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ERNESTO MONTENEGRO, Nació en el Almendral, San Felipe, en 1885 - f. en 1967), fue un escritor y periodista chileno perteneciente a la Generación de 1912. Carrera Pasó gran parte de su vida en Estados Unidos, donde se desempeñó como periodista y fundó una revista, llamada Chile. Fundó en Chile la primera Escuela de Periodismo (de la Universidad de Chile) en 1952, la que además dirigió y se desempeñó como profesor. En su país trabajó en el diario El Mercurio, asimismo fue cronista de varios periódicos internacionales como El Universal (Venezuela), Excelsior (México) y The New York Times, Herald Tribune y Christian Science Monitor (de Estados Unidos). Se desempeñó además como traductor, traduciendo cuentos de autores norteamericanos. Obras Cuentos de mi tío Ventura (1933) Puritania. Crónicas norteamericanas (1934) La novela chilena en medio siglo (1935) Algunos escritores modernos de Estados Unidos (1937) De descubierta (1951) Aspectos del criollismo en América (1956, en conjunto con Ricardo Latcham y Manuel Vega) Mis contemporáneos (1968, póstumo) Viento norte, viento sur (1968, póstumo) El principe Jugador Memorias de un desmemoriado (1970, póstumo) MISERIA Y POBREZA Un herrero, al que le decían Ño Miseria por lo muy manirroto que era, y no porque se negara jamás a otro más necesitado que él, vivía una vez allá por el Callejón en compañía de un perro al que se le había antojado ponerle por nombre Pobreza. Donde iba Miseria a divertirse, allá salía detrás su quiltro, para ir a esperarlo echado a la puerta del boliche, y endilgarlo para la casa silo veía un

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ERNESTO MONTENEGRO, Nació en el Almendral, San Felipe, en 1885 - f. en 1967), fue un escritor y periodista chileno perteneciente a la Generación de 1912.

Carrera Pasó gran parte de su vida en Estados Unidos, donde se desempeñó como periodista y fundó una revista, llamada Chile. Fundó en Chile la primera Escuela de Periodismo (de la Universidad de Chile) en 1952, la que además dirigió y se desempeñó como profesor. En su país trabajó en el diario El Mercurio, asimismo fue cronista de varios periódicos internacionales como El Universal (Venezuela), Excelsior (México) y The New York Times, Herald

Tribune y Christian Science Monitor (de Estados Unidos). Se desempeñó además como traductor, traduciendo cuentos de autores norteamericanos.

Obras

Cuentos de mi tío Ventura (1933)Puritania. Crónicas norteamericanas (1934)La novela chilena en medio siglo (1935)Algunos escritores modernos de Estados Unidos (1937)De descubierta (1951)Aspectos del criollismo en América (1956, en conjunto con Ricardo Latcham y Manuel Vega)Mis contemporáneos (1968, póstumo)Viento norte, viento sur (1968, póstumo)El principe Jugador

Memorias de un desmemoriado (1970, póstumo)

MISERIA Y POBREZA

Un herrero, al que le decían Ño Miseria por lo muy manirroto que era, y no porque se negara jamás a otro más necesitado que él, vivía una vez allá por el Callejón en compañía de un perro al que se le había antojado ponerle por nombre Pobreza. Donde iba Miseria a divertirse, allá salía detrás su quiltro, para ir a esperarlo echado a la puerta del boliche, y endilgarlo para la casa silo veía un poco a la sin rumbo, o quedarse cuidándolo cuando se le antojaba ponerse a sestear por ahí.De tanto mascar vidrio, Miseria iba perdiéndole la afición al trabajo, a tiempo que le comenzaban los achaques de la vejez. Una mañana que amaneció con mal ánimo y con sed, se le ocurrió pensar:“Por veinte años con vida y salud, y plata para el bolsillo, yo con gusto le hipotecaba el alma al cachudo.”Ligerito no más llegó haciéndose el zorro rengo un sujeto de tongo y chaqué plomo, con olor a tinterillo, y pasándole un papel timbrado al herrero, le dijo:

— Écheme aquí una firmita, y le respondo que estos veinte años corren de mi cuenta.Como no hallaran tinta a mano, el diablo lo picó a Miseria en la sangradera y le pasó la pluma lista para firmar. Tan pronto como el hombre echó la millonaria, el otro secó la firma con el resuello, se metió el papel a la cartera y se hizo humo.

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Los años iban pasando como un suspiro, y un día que Miseria estaba por casualidad en la fragua componiendo unas puntas de arado, vio que se paraban a la puerta dos forasteros con una borriquita en que llevaban sus cacharpas.

—Le digo, Señor, que si no le ponimos la herradura a la burra nos vamos a quedar a la mitad de la cuesta — decía el más viejo, echándose viento todo azariado con la chupalla.

— Bueno, Pedro, sale con la tuya como siempre; pero quiero ver con qué le vas a pagar a este buen hombre, cuando muy bien sabes que ni para alojamiento nos ha alcanzado estos días — le decía el más joven, sin agitarse.

—Con unas cuantas indulgencias que le echemos, san-se-acabó —saltó el veterano.Miseria, que no era hombre de hacerse el desentendido, dejó lo que estaba componiendo, vino y le dijo a los forasteros:

—Yo con gusto les haría el servicio; pero lo que dificulto es que demos con una herradura que no le quede grande a la burrita.Y se puso a escarbar con las tenazas en un montón de fierros que estaban devorados por un rincón, cuando lo primero que va hallando es una herradurita de plata flamante.Miseria la tomó, le entró algo las puntas de dos martillazos en la bigornia, y mientras San Pedro le ayudaba a tener la pata, en un dos-por-tres le dejó herrada la borrica.

— Ahora quiero que sepas — le dijo San Pedro — que ese que está ahí en Nuestro Señor Jesucristo que ha salido conmigo a recorrer el mundo, y por su santa intercesión te puedo conseguir tres gracias en pago del servicio que nos haces herrando a la burrita. Pide, pues, lo que más te guste, pero yo te aconsejo que no vayas a olvidarte de la Vida Eterna.Miseria se rascó la barba, y pensando que estaban por cumplírsele los veinte años de plazo, salió diciendo al fin:

— Me gustaría que el que se suba a esa higuera que está ahí no pueda bajarse, mientras yo no dé mi consentimiento.

— ¡No eches en saco roto lo que te recomendé! — le sopló por lo bajo San Pedro.Lo segundo que pido es que todo el que se siente en mi silleta de brazos, no se pueda mover hasta que yo no lo deje.

(—¡Acuérdate de asegurarte la Vida Eterna, badulaque! —le decía desesperado San Pedro, con las barbas que se le llegaban a engrifar de rabia.)

— Lo último que pido — dijo Miseria con su calmita de siempre — es que cualquiera cosa que yo meta en mi bolsa tabaquera no pueda salirse ni a tres tirones.Las tres gracias que pides son tuyas —le dijo el Señor—. ¡Adiós, amigo!Y los caminantes cortaron por el callejón, con San Pedro persiguiendo a la borriquita con el látigo de puro ajisado.Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, al fin llegaron dos diablos a llevarse a Miseria. El herrero estaba sombreando debajo de la ramada, porque era un día de lo peorcito del verano.

—No me dilato ni un minuto en estar con ustedes —les dijo Miseria—; nada más que lo justo para mudarme y lavarme la cara. Mientras tanto, podrían pasar a tomar unas brevitas de la mata, si gustan —añadió como quien no quiere la cosa.La higuera llegaba a negrear de brevas que se rajaban de maduras. Los diablos no se hicieron rogar mucho para dispararse como gato a bofe hasta el cogollo, a tiempo que el herrero salía por la puerta de atrás y se iba a remoler una semana enterita.

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Cuando los diablos vinieron a darse cuenta, se hallaron con que estaban pegados a la higuera como con liga, y contra nada se azotaban con la cola.Pasó el tiempo de brevas, maduraron los higos, y Miseria sin que se le ablandara el corazón. Los diablos, todos llovidos, llegaban a dar diente con diente. Pero lo que les hacia tiritar no era tanto frío como el pensar lo que haría el DiabloMayor con ellos cuando se aparecieran con las manos vacías.Miseria venía a verlos de vez en cuando, y se sentaba en su silla de brazos, a pierna estirada, torciendo un cigarro de hoja:

—¡Le prometimos lo que quiera, con tal que nos suelte!

—le suplicaban los infelices.El herrero, haciéndose el sordo, se entretenía mirando el humito botaba el pucho y volvía a perderse por Otra temporada.Al fin un día vino y les dijo a los dos pobres diablos:

—Bueno, yo los dejaría ir si me firmaran el papel por otros veinte años.Y los tiznados no tuvieron más que renovarle el documento. ¿Qué otra cosa iban a, hacer?

El diablo tuvo muy presente la jugada que le había hecho Miseria, y cuando se volvió a cumplir el plazo, comisionó nada menos que a su mayordomo, con orden de andar muy despierto con el herrero.

—Y sobre todo, ¡ni acercarse a la sombra de la higuera!

—no se cansaba de recomendarle.Pero Miseria lo recibió con cara de arrepentido, y le puso la silla de brazos en el corredor para que se sentara a esperarlo un momento mientras él se ponía la chaqueta. El diablo se sentó por mejor con la espalda vuelta para el patio, a esperar al herrero.Ahí no más quedó, quietito. Pasaban horas, y Miseria sin salir. De vez en cuando, el diablo hacía un envión a pararse, pero el asiento no le daba floja.Como a los dos meses largos de talle, cuando se le acabó la plata, Miseria volvió ganándole el quien vive al diablo, haciéndosele el enojado—¿Y vos todavía por aquí?

—Con gusto me iría, si me dejara, Ño Miseria.—¿Sois gustoso, pues, de irte solo? Pero tienes que renovarme el vencimiento por veinte años.

Al diablo no le quedaba otra que firmar o secarse ahí sentado. Firmó, pues, y salió de carrerita a dar cuenta, todo confundido.La última vez el diablo padre no se confió a nadie, sino que se presentó en carne y hueso a llevarse a Miseria. El herrero andaba despidiéndose de sus amistades, y cuando llegó,medio alegrón, se hizo que no lo reconocía.

—¿Cómo va a ser usted el Rey de los Infiernos, y con ese chaqué verdoso? ¡No se lo creo! Si por lo menos lo viera convenido en un león, tal vez me iría convenciendo.

—¿Qué me cuesta? —dijo el diablo, picado en su amor propio.Y ahí mismo se trocó en una fiera con la melena como un matorral y los colmillos de este pone.

—¿Sabe que le voy creyendo al fin? —le dijo Miseria, cuando lo vio otra vez como antes— Pero para acabar de convencerme, creo que tendría que verlo reducido a un animalito del pone de un ratón.

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La soberbia fue lo que perdió al diablo otra vez. Por no dejar al herrero con la idea de que había algo imposible para él, se cambió en una laucha y se puso a correr por el suelo. El que pasa por debajo de la silla, y el herrero que le tira el agarrón y me lo mete en la bolsita.

¡Al yunque siá dicho! Puso encima su bolsa tabaquera con el diablo saltando adentro, fue y agarró el macho más pesado que halló en toda la herrería, y a brazo borneado comenzó a majar al Enemigo Malo hasta que se quedó sin resuello. Cuando lo tuvo hecho albóndiga, se echó la bolsita a la cartera y se fue a pasar el calor a un frutillar. Después que se aburrió de darse buena vida a costa del diablo, Miseria le dio suelta y lo dejó arrancar a perderse. Luego se puso a arreglar sus trampas y a reconciliarse con Dios.

Cuando el herrero murió al fin, sus amigos le hicieron un velorio bien celebrado, donde nada faltó y más bien sobró de todo. Después no les quedó más que ir a enterrarlo, yPobreza salió a la rastra con los demás.

Miseria hizo una pasadita hasta el Cielo, por si acaso. Pero todo fue divisarlo San Pedro, y me lo va echando puerta afuera con cajas destempladas. ¡Que no fuera a portarse alguna vez por ahí; que tuviera muy presente que le había ofrecido tres gracias y no supo aprovechar una sola!

El herrero no tuvo más remedio, pues, que tomar cuesta abajo y para donde ustedes saben; pero no hicieron más que olerlo de lejos los diablos y ver que venía con el macho al hombro, y ponerse a remachar las puertas y arrancar atropellándose para los profundos infiernos.

Miseria volvió a vagar por el mundo, y su perro Pobreza, arrastrándose de viejo, se vino detrás de él. Dios no ha querido que se separen desde entonces, y por eso, mientras Miseria ande por la tierra, su compañero no le perderá pisada.

"MISERIA Y POBREZA" Cuento de Ricardo Guiraldes.

Esto era en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles.

Nuestro Señor, que según dicen jue el creador de la bondá, sabía andar de pueblo en pueblo y de rancho en rancho, por Tierra Santa, enseñando el Evangelio y curando con palabras. En estos viajes, lo llevaba de asistente a San Pedro, al que lo quería mucho, por creyente y servicial.

Cuentan que en uno de esos viajes, que por demás veces eran duros como los del resero, como

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jueran por llegar a un pueblo, a la mula en que iba Nuestro Señor se le perdió una herradura y dentró a manquiar.

- Fijate - le dijo Nuestro Señor a San Pedro - si no ves una herrería, que ya estamos llegando al poblao.

San Pedro, que iba mirando con atención, divisó un rancho viejo de paredes rajadas, que tenía encima de una puerta un letrero que decía "ERRERIA". Sobre el pucho, se lo contó al Maestro y pararon delante del corralón.

- ¡Ave María! - gritaron. Y junto con un cuzquito ladrador, salió un anciano harapiento que los convidó a pasar.

- Guenas tardes - dijo Nuestro Señor - ¿Podría herrar mi mula que ha perdido la herradura de una mano?

- Apiensén y pasen adelante - contest'el viejo - Voy a ver si puedo servirlos. Cuando, ya en la pieza, se acomodaron sobre unas sillas de patas quebradas y torcidas, Nuestro Señor le preguntó al herrero:

- ¿Y cuál es tu nombre?

- Me llaman Miseria - respondió el viejo y se jue a buscar lo necesario pa'servir a los forasteros.Con mucha pacencia anduvo este servidor de Dios, olfateando en sus cajones y sus bolsas, sin hallar nada. Acobardao iba a golverse pa'pedir disculpa a los que estaban esperando, cuando regolviendo con la bota un montón de basuras y desperdicios, vido una argolla de plata grandota.

- ¿Qué hacéh'aquí vos? le dijo y, recogiéndola, se jue pa'donde estaba la fragua, prendió el juego, reditió la argolla, hizo a martillo una herradura y se la puso a la mulita de Nuestro Señor. ¡Viejo sagás y ladino!

- ¿Cuánto te debemos, güen hombre? - preguntó Nuestro Señor.

Miseria lo miró bien de arriba abajo y, cuando concluyó de filiarlo, le dijo:

- Por lo que veo, ustedes son tan pobres como yo. ¿Qué diantre les voy a cobrar? Vayan en paz por el mundo, que algún día tal vez Dios me lo tenga en cuenta.

- Así sea dijo Nuestro Señor y, después de haberse despedido, montaron los forasteros en sus mulas y salieron al sobrepaso.

Cuando iban ya retiraditos, le dice a Jesús este San Pedro, que debía ser medio lerdo:- Verdá, Señor, que somos desagradecidos. Este pobre hombre nos ha herrao la mula con una herradura 'e plata, no noh'a cobrao nada por más que es re pobre y nosotros nos vamos sin darle siquiera una prenda de amistá.

- Decís bien - contestó Nuestro Señor - Volvamos hasta su casa pa' concederle tres Gracias, que él eligirá a su gusto.

Cuando Miseria los vido llegar de güelta, creyó que se había desprendido la herraudra y los hizo pasar como endenantes. Nuestro Señor le dijo a qué venían y el hombre lo miró de soslayo, medio con ganitas de rairse, medio con ganitas de disparar.

- Pensá bien - dijo Nuestro Señor - antes de hacer tu pedido.

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San Pedro, que se había acomodao atrás de Miseria, le sopló:

- Pedí el Paraíso.

- Cayate, viejo - le contestó por lo bajo Miseria, pa' dispués decirle a Nuestro Señor:- Quiero que el que se siente en mi silla, no se pueda levantar de ella sin mi permiso.- Concedido, dijo Nuestro Señor - ¿A ver la segunda Gracia? Pensala con cuidado.-¡Pedí el Paraíso, porfiao!- le sopló de atrás San Pedro.

- Cayate, viejo metido - le contestó por lo bajo Miseria, pa' dispués dicirle a Nuestro Señor:- Quiero que el que suba a mis nogales, no se pueda bajar d'ellos sin mi permiso.- Concedido, dijo Nuestro Señor. Y aura, la tercera y última Gracia. No te apurés.- Pedí el Paraíso, porfiao! - le sopló de atrás San Pedro.

- te querés callar, viejo idiota? - le contestó Miseria enojao, pa' dispués dicirle a Nuestro Señor:- Quiero que el que se meta en mi tabaquera no pueda salir sin mi permiso.- Concedido, dijo Nuestro Señor y después de despedirse, se jue.

Ni bien Miseria quedó solo, comenzó a cavilar y, poco a poco, jue desntrándole rabia de no haber sabido sacar más ventaja de las tres Gracias concedidas.

- También seré sonso - gritó, tirando contra el suelo el chambergo - Lo que es, si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción. En ese mesmo momento, se presentó a la puerta'el rancho un caballero que le dijo:- Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís - Y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionado, que traiba en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en el trato, firmaron los dos con mucho pulso, arriba de un sello que traiba el rollo.

Ni bien el Diablo se jue y Miseria quedó solo, tantió la bolsa de oro que le había dejao Mandinga, se miró en el bañadero de los patos, donde vido que estaba mozo y se jue al pueblo pa' comprar ropa, pidió pieza en la fonda como señor y durmió esa noche contento.Pero, bien dicen que pronto se pasan los años cuando se emplean de este modo, de suerte que se cumplió el año vegísimo y en un momento casual en que Miseria había venido a rairse de su rancho, se presentó el Diablo con el nombre de caballero Lilí, como vez pasada y peló el contrato pa'exigir que se le pagara lo convenido.

Miseria, que era hombre honrao, aunque medio tristón le dijo a Lilí que lo esperara, que iba a lavarse y ponerse güena ropa pa presentarse al Infierno, como era debido. Así lo hizo, pensando que al fin todo lazo se corta y que su felicidá había terminao.

Al golver lo halló a Lilí sentao en su silla aguardando con pacencia.

- Ya estoy acomodao, le dijo - ¿Vamos yendo?

- ¡Cómo hemos de irnos - contestó Lilí - si estoy pegao a esta silla como por encanto!Miseria se acordó de las virtudes que le había concedido el hombre 'e la mula y le dentró una risa tremenda.- ¡Enderezate, pues, maula, si sos diablo! - le dijo a Lilí.

Al ñudo éste hizo bellaquear la silla. No pudo alzarse ni un chiquito y sudaba, mirándolo a Miseria.

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- Entonces - le dijo el que fue herrero - si querés dirte, firmame otros veinte años de vida y plata a discreción.

El demonio hizo lo que le pedía Miseria y éste le dio permiso pa'que se juera.Otra vez el viejo, remozado y platudo, se golvió a correr mundo: terció con príncipes y manates, gastó plata como naides, tuvo trato con hijas de reyes y de comerciantes juertes...Pero los años, pa'el que se divierte, juyen pronto, de suerte que, cumplido el vegísimo, Miseria quiso dar fin cabal a su palabra y rumbió al pago de su herrería.A todo esto Lilí, que era medio lenguarás y alcahuete, había contao en los infiernos el encanto 'e la silla.

- Hay que andar con ojo alerta - había dicho Lucifer. Ese viejo está protegido y es ladino. Dos serán los que lo van a buscar al fin del trato.

Por eso jue que al apiarse en el rancho, Miseria vido que lo estaban esperando dos hombres y uno de ellos era Lilí.

- Pasen adelante; sientensén - les dijo - mientras yo me lavo y me visto pa'dentrar al Infierno como es debido.

- Yo no me siento - dijo Lilí.

- Como quieran. Pueden pasar al patio y bajar unas nueces, que seguramente serán las mejores que habrán comido en su vida 'e diablos.

Lilí no quiso saber nada; pero cuando se hallaron solos, su compañero le dijo que iba a dar una güelta por debajo de los nogales, a ver si podía recoger del suelo alguna nuez caída y probarla. Al rato no más golvió, diciendo que había hallado una yuntita y que, en comiéndolas, naide podía negar que jueran las más ricas del mundo.Juntos se jueron pa'dentro y comenzaron a buscar, sin hallar nada.

Pa'esto, al diablo amigo de Lilí se le había calentao la boca y dijo que se iba a subir a la planta, pa'seguir pegándole al manjar. Lilí le advirtió que había que desconfiar, pero el goloso no hizo caso y subió a los árboles, donde comenzó a tragar sin descanso, diciéndole de tiempo en tiempo:- ¡Cha que son güenas! ¡Cha que son güenas!

- Tirame unas cuantas - le gritó Lilí, desde abajo.

- Allí va una - dijo el de arriba.

- Tirame otras cuantas - golvió a pedirle Lilí, no bien se comió la primera.

- Estoy muy ocupao - le contestó el tragón - Si querés más, subite al árbol.

Lilí, después de cavilar un rato, se subió.

Cuando Miseria salió de la pieza y vido a los dos diablos en el nogal, le dentró una risa tremenda.- Aquí estoy a su mandao - les gritó. Vamos cuando ustedes gusten.

- Es que no nos podemoh'abajar - le contestaron los diablos, que estaban como pegaos a las ramas.- Lindo - les dijo Miseria. Entonces fiemenmén otra vez el contrato, dándome otros veinte años de vida y plata a discreción.

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Los diablos hicieron lo que Miseria les pedía y éste les dio permiso pa'que bajaran.Miseria golvió a correr mundo y terció con gente copetuda y tiró plata y tuvo amores con damas de primera.

Pero los años dentraron a disparar, como denantes, de suerte que al llegar al año vegísimo, Miseria, queriendo dar pago a su deuda se acordó de la herrería en que había sufrido.A todo esto, los diablos del Infierno le habían contado a Lucifer lo sucedido y éste, enojadazo, les había dicho:

- ¡Canejo! ¿No les previne que anduvieran con esmero, porque ese hombre era por demás ladino?

Esta güelta que viene, vamoh'a dir toditos, a ver si se nos escapa.

Por esto jue que Miseria, al llegar a su rancho, vido más gente riunida que en una jugada 'e taba.

Pero esa gente, acomodada como un ejército, parecía estar a la orden de un mandón con corona.Miseria pensó que el mesmito Infierno se había mudado a su casa y llegó, mirando como pato el arriador, a esa pueblada de diablos.

- Si escapo de ésta - se dijo - en fija que ya nunca la pierdo. Pero haciéndose el muy templao, preguntó a aquella gente:

- ¿Quieren hablar conmigo?

- Sí - contestó juerte el de la corona.

- A usté - le retrucó Miseria - no le he firmao contrato nenguno, pa'que venga tomando velas en este entierro.

- Pero me vah'a seguir - gritó el coronao - porque soy el Rey de loh'Infiernos.

- ¿Y quién me da el certificao? - alegó Miseria. Si usté es lo que dice, ha de poder hacer de fijo que todos los diablos dentren en su cuerpo y golverse una hormiga.Otro hubiera desconfiao, pero dicen que a los malos los sabe perder la rabia y el orgullo, de modo que Lucifer, ciego de juror, dió un grito y en el momento mesmo se pasó a la forma de una hormiga, que llevaba adentro a todos los demonios del Infierno.

Sin dilación, Miseria agarró el bichito que caminaba sobre los ladrillos del piso, lo metió en su tabaquera, se jué a la herrería, la colocó sobre el yunque y, con un martillo, se arrastró a pegarle con todita el alma, hasta que la camiseta se le empapó de sudor.Entonces se refrescó, se mudó y salió a pasiar por el pueblo.

¡Bienhaiga, viejito sagás! Todos los días colocaba la tabaquera en el yunque y le pegaba tamaña paliza, hasta empapar la camiseta pa' después salir a pasiar por el pueblo.Y así fueron los años.

Y resultó que ya en el pueblo no hubo peleas, ni plaitos, ni alegaciones. Los maridos no las castigaban a las mujeres, ni las madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como Dios manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se veían luces malas y los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta los perros jueron virtuosos. Los vecinos se entendían bien, los baguales no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló de

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rico. Qué, si ni había que baldiar los pozos porque toda agua era güena.Ansina como no hay caminos sin repechos, no hay suerte sin desgracias y vino a suceder que abogaos, procuradores, jueces de paz, curanderos, médicos y todos los que son autoridá y viven de la desgracia y vicios de la gente, comenzaron a ponerse chacones de hambre y jueron muriendo.

Y un día, asustaos los que quedaban de esta morralla, se endilgaron pa'lo del gobernador, a pedirle ayuda por lo que les sucedía. Y el gobernador, que también dentraba en la partida de los castigaos, les dijo que nada podía remediar y les dio una plata del estao, advirtiéndoles que era la única vez que lo hacía, porque no era obligación del gobierno el andarlos ayudando.Pasaron unos meses y ya los procuradores, jueces y otros bichos, iban mermando por haber pasao los más a mejor vida, cuando uno de ellos, el más pícaro, vino a maliciar la verdá y los invitó a todos a que golvieran a lo del gobernador, dándoles promesa de que ganarían el plaito.Así jue. Y cuando estuvieron frente al manate, el procurador le dijo a Suecelencia que todah'esas calamidades sucedían porque el herrero Miseria tenía encerraos en su tabaquera a los diablos del Infierno.

Sobre el pucho, el mandón lo mandó a trair a Miseria y, en presencia de todos, le largó un discurso:- ¿Ahá, sos vos? ¡Bonito andás poniendo al mundo con tus brujerías y encantos, viejo indino! Aurita vah'a dejar las cosas como estaban, sin meterte a redimir culpas ni castigar diablos. ¿No ves que siendo el mundo como es, no puede pasarse del mal y que las leyes y lah'enfermedades y todos los que viven d'ellas, que son muchos, precisan de que los diablos anden por la Tierra? En este mesmo momento vah'al trote y largás loh'infiernos de tu tabaquera.Miseria comprendió que el gobernador tenía razón, confesó la verdá y jue pa'su casa pa'cumplir lo mandao.

Ya estaba por demás viejo y aburrido del mundo, de suerte que irse dél, poco le importaba.En su rancho, antes de largar los diablos, puso la tabaquera en el yunque, como era su costumbre, y por última vez le dio una güena sobada, hasta que la camisetaa quedó empapada de sudor.

- ¿Si yo los largo van a andar embromando por aquí? - les preguntó a los mandingas.- No, no - gritaban éstos de adentro - Larganos y te juramos no golver por tu casa.Entonces Miseria abrió la tabaquera y los licenció pa'que se jueran.

Salió la hormiguita y creció hasta ser el Malo. Comenzaron a brotar del cuerpo de Lucifer todos los demonios y redepente, en un tropel, tomó esta diablada por esas calles de Dios, levantando una polvareda como nube'e tormenta.

Y aura viene el fin.

Ya Miseria estaba en las últimas humeadas del pucho, porque a todo cristiano le llega el momento de entregar la osamenta y él bastante la había usado.

Y Miseria, pensando hacerlo mejor, se jue a echar sobre sus jergas a esperar la muerte. Allá, en su piecita de pobre, se halló tan aburrido y desganao, que ni se levantaba siquiera pa'comer ni tomar agua. Despacito, no más, se jue consumiendo, hasta que quedó duro y como secao por los años.

Y aura es que, habiendo dejao el cuerpo pa'los bichos, Miseria pensó lo que le quedaba por hacer y, sin dilación, porque no era sonso, el hombre enderezó pa'l Cielo y, después de un viaje largo, golpió en la puerta d'éste.

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Cuantito se abrió la puerta, San Pedro y Miseria se reconocieron, pero al viejo pícaro no le convenían esos recuerdos y, haciéndose el chancho rengo, pidió permiso pa'pasar.- ¡Humm! - dijo San Pedro. Cuando yo estuve en tu herrería con Nuestro Señor, pa'concederte tres Gracias, te dije que pidieras el Paraíso y vos me contestastes: "Cayate, viejo idiota". Y no es que te la guarde, pero no puedo dejarte pasar aura, porque en habiéndote ofrecido tres veces el Cielo, vos te negaste a acetarlo.

Y como ahí no más el portero del Paraíso cerró la puerta, Miseria, pensando que de dos males hay que elegir el menos pior, rumbió pa'l Purgatorio a probar cómo andaría.Pero amigo, allí le dijeron que sólo podían dentrar las almas destinadas al Cielo y que como él nunca podría llegar a esa gloria por haberla desnegao en la oportunidá, no podían guardarlo. Las penas eternas le tocaba cumplirlas en el Infierno.

Y Miseria enderezó al Infierno y golpió en la puerta como antes golpiaba en la tabaquera sobre el yunque, haciendo llorar a los diablos. Y le abrieron, ¡Pero qué rabia no le daría cuando se encontró cara a cara con el mesmo Lilí!

- ¡Maldita mi suerte - gritó - que andequiera he de tener conocidos!

Y Lilí, acordándose de las palizas, salió que quemaba, con la cola como bandera 'e comisaría y no paró hasta los pieses mesmos de Lucifer, al que contó quién estaba de visita.Nunca los diablos se habían pegao tan tamaño susto y el mesmo Ray de loh'infiernos, recordando también el rigor del martillo, se puso a gritar como gallina clueca, ordenando que cerraran bien toditas las puertas, no juera a dentrar semejante cachafás.

Ahí quedó Miseria, sin dentrada a ningún lao, porque ni en el Cielo, ni en el Purgatorio, ni en el Infierno lo querían como socio; y dicen que es por eso que, desde entonces, Miseria y Pobreza son cosas de este mundo y nunca se irán a otra parte, porque en ninguna quieren admitir su existencia.

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MISERIA Y POBREZA (cuento tradicional chileno) versión de Dn. Jorge Tapia

Hace ya muchísimos años vivía en un pueblito, cerca de la ciudad de Melipilla un hombre muy alegre y buena persona, muy amigo de sus amigos y muy bueno para divertirse; a pesar de trabajar muy bien en su oficio de herrero, nunca pudo ahorrar dinero ya que chaucha o peso que cayera a sus manos lo gastaba ayudando a quien se lo solicitase o disfrutándolo generosamente con los innumerables amigos que tenía, de modo que, este hombre vivía muy pobremente, pero, a pesar de su pobreza, de lo mal que iba vestido y calzado y de sus múltiples privaciones era muy querido por aquellos que le conocían.

Nunca se casó ni tuvo hijos, habitaba una antigua casa, heredada de sus padres, en compañía de su perro, tan desastrado como él mismo; por su aspecto, todos le conocían por el apodo de “Miseria” y a su perro, le pusieron por nombre “pobreza”. Y allí, adonde iba Miseria, detrasito y moviendo su cola iba su perro pobreza; adonde se quedara dormido Miseria, allí, se echaba pobreza y esperaba que despertara para emprender el camino a casa, siempre uno al lado del otro.

Un noche, después de una farra de casi una semana, en un momento de reflexión, Miseria exclamó para si: “ Puchas, con esta tremenda sed y hambre que tengo, sin ninguna herradura para poner y sin ninguna chaucha en los bolsillos, ni siquiera tengo tabaco en mi bolsa tabaquera para liar un puchito, sería capaz de vender mi alma al “malo” con tal de conseguir algo de dinero para que no me faltase para poder vivir.”

No bien había dicho esto cuando sintió unos golpes en su puerta; mucho se asombró Miseria ya que nadie llamaba a su puerta, menos a esas horas de la noche; se dirigió a la puerta, y al abrir se encontró, cara a cara con un viejito que portaba un maletín de cuero, de amplio sombrero, todo vestido de negro, que le miraba sonriente dejando ver, en su dentadura, un brillante diente de oro.

“Buenos noches señor, en que puedo servirle” dijo Miseria muy educadamente; el vejete, sin dejar de sonreír le dijo “No lo sé, fuiste tú quien me llamó”. Recién entonces, se dio cuenta Miseria que quien tenía ante él era el mismísimo “malo” a quien había invocado momentos antes. Sintió que las piernas le flaqueaban y mucho temor, pero pensando en sus penurias pasadas se sobrepuso y le dijo: “Mire señor diablo, yo quisiera tener dinero para disfrutar de la vida y que nunca se me acabara ni me faltara nada a mi ni a mi perro, mírelo que flaco que está el pobre”

El diablo no corto ni perezoso le dijo al instante “¿Y….. Qué me ofreces a cambio de eso?” ; “Bueno señor diablo, yo le ofrezco mi alma pues”. El diablo (que por algo es diablo) le dijo entonces “¿Y cuanto tiempo quieres para disfrutar esa vida que estás pidiendo?. Miseria lo pensó un instante y le dijo: “Yo creo don diablo que unos diez años a contar de ahora”

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El diablo puso el grito en el infierno (ya que no en el cielo) y el dijo: “No pues hombre; los contratos que yo hago dan un plazo máximo de cinco años no más, al término de ellos yo envío a alguno de mis diablillos ayudantes para que te vengan a buscar”

Miseria lo pensó un instante y luego aceptó; rápidamente, el diablo, que mucho sabe (por ser diablo y también por ser viejo), sacó de su maletín un contrato (que ya tenía preparado) y se lo hizo firmar con la sangre que sacó de un dedo de miseria; entonces le dijo:”Ahora tenemos un contrato, y tu alma me pertenece, este contrato lo confirma, te dejaré un saco lleno de monedas de oro, podrás gastar cuantas quieras; todas las que gastes en el día, volverán a tu saco en la noche, de modo que nunca se te acabarán; cuando pasen cinco años, en cumplimiento del contrato, enviaré a un ayudante a buscarte, ¿De acuerdo?”

“De acuerdo don diablo, en eso quedamos”: dijo MiseriaNo bien había dicho esto, cuando una inmensa nube de humo llenó la pobre habitación y

Miseria cayó profundamente dormido.Cuando despertó, a la mañana siguiente, se encontró durmiendo en su cama y pensó para si

“Que pesadilla mas grande; debe ser producto de la chicha nueva que tome ayer”Se levantó y cuando quiso dirigirse al baño, para mojarse y espabilarse un poco descubrió

una bolsa a los pies de la cama; entre temeroso, curioso y ansioso la abrió con mucho cuidado y casi se va de espaldas cuando vio que estaba llena de brillantes monedas de oro.

Todo el susto y la modorra que tenía desaparecieron por encanto, medio se lavó y tomando algunas de las monedas, se fue al pueblo, seguido de su fiel perro, a remoler con su tesoro.

A partir de entonces, no hubo día en que no se le viera “entonado” en el pueblo, rodeado de amigos que disfrutaban con él y se extrañaban mucho del cambio de fortuna que había experimentado, ya que siempre andaba con mucho dinero a pesar de que ya no trabajaba, sus herramientas, la fragua, las herraduras, se enmohecían el galpón de su casa a la cual llegaba tan sólo a dormir.

A pesar de su nueva vida, Miseria nunca dejó de ayudar a quien se lo solicitase de modo que era muy querido por todos sus vecinos que nunca supieron de donde sacaba miseria tanto dinero.

“Encontró un entierro” decían algunos; “No; en su patio hay una mina de oro” decían otros, “No; hizo un pacto con el malo” decían, muy bajito algunos y se santiguaban, pero Miseria nunca dijo nada a nadie.

Y así fue pasando el tiempo y miseria se empezó a ver mas serio y aunque igual remolía y se divertía con sus amigos, en muchas ocasiones guardaba largos silencios, se retiraba a su casa y pasaba largas horas en un viejo sillón de madera que tenía en exterior frente a un descuidado patio en donde había una enorme higuera.

Miraba su galpón y a veces, hasta añoraba los tiempos en que ponía alguna herradura, extrañaba el calor de la fragua, el vigoroso golpeteo de su martillo en el yunque de acero, ahora ya silente y enmohecido, sus guantes, sus tenazas de trabajo, todo yacía por allí tirado.

Estando un día de mucho calor en estas cavilaciones cuando acertó a pasar por allí una pareja de ancianos varones que llevaban de la rienda a una burrita. Vestían ambos hermosas túnicas blancas y sus miradas eran muy dulces y gratas.

“Buenos días hijo” dijo uno de ellos con una bella sonrisa mirándolo con sus bellos ojos azules claros; “Buenos días sus mercedes” dijo Miseria; “Permítanme ofrecerles un jarrito de agüita con harina para combatir esta calor del demonio”. El otro anciano, al escuchar esto le dijo algo molesto “No es conveniente mencionar al malo hijo; te puede acarrear algún problema”.

“Perdón su mercé no quise incomodarlo” dijo humildemente miseria, “Pasen por aquí, siéntense en este sillón que está a la fresca y sírvanse esta agüita con harina que está muy fresquita y me dicen en qué les puedo servir”.

Se acomodaron los ancianos y el de ojos azules le dijo “Hijo, andamos peregrinando en la tierra y nuestra burrita extravió una herradura en estos andurriales; sabemos que eres un buen herrero y queremos que le pongas la herradura que le falta”

Miseria, que a pesar de no haber trabajado en mucho tiempo tenía muy buena voluntad, se dirigió al galpón de trabajo pensando que jamás encontraría una herradura allí, ni menos tan pequeña que pudiera acomodarse en el pequeño pié del animal, sin embargo, rebuscó en el

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cajón de los fierros y cual no sería su sorpresa al encontrar, en el fondo una bella y pequeña herradura y nada menos que de plata; encendió la fragua, calentó la herradura, y con vigorosos martillazos de sus brazos aún muy fuertes ajustó, en su yunque la pequeña pieza la que muy pronto ajustó perfectamente en la pezuña de la burrita.

Una vez terminado el trabajo, los ancianos se pararon del sillón y preguntaron “¿Hijo; cuánto te debemos por tu trabajo?”; Miseria dijo: “No me deben nada sus mercedes; fue muy grato para mi sentir que aún puedo trabajar, además la herradura es muy pequeña y nunca supe que existía, así que nada me deben”

Entonces Jesús (que no era otro que el varón de mirada azul) le dijo “Hijo, por tu buena voluntad te concederá tres deseos, tan solo tres, piensa bien que vas a pedirme que yo te lo concederé”

San Pedro (que era el compañero de viaje de Jesús, y sabedor del pacto que Miseria tenía) le dijo “Hijo, es la oportunidad que tienes para salvar tu alma; pide la vida eterna”

Miseria dijo “Yo quisiera, su mercé, que si alguien se sube a mi higuera a comer higos, se quede pegado allí y no pueda bajar a menos que yo lo autorice.

Jesús, con una sonrisa, asintió, “Esta bien hijo, que sea como tú quieres; ahora ¿Cuál es tu próximo deseo?

San Pedro muy enojado le repitió, “Es tu oportunidad, no la desaproveches, pide la salvación de tu alma. Pero Miseria dijo: “Yo quisiera Señor; que si alguien se sienta en mi sillón ( en donde han descansado sus mercedes) se quede pegado allí y no pueda pararse a menos que yo lo autorice.

Jesús, con su dulce sonrisa volvió a asentir (a pesar de la manifiesta molestia de San Pedro) y dijo “Está bien hijo mío, que sea como tú has pedido; ahora, piensa bien y pide, mira que es el último deseo que tienes”

San Pedro, en el límite de su paciencia, muy molesto, por lo que consideraba la tozudez de Miseria, le instó, casi a gritos “De una vez por todas, pide la salvación y la vida eterna, no seas porfiado”

Pero Miseria dijo: “Yo quisiera mi Señor, que todo aquello que yo meta en mi bolsa tabaquera no importando lo que sea, no pueda salirse a menos que yo lo autorice”

Jesús dijo “Sea como has pedido hijo mío” y sin más, con la evidente molestia de San Pedro, se pusieron en camino y jinetes en su borrica, pronto no fueron más que un distante punto del camino.

Pasado esto, Miseria continuó con su vida de fiestas, farras y reuniones con sus amigos, quienes ahora lo volvieron a ver muy animoso y contento.

Pasados cinco años justos, apareció por la casa de Miseria un hombrecito que le dijo “Don Miseria, vengo a buscarlo; mi jefe, de allá del infierno mandó por usted, ya los cinco años del pacto se han cumplido”

Miseria le replicó; “Voy al tiro don diablito, espéreme mientras me cambio ropa, sírvase entre tanto unos higos de la higuera; los mejores están allá arriba en la copa del árbol; son como almíbar de dulces”. Dicho esto entro en su casa.

El diablito, tentado a la vista de los magníficos higos que se balanceaban en la copa del árbol, ni corto ni perezoso, subió rápidamente y se puso a comer las ricas frutas que realmente estaban deliciosas.

Salio Miseria de su casa y dijo “Ya don diablito, estoy listo, vámonos no mas”.El diablillo quiso bajarse pero las ramas de la higuera lo tenían firmemente aprisionado y no

pudo hacerlo, intentó desasirse una vez más pero todos sus intentos fueron vanos. Desde abajo Miseria lo apuraba “Ya pues don diablito, vámonos que se nos hará muy tarde”

El diablillo muy acongojado le dijo, nos iremos en cuanto logre bajarme de este árbol, entonces Miseria le dijo “Bueno don diablito, mientras usted se baja, yo me iré a ver a algunos amigos, volveré en dos semanas” y a pesar de las protestas, amenazas y ruegos del diablillo, Miseria, seguido de su fiel perro pobreza salieron y se perdieron por el camino.

Pasadas cinco semanas, volvió Miseria a su casa; el diablillo permanecía en el árbol, casi muerto de frío y hambre y le rogó le ayudara a bajarse, Miseria le dijo “Mire don diablito, usted se subió solito y solito debe bajarse, yo estoy invitado a unas fiestas donde mi compadre y volveré

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para la primavera. Y a pesar de las insistencias del diablillo, Miseria se mudó de ropas y nuevamente, seguido de su perro se fueron de la casa dejando al diablillo arriba de la higuera.

Pasó el verano, llegó el otoño y entró el invierno, y el pobre diablo, aterido de frío y de hambre seguía pegado en la ahora desnuda higuera, cada vez que veía a Miseria le rogaba le ayudara a bajarse pero este se negaba, finalmente este le dijo “Mire don diablito, si quiere bajarse, tendrá que hacerme otro contrato por cinco años más; ahí lo ayudo a bajar”.

El diablillo, se negó, rogó, maldijo, lloró, amenazó, pero, finalmente accedió a la demanda de Miseria quien lo autorizó a bajarse. En cuanto estuvo abajo, echando chispas por los ojos y muy asustado (pensando en como se justificaría ante el diablo mayor) tomó rápidamente el camino del infierno.

Miseria continuó con su vida habitual disfrutando de la vida y allá en el infierno, el diablo mayor muy enojado, por lo sucedido echaba chispas por los ojos y recriminó duramente a su diablillo por lo inocente que había sido.

Pasado el plazo de cinco años otorgado por el diablillo a Miseria, el diablo mayor, se dijo “Debo enviar a un diablo más astuto para que ese demonio de hombre no lo vaya a engañar” de modo que, mandó al más listo de los diablos que tenía recomendándole que tuviera cuidado y que “Ni por nada se fuera a subir a la higuera”

Llegó el diablote a la casa de miseria y este le estaba esperando en el patio de sus casa; en cuanto lo vio le dijo “ Ya don diablote, me cambiaré ropa, si usted quiere, puede subir a la higuera a probar los higos”.

El diablote, muy astuto y precavido, le dijo “No se preocupe don Miseria que no me gustan los higos; vaya luego no más a cambiarse”

“Está bien don diablote, vengo enseguida, espéreme aquí sentadito en este sillón, es muy cómodo, no me tardo”

El diablo, que venía muy cansado, no vio peligro alguno en sentarse y se acomodó en el sillón a esperar a Miseria; pronto salió este de la casa y le instó a irse “Ya don diablote; vámonos, que el camino es muy largo y se nos puede hacer tarde”

El diablote quiso pararse, pero no pudo hacerlo por más esfuerzos que hizo. Demás está contar que Miseria se fue de farras y fiestas y tuvo allí, sentado al diablote hasta muy pasado el invierno y accedió a dejarlo ir tan sólo cuando lo hizo firmar otro pacto dándole cinco años mas.

Cuando el diablo mayor supo esto, casi incendió el infierno de rabia, condenó a diablote a los peores trabajos y se dijo “Buen dar con este Miseria, tan diablo que me salió; la próxima vez iré yo mismo, a mi no me va a hacer leso”

Pasados los cinco años justitos (El diablo es muy puntilloso en eso de las fechas y pactos) el diablo mayor, en persona (O…. en diablo) llegó a la casa de Miseria quien ya le esperaba.

“Buenos días don diablo, ¿No quisiera algún higo de mi higuera?”“No dijo el diablo mayor; a mi no me la vas a pegar”“¿No quisiera descansar en mi sillón un ratito?” pregunto (En tono muy inocente) Miseria“No replicó el diablo mayor, debemos irnos cuanto antes; ya te he esperado demasiado

tiempo”“A que tanto apuro don diablo; ya nos vamos a ir, no se preocupe, pero sabe usted, ahora

que lo miro bien, me parece que……usted no es el diablo ¿Cómo se yo que es usted realmente el diablo?, “¿Cómo me puede probar quien es?

El diablo muy molesto dijo “Está bien, dime que prueba quieres que te haga y luego nos vamos”

Miseria dijo “Bueno, si usted se convirtiera (Cosa que no creo) en una pequeña lauchita que cupiera en palma de mi mano ahí yo le creería y nos iríamos al tirito al infierno”

El diablo herido en su vanidad por lo que creyó la incredulidad de Miseria y deseoso de mostrar su gran poder, al instante se transformó en una pequeña lauchita, tan pequeña, que se paseaba por palma de la mano de Miseria.

Rápido como el rayo, Miseria lo encerró en su bolsa tabaquera, lo llevó a su yunque y tomando su martillo comenzó a darle, (hijitos de mi alma), una de martillazos que el yunque llegaba a humear.

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El diablo, encerrado en la bolsa, sin poder salir suplicaba, rogaba, lloraba, gritaba, amenazaba con todas las penas del infierno, pero Miseria seguía dándole fuertes martillazos hasta que gritó desde la bolsa “Esta bien, ganaste, ya no me pegues más, me voy, declaro anulado nuestro pacto, quédate con todo, ya no quiero verte nunca más ni en pintura”

Miseria, abrió su bolsa tabaquera y el malogrado diablo salio echando chispas por los ojos y lleno de cototos y machucones y dando un fuerte zapatazo en el suelo, dejando una nube de humo azufrada se fue y no volvió más.

Miseria siguió con su vida habitual, y después de muchísimos años, murió en paz, repartiendo antes todos los bienes y riquezas que tenía, cada vez que alguien pidió su ayuda él se la brindó y por eso, en su funeral, todos lloraron y lo sintieron mucho, especialmente su perro “pobreza” que no dejó de aullar y llorar y luego que todos se fueron del cementerio se echó al lado de la tumba de su amo y allí se quedó, sin comer ni beber por muchos días hasta que finalmente murió.

Los perros también tienen alma, y el alma de pobreza junto con la de su amo se juntaron en el más allá y emprendieron juntas el camino al igual que lo habían hecho en vida.

Y caminando y caminando llegaron hasta el cielo y Miseria golpeó en la puerta de entrada, salió el portero celestial, es decir, San Pedro, quien le dijo “Tú rechazaste la vida eterna cuando te fue ofrecida; así que aquí no tienes cabida; ándate”

“¿Y dónde me voy su mercé?” Preguntó Miseria“Pues, al infierno” contestó San Pedro, y sin más explicaciones cerró la puerta.Caminaron pues las almas de Miseria y pobreza por el largo camino que va del cielo al

infierno, sin prisa y recordando las diabluras que habían hecho en sus días de vida en la tierra. Llegando a las puertas del infierno, Miseria golpeó y salió el mismo diablo mayor a abrir. Ver a Miseria y recordar los martillazos que este le había propinado llenaron de terror al diablo que le dijo”Aún me duele el espinazo y tengo machucones por tanto martillazo que me diste, no quiero verte por aquí, quizás que cosa me podrías hacer, vete, aquí no entrarás”

“Pero don diablo donde me voy a ir, allá arriba tampoco me quieren”“Sus razones tendrán pues; allá no son nadita de tontos; ándate entonces a la tierra; de allá

nadie podrá sacarte jamás” y dicho esto cerró las puertas y ventanas del infierno con siete candados; no fuera cosa que el malvado Miseria fuera a entrar.

Y así, Miseria y pobreza volvieron a la tierra, paso a pasito y por allí andan; siempre juntos, eternamente juntos pues en donde hay miseria también hay pobreza