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Memoria del II Foro de Arqueología, Antropología e Historia de Colima Juan Carlos Reyes G. (ed.) Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2006. LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA Y EL FIN DE UNA ERA El caso de las Salinas de Cuyutlán, Colima 1 Juan Carlos Reyes Garza Dirección de Investigaciones Históricas Secretaría de Cultura del Edo. de Colima, México 1. Este trabajo fue pre- parado para el Congreso Internacional “Salinas de interior y medioambiente” (Sigüenza, España, 2006). Aquí se reproduce con algunas modifica- ciones y el propósito de difundirlo localmente. N. del A. 2. Para la descripción del proceso de “beneficio de patio” pueden cónsul- tarse: Reyes G., Juan Carlos, Sal, el oro blanco de Colima. Historia de la industria salinera de coli- mense durante el virrey- nato; Colima, Méx.; Go- bierno del Estado de Co- lima, Secretaría de Cultu- En Nueva España, el paso del siglo XVI al XVII se significó por un crecimiento prácticamente exponencial de la producción de plata, resultado del descubrimiento de minas portentosas como Taxco, Zacatecas, Guanajuato y Real del Monte, que hasta el día de hoy producen, más una multitud de grandes, medianos y pequeños “reales de minas” que antes y después surgieron y gozaron de sus propios momentos de esplendor. Y en el beneficio del mineral argentífero, realizado principal y mayormente mediante el proceso denominado “de patio” –introducido en América a mediados del siglo XVI y que se mantuvo en uso hasta el fin del siglo XIXla sal jugó un papel relevante. 2 De tal manera que sin lugar a duda puede afirmarse que el auge de la minería de la plata impulsó el desarrollo de la

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Memoria del

II Foro de Arqueología, Antropología e Historia de Colima

Juan Carlos Reyes G. (ed.)

Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2006.

LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA Y EL FIN DE UNA ERA El caso de las Salinas de Cuyutlán, Colima1

Juan Carlos Reyes Garza

Dirección de Investigaciones Históricas Secretaría de Cultura del Edo. de Colima, México

1. Este trabajo fue pre-parado para el Congreso Internacional “Salinas de interior y medioambiente”

(Sigüenza, España, 2006). Aquí se reproduce

con algunas modifica-ciones y el propósito de difundirlo localmente. N.

del A.

2. Para la descripción del proceso de “beneficio de

patio” pueden cónsul-tarse: Reyes G., Juan

Carlos, Sal, el oro blanco de Colima. Historia de la industria salinera de coli-mense durante el virrey-nato; Colima, Méx.; Go-

bierno del Estado de Co-lima, Secretaría de Cultu-

En Nueva España, el paso del siglo XVI al XVII se

significó por un crecimiento prácticamente exponencial

de la producción de plata, resultado del descubrimiento

de minas portentosas como Taxco, Zacatecas,

Guanajuato y Real del Monte, que hasta el día de hoy

producen, más una multitud de grandes, medianos y

pequeños “reales de minas” que antes y después

surgieron y gozaron de sus propios momentos de

esplendor. Y en el beneficio del mineral argentífero,

realizado principal y mayormente mediante el proceso

denominado “de patio” –introducido en América a

mediados del siglo XVI y que se mantuvo en uso hasta el

fin del siglo XIX– la sal jugó un papel relevante.2 De tal

manera que sin lugar a duda puede afirmarse que el

auge de la minería de la plata impulsó el desarrollo de la

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2

ra, 2004, pp.91-92; Bargalló, M., La minería y

la metalurgia en la Amé-rica española durante la Época Colonial; México:

Fondo de Cultura Eco-nómica, 1955, pp. 268-

270.

3. Reyes G., Juan Car-los, “El tapextle salinero.

Notas sobre su origen, distribución y variantes”,

en Eduardo Williams (ed.), Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México; México, El Cole-gio de Michoacán, 2004,

pp.183-202.

industria salinera novohispana. En ese contexto de

extraordinaria demanda de sal en continuo crecimiento,

en las salinas costeras del estado mexicano de Colima

surgió la tecnología conocida como “pozo de tapextle”,

que a lo largo de los siguientes 400 años habría de

evolucionar y difundirse hasta ser, con variantes locales,

la más comúnmente utilizada en las salinas costeras del

Pacífico mexicano, desde el norteño Estado de Sonora

hasta el de Chiapas en el sur, e inclusive hasta la vecina

Guatemala.3

El surgimiento y rápida difusión de esta nueva

tecnología fue la causa del abandono, en esa misma

región, de las antiguas técnicas prehispánicas para la

obtención de sal, como la recolección simple y las de sal

cocida, y a la vez provocó la aparición de una serie de

fenómenos sociales directamente vinculados con su

aplicación, entre otros: la migración masiva estacional

hacia las salinas y la aparición de ciertos oficios

especializados.

Conforme la tecnología evolucionaba lo hacían

también los aspectos sociales relacionados con la

producción, aunque generalmente de manera más lenta,

salvo el caso de la migración, que creció de manera

continua durante los primeros tres siglos y comenzó a

decrecer a partir de la segunda década del siglo XX,

hasta abatirse de manera drástica en la última década

del mismo, como consecuencia de la introducción de un

único elemento: el plástico laminado –poliuretano– usado

en el recubrimiento de los estanques de evaporación y

concentración.

En el presente trabajo se describirán los principales

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cambios ocurridos durante la década pasada en la

tecnología y procesos utilizados en las salinas de la

Laguna de Cuyutlán del Estado de Colima, México, y sus

consecuencias más notables. Antes, para la mejor

comprensión de estos es necesario describir el complejo

tecnológico del pozo de tapextle en su forma tradicional,

y los procesos necesarios para su operación, como se

practicaron hasta mediados de la década de 1990.

Descrito de manera sucinta, el tapextle –nahuatlismo

que significa emparrillado– es un filtro compuesto de

varias capas de materiales diversos (básicamente

carrizo, zacate y arena), construido sobre una estructura

de madera más o menos elevada, mediante el cual se

realiza la lixiviación de tierra con alta concentración de

sal. Bajo la estructura que sostiene el filtro se encuentra

la “taza”, depósito que recibe la salmuera producto de la

lixiviación, al frente de la misma están las “eras” o

estanques de evaporación, y a un costado el “tajo”, un

pozo que provee el agua necesaria para llevar a cabo el

proceso. Es importante hacer notar que lo anterior se

construye sobre terrenos sometidos a inundación anual,

por lo que con la salvedad de la estructura que sostiene

al filtro, construida con maderas duras, el resto debe

reconstruirse anualmente.

Concluida la construcción de los elementos

mencionados da inicio el proceso, que a grandes rasgos

implica los siguientes pasos: 1) obtención de tierra

salitrosa; 2) traslado de ésta al filtro; 3) mezclado de la

tierra con agua del tajo para su lixiviación; 4)

acumulación de la salmuera en la taza; 5) vertido de la

salmuera en las eras o estanques de evaporación; 6)

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4. Descripciones detalla-das del complejo y pro-

cesos pueden cónsul-tarse en Reyes Garza,

Juan Carlos, “El pozo de tapextle de Colima, Mé-

xico. Breve historia de un ingenio tecnológico para la producción de sal”; en

Journal of Salt-History 4:117-135 (Austria, Inter-national Commission for

the History of Salt, 1996).

recolección de la sal cristalizada; 7) traslado,

almacenamiento y empaque de la sal.4 Estos pasos se

repiten de manera continuada a lo largo de la temporada

de trabajo, llamada “zafra”, que tiene lugar de febrero a

mayo.

Hasta aquí he usado el tiempo presente para hacer

esta descripción sumaria, sin embargo, lo cierto es que

más certero sería hacerla en pasado pues ya casi nada

de lo descrito se usa o practica. Veamos pues los

cambios y sus consecuencias.

Figura 1. Tapextle y vista parcial de las eras construido con las técnicas tradicionales. Cuyutlán, Col., 1982.

El fin de los tapextles

Como ya mencioné, el tapextle evolucionó a lo largo

de los siglos. Originalmente, en el siglo XVII era una

pequeña estructura circular, con superficie de

aproximadamente 2m2, que cambió a rectangular y

paulatinamente fue creciendo hasta alcanzar en su

momento de máximo apogeo (s.XIX) los 24m2 en

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promedio. El crecimiento del filtro significaba incremento

en la producción de salmuera, y en consecuencia la

necesidad de contar cada vez con mayor número de

eras, y eras de mayor tamaño.

Como es común entre la gente del medio rural, la

mayoría de los salineros fueron capaces de construir por

sí mismos todos los elementos del tapextle y sus anexos,

sin embargo requerían de un especialista que los

auxiliara en dos pasos de la construcción: nivelar las

terrazas donde se construirían las eras, y dar el acabado

a: pisos, bordos y canales comunicantes de las eras,

bordo del contenedor del filtro –llamado “ñagual” –, y el

interior de la taza. A este trabajador especializado se le

llamaba “tendedor”, nombre que hacía referencia a que

era él quien hacía el “tendido” o trazado de las eras. La

razón de ser del trabajo de los tendedores era lograr que

el lixiviado y la evaporación se dieran de la manera más

uniforme posible, lo que requería que todo estuviera

perfectamente nivelado, y que bordos, taza, eras y

canales fueran impermeables, lo que lograban mediante

el bruñido del mortero, preparado con arena, cal y

salmuera, bruñido que se hacía a mano, utilizando

piedras previamente pulidas y adheridas a una pieza de

madera.

El proceso de reconstrucción y construcción un pozo

promedio, con cuarenta eras de 3 x 5 m c/u, equivalentes

a 600 m2, demandaba la participación de al menos cuatro

hombres –uno o dos tendedores y sus mozos o peones--,

y de principio a fin tomaba aproximadamente un mes. En

la actualidad casi nada de esto es necesario. Ahora un

pozo promedio tiene la misma cantidad de eras,

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cuarenta, pero sus medidas son 7 x 7 m c/u, que son

1960 m2, y entre dos hombres pueden terminarlas en

solamente una semana. El oficio de tendedor

desapareció. Hoy es suficiente con nivelar “a ojo” el

terreno donde se instalarán las eras, sin escalonamiento,

levantar los bordos con la misma tierra que se obtiene al

ir nivelando, y cubrir todo con plástico negro laminado. La

utilización generalizada de bombas con motor a disel o

gasolina hace innecesarios los canales para el vertido

por gravedad.

Figura 2. Tendedores en el proceso de nivelar y bruñir las eras. Cuyutlán, Col., ca. 1982.

También desaparecieron la recolección, traslado y

lixiviado de la tierra. La recolección de tierra demandaba

realizar primero el “gateado” o “rascado del panino”, la

capa superficial del piso, endurecida por la alta

concentración de sal, acción que se realizaba mediante

una rastra triangular llamada “gata”, provista de grandes

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clavos metálicos, tirada por una bestia o por el salinero

mismo. Anteriormente la tierra era trasportada al filtro

valiéndose de canastos de carrizo, que el salinero

cargaba en la cabeza, o mediante costales de arpilla

cargados por bestias. Una vez en el filtro la tierra era

mezclada con agua del tajo, que se subía con cántaros

de barro, más tarde recipientes de hojalata, y desde la

década de 1970 con bomba mecánica. El gateado,

recolección y acarreo de tierra se repetían continuamente

durante toda la temporada de producción, debiendo el

filtro ser limpiado y recargado cada cuatro días en

promedio.

Figura 3. Salinero preparando las eras para recibir la cubierta de plástico (abajo a la derecha). Cuyutlán, Col., 2006.

Al dejar de ser la tierra la fuente principal de la sal,

evidentemente su recolección y lavado –lixiviación–

dejaron de tener sentido, haciendo obsoletos el filtro, la

taza y el tajo. En la actualidad la sal se extrae

directamente del agua de la laguna, por lo que basta con

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excavar, valiéndose de una retroexcavadora mecánica,

un canal que la acerque al área donde se van a construir

las eras y los –antes inexistentes-- estanques de

concentración, de 7 x 50 m, donde se la deja hasta

alcanzar 20° Baume, para luego simplemente bombearla

de estos a las eras.

Figura 4. Tierra “gateada”, lista para ser llevada al tapextle.

Cuyutlán, Col., ca. 1982.

Figura 4. Canal y bomba para extraer agua de la laguna.

Cuyutlán, Col., 2006.

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Antes de que se generalizara el uso de plástico como

recubrimiento, recoger la sal cristalizada era un trabajo

que debía hacerse cuidando de no lastimar el bruñido de

las eras, por lo que se realizaba manualmente,

valiéndose de paletas hechas de “vástago”, nombre local

de la vaina que cubre la inflorescencia del cocotero; un

material suave y relativamente flexible. Con el mismo

propósito de cuidar el bruñido se usaban

preferentemente herramientas de madera y fibras

vegetales. La sal recogida se escurría y apilaba utilizando

canastos de carrizo, aunque ciertamente éstos hace al

menos dos décadas se cambiaron por carretillas con caja

de fibra de vidrio, resistentes a la corrosión. La mayoría

de aquellas herramientas eran manufacturadas por los

mismos salineros, y las que no, como los canastos, lo

eran por artesanos de las comunidades vecinas. En la

actualidad prácticamente todo el instrumental usado es

de fabricación industrial; escobas de plástico, palas y

rastrillos metálicos son lo común.

Hasta aquí, a grandes rasgos he descrito los cambios

que a partir de la década de 1990 se han sucedido en la

tecnología y el proceso. Veamos ahora los cambios

causados por estos, que trascienden el medio

estrictamente salinero y afectan de manera directa la

economía y tejido social de la región, y de manera

notable el medioambiente de la Laguna de Cuyutlán.

Los cambios económicos y sociales

La desaparición de oficios especializados, como el de

los tendedores, puede y debe lamentarse como una

pérdida cultural, al igual que otros elementos que

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veremos adelante, pero lo que realmente obliga a prestar

atención en el caso es un hecho que se dice fácil y en

primera instancia resulta beneficioso: la nueva tecnología

permite producir más sal con menos esfuerzo. Dicho con

otras palabras, reduce al mínimo el trabajo del salinero, a

la vez que le permite producir hasta cuatro veces más.

Pero este aparente milagro esconde trampas que podrían

tener consecuencias negativas en el mediano plazo.

Como vimos, hacer sal con el nuevo sistema no

requiere de la construcción del complejo pozo de

tapextle, que fue característico de las salinas de

Cuyutlán. Hoy basta con nivelar un área relativamente

pequeña, levantar bordos con tierra suelta, cubrir todo

con plástico negro laminado, cavar un canal para

abastecerse de agua salobre, bombearla, y confiar en el

clima para su rápida evaporación y la consecuente

cristalización de la sal. La simplicidad del proceso es tal

que hace innecesario poseer el conocimiento profundo

del oficio, acumulado por generaciones de salineros.

Basta con saber utilizar un densímetro, para medir la

concentración de la salmuera, y mantener los estanques

libres de algas y otros organismos que proliferan con el

uso de aguas no tratadas, y que antes se evitaban

mediante el proceso de lixiviación.

Con el método y tecnología tradicionales, un pozo de

tamaño promedio requería del trabajo de cuatro hombres

y su producción promedio por temporada era de 100

toneladas, o sea 25 toneladas por hombre. Con el

método actual el número de hombres se redujo a la mitad

y la producción se cuadriplicó; con sólo dos hombres un

pozo puede rendir hasta 200 toneladas por temporada.

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5. En México las costas oceánicas, las corrientes y cuerpos de agua inte-riores, así como sus le-

chos y playas son propie-dad Federal, por ello Go-

bierno Federal es el ú-nico autorizado para otor-gar concesiones para su

uso y explotación. Es jus-to reconocer que la ma-yoría de los nuevos em-

presarios de la sal son antiguos salineros, y que

prefieren contratar a salineros con experien-

cia.

Además, antes, para iniciar la construcción del tapextle y

eras y la recolección de tierra, era necesario esperar a

que el piso de la laguna estuviera totalmente seco,

condición que en un año de precipitación pluvial normal

se presentaba hacia finales del mes de febrero; en tanto

que hoy, al no ser la tierra salobre el factor determinante,

es posible comenzar a preparar el terreno desde

noviembre o diciembre y obtener los primeros productos

de la cosecha en diciembre o enero. La temporada de

producción o “zafra” se amplió, de cuatro a siete meses.

Esto haría suponer que se produce una crisis de

empleo entre los salineros, pero la paradoja es que hoy

parece haber más individuos dedicados a esta labor.

Paradoja que se explica porque al no requerir

conocimiento profundo del oficio, prácticamente

cualquiera puede convertirse en un “obrero de la sal”. Lo

que ha dado pie para que a partir de mediados de la

década de 1990 varios particulares soliciten y obtengan

del gobierno concesiones para explotar salinas en las

playas de la Laguna de Cuyutlán,5 y con ello se ha roto el

monopolio que desde el fin de la Revolución Mexicana –

1921– habían mantenido las cooperativas de salineros en

el Estado de Colima y otras regiones del país.

La consecuencia más grave de esta apertura, desde

el punto de vista económico, es la sobreproducción. Las

salinas artesanales tienen un mercado históricamente

limitado, tan tradicional como las salinas mismas. Al

incrementarse la producción con poco control y sin

planeación alguna, ha surgido la competencia entre las

cooperativas y los particulares, evidentemente en

términos de desigualdad por los compromisos que las

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primeras tienen con sus miembros, y de la que hasta el

momento los principales beneficiarios han sido los

comerciantes mayoristas. Este año de 2006 fue posible

ver un ejemplo de lo dicho: la Sociedad Cooperativa de

Salineros de Colima no produjo, debido a que aún tenía

en bodega la producción del 2005, que no se vendió,

según ellos afirman, porque los productores particulares

vendieron su sal a precios muy por abajo del oficialmente

establecido. Aparentemente los controles oficiales sobre

calidad y precio se aplican de manera discrecional.

Figura 5. Bodega de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima. Fotografía tomada en mayo de 2006, mostrando la sal

cosechada antes de junio de 2005.

Otra característica de la industria salinera tradicional

de la costa del Pacífico mexicano fue la migración anual.

Durante la temporada de la zafra --febrero a junio-- los

salineros y sus familias migraban a la costa. Estos rara

vez radicaron de manera permanente en las zonas de

salinas. En el caso particular de Cuyutlán procedían de

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poblaciones distantes entre 20 y 200 km de la laguna.

Hasta el siglo XIX la migración hacía surgir

aparentemente de la nada pequeños caseríos,

levantados con materiales efímeros, que desaparecían al

terminar la temporada. Este patrón migratorio se fue

modificando en la medida en que se modernizaban las

vías de comunicación. Hasta 1950 el viaje de la Cd. de

Colima a las salinas de Cuyutlán, que podía realizarse en

ferrocarril o por camino carretero, tomaba seis, ocho o

más horas, en la actualidad se hace en 45 minutos,

viajando por una moderna autopista de cuatro carriles.

Sin embargo, todavía en la década de 1970 la migración

de familias enteras era tan importante que las

autoridades estatales de la educación pública hacían un

caso de excepción, para permitir que los hijos de los

salineros asistieran alternadamente a las escuelas de su

lugar de origen y a las de los pueblos más cercanos a las

salinas.

Las mujeres de los salineros no trabajaban en las

salinas, pero atendían las necesidades de sus hombres e

hijos, y con frecuencia también de los peones

contratados por el marido. Los hijos varones en cambio,

regularmente ayudaban al padre en su trabajo de la sal,

lo que aseguraba la transmisión del conocimiento del

oficio. La conjunción de mejores vías de comunicación y

tecnología de producción más eficiente ha hecho

innecesaria la migración familiar, y con ello no solamente

se pone en riesgo la integridad de la familia –con la

ausencia parcial del padre por un periodo de entre cuatro

y seis meses–, también se rompe el proceso de

transmisión del conocimiento. Los hijos de los salineros

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de hoy ya no aprenderán el oficio.

Sus efectos sobre el medioambiente

La Laguna de Cuyutlán enfrenta diversos problemas

de contaminación: la presencia en su extremo norte de

una importante planta termoeléctrica, el crecimiento de

los poblados existentes en sus márgenes, entre los que

destaca el Puerto de Manzanillo que hoy es el puerto de

carga más importante del Pacífico mexicano, y el azolve

de los canales que la comunican con el océano son

algunos, a los que ahora se viene a sumar el plástico

desechado por la industria salinera.

No dispongo de cifras exactas sobre la extensión de

la superficie lagunar, pero sabemos que su vaso tiene

aproximadamente 36 km de largo por 4 km en su parte

más ancha, y su profundidad promedio es de de 1.5

metros. Durante la temporada seca el espejo de agua se

reduce dramáticamente, hasta en un 40 por ciento, y es

en las áreas que quedan expuestas, mayoritariamente de

su extremo sur, donde se asientan las salinas.

Debido a que en su forma tradicional la tecnología

salinera utilizaba casi de manera exclusiva materiales

tomados del entorno, su efecto como factor contaminante

había permanecido nulo a lo largo de siglos. De hecho, la

única alteración notable del paisaje atribuible a la

producción de sal eran los tapextles mismos, que una

vez abandonados se desintegraban en un lapso de

alrededor de veinte años, dejando como huella de su

existencia los “terreros” –acumulaciones de tierra

lixiviada–, que con el tiempo también se desintegraban o,

los de mayor tamaño se cubrían de vegetación,

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convirtiéndose en pequeños islotes de bajo perfil. Pero

con el plástico es otra cosa; se trata de un elemento

ajeno al entorno, no biodegradable. El poliuterano es

prácticamente indestructible.

Figura 6. Tapextle abandonado y su terrero cubierto de vegetación. Cuyutlán, Col., 2006.

Un pozo promedio, que tenga cuarenta eras de 7 x 7

m y tres estanques de concentración de 7 x 50 m, utiliza

aproximadamente 3000 m2 de plástico laminado. La

cantidad de pozos en explotación varía año con año,

pero haciendo una estimación conservadora es posible

afirmar que anualmente se explotan como mínimo 300

pozos, lo que representa 90 hectáreas cubiertas de

plástico durante siete meses del año. 900 mil m2 de

plástico que anualmente serán desechados y

abandonados in situ.

Aquí resulta necesario hacer un paréntesis para

señalar que el concepto de “pozo”, entendido hasta hoy

como la unidad de producción que comprende al

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tapextle, eras y parcela de tierra salitrosa suficiente para

ser beneficiada por un salinero y sus peones, pronto

resultará obsoleto y su uso se limitará a trabajos de corte

historiográfico pues, las nuevas salinas privadas, que en

sentido estricto no requieren de parcela de tierra salitrosa

y son beneficiadas por una empresa y sus obreros,

puede ser tan grande que no admite comparación. Por

ejemplo, en el presente año de 2006, la salina llamada La

Coronita (Figura 8), emplea 30 obreros de la sal para

atender 600 eras. Es lógico suponer que en el mediano

plazo las cooperativas adoptarán una forma de

organización para la producción similar a la de estas

nuevas empresas.

Figura 7. Anualmente los productores de sal, cooperativistas y privados en conjunto, cubren con plástico 90 hectareas o más del

lecho de la laguna. Salina La Coronita, Cuyutlán, Col., 2006.

Me atrevo a afirmar que no se ha realizado hasta

la fecha ningún estudio que nos permita saber el efecto

que esto tiene o puede tener a mediano y largo plazo

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sobre la flora y fauna locales.

En el subsuelo fangoso de la laguna habitan y se

reproducen: gusanos, insectos, variedad de crustáceos y

sus larvas, así como algas, que en conjunto forman la

base de la cadena alimenticia de la rica fauna avícola

presente en la laguna, conformada por más de una

veintena especies de aves acuáticas: garzas, ibis,

espátula rosadas, cigüeñas, patos, pelícanos, fragatas,

etcétera, y de algunos mamíferos silvestres como

coyotes, mapaches y tejones entre otros.

Figura 8. Laguna de Cuyutlán es zona de anidamiento de gran diversidad de aves acuáticas.

La mayor parte del plástico se utiliza solamente una

temporada, y si bien en teoría el plástico desechado se

debe vender a empresas recicladoras, en la práctica esto

no sucede. El argumento de los salineros para no hacerlo

es que resulta más caro limpiarlo –no lo reciben con

restos de sal– y llevarlo a la recicladora, que lo que ésta

les paga por él. Entonces, simplemente se recoge y

abandona al aire libre en áreas más o menos ocultas de

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la laguna, o es quemado, o enterrado, y en algunos

casos vendido o regalado a los fabricantes de ladrillo

para ser usado como combustible. La quema del plástico

desechado es la que produce los efectos negativos más

visibles. Por una parte está la contaminación atmosférica,

y por otra el hecho de que las quemas se realizan

durante la temporada seca, lo que ocasiona la

destrucción de la ya de por sí escasa vegetación que

crece en el piso de la laguna y sus islotes.

Figura 10. Destrucción de la vegetación de los islotes de la laguna, causado por la quema del plástico desechado.

Cuyutlán, Col., 2006.

La posición de los salineros ante el problema de la

contaminación causada por el plástico es ambigua.

Saben que están contaminando su medio, y saben que

es ilegal, pero tienden a minimizar el daño, y en no pocos

casos a negar su participación y responsabilidad en él, a

pesar de la evidencia. En cuanto a las instancias de

gobierno responsables del cuidado del medioambiente,

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su desatención al problema es tan evidente como el

plástico mismo.

Figura 11. Plástico de desecho abandonado en el lecho de la Laguna de Cuyutlán, Col., 2006.

La introducción del plástico laminado tiene menos de

veinte años, la generalización de su uso menos de diez, y

sin embargo la ominosa presencia del plástico negro

desechado ya es un elemento que se destaca en el

paisaje de la laguna.

Conclusiones

En esta rápida exposición he tratado de mostrar los

hechos, sin pretender ocultar mi parcialidad como

amante de las tradiciones y del paisaje salinero, pero el

asunto es controversial.

Por definición, la cultura es dinámica. La tecnología

misma de los salineros de Cuyutlán ha estado sujeta a

una continua evolución, donde la introducción de plástico

representa un paso más, pero éste parece ser de

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consecuencias mayores, porque su impacto no sólo

afecta de manera directa el quehacer salinero, lo

trasciende y quizá lo amenaza. Dar vuelta atrás se antoja

imposible, y seguramente innecesario. La percepción que

los salineros tienen de la nueva tecnología es simple y

positiva: menor esfuerzo y mayor beneficio. Los aspectos

negativos son vistos por ellos como algo distante y ajeno.

La solución a fondo del problema, como en muchos otros

asuntos, parece estar en la educación, pero esto da

resultados a largo plazo. Es urgente hacer algo

inmediato, antes de que sus efectos sean irreversibles, y

la respuesta está en manos de las autoridades

reguladoras de la industria y el medioambiente.

El problema también traspasa los límites de la

Laguna de Cuyutlán pues el uso del plástico laminado se

difunde rápidamente por todas las salinas costeras de

México, personalmente lo he visto en salinas de los

estados de Guerrero, Michoacán y Oaxaca en el Pacífico,

y Yucatán en el Golfo de México, y estoy seguro que

pronto estará presente en las salinas interiores.

Su impacto genera cambios tan rápidos como

profundos, que hacen prever como inminente la

transformación y en algunos casos la desaparición de las

técnicas, métodos y procesos ancestrales, y los

fenómenos y complejos culturales relacionados a esta

industria tradicional, haciendo que resulte urgente que

quienes estamos interesados en el tema de la sal

aceleremos el paso en su registro y documentación.

En un plazo imposible de precisar, pero seguramente

corto, el orgullo de “ser salinero” dejará de ser parte de la

identidad colectiva del colimense, aunque sobreviva la

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posibilidad de ser “obrero de la sal”.