tiene unas

pequeñas diferencias formales, así en el texto latino “conserva el vicioso diptongo de

Nazaraenus; en la parte griega, no

solamente suprime partículas, que el

Greco puntualizaba muy bien, sino que

estampó Nazoios en vez de Nazoraios, y

en la hebrea, la forma de los signos deja

mucho que desear”36.

Este titulus, leído en relación con los

otros elementos compositivos que venimos observando, algunos aparentemente poco

significativos como el pedestal o la tradicional corona, nos dirá más adelante, cuando

hagamos la lectura hermenéutica, algo más que una innovación en los elementos

iconográficos tradicionales en el que se explicita, en tres lenguas, el motivo de la muerte.

35 Rodríguez G. de Ceballos, Precisiones sobre la pintura religiosa de Velázquez, 75 36 Enciclopedia Universal Ilustrada LXVII, 633

Detalle “El Cristo Crucificado”

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b.7 La plenitud de la vida que da el Espíritu.

El cuadro del pintor español es una composición pictórica que muestra la plenitud de la

vida en un cuerpo rebosante de paz y armonía. En la belleza física y apolínea de este cuerpo

probablemente subyacen dos conceptos íntimamente ligados y aprendidos uno en España y

otro en Italia; del primero a Velázquez le debió quedar la intención de revestir a la figura

de Cristo de una belleza divina e inefable de acuerdo a la creencia contemporánea -

sustentada en textos bíblicos- que afirmaba que Cristo es “el más hermoso de los hijos de

los hombres” (Sal 45,3) en el que Pacheco insiste al afirmar: “Cristo, Señor nuestro, como

no tuvo padre en la tierra, en todo salió a su madre que, después del Hijo, fue la criatura

más bella que Dios creó”37.

Del viaje a Italia seguramente interiorizó el concepto de kanon o modelo ideal de belleza.

La belleza de este cuerpo la podemos enmarcar dentro de los parámetros propios del arte

clásico griego cuyas obras no expresan una realidad concreta sino muestran un kanon, un

modelo basado en el concepto de la euritmia, es decir, orden, equilibrio, relación y armonía

entre las partes; porque como afirma Eco: “en la antigua Grecia la belleza no tenía un

estatuto autónomo (…) en la edad dorada del arte griego la belleza aparece asociada a la

“medida”, la “conveniencia” 38. Sin embargo, al hablar de belleza hay que tener en cuenta

dos aspectos; por un lado, el término kalon se suele entender simplemente como bello

cuando en la mentalidad clásica significa más bien lo que gusta, lo que se ama, lo que atrae,

y, por otro lado lo bello no es algo solamente de carácter formal que se percibe por los

sentidos, sino que lo bello es algo que se descubre con la mente porque pertenece a las

cualidades del alma y del carácter. Esta comprensión de la sensibilidad de los artistas

griegos es la más reveladora para apreciar la belleza de una obra clásica o de un cuadro

como el de Velázquez que participa de estos elementos; por lo tanto, lo más significativo de

una obra clásica o que está enmarcada dentro de sus parámetros es la relación entre lo

externo y lo interno, es decir, el ideal de la Kalokagathia que armoniza la belleza de las

formas con la bondad del espíritu39.

37 Finaldi, “Catálogo 24”. En Fábulas de Velázquez, 321 38 Eco, Historia de la belleza, 37. 39 Ibid., 45.

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Esta kalokagathia es lo que observamos en el Cristo Crucificado: un cuerpo bello –el más

hermoso de los hijos de los hombres- que nos transparenta lo bello del espíritu de vida que

hay en él.

Los elementos iconográficos que hemos venido observando, especialmente el tratamiento

del cuerpo, el subpedáneo en el que reposa, el juego de luz y sombra (Jn 1,5; 8,12), el

titulus de la cruz “Jesús el Nazareno, rey de los judíos” en hebreo, latín y griego (Jn 19,19-

20) y la inclinación de la cabeza (Jn 19,30b) nos invitan a realizar una lectura teológica de

esta imagen como la representación de un Cristo joánico; es decir, ante nuestros ojos vemos

al hombre Jesús de Nazaret en el instante en el que voluntariamente inclina la cabeza y

entrega el Espíritu, instante en el que regresa al Padre que lo ha exaltado y ha acogido; por

lo tanto la exaltación, muerte, resurrección y entrega del Espíritu es algo que se da

simultáneamente y que el pintor nos muestra en esta obra sobria, tranquila y serena que hay

que leer con calma y atención.

Mirando, entonces, el Cristo Crucificado de San Plácido observamos que a pesar de narrar

una situación de muerte, a pesar de nacer en un contexto dramático relativo a la devoción

del crucificado, en la composición, centrada en la figura del crucificado, están ausentes el

dramatismo, la tensión o el sufrimiento que se podría esperar en la iconografía de la cruz.

Aunque la herida en el costado derecho nos indica el fin del tormento y la muerte (Jn

19,33-34), en cualquier lugar que depositemos la mirada captamos imágenes de vida; la

cabeza, los brazos, las piernas, las rodillas, las manos, los pies son los de una persona viva;

no hay laceraciones o hematomas que den cuentan del maltrato recibido (Jn, 19,1-3),

observamos apenas unas leves gotas de sangre que parecen superpuestas quizás con la

intención de dar un testimonio gráfico de lo que ha pasado y que el cuerpo pintado es

incapaz de comunicar por la serena vitalidad que transpira por toda la piel40, porque lo que

hay en el hombre exaltado en la cruz es la Vida con mayúscula, la vida que da el Espíritu y

que ahora, al inclinar la cabeza (Jn 19,30b), entrega para que cuantos le reciban y crean en

Él se constituyan en Hijos de Dios ( Jn 1, 12).

40 “Es un cuadro sereno, correcto, con un Cristo apolíneo, con muy escasas gotas de sangre, y con los pies apoyados en un subpedáneo, que aumenta su aspecto de reposo, más que de tormento” (cfr. Gállego, “Catálogo”. En Velázquez, 180).

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El Cristo Crucificado de San Plácido, un Cristo joánico

Lectura teológica

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?

Miguel de Unamuno

a. El rey que nos salva: la soberanía de Jesús presente en el trono de la muerte.

Al Contemplar el Cristo Crucificado de San Plácido se percibe una sensación de paz y

serenidad a pesar de que ante nuestros ojos encontramos la figura de alguien que acaba de

morir en el tormento de la cruz. Ya vimos que uno de los elementos iconográficos que

contribuyen a esta sensación de serenidad es el pedestal sobre el cual descansa el cuerpo;

también sabemos que Velázquez está siguiendo los consejos de Francisco Pacheco y del

escultor Martínez Montañés quienes proponen esta iconografía con base en las visiones de

Santa Brígida según las cuales se debe representar al crucificado con cuatro clavos; esta

propuesta le sirve a Velázquez de pretexto para presentarnos la imagen de un hombre

descansando en un soporte que, al permitirle esta posición de reposo, alude más a un trono

que a un patíbulo.

Este pequeño elemento tiene una relación directa con la corona de espinas (Jn 19,2-3) y con

el letrero de la parte superior de la cruz. Los tres elementos iconográficos mencionados

nos informan que estamos contemplando a Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos (Jn

19,19-20); pero un rey que reina no como un todopoderoso (18,36) ni como un oprimido,

humillado y maltratado, El crucificado que contemplamos reina como un hombre

soberano porque se ha dado a sí mismo voluntariamente, nadie lo ha obligado (19,17a) ni lo

ha sometido; quizás es por esto que en el cuadro que contemplamos no hay señales físicas

de golpes, azotes o bofetadas. La realeza de Jesús es el eje que atraviesa la narración de la

pasión en Juan (18,33.36.37.39b; 19,3a.14b.15b.19.21); el juicio y la condena que culminan

con la muerte han repetido constantemente los términos basileu;" [basileus] y basileiva

[basileia], y ahora, en la cruz está proclamada esta dignidad a toda la humanidad; porque, a

diferencia de los sinópticos, Juan afirma que el letreo está escrito en hebreo, latín y griego.

Velázquez recoge este dato reproduciendo la grafía de las tres lenguas a través de las cuales

el evangelista le dice al mundo que el hombre Jesús de Nazaret es el Rey de los judíos,

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pero que también es el salvador universal. El hebreo, el latín y el griego, las lenguas del

mundo religioso judío, del mundo político dominante y del mundo cultural y comercial son

las que se encargan de hacer esta proclamación1.

Con esto se cumple lo anunciado por el mismo Jesús acerca de la universalidad de su

misión ”Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (12,32), o “tengo otras

ovejas que no son de este redil; también a estas las tengo que conducir” (10,16), la

expresión “atraeré a todos hacia mí” y la mirada que dirige a “otras ovejas que no son del

redil” de Israel con las que afirma que hará “un solo rebaño” y del cual él será el único

Pastor anuncian un dirigente que traspasa las fronteras de Israel; el rey de los judíos que ha

muerto en la cruz es el rey de todos los pueblos, de todos los hombres que, a pesar de que

aún no lo conocen ni han oído su voz, algún día se sentirán subyugados por él2.

Jesús ha sido exaltado en la cruz bajo el título de rey y Salvador de la nueva comunidad de

creyentes, una comunidad que contempla su cuerpo como la nueva casa de oración, el

nuevo Templo, que congrega a todos los pueblos (Is 2,3; 56,7). Con la muerte y

glorificación de Jesús, su cuerpo será el centro de reunión de los judíos, griegos y romanos

que contemplan al crucificado en el trono de la cruz desde el que reinará por siempre3.

Por lo tanto, es claro que el hecho -seguramente histórico- del letrero colocado en la cruz

con el motivo de la condena narrado por los sinópticos adquiere en Juan una

intencionalidad teológica; porque aunque no es extraño que en la antigüedad se escribieran

letreros en varias lenguas, debemos plantearnos cuál es el sentido de este letrero trilingüe,

¿informar a judíos, romanos y griegos del delito cometido por este hombre originario de

una insignificante provincia? O ¿tal vez se trata de proclamar ante el mundo (simbolizado

en las lenguas) que el reo es realmente el salvador de toda la humanidad?

En este sentido Schnackenburg plantea que “con la muerte de Jesús se ha formado un

nuevo y único pueblo de Dios con judíos y gentiles. No son las tribus o los hijos de Israel

los que se congregan de la diáspora, sino los “hijos de Dios (…) Aflora aquí la imagen de la

iglesia constituida por judíos y gentiles (…) La vieja imagen de la reunión de los israelitas

1 Sarasa, Encuentro de la cultura griega y el evangelio de Juan, 20. 2 Castro Sánchez, Evangelio de Juan, 240. 3 Ver Brown, El evangelio según Juan, 699-701.

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dispersos se ha alzado hasta el horizonte universal de todos los hombres elegidos por Dios;

y especialmente también los paganos que hasta entonces estaban lejos”4. Para este autor los

lectores del titulus no son los posibles espectadores que contemplaron al ajusticiado, sino

una comunidad formada por diversidad de gentes, una comunidad de personas provenientes

tanto del judaísmo como del mundo de la gentilidad simbolizadas en las lenguas religiosa,

política, cultural y comercial; personas que se acercan a Jesús, que no son rechazadas por él

y que conforman una comunidad fruto de su muerte salvadora.

El pueblo de Dios constituido en tal por la alianza establecida con Dios (Ex 19,5) ahora no

es un pueblo de entre los pueblos sino toda la humanidad porque abarcará otras razas y

otros pueblos. El distintivo será “la consanguineidad con Dios (los hijos de Dios), porque

han nacido de él por el espíritu (3,6)” 5. Así “la muerte de Jesús por el pueblo será la del

pastor que muere por defender a sus ovejas”, ovejas que son de distintos rediles pero con

las que formará un solo rebaño y que tendrán un solo pastor (10,16). Este único pastor es el

hombre que contemplamos en la cruz bajo el letrero en tres lenguas: Jesús, el Nazareno, el

rey de los judíos.

Otro elemento significativo en relación con el letrero y la universalidad de su proclamación

es el sentido que puede tener la acumulación de un término en la perícopa porque en los

cuatro versículos de ésta aparece seis veces el verbo gravfw [grafo] en alguna de sus

formas. ¿Nos dice Juan algo sobre la Escritura en esta acumulación de formas verbales del

verbo escribir? La posibilidad de que con ello se esté diciendo algo significativo se afianza

si valoramos el tono de Pilatos con el que nos indica que lo que se ha escrito es definitivo

(19,22). El sentido posible de esta repetición de términos está iluminado por el empleo

sistemático que hace el evangelista de la expresión “estaba escrito” al introducir o aludir a

textos de la Escritura a lo largo del evangelio. Podemos pensar que Juan propone que el

plan que se ha venido develando en las Escrituras, ahora se ha cumplido; en el plan de

Dios este hombre es el Mesías esperado, lo cual está sintetizado en el letrero que

“representa el título de la nueva Escritura, cuyo contenido es Jesús, Mesías crucificado. Es,

4 Schnackenburg, El evangelio según san Juan II, 445-446 5 Ver Mateos-Barreto, El evangelio de Juan, 523-524.

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por eso, el código de la nueva alianza, que sustituye a la antigua y es universal, destinada a

todos los pueblos”6.

b. La belleza humana del cuerpo del crucificado: la plenitud de la vida en la muerte.

La composición que realiza Velázquez del crucificado nos permite apreciar un cuerpo

desnudo, mórbido y pleno de vida cuyos gestos y compostura fueron adquiridos –como ya

vimos- por Velázquez en el primer viaje a Italia en el que conoció en vivo y en directo tanto

el arte greco-romano como las obras de los artistas más sobresalientes tanto

contemporáneos como del Renacimiento7. A pesar de las evidencias del tormento y de la

muerte que leemos en la herida del costado derecho, el cuerpo contemplado es un cuerpo

que nos habla de la vida.

Al igual que en el cuadro del Cristo Crucificado, en el evangelio de Juan, desde el inicio

surge el tema de la vida. En 1,4a encontramos la identificación del Logos con la vida y en

1,4b la identificación de la vida con la luz. Aceptando que se refiera al Logos, ¿de qué vida

habla el evangelista cuando afirma que él era la vida? ¿Es algo que se posee -la existencia-

o es más bien la participación en la vida divina? Porque la vida en plenitud es la

descripción del ser del Padre (6,57), sólo le pertenece a Dios; pero un Dios que crea al

hombre “para que viva” y para que más allá de la existencia natural pueda hacerlo “en

comunión y acuerdo con Dios” 8 de tal manera que, partiendo de la fe, pueda vivir en

justicia y fidelidad a las exigencias de Dios. Esta es la vida de la que el evangelista nos

habla al proclamar que el Logos es la vida. Es la vida de Dios comunicada, es la vida de

Dios que se hace luz en Jesucristo. La palabra con la que Juan nos habla de esta vida de

Dios comunicada es zwhv [zoe] (1,4), término teológico favorito de Juan que emplea 36

veces en el evangelio y 66 en la totalidad de las obras joánicas, en principio podría

referirse a la vida natural por ser el más preciado don que tiene el hombre pero que finaliza

con la muerte. Sin embargo, Juan emplea yuchv [psiché] para referirse a la vida terrenal y

corpórea de los hombres y del mismo Jesús que termina con la muerte (10,11.15), descarta

el empleo del término bivo" [bios], que en el griego profano podía intercambiarse con zwhv

6 Ibid., 806. 7 “El Cristo Crucificado es un soberbio testimonio de hasta qué punto asimiló el clasicismo italiano. La severa dignidad del bello cuerpo varonil, con el rostro velado por la sombra de los cabellos, responde enteramente a la lección romana” (cfr. Pérez Sánchez, Velázquez y su arte, 240). 8 Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan I, 67

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[zoe], y convierte a éste en un término religioso preciso para hacer referencia a la vida

plena que está en el Padre y en Jesucristo (5,26; 6,57; 12,25; 14,6).

Ahora bien, teniendo en cuenta el trasfondo del Cuarto Evangelio, el sentido de zwhv [zoe]

es vida eterna -vaya o no acompañado del calificativo aijwvnio" [aionios]- en el sentido de

ser ésta la vida que vive Dios y que vive el Logos, Jesús, el Hijo, vida plena que dará a los

hombres que creen en él a través de la entrega del Espíritu9. El lenguaje del Cuarto

Evangelio tiene como referente la idea judía de vida plena que en el AT estaba representado

en la duración de la vida, en el bienestar o prosperidad económica y en la abundancia de

hijos, es decir, no existía un concepto de inmortalidad o de vida futura después de la

muerte; sin embargo, este concepto aparece tardíamente en Dn 12,2 estableciendo una

diferencia entre la vida terrenal y la vida eterna (ayye olam) tanto desde el punto de vista de

la duración que se concibe como indefinida, infinita, prolongada, como desde el punto de

vista de la calidad de esta vida10.

Este concepto de vida plena no tiene en Juan un sentido escatológico únicamente referido al

futuro, porque así como encontramos pasajes en los que la vida plena se alcanzará en el

futuro -al igual que en el texto de Daniel-, en otros esta plenitud es posible alcanzarla en

esta vida terrenal. En esta ambivalencia del sentido escatológico presente y futuro son

significativos los capítulos 5 y 11. En el primero de ellos, el evangelista afirma que al igual

que el Padre resucita a los muertos, el Hijo da vida al que quiere; también afirma que el que

escucha la palabra y cree en el Padre tiene vida eterna (5,21.24), pero inmediatamente

después anuncia la llegada de la hora (que ya ha llegado) en la que resucitarán los que estén

en los sepulcros que hayan obrado bien (5,25.28-29). En el mismo sentido es muy

significativo el diálogo entre Jesús y Marta en el episodio de la resurrección de Lázaro. Así,

en 11,23.24 encontramos que Marta cree firmemente en la resurrección después de la

muerte, pero en la respuesta de Jesús descubrimos el nuevo concepto de escatología

realizada, de tal manera que todo el que cree tiene la posibilidad de obtener la vida plena no

muriendo jamás (11,25-26). Por lo tanto, podemos afirmar con Schnackenburg que en el

Cuarto Evangelio la plenitud de la vida no es una plenitud que se alcance sólo tras la

muerte, sino una plenitud que se puede conseguir en el presente “que está determinado y

9 Ver Brown, El evangelio según Juan II, 1478-1481 10 Ver Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio, 153-156

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seguirá estándolo por la venida de Jesucristo, el Hijo que vive por el Padre y trae consigo la

forma originaria y esencial de la vida (5,26), dispone de la vida plenamente y la da con

superabundancia (10,10); porque ese Cristo sigue viviendo junto al Padre y como tal es la

fuente de vida para todos los que creen en él (17,2-3)”11.

Con respecto a estas dos escatologías del Cuarto Evangelio, Noratto12 plantea que el

evangelista tiene dos propósitos, a saber, por un lado, mostrar frente al judaísmo la

superioridad de la fe cristiana y por otro mostrar a la comunidad cristiana su exagerada

mirada hacia el futuro, como si sólo al final tuviese lugar la salvación, cuando lo

verdaderamente decisivo es la revelación de Dios en Jesús.

Por lo tanto, si la escatología es la “revelación definitiva del propósito de Dios creador del

hombre y del mundo, esto es, la última palabra que Dios quiere decirnos sobre nuestra

existencia y su destino final”13, el Cuarto Evangelio nos revela claramente que la plenitud

de nuestra existencia la podemos alcanzar en esta vida terrenal, nos revela que aquí es

posible pasar de la yuchv [psiché] a la (zwhv [zoe]) mediante la fe en Jesucristo, el Verbo

eterno encarnado, porque él es “el camino, la verdad y la vida” (14,6), “la resurrección y la

vida” (11,25), “luz de la vida” (8,12), da un agua viva que se convierte, en todo aquel que

la recibe, en “una fuente que brota en vida eterna” (4,14), es “pan de vida” que otorga vida

al que lo come, de tal manera que la vida es posible por Jesús de la misma manera que

Jesús vive por el Padre (6,27-58); pero esta realidad está siempre unida inseparablemente a

la fe, sólo así es posible que ”el viviente y el creyente” (oJ zwn kai; pisteuvwn [ho zon kai

pisteíon]) no muera jamás (11,26), porque de lo contrario “no verá nunca la vida” (3,36)14.

La vida que puede perderse es la vida de “este mundo”, expresión con la que Juan alude al

mundo que no pertenece a la esfera de Dios, es decir al mundo del pecado, la incredulidad o

el egoísmo; porque la vida verdadera y perdurable que se da en la existencia presente es una

“vida para siempre” que no puede ser destruida por la muerte. Esta vida verdadera -que es

la vida de Dios- es una participación en la vida de Dios, el viviente, origen de toda vida.

Por esto, el que tiene fe (3,16; 17,2-3) la recibe o participa en ella de manera personal ya

11 Schnackenburg, Evangelio según san Juan III, 431 12 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 341 13 Baena, “Prólogo”. En La venida de Cristo según San Juan, 18 14 Léon-Dufour, Vocabulario de teología bíblica, 945.

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que el que cree en Jesús entra también en una nueva existencia en la que el amor fraterno se

convierte en una obligación moral porque la vida que Dios otorga “es a la vez don y

tarea”15. Así, en esta nueva existencia, amarse unos a otros de la misma manera que Jesús

amó es el mandamiento cuya práctica permitirá reconocer a los que siguen a Jesús, porque

el que participa de la vida se convierte en vida para los demás y da la vida por los demás.

Este misterio de la vida perdurable y verdadera -como participación en la vida de Dios- es

el que contemplamos en el Cristo de San Plácido de Velázquez; puede que se haya acabado

la yuchv [psiché], pero en el cuerpo del crucificado percibimos la zwhv [zoe] porque en este

cuadro el pintor está haciendo teología juánica cuando nos presenta un cuerpo con signos

visibles de muerte pero rebosante de vida y paz; una teología que nos habla de una

escatología realizada en la vida terrenal porque el cuerpo del crucificado nos habla de la

vida que alcanzó, alcanza y pueden alcanzar los que contemplándolo creen en él, aquellos

cuya fe no queda limitada al campo intelectivo sino que tiene una fuerza capaz de

convertirla en una actitud de lealtad y seguimiento al Crucificado, al Hijo que fue fiel hasta

el extremo; y nuestro pintor sigue haciendo teología cuando desarrolla el tema del

crucificado dando al cuerpo una posición, y un leve movimiento curvilíneo cercano a la

composición propia de la estatuaria clásica, que nos recuerdan las obras de Polícleto o

Praxíteles en las que a través de su propio kanon representaban de manera ideal un héroe o

un dios; ahora el pintor nos ha representado al hombre y al Hijo al que Dios Padre ha

concedido su distintivo de Dios creador, a saber: la de ser y dar vida evidenciada en un

cuerpo que representa la plenitud de la humanidad según los preceptos estéticos de la

pintura y la escultura del siglo XVII. También esta imagen del crucificado solo en medio de

la inmensidad de la noche -adaptando las palabras del profesor Noratto16- invita a cada

espectador, en su respectivo kairós a buscar desde su libertad el sentido de la existencia

que lo conduzca a optar por la vida o por la muerte porque, sin olvidar a la comunidad en la

que se desenvuelve el sujeto humano, la respuesta de fe es siempre personal e individual, de

la misma manera que fue personal e individual la respuesta de Jesús al Padre.

c. Creer o no creer: la dualidad de la luz y las tinieblas.

15 Schnackenburg, Evangelio según san Juan II, 433 16 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 343

Page 74: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Siguiendo con la contemplación e interpretación del cuadro de Velázquez, así como se

captan con facilidad la armonía, la paz y la serenidad de Jesús de Nazaret, proclamado rey

de los judíos y Mesías salvador de toda la humanidad, que vive y ofrece la posibilidad de

vivir en plenitud, el espectador percibe con la misma fuerza la luz que resplandece e irradia

de este hombre crucificado.

Como vimos antes, desde el inicio del evangelio encontramos símbolos y metáforas que

nos obligan a realizar una lectura cautelosa, “no debe olvidarse que el símbolo penetra

todos los elementos y capas del libro. Nada hay en Juan que no esté tocado por él”17. Uno

de los primeros símbolos que ya comentamos consiste en la identificación entre el logos y

la vida plena y la vida plena con la luz (Jn 1,4). Al respecto afirman Mateos y Barreto “Al

identificarse con la vida, recibe la luz un sentido metafórico: es la evidencia de la vida (…)

No existe para el hombre una luz que no sea el brillo de la vida misma; al ver la luz lo que

se percibe es la vida misma (…) La luz es, por tanto, la vida en cuanto perceptible”18. Estos

autores explican a continuación que la novedad de Juan frente al AT que identifica la luz

con la Ley y Moisés, consiste en que para Juan la luz es la vida de Jesús manifestada en su

persona y sus obras; no se trata de una doctrina ni de una teoría, es una experiencia de vida

hecha presente y manifestada en Jesús19.

Esta comprensión de la Luz como vida contribuye a darle más fuerza a la lectura realizada

sobre el cuerpo humano contemplado en la cruz y que decíamos es un cuerpo hermoso

rebosante de vida humana plena, ajeno al sufrimiento y la muerte. Esta luz verdadera hecha

carne, que ha puesto su morada entre nosotros, es la vida de Jesús que nos ha permitido

contemplar la gloria de Dios. El sentido del término dovxa [doxa] tiene como trasfondo el

concepto de la gloria de Dios del AT, kabod, una gloria que no puede ser atribuida por los

hombres a Dios porque es una manifestación visible del ser, la naturaleza y la presencia de

Dios cada vez que realiza una acción salvífica a favor de los hombres (Ex 16,7-10); es, por

lo tanto, Dios mismo quien se concede la gloria para sí. Esta gloria era concebida en forma

de irradiación, esplendor o luz deslumbrante20; por ello no es extraño encontrar juntas las

imágenes de la luz y la gloria para referirse a la manifestación del poder de Dios salvando a

17 Castro Sánchez, Evangelio de Juan,23 18 Mateos-Barreto, El evangelio de Juan, 57 19 Ibid., 58 20 Dodd. Interpretación del Cuarto Evangelio, 213

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su pueblo “Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre

ti” (Is 60,1).

En la persona de Jesús, que es la Palabra de Dios hecha carne, Dios se ha hecho presente en

la esfera humana y es en ella donde se manifiesta la gloria de Dios (1,4); en Jesús se hacen

presentes los dos elementos del kabod: la presencia divina que se hace visible en obras

poderosas de carácter salvífico. Para Juan, esta dovxa [doxa] se manifiesta durante toda la

vida de Jesús y brilla a través de los signos milagrosos y obras que realiza durante su

ministerio en esta vida (2,11; 11,40; 17,4), no sólo después de su muerte21.

El concepto joánico de signo va más allá del carácter de signo mesiánico que tienen los

milagros en los evangelios sinópticos porque en Jesús, presencia y obrar de Dios, se cumple

el obrar escatológico de Dios; Jesús, el Hijo del Hombre que mora en la tierra, es el signo

por excelencia de Dios que da la vida a los que están muertos espiritualmente22, porque no

oír al Logos, no creer en él es lo mismo que la muerte, pero creer en él y escuchar su

palabra concede la vida eterna lo mismo que Dios levanta y vivifica a los huesos secos por

acción de su Espíritu (5,21-29).

En este sentido, los signos que realiza Jesús son la manifestación de su gloria, en la cual

estamos contemplando la gloria, el ser y la naturaleza de Dios. Por consiguiente, si en las

acciones de Cristo percibimos el resplandor del poder y la presencia de Dios, la

manifestación definitiva en donde percibimos con más intensidad la gloria divina es en su

propia entrega a la muerte por amor a la humanidad23.

Por esto en el Cristo de San Plácido percibimos con tanta intensidad la luz que irradia de

este cuerpo en el cual se está dando el misterio de la muerte y resurrección sin solución de

continuidad, porque esta luz es la manera visual de hacer presente la gloria, el resplandor de

Dios Padre en su acción salvífica por el Hijo, revelación que -en la cruz- sólo se puede

percibir y comprender a través de la fe.

En este orden de cosas es importante buscar el sentido del “fondo embetunado” sobre el

que resplandece el “cuerpo apolíneo”, sereno y plácido de Jesús de Nazaret. Velázquez ha

21 Brown, El Evangelio según San Juan II, 1475 22 Schnackenburg, El Evangelio según San Juan I, 387 23 Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio, 214

Page 76: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

eliminado todos los elementos narrativos en los que se desarrolla la historia de la pasión. La

figura del crucificado emerge en su majestuosa soledad sin un paisaje de fondo, sin ningún

personaje que contemple el acontecimiento; ni siquiera la madre y el discípulo amado -

figuras tradicionales en la iconografía del calvario- aparecen al pie de la cruz; por tanto,

contemplamos la gloria de Jesús en medio de un océano de soledad y oscuridad. Es de

suponer que esta composición elegida por el autor tiene toda una intencionalidad que alude

a Jn 1,5 “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”; porque en este

versículo encontramos de manera sintetizada en las imágenes de la luz y la tiniebla el

rechazo a la propuesta de Jesús por parte de los que no creyeron en él; sin embargo este

rechazo y esta oposición no lograron opacar la luz sino todo lo contrario, en medio de la

oscuridad brilla con más intensidad la gloria de Jesús, porque, a pesar del rechazo de los

suyos, los que sí le reciben obtienen la potestad de llegar a constituirse en hijos de Dios

(1,11-12). Por ello, esta oscuridad no es un ente pasivo, no es una simple ausencia de luz, es

un ente activo y negativo, hostil a la luz y que quiere eliminarla24. Este enfrentamiento tiene

antecedentes en textos literarios en los mitos del antiguo oriente que narran, por ejemplo,

la lucha de Marduk, héroe de la luz, contra las tinieblas cuya derrota permite la creación o

la redención del mundo25.

En el AT la luz y las tinieblas son apenas símbolos poéticos del bien como manifestación

de la belleza, del orden, y del mal como manifestación de lo oculto, caótico o amenazante;

en tiempos cercanos al NT se da un cierto dualismo moral en el cual estos dos principios

creados luchan por dominar a los hombres, siendo la luz el equivalente a la verdad y las

tinieblas el equivalente a lo perverso, aunque al final de la lucha Dios destruye el mal.

A pesar de estos antecedentes, el enfrentamiento que encontramos en el Cuarto Evangelio

es distinto; para Juan, Dios es luz y la Palabra, que es Dios, viene al mundo como luz del

mundo (8,12; 9,5) y trae la vida y la luz a los hombres (1,4; 3,19). Aceptar o rechazar a

Jesús es lo que distingue a los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas, término que al

final de su ministerio y en sus últimos días se hace prácticamente sinónimo de “mundo”26.

24 Mateos-Barreto, El evangelio de Juan, 60. 25 Sarasa, Para ser hijos de Dios, 80 26 Ver Brown, El Evangelio según San Juan II, 1490-91

Page 77: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Para comprender mejor el sentido activo que tiene la oscuridad del fondo del cuadro de

Velázquez, es preciso clarificar la relación entre las tinieblas que rechazan la luz y el

mundo que no conoció al Logos (1,5.9-10), para lo cual se debe tener en cuenta qué

sentido tiene para Juan el término kovsmo" [kosmos] el cual va a ser comprendido como

sinónimo de tiniebla.

En primer lugar es importante aclarar que el término kovsmo" [kosmos] es polisémico27, por

ello vemos que por un lado es la suma de todas las cosas creadas, es la morada en la que

viven los hombres, pero es también la humanidad y la realidad histórica o espacio vital en

el que viven los hombres; este concepto, que no escoge Juan al azar, sirve para expresar la

relación del Logos con el kovsmo" [kosmos] porque abarca tanto el sentido del orden de la

creación como el sentido de “historia” entendida no como proceso natural del devenir, sino

como historia humana en la cual los hombres alcanzan o no la salvación según obren

creyendo o no creyendo, conociendo o no conociendo al Logos. Es a este espacio vital y a

esta realidad histórica humana concreta a la que viene a iluminar el Logos, pero una

realidad histórica humana que en su comportamiento tiene la posibilidad de salvarse o

perderse.

Por ello el mundo no es malo en sí mismo pero puede serlo en tanto que no conozca o no

acepte al Logos, posibilidad que puede convertirse en realidad si se deja dirigir y dominar

por el mal. Por eso en la primera mitad del evangelio hay muchas referencias a la bondad

de Dios y sus planes salvíficos para el mundo. Jesús, luz del mundo (8,12¸9,5), es enviado

por el Padre para salvar y dar vida al mundo (3,17; 4,42; 6,33.51; 10,36; 12,47), para que

los que creen en él se conviertan en hijos de la luz (12,35-36). Por esto, los que se apartan

de Jesús28 y rechazan su oferta salvífica bajo la guía de Satanás son identificados como los

hijos de las tinieblas que viven en el “mundo”; así, tinieblas y mundo vienen a ser

sinónimos que engloban a los que no creen en Jesús y que con su actitud hostil lo

entregarán a la muerte. Sin embargo, este mundo de tinieblas, incredulidad y oposición es

vencido por Jesús en la hora de su pasión, muerte y resurrección (16,33). Esta dualidad de

la luz y la sombra es la paradoja que contemplamos en el patíbulo en el que hombre de

Nazaret, el Hijo, Rey y Salvador está muerto y resucitado. Nuestro pintor ha manejado la

27 Ver Schnackenburg, El Evangelio según san Juan I, 273ss 28 Ver Brown, El Evangelio según San Juan II,1481-83

Page 78: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

luz y la sombra dentro de los parámetros del tenebrismo barroco aprendido de Caravaggio,

pero le ha dado un alto contenido teológico. La humanidad de Jesús, que de manera

sacramental contemplamos en el pan y el vino de la Eucaristía, aquí se hace presente en el

valor sacramental que tiene este cuerpo bello y plenamente humano que brilla en la

oscuridad. Esta manera esencial de tratar la luz y la tiniebla tiene algo de teatralidad en su

aparente sencillez contrastada, por ello, al contemplar este Crucificado de San Plácido el

espectador se reconoce a sí mismo y reconoce su propia realidad humana limitada. En esta

representación le sale al encuentro su propio mundo: la luz y la sombra, el bien y el mal, el

amor y el egoísmo, la solidaridad y la soledad. Entrar en comunión con el Crucificado, en

su desolación, nos purifica en la medida que reaccionamos frente a esta situación y le

podemos preguntar a la noche cuál es su victoria.

d. Un rostro velado, gesto del cumplimiento: inclinando la cabeza entregó el Espíritu

Esta victoria sobre la muerte, sobre el modo de existencia que no ha sido iluminado ni

redimido29, nos la representa el pintor del Cristo Crucificado de San Plácido a través de

un cuerpo que no presenta evidencias de pasión ni de muerte sino pleno de vida y luz,

sereno y soberano reinando desde su trono, al que se ha subido libremente para culminar la

tarea encomendada por el Padre. Vemos la imagen de Jesús en la plenitud de su gloria con

el rostro inclinado después de haber pronunciado una última palabra: “está consumado”

tetevlestai [tetélestai]; este verbo, como sugiere Dodd, hace alusión a 17,4 cuando Jesús

expresa cómo él ha dado gloria al Padre “consumando” la tarea encomendada, porque a

través de él lo han conocido, han creído, han guardado su palabra (17,6-8)30; esta gloria,

que siempre es el resultado de una acción salvífica de Dios, se manifiesta en la obra

realizada por Jesús que lleva a cabo la obra por excelencia del Padre que resucita y da la

vida eterna a los que creen en él (5,17ss)31, y al igual que el Padre resucita a los muertos y

les da vida, también el Hijo da vida a quien quiere (5,21); por tanto, Jesús, consciente de

haber cumplido con la tarea de esta nueva creación inclina la cabeza y entrega el espíritu

(19,30) para que los que creen en él tengan vida plena (20,31).

29 Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio, 157 30 Ibid., 436 31 Léon-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan IV, 129

Page 79: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

El gesto de inclinar la cabeza lo expresa el evangelista con los términos parevdwken to;

pneu`ma [paredoken to pneuma], construcción inusual en la literatura para indicar la muerte

ya que el verbo paradidónai significa entrega deliberada32; entonces, el gesto con el que se

narra el hecho de morir adquiere un sentido de entrega y donación que interpela a los que lo

contemplan porque enfatiza el hecho de que está entregando voluntariamente el pneuma, el

aliento vital, consciente de que la tarea está terminada; como explica Dodd33 este término

griego está cargado semánticamente de las connotaciones que tiene el término hebreo ruah

-al que traduce-. Ruah es el principio de vida que Dios le da al hombre en el momento de su

nacimiento y que retira en la muerte; ruah es poder sobrehumano, misterioso, es energía

activa, es fuerza irresistible, invisible que puede habitar e impulsar al hombre a realizar

hazañas imposibles de fortaleza; a los profetas les proporciona sabiduría y visión interior.

Con base en toda esta carga semántica, en el Cuarto Evangelio, pneuma tiene la

connotación de “realidad” o “ser absoluto” y como tal está fuertemente unido a “verdad”;

es una realidad viviente, poderosa y que da vida. El Logos, siendo pneuma se hizo carne y

se entregó a sí mismo a la muerte por amor a la humanidad, lo cual hace posible un nuevo

nacimiento para el hombre, una “ascensión” a la realidad divina porque sólo la muerte y

glorificación de Jesús hacen posible la participación real del hombre en la “verdad”, en la

“vida auténtica”.

Esta entrega del espíritu, que no es un hecho constatable con los sentidos, la hace visible el

pintor del cuadro en la representación del gesto de inclinar la cabeza. Sabemos que

Velázquez, como buen alumno de Pacheco, está siendo fiel a los conceptos del Taller

Sevillano donde aprendió lo conveniente que era presentar inclinada la cabeza del

crucificado para establecer una comunión más directa entre la obra y el fiel devoto, orante a

los pies de ésta. Tres siglos después, los espectadores que contemplan la obra en el Museo

del Prado, en la propaganda de la página del Museo en la carrera séptima de Bogotá o en el

separador de libros de la librería Sicomoro, siguen percibiendo que no ha perdido fuerza en

su función comunicativa, que ese rostro apenas visible, velado por el cabello, puede

tocarnos y hacernos comprender que el hombre del patíbulo -convertido en trono- ha

seguido ejerciendo su tarea salvífica-creadora hasta el último suspiro de manera libre y

voluntaria. Velázquez, el pintor laico y flemático ha realizado una transcripción literal de la

32 Ibid., 131 33 Ver Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio, 119-132

Page 80: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

narración del evangelista, el cual, en voz activa, de manera breve y sucinta nos informa

acerca de las dos últimas acciones de Jesús que venimos analizando: inclinar la cabeza y

entregar el espíritu. Los comentarios a los dos textos narrativos, sea el pintado o el escrito

coinciden en subrayar la actitud de Jesús de entrega, sumisión, libertad y voluntariedad del

gesto, encontrando una estrecha relación con 10,18 “nadie me quita la vida sino que yo

mismo la doy”.

Sin estar de rodillas ante el cuadro sino sentada en el piso del Prado madrileño o en la

acera bogotana, el rostro -que se ve y no se ve- nos interpela y nos convoca a la praxis del

amor fraterno, porque, de alguna manera, tras el velo se nos revela algo del misterio de la

muerte de Jesús y del misterio de nuestra propia muerte. Porque no podemos entender sino

como misterio el hecho de que el Dios Padre que tanto amó a su Hijo, y que ofrece la vida

eterna al que cree en su Palabra, haya permitido y aceptado la muerte de su Hijo. El Dios

creador del hombre y del mundo nos ofrece una nueva posibilidad de vida, su nueva

creación se hará posible en los hombres y mujeres que opten por el amor, la fraternidad y el

servicio; será posible para hombres y mujeres que crean en el Crucificado, en sus Palabras

y en sus obras, una creencia que les lleve a ser fieles al Crucificado, una fidelidad que

llevará a la entrega del espíritu, es decir a la muerte, a sabiendas de que es allí en donde se

dará el pleno cumplimiento de la voluntad del Padre.

De acuerdo con Gadamer, podemos afirmar que entrar en comunicación con el Cristo

Crucificado es participar y padecer, es sentirse arrastrado y poseído por la contemplación,

sentimiento que no se agota en la contemplación sino que permanece y compromete34;

porque ayer y hoy la narrativa de Velázquez la leemos como una theoria que nos produce

el mismo desconcierto que produjo a los primeros creyentes el escándalo de la cruz unido a

la esperanza de la Resurrección, siempre sucediendo por la acción del Espíritu. La cabeza

inclinada, signo quizás poético para indicar la sumisión a la voluntad del Padre, nos invita a

preguntarnos acerca de lo que el Padre quiso de Jesús y quiere de nosotros y,

especialmente, preguntarnos porqué su obra de salvación tuvo que pasar y sigue pasando

por la cruz. Esta es la gran pregunta: ¿Por qué la muerte en cruz?

34 Gadamer, Verdad y método I, 170

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La causa de la muerte del Justo: El Cumplimiento de las Escrituras1

Nadie fue ayer,/ni va hoy,/ni irá mañana

hacia Dios/ por este mismo camino/ que yo voy

León Felipe

La pregunta que hoy nos hacemos al contemplar al Crucificado fue la gran pregunta y la

gran incógnita de las primeras comunidades cristianas, porque la experiencia de la

Resurrección no obvió que en los primeros creyentes se viviera de manera dolorosa el

escándalo y la frustración de la cruz. Ya vimos en el primer capítulo que la representación

gráfica de este hecho sólo apareció después de varios siglos de crecimiento y expansión de

la fe en el Resucitado, tras una larga reflexión sobre lo vivido y de manera paralela a la

reflexión teológica-cristológica. En el caso de la narración escrita, aunque los textos

aparecen mucho más cercanos a los hechos, el interés no se centra en recolectar datos que

permitan reconstruir los acontecimientos de la pasión para promover la piedad y la

devoción, sino en encontrar respuesta al escándalo y la frustración. ¿Por qué Jesús de

Nazaret, el hombre bueno que vivió haciendo el bien muere de manera injusta, solo y

aparentemente abandonado de Dios, su Padre?

Lo que había pasado debía tener una lógica dentro de lo vivido en la historia pasada,

presente y futura. Así, desde la fe pascual, la muerte y la resurrección de Jesús se

comprendieron como el primer acto de la futura resurrección de los muertos. Por esta razón

una y otra vez se releen los hechos y éstos cobran sentido a la luz de la Escritura. En ella

encuentran que lo vivido en la cruz está ya anunciado y que lo sucedido es el cumplimiento

de la voluntad de Dios.

a. Pablo

Antes de que aparezca una narración estructurada de la pasión encontramos la

proclamación más antigua de la muerte y resurrección de Jesús como cumplimiento de las

Escrituras en 1Co 15,3-4. Este antiguo kerigma nos dice que Jesús muere “por nuestros

1 El texto que sigue está basado en el texto de M. Dibelius “La historia de la Pasión”. En La historia de las

formas evangélica., Valencia: Edicep, 1984. Pg 177-210.

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pecados, según las Escrituras” y que “resucitó al tercer día, según las Escrituras”. Sin citas

concretas, pero con el teologúmeno “al tercer día”, fórmula teológica acuñada con la que se

expresa un tiempo definitivo de salvación o una manera salvífica particular de intervenir

Dios en la historia según aparece varias veces en el AT (Os 6,2; Ex 19,10-16; 2Re 20,5

etc.), Pablo nos indica que el acontecimiento Pascual es algo que transciende el acontecer

histórico, y que en él Dios habló y actuó de manera salvífica –como lo venía haciendo en la

historia-, como estaba recogido en el Antiguo Testamento para lo cual repite dos veces la

expresión “según las Escrituras”2.

En un tiempo relativamente corto los hechos acaecidos van conformando una narración de

la historia de la pasión que deja muy poco espacio a las interpretaciones. Esto se ve

claramente al observar cómo el Cuarto Evangelio, que trata con gran libertad otros

acontecimientos, se ajusta al esquema de la pasión común a los sinópticos3. En este

esquema común van apareciendo las alusiones y las citas del Antiguo Testamento con las

que cada vez se afianza más la convicción de encontrar la lógica de la muerte en el

cumplimiento del plan de Dios. Las referencias no siempre son claras, porque la intención

no es probar sino establecer una relación entre la pasión y las Escrituras; de igual manera

la narración del sufrimiento y la muerte de Cristo no centra su atención ni en el acontecer

histórico ni se muestran como algo heroico para conmover y sensibilizar, porque el interés

está en mostrar que todo lo sucedido tiene un sentido profundo en la perspectiva de la

historia de la salvación4.

b. Los sinópticos

Cada evangelista le da un enfoque especial a la manera cómo él y la comunidad a la que se

dirige experimenta el cumplimiento de la Escritura; así Marcos, el más cercano a la

narración primitiva anuncia que la pasión es cumplimiento de la voluntad de Dios; este

anuncio está presentado con gran austeridad y carece de elementos que muestren los

sentimientos de los actores ni tiene en cuenta los de los lectores; por otro lado, el anuncio

del cumplimiento de la voluntad de Dios se fundamentará en el Antiguo Testamento. En

este evangelio las referencias a la Escritura se harán más que con citas expresas -de las

2 Baena “Evangelización y Evangelio”. En Nueva evangelización Evangelio y Comunidad Solidaria, 42 3 Dibelius, “La historia de la Pasión. En La historia de las formas evangélicas,178 4 Ibid.,183

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cuales sólo hay una-, con la utilización de términos importantes del AT y de alusiones o

referencias más o menos claras5.

Puede que en ocasiones estas alusiones no respondan a la historia; lo importante de ellas es

que los hechos que narraban correspondían a la voluntad de Dios dentro de la historia de la

salvación6. El evangelista adjudica un valor universal a la salvación que ofrece Jesús al

trascender las fronteras del judaísmo y llegar al mundo pagano al darle el valor de “signo”

a las palabras del centurión en las que reconoce a Jesús como el Hijo de Dios7.

Mateo, aunque amplía el material de la pasión con leyendas o retoques legendarios, no le da

una nueva interpretación a la historia de la pasión aunque sí introduce un cierto enfoque

cristológico puesto que Jesús aparece, en medio del sufrimiento, como el Hijo de Dios

dotado de poder, dueño de su destino. En este evangelio el Resucitado somete a todos los

pueblos y así, los rechazados del antiguo Israel (Mt 21, 31-32), junto con los gentiles

convertidos, se convierten en el nuevo pueblo de Dios (Mt 21, 43)8.

La redacción de Lucas es testimonio evidente de que la historia de la pasión y de la pascua

continuó su desarrollo dentro de la comunidad. Este evangelista realiza una tarea muy

peculiar con la historia de la pasión -al igual que con el material de todo el evangelio- al

tratar de darle un carácter de historicidad a los hechos narrados (que en principio han

nacido como una reflexión teológica a partir de una experiencia de fe y no con intención de

contar una historia). Lucas, el único sinóptico merecedor del título de “historiador”, se

desvía de la orientación seguida por los otros Evangelios y, por necesidades “literarias” de

“historiador” emprende una exposición de los hechos que tiene en cuenta el aspecto

humano-psicológico. Entonces, el elemento típico de la pasión de Lucas es la perspectiva

desde la que interpreta y aclara a sus lectores la pasión de Jesús: El Salvador que sufre es

para Lucas el hombre justo que, atacado por los poderes malignos, se convierte en modelo

del sufrimiento inocente. Literariamente la composición nos muestra el espectáculo de la

pasión como si fuera un martirio9.

5 Ibid. 6 Ibid., 185-186 7 Ibid., 191-192 8 Ibid., 194 9 Ibid., 196

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Jesús muere expresando su confianza en Dios, de tal manera que su fortaleza en el

sufrimiento es capaz de convertir al centurión. Sin embargo, quien habla en Lucas a través

de este personaje no es el paganismo que reconoce a Jesús como el Hijo de Dios sino el

individuo que expresa el convencimiento de que Jesús es inocente “Ciertamente, este

hombre era justo”. La gente, que en la representación de los hechos desde la perspectiva de

Mateo asumía obstinada su responsabilidad y conjuraba así la fatalidad sobre el pueblo

judío (Mt 27,25), en la narración de Lucas se da golpes de pecho y vuelve a casa

impresionada tras los sufrimientos inmerecidos del mártir, que el evangelista califica de

“espectáculo” q e wr iva [theoria] (Lc 23,48)10. Al igual que en el teatro griego (q e va t ron

[theatron]), se ha producido una catarsis en los espectadores que han contemplado lo

sucedido por lo que regresan a sus casa llenos de misericordia y arrepentimiento.

c. Juan

Por último, en el evangelio de Juan, éste reelabora con cierta libertad la tradición que había

presentado Mateo en la que el Resucitado había recibido todo poder convirtiéndose en el

tema dominante de todo el Cuarto Evangelio, el cual nos presenta la pasión como

cumplimiento del Antiguo Testamento, como realización, por consiguiente, de la voluntad

divina, como plenitud de la historia de la salvación11.

En este evangelio hay un gran interés en mostrar a Jesús como el Mesías prometido por la

Escritura. Aunque las citas del AT no son muy numerosas12, -si se compara con los

sinópticos- y a pesar de que en muchas ocasiones se cita libremente de memoria, hay que

señalar que la manera de utilizar las citas y las alusiones y la profundización en el sentido

de las mismas, demuestran el vasto conocimiento que tenía Juan del AT sin cuyo apoyo y

fundamento es inconcebible el Cuarto Evangelio. El Dios del AT único, santo, dominador,

misericordioso y salvador se revela en Jesús al pronunciar la fórmula de revelación e jg wv

e ijm i [ego eimi]13. Las distintas metáforas en las que se expresa la realidad vivificante de

Jesús (agua viva, pan de vida, luz de vida, puerta por la que entra la vida…) son variantes

10 Ibid., 198 11 Ibid., 199 12 No hay unanimidad en los autores acerca del número de referencias al AT que se encuentran en el Cuarto Evangelio. Para Mateos y Barreto hay apenas 13, para Schnackenburg, 19, para Brown 27. 13 Ver Schnackenburg, Evangelio según san Juan I, 149-152

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de un único tema: Jesús es el don de Dios que ha venido para que los hombres tengan vida

y la tengan en abundancia (10,10)14.

Pero además de las citas y alusiones que hallamos en el texto, es importante tener en

cuenta que éste se encuentra atravesado por distintas líneas teológicas del AT las cuales

convergen en la cruz de Jesús. Desde la realidad del crucificado, Juan mira el AT, lo

interpreta o se sirve de él para expresar su experiencia de Jesús en el cual se ha cumplido el

designio creador de Dios15, una creación que se sigue dando al ofrecer al hombre la

posibilidad de constituirse en Hijo de Dios y participar de la Vida Plena mediante la fe en

Jesús, el Mesías, el Cristo, una creación que se realiza por la acción del Espíritu que Jesús

entrega en la cruz.

Para resaltar el cumplimiento de la Escritura Juan utiliza unos términos y unas fórmulas

sobre las que es importante llamar la atención16; así vemos que emplea los verbos g r a vfw

[graphō], plh r ovw [pleroō] o t e le io vw [teleioō] y el sustantivo g r a fh v [graphē] para

introducirlas; pero también es muy significativo el empleo del adverbio ka q wv" [kathōs] y la

conjunción final i{na [hina] por el sentido diferente que adquirirán las fórmulas, las cuales

responden a esquemas estereotipados:

ka q w;" ei \p en jH s a ivŸ a " oJ p ro fhv th" . 1,23 como dijo Isaías el profeta o{ti g eg ra m m evn on ejs tivn : 2,17 que está escrito ka q wv" ejs tin g eg ra m m evn on : 6,31 como está escrito

e[s tin ge gra m m evn on ejn toi`" prof hv ta i " 6,45 está escrito en los profetas ka q w;" ei \p en h J gr afhv 7,38 como dice la escritura

e[s tin ge gra m m evn on ejn t w/ n ovm w/ 10,34 está escrito en la ley i{n a oJ l ovg o" jH s a ivŸou tou ` p r ofhv tou

pl hr wq h/ 12,38 para que se cumpla la palabra del

profeta Isaías i{n a hJ g raf h; pl h rwq h/ 13,18 para que se cumpla la escritura i{n a pl hr wq h/ oJ l ov go" oJ ejn t w/ n ovm w /

au jtwn ge gra m m evn o" 15,25 para que se cumpliera la palabra

escrita en su Ley i{n a hJ g raf h; pl h rwq h/ 19,24.36 para que se cumpliera la escritura

eJt evra gra fh; l evg ei 19,37 otra escritura dice

14 Ibid., 184 15 Mateos y Barreto, El evangelio de Juan, 17-19 16 Sarasa, La filiación divina de los creyentes según el sintagma tekna tou theou en Jn 1,12b y 11,52bc, Tesis Doctoral, inédita, 2009.

Page 86: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Hay que subrayar que en la primera parte del evangelio 1-12 se usa ka qwv" [kathōs] para

introducir las fórmulas, pero en 13-21 se usa i{ na [hina]. Tal vez, como dice Segalla,

mientras en la vida pública hay una relación de comparación con la historia bíblica, en la

pasión, muerte y resurrección hay una perspectiva de cumplimiento17. Este detalle no es

superfluo y, por el contrario, apunta a que en el Cuarto Evangelio la finalidad tiene una

importancia capital. Porque entender que la muerte de Jesús, además de suceder como

cumplimiento de la Escritura, tiene una finalidad hace que la reflexión sobre la acción

salvadora de la vida, muerte y resurrección de Jesús se constituya en el centro de la

reflexión sobre lo que está aconteciendo en la comunidad de creyentes.

A propósito de la forma como se introducen las fórmulas de cumplimiento de la Escritura

en la segunda parte, es llamativa la intencionalidad. Como bien lo afirma Dibelius: “lo que

dio origen a estas instancias veterotestamentarias de la historia de la pasión no fue el celo

exegético, sino haber comprendido las cosas desde la perspectiva de la historia de la

salvación”18.

Por consiguiente, tenemos que preguntarnos por el sentido salvífico de la muerte de Jesús,

tenemos que buscar la finalidad profunda de este hecho soteriológico en el que se cumple

la voluntad divina manifestada en el AT y presentada por el Cuarto Evangelio como la

plenitud de la historia de la salvación.

17 Segalla, “La Scrittura nel Quarto Vangelo”, StPat (Studia Patavina) 36 (1989) 89-113. 18 Dibelius, “Historia de la Pasión. En La historia de las formas evangélicas, 183

Page 87: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

La finalidad de la muerte del Justo

Vuestra soy, para Vos nací,

Vuestra soy, pues me criasteis,

Amor dulce, veisme aquí:

¿qué mandáis hacer de mí?

Teresa de Jesús

a. Para ser hijos de Dios

La muerte de Jesús de Nazaret, que ha muerto porque éste es el designio de Dios que se ha

venido anunciando en las Escrituras y que ha tenido su cumplimiento en la aceptación y

entrega voluntaria de Jesús, debe tener una finalidad precisa que permita comprender el

designio de Dios que parece desconcertante.

Hacia el final de la primera parte del nos encontramos con que los signos realizados por

Jesús han generado gran inquietud y zozobra entre los judíos (10,19.20.24.31.39), esto

unido al anuncio de universalidad pronunciado por Jesús desemboca en lo que podemos

considerar el juicio anticipado del Sanedrín, en él nos encontramos con el motivo y la

finalidad de la muerte de Jesús.

En el contexto histórico podemos aceptar que la causa de la muerte de Jesús es una cuestión

coyuntural política, social y religiosa semejante a la de cualquier otro gran hombre que

haya dado su vida por una causa noble, más o menos revolucionaria, en pro de sus

semejantes. Pero el , como los evangelios sinópticos, nos habla con un lenguaje y una

intencionalidad teológica. La muerte de este hombre no es una cuestión política coyuntural,

sino que tiene una razón de ser mucho más profunda expresada ahora en las palabras de

Caifás, el sumo sacerdote y que tiene que ver con la salvación de la nación (11,49-53). De

esta manera, lo que pudo ser una causa de carácter más o menos social se convierte en una

finalidad que no se alcanza a percibir analizando exclusivamente los hechos históricos. Las

palabras de Caifás y el comentario siguiente del evangelista nos aclaran que la muerte de

Jesús tiene un fin salvífico, es decir, Jesús muere para salvar. Pero, salvar a quién, de qué y

por qué?

Page 88: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

Para responder estas preguntas es pertinente tener en cuenta el sentido que pueden tener los

dos términos que emplea Caifás, así como lo que el propio evangelista considera una

profecía de la muerte de Jesús. Caifás opone los términos pueblo l a o " [laos] y nación

e [q no " [ethnos]. Pero, ¿realmente tienen un sentido diferente? Fuera de este contexto, la

mayoría de los comentaristas consideran que el primero tiene una connotación religiosa al

hacer alusión a los hombres con los que Dios hace una Alianza, es decir, al ya sea en la

antigua o en la nueva Alianza, y que el segundo término se refiere a Israel como una

realidad con entidad política distinta a otra1. Sin embargo, en la interpretación que hace el

evangelista de las palabras de Caifás parece que no opone los términos, sino que los

entiende como una misma cosa bajo el término e [q no " [ethnos], aclarando que, además de

salvar a la nación, unirá a los que están dispersos, los que nombra con el término t e vkna

t o u q e o u t a; d ie s ko rpis me vna [tekna tou theou ta dieskorpismena] hijos de Dios

dispersos (11,52).

Nuevamente surgen las preguntas, a saber: ¿de qué salva, cómo salva y quiénes son los

hijos de Dios dispersos a los que reúne?

Volviendo a los dos términos empleados por Caifás, mirando su significado a lo largo de

los textos bíblicos encontramos que en el AT hebreo designa al pueblo de Dios con el

término עם [´am], mientras que las naciones extranjeras se nombran con el término םyגו

[goyim]. En la Biblia griega estos términos se traducen por e [q nh [ethne] para nombrar a

los pueblos que no forman parte del pueblo de Dios y por l a o v" q eo u [laos theou], para

referirse de manera específica a Israel como pueblo de Dios, refiriéndose al pueblo como

una unidad, no a la gente en general. La elección de l a ov" [laos] frente a e [q no " [ethnos]

en el texto griego quizás se deba a que es un término más propio de la poesía que de la

prosa, un término poético solemne, levemente arcaico común en los poetas griegos2.

Otro aspecto que pudo influir en la elección de estos dos términos está en la distinción de

carácter nacional o cultural que hacían los griegos entre e [llhne " [ellenes] y e[q nh [ethne]

al describir con este último, de manera despectiva, a los pueblos no griegos; aunque en el

1 Castro Sánchez, , 267. 2 Kittel-Gerhard, Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento, 489.

Page 89: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

caso bíblico la distinción que se establece tiene un carácter principalmente ético-religioso

más que cultural o nacional.

Este hecho lingüístico muestra la necesidad que se sintió de tener una palabra especial para

nombrar un pueblo cuya experiencia nacional adquirió un sentido religioso y en la cual

comenzó a revelarse el designio de salvación, entendiendo por salvación “la acción con la

cual Dios, directamente o por medio de mediaciones/mediadores, viene en socorro del

hombre y lo libera de la culpa/pecado, entendido últimamente como rechazo de la oferta

divina de hacernos participar de su vida. Es el sí victorioso y perennemente válido de Dios

en su entrega absoluta y definitiva por la vida del hombre”3.

Por tanto, comprendemos la salvación como la participación del hombre en la vida de Dios,

como la posibilidad de cambiar la naturaleza del hombre que se encierra en sí mismo, por la

naturaleza divina que sale de sí misma. Es pasar de la vida centrada en el egoísmo a la vida

centrada en el amor y la donación. Podemos pensar que este cambio constitutivo es una

elección tan radical en la vida que se podría comparar con el enfrentamiento entra la luz y

la oscuridad que nos han presentado Velázquez en el Cristo de San Plácido y Juan en el

Cuarto Evangelio. Jesús es la luz que el mundo puede acoger o no, es la salvación, el amor

y la vida por la que el hombre y la mujer pueden optar y no quedarse en el pecado, en el

egoísmo y en la muerte; pero esta salvación es un camino de doble vía, viene de arriba y va

hacia arriba ya que la oferta salvífica la hace Dios y el hombre en su libertad la toma o la

deja, opta por la vida o por la muerte, por la luz o por las tinieblas, por Jesús o por el

mundo.

La fidelidad de Dios a esta oferta salvífica y la respuesta del hombre ante ella ha sido

expresada en el AT a través de un lenguaje en el que abundan las imágenes poéticas y las

metáforas con la cuales es quizás más fácil expresar el misterio profundo que encierra esta

relación entre Dios y los hombres. Así encontramos la designación de Israel como Pueblo

Santo4 (Dt 14,2) para expresar que lo ha elegido y lo ha puesto aparte entre las naciones;

esta elección trae como consecuencia que se va a establecer una relación estable y

permanente que permitirá desarrollar el plan salvífico, relación que se expresa con la

3 Rossano-Ravasi, Nuevo diccionario de Teología Bíblica, 1598 4 Para las imágenes que siguen ver Léon-Dufour, Vocabulario de teología Bíblica, 743, 378, 948, 304

Page 90: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

metáfora de que Israel es su propiedad y su herencia (Ex 19,5; Dt 9, 26), porque tener una

tierra es lo que permite a un padre y a sus hijos poder vivir sin depender de otros. Sin

embargo, la experiencia del pueblo elegido puso en evidencia que para que se diera esta

relación estable y permanente se necesitaba tanto el esfuerzo del hombre como la

generosidad sin límite de Dios; por esto la metáfora de la viña (Is 5,1), imagen habitual en

el mundo Mediterráneo, será el recurso poético con el que se exprese esta relación en la

cual a pesar de la fragilidad y pobreza constitutiva del hombre es posible obtener frutos

gracias al misterio profundo del amor de Dios. Pero es quizás en la analogía del amor

conyugal despreciado por la esposa (Os 2,4ss; Ez 16,8ss) donde mejor se expresa esta

oferta salvífica en la que nunca falta el amor fiel y constante de Dios, que seduce y vuelva a

enamorar, a pesar de las infidelidades del pueblo.

Todas estas imágenes nos ponen de manifiesto que Dios es quien hace la oferta salvífica y

se mantiene fiel a ella, pero lo más significativo del plan salvífico de Dios es que siempre

ha respetado la libertad de su pueblo; un pueblo que no puede ser salvado por Dios

evadiendo la historia y que no encuentra a Dios en la soledad de una vida religiosa separada

del mundo sino todo lo contrario, que se salva en la relación de servicio al otro; así el

huérfano, la viuda y el extranjero del AT representan a todo necesitado, excluido, enfermo,

oprimido. Cuando no se actúa acorde con esto, el plan de Dios parece que se trunca, pero

Dios vuelve e insiste; por ello encontramos en el AT que Dios purifica a su pueblo,

cambiando su corazón derramando en él su Espíritu (Ez 36,26); elimina a los pecadores

para conservar un resto humilde y justo (Is 10,20s; Sof 3,13); de tal manera que con este

pueblo creado por él (Is 65,18) concluirá una nueva alianza (Jr 31,31; Ez 37,26).

También vemos que en el AT se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues las

naciones van a unirse a Israel (Is 2,2); tendrán parte con él en la bendición prometida a

Abraham (Jr 4,2) y participarán en la alianza cuyo mediador (Is 42,6) será el misterioso

siervo de Yahveh5.

En el NT, el empleo de laov" [laos] nos evidencia que se ha dado el ensanchamiento de

fronteras anunciado en el AT. En Hch 15,14 l a o v" [laos] abarca a todos los creyentes tanto

judíos como gentiles; ahora, un l a o v" [laos] espiritual reemplaza al l a o v" [laos] biológico;

5 Ibid.,747

Page 91: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

en apoyo de esto Pablo cita a Oseas 2;23 “Así que Dios nos llamó, a unos de entre los

judíos y a otros de entre los no judíos. Como se dice en el libro de Oseas: “A los que no

eran mi pueblo, los llamaré mi pueblo; a la que no era amada, la llamaré mi amada” (Rm 9,

24-25). El pueblo elegido, que debía ser testigo de Dios en el mundo es remplazado por la

Iglesia que se nombra con las mismas imágenes o metáforas que habían descrito en el AT la

relación entre Dios e Israel, así ésta es “pueblo de su propiedad” (Tt 2,14), “familia

escogida”, “una nación santa”, “un pueblo adquirido por Dios”(1 P 2, 9-10). En el

Apocalipsis la iglesia es el l a o v" q eo u [laos theou] de las profecías de Za 2,4 y Ez 37,27 “Y

oí una gran voz del cielo, que decía: «El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él

morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap

21,3).

El estudio minucioso de estos dos términos en el NT y, en el caso que nos ocupa, el , nos

permite plantear la posibilidad de que esta “ampliación de fronteras” anunciada en el AT y

realizada en el NT elimina la antigua distinción entre e [q nh [ethne] y l a o v" [laos].

En el Cuarto Evangelio nos encontramos dos particularidades lingüísticas, por un lado no

menciona el término iglesia y por otro es inquietante y revelador el escaso uso que hace

Juan de los términos lao v" [laos] y e [q nh [ethne], así como el enfrentamiento que hace de

los mismos en Jn 11,50.

Con respecto a la ausencia del término Iglesia se ha planteado una teoría interesante sobre

el sentido simbólico que tienen en este evangelio de la madre y los discípulos. Según

algunos autores6, la iglesia como nueva comunidad cristiana que reemplaza al antiguo

Israel aparece de manera simbólica en la madre y los discípulos al inicio de la vida pública

de Jesús en las bodas de Caná, de la misma manera que aparece en la madre y el discípulo

“a quien amaba” presentes al pie de la cruz.

Sin embargo, aunque es muy sugestiva esta lectura simbólica, la hipótesis no se sustenta

fácilmente desde el punto de vista textual ni es relevante en la iconografía joánica que nos

ocupa, en la cual hay, sin duda, una intencionalidad al mostrar la gloria del crucificado en

medio de la noche total y en la más radical soledad humana sin madre ni discípulos ni

6 Mateos-Barreto, El , 157.

Page 92: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

seguidores ni victimarios; el evangelista y el pintor nos presentan a Jesús en la intimidad

profunda de unión con su Padre al que glorifica en el acto final de entrega del Espíritu

(19,30) que pone fin a una vida terrenal vivida en comunión amorosa con el Padre y en la

cual, a través de los signos realizados, manifestó siempre la gloria de Dios. Por ello esta

entrega del Espíritu, permitirá a los que lo reciban y crean en él constituirse en hijos de

Dios (1,12).

Por esto es necesario mirar con detenimiento el uso de los términos l a ov" [laos] y e [q nh

[ethne] en Jn 11,50. En primer lugar llama poderosamente la atención que l a ov" [laos] y

e [q nh [ethne] aparecen muy pocas veces, mientras que o [cl o " [ojlos] y Æ I o u d a io"

[Ioudaios] abundan en el texto ya que o [cl o " [ojlos] se emplea en 20 ocasiones y

Æ I o u da io " [Ioudaios] es utilizado 71 veces7. Este dato numérico nos hace pensar que debe

haber una intencionalidad precisa en este manejo tan particular del vocabulario.

Observamos que o [cl o " [ojlos] se emplea en el evangelio con un sentido genérico de

multitud, turba, gente, que en ocasiones parecen estar movidos por una emoción o

sentimiento fuerte; por otro lado y con respecto al término Æ I ou d a io " [Ioudaios] judíos, es

más difícil determinar el sentido preciso que adquiere en el texto ni hay unanimidad en los

autores sobre los diversos sentidos que pueda tener.

Para Brown8 el uso del término judíos evidencia la actitud polémica del Cuarto Evangelio

que ataca la postura religiosa del judaísmo. Este autor recoge la opinión de Grässer que

considera que el término no permite sustentar esta actitud joánica por considerar que su

empleo tiene distintos matices de significado en el evangelio; por ejemplo, tiene un sentido

religioso y nacional cuando habla con la samaritana (4,22), abarca tanto a los judíos

enemigos de Jesús como a los que creen en él especialmente en los capítulos 11-12, o tiene

un sentido neutro cuando se refiere a las fiestas o costumbres de los judíos (2,6.13; 7,2). Sin

embargo, Brown considera estos empleos como excepciones, por lo que afirma

categóricamente que “los judíos” es casi un término técnico para designar a las autoridades

religiosas, sobre todo las de Jerusalén, que se muestran hostiles a Jesús. Para ello se basa

en tres argumentos, a saber: en muchos caso el sentido de judíos no tiene ninguna

connotación de diferenciación étnica, geográfica o religiosa, en otras ocasiones se habla

7 Ortiz, Concordancia Manual y Diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento 8 Ver Brown, El evangelio según Juan I, 78-82

Page 93: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

indistintamente de judíos o de sumos sacerdotes o fariseos y en tercer lugar este sentido lo

deduce por comparación con los sinópticos dando como ejemplo que en Jn 18,28-31 son los

judíos los que llevan a Jesús ante Pilatos, mientras que en Mc 15,1 es el Sanedrín el que

realiza esta acción. Para justificar esta interpretación Brown se ubica en el contexto en el

que se escribe el evangelio, posterior a la diáspora del año 70 cuando ya han desaparecido

las diversas formas de judaísmo y sólo subsisten los fariseos, siendo precisamente con ellos

con quienes se vivieron los enfrentamientos en las sinagogas, como claramente refleja el

Cuarto Evangelio.

Por su parte Luis Guillermo Sarasa9 considera que el término, a pesar de los diversos

significados que adquiere a lo largo del texto, no tiene un sentido claramente negativo y que

seguramente alude a los judíos que no creen plenamente en Jesús. Este autor hace un rápido

recuento de las opiniones de diversos autores; entre ellas mencionamos la de Tuñi-Vancells

quien considera que en el evangelio no se habla de un grupo concreto de la época de Jesús y

que las discusiones que se plantean se centran más en los problemas de la época del autor

que en la problemática de los tiempos de Jesús. También puede ser iluminadora la opinión

de Boismard quien considera que para entender la polisemia del texto hay que hacer una

lectura diacrónica teniendo en cuenta sus distintas capas literarias.

Otro de los autores citados por Sarasa es Schnackenburg10 el cual, además de distinguir

cinco sentidos del término Judíos, a saber: étnico, histórico (2), religiosos incrédulos y

autoridades hostiles considera que el trasfondo histórico de hostilidad contra los cristianos

es el que determina que bajo el término “los judíos” se esté representando al mundo hostil a

Dios (15,18-16,4; 16,8-11).

Según lo anterior, aceptamos que el término no es claramente negativo, que es polisémico y

que cuando adquiere un sentido negativo refleja más los conflictos de la época del autor

que una clara oposición a Jesús, representando de manera global al “mundo” hostil a Dios,

pero, quizás, especialmente, a los que dudan o no creen en Jesús.

En este contexto semántico llama aún más la atención que los tradicionales términos l aov"

[laos] y e [q nh [ethne] aparecen en el juicio anticipado que realizan los sumos sacerdotes y

9 Ver Sarasa, Para ser hijos de Dios. Un estudio exegético de Juan 8,44, 35-37 10 Ver Schnackenburg, Evangelio según San Juan I, 314-315

Page 94: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

fariseos en el que condenan a muerte a Jesús (11,47-50) y sólo aparecerán más adelante

cuando se haga referencia a lo dicho por Caifás11. Tanto la expresión del sumo sacerdote

como las referencias posteriores (18,14.35) nos permiten ver que son empleados como

sinónimos y no con el sentido tradicional de “pueblo de Dios” frente a “naciones

extranjeras”, en ambos casos las dos palabras parecen tener el sentido general de la nación

judía.

Y es desde esta comprensión que el redactor enfrenta los dos términos con t evkna t o u q eou

[tekna [tou] theou] (11,52b) como algo antagónico. En este juicio anticipado, la muerte

salvífica de Jesús no será “por la nación” u Jpe ;r t o u e [q no u " [hyper tou ethnous] sino

“para (reunir) a los hijos de Dios” i{na ka i; t a; t evkna t o u q eo u [hina kai ta tekna tou

theou]. Al comparar las dos oraciones observamos que el redactor ha reemplazado la

preposición uJpe ;r [hyper] por la conjunción i{na [hina] cambiando así los destinatarios y la

finalidad de la muerte de Jesús porque “en lugar” o “a favor de” se sustituye por “con el fin

de que”; pareciera entonces, que el sentido teológico de la preposición uJ pe ;r [hyper] se ha

desplazado a la conjunción i{na [hina], porque si detrás del sentido salvífico de uJpe ;r

[hyper] “a favor de otros” o “en lugar de otros” está el concepto sacrificial vicario de

muchos textos del NT, especialmente de Pablo (Rm 5,8; 1Ts 5,10; 2 Co 5,15.21; Ga 3,13),

que recogen el sentido sacrifical del AT expresado en el “siervo justo” que sufre por las

culpas de la multitud y que muere cargando el pecado de muchos (Is 53,3-4.11-12), debe

haber en Juan una intencionalidad muy significativa para hacer este cambio en el que

sustituye uJpe ;r [hyper] “en lugar de” por i{na [hina] “con el fin de que”. Probablemente este

cambio tenga que ver con la comprensión que está teniendo la comunidad joánica del

sentido salvífico de la muerte de Jesús (liberada en cierta forma del sentido sacrificial

vicario o sumada a este sentido haciéndola polivalente), de tal forma que el reconocerse

como hijos de Dios sea la manera concreta de sentirse salvados. Para comprender de este

modo la posible intención salvífica, son reveladores dos textos en los que se podrían

sintetizar la soteriología joánica, porque tanto en 3,17 como en 12,47 vemos que la

partícula i{na [hina] precede al verbo s wvz w [sozo] indicando con claridad la finalidad de la

venida de Jesús al mundo, de su vida y de su muerte: “para que el mundo se salve por él”,

“para salvar al mundo”.

11 Consideramos que el uso de l a ov" [laos] en 8,2 no es significativo por aparecer en la introducción al pasaje de la mujer adúltera considerado una inserción en el texto joánico.

Page 95: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

En el mismo sentido de ir buscando claridad en el uso de la partícula i{na [hina] es también

muy significativo que en el Cuarto Evangelio la expresión t evkna to u q eo u ` [tekna [tou]

theou] “hijos de Dios” aparece solo dos veces enmarcando en una inclusión las señales

realizadas por Jesús, el Hijo de Dios. En la primera, al inicio del evangelio, nos anuncia la

potestad que da Dios a los creyentes para constituirse en hijos de Dios t e vkna t o u q e ou

[tekna [tou] theou] (1,12; 11,52) y la segunda aparece finalizando el libro de los signos -y

solamente en estos momentos. Es muy revelador que esta última vez que aparece sea en el

contexto en que Caifás emplea los términos laov" [laos] y e [q nh [ethne] (Jn 11,50).

Podemos pensar que la antítesis entre pueblo de Dios laov" [laos] y naciones extranjeras

e [q nh [ethne] ha sido reemplazada por la antítesis entre los hijos de Dios t evkna t o u q e ou

[tekna [tou] theou] y el pueblo lao v" [laos] que se asimiló a las otras naciones e [q nh [ethne]

al no reconocer ni aceptar a Jesús como el Hijo de Dios; porque este sentido final de la

muerte de Jesús, en relación con los hijos de Dios, está amarrado a la primera aparición del

término en la que explícitamente se advierte que la posibilidad de alcanzar esta nueva

naturaleza depende de la fe (1,12). A lo largo de todo el evangelio se nos dice que el que

cree en Jesús, en su nombre, en su palabra, en el Hijo tendrá vida eterna. Esto nos hace

pensar en la íntima relación de estos tres elementos, a saber: la fe, la vida eterna y la

filiación divina.

La inclusión de los signos realizados por Jesús entre las dos expresiones t evkna t o u q eo u

[tekna [tou] theou] nos lleva a valorar la afirmación de Jn 20,30-31 en la que el redactor nos

expone claramente la finalidad con la que se han recogido por escrito esos signos (entre los

otros muchos realizados). Nuevamente la conjunción final i{na [hina] está presente en el

texto subrayando que es la fe en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (20,31a) lo que va a

permitir al hombre alcanzar la vida eterna (20,31b) o lo que es lo mismo, la filiación divina.

En Juan encontramos que la finalidad de la muerte de Jesús como cumplimiento de la

Escritura está en relación con la nueva comunidad de creyentes, que son los hijos de Dios,

y es esta nueva comunidad de los hijos de Dios la que está, ahora, en el NT reemplazando

al laov" qe o u [laos theou] al que Dios se comprometió a salvar y al que está dando la

posibilidad de transformar su naturaleza, pasando de la realidad de ser humano pecador a la

nueva realidad de Hijo de Dios que participa de la plenitud de la Vida; porque “de la misma

manera que el amor pertenece a la naturaleza íntima de la divinidad, […] así la relación

Page 96: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

mutua de los cristianos entre sí y hacia fuera, es en teoría y práctica la expresión más clara

de su nueva naturaleza”12 trinitaria cuando viven el amor y la fraternidad haciendo “regla o

principio de vida” el mandato o don procedente de Dios-Padre (13,34-35; 15,12-14) porque

el amor de Jesús tiene su fundamento en el amor del Padre con el que él ha sido amado

(15,9).

Este amor constante es el que ha llevado a Jesús a realizar unos signos movido por la

fuerza del Espíritu que descendió en el bautismo y permaneció en él hasta el momento de

su muerte (1,32; 19,30), signos que el evangelista recoge y relata “para” (i{ na [hina]) creer

que Jesús es el Cristo y “para” (i{na [hina]) tener vida (z wh v) eterna en él.

b. La Herencia del Padre: la Vida Eterna por acción del Espíritu

b.1 Unidad en el amor

Por otro lado, observamos que la finalidad de la muerte de Jesús con respecto a esta nueva

comunidad de los hijos de Dios t evkna t o u q e o u [tekna tou theou] que aparece en Jn 11,52

es “congregar en uno a los que están dispersos”. La pregunta, ahora, es qué significa -en

relación con la salvación o lo que es lo mismo, con la filiación divina-, esta expresión de

unidad que emplea el redactor. Siguiendo a Schnackenburg13 podemos pensar que la unidad

a la que se refiere es la que se da de forma paradigmática entre Dios Padre y su Hijo, la

cual es el fundamento y prototipo de la unidad que Jesús quiere para los que han aceptado y

creído en él como enviado del Padre; Jesús suplica al Padre por todos ellos –y por los que

creerán por medio de ellos (17,20)- para que puedan alcanzar la unidad: “Para que sean

uno, como nosotros” (17,11d.21a.22b.23b). Nuevamente el sentido de finalidad está

expresado con la partícula i{na [hina] que en 17,23 añade el matiz de alcanzar la unidad

perfecta: “para que sean perfectamente uno” i{na w\s in t e te le iwmevno i e ij" e {n [hina osin

teteleiomenoi eis hen]. La idea de unidad esencial entre el Padre, el Hijo y los que optan

por creer en él se completa en Jn 17, 26 donde encontramos otra vez la partícula i{na

[hina] que nos da la clave de en qué consiste la unidad entre el Padre y el Hijo y que a su

vez permitirá la unidad de los hombres con ellos; se trata del amor, un amor que a lo largo

del evangelio se nos ha venido presentando (3,35;5,20; 10,17; 14,31; 15,9; 16,14.15; 17,22-

12 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 368 13 Ver Schnackenburg, Evangelio según San Juan IV, 188-193

Page 97: MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo ...

26) como la esencia constitutiva de la relación Padre-Hijo “para que el amor con que tú me

has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26b). Este amor común del Padre y del Hijo es

una realidad diferente a ser Hijo que tiene la capacidad de transformar en hijos a los que

entran en comunión en el pensar, en el querer y el obrar del Padre; en cuanto que es

entrega, donación, comunicación, Palabra, es el constitutivo de Dios Padre compartido por

el Hijo y enviado por ellos a la nueva comunidad de los hijos de Dios t e vkna to u q eo u

[tekna tou theou] que viven la unidad del Amor.

b.2 El Amor es el Espíritu

Podemos considerar que este Amor del Padre y del Hijo es el Espíritu-Fuerza de Dios que

mueve a realizar acciones14 al cual la reflexión trinitaria posterior identifica con el Espíritu

Santo y que en el Cuarto Evangelio recibe el nombre de pa r avklh t o " [parakletos] (14,15-

17.26; 15,26-27; 16,7-11.12-14). También Brown en su tradicional estudio sobre el

Paráclito, afirma que la imagen del Paráclito en Juan no es distinta de la imagen del

Espíritu Santo en el Cuarto Evangelio y en los otros escritos del NT en los que Paráclito

está descrito de manera general como una fuerza (al igual que el espíritu de Dios en el

AT), aunque en Juan tenga una imagen de carácter más personal ya que el Paráclito es la

“presencia personal de Jesús junto a los cristianos mientras Jesús permanece junto al

Padre”15.

Este carácter más personal del Paráclito lo explica José Alfredo Noratto16 desde una

perspectiva gramatical al subrayar que la categoría de sustantivo masculino que tiene

pa r avklh to " [parakletos] lo ubica en una esfera más personal que el término pne u m a

[pneuma] ya que al ser éste un neutro se ubica más en la esfera de lo abstracto con el

sentido de una fuerza impersonal proveniente de fuera (7,39).

Esta apreciación lingüística apoya –desde otra perspectiva- la afirmación de que no se

puede hacer una identificación total y simple entre Paráclito y Espíritu Santo porque

“algunas de las funciones básicas del Espíritu Santo como la regeneración bautismal, la

nueva creación o el perdón de los pecados ( 3,5; 20,22-23) nunca se le atribuyen al

14 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 359 15 Brown, El evangelio según san Juan II, 1525 16 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 367

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Paráclito […] Sin embargo, la peculiaridad de la imagen de Juan se centra en la semejanza

entre el Espíritu y Jesús [...] porque todo cuanto ha sido dicho acerca del Paráclito ha sido

aplicado virtualmente en otros pasajes del Evangelio a Jesús” 17.

En consecuencia, la figura a la que Juan llama “otro Paráclito” viene a ser otro Jesús, un

Paráclito que no puede venir hasta que Jesús se haya marchado y que será la presencia de

Jesús cuando éste se ausente, de tal manera que mientras Jesús permanece en el cielo junto

al Padre, el Paráclito está en la tierra con los discípulos.

El interés de Juan está en señalar que Jesús, como Paráclito, está presente en todos los que

creen, presencia que permitirá la unidad perfecta en el amor, de tal manera que el

constitutivo en el amor que se da en la relación entre el Padre y el Hijo se dé en la nueva

comunidad de creyentes constituida por los hijos de Dios (te vkna to u q e o u [tekna [tou]

theou]). Jesús, como Paráclito presente en la comunidad, hace realidad su deseo expresado

al Padre de que “el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26b);

amor que podemos considerar, según lo visto anteriormente, la fuerza o Espíritu que Jesús

entrega en la cruz para cumplir –en la comunidad de creyentes- la finalidad de que todos

“sean uno, como nosotros” (17,11d.21a.22b.23b). Porque como vimos con el profesor

Noratto18 el amor fraterno es el principio orientador de la existencia, tanto a nivel personal

como al interior de la comunidad de los creyentes, cuya teoría y práctica es la expresión

más clara de la nueva naturaleza de una comunidad creyente constituida por los hijos de

Dios.

b.3 La naturaleza de Dios-Padre: el amor

Si la muerte de Jesús tiene como finalidad la salvación del hombre al constituir en hijos de

Dios a los que creen en él, es preciso tener claridad sobre el sentido de salvación que

subyace en esta afirmación, porque todo parece indicar que se trata de alcanzar la

naturaleza de Dios, que en la teología de Juan vemos claramente como un Padre que ama.

Dios, que ha hablado muchas veces y de distintas formas (Hb 1,1), decide revelarse

plenamente y revelar plenamente su plan de salvación en Jesús (DV 2), “Nadie ha visto

jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre. Él nos lo dio a conocer”

17 Brown, El evangelio según san Juan II, 1526 18 Noratto, La vuelta de Jesús a los discípulos, 368

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(1,18). En este largo proceso de autorrevelación que culmina en Jesús y su comunión de

amor con el Padre, vemos que el AT nos revela un Dios creador que tiene un proyecto

divino tanto para la naturaleza creada como para la creatura que tiene la misión de cuidar lo

creado, a los cuales les confiere su dignidad: el hombre es hecho a su imagen y semejanza,

y la creación lleva el sello del creador19 porque todo lo hizo bien; es decir, desde el

principio Dios se revela como un Dios que crea para la vida, no para la muerte (Sb 2,23)

porque él es un Dios vivo y como tal ve, oye, conoce, libera, envía (Ex 3, 7-10). También

Dios es santo y misericordioso, que a diferencia del hombre es capaz de perdonar y no

dejarse llevar por la ira (Os 11,9), es un Dios que manifiesta su gloria salvando (Ex 16,10-

12; Is 40,23), y que consuela a los que sufren (Is 60, 1-3). El NT nos habla de Cristo en

quien se ha manifestado y revelado a plenitud la verdad de Dios, la verdad del hombre y de

la creación y el sentido de la historia. Esto lo vemos con claridad en el , pues Jesús, el

revelador por excelencia, habla y atestigua de lo que ha visto y oído directamente junto a

Dios, su Padre (3,11.32; 8,26.38.40). Es decir, la experiencia que tiene Jesús de Dios es la

experiencia de un Hijo que se siente amado por el Padre20 con el cual ha vivido en perfecta

unión por acción del amor (17,23.26).

El ser humano, por su naturaleza de pecado y muerte, no es Dios, pero el plan salvífico de

Dios creador consiste en que este ser humano viva un proceso mediante el cual su

naturaleza de no-Dios llegue a alcanzar la realidad de sí-Dios. Este proceso de pasar del no-

ser al sí-ser necesita de un tiempo y se da necesariamente en la historia, en ella el hombre

desarrolla la potencialidad que Dios le dio desde que lo creó, o dicho de otro modo, la

salvación es un acontecer de Dios en el que se está dando un proceso de creación en el ser

humano que le permite salir del pecado para alcanzar la naturaleza de Dios y no morir sino

vivir. Porque como dice el padre Baena, Dios habita en el ser humano y desde ahí lo hace

trascender, porque puede pasar del egoísmo o pecado constitutivo a una nueva constitución

si se deja habitar por el amor, y es en esta inhabitación donde Dios lo crea.

19 Sarasa, Para ser hijos de Dios, 41 20 Esta experiencia de ser amado por un Padre es tan fuerte, profunda y significativa que el redactor –al igual que Dios derrama en abundancia sus dones-, inunda el texto 118 veces con la palabra Padre, cifra significativa si se compara con las 65 veces que aparece en los Evangelios Sinópticos y las apenas 15 recurrencias del AT (cfr. Norato, La vuelta de Jesús a los discípulos, 372).

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En el y en el Cristo de San Plácido observamos esta plenitud de la inhabitación divina en

Jesús de Nazaret, en donde la vida, la luz, el espíritu son la manifestación simbólica de la

realidad de Dios Padre Creador que en Jesús se revela como Amor y donación constante.

El Cristo de Velázquez invita a cada hombre o mujer que lo contempla a dejar que Dios lo

siga creando dejándole acontecer en cada uno de manera personal y de este modo

constituirse en hijo de Dios y tener así Vida Plena.

El AT nos presenta un Dios Padre creador que continuamente le apunta a la oferta salvífica

de sus hijos, porque aunque el término Padre no aparezca hasta tiempos muy tardíos y, por

tanto, cercanos al NT, sí hemos visto otros lenguajes o metáforas que nos hablan de este

Dios creador, fiel y constante en su oferta salvífica: el viñador, el esposo fiel, el dueño de la

heredad. Es paternal la imagen del viñador quien -a pesar de la mala tierra o la mala madera

de los sarmientos- con sus cuidados logra producir “el vino que alegra el corazón” (Sal

104) y también es paternal la imagen el esposo y del padre que persevera en el amor, cariño

y cuidado a pesar de la infidelidad y rebeldía de la esposa y los hijos (Os 2,16;11,1). Por

último, es paternal la promesa de una tierra y de una descendencia que se establece en la

Alianza cuando se cumpla por ambas partes el pacto de relación amorosa, porque es el

padre quien da en herencia lo más valioso que puede poseer un hombre que fue nómada y

se ha asentado: Tierra en la que asentarse e hijos en los que perpetuarse.

El NT, recogiendo la experiencia salvífica vivida, nombra y reconoce a Dios como Padre y

al hombre como hijo “Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace

exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de

que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de

Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también glorificados” (Rm 8,15b-17).

Este texto de Pablo ilumina y facilita la comprensión de Jn 1,12, 11,52 porque según la

afirmación del Cuarto Evangelista la potestad de ser hijos de Dios es una posibilidad21 que

tiene el ser humano de acoger la oferta de Dios -oferta que puede rechazar o aceptar- para

lo cual se requieren dos elementos, a saber: por un lado creer en Jesús, el Hijo y por otro

21 Esta posibilidad tiene un componente de libertad y otro de poder, porque consiste en una capacidad, en una potestad interior para decidir, ya que el término griego que traduce, ex ou s i a [exousía], se refiere a la soberanía absoluta de Dios, al poder de Dios, al poder que Dios ha dado a Jesús, así como también al poder que Jesús da a sus discípulos, en este caso a los que le reciben, es decir, a los que creen en él.

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dejarse guiar por el Espíritu. Ambos elementos nos hermanan con Jesús pues el término

creer -tanto en el contexto del AT como en los contextos de Pablo y Juan- implica un actuar

del hombre, no es un acto de carácter intelectivo que pueda estar separado del acontecer,

toda creencia se traduce necesariamente en acciones porque quien cree es quien ama al

prójimo y el accionar de Jesús que nos iguala a él es la acción del amor, es salir de sí,

darse, dar la vida para alcanzar la Vida Plena.

b.4 La potestad de ser hijos de Dios: la opción por el amor

Para aceptar la oferta de Dios es preciso que el corazón humano se abra para permitir que

Dios haga su trabajo, porque sólo quien se abre al amor llega a transformar su interior22 y

transformar su corazón de piedra en corazón de carne para lo cual Dios nos ha entregado

su Espíritu; el aliento divino que desde el principio de la creación aleteó sobre el caos,

infundió vida en la masa de barro, alentó la voz de los profetas, recubrió de carne los

huesos secos asegurando así que la muerte no es la realidad y definitiva de los hijos de Dios

cuando somos capaces de dejarnos vivificar por el Espíritu de Dios, el Padre que hizo y

sigue haciendo la oferta de salvación a todos los hombres a la cual Dios siempre es fiel

cualquiera que sea la respuesta del hombre y que se hace realidad cuando el ser humano se

abre a ella con docilidad y responde desde su libertad, porque “creer es decidir la

existencia existiendo, esto es, poniendo en ejecución la existencia ya dada por Dios creador,

por medio de un comportamiento categorial libre […] efecto de la presencia actuante y

gratuita del Resucitado por su Espíritu en todo ser humano”23.

Compartir una misma naturaleza entre Padre e Hijo trae como consecuencia que se

comparta lo esencial de esa naturaleza, por esto vemos que el “amor- donación” y el

“amor-comunicación” es la gran constante entre Jesús y su Padre, amor que podemos

considerar como el actuar permanente del Espíritu, realidad divina presente a lo largo del ,

Espíritu que Jesús entrega en el momento de su muerte y glorificación, en el momento de

su vuelta al Padre y que permite a los que lo reciben y creen en él constituirse en hijos de

Dios, Hijos que pueden hacer realidad en este mundo el Reino de Dios, Reino que en el

Cuarto Evangelio se nos presenta a través de unos signos en los cuales el amor, la

22 Sarasa, Para ser hijos de Dios, 85 23 Baena, “Prólogo”. En La venida de Cristo según San Juan, 18

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misericordia y el perdón vencen de manera definitiva al pecado, es decir al egoísmo y la

insolidaridad.

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Conclusiones

Iniciamos este trabajo de aventurarnos a realizar una lectura iconográfica y teológica del

Crucificado de San Plácido partiendo de ciertas intuiciones, de una sensibilidad y aprecio

personal -de larga data- por el Cristo Crucificado de Velázquez y de un gustar la lectura de

textos: artísticos, literarios, bíblicos y teológicos.

La placidez luminosa del Cristo Crucificado con su cabeza inclinada nos decía que en él

estábamos contemplando la Gloria del Crucificado que volvía al Padre. Nuestro primer

interés se centró en Jesús, el Cristo, el Mesías, el Resucitado, el Exaltado. Pero como esta

exaltación se vivió en una cruz, descubrimos que el misterio de la muerte y resurrección se

sintió como un escándalo, por lo cual hubo de trascurrir un largo tiempo para que la

reflexión teológica y la sensibilidad artística explicitaran en el dogma y en las imágenes

este misterio salvífico.

Nuestra búsqueda avanzó tratando de encontrar los motivos por los cuales este hecho

histórico y salvífico para el creyente no se narró siempre de la misma manera. Aquí

encontramos que artistas y teólogos hablaban con un lenguaje adecuado para cada tiempo,

lugar, circunstancia y para cada oyente-creyente.

En ese momento nuestra atención se interesó en decodificar el lenguaje pictórico y

teológico que -intuíamos- se encontraba tras la imagen del Crucificado elegida. Pero

nuestra mirada, que se había centrado en el Crucificado, en su Muerte y Resurrección,

empezó a desplazarse hacia el plan salvífico de Dios. ¿A quién, cómo, de qué y porqué

salva el Crucificado que contemplamos y cómo percibimos esto en el Cristo de San

Plácido?

Estas preguntas nos siguieron planteando problemas de lenguaje y en la búsqueda de

respuestas encontramos que en el AT Dios venía actuando salvíficamente -desde el

principio- como Padre, pero que esta realidad paterno-filial se expresó en un lenguaje

poético través de metáforas e imágenes.

En este momento nuestro interés se focalizó aun más en lo filial. Esta diferencia de lenguaje

indicaba una diferencia en la comprensión de la oferta salvífica del hombre del AT frente al

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hombre del NT y, en particular, a los hombres y mujeres a los que habló Juan. Entonces

vimos que la relación Padre-Hijo manejaba lenguajes distintos porque entendía la

experiencia salvífica vital y existencialmente diferente. En el AT, tener prosperidad,

descendencia y tierras es lo que el padre podía heredar al hijo; pero para Juan la Vida Plena

es lo que el Hijo puede heredar del Padre.

Por tanto, en un acercamiento cada vez más puntual y lingüístico, nos preguntamos acerca

de la realidad de ser Hijo de Dios referido a los creyentes que leyeron y leen el texto de

Juan y los creyentes que contemplan al Crucificado de San Plácido. Aquí encontramos que

Juan presenta la muerte de Jesús con una finalidad salvífica de carácter ontológica -más que

con una finalidad vicaria y redentora del pecado aunque no excluya ésta-, ya que la fe en

Jesús da al creyente la posibilidad de pasar de la naturaleza humana a la naturaleza Divina y

constituirse así en Hijo de Dios, de tal manera que a lo largo del evangelio el sentido

teológico de la partícula uJpe;r [hyper] se fue desplazado a la conjunción final i{na [hina]

porque en la construcción del texto, todos los signos realizados por Jesús están narrados en

una inclusión entre las dos únicas veces que aparece en el evangelio el sintagma “hijos de

Dios” tevkna tou` qeou [tekna [tou] theou] (1,12; 11,52) y éstos se han narrado para que el

que crea tenga Vida Plena en su nombre (20,31), es decir, para que alcance el constitutivo

de Dios Padre: la Vida en Plenitud.

Por lo tanto, descubrimos que los hombres y las mujeres que creen en Jesús de Nazaret,

que le siguen, viven y actúan como él en unión permanente en el amor de Dios Padre que

ama, al contemplar al Crucificado pueden comprender que su vida y su muerte brindan la

posibilidad de dejar la naturaleza humana de egoísmo y muerte y alcanzar la naturaleza

Divina cuyo constitutivo es la donación, la salida de sí, el amor; pueden comprender que se

puede pasar de lo humano a lo divino ejerciendo el amor aquí y ahora; comprender que para

poder hacer realidad esta posibilidad se necesita la fuerza creadora del Espíritu que ha

estado presente en todo el AT y que en el EvJn ha descendido a Jesús en su Bautismo, ha

actuado en él como el amor que lo une al Padre desde siempre, Espíritu que Jesús ha

entregado en su muerte y que se hace efectivo en los que creen en él al hacerlos capaces de

constituirse en hijos de Dios mediante la fe, el seguimiento, el cumplimiento de sus

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mandamientos; es decir, todo el que vive el amor como donación en la comunidad de

creyentes se constituye en Hijo de Dios, por lo tanto, la promesa de salvación está en esta

vida terrenal al alcance del hombre y de la mujer que aman hasta dar la vida.

“Todas estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,

y para que creyendo tengáis Vida en su Nombre”

Jn 20,31

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