Mercados Orgánicos Locales como una Opción para los Pequeños Productores

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Universidad Autónoma Chapingo. Maestría en Sociología Rural. Pág. 1 Mercados Orgánicos Locales como una Opción para los Pequeños Productores Ing. Sergio De La Cruz Robles ,PhD . Rita Schwentesisus Rindermann β , Ing. Vanessa Ramírez Ríos γ I. INTRODUCCIÓN 1. ANTECEDENTES La producción orgánica como sistema de producción a contracorriente (diferente del sistema agroindustrial), En México ha tenido un crecimiento acelerado en los últimos diez años. Sin embargo, ha sido crecientemente cooptada por el mercado y absorbida en el modelo económico dominante, perdiendo, en ese tenor, su calidad de contra-tendencia. Sus distintos actores, anteriormente con fuertes vínculos, (particularmente productores y consumidores), ahora forman parte de una cadena fraccionada con un margen mínimo de interacción. Ello, es el resultado del potencial económico surgido por la creciente demanda, que ofrecen los productos (frescos y/o procesados), derivados de la agricultura orgánica, principalmente entre los consumidores de países desarrollados y por la limitada oferta, donde muchos productores y organizaciones de productores de diversos países han encontrado oportunidades comerciales, en función de las divisas que se generan mediante la exportación de productos orgánicos, dado el precio “Premium” o “sobreprecio” que presentan a diferencia de los productos convencionales y agroindustriales, al incorporar nuevos valores que van más allá de los económicos relacionados con aspectos como salud y responsabilidad social o ambiental. Maestría en Ciencias en Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo. [email protected] tel. +52 551-428-7386 β Coordinadora General Red Mexicana de Tianguis y Mercados Orgánicos A. C. [email protected] tel. +52(595)9521-506 γ Secretaria Técnica Red Mexicana de Tianguis y Mercados Orgánicos A. C. [email protected] tel. +52(595)9521-506

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Mercados Orgánicos Locales como una Opción para los

Pequeños Productores

Ing. Sergio De La Cruz Robles,PhD

. Rita Schwentesisus Rindermann

β, Ing. Vanessa Ramírez Ríos

γ

I. INTRODUCCIÓN

1. ANTECEDENTES

La producción orgánica como sistema de producción a contracorriente (diferente del

sistema agroindustrial), En México ha tenido un crecimiento acelerado en los últimos diez

años. Sin embargo, ha sido crecientemente cooptada por el mercado y absorbida en el

modelo económico dominante, perdiendo, en ese tenor, su calidad de contra-tendencia. Sus

distintos actores, anteriormente con fuertes vínculos, (particularmente productores y

consumidores), ahora forman parte de una cadena fraccionada con un margen mínimo de

interacción.

Ello, es el resultado del potencial económico surgido por la creciente demanda, que ofrecen

los productos (frescos y/o procesados), derivados de la agricultura orgánica, principalmente

entre los consumidores de países desarrollados y por la limitada oferta, donde muchos

productores y organizaciones de productores de diversos países han encontrado

oportunidades comerciales, en función de las divisas que se generan mediante la

exportación de productos orgánicos, dado el precio “Premium” o “sobreprecio” que

presentan a diferencia de los productos convencionales y agroindustriales, al incorporar

nuevos valores que van más allá de los económicos relacionados con aspectos como salud y

responsabilidad social o ambiental.

Maestría en Ciencias en Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo. [email protected]

tel. +52 551-428-7386 βCoordinadora General Red Mexicana de Tianguis y Mercados Orgánicos A. C. [email protected]

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Autores como Soto (2003) consideran que la agricultura orgánica “es una estrategia de

desarrollo que trata de cambiar algunas de las limitaciones encontradas en la producción

convencional. Más que una tecnología de producción, la agricultura orgánica es una

estrategia de desarrollo que se fundamenta no solamente en un mejor manejo del suelo y

un fomento al uso de insumos locales, sino también en un mayor valor agregado (no solo

entendido en función de recursos monetarios o económicos) y en la conformación de un

nicho de mercado con un esquema de comercialización más justo.”

Respecto a la agricultura convencional, ellos señalan que: “es un modelo adoptado desde

la década de los cincuenta,…[el cual]…se fundamenta en un sistema de producción de alta

eficiencia, dependiente de un alto uso de insumos sintéticos, donde el manejo

monocultivista se justifica como herramienta fundamental para lograr la mayor eficiencia

del proceso productivo. Sin embargo, este sistema de producción ha mostrado serios

problemas de sostenibilidad en veinte o treinta años de uso intensivo.” (Moore (1988),

citado por Soto, 2003.)

Este modelo reduccionista se ha apoyado en la implementación de políticas públicas que

aseguran la maximización de las ganancias, reducen los riesgos económicos y favorecen la

inversión privada.

Tampoco considera las posibles externalidades negativas de la producción agropecuaria

convencional, tales, como contaminación del suelo y mantos freáticos o aguas superficiales,

pérdida de la biodiversidad al imponer el monocultivo como elemento fundamental de la

producción, alta dependencia de insumos externos, etcétera.

Se limita a buscar un mayor nivel de productividad, reduciendo al mínimo posible la mano

de obra y los costos de producción, así como en la obtención de mayores beneficios dentro

de la cadena de transformación y comercialización (al añadir valor agregado por la

incorporación de valores no agrícolas).

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A su vez, la agricultura convencional conjuntamente con el libre mercado, han pauperizado

la participación de otros agentes tales como productores, o consumidores, y no considera

las condiciones e implicaciones económicas, ambientales, sociales o culturales que se

presentan en las zonas de producción, inherentes al propio sistema de producción.

Lo anterior, configura a la agricultura orgánica como una opción para los pequeños

productores de México y de América Latina, como una estrategia para obtener mayores

ingresos, pero también para fomentar el arraigo en sus comunidades, conservar culturas,

tradiciones y/o comunidades y favorecer la conservación de la biodiversidad, así como

propiciar el acercamiento con los consumidores.

2. OBJETIVOS Y ALCANCES DEL ENSAYO

En el presente trabajo se reflexiona sobre la importancia de la agricultura orgánica como

punto de partida para la reconstrucción de la sociedad, al revalorar la importancia del medio

rural y de la producción de alimentos y productos agropecuarios, mediante la restitución de

un modelo productivo surgido a partir de la necesidad de tener un desarrollo equilibrado,

responsable, y justo, tanto para los habitantes de las zonas rurales como de aquellos que

buscan alternativas para mejorar su calidad de vida, entendiendo al hombre como un ente

bio-psico-social que interactúa en sociedad, pero a su vez, con el ambiente que lo rodea y

del cual es motor de transformaciones positivas y negativas.

Con esto, también se examina la reconfiguración de la relación de lo rural con lo urbano,

como medio para obtener un beneficio mutuo y que implícitamente se reconozca tanto el

papel de los productores como el de la naturaleza, que va más allá de la valoración

económica.

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Se hace hincapié en la conformación de nuevas relaciones entre productores y

consumidores de productos orgánicos, integrados en sistemas alternativos de

comercialización, tales como mercados locales y/o regionales, a los que ambos pueden

acceder.

Se busca además que los vínculos entre los diferentes actores se fortalezcan con la

incorporación de nuevos valores sociales marcados por relaciones de confianza y

reciprocidad (conciencia respecto al medio ambiente, trabajo agrícola, convivencia social,

intercambio de experiencias, etcétera).

II. LA CADENA AGROALIMENTARIA Y LA PRODUCCIÓN ORGÁNICA

COMO NICHO DE MERCADO

Se han presentado diversos trabajos relacionados con la globalización de los mercados

particularizando en el sector agroalimentario: Wilkinson, 2000; Mc Michael, 1995;

Bonnano, 2003; Watts y Goodman, 1994; 1997; Wilkinson, 2002; Marsden, 1992; Rastoin,

1992, entre otros, los cuales mencionan que las agroindustrias dedicadas a la producción y

comercialización de sus productos conjuntamente con aquellas empresas dedicadas a la

distribución de éstos, además de promover la venta de sus productos, aplican toda una serie

de estrategias de comercialización para ello, que va más allá de la promoción de los

alimentos y productos agropecuarios en si mismos y busca agregar valores adicionales o

diferentes a aquellos relativos a valores nutricionales.

Asi mismo, estas empresas se encuentran apoyadas o auspiciadas por los estados

mantienendo el ciclo del capital a costa de la vida, la salud y la seguridad alimentaria de los

individuos.

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Al respecto, Galindo y Pino (2004) consideran que: “En el modelo económico moderno las

necesidades humanas, entre ellas la alimentación, adoptan la forma mercantil, (por la via

del precio), no produciéndose lo que necesita la población para vivir, sino lo que genera

beneficio, porque quien lo necesita tiene dinero para pagarlo. La generalización del

trabajo asalariado tiene como consecuencia, la generalización de la producción de

alimentos para otros, para la venta, es decir la producción de mercancias agrarias. Por

tanto, es preciso que se reduzca el trabajo necesario en la agricultura para poder

“liberar” mano de obra para el despliegue de la producción industrial, aumentando la

productividad del trabajo agrario mediante la tecnología.”

Y agregan: “el modelo de producción, distribución y consumo de alimentos basado en la

industrialización…discurre parejo a la industrialización de las sociedades. En definitiva,

la industrialización de la agricultura tiene como origen por un lado, la demanda de mano

de obra para la industria y la necesidad de desplegar un mercado para los productos de la

propia industria al interior del proceso productivo. La generalización del trabajo

asalariado y la concentración urbana inducidos por la industrialización propician entre la

población asalariada el recurrir sin otra alternativa, al mercado para conseguir los

alimentos.”(Galindo y Pino, 2004)

Sin embargo, el crecimiento de la demanda de mercancías no tiene el mismo ritmo que el

crecimiento de la oferta, saturándose por ello el mercado (o bien por la competencia) y

obligando a los consorcios empresariales a buscar otras áreas de oportunidad.

Para ello, utilizan nuevas herramientas de mercadeo, y buscan nuevos mercados en los

cuales no habían incursionado previamente, tal como el mercado chino y asiático, que hoy

en día es muy atractivo y está permitiendo una apertura comercial no explorada

anteriormente por muchas empresas occidentales o buscando nuevos nichos de oportunidad

(orgánico, gourmet, tradicional, etcétera.)

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Además…Están presentes las crecientes inquietudes sociales por la compatibilidad de los

procesos productivos con el medio ambiente, la conservación de la cultura y del

patrimonio rural y la demanda de productos de calidad, entendiendo esta demanda, no

sólo por su apariencia, sino también por su valor alimenticio y organoléptico, por su

origen y por las consecuencias de su obtención (Prieto, 2007).

A la imagen del consumidor convencional se opone, actualmente, la de un consumidor

fuertemente individualista, que posee una forma de consumir diferenciada, más personal, al

mismo tiempo que integra nuevos valores socialmente compartidos, como el respeto a los

grandes equilibrios ecológicos. Este proceso abre nuevos micro mercados (denominados

comúnmente, nichos de mercado) y obliga al mismo tiempo a evolucionar las relaciones

entre las formas técnicas de producción y el medio ambiente en donde ellos actúan (Green

y Rocha, 1992).

Aunado a los problemas relacionados con la contaminación, los consumidores buscan

alternativas, que satisfagan no solo criterios de abasto de alimentos, sino que adicione entre

otros aspectos un grado mínimo de industrialización, responsabilidad, social y laboral,

practicidad, valores locales, especialidades tradicionales, entre otros valores. (Green y

Rocha, 1992)

Partiendo de la aceleración de la velocidad de los intercambios, en donde la movilidad

internacional no solo se sustenta en el tráfico de mercancías, sino también en el de personas

e información, el surgimiento de problemas relacionados con la alimentación ha impactado

la economía de países y regiones enteras al presentarse probables alergías, problemas de

contaminación o enfermedades relacionadas con los alimentos y el modelo convencional

de producción agropecuaria.

De manera conjunta a los cambios en la forma de consumo se han presentado hoy en día

fenómenos denominados comúnmente como “escándalos alimentarios”, que se encuentran

relacionados con la producción de alimentos de tipo agroindustrial, que han potencializado

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nichos de mercados específicos, tradicionales o localizados, distintos del mercado masivo

de alimentos y productos agroindustriales.

Entre algunos de estos fenómenos se puede citar el caso de la Encefalitis Bovina

Espongiforme (EBE o enfermedad de las “vacas locas”) que se presentó primeramente en el

Reino Unido y que se relacionó con la sustitución de alimentos propios para el ganado

herbívoro por una mezcla de subproductos animales derivados de vísceras, sangre y hueso,

utilizados para acelerar el crecimiento de los animales. Otro ejemplo de escándalo

alimentario se presentó en Bélgica con la contaminación por dioxinas presentes en los

alimentos de los pollos al introducirse aceites industriales en la cadena de recolección de

aceites comestibles de reúso, o el caso de la contaminación de leche para bebes con la

incorporación de melamina en China, por mencionar algunos.

Estos, han obligado a las instancias de supervisión y control (aduanas, ministerios de salud,

economía, interior, entre otras dependencias nacionales e internacionales), en cada país, a

establecer regulaciones encaminadas a establecer o reforzar las medidas necesarias para

evitar, en unos casos, la propagación de plagas y enfermedades relacionadas con alimentos

y el transporte de materias primas, personas y animales y, en otros, instaurando

providencias que permitan su trazabilidad, y así poder limitar y/o reducir sus posibles

efectos, y minimizar su impacto en el comercio internacional y en sus mercados en

particular.

Estos fenómenos suscitados en los países desarrollados, primordialmente, han generado

desconfianza entre los consumidores de todo el mundo, particularmente de aquellos

localizados en los países industrializados, caracterizados por poseer mayor conciencia

respecto a lo que consumen, con un poder adquisitivo más elevado, y con capacidad de

organización que les permite tener una mayor injerencia en las cadenas agroalimentarias, y

como afirman Galindo y Pino, (2004) “Dichos escándalos, han provocado la falta de

confianza no solo en los mercados, sino también en los modelos productivos

predominantes, las instituciones oficiales y el mundo científico, hecho casi inexistente hace

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unas décadas.”, pero a su vez ha generado la búsqueda de alternativas más seguras y

confiables.

Así, el sector orgánico como proveedor de bienes de consumo, creció como una opción

diferenciada de mercado, antes que los gobiernos y las instituciones públicas prestaran

atención a su creciente importancia a nivel mundial.

En sus inicios, la participación de los principales agentes de la cadena agroalimentaria tenía

enorme importancia, es decir, tanto los productores como los consumidores se encontraban

vinculados directamente y poseían un papel determinante, tanto en los procesos

productivos como en la comercialización de productos orgánicos.

A nivel mundial, el crecimiento de la producción orgánica ha sido vertiginoso tanto en

superficie como en los volúmenes comercializados. En los mercados internacionales en los

últimos años. De acuerdo con la Fundación para la Ecología y la Agricultura (SÖL, por sus

siglas en alemán), citado por De la Cruz, (2008) y FIBL (2009), mencionan que su

importancia se expresa en su continuo crecimiento tanto en superficie destinada a un

manejo ecológico que ascendía a 32.3 millones de hectáreas, como en el número cada vez

mayor de productores incorporados a este sistema de producción que, para el año 2007,

superaba las 633,891 unidades de producción e integraba a 1.2 millones de productores.

Por su parte, el comercio mundial de productos orgánicos pasó de US$ 22 000 millones, en

2002; a casi US$ 40 000 millones, en 2005; y se calcula que alcancen US$ 66 000 millones,

para 2011. (FIBL, 2009)

Para el caso de México, este modelo productivo ha cobrado importancia creciente por el

aumento constante en la superficie de producción, donde la superficie orgánica pasó de 23

265 ha en 1996; a poco más de 395 000 ha en 2008; mientras que genera cerca de US$ 426

millones, por concepto de exportación y en promedio, el 85% de la producción es destinada

para este fin. A su vez, se integran más de 128 000 productores en este sistema de

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producción que posee tasas de crecimiento medias superiores al 25 %. (Schwentesius et.

al. 2009)

La certificación de productos orgánicos inicialmente era un proceso simple en donde

participaban tanto los productores como los consumidores finales, pues se basaba en

relaciones de confianza y en la cercanía de ambos actores, con el fin de asegurar

mutuamente el cumplimiento de principios de producción, transformación y

comercialización de productos orgánicos, así como los de justicia social y responsabilidad

ambiental.

En un principio dichos estándares eran simples decálogos voluntarios, privados o bien

desarrollados por organizaciones de productores, sin embargo, con el continuo surgimiento

de nuevas organizaciones, nuevas regulaciones sociales y/o privadas surgió la necesidad,

para los gobiernos, de establecer regulaciones más complejas.

Conforme la distancia e internacionalización de la demanda y comercialización de

productos orgánico se hizo mayor, la interacción directa productor-consumidor se fue

reduciendo, lo cual hizo necesario implementar nuevas herramientas que aseguraran al

consumidor la calidad orgánica o específica de los productos que adquiría, con el fin de

certificar el cumplimiento de estándares de producción, transformación y comercialización.

Creció, así la necesidad de establecer sistemas más complejos de aseguramiento de la

calidad orgánica, en donde se incorporaron nuevos actores denominados “terceros”, tales

como entidades privadas (conocidas como agencias de certificación, inspección y/o

acreditación), así como organizaciones de productores con sistemas de certificación propios

o bien entidades gubernamentales y semi-gubernamentales, además de organizaciones e

instituciones internacionales (como la Federación Internacional de Movimientos de

Agricultura Orgánica, mejor conocida como IFOAM o la Comisión del Codex

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Alimentarius, dependiente de la Organización de las Naciones Unidas)1, todas ellas

separadas tanto de productores como de consumidores, pero que establecían regulaciones a

nivel local, regional, nacional o internacional, para la producción y la comercialización de

productos orgánicos.

Con el paso del tiempo y dada su creciente importancia los gobiernos y autoridades

nacionales implementaron políticas públicas con la finalidad de fortalecer sus sectores

orgánicos y regular la comercialización de los productos orgánicos, publicándose las

primeras regulaciones de Estado: (Francia, 1988), Unión Europea (1991), Estados Unidos

(2002), Japón (2002), etc.2

En el nicho de mercado de productos orgánicos, uno de los principales motores del fomento

de este sistema productivo se sustenta en lo que se denomina precio “Premium” o

“Sobreprecio”, es decir la obtención de un sobreprecio en la comercialización de los

productos por la incorporación de valores no económicos y que se añaden en el precio final

al consumidor, tales como aquellos relacionados con beneficios a la salud, o la

responsabilidad social y ecológica.

1 IFOAM, implementó los primeros estándares internacionales para la agricultura orgánica a nivel mundial

en 1980, mientras que para el caso del Codex Alimentarius, sus directrices entraron en vigor en 1999, respecto a productos vegetales y en 2001, para productos de origen animal. 2 En 1988 se publicó la regulación francesa para aquellos productos derivados de agricultura “biológica”

siguiéndole la publicación y entrada en vigor del Reglamento CEE 2092/91 y posterior publicación del reglamento CEE 1804/99 para el caso de la Unión Europea, siendo sustituidos hoy en día, por los reglamentos CEE 384/2007, 889/2008 y 1235/08 . En Estados Unidos la Norma 7CFR parte 205, mejor conocida como Programa Nacional Orgánico o simplemente NOP, entró en vigor en 2002. Los Estándares Agrícolas Japoneses o JAS en materia de producción orgánica fueron publicados en el año 2002. Estos estándares en conjunto regulan el mercado internacional de productos orgánicos pues la demanda de los mismos se concentra en Europa, Estados Unidos y Japón, mientras que en otros países se ha promovido este sector como una fuente generadora de divisas por concepto de exportación, como sucede en el caso de México. A partir de los reglamentos anteriores se han instrumentado nuevas regulaciones nacionales que han tomado un papel más activo con el fin de promover modelos productivos de agricultura orgánica y/o fortalecer sus mercados de exportación. En algunos casos además se han incorporado aspectos relacionados con la conservación de los recursos naturales, protección de sectores vulnerables o estratégicos (Francia, Inglaterra, Alemania), entre otros.

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Este sobreprecio, así como la creciente demanda internacional de productos orgánicos

principalmente en los países industrializados, particularmente en Europa (Alemania,

Francia, Suiza, etc.), Estados Unidos y Japón, es lo que atrae a un creciente número de

productores a cambiar su sistema de producción hacia lo orgánico.

En el mercado de productos convencionales los precios se fijan buscando maximizar las

ganancias y ofreciendo al consumidor el precio más bajo posible, recibiendo el productor la

proporción mínima de dicha ganancia, pero en el caso particular de la producción orgánica

el productor a pesar del incremento en los costos de producción, los costos de certificación

y de comercialización, generalmente obtiene un ingreso mayor con respecto a los productos

convencionales.

III. LA PRODUCCIÓN ORGÁNICA Y SU PAPEL SOCIAL Y AMBIENTAL

El término orgánico está referido no al tipo de insumos empleados sino al concepto de

agricultura como un organismo, en el cual todas las partes que la componen [el suelo, el

agua, materia orgánica, microorganismos, insectos, plantas, animales y humanos],

interactúan para formar un todo coherente, es decir, un sistema biológico (International

Trade Center, (1999); Ruiz (1999) citados por Lamas et al., 2003).

La producción orgánica (ecológica o biológica, como también es conocida) como sistema

de producción, se caracteriza por la realización de prácticas de producción tendientes a

mantener la fertilidad del suelo y manejo del cultivo que no incluyen la incorporación de

fertilizantes y productos agroquímicos derivados de procedencia agroindustrial, (tales

como plaguicidas, herbicidas y otros biócidas sintéticos), así como hormonas.

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Además, en su manejo se prohíbe el uso de tecnologías y/o prácticas que pudiesen

conllevar un riesgo de contaminación o de problemas a la salud, tales como el uso de lodos

y aguas cloacales, organismos genéticamente modificados, radiación, entre otras, así como

la minimización en el uso de tecnologías contaminantes y combustibles fósiles.

En este modelo de producción se rescatan, a su vez, tecnologías agroecológicas adaptadas a

las condiciones particulares de las zonas de producción, las cuales incluyen prácticas de

manejo del suelo y conservación de su fertilidad, manejo del agua, así como de manejo de

hatos ganaderos. Entre estas, destacan los abonos verdes, la rotación de cultivo, el

incremento de la biodiversidad, los sistemas de control biológico, el uso de dietas

diversificadas, el manejo de animales según sus características etiológicas innatas, extractos

vegetales y minerales naturales para el control de plagas y enfermedades, etcétera.

Adicionalmente, la agricultura orgánica, favorece la integración de conocimientos y

prácticas tradicionales cuya pertinencia ha sido estudiada, corroborada y que se ajusta a las

condiciones locales ecológicas y sociales imperantes (Altieri, y Nicholls, 2000; González

2007; González et al., 2007) facilita la incorporación de mano de obra local, y promueve el

arraigo de los habitantes de las áreas rurales, a diferencia de sistemas de producción

convencional que minimizan el uso de mano de obra mediante la mecanización.

Amador (1999), citado por Soto (2003), “refiere que “por su origen, la agricultura

orgánica surge desde una concepción integral, donde se involucran elementos técnicos,

sociales, económicos y agroecológicos. No se trata de la simple sustitución del modelo

productivo o de insumos de síntesis artificial por insumos naturales. La agricultura

orgánica es una opción integral de desarrollo capaz de consolidar la producción de

alimentos saludables en mercados altamente competitivos y crecientes”

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Desde esta perspectiva la agricultura orgánica no necesariamente tiene que ser vista

únicamente como una opción de mercado, siendo que en México, América Latina y en otras

latitudes, se encuentran pequeños agricultores que no se han sumado a las prácticas

agrícolas convencionales, bien sea por no haber podido acceder a los diferentes paquetes

tecnológicos, o porque aún conservan sus conocimientos y practicas ancestrales, lo que les

ha permitido prescindir de insumos agrícolas de alto costo, tener baja dependencia

tecnológica y tener un limitado impacto ambiental. A su vez, han mantenido prácticas de

cultivo diversificadas que les han asegurado la diversidad (productiva y alimenticia), tanto

de los productores como de sus familias, con una producción estable, y un eficiente uso del

suelo y de los recursos naturales, así como el mejoramiento de la integridad ecológica del

medio. (Altieri, 1995, Pretty (1995) citado por Altieri, 2000).

También se generan condiciones que mantienen a los individuos en sus áreas de origen y

reducen los procesos migratorios al dar importancia a la mano de obra dentro del proceso

productivo, lo que permite la cohesión familiar.

IV. PRODUCTORES ORGÁNICOS, SU RE-EMPODERAMIENTO Y

PERSPECTIVA DE DESARROLLO PARA HABITANTES DEL MEDIO

RURAL

Varios investigadores han estudiado y fundamentado la importancia de la agricultura

orgánica y de revalorar la agricultura tradicional de los pueblos originarios o agricultura

campesina. Por ejemplo Restrepo (2006) afirma que: “La agricultura orgánica, antes de

ser un instrumento de transformación tecnológica, es un instrumento de transformación

social, donde la verdadera justicia agraria que los campesinos buscan no está sujeta a

intereses ajenos, a su independencia y libertad para producir y garantizar la seguridad

alimentaria de sus comunidades.” (Restrepo, 2006.)

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Este sistema de producción, no solo es un modelo que contempla aspectos ecológicos

inherentes a las áreas de producción, sino que además procura ser una alternativa social que

tiene por finalidad el mejoramiento de la calidad de vida de los individuos involucrados en

prácticas de producción ecológicas (Restrepo, 2006), de tal manera que este proceso se

lleve a cabo directamente desde y hacia los productores y que permita su reproducción

social y la de sus familias.

Las políticas nacionales tampoco han favorecido estos sistemas de producción, salvo para

aquellos productos destinados a los mercados internacionales, y para obtener divisas

derivadas de su exportación.

La participación de micro y pequeños productores con capacidad productiva y/o

organizativa iniciales limitadas, baja capitalización y acceso limitado a servicios de

inspección y certificación y con dificultades para acceder a mercados de exportación y/o de

especialidad que les permitan obtener ventajas comparativas y un precio socialmente justo

para sus productos está limitada dentro de las cadenas comerciales convencionales, pues

ellos no pueden incorporar o darle alto valor agregado a sus productos, aun cuando fuesen

producidos bajo lineamientos orgánicos, sin contar con certificación de tercera parte o bien

por su limitada capacidad productiva y espacios pequeños de producción.

Lo anterior, se hace patente cuando se hace referencia al volumen de venta de productos

orgánicos a nivel nacional en donde solo el 5% de los que se queda en México se expende

como orgánico, mientras el 10% restante se vende en el mercado como producto

convencional, sin importar sí éste se produjo mediante un sistema orgánico de producción.

(Schwentesius, et. al. 2009).

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Para estos productos y para los productores orgánicos, una opción se encuentra en su

incorporación en iniciativas locales de producción y comercialización de productos

orgánicos (tales como tianguis/mercados, redes de consumo, sistemas de reparto a

domicilio, ferias de consumo, entre otros) auspiciados con la participación de otros actores,

que promueven y apoyan la instalación de mercados locales.

Estos actores (grupos de consumidores, instituciones académicas, Organizaciones No

Gubernamentales, entre otros), también participan en el incremento de las capacidades de

organización, al asegurar la capacitación continua tanto en aspectos técnicos, como en

aquellos relativos a la administración de sus unidades de producción, gestión, intercambio

de experiencias, organización, participación, financiamiento, etc., contando también con

sistemas de promoción y gestión para los productores, así como la búsqueda de espacios

donde puedan converger los productores, promotores y consumidores creando los espacios

necesarios de interacción, apoyando y fortaleciendo las capacidades de los pequeños

productores.

A su vez, los distintos esquemas locales de comercialización de productos orgánicos van

más allá de la comercialización y/o distribución de productos pues al mismo tiempo, estos

espacios permiten el fomento de la producción orgánica y local, el intercambio de

experiencias e información que permita la mejora de los sistemas de producción, el

incremento de capacidades técnicas, u organizativas y el mejoramiento en la calidad de vida

de los productores, también que se promueva la participación de un mayor número de

productores y el acercamiento y vinculación de manera directa con un mayor número de

consumidores.

Por medio de un esquema participativo de aseguramiento de la calidad (donde se incluyan

tanto productores como consumidores, como actores principales) dentro de la cadena de

producción y consumo de productos orgánicos, esta vinculación se fortalece mediante “un

proceso colectivo entre productores, consumidores y otros actores que garantice la

calidad orgánica y sana de productos locales, generados a pequeña escala, basado en

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relaciones de confianza y que promuevan compromisos de equidad, justicia social, salud y

certidumbre ambiental”. (Escalona, 2009.)

Esto es, en otras palabras, certificación participativa, (distinta a la certificación comercial o

por tercera parte), lo cual conlleva como resultado, un beneficio tanto para los productores

como para los consumidores que fungiría como el hilo conductor hacia un desarrollo más

justo y equitativo.

Un modelo de aseguramiento de la calidad en donde interactúen y participen cada uno de

los actores de la cadena de producción y consumo de productos orgánicos (particularmente

productores y consumidores), fomenta relaciones de confianza, una mayor cercanía y

facilita a los productores mantener un espacio donde puedan comercializar sus productos y

en el caso de los consumidores contar con espacios donde pueden adquirir productos con

calidad orgánica, con la certeza de lo que adquieren, sin recurrir a la participación de

empresas que certifiquen los productos, pues una de las estrategias para avalar la garantía

orgánica de los productos se basa en la planificación de visitas a las unidades de producción

en donde se invita a participar a los consumidores.

Con relación al precio al consumidor en las iniciativas de producción y comercialización

locales, a diferencia del precio “Premium” de los productos orgánicos en el mercado

convencional, su fijación se basa en la obtención de un precio socialmente justo, que le

permite al productor obtener un margen de ganancia que favorece su economía y además le

provee los medios para reproducir su sistema de producción, el cual, no necesariamente es

mayor al precio del mismo producto en el mercado convencional.

Una característica importante de los mercados locales es la estabilidad en el precio de los

productos que se adquieren, pues no se presentan los altibajos que se pueden dar en el

mercado convencional, (donde la estabilidad en el precio al consumidor es variable), pues

se trata de un precio acordado generalmente entre los productores que expenden productos

similares, y que habitualmente solo se modifica una vez al año.

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Este sobreprecio no necesariamente se presenta en iniciativas locales de producción y

comercialización de productos orgánicos, sino que en el precio final al consumidor se

consideran aspectos como la capacidad de producción y comercialización, pues en general

los participantes en iniciativas locales de producción y comercialización de productos

orgánicos son micro y pequeños productores que expenden sus excedentes de producción,

y se promueve en primer lugar que ellos sean sus primeros consumidores.

Estos espacios no solo se presentan en México, sino también en países de América Latina

como Costa Rica, Guatemala, Brasil, El Salvador, Nicaragua, así como en países como

Estados Unidos y Canadá, entre otros, lo que permite la reproducción de experiencias

similares y un mayor acercamiento por parte de los consumidores.

V. CONCLUSIONES

El argumento central de este ensayo pretende hacer hincapié en que la producción orgánica

más que ser un nicho de mercado con un alto impacto económico, ofrece una alternativa

para los pequeños productores, que les permita revalorar sus prácticas tradicionales,

fortalecer sus sistemas de producción y mejorar su calidad de vida.

A su vez, al consumidor también le permite tener a su alcance productos más sanos, y la

posibilidad de obtener una mayor conciencia social y ambiental.

Por su parte, al resto de la sociedad le ayudaría a reducir las externalidades negativas

(ambientales y sociales) que ha ocasionado la modernización tecnológica y la supeditación

de la misma respecto del libre mercado, estableciendo con ello el camino hacia un

desarrollo más sustentable.

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La producción orgánica permite obtener beneficios sociales, económicos, y ambientales

respecto de otros modelos productivos presentes en el sector agropecuario, en donde la

agricultura orgánica juega un papel determinante en la conservación de los recursos

naturales, sociales y culturales de los involucrados.

La organización y vinculación de los distintos actores es crucial para la conformación de

mercados más justos y equitativos, así como del restablecimiento de lazos de confianza

entre los participantes, donde la conexión no solo se dé en función del intercambio de

mercancías, o del beneficio de unos cuantos a expensas de los productores o de los

consumidores, sino que además se genere una red donde todos los involucrados se

beneficien, sin sojuzgarse unos a otros, mientras se distribuyen los beneficios y la riqueza

de manera equilibrada.

Por otra parte, la promoción de los productos orgánicos, no solo debe estar centrada en los

mercados de exportación, sino que también se debe impulsar como una opción para el

autoconsumo, el autoabasto, la venta de excedentes de producción, y la reproducción

familiar tanto de los productores como de los consumidores.

Si bien se considera que este tipo de productos es consumido por un sector con altos

ingresos, y mayor nivel educativo y/o social el acercamiento de otro tipo de consumidores

es factible en el momento en que se presenta un punto de encuentro y abasto de productos

orgánicos a un mayor número de consumidores.

Los espacios en los que se desarrollan los mercados orgánicos, no solo funcionan como

espacios de compra-venta de productos orgánicos, adicionalmente en ellos se da un

encuentro que posibilita el esparcimiento, el intercambio de ideas y el aprendizaje al hacer

partícipes a los asistentes al mercado a eventos culturales, demostraciones de campo y

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talleres con temática diversa, tal como cuidado medio ambiental, reciclado, manejo de

residuos sólidos, presentación de videos de divulgación, entre otros.

En resumen las principales características de los mercados orgánicos locales son3: 1)

Participación de varios actores: consumidores, productores, vendedores, promotores (entre

las que destacan organizaciones no gubernamentales, instituciones académicas,

asociaciones religiosas, entre otras; 2) Se busca que el mercado se encuentre cerca del

productor, además de que se promueve el intercambio de productos entre productores, así

como, la diversificación al interior de los mercados; 3) El producto está cerca del

consumidor pues con estos espacios se busca reducir la cadena comercial; 4) Se parte de

que la familia sea el primer consumidor, luego la comunidad. 5) Eliminan al intermediario.;

6) promueven la venta directa al consumidor, estableciendo puntos de venta de fácil acceso

o localización; y 7) los mercados locales adicionalmente buscan fomentar entre los

consumidores la conciencia respecto a la conservación de los recursos naturales, la

revaloración de las prácticas productivas y del trabajo de los pequeños productores con la

realización de actividades tales como talleres, eventos culturales, entre otras actividades.

Con todo esto, se pretende generar y promover una nueva configuración del mercado, que

no solo se centre en la apropiación de los recursos naturales, de los medios de producción y

del trabajo social con fines economicistas o de maximización de ganancias, sino que

implica un nuevo pacto que reconfigure las relaciones sociales, productivas, económicas,

políticas, culturales y ambientales.

Se entiende que no es simplemente un asunto del ambiente, también implica justicia social

y desarrollo, pues se trata además de gente y de sobrevivencia como individuos y culturas,

donde muchas de las alternativas surgen del interés y de la necesidad de buscar un nuevo

enfoque de sustentabilidad. (Barkin, 2001)

3 Adaptado de Amador, 2003.

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Agrega este autor que no se trata de la conservación de los ecosistemas en sí mismos, sino

que se requiere a su vez del reconocimiento político, el fortalecimiento y reconstrucción de

la capacidad económica y social de la población. (Barkin, 2001.)

Porque la misma acumulación de riqueza crea pobreza, degradación medioambiental y su

agravamiento, expulsando a la gente de sus comunidades y negándoles oportunidades para

proyectar soluciones propias, zanjando los abismos sociales. (Barkin, 2001.)

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