MI VIDA ES UNA PASIÓN REDONDA · 2014. 9. 16. · MI VIDA ES UNA PASIÓN REDONDA 11 Esta historia...

Todos los derechos reservados© 2012 Alfredo AsfuraCoautor Marcelo Simonetti© Centro de Estudios del Deporte. Cedep Ltda.

Libro gracias a la motivación y el apoyo de Sebastián Plubins y Jorge Barraza

Registro de propiedad intelectual: 210862 ISBN: 978-956-345-787-2

Centro de Estudios del Deporte, CEDEP. Lincoyán 1184, Ñuñoa, Santiago de Chile. Teléfono (56-2) 3269194. Fax (56-2) [email protected]. www.cedep.cl

Dirección. José Luis FernándezEdición General: Jorge NazarDiseño y Dirección de Arte: Nicolás Araya SánchezMail: [email protected]: www.nicolas-araya.comTeléfono (56-9) 2185999

Impreso en Atenas ImpresoresPrimera Edición: 500 ejemplares. Marzo 2012

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MI VIDA ES UNA PASIÓN REDONDA

Alfredo Asfura

ÍNDICE

Introducción 9Historia que casi no se cuenta 11 Livingstone, el primer héroe 16 Santiago y el gran Moreno 20De la teoría a la práctica... 23Rodillas rotas y chicotazos 25La irrupción del hincha 27 Capítulo 1 31Los primeros pasos 33El Mundial del ´62 35La personalidad de Riera 37La gran gira juvenil 39El quiebre y la huida 41A bordo del Lircay 44De “okupa” a corresponsal 48Banderas, tangos y operas 50Un galgo y los árbitros 53Asfura y su otro yo 55Viva Chile y los hermanos Silva 57La locura de Europa 59Las cartas del regreso 62

Capítulo 2 65El retorno y la guerra fría 67Entra Prieto, sale Prieto 69Una copa y una revancha 71La gran jornada 74Dos regresos paralelos 76El ángel de la guarda y… 78El método Asfura 80Europa, otra vez 82Una mano en el extranjero 84¿Un futuro con Riera? 86Dedícate a otra cosa 88La bendición de Don Julio 90¡Ese es el hombre! 92¿Cómo le hiciste eso a Fernando? 94De Independencia al mundo 97El dictador y superman 99El secreto de los palitos 101La experiencia de Asfura 104Anecdotario de Asia 106

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Capítulo 3 109Asfura de selección 111La importancia del lobby 114El golpe por televisión 116La incertidumbre chilena 118A Rusia los boletos 120El partido que no fue 123O me pagan o no se juega 125Al mundial con la lepra 127Un detalle que pudo cambiar la historia 129El tapado 132El capítulo Huachipato 134Everton, el oro y el cielo 136Armando el equipo 138Viña, cerca del paraíso 141El encuentro con Leoz 143Un veterano de 33 años 146El regreso de Alonso 148Mormones y playboy 151Desde Arica a Magallanes 153El capítulo Vasconcelos 155Al estilo del far west 157El paso a Union Española 159Un encuentro decisivo 162El Nerón de la UC 165La grúa cruzada 167Terremoto grado cinco 169

Album Fotográfico 171


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Capítulo 4 197Enviado especial 199A España los boletos 201Implacable, antes y después del fracaso 203El camino olímpico 206La persistencia de asfura 209Pasajes a Singapur 211Las eliminatorias para México 213Mi amigo Leoz 215De la tentadora noche al matrimonio 218El mundial juvenil 221La copa se mira y no se toca 223Nasur, relaciones calculadas 225La llegada del doctor 226La primera vergüenza 228La retórica de la guerra 230La noche de la vergüenza 232Otra vez con la lepra 234Havelange, una larga relación 237Errar es humano 239¡Ni Asfura! 242

Capítulo 5 245Abumohor y la nueva era 247El capítulo Azkargorta 249La llegada de Acosta 251El otro Chile nace en Wembley 253La trastienda de la gloria 255Madame et monsieur 257Entrando en la niebla 260La muerte de un amigo 262Blatter, el que la sigue 265Hora de elecciones 267La jugada Mayne-Nicholls 269

Epílogo 273

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Esta historia pudo no escribirse. O convertirse en una narración triste. Pudo ser la historia de Carlos, un muchacho palestino nacido en Belén que vio con impotencia como las tropas del Imperio Turco Otomano invadían sus tierras y lo convertían a él y a sus hermanos en carne de cañón. La narración no habría tenido demasiadas páginas y se hubiera interrumpido con una granada o una ráfaga de metralla que apaga la vida de Carlos en los inicios de la Primera Guerra Mundial.

Este relato pudo no escribirse, pero se escribe, porque a diferencia de muchos otros muchachos sirios, libaneses, palestinos, los padres de Carlos se sacrifican y lo mandan lejos. Prefieren no verlo, no saber de él, antes de que el Ejército invasor los tome y los envíe a la primera línea de combate. A los 17 años, Carlos Asfura es sacado de Belén y subido a un barco, junto a otros muchachos como él rumbo a un territorio que para ellos sonaba igual que Marte, Saturno o Plutón: América del Sur.

La historia continúa con Carlos llegando en barco al puerto de Buenos Aires, en Argentina. No sabe bien qué hacer. Si quedarse en esa ciudad o seguir a alguno de sus amigos que se reparten por Brasil y Uruguay. Otros prefieren alargar la aventura y se suben a lomo de mula para cruzar la Cordillera de los Andes y descubrir ese país que está del otro lado y que se llama Chile. Carlos es uno de ellos.

Esa será una de las primeras avanzadas palestinas que llega a Chile. Cruzan a la altura de Talca. Muchos prosiguen su marcha para terminar su periplo en Santiago. Carlos prefiere quedarse con esas primeras postales de un país desconocido y echa raíces en San Carlos, cerca de Chillán, en 1908.

HISTORIA QUE CASI NO SE CUENTA

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Carlos Asfura tiene que arreglárselas para sobrevivir en el mundo sin demasiadas herramientas. Es apenas un mocoso de 17 años y debe salir adelante. Echa mano a lo que sus genes le indican y se dedica al comercio. Pero la sangre llama y la lejanía de su familia se transforma en algo que necesita paliar. Y sólo hay una forma para eso: volver a Belén, a su tierra, una vez que el fantasma de la Guerra es apenas eso, un fantasma.

Después de muchos años, Carlos se reencuentra con los suyos. Los abrazos se hacen pocos para recuperar el tiempo perdido. Se ha convertido en un hombre, ha hecho su vida en otro país. Él y sus padres saben que aún cuando sus raíces están en Belén, su futuro está del otro lado del Atlántico. El regreso a Chile es inevitable. Sin embargo, antes de eso ocurre un en-cuentro que es fruto de las casualidades.

Emelie Mansour es hija de una familia de mucha tradición. Al punto que su abuelo ha sido alcalde de Jerusalén. Ella estudia en París y se ha tomado unas semanas de vacaciones en Belén. Las cosas ocurren muy rápido. Emelie y Carlos se conocen, se enamoran y las familias, como se acostumbraba en aquellos tiempos, acuerdan el matrimonio. El día en que se casan, Carlos tiene 33 años, la bella Emelie apenas 19. Poco tiempo después están arriba de un barco para iniciar su vida juntos en Chile, más precisamente en San Carlos, en el año de 1924.

Pero San Carlos no es París, ni con mucho se le acerca. En tierra chilena ella llora todos los días. Ama a Carlos pero el paisaje de la ciudad no tiene nada que ver con lo que ella estaba acostumbrada a mirar. Aquí nos hay Campos Elíseos ni Torre Eiffel ni un río llamado Sena por donde navegar.

Emelie casi no sale de su casa. Se encierra en sí misma y la vida resulta dura para ella. En 1928 se trasladan a Chillán que no es lo mismo pero sigue estando a gran distancia de lo que es París. Con todo, las cosas mejoran para el matrimonio Asfura-Mansour. Llegan los niños: Mary, Yola, Lucía, Mabel, Ivonne, Víctor. La maternidad le sienta bien a Emelie:. También a Carlos que comienza a consolidarse como un emergente comerciante. Así hasta que el 1 de octubre de 1937 nace Alfredo Asfura Mansour. Pasará un par de meses antes de ser anotado en el Registro Civil, lo que ocurre finalmente el 4 de enero de 1938, un año antes del gran terremoto.


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El destino siempre acecha de manera amenazante. Y nadie sabe cuándo una historia habrá de llegar a su fin. El terremoto de 1939, que asoló a la ciudad de Chillán el 24 de enero, pudo evitar que esta historia se contase.

“Teníamos todo preparado para las vacaciones. Nos íbamos a la playa de Dichato cuando sobrevino el terremoto. La casa en la que vivíamos se vino abajo. El negocio de mi padre, que era una de las construcciones más sólidas de la ciudad, se mantuvo en pie. Lamentable-mente, una edificación contigua, una farmacia, se incendió y las llamas arrasaron con el negocio de mi padre. El fuego no sólo se llevó las telas que él vendía, también el libro en el que llevaba las anotaciones de los clientes, porque en ese tiempo todos se anotaban y pagaban a fin de mes. Se quemó todo. Y no hubo forma de recuperar el dinero adeudado”, cuenta Alfredo Asfura.Para colmo, luego del sismo su padre estuvo desaparecido por casi dos días. Nadie sabía la suerte que había corrido. Una muralla se había derrumbado encima de él dejándolo aplastado. Aguantó como pudo hasta que lo rescataron.

“Cuando lo hallaron tenía unos cuantos moretones, nada más. La suerte nos acompañó durante ese terremoto. Yo era la guagua. Mi madre, apenas comenzó a moverse la tierra, me buscó para protegerme. Me sacó de la cuna tan rápido como pudo y a los pocos segundos un pesado mueble que las oficiaba de botiquín cayó encima de la cuna y la hizo pedazos. Increíblemente, una de las pocas familias que no lamentó la muerte de algún ser querido fue la nuestra. Todas las otras perdieron a un hijo o a la madre o al padre”, dice Asfura.

La reinvención de la familia Asfura-Mansour obliga a una separación transitoria. Un amigo le tiende una mano al padre que parte a reconstruir su negocio a Curicó. Lo acompaña Emelie, pero los hijos del matrimonio son repartidos entre los familiares que viven en Santiago y otras ciudades al norte de Chillán.

“Mi padre empieza de nuevo. Se reinventa en Curicó y vuelve a Chillán para instalarse en la calle El Roble 666. Galería Novedades se llamaba el boliche. Y detrás de la galería él construye su casa. Esa casa ya no existe. Hasta hace poco estaban las baldosas de la Galería Novedades. Pero todos mis recuerdos de infancia remiten a ese lugar y al Seminario de Chillán, al que asistía con mameluco. Me acuerdo del campanario, de la sala de clases que

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era entera de madera. Recuerdo la época de los retiros, era un colegio de sacerdotes. Todos los días había misa. El colegio tenía también unos terrenos entre Chillán y el puente Ñuble en donde jugué las primeras pichangas”.

-¿Esas primeras pichangas eran con pelotas de plástico o de cuero?-Con pelotas de plástico, aunque muchas veces hacíamos pelotas de trapo con las medias y jugábamos en un sitio que quedaba detrás de la casa. Me acuerdo que jugábamos en invierno y todavía puedo escuchar el ruido que hacía la lluvia sobre el zinc. Me encantaba ese sonido. Yo diría que mi padre fabricó esa casa con sus propias manos. Tengo viva la imagen de él trabajando en las bodegas, con un martillo, cortando madera. Para mí, mi padre fue el símbolo del esfuerzo de todos los inmigrantes.

-Y tu madre, ¿trabajaba?-A mi madre la veo en la cocina. Recuerdo que había en la casa un horno antiguo en donde ella preparaba con sus propias manos la comida árabe. Era un trabajo de largas horas, a veces de días. El viernes comenzaba a cocinar para el almuerzo del domingo: las hojitas de parra, los rellenos, los dulces árabes. Me acuerdo como si fuera ayer que le ayudábamos a hacer un dulce que se llama mamul, que ahora lo compramos y que a mi señora y a mi hija les encanta. Es un dulce que hay que darle forma con unas pinzas. Y en esa parte nosotros le ayudábamos a la mamá. Es una especie de cono que se rellena con la mezcla habitual de los dulces hecha a base de nueces y almíbar. La cocina en sí misma era un lugar lleno de calor. En el invierno todos nos reuníamos ahí. Había un horno a leña. Me acuerdo de la nana que me crió: María. Una mujer del sur, morena, acampada. Y ahora que hago memoria también se me viene a la mente la primera vez que tuve que disertar, que me subí a un “escenario” para decir unas palabras…

-¿Cuándo fue eso?-No debo haber tenido más de siete años. Fue para un San Carlos. En esos tiempos la celebración del santo era más importante que el cumpleaños. Mi padre era como una especie de patriarca. Iban a la casa a pedirle consejos. Y para el santo la casa se llenaba de amigos y familiares. Entonces yo me subí a una silla, delante de toda esta gente, y hablé de mi padre y de mi familia, Fue una cosa que me nació en el momento y que me sirvió más adelante. Porque desde entonces nunca escribo lo que voy a hablar en público. Siempre improviso. Tengo un par de ideas y me lanzo. Ese santo fue algo que me marcó y que no


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olvido. De esos años, guardo un anillo que mi madre me regaló, y la radio, mi querida radio, que, a pesar de los años, todavía funciona.

Alfredo Asfura descubrió en la radio lo que terminó siendo la pasión de su vida. El fútbol no le entró por los ojos sino por las orejas. Y desde entonces vive dentro de él con tanta fuerza que de seguro su corazón es un músculo de cuero con 32 cascos.

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Se acerca a la radio como si se tratara de un artefacto mágico. En cierta medida lo es. Para el niño Asfura ese aparato que reproduce voces que no conoce, mundos que apenas imagina, es cautivante. También para su padre que, por las noches, se arrima a él hasta casi acomodar la oreja sobre la superficie. Las noticias de la guerra manchan de muertos las palabras que la radio arroja. Alemania es un imperio que arrasa y se agiganta bajo Adolf Hitler, y por más empeño que pongan los aliados las fuerzas del Eje parecen una máquina indestructible. A veces la familia entera se reúne en torno a ese aparato que marca la modernidad, que muestra un mundo desconocido para muchas familias chilenas.

Pero la radio no sólo trae destrucción y muerte. Hay radioteatros, cantantes que hacen sus primeras armas frente a un micrófono, las noticias locales dan cuenta de la obra de Pedro Aguirre Cerda y el Frente Popular, espacios de humor. No es lo único. Los días sábados y domingos el hermano mayor de Alfredo, Víctor, cae subyugado por un relato que recrea una guerra diferente: la de veintidós hombres que reviven el rito de la caza, pero que en vez de ensartar su lanza en el lomo de alguna bestia, intentan introducir una pelota de cuero dentro de un arco.

El niño Asfura descubre el fútbol de oídas.

“Estamos hablando del año 42, 43. Yo tenía cinco años cuando mi hermano, varios años mayor que yo, escuchaba las transmisiones de los partidos de fútbol de Santiago. Ahí, independiente de las pichangas en el seminario, me dejo llevar por las transmisiones y me

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empieza a quedar una cosa grabada: “¡Católica! ¡Católica!”. Ese grito lo sigo escuchando incluso cuando no estoy oyendo la radio y comienza a producirse en mí una especie de obsesión, y sueño con la posibilidad de llegar un día a Santiago y ver con mis propios ojos, no ya de oídas, esa historia que el relator me cuenta a través del aparato”.Son otros tiempos. Las reglas de la buena educación obligan a que los niños no puedan participar de las conversaciones de los adultos. El pequeño Alfredo trata de oír a hurtadillas si dentro de los planes de la familia hay algún viaje a Santiago o, mejor aún, si sus padres han conversado la posibilidad de mudarse con camas y petacas a la Capital.

La posibilidad de que eso ocurra cobra fuerza luego del viaje de Víctor, el hermano mayor, a Santiago. Él es enviado a la gran ciudad para que se eduque en un internado. Y luego, una de sus hermanas mayores, María, se casa. El matrimonio por el civil y por la Iglesia, lo mismo que la fiesta, se realizan en Chillán.

“Mi hermano se viene al Instituto Barros Arana, y eso significa un golpe difícil de aceptar. Mi madre se resiste a estar lejos de él. No soporta la idea de no verlo todos los días. Y como luego mi hermana María también se traslada, la posibilidad de que toda la familia se instale en Santiago gana fuerza. Antes de que eso se concrete, mi madre viaja varias veces a la Capital para ver a mi hermano Víctor, y aprovecha esos viajes para llevarme al médico a los controles respectivos”.

-¿Qué tipo de controles?-Nací con un problema genital. No me bajó uno de los testículos. Cuando tenía un año de edad deciden operarme. Mi madre, al igual que mi madrina Melania, la mamá de Juan Saieh, era muy devota de la Virgen de Lourdes. Ambas le pedían siempre por mi salud a la Virgen. Son ellas las que viajan conmigo para la operación. Lo más increíble de todo es que cuando estaba ya en la mesa de operaciones, milagrosamente el testículo baja. Insólito, ¿no? La operación era bien riesgosa porque yo tenía un año de edad. Pero no fue necesaria. De alguna forma, luego de haberme librado de la muerte por el terremoto, vuelvo a zafarme de ella al evitar someterme a una operación que era bien jodida. Los controles médicos a los que tenía que asistir estaban relacionados con eso y fueron el pretexto ideal para afianzar mi relación con el fútbol.

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-Tu hermano Víctor ya era un apasionado del fútbol, ¿no?-Bueno, él a poco de llegar al internado ya era hincha de Católica. Y en esas visitas que hacía a Santiago él se dedicaba a contarme las proezas del club de sus amores. Entonces, cuando volvía a Chillán yo iba fantaseando con el equipo. Aunque sobre todo con Sergio Livingstone. Para mí Livingstone era Católica. Me acuerdo que yo siempre me preguntaba por qué le decían Sapo. Llegué a pensar que ese era su nombre. Hasta que lo vi un día atajar. Él saltaba y recogía las piernas, igual que un sapo. A veces, embolsaba la pelota con las manos en la espalda. Se comió varios goles así. Me acuerdo porque los vi. Para mí Livingstone fue Católica y luego el arquero de la selección. Todavía me acuerdo de cuando estábamos instalados en Santiago. Mi padre tenía una fábrica y una casa en la calle Río de Janeiro, en Recoleta. Tengo la imagen del año 50. Veo una carnicería y una radio. Ahí escuchábamos los partidos de Chile en el mundial de Brasil, con Estados Unidos, y una vez más el nombre de Livingstone aparecía, ahora como el arquero de la selección. Me acuerdo que cuando fui un poco más grande iba al Estadio Independencia a los entrenamientos de Católica y me ubicaba justo detrás del arco de Livingstone, el arco de mi ídolo.

-¿Y lo imitabas?-Yo jugué un tiempo al arco, precisamente tratando de ser como Livingstone.

-¿Y embolsabas la pelota por la espalda como hacía él?-Sí, me gustaba hacerlo. En un interescolar lo hice y la pelota se fue mansa dentro del arco. Mis compañeros me putearon. Pero no me importaba porque en ese acto, el de atajar la pelota de una manera tan poco tradicional, entendía yo que había una cuota de rebeldía que también la tenía Livingstone. Siempre me gustaron esos personajes medios rebeldes, que luchaban por llevar a cabo sus proyectos, sus ideas. Por ejemplo, cuando niño me encan-taba leer las historias de Manuel Rodríguez. Me iba a las librerías de San Diego a ver todos los libros que estaban relacionados con él. Yo sentía que Manuel Rodríguez era a la historia de Chile lo que Livingstone era al fútbol.

-¿Has tenido la posibilidad decirle esto a Livingstone?-Una vez que tuvo que esperarme, hace muchos años atrás en una oficina que yo tenía en el Edificio España, le dije: “mira cómo ha pasado el tiempo, tú has tenido que esperarme más de una hora y tu has sido mi ídolo desde siempre”.


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-¿Te acuerdas la primera vez que fuiste al Estadio Nacional?-Debió ser en 1945. Me acuerdo que estaba lleno y nosotros estábamos en plena Galería. En ese tiempo la Andes era la Galería. No me acuerdo qué partido fue, pero era un partido internacional. A esas alturas, mi sentimiento hacia el fútbol más que una obsesión era una desesperación. Estaba muy ilusionado con que mi padre se trasladara a Santiago, y cuando esto pasara, lo primero que iba a hacer era convertirme en socio de la Católica y jugar por la Católica.

En 1949 llega al gran día. La familia Asfura-Mansour decide dejar la vida provinciana. Asfura padre vende sus negocios y parte a conquistar Santiago. La pasión del pequeño Alfredo comienza a crecer dentro de sí.

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SANTIAGO Y EL GRAN MORENO

Ese Santiago al que llega la familia Asfura-Mansour tiene el perfume del comercio. Patronato es un barrio que ya comienza a adquirir sus formas. Antes de encontrar una casa definitiva, se quedan momentáneamente en la de su hermana María, en Lastra con Recoleta. En el barrio también vive Juan Abogabir. Vive y trabaja, porque en el primer piso de ese caserón funciona su negocio y el segundo lo habita junto a toda su familia. Alfredo Asfura lo conocerá, estrechará su mano y sin darse mucha cuenta lo cautivará el hecho de que ese hombre viva el fútbol desde dentro, bajo la etiqueta de dirigente.

Pero esa iluminación llegará tiempo después. En esos días de la infancia, con apenas once años, el niño Asfura está más preocupado de los juegos que de otra cosa. Juega a la guerra de piedras, juega a los piratas, juega a que es uno de los Tres Mosqueteros, juega a que es el Zorro, látigo incluido. Y juega también al fútbol, eternas pichangas callejeras con pelota de trapo.

Tan cerca de esas historias que le llegaban a través de la radio y que él iba armando en su cabeza, no demora demasiado en hacerse socio de Católica. Su hermano Víctor, que sabe de su pasión por Livingstone y el equipo de la franja, es quien lo lleva al club y lo inscribe como socio. Es un año especial no solo para él sino que para todo el club. A doce años de su fundación, los cruzados tienen un plantel de lujo.

“Ese es un año que a mí me marca. Yo debo haber visto, por lo menos, el 50% de los partidos que jugó Católica en ese torneo. ¡Y era apenas un niño! Si tú me preguntas cuál es la


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formación de Católica hoy, no te la puedo decir completa, pero la de ese año te la recito cuando quieras: Livingstone; Álvarez, Arriagada y Roldán; en el centro Almeyda (que fue mi amigo), Carvallo (que también fue dirigente), Mayanés, y el mejor jugador que yo he visto en mi vida, José Manuel Moreno (el mismo que en etapas posteriores se convierte en mi amigo siendo entrenador de Colo Colo y teniendo por ayudante a Pedro Morales); Infante, Prieto y Riera”.-De todos ellos, Livingstone, que ya había regresado de su paso por Racing, era tu mayor ídolo, ¿cierto?-Claro, Livingstone es un jugador que me marca. Después, Riera va a ser también muy importante. Y Manuel Moreno, por supuesto. Él era un monstruo. Un jugador talentosísimo. ¡Las cosas que le vi hacer en el área! Tengo grabada la imagen suya trotando antes de los partidos. Al tiempo me contaron por qué lo hacía. Muchas veces era para botar la borrachera. Era un vividor. Un farrero empedernido de lunes a domingo. Un conversador, amigo del trasnoche. ¡Lo iban a sacar de las “casas de niñas” para llevarlo al estadio a jugar! Tomaba, pero tenía un físico privilegiado… Era corpulento y tenía unos bigotes muy característicos… Jugó en México, por eso le decían Charro… Se peinaba con el mejor estilo argentino de la época… Un tipo de metro ochenta, con un pedazo de espalda... Su estructura física le permitía darse esas licencias nocturnas. Un jugador cualquiera hace eso y se muere en la cancha. Él vivía intensamente.

-Algunos aseguran que no ha habido nadie mejor que él, incluso que fue mejor que Maradona…-Cuando converso con el “Pichanga” Arriagada, que fue compañero suyo, y con Roldán, siempre se produce esta polémica: ¿quién ha sido el mejor jugador? Y tú le preguntas a Arriagada o me preguntas a mí y, con el perdón de Pelé, Maradona y Puskas, el mejor es Moreno. En Argentina, es lo mismo: ¿quién fue el mejor? ¿Maradona o Moreno? Y los antiguos te hablan de Moreno. Con Julio Grondona hemos hablado del tema y él me dice: “No, Di Stéfano jugaba más que Moreno”. Claro, a un hombre de Independiente como Grondona no puede hacerle mucha gracia que un símbolo de River, como es Moreno, sea el mejor jugador del mundo.

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-Cuéntame una cosa: ¿Moreno se vino de River a Católica?-Claro, los dirigentes lo compraron en una cifra estratosférica para la época. Mucho dinero. Él ya había jugado en México donde había sido campeón; volvió a River donde otra vez conquistó el campeonato, y de ahí llegó a Católica. Jugó esa temporada y regresó un par de años después pero ya no era el mismo. Pero el ’49 el fue el gran artífice de ese primer título de la UC. Moreno, el mejor jugador del mundo.


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DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA…

Pero Alfredo quería más. Había vivido el primer título de los cruzados sin perder pisada al equipo de sus amores, desde el tablón, alentando a los suyos con la pasión que un chico de once años puede ofrecer. Había llegado la hora de que ese apoyo se diera desde la cancha misma.

Con doce años se presenta a la prueba de jugadores a la que convocó Universidad Católica. Llega al estadio Independencia y se esmera por ser considerado entre los elegidos. No le va del todo bien. No queda en la UC, pero es derivado al mítico Green Cross, donde comienza a hacer su carrera de futbolista en las divisiones inferiores.

“Me acuerdo que en enero del año ’51, juego de preliminar en un partido de final de campe-onato que enfrentaba a Unión Española con Everton. Imagínate lo que era para mí entrar al estadio Nacional repleto, con más de 40 mil personas, y jugar ahí. Ya me había tocado jugar un par de veces en el estadio Santa Laura, pero en el Nacional era distinto. En buena medida, mi hermano fue muy importante en ese primer acercamiento al fútbol, en el tema de jugar, de los viajes, tengo que reconocérselo”.

-No te acuerdas a qué equipo enfrentaste en ese partido preliminar…-No lo recuerdo. Pero sí me acuerdo que estaba de suplente y que lo único que quería era entrar al campo. Estaba ansioso, pero también algo asustado… Te diría que hasta me corrieron unas lágrimas porque el reloj pasaba y yo seguía en el banco… Pensé que no iba a jugar, hasta que me hicieron entrar y ahí fue la gloria…

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-¿De qué jugabas?-De lateral derecho. En ese tiempo jugaban con tres en el fondo y yo era marcador de punta. Pero no subía como los carrileros actuales. Me quedaba atrás. Sin pasar la mitad de cancha. Era un marcador fiero. Tengo las piernas llenas de marcas… Era de bajo porte pero mis piernas siempre fueron fuertes, de buena contextura…Un jugador duro. Lesioné a no sé cuantos jugadores. En una ocasión, los once contrarios me persiguieron por toda la cancha porque había agarrado a uno con todo, lo di vuelta. Nunca fui un jugador técnico, pero si de mucha fuerza y garra.

-Pero cuando dices que los dabas vuelta… ¿Era dentro del reglamento o al filo de éste?-Yo pasaba por encima del reglamento. No me importaba demasiado. Además era malas pulgas, agresivo, muy apasionado. Podía pasar la pelota, pero el jugador no pasaba. Ese era el concepto que tenía del rol del defensa: el jugador no podía pasar. Y hacía todo lo que estuviera a mi alcance, dentro o fuera del reglamento, para que eso se cumpliera. Lo paradojal es que precisamente esa indisciplina de mis inicios futbolísticos se convertirá, con el tiempo, en un respeto por la disciplina y el fair play.

Así irá por la vida ese proyecto de futbolista que era entonces el adolescente Asfura. Lateral bravo, intenso y malas pulgas, vestirá diferentes camisetas en esos años: las del República del Uruguay, Small Start y Green Cross.


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RODILLAS ROTAS Y CHICOTAZOS

Los recuerdos estallan dentro de la cabeza de Alfredo Asfura. Puede oler el sudor con el que ese niño de trece o catorce años empapa la camiseta corriendo de un lado a otro. Esas pichangas callejeras enfrentan a los chicos de la calle Río de Janeiro con los de la calle Lillo. Son partidos a muerte, eternos, que se juegan con pelota de trapo y llevan añadida la quebrazón de vidrios. También las rodillas sangrantes y los pantalones rotos porque, el adolescente Asfura no se mide, siente la derrota como una humillación, una afrenta al honor y si hay que ir al suelo va al suelo y si es preciso trancar con la cabeza también lo hace. Sólo que cuando regresa a casa su padre se enfurece porque acaba de hacer pedazos los pantalones nuevos y a las heridas de las rodillas suma el dolor de los chicotazos que su padre le da, para que aprenda, para que no rompa más la ropa, para que no llegue tan tarde, porque en ese tiempo llegar a la casa a las nueve de la noche era lo mismo que aparecer hoy cerca de la madrugada.

Cuando el asunto se ponía más serio y Alfredo debía defender los colores del República del Uruguay o del Small Start, los partidos se jugaban en cancha de tierra. Todos los domingos les tocaba enfrentar a clubes vecinos y aquellos partidos eran verdaderas fiestas a las que se sumaba todo el barrio. Cuando no, debían jugar en otras poblaciones o fuera de Santiago y arrendaban una micro para hacer el viaje todos juntos y entonces la fiesta era doble.

El hijo menor de los Asfura-Mansour ya padecía el fútbol como una enfermedad que no lo abandonaba y como si defender a dos clubes fuera poco ingresa a las filas de Green Cross. Allí conoce a algunos de los que años después morirán dramáticamente en una tragedia aérea.

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“Tengo esos recuerdos: las canchas de barrio, las duchas con agua helada en las noches de invierno. Por eso cuando yo veo que se quejan de que no hay agua caliente, me acuerdo de cuando yo iba a jugar a esas canchas y aunque estuviera lloviendo nos duchábamos con agua helada. Cada cual tenía que llevar su toalla y su equipo. Los zapatos eran tiesos y los estoperoles durísimos. Las pelotas eran más grandes y con costurones. Me acuerdo que uno cabeceaba y puta que dolían los cabezazos. Pero eran bonitos esos partidos. Emocionantes”, dice.

En una ocasión, durante un partido de su colegio, el Valentín Letelier, se produjo una emer-gencia. El arquero no llegó, se perdió, no apareció. No podían jugar sin arquero. Entonces, para salvar la situación, el adolescente Asfura se ofrece para jugar al arco. Es una humorada. Un velado homenaje al ídolo Livingstone. Pero lo hace tan bien que la humorada se convierte en otra cosa y él termina siendo el arquero titular de la selección del Valentín Letelier.

“Me acuerdo haber ido con mi hermano a comprar las rodilleras y el uniforme completo de arquero, al estilo de Livingstone. Y así llegó un momento en que me gustó jugar más de arquero que de lateral. También hacía atletismo. Pero una hernia frenó mis posibilidades en el deporte… Me tuvieron que operar para sacármela y después de eso nada fue igual. Seguí jugando en Green Cross pero más esporádicamente. La última vez que me metí a la cancha, había pasado los cincuenta años, fue en Juan Pinto Durán. Recibí un golpe en la pantorrilla y me vino el popular “piedrazo”, un desgarro muscular. Claro había entrado sin calentar. Fue una señal. Entendí que ya era suficiente”, afirma.


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LA IRRUPCIÓN DEL HINCHA

En la segunda mitad de la década del ’50, Asfura realiza un viaje de estudios con sus compañeros. Será la primera vez que sale del país. Viaja a Argentina y desde Buenos Aires cruza a Montevideo. Visita el estadio Centenario y también La Bombonera. Lo disfruta como nadie, se toma fotos y fantasea con la idea de ver un partido a estadio lleno en esos campos.

Le quedaban algunos años todavía para convertirse en dirigente, pero ya en esos años, siendo casi un mocoso, tiene patente de hincha, es socio y es uno de los más apasionados de la barra cruzada. El club de la banda jugaba en el estadio Independencia, que estaba muy cerca de donde hoy está el estadio Santa Laura. El joven Asfura no se pierde partido y, rápidamente, se convierte en uno de los hinchas más apasionados de los colores universitarios, al punto que es elegido presidente de la barra cruzada.

El título del ’49 ya era historia y las campañas de la Católica son irregulares. Así llega el ’54 y un equipo en el que brillaba el nombre de Miguel Angel Montuori. Vuelven a ser campeones, pero, en un caso sin precedentes en el fútbol chileno, y quizá mundial, al año siguiente bajan a la Segunda División, desde donde retornan a la categoría de honor para jugar el torneo del ’57. Sedientos de un nuevo título, los hinchas protestan contra la dirigencia y uno de quienes aviva esa molestia contra la plana mayor del club es precisamente Alfredo Asfura.

Una de esas tardes rabiosas en el estadio Independencia, cuando el equipo de la banda celeste no jugaba a nada en la cancha, el joven Asfura henchido de furia le arrebata el

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micrófono al relator oficial y desde la tribuna encara a los dirigentes con su voz amplificada. Les recrimina las malas contrataciones que han hecho, el pobre juego que despliega el equipo en la cancha, y su indiferencia ante esa situación que los hinchas sufren semana a semana. Contra él caerán las penas del infierno, pero el grueso de la barra y muchos hinchas lo apoyan en su discurso.

-Yo me sentía muy molesto porque el equipo no estaba jugando bien. Habían contratado algunos jugadores que no eran los adecuados y yo veía a los dirigentes como un poco sobrados, como que se sentían por encima de la realidad. Parecían “pavos reales”. Con el tiempo me he dado cuenta de que había mucho de rebeldía en mi manera de mirar el mundo. De alguna manera, dentro de mí crecía el deseo de querer estar también ahí, pero de otra forma. Porque yo no quería ser uno más de ellos… Yo me adueñé del micrófono con escándalo. Se lo quité nomás, a la fuerza. Recuerdo que me amenazaron con que no me iban a dejar entrar nunca más al estadio, pero no pudieron hacerlo. Detrás de la protesta que yo hice pública había mucha gente que pensaba lo mismo y que, de alguna forma, me empujaban a que yo tomara la palabra porque ellos no querían arriesgarse a hacerlo.

-Fue una arenga exitosa, ¿no?-Había mucha gente que me apoyaba, pero desde la dirigencia el repudio fue generalizado. Y no se olvidó con facilidad. Al tiempo después, cuando tuve un acercamiento a los dirigentes, no se demoraron en enrostrármelo. Me acuerdo que en una ocasión me encontré con el tesorero del club, Hugo Chevo, y él lo primero que me dijo fue: “así que tú eres el cabro de mierda que nos jode los partidos”. Imagínate. Pero bueno, era cierto.

-¿Pero te lo dijo en tono desafiante?-Era una especie de desafío y de invitación. De hecho, luego de decirme eso me invitó a ver el tema por dentro. Yo le dije que no, pero volvió a la carga, quería conquistarme, y finalmente dije que sí y asistí, más por curiosidad que otra cosa, a una de esas reuniones que hacían los dirigentes. Ahí empezó todo.


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LOS PRIMEROS PASOS

Católica estaba tratando de cambiar su destino. Quería repetir la hazaña del ’49 y la del ’54. Intentaba convertirse en un grande del fútbol chileno. En ese contexto Alfredo Asfura comienza sus coqueteos con la dirigencia cruzada. En aquellos años, el presidente de la rama Cadetes del club era José Martínez, quien se transforma en el primer espejo en el que el joven Asfura se ve reflejado.

Comienza de abajo. Haciéndose cargo de los turnos de la Tercera Infantil. Para su desgracia no son los partidos de su equipo los que le toca ver, sino de los otros clubes. Y tiene que deambular los domingos muy temprano por las canchas del Santa Laura y la de Green Cross, mientras los pequeños cruzados se juegan su suerte en el estadio Independencia.

Asfura, en todo caso, se las arregla. Y nada más termina de cumplir su rol de delegado parte al estadio Independencia para seguir las alternativas de los encuentros de las divisiones inferiores de la UC. Así como hay quienes consagran el domingo a Dios, él lo dedica ciento por ciento al fútbol. A las nueve ya está en la cancha y de ahí en más no se detiene. Apenas hace un alto para almorzar, luego de ver a los juveniles de la UC correr tras la pelota. El plato de fondo es el equipo mayor que busca una nueva estrella, la que no demora en alcanzar: en 1961, derrota en la final a la Universidad de Chile y consigue su tercer campeonato.

La vida toma otros colores y otras formas. No sólo aprovecha los domingos como si en eso se le fuera la vida, también los sábados y los viernes se esmera en “vivir” con mayúsculas.

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Asfura disfruta su existencia y se da tiempo para largas conversaciones que se prolongan en almuerzos y comidas que no terminan sino hasta que el sol del día siguiente comienza a salir.

-Yo trasnochaba mucho. Los sábados se alargaban y yo llegaba a la casa cerca de las seis de la mañana. Pero ya a las nueve estaba en la cancha haciendo mi turno. Los lentes ahumados eran un accesorio indispensable. Dormía una hora o dos y con eso me bastaba. Siempre he tenido mucho aguante. A veces, cuando estaba muy trasnochado, les pedía que me dejaran descansar diez minutos. Me dormía esos diez minutos y ya estaba recuperado.

A pesar del ritmo de vida que lleva, su labor en el turno es impecable y rápidamente lo “ascienden” a dirigente de la Primera Infantil. En ese equipo hay nombres que en pocos años más harán historia: Fernando Carvallo, Miguel Hermosilla, Daniel Díaz, Manuel Gaete, Domingo Prieto… “Para mí, Domingo era el más talentoso de los Prieto. Tenía mejor técnica que Ignacio, pero nunca se tomó con seriedad el fútbol”, dice.

Asfura se preocupaba de que a los chicos no les faltara nada, ni siquiera un vaso de leche. Y así va haciendo carrera. Como un rayo. No demora demasiado en llegar a ser vicepresidente de la rama de cadetes del club, teniendo a Pepe Martínez por encima suyo y a Exequiel Bolumburu como presidente mayor. Las directivas cambian, Asfura permanece. Hasta que llega a hacerse cargo del fútbol Oscar Álvarez.

-Él fue mi gran maestro como dirigente. Yo le decía: usted es un presidente del tiempo de las cruzadas. Un tipo tremendamente católico, prácticamente un santo –cuenta Asfura.


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EL MUNDIAL DEL ‘62

Nadie en Chile pudo sustraerse a la fiebre de una Copa del Mundo. La Roja no había clasificado para los últimos mundiales y para el hincha quedaba aún en la retina la despedida chilena en la Copa del Mundo de 1950, donde luego de dos derrotas el once nacional había dado cuenta de Estados Unidos por 5-2. De todas maneras dos clasificaciones a la Copa del Mundo no era demasiado como para pronunciar el nombre de Chile con cierto orgullo en el ámbito futbolístico. Ésta era la gran oportunidad de meterse entre los grandes, de ganar su parcela de fama.

Todos querían estar en los partidos del Mundial, pero no era fácil porque la situación económica no era la más boyante. El negocio de la venta de textiles en el que trabajaba la familia Asfura tampoco atravesaba por su mejor momento. Alfredo y su hermano Víctor consiguieron hacerse de un abono compartido.

-Me acuerdo haber ido a Viña a ver Brasil-España. Para mala suerte mía, Pelé se había lesionado. Sin embargo, terminé impresionadísimo con lo que hizo Garrincha. Me obligó a recordar al Moreno de sus mejores épocas. El otro encuentro que nunca voy a olvidar es el de Chile con Yugoslavia. Asistí al estadio y recuerdo haber pensado que en el fútbol es muy necesario tener un poco de suerte, y a veces mucha suerte, porque el gol que le da el tercer lugar a Chile es un remate de distancia de Rojas que no habría entrado de no ser desviado por un defensa yugoslavo. Además, el gol fue casi en los descuentos.

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-Ese equipo que consigue el tercer lugar en esa Copa del Mundo, ¿realmente tenía merecimientos para estar entre las tres mejores selecciones del planeta?

Siendo objetivo habría que decir había países que estaban por encima de Chile, pero la localía y la disciplina dentro y fuera de la cancha peso. De cualquier forma hay un partido que es decisivo en la suerte de la Selección; el juego ante Italia, es un hito. Hay jugadas claves; la expulsión de un jugador italiano. ¿No debía también Sánchez ser expulsado? Por otro lado, no teníamos un gran arquero. Escuti fue un gran amigo y aunque Misael haya fallecido es preciso decir que no era el arquero que se necesitaba para un Mundial en casa. Teníamos jugadores muy funcionales como Jaime Ramírez, pero hombres de técnica depurada eran mas bien minoritarios. Si Chile hubiera contado con algunos de la generación de los ´50, es probable que hubieran llegado más alto. Imagínate que hubiéramos tenido a Livingstone en el arco. Con ese solo nombre la suerte de Chile pudo ser distinta.


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LA PERSONALIDAD DE RIERA

La buena campaña de Fernando Riera a la cabeza de la selección nacional abre el apetito de los dirigentes de Universidad Católica. Oscar Álvarez, el presidente, ha llegado a la conclusión de que no hay mejor técnico que Riera para que tome las riendas del equipo cruzado en su intento por sumar un nuevo trofeo. Ese es el gran reto del directorio: repatriarlo.

Riera inicia su segunda temporada en el Benfica de Portugal. Si los cruzados quieren contar con su concurso deben meterse la mano al bolsillo y desembolsar una suma altísima. “Era una gestión audaz, en la que participa incluso la Universidad, porque el club depende de ella. Sus vías de financiamiento son los borderó y los aportes de la Universidad”, explica Asfura.

La llegada de Riera se concreta no sin pocas exigencias. Es un obsesivo. Viene de un club poderoso como el Benfica y de estar casi cuatro años a la cabeza de la selección. “A Riera no había que ofrecerle cosas en el aire. Si no estábamos seguros de tenerla era mejor que ni las mencionáramos. Siempre se quejaba de que no había agua, que no había gas, que el pasto de la cancha estaba muy largo. La queja era habitual en él. En la selección lo acostumbraron a darle todo. Lo que pedía se lo daban y por eso se le criticó mucho antes del Mundial”.

-¿Qué se le criticaba?-Que teniéndolo todo, los resultados no llegaban. Fueron momentos duros. La selección se fue de gira a Europa y le sacaron la cresta. Le hicieron seis goles. Y cuando llega a Católica

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pasa algo parecido. Pero yo era de otra filosofía. Decirle que no a lo que pidiera, para luego darle lo que había pedido. Siempre me funcionó bien esa estrategia con los entrenadores. Entonces, vamos a jugar a La Serena y le digo que la única opción para el viaje es el bus. Pelea un rato, se enoja, pero a la hora de la verdad yo le tengo conseguido el avión y se pone feliz. Así yo me fui entendiendo con él. Y así nos fuimos haciendo amigos aunque más de una vez nos peleamos, discutimos, porque teníamos diferentes maneras de entender el fútbol.-¿Era un hombre mal genio, silencioso, extravertido?-En lo público era callado, pero en el ámbito personal era un tipo muy entretenido. Entretenido siempre y cuando a uno le gustara lo que él estaba diciendo. Claro, como siempre hablábamos de fútbol, para mí era fascinante escucharlo, conversar con él. Pero todo en su vida giraba en torno al fútbol. No había otro mundo posible. Todo era la pelota, algo que finalmente le costó su separación.

-¿Le gustaba contar historias, comentar los partidos?-No, no era mucho de contar historias. Él tenía una idea muy rígida respecto a la disciplina, al estilo del juego. Para él la pelota era lo principal, había que poseerla, no entregarla por ningún motivo, aunque tuviera que hacer diez pases antes de llegar al gol. Era muy compli-cado ese asunto. Hasta el día de hoy, sus seguidores son fieles a ese estilo: los Carvallo, Salah, Pellegrini. Fuera de eso, él no tenía preparador físico, consideraba que la preparación física era una mentira. La condición física la conseguía el jugador jugando al fútbol, no de otra manera. Los hacía correr con la pelota, trotar con la pelota, saltar con la pelota.

-Insólito.-Era un enemigo del preparador físico, los rechazaba de plano. En todo caso, su llegada a Católica provoca una atención mayor. Y el club queda a disposición de Riera. No al revés. De hecho, el contrato de Riera era realmente leonino Yo lo tuve muchas veces en mis manos…

-¿En qué se notaba eso?-En que no se podía hacer nada sin el visto bueno de él. Y las condiciones económicas eran muy buenas para Riera. Es tan así que el rector de esa época, al leer la redacción del contrato dijo: “¡Por Dios, cómo un hombre puede ganar tanto dinero!”.


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LA GRAN GIRA JUVENIL

Hay un hecho que marca la relación entre Riera y Alfredo Asfura. A poco de llegar, y con el fin de darle tiraje a las divisiones menores, el nuevo entrenador de Universidad Católica le propone a Alfredo Asfura que organice una serie de partidos para el equipo de Revelaciones, un equipo formado por jugadores entre los 14 y los 17 años. “Sería bonito, hombre, hacer una gira con estos cabros de la Primera Infantil, de la Juvenil”, le dijo. Apenas terminó de sugerírselo, él maquinó en su cabeza cómo hacer para que esa gira fuera realmente significativa.

En esos momentos, Asfura ya comenzaba a ser un trotamundos y aunque su radio de acción se limitaba al territorio nacional, no eran poco los kilómetros que acumulaba bajo sus pies.

-Yo aproveché los viajes que tenía que hacer al sur durante el verano, vendiendo los artículos del negocio de mi padre, para organizar la gira. Mi ruta comercial llegaba hasta Castro y Ancud, y pasaba por Valdivia y Temuco. Así es que en esas plazas tomé contacto con las selecciones locales que había e hice calzar las fechas para que este equipo de Revelaciones pudiera tener una seguidilla de partidos. Fue una gira muy bien organizada, aunque es feo que lo diga yo, pero recuerdo que cuando le presenté el programa de encuentros Riera me dijo: “Oye, Alfredo, ¿pero esto lo hiciste para el primer equipo o para el de Revelaciones? Acaso ofreciste a Fouilloux”. Claro, lo que pasa es que al margen de calzar todo, para cada partido yo elaboré un contrato que hice firmar a todos los rivales.

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-¿Esto de las giras era algo nuevo, no se estilaba entonces?-Giras como las que me tocó organizar no. Era usual que el equipo de Católica o Colo Colo viajaran a jugar un partido o dos al sur y luego regresara a Santiago. Pero para uno de Revelaciones no era frecuente. No recuerdo exactamente cuál era la formación de ese cuadro, pero sí estaban Miguel Hermosilla, Fernando y Gonzalo Bolumburu, Luis Hernán y Fernando Carvallo, Domingo Prieto, Daniel Díaz, Manuel Gaete, Guillermo Páez y León. Hicimos trece partidos. Fue una gira espectacular. El técnico de ese momento era Luis Vidal, el “Huacho” Vidal, que después llegó a ser el técnico del equipo que salió campeón en 1967, objetivo que no logró Riera ni tampoco Andrés Prieto. Esa gira marcó mi forma de trabajo, mi sensibilidad, mi capacidad organizativa. Y frente al club me posicionó de otra manera. El reconocimiento que significó esa gira me permitió tiempo después organizar treinta y tantas giras, de la Católica, de Unión Española, de las Selecciones Nacionales, además de las competencias internacionales con Colo Colo, Everton y Huachipato. Me hizo sentir que yo era capaz. Después de eso, lo que varió fueron las exigencias, las giras se hicieron más profesionales, pero en el fondo la receta, la matriz, fue la misma que empleé con el equipo de Revelaciones.


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EL QUIEBRE Y LA HUIDA

La gira lo instala de otra manera en el club. El éxito de la organización lo valida como un hombre capaz de tareas mayores y, de paso, se gana la confianza de Fernando Riera. Sin embargo, como en el juego de las sábanas cortas, el quedar cubierto en un extremo significa destaparse en el otro. Los aplausos y el reconocimiento en el club se traducirán, a la vez, en un distanciamiento y en una despreocupación en el terreno personal y familiar.

Hay un hecho que ocurre antes, que coincide con la llegada de Riera, y que resulta significativo para Asfura. El nuevo técnico de la UC había exigido el desmantelamiento de todo el aparataje técnico del club, incluyendo las divisiones inferiores, como requisito para firmar. Y ante esa petición a la dirigencia no le queda otra que acatar y obrar de acuerdo a los designios de Riera. Entonces, se produce un interregno entre la decisión de descabezar la plana técnica y la llegada de Riera, en virtud de lo cual el propio Asfura se convierte por un par de meses en el técnico de una de las divisiones inferiores.

-Me tocó preparar a Leopoldo Vallejos en el arco (portero de Chile en Alemania ’74). Era un mocoso, pero no debo haberlo hecho tan mal porque hasta el día de hoy él me recuerda. Con la aparición de Riera yo paso de las divisiones inferiores a secretario de la rama adulta, estando Óscar Álvarez como presidente. Y en esa condición es que comienzo a relacionarme de manera más expedita con Riera. Recuerdo haber tenido una discusión muy áspera con él, en el camarín. Me reclamó no me acuerdo qué cosa, y yo cerré la puerta

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y le dije frases muy duras. Y a partir de esa pelea nació una gran amistad que se mantiene hasta hoy. Fue tan así que mientras él estuvo como técnico siempre pidió que yo fuera a cargo del equipo en todos los viajes.

-Pero tu relación familiar comenzó a trizarse, ¿cierto?-Sí, le dedicaba tanto al fútbol que la relación con mis padres y mi hermano se deterioró. Yo seguía trabajando en el negocio familiar, iba a vender los productos, pero ya nada era lo mismo. Siempre les hablo a mi señora y a mi hija que no cometan los mismos errores que cometí yo. Eso de despreocupar a mi padre que muchas veces quiso hablar conmigo y yo no le di el tiempo, lo mismo que a mi madre. Yo le decía: “No, mamá, ahora no, estoy apurado”. Y me iba y no le daba espacio. Si yo pudiera detener la máquina del tiempo y retroceder, escucharía a mis padres, sus anécdotas, sus viajes, todo eso que yo conocí posteriormente, cuando ellos ya no estaban, y que he tratado de recuperar, como si armara un rompeca-bezas. Porque siempre me dediqué más a los amigos, a las pichangas de barrio, a los viajes, a la aventura, a mi labor directiva, dejando de lado mi trabajo en la industria. Había aprendido a armar y desarmar las máquinas textiles. Cuando una máquina fallaba yo era capaz de repararla. Pero ya no me interesaba como antes. Prefería el mundo del fútbol.

-Imagino que al margen de lo que pasaba en la cancha había dirigentes que generaban en ti una admiración…-Había grandes dirigentes: Enrique Lyon, su esposa Elvira que estaba a cargo de la casa del jugador, Fernando de Carcer, Enrique Cazorzo, Manuel Vélez, Mauricio Wiener, Exequiel Bolumburu, Augusto Ovalle, Patricio Feres, José Martínez, Perico Sáez, Fernando Jara, Sergio Litvack, Fernando Roldán, Eduardo Cuevas, Alejandro Duque. Otros no sólo tenían mi admiración sino también una oratoria excepcional, hombres que sabían debatir y hacer defensas de sus puntos de vista, entre ellos, José de Mendizábal, gran amigo. Él tenía un negocio de repuestos de automóviles en Alameda, antes de llegar a Estación Central. Yo lo visitaba a menudo en su oficina. Él me motivó mucho y era una especie de “paño de lágrimas”. También me escuchaba, oía mis proyectos, mis sueños. Estamos hablando de 1963, 1964. Óscar Álvarez fue un gran maestro, el presidente del fútbol. Ambos fueron una fuente de inspiración importante para mí. En esos tiempos me había convertido en el infaltable, el imprescindible, el que siempre estaba con el equipo en los viajes, en los partidos del club. Ya tenía un estatus. Comencé a empaparme con los clásicos universitarios. Cuando era sólo un hincha me iba la noche anterior a dormir al estadio para


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conseguir una entrada. Pasado el tiempo, era yo quien estaba a cargo de supervisar la venta. Esa fue una etapa muy linda, pero conflictiva, porque entendía que no podía dedicarme al club y a mi familia a la vez.

-¿Eran incompatibles?-No sé si eran incompatibles, pero para estar más con mi familia necesitaba renunciar al club y yo no me sentía capaz de abandonar lo que consideraba mi misión para dedicarme exclusivamente a mi familia y a mi trabajo. Entonces, la idea de viajar a México comienza a aparecer como una solución. Una forma de huir de ese conflicto. De hecho, dejo el club, pero a nadie le cuento la verdadera razón. Me voy manifestándoles a todos una versión totalmente diferente a la realidad. Nadie supo cómo ni porqué me fui. La explicación que di fue que tenía una gran oportunidad afuera, que había una importante empresa que me quería llevar para ser gerente de un tremendo proyecto inmobiliario, en circunstancias que lo único que tenía era unos ahorros en dólares y un conocido en México. Pero me ilusionaba ese país, sus películas, Cantinflas, Negrete.

-México en esos años, futbolísticamente, aún no pesaba en el concierto mundial.-Cero. En Chile no se sabía nada del fútbol mexicano. Te estoy hablando de 1965. Recuerda que Carlos Reinoso recién llega el ’70 al América. En esos años, el fútbol azteca estaba en una tercera línea en el concierto mundial.

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A BORDO DEL LIRCAY

La UC crece como club. Los tiempos demandan un mayor profesionalismo y se contrata a un gerente: Mario Marín, hermanastro del periodista Edgardo Marín. La llegada de Marín y su trabajo como gerente genera roces con Fernando Riera. El técnico se había acostumbrado al trato con Asfura y no lograba tomarle el pulso a Marín. “Es más, comienza a ver en el gerente a un enemigo y en mí una suerte de bálsamo”, dice Asfura. Pero en esos días, él ya está dando forma a su partida del club y, por añadidura, del país.

La “iluminación” le llegó una de esas tantas noches en que la conversación se alargaba en restaurantes, bares y boites, casi siempre en compañía de sus amigos periodistas. El Burlesque y el Capri eran lugares recurrentes de Asfura y sus amigos, entre los que se contaban Julio Martínez, Raúl Hernán Lepé, Gustavo Aguirre y Alfredo Aceituno. Fueprecisamente Aceituno, a la fecha jefe de deportes de El Mercurio, quien le comentó de un barco de la Compañía Sudamericana de Vapores que hacía viajes a México y que por ser mixto, de carga y pasajeros, vendía los pasajes a menor costo. Ese barco se llamaba Lircay y salía del puerto de San Antonio.

Asfura se prepara con un año de antelación para ese viaje. Se separa comercialmente del negocio familiar y empieza a trabajar por su cuenta vendiendo artículos industriales y pañuelos estampados. “Vendía los domingos, en las grandes casas comerciales como Almacenes París. Empecé a ahorrar porque en realidad no tenía un peso. Cuando me separé comercialmente de mi familia, mi hermano me planteó que no estaban en condiciones de repartir el patrimonio. Y como yo era joven le dije que no se preocupara, que se quedara con todo y que mi parte se la diera a la menor de mis hermanas, la que estaba soltera”, recuerda.


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Consigue comprar el pasaje en el Lircay, pero para poder obtener la visa de entrada a México era preciso que tuviese un pasaje de regreso. Y gracias a sus amistades con la agencia de viajes Turavión, logra adquirir un billete de vuelta en aerolíneas Iberia, cuyo pago pacta en numerosas y reducidas cuotas. Con una visa de turista por seis meses en la mano, Asfura se dedica a reunir material futbolístico, desde reglamentos a discos de himnos de los clubes. También habla con Gustavo Aguirre, que era jefe de deportes del diario El Golpe, y él accede a darle una credencial de corresponsal en viaje. Julio Martínez, quien trabajaba en Las Últimas Noticias, hace lo propio.

-¿Pero te ibas con alguna misión específica?-No. Mi condición de corresponsal en viaje extendía mi radio de acción de manera amplia. Me acuerdo haber revisado la prensa mexicana antes de partir y en las páginas deportivas se escribía muy poco de fútbol. El béisbol, los toros y el boxeo tenían, por lejos, más cobertura que el fútbol. Este aparecía, qué se yo, con el mismo espacio que se le da acá a las bochas. En la víspera del viaje con lo único que contaba era con mis credenciales, con 400 dólares que había conseguido ahorrar y con un contacto que mi amigo Naguib Afani, dueño de una fábrica de cordones, tenía. Se trataba de una comadre suya: Marta Piña.

Previo a la partida, ocurren dos hechos significativos. El primero: Riera hace una maniobra para intentar retenerlo. Había una negociación bajo cuerda con Óscar Álvarez, el presidente, para ofrecerle la gerencia del fútbol. Sólo hay que tener un poco de paciencia. Pero Asfura ya tiene todo decidido y sabe, íntimamente, que los dados están lanzados. El segundo hecho es el terremoto del verano de 1965 que deja inhabilitadas algunas carreteras y genera serios daños a las comunicaciones.

Lo insólito del caso es que a pesar de que Asfura estaba a la espera de que le confirmaran la fecha de salida del Lircay, y teniendo todo más que resuelto, no se animaba a comunicarle a sus padres la decisión que había tomado: “Como que no asimilaba bien lo que significaba el asunto de dejar a mi familia. No quería que ellos se preocuparan por mí y por eso fue que se me ocurrió inventar lo del gran negocio que me esperaba en México, para que ellos no supieran que me iba a la aventura”.

Un día, casi una semana después del terremoto, y aprovechando sus habituales visitas al centro de la ciudad, pasa a ver a Alfredo Aceituno y éste, sorprendido, le pregunta: “¡Pero,

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hombre!, ¿qué haces acá? El barco sale hoy”. Entonces, Asfura entra en colapso y le pide a Aceituno que de un telefonazo al puerto de San Antonio y que diga que lo esperen. Como no tiene auto consigue que un amigo, Osvaldo Chahuán, dueño de un negocio de camisas y ropa interior, lo lleve. En esa carrera contra el tiempo lo acompañan también otros incondicionales: Dib Atala, vecino de la fabrica de su familia: Antonio Sabat, dueño de una fábrica de textiles, y Afani, los tres promisorios dirigentes del club Palestino.

“Afortunadamente, no tenía demasiadas cosas que arreglar. Tuve que meter algunas cosas a la fuerza en la maleta y ya estaba listo. Lo bueno fue que como la partida resultó tan imprevista, no hubo tiempo para el drama de las despedidas. Mi madre estaba en cama, resfriada. Me despedí rápidamente de ella. Lo mismo que con el resto de mi familia. En pocos minutos avanzábamos rajados por la carretera rumbo a San Antonio. Chahuán iba al volante, yo de copiloto. Los otros tres en el asiento trasero del Ford. El marcador llegaba con facilidad a los 150 kilómetros por hora. Había que llegar antes de que el Lircay saliera”, dice Asfura.

Cuando llegaron, el barco ya había soltado sus amarras, pero lo esperaba. Un bote se allegó hasta la orilla para que Asfura subiera. Lo acompañaron sus cinco amigos que se despidieron de él en la cubierta, luego de dejarlo encargado a todos los miembros de la tripulación. Desde el malecón le dieron el adiós definitivo entre deseos de éxito y buena suerte.

No había más de doce pasajeros a bordo del Lircay. La primera parada fue en Arica. De ahí no se detuvieron hasta llegar a Panamá. Cuando cruzaron la mitad del mundo, en Ecuador, hicieron una ceremonia en la que Neptuno, el rey de los mares, los autorizaba para seguir el viaje con la condición de que cada uno de los pasajeros fuera rebautizado. Durante el resto de la navegación, Asfura fue Sierra, según el nuevo nombre que Neptuno le confería. El viaje duraba cuarenta días.

-Cuarenta días en un barco de carga, no debe haber sido el paraíso.-No te creas. El menú era espectacular: cuatro comidas al día. Con el tiempo me hice amigo del capitán y del médico. Si tenías dolor de estómago, te recetaban whisky. Si tenías dolor de muelas, te recetaban whisky. No sé cuánto habré tomado, pero guardo el mejor recuerdo


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de ese viaje. Ni un problema. Ni una queja. El puerto de destino era Veracruz.

-Y concretamente, ¿a qué llegabas a Veracruz?-A nada. Nadie me estaba esperando en Veracruz. Yo podría haberme quedado ahí y nadie me hubiera echado de menos.

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DE “OKUPA” A CORRESPONSAL

Era un viaje a la aventura. Una apuesta más que arriesgada. Lo único que tenía claro una vez que pisó suelo veracruzano era su deseo de llegar a Ciudad de México. Los 400 dólares que llevaba consigo los guardaba celosamente dentro de una bolsa que ataba al pantalón que su propia madre le había cosido. Y estaba dispuesto a hacerlos durar lo más que pudiera. Por eso, durante las primeras noches, en vez de pagar por un hotel, Asfura durmió en una casa abandonada. “Me hice amigo de un muchacho que andaba en la misma que yo. Pasamos por fuera de una casa abandonada y, con el fin de ahorrar, entramos para pasar la noche ahí. ‘Si nos sacan, nos sacan nomás’, dijimos. Y ahí estuve, durmiendo en el suelo, por un par de noches. En el día iba a un comedero que vendía comida corrida. Por cinco pesos mexicanos podías comer lo que quisieras, algo muy parecido a lo que hoy se conoce como tenedor libre. Yo veía a los mexicanos comiendo con harto picante, porque allá el ají es como el pan, y tenía claro que debía acostumbrarme nomás”.

Pero al tercer día encontró un pasaje barato rumbo a Ciudad de México, arrastró su pesada maleta hasta el terminal y se acomodó en el asiento para hacer el largo viaje entre Veracruz y la capital azteca. Un viaje de por lo menos quince horas. Una vez en el DF no renunció a su plan de ahorro y se fue a un hotel de mala muerte en el centro antiguo de la ciudad. Le faltaban estrellas y todo era muy precario.

-No comía ni tomaba agua en el hotel. Era realmente sucio, al punto que la primera noche me acosté con ropa. No tenía baño privado. Había que hacer cola para ocuparlo. Estaba un poco desesperado, así es que luego de varios días, revisé mi libreta para buscar el número de


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la comadre de mi amigo, doña Marta Piña, el único contacto en ese país gigante y desconocido. Trabajaba en una oficina que estaba en una avenida grande, pasado la plaza Insurgentes. Cerca de la torre Interamericana. Nos juntamos en uno de los locales de la cadena de café Sambor’s. Por las cosas que me contaba me dio la impresión de que quería mucho a su compadre. Yo le hablé de la amistad que me unía a él. Estuvimos casi tres horas conversando.

Marta no demoró en instar a Asfura a que se mudara de la pocilga que estaba ocupando. Y aunque a la primera de cambio no acertó del todo, porque estuvo en la pensión de una mujer alcohólica, llena de dramas, que convirtió sus días en una pequeña pesadilla, rápidamente enmendó el rumbo para quedarse en otra casa de familia, un lugar cómodo y limpio que le permitió, al menos, tener una cama segura y agradable para dormir.

Conseguido eso comenzó a tejer sus redes futboleras. Se fue a la Federación Mexicana de Fútbol y se presentó como periodista en viaje y corresponsal. Ahí lo derivaron donde quien oficiaba de secretario ejecutivo, Jorge Romo. A Romo le cae bien, hacen buenas migas, y lo invita a que cuando quiera ir a visitarlo lo haga. “Después de unos años, se transformó en mi amigo y en un hombre que me ha abierto varias puertas porque muchas veces, cuando he necesitado solucionar algún problema relacionado con México, ahí ha estado Romo. Hasta el día de hoy, que con 85 años es asesor de la federación azteca”, cuenta Asfura.

En todo caso, esa mañana Romo le entregó una credencial y un calendario con las fechas del torneo mexicano. Así pudo asistir a su primer partido en calidad de periodista en viaje. Y aunque no recuerda quienes fueron los rivales que se enfrentaron, sí sabe que el partido fue en el estadio Olímpico (el más importante de México antes de construirse el estadio Azteca) y que esa tarde sintió que, de alguna manera, su viaje cobraba sentido.

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BANDERAS, TANGOS Y OPERAS

Marta Piña se convierte en el ángel de la guarda para ese solitario chileno en Ciudad de México. Es ella quien lo contacta, quien le presenta amigos, quien lo lleva a las fiestas. Es, precisamente, en una de esas fiestas, en donde Asfura conocerá a otro chileno, Sergio Echeverría. Llevaba años viviendo en México y acababa de inaugurar una editorial de li-bros. Conversaron largamente en esa fiesta y al final de ella, él le ofreció a Asfura con-vertirse en su socio en un negocio de estampados al cual no podía dedicarle todo el tiempo que debiera. “Yo pongo el dinero, tú el trabajo”, le dijo y, ante tan suculenta oferta, Asfura no se demoró demasiado en aceptar el trato. Al día siguiente, se presentó en las oficinas de Estampados (así se llamaba la empresa) y al poco rato ya estaba firmando el contrato que los convertía en socios.

-La oficina quedaba en la calle Hamburgo. Y la sociedad la formábamos Echeverría, yo y un mexicano. Compartíamos el lugar con una tienda de discos. Me acuerdo que para vender los productos no teníamos auto, así es que yo salía a caminar para ofrecerlos. Siempre me ha gustado mucho caminar. Eran trabajos bien bonitos, todos elaborados con maquinaria manual: banderines turísticos, camisetas. Entre tanta venta y caminata comencé a conocer Ciudad de México. Iba a los colegios a los centros turísticos, a los hoteles. En la semana almorzábamos en un boliche que por tres pesos nos daban una sopa, algo de pollo a la mexicana, un postre y una bebida. Una vez a la semana, dependiendo de cómo hubieran ido las ventas, me permitía el lujo de tomarme una cerveza.

-¿Qué pasó con tu trabajo como corresponsal?


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-También lo hacía. Incluso cubrí, desde el borde de la cancha, un partido de México con Costa Rica por las eliminatorias. Si tú revisas la prensa de entonces te vas a dar cuenta que las primeras informaciones del fútbol mexicano fueron las que yo despachaba para Las Últimas Noticias. En esos días retomé el contacto con mis amigos de Chile. Permanentemente me llegaban cartas de Augusto Ovalle, de Fernando Riera, de Óscar Álvarez, de Enrique Lyon el padre de Cristián…

-Imagino que tu situación económica comenzó a mejorar.-El negocio de los estampados creció. Tuvimos que contratar más obreros. Yo me cambié a un departamento que estaba en la calle Niágara, cerca del café Sambor’s y del Ángel. También por ahí había un banco, donde hice amistad con uno de los ejecutivos y en donde puse mis dólares. Ahí ya no eran 400. De todos modos era una cantidad no menor. Pero como el negocio de los estampados iba viento en popa, no tuve necesidad de echar mano a mis ahorros. El área que cubríamos se había extendido hasta Acapulco. Entonces yo ar-rendaba un auto para la arena y me movía entre los hoteles en donde había filmado sus películas Cantinflas.

-Tu ídolo…-Claro. Había un cine en el centro que todas las tardes daba películas suyas. En una ocasión, entramos a un restaurante muy fino invitados por Echeverría. Tocó la suerte que a tres mesas de la nuestra estaba cenando Cantinflas. Fue muy emocionante, a pesar de que no me atreví a acercarme hasta su mesa. Yo, que siempre fui tan audaz, esa noche me quedé bien sentado, mirándolo. Me acuerdo que por esos días, poco antes de que se me venciera la visa, llegó de vacaciones mi amigo Naguib Afani. De inmediato fuimos a un negocio parecido al Parque Arauco y además del catre, para que se pudiera quedar en el departamento, compramos un tocadiscos, porque él traía muchos vinilos…

-¿Y qué discos escuchaban?-Tango. Si no, ópera. Siempre me encantó. Todavía tengo las óperas de Caruso, las marchas rusas. Recuerdo que él comenzó a acompañarme en mis salidas a terreno. Fuimos juntos a León, Guanajuato, para ofrecerle al club local una promoción con Nescafé. La idea era que dentro del tarro viniera un banderín. El objetivo era que la promoción sirviera para la construcción del nuevo estadio del club. El tema es que en ese viaje, Naguib conoce a la sobrina del dueño del club y se enamora de ella. Esto es importante porque hasta ahora siguen juntos en México, con nietos y todo lo demás.

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-Cuéntame una cosa. Tu visa estaba cerca de expirar, ¿cómo hiciste para renovarla?-Claro. Tenía que salir del país para renovarla por seis meses. Iba caminando por Reforma, pensando en qué hacer, cuando vi una promoción de la Greyhound, una compañía americana: “Viaje 99 días por 99 dólares”. Tú podías bajarte y subirte todas las veces que quisieras por Estados Unidos y Canadá mientras duraran esos 99 días. Entonces volvió a aparecer mi vena aventurera. Quería conocer las cataratas del Niágara y Nueva York, era mi gran ilusión. Yo sabía que tenía una tía en Laredo, Texas, a la que no pensaba ir a visitar, a pesar de los consejos que me había dado mi madre. Pero ahora que la idea de viajar a Estados Unidos parecía inminente, pensé que sería bueno que le hiciera una visita.


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UN GALGO Y LOS ÁRBITROS

El logo de la agencia de viajes Greyhound se dibuja en la cabeza de Alfredo Asfura como un símbolo de la libertad. Aunque en principio cree ver a un leopardo que corre a toda velocidad, cuando afina la vista advierte que es un fino galgo que se desplaza con sus piernas siempre extendidas, casi suspendido en el aire. Es una imagen que volverá a visualizar en las películas mexicanas que tanto le gustan y en una que otra cinta norteamericana. El viaje se presenta como una verdadera aventura en la que deberá lidiar con cierta austeridad económica porque sólo dispone de ciento cincuenta dólares. “Me tenía que alcanzar. Yo quería conocer todo Estados Unidos y Canadá, pero no podía salirme de ese presupuesto. No tenía claro si iba a estar los 99 días arriba del bus. Pensaba que quizá con un mes me bastaba. Recuerdo que me llevé una grabadora para ir dejando testimonio de lo que me to-caba vivir en el viaje. Era una especie de diario de vida pero hablado. Lamentablemente ese testimonio se lo llevó un incendio. Eran varias cintas las que ocupé en ese periplo”, cuenta.

En esos días, el italiano Diego Di Leo, formador de árbitros, llega a México contratado por la Federación, y a poco de estar ahí se casa con una mexicana multimillonaria. Por esas cosas de la vida los presentan y entre Asfura y ese matrimonio nace una gran amistad. Él lo acompaña una vez por semana a sus clases de arbitraje, y a medida que se va compenetrando del reglamento, la frecuencia de las visitas a las clases de Di Leo aumenta, al punto que llega a decirle: “Así como vamos, vas a terminar titulándote de árbitro”.

“Si hubiera seguido en México, quizá hubiese terminado convertido en árbitro. Siempre me gustó y me sigue fascinando porque es una actividad que yo la relaciono con aquello que

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privilegio en mi vida: el orden, la disciplina, la organización. Para mí, el árbitro es una pieza fundamental dentro de la realización del espectáculo”, dice.

-Y en ese tiempo, ¿tenías algún ídolo dentro del mundo de los árbitros?-Lo que se dice ídolo, no. Pero sí recuerdo la llegada a Chile de tres árbitros ingleses que vinieron contratados por la Federación a fines de la década del ’50: Manning, Mackenna y Crawford. Su particular estilo y la forma de impartir justicia dentro de la cancha me marcaron de alguna manera. Después sí conocí jueces internacionales que se transformaron en figuras emblemáticas. Por ejemplo, Romualdo Arpi Filho, un árbitro de corta estatura pero muy enérgico. También estaba Armando Marques, el juez del partido del 0-0 del ’73 en Moscú, entre Chile y la URSS. En Chile tuvimos a Alberto Martínez, que tenía cosas muy parecidas. Carlos Robles es otro que merece toda mi admiración, aunque es de otra cuerda, más relajado. De hecho, me acuerdo de una anécdota cuando yo ya estaba de vuelta en Católica. Por mi departamento de Vespucio Sur desfilaban muchos periodistas, dirigentes y también árbitros. Para mí no corría ese tabú de que había que mantener las distancias. Bueno, en una de esas reuniones, una vez le dije a Carlos: ‘Pucha Carlitos, ayúdame en el próximo partido’. Y él, siguiéndome la corriente, me respondió: ‘Pucha, ni un problema, Alfredo, pero que se metan al área. Si no llegan al área, ¿cómo quieres que te ayude?’.


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ASFURA Y SU OTRO YO

Por las tardes, Asfura se entregaba al ocio y caminaba por las calles de Ciudad de México. Le gustaba Reforma, los alrededores de la Plaza Garibaldi, el parque Chapultepec. Cuando no, se juntaba con su amiga Marta Piña y se iban a tomar un café al Sambor’s o bien se metían a algún cine para ver una película de Cantinflas o de Jorge Negrete. En los días en que estuvo en México su amigo Naguib Afani, mataban el tiempo yendo al Gran Hotel, hasta donde llegaba Casildo Osés, el hombre que conectaba el fútbol mexicano con el mundo organizando cuadrangulares, llevando a equipos como el Santos de Pelé o el Boca Juniors a jugar a tierras aztecas.

“Con Naguib Afani conversábamos y fantaseábamos con la idea de algún día llegar a ser como él. Lo mirábamos con una cuota importante de admiración. Un día nos armamos de valor y nos acercamos para hablar con él. Queríamos que nos contara cómo era ese mundo en el que se movía, cómo se las arreglaba para traer equipos, con quiénes hacía las negociaciones, cuáles eran sus principales contactos, y todo lo demás. Fue muy gentil, charlamos varias horas”, cuenta.

Pero hay un hecho, siempre en la víspera de su viaje a Estados Unidos que es digno del guión de una película. Un día cualquiera, cumpliendo con esa rutina que se autoimpuso, Asfura decide ir al Sambor’s a tomarse un café y comerse una torta de pollo con aguacate (nuestro popular emparedado de ave y palta). Camina por Reforma parando cada tanto para ver los afiches y la cartelera de los cines. Y cuando está a punto de entrar por la puerta principal: “Veo que viene saliendo una persona. La miro y es como verme en un espejo. Nos quedamos mirando y me dice: ‘¿quién eres tú?’. Y yo le respondo: ‘Soy Alfredo Asfura Mansour’. ‘¡Mansour, primo!’, me dice. Era el hijo de mi tía que vivía en Laredo, Texas, que

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estaba de visita en Ciudad de México. No sé si te acuerdas pero yo tenía dos tías, hermanas de mi madre, en América del Norte. A la que vivía en Chihuahua la conocía porque había venido al matrimonio de mi hermana, pero acerca de la de Laredo sabía muy poco. Edward, que así se llamaba mi primo, era hijo de ella. Y era igual a mí, idéntico. Debe haber sido dos o tres años mayor que yo. Iba mucho a Ciudad de México por negocios, porque Texas está muy cerca de la frontera. Lo acompañé al hotel, un hotel importante, y ahí le conté que había venido a México pero que no había tenido tiempo para contactarme con los familiares. ‘Pero, cómo…’, me dijo él. Entonces le conté del supuesto negocio que había venido a realizar. No sé por qué seguía mintiendo, pero en verdad ya no era tan tremenda la mentira, porque efectivamente estaba metido en un negocio, no un gran negocio, pero negocio al fin y al cabo… El hotel quedaba en Reforma, frente a la avenida Juárez. Nos quedamos conversando hasta las cuatro, cinco de la mañana, y entonces me dice: ‘Tienes que ir conmigo’. ‘¿Dónde?’, le pregunto. ‘A Chihuahua, porque se casa tu prima’. Yo trato de excusarme y él me dice que me paga todo, que es inconcebible que no conozca a la sangre de mi sangre estando tan cerca.

-Por qué te querías excusar, ¿no te interesaba ir?-Me había hecho a la idea de no entrar en contacto. Tal vez pensaba ir una vez que hiciera más dinero.

-Para que así no quedara al descubierto que lo del gran negocio era una mentira…-Claro. En las cartas de mis padres siempre me preguntaban cuándo iba a conocerlos. Y yo siempre les decía que algún día. Pero se produce este asunto y lógicamente no pude eludir ese viaje a Chihuahua.

-¿Y qué pasó con Marta Piña?-Supe que había fallecido. La última vez que la vi fue cuando organicé la Copa Interamericana que enfrentó al Colo Colo con el Puebla, en 1992. Marta era de Puebla, aproveché de visitarla. Era una mujer muy culta. Siempre íbamos a un lugar en Guanajuato, San Miguel de Allende, que fue donde se filmó El Padrecito, de Cantinflas. Estuvimos ahí con Lucho Grill, ex jugador de Católica y ex de Palestino, entrenador del León. Después ya no la volví a ver.


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VIVA CHILE Y LOS HERMANOS SILVA

Viajaron en avión hasta Chihuahua. Edward pagó todo. Y cuando llegaron, la fiesta era apoteósica. Los Talamas Mansour eran una de las familias más importantes de la ciudad, dedicada al negocio del calzado. Y ahí estaban los familiares de su madre. Sólo faltaban el tío Jack de la isla francesa de Guadalupe, y las tías Evelyn, de Laredo (Texas), y la hermana mayor de su madre, que estaba en el Líbano.

“Yo no llegué directamente a la casa de ellos sino a un hotel. Esa noche fuimos a tomar un baño sauna con los primos. Y tengo la imagen muy fresca de todos nosotros alrededor de una botella de whisky dentro del sauna. Quedaban dos días para el matrimonio. Una noche antes, mis primos me dicen que en el hotel se presentaban unos compatriotas míos: los hermanos Silva. Y quedamos de ir a verlos”, recuerda Asfura.

Los hermanos Silva era un conjunto de música chilena muy importante en la época. Habían hecho su carrera en el extranjero, pero eran un referente de la música patria. El quinteto era anunciado con grandes carteles fuera del hotel.

“Para mí eran sinónimo de folclore. Me acuerdo que todos estábamos bien expectantes. Nos habían dado la mesa principal y ya nos habíamos tomado varios tragos cuando los hermanos Silva salieron a escena vestidos de huaso. Yo aplaudí a rabiar, era uno de los más emocionados. Imagínate, encontrarme ahí, en Chihuahua, con un pedazo de Chile. Comienza la presentación y la primera canción es una de Costa Rica. La segunda es una mexicana. Y así. Mis primos me preguntaban cuál de esas canciones se cantaba en Chile. Y

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yo le decía que tuvieran paciencia, que ya venía una canción chilena. Pero pasan cuatro canciones y nada. Ahí empezó a hervirme la sangre hasta que no aguanté más. Me paré de la silla y cuando habían terminado la quinta canción les dije: ‘¡Manga de huevones, ¿cuándo cresta van a tocar una canción chilena?!’. Todos me quedaron mirando de una manera… Me decían, ‘¡primo, primo, cálmate!’. Pero yo no me quería calmar. Estaba avergonzado porque ese referente de la música chilena no hubiese tocado ni una sola canción chilena… Creo que no terminaron su presentación porque el lío que se armó fue gordo. Lo increíble fue que cuando volví a Ciudad de México, después del matrimonio, en el mismo vuelo viajaban los hermanos Silva. Y ahí fue cuando uno de ellos se me acercó y me dijo: ‘Joven, le tengo que explicar que aquí el folklore chileno no vende… Nosotros tenemos que acomodarnos a la música latina’. Claro, al final los entendí y hasta nos hicimos amigos. Pero en el momento se me salió el indio”, recuerda Asfura.


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LA LOCURA DE EUROPA

Alfredo Asfura le pidió a su amigo Naguib Afani, quien estaba ya alojando en su casa, que se quedará a cargo de sus asuntos en Ciudad de México. Lo puso al corriente de todo y una noche sin luna subió al bus de la Greyhound sin tener demasiada claridad dónde habría de terminar ese viaje. Una de las primeras escalas que hizo fue en Texas, donde volvió a encontrarse con su primo Edward y el resto de la familia. No estuvo más de tres días, tiempo suficiente como para que sus familiares intentarán que los vínculos se estrecharan considerablemente.

“Lo que ocurrió fue que mis tíos hicieron todo lo posible para que entre mi prima y yo hubiese un romance. Me empujaban, prácticamente, a que hubiera algo entre nosotros, pero en verdad ella no me gustaba y tampoco era demasiado agraciada. El intento fue tan en serio que incluso, tiempo después, mi tío de la isla de Guadalupe le escribió a mi madre pidiéndole que intercediera en pos de un acercamiento entre nosotros, para que yo pudiera casarme con mi prima, lo que, claramente, nunca ocurrió”, recuerda.

Llevaba una grabadora de cintas en las que iba dejando sus impresiones del viaje. A veces leía alguna de las cartas que recibía en los lugares donde se iba quedando que, generalmente, eran hostales de la YMCA que tenía convenio con la Greyhound. Pasó por Filadelfia, Washington, Carolina del Norte y Carolina del Sur, Chicago, Salt Lake City, la casa de Bufalo Bill, San Francisco, Los Ángeles, el Cañón de El Colorado, Miami.

“Y también Nueva York, la ciudad que más quería conocer. Recuerdo que llegué a las seis de

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la tarde y que estuve caminando hasta las seis de la mañana. Estaba obsesionado, quería caminar cada centímetro de la ciudad, conocer todo. El Empire State, el edificio de las Naciones Unidas, Broadway, el Madison Square Garden. Cada una de las cosas que yo había visto de Nueva York en las películas. Fue la ciudad en donde permanecí más tiempo. A pesar de que me habían dicho que Nueva York era muy peligroso de noche, yo salía, sagradamente, a caminar. Como andaba corto de dinero y no podía ver los grandes espectáculos, iba a Broadway pasaba por fuera, entraba a los lugares por un par de minutos y ya. No podía darme el lujo de sentarme y agarrar un whisky, por decirte algo. Tenía que administrar mi dinero. Entraba a los restaurantes a mirar y recuerdo haber estado en uno que perteneció a Primo Carnera y otro que se anunciaba como el restaurante de Joe Louis”.

El deslumbramiento que le provoca Nueva York hará despertar otra aventura que Asfura ya tenía en mente. El sueño americano no estaba en esas tierras ni en Ciudad de México sino mucho más allá. Había que cruzar el Atlántico. La nueva obsesión de Asfura es Europa.

Un amigo suyo con quien había hecho el viaje a Buenos Aires a fines de la década del ’50, Antonio Zajer, había partido a Alemania a trabajar y desde allá le escribía contándole maravillas de cómo el país que había sido el gran derrotado en la Segunda Guerra Mundial se había levantado de las cenizas para convertirse en un país moderno y atractivo, ideal para que un joven lleno de sueños y ambiciones cumpliera sus anhelos.

“Se me fue metiendo en la cabeza esa idea. Viajar a Europa y radicarme en Alemania. Trabajar ahí con mi amigo Zajer. Tenía ganas de comerme el mundo. Pensé incluso no volver a Ciudad de México sino que tomar un barco desde el mismo Estados Unidos. Dejar todo botado. Pedirle disculpas a mi amigo Afani y decirle que se quedara con la parte mía del negocio si él quería seguir ahí; mientras yo me subía, en Nueva York o Nueva Orleans, a algún barco carguero para irme”.

-Pero, ¿con qué plata?-Con la que me quedaba. Si en ese tiempo yo no tenía límites. No tenía fronteras. Era realmente bastante audaz en ese aspecto. El viaje en barco desde Chile a México había sido una gran experiencia. Sentía que no había nada que yo no pudiera hacer.

-¿Y te manejabas bien en el inglés?


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-Cuando en Chile empecé a planificar mi viaje a Ciudad de México, tomé un curso intensivo en el Instituto Británico. Era un inglés bastante básico, pero aún así me las arreglé en el viaje y también después cuando me tocó redactar contratos para las giras en Universidad Católica. Nunca fui bueno para el inglés, pero ese curso me sirvió para establecer una relación con la lengua inglesa y darme lo mínimo como para poder desenvolverme. Pero esa idea del viaje a Europa, conforme avanzó mi aventura en Estados Unidos, comenzó a diluirse. O cuando menos a postergarse para después que regresara a Ciudad de México. Al llegar a San Francisco tenía claro que no me iba a ir. Había dejado muchas cosas pendientes: mis recuerdos, mis álbumes, mis discos, los reglamentos de fútbol. Además, Afani y Osvaldo Chahuán, quien había llegado también a México, me escribieron para decirme que era una locura esa idea mía de partir a Europa. Claro, yo les había escrito, desde Washington, diciéndoles que lo más probable era que yo no volviera. Efectivamente partir en ese momento a Europa hubiera sido una locura.

El viaje de Asfura por Estados Unidos cumple con sus últimas estaciones. Sigue alojando en los hostales de la YMCA, con habitaciones individuales y baño compartido. Se alimenta de hamburguesas y de chocolates. Va de Los Ángeles a San Diego y de San Diego a Tijuana, la capital de la noche mexicana, llena de fiestas, putas y tequila. Pocos días después volvería a Ciudad de México, donde lo esperaban Afani y Chahuán.

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LAS CARTAS DEL REGRESO

Se convierten en un trío inseparable: Chahuán, Afani y Asfura. Tres mosqueteros divirtiéndose en México, específicamente en Acapulco hasta donde llegan para vivir un par de semanas entre la playa y el hotel. Asfura no deja de trabajar: aprovecha para vender sus productos en las cadenas hoteleras más importantes de la ciudad. Así hasta que un buen día uno de los mosqueteros debe regresar a Chile. Chahuán, el amigo rico como lo llamaban, hace las maletas para retornar a la patria. Asfura y Afani se quedan en Ciudad de México. El negocio de los estampados comienza a crecer. Los pedidos los sobrepasan y deben aumentar el número de operarios. Todo va viento en popa.

El fútbol en México también comienza a vivir buenos tiempos. Se inicia la construcción del estadio Azteca y la idea de que México realizará la próxima Copa del Mundo empieza a tomar cuerpo. Lo mismo pasa en Monterrey y en León, Guanajuato. Es aquí, precisamente, en León en donde Afani encontrará el amor. En uno de los viajes, Asfura se entrevista con el presidente del club León, y Afani se enamora de su sobrina. La relación entre ambos se hará intensa conforme pase el tiempo y en circunstancias que las cartas que llegan desde Chile para Asfura le abren un nuevo horizonte.

Una de esas cartas la firma Oscar Álvarez, el presidente de Universidad Católica, y empieza así; “Alfredo, no sé cómo partir, no sé cómo decirte pero realmente desearíamos que lo pensaras, sabemos que estás en tus actividades, pero si pudieras regresar a Chile todos estaríamos muy contentos, Riera, yo, mi familia, los otros dirigentes, si eso no te perjudica mucho…”.


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-Se trataba de una carta muy bonita, porque Oscar Álvarez escribía muy bien. Era un tipo muy culto, un ingeniero, casi un santo. Siempre le decía que él era como del tiempo de las cruzadas. Me acuerdo que le leí la carta a Afani y, dándoselas de pitoniso, me aseguró que en quince días más me iba a regresar a Chile. Yo le dije que no, que estaba loco, que no era cosa de volver nomás. -¿Álvarez te ofrecía algo concreto?-Sí, me ofrecía la gerencia del fútbol de Católica. Me decía: “Aquí están tus amigos, podemos hacer algo importante…”. No entraba en detalles respecto de las diferencias que había entre Fernando Riera y el nuevo gerente. Pero el asunto es que tal como me había anunciado Afani a los quince días ya estaba regresando a Chile. Incluso, regresé sin que me pagaran en México lo que me debía: unos tres mil dólares, además del capital en la empresa que había aumentado hasta los dos mil dólares de la época.

-¿Cuánto tiempo estuviste?-Unos diez meses. Es una experiencia que me quedó muy grabada. Recuerdo el día en que partí de México. Afani me acompañó al aeropuerto. Tenía emociones encontradas. Por un lado, la tristeza de dejar atrás ese pedazo de mi vida, separarme de Afani… Por el otro, la alegría de encontrarme nuevamente con mi familia, con mis amigos, con la gente de Católica. Viajé con un nudo en la garganta. Volvía a Chile.

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EL RETORNO Y LA GUERRA FRÍA

Es extraño cómo el destino va dando forma a la vida de cada uno. Cómo los diferentes episodios terminan escribiendo una historia muy particular. Quién sabe en qué estaría convertido Alfredo Asfura de no haber recibido el llamado de Oscar Álvarez. ¿Habría sido representante musical de los hermanos Silva? ¿Un magnate de los estampados instalado en una oficina con vista a la calle Reforma en plena Ciudad de México? Lo cierto es que ya en el avión, él entendió que iba al encuentro con su destino, que en algún lugar ese regreso a Católica estaba escrito, y que necesitaba volver a encontrarse con sus padres, abrazarlos. Con todo, nunca imaginó que en el aeropuerto lo iban a estar esperando tantos seres queridos, la gente de la UC, sus amigos, sus padres, y que la escena del regreso iba a ser tan emotiva.

Los abrazos, las lágrimas, las palabras de cariño, se resumen en la frase que el propio Oscar Álvarez le dice luego de estrecharlo en sus brazos en la losa del aeropuerto: “Al ver a tus padres, no me arrepiento de haberte mandado a buscar. Realmente, yo tenía algunas dudas sobre si estaba haciendo bien, si este llamado no se iba a convertir en algo perjudicial para ti, pero al ver la alegría de ellos, me quedo más que tranquilo”.

Asfura no demora demasiado en tomar las riendas de sus nuevas responsabilidades en el club. “En vez de pensar en llegar a la casa y conversar con mis padres, mi mente ya comenzaba a preocuparse de las cuestiones del club. Había que renovar contratos con la mayor parte de esos futbolistas, lo que no era tan complicado porque eran jugadores que yo conocía muy bien”, recuerda.

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La oficina que le asignan es prácticamente un sucucho que corría riesgo de derrumbe. Estaba en un edificio vecino a la sede de la Universidad, en Alameda con Portugal. El gerente general era Alejandro Jacomé. Él y sus asistentes, lejos de recibirlo con los brazos abiertos, imponen una distancia, una frialdad que hace que el ambiente de esa oficina, que se caía a pedazos, sea cercano a una película de terror. Le escondían los papeles, los contratos, en una suerte de guerra fría que Asfura no estaba dispuesto a perder.

“Los ataques venían especialmente del gerente del fútbol. Y no lo podía entender porque con mi voto yo había permitido que llegara al club. Si primero esa guerra era soterrada, pronto se hizo visible. Hacían apuestas de cuánto iba a aguantar. No me daban más de tres o cuatro meses. Eso era lo que llegaba a mis oídos. Pero ellos no me la iban a ganar”, recu-erda Asfura.

Entonces fue a la casa del presidente general del club. Necesitaba saber si ellos, que lo habían traído, estaban al corriente de ese ambiente. Y claro que no. Álvarez, Enrique Cazorso, Enrique Lyon, Mendizábal, cerraron filas junto a su delfín. “Nosotros no te trajimos de tan lejos para esto…”, le dijeron. Pero el tema no era tan fácil porque Jacomé y los suyos estaban enquistados en la UC, estaban bien sujetos a sus puestos. En el intertanto, Asfura afina la renovación de los jugadores y cumple las tareas con excelencia. Pero ocurre un hecho impensado, algo que no estaba en el libreto.

“De repente, Fernando Riera decide irse. No recuerdo demasiado bien por qué. De seguro que no le gustó el color de una puerta o algo por estilo. Además, estaba siendo tentado desde Nacional de Montevideo. Cuando informa de su decisión, en una reunión en la que estaba presente Óscar Álvarez, yo reacciono con una cuota de indignación y le digo de todo y de muy mala forma: “Egoísta de mierda, hiciste cualquier cosa para que yo viniera y ahora te vas…”. Estaba muy ofuscado. Del mismo modo en que nos habíamos hecho amigos tuve la sensación de que se congelaba nuestra amistad”.


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ENTRA PRIETO, SALE PRIETO

Riera se va, deja el club. Y ante su partida la institución toma una decisión que era un riesgo. El relevo saldrá de la misma institución. El elegido es Andrés Prieto quien, al igual que Luis El Huacho Vidal, era parte del equipo técnico de Riera. Él toma las riendas del plantel que inicia esa campaña con resultados dispares.

Una mañana, cuando Prieto ya llevaba varias semanas a cargo del plantel, Asfura se aparece temprano por el estadio Independencia en donde entrenaba Católica y, antes de saludar, el entrenador cruzado se le va encima hecho un energúmeno, gesticula con sus brazos, lo interpela: “¡La Universidad es una mierda. El rector es una mierda. El presidente es una mierda…!”. Y frente al desconcierto de Asfura, que se queda de una pieza, él agita un manojo de documentos que resultaron ser cheques protestados.

“Lo miraba y pensaba para mis adentros qué le pasa a este loco, qué es lo que me está mostrando. Hasta que entendí qué era lo que ocurría. Resulta que para ganarse a los jugadores y como la Universidad se había retrasado en los pagos, Prieto les había girado dinero de su cuenta corriente. ¡Varios cheques que, como la Universidad tampoco le había pagado a tiempo a él, habían salido todos protestados! Pero claro, él sabía que se los iban a protestar. Y ahí es cuando me doy cuenta de que esa era su maniobra. Y tomo mi auto y me voy a la casa de Óscar Álvarez para decirle que teníamos un técnico que estaba mal. Mientras estoy explicándole la situación, llega Prieto, que además siempre era medio misterioso, y no entra, se queda detrás del jardín. En esa circunstancia, le digo a Álvarez: “Presidente, o se va él o me voy yo. Yo no acepto esto: ha ofendido a medio mundo, lo

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ofendió a usted, ofendió al rector, ofendió a Cristo. No lo puedo permitir”. Y él me dice, “pero qué vamos a hacer”. Y ante eso le digo que nos quedemos con Vidal, que tenga fe, que yo le ayudo”.

Y así nomás fue. Prieto hizo sus maletas y Vidal pasó de ser el ayudante del ayudante a flamante entrenador de la UC. El tiempo demostraría que Asfura no se había equivocado.


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UNA COPA Y UNA REVANCHA

Vidal había sido jugador de Católica, un defensa porfiado y eficiente. Pero sin duda que cuando se pasó al bando de los entrenadores lo que más se le reconoció fue ese buen ojo para descubrir jugadores. Él reparó en el talento de Miguel Chueco Hermosilla, de Totocha Inostroza y de Julio Gallardo, por mencionar a tres jugadores que salieron de la cantera cruzada. Pero era el tipo más despreocupado que podía pisar la Tierra, al punto que a muchos entrenamientos, en sus días de jugador, llegaba con los zapatos envueltos en papel de diario, no porque no tuviera un maletín donde echarlos sino porque él era así.

Asfura se convierte en el brazo derecho de Vidal. El nuevo técnico se ocupa de definir el equipo, determinar cómo se van a parar en la cancha, y Asfura no sólo tendrá a cargo la logística del plantel, también será el hombre que impondrá la disciplina. El primer desafío al que harán frente no será menor: Copa Libertadores.

La UC gana y gusta. Logra sortear la primera ronda perdiendo apenas un partido, frente a Guaraní, en Asunción, en un grupo que completaban Universidad de Chile y Olimpia. Pero en la siguiente fase la exigencia sube. Los rivales son dos equipos con oficio y talento: Nacional y Peñarol de Montevideo. Son ellos los que visitan primero a Católica en Santiago y es ahí donde Asfura comienza a trenzar sus amistades al más alto nivel. Hace buenas migas con la gente de Nacional, el equipo de la enseña tricolor, especialmente con el gerente del club, Pedro Garayalde. Largas conversaciones de fútbol y de la vida van forjando esa amistad que se sella cuando el dirigente charrúa le obsequia su insignia de Nacional, que Asfura no demora en lucir en la solapa de su chaqueta. También conoce a Washington Cataldi, para muchos el mejor presidente de la historia de Peñarol y uno de los más carismáticos presidentes sudamericanos, quien desde que se conocieron no dejó de ofrecerle su amistad.

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En la cancha, la UC despacha a sus visitantes con dos triunfos calcados, por la cuenta mínima. Una ventaja que no es suficiente para viajar con tranquilidad a la capital uruguaya y seguir avanzando. El primer partido de vuelta es con Nacional. Un encuentro estrecho en el que los goles de Tobar e Inostroza no alcanzan a evitar la derrota por 3-2. Todas las fichas van al último partido con Peñarol. El Centenario es una caldera, pero los chilenos no están dispuestos a cocinarse dentro de ella. El partido es intenso. Asfura lo observa todo desde la tribuna. Está nervioso por el desarrollo de las acciones y también por la vehemencia con que el técnico cruzado le hacía presente sus quejas al árbitro. “Comencé a observar que Vidal se acercaba demasiado a la cancha y le reclamaba constantemente al juez. Y pensé: a este gallo lo van a echar. Decidí bajar hasta la cancha para tranquilizarlo. Cuando llego, veo a Roque Máspoli, el entrenador de los uruguayos, que llama al árbitro y le exige que me saquen de la cancha porque yo soy el que está provocando los problemas. Imagínate, yo había bajado a calmar a Vidal y resulta que era el instigador. Y qué hicieron: me piden que salga. Y yo digo que no. Y han mandado a buscar a la policía para que me saquen de ahí. Entre cuatro o cinco me han tomado y llevado a los camarines, pero como me resistía terminaron mandándome preso”.

-¿Te metieron preso?-Claro, en un calabozo. Y viene Cataldi y me dice: “Querido, cómo no te van a meter preso si andas con la insignia de Nacional”… Y claro, yo no me la había sacado desde que llegamos a Montevideo, pero nunca pensé que eso los iba a volver locos.

-¿Y a Católica como le fue?-Mal, perdimos 2-0 y quedamos fuera de la Copa.

La revancha será local, porque el equipo del Huacho Vidal terminará rompiendo la hegemonía que durante la década del ’60 había impuesto la Universidad de Chile y su Ballet Azul. Los nombres de Alberto Fouilloux, Néstor Isella, Gustavo Laube, Armando Tobar, Leopoldo Vallejos, Ignacio Prieto, quien luego partiría a Nacional de Montevideo, Juan Barrales, Víctor Adriazola, Betta, Olivares y Julio Gallardo, por citar a algunos, eclipsarán el imperio que habían impuesto los Leonel Sánchez, los Rubén Marcos, los Carlos Campos, los Pedro Araya.


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“Lo que no habían conseguido ni Riera ni Prieto, lo va a conquistar Vidal a fines de 1966. Me acuerdo de ese partido final, en San Felipe, donde conseguimos el título. La cancha era horrible, casi de tierra. Y los camarines… Muchos clubes amateurs tenían mejores camarines que los de Unión San Felipe. Luego la caravana posterior, por la Alameda, muy sobria y sin el estruendo de hoy. Sólo llegamos a la casa central de la Universidad, con muy poca gente alrededor, y manifestamos nuestra alegría, para iniciar el festejo más íntimo”, dice Asfura.

Vidal practicaba la misma ideología de Riera y Prieto: cuidar la pelota. La preparación física era importante si había un balón de por medio. A pesar de que era mayor que Riera, fue un alumno aventajado. “En su equipo destacaba la técnica de Isella, quien hacía jugar en profundidad a Julio Gallardo y Armando Tobar. En la última línea tenía jugadores avezados como Barrientos y Villarroel. Había hombres fuertes como Laube y la juventud corría por cuenta de Barrales y Herrera. El socio de Isella en la creación era Fernando Carvallo. La irrupción de Vallejos en el arco, surge de la decisión de Riera de echar a Berehn y Fernández por actos de indisciplina. Vallejos agradeció la oportunidad poniéndole candado al arco de la UC”, recuerda Asfura.

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LA GRAN JORNADA

Desde el 12 de octubre de 1945 en adelante, Universidad Católica hizo de local en el estadio Independencia. Fue en esos pastos, cercanos al estadio Santa Laura, en donde el equipo cruzado dio forma a su primer título en 1949. Pero con el correr del tiempo y en vista de que la Universidad atravesaba por una crisis los terrenos del estadio Independencia fueron vendidos y la necesidad de un nuevo recinto donde albergar al primer equipo se hizo ur-gente. Nunca imaginó Asfura ni la gente de la UC que esos contactos que él realizó para la Copa Libertadores de 1966 terminarían siendo claves para que la institución se hiciera de San Carlos de Apoquindo.

“Me tocó viajar a fines de 1967 a Montevideo. Y, como siempre, pasé a visitar a Pedro Garayalde. Nos juntábamos en el hotel Columbia a conversar de fútbol. Y en una de esas conversaciones él me cuenta que hay un grupo liderado por un uruguayo, Rienzi, que está muy interesado en hablar conmigo porquen tienen un evento que quieren llevar a Chile. Se trataba de una campaña que ya habían hecho en Nacional con muy buenos resultados. Pactamos una cita y esta gente me presentó este proyecto que se llamaba La Gran Jugada y que era un sistema de sorteos. Me pareció súper atractivo y les dije que podía hacerles el puente para que lo plantearan en Católica”, recuerda Asfura.

Pocos años después la propuesta se concreta. En Chile se llamo La Gran Jornada. Ya no está Óscar Álvarez a la cabeza del club. Manuel Vélez está en la presidencia de la institución y en la testera del fútbol figura Mauricio Weiner.


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La imagen de Asfura como un hombre que gerenciaba el fútbol fue creciendo. A mediados del ’68, organizó un congreso de gerentes en el hotel Carlos V, en la calle Huérfanos, en el que participaron casi todos los gerentes de clubes. “Hicimos uno en Santiago y otro en Concepción y fueron bien importantes porque muchos de nosotros nos llamábamos gerentes en circunstancias que la labor que hacíamos era la de telefonistas. Yo les dije que si nos considerábamos gerentes debíamos hacer un trabajo a la altura de esa función, que si sólo contestábamos el teléfono estábamos equivocados. Y pienso que ahí hubo un cambio, un giro respecto de la manera en que muchos entendían su pega”, dice.

Pronto se convierte en el referente. Pedían precio por él desde diferentes lugares del mundo. Cuando a Chile vino el Mustang Chicago, uno de los dos clubes de fútbol de Estados Unidos reconocidos por la FIFA, todos pensaron que se regresaba con un fichaje de peso: el propio Asfura. Quisieron llevárselo desde distintas instituciones, el propio Nacion-al se interesó en sus servicios, Internacional de Porto Alegre, el club donde estuvo Elías Figueroa, y en el seno local también le salió gente al paso a la UC.

“Eso me lo contó un dirigente de Católica, que el presidente de la ‘U’ de ese entonces, un economista de apellido Litvack, primo de Sergio Litvack, arquero y dirigente de Universidad Católica, que luego se fue a Canadá a ocupar un importante puesto en el Fondo Monetario InternacionaI, quiso contratarme. Nunca me enteré y no deja de ser interesante porque de haberse concretado no me habría faltado estar en ninguno de los clubes llamados grandes”, recuerda.

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DOS REGRESOS PARALELOS

En febrero de 1967, luego de que la UC celebrara su título y en plena pretemporada, llega a Chile una visita ilustre que servirá de sparring para el nuevo año al que debe hacer frente la escuadra cruzada. Se trata del Benfica de Lisboa, uno de los clubes, junto al Porto, emblema de Portugal y de los más competitivos de Europa. En la banca trae a un conocido de la casa, que luego de pasar por Nacional de Montevideo había recalado en esos pagos: Fernando Riera.

El viaje sirve de pretexto para retomar las conversaciones con el entrenador para su regreso a Católica y también para que Asfura y el ex seleccionador limen asperezas.

La prensa da cobertura a la llegada del Benfica y también a las posibilidades de que Riera vuelva a la UC. El 17 de febrero de 1967, el Canal 13 debutará en las lides futbolísticas transmitiendo el partido y, además, ese día será la primera vez que Asfura dé una entrevista para la televisión. Sin embargo, habrá un hecho no presupuestado que restará brillo a la presencia del campeón lusitano en Chile. Augusto Silva, jugador del Benfica, se electrocuta en el baño del hotel donde la delegación invitada se quedaba. El diario La Hora le da una cobertura abiertamente sensacionalista al tema y Asfura, tremendamente molesto, termina encarando al jefe de deportes del diario, el mítico Pedro Fornazzari. “Fue en una comida, lo subí y lo bajé, le dije que lo único que quería era impactar, en vez de haber dado cuenta de lo importante que había sido que el Benfica, un club de la élite europea, viniera a Chile, además de la desgracia del jugador”, explica Asfura.


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Pero las conversaciones con Riera no se cortan. No fue fácil gestionar su “repatriación”. El contrato no sólo era oneroso sino también complejo por todos los articulados que Riera imponía en cuestiones, incluso, que para otro técnico podían resultar anodinas y sin importancia.

“Era un contrato muy extenso, de no sé cuántas páginas, lleno de especificaciones, que el agua caliente de las duchas, que el camarín, que el bus, que la cancha. Riera era un hombre muy perfeccionista y preocupado de cada detalle. Además no se podía contratar ni vender a ningún jugador sin su visto bueno”, sostiene Asfura.

La llegada de Riera a la UC, en 1968, traerá, indirectamente, aparejada otra vuelta. Quien se convirtió luego en su representante, Félix Latrónico, juega un papel importante en el retorno de Andrés Prieto al fútbol chileno. Una vuelta en la que Asfura tiene también un rol decisivo.

“Debió ser a principios del ’68 cuando recibí un llamado de quien era presidente de Colo Colo en ese entonces, Guillermo Herrera. Me dice: ‘Alfredo, ¿qué técnico me recomendarías para Colo Colo?’. Y yo le digo, ‘tengo el técnico: Andrés Prieto’. El mismo que había echado y que había partido a México a probar suerte. ‘Llámate a Latrónico’, le dije. Y así lo hizo. Latrónico conocía mucho a Prieto. Y así fue como él llegó a dirigir en Colo Colo. A pesar de que estábamos enojados, cuando supo que había sido yo quien lo había recomendado quiso hacer las pases, pero muy en el estilo de Prieto, que ya te dije que era un tipo bien especial, siempre andaba medio escondido, detrás de una muralla, detrás de un kiosco, agazapado. Me acuerdo que una tarde llega a la tribuna del estadio San Laura donde yo estaba y mete la mano por entremedio de la reja. Sin mirarme siquiera, la deja estirada para que yo se la estreche. Y yo que lo conocía, que sabía de sus modos, entendí que eso significaba que todo quedaba olvidado. Era así, Prieto”.

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EL ÁNGEL DE LA GUARDA Y…

Si uno revisa la vida de Asfura llegará a la conclusión de que la mayoría de las veces ha tenido encima a un ángel de la guarda que lo ha protegido. El viaje por Estados Unidos es una buena prueba de ello. Cuando fue a Houston, empujado por esa fascinación que ejercía en él la conquista del universo, los astronautas, los grandes telescopios, se lanzó a recorrer la ciudad en su particular estilo que, en ese entonces, estaba determinado por la necesidad de ahorrar. Cuando no caminaba cada centímetro de la ciudad, se subía en un bus cualquiera, al azar, y se dejaba llevar mientras iba observando por la ventana el paisaje que el destino ponía delante de él.

-En Houston estuve dos días. Recuerdo que tomé el bus a las siete de la tarde y me aseguré de quedar en un asiento con ventana. Siempre lo hacía porque me entretenía mirando el rostro de la gente del lugar. Era lo que más me interesaba. Sentía la inquietud por ver al americano común y corriente, porque entendía que observándolos, viendo lo que hacía, podía hacerme una idea más real de lo que esa ciudad era, en vez de mirar solamente sus postales. El asunto es que ese bus empezó a salir de la ciudad y comenzó a oscurecer, y a medida que pasaba el tiempo, quedaba menos gente arriba. Al final, yo era el único pasajero. Entonces, el chofer detiene la máquina y veo que sencillamente no avanza más. Después de un rato me dice: “Hasta aquí llegamos”. “Cómo que hasta aquí llegamos”.”Sí, el viaje termina aquí”. “Y a qué hora sale el bus de vuelta”. “No hay más bus de vuelta. Este era el último”.

-¿Estabas a cuánto de la ciudad?-Qué sé yo, a dos horas y media de la ciudad. Es como si aquí hubiera salido del centro hacia Buin. Claro, si yo miraba por la ventana y veía puro campo abierto. Debo haber estado tan desesperado que el hombre me preguntó dónde me estaba quedando. Me dijo que no me


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moviera de ahí. Después de unos minutos, volvió para decirme que él me iba a acercar. Claro, el hombre deshizo el camino y prácticamente me dejó en la puerta de mi alojamiento. Para mí fue bien impactante porque lo sentí como una señal. Había alguien que me cuidaba en ese viaje y, en alguna medida, había sido así toda la vida. Me hallaba en buenas manos. Esa sensación me acompañó hasta que llegué a Chicago.

-¿Qué pasó ahí?-Yo me creía el dueño del mundo. Era muy arriesgado. Pensaba que me las sabía todas. Y en mi estilo salí a recorrer la ciudad. Esta vez lo hice de a pie. No pregunté nada y me lancé a caminar. Y de pronto me di cuenta que yo era el único blanco en medio de esas calles por las que avanzaba.

-¿Llevabas algo?-Nada, porque me gustaba salir así nomás. Sin cámara fotográfica. Te insisto, lo que a mí me fascinaba era la vivencia de la calle, la experiencia con la gente. Si andaba con una cámara me perdía todo eso. Y me fui metiendo en un barrio que no era muy católico. Me daba cuenta por lo que había visto en el cine, en las películas que recreaban un Chicago duro y complicado que era, más o menos, como lo que se me iba revelando ante mis ojos. Una suerte de mafia, pequeños grupos que no me quitaban la mirada de encima mientras yo iba caminando. Y recuerdo que voy pasando por lo que parecía un hotel y veo al primer blanco… Y entonces, advierto que en dirección hacia mí avanza un moreno de un metro noventa que venía despotricando, echando puteadas en inglés. Y me ve a mi y como que decide desquitarse conmigo. Y agarra un tarro de basura y amenaza con tirármelo, sin ninguna provocación de mi parte. Me pareció que se calmaba cuando puso el tarro en el suelo. Yo no entendía nada. Busqué al blanco como queriendo conseguir una explicación y cuando me doy vuelta ¡paf!, recibo un puñete en pleno oído. Un golpe casi de nocaut. No sé cómo salí de ahí. De lo poco que me acuerdo es que, en mi inglés atarzanado, sólo atinaba a decir: ¡surprise, surprise! El golpe fue tan grande que luego tuve que hacerme un tratamiento…

-¿No atinaste a reaccionar?-No, no. Tengo la imagen del hombre de color que seguía balbuceando cosas y el hombre blanco totalmente ajeno a la situación. Bueno, ahí sentí todo lo contrario de Houston. Una soledad, una desprotección, entonces entendí que, en lo sucesivo, debía tener más cuidado.

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EL MÉTODO ASFURA

Con Riera de vuelta a la UC, Alfredo Asfura comienza a trabajar una suerte de estilo de hacer las cosas. Algo así como el método Asfura, que aplicó con el ex seleccionador nacional, con la mayoría de los técnicos con los que trabajo después y con los jugadores. Sobre todo con aquellos que le pedían el oro y el moro, en circunstancias que la mayoría de las veces aquello no era posible.

Si Riera le pedía un hotel cinco estrellas, Asfura le decía que con suerte iban a alojar en uno de tres. Si Riera le pedía avión, Asfura le explicaba que la única posibilidad era el bus. Y así con todo.

“Yo no me complicaba la vida y además le producía un plus favorable. Porque finalmente, a la hora de los quiubos, ahí estaba el hotel cinco estrellas que me había pedido. Y ahí también estaba el avión. Y todos quedaban felices. Lo mismo ocurría con los jugadores. Pensaban que iban a tener tres, y yo finalmente les entregaba cuatro. Y muchas veces sin que ellos me lo pidieran. Eso era un clásico en el sistema de premios. Pasó a ser mi estilo en las negocia-ciones. Por lo demás, fui uno de los primeros en introducir los incentivos para el trabajador del fútbol”.

-Y todo eso comenzó con Riera.-Claro, porque a Riera yo le jugaba al revés. Y siempre me dio buenos resultados. Durante la Copa Libertadores de 1968 tuvimos que ir a jugar a Sao Paulo. Hicimos una escala en Buenos Aires donde ocurrió otro hecho que marca un poco la personalidad de Riera. Al aeropuerto de Ezeiza llegó el presidente de River, Liberti, con un maletín en donde llevaba 70 mil dólares. Él quería hacerse de los servicios de Julio Gallardo, que venía cumpliendo


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muy buenas temporadas en Católica y había tenido una actuación importante en la Copa. El dirigente fue claro y ofrecía dinero contante y sonante. Pero Riera se opuso. Dijo que necesitaba a Gallardo, que era pieza clave, y que no estaba dispuesto a desprenderse de él.-¿Setenta mil dólares era una buena oferta por Gallardo?-Buenísima, además que no cualquiera llegaba a River. Finalmente se impuso la idea de Riera y Gallardo no fue vendido. Una decisión que, vista con la distancia que da el tiempo, fue equivocada. Porque ese traspaso pudo cambiar el destino de Gallardo, considerado uno de los mejores jugadores sudamericanos. Lamentablemente, murió alcoholizado… Pero bueno, vamos al punto. Antes de viajar, Riera se acerca y me dice: “Alfredo, yo sé que tú lo vas a hacer. La mayoría de estos jugadores no conoce Río de Janeiro, yo sé que tú lo puedes conseguir. Un solo día, luego de jugar el partido, que vayan a Río de Janeiro y regresamos”. Le dije que no lo veía fácil, pero que iba a hacer todo lo posible por conseguirlo. Y no hablamos más del asunto. Yo tenía en ese tiempo muy buena relación con la agencia Turavión, que luego me organizó el viaje a Europa y todo lo demás. Hice las gestiones y no tuve problemas en conseguir lo que Riera me había pedido. No se lo comenté inmediata-mente. Siempre prefería tener los ases bajo la manga con él. Bueno, estaba todo organizado, qué sé yo, el hotel, las comidas, todo. Llega el día del partido y Sao Paulo nos hace cuatro. Fue una boleta contundente. El equipo se fue a negro. Nos pasaron por arriba. Riera estaba hecho furia. Muy pero muy enojado. Entonces, cuando llegamos al hotel, me dice: “¿A qué hora nos vamos a Santiago?”. Y yo le digo que no, que no vamos a Santiago. “Cómo que no”, me dice. “No pues, nos vamos a Río de Janeiro”, le respondo. Y él se volvió loco, que cómo nos íbamos a ir a Río de Janeiro después de ese papelón y yo le respondo: “Oye, ¡qué te pasa!, ¿tú no me pediste que fuéramos a Río de Janeiro porque había jugadores que no conocían Río y que sería bueno que…? Si a ti te gusta planificar con tiempo, a mí también. Yo no podía estar expuesto a tomar una decisión hoy día, si íbamos o no íbamos a Río de Janeiro”.

-¿Y viajaron a Río?-Viajamos, pero anduvo amurrado como cuatro días conmigo. Nos regresamos en el mismo avión, sentados uno al lado del otro y no me hablaba. ¡Ni una palabra! ¡Me ignoró durante todo el viaje! De ahí se le pasó, claro. Pero él era así y así también era la dinámica de nuestra relación.

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EUROPA, OTRA VEZ

Asfura es un hombre terco, en el buen sentido de la palabra. Si algo se le mete entre ceja y ceja no baja los brazos hasta conseguirlo. El viaje a Europa que había comenzado a darle vueltas en su cabeza en México se niega a morir dentro de sus aspiraciones. Y es como un imán que lo llama, que lo obliga a pensar una y otra vez en cruzar el charco y caminar por las calles de Hamburgo, París, Roma, Londres.

Él sabe que es un asunto de tiempo. Que al primer descuido, el destino lo pondrá arriba de un avión rumbo al Viejo Continente. De alguna manera siente la necesidad de mirar otros mundos, de perfeccionarse en su quehacer que, hasta ahí, había sido hecho a pulso.

-Me estaba quedando en el asunto local, un poco encerrado. Sentía que era necesaria una especialización. Ir a conocer qué era lo que se estaba haciendo en los clubes europeos, porque a veces me hacían preguntas que no podía responder, sobre las estructuras del fútbol, sobre la relación con los técnicos. Es decir, podía hacerlo pero con una experiencia muy doméstica y los tiempos, sobre todo en ese momento en que las competencias internacionales comenzaban a incrementarse, obligaban a una mayor especialización. Quería ver la realidad de clubes de un nivel superior, saber cómo se organizaban, cómo resolvían sus problemas, y aprovechar de observar el funcionamiento de las federaciones.

-¿Y el club te apoyaba en esa idea?-Lo conversé con los dirigentes y les pedí su apoyo. No estaban en situación de entregarme demasiado en lo económico, pero a nivel institucional se preocuparon de enviar cartas a los


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clubes y las federaciones dando cuenta de mi visita. Mandaron unas 300 cartas en la que se les pedía, a los destinatarios, que pudieran brindarme todas las facilidades del caso. Todo esto firmado por los máximos dirigentes de entonces, Mauricio Wainer y Manuel Vélez.

-¿El viaje te lo costeaste tú?-Una parte. Me fui con diez mil dólares. Nueve mil eran míos y el resto era un aporte del club. No era poca plata para esos tiempos. Estamos hablando de 1969. Me fui con permiso y sin goce de sueldo. Y con la aclaración por parte de los dirigentes de que ellos no podían asegurarme que cuando regresara el cargo estuviera esperando por mí. Me acuerdo de las palabras de Mauricio Wainer: “Usted sabe como son estos asuntos del fútbol; no sabemos cuándo va a volver, si va a seguir, si no va a seguir, si estará la misma gente”. Entendía que estaba corriendo un riesgo enorme, pero los dados ya estaban tirados.

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UNA MANO EN EL EXTRANJERO

En los días previos a su partida, Asfura ya estaba trabajando a dos bandas. No sólo ocupaba el puesto de gerente en Universidad Católica, sino que además era el coordinador de los clubes frente a la Asociación Central de Fútbol. Es en esa condición en la que emprende ese viaje que se prolongará por nueve meses y que era de una complejidad mayor, al punto que Asfura dificulta que Turavión haya vuelto a extender un boleto como ese, con tantos destinos.

-Imagínate, visité Inglaterra, España, Portugal, Francia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Suecia, Suiza, Noruega, Rusia, que en ese tiempo era la Unión Soviética, Italia, Grecia, Ru-mania, Checoslovaquia, Bulgaria, Bélgica… Tengo un recuerdo muy especial de la atención que me brindaron los dirigentes del Vasas SC., de Hungría. Mira, el único país importante de Europa que no visité fue Polonia.

-¿Y eso por qué?-No sé. Tú sabes que hasta ahora no he conocido Polonia, a pesar de todos los viajes que he hecho. Conozco 129 países.

-¿De esos países que conociste, o mejor dicho, de los clubes que visitaste, alguno que te haya llamado la atención sobremanera?-En Rusia, el Dínamo de Moscú, por lo que significaba el hecho de ser un club, prácticamente, estatal. Eso no estaba en mi disco duro. Ningún club del fútbol chileno ni sudamericano tenía un estatus parecido al del Dínamo. En todo caso, las sorpresas no sólo


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me las llevé viendo a los clubes del Viejo Mundo. Estando en Francfort visité al abogado Enrique Melconian, cónsul de Chile en esos años. Y él, cuando me ve, me dice, “pero muchacho que haces aquí, ¿por qué no estás en Berlín? Incluso, hay un periodista joven que está acá, medio desesperado, y no sabe cómo irse, quizá tú lo puedas ayudar”. “Y por qué me dices estas cosas, qué ocurre en Berlín”. “Bueno, juega Chile en Alemania Oriental”. Yo no tenía idea. Llevaba no sé cuánto tiempo en Europa y me había desconectado un poco. El periodista resultó ser Manuel Sepúlveda, quien luego fue jefe de deportes de Las Últimas Noticias. Lo contacté y le dije, te vas conmigo. Y así nomás fue. Pero lo verdaderamente insólito estaba por pasar.

-¿En Berlín?-Claro. Imagínate que no había nadie esperando a la Selección Chilena. Nadie. Ni un bus siquiera. Y la delegación debía trasladarse a la RDA. Era necesario que saliera del aeropuerto y abordar un tren que les permitiera cruzar el Muro. A “Figurita”, que así le decían a Manuel Sepúlveda, le dije ¡ayúdame! Y hemos hecho parar un bus de recorrido para que los llevara a la estación. Quedaron tan agradecidos los muchachos que me pidieron que siguiera con ellos. En ese lote iba también Octavio Sufán y Antonino Vera, toda una institución del periodismo nacional y un conocedor y sibarita de las cervezas.

La expectación periodística, encarnada en las figuras de Sepúlveda y Vera, estaba determinada porque Chile se preparaba para afrontar partidos importantes en las eliminatorias para el Mundial de México. En ese periplo por Alemania, Chile ganó un partido y empató otro bajo las órdenes de Salvador Nocetti. “Ese último partido lo trasmitió por radio Nicanor Molinare, quien en el entretiempo me mandó a llamar y me hizo una entrevista en la que terminé llorando. Llevaba mucho tiempo sin un contacto directo con Chile. Me escribía con periodistas, con mi familia, pero ese encuentro radial me emocionó mucho”, explica Asfura mientras revisa los nombres de las figuras de esa selección: Nef, Yávar, Quintano, Hodge, Socías, Marcos, Fouilloux…

Chamaco Valdés aparecerá poco tiempo después vistiendo la camiseta roja. Será un partido decisivo para la suerte de Chile en su camino a México ’70, el que coincidirá con el regreso de Asfura desde Europa.

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¿UN FUTURO CON RIERA?

La vida tiene maneras extrañas de recompensar los sacrificios y las grandes empresas. En ocasiones, se ocupa de entregar señales equívocas. Aunque probablemente no sea la vida la que yerra sino los otros. Cuando Alfredo Asfura decide poner término anticipado a su viaje por Europa, porque siente la necesidad del regreso, modifica su pasaje para poner como lugar de destino la ciudad de Montevideo. Llega al hotel Columbia porque no quiere perderse un encuentro decisivo para la suerte de la selección chilena en su intento por clasificar al Mundial. Simultáneamente habían viajado desde Chile, para recibirlo, sus amigos Tuto López y Luis Contreras, que más adelante se transformaría en su ahijado. Ellos escuchan sorprendidos las historias y novedades que trae Asfura de sus encuentros con personalidades del mundo futbolístico de América y Europa, principalmente,

Había una gran expectación porque el país entero quería volver a celebrar una actuación como la que la Roja había tenido en la Copa del Mundo organizada en casa en 1962. Y si bien los nombres que defendían la casaca nacional no tenían todo el lustre de aquellos que conquistaron el tercer lugar, por lo menos había esperanzas de que al igual que en los dos mundiales anteriores el escudo nacional conseguiría la clasificación para la Copa del Mundo. Uruguay necesitaba de un triunfo en casa para sacar del camino a los chilenos.

Asfura volvió ilusionado. Traía cientos de ideas en su cabeza. No era casualidad que quisiera estar en ese decisivo encuentro de Chile por las eliminatorias. De manera natural, comenzaba a creer que su futuro estaba ligado más al fútbol chileno que a un solo club. De hecho, él mismo recuerda que en los días posteriores a su regreso ese pensamiento cobró fuerza.


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-Los medios recogieron esa idea que era, en verdad, más o menos lógica. Luego de un viaje de esas características y habiendo acumulado la experiencia que acumulé, tenía sentido que todos esos conocimientos fueran puestos a disposición del fútbol chileno en general más que a un club específico. Ese día, ni siquiera la presencia de Chamaco Valdés en cancha logró cambiar el destino. Chile caía en Montevideo por 2-0 y sus esperanzas de disputar una nueva Copa del Mundo se tronchaban. Los hinchas, los dirigentes y los jugadores regresaban a Santiago rabiosos y con ánimo de revancha, pensando ya en lo que podría ser la aventura de clasificar para Alemania 1974. Un objetivo al que Asfura ya le venía dando vueltas desde mucho antes de llegar a Montevideo. Había estado en Barcelona con Riera. Y habían imaginado un futuro juntos.

-Lo conversamos. Hicimos un poco de ficción. Pero cuando tocamos el tema de volver a Católica, Riera me dijo: ‘Ese es un asunto superado. Sería bueno pensar en otras cosas’. No hablaba directamente de la selección, pero hacia allá apuntaban sus intenciones. Y yo veía que nuestros caminos estaban emparentados –recuerda Asfura.

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DEDÍCATE A OTRA COSA

Pero a veces se lucha contra los molinos de viento. Cuando no, se predica en el desierto. Ya en el primer contacto con los dirigentes chilenos en Montevideo, Asfura tuvo una sensación extraña. Cierta frialdad, una cuota de recelo, sobre todo de parte de Nicolás Abumohor, entonces presidente de la Federación de Fútbol. Se estableció, sin que mediaran palabras, una distancia que el recién llegado no supo interpretar. Y ese sentimiento se ahondó una vez que vio la recepción de los dirigentes de Católica.

Alfredo Asfura había hecho un verdadero posgrado en administración futbolística, venía con miles de ideas en la cabeza, pero sus dos aliados naturales, la Universidad Católica y la Federación de Fútbol parecían no reconocer lo que había hecho. Estaba algo desorientado, situación que se acentuó luego de una conversación que sostuvo con el propio Abumohor. “Con tu capacidad”, le dijo, “creo que deberías dedicarte al comercio”. Entonces, herido en su orgullo, Asfura le respondió: “Creo que usted no me conoce ni sabe cuál es realmente mi pasión. En el comercio ya estuve y ahí fue donde entendí con claridad que mi pasión es el fútbol”. Abumohor no bajó los brazos: “Sí, pero yo te aconsejaría…”.

Claro, lo último que pensaba hacer Asfura a esas alturas de su vida era dedicarse al comercio. Sobre todo porque los medios sí reconocían el aprendizaje que había vivido en Europa y se manifestaban sorprendidos por la distancia que adoptaban la Federación y el club cruzado. Escribían acerca de él, le pedían columnas, le tomaban fotos. Tanta figuración empezó a corroer la mirada de la dirigencia que, con cierta desesperación, veía cómo el nombre de un funcionario postergaba las grandes declaraciones con la que ellos pretendían figurar en las páginas noticiosas de diarios como El Mercurio o Las Últimas Noticias.


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La plana mayor de los cruzados había cambiado sus nombres. Ya no estaban los Álvarez ni los Cazorso ni los Lyon. Manuel Vélez era el presidente. Del círculo más cercano, poco, muy poco. “La figuración que tenía, en desmedro de la de ellos, los complicó. Yo era bien conocido. No pasaba una semana sin que me entrevistaran. Y eso, al parecer, no les gustaba mucho a los dirigentes estudiantiles. Ellos no me plantearon que me dedicara al comercio, pero sí que me ocupara de visualizar jugadores. Hacerlas de veedor. Una labor para la que la experiencia vivida en Europa no resultaba fundamental. Sentí que me estaban haciendo a un lado y luego hubo una serie de quejas sin mayores bases que me hicieron entender que no querían que siguiera en el club”.

Los diarios ocuparon sus titulares con la crisis interna de la UC, en la que aparecían enfrentados Asfura con la directiva encabezada por Manuel Vélez. Una confrontación que terminó con la renuncia de Asfura al club de sus amores.

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LA BENDICIÓN DE DON JULIO

Riera entra de nuevo en acción. Casi como un rayo. Enterado de sus problemas en el club de la banda, le pasa un dato: “La gente de Unión Española quiere hablar contigo”. Hasta entonces el equipo de colonia era un club pequeño, sin grandes pretensiones. Algo que, así de primera, a Asfura no le entusiasmó demasiado. Riera tuvo que insistir y aclararle cuál era el nuevo escenario del club de colonia. Un grupo de jóvenes empresarios se había hecho cargo de la administración y pretendía meterlo dentro de los grandes del fútbol chileno.

-Riera fue quien me puso en contacto con Juan Cueto, que en ese tiempo era socio de Antonio Martínez. Nos juntamos ahí, en el Hotel Foresta, propiedad de Guido Vallejos, el creador de Barrabases. Puedo ver todavía a Juan Cueto, impecablemente vestido, con un abrigo largo, planteándome su idea. De hecho, ese mismo día nos fuimos a una reunión en la oficina de Francisco Fluxá. Estaban decididos a contratarme. Yo les dije que tenía que redactar mis condiciones para que ellos pudieran estudiarlas y resolver. Y ellos que no, que se las dijera ahí mismo. Yo les pedí algo de tiempo y a los pocos días volví con un petitorio que tenía varias páginas. Ni siquiera lo leyeron. Me dijeron a todo que sí. Esa misma noche terminamos en un nigth club y a las cinco de la mañana ya éramos íntimos amigos. Así se negociaba en ese entonces.

-¿Qué querían ellos? ¿Para qué te llevaban?-Había dos tareas a cumplir: querían llevarse a Riera y hacer de la Unión un equipo popular que saliera de gira. Lo otro que me pidieron es que viera todo el tema de los contratos de los jugadores y que hiciera una reestructuración a fondo. Asumí rápidamente como gerente general. No tenían nada y lo querían todo. Empecé de cero.


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El club ya tenía una sede, la de la calle Carmen, y también un casino que atendía a los pocos socios del club. Había una rama de básquetbol que funcionaba bien, dirigida por Alfredo Vega. Estaba lejos de aquello con lo que contaban clubes como Universidad Católica. En la primera reunión de directorio, con la mayoría de los nuevos dirigentes presentes -Cueto, Fluxá, Antonio Martinez, Jorge León, Eliseo Gracia, Tomás Chuma Arroyo, Abel Alonso-, Aníbal Sierra, un directivo de la vieja guardia –como Vega, Urquiaga, Pepillo, Bouzzo-, toma la palabra para interpelar a Asfura en un lenguaje muy castizo, ya que lo tenía etiquetado con los colores estudiantiles. En pocas palabras, le pregunta qué hará el día en que la UC enfrente a Unión Española, por quién gritará. Y Asfura, diplomático, le responde: “no lo voy a tomar como una ofensa, pero si yo he estado en Europa nueve meses ha sido para ser más profesional que antes. Creo que si me conociera más no habría hecho esa pregunta. De todos modos, prefiero hablar con hechos… Los hechos ustedes los analizarán dentro de un tiempo”. Y luego de eso, los otros dirigentes, como Eliseo Gracia, Jorge León, el mismo Abel Alonso y Fluxá, le recriminaban a Sierra que cómo hacía esas preguntas tan boludas.

Los españoles eran así, intensos y deslenguados. Francos, confrontacionales. Al primer mes de trabajo de Asfura hubo una cena. Se celebraba la labor que estaba haciendo la nueva dirigencia. Había varios periodistas, entre ellos Julio Martínez. “Él siempre hablaba en las comidas. Entonces, toma el micrófono y dice: ‘Estoy entusiasmado. Veo que se están haciendo buenas cosas, que se han contratado buenos jugadores… Pero sin duda la mejor contratación que han hecho ha sido la de Alfredo Asfura’. No es poco, imagínate: recibir la bendición de Julio Martínez a un mes de llegar a las filas hispanas, era más de lo que podía pedir”, recuerda Asfura.

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¡ESE ES EL HOMBRE!

Riera se convierte en una obsesión para la dirigencia de Unión Española. Los pasos para lanzarse a conquistar el fútbol local se habían dado casi todos. El equipo estaba más o menos armado. La estructura del club comenzaba a funcionar. Pero aún quedaba por resolver la firma del nuevo entrenador. Riera se deja querer. Conversan largamente. Media docena de comidas para convencerlo. Y él como una novia indecisa: que sí, que no, que puede ser, que quizá.

En ese momento, Riera estaba sin club pero, aparentemente, ya le habían hecho el ofrecimiento para que volviera a hacerse cargo de la Selección Nacional, donde estaría por un período muy breve. El entrenador dilataba su respuesta. Pedía paciencia, pero el tiempo pasaba y los de Unión Española querían asegurar sus servicios ya. En medio de esas dilaciones y estando reunido en la oficina de la presidencia del club junto a Fluxá y Alonso, Asfura recibe un llamado de Néstor Isella, quien en esos años quemaba sus últimos cartuchos como futbolista vistiendo la camiseta de la UC. Partía a Argentina y llamaba a Asfura para que intercediera por él, pues tenía el deseo de jugar un año más antes del retiro.

-Le dije que no se preocupara, que lo dejara en mis manos, que se fuera tranquilo. Y entonces, no hago más que cortar cuando Alonso lanza un grito y dice: ¡Ese es el hombre!. Y yo le digo que sí, que puede ser, pero que tiene sus años. Yo hasta ahí pensaba que lo quería para reforzar el mediocampo, pero Alonso estaba pensando en él para hacerse cargo del equipo… ¡Él debía ser el nuevo técnico de Unión Española! La idea también seduce a Fluxá y en un par de horas ya no hay dudas de que él debía ser el entrenador de Unión. No


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había problemas en ese sentido porque Isella ya había hecho unos cursos. El único inconveniente era que él partía al día siguiente a Argentina. Pues bien, a las tres de la mañana estábamos en su casa sacándole la firma para que quedara ligado a la Unión.

En el intertanto, el equipo había hecho una gran campaña al mando del argentino Pedro Arezzo. Tanto así que llegó a la final del torneo para definir el título con Colo Colo. Era tal la confianza de que el proyecto podía coronarse antes de tiempo con el éxito que los dirigentes mandaron a hacer un letrero luminoso que decía: “Unión Española campeón”. Parecía que la fiesta estaba servida. Error. No hubo celebraciones. Nada más que una noche amarga en la que el equipo rojo dejó ir el campeonato por apenas un gol.

El fútbol, ya se sabe, tiene revanchas. Y pocos meses después, todavía con Arezzo en la banca, Unión vuelve a enfrentar a Colo Colo, esta vez por Copa Libertadores. El ojo de los hispanos todavía sangraba por ese titulo que no fue. La noche terminó siendo más roja que nunca, con un episodio inolvidable digno de Ripley.

-Me acuerdo que el empate le servía a Colo Colo para clasificar. Íbamos arriba por un gol, pero ellos no se cansaban de buscar el tanto del empate. Muy cerca del final, Caszely recibe con ventaja y entra con pelota dominada al área y enfrenta solo a Juan Olivares que era el arquero de Unión. Entonces, Olivares en vez de achicar, se queda de pie y opta por la picardía que lo caracterizaba. Le dice a Caszely: “¡para huevón, si ya cobraron!”, dando a entender que el árbitro había sancionado un off-side. Y se da vuelta quedando de espaldas al jugador. Y Caszely, creyéndole, toma la pelota con la mano y se devuelve en dirección al árbitro. Y éste sanciona la mano del delantero. Es una jugada histórica. Dos minutos después el partido termina y Unión clasifica a la Copa.

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¿CÓMO LE HICISTE ESO A FERNANDO?

Unión jugaba al fútbol de la mano de Isella y los hinchas hispanos aplaudían el nuevo estilo del equipo rojo. Alonso, Cueto y Fluxá estaban encantados con el acierto que habían tenido de entregarle la banca técnica a un “debutante” y, prácticamente, habían olvidado el nombre de Fernando Riera, el primer candidato. Asfura también estaba feliz con la labor del ex volante de Universidad Católica, por eso cuando Kena, la mujer de Riera, lo llamó, no entendió muy bien de qué se trataba.

“Alfredo”, le dijo, “¿cómo le hiciste eso a Fernando?”. Y Asfura, que hacía tiempo que no hablaba con ella, no conseguía enterarse de lo que le estaba diciendo. “¿De qué me estás hablando, Kena? ¿Qué fue lo que le hice a Fernando?”. Lo que supuestamente le había hecho Asfura tenía relación con la llegada de Isella al camarín rojo. “Pero si hicimos todo lo humanamente posible para convencerlo. Yo engordé cuatro o cinco kilos porque comimos en la casa de todo el mundo y no pudimos conseguir que Riera nos diera el pase para firmar en Unión. Claro, ella me decía que debimos haber tenido más paciencia, que yo conocía cómo era Riera, que le costaba aclarar las cosas bien, mientras yo trataba de explicarle que con los dirigentes de Unión las cosas funcionaban a otro ritmo, que yo había firmado rápidamente con ellos, que no había necesidad de darle tantas vueltas al asunto, que era gente de confianza”, dice.

Esa conversación termina con un encargo que es casi una exigencia de parte de la mujer de Riera: “Debes hacer algo por él, quiere irse de Chile, quiere entrenar en otro país”.


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-¿Y por qué te llamó ella y no Riera directamente?-Cosas de Riera, supongo. El asunto es que ella me dijo que nos juntáramos ese mismo día, por la tarde, en el Tavelli. Recuerdo que cuando llegué, Riera estaba ahí. Apenas me dijo hola y casi me da vuelta la espalda. La escena era bien particular porque yo conversaba con Kena sobre Fernando, pero él, prácticamente, me ignoraba. Nunca habló. Hasta ese momento yo no sabía qué era lo que él quería. Ella me dijo: irse a Argentina. Le expliqué que tenía que ver qué podía hacer. Había un amigo en común en Buenos Aires que quizá me tendía una mano: Félix Latrónico, quien era un importante empresario, de los más poderosos que tuvo Argentina en esa época. Lo llamo y le digo: “Félix, tenemos que ayudar a Fernando Riera”. Y él me dice: ¿Cómo? Le expliqué que él quería irse a Argentina a entrenar, pero deseaba irse no el año entrante ni en diez meses, sino que ahora mismo. Es decir, no teníamos tiempo. Le dije claramente qué era lo que él tenía que hacer: ‘me tienes que mandar un telegrama que diga que Boca Juniors está interesado en Fernando Riera’. Y él, sorprendido, me aclara que eso no es verdad. “Bueno, pero tampoco es mentira. Puede que estén interesados. Eso no lo sabes tú y tampoco lo sé yo”, le contesté. Quedamos que me iba a mandar el telegrama con esa información. Debió darle hartas vueltas porque el telegrama demoró en llegar, pero con él en mis manos debía echar a andar la segunda parte del plan. Pensé dónde el telegrama podía generar un mayor impacto internacional. Y claro, El Mercurio. Si salía en El Mercurio de seguro que rebotaba en Argentina.

-Voy entendiendo.-Llamé a Raúl Pizarro, jefe de deportes de El Mercurio, y le digo “¿Raúl, te puedes venir a la casa?”. Nos veíamos seguido, salíamos a farrear, a comer, éramos muy amigos. Bueno, hasta el día de hoy lo somos. Él llega a mi casa y le muestro el telegrama. “Qué bien”, me dice, entonces le aclaré que era un telegrama que yo mismo le había pedido a un empresario de mi mayor confianza, y que todos, como éramos amigos de Riera, debíamos ayudarlo y a él le correspondía publicar el telegrama en el diario. “Pero, ¿cómo voy a publicar el telegra-ma?”, me responde. Y le explico que él puede poner que Boca Juniors estaría interesado, que no es necesario decir que está interesado o que Riera ya firmó. Y así nomás lo hizo. Al día siguiente de la publicación, los diarios argentinos recogían la información. Entonces, Latrónico va donde el presidente de Boca y le dice que ha leído en el diario que él está interesado en Riera. El presidente de Boca le dice que no ha leído el diario. “Pero usted conoce a Riera, ¿cierto?”, insiste. “Sí, claro”, responde el presidente. “Bueno, ¿y le interesa?”. Y el presidente le dice “no sé, ¿qué opina usted?”. “Bueno, entrenador de la selección chilena

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del ’62, técnico del Benfica. Un hombre de prestigio”. “Invítalo, dile que venga para acá y conversamos”, fueron las palabras del máximo dirigente xeneize. Y así fue como Riera terminó fichando en Boca Juniors un contrato que lo ligó hasta fines de 1972, con un sueldo de cinco mil pesos y un cero kilómetro a la puerta. El día en que firmó el contrato, yo estuve con él y viajé a su lado.


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DE INDEPENDENCIA AL MUNDO

Unión Española era un club que tenía hambre. Sus dirigentes querían convertirlo rápidamente en una institución grande. La imaginaban conquistando títulos, llenando estadios y provocando admiración en Chile y el resto del mundo. Y en esa vena, Asfura tenía un rol preponderante, porque debía, a la brevedad, articular una gira que permitiera a los rojos del barrio Independencia hacerse de un nombre en el concierto internacional.

Ya habían conseguido una figuración clasificando para Copa Libertadores. Pero iban por más. Cuatro giras sacarán a Unión Española de la atmósfera provinciana en la que había vivido y le darán el roce que ni cincuenta campeonatos nacionales le pudieron brindar: Sudamérica, América del Norte, Central y El Caribe, Europa, África y Asia serán las estaciones en la que los rojos se detendrán camino a la gloria.

Será una travesía llena de anécdotas, como aquella vez que, estando en Yugoslavia, la delegación hispana fue confundida con la de Peñarol. Y en atención a un informe que advertía que los uruguayos iban a sacar una importante suma de dinero, lo que estaba prohibido, los esperaban para fiscalizarlos. De haber tenido claro que se trataba de un equipo chileno que se llamaba Unión Española, habrían pasado sin problemas, pero como creyeron que eran la delegación del club más importante del río de La Plata…

-La policía del aeropuerto de Zagreb pensó que éramos la delegación de Peñarol, que también estaba jugando en Yugoslavia. Entonces, decidieron hacernos una encerrona y nos dejaron temporalmente detenidos en una sala. Me acuerdo que yo llevaba en un maletín el

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pago del dinero de la gira. Una cantidad de billetes increíbles porque en ese entonces la moneda yugoslava no valía nada y había que cambiarla en el mercado negro, en Suiza. Ingenuamente, le entregué el maletín con el dinero a Zazali, arquero del club, un muy buen muchacho pero bastante inocente y, lógicamente, nos descubrieron y retuvieron el metálico en moneda yugoslava. A cambio nos extendieron un documento que debíamos cobrar en el Banco Central de Chile, en Santiago, lo que no fue posible hacer.

-¿Perdieron todo el dinero? ¿A cuánto ascendía?-En esa época, eran pagos de cinco mil dólares, siete mil dólares por partido, lo que le otorgaba a las giras no sólo un objetivo deportivo, también el tema económico era muy importante. Recuerda que el mercado negro en Chile pagaba cuatro a uno, cinco a uno, diez a uno y no sé cuánto más, por lo que era posible financiar no sólo la planilla de un mes entero, sino del año completo con un par de partidos. Tratamos de recuperar el dinero en Zagreb, de hecho nos quedamos con Fluxá, mientras el equipo seguía la gira, pero fue imposible. Finalmente dejamos Zagreb entendiendo que con el documento que nos habían extendido era muy difícil que pudiéramos cobrarlo de vuelta en Chile.

Al regreso de esa gira por España y Yugoslavia, Alfredo Asfura se enfrenta a una triste noticia.

-Encontré que mi madre empeoraba cada vez más. Ya sabíamos que sería cuestión de tiempo, a pesar de que seguíamos ocultándole a mi padre la verdad de todo esto, aunque estoy seguro de que él presentía lo peor. La vida de mi madre se fue apagando lentamente, y a sus 66 años nos dejó. Para mi fue una pena que no logro olvidar. Se desvivía por todos nosotros y esperaba hasta altas horas de la madrugada despierta esperando que yo llegara, para que le diera un beso, que siempre fue esquivo de mi parte. Cómo quisiera que estuviera viva para llenarla del cariño que nunca le dí.


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EL DICTADOR Y SUPERMAN

Más allá de incidentes puntuales que pudieron jugar en contra, las giras que hizo Unión Española terminaron siempre arrojando saldos positivos, sobre todo en lo deportivo. Los partidos en Yugoslavia y España fueron vitales para darle al equipo un rodaje de alto vuelo. Y cuando se tomaron caminos poco ortodoxos, como la incursión en África, algo inédito para un club chileno, los resultados premiaron el riesgo.

La gira por Europa ya estaba llegando a su fin cuando Asfura atisbó la posibilidad de que los dirigidos por Isella pudieran pisar el continente negro y medir fuerzas con una selección que era un verdadero misterio: Zambia.

¿De dónde sacaba Asfura contactos con el fútbol de Zambia? En rigor, no los tenía. Sencillamente se los inventaba. Tomaba el teléfono o viajaba a distintos países. Iba de un lado a otro, apelando a un inglés champurreado, acordaba citas, encuentros, nuevas conversaciones, y así hasta que los contratos iban tomando forma y finalmente se firmaban.

Aquella vez en Zambia consiguió arreglar tres partidos con la selección local, y aunque las condiciones no eran las más ventajosas, permitió que un equipo chileno tasara el desarrollo incipiente del fútbol africano.

-Me acuerdo que en esa ocasión conseguimos el refuerzo de Fouilloux. Lo recuerdo patente porque hasta el día de hoy me saca en cara que para economizar yo opté por una línea aérea

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que tenía que dar la vuelta al mundo para llegar a su destino. Nos fuimos en Sabena que hacía Bélgica-Sudáfrica y luego Sudáfrica-Zambia. Esos partidos en Zambia estuvieron cerca de venirse abajo, pero fue tanto lo que presioné, lo que hinché, lo que estuve encima que, al final, salieron. Es que mi paciencia era infinita. Pero entonces podía esperar todo el tiempo del mundo si era necesario. “Tú pareces musulmán por tu paciencia”, me decían. Y era cierto, además que tenía confianza en lo que hacía. Por ejemplo, en Zambia nos llevaron a la televisión y fui el encargado de hablar. La gente no entendía mucho qué era exactamente Unión Española ni por qué si se llamaba así no era de España y tenía sede en Chile. Cuando no, pensaban que se trataba de una selección. Les explicaba entonces que Unión Española era un equipo de Chile, pero que era mucho más fuerte que la Selección Nacional. Y el “Chumita” Arroyo, un importante dirigente de Unión, que me acompañó a la entrevista me decía, una vez fuera del aire. “Después de escucharte, yo hasta me convencía que realmente Unión Española era un gran equipo”.

-¿Algunos jugadores que recuerdes?-Angulo, Ahumada, Jorge Toro que también nos reforzó, Berly, Yávar. No era el mejor equipo de la historia del fútbol chileno pero vivimos grandes momentos, En Zambia no conocimos la derrota, sólo empates y triunfos. Lo más llamativo de todos es que en uno de los partidos que se jugó en la capital de Zambia, llegó Kenneth Kaunda, presidente y dictador del país. En el arco estaba jugando Juan Olivares que, particularmente, en esos partidos en África estuvo inspiradísimo. El partido terminó 0-0 y fue tanto lo que atajó Olivares que Kaunda no se cansaba de gritarle “¡Oh, Superman!, ¡Oh, Superman!”. Olivares, de hecho, estuvo cerca de quedarse en el fútbol de Zambia, la fascinación que provocó en Kaunda fue mayor, pero finalmente terminó volviendo a Chile.

Una vez más el regreso vuelve a contaminarse de tristeza. -Volvimos de la gira un sábado y como era tradición almorcé con mi padre. Él quería saber cómo me había ido. Le conté poco y nada de mi última aventura porque, como siempre, andaba apurado. Tenía el cumpleaños de Dip Atala. Fue la última vez que lo vi con vida. Cerca de la medianoche, cuando llegábamos al Capri para festejar a Atala, mi amigo Tuto López me estaba esperando. Me dijo, no te bajes, volvemos a tu casa. Cuando llegamos, ya lo estaban velando. Falleció de un fulminante ataque al corazón. Nunca olvidaré esa noche del velorio, nunca olvidaré mi impotencia al no poder hacer que el tiempo retrocediera.


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EL SECRETO DE LOS PALITOS

La luna de miel entre Abel Alonso y Francisco Fluxá no dura demasiado. A fines de 1971 las aguas en Unión Española comienzan a separarse y en esa vena Asfura toma partido por Fluxá. Las elecciones parecen ser el mejor camino para solucionar las diferencias. Lejos de apaciguarse los ánimos, conforme se acerca la fecha de los comicios el ambiente se caldea. Los lienzos en el estadio Santa Laura atacando la candidatura de Fluxá se hacen recurrentes. Los “abelistas” ni siquiera tienen el cuidado de no tomárselas contra quien fuera el elegido por Alonso para que asumiera la dirección técnica del equipo: “¡Fuera Isella, fuera Asfura, fuera Fluxá!”.

La lucha es voto a voto, pero la sensación que ronda en el aire apunta a un triunfo de la lista de Alonso. Él mismo se muestra optimista respecto de su victoria. Los socios de Unión llegan en masa a marcar sus preferencias. Más de 800 simpatizantes se acercan hasta la sede de calle Carmen. Cuando llega la hora del conteo, la disputa es cerradísima y la lista de Fluxá gana por un margen de cuarenta votos, no más.

-Hasta el día de hoy, Alonso me pregunta: “Bueno, ¿cómo ganaron esa elección? Es imposible que la hayan ganado”. La urna la tenía yo en mi oficina. Todos apostaban a que ganaba, pero al final Fluxá obtuvo alrededor de 440 votos y Alonso cerca de 400.

Debió ser una de las elecciones que reunió a la mayor cantidad de socios. Por lo mismo, casi como una forma de celebrar, Fluxá creyó necesario hacer una gira apoteósica, que no se olvidara. Comienzan a tirar líneas, tantear lugares y en medio de esas disquisiciones emerge un personaje salido de una película: Frank Yu.

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Asfura lo conoce en un viaje a Brasil. Frank Yu era hijo de una familia bastante adinerada que estaba ligada al mundo del fútbol en Hong Kong. En esos primeros acercamientos la mente de Asfura ya bosqueja la idea de hacer una gran gira por Asia. El triunfo de Fluxá no hace más que dar un nuevo impulso a ese viejo anhelo de Asfura, quien prontamente parte a Hong Kong. Está cerca de una semana en casa de Frank Yu y logra llegar a un principio de acuerdo condicionado. “Si tú logras conseguir que te firmen en Japón, podemos lograr un par de partidos acá”, le dice Frank Yu.

-¿Qué era lo que te debían firmar?-Un partido. Hablar de Japón en Chile o en otro país sudamericano era lo mismo que hablar de la Luna. Los equipos sudamericanos no iban a Japón. Ahí no había liga. Era un fútbol muy amateur. Pero era Japón y eso, en Asia, significaba un punto de apoyo demasiado fuerte para poder financiar la gira.

En Japón, el hombre era Okano, un productor de televisión. “Parto solo a Tokio, Okano me recibe en el aeropuerto, pero su frialdad es tan grande que me perturba un poco. Podríamos decir que era casi indiferente y llegado el momento de conversar con suerte intercambiaba un par de monosílabos. No me daba espacios. Esa misma noche, él me invita a comer comida japonesa en un restaurante donde tenían estas planchas grandes de acero sobre las que se cocina. Yo nunca antes había ido a comer comida japonesa. Trajeron sake, tomamos un poco, y lo empiezo a observar cómo se maneja con los palitos para comer. A mí me habían traído un servicio occidental. Lo oía, lo observaba, pero no me atrevía a comer nada todavía porque veía con cierto temor que las posibilidades de hablar de la gira se iban acabando.

-Pero, ¿no se juntaron para hablar de eso?-Sí, pero tengo la impresión de que, realmente, no había ningún interés. No se notaba. Bueno, el asunto es que yo lo observo y aquí viene lo que te decía de la importancia de la psicología en esto o en cualquier otra actividad. Yo pensaba: “a este hombre tengo que impresionarlo de alguna forma, tengo que romper este hielo”. Pero de qué forma, no se me ocurría. Los japoneses eran muy nacionalistas, inclusive las calles, en ese tiempo, estaban todas en japonés, no había señalética en inglés. Yo trataba de dilucidar cómo debía sorprenderlo, pero no se me ocurría. Y entonces dejo a un lado el servicio clásico y tomo los palitos.


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Me dije, aquí tengo que jugármela entera: o gano o pierdo este partido. Y, en un momento, me pongo a comer con los palitos como si lo hubiera hecho toda la vida. Recién entonces, cuando me vio cómo los manejaba, fue él quien me planteó: “Bueno, y cómo es esto de los partidos”. Me dio el margen para empezar a conversar, lo vi sonreír por primera vez, y hasta me hizo un gesto muy japonés, una suerte de salud con el vaso y el sake. Al día siguiente y con la ayuda del cónsul, redactamos tres partidos en Japón, con la selección japonesa. Él era como el asesor de la federación nipona.

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LA EXPERIENCIA DE ASFURA

Cuando Asfura volvió donde Frank Yu con el contrato de la Federación Japonesa, no demoró demasiado en conseguir el concurso de un par de amistosos en Hong Kong. Pero las cosas se estaban dando tan bien que el entusiasmo lo llevó a Indonesia en donde otro episodio particular terminará sellando la suerte a favor del gerente de Unión Española.

-Cuando llegué a la Federación de Indonesia y me entrevisté con el Secretario General, él me preguntó de dónde era Unión Española. Le dije que de Chile. Entonces, él frunció el ceño y me explicó que en sus manos tenía un telegrama de la Federación Chilena, “en el que me están ofreciendo a la selección por menos dinero del que usted me pide”. Había recibido un telegrama en que la selección se ofrecía a cambio de 15 mil dólares. Como no me interesaba perder la posibilidad de incluir a Indonesia en esta gira por Asia le dije: “Mire, no se equivoque. Unión Española es un equipo mucho más fuerte. La base de la selección es Unión Española. Pero en este equipo, además, hay jugadores extranjeros, que son vitales, y que, claramente, de ser chilenos estarían en la selección…”.

Como el secretario general no se convencía del todo, Asfura le dio una solución práctica. “Cerremos en veinte mil dólares, le dijo. Y obviamente que supo qué hacer. Agarró el telegrama de la Federación Chilena, lo rompió, y lo tiró al canasto de la basura. De este modo la gira de los hispanos quedó estructurada como sigue. Se viajó el 29, debutó el 4 de enero en Hong Kong donde estuvimos hasta el 7; después el 10 se jugó en Japón, en Tokio, Bangkok (el 23), Singapur (el 25) e Indonesia (28 y 31).

-Cuando regresé de hacer las negociaciones, recuerdo que estaban todos en el aeropuerto


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esperándome. Fluxá, Cueto, Martínez y otros dirigentes estaban impactados cuando vieron todos los contratos que traía firmados. Porque no sólo era el tema de los partidos sino de hacer calzar hoteles, aviones, traslados con los encuentros, porque debes considerar un descanso adecuado de los jugadores entre un partido y otro, y que el viaje tenga sustentabilidad económica y no pagues hoteles demás.

-¿Debió ser la gira más importante que se había hecho hasta ese entonces en el país o no?-Fue la gira más importante de fútbol chileno. Es tan así que empresarios de fuste, como el argentino Casildo Osés y el español Fernando Torcal, llegaron a Santiago para pedirme que nos asociáramos porque ningún otro equipo sudamericano había hecho una gira parecida.

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ANECDOTARIO DE ASIA

El equipo hispano se hizo conocido en ese lado del mundo. Dejó la imagen del fútbol chileno en lo alto, porque jugó bien, porque ganó y porque tenía jugadores de talla: Vallejos, Avendaño, Angulo, Riveros, Gonzáles, Farías, Luis Hernández, Rodríguez, David Henry, Hugo Berly, Jorge Toro, Raúl Toro, Yávar, Viveros, Ruiz y el “Negro” Ahumada. Todo miel sobre hojuelas, apenas algunas diferencias entre Asfura e Isella que sirvieron para matizar con anécdotas la bitácora de ese viaje.

Estando en Hong Kong, una de las primeras estaciones de la gira, un día cualquiera Alfredo Asfura regresaba al hotel y se encontró con que el plantel almorzaba y bebía vino. El darle vino a los jugadores, a la hora del almuerzo, era una costumbre heredada de Riera y, a los ojos de Asfura, no era necesariamente malo. El problema pasaba porque el valor de una botella de vino en ese hotel se elevaba muy por encima de su precio en el mercado corriente. Y en este caso no era una, sino varias. “¿Cuánto cuesta ese vino?”, preguntó Asfura. Cuando le dijeron que costaba 500 dólares la botella casi se fue de espaldas. Molesto, porque el pago de ese “lujito” desajustaba el presupuesto de la gira, le dijo a Isella: “Néstor, mira. En el libro de Mao, que para nosotros se llama Riera, dice que sigas las instrucciones, pero en la última página hay un acápite dice: no seas huevón. Si quieres vino yo voy a la botillería y se las compro por treinta dólares”.

Ese fue uno de los almuerzos más caros que debió pagar el club durante ese periplo. Días después, cuando ya estaban en Tailandia, surgió otro inconveniente.


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-Estábamos en un hotel en Tailandia y a Néstor (Isella) se le metió en la cabeza que teníamos que cambiarnos a un hotel de cinco estrellas. ¿Qué ocurría? El masaje tailandés, que es parte de la tradición del país, complicaba a Isella, porque los promotores acosaban a los jugadores ofreciendo sus servicios. Yo me opuse al cambio, porque huir del masaje tailandés era un despropósito: lo ibas a tener en hotel tres estrellas y en uno de nueve. Y el que nos mudáramos implicaba una serie de complicaciones adicionales. Me acuerdo de haberle dicho a Juan Cueto, quien iba presidiendo la delegación, porque Fluxá se había quedado en Chile: “si tú aceptas el cambio de hotel, yo me regreso”. Obviamente, el cambio no se produjo.

La gira termina y Asfura se queda un par de semanas en Europa. Visita a Riera en Portugal (en esos días dirigía al Porto) antes de volver a Santiago. A su regreso, los diarios elogian su trayectoria: “A sus siete años de manager del fútbol ya es un veterano con fama nacional e internacional. Recibe solicitudes de diferentes países para organizar giras. Cassildo Osés y Samuel Ratinoff, dueños del fútbol sudamericano, le ofrecen sociedad”. Pero en el aeropuerto lo espera uno de los hombres de Alonso, Arturo Urquiaga, quien le trae un mensaje del jefe: “Él quiere conversar contigo”, le dice. Alonso pretendía volver a presentarse como candidato a la presidencia de Unión Española y, en vista de que Fluxá tenía otros planes, su elección parecía inminente. Pocas horas después, Asfura entraba en la oficina de Alonso para escuchar lo que le quería decir. “Yo no sé cuánto ganas tú en Unión, pero quiero que te quedes. Te ofrezco tres veces lo que recibías”, le propone Alonso. Pero con Asfura el aspecto económico no era un factor decisivo. Él quería seguir trabajando en la misma vena de siempre, comprometido con un proyecto con gente de su total confi-anza. “No tengo nada contra ti. Me inicié con Fluxá y su grupo y lo lógico es que termine con él. Mi proyecto, por ahora, no está en Unión Española”, le dijo.

Claro, Asfura seguía el derrotero de Fluxá, quien había entrado en la carrera por la presi-dencia de la Asociación Central de Fútbol.

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ASFURA DE SELECCIÓN

Fluxá se enfrenta a quien era hasta entonces el vicepresidente de la administración de Nicolás Abumohor, Carlos Pilassi. La lucha es ardua, voto a voto. Los clubes grandes están con Pilassi, los chicos quieren un cambio en el gobierno del balompié. Terminan empatados tras dos elecciones y en la tercera, Fluxá se ciñe la banda presidencial por la ventaja mínima. Asfura es convocado para que se haga cargo de la selección nacional que tenía el reto de clasificar al Mundial de Alemania 1974, luego de haber quedado eliminada de la Copa del Mundo de México-70. “Pensé que había quemado una etapa, que mi trabajo con los clubes era un ciclo cerrado. Lo había hecho y lo había hecho honestamente. Era la hora de emprender nuevos desafíos”, recuerda.

Asfura queda finalmente como coordinador de la selección y desde ese nicho empuja para cambiar el errático destino que hasta ese momento tenía el proceso del equipo de todos. El combinado nacional estaba a cargo de un alemán muy particular: Rudy Gutendorf. A pesar de que logró algunos buenos resultados, nunca consiguió tener una relación cercana con los jugadores y terminó haciendo las maletas en la víspera del Pronunciamiento Militar. Antes de dejar el país ya había sido relevado del cargo por la nueva administración del fútbol que, visionariamente, entendió que había que hacer cirugía mayor para volver a ubicar el pa-bellón del Chile en una justa mundialista.

No todos pensaban igual. Como el rendimiento de la selección no había sido el más feliz y en el afán de hacer la contra al trabajo de Fluxá y compañía, un grupo de dirigentes postulaba que Chile no debería competir por ir al Mundial. Aducían que iba a ser un costo

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muy alto, que se estaba gastando demasiado dinero en el intento de llegar a una competición que no iba a traer consigo ningún tipo de rédito.

El directorio hace oídos sordos de esa posibilidad. Y en una reunión donde estuvo presente Asfura, Francisco Fluxá y Raúl Pizarro, jefe de deportes del diario El Mercurio, resolvieron un camino práctico y seguro para conseguir el objetivo. “Yo te diría que la opinión de Raúl fue decisiva en lo que se resolvió. Porque suya fue la idea de que la selección ocupara como base los planteles de Unión Española y Colo Colo que eran los que mejores campañas venían haciendo. Como entrenador se eligió a Luis Álamos, el técnico de los albos. Había que enfrentar a Perú para acceder a un repechaje contra la Unión Soviética. Venezuela, que formaba parte del grupo, quedó fuera al incurrir en una situación antirreglamentaria. La selección no venía bien y el tomar a Unión y Colo Colo como referentes fue la opción más a la mano para poder enmendar el rumbo”.

El camino es pedregoso. Una filtración de la primera nómina a algunos diarios complica a Asfura que había anunciado que todos los medios tendrían el mismo trato. Frente a esto renuncia. Pero su distanciamiento dura poco. Al cabo de tres días está de vuelta para retomar las riendas de la selección.

El paso al repechaje se dirimía en partidos de ida y vuelta. A Chile le tocó primero jugar de visitante. No era fácil la tarea porque Perú tenía un equipazo que mantenía buena parte de la selección que había deslumbrado en el Mundial de México ’70, con Cubillas, Chumpitaz, Sotil, Challe y Muñante. La presión es grande. Lima es un hervidero y Asfura resuelve que la selección se aleje del centro de la ciudad y se concentre en un complejo en las afueras, perteneciente a la aerolínea Braniff. No sirve de mucho, porque esa tarde del 29 de abril de 1973, la pesadilla de Chile no supera los 169 centímetros, le dicen “Cholo” y se apellida Sotil. Dos goles del moreno delantero, que recién había sido fichado por el Barcelona de Cruyff, ponen en riesgo los anhelos de Chile.

El futuro se veía negro y la oposición a Fluxá alentaba la tragedia para correrlo con viento fresco. Más todavía considerando que en el partido de revancha el favoritismo no estaba del lado de los nacionales. Los peruanos ya habían conseguido en 1969 clasificar al Mundial ganando ese derecho en calidad de visitantes. Ni más ni menos que en La Bombonera, ante Argentina. La posibilidad de repetir la hazaña en Santiago parecía más que accesible.


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Cuando el partido terminó 0-0 al cabo de los primeros 45 minutos, los opositores a Fluxá hicieron correr en el estadio varias listas para recoger firmas que pedían la salida del timonel chileno. No contaban con que en la segunda etapa el Negro Ahumada y Julio Crisosto alargarían la esperanza chilena y la suerte de Fluxá, obligando a definir el duelo del Pacífico en un tercer encuentro.

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LA IMPORTANCIA DEL LOBBY

El 20 de julio de 1973, los representantes de Perú (Pepe Salóm y Roberto Scarone, el entrenador de Perú), Chile (Fluxá, Yaconni, Vildósola y Asfura) y de la FIFA, el comisario Martín Noel, se reúnen en Buenos Aires para determinar cuál será la cancha neutral donde se jugará ese tercer encuentro. La postura de Chile era clara y se manejaba internamente. Los dirigentes no querían jugar ni en Buenos Aires ni en Asunción. “Pensábamos que teníamos más posibilidades jugando en Porto Alegre. En esa ciudad había grandes amigos del fútbol chileno, había contactos. Inclusive, antes de viajar a la gira previa al partido en Moscú, Chile jugó un amistoso con la selección de Río Grande. Ese era nuestro objetivo, Montevideo tampoco nos desagradaba, pero Buenos Aires… Por ningún motivo”.

Como sabían que los peruanos iban a vetar la primera opción de Chile, los dirigentes nacionales se jugaron una carta arriesgada. “Planteamos que queríamos jugar en Argentina. Si los peruanos aceptaban de una, la estrategia se venía al suelo. Pero tal como lo habíamos previsto, nada más decir que queríamos que Buenos Aires fuera el escenario del partido definitorio, los peruanos dijeron que no, que por ningún motivo. Ellos propusieron Asunción y nosotros nos negamos. Al final llegamos a un consenso con Montevideo”.

A Montevideo, Asfura llegó con quince días de antelación al partido. Había que hacer el trabajo previo. “Me hice muy amigo de mucha gente ligada al fútbol uruguayo. No se trataba de sobornar a nadie, pero queríamos crear un ambiente simpático hacia Chile. Y a la misma tarea me aboqué con la prensa uruguaya, con los hinchas. El plan pasaba porque el día que Chile saliera a la cancha del estadio Centenario tuviese un clima favorable”, explica.


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Los dirigentes no escatimaron esfuerzos y hasta llevaron a Los Huasos Quincheros para que hicieran una serie de presentaciones en Montevideo con tal de ganarse para sí el apoyo principalmente de las hinchadas de Peñarol y Nacional.

El día del partido, la cancha estaba inclinada para los chilenos y la cuenta final, que per-mitió a Chile seguir en carrera, se estructuró con goles de Rogelio Farías y Chamaco Valdés. Desde el aeropuerto, Asfura llamó para cerrar la Taberna Capri para los festejos en Santiago. Ese 2-1 en la capital charrúa no sólo sería recordado por Álamos y sus pupilos. Pepe Salóm, el presidente de la Federación Peruana de Fútbol, no se cansaría de enrostrarle a Asfura, medio en broma, medio en serio: “Tú fuiste el que nos ganó ese partido. ¿Qué te fuiste a hacer quince días antes a Montevideo?”.

Y de ahí no lo sacó nadie, hasta el día de su muerte.

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EL GOLPE POR TELEVISION

Lo que viene para Chile, a las claras, no es fácil. El entrenador nacional, Luis Álamos, pide a Asfura que consiga rivales de la talla de la URSS. Alguna selección que sirva de sparring en la línea de Suecia, Holanda o Finlandia. Además de sumar un par de amistosos. Asfura sale al mundo en misión de servicio sin pensar lo que habría de ocurrir una vez que dejara el suelo patrio.

“Álamos quería jugar y jugar. Me fui a México primero y ahí arreglé un partido para el 18 de septiembre. Viajé a Europa y conseguí el concurso del equipo de Neuchatel. La idea era jugar el 23 de septiembre con los suizos. Nos íbamos a alojar en esa ciudad que tenía un clima muy parecido al de Moscú. El plan era salir el 24 de septiembre hacia la URSS, jugar allá y luego, cuando viniéramos regresando, pasar por la capital gala para enfrentar a París Fútbol Club y luego al Inter de Milán. En mi agenda había reservado el 29 de septiembre para ese partido con los galos y tres días después, en Italia, con el Inter”, recuerda Asfura,

Sin embargo, pocos días antes del 11 de septiembre de 1973, y quizá como un presagio de todo lo que vendría, un incidente borra la sonrisa del rostro de Asfura. Llega al aeropuerto de Milán para finiquitar las conversaciones con los dirigentes del Inter. Un puro en la boca y el eterno maletín -en el que llevaba pasaportes, los contratos que había hecho en México y varios miles de francos que Alberto Fouilloux le había entregado por su traspaso al Lille- bien aferrado a su mano derecha. Ahí lo espera el representante del Inter y amigo del Presidente Allende, Danilo Tréllez. Conversan mientras esperan la salida del equipaje. En un momento, Asfura decide cambiar algo de dinero y se desentiende por unos segundos del


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maletín. Cuando vuelve a tomarlo nota algo extraño. Lo observa con detención y advierte que ese no es su maletín, que alguien se lo ha llevado por equivocación. Cuando van a notificar el error a la policía del aeropuerto, los agentes se miran entre ellos. Fuerzan el maletín y descubren que dentro hay dos libros que hacen el peso de la maleta. “¡Otro más!”, exclama uno de ellos. Y mientras le explican a Asfura que él ha sido una víctima más de esa modalidad de robo que se ha puesto de moda en el aeropuerto de Milán, la indignación le sube por el cuerpo y no tiene otra opción que explotar golpeando con su puño, y con una fuerza descomunal, la pared de la oficina policial.

-Lo hice con tanta rabia que no sé cómo no me quebré la mano. Era tal mi impotencia, tan grande la ira, que no supe reaccionar de otro modo. En el maletín tenía todo: los contratos de los partidos en México, los pasajes, el pasaporte, el dinero y mi bien más preciado, una libreta con todos los contactos del mundo del fútbol de los diferentes continentes. Sentí que naufragaba en Milán. No sabía cómo iba a salir de esa. Afortunadamente, el Cónsul de Chile en Milán me echó una mano, me dieron una documentación provisoria, volé a París y ahí conseguí que rehicieran mis pasajes de regreso a América. Me acuerdo que cuando llegué al hotel Mac Mahon, en París, a eso de las nueve de la noche, el conserje, que era un portugués, me recibe gritando: “¡Mataron a su presidente, mataron a su presidente!”. Y yo le digo: “¿Qué? ¿A Fluxá?”. “¡Qué Fluxá, al presidente Allende”. Traté de contactarme con Chile pero era imposible. Vi un par de despachos por televisión con las imágenes de los soldados y de La Moneda. Al día siguiente, la noticia estaba en los diarios, pero las conexiones seguían interrumpidas. No sabía muy bien qué hacer, aunque tenía claro que no existían más de dos opciones: o regresaba a Chile y me olvidaba de la gira, o viajaba a México a esperar que la selección llegará por allá, tratando de mantener el programa que habíamos elaborado.

Asfura, sin poder comunicarse con nadie en Chile, resuelve partir a México. Llega a tierras aztecas el 13 de septiembre. Ahí lo está esperando Francis Chómali, jefe administrativo de las Naciones Unidas para ese país. Los mexicanos requerían de él un pronunciamiento para saber qué iba a pasar con el partido. La gran incertidumbre era saber si la selección iba a ser autorizada a salir del país.

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LA INCERTIDUMBRE CHILENA

La única forma de establecer algún tipo de contacto con Chile era por intermedio de radioaficionados. Chómali acompaña a Asfura donde uno de ellos para que intente un contacto con la dirigencia nacional. Luego de varias tratativas Asfura consigue la confirmación de Fluxá, quien, luego de arduas gestiones, obtuvo la autorización para que la Roja saliera del país a disputar los encuentros que tenía pactados.

“Les dije a los mexicanos, específicamente a Noriega, el presidente de la Federación, que Chile se iba a presentar, pero les pedí que postergaran el partido dos días, porque con los plazos que se estaba manejando la delegación chilena no alcanzaba a llegar a México antes del día 18. Me acuerdo que fuimos al aeropuerto en la fecha que Fluxá me había dado con la incertidumbre de la llegada. Esa tarde nos acompañó Jorge Romo, secretario general de la Asociación Mexicana de Fútbol. Ahí estábamos los tres esperando a que apareciera el equipo, sin ninguna seguridad, cuando de pronto vemos bajar por las escalinatas de un avión a la selección de Chile, con Álamos a la cabeza”.

-¿Jugaron contra México?-Sí, claro, y le ganamos por primera vez. Nuestra agenda era tan apretada que ese mismo día debíamos embarcarnos rumbo a Suiza. Viajaba con la delegación Antonio Martínez, Pedro Fornazzari, Fluxá y yo. A todo esto, cuando yo estaba en México, recibí una infor-mación desde Neuchatel cancelándome el partido…

-¿Cómo?


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-Estaba tan convulsionado el país que ellos tenían la información de que el equipo chileno no podía salir del territorio. Y yo ahí, colgado del teléfono, explicándoles lo inexplicable con el fin de que no cancelaran el encuentro. Recuerdo entonces haber conocido a Joseph Blatter, quien estaba en Neuchatel, lo mismo que Walter Gagg, quien hasta hoy ocupa altos cargos en la FIFA. Logramos mantener a firme el partido. Allá nos esperaban Prieto y Fouillioux, quienes a pesar de no estar convocados fueron al estadio. Nos alojamos en un hotel muy lindo, con vista al lago. El presidente del Neuchatel nos hizo una recepción apoteósica. Tenía un subterráneo con una cava llena de vinos, de licores y puros. No podía estar más feliz. Luego de eso, y con el afán de planificar el viaje a Moscú, fuimos a la oficina de la línea aérea Aeroflot a reconfirmar los pasajes. La dependienta me informó que las reservas habian sido canceladas por una orden telefónica que se suponía era de nuestra propia delegación. ¿Quién llamó? Hasta el día de hoy no he sabido quién canceló esos pasajes.

-Pero, ¿jugaron en Neuchatel?-Empatamos uno a uno. Pero más allá del resultado estaba el problema de los pasajes. No sabíamos qué hacer. Por fortuna logramos hacer contacto con el cónsul de Chile en Frankfurt, Enrique Melconian. Él hizo las gestiones para poder volar. Debíamos presentarnos en Moscú el 26 de septiembre.

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A RUSIA LOS BOLETOS

El viaje a Rusia fue muy especial, no sólo por el momento político que se vivía en Chile. Arriba del avión, había algunos como Carlos Caszely y el Pollo Veliz, los más comprometidos con el proyecto de la Unidad Popular, que veían en el viaje una suerte de regreso a la verdadera patria. ´“Me acuerdo que una vez que llegamos al aeropuerto en Moscú los controles eran excesivos. E incluso a Caszely no lo querían dejar entrar. Lo que había ocurrido es que Caszely se dejó ese bigote grueso y en la foto aparecía rasurado, con una cara de niño increíble. Tampoco me dejaban entrar a mí ni a Figueroa. Y a Hugo Gasc, el único periodista del viaje. Tuvimos que ponernos firmes y Fluxá se plantó frente a la policía internacional para decirles que o entrábamos todos o no entraba nadie. Fueran varias horas de “negociaciones”, hasta que al final logramos que nos dejaran ingresar. Cuando llegamos al hotel Ucrania nos enteramos de que el árbitro del encuentro, el brasileño Armando Marques, estaba alojado en el mismo hotel. No faltó el dirigente que quiso mandarme al frente con Márquez…”.

Había mucho control en el hotel. El clima era gélido. Pero a pesar de eso Asfura y los otros dirigentes como el propio Fluxá, Antonio Martínez, Pedro Fornazzari, y Hugo Gasc, entre otros, gustaban de salir a caminar hasta la Plaza Roja.

“Lo más sorprendente es que queríamos tener información del partido y no encontrábamos nada. En el único diario que había entonces no aparecía ni una sola línea referida al duelo con Chile. Llegamos a dudar si el partido se iba a jugar o no. Estábamos nosotros, estaba el árbitro, pero aparte de eso nadie sabía del encuentro. A eso se sumó una verdadera guerra


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fría de la que fuimos víctimas. De hecho la noche que llegamos al hotel, veníamos muertos de hambre. A través del médico Elías Jacobs, quien determinaba qué debían comer los jugadores, pedimos la cena por intermedio de un intérprete que la Federación de la URSS dispuso, un seminarista de unos veintidós años que, quizá fruto de su amabilidad, desapareció al día siguiente. Tuvimos que esperar más de una hora y no nos llevaron nada de lo que habíamos solicitado. Reclamamos y volvieron a preparar los platos. Se demoraron una hora más y trajeron lo mismo, ¡insólito! Todos entendimos que la guerra fría había comenzado. Me acuerdo que juntamos al plantel y les dijimos, ‘coman lo que puedan, muchachos, no se hagan drama’. Eso demostró la madurez de ese grupo”, recuerda.

El asunto no paró ahí porque al otro día todos esperaban el bus que los llevaría a conocer la cancha donde se jugaría el encuentro. Esperaron, esperaron y esperaron hasta más allá de lo prudente. Al mediodía recién apareció el bus que los llevó al estadio Olímpico Vladimir Lenin. Pero una vez que llegaron al estadio, las puertas estaban cerradas. El equipo tuvo que saltar las rejas para poder entrenar sin derecho a camarines. Debieron regresar al hotel para ducharse. La guerra fría recrudecía.

-¿Cómo fue la recepción el día del partido?-Entramos en medio de un ambiente indiferente. Había mucha gente, diría que 50 mil personas. Me acuerdo que en el camarín teníamos un televisor y en vez de estar transmitiendo la previa del juego, lo que estaban pasando era un partido de hockey. O sea, ellos no querían reconocer oficialmente el encuentro porque eso, en alguna medida, significaba reconocer a la Junta Militar. Por eso pusieron todas esas trabas esperando que Chile no llegara a jugar… Pero el partido se jugó y siempre he pensado que el resultado de ese encuentro fue determinante en el hecho de que la URSS decidiera no venir a Chile al partido de revancha.

-¿Crees que si en vez del 0-0 ellos hubieran obtenido un triunfo sí hubiesen viajado?-Estoy convencido de eso.

-¿Guardas algún recuerdo de entonces?-Sí, el calzoncillo largo que usaba para protegerme de los diez a doce grados bajo cero de temperatura. Y el recuerdo de que fue un partido muy difícil. Si pasamos tres veces la mitad de cancha fue mucho y, claramente, nos vimos favorecidos por un arbitraje que fue bastante

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sudamericano. De hecho, cuando nos embarcamos rumbo a París, tengo la imagen de Márquez, el árbitro, gritando: “¡Ladrones, me están robando mis regalos!”. Claro, le abrieron las maletas y le quitaron todo lo que le habían regalado.

-Viajaron a París entonces, ¿cierto?-Claro, pero a Álamos y a Gustavo Graef, el preparador físico, se les ocurrió que el día anterior al partido en Francia los jugadores tuvieran cierta libertad. De hecho, esa noche me los encontré a ambos en el Lido. Cada uno agarró para su lado y al día siguiente sufrimos las consecuencias: nos metieron cinco goles. Para colmo, en la víspera de la goleada, recibo un llamado de Italia y me informan que el partido con el Inter de Milán que estaba programado para un par de días después había sido suspendido aduciendo motivos de seguridad de la policía italiana. Y yo, furioso, dije que eso no podía ser, que el partido si querían no se jugaba pero que a mí se me pagaba lo que habíamos acordado. Inclusive Hugo Gasc me acompañó a Italia y una vez allá hinché tanto las pelotas que al final me pagaron la mitad del partido sin haberlo jugado. Y quedamos de acuerdo en que algún día ese partido se iba disputar. Chile jugaría allá. Al final, nunca se jugó. Regresamos con una tarea pendiente: preparar el partido de vuelta contra la URSS, porque nunca se informó desde Moscú que la selección no viajaría. Y en eso los dirigentes chilenos y los de la Confederación Sudamericana de Fútbol se portaron muy bien. El partido de vuelta se debía jugar el 21 de noviembre en el Estadio Nacional.


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EL PARTIDO QUE NO FUE

La llegada de la selección de la URSS a Chile era un misterio. Nadie sabía si, efectivamente, el once soviético se presentaría en el partido de vuelta que habría de definir la clasificación al Mundial de Alemania. Por un lado, estaba en juego la opción de disputar una Copa del Mundo. Por el otro, enfrentar en un segundo partido oficial a Chile, esta vez en su propio territorio, implicaba un reconocimiento que el mundo socialista y comunista no estaba dispuesto a ofrecer a la Junta Militar. De cualquier forma, si los rusos no viajaban era preciso contar con un plan B. Ese plan B se llamó Santos. El equipo brasileño era lo que se conoce como una sandía calada, más todavía si incluía en la nómina al hombre que acostumbraba llevar en la espalda la camiseta número 10: Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Ya había sido proclamado rey del fútbol luego de sendas actuaciones en los Mundiales de Suecia, Chile, Inglaterra y México.

-Negociamos con el Santos. Pero la posibilidad de que se presentara en Chile con Pelé se alejaba de nuestras posibilidades económicas. Finalmente, contratamos los servicios del equipo, pero sin su máxima estrella.

El ambiente en Chile era extraño. No sólo por la situación política que vivía el país. Los opositores a Francisco Fluxá seguían disparando artillería pesada contra el máximo timonel del fútbol bajo la tesis de que la presencia de Chile en el Mundial de Alemania sólo acarrearías gastos y no traería ningún beneficio para el fútbol nacional. Los veedores de FIFA viajaron a Chile para ratificar si estaban dadas las garantías mínimas para que se jugara el encuentro contra la selección soviética. Y luego de inspeccionar el estadio dieron luz verde al partido de revancha.

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-No sé bien qué pasó con los detenidos que había en el estadio Nacional. Lo cierto es que el partido se jugó ahí y no recuerdo haber visto nada raro para el juego con el Santos, porque finalmente la selección soviética nunca llegó. El 5 de diciembre de 1973, la Selección Nacional saltó al campo del estadio de Ñuñoa ante un débil marco de público. El juez del encuentro, Lynader (Austria), secundado por Pasterino y Barreto, hizo sonar su silbato con un solo equipo en la cancha. Francisco Chamaco Valdés avanzó por el campo frente a un rival imaginario y cumplió con lo que el protocolo exigía: marcó el gol que le dio el triunfo a Chile por la cuenta mínima y los definitivos boletos para Alemania.

-Después de eso salió a la cancha el Santos, que a pesar de no contar con Pelé, nos pintó la cara: 5-0 perdió Chile, pero, de todos modos, ese día se celebró.


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O ME PAGAN O NO SE JUEGA

El país vivía días complejos. A ocho meses de la toma del poder por parte de los militares la normalidad en las calles de Santiago era solo aparente. Sin embargo, el fervor por una nueva participación de Chile en una Copa del Mundo, luego de perderse la justa de México, mitigaba el momento social. Con todo, había voces que insistían que era un despropósito ir a la Copa del Mundo, entendiendo que aquello sólo iba a traer costos y casi ningún beneficio al fútbol local.

En el reverso de la medalla, estaban quienes apostaban por una actuación más que digna de Chile, confiados en que la generación de jugadores que cruzaría el charco era una de las más sobresalientes de los últimos años.

“Teníamos un grupo de 18 a 20 jugadores de excelente nivel, la mayoría de ellos jugando fuera del país y el resto con niveles descollantes en competencias como la Copa Libertadores: Figueroa, Quintano, Reinoso, Pata Bendita Castro, Machuca, Páez, Arias, Ahumada, Chamaco Valdés, Caszely, Veliz, Juan Rodríguez, Olivares, Vallejos, entre otros. Esa experiencia en el fútbol foráneo era un arma de doble filo, porque no existía, entonces, la regulación FIFA que obligaba a los clubes a facilitar a los jugadores a sus selecciones. Cada convocatoria era un parto en términos de negociación. Llevar a Figueroa a la Copa del Mun-do de Alemania, por ejemplo, fue una tarea ardua, que incluyó la contratación de un seguro millonario”, cuenta Asfura.

Previo al viaje de la delegación chilena, un grupo de dirigentes de los tres países clasificados concurrió a Alemania a objeto de poder contratar los lugares en donde las respectivas

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selecciones se quedarían. Por Chile asistió Alfredo Asfura; por Argentina, José Peña; por Uruguay, Homero Blanco.

Como aún no se había realizado el sorteo y sólo se conocían las ciudades en las que los sudamericanos iban a quedarse, se optó por tres lugares de similares características que serían ocupados por las selecciones sudamericanas dependiendo de la suerte que corrieran. “En ese viaje me di cuenta de lo que pesaba Juan Goñi, que era vicepresidente de FIFA. Como él era muy cercano al comité organizador, nos trataron a cuerpo de rey, viajamos en helicópteros para trasladarnos de una ciudad a otra. Conocimos toda Alemania, Munich, Dusseldorf, Berlín, y tuvimos toda la información al alcance para realizar nuestras reser-vas”, recuerda Asfura.

Luego de esa expedición para reservar los lugares de concentración, Asfura regresó a Chile donde lo esperaba otra misión: la preparación del equipo. Álamos quería ver a sus dirigidos en acción y Asfura debió organizar una gira por América Central y Sudamérica. Chile jugó en Haití, en Costa Rica, en México, en Perú, en Colombia.

“En Haití sucede un hecho bien especial. Me aconsejaron que cobrara el pago por los partidos antes del encuentro. Los tipos no me habían pagado y una hora antes del lance, con el estadio lleno de bote a bote, les dije a los dirigentes haitianos que si no me extendían un documento por el monto pactado, el equipo no salía a la cancha. Se demoraron lo suyo, pero cuando se dieron cuenta de que no era broma lo que les decía, me firmaron el cheque correspondiente. A la fecha, nunca he dejado de cobrar un partido. En Guayaquil, hice retrasar el ingreso del equipo 40 minutos. El primer tiempo ya había terminado y del pago, nada. Entonces le dije al tesorero de la Federación Ecuatoriana de Fútbol que o me hacía un cheque personal por el dinero que habíamos acordado o el equipo no salía jugar el segundo tiempo. Cuarenta minutos estuvimos en los camarines, afuera la lluvia era torrencial y los hinchas tiraban piedras al techo del camarín. Salimos una vez que el tesorero se sacó la chequera del bolsillo y, a regañadientes, documentó el pago”.


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AL MUNDIAL CON LA LEPRA

“Álamos era impredecible. Veía el fútbol de manera notable, pero de la organización era poco lo que se preocupaba. Le daba lo mismo. La responsabilidad de elegir los hoteles, con quién se jugaba, a qué países íbamos de gira, era mía. Álamos decía: “quiero jugar”. Y no había mayor precisión respecto del rival que quería, salvo excepciones, como ocurrió en el partido previo al match con la URSS, en donde pidió un encuentro que replicara el clima de Moscú. Pues bien, estábamos en Colombia y quedaban poco más de quince días para el inicio del Mundial cuando él me dice que quiere jugar dos partidos más antes del debut en Alemania. Idealmente en España. Tuve que regresarme a Chile para poder agenciar en quince día esos dos partidos”.

-¿Él quería algún rival en particular?-Por Álamos que hubiera sido el Real Madrid, pero no podíamos pactar un partido en quince días con el equipo merengue o con el Barcelona. La tarea no era fácil, pero conseguimos enfrentar a dos equipos españoles: jugamos el 2 de junio contra el Salamanca, y el 8, en el estadio El Molinón, contra el Sporting de Gijón.

Todo iba bien hasta que llegaron a Alemania. “Ahí nos dimos cuenta de que Chile estaba con la lepra”, dice Asfura. El comité organizador desestimó la posibilidad de que la selección nacional se alojara en el lugar de concentración previsto por considerar que no estaban dadas las seguridades mínimas para el representativo chileno. No es que a los dirigidos de Álamos se le estuviera haciendo la guerra. Tampoco había una motivación política detrás. Las autoridades alemanas temían que se repitieran los sucesos vividos dos años antes

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durante las Olimpiadas de Munich. De entre todos los países participantes, Chile aparecía como un blanco propicio para despertar algún tipo de odiosidad de los grupos más radicales.

“Nos pusieron en un hotel que era un verdadero bunker, aislado, lleno de rejas. Antonio Martínez y José García se alojaron con la delegación. Fluxá y yo nos fuimos a un hotel céntrico. Se trataba de una escuela policial, que contaba con medidas especiales de protección, de las que nunca nos hablaron sino hasta llegar a Alemania, Pero era cierto, el fantasma que rondaba era una nueva tragedia como la de Munich. Lo extraño es que de todos los equipos, al único que pusieron protección especial fue a Chile. No había dudas quién era el que tenía la lepra”.


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UN DETALLE QUE PUDO CAMBIAR LA HISTORIA

Dentro de la trastienda de lo que fue la participación de Chile en el Mundial de Alemania hay un episodio que se desconoce y que bien pudo cambiar la suerte del equipo de todos en la competencia. La tarea para los pupilos de Álamos no era fácil. Como bien dijo Asfura, “de haber existido tres Alemanias, de seguro que nos hubiera tocado con las tres”, en alusión al grupo al que el sorteo los había condenado: Australia, Alemania Federal, Alemania Oriental.

A pesar de eso había un moderado optimismo en las huestes locales. El nivel de algunos jugadores alentaba la esperanza. Lo que preocupaba era el estado de salud del entrenador nacional que evidenciaba problemas físicos. “Le costaba caminar y coordinar sus ideas. Cuando jugamos en Salamanca lo vimos muy mal, prácticamente con un paro diabético. El médico de la selección, Elías Jacobs, más de una vez me comentó que era poco recomendable que él viajara a Alemania. Ante esa situación, hicimos una reunión de emergencia en la que participamos Fluxá, Antonio Martínez, José García, Pedro Fornazzari y yo. Nos preocupaba la salud de Álamos y el hecho de que él no estuviera en condiciones de dirigir al equipo. Es más, en esos partidos preparatorios, Álamos nunca se sentó en la banca. Acordamos que Pedro Morales se iba a hacer cargo de la selección y que Álamos regresaría a Chile. La decisión ya estaba tomada. El grueso de la dirigencia seguimos rumbo a Francfort porque en esos días se definía quién iba a ser el próximo presidente de la FIFA. Por un lado estaba el presidente en ejercicio Stanley Rauss, por el otro, Joao Havelange. Chile estaba por Havelange, quien finalmente resultó electo y pasó a dirigir los destinos del fútbol por varias décadas. El asunto es que cuando nos fuimos a Berlín a esperar a la

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selección, al primero que vimos asomar del avión fue a Álamos que bajaba ayudado por otros por la escalinata de la nave”.

-¿Y qué ocurrió?-Antonio Martínez, presidente de la delegación, había sido designado para comunicarle la decisión a Álamos, pero no se atrevió. Nunca le dijo lo que habíamos resuelto. Pero la verdad es que él no estaba en condiciones de dirigir y no recuerdo si efectivamente se sentó en la banca en los días de los partidos. Muchas veces Álamos terminó dándole las instrucciones a Morales por walkie talkie para que él se las comunicara a los jugadores. Yo no sé si Pedro Morales hubiera tomado en exclusiva las riendas del equipo, Chile hubiera avanzado a la segunda ronda, pero sí tengo claro que hubiera sido diferente. Porque se produjo una especie de vacío en la banca técnica. No estaba claro quién mandaba. Y eso le jugó en contra a la selección –asegura Asfura.

-Eso y la expulsión de Caszely, el primer jugador en recibir una tarjeta roja en la historia de los mundiales. El mito dice que Caszely se hizo expulsar en ese encuentro, ¿es posible esa tesis?-Eso es mentira. Una tontera. A Caszely lo pasan a llevar en la jugada previa y él reacciona. Roja directa. Y jugar con Alemania en su casa, en el día del debut, con apenas diez jugadores era demasiada ventaja. Para colmo, y esto siempre se lo comento a Vallejos, Breitner nos hace un gol de 40 metros que pudo evitarse. Si Vallejos hubiera dado un paso antes de lanzarse al aire en busca de esa pelota, esa pelota no entraba. Siempre que lo veo se lo digo, porque en un momento a mí me tocó entrenar a Vallejos, cuando era juvenil, en Católica, entonces hay una amistad, hay afecto. ‘Si das un paso antes de lanzarte, esa pelota no entra’, y él, con cierto sentimiento de culpa, no hace más que asentir.

Chile perdió por la cuenta mínima ante la Alemania Federal. Empató contra Alemania Oriental. En la última ronda de encuentros, Chile y Australia protagonizaron una deslavada igualdad en un partido que, en realidad, no debió disputarse porque el campo de juego estaba virtualmente anegado. La eliminación de ambas selecciones quedó sellada con la victoria de RDA 1 a 0 a RFA.

Rota la suerte de Chile, la mayoría de la dirigencia regresa. Se quedan Asfura, Adolfo Reginatto, que ya era profesor de los árbitros, Chómali (que pertenecía a la misión de las


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Naciones Unidas) y Juan Diningham, quien trabajaba con Fluxá. A pesar de que Chile no sigue en carrera, tienen entradas para la final y les parece interesante seguir la Copa del Mundo, sobre todo ante la eventualidad de que otro sudamericano se instale en ese decisivo encuentro. Pero conforme se desarrolla la Copa y el precio de los boletos se eleva hasta las nubes, Asfura y los otros (con la sola excepción de Chómali), deciden vender sus tickets para viajar a Inglaterra e Irlanda, en vista de la eliminación de los sudamericanos.

-Le dijimos a Juan que fuera a vender las entradas y él no tuvo inconvenientes. Me acuerdo que nos fuimos a comer y Juan se fue a vender las entradas. Pasó una hora, luego dos, y él no llegaba. Hasta que después de casi tres horas lo vemos que viene caminando con una cara… Y lo primero que nos dice es que regaló las entradas. Pero, ¡cómo!, le dijimos. Y nos explicó que se había encontrado con unos familiares que andaban desesperados a la caza de entradas para la final y que no había tenido el valor de cobrarle los boletos. A regañadientes entendimos, ingenuamente tengo que agregar, porque cuando Chómali nos contó de la final y nosotros le preguntamos por los parientes de Juan, nos dijo que a su lado habían llegado unos alemanes puros, que por ningún lado tenían pinta de chilenos.

Antes de disputarse ese Mundial alemán tuve la ocasión de participar, en Francfort de unacontecimiento histórico; la asunción de Joao Havelange como presidente de la FIFA. Fue el 11 de junio de 1974. Era mi primera vez como congresista del futbol chileno. Me acuerdo que estaba Leoz presente. Ocurrió un hecho muy simpático: FIFA inscribe a tres miembros por país y de Chile fuimos cuatro; Francisco Fluxá, que era el presidente de la Asociación Central, Patricio Vildósola, el almirante Carlos Chubretovich y yo. El ingeniero Russo , un legendario dirigente argentino que era como el brazo de la FIFA aquí en Sudamérica y sabía todo, lo arregló: “De Chile hay cuatro y de Bolivia vino uno sólo, así que no perdamos representación, te anoto por Bolivia”. Y asistí al Congreso como boliviano…

Antes de la votación parecía que la cosa estaba peleada, pero en cuanto llegó el conteo delos votos, Havelange barrió a Stanley Rous. El inglés no se había movido mucho , y Havelange recorrió casi todo el mundo promoviendo su candidatura. África y Asia, además de América, se volcaron abiertamente a favor del brasileño.

Era la primera vez que un sudamericano (y un no europeo) llegaba a la presidencia de laFIFA. A la noche salimos en grupo los dirigentes sudamericanos a celebrar, pero sin Havelange. Él tuvo que atender otros compromisos…

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EL TAPADO

Atrás quedaba el Mundial. La vuelta a la realidad obligaba a preparar lo que venía: las elecciones de la Asociación Central de Fútbol. La carrera se veía cómoda para la administración de Fluxá que aspiraba a ser reelecta para el período 75-76. Durante las reuniones que tenía su círculo de hierro en el restaurante italiano Le Due Torri, se analizaba la posibilidad de refrescar un poco las caras e integrar nuevos dirigentes a la testera del fútbol. Un comensal habitual de Le Due Torri era el Subdirector General de Carabineros e hincha de Colo Colo por añadidura, Eduardo Gordon.

Fluxá lo invita a participar de su candidatura y luego de un par de almuerzos en el centro, Gordon accede a ir como vicepresidente de la lista.

Corría sólo Fluxá, pero era necesario cumplir con el trámite eleccionario y votar, a pesar de que no había más candidatos. “Me acuerdo que los dirigentes fueron citados a Juan Pinto Durán para elegir a sus nuevas autoridades. Incluso recuerdo que los dirigentes se habían puesto en fila para proceder a votar cuando el representante de Audax Italiano, Waldo Crovatto, quien además era funcionario del Servicio de Impuestos Internos, pide la palabra para decir que sería preferible suspender la votación, porque el bando de gobierno prohibía las elecciones y las reuniones. Ingenuamente pensamos que no había ningún problema, sobre todo porque no existían más candidatos, y para estar todavía más seguros decidimos llamar a Gordon para que nos instruyera respecto de lo que se podía hacer y lo que no. Y Gordon nos recomendó postergar la elección, para que él solicitara la autorización pertinente y hacer todo en regla. El asunto es que mientras él conseguía el permiso,


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comenzó a circular la versión de que la oposición a Fluxá tenía un candidato. Nosotros nos preguntábamos quién podía ser ese candidato. Para sorpresa nuestra el tapado era ni más ni menos que el propio Eduardo Gordon, quien era apoyado por las universidades y Colo Colo”.

Una serie de movimientos extraños se produjeron entonces. Los delegados de regiones fueron relevados por otros. Cuento corto, la elección la ganó Gordon por un solo voto.

-A pesar de todas las presiones Gordon ganó por apenas un voto. Un solo voto. Lo más terrible de todo es que él era nuestro amigo y nunca pensamos que podía actuar así. Yo estaba tan enojado que al otro día no me importo nada y me fui a la oficina de Gordon y le dije todo lo que se me ocurrió, que era un desleal, que nos había traicionado. Fui muy duro. Tenía mucha rabia. Con el tiempo le he tomado el peso a lo que hice y no entiendo cómo no hubo ninguna represalia en mi contra. Después de todo era una autoridad del país.

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EL CAPÍTULO HUACHIPATO

La ascensión de Gordon como presidente de la Asociación Central de Fútbol obligó a Alfredo Asfura a volver a los clubes. A pesar de las diferencias que había, hubo quienes pensaron que Asfura podía ser llamado por Gordon, pero él, en su fuero interno y luego de la conversación que habían tenido en la oficina del uniformado, sabía que eso era muy difícil.

Las ofertas no se demoraron en llegar. Su amigo, Pedro Morales, a quien conocía por el trabajo conjunto que habían hecho en la selección, lo contactó a pedido de la dirigencia de Huachipato para que los asesorara. El equipo de Talcahuano había cumplido una campaña notable sustentada en jugadores como Luis Mendy, Guillermo Azócar, Moisés Silva, Mario Salinas, Miguel Angel Neira y Carlos Sintas, con los que habían hecho suyo el Torneo Nacional de 1974. Ahora que iban a Copa Libertadores necesitaban de la asesoría de un profesional. Ahí llegó Asfura.

-Fue una buena experiencia, tanto en lo deportivo como en lo que significó afianzar mi amistad con Pedro Morales. Porque más allá de conocerlo mejor nos dimos cuenta de que formamos una buena dupla de trabajo, que luego se replicaría en Everton, en Colo Colo, en Católica y en la Selección. Él confiaba plenamente en mí. No me preguntaba donde íbamos a jugar ni cuáles eran los hoteles que había reservado para la delegación. Nos tocó ir a Bolivia, donde en ese entonces las oferta hotelera no era tan amplia, y Pedro ni siquiera me pidió referencias de los lugares de concentración.


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Huachipato jugó por vez primera Copa Libertadores y si bien no consiguió avanzar a segunda ronda, cumplió una más que digna actuación: ganó sus dos partidos en casa contra los equipos bolivianos (The Strongest y Jorge Wilstermann); rescató un empate de su expedición a Bolivia, y perdió puntos fundamentales en los duelos con Unión Española, equipo con el que empató en Las Higueras y cayó estrepitosamente en Santiago, por 7-2.

Luego de eso Asfura realiza una asesoría en Magallanes, que era presidido por Omar Mateluna y que tenía a Rosamel Miranda como técnico. Y poco tiempo después es tentado por Abel Alonso para que retorne a Unión Española, una vez que los hispanos clasificaron para la Copa Libertadores en 1975. Alonso lo invita a un partido de Unión en Quito. Y es ahí, en ese viaje, cuando el dirigente del calzado vuelve a la carga para contar con los servicios de Asfura: “Me acuerdo como si fuera ayer, estábamos en el hotel Quito con Alonso y otros dirigentes cuando él me dice: ‘Bueno, Asfura, por qué no vuelves a la Unión’. Le dije que de clubes ya no quería saber más, pero que si quería un gerente ya lo tenía. Me preguntó de quién hablaba. Bueno, de Juan Facuse, que había ido a ese partido en su calidad de periodista. Y, efectivamente, ese año Facuse fue gerente de la Unión”.

Asfura vivía un momento especial. La administración de Gordon no había considerado a ninguno del anterior gobierno del fútbol. Ni a Fluxá ni a Martínez ni a Cueto. Incluso Fluxá, el dirigente por quien él se había jugado, tomaba otros rumbos y entraba de lleno al mundo de los negocios comprando el Banco Concepción junto con Vittorio Giaconi. Las dudas asedian a Asfura quien no tiene claro qué le depara el futuro.

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EVERTON, EL ORO Y EL CIELO

Antonio Martínez también se concentra en el mundo de los negocios y toma la concesión del casino de Viña del Mar. Lo hace en circunstancias bien especiales porque históricamente el casino estaba en manos de un afamado viñamarino de apellido Escudero y esto de que llegara alguien foráneo a hacerse cargo del casino de juegos, casi un patrimonio de la Ciudad Jardín, no era visto con buenos ojos.

“De hecho, hubo muchas críticas a la llegada de Martínez. Y quizá por lo mismo fue que él y su equipo de trabajo comenzaron a maquinar una jugada maestra a la que me invitan una mañana. Yo estaba en el edificio España y me encuentro con Martínez y Cueto, quienes me dicen: ‘Asfura, estamos pensando en ti, vamos a comprar el Everton, ¿quieres entrar en el negocio?’. Y yo me acuerdo que les dije: ‘Bueno ¿y el cerro Santa Lucía también?’. Claro, yo consideraba que era una utopía, una broma, que se hizo realidad a los pocos días. La idea de Martínez era contrarrestar esta idea que había comenzado a incubarse de que él era un afuerino que había llegado a la ciudad para quitarle la plata a los viñamarinos. Entonces, como contrapartida, su idea era darle a la ciudad esparcimiento, entretención, y para eso qué mejor que comprar Everton”, sostiene Asfura.

El grupo de Martínez consiguió un convenio de administración por tres años, con el compromiso de pagar toda la deuda que tenía Everton y entregar, al cabo de ese tiempo, un club sin números rojos. Con esa idea Asfura comienza a trabajar con ellos. “Era un reto ambicioso al que empezamos a acercarnos con la contratación del entrenador: Pedro Morales. Yo pensaba que él era el hombre indicado para llevar a Everton a un sitial de importancia dentro del fútbol chileno”.


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Así se inicia uno de los períodos más descollantes del club viñamarino. “En ese directorio estaba Antonio Martínez como presidente, apoyado por un grupo selecto de dirigentes como Juan Cueto, Jorge León, Moisés Rozental, Chuma Arroyo, Eduardo Gaete y no puedo dejar de recordar al busquilla de Víctor Guillén”.

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ARMANDO EL EQUIPO

Con Morales ya instalado en Viña del Mar se inició la tarea de armar un equipo a la altura de las pretensiones. Se optimizaron los recursos y los contactos. A los refuerzos que llegaron desde Huachipato y el sur del país, se sumó una larga lista de jugadores talentosos tanto del medio nacional como del extranjero.

-La lista que confeccionó Morales era típicamente suya: Cáceres, Salinas, Azócar, Núñez, López. Junto con ellos llegaron Vallejos, a quien yo conocía desde las inferiores de Católica, Galindo, Ceballos, José Luis Ceballos, de quien tengo un recuerdo muy particular. El quería venir a jugar a Chile. Me acuerdo que cuando lo fichamos llegó con una gripe de los mil demonios y no pudo entrenar bien durante las primeras semanas. Morales me decía: “¡Alfredo, el jugador que me trajiste, está todo enfermo!”

Ceballos fue una de las apuestas de Asfura que, como muchas otras, terminaron convertidas en piezas claves de sus equipos, del mismo modo que más tarde ocurriría con Severino Vasconcelos, en Colo Colo. No era una sandía calada, ni mucho menos, es más llegó a Everton con más de un punto en contra.

-Yo tenía antecedentes de que había que estar atento con él. O, mejor dicho, vigilarlo. Me lo había dicho Menotti, quien lo había tenido en una preselección juvenil. “Este chico es notable, pero tenés que cuidarlo”. Claro, le gustaba la noche. Y mucho. Tanto es así que a poco de llegar a Chile se nos perdió. Hubo dos o tres días en que no supimos nada de él. ¿Dónde está Ceballos?, era la pregunta que se hacían todos incluyendo Pedro Morales que


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lo echaba en falta en los entrenamientos. Me acuerdo que él alojaba en el hotel O’Higgins y lo fuimos a buscar allá. Llamamos a la habitación y no contestaba nadie. En ese tiempo no había celular, no había cómo ubicarlo. Entonces, le pido a uno de mis amigos del hotel que me ayuden a encontrarlo, porque en su habitación nadie respondía. Le tiene que haber pasado algo, le decía yo y lo convencí de que echáramos abajo la puerta. “Es que este cabro puede estar muerto”, le dije. Así lo hicimos y cuando la tiramos, vimos que Ceballos estaba “acompañado”.

-¿Y qué explicaciones dio?-Que no, que me vinieron a ver, que estaba con gripe, que me estaban cuidando. ¡Qué pastelito…! No me quedó otra que echarlo a la broma y le dije: “Para la otra gripe, avísame”. Así partió el año y el resto del torneo fue peor. Era incorregible, pero en la cancha era un astro. Debe estar entre los mejores punteros que han pasado por Chile.

-¿Y qué habrá sido de él?-Me lo encontré en México, donde estaba de empresario. Y luego en Buenos Aires. Y las dos veces fue muy generoso. Me invitó a comer, estuvimos conversando largamente. Son cosas que uno valora. No teníamos ninguna relación, pero él seguía agradecido porque yo me la había jugado por él en su momento. De alguna manera, yo arriesgué mi prestigio insistiendo en su contratación, pero terminó respondiendo por encima de las expectativas dentro de la cancha. Fuera de ella, era otra cosa. Pero en ese tiempo también fui a buscar a otro jugador, un uruguayo que había sido figura en el Sudamericano Sub-20 de Recife: Carlos Luthar. Resulta que Juan Silvagno había arbitrado en ese torneo y había quedado impresionadísimo con él. Y no se cansó de contarle maravillas del muchacho a Pedro Morales. Así es que viajé a Montevideo a verlo. Le vi un partido. Todos me decían que era un fuera de serie. Y me volví de Montevideo con la compra del pase de Luthar en 30 mil dólares. Él antes de viajar a Chile se casa con su novia, que era un pedazo de mujer… No le veo otra explicación. Luthar debió ser víctima del arduo ímpetu de esos primeros meses de matrimonio… Porque en la cancha no hizo nada de lo que se suponía. Es más, en el primer partido intenta parar una pelota y se pifia groseramente. Ahí quedó marcado este pobre cabro. Después remontó, pero ya no había caso.

Más allá de esto, la plantilla de Everton se renovó de manera significativa. De los 25 jugadores que tenía el plantel ’75, sólo quedaron once, entre ellos Guillermo Chicomito

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Martínez, Sergio Charola González y Camilo Benzi. El grueso del plantel modelo ’76 vino de fuera: Vallejos y Spedaletti, procedentes de Unión; Azócar, Salinas y Cáceres llegaron desde Huachipato; Humberto López, de Lota; Colo Colo dejó partir al gran Mario Galindo; Rubilar fue comprado a Santiago Morning, Núñez a Green Cross y Orellana a Aviación. La lista de extranjeros incluía los nombres del arquero Rafael Grillo, los zagueros Ángel Brunell y Carlos Luthar, y José Luis Ceballos.

Sólo había que salir a jugar.


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VIÑA, CERCA DEL PARAÍSO

La vida en Viña del Mar resulta una experiencia imborrable para Asfura. No vive ahí, pero viaja tres o cuatro veces por semana. Los días en que el club se concentra en el Hotel Squadritto, una casona antigua ubicada en la subida Agua Santa, terminan en largas conversaciones con el dueño, Raúl Squadritto. El reloj marca las tres o cuatro de la mañana y los dos siguen ahí, en torno a una botella de cognac y envueltos en las fumarolas del puro, arreglando el mundo. Las calles de Viña, el hotel O’Higgins, el Casino, donde tiene su centro de operaciones Antonio Martínez, es parte de esa cotidianidad en la que Asfura recae todas las semanas.

En la cancha, el equipo ruletero comienza a hacerse sentir dentro del torneo. Y rápida-mente las fichas de los fanáticos se reducen a dos clubes que imponen su juego y sus goles: Unión Española y Everton. No sólo es la confrontación de 22 jugadores, también es el enfrentamiento de dos estilos dirigenciales: el de Martínez y el de Alonso.

-La idea de que un grupo de afuerinos había llegado para adueñarse del dinero del Casino, mutó rápidamente. La gente entendió el espíritu que animaba a Martínez y vio los esfuerzos que se hacían, a través del club, para compensar esa sensación inicial equívoca. Todas las fechas en Sausalito eran una fiesta. Y cuando íbamos a regiones había expectación. Everton estaba convertido en un equipo poderoso que, de alguna forma y bien entre comillas, encarnaba el capitalismo. Las batallas en la cancha eran bravas. Y los hinchas rivales se ilusionaban con derrotar al equipo sensación. En Antofagasta incluso nos trataron de agredir. Un grupo de fanáticos metió un asta de bandera por el camarín en

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el intento de golpear a jugadores y dirigentes. Afortunadamente no pasó a mayores. Pero lo que te quiero decir es que Everton era el equipo a derrotar. Y en casa, la hinchada oro y cielo nos exigía el doble. Un empate era una derrota. Sólo estaba permitido el triunfo. En esa vena el equipo que comandaba Guillermo Chicomito Martinez llegó a la última fecha del torneo palmo a palmo con los hispanos. Igualados en puntos, tal como había sucedido en 1950, hubo que forzar la definición en partidos de ida y vuelta.

El 25 de noviembre de 1976 no cabía un alma en el estadio. La fiesta estaba servida, pero los ruleteros no consiguieron superar al equipo del Tano Novello: 1-1. Dos días después, una caravana interminable de hinchas viajaba desde Viña al estadio Nacional a la caza de un sueño.

-Esa final fue apoteósica porque la flota Verschae, que era propiedad del anterior presidente de Everton, puso todas sus máquinas a disposición de la hinchada. La fila de buses no se acababa nunca. Y eso nos daba la pauta de que lo que nosotros habíamos proyectado para tres años, esa adhesión popular irrestricta al equipo, la habíamos conquistado antes de los doce primeros meses. En nuestros planes estaba poder acceder a la Copa Libertadores después de 1977, pero clasificamos al primer año. Entonces, la emoción fue muy grande esa noche. Una final vibrante. Que no paró ahí porque si bien la pugna futbolística estaba saldada, la lucha directiva siguió. Hay frases que quedaron resonando en el tiempo, claro que no creo que se hayan dicho con esa intención. Abel Alonso contra Antonio Martínez: “Si tu padre estuviera vivo, estaría dándose vueltas en la tumba”. Se lo dijo por el hecho de que él le estaba quitando un campeonato a la colectividad española.

Esa tarde, en el estadio Nacional y ante 70 mil espectadores, Everton se impuso por 3-1 con goles de Ahumada, Salinas y Ceballos. Minuto después Viña del Mar estaba convertido en un carnaval.


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EL ENCUENTRO CON LEOZ

El salto a la arena internacional de ese Everton no resultó tan exitoso como algunos pensaron. El equipo que daba cátedra en Chile terminó quedando en deuda en la Copa Libertadores. Entró en un grupo complicado con Universidad de Chile, Olimpia y Libertad, ambos de Asunción. Una derrota en casa, en la segunda fecha del torneo, frente al Libertad selló la suerte de los ruleteros en la justa, porque aunque intentaron levantar cabeza y derrotaron a Olimpia en el Sausalito, y consiguieron robarle un empate en el Defensores del Chaco, no les alcanzó para clasificar.

No fue mucho lo que se sacó en limpio de esa incursión. Quizá uno de los pocos que sumó en positivo fue Alfredo Asfura pero por una vía que no estaba directamente relacionada con lo futbolístico.

-Lo que ocurrió es que el presidente del Libertad era mi querido amigo Nicolás Leoz. En ese entonces, ya nos conocíamos. Habíamos estado juntos en el Mundial de Alemania, en 1974. Me acuerdo que salíamos a caminar mucho y conversábamos como dos viejos conocidos. Leoz ya era el vicepresidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, pero nadie le daba demasiada pelota. Recuerdo que cuando él visitaba Santiago, a mí me decían en la Federación: “Oye, anda a buscar a tu amigo”. Y el único que estaba en el aeropuerto era yo. Siempre tuve un profundo cariño por él. En ese tiempo, el presidente era Teófilo Salinas, que era otra cosa, porque era más extravertido. Cada vez que me aparecía por Lima, donde estaba la sede de la CSF, él me decía: “¿Qué me trajiste de regalo?”. Ese Salinas… Bueno, yo tenía claro qué era lo que él quería de regalo. Así es que cada vez que viajaba yo llegaba con

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mi botella de whisky, etiqueta negra, Johnny Walker. Leoz tenía otras maneras de relacionarse con la gente. Me acuerdo que cuando viajamos a Asunción, para enfrentar al Libertad, él tuvo que viajar a Estados Unidos y me dejó su auto, para que lo ocupara cuando quisiera. Era un Mercedes Benz.

Si quien llegaba de visita era Leoz, Asfura no se restaba en atenciones. Las bromas nunca faltaron y era usual que el dirigente paraguayo le tomara el pelo por su costumbre de usar lentes oscuros. “Alfredo anda con lentes ahumados porque debe estar haciendo alguna pillería”, le decía.

Asfura era el anfitrión ideal. Entregaba una amistad a toda prueba y sabía estirar las noches. A ratos, parecía que las luces de esa ciudad que irrumpía cuando otros dormían estaban hechas para él. Era un trasnochador por esencia.

-Los dirigentes como Leoz me daban espacios de privilegio. No tenía el estatus de un presidente o de un miembro del comité ejecutivo, pero entraba en ese ambiente. Te hablo de dirigentes de la talla de Alfonso Senior, que era miembro de la FIFA, colombiano; Ferdinand Hidalgo, de Ecuador; el argentino José Epelboim; Teófilo Salinas, Pepe Salóm y Augusto del Moral, de Perú; Washington Cataldi y Eduardo Rocca Couture, de Uruguay; Gastón Angulo y Sosa Gautier de Paraguay; nuestro compatriota Juan Goñi. O sea, hom-bres grandes, que me sacaban fácilmente veinte años de ventaja. Yo era el muchacho joven en medio de estos señores que ya pintaban canas algunos. Tenía un ritmo endemoniado, muy acelerado, una vitalidad increíble. No había noche en mi casa que no hubiera gente.

-¿Dónde estaba esa casa?-Era un departamento, en Vespucio Sur 1106, al llegar a Colón. Siempre estaba lleno de periodistas, desde Raúl Pizarro hasta el chico Lepé, pasando por Carcuro, Nicanor Molinare, Mimica, Manuel Emilio Cossa, Bustos, de La Tercera, Gustavo Aguirre, Carlos Barahona, Pepe Abad, Julio Martínez, Mario Foccino. Yo tenía muchos amigos periodistas: Juan Cugné, Alberto Buccicardi, Julio Salviat, Juan Facuse, Juan Aguad, Orlando Escárate, Tito Paris, Sergio Brotfeld, Hernán Solís, Octavio Sufán, Manuel Montoya, Palo Candia, Manuel Sepúlveda, Carlos Araya, Pedro Pavlovic, Eduardo Alonso, Héctor Olave, Jorge Salas, el colorín González, Milton Millas, Caco Villalta, Jorge Fernández, Raúl Prado, Alfredo Leonel Parra, Darío Verdugo. Me gustaba conversar con ellos en mi casa o en un


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bar. Hasta el Choro Soria, que era hasta hace poco alcalde de Iquique, se me acercaba para hablarme de sus proyectos de integración con el Perú, con Bolivia, que había que hacer un camino que iba a llegar hasta no sé dónde. Eran jornadas de largo aliento. Lepé llegaba con sus discos de tango y nos hacía escucharlos a todos. Y nos daban las dos, las tres, las cuatro de la mañana. Porque además estaba lo otro. A medianoche comenzaba el toque de queda y si no te ibas antes de las doce tenías que quedarte hasta el otro día, hasta que amaneciera. Una de esas noches llegó una patrulla de carabineros. Un capitán subió, llamó a la puerta y como yo salía con bastante frecuencia en los diarios me reconoció. “Señor Asfura, hay un reclamo de la administración por ruidos molestos”, me dijo. Claro, el chico Lepé no paraba de cantar. Y la bulla era grande. Yo lo invité a pasar un momento y terminó quedándose un par de horas ahí, cantando tangos con nosotros y hablando de fútbol-¿Y cómo les fue con el Libertad? El primer partido en Viña lo perdieron, ¿que pasó en la revancha?-Mal. El equipo de Leoz volvió a ganarnos. No iba a ser fácil superar ese tremendo primer año, Había algunos jugadores que no iban a volver a rendir a ese nivel. Lógicamente dentro de los jugadores que no habían andado estaba Luthar. Y aquí viene otra historia interesante que lo incluye. Todo comenzó cuando Pedro Morales me pregunta, “¿y qué hacemos con Luthar?”.

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UN VETERANO DE 33 AÑOS

Luthar nunca rindió. No al menos de acuerdo a los pergaminos que había tenido antes de llegar a Chile. Siguió casado y no volvió a ser el mismo. De todos modos, en Uruguay el recuerdo de lo que había hecho en el Sudamericano Sub-20 seguía fresco y no iba a ser difícil que alguien se interesara en él.

-“¿Qué hacemos con Luthar?”, me vuelve a preguntar Pedro Morales y yo le digo que tenemos que tratar de hacer un trueque. Así es que llamé a mi amigo Juan Pedro Garayalde, que era el gerente de Nacional de Montevideo, para ver qué me podía recomendar. Y Garayalde, que parece que no estaba muy interesado en Luthar, me sugirió que viera en Peñarol, porque ahí había un jugador que yo debía conocer. “¿Quién es?”, le pregunté. Y él me dijo: Acosta, Nelson Acosta. Claro que lo conocía. Lo había visto en un partido que hizo Peñarol en Santiago. Ya me había parecido un jugador interesante. Entonces, llamé a Cataldi y le propuse un mano a mano con Luthar.

-¿Y aceptó?-Claro que aceptó.

-¿Qué edad tenía Acosta?-Treinta y tres. No era un mal jugador: un volante recio, no muy elegante, pero duro. Por esas cosas de la vida, nunca se entendió con Pedro Morales. Además, él siempre pensaba que debía jugar, pero Morales tenía otras ideas. No hubo caso. Quizá tenían personalidades muy diferentes.


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-¿El Everton campeón se despotenció? ¿Qué ocurrió después?-Se mantuvo el atractivo, pero nosotros mismos habíamos dejado la vara demasiado alta. La tarea ya se había cumplido y todos, desde los dirigentes al equipo, aflojamos la mano. La gente en Viña seguía disfrutando, pero estaba un poco resignada a que repetir lo del 76 iba a ser muy difícil. Sí cumplimos con la meta de entregar el club sin deudas al cabo de los tres años, pero una campaña como la del ’76 era muy difícil de repetir. Creo que el proceso se nos adelantó.

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EL REGRESO DE ALONSO

El capítulo de Everton prácticamente se cierra en la biografía de Alfredo Asfura. Continúa como delegado del club ante la Asociación Central de Fútbol (ACF), pero la efervescencia del primer año ha sido tan grande que lo que vino después, necesariamente, fue de un menor tono. Por otro lado, el trabajo de Asfura comienza a ser observado desde el extranjero y hay clubes que se interesan en contar con sus servicios: Nacional de Montevideo (Uruguay) e Internacional de Porto Alegre (Brasil) llegan a sostener conversaciones con él. Y algunas informaciones de prensa lo vinculan con el Cosmos de Estados Unidos, donde seguía jugando Pelé.

En el intertanto, se acercan las elecciones de presidente de la ACF y uno de los primeros nombres que surge como candidato es el de Abel Alonso. La batalla por los votos se declara inmediatamente, porque a la lista de Alonso se antepone otra encabezada por Rolando Molina y Emilio Torrealba, dirigentes de la Universidad de Chile.

-Francisco Fluxá me decía que en esta pasada había que apoyar a Alonso, pero la gente de Molina ya había tomado contacto conmigo y me había incluido en su lista, en la que también aparecían René Reyes, Gustavo Palacios y Eduardo Herreros. Teníamos bastantes posibilidades de suceder a Gordon en la testera de la ACF. Todo iba bien hasta que un día me llama Marilú, la esposa de Fluxá, para decirme: “Pero Alfredo, cómo vas a estar contra Pancho”. Y yo le dije “pero, ¿qué tiene que ver Pancho?”, porque hasta ese momento él no aparecía con cargo alguno. Y ella me responde: “¡Es el generalísimo de Abel y tú no puedes estar contra él!”. Lo que vino después fueron varios almuerzos y largas conversaciones.


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Fluxá me recriminaba que no podía estar en contra suya. Y lo mismo le decía a René Reyes, con quien tenía una amistad en común: Pedro Morales. Al final, decidimos abandonar la lista sin declarar nuestro apoyo ni a unos ni a otros. Me acuerdo que Torrealba, que era muy amigo mío, me dijo: “Alfredo, es un golpe muy grande para nosotros”. Y Fluxá, por el otro lado, me pedía que hiciera algo más por él, porque necesitaba demostrarle a Alonso su influencia. “Me gustaría que fuéramos a la oficina de Abel Alonso”, me dijo. Y así lo hicimos. Recuerdo la escena como si fuera ayer, Abel detrás del escritorio y nosotros en frente. Le tuve que explicar que no tenía nada en contra suya pero que no me pensaba sumar a su lista, mientras Fluxá me pegaba patadas por debajo para que me quedara callado. El asunto es que en un momento dado Alonso me dijo: “Yo no tengo ningún problema para firmar un papel que diga que si salgo elegido, tú serás la máxima autoridad ejecutiva de la Asociación”. Le respondí que le agradecía mucho pero que yo no tenía compromisos con nadie. Finalmente, salió elegido Alonso. Yo no participé de su lista pero sí fui a un par de comidas que él organizó en El Caserío luego de que asumió.

-¿Cuándo asume Alonso?-Alonso debió asumir el 79, porque recuerdo que para el Mundial de Argentina, en 1978, todavía estaba Gordon. De hecho, cuando fui al último partido por las eliminatorias del Mundial de ese año, lo hice invitado por la Federación Peruana de Fútbol, porque para Gordon yo dejé de existir después de lo que le dije, a pocos días de ser elegido, en su oficina.

-Ese es el partido en que Sotil anota de cabeza en medio de una defensa que tenía a Figueroa y a Quintano y que costó la eliminación de Chile, ¿cierto?-Claro, incluso esa noche, en un capítulo poco conocido, Caupolicán Peña intentó quitarse la vida. Iba a lanzarse al vacío de su habitación, pero lograron detenerlo. Esto me lo contó después Víctor Guillén, que era su brazo derecho. Chile tenía muy buen equipo y la confianza en clasificar a la Copa del Mundo de Argentina era alta. La derrota en Lima fue un golpe muy grande.

-¿De todos modos fuiste al Mundial?-Yo sí. También Pedro Morales. Le dijimos a Antonio Martínez que lo menos que podía hacer era mandarnos a Argentina. Nos pagó los pasajes, nos pagó la estadía y nos compró las entradas.

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-¿Primer Mundial que veías?-No, ya había estado en Alemania. Y va casi todo el del ’62. Pero ir a Argentina fue muy especial. Porque iba como hincha, como dirigente. Me acuerdo que debo haber subido unos tres o cuatro kilos. Todas las noches salíamos a comer. ¿Un recuerdo de ese mundial? Bueno, la final entre Argentina y Holanda. Era un partido cargado de dramatismo porque todos pensaban que si Menotti no ganaba ese partido iba a terminar colgado del Obelisco. Y puedo ver esa última jugada, cuando el partido expiraba: el tiro en el poste de un delantero holandés. Si entraba, Holanda era campeón. Y Menotti, en cosa de un segundo, pasaba de héroe a villano. Todavía puedo ver esa pelota que se estrella en el palo derecho. Luego Kempes se encargaría de escribir la historia.


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MORMONES Y PLAYBOY

Cuando Asfura regresa del Mundial, al poco tiempo tiene un nuevo viaje en carpeta. Esta vez es una invitación bastante especial. Un día se encuentra en la calle con Hugo Gac, quien además de ser periodista pertenecía a la religión mormona. Gac le pide que le ayude a reclutar a diez personas del ámbito deportivo para conformar una delegación que represente a Chile en un Congreso de Deportistas Cristianos que se realizará en Dallas, a donde Asfura viajará como jefe de delegación.

Asfura se pone en campaña. En poco tiempo reúne a los nombres. En la lista figuran: Carlos Caszely y Leonardo Véliz; Zalo San Miguel, a quien había conocido como dirigente de Católica y Huachipato; Germán Becker, quien organizaba los clásicos universitarios; el periodista Eduardo Alonso (hijo); el capitán de Carabineros, Leonel Acuña; y Hernán “Chamullo” Ampuero, utilero de Everton, entre otros.

-Era un asunto al que venían de todas partes del mundo y de las más distintas disciplinas: de Egipto, de Estados Unidos, jugadores de béisbol, de fútbol americano… Cada uno manifestaba sus experiencias de vida ligadas a Cristo. Las vivencias. Y en este sentido, yo diría que la vivencia que contó “Chamullo” fue una de las más oídas. Él era un autodidacta. Fue marino raso. Cayó en el alcoholismo. Se levantó después de pasar por un centro de rehabilitación. Y siempre estuvo con nosotros, en Everton. Cuando él salía al estrado para manifestarse respecto de su relación con Cristo a través del deporte el salón guardaba un silencio profundo para escucharlo.

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El grupo proveniente de Argentina venía encabezado por un hombre muy especial: Julio Grondona, quien en ese entonces era presidente de Independiente. “Se puede decir que fue ahí donde iniciamos una gran amistad. Él, siendo muy católico, consideraba que eso no era catolicismo pleno, pero para nosotros este asunto era muy especial. La organización tenía vínculos con las más altas esferas del gobierno norteamericano. Todos los años tenían agendado un desayuno con el Presidente de los Estados Unidos. Cuando fuimos a visitar el Congreso norteamericano estuvimos conversando largamente con el mandatario de entonces, Jimmy Carter”, recuerda Asfura.

La jornada comenzaba a las ocho y a las seis de la tarde ya estaban desocupados. Entonces comenzaba otra agenda para los chilenos que, diligentes, partían a un momentode esparcimiento. -A las ocho de la noche partíamos al Play Boy con Véliz y Caszely. Un night club donde íbamos a mirar muchachas. Fueron días de contrastes, entre la experiencia espiritual del Congreso de Deportistas Cristianos y esa realidad más mundana del night club. También viajamos a Nueva York y me acuerdo que, caminando por Broadway, había mucha nieve y me fui de espaldas. Hasta el día de hoy Caszely, Véliz y Acuña recuerdan que a pesar de lo estrepitoso de la caída nunca se me cayó el puro.


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DESDE ARICA A MAGALLANES

La afición de Asfura por los puros comenzó en España, en los días en que él intentaba con-cretar algunas transferencias de los jugadores del Everton campeón a Europa. Un amigo de Torcal, el empresario, le ofreció un habano y brandy, y de ahí en más Asfura se hizo militante. En esos días tomó contacto con Fernando Carvallo, que jugaba en el Cádiz, y también con Caszely quien, a la fecha, era jugador del Levante. No imaginaba en ese momento que, un par de años después, volvería a España para negociar la repatriación del propio Caszely a Colo Colo, el club que en 1979 contrató los servicios del ex gerente de Everton.

Cuando Asfura viajó a Dallas era un hombre libre, no tenía club. En realidad, no quería saber nada con los clubes. Por eso cuando el propio Carlos Caszely le comenta, en uno de esos tantos paseos por las calles de Dallas, que Pedro Morales acaba de ser contratado por Colo Colo y le insinúa la posibilidad de que él llegue a la tienda alba, Asfura no le da mayor importancia, se desentiende. En alguna medida, estaba bien como estaba.

-En ese tiempo, en Colo Colo estaban Gustavo Palacios y Luis Alberto Simián. Cuando Palacios se va, queda Simián como presidente del club. Una vez que regresé de Dallas, Morales comienza a decirme, de manera insistente, en el más puro estilo de Riera, que Colo Colo necesitaba una persona como yo para hacerse cargo de la gerencia de la institución. Pedro logró hacer finalmente el enlace y comenzamos a conversar con Simián, a quien yo no conocía demasiado bien, pero entendía que era parte de ese grupo que había llegado al fútbol en los últimos años y que traían la idea del “fútbol empresa”. Yo había negociado con ellos estando en Everton para cuando se llevaron a Mario Galindo. Pero más allá de eso poco sabía de él.

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Las conversaciones llegan a puerto rápidamente para sorpresa de Asfura, quien consigue, a su favor, un contrato leonino. “Me acuerdo que cuando llegué me decían: ‘Pucha, usted va a cambiar todo esto’. Había inquietud, sobre todo en un grupo que conformaba el directorio, en el que había dirigentes como Harry Flores, y que le hacía la guerra a Simián y trataba de tener participación en el manejo del club. A la primera reunión les dije: “¡Mientras yo esté aquí, ustedes no tienen pito que tocar!”. Los puse en orden desde el primer minuto. Harry Flores hasta el día de hoy se acuerda y me dice que mi postura fue durísima. Así comenzamos a trabajar con Pedro Morales, ya se había conseguido el concurso de Caszely. Conformamos también una comisión de fútbol integrada por Pepe García, Hugo Lepe y Naím Rostión. Pero de todos modos necesitábamos reforzar al plantel y las arcas no estaban demasiado llenas. Decidimos apostar todo a un jugador. Morales me dio las características. Podía ser argentino, uruguayo, de donde fuera. Partí a buscarlo. Me fui a Buenos Aires.

-¿Te llamó alguien la atención?-No, no. Porque los que andaban en gran nivel eran demasiado caros. Necesitábamos un jugador a préstamo y a lo sumo podíamos pagar diez mil dólares. Era todo de lo que yo disponía para un préstamo. Lógicamente no había ningún jugador argentino de nivel por esa cantidad. Me fui a Uruguay y luego partí a Porto Alegre, porque habíamos tenido en la Copa de Viña del Mar al Internacional y me había hecho gran amigo de Marcelo Feijó, que era el presidente del club. Estábamos en una churrasquería y entonces le dije: “Mira, Marcelo, tienes que ayudarme. Me acabo de hacer cargo virtualmente de Colo Colo como gerente general, con amplios poderes, de técnico está Pedro Morales, que es como mi hermano. Tienes que ayudarme”. Él mandó a llamar al entrenador para ver cómo podía ayudarme. Le planteé que no tenía dinero y que quería un jugador de determinadas características. No tenía muchas expectativas, pero el entrenador me dijo: “Tengo al jugador que está buscando. Hace tiempo que no juega pero estoy seguro de que es su hombre”.


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EL CAPÍTULO VASCONCELOS

Tenía 25 años y en sus pies había talento de sobra pero era tan díscolo que no había forma de hacerlo entrar en razones. El técnico fue muy honesto con Asfura. Le dijo que era un noctámbulo, que salía de noche, que le gustaba tocar la guitarra.

-Yo recordaba haberlo visto jugar en un partido de la Copa Viña. Pero había pasado tiempo y no sabía qué nivel tenía. Por muchas facilidades que me dieran no podía llegar con un jugador que no iba a ser un aporte. Le pregunté al técnico si era posible verlo jugar en un partido. Me dijeron que no era fácil. Pero Marcelo, en honor a nuestra amistad, me dijo que por mí haría cualquier cosa, y resolvió, esa misma noche en la churrasquería, organizar para dentro de dos días un partido amistoso. Sólo para que viera en acción a ese muchacho que se llamaba Severino Vasconcelos.

-¿Sólo hicieron un partido amistoso para que pudieras ver a Vasconcelos?-Sí, claro. Yo les pedí que no le dijeran nada. Después de lo que me habían dicho debía mov-erme con cautela. La cosa es que llegó el día del partido, Vasconcelos jugó, dio un par de pases buenos, y aunque no fue una actuación descollante, aposté a mi intuición del mismo modo que había hecho con Ceballos. Volví a hablar con Marcelo quien me dijo que podía cederlo a préstamo, pero que no me lo podía regalar. Así es que puse sobre la mesa lo único que tenía: 10 mil dólares a pagar en tres o cuatro cuotas con una opción de compra. Me dijo que lo conversara con el jugador. Me acerqué a él, me presenté, le dije quién era, el gerente general de Colo Colo, le expliqué a qué había ido, pero cuando me respondió no le entendí ni un carajo. Bueno, hasta el día de hoy no se le entiende mucho cuando habla español, y eso

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que lleva ya casi treinta años. Entonces, alguien me sugirió que era preferible hablar con su mujer. Él se había casado con una brasileña, tenía dos hijos, pero se había separado y ahora vivía con una italiana, rubia, muy bonita. Me explicaron que era a ella a la que tenía que convencer. Su nombre era Tania Zonagglio.-O sea que con Vasconcelos no sacaste nada en limpio…-Nada. Entonces le hablé a la chica y le dije que Colo Colo era el equipo más popular de Chile, que iba a ser un ídolo allá, que tenían que arriesgarse. Además, le decía que para ella, inclusive, iba a ser un gran giro. “Te va a cambiar la vida y vas a tener el control, porque allá se va a calmar… He sabido que de repente sale mucho”, le dije. Fui tan franco con ella, que hasta me dijo “me gusta usted como es, yo lo voy a convencer”. Cuento corto: lo convenció. Y entonces le digo “prepárate, que nos vamos mañana”. Y él dice que no, que no. Le tuve que dar un plazo máximo de dos días. Tuve que buscar la complicidad de su mujer. “Tenemos que llevarlo ahora, si no, no va a ir”, le expliqué. “Estoy de acuerdo con usted”, me dijo. Y a los dos días, lo agarramos y nos vinimos con él.

-¿Nos vinimos?-Claro. Yo y la italiana lo trajimos a Chile. Se lo presenté a Pedro Morales y a él no le sonaba mucho, pero confió en mí.

-¿Y le dijiste lo de los problemas con la noche de Vasconcelos?-Me guardé ese detalle. Comenzó a entrenar y a los días Pedro me llama y me dice: “Pucha, Alfredo, el jugador flojo que me trajiste. No sé si no quiere entrenar, pero es de una lentitud increíble”. Sólo le pedí que tuviera un poco de paciencia. El primer partido estaba programado con Santiago Wanderers, en el estadio Monumental. Y más encima, Vasconcelos se enferma. Estuvo una semana en cama. Y ahí Pedro me dice: “flojo y enfermo”. Tuve que recordarle el caso Ceballos, que confiara. Le dije que Vasconcelos era de la misma madera. Llegó el partido con Wanderers y Vasconcelos alcanzó a recuperarse. Siempre he sido tranquilo para estas cosas, pero ese día a mí no me cabía ni un alfiler. Todos los ojos estaban puestos en él. Muchos lo habían seguido en los entrenamientos y Severino, prácticamente, no había hecho nada. Incluso jugó un amistoso y tuvo una actuación horrible. Bueno, debutó y ese día las hizo todas. Ganamos 7-2 a Wanderers, y no sé cuántos goles marcaron a medias con Caszely. Fue la antesala de lo que vendría porque Colo Colo, después de varios años, volvió a ser campeón.


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AL ESTILO DEL FAR WEST

Los problemas económicos de Colo Colo no eran menores. Y para Asfura representaban un problema doble, porque no sólo él debía manejarse en función de las exigencias económicas del club sino que también las propias condiciones contractuales se sostenían en un equilibrio precario. El club le había extendido una letra por 15 mil dólares en caso de que el club saliera campeón, pero cumplido el objetivo las arcas de Colo Colo no eran lo suficientemente boyantes como para responder a ese compromiso. Afortunadamente para Asfura, o quizá lamentablemente, en esos días la ACF se manejaba de manera paternal con los clubes afiliados y era capaz, llegado el caso, de echarse la mano al bolsillo para ayudar a las instituciones en aprietos. Su suerte, en alguna medida, pasaba por la voluntad de la ACF de hacerse cargo de ese incumplimiento.

Lo tuvo más claro el día en que Patricio Vildósola, dirigente del club, le pide que lo acompañe al restaurante El Parrón. “¿A qué?”, pregunta Asfura. “Me pidieron que te llevara”, dice él. Vildósola actuaba ese día como emisario de Abel Alonso, quien, en su condición de presidente de la ACF, quería ver a Asfura. Era una invitación extraña, porque Asfura mantenía una relación más bien distante con Alonso. Pero atendiendo a la amistad que lo unía a Vildósola, accedió.

Había un ambiente festivo en El Parrón. Una mesa bien servida y bien regada. Estaba todo el grupo de Alonso, entre ellos: Aurelio González, José García, Juan Facuse y el delegado de Rangers. Asfura se sentía un bicho raro en medio de esa celebración, pero no se amilanó.

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-Te confieso que en ese tiempo tenía tanta seguridad de mí mismo que incluso me motivaba el hecho de sentirme en situaciones de esa naturaleza. Enfrente mío estaba Facuse y José García, y cerca de ellos estaba Aurelio González quien comenzó a decir que gracias a las gestiones de la ACF, Colo Colo consiguió lo que había conseguido. Y que algunos iban a sacar un buen partido con esto del título, en una abierta ironía a mi situación, ya que era la ACF la que debía cubrir los pagos de Colo Colo. El asunto es que tomamos bastante y en un momento, Aurelio González me dice: “Asfura, tienes que portarte bien con nosotros, porque te podemos pagar la letra”. No le dí bola. Pero cuando Abel Alonso siguió en la misma onda repitiéndome eso de que “tienes que portarte bien con nosotros, porque por nosotros vas a cobrar”, no aguanté más. Me paré y le dije: “¿¡Hasta cuando me jodes la vida?! Métete tu plata por…”. Entonces Alonso se levantó y me dijo: “¡Esta no te la acepto!”. Y nos agarramos, nos fuimos a las manos, con tan mala suerte de que estaban las sillas, y nos tropezamos y en medio del despelote también se cayó el delegado de Rangers. Al final, entre todos nos separaron, al más puro estilo del Far West, un grupo sujetándome a mi por un lado, y otro agarrando a Alonso. Me acuerdo que Juan Facuse me pedía que me calmara y que me fuera y yo le decía, porfiado: ‘Pero, ¿por qué me voy a ir? ¿Esto es de Alonso? ¿Es tuyo? Esto es público, yo no me voy a ir’”.

La noche termina con un nuevo amago de trifulca que no pasa a mayores. Asfura vuelve a casa pero el tema sigue dándole vueltas en su cabeza. Al día siguiente llama a Francisco Fluxá y le dice: “Pancho, lo de anoche realmente fue una cuestión de locura, inclusive le saqué la madre a Abel, lo traté muy mal”. Fluxá piensa lo mismo. Cuando corta el auricular, Asfura ya tiene claro lo que debe hacer. Sube a su auto, llega a la casa de Abel Alonso, entra y le dice: “Pucha, Abel, ayer realmente estuve muy mal”.


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EL PASO A UNION ESPAÑOLA

Colo Colo celebra el título de la mano de Caszely y Vasconcelos. El pueblo albo está feliz. La dirigencia también y, en esa vena, es que el presidente del club popular, Balbi, conversa con Asfura para prolongar su contrato. Entonces sucede un episodio extraño, inexplicable, se diría. Se encuentran ambos un lunes y pactan una reunión para dos días después con la intención de conversar el tema. Asfura llega puntual al lugar de los hechos pero pasan los minutos y luego las horas y Balbi no aparece. Las negociaciones se diluyen sin explicaciones de por medio. Tiempo después Asfura conocerá los motivos reales de esa dilación.

-Lo que ocurrió fue que Balbi recurrió a la ACF para solicitarle un préstamo y Alonso condicionó ese préstamo a una “exigencia”: el préstamo era posible siempre y cuando a mí no me renovaran el contrato. Por esa “exigencia”, Balbi no llegó a la cita y no tuvo la valentía de enfrentarme. Se lo he planteado después a Alonso, y aunque él lo niega, sé que fue así. Pedro Morales renovó en Colo Colo y yo quedé fuera. Entonces, un día se me acerca los dueños de la ferretería Ríos, que eran dirigentes de Unión Española, cuya presidencia general estaba en manos de Félix Gil, y me dice: “Mira, nosotros somos los que estamos poniendo la plata aquí en Unión, pero no tenemos tiempo, necesitamos que alguien se haga cargo del club como si fuéramos nosotros, pero tiene que ser ya”. Y así terminé haciéndome cargo de Unión.

-¿De toda Unión?-No, sólo del equipo de fútbol. Orlando Aravena era el entrenador. Te estoy hablando del año ’80, cuando en el plantel había jugadores como Horacio Simaldone. ¿Te acuerdas de él?

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Un argentino, bajito, de buena pinta, que se casó con una vedette que estaba muy de moda en ese entonces. El tema es que cuando los jugadores supieron que iba yo, se alegraron mucho porque sabían cómo yo trabajaba, tenía una reputación detrás de mí. Fue un año muy tranquilo, en donde el club pagó religiosamente y el plantel tuvo todas las facilidades para trabajar, que era, en el fondo, la labor que yo tenía que hacer. -¿Cómo fue la relación con Orlando Aravena?-No fue una relación como la que tuve con Morales, Riera o el mismo Álamos. Aravena era un hombre muy allegado a su grupo. Teníamos una relación netamente profesional. O sea, en el estadio, en los partidos. Siempre hubo mucho respeto. En todo caso, él era un personaje bastante atípico. Recuerdo sus charlas técnicas antes de los partidos. Tiraba una frazada al piso y encima disponía tapas de botella que semejaban la posición de los jugadores. Así daba las instrucciones. Ahora tienen pizarras y fichas con imanes. Pero él se las arreglaba con su frazada y las tapas de botella. Casi lo hacía por cábala. Era muy cabalero. Pedro Morales también lo era. Fuera invierno o verano, nunca se sacaba un sweater verde que tenía.

En febrero del ’80 hay una invitación especial para Alfredo Asfura. A través de Eddie Waxer, coordinador de la agrupación de deportistas cristianos, el Presidente del gobierno de los Estados Unidos, Jimmy Carter, lo invita junto a otras personalidades del mundo deportivo venidos de diferentes rincones a un desayuno en Washington. Asfura estrecha la mano de Jimmy Carter y luego comparte con algunos senadores, especialmente con Noel Lemon, con quien mantuvo una amistad por correo hasta hace pocos años. Aparte de eso, no es un año en que pasen demasiadas cosas en la vida de Alfredo Asfura. Hay sí episodios anecdóticos como el matrimonio de Severino Vasconcelos. El morocho que tenía 25 años no se casa con la italiana con la que llegó a Chile, Tania Zonagglio, sino con Angélica García, hija del dirigente albo José García. Asfura tiene un papel importante en esa boda: es el padrino. Es un período en el que cimienta sus relaciones internacionales. “Muchas veces me llamaban de fuera, los dirigentes, los técnicos, en caso de que necesitaran de algún contacto o referencia. Siempre ayudé a medio mundo. A veces venían de Uruguay, de Perú, de Paraguay. Siempre me tenían en consideración. Si había algún evento fuera de Chile me invitaban. Seguía siendo amigo de Leoz, quien en ese entonces había alcanzado la


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vicepresidencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Y cuando tenía la oportunidad de viajar a Paraguay nos juntábamos a conversar en la terraza del hotel Guaraní. Y él me decía: “Cuando yo llegue a ser presidente, tú vas a ser un hombre importante dentro de mi gestión”. Conversamos mucho entonces, también ahora. Y hasta el día de hoy le hago esta reflexión: “cuando tú dejes de ser presidente te vas a dar cuenta de los verdaderos amigos”. Pero él lo sabe. Sabe que hay muchos que están con él por intereses particulares y que los amigos de verdad son pocos.

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UN ENCUENTRO DECISIVO

Fuera del ámbito del fútbol, Alfredo Asfura vivía la vida con intensidad. En esos años tuvo varias novias y era un frecuente habitante de la noche santiaguina. Sin embargo, a pesar de su vocación por las madrugadas y los locales nocturnos, hay un encuentro que le cambiará su estilo de vida.

Fue en el matrimonio de la hija de Juan Saieh. Ana María Saieh, que tenía una relación de parentesco con Alfredo Asfura, y con quien alguna vez habían sido novios, se casaba. Él reconoce que fue un poco a regañadientes: “Sí, no lo niego, fui porque el hermano era un muy buen amigo mío, Ricardo Saieh, que es primo hermano de Álvaro Saieh, a quien yo tuve en mis rodillas cuando íbamos con mi padre a vender mercaderías a su casa en la década del ’50. El asunto es que en esos días yo tenía dos o tres novias. Bueno, se realizó la ceremonia por la iglesia y cuando entramos al cóctel yo veo a una muchacha que va del brazo de un joven, que era ingeniero, Rodolfo Guiadach. Él se acerca donde estábamos nosotros y me presenta a su acompañante, “mi novia”, me dice. Me deslumbró de inmediato. Tanto que yo me acerqué donde una de mis sobrinas para preguntarle quién era esa muchacha. Y mi sobrina me dice: “Ya, Pelao, tú siempre nos dejas muy mal, te he presentado no sé cuántas amigas y las has dejado botadas”. Se negó a decirme quién era ella”.

-¿Pero cómo era eso que las dejabas mal? ¿Estabas un rato nomás y después las dejabas?-Claro, me presentaron a varias, inclusive de la colonia y de la familia, paisanas. Siempre mi madre decía que no debía enredarme sentimentalmente con familiares. Me decía, Farid, porque Alfredo en árabe es Farid, no lo hagas con gente conocida. Claro, yo duraba una


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semana y desaparecía, así lo hice con muchas. Entonces mi sobrina, que ya estaba grandecita, me decía eso, que ya no me presentaban a nadie más porque las dejaba muy mal, quedaban mal con las muchachas que me presentaban. ¡Qué le iba a hacer! Así es que después de eso, salí de la iglesia, con las llaves de mi Dodge en la mano… Pero mira lo que son las cosas. O el destino, porque yo creo en el destino. Estaba casi subiéndome al auto cuando se me acerca Ricardo Saieh y me dice “¿Dónde vas, Alfredo?”. Si aparece un minuto después nada de lo que ocurrió luego en mi vida habría sucedido. Me dice que un grupo reducido partía a la casa familiar y que quería que también fuera. Accedí y lo primero que veo cuando entro a la casa es al ingeniero de la mano de la muchacha que me había deslumbrado. En ese tiempo era bien conversador así es que nos dijimos un par de cosas cuando en eso escucho que alguien me llama. Claro, había comenzado a sonar una danza árabe y yo tenía fama de ser buen bailarín. Mi madre me había enseñado. No se me ocurrió mejor cosa que sacarla a bailar a ella. Pero ella no sabía bailar. Yo insistí. Y nada. Bailé, un poco para ella. Y cuando terminó la música, me di cuenta de que el novio no estaba más. Se había enojado, se había ido al auto y le había dicho a ella que la esperaba allá. Se fue a los pocos minutos.

-¿Y qué hiciste?-Bueno, hablé con el hermano de Ricardo para que me diera una pista de ella, dónde trabajaba por lo menos. Me dijo que trabaja en Sofretu, que era la empresa que estaba construyendo el Metro de Santiago. Incluso me dio algunas referencias de dónde quedaba la oficina. Entonces, un día le digo a Abel Troncoso, que las oficiaba de secretario mío: “Abel, quiero que vayas y le lleves esta caja de chocolates a tal persona”. No sabía el apellido de ella. Apenas su nombre. “Y si te pregunta de quién es, tú dile que no le puedes decir”. Justamente ella le pregunta, claro, y él se hace el de las chacras, que no sabe, que no tiene idea, le dice. Pasó una semana y le mandé unas orquídeas, pero ya con una tarjeta, en la que le decía algunas cosas sin identificarme. Esa fue mi estrategia durante unos dos o tres meses.

-Jugando al enamorado misterioso…-Claro.

-¿Y en el intertanto tú no la veías?-No la veía. Y ella le seguía insistiendo a Abel para saber quién enviaba esos regalos. Llegó un momento, entre tanto regalo, que ella y Abel se hicieron amigos. Entonces, le rogaba:”Pero

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Abelito, dígame, deme una señal”. Un día Abel le dio una pista. Le dijo: “Es un hombre que está muy vinculado al fútbol, muy conocido…”. Y ella le dijo, “¡ah, ya sé de quién se trata. Dígale que no me mande más cosas”. Abel me contó que ella ya sabía quién era yo, así es que decidí llamarla por teléfono.

-¿Y ella seguía de novia con el otro?-Claro, entonces me dice que no la llame más, que no le mande cosas, que ella está de novia y no se qué más. Yo le digo “pero qué, si somos amigos”. Entonces, le planteo que nos veamos y ella me dice que no. Yo sabía que a ella le gustaba mucho el ballet, y había justamente una función en el Municipal. En ese tiempo era capaz de conseguir entradas con una facilidad increíble, como todo el mundo me conocía. Me acuerdo que las entradas para ese ballet, que era El Lago de los Cisnes estaban agotadas, pero a pesar de eso me conseguí dos boletos.

-¿Y a ti te gustaba el ballet?-No. Entonces, me quedé con una entrada y le mandé con Abel la otra entrada. Y pensé “ésta es mi oportunidad, a ver si aparece”. Llegué yo primero. Me senté en mi butaca. Pasó el primer acto y ella no aparecía. Poco antes de que comenzara el segundo, irrumpió. Ese día comenzó una relación que tuvo sus altos y bajos. Me acuerdo que la invité al hotel Carrera, que arriba tenía un bar.

-¿Pero no inmediatamente después del ballet o sí?-Ese mismo día. Y aceptó. Y después ella me cuenta que había peleado con el muchacho este. Y yo iba a su casa. Tenía un hermano que era de Unión y le regalé un banderín del club… Hice buenas migas con ellos. Llegué a tener cuatro cuñados en el Ejército. Ella vivía con sus hermanos y con su madre. Como te decía, comenzó una relación con sus altos y sus bajos, pero ella, y me lo confiesa hasta el día de hoy, se había enamorado perdidamente, al punto que en una ocasión fue ella quien me pidió que nos casáramos y yo le dije que no.

-¿Cómo?-Sí, le dije que no y al poco tiempo me desaparecí, al mejor estilo de Alfredo Asfura.

-¿Y desapareciste sin dar ninguna explicación?-Así nomás, sin dar explicaciones. Y volví a mi vida, al fútbol, a la noche, a los amigos y a las amigas, al Bim- Bam- Bum, al Capri, a la vida licenciosa.


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EL NERÓN DE LA UC

La idea que Alfredo Asfura quiso implementar desde su llegada al fútbol a principios de los ’60, recién cobrará formas nítidas cuando comience a trabajar en esa Universidad Católica modelo ’81. Fundamentalmente, porque hasta entonces el poder del gerente técnico, la figura que él se encargó de instalar en nuestro país, siempre estuvo llena de cortapisas y condiciones. Una vez que volvió a la tienda cruzada, la realidad cambió.

Los universitarios estaban en una situación crítica y hacía rato que habían dejado de ser protagonistas del torneo. El club dirigido por Alfonso Swett tenía la firme convicción de conseguir el título ese año y para ese objetivo habían realizado una cirugía mayor. Y dentro de esa intervención el nombre de Alfredo Asfura era una pieza clave.

El diario de turno informaba: “La primera reunión del año que tuvieron los dirigentes de Católica, les sirvió para analizar la situación durante el ’81 y confirmar el deseo de ser campeón este año. Para el logro de esta ambiciosa meta, fuera de contar con técnicos y jugadores de lujo, el club debe tener la asesoría de un gerente técnico. Para ello se ha pensado en Alfredo Asfura, quien cumplió funciones en Unión Española, el año pasado. En las próximas horas debe estar firmado el contrato, que ligue a la institución, según palabras de su máximo dirigente”.

-Esa era la expectativa que había en enero de ese año. Imagínate. En ese contexto, ocurre que Swett me contacta y convenimos una reunión en mi departamento de Vespucio Sur.

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-El famoso departamento…-Sí, un departamento con mucha historia diurna y nocturna. Conversamos largamente y yo puse todas las condiciones habidas y por haber para asumir esa responsabilidad que se me estaba entregando. Los dirigentes planteaban que ellos se iban a preocupar de toda la parte económica, pero todo lo que fuera la parte netamente futbolística, contrataciones de jugadores, el entrenador y el equipo técnico, la forma en que se iba a manejar ese aspecto, iba a ser materia del gerente técnico. Era un modelo que ya se utilizaba en Europa y que en ese momento la UC adoptaba a sugerencia mía.

-Por todo lo que había sido tu trabajo en el club en los ’60 y esa condición de hincha confeso por el equipo de Livingstone y Moreno, ¿sentías a esas alturas una cercanía emocional con la UC?-Ciertamente había una cercanía. Pero además del aspecto emocional, tomar esta responsabilidad era un reto muy atractivo en lo profesional. Así es que hice un contrato virtualmente leonino para la época, en el cual no se podía contratar ni transferir ni echar a ningún jugador, a ningún técnico o funcionario de la Universidad Católica sin mi consentimiento. No fue fácil establecer un contrato en esa línea, pero finalmente, hubo un convencimiento de que debía ser así. Apostaban a que yo pudiera producir y estructurar esa cara distinta que Católica necesitaba para poder ganar todo aquello que no habían podido conseguir en los últimos años.

-¿Desde cuándo que no ganaban nada?-Muchos años. El ‘66 habían sido campeones, en lo que fue mi primer título. Esa había sido la última vez que habían levantado un trofeo. La directiva y los hinchas sentían que había pasado demasiado tiempo. Con ese pensamiento partimos trabajando. Mira, acá hay un recorte de prensa donde dice: “Asfura, el Nerón de la UC”.

-Por el contrato leonino, ¿no?-Claro. Yo quería llevar a Pedro Morales. Ese era mi técnico y por eso luché. Finalmente lo conseguí. El cuerpo técnico quedó integrado por Morales, Alberto Fouilloux e Ignacio Prieto.


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LA GRÚA CRUZADA

La dirigencia universitaria estaba dispuesta a todo y Asfura lo sabía. La exigencia apuntaba hacia el título y en ese afán había que apostar a los mejores refuerzos posibles. Entre ellos dos nombres comenzaron a sonar muy fuerte en los corrillos periodísticos: Alberto Quintano y Manuel Rojas.

Quintano había crecido en la ‘U’, había sido un pilar de la selección nacional junto a Elías Figueroa, había emigrado a México y había regresado a la tienda estudiantil. Imaginarlo con otra camiseta en el fútbol chileno que no fuera la de la U era difícil. Pensar que pasara a vestir la enseña con la banda azul en el pecho era descabellado. Pero…

Asfura es advertido de la molestia de Quintano por las condiciones contractuales en la ‘U’. Se acerca a él y lo convence de que inicie conversaciones. Cuando éstas se hacen públicas, la polvareda no demora en levantarse. Se acusa a los cruzados de actuar contra la ética futbolística. Asfura se defiende a través de los diarios de la época diciendo: “En conversación de amigos conocí las inquietudes de Quintano. Quienes me acusan no pueden lanzar la primera piedra. Hay curiosas maneras para juzgar la ética futbolística”.

Pero Quintano no era el único nombre por el que los universitarios apostaban. El otro era el de uno de los volantes más talentosos de entonces y, quizá, de la historia del fútbol chileno: Manuel Rojas.

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El caso Rojas provocó divisiones al interior del club, porque si bien había consenso en que él era el “10” que necesitaba Católica los montos que se barajaron rompieron cualquier estadística en tal sentido.

-Yo estuve en desacuerdo de invertir una cantidad tan grande en un solo jugador. Por Rojas se pagaron 400 mil dólares de la época. Era un precio altísimo. Con ese dinero se podía comprar varios jugadores. De hecho, Carlos Abumohor, en ese entonces presidente de Palestino y tío de Ricardo, me preguntó en la víspera de que se sellara el traspaso de Rojas: “Pariente, ¿estoy haciendo un buen negocio?”, me preguntó. “No sólo estás haciendo un buen negocio. Tienes que venderlo en papel celofán. Es un excelente jugador, pero estás haciendo un excelente negocio”, le dije.

Rojas fichó por los cruzados y también Quintano, quien de Mariscal se convirtió en Cardenal. A eso se sumaron otros nombres como Miguel Ángel Neira, René Valenzuela, y los brasileños Toninho y Edú.

-¿Rojas respondió al valor de su pase? ¿Rindió a la altura de esos 400 mil dólares?-Realmente no tuvo el rendimiento que se esperaba. Ni él ni Quintano ni Neira. Todos estuvieron por debajo de las expectativas. Es más, ya a mitad de campeonato habíamos perdido a Toninho, quien había sido seleccionado brasileño. Pero él llegó a Chile con un desgarro del que nunca nos habló. Nunca tuvo demasiadas ganas de venir a jugar acá y no anduvo. Menos Edú.


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TERREMOTO GRADO CINCO

La campaña de Católica ya a mitad del torneo, sin ser mala, no era todo lo espectacular que la inversión hecha pudo presagiar. Marchaban cuartos y el cuerpo técnico y los jugadores se habían comprometido a enmendar la plana y despertar en la segunda mitad del campeonato. Sin embargo, una derrota inapelable en Iquique genera la crisis cuya mejor imagen es la masiva destrucción de los carné de socios por parte de los hinchas.

La tensión es evidente y Swett anuncia cambios que, como una película de Hitchcock, quedan en compás de espera luego de una afección cardiaca que afecta al timonel cruzado. Pocos días después y, prácticamente, de común acuerdo, Swett informa a la prensa el alejamiento del club de Pedro Morales y Alfredo Asfura. Ese mismo día, el plantel en pleno viaja a Malloco, donde Morales tenía un campo, para despedirse de ambos.

Lo insólito ocurre después, cuando la posibilidad de que el sucesor de Morales sea el entrenador de la selección nacional, Luis Santibáñez, quien aprovechando la clasificación para el Mundial y el receso en el que entraba la Roja de todos, podía tomar las riendas de Universidad Catolica. Sin embargo, antes de que las conversaciones comiencen El Mercurio titula que Santibáñez está más que confirmado y que la firma que lo liga al club se propició quince días antes, cuando Asfura y Morales todavía eran parte del club.

-Llamo yo a Raúl Pizarro, jefe de deportes de El Mercurio, y le pregunto “Raúl, ¿es verdad esto?”. Y él me dice que sí: “Hace más de 15 días que está firmado”. Colgué el teléfono indignado y aprovechando que estaba por ahí Raúl Torrealba le dije que me llevara a la casa

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de Swett. Se negó, pero me dio la dirección. Y partí con el diario bajo el brazo. Me recibió la señora, me hizo pasar y lo primero que hice fue enfrentar a Swett con el diario en la mano.

-¿Y él estaba en la cama?-Estaba en bata de levantar. Y se deshizo en explicaciones dándome a entender que él no había dispuesto esto, que la Universidad había intervenido. Llegué a la conclusión de que la llegada de Santibáñez había sido una operación mayor, en la que incluso había participado la Asociación que, claramente, prefería que durante el receso el sueldo del entrenador lo pagara un club y no ella. Además, en Católica estaba Gonzalo Beltrán que era muy amigo de Santibáñez y también de Alonso. Aparentemente, todo fue manejado por el vicerrector de la Universidad, eso al menos fue lo que me dijo Swett. Yo me sentí muy mal, no tanto por mí, sino por Pedro Morales. Yo sabía que él no iba a armar ningún escándalo. Por contrato, no podían echar a Morales si yo no estaba de acuerdo. Entonces, primero me echaron a mí, para luego echarlo a él. Efectivamente fue un terremoto grado cinco.


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En los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, integró la delegación oficial de FIFA.

Un ciudadano del mundo. Las credenciales de las diferentes competiciones lo avalan, como corresponsal de prensa, coordinador de la selección o miembro del comité organizador.

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Al Mundial de Japón-Corea, en 2002, también asistió como dirigente de FIFA.

Los ’70 lo vieron surgir como gerente del fútbol. Primero en Universidad Católica, luego en Unión Española.

En abril de 2000, durante la inauguración del Complejo Deportivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol, junto a su mujer, Alexandra, y a Joseph Blatter, actual presidente de la FIFA.


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El español Agustín Domínguez, oficial de seguridad de la FIFA, conversa con Asfura para evitar el retiro del equipo chileno del Maracaná, luego que Roberto Rojas simulara un corte en su frente.

Junto a Pelé en Hong Kong, en 1992, con ocasión de un Mundial de Futsal.

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En Chile, durante el Mundial Sub-20 1987, junto al presidente y al secretario general de FIFA de esa época, Joao Havelange y Joseph Blatter.

Con Ferenck Puskas en los días en que el húngaro era entrenador de Colo Colo.


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Foto de 1981, en la inauguración del cabaret 1100. Al lado su señora Alexandra y Diego Armando Maradona.

En Porto Alegre, junto a Elías Figueroa. El Internacional estuvo interesado en fichar a Asfura como gerente.

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Carlos y Emeli, los padres de Alfredo Asfura.

En Dichato,el balneario de los chillanejos. Una postal de 1946, junto a sus hermanas Mabel, Ivonne y Yola.


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En 1989 se realizó una Academia Mundial en Juan Pinto Durán. Ahí estuvieron como relatores Mariano Moreno (instructor técnico de FIFA), Antonio Losada (comisión médica FIFA), y Adolfo Reginatto (comisión arbitral FIFA).

Periodistas en el estadio Independencia, 1967: Eduardo Alonso, de La Segunda; Raúl Pizarro, de El Mercurio; Alfredo Leonel Parra, de La Nación; Víctor Ap, periodista radial. Con ellos, los futbolistas Pedro García y Andrés Prieto, junto a su hijo Antonio.

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La familia. Junto a Alexandra y su hija Alexia.


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La prensa dio cuenta de los cursos que dictó en Africa.

Su tarea siempre ha sido parecida a la de un embajador del fútbol chileno.

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Junto a Luis “Zorro” Alamos y parte de la selección que fue al mundial de Alemania Federal en 1974.

¿Qué había dentro el maletín? Asfura revela el secreto: “ilusiones para el fútbol chileno”.


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Gran despliegue del diario Marca, de España. Chile, camino a Alemania, jugó un par de amistosos en la Madre Patria. Nótese el detalle de la bata de Asfura. El dirigente se quedó en el hotel Mayorazgo arreglando partidos en Salamanca y Gijón.

En 1972, Asfura llevó a Unión Española de gira por Asia. No pasó inadvertido para la prensa local.

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Carlos Caszely entrevistó a Asfura. La nota apareció en 1997, en el desaparecido diario La Época.

Los pilares del Everton campeón de 1976: Pedro Morales, Antonio Martínez y Alfredo Asfura.

El acierto de la caricatura de El Mercurio. Asfura preocupado por la suerte de Chile en las eliminatorias 2006. Tenía razón.


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La familia, en 1993. Alexia recién tenía 3 años.

En el Círculo Español, en los 80, con Fernando Riera, Ignacio Prieto, Raúl Hernán Leppé, Julio Martínez, Adolfo Nef y Alberto Quintano.

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Una dupla invencible, con el director técnico Pedro Morales en el Colo Colo del 79.

Antonio Martínez, el presidente de Everton 76, quería a toda costa a “Pinino” Mas para el equipo. Pero Asfura final-mente trajo a José Luis Ceballos, pilar en la obtención del título oro y cielo.


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En Hong Kong, con el plantel de Unión Española. Entre ellos, el técnico Néstor Isella, y algunas de las figuras: Guillermo Yávar, Raúl Angulo, Remigio Avendaño y Jorge Toro.

En Juan Pinto Durán; Luis Santibáñez, Pedro Morales, Salvador Biondi y Gustavo Graef, entre otros.

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Alfredo Asfura siempre trabajando arduamente por el futbol chileno.

Al lado del gran periodista deportivo Renato González, Míster Huifa, en España.


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Junto a dos monstruos del periodismo deportivo nacional: Sergio Livingstone y Nicanor Molinare.

En Argentina, para la Copa América de 1987. Posan, además de Asfura, Josué Grande, de la Federación Peruana, Javier Quintana y Teófilo Salinas, ex presidente de la CSF.

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Junto a Alexandra en el segundo matrimonio de Severino Vasconcelos; esta vez con la hija de “Pepe” García.

En El Cairo Stadium, minutos antes del partido contra Egipto, preparatorio para el decisivo encuentro ante Brasil que pasó a la historia como el Maracanazo chileno en 1989. En la foto, junto a Guillermo Weinstein y Raúl Torrealba.


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La primera distinción recibida por Asfura de parte de la Universidad Católica. Fue en 1962 y la recibió de manos de Óscar Álvarez, fundador y presidente del club católico. Fernando Decarse, tesorero de la institución, lo secunda.

Celebración del plantel cruzado del 61. Aparecen el técnico Miguel Mocciola; los dirigentes José Martínez y Patricio Feres; y los jugadores Washington Villarroel, Orlando “Chocolito” Ramírez, Ignacio Prieto, “Tito” Fouilloux, Hugo Cevo y Teodoro Barrientos, entre otros.

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El día en que se inauguró el Instituto Nacional del Fútbol en 1996. En la foto, Nicolás Leoz, presidente de la CSF y René Reyes.

En 1999, Asfura dictó un curso de administración en Guinea Ecuatorial.


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Una cena futbolera. Pedro Fornazzari, Gustavo Graef, Francisco Fluxá, Leonardo Véliz y Axel Pickett.

Junto a Xabier Azkargorta, quien fuera seleccionador nacional en 1995.

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Con Julio Grondona, su esposa Nélida, y Alexandra, en la costanera de Buenos Aires.

Puros periodistas en la casa de Asfura en 1991. Entre otros, Víctor “Cañón” Alonso, Julio Salviat, Boris del Campo, Sergio Araya, Marco Antonio Cumsille, Jorge Salas, Leonel Acuña, Orlando Escárate y Pedro Soto, además de Abel Troncoso.


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La selección joven que participó en el Torneo de Revelaciones en Singapur. Entre otros, Ivo Basay, Jaime Pizarro, Patricio Toledo y Mario Lepe. Corría 1984 y el técnico era Isaac Carrasco.

La Selección Olímpica de Los Angeles 1984. Entre otros: Jaime Baeza, Jaime Vera, el “Fantasma” Figueroa, el “Torpedo” Núñez, Juvenal Olmos, Eduardo Fournier. El staff técnico lo integraban Isaac Carrasco, Luis Venegas y Pedro Morales, jefe de la Unidad Técnica Nacional.

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Munich, 2006. Junto a Alberto Parreira y Carlos Salvador Bilardo, dos técnicos campeones del mundo.

La mítica gira por Asia de Unión Española, en 1972. Una pléyade de dirigentes: Martínez, Cueto, Arroyo, Gracia, Izurieta y León.


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ENVIADO ESPECIAL

El destino le abriría a Asfura una puerta impensada. Lejos de lo que había sido su función en los clubes y siendo, prácticamente, un lujo de cesante, el periodista Vicente Pérez, que trabajaba en ese entonces en el actual Chilevisión, le hace una oferta más que atractiva: ser comentarista del noticiero central.

Una prueba de cámara dejó habilitado al nuevo comentarista para tener sus cinco minutos, día por medio, en el noticiero que conducía Patricio Bañados y que tenía entre sus rostros a Yolanda Montecinos, Viviana Nunes, Darío Rojas y a un bisoño Eduardo Riveros.

-¿Y de qué hablabas?-Mi intervención apuntaba a reflejar cómo era un camerino antes de un partido, cómo son las decisiones técnicas, cuáles eran los esquemas para entrar a la cancha, cómo reaccionaban los jugadores. A veces hablaba de los árbitros y su vocación o de lo que significaba ser dirigente.

-¿Todo esto dentro del noticiero?-Sí. Esos eran los temas, pero conforme se fue acercando el Mundial de España y Chile jugó amistosos, mis comentarios se transformaron en denuncias.

-¿Qué cosas denunciabas?-Por ejemplo, la selección anunciaba un amistoso con un equipo de primera división del fútbol belga. Pero nos confundían, porque era un club de Tercera División. Un equipo que no valía nada. Otro ejemplo, los entrenamientos eran un verdadero chiste…

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-¿Tú ibas a los entrenamientos?-No, me los contaban. Yo era muy amigo de los jugadores, de Gamboa, de Caszely, del Pollo Véliz, de Carlitos Rivas. Pero fundamentalmente del Loco Gamboa. Ellos me contaban lo que sucedía. -¿Y ellos también tenían una opinión parecida a la tuya sobre lo que pasaba dentro de la selección? -No, lo que pasa es que yo hincaba el diente en ese aspecto, en la forma en que la selección trabajaba, en su preparación para España. Inclusive, en un momento dado me contaban cosas como que había dirigentes que durante los amistosos iban al camarín rival para que bajaran la presión o de otro modo no les iban a pagar. Eran dichos no del todo comprobados, pero que fueron perfilándome como comentarista, al punto que el canal resolvió, llegado el Mundial, mandarme a España acreditado como enviado especial.


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A ESPAÑA LOS BOLETOS

A España se viajó con un sector de la prensa y de la afición apostando en grande. Había motivos. En la última Copa América Chile había sido subcampeón luego de empatar sin goles tras el tercer partido definitorio ante Paraguay. Y en las eliminatorias que recién terminaban, la Roja había ganado su grupo sin conocer derrotas. Para muchos, el equipo de Santibáñez tenía a los mejores jugadores de Sudamérica del momento. Pronto se sabría que aquello no era más que una ilusión.

-La efervescencia que había llevó a no ver algunas cosas. El plantel que viajó a España no era el mejor que Chile podía presentar en ese momento. Y no hubo ninguna instancia de reflexión en el sentido de advertir que ese grupo de jugadores había estado en condiciones de enfrentar una eliminatoria, pero no para asumir el Mundial. Entre el término de las clasificatorias y la Copa del Mundo hubo casi un año y, en verdad, hubo jugadores que llegaron muy gastados a disputar el torneo. Había algunos que, virtualmente, sumaban tres mundiales a cuestas. Figueroa, por ejemplo, había jugado el ’66, había estado en Alemania ’74 y ahora llegaba a España. Creo que ahí faltó audacia para realizar un cambio. Es más, se quiso esconder esa realidad enfrentando a equipos de bajo rendimiento.

-¿Te refieres a equipos de Tercera División?-Sí, aunque no sé si la ACF desconocía esos temas. No sé si a ellos era a quienes les habían pasado gato por liebre. Acá en Chile se recibía a cualquier equipo. Muchas veces critiqué eso y se me respondía que Chile no tenía mercado, que a nadie le interesaba enfrentar a la selección. Falso. En diferentes épocas pude comprobar el interés que generaba el nombre de

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Chile y las giras que hice para los equipos chilenos demostraban lo contrario. Creo que era una estrategia para no desnudar las falencias del equipo nacional.

-La idea era mantener la imagen triunfalista a toda costa, ¿no?-Claro, por eso no movieron a nadie de la selección. Pensaban que esa era una fortaleza. Por la experiencia vivida. Por la unión del grupo. Pero internamente ya había diferencias. Incluso había poca comunicación entre el propio Santibáñez y su preparador físico, Gustavo Ortlieb. Por lo demás, en la víspera del Mundial, Santibáñez comenzó una etapa en la que se desubicó totalmente. Ni siquiera a Alonso escuchaba. Creía sabérselas todas. Llegó incluso a desestimar opiniones de entrenadores que sí habían estado en mundiales y que de seguro le pudieron haber aportado alguna experiencia. Santibáñez hizo de este asunto algo personal y no quiso entender que la selección era algo que nos pertenecía a todos los chilenos.

-¿En este época fue el tema de las críticas por las concentraciones excesivas de los jugadores?-Sí, eran largas y tediosas. En verdad, hubo varios errores que, a la postre, desembocaron en lo que fue la actuación de Chile en ese mundial. Por ejemplo, en mayo se efectuó el famoso viaje a Oviedo bajo el nombre de gira de relaciones públicas. También fue un fracaso, porque llegado el Mundial quedó claro que la simpatía del público en Oviedo estaba del lado de Argelia.


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IMPLACABLE, ANTES Y DESPUÉS DEL FRACASO

Asfura se puso del lado de los francotiradores en vez de subirse al carro de la victoria. Y aunque había muchos que le disparaban a él por esa actitud, fue de una sola línea. “En España me tocó compartir habitación con Raúl Pizarro y Carlos Araya, que eran partidarios del proceso de Santibáñez. A pesar de que éramos muy amigos, igual discutíamos. Yo todos los días mandaba mis despachos y manifestaba cosas como que los jugadores usaban el teléfono permanentemente. De repente, estaban tan aburridos que se dedicaban a llamar a Chile y gastaban 10 mil, 20 mil ó 30 mil dólares, que eran cargados a la selección”.

Los dardos de Asfura dolían, al punto que los camarógrafos del canal estaban impedidos de entrar el complejo donde entrenaba la selección: un colegio de monjas. “Ni siquiera a mí me permitían el paso. Lo intenté un par de veces, sin éxito. Mi intención era sincerar lo que ocurría, por eso fui considerado, injustamente, el enemigo número uno de la selección. El problema, lo tenía claro, no pasaba por los jugadores, sino por la conducción que llevaba un personaje que, claramente, no tenías las condiciones para hacerse cargo de ese buque.

-Ahora, a la luz de lo que tú cuentas, uno podría entender el fracaso de la selección en el mundial. -Claro, hubo muchas cosas que se hicieron mal. Y, después de todo, lo que había hecho Chile era una buena eliminatoria, pero luego debió hacer una renovación que nunca se hizo. Figueroa y Quintano llevaban demasiado tiempo en la selección como para seguir siendo el pilar de la defensa en la Copa del Mundo. Mira, aquí en el diario hay un comentario que resume lo que fue mi pensamiento de la participación chilena: “Lo que mostró el fútbol

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chileno en el reciente certamen Mundial en la Madre Patria no es el verdadero nivel de nuestro país como lo quiere hacer ver el entrenador Luis Santibáñez, sino tan solo el fracaso de una persona que egoístamente quiso justificar su mediocridad”.

-Duro.-Duro. Pero él se lo buscó. Una vez en España, Santibáñez sacó toda su prepotencia y grosería, y tuvo encontrones con periodistas no sólo de Chile. Y justificaba estos episodios con el argumento de que así le daba mayor personalidad a sus dirigidos. Ya en la competencia y estando distraído en su pequeña guerra, se produjo lo que fue la clave de todo el fracaso del ex entrenador: Argelia le ganó a Alemania. Con ello, Santibáñez debió cambiar su esquema de juego, debió ser ofensivo y eso generó disconformidad en algunos jugadores, que se habían preparado durante todo el proceso para jugar de una manera y, de la noche a la mañana, tuvieron que salir a definir su suerte con un esquema que desconocían.

-¿Me imagino cómo debió ser esa conferencia de prensa luego de la derrota con Argelia?-Trataron por todos los medios de que yo no entrara, pero no lo consiguieron. Y una vez dentro, quien hacía de maestro de ceremonia trató de no darme la palabra, pero al final no le quedó otra. Le pregunté a Santibáñez: “Qué le dice a los millones de chilenos que usted engañó, que usted estafó. ¿Cuál es su respuesta?”. El hombre se veía totalmente enardecido. Me acuerdo que me dijo: “no le voy a contestar, esto es una falta de respeto”. Entonces le respondí: “No se preocupe, con eso ya me contestó señor Santibáñez. Gracias”. Recuerdo otro hecho: En la víspera del Mundial, Don Francisco instaló un escenario fuera de la concentración chilena e hizo una transmisión en directo en donde Santibáñez era figura relevante. Mario Kreutzberger me pidió que participara en ese programa y yo le contesté no de muy buena forma y a pesar de que era una oportunidad para decir muchas cosas, pensé que lo único que quería Don Francisco era usarme. Entonces le manifesté: “A pesar de que estoy en contra de los trabajos de la selección, tú buscas la polémica a través mío. Por lo tanto, no voy a dejar que me utilices como haces con las viejitas de tus programas”. Eso le dije.

-¿Y qué te respondió?-Se paró y se fue. Después del Mundial me quedé en Europa. Habíamos programado un viaje con Enrique Ramírez Capello y su hermano. Compramos unos boletos de Eural Pass y anduvimos por Holanda, Francia, Alemania y España. Me desentendí de lo que había sido


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mi labor televisiva. Alfredo Lamadrid, quien estaba a cargo del canal, una vez que regresé a Chile me dijo: “Está claro que tú no eres periodista, de otro modo hubieras regresado a Chile para seguir atacando a Santibáñez en vez de quedarte paseando por Europa”. Y era cierto, aquello no era lo mío. Recuerdo que fue una experiencia entretenida, distinta, conocer el mundo de las comunicaciones por dentro, compartir la sala de prensa, los despachos. Fue un agregado importante a mis vivencias pero, claro, no era lo mío.

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EL CAMINO OLÍMPICO

El fracaso en el Mundial de España fue el broche que puso fin a la administración de Abel Alonso en la Asociación Central del Fútbol (ACF). Se acababa una era y parecía que comenzaba otra bajo la batuta de Rolando Molina. Nadie podía suponer entonces que Molina no alcanzaría a terminar su período. Molina llegaba a la ACF luego de ser el presidente de la ‘U’ por casi diez años. Armó un equipo de trabajo como quien piensa en la extensión de un imperio.

La nueva administración debía hacer frente a dos temas urgentes: la participación de Chile en los Preolímpicos y la organización del Mundial Juvenil cuya sede Chile tenía asignada para 1985 y en cuyo comité organizador fue puesto Ambrosio Rodríguez.

Pero lo primero era lo primero. Chile venía de cumplir una Copa América discreta. Había rematado en el segundo lugar de su grupo y no había conseguido superar la fase inicial. Por lo mismo, las expectativas de llegar a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles eran mínimas. Se armó un equipo para evitar la humillación bajo las órdenes de Issac “Marinero” Carrasco. La nómina la integraban, entre otros: Julio y Mario Rodríguez, Jacinto Escobar, Alejandro Droguett, Juan Carlos Vera, Franklin Lobos, Carlos Gómez, Sergio Salgado, Daniel Ahu-mada, Iván Valdés, Juan Covarrubias, Julio Osorio y Luis Valenzuela.

Antes de iniciar la participación en el Preolímpico, Asfura arregló un partido amistoso contra la selección de Polonia, en Loja (Ecuador). El 22 de enero de 1984, Chile saltó a la cancha de esa ciudad que tiene uno de los aeropuertos de más difícil acceso del mundo para los pilotos. Fue el único apronte importante antes de que la selección debutara en Guayaquil.


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-De ese torneo no puedo dejar de mencionar a un ecuatoriano que siempre estuvo a mi lado, no sólo en ese Preolímpico sino en cualquier viaje que hice a Ecuador, Ángel García, a quien conocí en la década del ’60. Con él vimos algunos de los partidos de esa selección que no tenía mayores expectativas. De hecho, luego de jugar su último encuentro estábamos preparados para hacer las maletas y regresar a Chile. Yo los mandé de regreso al hotel, Me quedé a ver el partido de fondo, sin demasiadas expectativas, e increíblemente el resultado que le daba la clasificación a Chile se consiguió. Los jugadores celebraron en el hotel.

Contra todo pronóstico, Chile y Brasil ocupan las plazas en disputa para Los Ángeles y lo que parecería una bendición termina siendo una pesadilla porque la ACF no cuenta con fondos para poder financiar la participación olímpica.

Entonces entra en juego Alfredo Asfura quien recomienda hacer una gira previa para poder solventar los gastos olímpicos. “En ese tiempo la organización de los Juegos no te pagaba ni el pasaje. Todo corría por cuenta del país asistente. Así es que apelé a mis contactos para concretar una gira, pero en mitad de las negociaciones y estando en el extranjero me informan que ha habido un cambio en la presidencia del fútbol chileno, que se ha ido Molina y lo ha reemplazado Antonio Martínez”.

-Alguien que ya conocías…-Sí, habíamos estado juntos en Everton, en Unión Española y en la selección del ’74.

-¿Cuánto dinero necesitaban juntar con la gira?-La idea era poder recaudar unos cincuenta mil dólares, pero el promedio por partido era de cinco mil dólares.

-Cuando organizas una gira, ¿tú cobras un monto a la asociación local y ella se queda con los derechos televisivos?-El asunto opera así. O, cuando menos, así operó en las casi 36 giras que me tocó organizar. Yo pedía una cantidad equis más el hotel y los traslados internos y los derechos de televisión para mi país. Obviamente que la televisión local es para el país anfitrión.

-Pero los montos que se manejaban entonces eran muy inferiores a los que se manejan ahora, ¿cierto?

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-Lógicamente que eran muy inferiores, todavía la televisión pagaba cifras muy pequeñas. Lo que dejaba era el pago de la asociación local. Estaba todo calculado para que la gira nos diera un piso. El último partido lo íbamos a jugar en Edmonton, Canadá. Yo conocía al presidente de la Federación de Fútbol de Canadá, Jim Fleming, con quien hice el contacto para confirmar ese último partido. Era muy importante porque Edmonton era una ciudad con muchos chilenos. Entre los que se habían ido antes del 70 y los que partieron al exilio había una colonia cercana a las 30 mil personas. Si hasta Luis Dimas, que siempre me decía primo, actuaba por esas fechas en la ciudad. Estaba todo en regla cuando un día Antonio (Martínez) me llama y me dice, “no vamos a ir a las Olimpiadas”.


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LA PERSISTENCIA DE ASFURA

Se quedó de una pieza, Asfura. En verdad, no podía creerlo. Martínez fue claro en las razones: “No nos dan las condiciones, tenemos que pagar el viaje, estamos con problemas, tú ves que yo me he tenido que hacer cargo de la selección y tenemos que estar pensando en cómo armamos el asunto para la selección adulta, para más adelante, se vienen las eliminatorias para México ’86, la Copa América”.

Asfura lo vio complicado y, contra su voluntad, decidió que no había mucho que hacer y comenzó a cancelar los partidos. Pedro Morales, que en ese entonces era jefe de la Unidad Técnica Nacional, intentó un último esfuerzo, pero fue en vano. Con el dolor de su alma, Asfura anuló cada uno de los contratos que había hecho. Sin embargo, enterado de su determinación, el Comité Organizador de los Juegos se juega una carta y presiona a la Confederación Sudamericana de Fútbol, dirigida por Teófilo Salinas, para que comprometa la participación chilena, frente a lo que Martínez se ve obligado a revertir su decisión.

-Pero yo ya había cancelado todos los contratos. Entonces, me llama por teléfono una noche y me dice, “Alfredo, tienes que venirte urgente a mi casa”. Vivía cerca de la Clínica Las Condes; una casa grande, preciosa. Y me dice “Alfredo, vamos a las Olimpiadas”. Y yo le digo que qué hacemos, que no es fácil, que estamos muy encima. Entonces, simplifiqué la cosa: la única posibilidad era que Canadá sostuviera el tema y pagara los pasajes Santiago- Canadá-Estados Unidos. Partí a Edmonton para convencer a las autoridades locales y accedieron a costear esos boletos.

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-Pero la cantidad de dinero que lograron recolectar debió ser muy inferior a lo presupuestado, ¿cómo hicieron?-Claro que fue poco, si apenas disputamos un partido. Pero la organización de los Juegos también nos ayudó. Viajó Alejando Sabag como presidente de la delegación, iba yo como coordinador, y Pedro Morales e Isaac Carrasco como entrenadores. En cuanto a lo deportivo, Chile superó cualquier expectativa: llegamos a los cuartos de final con Italia, que en el último minuto nos eliminó con un lanzamiento penal. Recuerdo que Jaime Vera, Leonel Contreras, el “Fantasma” Figueroa, Fernando Santis, Patricio Toledo, Eduardo Fournier y Juvenal Olmos hicieron un gran torneo.


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PASAJES A SINGAPUR

En virtud del buen desempeño, un empresario árabe-francés, Elías Zacour, que había trabajado con Joao Havelange, le extiende una invitación a la selección chilena por intermedio de Alfredo Asfura. Chile deberá atravesar medio mundo para participar en un torneo en Singapur hasta donde también llegarán las selecciones de Corea del Sur, Irak y Argentina.

-Carrasco dirigió ese equipo que fue integrado por jugadores bastante jóvenes: Jorge Muñoz, Sergio Marchant, Luis Zambrano, Ivo Basay, Leonel Sánchez, Jaime Pizarro, Raúl Toro, Marcelo Ramírez, Patricio Toledo, Jorge Pellicer, Eric Lecaros, entre otros. Como paramédico iba el Chamullo Ampuero, el doctor era Pedro Olivares y Luis Venegas era el preparador físico.

La actuación nacional no fue memorable. Chile perdió los tres encuentros: 3-1 con Corea Del Sur, 1-0 contra Argentina y 2-1 ante el seleccionado de Irak. Sin embargo, lo más sabroso ocurrió fuera de la cancha.

-Con Ramírez ocurrió un hecho que pudo pasar a mayores. Recuerdo que estábamos en la hora de la cena y el único que no llegaba a la mesa era Marcelo Ramírez. Había salido con el hijo del cónsul y terminaron los dos detenidos en un incidente muy confuso. No quedó claro si había sido una broma o qué, pero lo cierto es que había la denuncia de un centro comercial en contra de ellos. El asunto era complicado porque existía la posibilidad de que hubiese un juicio oral una semana después y yo necesitaba que él viajara junto al resto de la delegación de regreso a Chile. Afortunadamente, el tema no pasó más allá, ofrecimos las disculpas del caso a los afectados por el incidente y pudimos seguir nuestro camino sin inconvenientes. Claro que una vez en el avión le dije de todo a Ramírez, porque yo era el encargado de mantener la disciplina. Es más, me acuerdo que debía tener control sobre los

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gastos en que incurría el plantel. Y claro, siempre había quienes gastaban y después no pagaban. Entonces, un día que íbamos saliendo con Juan Luis Trejo del hotel, le dije a la administración que no les entregara la llave a aquellos jugadores que tenían deudas. Y así no más lo hicieron. El asunto es que cuando volvimos a las dos horas estaba Mario Tornero convertido en un energúmeno gritando que él era dirigente y que debían devolverle la llave.

-Sus razones tenía para gritar.-Claro. En otra ocasión, decidimos hacerle una broma. Caminábamos junto a Trejo, Tornero y Hernán Solís por el centro de Singapur y decidimos entrar a tomarnos algo a un hotel muy lujoso. Entonces, Trejo me dice: “oye, por qué no le hacemos una talla a estos. Nos sentamos ahí en el bar, pedimos unos tragos y vemos qué habitaciones están ocupadas y la cargamos a esa habitación”. Yo le seguí la corriente y le dije “¿pero quién va a firmar?”. Y él me dice: “Bueno, se la cargamos a Tornero. Nos paramos todos y lo dejamos ahí para que él asuma la cuenta, obligado nomás”. Así fue, estábamos con unos tragos ahí, hacemos una seña, nos paramos todos y Tornero se queda. Empezó a gritar y nosotros salimos arrancando. Tornero salió, sin firmar nada, buscando un carro y los botones del hotel detrás de él exigiéndole el pago de la cuenta. Diabluras de entonces.

El anecdotario no para y la labor de Asfura en su afán de poner orden en esa delegación tampoco. Un día llegan a alojar al hotel Lafayette de París. “Yo les advertí, les dije “aquí vamos a alojar, no hay que hacer ningún consumo, así que tengan cuidado”. Salimos esa noche, estaba el bus esperándonos, yo era el último, ya estaban todos arriba cuando me llaman de la recepción y me dicen que pase por la caja, ya que hay gastos. ¡En todas las habitaciones había gastos! Llego a la caja: habitación número tanto, cuarenta dólares; habitación número tanto: ochenta dólares… En total, eran cerca de 2 mil dólares de la época. Cuando pregunto en qué se gastó, me responden que son las botellitas del frigobar. Había un sistema computarizado en el que uno elegía el licor que quisiera y salía por debajo. Y estos cabros habían vaciado los frigobares y se habían llevado las botellitas en bolsitas. Subí al bus y les exigí que me las entregaran todas. Conseguí que el hotel consintiera la devolución de las botellas. Al final, la cuenta: sesenta y cuatro dólares que tuve que pagar, porque había unas cuantas que ya se habían tomado. Bueno, otra rabia y otro tirón de orejas.


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LAS ELIMINATORIAS PARA MÉXICO

En esos años, Chile tenía un objetivo claro en mente. Resarcirse de lo que había sido su participación en la Copa del Mundo de España. El nuevo presidente de la ACF, Miguel Nasur también trabajaba en la misma dirección.

Asfura lo conocía de los días en que era dirigente de Palestino. Era un hombre difícil de tratar. “Era un tipo realmente muy inquieto. Nada que ver con Alonso. Era distinto. Presionaba mucho. Si hasta me ponía nervioso. Estuve a punto de irme a las manos con él para la Copa América del ’87, cuando se produjo un problema porque él fue de la idea de dejar la conversación por los premios para el final y tuvimos que resolverlo allá y quedamos a expensas de los jugadores que amenazaron con no jugar. Nasur quiso echarme la culpa a mí de todo eso. Un día le dije que prefería dar un paso al costado y no deteriorar más nuestra relación. Así me retiré de la Asociación”, recuerda.

Pero antes de llegar a esa instancia, Chile tuvo que definir su suerte con Ecuador y Uruguay en la búsqueda de un cupo para México ’86. La disputa fue estrecha y la pelea quedó reducida a chilenos y charrúas.

-Habíamos debutado contra los ecuatorianos allá, el mismo día en que un terremoto azotó Chile. Tuvimos el triunfo al último minuto con un remate de Mardones que se estrelló en el palo. Eso hubiera cambiado todo, porque finalmente fue ese empate lo que nos impidió clasificar. El equipo lo dirigía Pedro Morales, a quien yo había convencido de que ocupara la plaza que había dejado Vicente Cantatore. Terminó aceptando a regañadientes, porque no

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quería, pero en virtud de la amistad accedió. Creo que hice mal en presionarlo, que cometí un error, pero lo cierto es que así enfrentamos la eliminatoria.

-El ambiente estaba caldeado para el partido con los uruguayos, ¿cierto?-Sí, había un ambiente tenso, pero creo que se magnificó. El partido fue transmitido por TVN y fue un encuentro bastante violento. Pero las imágenes que llegaron a Uruguay daban la idea de que en el país entero se había vivido un clima de agresividad hacia los uruguayos lo que no fue así. Es cierto que hubo una agresión contra un par de jugadores, pero fue un hecho puntual. Entonces, nos esperaron realmente con un clima de bastante hostilidad. Inclusive, en el mismo aeropuerto, le tiraron huevos a la delegación chilena. Nosotros le habíamos ganado a los uruguayos en Santiago y necesitábamos un empate para clasificar a México. Perdimos 2-1.

Ante eso, Chile tuvo que ir a un repechaje. Primero se eliminó con Perú, a quien le ganó los dos partidos, con lo que definía el cupo ante los paraguayos, que habían dado cuenta de Colombia. Paraguay ganó 3-0 en Asunción y en Santiago a Chile apenas le alcanzó para un empate 2-2. “Yo defendí la tesis de que no había que ser alarmista, que había muchos países que habían quedado fuera de una Copa del Mundo y que eso no era necesariamente una derrota mayor”, dice.


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MI AMIGO LEOZ

Los últimos meses de 1985 y los primeros de 1986 son importantísimos en la vida de Alfredo Asfura. En ellos se define su vida sentimental y su relación con Alexandra. La prensa anunciaba así el enlace: “Después de innumerables postergaciones, el coordinador de las selecciones contraerá matrimonio, con su novia la señorita Alexandra Bacquet Mujica. La boda se efectuará el quince de marzo”. Lo que no estaba en los cálculos de nadie fue la gran salida de Havelange al recibir el parte de matrimonio: “Hombre, Alfredo, te felicito; pero dile a tu hijo que no podré asistir”.

-Estamos hablando de que mi matrimonio era en marzo y se venía le elección del presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Por eso en febrero, Leoz vino a Chile junto con Pallarés, que era el presidente de la liga paraguaya. Y por otro lado venía Teófilo Salinas, que era el presidente en ejercicio y buscaba la reelección. El hombre de Salinas en Chile era Antonio Labán. Me acuerdo que fui invitado a conversar con ambas personas. El presidente de la Federación era Miguel Nasur. Mi amistad con Leoz era profunda, tanto así que antes de volver a su país me llamó y me dijo: “Alfredo, confiamos en ti, hay un paquete en el hotel que tienes que pasar a buscar”. Y era un regalo de matrimonio que me habían dejado Leoz y Pallarés.

-Cuéntame de esa amistad con Leoz, ¿cómo se fue forjando?-Mi amistad con Leoz comienza de modo claro para el Mundial de Alemania del 74. Me acuerdo que a pesar de que era un dirigente con buen cargo en la liga paraguaya, no lo consideraban mucho. Yo siempre estaba junto a él, inclusive era a mí al que le hablaba de

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sus proyectos. En ese entonces, ya tenía claro que algún día llegaría a ser presidente de la Confederación.

-¿Era un anhelo para él?-Claro, un anhelo. Era un hombre que tenía un sentido del humor especial. Cuando vino a Viña del Mar por la Copa Libertadores que enfrentó a su equipo, el Libertad, con el Everton, en 1977, siempre me hacía bromas. Una vez fuimos al Parrón, con René Quintar y Leoz y él estaba sorprendido de mi buena forma. “Que te mantienes bien, Alfredo, ¿cómo haces para lograrlo?”

-¿Quién te decía eso?-Leoz. Porque él siempre ha sido muy glotón, hasta el día de hoy. Le gustan los dulces, los helados. Su hermano tiene una heladería en Asunción. Ver a la mujer de Leoz detrás suyo recordándole que no debe comer tanto es un clásico. Estuve con ellos hace poco, en su cumpleaños número 80. Siempre ha sido una amistad sincera y desinteresada. No estaba con él por sus influencias. Lo que sí me ilusionaba era que él pudiera llegar a ser presidente de la Confederación y él se desahogaba conmigo. Creo que lo hacía porque quizás pensaba que los demás se iban a reír de él.

-¿Por qué, eran muy excéntricos sus proyectos?-No, no eran excéntricos, lo que pasa es que no pensaban que él podía llegar a ser presidente de la CSF. Porque él no era un hombre que transmitía pasión. Era tranquilo, siempre un tipo muy tranquilo, pero muy observador. Los demás lo consideraban un personaje que no pesaba demasiado. Y no tenía nada de liviano.

-Pero en esos días previos a tu matrimonio él vino a Chile haciendo campaña, ¿no?-Sí, porque a Nasur se lo estaban pololeando de las dos listas para conseguir el voto chileno. Yo le aconsejé a Leoz que le ofreciera la vicepresidencia. Cosa que también hizo Salinas.

-Cuéntame más de Salinas.-Salinas era el polo opuesto de Leoz. Un tipo manejador, político, que jugaba sus cartas antes de tomar una decisión. Tenía mucho manejo y transmitía ese manejo. Leoz lo tiene pero no lo exterioriza. Él era un hombre que en las reuniones, si tenía que volcar la mesa, qué sé yo, como una broma, Salinas lo hacía, era irónico. Yo en ese tiempo todavía no era


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delegado, pero siempre me daban espacio, siempre me distinguía de los demás. Él tenía un tesorero, Eduardo Rocca Couture, uruguayo, quien ya se había hecho muy amigo mío. El otro era Valdivia, peruano, y también estaba muy cerca de él Pepe Salóm, que había sido presidente de la Federación peruana, con quién yo entré a lidiar el partido Chile- Perú en Montevideo y que hasta el día que murió decía que ese partido se lo había ganado yo. En-tonces, lógicamente producto de esa afinidad con Pepe Salóm, con Roca, con Ferdinand Hidalgo, de Ecuador, con Alfonso Senior, de Colombia, y León Londoño, también colombiano, con Washington Cataldi, de Uruguay, Augusto Moral, del Perú, José Epelboim, de Argentina, que era el círculo más cercano de Salinas, yo tenía llegada con ese sector. Y muchas veces cuando salían a farrear, me invitaban. Yo era varios años menor que ellos, un cabro. Me tenían confianza. En ese sentido, Leoz también era diferente. Nunca lo ibas a ver saliendo de un nigth-club o tomándose un trago. Pero Salinas me tenía en buena estima. El propio Juan Goñi me lo decía: “Tú tienes una gran llegada con la gente, eso sí, no exageres. Cuando tengas que retirarte, retírate. Si ves que en una reunión tienes que pararte e irte, ándate. Pero en general te tienen bastante simpatía, hablan bien de ti”. Entonces, siempre recibí eso. No tuve posturas radicales, pero naturalmente que tenía más afinidad, porque tenía mayor confianza, con Leoz y, lógicamente, en forma muy diplomática, yo me la jugué por Leoz con respecto a la postura de Chile a través de Nasur.

-Pero no era fácil responder a esa confianza que te tenía Leoz, porque la elección era bien abierta. -Sí, claro. Y del otro lado también tentaban a Nasur. Pero me acuerdo que aquella vez cuando me llamaron del hotel y Leoz me dijo que confiaban en mí, yo le respondí: “Váyanse tranquilos”. Finalmente, Nasur se inclinó por la opción de Leoz.

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DE LA TENTADORA NOCHE AL MATRIMONIO

Antes de que se casara con quien sigue siendo su mujer hasta el día de hoy, la vida de Alfredo Asfura deambuló entre el amor y la juerga. La noche era una muchacha demasiado atractiva para que él se resistiera a caer en sus encantos. Y la vida nocturna en los ’80 resultaba tan seductora como lo había sido en otras décadas más gloriosas del trasnoche santiaguino.

-Estaba El Bosco, El Parrón, el Capri, el Picaresque, el Humoresque, Bim-Bam-Bum, el Burlesque, el Tap Room. Todos lugares muy entretenidos para vivir la noche y rematar, cerca de la madrugada, en la Casa de Cena, ahí en la calle Almirante Simpson. Ese era el lugar al que llegaban las vedettes, los amigos, las amigas. Muchas veces partimos desde ahí a mi casa para seguir la fiesta y nos quedábamos hasta las ocho de la mañana. Yo dormía muy poco, a veces una hora.

-¿Y andabas bien al otro día?-Sí, andaba bien. Me cuidaba, tomaba un poco pero tenía mucha resistencia. Inclusive, a veces yo decía: “Déjenme descansar diez minutos. No me molesten”. Y en el mismo bar, sentado en la silla, dormitaba. Con diez minutos tenía de sobra para recuperarme, pero nadie debía molestar mi breve sueño. Me acuerdo que un día, después de haberme tomado unos tragos en la casa de Antonio Basilio le dije, “dame diez minutos, nada más, diez minutos solamente”. Y me puse a dormitar. Pero antes de que se cumpliera el tiempo, Basilio me tomó del brazo y yo reaccioné y le pegue un codazo que le quebré un par de costillas. Yo vivía la noche, iba al Teatro Caupolicán a ver box o sino partía al centro de


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espectáculos La Sirena, ahí en Irarrázaval. Era bien especial porque recuerdo que en una ocasión se me juntaron dos mujeres, invitadas por mí. Una de ellas era mi actual esposa. La otra al verla se indignó y se fue. Fue un romance muy particular el que tuve con Alexandra. Me vas a creer que ella me dijo que quería casarse conmigo y yo le dije que no, que no tenía pensado casarme. Yo era así. Me podía desaparecer tres o cuatro meses. No daba aviso. Me metía con otras mujeres o me perdía un par de noches en los nigthclubs. A todo esto, no recuerdo en qué año fue, pero fui uno de los invitados a la inauguración del cabaret “1100”. Te lo digo porque fui con mi señora y tenemos una foto juntos al mismísimo Diego Armando Maradona que fue otro de los invitados estelares a la inauguración.

-¿Y cómo terminaste casándote con Alexandra?-Yo nunca perdí mi tren relacionado con el mundo nocturno, la bohemia, los amigos, los periodistas, los viajes. Había ocasiones en que me desaparecía un mes y no la llamaba. Alexandra sabía de mí por otras personas, pero sufría mucho por estas ausencias. Al principio, yo había sido un bicho raro para ella, pero lentamente se fue enamorando, al punto que un día llegó a decirme lo que te acabo de contar, que por qué no nos casábamos. Te estoy hablando de fines del ’82 y comienzo del ’83. Pero yo estaba viviendo la dolce vita y no me daba cuenta…

-¿De qué no te dabas cuenta?-De lo bruto que era, porque me estaba farreando a una mujer increíble, Pero caí en la cuenta y cuando quise recuperarla ya no era la misma, no estaba dispuesta a soportar cada una de las barbaridades que yo hacía. Es más, me rechazó varias invitaciones antes de que pudiera reconquistarla. Entendí que ella era la mujer de mi vida y entonces fui yo quien decidió pedirle que nos casáramos.

-¿Cómo fue eso?-Yo debía tener unos 47 años y con el único que conversaba de las cosas que me pasaban con Alexandra era con Antonio Basilio quien, por un problema que tuvo lo echaron de la casa y terminó viviendo conmigo. Él a veces las oficiaba de mensajero de las invitaciones y regalos que le enviaba a Alexandra. El asunto es que un día le comenté a Basilio que me iba a jugar una gran carta. Le había comprado un anillo y las había invitado, a ella y a mi suegra, a comer al hotel Sheraton. Y tal como se lo había anunciado a Basilio, antes de que llegaran los postres, saqué el anillo y le pedí la mano para sorpresa de ambas.

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-¿Qué te dijeron?-Ni que sí ni que no. Quedaron impactadas. El asunto quedó un poco en el aire.

-Pero, ¿la propuesta tuvo una buena recepción?-Diría que fue una recepción tibia, confusa. Porque yo hice la pedida con el anillo en mi mano y la respuesta no fue demasiado clara. Si eso lo hubiese hecho algunos años antes, sé que la reacción habría sido diferente. En todo caso, al poco tiempo ya habíamos fijado fecha para la ceremonia: 15 de marzo de 1986. La fiesta la hicimos en el estadio Español. Fueron familiares, amigos y periodistas.

-¿Todo salió bien o hubo alguna anécdota especial de ese momento?-Hay una anécdota que incluye a Eduardo Herreros, quien había sido director de Alonso y trabajaba en el Banco de Chile. Yo salía mucho con él, farreábamos juntos, e incluso él conocía a una de mis novias. Cuando yo estaba esperando a Alexandra en la puerta de la iglesia, se me acerca Eduardo para decirme: “Ten cuidado, no vaya a aparecer tu amiga”. Imagínate lo que fue eso, en pleno matrimonio. Se refería a una antigua novia que era una mujer de armas tomar. Yo le tenía mucho cariño, pero era capaz de armar un escándalo.

-¿Y apareció?-No apareció ni ese día ni después. Nunca más volví a saber de ella. Yo me casé con Alexandra y partimos en viaje de luna de miel. El fútbol quedó de lado por unos días.


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EL MUNDIAL JUVENIL

El Mundial Juvenil avanzaba viento en popa con la mira puesta en lo que habría de pasar en 1987 cuando los equipos saltaran al campo de juego. Era necesario estar preparados para esa justa y nada mejor que realizar una gira que permitiera saber cuánto era lo que calzaba ese equipo que dirigía Luis Ibarra y que tenía entre sus nombres más promisorios una pléyade de adolescentes que forzaban la ilusión: Javier Margas, Luis Musrri, Camilo Pino, Sandro Navarrete, Raimundo Tupper, Luka Tudor, Fabián Estay, entre otros.

Obviamente, el encargado de programar esa gira fue Alfredo Asfura, quien viajó especialmente a Yugoslavia donde se realizaba el torneo clasificatorio europeo para el Mundial de Chile con el fin de establecer contactos.

-Esa gira fue realmente emblemática. Espectacular. Jugamos contra Italia, Alemania, Gales, Francia, Estados Unidos, Canadá, Bélgica. Yo diría que junto con la gira al Asia ésta debió ser una de las más complejas y exitosas. Lo raro del caso es que Ibarra, el técnico, era de la idea de no jugar tantos partidos y ojalá contra rivales que no tuvieran un primerísimo nivel. Inclusive, después del partido con la selección de Italia, teníamos otro encuentro contra el Internacional de Milán e Ibarra dijo que no lo jugáramos porque eso podía afectar el promedio de partidos ganados. De alguna manera, Ibarra pensaba que había que tener cierto control sobre los resultados para evitar un golpe anímico negativo en los jugadores. Y no se quiso arriesgar. Pero bueno, hasta el día de hoy, cuando me ve, me dice: “Si yo te hubiera hecho caso cuando tú me decías que jugáramos más partidos…”.

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-¿Cuál era tu apreciación en cuanto al papel que podía cumplir Chile después de lo que te tocó ver en la gira?-Era una selección desequilibrada. En la defensa destacaba Margas, pero la selección era mucho más sólida de mediocampo para arriba. Había buenos jugadores como Musrri, Tudor, Tupper. Pero en el fondo no andábamos bien. No había un gran arquero. El optimismo pasaba por la ofensiva y especialmente por lo que podía hacer Tudor que era un muchacho con grandísimas condiciones.

-Hasta hace algún tiempo nos habíamos acostumbrado que las salidas al extranjero de nuestras selecciones jóvenes llevasen aparejado algún tipo de escandalillo. ¿Cómo se portaban en ese tiempo los muchachos?-En todos los tiempos se cuecen habas. No fue fácil porque terminé siendo el único dirigente a cargo de la selección. Nasur nos acompañó hasta Estados Unidos y luego se regresó a Chile. Tenía que hacerlas todas, preocuparme de la logística de la gira, hablar con el entrenador y estar atento al comportamiento de los chicos. Me vi obligado a tener dos o tres conversaciones con el plantel justamente por la conducta.

-¿Qué tipo de problemas tuviste?-Tonteras del estilo de que algunos muchachos “tomaban cosas prestadas”. Hubo que hacer un trabajo ahí. Me acuerdo que Luis Ibarra me ayudó mucho en ese sentido. Pero el resto funcionó de maravillas al punto que me habían entregado 50 mil dólares a rendir para los cuarenta días que duró la gira y devolví casi diez mil dólares.

De regreso a Chile, el equipo nacional cumplió una actuación más que decorosa: quedó entre los cuatro mejores equipo del mundo, en circunstancias que antes del Mundial Chile prácticamente no existía en la categoría. En primera fase remató segundo en su grupo detrás de Yugoslavia, a la postre el campeón del torneo; en cuartos de final eliminó a Italia; en semifinales cayó ante Alemania Federal, y en la definición por el tercer lugar empató con la Alemania Democrática y entregó la medalla de bronce al perder desde los doce pasos.


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LA COPA SE MIRA Y NO SE TOCA

Si hubo un año en que Chile estuvo cerca de levantar la Copa América ese fue 1987. Ya había rematado en tres ocasiones en el segundo lugar (1955, 1956 y 1979), pero visto el camino que había recorrido y el buen momento por el que pasaban los jugadores con los que contaba, parecía que después de tantos años había llegado el momento de tocar la gloria.

Chile partió ganándole a Venezuela y luego dio cuenta de Brasil por 4-0 en una de las actuaciones más importantes de un seleccionado nacional en competencia. “Esa noche toda la selección jugó un gran partido, pero indiscutiblemente si debo elegir a alguien que realmente se lució ante los brasileños ese fue Ivo Basay”, recuerda Asfura.

Ese día el equipo salió a la cancha con Roberto Rojas; Patricio Reyes, Fernando Astengo, Ricardo Toro, Luis Hormazábal; Jaime Pizarro, Patricio Mardones, Jorge Contreras, Héctor Puebla; Ivo Basay (80’, Iván Zamorano) y Juan Carlos Letelier (76’, Sergio Salgado). Basay marcó a los 41’ y 68’, y Letelier hizo lo propio a los 48’ y a los 75’. Así, Chile dejaba inscrita su candidatura al título de campeón.

Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas.

-A mí me tocó intervenir para poder buscar un acercamiento entre los jugadores y la dirigencia para solucionar el tema de los premios. Tuvimos grandes problemas y fue un conflicto que marcó un antes y un después en mi relación con Nasur, que en ese entonces

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seguía como presidente. Porque él, en alguna medida, quiso cargarme los dados y hacerme responsable del conflicto que estalló en Córdoba, en circunstancias que yo fui majadero en insistir que el tema premios debía resolverse en Santiago, antes de viajar al torneo continental.

-El gallito lo ganaron los jugadores, ¿cierto?-De alguna forma hubo que ceder para evitar un escándalo mayor. Estaban decididos a no presentarse.

-Doblemente meritorio entonces que hayan llegado a la final, ¿no?-Sí y te diría que hubo otras situaciones que se produjeron y que llevaron a perder esa final. Porque a los jugadores se les sacó del partido literalmente. No tuvieron la tranquilidad que debía imperar en un equipo que estaba definiendo un título de esa naturaleza.

-¿Como qué situaciones?-Por ejemplo, Carcuro le hizo una entrevista al arquero, a Rojas. Y luego le hizo un enlace en directo con su mujer, prácticamente cuando el equipo estaba a punto de saltar al campo de juego para enfrentar a Uruguay en el partido final. Eso lo desconcentró, lo sacó del juego. Y así hubo situaciones que atentaron contra la concentración de los jugadores. De otra forma, creo que Chile pudo haber conseguido el título de campeón tranquilamente.

En ese partido final, el sueño de Chile comenzó a derrumbarse a los 56’. Rojas se equivocó por única vez en el torneo y Pablo Bengoechea anotó el solitario tanto de ese encuentro.


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NASUR, RELACIONES CALCULADAS

La relación con Nasur no tenía buen pronóstico. Y el tiempo no hizo más que alejar posiciones. Una mañana de mediados de 1988 la gota rebasó el vaso. Asfura decide ir a la oficina de Nasur y decirle, en su cara, que prefiere dar un paso al costado antes de que la relación entre ellos se convirtiera en algo más complicado. Era preferible separarse como amigos, ya que después podía ser demasiado tarde.

-Me decía “pero qué me estás diciendo” y entremedio llamaba a su abogado. Creo que me desahogué y, claro, presenté mi renuncia. Me fui por la puerta grande, por la misma que había llegado, habiendo incluso dejado pactado partidos con Perú y Uruguay.

-Pero cuando tú no estabas, ¿quién hacía esa labor?-No había demasiada gente. Traté en ese tiempo de hacer escuela pero no resultaba fácil por la poca experiencia de los que venían detrás. De cualquier forma, luego de la renuncia sobreviene un hecho bastante especial: Marcia, que luego se casaría con Miguel, nos invitó a mi señora y a mí a su departamento a comer. Fuimos y ¿con quién nos encontramos?

-¿Con Nasur?-El mismo. Él quería conversar y, para ser franco, yo no tenía ninguna gana de hacerlo. Prácticamente no hablé. Pero quien habló duramente fue mi mujer.

-¿Y mientras ella hablaba qué hacías tú?-Yo escuchaba nomás. La comida finalmente terminó bien, pero no hubo ningún cambio. Yo no retiré mi renuncia.

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LA LLEGADA DEL DOCTOR

El período de Nasur termina antes de tiempo. El relevo lo toma un dirigente penquista de poca figuración, Manuel Córdova, quien luego de un año de estar a la cabeza del fútbol chileno le entrega el “testimonio” a un médico, el doctor Sergio Stoppel, quien era director del hospital de Calama.

-Stoppel asume en septiembre de 1989. En ese entonces él era un médico, un tipo muy ponderado, equilibrado, y había sido largo tiempo presidente de Cobreloa, en los días en que Cobreloa tenía un tremendo prestigio. Ponerlo a él era una forma de aquietar las aguas que habían estado medio revueltas al interior del fútbol chileno.

Stoppel tenía un perfil diferente a los dirigentes históricos. Era de otra cuerda, pero eso no lo invalidó para convocar a los mejores y en esa vena volvió a llamar a Asfura para que trabajara junto a la selección. Asfura estaba dedicado a dar charlas sobre organización deportiva y era muy conocido en el concierto internacional, además de ser delegado de la Confederación Sudamericana de Fútbol.

En esos días, Asfura declaraba a la prensa a propósito de su regreso: “Nunca me fui del todo. Acabo de llegar a un acuerdo con la Federación para programar a la selección como un independiente. Yo siento que me llamó el fútbol. Hubo gente respetable que acudió a mí y yo acepté. No estoy identificado con ningún sector y tengo relaciones cordiales con todos. Y tal como llegué, pienso que después puedo volver a la entidad privada. Pero creo que uno debe responder al prestigio que se le atribuye”.


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Su principal preocupación entonces era redactar un reglamento que normara el comportamiento de las selecciones y de sus seleccionados. “No sé cuántos reglamentos redacté. Hice uno en el período de Aravena y él lo rompió delante del propio Nasur. Con Stoppel pasó lo mismo. Aravena no era amigo de los reglamentos”.

-¿Qué decían esos reglamentos? -Hablaba de los deberes y derechos de los jugadores, de los técnicos, de los dirigentes; los sistemas de premios, el tema de viáticos. Todo estaba contemplado en esos reglamentos. Creo que nos hubiéramos ahorrado muchos problemas de haberlos considerado.

-En ese entonces tú también estabas a cargo de negociar las “repatriaciones” para la selección, ¿hay alguna que recuerdes especialmente complicada?-No es que la gestión fuera demasiado difícil. El tema es que sabíamos que había jugadores que eran conflictivos. Eso lo sabía Stoppel y el resto de su directorio. Más de una vez vimos la conveniencia de no convocar a Roberto Rojas a esa selección. Yo mismo recuerdo habérselo advertido a Stoppel, a Weinstein y a Ugarte: “No traigan a Rojas. Va a ser uno de los focos de conflicto de las eliminatorias”.

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LA PRIMERA VERGÜENZA

Se iniciaba un camino que no habría de ser fácil. En la ruta de Chile al Mundial de Italia ’90 estaba nada menos que Brasil y su constelación de astros: Taffarel, Branco, Alemao, Dunga, Muller, Careca, Romario, entre otros. Había que prepararse a la altura y para ello Chile realizó una gira por Europa y África.

Para concretarla, Asfura debió sortear un par de obstáculos que reflejan de buen modo el backstage de la organización de una gira. “Aravena, el técnico, se había empeñado en jugar contra Egipto porque quería replicar las condiciones climáticas de lo que iba a ser el partido en que enfrentaría a Brasil. Fui a hacer las gestiones a El Cairo, pero me tocó el Ramadán y nadie me daba pelota, hasta que conversé con el entrenador y traté de convencerlo de lo interesante que podía ser para su selección un partido con Chile. Él quedó maravillado con el reloj que yo llevaba. Fue tanto su encandilamiento y tanta la urgencia de concretar ese amistoso que tuve que regalarle el reloj. No era cualquier cosa, porque me había costado casi cinco mil dólares”.

-¿Y por qué el entrenador de Egipto no estaba muy interesado en hacer el partido con Chile?-No, no era tan así, pero había que concretarlo. Me tramitaron, era Ramadán, estuve como quince o veinte días, iba todos los días a la Federación y ahí, en el mejor estilo egipcio, tramitaban “que sí, que mañana, que el entrenador no ha decidido, que tiene que…”. Afortunadamente todo salió bien.


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La gira en todo caso incluía otros encuentros: con Escocia, en Glasgow; con Irlanda del Norte, en Belfast; y con Inglaterra, en el estadio Wembley. “Ahí sucedió una situación bien especial porque cuando estuve en Londres me reuní con el embajador chileno de entonces y le conté que íbamos a jugar en Belfast. Me dijo que no hiciera ni tal, porque Belfast era muy peligroso. Le agradecí sus consejos, pero el encuentro ya estaba oleado y sacramentado. Cuando llegué a Glasgow para firmar el contrato para el partido con Escocia, me encontré con Havelange y le comenté el consejo que me había dado el embajador. Sabiamente me dijo: “Asfura, yo les he dicho a los embajadores y a la gente de los gobiernos que se dediquen a la política de sus países. Que si Irlanda del Norte tuviera problemas, si fuera peligroso, ya lo tendríamos fuera de la FIFA. Así que no le hagas caso, juega tranquilo”. Y así jugamos, no tuvimos ningún problema. Era un triangular, con Inglaterra y Escocia y yo metí el partido con Irlanda del Norte porque me quedaba un espacio entre los otros dos partidos”.

El desempeño de Chile en toda esa gira fue irregular: consiguió una victoria en Belfast, por la cuenta mínima, con gol de Astengo; cayó ante Escocia y Egipto por 2-0. Y ante los ingleses se apuntó un 0-0 que fue celebrado por Aravena y los suyos, pero que a buena parte de los que vieron el partido les llenó la cara de vergüenza. Asfura no fue la excepción.

-Para mí ha sido una de las presentaciones más vergonzosas. Al día siguiente los titulares ingleses fueron todos en el estilo de: “Vergüenza sudamericana”. Los jugadores chilenos se tiraban al suelo. Aravena les gritaba: “¡No se paren, hagan tiempo!”. Y eso a mí me pareció lamentable. Casi todos estaban contentos con el resultado. Recuerdo que tras el partido, Molinare se me acercó y me preguntó que porqué estaba tan triste. Y yo le dije: “¡cómo voy a estar, hombre!, tengo vergüenza de cobrar este partido”. Durante mucho tiempo esa actuación fue una espina clavada. Debieron pasar demasiados años para que pudiera aliviarme de ese dolor.

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LA RETÓRICA DE LA GUERRA

Antes de enfrentar las eliminatorias Chile participó en la Copa América jugada en Brasil. Integró el grupo con Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia. No consiguió pasar a la fase final, al quedar empatado en el segundo lugar con los uruguayos y ceder su cupo por poseer una peor diferencia de gol.

De cualquier modo, la fe sobraba y en el arranque de las eliminatorias Chile ganó 3-1 a Venezuela, en Caracas, en un debut que le permitía mirar con optimismo lo que venía: el choque con los brasileños en el Nacional.

Nada hacía presagiar en qué acabaría la historia, pero vista con distancia, Asfura está seguro que el Maracanazo, como se conoció a la performance de Roberto Rojas en el partido de vuelta, comenzó a incubarse en suelo nacional.

-Para mí nace acá, con el ambiente que se creó para ese primer partido. Hubo una serie de situaciones que atentaron contra cualquier protocolo. Hubo mofas a los periodistas brasileños y luego se retuvo al equipo en la salida de camarines para evitar que ambas selecciones saltaran al mismo tiempo al campo de juego y así los brasileños sintieran el peso del público y las pifias. Después está el incidente de la expulsión de Romario y el hecho de que una vez que Hisis vuelve al campo, tras salir de él por la infracción de Romario, lo hace con un vistoso parche que no se correspondía con la gravedad de la lesión. Orlando Aravena, el seleccionador nacional, fue creando un clima de guerra en ese encuentro que pensó que podía darle dividendos positivos, pero se equivocó radicalmente, porque su


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accionar no fue bien recibido en el ambiente internacional. De hecho, fue castigado y no pudo dirigir en los dos partidos siguientes: ni contra Venezuela, en Mendoza; ni contra Brasil en el Maracaná. Todas esas artimañas y triquiñuelas que Aravena trabajó estaban destinadas a sacar un dudoso rédito.

-¿Cuánta responsabilidad le achacas a la prensa en todo lo que pasó?-Yo te diría que, de alguna forma, fue complaciente. No hubo una crítica dura con respecto a la forma en qué se estaban haciendo las cosas. Incluso durante el partido hubo consignas y leyendas que aparecían en el tablero marcador. El resultado fue que Chile no pudo enfrentar a Venezuela en su propio estadio y hubo que hacer de local en Mendoza. Lo peor de todo es que nosotros lo permitimos. Como dirigente, de alguna forma, yo también me siento responsable de no haber parado ese asunto.

-Ese partido con Brasil termina empatado a 1-1, había que ir a jugar a Río ¿cómo quedaron las expectativas para lo que venía?-Había que ir a jugar a Brasil. Se sabía que todo se habría de definir en el Maracaná. A Venezuela se le ganó por goleada, 5-0.

-¿A Chile el empate le servía?-No, el empate no le servía. Había que ganar o ganar.

-Y al interior del equipo y de la dirigencia, ¿cuál era la sensación? ¿Había alguna esperanza? -La sensación era que ir al Maracaná para enfrentar a ese seleccionado de Brasil, con ciento veinte o ciento treinta mil personas, era una situación difícil. Y creo que esa sensación complotó para que en el partido de vuelta se cometieran los errores que se cometieron.

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LA TARDE DE LA VERGÜENZA

La tarde del 3 de septiembre de 1989, los miles de brasileños que colmaban el estadio Maracaná estaban presenciando una soberbia actuación del arquero chileno Roberto Rojas. Durante 49 minutos se erigió como una pared insuperable ahogando el grito de gol de los dirigidos por Lazaroni. Entonces, Careca celebró el único tanto de los brasileños en medio de esa noche primaveral.

-Rojas había hecho un partidazo. Cuando cae la bengala, nadie podía saber si le había pegado o no. ¿Qué ocurre entonces? Nadie estaba pensando en qué debía hacerse con el jugador supuestamente herido. ¿Qué es lo que hace? Comete un error. Y si fue planificado, cometen un error sus compañeros al sacarlo del campo. Yo siempre lo he hablado con Loustau, el árbitro del encuentro: “Tuviste mucha suerte, ya que no pasó demasiado tiempo hasta que retiraron al jugador de la cancha”. El nunca fue a verlo.

-Lo recuerdo: partió a la mitad del campo y de ahí no se movió.-Claro. Nunca fue a verlo.

-Es rara esa reacción. Para quién no conoce las reglas sobre cómo se debiera actuar en esas circunstancias, lo lógico es que el árbitro debería haberse acercado a ver al jugador.-Por eso te decía que él me cuenta que tuvo una suerte de iluminación, que algo le dijo que no debía acercarse, porque quizá, si lo va a ver y lo ve sangrando hubiera tenido que detener el partido. O sea, suspenderlo. Qué pasa: el arquero es el único jugador que no pueden sacar si está herido, tienen que esperar hasta que se recupere. Esa es la regla para el arquero. Por eso es que la FIFA después fue muy dura con el hecho de lo que se pudo llegar a consumar. Si el jugador seguía en la cancha, cinco, diez, quince minutos, el árbitro se hubiera visto en la necesidad de verlo y quizás, por decisión reglamentaria, podría haber


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suspendido el partido. ¿Qué pudo pasar?: había ciento veinte, ciento treinta mil personas en el estadio, y siempre lo he conversado con gente de FIFA, podría haberse producido una invasión a la cancha. Imagínate, producto de la situación en que hubo una agresión, agresión que en otras circunstancias, si hubiera sido una agresión verdadera, le hubieran quitado los puntos a Brasil.

-Sácame de una duda, de haber seguido el jugador en la cancha y de haberse constatado que tenía una herida que le impedía seguir jugando, ¿qué hubiese ocurrido?-Se suspendía el partido.

-Porque no es tan simple como hacer el cambio y ya, ¿cierto?-No, se suspende el partido. No hubiera pasado quizás lo que se verificó posteriormente, que la bengala no le pegó. Porque eso se descubre esa misma noche cuando el fotografo Ricardo Alfieri, que ahora trabaja para la CSF, revela las fotos que tomó para una revista japonesa y se da cuenta que la bengala cae lejos, que no le da a Rojas. Bueno, pero cuando entramos al camarín, estando tanto Eduardo Rocca Couture como Agustín Domínguez, de la FIFA, me decían: “Convence a tu gente de que vuelva a la cancha”. Pero los jugadores se fueron al cama-rín y no querían volver. Yo les digo que nos van a castigar. Le insistí a Stoppel que debían volver, pero Aravena lo llamaba por walkie talkie y le decía: “No, presidente, que no vuelvan a la cancha”. Estaban cometiendo un error. Yo quise detenerlos cuando iban saliendo de la cancha. Les dije que volvieran, que después podíamos hacer un reclamo. Fíjate que quizás si hubiera vuelto el equipo a la cancha, hubiéramos jugado bajo protesta… Pero nadie estaba en esa vena. La mayoría de los dirigentes estaba en la misma sintonía que los jugadores. Nadie, que no supiera lo que habían planificado, podía imaginar que aquello era un fraude: Rojas sangraba tendido en la camilla. El asunto es que los jugadores sacan a Rojas del campo y se equivocan, no se detuvieron a pensar que era un error, en el caso de que lo hubieran planificado.

-¿Tú crees que lo planificaron?-Rojas dice que fue el único que sabía sobre este asunto. No sé, yo ahí tengo un vacío. Hasta el día de hoy pienso que alguien más sabía. Cierto, Rojas pretendía hacer algo por la patria, eso fue lo que dijo. Pero no creo que haya estado solo. Bueno, no pasó mucho tiempo antes de que cayeran las penas del infierno sobre Chile: Stoppel es castigado y tiene que renunciar.

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OTRA VEZ CON LA LEPRA

La sanción al fútbol chileno y a su máximo representante, el doctor Sergio Stoppel, obligó a renovar la cabeza del balompié criollo. Se hizo incorporando a un viejo conocido: Abel Alonso, quien volvió a la escena con un equipo en el que destacaban sus hombres de confianza. La Federación quedó encabezada por el ex dirigente de Unión Española y en los otros cargos figuraban: Gustavo Valenzuela, Darío Calderón, Ricardo Riveros, Ricardo Martínez y Martín Hoces. Mientras que en la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), el vicepresidente era René Reyes, y junto a él estaban: Darío Calderón, Aurelio González, Pedro Jorquera y Marcos Araya. A cargo de la selección nacional, Daniel Castro. Y en el área internacional, Alfredo Asfura.

-Abel me pidió que volviera a trabajar con él. Había una tarea prioritaria que era hacer regresar el nombre de Chile a la competencia internacional. Y en ese afán se hacía urgente una reunión con Joao Havelange. El lema era limpiar nuestra imagen como país y para eso trabajamos. Apostábamos a una cita con Havelange –dice Asfura.

Lo cierto es que el caso que tenía a Chile sentado en el banquillo de los acusados era prácticamente inédito. Complejo por donde se le mirara y de pronóstico pesimista para las esperanzas chilenas de un perdonazo.

-El caso Rojas era una situación particularmente difícil de afrontar. Estábamos frente al fraude de un jugador en un estadio, como el Maracaná, repleto de gente, ciento treinta mil personas, en plena eliminatoria, con el retiro de un equipo de la cancha que se negó a


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volver al campo para seguir con el juego, frente a lo cual la FIFA procedió con rigor aplicando un castigo ejemplar. Han existido otras sanciones duras, federaciones que han sido sancionadas, jugadores castigados de por vida, entrenadores, dirigentes. Pero en este caso, la FIFA quiso dar una señal fuerte, porque el fraude pudo haberse consumado y eso hubiese sido gravísimo. Por eso la FIFA tomó esta decisión que significó no sólo la sanción a determinados individuos, sino también a toda una generación de jugadores. Se perdieron ocho años, los cuatro de ese mundial y los cuatro siguientes. Entonces, quedamos frente al mundo como unos tramposos. Por lo mismo la misión que me encargó Alonso fue la de limpiar la imagen, yo era el encargado de propiciar que el resto del mundo comenzara,nuevamente, a creer en Chile. Lo primero era conseguir esa entrevista con Havelange.

-¿Y qué fue lo que hiciste?-Me reuní primero con Abilio D´Almeida, quien sondeó a Havelange. El parecía dispuesto a recibirnos pero no en Río de Jainero, que era donde vivía, sino en Zurich.

-¿Por qué en Zurich?-Bueno, eso mismo se preguntó Alonso. Pero era así y teníamos que viajar a Zurich nomás.

-¿Tenía algún simbolismo?-De alguna forma las cosas importantes se resolvían allá.

Havelange trató el tema con pinzas y siempre mostró distancia de los esfuerzos chilenos por tratar de revertir el castigo que pesaba sobre el país y los involucrados. Chile era visto casi como un enfermo infeccioso y no era la hora ni de los abrazos ni de las sonrisas.

-Claro, decían que estábamos con lepra. Ya nos miraban con cierto recelo. A mí no tanto, porque tenía un trato casi cotidiano con los dirigentes de otros países, pero se respiraba un ambiente tenso. Eso imponía un trabajo agresivo de parte de Chile, porque la posibilidad de revertir la situación era lejana. Yo recomendé que fuéramos a Zurich porque entendía que si Havelange nos daba la bendición nuestra suerte podía cambiar, además estábamos ad portas de organizar la Copa América del año ’91. Llegamos a la conclusión de que primero teníamos que jugárnosla por entero para lograr que Havelange nos recibiera y nos levantara el castigo. La intención era hacer la Copa América limpios, sin que el episodio del Maracaná nos manchara. Tuvimos que hacer un trabajo arduo. Me reuní con Grondona,

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con Abilio D´Almeida, con Leoz. Estuvieron aquí, en mi casa. Me acuerdo que ya estábamos viviendo acá con Alexandra y que mi hija estaba de meses. A la única casa a la que accedieron ir fue a la mía. Hubo varias anécdotas.

-¿Cómo cuáles?-Ellos se rieron mucho con una historia que les conté. Grondona, sobre todo. Era una historia que me había ocurrido cuando llevábamos unos seis meses de casados con Alexandra. Le dije que iba a llevar a comer a un grupo de dirigentes ecuatorianos. Mi señora trabajaba en la Air France en ese tiempo, era secretaria ejecutiva para Latinoamérica. Salí con los ecuatorianos y llegué a las ocho y media de la mañana y justo mi señora iba saliendo. No me dijo nada, probablemente de lo enojada que estaba. Yo tampoco le dije nada. El asunto es que en la noche, a pito de nada, yo le digo: “Sabes qué me ocurrió anoche: me olvidé de que estaba casado”. Para qué te cuento. No me hablo en los siguientes tres días. Y cuando llegó el sábado le digo a mi señora: “recuerde que esta noche tenemos un matrimonio”. Se casaba el hijo de un gran amigo mío, Jorge León. Entonces ella me responde: “Usted tendrá un matrimonio, yo no ¿Acaso usted no se olvidó que estaba casado?”. Y no quiso ir. Esa fue la historia que le conté a Grondona y a su mujer y él cada vez que puede la saca a colación: “Este bruto amigo mío, miren lo que le pasó. Un día le contó a su mujer que se había olvidado que estaba casado”.


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HAVELANGE, UNA LARGA RELACIÓN

Havelange llevaba años al mando del fútbol mundial y en todo ese tiempo no habían sido pocas las oportunidades en que él y Asfura habían coincidido, al punto que se conocían desde antes de que el brasileño fuera candidato a la presidencia de la FIFA.

-Fue y ha sido una relación realmente larga. Lo conocí cuando era presidente de la Confederación Brasileña del Fútbol y me tocó negociar algunos partidos con él y con quien era su hombre de confianza, Abilio D’Almeyda. Y luego también estuve cuando, en 1974, fue electo presidente. De ahí en adelante, seguí coincidiendo con él en congresos y seminarios. Incluso, su mujer, Ana María, conoció a Alexandra. Le tiene mucho cariño. Ha sido una relación muy cordial. El único momento en que se produce un vacío en esta relación, que hubo frialdad, fue después de lo del Maracaná. Incluso, un poco antes, cuando se juega el partido acá en Santiago y fallece el padre de quien era su yerno, el padre del presidente de la Confederación brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira, la distancia aparece. Claro, porque fallece acá en Santiago, de una afección cardiaca, en el hotel, aparentemente a consecuencia del ambiente tenso que se vivió en Chile para ese encuentro. No puedo decir que fuimos muy amigos, pero sí él me profesaba respeto y eso se lo agradezco. No es fácil entrar en el mundo suyo.

-¿Cuándo esa distancia comienza a distenderse?-Después del ’94, cuando las oficio de comisario en el Mundial de Estados Unidos. Es Havelange quien me da mi primera participación como miembro de la FIFA. Siempre cuando conversábamos yo le decía cuánto me gustaba esto. Y él me decía: “Sí, sí, Asfura, ya

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va a llegar su oportunidad”. Y sorpresivamente me designan en la primera comisión, después del Mundial de Estados Unidos. Debo tener unas cincuenta cartas con Havelange. Hasta el día de hoy nos escribimos. Nunca me he olvidado de su cumpleaños. Recuerdo que cuando estábamos en el Mundial de Corea una de las misiones que me fue encomendada era atender a Havelange. Muchas veces yo le decía, “Presidente, perdóneme, pero me tengo que ir”. Ya no era presidente, era presidente honorario, pero no podía decirle de otra manera. Para mí ha sido un hombre muy importante, no sólo en el fútbol, sino en lo que ha sido mi relación con el fútbol. Él, junto a Leoz, Grondona y Blatter son las cuatro patas de la mesa en la que me he sostenido. Con todo, hay un antes y un después de Havelange, y eso hay que reconocerlo. Antes de él, el fútbol mundial, la FIFA, no era más que la Copa del Mundo. Después de Havelange la FIFA cambia y comienza con los torneos juveniles, el fútbol femenino, los cursos Fifa Coca Cola, o sea, le da otro aire. Y en esa tarea también es importante Blatter, que cuando asume como secretario general, lo que ocurre varios meses después que Havelange gana la presidencia, genera una dupla tremendamente ejecutiva. De hecho, cuando Havelange es elegido remueve al secretario general de entonces, Helmut Kaser.

-¿Lo hace pensando en Blatter?-Yo te diría que no. Lo hace pensando en que necesitaba un secretario general de otro estilo, quizás por el hecho de que Helmut Kaser estaba muy identificado con la administración anterior, con otra generación. Recuerdo que en una de las varias audiencias que le pedí, Havelange llama a Blatter y le dice: “Tú te acuerdas de nuestro amigo de Chile”. Y Blatter le responde que sí. Eran los tiempos del Mundial Juvenil, 1987. Y eso es un aliciente, porque sabes que estás trabajando con gente que, contrario a lo que pueden proyectar, son cercanos. Cuando Havelange le entrega las riendas a Blatter, el gran cambio que opera el nuevo presidente del fútbol mundial pasa por lo económico, las finanzas, en donde la labor de Grondona es vital en su calidad de presidente de la comisión finanzas. ¿Sabes que Goñi pudo convertirse en un hombre importante de FIFA? Él estuvo muy bien posicionado, pero una votación en la que se le pidió votar por China echó por tierra su carrera. Goñi, que formaba parte del comité ejecutivo de la FIFA, se abstuvo y eso marcó su destino. Goñi era un hombre importante, lo pude ver cuando me tocó organizar la estada de Chile en el Mundial de Alemania. Era muy bien considerado, pero cayó en desgracia a los ojos de Havelange, como mucha gente, porque él exigía el ciento por ciento. Si no eras capaz de darlo, te borraba.


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ERRAR ES HUMANO

No es fácil para Alfredo Asfura olvidarse del Maracanazo. Le tocó estar en la línea de fuego y era uno de los pocos chilenos que esa noche pudo vislumbrar lo que se le venía al fútbol nacional. “Se lo dije a los jugadores y se lo dije a Stoppel: ‘Es un grave error. No podemos hacer un incumplimiento de esta naturaleza; está en el reglamento. Nos van a quitar los puntos y nos van a castigar. Volvamos a la cancha’. Pero nadie me hizo caso. En este sentido, la decisión de Orlando Aravena de que el equipo no regresara fue fundamental”.

-¿Tú crees que con otro técnico esta situación no se hubiera producido? Pienso, por ejemplo, en Arturo Salah.-Creo que no hubiéramos terminado así. Jamás se habría generado un ambiente como el que hubo y los jugadores, incluso Roberto Rojas, no se hubieran atrevido a planificar un acto de esta naturaleza. Ni con Pedro Morales ni con Salah, ni con Pellegrini. Desgraciadamente, Aravena malentendió su rol de técnico. Y luego las declaraciones de Rojas, en el sentido que lo hizo por amor a la patria… Bueno, eso está fuera de todo análisis. Pero me parece lamentable el buscar este tipo de argucias para poder compensar dentro de la cancha un déficit futbolístico. Lógicamente, Rojas seguía insistiendo en la verdad de su declaración. La Federación recurrió a la FIFA a través de un hombre de mucho renombre: Juan Goñi. El único punto en contra de Goñi era que había terminado mal su relación con Havelange. En algún momento pensé que iban a buscar mi intercesión, pero el destino quiso que no fuera así. Por lo demás, tanto en el informe del comisario del encuentro como en la investigación interna que llevó a cabo Mario Mosquera se dejaba estipulado que: “A pesar de las recomendaciones de Rocca y Asfura, el equipo no volvió a la cancha”.

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-Eso te exculpaba de responsabilidades.-Claro, fue determinante para no quedar encerrado en el tema de la sanción, porque yo era parte de la delegación. Se castigó a las cabezas visibles: a Weinstein, a Trejo, a Stoppel. Fueron sancionados a perpetuidad; recién ahora se levantó el castigo. La apelación no prosperó. Y ahí es cuando se produce el regreso de Alonso. Y entonces comenzamos a planificar la reunión con Havelange. En el intertanto se ratifica a Chile como sede de la Copa América y Alonso nombra a Francisco Aylwin como director ejecutivo del comité organizador local. Harold Mayne-Nicholls aparece colaborando.

-¿Y de dónde sale Aylwin?-Él era el hijo del Presidente de Chile. Y estaba ligado por alguna vía a Abel Alonso. Yo estaba trabajando en la organización de amistosos para la selección de cara a la Copa América, cuando se producen dos hechos. El primero es que la Confederación Sudamericana de Fútbol, encargada de designar a la comisión técnica de la Copa, me nombra a mí dentro de ella, cuestión que a Alonso le molestó de sobremanera porque nadie le consultó sobre mi inclusión. El horno no estaba para bollos y si en algún momento pensé en renunciar para que no hubiera más problemas, las palabras de Eduardo Deluca me dieron un nuevo aire: “Tú tienes que estar preparado para este tipo de cosas”. Me sirvió mucho. Lógicamente no renuncié, seguí actuando dentro de lo que era el protocolo: iba a buscar a la gente al aeropuerto, mantuve mis contactos, recibiendo, atendiendo, a todos los que venían: a Grondona, a Leoz, a Deluca. Inclusive los invito a mi casa. Por esos días mi hija estaba de meses, había nacido el 22 de enero de ese año (1991).

-La Copa América fue a mitad de año, ¿cierto?-Fue en el mes de julio. Hubo una organización adecuada y el papel de Chile fue bastante digno. Remató tercero. Pero la relación con Alonso había vuelto a enfriarse. Una vez finalizada la Copa él envía a Zurich a Aylwin. Ni siquiera me pidieron mi opinión, que hubiera sido absolutamente contraria respecto de la forma en que estaban llevando el tema.

-¿Por qué eras contrario a esa forma?-Porque lo que se imponía era una entrevista de Abel Alonso con Havelange, quien todavía estaba muy molesto con Chile, al igual que Ricardo Teixeira. Es tan así que en todo ese período prácticamente no hubo designación de árbitros chilenos para partidos


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internacionales. Recuerda que todo esto se mezclaba también con la muerte del padre de Teixeira en Santiago, en el partido de ida con Brasil. Esa molestia tardó tiempo en disiparse. Te diría que una vez que asumió Ricardo Abumohor hubo señales en tal sentido. El asunto es que advertí que me estaban bypaseando. Incluso hasta en la programación de la selección había otros que también cumplían mi función. Entonces, fui donde Abel para plantearle mi incomodidad con todo esto. Me acuerdo que él me dijo: “¡Ah, estás celoso!”. “No estoy celoso. Es más no tengo problemas en que me ayuden, pero me gustaría saber que hay más gente en el baile y no enterarme por otros conductos”, le respondí. Me sugirió que hablara con el directorio. Fui a la Federación, estuve como una hora esperando que el directorio me recibiera y me mandé a cambiar. Después de eso renuncié y organicé una conferencia de prensa para dar cuenta de mi renuncia. Lo que obviamente a Alonso no le gustó nada. En todo caso, yo mantuve mi amistad con René Reyes, de quien había sido partner en los ’70.

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¡NI ASFURA!

Hubo una serie de yerros en procura de conseguir esa entrevista con Havelange. Yerros que incluso se cometieron antes de que se realizara la Copa América. Una delegación integrada por Abel Alonso, Aurelio González, René Reyes y el propio Asfura se reunió con Nicolás Leoz para solicitar algunos cambios en la conformación de las comisiones de la CSF. La Federación quería más participación de Chile, mayor presencia en el contexto internacional. Leoz tenía sus aprensiones. -Les digo que me voy a quedar para convencerlo, y ellos atraviesan al Hotel Guaraní que estaba frente a la Confederación. Conversamos sobre algunos casos puntuales y él quedó de pensar los cambios que le solicitábamos. Pero mientras tanto, Alonso y compañía deciden redactar un comunicado a Havelange y cuando nosotros cruzamos al hotel, le muestran a Leoz la carta que han decidido enviarle al máximo dirigente del fútbol mundial. Leoz les dice: “Ustedes son dueños de lo que hacen”. Pero claramente estaba molesto, porque también se lo estaban bypaseando. Havelange hizo la misma lectura y solidarizó con Leoz con una frase que mantuvo cerradas las puertas durante largo tiempo: “¡Chilenos aquí…nadie! ¡Ni Asfura!”. No sólo Alonso quedó en una lista negra, también yo, a pesar de que hablé muchas veces después con Leoz. Él me decía que le dolía mucho, pero que toda esta situación había sido muy enojosa para él, producto del desconocimiento de los códigos.

-Eso te iba a preguntar, porque en ese tiempo la Federación, lejos de tener una actitud de enfrentar el castigo y tratar de solucionar el problema, se mostró con mucha soberbia frente a esto, como diciendo que la FIFA estaba completamente equivocada, que era una injusticia…


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-Es tan así que antes que sucediera esto, Havelange, en un gesto, nombra a Abel Alonso en la comisión de fútbol femenino de la época. Abel, equivocadamente, lo considera una vejación y devuelve el carné que lo acredita como miembro de dicha comisión, lo que genera un nuevo distanciamiento. Yo estoy seguro que ahora Abel Alonso no lo haría, pero en ese momento había un sentimiento extraño, como eso que decía el general peruano: “Los chilenos no nos van a venir a decir lo que tenemos que hacer nosotros”. En ese momento, la lectura que uno podía hacer era: “La FIFA no nos va a venir a decir qué es lo que tenemos que hacer”.

-Y en esa vena, ¿cómo te sentías?-Incómodo. Yo iba por una vereda y, desgraciadamente, mis autoridades iban por otra. Entonces, muchas veces sentí que ellos pensaban que no estaba siempre del lado suyo porque mi amistad con algunos dirigentes de FIFA pesaba más, lo que era absolutamente errado.

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ABUMOHOR Y LA NUEVA ERA

Alonso renuncia en 1992 a la cabeza del fútbol chileno sin poder limpiar la mácula que el caso Rojas dejó en el balompié local. Logra reunirse dos veces con Havelange, pero no es demasiado lo que saca en limpio. Chile sigue teniendo la lepra, a pesar de que haya hecho una Copa América. El relevo interino es Ricardo Abumohor. Él es quien toma las riendas del fútbol por un año, pero lo hace tan bien que estira su mandato hasta 1998. En él descansa la tarea de poner nuevamente a Chile en órbita mundial.

-A poco de asumir Ricardo me pidió que volviera. Chile debía hacer frente a la Copa América. El técnico era Arturo Salah y su ayudante de campo, Manuel Pellegrini. Recuerdo que estuvimos juntos en Quito, porque la Confederación Sudamericana me había nombrado miembro de la Comisión Organizadora. De hecho, acompañé a Abumohor a visitar al plantel durante la competencia.

La Roja no hará historia en esa Copa América. En un encuentro demasiado apretado y en donde el equipo de Salah nunca abandonó una estrategia demasiado conservadora, Chile cayó por la cuenta mínima ante Paraguay. Luego se dio el gusto de derrotar a Brasil por 3-2 en un partido en el que brilló Richard Zambrano. Para luego ceder la posibilidad de pasar a una segunda fase a manos de Perú.

El despegue de Chile se retardaba en la cancha, pero en lo referido a crear alianzas y a restablecer las relaciones con la dirigencia mundial, Abumohor partió con el pie derecho: él, junto a Darío Calderón y Alfredo Asfura fueron recibidos por Havelange, en Zurich.

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-Creo que en ese momento comenzó el regreso de Chile al concierto mundial. El momento en que comenzamos a curarnos de la lepra. No llegamos a ningún acuerdo concreto, pero a partir de esa reunión la disposición hacia Chile cambió. Abumohor estaba llamado a ser el hombre que le devolvería la credibilidad al fútbol chileno. De hecho, al año siguiente, la selección, ya con Mirko Jozic a la cabeza realiza una pequeña gira de tres encuentros contra Francia y Arabia Saudita. En marzo de 1994 enfrentan a Francia, en Lyon, en un partido que fue un lujo, porque en el equipo galo había figuras de la talla de Jean Pierre Papin y Djorkaeff, que marcaron dos de los tres goles con que Francia se impuso por 3-1 a Chile. En su paso por Arabia Saudita no conocerá la derrota: un 2-0 a favor de Chile y un 2-2, ambos en Ryhad.

-Fueron tres partidos muy interesantes. Me acuerdo que en el avión yo les recomendaba que no llevaran alcohol. Y el médico de la delegación, que tenía familiares, llevaba de regalo una botella de vino. Le advertí que llegando al aeropuerto se la iban a romper. Y así fue. Recuerdo también que el hijo del Rey de Arabia Saudita nos dejó en nuestras piezas de hotel un regalo: era un reloj. Después nos enteramos, junto con Cristián Lyon, del valor que tenía: 5 mil dólares cada uno.


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EL CAPÍTULO AZKARGORTA

A la Copa América del ’95, no llega Mirko Jozic. Se desembarca antes del buque y puestos a buscar un reemplazante asoma un personaje muy particular. Un poeta empeñado en el fútbol, un hombre a sus bigotes pegados: Xabier Azkargorta. El Vasco, como le decían, había llevado a Bolivia a su primera Copa del Mundo (la de Estados Unidos, en 1994) consiguiendo triunfos históricos en las eliminatorias: ante Brasil, por la cuenta mínima; y una goleada impresionante a domicilio a Venezuela, 7-1. Asfura debió ser el primero que reparó en el trabajo de Azkargorta.

-Me tocó verlo en un partido al que fui como comisario. Un Venezuela-Bolivia. Me llamó la atención cómo dirigía el equipo, el juego que desplegó Bolivia aquella noche, y un gesto al terminar el encuentro. Luego del pitazo final, Azkargorta y su equipo técnico intentaron entrar a la cancha para abrazar a sus jugadores. Estando yo a algunos metros indiqué con el brazo que no debían hacerlo. El y sus asistentes frenaron su intento y se quedaron sobre la línea de cal. Eso me llamó mucho la atención, la capacidad de reacción. Un hombre así, pensé, debe tener realmente condiciones de conducción y a la vez de autocontrol. Eso realmente me impresionó mucho. Entonces, cuando se estaba hablando de un técnico para Chile, en reemplazo de Jozic, yo comenté la sorpresa que me había llevado con Azkargorta y eso motivó que Darío Calderón se reuniera en el hotel Carrera con él, aprovechando una visita de la selección boliviana a Chile. Y eso luego dio pie a que Azkargorta fuera contratado como técnico de la selección nacional.

-Era un buen técnico, pero tuvo mala fortuna, ¿no crees?

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-Creo que su salida fue prematura. No había pasado nada, pero llegó Ricardo, muy presionado, diciendo que: “Hay que sacar a Azkargorta”. Entró con el pie izquierdo, sobre todo con los periodistas. Era un tipo muy culto, pero por algún motivo la prensa chocó con él. Había una especie de rabia hacia su persona que él se encargó de explicitar al momento de su salida. ¿Recuerdas la frase que ocupó cuando dijo que se iba?: “Espero que muerto el perro, se acabe la rabia”.

Mientras, la reinserción de Chile al concierto internacional seguía viento en popa de la mano de Abumohor. Los dirigentes chilenos comenzaron a integrar diferentes comisiones FIFA: Abumohor fue miembro de la comisión de mundiales; Miguel Nasur, ya estaba en la del fútbol femenino; el doctor Antonio Losada, en la comisión médica.

Asfura estaba concentrado en la posibilidad de concertar partidos amistosos para la selección, entendiendo que el regreso de Chile a las eliminatorias imponía responder a la altura de las circunstancias. En tanto, Harold Mayne-Nicholls las oficiaba de coordinador de la selección.

-Luego de eso, Harold renuncia haciendo causa común con Azkargorta, a pesar de haberle manifestado que no debía haberse involucrado con la renuncia de Azkargorta.


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LA LLEGADA DE ACOSTA

1996 no es un año que empieza demasiado bien para Alfredo Asfura. Un par de ladrones lo asalta en pleno centro de la ciudad. “Iba a tomar un taxi, cuando se acercan por detrás dos tipos, empezamos forcejear, ellos intentando arrebatarme el maletín, yo tratando de que no se lo llevaran. En eso, uno saca un cuchillo y yo para protegerme le pongo la mano. Me rebanó cuatro dedos. Y la gente mirando, sin hacer nada. Se llevaron el maletín y yo tuve que tomar otro taxi y partir a la posta donde me cosieron la herida”, recuerda.

Las cosas tampoco iban demasiado bien para la selección y Azkargorta. Luego de una Copa América desastrosa, la de 1995, en la que Chile quedó en la penúltima ubicación, todo se hizo cuesta arriba y el partido que abría la participación en las eliminatorias significó el fin de la era del Vasco: Un deslavado empate sobre la hora con Venezuela no daba para ilusionarse con el regreso de Chile a las eliminatorias. No se había esperado siete añospara eso.

-Con todo, insisto que esa fue una decisión apresurada. No se había definido nada con ese resultado. Azkargorta había hecho un muy buen trabajo en Bolivia, que pudo repetir en Chile. Pero la paciencia no era la virtud que primaba entonces.

Fue la hora de Nelson Acosta. Un hombre que venía cumpliendo muy buenas campañas, sobre todo a cargo de Unión Española, equipo al que convirtió en protagonista de Copa Libertadores.

-Acosta tenía virtudes prácticas. Era un hombre capaz de improvisar, sabía reaccionar en el partido mismo, se adaptaba a las circunstancias. Por ejemplo, Pedro Morales y Riera

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trabajaban los partidos en función de lo que habían hecho en la semana. No se salían de ahí. Pero Acosta podía desechar lo que había hecho y sacar de bajo la manga un cambio impensado que le daba vuelta el partido. -Era un hombre que se manejaba bien en el camarín, me imagino.-Por supuesto, era más agresivo que Morales. Riera era diferente porque estaba en los dos extremos. Además, Acosta tenía muy buena llegada con los jugadores, era muy cercano, paternal. La parte dura lógicamente la evitaba. Eso tiene dos lecturas: una negativa, de no resolver directamente los temas que provocaban conflicto; y la otra positiva, que evitaba que el jugador tuviera una reacción rencorosa hacia él. Yo diría que pocas veces hubo jugadores que entraron en pugna con Acosta.

-Ya que conociste a tantos entrenadores, ¿dónde ubicas a Acosta? O dicho de otra forma, ¿quién crees que fue el mejor técnico de la selección?-Imagínate, yo trabajé con Riera, Álamos, Morales, Ibarra, Carrasco, Aravena, Acosta, Jozic, Salah. Es difícil poner notas. Pedro Morales tenía muy alto puntaje en algunos ítems, pero en otros no tanto. Creo que hicimos una muy buena dupla porque él tenía la virtud de delegar. Si había algún jugador que se iba de farra, yo me encargaba de poner las cosas en regla.

-Como en el caso Ceballos.-Claro. Eso permitió que él nunca tuviera que aparecer provocando una tensión en el plantel. Era un hombre con el concepto pedagógico. Él era profesor primario, igual que su esposa. Tenía esa particularidad de llegar sin el garrote. Un hombre al que rara vez vi alterado. Lógicamente que él pudo haber tenido un gran éxito en el Mundial de Alemania, si hubiera sido él el técnico…

-Finalmente, ¿quién condujo en Alemania?-Bueno, era Álamos pero no era Álamos. Esa fue nuestra gran carencia, un gran error. Se había dispuesto que Álamos regresara a Chile, pero Antonio Martínez, entre comillas, no se atrevió a comunicarle la decisión que habíamos tomado. Pedro Morales fue quien estuvo al borde de la cancha, pero Álamos le daba las órdenes desde la tribuna. Ahora, respondiendo a tu pregunta sobre quién fue el mejor técnico de la selección, te diría que, guardando un gran respeto por Fernando Riera, yo haría una mezcla: metería en la juguera a Riera, a Morales y a Acosta. Y luego de que se hubieran batido bien, agregaría un poco de Álamos.


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EL OTRO CHILE NACE EN WEMBLEY

El camino a Francia 98 estuvo lleno de momentos emocionantes. El 1-1 con Ecuador en Quito, el 6-0 sobre Venezuela y el 4-0 sobre Perú, en Santiago, por mencionar algunos, pero sin duda que hubo un momento especial dentro de la década de los ’90 que la mayoría no olvida: el regreso de Chile a Wembley, luego de la vergonzosa actuación a fines de los ’80.

-Cuando voy al sorteo en Marsella, con Chile ya clasificado, me encuentro ahí con Álvaro Fina, que era de Colombia, quien me dice: “¡Qué lástima, desgraciadamente no voy a poder jugar con Inglaterra, no tengo fecha”. Y yo le digo: “¡Quédate callado, déjame pelotear este partido”. Y así peloteé el partido, con ayuda de un agente en Inglaterra, y conversando por aquí y por allá, me dieron la posibilidad de que volviéramos a jugar en Wembley.

-¿Se acordaban del vergonzoso 0-0 una década atrás?-Algo. Pero no tuvo la repercusión que yo pensé que iba a tener. Yo supuse que estábamos condenados, pero no fue tal. Hicieron algunas exigencias, nada del otro mundo. Cuando llegué a Santiago, el contrato aún no se firmaba. Me acuerdo que me reuní con Abumohor en su oficina. También estaba Acosta. Entonces les digo: “Vamos a jugar con Inglaterra”. Y ellos, en vez de saltar de alegría, me dicen: “Pensémoslo bien…”

-¿Quién te dice eso, Acosta o Abumohor?-Los dos. Tenían sus dudas. Eran de la idea de que había que pensarlo. Y yo les digo: “No, no hay nada que pensar porque yo ya firmé el contrato”. Era una estrategia heredada de los tiempos de Riera. Argüían que era muy riesgoso, qué sé yo, estábamos a pocos meses de la

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Copa del Mundo. Pero como supuestamente eran hechos consumados, se resignaron. Cuando los ingleses me plantearon jugar un segundo partido con el equipo alternativo, ahí tuve que usar mis mejores armas para convencerlos. Jugamos en Hong Kong la Copa Carlsberg: Perdimos con el anfitrión y luego empatamos con Irán. Viajamos hasta Nueva Zelanda y empatamos sin goles con el dueño de casa. La primera victoria la conseguimos tres días después, en Melbourne, ganando por la cuenta mínima a Australia.

El paso por Inglaterra no pudo ser más provechoso. El equipo “B” que jugó el primer día, en Birmingham, ganó por 2-1 a su similar de Inglaterra.

-El arquero Trejo hizo un partidazo, porque nos agarraron a pelotazos y él atajó unos tiros que eran increíbles. Me hizo recordar al Superman Olivares. Y al día siguiente, en Wembley, yo aparecía sentado en la tribuna de honor, en la misma fila que ocupaba la Reina, viendo cómo el equipo A de Chile conseguía un triunfo histórico en la cancha en donde casi diez años antes habíamos salido con la cara roja de vergüenza. Ese debe ser uno de los momentos más importantes de mi carrera como dirigente.


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LA TRASTIENDA DE LA GLORIA

Creer, ese gol que hace Salas, cuando Sierra le sirve ese pase. Fue un poema, de verdad que fue un poema. Para mí es el mejor gol de la historia del fútbol chileno. Por la forma en que se produce, por donde se produce y contra quien se produce. Hay otros momentos importantes: el cero a cero en Moscú, un partido con historia, lleno de tensión, con un final incierto. Sin goles, claro. Pero aunque hubiera habido, difícilmente podría haber opacado esa actuación en la Catedral del Fútbol. Sobre todo por lo que había ocurrido, tanto por la suspensión de Chile como por el partido que había hecho la selección de Aravena”.

Si bien era difícil apostar por una actuación como la que tuvo Chile aquella noche en Londres, Asfura confiaba en que el fantasma de un nuevo bochorno estaba lejos de concretarse. “A ese partido yo llegaba con una confianza distinta. Por lo demás, era un episodio conocido. Lo había conversado con Acosta y también con Pedro Morales y ellos entendían que una actuación como esa no se podía repetir. Y ellos me decían que había que estar confiado en que podíamos hacer algo muy diferente. No íbamos a buscar un resultado, no íbamos a evitar que nos hicieran goles, íbamos con la idea de hacer un gran partido. Recuerda que después de ese partido contra la selección de Aravena, los ingleses habían jurado no volver a invitarnos y, además, el año inmediatamente anterior al histórico partido, Inglaterra había enfrentado a Colombia, y los colombianos habían dejado una muy buena impresión. O sea, la presión por hacer una actuación cuando menos digna era evidente”.

-¿Y los jugadores en que pie estaban?

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-Había jugadores que estaban en un muy buen momento como el propio Salas. Quizá por lo mismo uno advertía un ambiente de tranquilidad, de optimismo. En lo personal, me conformaba con un empate, pero con un empate muy diferente al de la vez anterior. Yo quería un empate lindo. Claro, el triunfo superó todas mis expectativas. Y no sólo las mías. Qué te puedo decir, yo disfruté ese encuentro antes, durante y después del partido. Me acuerdo que había un preliminar entre las selecciones de Inglaterra y Suecia, pero de fútbol femenino, algo que recuerdo con mucha simpatía porque las suecas eran muy hermosas. Pero la sensación general que tuve desde el momento en que firmamos el contrato para el partido era una ilusión tremenda. No medité mucho los riesgos, pensé solo en que íbamos a jugar con Inglaterra. En que la espina que tenía clavada me la iba a sacar. Y así fue.


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MADAME ET MONSIEUR

Chile rezuma confianza en las horas previas a su debut mundialista. Hay razones para eso. Acosta y Asfura viajan a Viena para ver un partido de preparación de la selección austriaca que se encuentra en el mismo grupo de Chile, además de Italia y Camerún.

-Austria había sido nuestra bestia negra en el último mundial. Había preocupación por lo que podían hacer en el grupo. Sin embargo, luego de ese amistoso nos quedó la sensación de que era un rival abordable. Podíamos aspirar a un buen resultado. Dejamos Viena bastante tranquilos. Pero lo que a mí me daba más confianza era el reposo con que Acosta se tomaba todo esto. Había madurado y sabía muy bien cuánto era el rendimiento que podía sacarle a sus jugadores.

La confianza se asentó con los dos amistosos que Chile jugó antes del estreno. Asfura concretó los partidos con Túnez, en Montelimar, y con Marruecos, en Avignon. No fue fácil concertar esos encuentros porque había que conseguir estadios que reunieran las condiciones de seguridad necesarias. “No pudimos encontrar los recintos más adecuados, pero afortunadamente el público que llegó se comportó de maravillas. Esos encuentros fueron una fiesta y anticiparon lo que iba a ser la masiva presencia chilena en los estadios mundialistas”, recuerda Asfura.

Chile le ganó 3-2 a Túnez e igualó 1-1 con Marruecos, equipos que habían demostrado en las eliminatorias un potencial de primer nivel. Por lo mismo, ese apronte acrecentaba el optimismo.

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En el intertanto, otro partido ya comenzaba a jugarse y tenía que ver con la forma en que se iban a repartir las entradas económicas que el Mundial iba a dejar al interior del fútbol chileno. En esa línea, Asfura fue siempre partidario de tomar algunos recaudos: “Siempre le recomendé a Ricardo (Abumohor) que respecto de los ingresos debíamos dejar un colchón post-mundial, que lo preferible era reservar una parte en vez de repartirlo todo entre jugadores, técnicos y los clubes”, dice.

El calendario del mundial ofrece un debut difícil para la suerte de los nacionales. Ni más ni menos que ante Italia. A pesar de eso la derrota era un sustantivo que no entraba dentro del léxico de los chilenos.

-Había esperanza de sacar un buen resultado ante Italia. Y eso significaba un empate. La idea era puntuar en el debut. Lógicamente, de la forma en que se dio el encuentro, esa igualdad terminó dejando un sabor amargo, porque, perfectamente, pudimos haber terminado ganando ese partido. El encuentro, en cierto momento, lo estábamos manejando. Y créeme que de haber ganado ese partido Chile pudo haber llegado a instancias impensadas, no sólo porque habríamos zafado de Brasil en la siguiente ronda, sino porque el golpe anímico que una victoria ante los italianos hubiera significado, podría haber sostenido aún más el temple del equipo.

-¿Cómo viste los otros dos encuentros?-Pienso que el partido contra Austria fue mezquino para Chile y en el caso de Camerún siempre me quedó la duda de por qué le anularon el gol a los africanos. Ese era el juego decisivo y sobre el final no validan el gol que ellos anotaron. ¿Por qué? No lo sé. De hecho, yo estaba en la tribuna de honor viendo el encuentro, tenía a mi diestra al presidente de la Federación de Fútbol de Camerún. Y cuando marcaron el gol y el árbitro lo anuló, se puso furioso y no paraba de reclamar. Blatter, que estaba dos asientos más allá, sabiamente, creo yo, se retiró poco antes de que el partido terminara. Pero bueno, muchas veces nosotros nos hemos lamentado de algún cobro equivocado que nos dejó fuera de carrera, que nos haya tocado ahora a nosotros es algo que se agradece.

-Como ocurrió ante Italia, con ese penal que cobraron contra Chile por la mano de Fuentes.-Para mí, el árbitro sancionó bien esa falta. Fue penal y lo dije el mismo día del encuentro. Yo no tuve dudas, lo que me valió más de un mal rato con mi propia gente que consideraba


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que yo estaba siendo más papista que el Papa. En todo caso, creo que ese es mi rol, ponerme al margen de los apasionamientos, ver el fútbol desde la vereda de la objetividad.

-¿Y desde esa vereda, qué te pareció el partido con Brasil, en la segunda fase?-Con Brasil creo que tuvimos los primeros minutos para la ilusión. Teníamos el control de la pelota y hasta tuvimos un par de ocasiones. Pero después de los quince minutos iniciales perdimos el balón y Brasil desnudó todas nuestras falencias defensivas. Fue un final de fiesta extraño, porque a pesar de la derrota contra los brasileños, uno se queda con la imagen de de las miles de camisetas rojas de miles de chilenos que colmaron los estadios mundialistas y que hicieron que nuestro país, a pesar de estar en suelo francés, jugara de local en cada uno de los encuentros que le tocó disputar.

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ENTRANDO EN LA NIEBLA

Una vez que el Mundial termina, la realidad de la dirigencia del fútbol chileno sufrirá un giro. El hombre que había liderado el regreso del fútbol criollo a la esfera internacional, Ricardo Abumohor, requerido por el afecto familiar, decide renunciar y dejar las riendas del balompié local en el abogado Mario Mosquera.

-No lo veía entusiasmado como para continuar. Él había dedicado varios años al fútbol y la presentación de Chile en Francia marcaba el término de un ciclo. Por lo demás, creo que él y todos los demás veíamos en Mario Mosquera un sucesor a su altura, pero nos equivocamos. El Mario Mosquera que recibió la posta de manos de Ricardo no era el mismo que estaba en nuestra retina como el gran estadista jurídico que encabezó el informe del Maracaná. Era un Mario Mosquera desgastado y, me atrevo a decir, prematuramente envejecido.

-¿Hay en tus palabras una cuota de reproche a Abumohor?-No. No podemos ser injustos con Ricardo. Él creyó que era la continuidad, como muchos también lo creímos… Pero fue el principio de un mal fin porque al cabo de un tiempo el destino del fútbol chileno quedó en manos de un grupo con mentalidades y conceptos muy diferentes a los que durante años habíamos observado en la dirigencia chilena.

En esta suerte de cuesta abajo en la rodada hubo también cambios importantes como la salida de Nelson Acosta de la selección nacional a raíz de diferencias claras con el entonces presidente de la ANFP, Mario Mosquera.


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-La salida de Acosta fue la consecuencia de una postura de carácter personal de Mosquera. Fue, en definitiva, un acto de revanchismo frente a un exabrupto de Acosta ante el cual Mosquera se sintió menoscabado. Acosta no se percató de la presencia del abogado e hizo un comentario en tono de broma bastante descalificador sobre el cual no vale la pena volver. Sin embargo, a mí me quedó claro que tarde o temprano le iban a pasar la cuenta, porque Mosquera estaba a pocos metros de él y escuchó todo.

-La suerte estaba echada antes de que terminará la participación de Chile en Francia entonces.-Claro, pero de todos modos pienso que pudimos hacer algo para haber evitado la salida de Acosta. Pienso que Miguel Bauzá, que sucedió a Mosquera en la presidencia, pudo haber intercedido y haber evitado la presión que ejerció Mosquera para que Acosta renunciara.

De ahí en más hay una sucesión de episodios desafortunados como, por ejemplo, la llegada de Pedro García como relevo de Acosta. “Siendo un hombre muy de fútbol, García llegó en un mal momento a hacerse cargo de la selección, fundamentalmente porque estaba fuera de forma en cuanto al conocimiento que tenía del medio futbolístico nacional y respecto de lo que podía significar la conducción de la selección chilena”, dice Asfura.

En lo dirigencial, también hay cambios, luego de que renuncia Bauzá asume Osvaldo Band, un dirigente penquista que no alcanza a terminar su período y que es la antesala de la llegada de Reynaldo Sánchez al trono mayor del fútbol nacional. Pero antes de que el dirigente autobusero tome posesión de su investidura ocurren otras cosas.

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LA MUERTE DE UN AMIGO

En septiembre de 2000, hay un hecho que contamina de tristeza la vida de Alfredo Asfura: fallece Pedro Morales. Una muerte sorpresiva, quizá demasiado prematura, que llegó sin avisar. “Había tenido molestias estomacales y renales, que luego generaron una infección generalizada. Nunca quedó demasiado claro si hubo dejación de su parte o fue víctima de una negligencia médica. Lo cierto es que de la noche a la mañana, un hombre sano, sin vicios, deportista, ordenado en su vida personal, nos dejó”, recuerda Asfura.

Pocos personajes más cercanos a él que Morales en su tránsito por el fútbol. Sólo Oscar Álvarez y Fernando Riera podrían homologarse, aunque con Morales trabajó más tiempo y armó una sociedad mucho más cercana, tanto en lo profesional como en lo personal.

-Pedro Morales era un hombre muy humano, tanto que a veces ese exceso de humanidad se podía confundir con una falta de dureza. A él nunca le gustó ser el malo de la película. Le incomodaba el papel y cada vez que podía trataba de hacerle el quite. Sobre todo al momento de tener que tomar medidas referidas al comportamiento de los jugadores. Por su condición de profesor tenía muy buena llegada con ellos, era tremendamente creíble, pero como no actuaba con mano dura dejaba espacios de los que algunos se aprovechaban. Por eso hicimos tan buena dupla, porque en esas instancias en donde había que aplicar garrote entraba yo en escena.

-Pero tú decías que la relación de ustedes había desbordado el territorio de lo profesional, ¿cierto?


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-Claro, Pedro se convirtió en mi confidente. Le conté cosas que probablemente a nadie más se las conté. Te diría que alcanzamos un nivel de confianza que ni siquiera tuve con mi hermano.

-¿Cómo jugaban los equipos de Morales?-Jugaban siguiendo la escuela de Pedro Morales. Es cierto que tenía influencias de Fernando Riera, pero Pedro había desarrollado una variante muy personal. Lo que sí era una marca indeleble de Riera era la vocación por el cuidado de la pelota, un acento que es reconocible en todos los que fueron sus discípulos: Pellegrini, Salah, los hermanos Carvallo. Los equipos de Morales también hacían gala de eso. Eran equipos que se armaban en función de tener el balón en sus pies. Pero también tenían un afán ofensivo importante.

-Ahora, en lo que se refiere a la sociedad que ustedes montaban, ¿era un poco la dinámica del policía bueno y el policía malo?-No era tan así. Más allá de que si uno ejecutaba un papel y el otro operaba de manera contraria, creo que nosotros nos complementábamos bien. Y él tenía una tremenda confianza en mi trabajo. Nunca una contratación que hice debió pasar por el visto bueno de Morales. Él me daba las características del jugador que quería y yo salía a buscar. Así fue en Católica, Unión Española, Everton y en Colo Colo. Las condiciones técnicas del jugador eran sólo una parte para definir una contratación. Había que fijarse en el asunto económico, en el disciplinario, en las ganas que tenía el jugador de llegar al club.

-¿O sea, en algunos casos el criterio tuyo era decisivo?-Sí, claro. Y yo le hacía mucho caso a mi intuición, a la tincada. Te pongo un caso: José Luis Ceballos, el argentino que llegó a Everton el ’76. Pedro lo había visto jugar un par de veces. Yo también tuve la oportunidad de verlo en acción. Era notable las cosas que hacía con la pelota en los pies, pero había un problema: su disciplina. El propio Menotti me dijo que el chico tenía mucho talento, pero sus problemas disciplinarios le jugaban en contra. Entonces, le dije al propio Menotti que de eso nos encargábamos nosotros. Yo podía hacer que cambiara algunos hábitos de comportamiento, pero no podía enseñarle a desbordar ni a convertir goles, por muy buena persona que fuera. Me acuerdo que cuando estuve en Argentina buscando ese refuerzo para Everton, Ceballos iba todos los días al hotel a pedirme que lo llevara. Eso también fue determinante, las ganas que tenía de venir a jugar a Chile.

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-El caso Ceballos fue emblemático…-Ese y el de Vasconcellos, también mientras trabajaba con Morales. Ahí nos faltaba un diez, alguien que estuviera en la línea de Chamaco Valdés, un hombre que hiciera sociedades con los delanteros. Y así llegué a ese jugador, por intermedio de mi gran amigo y presidente del Inter en ese entonces Marcelo Feijó. Porque cuando salía a buscar jugadores, yo echaba mano a mis contactos, que incluía dirigentes, periodistas y técnicos. Así fuimos acumulando aciertos, pero también hubo ocasiones en las que nos caímos rotundamente.

-¿Por ejemplo?-Los refuerzos internacionales de la UC 1981. Habíamos hecho varias contrataciones que habían remecido el medio local. Le habíamos levantado a nuestro clásico rival a su figura símbolo, Alberto Quintano, y nos habíamos hecho del jugador más talentoso del fútbol chileno, Manuel Rojas. Habíamos cubierto bien otras plazas y, en verdad, no teníamos demasiada necesidad de llenar los dos cupos de extranjeros que había vacantes, pero lo hicimos y trajimos a dos brasileños: a Toninho, que era un buen jugador, pero que llegó a Chile arrastrando una dolencia que él ocultó; y a Edú, que era un futbolista de más de 35 años, cómodo, flojo, pero que le pegaba con un fierro a la pelota. Ninguno de los dos rindió. Errar es humano.


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BLATTER, EL QUE LA SIGUE

Todo ocurre demasiado rápido en la vida de Alfredo Asfura. No ha terminado de llorar a su amigo Morales cuando, dos días después de sus funerales, debe partir a Guatemala para participar en el Mundial de Futsal. Allá le espera una tarea de incierto pronóstico: aprovechando la presencia del Presidente de la FIFA, Asfura insistirá en invitarlo a que visite Chile.

-Yo sabía que el 2001 él iba a estar en Argentina con oportunidad del Mundial Juvenil. Así es que, de alguna manera, las posibilidades de comprometerlo, conforme se acercaba esa fecha, disminuían. Personalmente venía haciendo una campaña que consistía en tocarle el tema cada vez que tuviera la ocasión y ahí, en Guatemala, volví a hacerlo. Y él me dijo algo que fue como haber firmado un documento: “Te estoy mirando y veo la sinceridad en tus palabras. Te prometo que voy a ir a Chile”, me dijo. Y así nomás fue.

Lamentablemente la visita de Blatter, que era la segunda luego de que en 1987 vino al país para el Mundial Juvenil, en su calidad de Secretario General de la FIFA, no tuvo el marco adecuado para que trascendiera de buena manera. Se vivían días confusos en la dirigencia nacional.

-Se trata de un período de cierta inestabilidad. Abumohor había terminado su mandato y luego las riendas del fútbol quedaron en manos de Mario Mosquera, Miguel Bauzá y Osvaldo Band, pero en períodos muy breves. No había un norte demasiado claro y eso se confabuló para que no se le sacara todo el lustre a la visita de Blatter. De hecho, cuando

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Blatter dio su charla magistral, por una situación fortuita el presidente en ejercicio, Mario Mosquera, no pudo estar presente. Le sobrevino un malestar que lo obligó a retirarse de la sala.

Con todo, hubo un almuerzo de agasajo en la casa de Ricardo Abumohor donde asistió la plana mayor del balompié nacional, en la que a Blatter, ya a la hora de los postres, le bajó una ansiedad mayor por fumar puros. ¿Y de dónde le iban a sacar un puro a esa hora a Blatter si nadie fumaba puros? Bueno, casi nadie: el único fumador de puros en esa comida era Alfredo Asfura.

-Todos fueron hasta mi mesa para ver si podía solucionar el problema. El único puro que tenía era el que estaba fumando, un Romeo y Julieta, Churchill. No había más. Tuve que sacrificarme. Le corté la punta al puro que fumaba y se lo envié a Blatter. Una pequeña anécdota para una visita por la que luché y que busqué hasta la majadería, salvando con éxito, como ocurrió también en los casos de los partidos contra Inglaterra y Francia que nadie pensaba que se iban a concretar y se concretaron. Un detalle importante que necesito mencionar es que el día en que Blatter se iba camino al aeropuerto pidió pasar a visitar la tumba de Pedro Morales. No quería irse de Chile sin despedirse de él.


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HORA DE ELECCIONES

Luego de esa visita, el fútbol chileno entra en el territorio de las elecciones. Dos listas bastante disímiles se presentan para ocupar el trono del balompié criollo. Por un lado, Jorge O’Ryan, dirigente cruzado de larga data; por el otro, Reynaldo Sánchez, un hombre hecho a pulso, dirigente autobusero de la Quinta Región. En la antesala de la votación, O’Ryan corre con ventaja. Su proyecto parece venir mejor perfilado y, como si eso no bastara, cuenta con el apoyo de los clubes grandes. Asfura prefiere tomar palco y no participa ni en una ni otra lista, como una forma también de dejarlos en libertad de acción respecto de su persona.

-Fue una votación demasiado estrecha que, finalmente, ganó Sánchez. Por nariz, dirían los hípicos. No tenía ninguna relación con él y por lo mismo no tenía ni una buena ni una mala opinión suya. No tenía opinión nomás. Te recuerdo que la frase con la que Sánchez se proclama es bien particular: “Como no hay candidato, yo voy a ser candidato”.

Quien había sido hasta entonces presidente de Santiago Wanderers, a partir de una suerte de populismo, consigue reunir los votos de los clubes chicos, especialmente aquellos que observaban con riesgo la posibilidad de un campeonato demasiado exigente ante la inminente opción del descenso. Para ellos, Sánchez anuncia la suspensión del descenso. Un favor como ese debía ser devuelto en las urnas.

Una vez que Sánchez sale electo, llama a Asfura para manifestarle su deseo de que trabaje con ellos en la selección. Pero lentamente esa idea comienza a diluirse. “Tengo la sensación de que la gente que lo rodeaba empezó a meterle en la cabeza que yo era un hombre difícil,

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que le iba a quitar protagonismo. Incluso, en un momento él realiza unas declaraciones en contra mía y de Abumohor donde planteaba que nosotros no teníamos ningún peso en la CSF, organismo que era una manga de viejitos que se la pasaban tomando pastillas, en palabras de Sánchez. Me acuerdo que yo había comenzado mi asesoramiento a Colo Colo. Ahí asesoré a Juan Carlos Saffie, quien era el síndico de la quiebra del club popular. Íbamos llegando a La Moneda a una reunión con Heraldo Muñoz cuando un periodista me pregunta sobre qué me parecían las declaraciones de Sánchez en las que decía que nos faltaba peso. Fui enfático: “Me voy a preocupar de comer más”.

Las relaciones con Sánchez se congelan y, ciertamente, sus palabras no hicieron demasiada gracia en la Confederación. Por lo mismo, la intención de algunos dirigentes del círculo de Sánchez de convertirse en los relevos de los Asfura y los Abumohor no prospera demasiado.

Entonces ocurre otro hecho llamativo que pudo ser un giro importante. Sánchez convoca a René Orozco para que se haga cargo de la Federación de Fútbol. “El proyecto que traía Orozco era interesante, él pretendía hacer de la Federación un organismo vivo, lleno de actividades y en ese afán me convocó a trabajar con él. Lamentablemente, Orozco y Sánchez no demoraron mucho tiempo en hacer cortocircuito y luego de un par de meses el ex presidente de la ‘U’ renunció al cargo”.

La distancia es lo que mejor refleja la relación entre Asfura y Sánchez. Sólo al final de su mandato, acercarán posiciones, cuando Sánchez le pide asistir a nombre del fútbol chileno a un Congreso de la FIFA en Marrakesh, pero para ese entonces los días de Sánchez estaban contados y el nombre de Harold Mayne Nicholls, sin que nadie lo tuviera demasiado claro comenzaba a encontrarse con su destino.


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LA JUGADA MAYNE-NICHOLLS

En la historia reciente hay algunos hechos que son imposibles de olvidar para Alfredo Asfura, como por ejemplo cuando aprovechando un aniversario de Ñublense de Chillán, el club le rindió un homenaje.

-Sergio Zarzar, quien era presidente de Ñublense, siempre me decía: Chillán está en deuda contigo, nunca se te ha hecho un reconocimiento. Me consideraba una suerte de hijo ilustre de la ciudad y vista lo que había sido mi carrera en el fútbol él creía necesario y urgente hacer algo. El día llegó, en 2005. Aprovechando un aniversario del club me convocó y se me rindió un homenaje muy emotivo, al que asistieron también Reynaldo Sánchez y Abdala. Fueron dos días muy especiales porque en esa ocasión mi primo Oscar Asfura organizó un almuerzo en el que consiguió reunir a 40 Asfura de distintas generaciones entre tíos, sobrinos y primos. Reviví todo lo que había sido esos años en Chillán, la familia, la relación con mi padre y hasta esos días en que el mundo se me revelaba a través de una vieja radio en donde yo escuchaba el fútbol con la oreja pegada al transmisor.

En esos días, aún cuando la posibilidad de que Harold Mayne-Nicholls de presentarse como candidato a la presidencia del fútbol chileno todavía no se fraguaba, ya en el entorno de Sánchez la imagen de Mayne-Nicholls generaba animosidad. Debieron pasar algunos años para que esa opción cobrara formas.

Asfura consolidaba su relación con FIFA y la Confederación Sudamericana de Fútbol yendo como delgado a diferentes torneos, sudamericanos y mundiales. A pesar de no estar inserto en la contingencia nacional, es considerado para integrar la delegación oficial de FIFA al

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Mundial de Corea y Japón, en 2002. Y para Alemania 2006 llega como miembro del staff para funciones especiales, lo que marca un hito en su carrera: “Había pasado 32 años desde que fui a la primera Copa del Mundo que, precisamente, se había disputado en Alemania. Recuerdo haberle dicho a Blatter: Chile me llevó a Alemania ’74, tú me has traído a Alema-nia 2006”.En esa cita, a la que Chile no asistió, ocurre un episodio que es crucial para la suerte del balompié local. Harold Mayne-Nicholls se desempeñó en la Copa del Mundo de Alemania como coordinador general del torneo. Y Asfura tenía una oficina al lado de donde operaba Mayne-Nicholls.

-¿Fue ahí donde lo conociste?-No. Mi historia con Harold viene del Mundial Juvenil de 1987, en Chile. Esa fue la primera vez que supe de él. Te diría que fue una relación de mucha confianza y, de alguna forma, de cierto paternalismo. Más de una vez me atreví a darle un consejo. Y siento que él fue un hombre que supo escuchar.

-¿Cuando comenzó a tomar forma la idea de que Harold fuese candidato a la presidencia del fútbol chileno?

-Creo que en las diferentes conversaciones que tuvimos con Harold en Munich se fue fraguando lo que sería su postulación a la presidencia del fútbol. A partir de ahí yo tuve muchas conversaciones con dirigentes y periodistas tanteando qué les parecía la opción de Harold. Me acuerdo que un día se acerca y me dice: “quiero hablar contigo. Me están llamando desde Chile porque quieren proponerme como candidato. ¿Qué opinas tú?”. La pregunta de Harold traía amarrada consigo la necesidad de despejar una duda, porque, como yo era muy cercano a Ricardo Abumohor, y su nombre también había sonado para un posible regreso una vez que terminara la gestión de Sánchez, era fundamental ir dilucidando el panorama.

-¿Y qué le contestaste?-Le dije: “¡Me parece sensacional, vamos con todo!”. Luego él habló con Abumohor, siempre durante el Mundial de Alemania. Ricardo estaba en Berlín y cuando Harold le preguntó, él le dijo: “Tú eres mejor candidato que yo”. Con esa frase, le dejó la pista despejada. Claro, después hubo que conversar con O’Ryan, quien se sentía con todo el derecho de ir a las


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elecciones, y también con el propio Sánchez. Es más, durante un viaje a Zurich, es Sánchez quien me insta a volver a trabajar directamente con el fútbol chileno y la selección. Yo me resisto a la idea porque tenía otros planes que ya estaban en marcha. Entonces, él me dice que porqué no escribo un libro, que él me financia todo. Mira lo que son las cosas. Bueno, en rigor, no sólo me lo planteó él en su momento, pero para que veas que el bichito de escribir el libro hace rato que estaba dando vueltas. Ahora ya es realidad, ustedes podrán juzgar si valió realmente la pena.

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EPÍLOGO

Este libro lo venía postergando desde hacía bastante tiempo, pero creo que llegó el momento de contar lo que ha sido mi vida, aunque tal vez sea mejor decir: mi vida ligada al fútbol que, en definitiva, ha sido la gran pasión de mi existencia. No es un asunto de vanidad lo que me ha llevado a volcar mis vivencias en estas páginas (luego de varias horas de conversación con Marcelo Simonetti que habitualmente llegaba a casa por las tardes y grabadora en mano me obligaba al recuerdo), sino el interés por traspasar a las nuevas generaciones las experiencias que viví, los aciertos y los yerros, las penas y las alegrías. He tenido el privilegio de estar en la primera fila de los momentos más importantes del fútbol chileno, he seguido de cerca su desarrollo, me he adentrado también en la trastienda, en las negociaciones y las conversaciones que no siempre llegan a oídos de la gente. Y sería mezquino de mi parte no compartir esas vivencias. Lo hago citando nombres y apellidos, en la medida que la memoria me ha ayudado, confiado en que aquellos que aparecen en estas páginas entenderán el propósito de este libro. He contado mi historia con franqueza, lealtad y mucho respeto, así es que espero que nadie se sienta menoscabado con estas líneas.

Me anima, además, el compartir esta historia con mi familia, mis amigos y con aquellos que me han acompañado en parte de este largo viaje. Aquí están todas las estaciones que recorrí, desde mi infancia a la fecha, por lo que espero que, al tener la historia completa, entiendan mejor a este hombre que se llama Alfredo Asfura Mansour. Y, cómo no, esta historia es también para mi hija y mi esposa, parte fundamental de mi vida. A ellas les agradezco la compresión y el apoyo.

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He tratado de vivir con los mismos principios que he aprendido del fútbol. He sido leal, me he esforzado, he tenido respeto por el otro y he sabido trabajar en equipo por un objetivo. El fútbol me ha dado mucho, por no decir todo. Estas páginas también son, en definitiva, una vuelta de mano.

Viajar enseña, dicen. Y entre otras muchas satisfacciones el fútbol me ha dado la posibilidad de aprender recorriendo el mundo. He conocido 129 países, producto de haber visto 11 mundiales, 15 Copa América, decenas de juveniles sub 20 y sub 17, tanto sudamericanos como mundiales, Copas Libertadores, Sudamericanas, las eliminatorias, todo… Sólo con la selección chilena participé en 36 giras y alrededor de 500 partidos, con clubes diría que otras 35. Y luego están la infinidad de congresos de la FIFA, de la Conmebol, reuniones… Conocí África, Asia, Oceanía… A Europa debo haber ido 50 veces, aunque no las he contado nunca. Sin embargo jamás pensé en los viajes como un objetivo, simplemente se fue dando.

Gracias a todos, gracias al fútbol, especialmente al querido futbol chileno, gracias a la vida...


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MI VIDA ES UNA PASIÓN REDONDA · 2014. 9. 16. · MI VIDA ES UNA PASIÓN REDONDA 11 Esta historia...

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