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Ministerio de Cultura

Mariana Garcés CórdobaMinistra

María Claudia López SorzanoViceministra

Enzo Ariza AyalaSecretario general

Juan Luis Isaza LondoñoDirector de Patrimonio

Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial

Adriana Molano ArenasCoordinadora

Norma Constanza ZamoraNicolás LozanoAsesores de la estrategia

Convenio sobre Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local

Investigaciones locales desarrolladas en el marco de la estrategia Salvaguardia integral con énfasis en culturas campesinas

Memorias de Frailejonal

AutoresPablo SantiagoAbelardo PerdigónCarmen DíazEladio FlórezSinaí Perdigón

CompiladorPablo Mora

FotografíasPablo MoraValentina MoraDaniela MedinaNoel PerdigónTatiana Perdigón

Tropenbos Internacional Colombia

Carlos A. RodríguezDirector de programa

Coordinadoras del proyectoMaría Clara van der HammenSandra Frieri

Coordinación editorialCatalina Vargas TovarVanesa Villegas Solórzano

Grupo de trabajo local sobre cultura campesina, vereda Frailejonal, La CaleraNoel PerdigónSinaí PerdigónÁngel CortésDaniela MedinaOswaldo PerdigónTatiana PerdigónPilar LópezAlicia CarvajalTomás NavasPablo Mora CalderónValentina Mora López

Equipo de acompañamiento (TBI Colombia en Cundinamarca) Carlos Alberto Benavides Mora Julieth Rojas Guzmán Mónica Velasco Olarte

Corrección de estiloAdriana Tobón BoteroCatalina Vargas Tovar

DiseñoMacheteestudiomachete.com

ImpresiónTorreblanca Agencia GráficaBogotá D.C., 2014

Citación sugeridaSantiago, Pablo; Perdigón, Abelardo; Díaz, Carmen; Flórez, Eladio & Perdigón, Sinaí. (2014) Memorias orales de Frailejonal. Convenio Patrimonio Cultural Inmaterial desde la perspectiva local. Bogotá: Ministerio de Cultura & Tropenbos Internacional Colombia.

ISBNXXX-XXX

Esta obra es el resultado de un proceso de investigación local apoyado por Tropenbos Internacional Colombia en el marco del convenio 342/14 con el Ministerio de Cultura; los contenidos no representan ni comprometen la posición u opinión oficial del Ministerio del Cultura o el gobierno colombiano y solo recoge la opinión de sus autores.

Memorias de FrailejonalPablo Santiago, Abelardo Perdigón, Carmen Díaz, E ladio Flórez, Sinaí PerdigónL a C a l e r a , C u n d i n a m a r c a

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o 3 Memorias de Frailejonal

3 Pablo Santiago,

Abelardo Perdigón,

Carmen Díaz, Eladio

Flórez, Sinaí Perdigón

6 No hay como Dios, a la moda antigua por Abelardo Perdigón

8 La historia de

Colombia y América

9 Historia de Frailejonal

10 Historia de La Calera

12 Las estancias de El

Sucre

14 Cuando yo ya me

conocí

16 De la estancia a la

parcela

17 En ese tiempo no

había amor como hoy

19 La época

del trigo

21 Las primeras semillas

de papa

22 La historia de Siberia

23 Coplas

24 Consejos para esta

vida

42 Anécdotas de la vida anterior por Eladio Flórez

46 El diablo por Sinaí Perdigón

32 Tiempos bravos por Pablo Santiago

36 Mi primer peso

37 Cómo me robé a mi

mujer

39 Si uno no trabajaba,

no comía

40 El diablo y la bruja

26 Quiso Dios que la Luna me alumbrara por Carmen Díaz

30 Uno comía de lo que se

daba en la tierrita

31 El nacimiento de mis

hijos

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Salvaguardia integral de las culturas campesinas

No hay como Dios, a la moda antiguaPor Abelardo Perdigón

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Memorias de Frailejonal

- Abelardo Perdigón -

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Salvaguardia integral de las culturas campesinas

La historia de Colombia y América

Américo era hijo de unos ricos, que lo pudieron mandar a educar y Cristóbal, de unos pobres. Él les ayudaba a sus padres a hilar lana y cuando tenía tiempo libre, le daba para mirar la naturaleza y vio que en el agua llegaban palitos y hojitas y entonces pensó que tenía que haber otra tierra después del mar. Entonces fue y les contó a los reyes de España a Fernando e Isabel, los cuales le dijeron que siguiera observando. Ya después de un tiempo ellos le ayudaron a hacer las tres embarcaciones, que cuando ya estuvieron listas empezaron el viaje por el mar para buscar este territorio. Uno tripulaba en la

Santa María mientras el otro dormía y cuando ya llevaban casi un mes, venía tripulando la nave Cristóbal Colón y entonces le dio el timón a Américo y cuando este vio tierra, gritó: «¡Tierra!», y el otro estaba dormido. Por eso los nombres están puestos así. Cuando ya alcanzaron a venir todos los españoles a mirar la tierra nueva, solo eran hombres, se toparon las indiecitas. Por eso somos mestizos. Aquí los indios cultivaban el maíz, pero los españoles mataban a los indios, porque no les decían donde estaba el oro.

Colombia es la nación más rica del mundo, del continente. Tiene de todo,

hasta buen tiempo. Hay petróleo, oro, esmeralda. En otras naciones no tienen muchos recursos como aquí. Pero me pregunto: ¿Por qué la gasolina es carísima para los colombianos, siendo que aquí mismo se produce? Según mis estudios, Colombia es la más rica, la más bella de las naciones. De aquí sacan muchos alimentos, porque hasta tenemos tiempo bueno. En otras naciones, según la historia, están las estaciones, cuando hay primavera hay árbol, cuando hay otoño se recogen las matas, cuando hay verano todo se seca y en invierno nada de nada.

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Memorias de Frailejonal

Historia de Frai lejonal

Antes, las veredas de El Salitre, Volcán y Tunjaque, todo eso era Frailejonal. Y, en ese tiempo, había poca gente. La gente venía desde Jerusalén y de Cartagena a estudiar aquí. Todavía existen dos personas que estudiaron en esta escuela: Elvira Cortés Escobar y Ramón Escobar, ellos viven todavía. El límite por el norte era Choachí; Fómeque hacía parte del otro municipio, de Choachí.

Aquí se llamó Frailejonal porque en ese tiempo había mucho frailejón y el alcalde que vino a la inauguración

de la escuela del Sucre dijo que no, que ya no era Sucre sino Frailejonal. Lo que sucedió es que la gente se fue multiplicando. La escuela ya era muy pequeña para las otras veredas que ahorita existen, entonces las autoridades pusieron más escuelas. Al construirlas, la gente se iba a esas veredas y le ponían el nombre de la vereda a las escuelas. En las escrituras antiguas todo figura como Frailejonal.

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Historia de La Calera

Mire, yo recuerdo —porque lo viví y porque mi mamá me contó, porque ella nació primero que yo [Risas]—, que este municipio figura en los cuatro cerros orientales de los Andes: va desde Choachí y Guasca, en el alto de la Pinta, hasta por allá del lado de Usaquén. Y aquí va por la orilla de Cartagena y por la orilla de La Mira de Aguagorda.

Cuando los Tovar y Buendía compraron La Calera se instalaron aquí. Ellos vinieron del extranjero, no se de dónde, no tengo

historia. Esta primera historia que le cuento yo la tenía en papeles pero se perdió cuando me ardieron la casa aquí. Se quemaron todos esos papeles. Desde pequeño me gustaba leer mucho todos esos relatos como el descubrimiento de Colombia, la fundación de Bogotá, quiénes eran los presidentes que mandaban, todas esas historias.

Después de que los Tovar y Buendía se instalaron en La Calera fue cuando ya pensaron en hacer un pueblo. Entonces,

hicieron un caserío. Y La Calera fue construida por don Juan Pedro Tovar y Buendía el 17 de septiembre de 1772. Y está situada al pie del río en una ramificación de la cordillera oriental de los Andes. Se llama así porque a 5 kilómetros está la mina de caliza. Fue fundada por don Pedro Juan Tovar y Buendía con doce casas de bareque y paja, puertas de cuero y corredores hacia la calle con columnas de palma boba. Entonces formaron su hacienda allí y ellos se

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Memorias de Frailejonal

adueñaron o compraron todo, desde La Calera hasta Choachí, y hasta los cerros de Usaquén y todo. Esa hacienda se llamaba El Sucre.

Según la historia, en la parcela donde hoy es la alcaldía, los Tovar y Buendía mantenían marranos que se comían. Un buen día, una mañana, se levantó la señora que les servía a los fundadores, les dio desayuno y se fue a ver sus marranos. Un marrano había levantado una laja bastante grande, y cuando

ella se acercó y miró, y vio a la virgen de La Calera, que se le reveló ahí para que hicieran su capilla ahí mismo donde la señora la había encontrado. Cuando la gente fue aumentando, construyeron la otra iglesia. Más adelante, en la guerra de los mil días, el general Amadeo Rodríguez, conservador, vino mandando como general y verriondo y dijo que no, que se iba a llevar a la virgen para Aposentos en Los Lagos y allá se hizo una capilla que todavía existe.

A los dos días se voló la virgen y volvió a La Calera y le dijo a otra persona que su puesto era ahí. Entonces la volvieron a traer.

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Las estancias de El Sucre

Como todo era barsal, es decir chiquero de sarsa y mugrero de chusque, y había poca gente, entonces a los que venían de otro lado les daban estancias. Los estancieros tenían patrón, mayordomo y administrador. Y cuando venían a pedir estancia a los patrones, hablaban con el mayordomo y el mayordomo hablaba con el administrador y el administrador hablaba con el patrón y ya les daban la parcela de unas dos o tres fanegadas, lo que podían. En

ese tiempo, no había cerca de alambre sino que alinderaban con la misma madera que trozaban para hacer la cerca de la estancia.

A la gente le dejaban la estancia con la siguiente condición: podían trabajar cuatro días para que sacaran el carbón y la leña con que mantenerse y les tocaba pagar dos días como obligación para la limpieza de la hacienda, haciendo potreros, donde todavía no había estancias. Así se empezó a poblar la

hacienda y llegó más gente y siguieron dando estancias.

Los primeros que llegaron aquí fueron los españoles. Y no me acuerdo quiénes fueron los que vinieron a pedir estancia primero. Los que venían a pedir la estancia tomaban un pedazo, pero tenían que dormir, entonces rozaban el chiquero de la misma finca y se favorecían para hacer sus casas como pudieran, porque en ese tiempo no había en partes sino cortadera. Mientras

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Memorias de Frailejonal

hacían sus casas, ellos se arrimaban a los mismos palos y hacían ramada de la misma madera y se metían ahí. ¡Cómo sufría la gente!

Y luego, de cama, hacían una barbacoa de palos: un horcón allá y otro aquí, y cortaban unas varas que amarraban con un bejuco que se llama rejo, que ese verraco es muy duro. Amarraban bien y luego de colchón echaban las tapas de los costales del carbón o un poco de frailejón o un poco de mota y en eso dormían. Y

se tapaban con los mismos costales del carbón.

Para cocinar era con unos tarros mantequeros. Eso no había ollas ni había nada. Y para que no se reviniera la sal, porque en ese tiempo llovía mucho (como era todo barzal, había mucha niebla y no calentaba casi el sol), entonces iban a Bogotá y traían tres piedras grandes de sal que metían en la cocina y las ponían de fogón. Metían los tarros encima y ahí venía la sal sin

revenirse. Y, cuando querían echar sal en la olla, con una piedrita cortaban un trisito y lo echaban ahí. Eso daba lástima.

Y para ir a Bogotá, unos tenían bestiecitas y sino se echaban sus cargas de carbón y su bulto de leña a sus costillas por unos caminos tremendos.

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Cuando yo ya me conocí

Mi papá abuelo era español y se llamaban Santo Roberto Perdigón Ballesteros. Y mi mamá abuela era india, por eso somos mestizos. Él no vino aquí, se fue para su tierra en España. El primer administrador que manejaba la hacienda se llamaba Vicente Rincón. Y el primer patrón era don Evaristo Leiva, que era uno de los tres dueños de La Calera con los Tovar y los Buendía. Todo esto era de ellos.

Mi papá fue estanciero. Se llamaba Pascual Perdigón. Y mi mamá Clementina Florez Velásquez. Cuando yo ya me conocí ya estaba bien poblado todo y potreriado. Los primeros anteriores que yo conocí se llamaban Manuel Cortés, Severo Díaz, Uldarico

Díaz, Domingo Díaz y Manuel María Silva. Ya la gente había comprado burros, caballos y mulas, y entonces traficaban el carbón en esas bestias. Y donde pisaban esas mulas se enterraban en esos barriales.

En mi juventud, se veían de toda clase de pájaros. Los animales de tierra eran armadillos, guaches, zorros, lobos, conejos, curíes, perdices, pavas y gallinetas. Algunos servían para comer como los guaches, los conejos, los tinajos y los armadillos. Los zorros no se comían y solo algunos comían runcho. Cuando uno no tenía carne pues mataba una paloma o pichona o torcaza o gallineta y ahí tenía carne para comer.

Una vez un hombre echó un perro al monte y el perro ladró muy duroy la cacería que llevabafue un infeliz zancudo.

El zancudo cayó al mary cayó en una remanse,siete metros tenía de hondoy una pierna daba alcance.

Para matar a este animalacudió a la infanteríacon cuatro ametralladorasy un cañón de artillería.

Del cuero de este animalhicieron dos mil paraguasy un pedacito que quedóa una vieja las naguas.

El feo de este animallo llevaron pa Tabóny esto hace quinientos añosque todavía hay jabón.

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Memorias de Frailejonal

La carne de este animalla llevaron pa la artilleríaciento cincuenta hombresy carne hay todavía.

La estancia la podían tener de por vida mientras cumplieran la obligación. Desde que cumplieran las órdenes ahí podían comer y vivir. Cuando venía el mayordomo a manejar a los obreros (que ya a lo último eran como cuarenta o cincuenta hombres) les daba tareas. Ellos limpiaban con machete haciendo rocerías para hacer los potreros. Eso trozaban una cepa sin miedo. Y donde había harto chusque usaban un machete especial. Ya después salieron los azadones, los sopeños, los de cinco libras. Cada uno se

repartía dos o tres metros y en línea recta una fanegada hacia arriba. Y el que era más ventajoso le echaba el mugre al otro y lo hacía joder. Es que toda la vida ha habido cizaña.

El trato no era bien porque apenas les daban la sopa, no les daban más. Había mujeres que traían la harina o el maíz para hacerles la sopa y otros, manténganse como puedan. La sopa era de maíz: molían el maíz, lo ponían a “jechar” y ahí hacían la sopa. Y de recado le echaban cubios o chuguas, no había papa. Y cuando no había nada de eso, le echaban las mismas hojas de la chugua o del cubio a la sopa. Como en ese tiempo no había tallos, ni nada. Es que en ese tiempo la gente era triste.

Y cuando iban a llevar su carbón a Bogotá cargaban su perrita del cuero para traer los cunchos para hacer la chicha. Entonces ya se mejoró todo. Porque con la chicha se mantenían sin comer nada. Las mismas señoras que llevaban el carbón para Bogotá traían los cunchos en las perritas de cinco botellas y ahí hacían la olla del guarapo. Primero quebraban el maíz y lo dejaban ocho días ahí. Después lo sacaban, lo molían en piedra, lo colaban y le echaban un poquito de cunchos y un poquito de miel. La miel la traían las mismas bestias que llevaban el carbón. La cargaban en zurrones de cuero de ganado de cinco galones. Para hacer los zurrones los cocían bien

cocidos y ahí traían la miel. En ese tiempo las pieles del ganado eran muy útiles para todo: para rejos, coyundas, para los zurrones y para los rejos de amarrar los animales.

El cuero lo curtían. Mi papá llevaba cáscara de encenillo a una tenería y allá con cáscara de quimicua curtían lo cueros y quedaban blanditicos. Todos los orillos servían. Los echaban en un recipiente hasta que cuajaran, metían las cáscaras de encenillo y el cuero en un recipiente, no cocinado sino en temperatura bajita de 20 o 30 grados.

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De la estancia a la parcela

Pasados varios años, los estancieros se volvieron propietarios por un decreto en el que todo patrón tenía que venderle las parcelas a los arrendatarios. Y así, los que ya tenían platica, compraron. Y ya llegó el alambre y empezaron a cercar las parcelas.

Cuando parcelaron como quinientas fanegadas desde el puente de Socha hasta la mata de calor, donde están ahora los tanques de agua, unas parcelas las compró un señor Policarpo Silva que había trabajado por allá en la sabana y tenía sus centavitos. Donde está

la escuela todo eso era de Policarpo. Él tenía un tío que se llamaba Nicolás que compró menos. Y mi tío Enrique Flórez que no tenía cómo comprar se hizo socio de un señor Anacleto Cortés. Entonces se hicieron socios y pagaron esa finca. Mi papá alcanzó a comprar donde vivo ahora. Nosotros vivíamos en la escuela que se llama Frailejonal. Él seguro le pagaba algo al municipio. Yo nací ahí. Después construyó la casa aquí. Él no tenía casa sino una estancia, se pasó con el mayordomo y después hizo una casita mejor.

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En ese t iempo no había amor como hoy

La gente se casaba entre ellos. Los hijos le ayudaban a los papá a hacer la leña y el carbón y a servirles. Entonces cuando el muchacho tenía unos treinta años y la china también, los casaban. Como no había escuela ni nada, los chinos no se enamoraban. En ese tiempo no había amor, como hoy que están mamando y están enamorando. No, en ese tiempo había mucho respeto. Entonces se cuadraban a los hijos entre los compadres y amigos.

Lo que pasaba entonces era que, un ejemplo, si usted era el papá del muchacho y yo el de la muchacha, entonces ya éramos compadres y amigos. Se reunían los cuatro esposos y decían: «Bueno, mija tiene tantos años y el suyo tantos, hagamos una cosa: pidámosle al patrón que nos de otra estancita y los mandamos a casar y les ayudamos.» Así se hacía. De alguna manera les compraban chiritos, hablaban con el padre de La Calera y les decían: «Bueno, aquí

está su vestido, tal domingo camine para La Calera que vamos a misa.» Los papás ya tenían arreglado con el cura. Entraban a misa y les decían que cuando el padre dijera tal cosa, contestaran que sí. Eran las mismas palabras de ahora porque eso no ha cambiado. Y cuando ya salían a la puerta de la iglesia, cogían a la china de la mano y le decían al chino: «Aquí está la mujer de usted y hagan vida como la hacemos nosotros.» Entonces ellos se casaban con enjalma verde. Eso era tremendo. A mi no

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me tocó, eso fue antes. Y los que tenían sus centavitos prestaban ropa, todo. En ese tiempo había mucho cariño, mucha confianza y mucho respeto entre todos. Los matrimonios duraban hasta la muerte, como decía el cura: «En las buenas o en las malas hasta que la muerte los separe.»

De esos tiempos, me acuerdo de estas coplas:

La boda fue en la cocina,tan bien que la pasamos,ella debajo de un chinoy yo debajo del sarso.

El día de mi matrimonio,un cabro verraco estaba,y así lo mandé matar pero me queda el consueloque sí le di de tragar.

Un plato de chicharrones sin múchigos sin limpiarmi suegra está encarcelada en una cárcel de platay de alimento le daban una mazamorra claratan caliente, sin cuchara y en un platillo de latapara que me quema la boca esa vieja condenada.

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La época del tr igo

Con el tiempo, todo estaba mejorado un poco. Las mujeres estaban adiestradas para ir a Bogotá y cogían la chicha y ya podían traer más mercadito y salía más recadito por ahí. Entonces comenzó a haber el trigo, porque no había maíz por el frío.

El trigo fue aquí así: cuando ya estaba potreriado todo eso, que la estancia estaba limpia, el patrón daba permiso de sembrar trigo en ese pedazo limpio y la gente echaba los bueyes para trabajar. Tenían un yugo de madera, sus jacas, sus dos camellas para poner el barzón y sus coyundas del mismo cuero del ganado. Y

ambos bueyes iban haciendo el trabajo. El gañán iba atrás y el muchacho, que se llamaba el aseador, adelante.

El arado se hacía con una cabeza de palo jorobada de tíbar, de arrayán o de chaque, que eran unos palos muy verracos. Cualquier palo no servía. Le hacían por debajo un hueco y le ponían dos teleras y el timón. Y ahí iban los bueyes con el gañán sosteniendo la yunta y arado.

En esa época, Anacleto, Policarpo, Nicolás y mi papá ya tenían yuntas de bueyes y ellos alquilaban los bueyes a los que no tenían y sembraban más trigo. Los que tenían más, sembraban

máximo una carga, los otros sembraban una arroba, los otros media arroba, los otros seis libras y los otros tres libras. Sembraban en el mes de febrero para recoger en el mes de noviembre. Cada uno sembraba su montoncito de trigo y ya cuando estaba la cosecha, cada uno hacía su parva y lo arrimaban a la montonera más grande. Y ahí era donde llegaba la máquina para trillarlo. Pero luego, para trillar ese trigo, era un trabajo muy verriondo. Porque, póngase usted a pensar: en Guasca unos señores Quinches eran los dueños de la máquina, pero como en ese tiempo no había llantas, sino ruedas

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como las carretillas antiguas, para traer la máquina de Guasca acá se echaban casi quince días y con veinte o treinta yuntas de bueyes y otros tantos hombres para trancarlas ahí porque eso eran puros pantanos, sin carreteras. La gente sí se jodía mucho.

La máquina trabajaba con tamo y agua, no era de gasolina. Se instalaba y cada uno pagaba la trilla de su parva: tanto por la carga o por las arrobas que sacaban.

El que sacaba cuatro o cinco arrobas dejaba una arroba para comer y el resto lo vendía en Bogotá, llevándolo en mula a los molinos de pan. Cuando se acababa la parva, la máquina tenían que devolverla a Guasca.

Después empezaron a sembrar cebada. Pero pasó que la cebada no daba bien, adelgazaba mucho la tierra y la esterilizaba. Entonces fue cuando llegó la papa.

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Las primeras semil las de papa

Dejaron de sembrar la cebada porque llegó la semilla de papa. Y con la papa llegó el tractor y se normalizó todo. Se arreglaron caminos y ya todo el mundo tuvo forma de vivir. Porque antes éramos muy pobres y todo muy triste.

Las primeras papas que vinieron acá fueron la lisaraza carriza y la lisaraza rosada. Después llegó la tocana blanca y después la tocarreña. Despues de la tocarreña, la criolla. Y después fue la valdeza. Ahorita ha cambiado todo.

En ese tiempo, para sembrar la papa se rozaba un pedazo de tierra con azadón, descepando. Se hacían cespedones y se dejaban todo medio echado. Dos o tres meses después, cuando llegaba el verano, se hacía la ronda, se metía candela y se quemaba todo eso que se volvía ceniza. Y esa ceniza era el abono. No había que fumigar ni qué nada: hacer el hoyo, sembrar la papa y desyerbarla, no más. No había llegado el pasto, entonces no había mucha hierba. Y no caía la gota.

Por eso no había químicos. Uno comía vegetación únicamente. En cambio ahora, ¿por qué estamos enfermos? Por las sustancias químicas. Hasta el ajo, la cebolla y los cubios hay que fumigarlos porque ya tienen animales que los dañan. Y los mismos químicos se han encargado de coger la sementera. Porque, por ejemplo, cuando no se picaba la papa, ¿quién iba a traer remedio?

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La historia de Siberia

La historia de la Siberia empieza antes de que estuviera la fábrica de Cementos Samper. Se había descubierto la mina de caliza que es en piedra. La gente hacía mochilas de rejo, de cuero rajado, cargaban la cal en las mulas y llevaban el material desde Siberia hasta Usaquén. En Usaquén era donde quedaba el horno de cocinar la cal. Muchísimas casas eran en ese material, no en cemento. Cuando ya vinieron los de Samper inventaron que iban a

hacer la fábrica por la caliza e hicieron una fábrica chiquita. Vino la ciencia más delante e hicieron un horno mucho más grande y la fábrica fue creciendo. En torres de madera ponían el cable para la fábrica y después ya con la tecnología lo hicieron en metal. El transporte en vagoneta se movía por un motor y un cable fijo, por donde iban las ruedas. Para construir los edificios hacían una mezcla de cal cocida y arena.

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Memorias de Frailejonal

Coplas

Antes de entrar a la fábrica yo tenía más tiempo, entonces por allá en el pueblo yo oía que llegaba un cantante y le compraba el libro o el cuadernito de los cuentos y las canciones. Los guardaba y cada día leía y me los aprendía. Por eso yo puedo recitar todo eso, como la copla del tren que hicieron en tiempo de Rafael Uribe Uribe que dice:

Pasan las horas, pasa el momento,¿adónde irá? Más allá, más allá,(…) los horizontes.Rompe los montes pa Soledad,ella con lazo robusto y cierto,une al desierto con la ciudad,hija del cielo, borra fronteras,discordia entera, Oh Dios, al mar.¿Adónde irá? Más allá, más allá.

Todo se acaba mujer en esta vida

Todo se acaba mujer en esta vida,la riqueza, el amor y la hermosura.Y es tan fácil el amar como se olvidaque en reposo estaré en la sepultura porque cuando yo muera, mujer idolatrada,ya sin tus besos estará mi cuerpo helado.Anda a esa tumba triste y desoladay reza por tu amante ya olvidado,no me lleves coronas florecidasni nada, nada que engalane mi fosa,que en la tumba donde mueren mis díasla custodia es una errante mariposa.

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Consejos para esta vida

En esta vida que estamos, les aconsejaría que no hay como Dios a la moda antigua. Yo en mi época conocí una vida y ahora estoy conociendo otra vida que tengo. Igualándolas, analizo que la ciencia va adelante. Vuelvo y analizo y me doy cuenta que la ciencia va hacia adelante y el mundo para atrás. Hoy yo les cuento esta historia, porque la viví, la existí. En ese tiempo los profesores le

enseñaban verdaderamente a uno lo que era la naturaleza. Ahora enseñan lo que va a ser. ¿Cómo les van a enseñar una vida que aun nadie conoce? Si todavía no ha llegado mañana, todavía no ha existido. ¿Cómo puedo yo aprender de eso? ¿Por qué enseñan lo que no han visto sino lo que oyen decir por allá?

Sobre la voluntad de Dios no hay nada más. Dios

le dijo al hombre: «Ayúdate que Yo te ayudaré». Creen que el médico es Dios, pero no, es Dios que le dio poder. Uno no se manda solo, uno tiene quien lo manda y quien lo gobierna. Dios nos dejó la enseñanza de que la voluntad de él es la de uno.

[Entrevista de Sinaí Perdigón y Noel Perdigón a don

Abelardo Perdigón el 17 de agosto de 2014 en la casa

de Noel Perdigón, vereda Frailejonal, municipio de La

Calera. Transcribió Valentina Mora y editó Pablo Mora]

Memorias de Frailejonal

Quiso Dios que la Luna me alumbrara Por Carmen Díaz

Salvaguardia integral de las culturas campesinas

- Carmen Díaz -

Memorias de Frailejonal

Mi esposo es Abelardo Perdigón, pero para enumerar a todos nuestros doce hijos, seis mujeres y seis hombres, ¿quién sabe? La fecha de mi nacimiento sí es un secreto. Mi mamá me tuvo acá en la misma vereda San Rafael. Ella se llamaba Ema García y mi papá Severo Díaz. Éramos catorce hijos. De los catorce yo soy la pura mayor. Ya no tengo sino tres hermanos, porque los demás han muerto.

La gente se casaba aquí, no salía a buscar marido por fuera. Nos conocíamos en la escuela y nos casábamos,

unos con los otros. Yo estudié en la escuela, hasta quinto de primaria y lo mismo mi esposo. En la escuela… mmm, como le digo yo, revuelto hombres y mujeres. Nos soltaban a las mujeres adelante y ahí soltaban a los muchachos. Muchas veces los muchachos nos asustaban: se metían entre los hoyos y uno cruzaba y le metían tremendo susto. Qué malos. Después en la escuela dieron la orden de que los muchachos tenían que estudiar más tarde y

a nosotras nos soltaban más temprano, para que no hubiera encuentro con los muchachos.

La vida era distinta a esta, mucho más bella, no se sufría tanto. No había tanto, como digo yo, libertinaje. Vivíamos muy apegados a los padres y nos tocaba trabajar duro con ellos para mantenernos. Si no salía comida tocaba hasta robar. La situación de mis padres, no les alcanzaba para sostener a los catorce hijos. Cada uno tenía su obligación. Mi madre nos llevaba a las

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más grandecitas a alistar la leña, a arreglarla. Y los días miércoles y sábados se iban para Bogotá con sus bestias. Muchas veces mi mamá me llevaba. Para yo poder montar, mi mamita me amarraba de adelante para que no me cayera, ¡Ay Señor Todo Poderoso! Cogíamos la Morita y me llevaba.

Por cierto mi amor, aquí no había casas, era puro monte. No había carreteras ni caminos en ese tiempo, solo trochas y el camino real que iba de Bogotá a La Calera. Para subir hasta

aquí nos tocaba por La Cuchilla. Poco se sembraba y teníamos que tener la vaquita de leche para ordeñar y poder darle a los hermanos. ¿Qué más le dijera yo? Bueno sí, había mucho bosque, mucha vegetación: chite, totiadera, arrayanes, mortiños. No había ningún árbol de eucalipto, ni de pino, de eso no había nada. Había mucho pajarito, mucho. Los primeros que yo conocí eran mirlas, copetones y carpinteros. Habían pavas pero muy pocas, ellas

estaban en las montañas, en las cordilleras de monte que eran una belleza. También había arrulladores y currucuyes. Nuestros padres nos asustaban con esos animales porque decían que ellos eran parte del diablo y que si nosotros hacíamos alguna pilatuna, el diablo nos llevaba. Los tales currucuyes cantaban así: ¡Cocococú, cocococú!

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Uno comía de lo que se daba en la t ierr ita

En ese tiempo no era como ahorita. Mi casita era que se arrastraba, se arrastraba, porque era de pura paja hasta al suelo y así por debajo iba todo amarradito, como para que se sostuviera. Vivíamos, cómo le dijera yo, en la pura tierra. El piso era de tierra y las paredes se hacían de una mezcla de estiércol de vaca y tierra. El techo era de paja de carrizo. Nos hacían la camita y dormíamos con costales donde ponen las papas y con trapitos que ya no servían. Todo mundo colaboraba, hombres y mujeres: traer la leña para hacer la fogatica, traer el agua para hacer el alimento. El desayuno era agua de panela con unas

mogollitas que se llamaban las rubieñas. Teníamos unas lajas y se tostaba el maíz en unas ollas de barro, se molía la panela y se hacían unas tonguitas de chocolate.

Nos levantábamos por ahí a las seis de la mañana o cinco, a hacer oficio, a barrer, a tener la casa arreglada, traer la leña, ordeñar la vaca y así varios oficitos que no le faltaban a uno. Mi papá tenía una yunta de bueyes y, ¡ush!, cómo sufría yo con esos bueyes. Eran toros sumamente chuscos de las mismas vacas e íbamos adelante con un palito y… ¡ay señor! ¡Hohohoho!, les gritaba mi papá. Y los llamaba por sus nombres, Caramelo y

Granate. Cuando la tierra ya estaba preparada se sembraba la papa. El trigo ya se había acabado cuando era pura bebita. Por ahí a las nueve nos daban un agua de panela y a las doce llegaba mi mami con el almuerzo: la mazamorra, que era una sopa con cubiesitos y tallitos. Muchas veces le echaba hojitas de chugua. Carne no se comía. Uno comía de lo que se daba en la tierrita. Lo poco que se compraba era la panela y el cacao. Y muchas veces no se veía de comer. Era muy dura la vida. Mi padre le tocaba la obligación, que era unos día de trabajo obligado, donde el dueño de la estancia.

Salvaguardia integral de las culturas campesinas

El nacimiento de mis hi jos

Mi mamá me cantaba una canción: «Arrurú mi niño, arrurú mi ya. Y el coquito viene y se lo comerá». Era para asustarnos a los niños, para que nos acostáramos en la hamaca. Tanto sería de dura la vida que cuando tuve a mi primer hijo, Sinaí, mi mama me regaló unos chiros y después se los puse a mis otros hijos, a Ángel, a Elsa a Noemí. A todos ellos los tuve en la casa con una partera que se llamaba Evangelina. Con Sinaí duré dos días y tres noches sufriendo, hasta que di. Gracias a la partera todos nacieron buenitos, bendito y alabado sea mi Señor. Todos me nacieron bien, gracias a Dios.

Unos me nacieron por el camino, sola, cerca de la casa, ¡ay! Una vez me dio miedo que mi niña llegara y se muriera, entonces salí. Quiso Dios que la Luna me alumbrara. Menos mal que la chinita salió como la escopeta. La cogí y con la ropa y con la misma ruanita la tapé. Otra vez duré quince días llorando, porque no podía tener la hija. Era terrible y me llevaron para mi casa y allá tenía que estar los cuarenta días. Otro, Noel, me nació llegando a la casa. Yo venía de la clínica y me habían dicho que eso me faltaba unos meses. Apenas me agaché a cruzar la cuerda, reventé fuente y nació mi chinito. Los otros los tuve en mi casa y le doy gracias a Dios.

[Entrevista de Daniela Medina y Pablo Mora a

Carmen Díaz el 17 de agosto de 2014 en la casa de Noel

Perdigón, vereda Frailejonal, municipio de La Calera.

Transcribió Daniela Medina y editó Pablo Mora]

Memorias de Frailejonal

Tiempos bravos Por Pablo Santiago

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- Pablo Santiago -

Memorias de Frailejonal

Yo nací en la vereda de Aguagorda. Tengo 76 años. Mis papás se llamaban Oliverio Santiago y María Julia Guerrero. En ese tiempo era muy bravo porque me tocaba ir muy lejos y no había carros, ni carreteras. No había nada. Es más: uno no usaba zapatos ni medias, me tocaba a pata limpia. Y sufría mucho por los inviernos, no como ahorita. En ese tiempo eran ocho días que no podíamos salir de la casa porque los inviernos eran bravísimos. Y, cuando escampaba, salíamos a

ver los animalitos. Todo lo que se producía en la región lo llevaban a costilla, desde Mundo Nuevo hasta El Salitre. A pesar de tanto frío que hacía siempre bajábamos alegres. En cambio, los jóvenes de hoy en día no viven agradecidos. ¡Por Dios!, les compran un par de zapatos y le dicen que tienen que ser de marca o si no, no.

La comida era muy buena, pero también bregábamos mucho para conseguirla. Me acuerdo que se hacía harina, se tostaba el trigo, se molía y a veces, se mojaba con agua de panela

o leche. Mi papá le decía a Julia: «Haga una harina de trigo, échele caldo de cola de caballo, píquele un poco de cebolla, échele y moje la harina». Pero no se le podía echar leche porque era con sal y quedaba aun más bueno. Con la harina también hacían una mazamorra muy deliciosa y eso se la tomaba uno. A mi papá le gustaban las papas con panela.

Luego me mandaban a misa. Me daban unas alpargatas de cuero con una cabuya para el camino y me decían: «Mucho cuidado con ponérselas en el calle».

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Entonces me iba a rezar y si llegaba con las alpargatas sucias me daban una leñera. En ese tiempo los hijos sufríamos mucho y si uno no hacía caso, nuestros padres nos mandaban un zapato. Era una cosa terrible por que a uno le daban unas muendas muy bravas, casi nos mataban.

Mis padres trabajaban en la agricultura, en el carbón y la leña. Cuando ellos me pusieron a estudiar, me tocaba salir de la escuela a ayudarles a trabajar. Eso no lo dejaban descansar a uno. Continuamente tocaba

hacer el carbón y picar la leña. A las tres de la mañana mi papá y mi mamá arrancaban a pura pata, a pesuña, y llegaban a Bogotá al Siete de Agosto. Iban golpeando en las fincas: «Me compran el bultico de carbón o el bultico de papa». Aguantaban con el desayuno de acá hasta las doce o una de la tarde, cuando acababan de vender lo que llevaban. Y nosotros pequeñitos esperando a qué horas llegaba mi papá o mi mamá de Bogotá. Como casi no había comida era un gusto que llegaran ellos con la comidita. Y el

día que no se vendía no había para el mercadito. Era un sufrimiento bravo. La carguita de carbón se vendía a dos pesos y eso alcanzaba para el mercado. La carga de leña se vendía también a lo mismo. A veces conseguían siete u ocho pesos, que era poquito pero valían.

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Mi primer peso

Póngale cuidado a esta historia que fue muy linda Había aquí en Los Lagos un señor que sembraba mucha papa y mantenía noventa obreros. Un día mi papá me dijo: «Mijo, vaya a trabajar con don Julio Carrillo para que nos ayude». Yo fui y entonces don Julio me dijo: «Hágale mijo». Como yo era pequeñito, me ganaba ochenta centavos y a los señores de edad les pagaba un peso. Yo con el anhelo de ganarme más le dije a don Julio: «¿Por qué no me paga el pesito?» Don Julio me contestó: «Usted trabaja muy bonito pero solo le pago el peso si lo veo levantando un bulto de cinco arrobas a la tolda donde estamos arrimando la papa». Y yo

con esas ganas le dije a mi hermano mayor, que ya era grande, que me ayudara a levantar las cinco arrobas y me las pusiera en la espalda. Mi hermano les pidió al hijo del patrón y a otro amigo que me colaboraran poniéndome los bultos a mi espalda para llevarlos a la tolda. Y así fue. Ellos levantaban el bulto y me lo echaban al hombro. Pero, al principio, yo no podía. Como a uno no le ponían vestidos en ese tiempo como ahora sino una camisita muy delgadita y como la tierra era suelta porque la habían aflojado, al cargar el bulto me temblequeaban las piernas. Pero yo lo llevaba. Así me cargué los bultos a la tolda. Cuando llevé el

último bulto para completar diecisiete, sentí un dolor tremendo aquí atrás. Se me habían pelado las espaldas, me estaba vertiendo sangre y no me aguanté más. Yo me acuerdo que a las cinco de la tarde llegó el patrón a darle de comida a todos los obreros y a pagar, por que en ese tiempo pagaban diariamente. Cuando cruzó don Julio me dio ochenta centavos. Entonces le dije: «Pero don Julio, yo levanté los bultos que me dijo, tiene que pagarme el peso». «Bueno, bien» —me contestó— y me dio el peso. Yo me puse muy contento. Me sacrifiqué pero me gané los veinte centavos de más.

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Cómo me robé a mi mujer

Yo me casé de 21 años no completos. La mujer mía tenía 18 años no completos. Éramos unos chinos, pero gracias a la Virgen salimos adelante. Cuando yo conocí a mi novia eso fue gracioso. Para conquistarla era con un respeto sagrado, pero tocaba que los padres no se dieran cuenta, porque si no le pegaban a uno. Mi suegro y mi suegra vivían al frente de mi casa. Entonces me tocaba salir a un altico y ella también y me hacía señas y yo a ella. Y así nos tocaba vernos. Mi suegra sí me quería pero mi suegro no. A mí me contaron que él tenía una navaja y que me la iba a enterrar. Un día le dije que si me iba a matar por estar de novia con su

hija. Él me dijo: «No lo mato, pero a mi hija no la saca de mi casa». Yo le contesté: «Vamos a ver, ella tiene que ser mi mujer. Tal día vengo por ella». Y dijo que no. Fui a ver a mi suegra, que ella sí era de gusto y le dije el día que tenía pensado pedirle la mano de su hija. Fue y le contó al viejito. Eso fue un sábado. El viejito se opuso. Yo le dije a la viejita que por la tarde iba y me la sacaba. Y así fue. Me la robé, me la llevé de su casa. Yo ya había hablado con el cura que me había dicho que nos casaba al día siguiente. Pero le conté que no podía llevarla a mi casa porque mis suegros no querían que me casara. El padre me preguntó que

adónde me la iba a llevar y yo le dije que para donde mi cuñado Diomedes que vivía en El Salitre. El padre me advirtió: «No me la vaya a irrespetar». Y yo le dije que tranquilo. Me la llevé entonces ahí para abajito y esa noche dormimos muy sagradamente. Y, al otro día, como a las diez de la mañana nos casamos. El disgusto fue de mi suegro, pero el resto, todo el mundo conforme.

Hice una fiesta inolvidable que duró como cuatro días, porque en ese tiempo era así, fiestas y fiestas. Yo trabajaba con mi cuñado haciendo casas. En ese momento solo tenía quinientos pesos y en un mes terminaba

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la obra. Como pensé que con esos quinientos pesos no me alcanzaba para el matrimonio, me le fui a Arturo Cortés y le dije: «Lo invito al matrimonio, pero hágame el favor y me presta doscientos pesos. Yo se los pago en uno o dos meses máximo». Me dijo: «Tranquilo Pablo, aquí están los doscientos pesos, pero yo no puedo ir porque el patrón no me da permiso». Así completé setecientos pesos que en ese tiempo no era nada. Me fui a hacer el mercado: le compré el

vestido a mi mujer y el vestido para mí. También compré bebida, de todo, y me salió por quinientos cincuenta pesos. Hice la fiesta y me sobraron ciento cincuenta pesos. Cuando pasó la fiesta me puse a trabajar con mi cuñado y como al mes completé los doscientos pesos y se los devolví a don Arturo. Y así llevo más de cincuenta y cinco años casado y a Dios gracias levanté mi familia. La mayoría vive en Bogotá, pero me estima mucho.

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Si uno no trabajaba, no comía

A mí me tocaba trabajar casi de noche y de día, sembrando papa de las cinco de la mañana hasta las siete u ocho de la noche. También fui carbonero y me tocaba sufrir mucho para sacar a mis hijos adelante. Si uno no trabajaba no comía. Trabajaba también con mi papá viajando con las mulas a Bogotá con cargas de carbón y leña. Me tocaba cargar las bestias y bajarlas de aquí de Frailejonal hasta El Salitre y de ahí para Abastos en Bogotá. No existía todavía Corabastos,

sino la plaza España. Allá vendía las cargas y me venía a atender a los obreros que yo dejaba en ese tiempo recogiendo papa. Me acuerdo que el primer mercado me valió doce pesos. Eso era chocolate, pasta, arroz, lentejas, panela y azúcar. Un día mi papá alarmado me dijo: «Pablo, se subió todo a quince pesos». Ya cuando yo empecé a trabajar por mi cuenta, todo siguió subiendo. El mercado ya valió dieciséis pesos y después veinte pesos. Y uno asustado por que la plata era escasa.

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El diablo y la bruja

Bajaba yo con mi señora a las once de la noche, porque ella estaba enferma, con los dolores del parto y la llevaba a donde una médica que había en El Salitre. Ella andaba un ratico pero no podía y se sentaba y suplicaba, para que no le fuera a nacer el chino todavía. Cuando bajábamos de La Cima, en la revuelta, con la Luna baja, adelantico de yo, apareció un perro negro pero ni el hijuemierda de grande, pegó un brinco, cruzó detrás de la carretera y se metió en una pinera ahí abajo. Entonces yo pensé: «Virgen Santísima que mi mujer no lo haya visto».

A mí no me dio miedo y esperaba que mi mujer no lo hubiera visto. Entonces a

lo que cruzamos por donde había cruzado el perro, se me botó la mujer y me agarró un brazo y me dijo que había visto un perro negro horroroso. Yo le dije que no se afanara que debía ser uno de los perros de don Pascual. Pero, para mí, por el modo que bajó del cerro no era un perro normal. «¡Era el diablo que se presentó en esa forma, je je!»

También se me ha presentado la bruja. Cuando salía con mi mujer, muchas veces pasaba cerquitica y gritaba. Una noche, como a las diez, voló sobre la casa y soltó una carcajada. Yo le digo que era una bruja, era una vaina grandísima y pegaba unos berridos muy feos.

[Entrevistas de :Daniela Medina a don Pablo Santiago el 23 de agosto de

2014 en la vereda Cartagena, municipio de La Calera,

camino a Chorro Blanco. Transcribió Daniela Medina y

editó Pablo Mora.Oswaldo Perdigón, Sinaí

Perdigón y Daniela Medina a Pablo Santiago, el 30 de agosto de 2014 en la casa

de Noel Perdigón, vereda Frailejonal, municipio de La Calera. Transcribió Daniela

Medina y editó Pablo Mora.]

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Anécdotas de la vida anterior Por Eladio Flórez

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- Eladio Flores -

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Mi nombre es Eladio Flórez. Tengo sesenta años y nací en La Calera, Cundinamarca. Soy hijo de Gerardo Flórez y María Hipólita García. Mi abuelita por parte de mi papito se llamaba Hermencia y mi abuelito difunto Enrique Flórez. Por parte de mamá eran María Díaz y Pablo García. Mi mama vivía en la vereda de El Volcán y mi papa en Frailejonal. Él trabajaba en la fábrica de Samper. Como en esa época se iba a pie a hacer turnos, se conocieron con mi mami, según cuentan ellos, cuando mi papá pasaba para La Siberia. En ese tiempo antiguo eran los

papás los que arreglaban el matrimonio: fulano y sutano se tenían que casar. Somos doce hermanos, seis hombres y seis mujeres. Mi mamá me tuvo en la clínica de la fábrica de cemento Samper. Los primeros nacieron en la casa porque en ese tiempo no había control ni nada para las mujeres embarazadas, no había sino parteras.

Nosotros estudiábamos en una jornada todo el día. Entrábamos a las ocho y salíamos a las once y media. Volvíamos a entrar a la una y salíamos a las cuatro. En ese tiempo se estudiaba por ahí hasta cuarto de primaria. Ya a lo último, cuando nos

retiramos, sacaron el quinto de primaria. Había una o dos profesoras no más, para todos los niños. Una se llamaba Raquel de Perdigón y la otra era la profesora Rosa Tovar y también Marujita Tovar. Era apenas un salón grande donde nos atendían a todos y no había restaurante. Yo no me acuerdo si era mixto o por la mañana los hombres y por la tarde las mujeres. En esa época no había canchas de microfútbol como ahora. Yo me acuerdo que había una cancha de básquetbol que la hicieron en tablas de madera y era en tierra.

A nosotros nos tocaba muy duro porque no había

carreteras ni nada. Al principio nos tocaba a pie limpio o con cotizas. Después a lo último ya empezaron a salir las botas machas. Siempre andábamos harto descalzos. Y no teníamos luz sino era con velas o esperma y los más pudientes tenían lámparas de gasolina. Ya como en 1970 empezaron a electrificar las veredas de Frailejonal, El Volcán y El Rodeo. Y entonces nos tocaba hacer fiestas y reinados para recoger plata para los gastos, porque nos tocaba dar plata para la energía.

Me acuerdo que las candidatas del primer reinado eran Calixta Cortés y

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Noemí Perdigón. Cada reina tenía su comité y cada ocho días hacían la fiesta en las casas o en las escuelas de los padres de las reinas. En ese tiempo ganó Calixta.

Cada ocho días íbamos a eventos deportivos a otras veredas para recoger fondos. A nosotros nos gustaba mucho el deporte, pero como no había donde practicarlo, nos metíamos a los potreros, donde hubiera un planecito y jugábamos fútbol. Los dueños de esos predios nos sacaban a perder. Pero en ese tiempo llegó la doctora Beatriz de Anzola que era una señora muy pudiente de La Macarena, le pedimos

ayuda y nos patrocinó para ir a representar a la vereda en varios campeonatos. Así estuvimos jugando en La Calera, Fusa, Choachí, Treinta y seis, Mundo Nuevo, Junia… Como la doctora Beatriz era muy hincha del Santafé, el primer uniforme que nos dio ella, fue de ese equipo. Ya después nos comprábamos los uniformes a nuestro gusto. Nos poníamos de acuerdo en el color y los comprábamos en Bogotá, con los otros implementos deportivos. Doña Beatriz nos colaboró mucho para hacer las canchas. Nosotros fuimos los primeros que hicimos las canchas que hay ahora de

microfútbol y de fútbol. Las inauguramos con las otras veredas que vinieron en ese tiempo. Vino mucha gente y los del periódico campesino. Por ahí tenemos los recortes de cuando inauguramos la cancha de fútbol.

En la vida anterior no había tanta violencia, maldad y envidia como ahora, no; con gente de otras partes, que ya casi es estilo Bogotá. En ese tiempo éramos más unidos porque no había tanta gente de otros lados, solo de la región, todos conocidos, casi familiares.

[Entrevista de Sinaí Perdigón, Alicia Carvajal, Daniela

Medina y Oswaldo Perdigón a don Eladio Flórez el 13 de

septiembre de 2014 en la casa de doña Gladis Cadena, vereda Frailejonal, municipio

de La Calera. Transcribió Pilar López y editó Pablo Mora]

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El diablo Por Sinaí Perdigón

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- Sinaí Perdigón -

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Este cuento es de verdad porque me lo contó un tal José Martínez. Hay un punto aquí que se llama La cuchilla por donde pasaban a medianoche los arrieros que venían de debajo de El 36, camino a Bogotá. Una noche pasó por ese punto José con sus bestias. Él me contó que las mulas iban por el caminito una por delante y las otras detrás. De repente se paró la de adelante y no quiso darle paso a los de atrás. Y arréelas, arréelas y nada. Y el hombre pensó

«No pasan las mulas». A la que iba adelante, se le dio la vuelta el costal en la tripa. Entonces a José le tocó bajar la carga de la mula. La cuadró, le colocó la enjalma y puso un bulto de papa sobre otro. Pero no podía con la mula. «Y ahora, ¿quién diablos me ayuda a subir las cargas a la mula?». Él mismo me contaba esta historia que no es mentira. Apareció entonces un señor subiendo que le dijo: «Tranquilo, si quiere yo le ayudo». Cogió los dos bultos de papa,

los echó a la enjalma y los amarró. A lo que iba a arrancar, José le dijo, como era costumbre: «¡Adiós!» Y cuando le dijo adiós, el hombre le dio la vuelta a la carga y se la dejó tirada en el suelo. Más abajito, al pie del cerro, donde hay un palo grandísimo de nogal, de esos que se usan para el molde de queso, vio al hombre con un lazo hamaqueándose, chinchorreándose. Era el diablo que lo estaba asustando. A mucha gente también le pasó lo mismo.

[Entrevista de Daniela Medina a Sinaí Perdigón el

23 de agosto de 2014 en la vereda Cartagena, municipio

de La Calera, camino a Chorro Blanco. Transcribió Daniela

Medina y editó Pablo Mora]

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