¡Hola! Soy Elena y mi abuela no se acuerda de mi nombre. ¡Y eso es raro, porque me llamo igual que ella, Elena!

Cuando voy con papá y mamá a visitarla siempre me sonríe y dice:

–Hola, preciosa. ¿Quieres un caramelo de café?

A mí me encantan los caramelos de café, así que lo cojo, me lo como, miro a mi abuela y nos sonreímos. Es estupendo, tiene la sonrisa más maravillosa del mundo.

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Una vez fuimos a su casa y el abuelo estaba en la escalera sentado. Mi papá le preguntó que hacía:

–Ya sabes, hijo. Tu madre y su cabeza…

–¿Qué le pasa a la cabeza de la abuela? –pregunté.

Mi abuelo miró a mi padre y me dijo:

–Nada, que se le ha olvidado dejarme la llave y me he quedado en la escalera, ¡menos mal que habéis venido!

Desde entonces en su casa han puesto un montón de fotos suyas juntos. Me han contado mi mamá y mi papá que es para que cuando la abuela vea la foto se acuerde del abuelo y le vuelva a coger de la mano, como cuando eran novios.

¡Como si no se conocieran, si llevan juntos más de mil años!

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Todos los meses me quedaba a dormir un día en casa del abuelo y la abuela. Hasta que una noche, mientras veíamos una peli, la abuela se empeñó en irse al pueblo, y como mi abuelo y mi tío no le hacían caso, se levantó y se marchó. ¡En bata y zapatillas! Y tan ricamente.

Mi tío se levantó y me dijo:

–Elena, vamos a ver adónde va la abuela.

–¡Pues al pueblo, si nos lo ha dicho! –le respondí.

–Ya, pero sin coche no va a saber llegar. Haremos una cosa, la seguimos y vamos a ver qué hace.

–¡Chupi!

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