Mi Pueblo (Chamico)

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Mi Pueblo, edicion de Kapelusz, Chamico (Conrado Nale Roxlo)

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cstuGRANDES OBRAS I)! LAI II I RATURA UNIVERSAL

Ml PUEBLOC H A M I C O

ESTUDIO PRELIMINAR Y NOTAS DE H ERM INIA PETRUZZI BE DÍAZ EDICIÓN DIRIGIDA POR MARÍA HORTENSIA LACAU

E D I T O R I A L K A P B l . U S a !M O R E N O 3 7 2 B U E N O S A I R E S

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“ Están prohibidas y penadas por la ley la reproducción y la difusión totales o parciales de esta obra, en cualquier forma, por medios mecánicos o electróni­cos, inclusive por fotocopia, grabación magnetofónica y cualquier otro sistema de almacenamiento de información, sin el previo consentimiento escrito del autor o del eaitor.”

I.S.B.N. 950-13-2219-X

Todos los derechos reserv3dos por (£). 197") EDITORIAL KAPEL'JSZ S.A Buenos Aires. Hecho el depósito que estaolece la iey 11.723.

Publicado en diciembre de 1971.

LIBRO DE EDICION ARGENTINA. Printed in Argentina

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Í N D I C E

Resumen cronológico de la vida y de la obrade Conrado Naló Roxlo (Chamico) ..................................... 7

ESTUDIO PRELIMINAR

El “ indefinible” humorismo ................................................. 9La dialéctica Jel humorismo: humorismo y sátira . . . 10Humorismo e ingenio ....................................... ............... 11Humorismo e ironía ......................................................... 11Humorismo y grotesco .................................................... 12El humorismo: “ una cualidad de expresión” ............ 12

El humorismo y ios argentinos ............... ............................ 13Conrado Nalé Roxlo: su humorismo ............................ 15Chamico y Payró: “Mi puéblo” y “.Cuentos.de

Pago Chico” . v;.............................................................. 15Chamico y Miguel Ángel Correa: “Mi pueblo” y

“Santa Fe, mi país” ..................................................... 18Mi pueblo ..........' ............ ..................................................... .. . 19

Estructura de la obra: La realidad representada . . . . 19La narración: deliberada falta de secuencia temporal

y los cambios en los puntos de vista del narrador.. . . 20Actitudes del narrador ..................................................... 22Apelación al lector ................................ ............................ 23Los personajes y el ambiente .......................................... 24El lenguaje ........................................................................... 26

Valoración final ....................................................................... 32Noticia sobre la anotadora .......................... ......................... 33Nuestra edición ................................................ .. .................... 33

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Ml PUEBLO

Primeros pobladores ........................................................... 37« Alumbrado público .............................................................. 40

Meridiano local ..................................................................... 43Pesas y medidas ................................ .................................... 46El buzón ................................................................................. 48La licorera .............................................................................. 51

—’Ferroviaria ............................................................................. 54Víctima de la competencia ........... ..................................... 57

—■ Ei Negro Diana ................................ ’. ................................... 60* El demonio de la apuesta .................................................... 63

bomberos voluntarios .......................................................... 66s> Piedras fundamentales ......................................................... 69

- Sic transit gloria mundi ....................................................... 72Las mascotas de mi escuela ................................................. 74Sumario policial ......................... .......................................... 78Los juegos florales y el palo enjabonado .......................... 81Oda augural a la retreta local .............................................. 85El teatro ................................................................................. 87El balneario ........................................................................... 89Monumental .......................................................................... 93

.» El museo ................................................................................ 95El centenario ......................... ............................................... 98Liga de templanza ................................................................ 101Justicia divina ....................................................................... 104El conde Liberato ................................................................. 106

13 Inundaciones secas ............................................................... 108ft Grabado en mármol ............................................................. 113<j Un corrector de lápidas ....................................................... 116

El dominó de los viejos ........................................................ 119

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RESUMEN CRONOLÓGICO DE LA VIDA Y DE LA OBRA DE CONRADO NALÉ ROXLO

1898 Nace en Buenos Aires el 15 de febrero. Sus padres, Curios Ricardo Nalé y Consuelo Roxlo, son uruguayos, de origen español. Pasa los primeros años de vida en San Fernando,donde recoge imágenes y personajes qut transmutará y recreara literariamente, muchos años después, en las páginas de Mi pueblo.En “La Idea” , periódico del barrio de Flores, publica sus versos iniciales y conoce a varios escritores.

1923 La Editorial Babel, fundada por Samuel Glusberg, organiza un concurso literario. El jurado, formado por Capdevila, Lugones y Arrieta, asigna el premio de Poesía a El grillo, que aparece así en su primera edición.

1924 El grillo es distinguido con el Segundo Premio Municipal de Literatura. Nalé Roxlo es uno de los red. 'tores iniciales del periódico “Martín Fierro”, órgano de movimiento ultraísta. A partir de esta época comienza a colaborar, a veces con diferentes seudónimos, como Alguien, Homo Sapiens y Chamico, en distintos periódicos y diarios: “Nosotros” , “ La Nación” , “El Mundo”, "1 Hogar” , “ Mundo Argentino”, etc.

I9J7 Diiige la revista “Don Goyo” y colabora en el diario “Crítica” .19 V] Aparece Claro desvelo, su segundo libro de poemas, dedicado a

su madre, Consuelo Roxlo de Nalé.|94 l Aparece La cola de la sirena, comedia en tres actos y siete

cuadros, dedicada a Enrique Guastavinb. La obra se estrena el 20 do mayo en el teatro Marconi y obtiene el Primer Premio Nacional de Teatro.A fines de este año se publica Cuentos de Chamico, con ilustraciones de Lino Palacio.

1942 La Editorial Losada reedita El grillo y Claro desvela en un solo volumen.

1943 Aparece El muerto profesional, volumen de cuentos humo­rísticos.

1944 Con el título de Antología apócrifa se publica una recopilación de sus trabajos escritos “A la manera de...” , los que habían aparecido ya en distintas publicaciones periódicas. El volumen es ilustrado por Toño Salazar.El 21 de abril de este año se estrena en el teatro Odeón su farsa en tres actos Una viuda difícil. La obra es editada en el mismo

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año y se hace acreedora al Segundo Premio Nacional de Teatro y al Primer Premio Municipal de Teatro.

1945 Se publica El pacto de Cristina, drama en tres actos. El 4 de mayo es presentado en el Teatro Presidente Alvear. La obra recibe el Primer Premio Nacional de Teatro.

1946 Aparece Cuentos de cabecera, de Chamico, con ilustraciones de Muñiz.

1952 Aparece De otro cielo, su tercer libro de poesías. También se publica La medicina vista de reojo, de Chamico.

1953 Año fecundo en su producción humorística. Aparecen Mi pueblo, Libro de quejas y El humor de los humores, especie de original calendario. Se inicia en la literatura infantil con El diario de mi amiga Cordelia, la niña hada, también publicado este año.

1954 Aparece un delicioso libro para niños, La escuela de las hadas.1955 Se publica, de Chamico, Sumarios policiales.1956 El 23 de marzo se presenta en el teatro Liceo Judith y las rosas,

farsa en tres actos y cuatro cuadros. Publicada en este mismo año, la obra merece el Premio Nacional de Comedia del trienio 1954-1956.

1957 Con el título de The difficult widow, el 30 de noviembre de este año se representa en Broadway su obra Una viuda difícil.En Buenos Aires se estrenan, en el Teatro de la Reconquista, £7 reencuentro, drama realista, y El neblí, misterio en un acto.

1960 Se publica Extrnñn accidente, nave.la corta de poética hondura.1961 La Sociedad Argentina de Escritores confiere a Nalé Roxlo el

Gran Premio de Honor.1964 Aparece Teatro breve, libro que incluye El pasado de Elisa, El

vacío, El reencuentro y El neblí.1965 Aparece El ingenioso hidalgo, de Chamico.1968 Con el título de Antología total, aparece una recopilación de la

obra de Nalé Roxlo, con prólogo de Luis de Paola. En este libro se añaden, a los trabajos ya conocidos, dos cuentos: “Bajo el signo de Acuario” y “El cuervo del arca” .El jurado del concurso instituido por la Fundación Odol le acuerda el premio “Sixto Pondal Ríos”, consistente en un millón de pesos, por la significación de su obra en las letras argentinas.

1969 En marzo de este año se representan en el teatro Candilejas, de Buenos Aires, diversas piezas pertenecientes al ámbito de su Antología apócrifa.El 11 de julio es nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras, donde ocupa el “ sillón de Echeverría” que, hasta poco antes, había correspondido a Rafael Alberto Arrieta.

197 1 El 2 de julio fallece en Buenos Aires.

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ESTUDIO PRELIMINAR

l',L “ INDEFINIBLE” HUMORISMO

“El humor ha de tomarse en serio” , ha dicho alguien. Esta afirmación nos parece muy razonable. Para empezar, la mayoría de los críticos coincide en señalar la dificultad que Implica definir con acierto al humorismo. Y ya que precisa­mente eso es lo que nos proponemos intentar, creemos que ese Intento ha de ser encarado con seriedad; con seriedad, sí, pero también con cierta dosis de optimismo: nos referimos a nuestras posibilidades de aclarar la id-.:a —por lo general bastante vaga— que se tiene acerca del humorismo.

La dificultad comienza con la palabra humor, de origen latino; literalmente significa “ cuerpo fluido” y en ese sentido tiene también la connotación de enfermedad. En sentido figurado, el humor es algo así como ingenio, disposición de ánimo, inclinación. Es decir, que tenemos ante nosotros dos caminos: uno que se atiene a la palabra humor, que en la práctica señalaba en Inglaterra un rasgo psicológico bastante dominante y cuyo sinónimo en ese idioma es fluid; otro que se inclina hacia el fenómeno humor, es decir, al proceso de reflexión que tiene algo de ese sentido original de la palabra, pero que se ha generalizado y ya puede rastrearse en la evolución del pensamiento y de la creación.

lin el siglo XVIII se va desarrollando una serie de teorías estéticas sobre el humor, que parten de esa parcial coincidencia entre la palabra y el fenómeno racional que implica. Si bien esas teorías surgieron en Inglaterra, el término, superadas ya para entonces las fronteras de ese país, fue incorporado a otras lenguas, aunque con distintos matices. También en el siglo XVIII el término humor empieza a ser remplazado por el de humorista; esto es importante porque revela, en principio, una cierta conciencia de que el concepto implica una actividad consciente: no es algo que se padece, sino algo que se ejercita voluntariamente. Estamos ya ante el humorismo como actitud estética; pero si queremos llegar a una definición, deberemos

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transcripción “literal” que hacen, Chamico en “ Sumario policial” y Payró en “Libertad de imprenta” : ambos textos revelan torpeza en el manejo de la lengua escrita: redundancias (se defendió en defensa propia, Payró); lengua oral, en contraste a veces con la terminología formal de un acta (en el overo rosado de fojas uno, Chamico; ...y que le pegó unos palos... Y leída que le fue su declaración... Payró); en ambos casos, el pretendido valor de testimonio constituye un recurso muy valioso de humor.

Este mismo procedimiento de transcribir literalmente se presenta con relación a los diarios (El Justiciero de Pago Chico, Payró; El Flagelo y Res Non Verba de Mi pueblo, Chamico): en estos casos el humorismo surge del empleo de la lengua oratoria, abrumada de lugares comunes y frases altisonantes.

Las coincidencias son muchas y es la intención del narrador la que establece las diferencias; esa diferente actitud del narrador se hace más clara en otros dos episodios: “Poncho de verano” (Payró) y ,“ El conde Liberato” (Chamico). Aquí creemos que el humor de Chamico podría estar más cerca del de Payró, porque los dos temas trasuntan el dramatismo que producen siempre la injusticia y la fuerza, ejercitándose con el débil: en un caso (Payró) la víctima es un paisano a quien acusan de abigeato, al que castigan brutalmente y envían a la cárcel; la ironía no tiene atenuantes, ya que es la misma autoridad la responsable del robo. Y “El justiciero” declara: El comisario Barraba ha satisfecho la vindicta pública y merece el aplauso de todas las personas honradas... Después, otra vez el narrador: Dos meses después, Segundo estaba en Sierra Chica, su familia en la miseria y el señor Comisario se compraba otra casa...

Chamico nos enfrenta con el problema de un pobre zapatero que aspira a obtener un premio en los carnavales con su disfraz de conde, y se ve postergado año tras año. Pero el pueblo se había hecho ya una costumbre no premiar al pobre Liberato. Y esto no es porque fuera gente especialmente mala pero, en el aburrimiento local, aquella broma servía para divertirse todo el año... Al final presenciamos el derrumbe del zapatero, enloquecido por la injusta postergación: No sé que se hizo, pero tengo para m í que en algún carnaval lo barrieron definitivamente entre un montón de serpentinas pisoteadas.

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Son la mayoría. La incorporación a la realidad se realiza en muchos episodios con una primera persona que lo ubica, niño todavía, viviendo las circunstancias y los hechos narrados: Pero la gloria d e l b u zó n [... ] fu e e fím era pues al d ía siguiente m i ingenua fe d e n iñ o (“El buzón” , p . 51); C om o y o estaba en segundo grado, (“ Las mascotas de mi escuela” , p. 75); y a los n iños de la escuela nos llevaron a verla. (“Monumental” , p. 94); En ese m o m en to m is in fan tiles m anos pecadoras

corrieron la bandera-cortina... (“El centenario” , p. 99); y los chicos nos em barrábam os a gusto . (“ Inundaciones secas” , p. 109).

En otros, el narrador es testigo adulto de los hechos que narra; su incorporación en primera persona del singular o plural lo convierte también en personaje —menos acusado y real que los demás— en cuanto forma parte del pueblo que enfrenta, por ejemplo, en “ Alumbrado público” el problema bastante paradójico de la oscuridad a causa de la luna llena (A eso estábam os acostum brados, p. 41); o sufre el desmorona­miento del mundo fabulado por Pepe Camueso (Han pasado 40 años, pero los ojos se m e llenan de lágrimas al recordar... “ Ferroviaria” , p. 57); o, en fin, cultiva su espíritu en la creación artística (En m i pueb lo éram os m u y a fectos al teatro. “El teatro” , p. 87).

E pisodios anteriores a la época del narrador y cuyas consecuencias lo alcanzan.

El caso más relevante es el de “El conde Liberato” ; el tiempo de la narración - o sea el del tema central: lu

Episodios de la época del narrador:

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presentación de Liberato a un concurso de disfraces— no ocurrió en la época del narrador, pero la broma que se enseñoreó del pobre zapatero recomenzaba casi idéntica, un poco idiota y bastante cruel en cada carnaval. De allí su inclusión en primera persona: Yo lo vi muchas veces de chico..., (“El conde Liberato” , p. 107), cuando éste ya era un loco, eternamente disfrazado.

Una perspectiva zigzagueante, un tiempo que se adelanta y retrocede, un narrador a veces testigo, a veces personaje, a veces sólo recopilador de datos, configuran una recreación dinámica y vibrante de este pueblo y su historia.

ACTITUDES DEL NARRADOR

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Se pueden señalar dos fundamentales. La mas relevante esla actitud, en apariencia objetiva, con la que el narrador quiere acentuar su condición de cronista de los hechos que narra. Está lograda especialmente por el valor testimonial que le asigna a muchos episodios. En algunos casos lo hace por medio del estilo indirecto: Un decreto municipal prohibió los simulacros sin causa justificada (incendio) según se aclaraba textualmente. (“Bomberos voluntarios” , p. 68); “El Flagelo de las Concien­cias” lanzó la idea diciendo textualmente... (“ Bomberos volun­tarios” , p. 66); entró en tratos con don Cayetano Lavagnino, quien, como dijeron los diarios... (“Piedras fundamentales” , p. 69); De estos rememberes postumos, como los llamaba un diario de la época... (“ El museo” , p. 96), etc.

En otros casos, son expresiones que se repiten a lo largo de la obra y que mantienen ese valor de testimonio: La que quiero contar es ésta. (“El teatro” , p. 87); Pasaba esto. (“ El museo” , p. 96); Las cosas ocurrían así, (“El teatro” , p. 87, e “ Inundaciones se">s” , p. 109); La experiencia fue ésta (“Grabado en mármol” , p. 114) y muchas más.

Están finalmente l¿u_ transcripciones “ literales” : “Sic Transit Gloria Mundi” , (p. 72); “ Sumario policial” , (p. 78) y “Oda augural” , (p. 85), a las que -">lveremos cuando hagamos referencia al lenguaje.

La otra actitud es francamente subjetiva; el narrador se incorpora al relato con intervenciones directas, a \~ces en

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primera persona, otras a modo de digresiones, en tercera; en casi todas sentimos la fervorosa valoración de la fantasía frente a la empecinada limitación por la que transitaba la mayoría de los lugareños.

F.n “ Ferroviaria” , p. 57, La empresa hizo correr un verdadero tren a la hora del de don Pepe, un tren vulgar y prosaico, que llevaba pasajeros verdaderos a lugares existentes, un tren realista al que tuvo que ceder la vía el hermoso tren poético-amoroso, la acumulación de adjetivos connotadores de materialidad - a pesar de la ironía que revela la descripción detallada de tal absurda ocurrencia— pone de manifiesto una valoración muy estimable de lo que expresaba ese mundo que la realidad desbarataba. En “ El Negro Diana” , empeñado en desbordes hacia un pasado sin fin, también escuchamos la voz solidaria del narrador: Lo malo., no vara mí. sino. nova-. espíritus secos y am's^* Ia tonta verdad es que puesta añorar se U> lba el recuerdo.... p. 60; ...le pagaban el último trago y ' le volvían la espalda, como hacen siempre las personas ¿ricomprensivas cuando se encuentran ante una hermosa fantasía., p. 61. Y cuando su asiduo clarín altera la venerable rutina, Tímpanos cansados y bolsillos egoístas movieron duras manos y alguien le robó el clarín, (p. 62).

La actitud subjetiva del narrador lleva implícita una crítica, pero una crítica comprensiva - e l humorista sin mezcla de que hablábamos— que justifica errores y debilidades; de esa manera, a la muerte del Negro Diana, una mano anónima y arrepentida colocó entre las suyas, inmóviles para siempre, el hermoso clarín; así también justifica la crueldad gratuita que se confabuló contra las ingenuas aspiraciones deí conde zapa­tero (ver “Chamico y Payro...” , p. 17).

API LACION AL LECTOR

Pocas veces recurre Chamico a esa actitud narrativa en la que se habla directamente a un lector ideal; el resultado es un acercamiento entre narrador y público, ya que el tema y el tiempo de los acontecimientos se interrumpen y el narrador establece una comunicación directa con su lector, en la que apela a !a comprensión; convierte al que lee en su confidente al

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plantearle la justificación de sus propias actitudes y las de sus personajes. Transcribiremos los tres casos hallados: Compren­dió, lector, que encontrarás alguna imprecisión en este relato, pero ¿se le puede exigir mucha exactitud a un hombre cuya infancia fue regida por tales relojes? (“Meridiano local” , p. 45); Fn otras circunstancias es posible que Fernández hubiera sido tan honrado como tú, lector... (“Justicia divina” , p. 104);

lector inquieto se preguntará por qué no jugaban una escoba de (¡niñee. (“El dominó de los viejos” , p. 119).

LOS PERSONAJES Y EL AMBIENTE

Veamos primero cómo los personajes van apareciendo y c¡r> rpiariiSn ron «i orden de presentación de las

anécdotas, otro indicio de la Qcii^ergd^ alteración en la secuencia temporal a que nos referimos antes. Poi «jemplo, en “ Piedras fundamentales” , en “Grabado en mármol” y en otras reaparece don Celestino Menudo, a cuya declinación asistimos antes en “Víctima de la competencia” , cuando pierde la razón por culpa de la modista francesa. Esta Madame Sibonet es también aludida en “La licorera” , pero sólo después la vemos incorporada al ámbito local, como personaje antagonista de Menudo en el episodio citado.

La caracterización, fuera de las connotaciones que les transfiere el lenguaje, no es demasiado exhaustiva; no olvide­mos (pie los mecanismos que regían la vida del pueblo creaban lina suerte de uniformidad, de camino único, por la que la rutina llamada con bastante eufemismo tradición- encami­naba las actitudes individuales. Pero hay algunos que expresan algo así como actitudes claves que facilitan la comprensión del comportamiento social de esa realidad: el narrador los distin­guí' prodigando su presencia a través de casi toda la obra y volcando sobre ellos rasgos muy distintivos. Estos no son siempre enaltecedores, como en el caso del farmacéutico Fórmica, gran especulador, que sacaba partido de todas las conmociones vecinales para promover sus ventas: Formica vendió con rebaja una partida rancia de leche de magnesia i orno homenaje. (“ Monumental” , p. 95); ...Y por último I . >m i l i c o m o homenaje al pueblo argentino, vendió a precic

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de costo una partida de tón icos que le habían quedado de clavo. (“Los juegos florales” , p. 82), etc.

Por su parte, don Pepe Camueso aparece caracterizado con todas las dotes de respetabilidad válidas en la atmósfera pueblerina. Desde su aparición como jefe de la estación inspiró cierto respeto: N o estaba en tipo y de entrada se vio que pitaba m u ch o m ás alto (“ Ferroviaria” , p. 54).

Lo vemos así integrando comisiones, mediando en situa­ciones delicadas y muy especialmente luciendo sus dotes líricas; no sólo fue el inspirador del tren romántico, sino que puso esas dotes al servicio de la concordia, ya sea improvisando felices y rimadas fórmulas de paz para terminar el entredicho teatral entre E l Tenorio y M orte civile (“ El teatro” , p. 87) o haciendo un llamado lírico a la caridad para festejar el buen final de una de las ya clásicas discordias entre hermanos (“ Inundaciones secas” , p. 110).

Uno de los personajes más populares - y también más simpáticos— es la maestra Italia Migliavacca. En sus gestos, y muy especialmente a través de sus lujosas exposiciones verbales, se sintetiza todo el trasfondo que, más o menos disimulado, configura el comportamiento de un pueblo: la '"Bcnuidad. Es ingenua cuando formula su apólogo sobre el huevo de Colón (“ Las mascotas de mi escuela” , p. 74), extemporánea icferencia histórica que ella “adaptó” conve­nientemente, con la esperanza de conmover a su discípulo proclive a las bromas pesadas. Lo es cuando visita al falso centenario (“Liga de templanza” , p. 101) y, entre caña y caña, le enrostra su conducta y le describe con realismo el ineludible destino de los alcohólicos. Y si la palabra de esa ingenua tiene cierto predicamento en su pueblo, es porque, como ya lo dijimos, esa ingenuidad - e n ella, sin atenuantes- es compar- I ida por la gente, aunque eventualmente otros intereses puedan escatimarla. Citemos dos ejemplos: C om o siem pre salvó la situación m i inolvidable m aestra de prim eras letras, señorita Italia Migliavacca... (“El buzón” , p. 50); M i inolvidable m aestra de prim eras letras, señorita Italia Migliavacca... h izo f in a lm en te un llam ado a la paz y la concordia en aras de la cultura... (“Los juegos florales” , p. 82).

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EL LENGUAJE

Vamos a sistematizar, aunque no en forma exhaustiva, los recursos del lenguaje que contribuyeron a crear el clima humorístico de la obra. Observaremos cómo la mayoría de ellos logra su efecto realzando el contraste o enfrentamiento de situaciones, en un constante análisis de su trasfondo inédito e imprevisto. Los recursos lingüísticos de Nalé se condicionan así a la actitud ya señalada como propia del humorista, que ejercita siempre su aguda reflexión para describir con peculiar clarividencia la realidad que lo rodea. Estableceremos a priori dos distinciones fundamentales: los recursos que se manifies­tan en la lengua del narrador y los que se dan a través de la lengua de sus personajes.

En el narrador

A literaciones y juegos de palabras: en relación con las realidades imaginativas que nos presenta, el narrador juega con las palabras aprovechando los homónimos para acentual la comicidad de algunas situaciones: y adem ás era 1& corriente. La corriente p o r su parte (“ Alumbrado púdico, p. 41); E l tercer reloj era el de la estación... que marchaba com o un reloj (“Meridiano local” , p. 44); en este último ejemplo la expresión familiar referida a las cosas que funcionan correctamente se limita a los relojes; la aparente redundancia no es tal, ya que, hasta entonces, los relojes oficiales del pueblo se permitían audaces transgresiones a su específica función. En “ Bomberos voluntarios” el narrador nos da una imagen de una de las I (adicionales rencillas de esta manera: y de los tacos hablados pasaban a los de billar... (p. 67) jugando con la acepción de la palabra tacos que en la lengua familiar significa juramento, ÍMUlto. Ese mismo juego de dos acepciones en contraste nptiroco en “ Inundaciones secas” (p. 111): la oda siguió sin m ás trop iezos que sus prop ios ripios, con los que no qu iero ,it>xuir em pedrando esta crónica; en el primer caso rip ios son ’as palabras o expresiones inútiles y prosaicas en una poesía; en el Httgundo se alude a piedras o fragmentos de ladrillos.

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También con referencia a esas conmociones que dividían a los vecinos nos dice en “ Los juegos florales” : se dieron vivas, se d ieron m ueras y tam bién se dieron y recibieron palos, donde el verbo se reitera con sujetos que por su contenido opuesto expresan sintéticamente el violento cambio de opiniones. Agregaremos otros ejemplos: que para eso eran vo luntarios y voluntariosos (“ Bomberos voluntarios” , p. 67); baile a to ta l benefic io de una escalera m ecánica por la que sub irem os luego (Idem, p. 67); que aquel m a n u 'dor resultaba un m an ten ido (“Los juegos florales” , p. 83).

H ipérboles. El humor se logra aquí por el contraste entre la descripción minuciosa de una situación y el hecho trivial que la suscita . En “Pesas y medidas” es un problema de centime tros el que desencadena el drama: Y el más horrendo con fusion ism o se enseñoreó d e l pueb lo , tem blaron las concien­cias, tropezó la lógica y se trabucaron las lenguas... (p. 47); en “El buzón” , la nacionalidad de Colón, que enfrentó una vez más a españoles e italianos; Celestino Menudo y Formica los dos leones, y a ram pantes de fu ro r , depusieron las garras bajo el latiguillo oratorio de m i maestra: aquí es la metáfora la que encarece la actitud de los cabecillas en la polémica.

A djetivación inusitada. Es francamente risueña porque parte de situaciones objetivas planteadas en el momento, pero se las utiliza modificando a sustantivos que habitualmente aluden a otras realidades, de donde la connotación resulta sorprendente: vida postal, personería apelativa, santo a lcohó­lico, piedras parlantes, lira edilicia, doctrina balnearia, Oda láctea, encantos rimados, etc.

M odificaciones parciales de expresiones y dichos. Los cambios se producen adaptando la nominación a las circuns­tancias; la intención estereotipada en el refrán se altera y su inesperada aplicación a un contexto para el cual no le conocíamos vigencia, produce el efecto cómico: cosecha va... d inero viene (“Primeros pobladores” , p. 38); lo m ejor de la cerem onia fu e la colocación de la carta fu n d a m e n ta l (“ El buzón” , p. 50); preso por malversación de fechas (“El Negro Diana” , p. 62); invadió la ribera asador en ristre (“El demonio

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de la apuesta” , p. 63); Por un quítame allá esa manguera... (“ Bomberos voluntarios” , p. 67); La sociedad de fom ento puso el grito en el juzgado (“Piedras fundamentales” , p. 69) y muchos otros.

Metáforas familiares inferidas de la realidad expues­ta. Las palabras más connotativas de cada realidad son volcadas metafóricamente psra exaltar la pequeña historia; de nuevo juegan los contrastes ntre las situaciones nimias y sus consecuencias: Quiso terciar el veterinario, pero lo chamus­caron entre dos editoriales;.„,.y el humo enceguecía y las llamas caldeaban a los contendientes; el caso es que por entre los incendios que se decían ambos bandos (“ Bomberos volunta­rios” , p. 66 y 67); cuyos corazones tiernos y noveleros tam­bién se salían de madre (“ Inundaciones secas” , p. 109).

Particular expresividad en los títulos, nombres propios, apellidos y sobrenombres. En algunos casos se trata de títulos sencillamente absurdos como el de Profesor de Corte y Confección de la Sorbona; la expresión latina Res non Verba y la pretenciosa metáfora El Flagelo de las Conciencias, como títulos de los diarios, revalúan la afectación que, a través de las transcripciones, caracteriza el estilo periodístico local. En los nombres propios y apellidos el humor se logra en muchos casos también por contraste: nombres legendarios o tomados de la antigüedad griega o romana se unen a apellidos de claro origen vernáculo o italiano: Epaminondas Formica; Hipogeo Merién­dez; Agradante Lavagnino; en otros casos por los elementos con que se forman los apellidos, por lo general de origen italiano, y que resultan ridículos no sólo por las asociaciones que provocan sino también por los efectos sonoros: Yolanda Pochintesta. Yolanda Forastieri. Italia Migliavacca. El humo­rismo se acentúa cuando la persona aludida con ese nombre ha sido connotada a través de toda la obra con atributos notablemente opuestos a ese prosaísmo tan manifiesto en el apellido, como en el caso de mi inolvidable maestra de primeras letras, señorita Italia Migliavacca. A veces, es un diminutivo absurdo -Teclita— o el proceso contrario, difícil de definir -Agapo por A gapito -; o una inasculinización inusitada de un nombre femenino, Almo, unido a un apellido

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que alude con mucho ingenio a otro poeta como el de la historia, Cien fuegos.

En cuanto a los sobrenombres, recordamos el de Barrilete sin Cola, de franca picardía, que evoca los atributos y actitudes no demasiado respetables de las hijas de Gláfira Morales; y el de Ensoñador, que apela sutilmente a una modalidad que se atribuye siempre a los poetas.

Expresiones tomadas de obras literarias o musicales y adaptadas al contexto. El vasco Arteche había entregado su alma a quien se la dio y las vacas a su yerno (“El demonio de la apuesta” ,- p. 65); al aire desplegado el estandarte de los bomberos voluntarios (“ Los juegos llórales” , p. 81); perma­necía inactiva del hotel en un ángulo oscuro (“ Grabado en mármol” , p. 114), etc. En todos los casos el valor poético o evocativo de la frase se pierde al insertarse en un texto que rezuma comicidad.

Uso de expresiones y vocabulario transferido por la atmósfera y los personajes. El narrador maneja con habilidad los distintos niveles de lengua. El vocabulario y las expresiones de nivel familiar abundan: remoquete; tembleque y cegatón: todo el lío...; se la refregaron por las narices; llorar a moco tendido; dos vagones bastante cachuzos, etc. Cuando esta lengua familiar del narrador se presenta en contraste con la grandilocuencia del lenguaje periodístico el efecto cómico es mayor; así, en la ocasión en que Res Non Verba contesta al Flagelo (que los incendios eran una remora del pasado oscurantista y que debían extirparse de raíz, sin andarse con ambages y paliativos... “Bomberos voluntarios” p. 66), el litigio se resolvió en La Perla donde —según el narrador- se armaban siempre las grandes trifulcas.

Un gran hallazgo es la trasposición que se produce en la lengua del narrador, según sea la situación planteada o el personaje aludido. La más notable ocurre cuando, en una deliberada identificación, aquél emplea la lengua ultraculta y afectada con la que se autoprestigia la mayoría pueblerina. El contraste con expresiones de nivel familiar acentúa el humo­rismo: y a los acordes de la Marcha Nupcial... sacando con mano gentil y regordeta del carcaj que se traía en bandolera

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una misiva rosada... (“ El buzón” , p. 50). La descripción de “ La licorera” es otro ejemplo: allí los detalles barrocos del artefacto se describen con burlona minuciosidad y desbordes hiperbólicos que aluden a sus perfecciones: la paleta de los pintores más delirantes habría palidecido de impotencia ante los tonos, los semitonos y los contratonos de todos los colores imaginables y de algunos más que embellecían el conjunto, página 52.

Otras veces esa transferencia se hace —aunque con menos frecuencia— hacia la lengua rural, como en el retrato de don Filidoro Maldonado, uno de los más antiguos —pero no centenarios— exponentes del auténtico criollo del pueblo; en los toques descriptivos se recurre a adjetivos y símiles de sabor vernáculo: ...resultó ser un paisano achinado, de cara hosca, medio ladeado y con más vueltas que un saco de tripas... (“ El centenario” , p. 99).

En los personajes

La forma testimonial a la que el narrador recurre tantas veces (ver “ Actitudes del narrador” , p. 22) da al lenguaje de los personajes particular relevancia. La característica más llamativa es la afectación: adjetivación profusa, lugares comu­nes que pretenden ser prestigiosos, vocabulario rebuscado y altisonante, orden sintáctico arrevesado del que resultan graciosas anfibologías, concurren a dar la nota, a nuestro juicio, más distintiva de la mentalidad pueblerina.

Muchas son intercalaciones breves, palabras o giros citados textualmente: La señorita Italia Migliavacca... dijo que era el más bello espectáculo de la naturaleza... (“ La licorera” , p. 52); que según un órgano de opinión pusieron la nota emotiva de la jornada (“Monumental” , p. 95); Verdaderas bacanales de la piedad humana y la justicia mancillada... según viril expresión de un órgano de opinión (“ Inundaciones secas” , p. 112).

En otros casos, el narrador deja a sus personajes en una larga disquisición, como la citada de la señorita Migliavacca a propósito de las travesuras escolares y el huevo de Colón (ver “ Los personajes y el ambiente” , p. 25) en la que concurren todas las manifestaciones de la lengua ultraculta: empleo de las

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formas de segunda persona del plural en los pronombres y verbos —poco usual en nuestro medio, por lo menos a nivel fam iliar-; exclamaciones y preguntas retóricas,'adjetivos tri­llados ( ¿Cómo hicisteis ¡oh navegante! para descubrir América? ¡Debió ser una empresa harto difícil para vuestras escasas luces!) y también absurdas redundancias (está senta­do... en compañía de altos personajes, todos contemporáneos suyos ).

Estas formas lingüísticas se mezclan a veces con expresio­nes familiares que suscitan un contraste de verdadero humor (pongo por caso; por más que se diga; para que haga fuerza, etc.); esa quiebra de niveles resulta espectacular en el episodio “ El teatro” , especialmente en los textos de la tragedia de transacción, fruto de los enconos de los dos peninsulares. Más allá del humorismo implícito en la seudo ingenuidad del narrador (“ El humorismo y los argentinos” , p. 13) que describecomo narrador la evolución del drama, veamos un ejemplo de esa quiebra de niveles: ¿Cómo te sientes, amor para la celeste fuga?, pregunta doña Inés con poética elocuencia; por su parte la expresividad en la respuesta de Don Juan está lograda con un símil, pero de nivel decididamente familiar: Me siento mucho mejor / fresco como una lechuga (p. 89). De la misma manera, cuando las necesidades del verso así lo exigen, el improvisado poeta lanzará un corchópolis —que suponemos una deformación de córcholis- para rimar con la cultísima necrópolis, vocablo muy del gusto de la prensa local para designar lo que antes se llamaba familiarmente la quinta de los ñatos.

Es esta prensa local la que nos da quizás el ejemplo mejor logrado de la lengua que parece ser norma en el pueblo; allí se acumulan todos los recursos: cultismos (La concurrencia al óbito; lábaro con el cual..., dio pronto cuenta de las vituallas...; capitosos aromas progresistas..., etc.); lugares comunes (A selectas exteriorizaciones de condolencia y sentido pésame...; con la modestia que lo caracteriza; Las notas emotivas se sucedieron...); hiperbólicas seriaciones (Nuestra pluma [ ... ] tiembla, se retrae, retrocede y se encabrita...). Estos ejemplos están tomados de “ Sic transit gloria m undi” (p. 72), uno de los tres capítulos en los que el narrador se limita a transcribir literalmente todo el texto: en éste, el cronista de El Flagelo

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nos habla de la muerte de Fulvio Gorosito, ayer piedra angular y hoy columna truncada del ramo de remates. La indignación demostrada ante la falta de respeto en el velatorio hace surgir como normales las demás situaciones que -según nos cuénta­se dieron también en él, como el juego de prendas, el asado, los aplausos y la voracidad de la concurrencia. Hay aquí un verdadero caso de suspensión de evidencias (ver “ Humorismo e ironía” , p. 11); la ironía crece y se apodera de toda la imagen con la imposición del lábaro de martiliero y la oración final que cierra el capítulo. La interferencia de la lengua profesional (La testamentaria ha quedado radicada en los tribunales de la Capital), termina por llevar el cuadro al paroxismo de lo absurdo.

Hay, dijimos, otros dos capítulos que el narrador pone íntegramente en boca de sus personajes. Ya nos referimos al

'“Sumario policial” del comisario (ver “Chamico y Payró...” , página 17); de la Oda augural de Agrodante Lavagnino (p. 85) sólo daremos la última estrofa como ejemplo del efecto humo­rístico sin atenuantes que resulta de la quiebra de niveles: Por invitar a la que es gema / de sus inflamados amores ¡ sea con helados de crema / chocolate o quizás licores.

VALORACION FINAL

Hemos transitado con gusto por el pueblo que Chamico nos ha presentado; advertimos la ingenuidad, la ignorancia, los estériles enfrentamientos y también cierta maledicencia y algo de crueldad. F,1 balance final de esa realidad no parece positivo; sin embargo, no hay después de su lectura nada de amargo ni siquiera de inquietante. Es que Nalé ha logrado transmitirnos una imagen clara, pero carente de hostilidad de ese mundo imperfecto y mezquino. La agilidad que le confiere al relato el ordenamiento intencionadamente discontinuo de los hechos; los cambios de puntos de vista del narrador que se integra así con más vigor en la realidad representada, y la actitud benevolente con que el humorista sin mezcla ha evaluado los comportamientos individuales y sociales de esa realidad,

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suavizando con ternura y con solidarias incorporaciones los perfiles más irritantes, han logrado esa obra amena e ingeniosa.

El lenguaje utilizado podríamos decir que agota todos los recursos expresivos propios de este tipo de ficción: juegos de palabras, hipérboles, imágenes directas y metáforas familiares hábilmente inferidas de las situaciones, oportunas quiebras de niveles en el vocabulario y la sintaxis, ya manejados por el narrador, ya puestos en boca de sus personajes con valor testimonial, han materializado esta expresión que considera­mos una de las más puras del auténtico humorismo.

H l i R M I N I A P I T R U Z Z J d e D Í A Z

NOTICIA SOBRE LA ANOTADORA

La profesora Herminia Petruzzi de Díaz es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral. Ha sido profesora de castellano y literatura del Colegio Nacional de Buenos Aires e instructora en el curso de ingreso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha dictado numerosos cursillos sobre gramática para docentes primarios y secundarios.

Actualmente ejerce la docencia en el Colegio Nacional N° 6 “ Manuel Belgrano” e integra el equipo de trabajo en la investigación sobre “ La norma lingüística culta de Buenos Aires” , que dirige la profesora Ana María Barrenechea.

NUESTRA EDICIÓN

Para la presente edición hemos tenido en cuenta la publicación que de esta obra hizo la editorial Emecé en 1953.

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MI PUEBLO

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PRIMEROS POBLADORES

Cuando con motivo de alguna fiesta se nos permitía entrar al salón de actos de la Municipalidad, los chicos del pueblo nos extasiábamos ante el “Cuadro de Honor de los Primeros Pobladores” . Sobre un gran rectángulo de terciopelo color solferino, encuadrado en un marco de generosas cornucopias doradas, se abrían en abanico tres series de borrosos daguerro­tipos representando a los primeros pobladores. En total eran veintisiete “pioneers” y un toro Shorthorn.

Lo del toro no era una broma, sino un homenaje a don Pulpicio Martirena. De este casi legendario don Pulpicio no pudo encontrarse fotografía, pero como fue eí que trajo el primer toro de raza a los potreros de nuestra patria chica, se puso ia vera efigie del comúpeto distinguido para que lo representara ante la posteridad. Y tan bien lo representaba que sus biznietos, señalándolo con orgullo, decían;

¡Y éste es abuelito!Entre los demás componentes del cuadro, cuyo interés era

más piloso que histórico, pues ostentaban'todos los modelos de barbas y jopos de aquellos peludos tiempos y sus nombres poco decían, despertaba mi curiosidad un viejeciilo de relu­ciente calva, lloroso bigote y tímidos ojos bajo cuyo sonoro nombre, que yo siempre leía como si estuviera entre signos de admiración, ¡Libero Bombardone! , colgaba esta enigmática aclaración: La Supa. Era indudablemente un apodo, pero un apodo que había adquirido tal personería apelativa, por decirlo así, que se sobreponía al nombre verdadero haciendo que el sonoro Bombardone rodara por (febajo, apagado y sordo como un trueno lejano.

Con el andar del tiempo me fue revelado el misterio de La Supa, y es como sigue:

Don Libero Bombardone llegó a lo que después fue puéble en carreta, cuando en la pampa aún no crecían yuyos, sino ese pasto corto y recio de que nos había él general Mansilla y cuando todavía las colas de los malones azotaban

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los ranchos aislados. Como tantos italianos de la primera época, sembró la tierra sin dueño, se casó con una negra y crió sus hijos a campo. San Isidro, patrono de los labradores, premió su esfuerzo y, cosecha va en carreta para la metrópoli, dinero viene en pesos fuertes, don Libero Bombardone comenzó a hacer la América.

El dinero de las cosechas envuelto en un pañuelo de cuadros verdes y rojos lo guardaba en el corazón de una parva, cuyo oro adquiría valor simbólico. ¿Por qué no lo escondía en el colchón? Porque más de un colchón había sido destripado con los que dormían encima para arrancarle el tesoro.

Todo marchaba bien hasta que un tosca.no mal apagado y un viento en contra provocaron un incendio sin mayor importancia, pero que casi convierte en humo la plata de don Libero.

Ya le habían aconsejado muchas veces que lo depositara en el Banco de Italia, que tenía una modesta sucursal en la ciudad más cercana. 'A Bombardone no le gustaban aquellas cosas, pero el siniestro lo decidió, y una hermosa mañana de primavera, con el canto de los pájaros, emprendió el viaje a pie llevando en el tirador cinco mil pesos y bajo el brazo un pan relleno de tomates y cebollas.

A mediodía iiegó a la ciudad y se fue directamente al banco. El banco no era en aquellos tiempos más que una casa particular de fresco y ancho zaguán, y como estaba cerrado por ser la hora del almuerzo, don Libero Bombardone se sentó en el umbral a esperar que abrieran. Dicho sea sin ánimo de ofender, con el polvo del camino acumulado sobre el de toda su vida y su descuido indumentario parecía un pordiosero. Y por tal lo tomó la sirvienta del gerente, quien, con la fácil caridad de aquellos tiempos, le llevó un plato de sopa.

Don Libero, que después de haber visto hervir la sangre de San Jenaro en Ñapóles no se sorprendía por nada*, tomó con

Don Libero que después de haber visto hervir la, sangre de San Jenaro en Ñapóles no se sorprendía por nada,...: Alude al obispo italiano

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reposada dignidad la sopa, dio las gracias, encendió un toscano y siguió esperando. Poco después el banco se abrió, comen­zaron a llegar clientes, y el hombre sentado a la puerta resultó un estorbo. La sirvienta le preguntó qué esperaba para seguir su camino. Don Libero le explicó que traía cinco mil pesos para dejarle al “padrone” del banco para que se los guardara. Corrió la sierva con la noticia; el depositante fue introducido en la gerencia, donde un optimista y amable connacional lo atendió muy bien y lo despidió con un campechano golpe en la espalda. Bombardone regresó al pueblo, encantado, y desde entonces cada vez que tenía cuatro pesos juntos los mandaba ai banco con uno de sus hijos, ya crecido.

Y así corrieron los años, felices como en los cuentos, hasta que dos lustros después don Libero tuvo que volver en persona al banco. El establecimiento había cambiado mucho; ahora tenía edificio propio; pululaban los empleados jóvenes y elegantes; a través de una reja, como la de las pulperías, pero de bronce reluciente, el dinero entraba y salía como Pedro por su casa. Bombardone se alegró sinceramente de que su banco prosperara, depositó su dinero, pero en vez de irse se quedó esperando junto a la ventanilla.

'■•¿Qué espera? - le preguntó el cajero.-Y... la supa.

-¿C óm o dice?— i Eh, la supa que me tienen que dar! ^Como el cajero no lo entendía, pidió hablar con el

gerente. Pero el gerente era otro y no lo entendió tampoco. Y don Libero Bombardone regresó al pueblo haciéndose amargas reflexiones que se concretaron en esta frase:

- ¡Progreso ladro! *La historia contada por él mismo y repetida por los cuatro

vientos de la charla pueblerina le valió el remoquete de La Supa, y en aquella sopa se ahogó casi por completo su nombre,

do ese nombre que murió martirizado; su sangre solidificada y conservada en una ampolla se licúa cada vez que un peligro amenaza la ciudad.

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hasta el grado de que, para que el futuro historiador pudiera identificarlo, figuraba con la seña particular de La Supa en el cuadro de honor de los primeros pobladores de mi pueblo.

ALUMBRADO PUBLICO

Mi pueblo conoció tres clases de alumbrado público y mucha oscuridad.

Por orden cronológico, los alumbrados fueron éstos: la luna, los faroles de kerosene, la electricidad y otra vez la luna. De todas estas iluminaciones, aunque parezca mentira, la que más cara costó al vecindario fue la luna. No en la primera época lunar cuando el pueblo no era más que una confusa aspiración cobijada bajo el alero soñador de unos pocos ranchos, pues entonces se daba gratis con todas sus variaciones y cuartos, sino en la última época. Pero a ello me referiré a su debido tiempo*.

Del kerosene poco hay que decir. Todas las personas de cierta edad saben cómo se hacía para sacar la lámpara de dentro del farol y llevársela a casa. Recordaré, eso sí, el homenaje que tributó el pueblo al vecino,caracterizado que plantó el primer farol en la esquina de su casa, homenaje que despertó los celos de otro vecino, más viejo y más caracteri­zado, ya que la barba le llegaba a la faja, quien, para no ser menos, se sirvió su homenaje como introductor del alumbrado lunar. El homenaje lo organizó El Flagelo diciendo que el vecino en cuestión fue el primero'que se animó a salir a la calle en las noches de luna, cuando el rancherío.

Pero a ello me referiré a su debido tiempo, Expresiones similares se encuentran a lo largo de toda la obra, como manifestación del fluir desordenado de las ideas. Cf. io dicho en el “Estudio preliminar" (“ La narración...’', p. 20) sobre la deliberada falta de secuencia en la narración.

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Como siempre, le salió al puso Res non Verba enarbolando como argumento la chancha de doña Rita, que según la tradición oral y a ejemplo del célebre puerco de Chinchirinella de la canción báquica italiana, salía a hacer de las suyas en las noches de luna mucho antes que el patricio de la chiva. Hasta se proyectó una velada literariodanzante en honor de la chancha lunática* y legendaria como contrahomenaje del ilustre vecino. Pero no prosperó. No prosperó porque el comisario se opuso diciendo que no se debía dar categoría procer a un irracional, máxime no siendo de pedigree. En vano fue que le soltaran la loba romana*, la burra de Balaam*, el perro rabón de San Roque* y el caballo de Troya*.

Mas no perdamos tiempo hablando de chanchas perdidas, que ya viene el progreso clavando postes y tendiendo cables eléctricos*.

La usina la instaló un alemán, que se decía ingeniero como todos los alemanes de aquel tiempo. En el contrato figuraba una cláusula según la cual las noches de luna no se encendería la luz eléctrica. A eso estábamos acostumbrados del tiempo de 1os faroles a kerosene, y además era lo corriente. La corriente

chancha lunática... Especial connotación del adjetivo lunática, en el sentido de amante de la luna. Con respecto al uso de los adjetivos, véase “Estudio preliminar”, (“Adjetivación inusitada”, p. 27).

la loba romana... : Se refiere a la que, según la leyenda, amamantó a Rómulo y a Remo, fundadores de Roma.

krburra de Balaam... Alude a la del profeta. Enviado éste por los moabifas a maldecir a los israelitas, ella se negó obstinadamente a seguir adelante con su amo y al ser azotada tomó voz humana para quejarse.

el perro rabón de San Roque... El santo de esc nombre murió víctima de la peste; iba siempre acompañado por un perro que le suministraba alimento.

el caballo de Troya. Referencia al caballo de madera que los griegos usaron como ardid para penetrar en Troya y destruirla.

que ya viene el progreso clavando postes y tendiendo cables eléctricos.: Todo el capítulo pone en evidencia la ironía que se da aquí con un animismo.

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por su parte era tan floja y desmayada que no faltó órgano de opinión que acusara al sedicente ingeniero de suministramos corriente usada. Como ejemplo de tai clase de abusos se citaban los uniformes de ios vigilantes, que llegaban a los nuestros después de haber sido vestidos durante un par de años por los de la Capital y en tai estado que para las grandes ocasiones uo había más remedio que alquilarlos en una sastrería teatral de Buenos Aires, como el jaqué del señor intendente cuando vino el gobernador.

La lu/, tenía otra particularidad, y era que se apagaba de cada hora, media. Pero nadie chistó, pues creíamos que eso era lo que se llamaba corriente alternada.

Aunque no lo especificaba ei contrato, se entendía por noches de luna las noches en que el astro brillaba en todo su esplendor permitiendo cruzar las calles sin llevarse por delante !as casas, a menos que se llevaran dentro algunas copas de más. Pero el ingeniero veía siempre la luna más redonda de lo que en realidad era. El intendente intervino ante las quejas del vecindario y de los periódicos que se desgañiíaban a cuatro columnas gritando: ¡Luz, más luz!

Después de una laboriosa discusión, pues el señor Oí to -q u e así se llamaba ei alemán- tenía entre sus mañas la de no entender el castellano cuando se le daba juego en contra, llegaron a un acuerdo sobre lo que son noches de luna a los efectos iluminativos, como dijo ei intendente. Y todo marchó bien por unos días, hasta que una noche oscura como boca de horno apagado no se encendió la luz.

Como era noche de retreta, la cosa fue muy comentada, ya que “muchas familias 110 concurrieron debido a la incultura reinante entre ciertos elementos de palabra y de hecho” , según feliz expresión de El Flagelo de las Conciencias. Se pensó en un desperfecto de la maquinaria, Pero al día siguiente el alemán dijo que todo marchaba bien, pero que la noche anterior había sido de luna llena.

— ¿Dónde'? — inquirió e! intendente.—En Berlín, señor.

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— ¡Y nosotros qué tenemos que ver?—Esta es una empresa cuyo directorio está en Alemania

-m in t ió el presunto ingeniero - y tengo que rendir mis cuentas de acuerdo con la luna de allá.

El intendente tardó en comprender, pero cuando com­prendió, también comprendió el alemán que había ido demasiado lejos, pues recibió tal talerazo que prefirió fugarse esa misma noche.

Después supimos que la usina estaba embargada por acreedores de la Capital, quienes decidieron llevársela a otra parte, dejándonos de nuevo a la natural y antigua luz de la luna, que viene a ser como quedarse un pueblo a la luna de Valencia.

MERIDIANO LOCAL

Nada era en mi pueblo más difícil que saber la hora. Contábamos con tres relojes públicos, pero no se podía contar con ninguno.

El de fa Municipalidad, debido sin duda a la índole progresista de la institución, se lanzaba hacia el futuro a más de noventa minutos por hora, ansioso de superar el atraso de la época.

Pera ésta es una versión mía. La que daban las autoridades es que habiendo la casa vendedora garantizado su exactitud por diez años, convenía esperar que pasaran nueve y hacer entonces la reclamación. De esc modo se podría cobrar una fuerte suma por daños y perjuicios causados por todas aquellas horas extras que la comuna pagaba a sus empleados con el intendente a la cabeza.

En mis tiempos este adelanto era de siete meses. La casa vendedora del reloj desbocado operaba tranquila y confiada en la Capital, ignorando aquel pleito que se le venía encima. Ei

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escribano local tomaba debida nota de todo y cobraba sus honorarios con el adelanto de práctica.

Cuando un abogado veraneante, pues en ei pueblo no los había, dijo que aquello era el disparate jurídico más enorme que había oído en su vida y que el escribano era un vivillo, se le respondió con el olímpico desprecio que reservaban las autoridades para todo lo que oliera a oposición. Y el reloj municipal siguió dejando caer horas futuras, sueldos y papel sellado.

Con el reloj de la iglesia ocurría lo contrario: atrasaba. El cura párroco, para no ser tachado de oscurantista y retrógrado por los liberales, trató de hacerlo arreglar. Llamó a don Hércules Piccolo, el único y tradicional relojero del pueblo. Don Hércules era tan viejo que decían las malas lenguas que había comenzado arreglando relojes de arena. El padre Custodio, al verlo tan viejecito, tembleque y cegatón, tuvo miedo de encargarle la riesgosa empresa de subir a la torre del reloj, pues pensó que era empujarlo a una muerte segura, y optó por darle a componer su antigua cebolla de plata, que andaba perfectamente, sabiendo que ya no volvería a marchar como fa gente, pues a don Hércules ya no le daba la vista para esas cosas.

Llamar a un relojero de fuera era imposible sin ofender al viejo, al que le quedaban tan pocos años de vida...

Y el reloj de la iglesia siguió mareando un tiempo lento y grave, un tiempo de otro tiempo.

El tercer reloj era el de la estación, hermosa máquina de fabricación suiza que marchaba como un reloj, sin permitirse ninguna fantasía hacia el pasado ni hacia el porvenir. Y el hubiera sido la salvación horaria del vecindario de estar colocado en cualquier otra parte, pero, ¡ay! , estaba en la estación y tenía que solidarizarse con la marcha de los trenes. Me explicaré.

El ramal ferroviario que pasaba por nuestro pueblo tenía tan poca importancia, que los escasos pasajeros que lo frecuentaban lo hacían con el temor constante de que el

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maquinista se olvidara de doblar en la curva correspondiente, cosa que había ocurrido varias veces.

Con frecuencia la empresa se olvidaba de ponemos en los horarios, lo que era muy doloroso para nuestra dignidad. Se nos despachaba a veces con boletos con el nombre de otra estación o manuscritos, pues se habían olvidado de im pri- ' mirlos.

En tales circunstancias, lo más natural era que los trenes llegaran siempre a destiempo y a contrahorario.

Harto el pobre jefe de oír las quejas de los viajeros y de los que iban a pasear a la estación a la llegada de los trenes, que eran los más exigentes, optó por mover con sus propias y resignadas manos las manecillas de! reloj de acuerdo con las circunstancias. Si el mixto de las nueve y trece venía con una hora de atraso, el jefe acomodaba el reloj desde que tenía noticia de la demora. Y así los concurrentes a la estación, que se habían guiado por los otros relojes anárquicos, no sabían a ciencia cierta con qué retraso llegaba el tren y las quejas se detenían al borde del libro de quejas.

Pero, se dirá, ¿nadie poseía reloj de bolsillo? Claro que sí, muchos vecinos lo tenían y hasta de tres tapas. Los traían de la ■ ciudad muy en su punto, pero al poco tiempo comenzaban a desorientarse en aquella anarquía de relojes públicos y apoco les resultaban tan inútiles, tan inaptos para la vida como si estuvieran rigiéndose por el meridiano de Greenwich.

Como siempre ocurre, el pueblo encontró su modus vivendi. De día, se guiaba por el sol, de noche, por el canto de los gallos, y para actos más o menos públicos, casamientos, funciones teatrales, entierros, remates y demás, se aclaraba en la invitación: hora municipal u hora religiosa, según fuera el caso.

Comprendo, lector, que encontrarás alguna imprecisión en este relato, pero ¿se le puede exigir mucha, exactitud a un hombre cuya infancia fue regida por tales relojes?

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PESAS Y MEDIDAS

Lo que voy a contar pertenece a la historia antigua de ini pueblo, a la que yo no alcancé más que de .oído. Es una página desagradable de la crónica del comercio local, cuya sola mención, aun en mi tiempo, hacía fruncir el gesto a sus representantes, como si estuviera escrita en papel de lija y se la refregaran por las narices.

En aquel tiempo no nos alcanzaba el ferrocarril y el pueblo vivía en un dichoso y patriarcal aislamiento, siendo el único nexo efectivo y frecuente con la Capital los vascos que en grandes carros sonoros y al amparo de su proverbial honradez exportaban la leche terciada* a que se debía la prosperidad local.

La culpa de todo el lío la luvo el general Ricchicri al sustituir la Guardia Nacional por el servicio militar obligatorio, aunque, justo es decirlo, no tuvo la menor intención de perjudicar a nuestros tenderos, ya que un general de la Nación y ministro de la Guerra corno dijo un periódico local no puede estar en todo. Es más, los mismos perjudicados, como q u ien ' calienta en su seno una serpiente, ofrecieron un almuerzo de bienvenida al comandante que estableció la oficina enroladora.

La oficina comenzó a funcionar y producir sorpresas. El hijo de don Fulvio Gorosito, nuestro primer martiliero, resultó, según las medidas oficiales, ser mucho más bajo y pesar bastante menos de lo que creía. Comenzó a contarlo en La Perla, pero su padre lo llevó aparte y el muchacho se quedó callado y pensativo por el resto de la velada.

Pero al día siguiente otros muchachos recién enrolados y que no tenían motivos para callarse hablaron del asunto en

leche terciada... Referenda a la leche adulterada - por el agregado de un tercio de agua, suponemos poi los vascos de proverbial honradez. K1 humorismo resulta de !a ironía fundamentada en c! contraste.

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tocias las esquinas del pueblo: iodos habían resultado bastante disminuidos. Los comerciantes se reunieron secretamente en la trastienda del almacén A ia Buena Medida, decano del comercio loca!, y de allí salió una comisión muy caracterizada

aquéllos eran tiempos de barbas y de jopos— que se entrevistó con el comandante. Nunca se supo lo que hablaron, pero desde aquel día el comercio y el ejército no volvieron a saludarse.

A! domingo siguiente El Flagelo de las Conciencias apare­ció desbordando avisos y con un editorial muy enrevesado en el que se sentaba la peregrina teoría de que así como hay música bailable y música militar, ejemplos: el vals “Sobre las Olas” y la “Marcha de San Lorenzo” , había unas pesas y medidas civiles o comerciales y otras militares y que era de malos patriotas andar haciendo comparaciones, que venía a ser como equiparar una bandera de remate al lábaro glorioso de Maipú y de Junín , y íatachín, tatachín.

Pero el comandante no era hombre de dejarse correr por unos traficantes extranjeros con un metro deficiente. Publicó una carta abierta en la que decía que todo aquello eran músicas y que no había más que un metro y un kilo decentes, de cien centímetros y mil gramos, respectivamente. Creo que también dijo: con la vara-que mides serás medido, pero de esto no estoy seguro.

Aunque el comandante no tenía autoridad oficial en esc sentido, la tenía moral, y una parte del comercio se dio por vencida y hasta sacó ventaja de aquello en contra de la otra. Y así en muchos negocios se anunciaba: “ Uso doméstico a treinta y cinco centavos el metro militar” , o “ Pan de primera a veinte el kilo marcial” . Y dos grandes corrientes comerciales se iniciaron en el pueblo: la militar o progresista y la antimilita- rist i o a la antigua usanza. Y el más horrendo confusionismo se enseñoreó del pueblo, temblaron las conciencias, tropezó la lógica y se trabucaron las lenguas, como en ia pecadora torre de Babel, pues el grupo político que respondía a la denomina­ción de progresista era, naturalmente, antimilitarista y ahora

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tenía que aceptar que el progreso salía con la antorcha en la mano de la oficina enroladora.

Poco a poco, y como ei público se retirara de los comercios que no adoptaron el metro militar y las pesas marciales, todos los comerciantes de la plaza fueron entrando, mediante, claro está, una suba proporcional de precios.

Con el andar del tiempo, la llegada del ferrocarril y la creación del puesto de inspector de pesas y medidas, éstas se colocaron en el justo medio que preconiza la buena filosofía: ni tan militar ni tan tradicional. Y cuando yo era niño se podían comprar metros de género bastante largos y kilos de azúcar bastante pesados.

EL BUZON

Nuestro pueblo contaba con una sucursal de correos y telégrafos y hasta cierto punto con una estafeta establecida en la farmacia de Formica. Y digo hasta cierto punto, ya que el digno boticario italiano, que era también vicecónsul de su bello país, tenía ideas propias respecto a sus obligaciones y atribuciones como estafetero. Los vueltos de las certificadas, por ejemplo, los daba siempre en mercaderías y encontraba deficiencias dignas de un casuista medieval a las piezas de quienes se presentaban con la plata justa.

Otra de sus triquiñuelas era la grafología.Con aire grave observaba el sobrescrito, movía la testa

mefistofélica, lanzaba un profundo suspiro y se encogía de hombros.

El cliente, preocupado, le preguntaba:— ¿Qué? ¿No está bien el sobre?—Sí, sí; desde el punto de vista postal es inobjetable. Pero

el diagnóstico grafológico... ¿Usted no siente palpitaciones0 ¿Deseos de bostezar por las noches? ... ¿No tiene hipo cuando ha comido mucho?

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Como es natural, el cliente sentía algunas de estas cosas o todas juntas u otras de las que enumeraba después el honorable Formica. Y arrancada la confesión, arrancarle un par de pesos por un específico o por una receta, hecha a mano, como él decía para darle mayor prestigio, era coser y cantar.

Las personas aprensivas —y en un pueblo aburrido como el nuestro todas lo e r a n - entraban a la botica con una carta en la mano y salían con una enfermedad en el alma y una botella bajo el brazo. Más barato les hubiera salido manejarse a telegramas. Pero no se puede estar en todo, como dijo el vigilante al que le robaron el caballo mientras él robaba la urna*.

Formica sí que estaba en todo. Por eso aseguraba que la grafología no era un pasatiempo, sino una ciencia útil, como la electricidad, agregaba. Pero salgamos del almirez del boticario para meternos en el buzón, que es lo que nos interesa.

Sin decir buzón va, las autoridades postales de la Capital mandaron plantar uno, creo que usado, en la esquina de la plaza. Unos obreros desconocidos e indiferentes lo instalaron en un santiamén, le hicieron firmar un recibo al intendente y se fueron.

El pueblo quedó encantado. E l Flagelo de las Conciencias dijo que el buzón constituía un acontecimiento de vastas proporciones en nuestra vida postal, institucional, cultural y radical, que era el partido gobernante a la sazón *Res non verba, órgano progresista, se adhirió al júbilo general, aunque con ciertas reservas discretas a favor del telégrafo sin hilos.

Se pasó por alto el hecho desagradable de que no viniera el gobernador a inaugurarlo. En su defecto, como dijo don Celestino Menudo, teníamos la banda del maestro Scarparo, abundante oratoria local y demás ingredientes para darnos el gusto.

como dijo el vigilante al que le robaron el caballo mientras él robaba la urna. Alusión a las elecciones fraudulentas. Cf. con lo dicho respecto a la intención del autor en sus críticas, con relación a otros humoristas. {“Estudio preliminar”, ver “Conrado Nalé Roxlo: si: hu­morismo” y siguientes, p. 15 a 19.)

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El acto resultó tan brillante como unas fiestas patronales. Se levantó un palco oficial y oratorio jun to al homenajeado, y a la previsión de los organizadores no escapó ningún detalle, pues hasta se puso al Negro Diana con un látigo para espantar a los perros, que son tan aficionados a los buzones.

Rompió el acto la señora esposa del intendente, quien procedió al cristianamiento del buzón (de los diarios locales) rompiéndole en la cabeza, a falta de la clásica botella de champaña, una de barbera espumante. Pero lo mejor de la ceremonia fue la colocación de la carta fundamental.

El hecho ocurrió así. Una señorita de la mejor sociedad vestida de Cupido, aunque el traje no resultó muy clásico por respeto a la moral, las buenas costumbres y las opulentas formas de la joven, se aproximó a la boca del artefacto por entre dos filas de bomberos voluntarios y, a los acordes de la “ Marcha Nupcial” , más o menos soplada por los de Scarparo, sacando con mano gentil y regordeta del carcaj que se traía en bandolera una misiva rosada, la besó y la dejó caer en las profundidades del festejado aparato.

¿A quién iba dirigida la carta? He aquí un asunto grave. Las comisiones de damas y caballeros no habían logrado ponerse de aruerdo sobre el destinatario de aquella misiva primigenia como se la llamó: unos querían que al presidente de la República; otros que al gobernador, aunque no se lo merecía por no haber concurrido al acto: otros que al presidente de la Sociedad Rural, ya que el pueblo era muy ganadero. A éstos salió al paso el vasco Arteche, diciendo que si era por eso lo mejor era mandársela a La Martona, pues lo que más había eran tamberos.

Las damas no aflojaban y querían mandarle la carta a la señora Camila Quiroga, que poco antes había estado en el pueblo haciéndolas llorar a moco tendido en ‘‘Con las Alas Rotas” , por lo que su admiración y su agradecimiento no reconocían límites.

Como siempre, salvó la situación mi inolvidable maestra de primeras letras, señorita Italia Migliavacca. proponiendo que

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la carta fuera remitida a Cristóbal Colón, en la gloria, agradeciéndole el habernos descubierto, dando así pábulo a que imperaran en las antes bárbaras pampas la civilización, la igualdad, la fraternidad y, como digno corolario, los buzones.

- ¡ E l huevo de Colón! - s o l tó , resumiendo el sentir general por el acierto de mi maestra, don Pepe Camueso. Y se aprobó su moción con nutridos aplausos.

—Ya que estamos en ello —dijo don Celestino Menudo—, podíamos dejar constancia en la carta de que Colón era español, como todo el mundo sabe.

- E n mi carácter de vicecónsul de Italia -e sp e tó muy digno Formica , protesto en nombre del Rey, de la cultura y de la Historia.

La leve brisa de aquella diferencia amenazaba convertirse en huracán polémico, cuando otra vez la señorita Italia Migliavacca se apuntó un botón de rosa, para decirlo en su estilo, al decir que Colón era ciudadano de ambos mundos, ya que su genio los había unido en estrecho abrazo de capitosos efluvios fraternales.

Los dos leones, ya rampantes de furor, depusieron las garras bajo el latiguillo oratorio de mi maestra. Y la reunión terminó en calma.

Pero la gloria del buzón, como todas las glorias humanas, fue efímera, pues al día siguiente mi ingenua fe de niño fue turbada al ver cómo el muchacho de la tienda de Menudo echaba en el buzón, que aún conservaba restos de la corona de laureles que le pusieron, unos vulgares volantes en los que se anunciaban camisetas de doble frisa a dos ochenta.

LA LICORERA

Hizo su aparición en el pueblo en 1906 y de ello hay constancia en la prensa local.

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Despertó variados comentarios. La modista francesa dijo textualmente:

-E lla está una expresión trés remarcable del art noveau.Yo pensé que era tan entretenida como una función de

circo. Y hasta don Pepe Camueso, que había corrido mucho mundo y no era hombre de apabullarse por nada, exclamó al enfrentarse con ella:

- ¡ E l copón!La señorita Italia Migliavacca, siempre culta y un tanto

hiperbólica, dijo que era el más bello espectáculo de la naturaleza salido de la mano del hombre que le había sido dado contemplar, omitiendo, claro está, las puestas de sol.

Intentaré la descripción de aquella licorera magnífica, aunque para hacerlo mejor me valdría una bien cortada péñola con su estilo correspondiente y no la apresurada máquina de escribir que me ha deparado el siglo. Comenzaba en un gran plato de cristal que figuraba un estanque, en cuyo borde se reclinaban en caprichosas posturas seis amorcillos que flecha­ban a otros tantos cisnes que nadaban entre flores de loto. Del centro de aquel ambiente lacustre se elevaba una torre circular (la botella), de cuyas seis ventanas ojivales salían seis brazos femeninos curvados hacia arriba, en los que se enganchaban otros seis brazos que eran las asas de los vasitos. Pero la torre continuaba un piso más y remataba en un campanario, del que colgaba, a guisa de campana, otro vasito.

—Por si viene algún invitado de más -com entó una señora.Del color no me atrevo a hablar, pues la paleta de los

pintores más delirantes habría palidecido de impotencia ante los tonos, los semitonos y los contratonos de todos los colores imaginables y de algunos más que embellecían el conjunto.

Le fue regalada por el padrino al matrimonio Espeleta- Pangallo, y en la mesa de los regalos hizo empequeñecerse y palidecer a los más audaces centros de mesa de la época.

Después fue apareciendo en todos los casamientos de alguna importancia, ya que en mi pueblo se practicaba la

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saludable y económica costumbre de hacer circular los regalos como si fueran el mate.

Las primeras veces, los cronistas sociales la volvían a describir, pero llegó a ser tan popular que pronto decían sencillamente una licorera artística, y más adelante la licorera. Ya todos sabíamos de qué se trataba.

Ella daba el tono de nuestra vida social pues sólo circulaba entre las familias bien. (Jfendo alguien se sentía magnánimo y quería elevar de categoría a una nueva familia le mandaba la licorera y ya estaba incorporada de hecho a la “élite” del pueblo.

Esto se tomaba tan en serio, que una vez en que por error np se anotó su presencia en un casamiento, la pareja interesada pidió al diario una aclaración, que se publicó, como es natural, con el título de “Como se pide” .

Por la ausencia de la licorera en la lista de regalos, se supo que los Fórmica estaban enemistados con los Zamudio. Y tres años después su aparición en una boda anunció la reconcilia­ción de ambas familias.

Pero muchas otras cosas podían saberse en mi pueblo por boca de la licorera. Según se presentara brillante o deslucida se juzgaba hacendosa o dejada a la señora que la regalaba.

Una vez fue causa de un gran escándalo.Julián Martirena se había casado con Teclita Revechino un

año antes y recibido la licorera, que a su vez obsequiaron a otra pareja contrayente. Pero, ¡ay! , faltaba un vasito.

Corrieron los comentarios:- ¡Qué temeridad, al año de casados y ya se tiran las cosas

a la cabeza!—Es que ese Martirena siempre fue un tarambana.—Dispénseme, pero Julián siempre fue un excelente

muchacho, lo que pasa es que esa Tecla nunca sonó bien.—Sale a la madre.—Pero, señoras -intervino don Pepe Camueso, que era

hombre caritativo—, ¿no puede haberse roto el vaso al desengancharlo?

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A nadie se le había ocurrido que aquellos vasos pudieran desengancharse para servir un licor, pues la operación era tan complicada como la de desenganchar un vagón de tren.

Los comentarios llegaron a oídos de Teclita, que tuvo un berrinche y lo mandó a Julián a pedir explicaciones. Las explicaciones terminaron en palos y en una infinidad de trapitos sacados al sol en la punta de enconadas lenguas. Y el pueblo supo de otra de sus clásicas divisiones.

La verdad es que el vasito lo había roto el gato, pero ¡cómo echarle la culpa al gato! Es un recurso tan socorrido...

Y allí terminó la carrera del artefacto, que no volvió a aparecer en ningún casamiento y se perdió en la noche de algún cuarto de cachivaches. Otros tiempos venían y con ellos otros regalos.

FERROVIARIA

Cuando don Pepe Camueso llegó aJ pueblo como primer jefe de estación la cosa causó cierta extrañeza: no estaba en tipo y de entrada se vio que pitaba mucho más alto. A un indiscreto que no pudo con su curiosidad c inquirióle cómo había venido a dar en aquel cargo, le dio esta respuesta: .

-L o s ingleses del directorio me dieron este empleo para indemnizarme.

-Algún pleito, ¿no?Sí, un viejo pleito que tenernos: ¡el Peñón de Gibraltar!

Y de aquella salida no salió.La estación, ferroviariamente hablando, tenía poca impor­

tancia, pero gracias a su savoir faire, su don de gentes y su espíritu organizador llegó a adquirir un prestigio social del que no pueden gloriarse ni las presuntuosas terminales de las grandes ciudades.

En aquel tiempo la juventud dorada de niiestros pueblos chicos acostumbraba a pasearse en las estaciones al atardecer

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con el pretexto de ver pasar los trenes. Pero como por la nuestra no pasaban más que dos trenes, uno por la mañana y otro a altas horas de la noche, la gente, falta de aquella excusa, no se atrevía u ir, lo que en realidad no era más que un prejuicio de aldea, ya que iban a la plaza, por donde tampoco pasaban trenes. Pero en los pueblos son así.

Don Pepe meditó un plan para quitarle la clientela a la plaza y lo puso en práctica.

Hn una vía muerta yacían olvidados una locomotora oxidada y dos vagones bastante cachuzos. Con ayuda de un maquinista jubilado los puso en condiciones de arrastrarse y pitar decentemente, y todas las tardes a hora oportuna los hacía pasar y repasar frente a la estación, detenerse y seguir viaje, con muchas pitadas, toques de campana, movimiento de semáforos, tremolar de banderas y agitar de linternas de colores. Don Pepe, correctamente afeitado, con su gorra de galones dorados y guantes color patito —que entonces hacían furor— esperaba como un conde en su salón. No tardó en acudir la gente.

A las ansiosas preguntas respondía que era un tren de ensayo. F,1 tren corría regularmente desde el kilómetro 88 aJ 89 y entre dos desvíos, pero el ruido que hacían entre el personal de la estación y algunos miembros entusiastas de la Sociedad de Fomento Ferroviario, que él había creado, equivalía al de un expreso internacional.

De tanto en tanto organizaba un pequeño descarrilamien­to para atraerse a los bomberos voluntarios, que no sabían qué hacer de sus fuerzas.

Al principio el tren corría vacío, pero después don Pepe Camueso comenzó a vender boletos de recreo a beneficio de las instituciones de caridad más caracterizadas. Así tuvo una comisión de damas. Los tales boletos daban derecho a un viaje de ida y vuelta entre los dos kilómetros citados y la concurrencia respondió admirablemente. Unos subían y otros se quedaban a despedirlos y recibirlos, y la animación era tanta que hasta venía gente de los pueblos vecinos a gozar de ella.

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Para que la cosa tuviera más color y mejor sentido, cada día cambiaba el letrero indicador del destino del convoy, y así lo despachaba a lugares imaginarios y hermosos: El Suspiro, El Jardín del Amor, Reconciliación de Enamorados, y hasta un día hizo correr uno que llevaba este poético letrero: El Tren Expreso de Campoamor.

Un periodista opositor, opositor al ferrocarril, dijo que aquello no era más que una vulgar calesita sobre rieles. Pero la opinión pública estaba de parte del señor Camueso y tuvo que meter violín en boísa.

La confitería, cerrada por falta de público, reabrió sus puertas atendida gentilmente por las Hijas de María, como en una kermesse, y hasta el padre Custodio la autorizaba con su presencia de tanto en tanto.

Tenía en contra, eso sí, a los comerciantes de los alrededores de la plaza que veían disminuida su clientela. Mandaron un agente provocador que a la salida del Rápido a la Promesa Cumplida, gritó:

— ¡Pasajeros al tren..., los gallegos también*!Se pretendía levantar en contra de la estación a la

colectividad española, muy numerosa. Fue un momento de crisis. Pero todo se arregló con un desagravio consistente en una paliza que se dio al provocador por parte de la parte sana de la colonia hispánica, que era muy ferroviaria, y en un tren que corrió con el nombre de Submarino Peral.

Después de aquello cada colectividad quiso su tren y lo tuvo: los turcos el Media Luna, al que se adhirieron los panaderos; los italianos El Garibaldino y, como don Pepe no perdía detalle, para los criollos hizo correr el Santos Vega. Los vascos quisieron un tren lechero.

Pero si el ferrocarril tuvo éxito, también fue grande el del libro de quejas. No el oficial, naturalmente, sino uno especial y de propia invención del jefe. Se llamaba el Libro de Quejas de

¡Pasajeros al tren... los gallegos también! La provocación es evidente en un pueblo donde las diferencias de nacionalidades eran una de las causas de constantes enfrentamientos.

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los Enamorados. No había más que pedirlo en la ventanilla y se podía escribir en él cualquier desahogo o ahogo a una ingrata mal pagadora o cosa así. Los jóvenes escribían, las niñas lo leían entre suspiros y no faltó alguna audaz que respondiera. ¡Cuántos matrimonios se anudaron así!

Don Pepe estaba planeando un libro de quejas para casados cuando vino el ;crácata! La empresa hizo correr un verdadero tren a la hora del de don Pepe, un tren vulgar y prosaico que llevaba pasajeros verdaderos a lugares existentes, un tren realista al que tuvo que ceder la vía el hermoso tren poético-amoroso.

Fue un día de duelo. Don Pepe Camueso, que ya había presentado su renuncia, con guantes y corbata negra, sopló lúgubremente su silbato, la campana hizo talán, como quien hace ¡ay! , y en un silencio impresionante la multitud agitó sus pañuelos y el Nevermore arrancó jadeando como un moribundo.

Han pasado cuarenta años, pero los ojos se me llenan de lágrimas al recordar el paso de aquel último tren pitando desesperadamente hacia el olvido...

VÍCTIMA DE LA COMPETENCIA

Cuando la modista francesa se instaló en el pueblo produjo un gran revuelo, y no sólo de faldas.

Primero estuvo unos días en el hotel del vasco Martirena para estudiar la plaza, y hasta que no se supo a qué venía y quién era fue el centro de todos los comentarios y hasta de un rondel del vate Ensoñador, que comenzaba:

Lanza Cupido al desgaire sus mil dardos de bambú cuando con tu savoir faire pasas haciendo fru-fru.

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Pero todo quedó aclarado cuando se instaló en una casa de la calle Real bajo una muestra que decía:

Madame Sibonct Robes et Manteaux

que la mayoría deLpueblo tradujo por ropas y mantas,Madame Sibonet era una buena mujer, cosía como los

ángeles y pronto se hizo de numerosa clientela entre lo mejor del pueblo, siendo generalmente estimada. Pero a don Celesti­no Menudo, dueño de la tienda Los Trapitos al Sol, emporio índiscutido hasta entonces de la elegancia local, le sentó la Sibonet como una piedra en el hígado. No era hombre Menudo de dejarse arrebatar la plaza así como así y, ante la invasión francesa, opuso una resistencia española digna del 2 de mayo. Anunció en la prensa local que por primera vez en la historia del comercio el metro de su casa tendría 105 centímetros. Para eso no tuvo más que dar 95 centímetros en vez de 90, como era de práctica en las tiendas de aquella época. Decretó liquidaciones ruinosas; repartió yapas temerarias. Pero nada conseguía desviar la corriente de aspirantes al chic parisién que entraba como un río de oro en casa de Madame Sibonet, la que estaba cada día más gorda y rozagante, mientras que el pobre don Celestino Menudo ya no tenía en el cuerpo más que bilis.

Una noche anunció en la tertulia de La Perla:— ¡Caerá la Bastilla! He contratado un modisto más

francés que Luis XV. ¡Y ya va a ver quién es Calleja!El modisto llegó a los pocos días. Usaba un jopo rubio

como nunca habíamos visto, monóculo y un chaleco blanco e impecable. Como la propaganda periodística y mural le pareciera poca, Menudo lo instalaba todas las tardes de 5 a 7 en una de sus vidrieras, arreglada como un escenario, y allí el modisto tomaba con suma elegancia numerosos aperitivos y se retorcía el bigote magistralmente.

Ibamos a verlo como si se tratara de unos fuegos artificiales o de un mono sabio, Se lo anunciaba en grandes letreros como a Monsieur Renard, profesor de corte y confección de la Sorbona.

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Dándose aparentemente por vencida y afectando una falsa humildad, la picara de Sibonet anunció que le haría una visita de cortesía al maestro.

El dia anunciado, todo el elemento femenino de alguna importancia social se reunió en la tienda de Menudo como por casualidad. Llegó la Sibonet. y don Celestino, triunfante, la condujo a presencia de su pollo, que más bien parecía un gallo con la cresta del jopo que gastaba.

Derramando falsas mieles se estrecharon la mano y hablaron. Pero todo el público reunido notó que el francés del arrogante profesor era muy diferente del de su modesta visitante. Y al despedirse, la Sibonet dijo a don Celestino en voz bien alta:

Lo felicito, señor Menudo, tiene usted el mejor modisto catalán del mundo.

Aquella misma madrugada, en el último tren, el fementido francés regresó a Buenos Aires. Y don Celestino Menudo estuvo ocho días en cama. Tal fue su disgusto, que ni el animal de Frumento —el que le puso pica-pica al palo enjabonado y le pintó bigotes a la finada doña Remedios mientras los deudos dorm ían- se atrevió a hacerle una broma.

Pero don Celestino tenía muchas reservas de energía e ingenio comercial, y no se dio por vencido.

Poco tiempo después organizó un desfile de modelos. Debían exhibirlos unas chicas bastante bonitillas, por mal nombre las Barrilete sin Cola. El desfile estaba anunciado para el lunes a la tarde, pero el domingo el padre Custudio, que era un santo a la antigua, clama desde el pulpito contra el anunciado espectáculo al que califica de destructor de las

. honestas costumbres y de demoledor de la familia cristiana. Desde otro punto de vista - t e r m in ó - , no creo que ninguna dama ni niña de nuestra sociedad osare engalanarse con las prendas que hubieren usado esas chiruzas... ¡Y que Dios me perdone la expresión!

Y ése fue el gran argumento. Ninguna señora se hubiera vestido corno una Barrilete sin Cola.

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Poco después vino un hermano suyo desde la capital para hacerse cargo de la tienda. Don Celestino Menudo pasó el resto de su vida bebiendo a dos gargantas y cantando a grito herido la MarselJesa, pues decía haberse vuelto francés, ya que era la única manera de triunfar en la vida.

EL NEGRO DIANA

Cada vez que la ciudad se embandera para una fiesta patria surge de la niebla dorada de mis recuerdos de niño, como de una olvidada caja de sorpresas, UJigura simpática y estrafalaria del Negro Diana, nombre con el que pasará a la Historia tanto cuanto pueda mi pluma cariñosa, pues si o tro nombre tuvo, yace bajo el polvo con olor a pesos arrugados de las canchas de laba o en el fondo de los vasos - ¡ay, rotos hace tantos años! - de la ginebra buena y barata de los boliches de mi pueblo y de mi infancia.

El Negro Diana, a quien siempre se había conocido ya viejo y borracho, fue en sus mocedades clarín de caballería. El nombre de Negro le venía fácilmente de su color y el apellido de Diana de la costumbre de ir a despertar con su clarín, en las mañanas frías de mayo y de julio y en otras que se verá, a los militares retirados que vivían en el pueblo.

La costumbre de la diana recordatoria no era invento suyo, pues quien tenga memoria y años suficientes recordará los grupos de soldados viejos que en las fiestas patrias iban a tocar diana a la puerta de sus antiguos jefes, ganándose así una propina.

El Negro Diana era una especie de santo alcohólico en estado de gracia permanente, pues jamás lo vi sin su suave aureola de borracho tranquilo y añorante. Lo malo, no para mí, sino para los espíritus secos y amigos de la tonta verdad, es que puesto a añorar se le iba el recuerdo hasta mucho más allá

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de lo que habitualmente dan las fuerzas humanas. De copa en copa, de batalla en batalla, se iba como sin sentir del Parque a Caseros y, ya en la pendiente inclinada, se dejaba resbalar osadamente por las laderas de los Andes hasta Chile, siguiendo al Ejército libertador.

Cuando se desbarrancaba de aquel modo en la Historia, los tertulianos del boliche soltaban grandes risotadas, le pagaban el último trago y le volvían la espalda, como hacen siempre las personas incomprensivas cuando se encuentran ante una hermosa fantasía.

Entonces era cuando yo me bajaba del tercio de yerba, desde donde había escuchado en silencio, y le preguntaba:

-¿ E s cierto, don Diana, que un cóndor siguió durante todo el viaje al Ejército libertador?

- ¡Claro que es cierto, y el mismo general le daba de comer en el pico! ¡Pajarito lindo! ...

Después llegaba en sus recuerdos a extremos en que a m í mismo, lo confieso con rubor, me flaqueaba la fe. Solía decirme:

- La primera vez que me mamé fue en Yapeyú, el día en que se corrió Ja noticia de que acababa de naccr el general San Martín...

Pero ésas son otras músicas, vayamos a sus dianas.

Los militares retirados a quienes saludaba con su clarín en las fiestas patrias eran, a falta de otra cosa, esos tres o cuatro comandantes de revoluciones uniguayas que nunca faltaban en aquellos tiempos en ningún pueblo argentino normalmente constituido.

El que los comandantes fueran de la otra banda, reportaba al pobre negro doble beneficio, pues no sólo les tocaba el clarín el 25 de mayo y el 9 de julio, sino que también los despertaba con su estridente tararí el 18 del mismo mes y el 25 de agosto.

Los buenos comandantes de lejanas patriadas se emocio­naban y retribuían generosamente el soplo heroico que les

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entraba por los postigos, reviviendo el oro m archito de sus galones.

Pero, como es de suponer, las cuatro tocatas anuales no alcanzaban a don Diana para vivir y beber razonablemente, y así, cuando la necesidad lo apretaba se ponía a sonar el clarín a la buena de Dios, que venía a ser la mala de la Historia, aunque fuera el 2 de noviembre, debajo de las ventanas de sus marciales protectores.

Se abría un postigo, y la soñolienta y económica esposa del héroe de turno le decía:

- S e ha equivocado, don Diana, váyase y vuelva en fecha.Pero él, que preciso es confesarlo, era un poco chantajista,

seguía soplando el bronce y escandalizando la calle: desper­tando vecinos, haciendo ladrar a los perros y formarse el corrillo de vascos lecheros y madrugadores; era lo que él quería, público.

Entonces el buen comandante no tenía más remedio que asomarse, darle las gracias y unas monedas, aunque fuera el 28 de diciembre.

No faltó comisario nuevo que tuviera la mala ocurrencia de meterlo preso por malversación de fechas, como dijo uno textualm ente, pero se vio obligado a no insistir porque Diana era muy querido y, además, porque la ingenua malevolencia del pueblo gozaba con los sobresaltos que daba a los tranquilos veteranos.

Pero con el correr de los años y el aflojársele los tornillos más de la cuenta, el Negro Diana se convirtió en un motivo de constante intranquilidad para el vecindario, pues comenzó a repartir grados militares a diestro y siniestro y a decretar fiestas patrias por su cuenta, y ya no pasaba día sin que el clarín atronara frente a todas las puertas cotizables.

Y aquí quisiera no seguir escribiendo para bien de todos, pero ya estoy lanzado con mi máquina como el Negro con su clarín y no puedo detenerme. Tímpanos cansados y bolsillos egoístas movieron duras manos y alguien le robó el clarín.

N o soy lo suficientemente cruel para describir su deca­dencia... Cuando lo velamos en el fondo de la comisaría, una

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mano anónima y arrepentida colocó entre las suyas, inmóviles para siempre, el hermoso clarín, que ahora debe estar sonando alegremente entre las arpas de los ángeles.

EL DEMONIO DE LA APUESTA

A la gente vieja de mi pueblo le gustaba mucho hacer apuestas. Fn cuanto una señora encargaba un nene a París, como se acostumbraba en aquella época, ya estaba el vecinda­rio dividido entre si sería varón o mujer.

Lo apostado era generalmente un cordero y una da­majuana de vino, que vencedores y vencidos se comían alegremente y bebían en el mismo estado de ánimo a la orilla del río.

Como las apuestas se cruzaban entre muchas personas, los días de nacimiento la costa adquiría un animado aspecto de fiesta popular y las canciones báquicas neutralizaban la mcluncolía del verde llanto de los sauces*. Cuando nació el séptimo chico de Formica el comercio en pleno cerró sus puertas c invadió la ribera asador en ristre.

En aquella memorable jornada el Negro Diana, que no sólo sonaba el clarín de las conmemoraciones, sino que también pulsaba la guitarra, para alternar, como él decía, improvisó una versada de la que lamento no recordar más que el feliz comienzo:

Con carne jugosa y rica colgando del asador para el niño de Fórmica vaya mi lazo de amor

la melancolía del verde llanto de los sauces. Animismo inferido del nombre sauce llorón, como habitualmente se llama a ese árbol.

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Y aunque no bebo de vicio el pico se me calienta, celebrando el natalicioy a su gentil parturienta.

Un gracioso lo interrumpió en aquel punto con un extem poráneo ¡guau, guau! Pero nuestro moreno, que era repentista y sabía transformar en estrofa cualquier incidente, le retrucó:

Y le digo al que me ladreen m om ento tan divino,

f ^

que ha de ser un mal vecino faltando al respeto al padre.

Pero no sólo se apostaba sobre los nacimientos, sino también, para decirlo de algún m odo, sobre todo lo contrario, que vienen a ser las defunciones.

En cuanto se veía llegar a alguna casa al chico de la farmacia con la inevitable bolsa de oxígeno, comenzaban a cambiarse las apuestas. Se trataba de acertar con la hora exacta en que el prevenido daría la última boqueada. El que arrimaba más, ése ganaba. Lo grave del caso, dejando de lado la situación del paciente, era que la poca imaginación reinante hacía que en tan luctuosas ocasiones también se apostara el cordero y la damajuana de vino.

La tradición -un pueblo por chico y atrasado que sea ama sus trad ic iones- establecía que el resultado de la apuesta se comiera y bebiera después del entierro y entre unos sauces que lloraban detrás del cementerio*, que con el progreso de! periodismo local y el andar del tiem po llegó a llamarse necrópolis. Y como no era cosa de volver al centro a buscar las vituallas, las llevaban en los mismos coches del acompaña­m iento, lo que daba a nuestros entierros un agradable aspecto de picnic dominguero.

sauces que lloraban detrás del cementerio,... Cf. lo dicho en nota de p. 63. El verbo apunta aquí a dos realidades: el nombre completo del árbol y el lugar donde so encuentra.

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Antes de terminar los discursos ya algunos vecinos previsores y de sano apetito comenzaban a jun tar leñitas para el asado. Su lema era: el m uerto al hoyo y el vivo al bollo. Y no era mal visto. Sólo una vez ocurrió un incidente un tanto desagradable y que fue com entado desde diversos puntos de vista.

lil vasco Arteche había entregado su alma a quien se la dio y sus vacas a los yernos, que las estaban esperando desde que se casaron, y ya iba a arrancar el cortejo cuando apareció muy apurado o tro vasco viejo y tambero también él, don Miguel Xurriaguitía, con el cordero en una mano y la damajuana en la ulra y, como no encontrara espacio en los coches, se fue muy decidido a colocar la carne y el vino dentro del fúnebre y a los pics del m uerto, como ofrendas de un culto pagano.

Como era un vecino muy caracterizado, el cochero apenas si se atrevió a insinuarle tímidamente:

- Mire que está ocupado, don Miguel.¡Tonto que te estás! - re sp o n d ió el vasco, y se alejó

buscando en la fila de coches uno en que le hicieran un lugarcito.

Pero en eso se descolgó del de duelo el doliente principal, que era el yerno más antiguo, y con .muy buenos modos pidió u don Miguel que retirara las vituallas/

¿Por qué retirando si no molestando al finado?¡Por favor, don Miguel, respete la memoria del extinto!

Finado amigo m ío , vasco decente, nada decir.Pero no es correcto...Correcto no ser quedarse vacas no trabajando.

Se oyó una risita, bastante aviesa.El yerno se puso rojo como un tomate. Los otros yernos

se ocultaban, felices y malévolos, detrás de las cortinillas del coche de duelo.

¡Arrea, tú! - g r i tó don Miguel al cochero.El cochero, debajo de su galera de máscara suelta, no sabía

qué hacer. Buscaba con la mirada, ya turbia de copas, al empresario de las pompas fúnebres. Éste llegó por fin y con tono de hom bre práctico dijo, sacando los víveres apostados:

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-C a d a cosa en su lugar y cada lugar en su cosa, señores - y entregó al engalerado las piezas de la discordia, agregando : ¡Veinte años en el mismo trabajo y nunca saben proceder

correctamente!Los ánimos se calmaron y el cortejo partió al fin.- Lo malo fue que el cochero no dejó de empinar la

damajuana durante todo el trayecto. Pero después trajeron otra.

BOM BHROS VOLUNTARIOS

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El noble cuerpo de Bomberos Voluntarios nació en mi pueblo como allí nacía casi todo: de una violenta polémica periodística. El Flagelo de las Conciencias lanzó la ¡dea diciendo textualmente que ya era hora de que el pueblo tuviera un cuerpo de bomberos a ejemplo de las grandes ciudades modernas como París, Londres y Berlín, sin menos­preciar a Madrid y Roma, ya que las colectividades española e italiana eran nobles exponentes del comercio local. Pero ahí nomás le pegó el grito Res non verba diciendo que los incendios eran una remora del pasado oscurantista y que debían extirparse de raíz, sin andarse con ambages y paliativos, pues, sin ofender a ningún posible miembro del futuro cuerpo, ¿qué eran los bomberos sino paliativos de los incendios?

A esto respondió El Flagelo que también la vacuna contra la aftosa era un paliativo, pero que por eso nadie había pensado en m atar las vacas de raíz.

Quiso terciar el veterinario, pero lo chamuscaron entre dos editoriales.

Se citaron incendios célebres: el de Roma, visiblemente intencional; el de la biblioteca de Alejandría, de cuyo catálogo se publicaron algunos títulos; el del vapor América, que tiene estatua y todo, y algunos otros que la ceniza del tiempo oculta a mi recuerdo.

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El pueblo se dividió enbom beris tas y an ti bombe ristas, y el hum o enceguecía y las llamas caldeaban a los contendientes. Por u-fi quítame allá esa manguera la gente se iba de boca, y de ios tacos hablados pasaban a los del billar, pues donde se armaban las grandes trifulcas era en la confitería de la plaza que, naturalmente, se llamaba La Perla.

El caso es que por entre los incendios que se decían am b o s ' bandos se abrieron paso los bomberos, que para eso eran voluntarios y voluntariosos. Y un domingo, después de misa, pudimos admirarlos formados en la plaza.

Ante el hecho consumado se tranquilizaron ios ánimos, cosa que ocurría siempre, ya se tratara de una elección fraudulenta o de un impuesto nuevo, y quién más, quién menos, aplaudió los cascos dorados y las hachas al hom bro del brillante cuerpo. Y todas las diferencias se olvidaron cuando a los acordes de la banda del maestro Scarparo, los bomberos entonaron el himno que para ellos había compuesto, parafra­seando una canción escolar, Ensoñador, decano de los bardos locales. Comenzaba así:

Qué contento va el bombero que ha cumplido su deber, apagando los incendios como suele suceder.

Como también suele suceder, se organizó una función y baile a total beneficio de una escalera mecánica, por la que subiremos luego.

Para ir haciéndose la mano, los bomberos realizaban frecuentes simulacros de incendio. A cualquier hora del día o de la noche el sacristán echaba las campanas a vuelo y los miembros del cuerpo lo abandonaban todo para correr al lugar del siniestro, que era anunciado por un heraldo a caballo que tocaba el clarín y gritaba la dirección. Y los esforzados bomberos la em prendían a baldazo limpio con la casa particular o el comercio de cualquiera, que no había sido avisado y soportaba con buena cara el chubasco para demos-

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trar su espíritu de colaboración. Pero hubo que suspender los carnavales por dos incidentes que paso a relatar.

El primero fue que uno de los bomberos más entusiastas era maquinista del ferrocarril y dio la casualidad de que sonaran las campanas de alarma cuando se encontraba de servicio, con la máquina bufando en la estación. El hombre no pudo con el genio, y los pasajeros tuvieron que esperar el fin de la fiesta para seguir viaje.

Como en aquel simulacro lo único apagado fue la caldera de la locomotora, el tren llegó a destino con dos horas y cuarenta y tres minutos de retraso.

Pero el otro incidente fue más grave. Una buena noche se les ocurrió apagar la comisaría, y echaron tanta agua -se trataba de ensayar la primera manguera- que un preso se escapó a favor de la corriente, según feliz expresión de un periódico. Y aquella fue la gota de agua que rebasó el vaso de la paciencia pública. Un decreto municipal prohibió los simulacros sin causa justificada (incendio), según se aclaraba textualmente.

A todo esto había llegado la escalera, obra maestra del género. Se apretaba un botón y, ;blum! , se estiraba como cinco pisos. Pero, ¡ay! , las casas de mi querido pueblo no disponían más que de uno, cosa en la que nadie había reparado y que denunció Res non Verba. El Flagelo quiso replicar diciendo que cuando la revolución de mayo eran muy pocas las casas de más de un piso que había en Buenos Aires, lo que no fue obstáculo para que se inscribiera una página de oro en los fastos de la Historia. Pero la verdad era que aunque al Flagelo le sobraban argumentos patrióticos, a la escalera íe faltaban pisos para poder actuar decentemente. Entonces se vio este hecho inaudito; un objeto de aplicación futura que entra en un museo de reliquias pasadas, como el nuestro, pues la escalera se exhibió allí con un tarjetón que decía: “Escalera mecánica, último modelo,-que usarán los Bomberos Voluntarios locales cuando la edificación haya tomado el incremento debido” .

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PIEDRAS FUNDAMENTALES

Nuestro pueblo no tenía un solo adoquín en sus calles, pero en cambio abundaban las piedras fundamentales. De haberse construido todos los edificios que las tales piedras prometían, hubiera desaparecido la romántica costumbre de las retretas por falta de espacio vital, como entonces no se decía, pues las piedras se colocaban invariablemente en la plaza.

La historia es así: la Sociedad de Fomento pensó regalar a la biblioteca pública que proyectaba la Sociedad Cultural un edificio propio. Hizo por medio de la prensa local un llamado a la generosidad de los terratenientes, pero como ninguno dijo este potrero es de ustedes, entró en tratos con don Cayetano Lavagnino, quien, como dijeron los diarios, cedió gentilmente a mitad de precio un hermoso solar situado en lo mejor del pueblo.

Lavagnino, que era un verdadero prestidigitador de bienes* raíces, manipuleo de tal manera planos y títulos que lo mejor

del pueblo vinieron a resultar unos lejanos bañados, situados., exactamente donde el diablo perdió el chiripá y a los que sólo podrían ir a leer ranas y sapos, según un indignado editorial de Res non Verba.

La Sociedad de Fomento puso el grito en el juzgado de paz acusando a Lavagnino de sustitución de elementos, traición a la patria e incultura. Estos delitos se configuraban del modo sánente:

Había sustitución de elementos porque él vendió tierra y ahora daba agua.

A esto contestaba Lavagnino:—¿Miraron bien abajo?La traición a la patria consistía en difamar al pueblo, pues

decir que aquellos bañados inmundos eran lo mejor de él, era calumniarlo, ocultando su verdadera prosperidad al forastero.

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La respuesta de Lavagnino era:Ese es el mejor lugar del pueblo, porque por allí no van

nunca los miembros de la Sociedad de Fomento, que son los que lo. echan todo a perder.

La incultura era evidente, pues suponer que allí podía edificarse la futura biblioteca era como mandar a bañarse a la ciencia, la literatura y demás antorchas que alumbran la noche de los tiempos.

El expediente quedó estancado porque el juez de paz era yerno de Lavagnino*, y porque eso daba un respiro a la Sociedad de Fomento, que no disponía de fondos para edificar la biblioteca. La Sociedad Cultural, por su parte, se llamó a silencio, pues sus miembros habían prometido solemnemente regalar cien libros cada uno y apenas si disponían de tres o cuatro folletos entre todos.

¡Pero la piedra fundamental había que ponerla!-¿ C ó m o vamos a colocarla en el bañado? Eso sería

aceptarlo -d i jo un vocal.No dictaminó don Celestino Menudo, que presidía , la

pondremos en la plaza. Será una piedra simbólica y pro­visional.

Se votó por unanimidad, y un hernioso domingo de primavera, con asistencia de las autoridades, los niños de las escuelas y la piedra en persona, se realizó el acto.

La piedra iba acompañada de una caja de hojalata en la que se habían guardado, con vistas al futuro, documentos de la época que el presidente de los fomentadores leyó al público. Eran diarios locales, de los que previamente se habían cortado los avisos de los negocios de Lavagnino; de las páginas de sociales borrado el nombre de sus hijas, nueras y etceteras

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familiares, y del censo del pueblo que publicara uno de ellos’ suprimido veintisiete personas: la familia Lavagnino.

El expediente quedó estancado porque el juezde Paz era yerno de Lavagtiino,... Cf. nota de p. 49.

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Aquéllo fue la piedra del escándalo. La familia suprimida se retiró protestando y jurando cruel venganza.

Poco después corrió la noticia de que don Cayetano Lavagnino quería regalar un cuartel para los bomberos voluntarlos, lisie meritorio cuerpo se pasó con bombas y hachas ti su bando y declaró que no apagaría los incendios de los enemigos de su benefactor.

Y otro domingo, ya en pleno verano, el clan Lavagnino con su jefe a la cabeza y escoltado por los bomberos, nunca más voluntarios que en aquella emergencia, y precedido por la banda de! maestro Scarparo, se dirigió a la plaza y enterró en el extremo opuesto ai que ocupaba la de la biblioteca la piedra angular deí cuartel de bomberos.

Don Cayetano se subió a un banco y pronunció ante el pueblo boquiabierto las siguientes memorables palabras:

-Ciudadanos y ciudadanas: En esta caja (la mostró) hay retratos y datos personales de los respetables miembros de mi familia, fotografías de mis casas, de mis vacas, de mis negocios y un relato en papel-sellado, para que haga fuerza, de nuestros indiscutibles méritos. Los demás habitantes del pueblo quedan fuera por carecer de interés para el futuro historiador. También figuran datos y fotografías del meritorio y arrojado cuerpo de bomberos voluntarios.

Sonó la música, se enterró la caja, y la familia se fue ípunfalmente a comer un asado con cuero rodeada por los bomberos simpatizantes.

La consternación fue general. Pero no duró mucho. Y desde aquel día cada grupo de rivales, cada gremio en competencia, cada vecino que se llevaba mal con otro por asuntos de medianera, ponía en un lugar de la plaza, con mayor o menor pompa, la piedra fundamental de algo, en cuya caja recordatoria difamaba para la posteridad a sus enemigos. Era un apedrearse con piedras liminares para dentro de cinco mil años que daba miedo. Y la pedrea duró hasta que vino una intervención federal y el comisionado mandó desenterrar todas aquellas piedras parlantes y con ellas comenzó a adoquinar una calle, naturiümcnlc, fronte a su casa.

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SIC TRANSIT GLORIA MUNDI

Lo que va a leerse es un modelo de necrología tomada de El Flagelo de las Conciencias, decano del periodismo local. Dice textualmente:

A selectas exteriorizaciones de condolencia y sentidos pésames, con profusión de emotivas coronas, dio lugar el óbito del señor Fulvio Gorosito, ayer piedra angular y hoy columna truncada del ramo de remates, a la sombra de cuya bandera florecieron los bienes raíces en meritorias corolas de capitosos aromas progresistas. ¡Era un pioneer! Cuantas veces cayó su martillo fue para remachar el clavo de la prosperidad local. ¡Loor a sus distinguidos despojos!

Conteniendo el raudal de lágrimas que afluye a la pluma, hagamos crónica.

El acto tuvo el siguiente desarrollo: Óbito, ya menciona­do; velatorio y sepelio, en el orden ya indicado.

La concurrencia al óbito, o fallecimiento, fue muy reducida, dado lo avanzado de la hora y lo íntimo de la ceremonia, pero no lo .bastante para que alguien dejara de recoger sus últimas palabras, que fueron éstas, que demuestran hasta qué extremo estaba don Fulvio compenetrado de su profesión de la que había hecho un sacerdocio. Expresó con el último hálito: “ ¿Quién da más? ”

jY esta vez fue la Parca la que bajó el martillo!El velatorio alcanzó proporciones francamente inusitadas.

El comercio, la industria, el agro, confundidos con niñas y matronas de nuestra sociedad, sin que faltara el pueblo soberano. Aquí un llanto, allá un pésame, acullá un suspiro, eran las expresiones que pudo recoger el cronista, que no debe olvidar, ya que hay que dar al- César su parte, el esmerado servicio de refrigerios de la confitería La Perla, siendo muy felicitado por la concurrencia su propietario, don Humberto Primo Ginocchio, que acababa de instalar una heladera eléctrica sin aumentar los precios en homenaje a la sociedad local, quien

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supo recibir con la modestia que lo caracteriza, así como la ex esposa del extinto, hoy señora Yolanda Forastieri, viuda de Gorosito, los reiterados y sentidos pésames que se le tributaron en la misma ocasión.

Nuestra pluma, que no trepidó al relatar los luctuosos sucesos de la última inundación, donde el deceso de tantos cerdos y gallináceas dejó en el desamparo y la orfandad a honradas familias menesterosas del bajo, tiembla, se retrae, retrocede y se encabrita al verse constreñida a estampar lo que sigue. ¡No somos puritanos, no! Sabemós que la juventud necesita de honestas expansiones, como ser: “ kermesses” , romerías, retretas, carreras de sortija y veladas literarío-dan- zantes, que mil veces hemos patrocinado. Sabemos también lo que son los velatorios cuando en ellos la animación llega a su período álgido; comprendemos que todo lugar y hora son buenos para las manifestaciones de la cuita espiritualidad (cuentos, chistes, juegos de prendas y bromas livianas), pero de ahí a profanar hay un gran paso. Pues bien, ¡ese paso fue dado! Un grupo de jóvenes en evidente estado de ebriedad y mala educación, olvidando sagrados vínculos, puso un grillo en el féretro y soltó en el patio algunos buscapiés, lo que resulta, amén de otros calificativos más duros, un anacronismo. Feliz­mente, tanto el grillo como lo? jóvenes calaveras fueron expulsados duramente por la parte sana de la asamblea al grito de “ ¡Atorrantes afuera! ” Restablecida la calma y para serenar todos los ánimos, la gentil señorita de esta sociedad y conspicua profesora de labores Yolanda Pochintesta organizó, actuando de bastonera, juegos de prendas que ganaron las simpatías del elemento joven, si que culto, que dio con su digna actitud un rotundo mentís a los perillanes del disturbio, entre los que lamentamos anotar a los siguientes jóvenes, que no nombramos por respeto a sus dignos padres, vecinos caracterizados de esta plaza social.

Las notas emotivas se sucedieron durante toda la velada, culminando al amanecer, cuando el yerno del finado, el joven tenedor de libros (sistema Pitman) Hipogeo Menéndez, sobre­poniéndose a su dolor, golpeó las manos invitando a la

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concurrencia a pasar al fondo de la casa, donde se había preparado una merecida sorpresa a los amigos inconsolables, consistente en varios corderos al asador y vino a rodo.

El delicado gesto fue largamente aplaudido por la concu­rrencia, que con el recogimiento propio del lugar dio pronta cuenta de las vituallas.

Y así llegó la hora luctuosa del sepelio.Los progresistas despojos del esforzado “ pioneer’" fueron

materialmente izados por un grupo de bomberos voluntarios, institución de la que era presidente el extinto, a lo alto de la bomba mecánica, que a modo de cureña lo transportó a la necrópolis local, con las mangueras enarboladas, las que de tanto en tanto exhalaban un chorro, como acto simbólico.

Pero el momento culminante fue cuando el público, enardecido, gritó: “ ¡La bandera, la bandera! ” Homenaje que no se pudo tributar, pues el comisario se opuso, diciendo que don Fulvio era oriental, cosa que debemos confesar era verdad.

Entonces se produjo lo inesperado, lo que llenó de nuevas lágrimas todos los corazones: manos piadosas arrojaron sobre

r el túmulo la bandera roja con letras negras, lábaro con el cual el digno rematador fallecido ganó tantas batallas. Verdad es que algunos dudaban de ig oportunidad del homenaje, pero todas las suspicacias fueron acalladas cuando la voz conmovida del escribano Garmendia proclamó:

— ¡ Los remates eran su verdadera patria!En nuestra próxima edición daremos el texto completo de

los discursos, que lucieron digno “pendant” con lo expuesto.La testamentaría ha quedado radicada en los tribunales de

la Capital.

LAS MASCOTAS DE MI ESCUELA*

ft

Por la época del Centenario liego a naestro pueblo, en gira de propaganda, un miembro de la Sociedad Protectora de

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Animales. Dio conferencias en las escuelas y. entre sus muchas y bien intencionadas sugestiones, dejó caer, y nosotros barajamos con gran entusiasmo, la de que cada grado adoptara un animal mascota.

Reunido el personal docente, procedió a deliberar y a distribuir los animales por orden de tamaño. Así, al primer grado le tocó un canario; al segundo, una gallina; al tercero, un gato; al cuarto, un perro; al quinto, una chiva, y al sexto, una vaca.

Lo de la vaca se dejó sin efecto material, como dijo la señora directora, por su exagerado tamaño, y “en su defecto” tuvieron una vaca simbólica, de esta manera: Sobre el pupitre de la señorita se colocó una cabeza de vaca, muy bien pelada, lustrada y con dos monos en los cuernos: uno celeste y otro rosado, en representación de los dos sexos que componían el • alumnado. Junto a la calavera vacuna, y para darle más realidad, pusieron un tarro de lechero y una boina de vasco.

Todas las mañanas, y por riguroso turno, un alumno se colocaba frente al improvisado monumento y soltaba un mugido. Al terminar la clase se repetía la ceremonia.

Como yo estaba en segundo grado, me tocó entendérmelas con la gallina, que tenía su nido y su palo en un rincón del aula. Era una linda gallinita catalana, muy ponedora e inteligente.

El primer incidente se produjo porque Martirena, que era de la piel de Judas, le puso un huevo en la silla a nuestra buena maestra, señorita Italia Migliavacca. quien se sentó confiada­mente, con gran detrimento de su vestido nuevo, un inolvida­ble vestido verde que, con la mancha y visto de espaldas, parecía la bandera brasileña.

Pero la señorita Italia, que no era una mujer de orden común, aprovechó la ocasión para improvisar un apólogo.

—Un hombre rubio --dijo- que después de haber cardado lana en Génova cuando niño, llegó, con el andar del tiempo y el balanceo de los barcos de vela, a ser un gran navegante, está sentado a la mesa en compañía de altos personajes, todos

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contemporáneos suyos. Uno de estos caballeros le pregunta, llevado de la natural curiosidad, que os madre del progreso:

“ -¿C om o hicisteis, ¡oh navegante! , paro descubrir Amé­rica? ¡Debió ser ésa una empresa harto difícil para vuestras escasas luces!

“ --Parad este huevo -respondió el aludido sin inmutarse.“Pero ninguno de los presentes, entre los que se encon­

traban hombres muy sabios, logró pararlo, y se dieron por vencidos.

“ Entonces él lo golpeó delicadamente con el pomo de su espada, y el huevo así cascado se mantuvo de pie. ante el asombro de los anfitriones.

“ Ahora bien, si Dieguito Colón hubiera sido tan travieso como Martirena y hubiera puesto el huevo en la silla del abate Marchena, pongo por caso, o de Isabel la Católica, ¿creéis que Colón, pues no era otro mi héroe, habría podido descubrir América tan fácilmente?

“ Moraleja: Nadie sabe el destino que en la historia puede corresponder a un huevo fresco.”

Pero cosas peores ocurrieron por culpa de aquellos animales.

La primera gran tragedia fue que el gato del tercero se comió al canario del primero. Los chicos de! primero juraron cruel venganza, y desde entonces el infeliz felino no podía asomar el hocico al patio sin que cayera sobre él una lluvia de piedras, que. mal dirigidas por manos inexpertas, rompían siempre algún vidrio.

En cuanto a la chiva del quinto fue la desesperación constante de la directora.

Entraba en las clases como Pedro por su casa, y se comía cuanto papel le caía bajo las barbas. Cuando la corrían saltaba de banco en banco, derramando tinteros,

Cierta vez se comió el único mapa d i lfi Ripúbllcn con que contaba el colegio.

Y como la cosa ocurrió ol iniciaría loi Olinci, y no hubía con qué comprar otro, a fin dB «fio hioímoi un pipolóu colectivo en geografía.

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El perro era el mejor de todos, y nada habría habido que lamentar de su actuación escolar, si un día no corre hasta la calle a un inspector de higiene que estaba examinando a un chico, pues creyó que le iba a hacer algún daño, porque el chico lloraba mucho, y salió, furioso, en su defensa.

Lo ataron, y aquello terminó con la paz relativa entre él y el gato, porque el infame felino aprovechaba su cautiverio para peinarle la riariz con las uñas, y cuando lo soltaron trataba a cada rato de tomarse el desquite, hasta entre los volados de mi infortunada maestra.

Como el único animal productor de todos los que poseía el colegio era nuestra gallina, que ponía sus huevitos hasta los domingos, pronto comenzaron las envidias, y no faltaba quien, llevado por este bajo sentimiento, le arrancara una pluma o le pegara un cascotazo. El resultado fue que el pobre bicho enloqueció y comenzó a poner huevos revueltos, sin yema, sin clara, y hasta un día puso uno sin cáscara.

-Caso de amnesia dictaminó la señorita Italia Migliavac­ca. Y tomó sus medidas.

É

Estas fueron, en primer lugar, poner todos los días a la gallina un rato sobre el pupitre y explicarle que el huevo completo se compone de yema, clara y cáscara; la otra tuvo un carácter menos docente pero más maternal: colocaba a la gallina sobre su regazo, y esperaba a que en aquel cálido y acogedor ambiente pusiera como es debido.

El procedimiento dio resultado, pues a los pocos días ponía huevos tan buenos como el mejor.

Pero como todo no se puede tener en este mundo, y la gallina estaba a veces hasta dos horas para decidirse, nos atrasamos mucho, y la pobre señorita tuvo que oír por primera y única vez en su ejemplar vida docente palabras de reproche do la respetada boca de un señor inspector, quien, cuando oyó la historia de la gallina, y que ésta era la causa de nuestro atraso, 1c dijo dando muestras de gran incomprensión:

- ¿Y qué piensa hacer usted, señorita, el día que el ave osté clueca? ¿Suspender las clases por veintiún días?

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La señorita Italia Migliavacca bajó los ojos, se puso roja y nada respondió.

A los pocos días vino una orden del Consejo Escolar prohibiendo !a tenencia de ‘’‘animales” vivos, a no ser los embalsamados que se requieren para la historia natural...

Y no hubo más remedio que liquidar nuestra fauna.

SUMARIO POLICIAL.

He aquí un sumario tipo de los que levantaba el comisario de mi pueblo. Dice textualmente, salvo la ortografía que me he permitido poner en su lugar, o casi, lo siguiente:

Ayer, como a la hora del mate, se apersonó ante el funcionario infrascrito el vecino de este partido Natividad Pereyra, el cual, después de desmontar de un overo rosado, marca de los Lujarles, manifestó que muy buenas tardes. Respondido que fue en iguales términos por este funcionario y el agente que cebaba el mate, que rehusó por tratarse de una denuncia muy criminal y haber tomado ya en las casas, expuso:

Que era de nombre Natividad Pereyra, cosa que este funcionario ya sabía, que además de eso era argentino y de cuarenta y ocho años de edad y profesiones varias, todo lo cual me consta por haberlo visto trabajar de pocero, esquilador, votante y lo que se terciara, actuando también en muchas carreras como Juez, siendo la última la que ganó el picazo de Mendieta contra el ruano de Gorosito, lo cual no afecta su buen nombre y honor porque todo el m undo sabe que el ruano estaba sentido de las caderas y la culpa fue de Gorosito al hacerlo correr y si estaba o no en combinación con Mendieta pertenece al fuero interno y la ley se lava las manos, como en el caso de la hija del italiano de la fonda/. ’Am ericaFatta , que si se quiso ir co;1 -3l dom ador del circo, no estando en el

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programa, esta autoridad competente no pudo intervenir sin abuso de la misma, siendo la prevenida ya viuda de otro italiano. Lo que está mal es decirme que yo no intervine porque en ia fonda pretendían cobrarme, desconociendo mi autoridad, lo cual no es cierto, y Dios libre y guarde. Ahora que los que juzgaron al m ano como no estaban en el arreglo tienen que hablar y es lo que se llama vulgarmente y con perdón de su cara, Señor Juez, derecho al pataleo y nóvale la pena andar alegando.

Puestos de acuerdo sobre este punto pasó a exponer el dicho declarante, que usted ya sabe quién es: Que el hecho podía interpretarse como pasional o de gallinas, según se quisiera, y que él sólo venía a declarar a ruego del principal interesado y por haber hecho el pozo; que él mayormente no era hablador, máxime no estando en copas, lo que me consta, y que testigo ocular lo era hasta cierto pun to y más no, por estar el pozo muy oscuro y no haber podido identifi­car a la presunta víctima o victimario, según se interprete. Re­querido por esta autoridad para aclarar algunos puntos un tanto oscuros, dijo que como hace quince días fue requerido de

• palabra por don Indalecio Chamorro para hacerle un pozo negro, con perdón de la palabra, y que siendo él pocero lo terminó hace tres días a entera satisfacción del interesado, cobrándole por ser vecinos quince nacionales y que ayer a eso de la oración se apersonó a cobrar un pico, a lo que don Indalecio le dijo que fuera a ver que había un sujeto en el pozo, y como él mismo lo había hecho y por el dinero no corría apuro, se apersonó a la boca del pozo susodicho y vio un bulto. Entonces pensó: de novillo no puede ser, ni de caballo tampoco por ser animales de cierta alzada y no caber así parados, y perro tampoco debe ser porque tiene forma de cristiano, y a más ladraría. Entonces le dio el alto quién vive, de este modo: ¿Quién es usted? , así como para saber la filiación de palabra. Pero el otro se hizo el m uerto o estaba porque no respondió ni pío, y en la oscuridad del pozo no se lo podía distinguir si estaba vivo, descompuesto o mamado nomás. Y él venía de parte de don Indalecio, ya citado, &

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deponer como corresponde en este instrumento público y rogarme que fuera a ver de una disparada,

Y ahi nomás salimos, meta guasca: él en el overo rosado de fojas uno y yo en un pangaré medio redomón de la marca de Escurra y el sargento Saidaña (Epifanio) en un zaino medianejo nomás, y para qué íe voy a decir que Ies saqué una buena ventaja. ¡Lástima no ser carrera! Y en llegando que fuimos a los Espinillas, que así se llama el campo, me fui derecho al pozo y le pegué el ¡quién vive! al finado de abajo y ya me responde: ¡a la orden, señor comisario! ¿Y a que no se imagina quién era? Bueno, no le voy a hacer perder el tiempo pensando con todos los papeles que tiene entre manos que yo no sé cómo no se vuelve loco, dicho sea con el debido respeto al superior. Y no quiero hacerle padecer más, señor Juez: era el agente Cousiño (Gumersindo) por mal nombre, que le viene de antes de entrar a la Repartición, el Gallego Parlamento, de lo bien que conversa de lo que salga, sepa o no sepa. Le echamos un cabestro para que se agarrara y lo sacamos como balde de pozo, más embarrado que chancho en día de lluvia, mejorando lo presente, y medio difunto de frío. Después de hacerle ingerir una copa de ginebra, procedí a interrogarlo. Dijo que no había dado respuesta adecuada a los demás requerimientos porque quería declarar ante autoridad competente, ésa soy yo, para evitar malos entendidos, que nunca faltan, y agregó que en pasando oyó ruido en el gallinero y se apersonó por si eran ladrones, pero ignorante de la existencia del pozo, ahi nomás se desmoronó y no quiso tocar pito por no alarmar a la familia. Pero ahí fue que don Indalecio pegó el grito: -- ¡Es este gallego sotreta el que me viene robando las gallinas! Como Usía sabe, la policía tiene muy mal nombre en este aspecto de abigeato menor. Le encarecí a don Indalecio que guardara estilo y no se desacatara, pero él respondió que lo que quería guardar eran sus gallinas y que ya le faltaban como cuarenta, todas catalanas, y ante su insistencia tuve que armarle sumario al Gallego Parlamento (hoy agente^Cousiño) y traerlo detenido. Pero por el camino me confesó que él tenía un entendimiento con la hija mayor de don Indalecio, la Clorinda, que no es por decir,

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pero está como para rajarla con la uña, y que por ser hombre de honor se aguantaba la acusación de ladrón de gallinas. Y yo no sé qué decirle, señor Juez; la muchacha lloraba como una Magdalena cuando lo traíamos preso, pero las gallinas faltan y se sabe que él vivía de eso, antes de ser policía, y usted dirá si debo clasificarlo como abigeato gallináceo o pasional. Mi modesta opinión, y con el respeto debido, es que si la muchacha lo quiere no hay que andarse fijando en gallina de más o de menos, máxime que ahora ponen tan poco. Será justicia. El Comisario.

LOS JUEGOS FLORALESY EL PALO ENJABONADO

Por primera vez en la historia cultural-recreativa del pueblo se realizaron aquel año juegos florales.

Cuando la Comisión de Fiestas presidida por Epaminondas Formica y vicepresidida por don Pepe Camueso lanzó la noticia, se produjo un ligero equívoco: el vecindario creyó que se trataba de un corso de ñores. Pero la poesía fue puesta en su punto por un editorial de Res non Verba titulado “ \ ¡ jBárba- ros! ! ! ”

Lo primero en que pensó la comisión fue en traer como mantenedor un poeta de la Capital. ¡Y allí fue Troya! , cosa que en nuestro pueblo ocurría por un quítame allá ese buzón o un ponme aquí esta vereda.

El elemento tradicionalista, excitado por un artículo de El Flagelo de las Conciencias, titulado “ j Extranjerizantes! ” , se lanzó a la calle con el mismo ímpetu patriótico de los granaderos en la carga de San Lorenzo, al aire desplegado el estandarte de ios bomberos voluntarios (en cuyo fondo verde se destacaba una llama roja sobre la que volaba un ángel con casco y manguera, el todo bordado en canutillo por la señorita Yolanda Poehintesta), amén de los lábaros de otras institu­

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ciones también beneméritas y exaltadas, pero menos deco­rativos.

Se dieron vivas, se dieron mueras y también se dieron y recibieron algunos palos sin consecuencias serias.

La campaña de El Flagelo era de lo más insidiosa que pueda imaginarse. Acusaba a la comisión de querer suplantar al palo enjabonado, noble jalón de la tradición, por un poeta forastero. Y se preguntaba enfáticamente qué dirían si levantaran la cabeza una larga lista de proceres, que, dicho sea de paso, jamás se ocuparon en su vida de palos enjabonados.

Res non Verba aclaró muy sensatamente que poeta y palo podían subsistir en un mismo acto, ya que lo cortés no quita lo valiente.

Mi inolvidable maestra de primeras letras, señorita Italia Migliavacca, que era juegofloralista, dio una sentida conferen­cia en el quiosco de la música. Citó el preámbulo de la Constitución, el lenguaje de las flores y a los primeros pobladores vascos del pueblo, que eran extranjeros por más que se diga, e hizo finalmente un llamado a la paz y la concordia en aras de la cultura, que no reconoce fronteras, como la golondrina que va de zona en zona muy sí señora, sin despertar mezquinos localismos.

El comisario repartió algunos latigazos, también en aras de la cultura, y por último Formica, como homenaje al pueblo argentino, vendió a precio de costo una partida de tónicos que le habían quedado de clavo.

Las encrespadas olas de la indignación popular se apaci­guaron aparentemente y el poeta foráneo pudo irrumpir en el pueblo del brazo de don Pepe Camueso, que había ido a buscarlo.

Los recibió en la estación Formica vistiendo el uniforme completo de vicecónsul de Italia y amenizó el acto la banda de Scarparo con penachos nuevos.

Ante el hecho consumado, los poetas locales, que eran los directamente afectados, transaron también y hubo en la estación revuelo de melenas y corbatas voladoras. Sólo la

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piedra liminar de nuestra poesía, Ensoñador, se mantuvo alejado de los ruidos del mundo, resentido y digno, como Víctor Hugo en el destierro.

No resisto aquí a la tentación de trascribir una muestra de la inspiración de nuestro vate, escrita con motivo de un acontecimiento local:

En el arroyo de Los Porotos donde mataron al viborón, tan sólo quedan despojos rotos de ese malvado bicho ladrón.Al verlo muerto y al verlo inerte, todos aclaman al cazador, madres y niños dicen: ~ ¡Qué suerte, nos ha librado de ese traidor!

Pero éstos son otros ripios*; volvamos a nuestra historia.El poeta de la Capital usaba gran chambergo, corbata del*

mismo tamaño, bastón, poca carne y mucho pelo. Sus obras poéticas estaban aún inéditas por falta de ambiente para el genio, como suele suceder. Se llamaba Almo Cienfuegos.

Llegó con un mes de adelanto y se instaló en el Hotel del Cilobo, por cuenta de la Comisión de Fiestas, anticipo que explicó a un reportero de Res non Verba, por la necesidad de conocer el ambiente. Pero que hizo decir a los fíeles de Ensoñador que aquel mantenedor resultaba un mantenido.

Hrn hombre sencillo y simpático, nada orgulloso, pues aceptaba toda clase de invitaciones a comer, exigiendo, eso sí, que no coincidieran con las del hotel, por no hacer un feo al comercio local.

Pnrn todos tenía el mismo elogio:¡Atiza! exclamaba lo mismo después de escuchar un

rondel u ella que un canto al progreso bien encaminado.Por fin llegó la noche de los juegos florales. El salón-teatro

(lo lu Union? e Benevolenza estaba de bote a bote. La

Pero éstos son otros ripios; Cf. nota de p. 40.

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elocuencia del mantenedor en su discurso de apertura fue largamente aplaudida; la reina de la fiesta fue Mafalda Formica, hija mayor del boticario. La flor natural se le otorgó al joven Agradante Lavagnino por su “Oda Augural a la Retreta Local” , que trascribo al fin de esta crónica para no interrumpirla. El baile se prolongó hasta las tres de la mañana.

Y después del baile... Un grupo de más de veinte personas se apoderó del bardo extranjero y, quieras que no, se lo llevó a la plaza, donde se alzaba como un reto el palo enjabonado.

-¡S uba! - ordenó una voz imperiosa.-Hom bre... yo...-Suba o no volverá a usurpar juegos florales, pues ésta

será la última noche de su vida.Ahora rodeában el palo más de cien personas, y, en

primera fila, mudo y digno, estaba Ensoñador, a quien se desagraviaba con aquel acto. Cienfuegos comprendió que la cosa iba en serio y comenzó a trepar. Pero no resultaba fácil, como todo el mundo sabe. Muchas veces cobró alguna altura y volvió a descender a lo largo de la resbaladiza columna. En uno de esos descensos preguntó:

-¿E stá la bolsa arriba?-S í.Entonces se vio algo que llenó de asombro y de rabia a los

vengadores del honor local: el poeta, convertido en mono, alcanzó sin visible esfuerzo la cúspide del poste, se apoderó de la bolsa que contenía cinco argentinos, y no bajó por más que lo llamaron.

- ¡Baje o lo bajo yo de un tiro! -am enazó una voz.-Q ue venga el comisario. Exijo garantías -respondió él.Y no hubo nada que hacer. Allí se quedó hasta que llegó

el comisario y, bajo su promesa de que no le arrebatarían ni la bolsa ni la vida, bajó.

Custodiado por la policía, llegó al hotel, sano, salvo y casi rico. Los parciales de Ensoñador rechinaban los dientes en la sombra.

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ODA AUGURAL A LA RETRETA LOCAL poY Agradante Lavagnino

De todos los actos locales que halla plaüsibies el poeta, el más favorito es la retreta por sus encantos sociales.Y no penséis que vitupere las benéficas kermesses, pero las hay tan pocas veces que uno ya ni las infiere.Y claro que me he referidoa lo que la plantáurbana prohija, porque saliendo del ejido suele correrse la sortija.Y en sentido más dilatorio, también con culto sentimiento se celebra algún buen velatorioo un distinguido casamiento.Pero éstos son actos parciales que revisten cierta intimidad, a los que se asocia la vecindad por sus buenos modos sociales.Mas ninguno iguala en bullanga, alegría y culta elegancia a la retreta y su charanga que se oye hasta cierta distancia.Y así hasta el que yace impedido en el lecho con cruel dolaire, puede escuchar ese primorque es un vals un algún otro aire.Mas el que tiene algún residuo de esperanza, sindudamente, que concurre unánimemente, como yo quesoy muy asiduo.

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Y me deleito en la batuta que marca el gentil compás, y allí mi alma disfrutade música y de lo demás.Como ser la magna visión de tanta sílfide local, que ofrece su dulce panal a la humana contemplación.No falta de vez en vez un palurdo sin elegancia, que manifiesta intemperancia de hecho u expresión soez.Mas siempre encuentra el deslenguado que pretende torcer el destino la reprimenda de un vecino culto y caracterizado.Y continúan nuestras niñas,que a todos infunden amor propio, de corazones haciendo acopio gracias a sus dulces rapiñas.

Y sólo con un parpadeo se llevan al más refractario hasta las grutas de Himeneoen menos que se reza un rosario.Y al acabar la promenadela sociedad con gran bullicio la confitería invade saliéndose todos de quicio.Por invitar a la que es gema de sus'inflamados amores, sea con helados de crema, chocolate o quizá licores.

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EL TEATRO

En mi pueblo éramos muy afectos al teatro. Dos cuadros filodramáticos, uno perteneciente a la colectividad italiana y otro a ía española, se disputaban los aplausos del público. Los criollos, como es natural, no teníamos más que un terreno baldío en el que, de tanto en tanto, se posaba un circo vagabundo.

Con motivo de unas fiestas patronales se depusieron clásicas rivalidades, y los tres grupos, pues había llegado el circo, se unieron en estrecho abrazo para realizar una gran función a beneficio del hospital. Como se quiso hacer las cosas en grande, los enfermos quedaron debiendo trescientos pesos. Pero ésa es otra historia; la que quiero contar es ésta*.

Los españoles, con don Pepe Camueso a la cabeza, querían dar el Tenorio, y los italianos, patrocinados por Formica, Marte Civile, en italiano. Como la buena voluntad de ambas partes era mucha, se llegó a una transacción honorable y bilingüe. Las dos obras, refundidas hábilmente por el señor Camueso, quedaron en “ La Morte Civile de don Juan1 cnorio” .

Las cosas ocurrían así. El picaro burlador de Sevilla no moría a manos del capitán Centella, sino que, perseguido por los remordimientos y sus acreedores, se tomaba un trago de arsénico y entregaba el alma pecadora revolcándose sobre una mesa, como lo hacía el gran Ermete Zaccone en el drama italiano.

De debajo de* la mesa lo sacaba el alma piadosa y enamorada de doña Inés que, vestida de gondolera veneciana y rodeada de otros ángeles mandolinistas, se lo llevaba al cielo muy contenta por su redención, alegría que manifestaba cantando una barcarola.

Pero ésa es otra historia, La que quiero contar es ésta. Cf. lo dicho con respecto a este recurso en nota de p. 40.

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El espectáculo prometía ser cosa nunca vista. Pero el padre Custodio, que fue invitado a un ensayo, hizo una objeción teológica. Era una herejía que las puertas de la gloria se abrieran para un suicida.

Los liberales protestaron, pero triunfó la buena doctrina, y don Pepe Camueso, que sabía tanto italiano como el caballo de un vasco, puso en los pétreos labios del comendador, que ya era “piedra fingida” , este ‘comentario final que zanjaba la dificultad:

Poverino il Tenorino credo di estare invenenato, ma solo ha prendito del vino e esta bebedo e un tanto imporcato.

Y aquí don Juan, para que no quedara duda de su verdadero estado, se incorporaba y. apoyándose en el brazo de doña Inés, se dirigía al cielo entonando “ La Violeta'’.

Los que asistían al ensayo rompieron en estruendosos aplausos, pues aquella apoteosis final resultaba de gran efecto. Pero no faltó un abstemio vegetariano que encontrara la mosca en el vino y dijera que resultaba poco serio y menos edificante que don Juan pasara a mejor vida en plena tranca. En defensa de su tesis citó algunos autores célebres y hasta el olvidado Edicto de Ebriedad, que cuelga en un ángulo oscuro de todos los boliches.

Hubo un gran silencio desilusionado. Toda la hennosa construcción se venía al suelo como un castillo_de naipes manoseados. Pero don Pepe Camueso, cuya fecunda inspira­ción velaba sin desmayo, puso este broche de oro en boca de doña Inés:

Borracho estás como Baco y así no te llevo al cielo, don Juan, bebe el amoniaco que vierto en este pañuelo.

Y dicho y hecho, sacaba del coselete una botella de amoníaco, se arrancaba con gesto apasionado el pañuelo de la

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cabeza y, empapándolo en el líquido salvador, lo aplicaba a las conquistadoras narices del calaverón de su novio, y le preguntaba:

— ¿Cómo te sientes, amor, para la celeste fuga?

A lo que el respondía:Me siento mucho mejor, f resco como una lechuga.

Y así tenninaba la obra, magníficamente y a satisfacción de todos. ¿Y el circo? ¿Cómo intervenía el circo? Difícil era encajarlo, pero al fin se encontró el modo. En la escena del cementerio, cuando don Juan habla con las estatuas, se colocaron las jaulas de las fieras, y el burlador decía:

- ¡Vaya gusto paradójicoel de mi padre, corchópolis. colocar este zoológico en medio de la necrópolis!

Telón rápido.

EL BALNEARIO

Yo era muy niño por aquel entonces y me sería difícil decir si la gestión gubernativa de don Marcelino ligarte fue buena o mala. Pero a nuestro pueblo le hizo un gran favor nombrando comisionado municipal a nuestro viejo vate Enso­ñador. Parece que se habían conocido en los bancos de la escuela, y cuando el bardo se presentó en su despacho a solicitar el cargo con aquel ademán mesurado y aquella noble prosopopeya que lo caracterizaban, don Marcelino no tuvo inconveniente en extenderle el nombramiento, engañado por el

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aparente equilibrio mental del solicitante, a menos que, como se dijo tantas veces, el doctor Ugarte fuera un humorista.

El bien a que me he referido fue arrancar al pueblo de su habitual marasmo. La primera disposición del flamante comi­sionado fue hacer podar todos los árboles de la plaza y calles en forma de lira. Y a ésa siguieron otras muchas no menos dignas de su encrespada fantasía.

Pasaré como sobre ascuas por los decretos en verso que su lira edilicia soltaba a diestro y siniestro, y no diré sin ton ni son porque rimar rimaba muy bien. Pero no puedo aguantarme el referente a la inspección de la leche. Decía:

Se exige a los inspectores que analicen bien la leche, para que ella aproveche a los lactantes menores, que aunque alguno lo deseche, de todo hogar son las flores.

También vale la pena de recordarse la nueva denominación que dio a algunas calles. Por ejemplo, un letrero ostentaba este dístico:

Esta arteria lleva, al fin, el nombre de San Martín.

Lo que no fue bien visto, aunque sí correctamente rimado, fue el letrero que hizo colocar en la calle principal del pueblo, conocida vulgarmente por calle Real, y que decía:

Paseante o caminador por esta calle empedrada, alza hacia mí la mirada pues me llamo Ensoñador.

Pero su obra más notable fue el balneario.Cuando anunció su propósito de establecer uno, todos nos

alegramos, pues el camino que llevaba al río no era tal, sino una sucesión de charcos, barriales, pajonales de cortadera y otros obstáculos. Ahora tendríamos un buen camino y hasta

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un tranvía eléctrico, según lanzó por su cuenta un entusiasta en la tertulia de La Perla.

Ensoñador había pensado otra cosa. La idea del balneario la tomó de algunas fotografías de revistas, que lo que mostraban era la playa y sus paseantes. ¿A qué entonces meterse en líos camineros para que el vecindario fuera a embarrarse al río? Que la gente se bañara como siempre en su casa o no se bañara, que era lo más común, y luego se fuera a pascar a la playa, la que se instalaría en la plaza, que, entre otras ventajas, tenía la de estar más a mano.

En vano fue que la prensa local se desgañitara en largos editoriales rebosantes de buena doctrina balnearia. Ensoñador quería ver su sueño realizado, y lo vio del modo que se verá.

Eri la parte oeste de la plaza, pues al este estaba la iglesia, y el padre Custodio se opuso dogmáticamente, se volcaron varias carradas de arena, se desparramaron algunos caracoles, se instalaron casillas y un fonógrafo que berreaba el vals “Sobre las Olas” , para crear ambiente. Una guardia perpetua de bomberos voluntarios, accionando su mejor bomba lanzaba de tanto en tanto al cielo un chorro simbólico. Un paseo más, pensaron algunos optimistas. Pero otro fue el baile, ya que no se permitía entrar a la playa sin traje de baño. Inútil fue que desde las vidrieras de I.os Trapitos al Sol llamaran con voces tentadoras los mejores modelos de la época. Las señoras y niñas se resistieron. Sólo el ordenanza de la intendencia, el farolero, el basurero y algún otro funcionario menor se pasearon por la arena encaracolada luciendo las prendas del caso. El mismo comisionado se lanzó a la arena con la decisión y el arrojo de un gladiador y una malla verde. Pero no consiguió ni un adepto.

¿Qué hacer? Él no era hombre capaz de tragarse un balneario por el ausentismo de cuatro tontas gazmoñas, que, entre otras cosas, ignoraban la ligereza de ropas de las sagradas Musas. Hizo gestiones secretas en la Capital -creo que el intennediario fue don Pepe Camueso-, y una tarde, a los acordes de la banda de Scarparo, que exhalaba una barcarola,

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un tranvía eléctrico, según lanzó por su cuenta un entusiasta en la tertulia de La Perla.

Ensoñador había pensado otra cosa. La idea del balneario la tomó de algunas fotografías de revistas, que lo que mostraban era la playa y sus paseantes. ¿A qué entonces meterse en líos camineros para que el vecindario fuera a embarrase al río? Que la gente se bañara como siempre en su casa o no se bañara, que era lo más común, y luego se fuera a pasear a la playa, la que se instalaría en la plaza, que, entre otras ventajas, tenía la de estar más a mano.

En vano fue que la prensa local se desgañitara en largos editoriales rebosantes de buena doctrina balnearia. Ensoñador quería ver su sueño realizado, y lo vio del modo que se verá.

En la parte oeste de la plaza, pues al este estaba la iglesia, y el padre Custodio se opuso dogmáticamente, se volcaron varias carradas de arena, se desparramaron algunos caracoles, se instalaron casillas y un fonógrafo que berreaba el vals “Sobre las Olas” , para crear ambiente. Una guardia perpetua de bomberos voluntarios, accionando su mejor bomba lanzaba de tanto en tanto al ciclo un chorro simbólico. Un pasco más. pensaron algunos optimistas. Pero otro fue el baile, ya que no se permitía entrar a la playa sin traje de baño. Inútil fue que desde las vidrieras de Los Trapitos al Sol llamaran con voces tentadoras los mejores modelos de la época. Las señoras y niñas se resistieron. Sólo el ordenanza de !a intendencia, el farolero, el basurero y algún otro funcionario menor se pasearon por la arena encaracolada luciendo las prendas del caso. E1 mismo comisionado se lanzó a la arena con la decisión y el arrojo de un gladiador y una malla verde. Pero no consiguió ni un adepto.

(iQue hacer? Él no era hombre capaz de tragarse un balneario por el ausentismo de cuatro tontas gazmoñas, que, entre otras cosas, ignoraban la ligereza de ropas de las sagradas Musas. Hizo gestiones secretas en la Capital -creo que el intennediario fue don Pepe Camueso-, y una tarde, a los acordes de la banda de Scaq^aro, que exhalaba una barcarola,

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aparente equilibrio mental del solicitante, a menos que, como se dijo tantas veces, el doctor ligarte fuera un humorista.

El bien a que me he referido fue arrancar al pueblo de su habitual marasmo. La primera disposición del flamante comi­sionado fue hacer podar todos los árboles de la plaza y calles en forma de lira. V a ésa siguieron otras muchas no menos dignas de su encrespada fantasía.

Pasaré como sobre ascuas por los decretos en verso que su lira cdilicia soltaba a diestro y siniestro, y no diré sin ton ni son porque rimar rimaba muy bien. Pero no puedo aguantarme el referente a la inspección de la leche. Decía:

Se exige a los inspectores que analicen bien ía leche, para que ella aproveche a los lactantes menores, que aunque alguno lo deseche, de todo hogar son las flores.

También vale la pena de recordarse la nueva denominación que dio a algunas calles. Por ejemplo, un letrero ostentaba este dístico:

Esta arteria lleva, al fin, el nombre de San Martín. ,

Lo que no fue bien visto, aunque sí correctamente rimado, fue el letrero que hizo colocar en la calle principal del pueblo, conocida vulgarmente por calle Real, y que decía:

Paseante o caminador por esta calle empedrada, alza hacia mí la mirada pues me llamo Ensoñador.

Pero su obra más notable fue el balneario.Cuando anunció su propósito de establecer uno, todos nos

alegramos, pues el camino que llevaba al río no era tal. sino una sucesión de charcos, barriales, pajonales de cortadera y otros obstáculos. Ahora tendríamos un buen camino y hasta

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hicieron su entrada en la arena cinco bañistas, pertenecientes en cierto modo al bello sexo. Eran ex coristas de una difunta compañía de zarzuela contratadas para el caso,

Todo el pueblo se volcó al borde de la playa y comenzó el jaleo. Primero fue de palabra y muy bien resistido por las veteranas de la escena, que habían oído cosa peores. Pero pronto aparecieron cañas de pescar, y los anzuelos diestra­mente dirigidos se enganchaban en los trajes de baño de las cinco suripantas.

— ¡Yo pesqué un bagre!— ¡Yo un bacalao!— ¡Yo una vieja del agua!Dejando en los anzuelos trozos de vestimenta, las agredi­

das respondieron primero con chistes forzados y después con referencias familiares*. Alguien del público arrojó una naranja, se le respondió con un caracol, y la guerrilla se generalizó. Los bomberos de guardia quisieron ser imparciales y así regaron por turno a los dos bandos. Y después de una gresca fenomenal en líj^ue Ensoñador también llevó lo suyo, las cinco primeras y últimas bañistas del balneario seco de mi pueblo tomaron el tren como estaban, es decir, en traje de baño roto y chorreando jugo de naranja.

Ensoñador presentó la renuncia “en vista de la incultura vigente” . Y yo conservo un caracol de aquella desdichada playa. Si me lo aplico al oído, no oigo el rumor del mar océano, sino el de las voces lejanas de mi pueblo. El me lia dictado esta crónica.

respondieron primero con chistes forzados y después con referen­cias familiares. Eufemismo para indicai la reacción violenta de las ex coristas ante la ofensiva.

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M0NUMENTA1

El vasco Arteche comenzó su carrera como simple repartidor de leche en la Capital. Pero en la época a que voy a referirme era el tambero más importante del pueblo, y sus vacas tan distinguidas como cualquier señorita de nuestra plaza social, como escribió un cronista apresurado, lo que provocó un gran revuelo y estuvo a punto de culminar en un desagravio a nuestras niñas, acto que desgraciadamente no se realizó, ya que el culpable de la “gaffe” dio amplia satisfacción a la opinión pública confesando que se trataba de un error de imprenta y que donde decía señoritas debía leerse señoras.

De sus tiempos de lechero al menudeo, don Fermín Arteche conservaba un profundo agradecimiento al Río de la Plata y una pequeña pieza literaria: la tarjeta de felicitación con que saludara allá púr el ochenta a su distinguida clientela y que tengo el deber de transcribir:

Año que te entra Feliz te encuentra.Vasco Arteche Te trae la leche.

Pero apartémonos ya de la zona, siempre algo nebulosa de la poesía y acerquémonos, aunque dando un rodeo por el tambo, a la escultura, que es mucho más concreta.

Cuando se anunció que en la cabeza del partido se realizaría un concurso de ordeñe, todas las cabezas con boina del pueblo entraron en ebullición. Y comenzó en los tambos el entrenamiento de las futuras participantes. Durante un mes no se habló en las tertulias de gente seria más que de alimenta­ciones racionales y de “performances” de lecheras.

Las discusiones en La Perla eran muy apasionadas, aun entre los que no tenían vacas, como el boticario Formica y el españolísimo don Pepe Camueso.

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El primero trajo, no sé con qué intención, y evidente­mente por el rabo, la loba romana, y el segundo le soltó mugiendo el toro de Altamira*.

Y allí se hubieran destrozado ambas bestias, como en un circo antiguo, si personas sensatas no ponen las cosas en su lugar.

Arbitrariedades verbales aparte, la mejor vaca del pueblo resultó la Rosilla de Arteche, y se decidió que ella defendiera los lises del blasón local, como escribió un periodista.

La Rosilla se portó como buena, ganando la prueba por varios litros y la yapa.

El día de su regreso cerró el comercio y a los niños de las escuelas nos llevaron a verla. La señorita Italia Migliavacca pronunció unas palabras alusivas y Ensoñador exhaló una inspirada Oda Láctea. Pero la apoteosis no se detuvo allí. Mi pueblo, que obtenía su primera victoria en el ancho mundo, quiso perpetuar su recuerdo con un monumento.

Primero se habló de “erigir” la vaca sola. Pero como no era cosa de hacerle un feo a don Fermín, éste podía aparecer ordeñándola... Claro que la postura no era muy monumental que d;®mos... Se decidió por fin que el escultor resolviera.

El cscultpr, un robusto italiano de barba garibaldina, vino de Buenos Aires, tomó las medidas de la Rosilla, del vasco Arteche, de la plaza; tomó también el dinero recolectado y varias botellas de barbera, y se fue, prometiendo para fecha próxima un monumento digno del pueblo.

Cumplió su palabra. Ocho meses después mandó por carga lo siguiente:

Sobre un plinto en que se leían los nombres de ambos interesados aparecía la Rosilla con la cabeza erguida y una pata delantera levantada y, cabalgándola, don Fermín con una estrella en la mano. Costó un poco reconocerla, pues el

y el segundo le soltó mugiendo el toro de Altamira. Referenda a los dibujos rupestres, muestra del arte paleolítico, i|uc fueron descu­biertos en una caverna de Santander, líspafiu, en 1879. Se trata de animales de grandes proporciones pintados con singular perfección.

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escultor lo había vestido de jaqué y galera de copa. La estrella que enarbolaba dio mucho que pensar, pero por fin se descubrió su valor simbólico: era la Vía Láctea.

El todo brillaba con la blancura del mármol pulido.Y un buen domingo de sol, con las músicas y alocuciones

del caso, el monumento fue descubierto ante el pueblo pasmado de emoción y orgullo.

Por las arrugadas mejillas de don Fermín Arteche rodó una furtiva lágrima; la Rosilla, que también presenciaba el acto, mugió como si comprendiera: lágrima y mugido, que, según un órgano de opinión, pusieron la nota emotiva de la jornada.

Fornica vendió con rebaja una partida rancia de leche de magnesia, como homenaje. Y el monumento aún estaría allí si el escultor hubiera sido un artista honrado. Pero era un sinvergüenza. El monumento que vendió por mármol no era más que de barro, de vil barro, con una liviana capa de yeso simulador. La primera lluvia se llevó a don Fennín Arteche, con galera y todo, y la segunda dejó a la pobre vaca tan esmirriada y disminuida, que se la habría tomado por un perro vagabundo. Con la tercera lluvia desapareció hasta el pedestal.

Así el agua, origen lejano de la fortuna de don Fennín Arteche, le an'ebataba su gloria: lo que era del agua el agua se lo llevó.

EL MUSEO

Un comisionado municipal “disolvió” el museo de mi pueblo en el año 1918. Fue una lástima. De no haberse tomado aquella medida, mi patria chica sería hoy un lugar tan visitado por los amantes de lo raro y lo curioso como la Meca por los hijos del Profeta.

No se vaya a creer por eso que se exhibían allí objetos extraños ni especies zoológicas desaparecidas como las vacas

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ñatas de don Carlos Darwin, pongo por caso. Lo que lo hacía único en el mundo era, precisamente, la modestia de las piezas exhibidas.

Pasaba esto. Ninguna familia respetable, vecino caracte­rizado o comerciante próspero de la plaza quería que su nombre quedaxa fuera del museo, y corno a nadie se le podía hacer un desaire...

Como el movimiento se demuestra andando y los museos se conocen del mismo modo, entremos.

¿Qué es lo que dice en ese taijetón que hay debajo de ese cuadro de peluche morado, en cuyo centro se ve un rectángulo de tela amarillenta y pringosa? Dice: “ Parche poroso que usó durante su última enfermedad don Gumersindo Cousiño, primer almacenero local, q.e.p.d.”

De estos rememberes postumos, como los llamaba un diario de la época, el museo estaba lleno, pues no era posible negar un lugarcito al sol de la posteridad a los finados de importancia.

Verdad es que la comisión del museo sufrió un entredicho periodístico cuando se negó cortcsmente a recibir la cama camera en que entregó su alma el vasco Arteche, fundador de) primer tambo. Un diario se preguntaba editorialmente: ¿Qué será del porvenir agropecuario de la zona si así se desconocen los méritos de sus “ pioneers” ? Las razones de espacio que daba la comisión fueron escuchadas al fin y, tras un desagravio al difunto, se instaló en el museo el tarro cachuzo en el que mandó la primera leche a la ciudad.

Pero aquí no paró la historia. Un día en que visitó el 'museo el gobernador de la provincia, manos criminales agregaron al tarro histórico un letrerito que decía: “Origen de la fortuna de los Arteche” . Alguien intencionadamente volcó el tarro, que, al destaparse, volcó sobre los pies del asombrado gobernador agua pura y natural. La tremolina que se armó no es para ser descrita por mi descolorida pluma.

Pero no todo eran recuerdos postumos.En un cuadro de terciopelo verde se exhibían cuarenta

cartas españolas, distribuidas artísticamente en abanico, con

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esta leyenda: “ Barajas con las que el comisario don Agapo Cardoso y el rematador don Fulvio Gorosito ganaron el campeonato local de truco en 1908. ¡Loor a ellos! ” Lo malo fue que un técnico, que se alzó con una ponchada de pesos jugando en el Club Social, demostró con ayuda de una lupa, que las cuarenta cartas gloriosas estaban más marcadas que hacienda de feria. Verdad es que el comisario demostró que aquél era un sujeto indeseable y lo embarcó en el primer tren, con un sumario de pequero. Pero también es verdad que en adelante los vecinos eludían cortésmente jugar con los campeo­nes de 1908.

Herraduras de caballos ganadores de sonadas cuadreras, había ciento treinta y siete.

Los objetos curiosos propiamente dichos eran pocos. Entre ellos se destacaba una vitrina Luis XV, de tres cuerpos, que una doble viuda vuelta a casar hizo instalar en sitio preferente. Era una dama muy sentimental, como se verá. En el cuerpo de la derecha se exhibían objetos que pertenecieron al primer finadito; en el de la izquierda los recuerdos del segundo, y el del medio permanecía desocupado y ostentaba esta tarjeta: “Lugar reservado para mi querido Ramón” , que era el esposo de turno y presunto finado. >

Las malas lenguas, que nunca faltan en un pueblo por decente que sea, le llamaban a la vitrina La Triple Alianza.

La viuda, mujer rozagante y de familia de longevos, iba personalmente a limpiar los vidrios, bruñir los guardapelos y dar cuerda a los relojes de sus pasados amores, mientras al pobre querido Ramón le recmdecía el catarro contemplando el sitio vacío que el previsor sentimentalismo de su esposa le reservaba.

Yo era muy niño cuando se desbarató el museo por el drástico decreto de aquel comisionado forastero y sin entrañas, y no sé qué suerte corrieron aquellos piadosos recuerdos. Espero que algún heredero agradecido y sentimental tenga en su moderna sala, presidiendo las cultas reuniones, el cuadro morado con el postumo parche poroso de don Gumersindo Cousiño,

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EL CENTENARIO

Entre otras curiosidades de fecha mis reciente, nuestro pueblo se enorgullecía de tener un centenario. Parece que el venerable anciano vivía en el pago desde siempre, desde antes que el primer vasco poblador llegara arriando la primera vaca entecada y levantara el primer tambo fundamental de nuestra civilidad. Pero quien lo descubrió y lo puso en circulación fue Formica, el boticario.

Lo sacó, como quien dice, de un frasco de limonada medicinal que le estaba despachando.

-¿Para qué edad la quiere?-Para cien años, don.Y así, sencillamente, como ocurren las grandes cosas, don

Filidoro Maldonado se instaló en la vida y la historia de mi pueblo en carácter de centenario, de reliquia viviente, de curiosidad para forasteros.

Cuando Formica llegó con la noticia a la tertulia de notables de La Perla, los comentarios fueron muy variados.

¡Lástima no haberlo sabido antes! -exclamó don Frutos, uno de los ex intendentes de la rueda, y agregó: Se lohabríamos podido enseñar al general Roca, cuando vino en el 98.

— ¡Pero don Frutos, si en el 98 Maldonado era un muchacho! - le objetó el procurador, por mal nombre Ventarrón.

¡Usted siempre chicaneando! -refunfuñó el objetado, y se quedó esquinado para ei resto de la noche.

—Lo que hay que hacer - terció don Celestino Menude­es inaugurarlo cuanto antes.

Inaugurarlo, dijo él. ateniéndose sin duda a que en la conversación alguien había afirmado que un centenario era un monumento vivo del pasado o noche de los tiempos. Creo que quien lo dijo fue el director de El Flagelo, que estaba rumiando el artículo.

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Y quince días después, don Filidoro Maldonado, que resultó ser un paisano adunado, de cara hosca, medio ladeado y con más vueltas que un saco de tripas, fue “inaugurado” solemnemente en el local de la Sociedad Italiana.

Fue una verdadera inauguración.El genio organizador de mi maestra de primeras letras,

señorita Italia Migliavacca, que era de la comisión, dispuso que el monumento permaneciera oculto por una bandera hasta el momento en que Fórmica, que tenía a su cargo el discurso inaugural, dijera:

¡Vedlo allí, emergiendo del fondo de la prehistoria local, tan conservado como el que más!

En ese momento mis infantiles manos pecadoras corrieron la bandera-cortina y el centenario fue saludado por una salva de aplausos y el inevitable tatachín de la banda de Scarparo.

Pero el mejor número fue uno fuera de programa y que estuvo a cargo del monumento en persona. No dejó de fumar un solo instante, lanzando espesas nubes de humo de detrás de la cortina, y hasta una vez sacó la mano para tirar Cl pucho y muchas la jeta para escupir.

En aquel acto la municipalidad le concedió una pensión de treinta pesos mensuales, resolución que fue celebrada por el decano de los vates locales con una oda de emergencia one comenzaba así:

Miradlo, erguido, centenario, apuesto, sobre la ínclita roca condorina, ostentando el laurel del presupuesto que lo cubre cual áurea marquesina.

Y por ahí saltó la bronca. No por los versos, ya que entre nosotros nadie se alteraba por ripio de más o de menos, sino por el laurel del presupuesto, que pronto inclinó sus ramas bajo otros vientos. Dicho en lenguaje corriente, a los seis o siete meses por un quítame allá esa partida de gastos entre los ediles se dejó de pagar al centenario.

Protestó airado don Filidoro, y hasta amenazó con

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mudarse al pueblo de al lado, donde, según él, le habían hecho proposiciones ventajosas.

Se trató de calmarlo diciéndole que después de las elecciones se arreglaría su situación. Pero él respondió que era perro viejo y los conocía, y hasta afirmó en rueda de copas que con autoridades así no valía la pena ser centenario.

Y hete aquí que con motivo de la inauguración de un nuevo quiosco para la música en la plaza o de la primera máquina de cortar fiambres en no recuerdo qué almacén, nos visitó el gobernador, y el temerario intendente lo llevó a ver la reliquia viviente, el centenario auténtico.

— ¿Así que usted tiene cien años? —preguntó el ilustre huésped.

-~¿Yo, señor? ... ¡Qué esperanza! Setenta y nueve y gracias.

El intendente estaba que un color se le iba y otro se le venía. Lo trató de mentiroso, de falsario, de mal centenario. Pero el viejo aclaró:

—Vea, señor, como usted se ha atrasado en los pagos, yo también me he atrasado en la edad, así que estamos a mano, don.

El disgusto del intendente fue de cama. El gobernador salió del paso con una frase ingeniosa... Y todo pasó, como ocurre siempre en esta vida; hasta don Filidoro Maldonado pasó a la otra años después. Entre sus papeles se encontró una fe de bautismo con su verdadera edad, lo que hizo decir a El Flagelo de las Conciencias estas memorables palabras: “Hoy dejó de existir a la edad de ochenta y cuatro años don Filidoro Maldonado, el venerable centenario local de que tanto nos enorgullecíamos” .

El porqué se aumentó los años cuando fue a comprar la histórica limonada es el secreto que se llevó a la tumba.

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LIGA DE TEMPLANZA

Por lo general las damas de la Liga de Templanza, al menos las que trataban de volcar las copas en mí pueblo, eran unas matronas bien templadas.

Más de un tímido borracho les entregó la botella a medio empinar impresionado por el rayo autoritario de sus ojos, su enérgico ademán y su palabra resuelta, es decir, suelta y vuelta a soltar sobre el infeliz.

Pisaban fuerte con zapatos de corte masculino y si no se afeitaban era porque no les daba la gana.

Como cada botella debe estar en su sitio, bueno es aclarar que jamás pudieron arrancar del templo de Baco a ningún verdadero sacerdote y que los únicos que abjuraron su fe fueron insignificantes monaguillos, aun éstos por interés, con reservas mentales y trago vergonzante. Pero ellas, en su soberbia, andaban con la cabeza erguida y tan orgullosas como si le hubieran aguado el vino al mismísimo patriarca Noé.

Entre esa bandada de híbridos de aguilucho y loro barranquero con algo de gallina ponedora, fue a posarse con la buena fe de todas sus acciones mi inolvidable maestra de primeras letras, señorita Italia Migliavacca*.

Pidió un caso difícil y le dieron el decano de los temulentos locales, don Filidoro Maldonado, que, aunque después se supo que no era para tanto, se mostraba a los forasteros como el centenario del pueblo.

Entre esa bandada de híbridos de aguilucho y loro barranquero con algo de gallina ponedora, fue a posarse con la buena fe de todas sus acciones mi inolvidable maestra de grime ras letras, señorita Italia Migliavacca. Compárese con lo dicho áhtes en la misma página: Pisaban fuerte con zapatos de corte masculino y si no se afeitaban era porque no les daba la gana. Si pudiera haber alguna duda respecto de la inten­ción peyorativa que el narrador pone en el retrato de estas Damas de la Liga de la Templanza -notable ejemplo de síntesis hiperbólica-, la comparación con la buena fe de la señorita Migliavacca, a quien siempre se refiere con simpatía, nos la aclara definitivamente.

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A su puerta llamó mi maestra y entre ambos se entabló este diálogo:

-¿Sois don Filidoro?-E l mismo que viste y calza, como quien dice.La mensajera de la templanza sonrió ante aquel “como

quien dice” tan puesto en razón, ya que su interlocutor andaba en pata debido al calor.

--Pertenezco a la Liga de Templanza y he venido a discutir francamente con usted.

-Q ue me place. Echaremos un trago y veremos de qué se trata. Si quiere que salga de centenario en alguna función, tengo que comunicarle que, debido ai costo de la vida, he tenido que aumentar la tarifa. Ahora cobro treinta pesos. No es mucho por mentir en más de veinte años; uno, aunque pobre, también tiene su conciencia.

—A ella voy a dirigirme.-Pero, señorita, no se esté ahí, de pie con este solazo - y

haciéndola entrar le ofreció una silla de paja bajo una parra y sirvió dos copas de caña fuerte.

Como mi maestra no tenía nada de sectaria y, además, quería ganarse la simpatía del viejo, tomó delicadamente la copa y se la echó al coleto. El centenario sirvió otras dos y dijo empinando la suya:

Creo que nos vamos a entender. Beba, que hay muchas moscas.- El viejo parecía tan bien dispuesto, que por no crear dificultades de entrada mi maestra tomó la segunda.

- ¡No hay dos sin tres! - sentenció don Filidoro sirviendo otra vuelta.

La señorita Italia se sentía tan optimista y fuerte que no temía ningún peligro. Recordó historias de misioneros que habían pelado concienzudamente una costilla humana para no herir con una controversia dietética la susceptibilidad de los antropófagos y que al cabo de cierto tiempo los habían llevado como de paseo y sin discutir al fresco huerto del vegetarianismo. Recordó a las vírgenes fuertes que arrostraban

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Id hoguera, y se mandó la tercera copa. Ahora se sentía llena de una fogosa elocuencia, y comenzó levantando la mano en ademán tribunicio:

Tres caminos se abren ante el alcoholista: el hospital, la cárcel y el manicomio, y al fin de todos ellos se encuentra el cementerio. De niño, arroja la mamadera al rostro de su santa madre y requiere el porrón; de adolescente, abandona a su dulce novia para echarse en los impuros brazos del vino tinto; hombre ya, roba el dinero de su patrón para adquirir bebidas espirituosas. Su esposa e hijos se arrojan a sus plantas suplicándole que deje el vicio, pero él, ciego y sordo...

¡Alto ahí, señorita! —gritó don F i l i d o r o ¿ N o que­damos en que había abandonado a su novia? ¿De quién son esos niños? Las cuentas claras, señorita.

~ ¡Es que exclamó en magnífico arrebato mi maestra- ios hijos de los alcoholistas sori tan desdichados que ni siquiera tienen madre! ¿Sabe usted qué distancia hay entre Dios y el diablo?

-Una cola.- ¡No, una madre!Para dar más patetismo a la última frase se puso de pie.

Pero, según me describió más tarde, sintió como una aurora boreal que giraba en torno a su cabeza, y tuvo que volver a sentarse.

-Me parece -d ijo paternal y socarronamente don Filido­ro- que se la agarró buena, señorita.

Y llamando un coche, la llevó galantemente al local de la Liga. Y como la Liga había establecido un premio de cinco pesos para todo el que llevara un borracho para ser atendido, el falso centenario io exigió y cobró descaradamente*.

Y como la Liga había... el falso centenario lo exigió y cobró descaradamente. Planteo irónico: ía circunspecta maestra, traicionada por su espíritu de apostolado, se convierte en la víctima redimida precisamente por aquel que fue el objeto de sus desvelos redentores.

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JUSTICIA DIVINA

“ Fernández y González. Ramos Generales. Acopio de Frutos del País” .

Este letrero pertenecía al negocio más importante del pueblo, lo que no es mucho decir poique ei pueblo entero no valía gran cosa, económicamente hablando, en los remotos tiempos a que me refiero. La comisaría, un par de docenas de casas de ladrillo y cinc, un montón de ranchos desparramados y los inevitables tambos. Aún faltaba mucho para que llegara pitando de optimismo el primer tren.

Fernández atendía el negocio detrás del mostrador y González recorría las chacras acopiando los frutos del país, que con frecuencia no eran más que unas yuntas de gallinas y unas docenas de huevos.

Ambos socios eran españoles, pero de carácter y proceder muy diferentes. González era despreocupado, generoso, amigo de las diversiones y bastante jugador, cuando había con quien. Fernández, por su parle, era el reverso de la medalla. Ahorrativo hasta la avaricia y un poco más. Y es de este poco más de donde sale la historia que quiero contar. Fn otras circunstancias es posible que hubiera sido tan honrado como tú, lector, pero le dolía en el alma, que para él estaba radicada en el bolsillo, el ver la poca importancia que su socio daba al dinero ganado con tantas fatigas y sacrificios, propios y ajenos, y así inventó descontar una parte de las ganancias comunes a total beneficio propio.

Operaba de este modo. De cuanto cobraba en el mostra­dor iba poniendo el veinticinco por ciento en una lata de kerosene vacía, a la que había abierto una ranura, y que en la fecha de esta historia ya estaba bastante llena.

Años duraba el trabajo, y la lata, guardada debajo del mostrador, contenía un buen capitalito.

Quiso el destino que Fernández, el socio infiel, cayera en cama tras heroica resistencia con una fuerte gripe y González ocupó su puesto detrás del mostrador.

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En estas circunstancias llegó un linyera —aún no se llamaban crotos • a comprar una lata para hacer la comida. Mucho más generoso de lo que creía ser, González le regaló una, tomada al azar, justamente la que contenía los delictuosos aiiorros de su socio. Cuando éste se levantó al día siguiente, echó de menos la lata del tesoro; preguntó y, al enterarse de su destino, casi se desmaya. Pero guardó silencio. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Aquella misma noche se armó una mesa de gofo en la comisaría, aprovechando la llegada de unos viajantes y, naturalmente, González fue de la partida.

El comisario les juntó las cabezas, como se dice técnica­mente, a los forasteros, y él y González quedaron mano a mano y frente a frente. En contra del dicho, el caballo del comisario perdía que era un gusto; para González, se entiende.

En eso estaban, cuando entró misteriosamente el sargento y habló al oído de su jefe, quien pidiendo penniso salió un momento.

-¿ Q u é hacemos, comisario? —le preguntó el sargento cuando estuvieron solos—. Ahí tengo un linyera al que le he secuestrado esto.

Y puso ante los sorprendidos ojos del comisario seis mil pesos en papeles chicos.

-T om e quinientos para usted y al hombre me lo mete en el primer tren de carga que pase.

Y esto diciendo volvió la autoridad a la mesa y la partida siguió con renovados bríos. Pero estaba en una mala noche y, peso a peso, la suma íntegra pasó a manos de su contrincante, sin contar un rebenque con cabo de plata y algunos miles de palabras que se llevó el viento.

González contó a Fernández su buena suerte y hasta le regaló algo para los chicos. Pero éste, como es lógico, no sospechó nada. Hasta que pocos días después el sargento entró al despacho de bebidas, que era uno de los ramos generales de la casa, y comenzó a mandar copas.

Estaban solos él y Fernández y, poco a poco, al hombre se

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le calentó el pico y con gran reserva, pero con lujo de detalles, con tó a su amigo Fernández la historia del linyera que ya sabemos; cómo el comisario se quedó con la parte del león y cómo, por trompeta, Dios lo castigó haciendo que todo fuera a manos de González.

Desde aquella tarde Fernández comenzó a negar la justicia divina, justicia que nunca se manifestó tan clara como en esta historia.

í

EL CONDE LIBERATO

La historia del conde Liberato es para m í m ucho más triste que la de todos los condes que encontraron la muerte bajo la cuchilla implacable de la guillotina, pues si murieron trágicamente al menos se llevaron a la tum ba el consuelo de haber vivido como unos condes, mientras que el conde Liberato, zapatero remendón de mi pueblo, vivió como un perro en malas manos.

La cosa comenzó como muchos noviazgos, en Carnaval.Liberato era italiano, soltero y un tanto cabeza dura. Su

ideal era disfrazarse de conde y sacar una medalla. Economi­zando heroicamente durante muchos años logró la primera parte de sus deseos. Pocos condes he visto en mi vida con más bordados, encajes, rasos y terciopelos que él. Por lo bien que se vestía y la seriedad con que tomaba su papel, merecía no ya una medalla enchapada, sino un auténtico t í tu lo de conde. Pero en el pueblo se había hecho ya una costumbre popular no premiar al pobre Liberato. Y esto no es porque fuera gente especialmente mala, pero, en el aburrimiento local, aquella broma servía para divertirse todo el año a costa del pobre conde desdeñado por el jurado del corso.

Liberato era un número al que no se podía renunciar.Llegaba ante el palco oficial seguido por una bulliciosa

pandilla que lo aclamaba y exigía para él el primer premio de

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máscaras sueltas. El jurado, después de hacerlo exhibirse mucho, encontraba siempre algún detalle para no premiarlo. Entonces se entablaba una polémica, fingida y combinada, entre sus parciales y los jueces.

Por fin sus falsos partidarios se lo llevaban en andas, clamando contra la injusticia y amenazando con pedir la intervención federal.

Liberato, terco, cerrado, posesionado de su alto papel, decía simplemente:

- Ya verán el año que viene.Y el año que viene traía al corso un espadín más dorado y

algunas plumas más.Y la historia recomenzaba, casi idéntica, un poco idiota y

bastante cruel.Un año le dijeron confidencialmente que la razón por la

que no lo premiaban era que siendo éste un país republicano resultaba chocante dar un primer premio a un conde monár­quico. Se presentó de conde azul y blanco, con un sol en elpecho y otro en la espalda, y punteando en la mandolina algo que aspiraba a ser “ La Marcha de San Lorenzo” .

Era el domingo del entierro y el jurado resolvió que casi se merecía el premio, pero que antes tenía que consultar al presidente de la República, al juez federal y al cónsul de Italia.

- E s tá bien —dijo L ib e ra to - . ¿Vuelvo mañana?- ¡Claro, eso es! -p ro r ru m p ió la muchedumbre.Y al día siguiente, lunes de trabajo, se vio al esperanzado

conde cruzar el pueblo con todos sus arreos rumbo a la municipalidad. Le dijeron:

-V uelva mañana, el presidente tiene el asunto a estudio.Y Liberato volvió al o tro d ía y al siguiente, y ya no se

quitó el emplumado atuendo, pues a cualquier hora recibía falsas llamadas para que se presentara a aclarar un detalle.

Yo lo vi muchas veces de chico en su zaguán de remendón, con un delantal de cuero sobre los auténticos terciopelos de Venecia, el espadín dorado jun to a la trincheta, echar una media suela o ponerle cariñosamente un poco de cerote en la cabeza a un perro con moquillo.

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Corrió el tiempo, vino un intendende de afuera que no quiso entrar en la broma y prohibió la entrada a las oficinas municipales al extraño litigante.

Liberato entonces comenzó a escribir reclamando justicia al presidente, al cónsul de su país y hasta al rey de Italia.

Los iniciadores de la burla se Ca .saron. La gente lo olvidó y pasó a ser un sujeto aburridor y cargoso.

Perdió la clientela. Un mal día cerró el negocito y se echó a la calle y a los despachos de bebidas, donde, de tarde en tarde, conseguía algún borracho condescendiente que escu­chara su pleito. A veces iba a la estación y mandaba saludos a los miembros de las casas reinantes, por intermedio de los sorprendidos pasajeros. El jefe le prohibió la entrada al andén. Era poco serio*,

Después, la indiferencia y el olvido se espesaron* de tal m odo en torno de él que era imposible verlo a pesar de su espadín dorado y las plumas colorínas de su sombrero. Creo que al fin ya ni los perros le ladraban.

No sé qué se hizo, pero tengo para m í que en algún carnaval lo barrieron definitivamente entre un m ontón de serpentinas pisoteadas.

INUNDACIONES SECAS

Cuando en la alta noche se escuchaban tiros, todas las niñas casaderas y bailaderas del pueblo daban una vuelta en la cama y soñaban con volados y moños, pues esos tiros eran el anuncio de presentes inundaciones y futuros bailes.

Era poco serio. Un verdadero recurso irónico: el autor afirma algo fingiendo ignorar la evidente contradicción, ya que nada fue serio en esta burla en la que intervinieron hasta las mismas autoridades.

La indiferencia y el olvido se espesaron. El uso metafórico del verbo espesarse anima los sustantivos abstractos y aumenta el dramático desenlace de este capítulo,

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Como los camalotes, las fiestas llegaban traídas por las crecientes, que eran, como las del Nüo para los egipcios, motivo de regocijo general, ya que nunca hubo que lamentar desgracias personales, descontando chanchos y gallinas, como decía E l Flagelo.

En cambio, cuando el r ío se salía de madre el pueblo cobraba una alegría, una actividad y una animación descono­cidas en épocas normales. Nunca fuimos tan felices como con los pies mojados.

Las cosas ocurrían así. El río, m oderado y discreto de suyo, se salía una noche de su cauce y lamía las estacas sobre las que se asentaban media docena de ranchos costeros; a la mañana siguiente se retiraba llevándose algunas gallinas, tres o cuatro palanganas olvidadas y algún puerco perezoso. Pero ya estaba armado el alegre zafarrancho. Los bomberos voluntarios se paseaban por el barro arrastrando su hermosa lancha de salvamento, previamente recubierta con lonas viejas para no ensuciarla, llevaban hasta la orilla su magnífica escalera' mecánica y la hacían func ionaran toda su altura. ¿Para qué? ¿Por si alguien se ahogaba en una nube? Nunca se supo. Misterios de la técnica que el profano no se explica. Jóvenes héroes ecuestres sacaban en ancas a las chinitas de los ranchos, que se habían puesto sus mejores pichas:, y eran admirados desde la zona seca por las niñas del pueblo, cuyos corazones tiernos y noveleros también se salían de madre. Los viejos discutían parsimoniosamente las grandes crecientes del pasado.Y los chicos nos embarrábamos a gusto.

Después los damnificados se instalaban en la comisaría, y meta caña y guitarra. Era más divertido que un velorio grande,

A la tarde siguiente, ya estaba nombrada la comisión de fiestas y poco después se realizaba una gran velada líterariodan- zante en el salón de la Unione e Benevolenza a total beneficio de los damnificados que, por ser pocos, salían del entrevero provistos de muchas cosas buenas y con plata contante y sonante. Era un hermoso ejemplo de solidaridad humana y un buen negocio para los ribereños. Tan bueno era que los

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antiguos pobladores de la zona inundable se oponían violenta­mente a que ningún intruso levantara allí su rancho. Y si por poderosas influencias políticas o .p o r la parcialidad de algún comisario figuraba un nombre nuevo en la lista de beneficiarios de la creciente, se lo miraba como a un advenedizo usurpador.

Esta actitud legitimista tuvo su incidente culminante. Doña Gláfira Morales, madre de cinco chicas que según la lengua vernácula estaban como para rajarlas con la uña y conocidas por las Barrilete sin Cola, se opuso rotundam ente a que sus niñas fueran salvadas mientras no dejara el campo inundable cierta viudita italiana que, en contra de la tradición, en vez de ponerse sus mejores pilchas se las quitaba cuando subía el agua. ¡Aquélla era una competencia desleal que una madre no podía pennitir!

Intervino el comisario, pues sin las Barrilete la fiesta iba a resultar deslucida, y llamó al orden a la viudita, lista apeló a Formica, vicecónsul de Italia, aduciendo que más chiruzas serían ellas y que se desnudaba en defensa propia, pues sabía nadar. Y se dispuso a ganar su pleito con el mismo argumento de Friné* y un chapuzón demostrativo.

Formica se lo prohibió en nombre del rey de Italia. Y ella aceptó las ancas del caballo del comisario, que, según dijeron malas lenguas, ganó aquella carrera. Pero ¿dónde irá el caballo de un comisario que no sea calumniado?

Las Barriletes transaron patrióticamente y se dejaron salvar por los cinco bomberos voluntarios a quienes habían tocado en el sorteo secreto que hacían siempre para estos casos.

Y la paz reinó sobre la haz de las aguas.La velada fue todo un éxito. Don Pepe Camueso hizo un

llamado lírico a la caridad del que no puedo dejar de trascribir algunos fragmentos.

con el mismo argumento de Friné... Alude a la que fue modelo de Praxiteles, escultor griego del siglo IV a. de C. que se exhibió desnuda delante de sus jueces.

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Decía mi viejo, querido y españolísimo amigo:

Cual lírico discóbolo de la beneficencia os llamo al juego. ¡Depositad, depositad el óbolo! ¡Poned de caridad un santo huevo!

Cuando empezó a llover fue como un lampo de esperanza de siembra y pastoreo, y nos dijimos: — ¡Lindo para el campo!Y ya veis, convecinos, qué jaleo.

Aunque el dolor me taladre y la frase es poco bella,¿no es hijo de mala madre río que se sale de ella?

Y el cura, santo varón por afuera y por adentro, se ha mojado hasta el encuentro, perdonando la expresión.

Aquí se produjo un murmullo en la concurrencia, pues don Pepe tenía fama de masón y algunos creyeron ver falta de respeto en la referencia al encuentro del buen padre Custodio. Pero éste, que ocupaba un palco, aplaudió seráficamente, como lo hacía todo, y la oda siguió sin más tropiezos que sus propios ripios, con los que no quiero seguir empedrando esta crónica.

La prosperidad de la población lacustre iba en aumento, pues nos habíamos aficionado tan to a salvatajes y festivales c¡ue en cuanto caían cuatro gotas ya se armaba el fandango y en épocas de sequía se hicieron simulacros de inundación con el correspondiente beneficio para los costeros.

lista prosperidad fue lo que terminó con las crecientes de mi pueblo del modo inesperado que se verá.

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Los campos de la ribera pertenecían a un buen criollo viejo, sin espíritu comercial, que jamás intervino para nada en el reparto. Pero don Agapo, que así le decíamos porque siendo hom bre viejo y de respeto nos parecía mal llamarlo don Agapito, murió como tantas cosas buenas del pasado. Y sus bienes pasaron a manos de un sobrino que vivía en la Capital. Éste quiso vender el campo, pero como era inapto para siembra o pastoreo no encontró com prador, y deseoso de sacarle algún provecho propuso a los beneficiarios de las inundaciones ir al cincuenta por ciento de las ganancias. Los lacustres al principio no comprendieron, pero cuando se dieron cuenta pusieron el grito en los diarios locales, donde hallaron buena disposición y mejores péñolas para defenderlos.

El sobrino se había ganado la antipatía general, y esta llegó al máximo cuando, abogado por delante y ley en mano, desalojó a los pobres y haraganes pobladores del rancherío. Se le organizó una rechifla histórica, y a los desalojados, desagravios entusiastas. Verdaderas bacanales de la piedad hum ana y la justicia mancillada por la planta de un extranjero, que no estaba probado que fuera sobrino de don Agapo ni de nadie, según viril expresión de un órgano de opinión.

Un vecino generoso cedió unos potreros secos para que los pobres levantaran sus ranchos, sobre estacas, naturalm ente, pues la tradición es la tradición, dígase lo que se quiera, y el agua sólo un detalle sin importancia. En magna asamblea popular se resolvió hacer los beneficios igual que antes, cada vez que el río se saliera de madre o lloviera fuerte. Y así se hizo el,prim er año y parte del segundo. Pero, pese a esa buena voluntad, las inundaciones secas fueron cayendo en desuso como una bella p lan ta falta de riego. Y los antiguos damni- beneficiados no tuvieron más remedio que trabajar como todo el m undo y la sociedad debió buscar otros motivos para practicar el baile y la caridad.

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GRABADO EN MARMOL

Ante \ la llegada de don Almo Cienfuegos, la buena y mala gen ttj*^ mi pueblo se m oría en prosa. Pero ese caballero, aparentemente español, pero en realidad oriundo del Parnaso, marchitos los laureles de los juegos florales y deshojados los cinco argentinos de oro, tan penosamente ganados, lanzó la moda de los epitafios en verso con fines de propaganda comercial.

El primero en caer bajo el golpe de su lira, previa defunción, se entiende, fue don Celestino Menudo, fundador de la tienda Los Trapitos al Sol, nombre feliz, pues expresaba claramente que allí no había engaño.

El epitafio decía así:

Llora la razón social Menudo, Hermanos y Cía., desde que en la tum ba fría yace el socio principal.Mas secad lágrimas, bellas del pueblo y todo el partido, que no faltará surtido aunque él este en las estrellas.

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La lápida en que fue grabado se exhibió durante quince días en la vidriera de la tienda, rodeada de flores artificiales, cintas, puntillas y entredoses, y como centro de atracción de la más grande “liquidación-homenaje postum o” que conoció el pueblo. ¡Qué madapolanes, qué zarazas, qué tricotas! Con decir que las camisetas de doble frisa se vendían al precio de las de una sola... El calificativo de irrisorio, tan usado en las liquidaciones, jamás estuvo más puesto en razón que en aquella emergencia.

Los rivales del ramo se daban con una piedra en los dientes, como vulgarmente se dice; en este caso la piedra

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sepulcral del señor Menudo, que seguramente sonreía bañán­dose en las aguas dei Estigia* como en agua de rosas.

Aquel éxito consagró a don Almo Cienfuegos m ucho más que los juegos florales. Pero para mal de su gloria y provecho, en el pueblo no se m oría un vecino caracterizado y con negocio todos los días y la lira necrófilo-comercial del poeta permanecía inactiva del hotel en un ángulo oscuro.

Verdad que muchos viejos socios se contaban los estor­nudos con la secreta esperanza de un repunte en las ventas. Pero eso no pasaba de buenas intenciones.

Entretanto . Cienfuegos, que espiaba desde la confitería la puerta de la farmacia, por si salía una bolsa de oxígeno promisoria, discurrió un ingenioso expediente: los epitafios con efecto retroactivo.

La experiencia fue ésta:Don Lucas Campero fue un sobador de guascas casi

mítico, el primer talabartero del pueblo, del que se mostraban como reliquias un rebenque o unas caronas. Su casa, saltando de viuda en yerno y de yerno en sobrino, no conservaba en manos de un joven alpino nada del antiguo prestigio.

Languidecía en cocoliche como tantas cosas del pasado.Y allí fue donde el vate asestó el lirazo.Un buen día la vidriera polvorienta amaneció desempol­

vada, y entre brillantes frenos, esbeltos látigos de coche y cálidos cojinillos, se pavoneaba escrito en una hoja de cartulina este epitafio:

Murió don Lucas Campero un veinticinco de enero del año setenta y siete, pero aún alcanza su cuero para el apero de un flete.

en las aguas del Estigia... El r ío del infierno en la mitología griega. Por él transitaba la barca de Caronte conduciendo a su destino a los pecadores irredimibles. .

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No cuajó. Quizá porque aquello era estirar m ucho el cuero del d ifunto o porque la cosa resultaba algo fría después de tantos afíos o porque el vecindario no simpatizaba con el joven alpino, nue confundía espantosamente los pelos de los caballos. . ^ «más, se pasó de vivo, y en lugar de rebajar los precios, rol' aumentó en un diez por ciento para cubrir los gastos de la propaganda. Se le vio el juego y hasta se habló de profanación sacrilega de talabarteros fallecidos.

No, nuestro pueblo estaba dispuesto a todos los en tu ­siasmos, pero no se dejaba engañar: quería cadáveres calientes, poesía de actualidad y precios bajos.

Aquel fracaso apartó al comercio de la poesía, hasta que apareció algo así como un m uerto vocacional. El turco de La Flor del Bosforo, que se había quedado con la sangre en el ojo musulmán y una gran partida de percales sin vender desde el golpe de los sucesores de Menudo, quiso que el vate le hiciera un epitafio en vida.

Cienfuegos, convertido por la necesidad en ave de presa, no podía dejar escapar aquel pájaro y, apelando a una fórmula de transacción, le escribió lo siguiente, que vio el vecindario absorto, enmarcado por una auténtica corona de siemprevivas y entre una cascada de géneros vistosos y baratos:

No he m uerto, mas me acomodo a situación tan postrera y voy a tirarlo todo igual que si me muriera.Madapolán mejor que el de ellos a mitad de precio el m etro honrado.

De más está decir que los dos últimos “ versos” eran un ugrcgado inconsulto de la desatinada fantasía oriental del turco.

Y ésta fue la lápida para don Almo Cienfuegos, que con lns plumas mojadas y la lira bajo el ala se alejó para siempre del pueblo rumbo a su incierto destino.

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¡Pobre don Almo! Siempre que de niño pensaba en él lo veía subiendo al cielo por la escalera mecánica de los Bomberos Voluntarios, a la que dedicó una oda, y recibiendo de manos de un ángel una flor natural inmarcesible y cinco argentinos de oro.

UN CORRECTOR DE LAPIDAS

La moda de los epitafios en verso, introducida entre nosotros por agencia de la necesitada lira de Cienfuegos, y el descubrimiento por la prensa local de la palabra “necrópolis” dieron un gran realce a lo que antes se llamaba familiarmente “la quinta de los ñatos” .

Con la nueva categoría cultural del lugar, por así decirlo, aumentó el valor de los terrenos circundantes, que a partir de entonces fueron más altos, secos y bien orientados. Así al menos lo aseguró en el prospecto de un loteo don Fulvio Gorosito, quien, como todos los de su profesión, era gran psicólogo y sabía con qué aguas se hacen florecer los bienes raíces.

Durante su efímera intendencia, Ensoñador decretó el cierre por un mes del cementerio por razones de mejor servicio, ensanche y mejoras, según dijo oficialmente, y para poner las cosas en su punto, según confesó a sus íntimos en la tertulia de La Perla. Pero sobre lo que significaba “su punto” , guardó el más estricto secreto.

La prensa opositora chilló que la medida era inconsulta y antihigiénica, pues si alguien fallecía en ese plazo, ¿quién iba a levantar el muerto? Replicó la prensa oficial argumentando que ningún ciudadano consciente iba a interrumpir con un acto a todas luces extemporáneo la marcha del progreso. ¡A quien osare apagar con su último hálito la antorcha del porvenir, Dios y la Patria se lo demandarían!

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En éstos y otros dimes y diretes pasó el mes sin fallecimiento inoportuno, y el pueblo en masa se volcó en la necrópolis para ver las mejoras. Materialmente no eran gran cosa: cuatro yuyos menos y algunos letreros que amenazaban con multas “a los que pastaran en aquel sagrado recinto, sin diferencias de credos ni marcas” .

Poéticamente era otra cosa.Ensoñador se había dedicado a corregir la literatura

lapidaria de acuerdo a su muy personal inspiración. Veamos algunos ejemplos.

Sobre la de don Julián Pardal, portalira con el que mantuvo en vida una enconada rivalidad, decía:

Yace aquí Julián Pardal que, otros méritos aparte, fue el mejor bardo local y de cualquier otra parte.Todo el Parnaso está loco, y entre las Musas y Apolo han llorado un Orinoco que hace tiritar al polo.

La corrección o estrambote, agregada por Ensoñador eraésta:

El llanto que derraméis que no sea tan copioso, pues como Musas sabéis que el infeliz fue un ripioso.

Don Anacleto Salcedo fue un chinazo levantisco y de mucho arrastre electoral, que se alzaba con una urna como si fuera una empanada*. Su epitafio rezaba:

que se alzaba con una urna como si fuera una empanada. Otra vez la crítica (Cf. nota de p. 49) que en este caso se hace más expresiva por ol chispeante símil de nivel familiar.

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Dignificando este lodo, yace Anacleto Salcedo.Lo que escribió con el dedo no lo borró con el codo.

Y allí fue el codo de Ensoñador el que borró, poniendo las cosas en su punto, como él decía. Y dijo sobre el mármol:

¡Cómo a borrar su escritura iba el chinóte Anacleto, si el pobre fue analfabeto y de mala catadura!

Nuestro bardo había perseguido con proposiciones ma­trimoniales, rondeles, acrósticos y otros ripios a la viuda del acaudalado vecino don Pedro Frumento, pero la dama fue insensible a sus encantos personales y rimados, y éste se vengó como se verá.

Decía el epitafio del finado:

Bajo esta losa desnuda yace don Pedro Frumento, lo llora con sentimiento su desconsolada viuda.Fiel le será hasta que apriete su cuello el hado postrero.Hoy, veinticinco de enero de mil novecientos siete.

Y el despecho del vate habló así: :

Viuda que con mano aleve esto escribiste sin asco,¡en mil novecientos nueve te casaste con un vasco!

El vasco estaba presente y poco faltó para que Ensoñador comenzara allí el sueño eterno.

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EL DOMINÓ DE LOS VIEJOS

La media docena de notables del pueblo estaban ya hartos de jugar al dominó. Quién llevaba treinta, quién veinte años revolviendo las fichas, y ya el seis doble no emocionaba a nadie. En otros tiempos cuando alguien gritaba: ¡Dominó! ,e l dueño del cafe levantaba la cabeza y sonreía al vacío, imparcialmente; el mozo, que servilleta al brazo seguía las nltcrnativas del juego, lanzaba un ¡hay que ver! , y el gato cambiaba de lugar.

Pero desde mucho tiempo atrás nada de eso pasaba, y una partida sucedía a la otra con la triste monotonía de un deber.

FJ lector inquieto se preguntará por qué no jugaban una escoba de quince. Eso es fácil de decir. Pero cuando se ha dedicado toda una vida al dominó, saltar de golpe y porrazo a lu aventura de las escobas y al escándalo dorado del “siete bello” es tan difícil como colgar un hábito de franciscano para vestir un brillante uniforme de húsar, Hacen falta juventud, espíritu revolucionario, valor y arrojo*.

Una buena noche ocurrió lo extraordinario. La cajita de tus fichas se extravió y, saliendo de detrás del mostrador, cosa que no hacía desde que enviudó diez años atrás, el patrón fue en persona a dar excusas.

Seis caras arrugadas y compungidas lo oyeron cortésmente y un poco desorientadas. No sabían que les pasaba m iba .a plisar, Ninguno se atrevía a confesarse que aquél era un ucontecimiento feliz. Por fin, don Cosme Avecilla, decano del grupo de contertulios, tomó la palabra:

Yo creo interpretar el sentir de estos amigos al decir que Iti interrupción, que esperamos sea temporaria, de una tradi-

!lacen falta juventud, espíritu revolucionario, valor y arrojo. Serie illIciwificadora <]ue contrasta con la sumisa actitud conformista de los hombres sometidos a la rutina, representada aquí por el avasallante iluminó.

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ción local como era nuestro dominó, en nada afecta el buen nombre de su establecimiento. Las cosas, y le hablo con la voz de la experiencia, hoy se pierden, mañana se encuentran y así sucesivamente.

El confitero se secó una lágrima con el dorso de la mano, una furtiva lágrima, pues aquellas sabias palabras le recordaban la pérdida de la finada.

Seis toses discretas y en distinto tono acompañaron comprensivamente su emoción. Y don Cosme Avecilla se creyó en la obligación de agregar:

-C laro está que me refería a cosas materiales.Cuando el sensible viudo se retiró a su mostrador de

origen, las doce manos venerables, jubiladas y sarmentosas movieron sobre la mesa las fichas ausentes hasta que se dieron cuenta de que aquél era un reflejo mecánico y se las llevaron a las barbas los que las tenían, y los que no, se sintieron muy incómodos.

Nunca tomaban más que café, pero aquella noche pidieron una vuelta de anís. Con algo había que llenar el vacío. Ei dueño obsequió otra, en recuerdo de la difunta, según no dijo, pero todos comprendieron.

Se le dieron las gracias con un discreto tono de sentido pésame.

-N o está mal este anís -d ijo el señor Avecilla, en cuyos ojos ardía una llamita.trémula de euforia alcohólica.

—Es que el viejo como el hom o por la boca se calienta —comentó picaramente otra antigualla.

Y se carraspeó con entusiasmo,Hay que saber que en su juventud y aun en su madurez

-ah o ra ya estaban más bien pasados- estos señores habían sido apasionados y turbulentos, con su alma en su almario y sus ideas políticas, religiosas o antirreligiosas que hacían temblar con sus gritos, que ellos llamaban opiniones, las botellas en los altos anaqueles del café. Pero como también pertenecían a diversos ramos del comercio local, y un comercio consciente debe estar unido contra el público y lo s ;

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impuestos, surgió el dominó como un medio apaciguador, como un puente de marfil y ébano que no conducía a ninguna parte y por el que podían pasearse sin discutir. Fue un acuerdo tácito que todos respetaron. Verdad es que en los primeros tiempos alguien ponía un doble blanco con intención política, y ya se sabía que cuando el señor Orihuela, el masón del grupo, colocaba un tres les estaba diciendo a los católicos: “ ¡Ahí tienen su dichosa Trinidad! ”

Todo eso pasó con el tiempo y el dominó no fue más que un dominó que no se traía ningún puñal bajo el poncho. Si el juego aquel los aburría, ¿a qué reunirse? Quien haga esa pregunta no conoce el corazón Remano, los viejos corazones humanos de un pueblo viejo como aquél.

Esta noche, que como el lector ve va transcurriendo tan lentamente, se reanudaron conversaciones de veinte años atrás y un soplo de inesperada juventud agitó las barbas y levantó las cascadas voces en viejas polémicas reverdecidas.

Cuando el reloj de la iglesia vecina dio las once se retiraron como de costumbre. Pero llevaban tres anises entre pecho y espalda y muchos temas de discusión en las lenguas sueltas. Y la fonda de vascos del otro lado de la plaza los vio irrumpir, locuaces y polemistas.

A las doce y media estaban todos peleados y a la una se reconciliaban con fuertes abrazos y hasta alguna lágrima.

Al día siguiente se levantaron un poco más tarde y un poco más fatigados, pero llenos de un nuevo entusiasmo, de una ya olvidada inquietud. Y esperaron impacientes la hora de la tertulia, que ahora representaba no la monotonía, sino la vida.

Pero, ¡ay! , el dominó había reaparecido, y las seis cabezas blancas perdieron su efímera hoja verde* y se inclinaron resignadas sobre las inexpresivas fichas, más frías de un lado y más negras del otro que nunca.

las seis cabezas blancas perdieron su efímera hoja verde... Hermosa metáfora que alude al breve renacer de esos hombres antes de la claudicación definitiva. (Cf. nota dep . 119.)

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