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3 Política alimentaria y desarrollo Melissa Leach, Nicholas Nisbett, Lídia Cabral, Jody Harris, Naomi Hossain, John Thompson

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Política alimentaria y desarrollo

Melissa Leach, Nicholas Nisbett, Lídia Cabral, Jody Harris, Naomi Hossain, John Thompson

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L a alimentación se ha convertido en un tema coyuntural en el desarrollo y en una arista desde la cual se integra y

atiende una amplia gama de desafíos mun-diales contemporáneos. El presente artículo analiza en particular la interrelación entre los alimentos y el desarrollo sostenible y equita-tivo, bajo el argumento de que es en esencia política. Se presenta una serie de enfoques para comprender la política alimentaria. Cada uno se sustenta en tradiciones teóricas más amplias del análisis del poder, que se con-centran, respectivamente, en los intereses e incentivos alimentarios, los regímenes ali-menticios, las instituciones alimentarias, los sistemas de innovación alimenticia, las con-tenciones y movimientos de alimentación, los discursos de corte alimenticio y las so-cionaturalezas alimentarias. Así, las aplicacio-nes de estos enfoques se ilustran mediante un conjunto de problemas para brindar una perspectiva general, selectiva, de algunas de las principales referencias bibliográficas y los temas sobresalientes en política alimentaria y desarrollo. A partir del papel que juega el Estado y las relaciones entre el Estado y la sociedad en distintos regímenes alimenticios, consideramos la función de la ciencia y la tecnología, así como de sus discursos, en la conformación de rumbos de política alimen-taria y agrícola, antes de analizar con detalle los estilos de vida rurales en sistemas agro-alimentarios, así como las políticas de trans-formación estructural inclusiva. La amplitud allende los sistemas agroalimentarios nos lleva a cuestionar las narrativas preponderan-tes de la nutrición y a revisar la literatura en la política cultural de la comida y la alimen-tación. La sección de conclusiones presenta una síntesis transversal de los casos que con-jugan los enfoques en torno al poder y la polí-tica, al mismo tiempo que muestra cómo po-drían integrarse en un marco de trabajo analí-tico que combine los enfoques plurales para describir las vías de cambio e intervención, lo que genera cuestionamientos críticos acerca

de la dirección y diversidad generales de és-tas, sus efectos distributivos y el alcance de la inclusión democrática en las decisiones en materia de políticas de la alimentación. Con-sideramos que este enfoque ampliado “4D” es útil porque subraya las desigualdades ac-tuales de los sistemas alimenticios y las alter-nativas políticas para cambios futuros en los sistemas alimenticios, y para concluir consi-dera la forma en la que podrían aprovecharse como parte de una agenda de investigación interdisciplinaria comprometida.

Introducción

La política alimentaria como elemento central para el desarrollo

Los alimentos se han convertido en un tema coyuntural en el desarrollo y han recibido una gran cantidad de atención en los debates de política internacional y entre los actores locales, nacionales y globales. Los alimentos implican asuntos de producción, reproduc-ción, distribución, consumo y sus respectivas interrelaciones locales, nacionales e interna-cionales. Los alimentos también incorporan cuestiones de economía, relaciones entre sociedad, Estado y medio ambiente, al igual que asuntos íntimos de estatus e identidad personal, social, cultural y física. Dada esta amplitud, la comida brinda una perspectiva fundamental en la cual se integran y atienden varios retos de desarrollo contemporáneos. La comida también es un asunto político, pues abarca cuestiones que versan sobre la manera en la que se constituyen los sistemas alimenticios, cómo cambian, o no, y quién gana o pierde en las implicaciones de relacio-nes de poder en rubros diversos y entre acto-res. Conforme los sistemas alimenticios mo-dernos demuestran que no son sostenibles

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ni equitativos, con profundas consecuencias intergeneracionales en el bienestar, la salud y la prosperidad del ser humano, estas políticas han adquirido mucha tensión. Una política ali-menticia intensa se desvela en todo el mun-do, si bien de maneras distintas.

El presente artículo revisa estos procesos políticos y analiza cómo pueden conceptua-lizarse, al tomar en cuenta que una gama de enfoques teóricos y disciplinarios es necesa-ria, así como el motivo detrás de ellos, para captar su amplitud y envergadura. Presenta-mos un nuevo análisis de la política y la ali-mentación, en particular acerca de las opor-tunidades y los desafíos de construir sistemas alimentarios más sostenibles y equitativos, y las políticas de desarrollo más amplias en las que estos figuren como elementos constitu-yentes.

Nuestro análisis reconoce las interseccio-nes duraderas entre la comida y la política, la retórica y la acción en el desarrollo inter-nacional. Predominaron las preocupaciones maltusianas acerca de la alimentación de poblaciones crecientes en el desarrollo co-lonial y de posguerra, y se estructuraron muchos enfoques políticos que abarcaron desde la agricultura y el medio ambiente, la ciencia y la tecnología, hasta la inversión en infraestructura, el control poblacional y el comercio. Muchos de ellos habrían de con-solidarse en el futuro con la creación de los organismos con sede en Roma: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA). Desde 2015, los Objetivos de Desarro-llo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas han dominado el discurso y la acción política. Con la adopción de la Agenda 2030, la comu-nidad internacional asumió el compromiso de la erradicar el hambre y la pobreza, además de perseguir otras metas importantes, como la agricultura sostenible en la producción y la distribución de alimentos, la garantía de una

vida saludable y trabajo digno para todos, la reducción de las desigualdades tanto en la pro-ducción como en el consumo de alimentos, y el crecimiento económico inclusivo. Cada vez hay más reconocimiento del lugar que ocupan la comida y la nutrición en los ODS, más allá del Objetivo 2, erradicación del ham-bre, y se comprenden mejor las sinergias y tensiones con otros objetivos. Por ejemplo Béné y colaboradores (2019), en una revisión previa del desarrollo mundial exploraron las convergencias con otras metas e indicadores relacionados con la sostenibilidad ambiental, al mismo tiempo que hay un mayor recono-cimiento de la importancia de un sistema ali-menticio equitativo de los ODM en materia de pobreza —Objetivo 1—, desigualdad —Obje-tivo 10— y paridad de género —Objetivo 5— (ISSC, IDS y UNESCO 2016; Leach et al. 2018; Leach 2015).

No obstante, la retórica política de alto nivel desmiente un mundo fuera de curso en cuanto al cumplimiento de estas loables aspiraciones. La cantidad de personas con hambre en el mundo ha ido en declive du-rante décadas, mas este patrón ha sufrido un revés en los últimos años. Las estimacio-nes recientes indican que la inseguridad ali-mentaria y la desnutrición mundial persisten y continúan siendo altas, con casi 822 millo-nes de personas que sufren de hambre y casi 2 000 millones de personas que viven con algún tipo de desnutrición. La obesidad va en aumento, los niveles de deficiencias de micronutrientes se han estancado (FAO, IFAD, UNICEF, PMA y OMS 2019) y las dietas no sa-ludables se consideran la principal causa de enfermedades no transmisibles en el mundo (Afshin et al. 2019).

Las tendencias predominantes en la pro-ducción de alimentos también obran en de-trimento de los procesos de sistemas eco-lógicos y de la tierra, y contribuyen con la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero, la destrucción de la biodiver-sidad, la degradación del suelo arable y el

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desequilibrio de los ciclos de nutrientes, todo lo cual abona a la desvalorización excesiva de los llamados límites planetarios (Steffen et al. 2015). Al msmo tiempo, los procesos convencionales de producción de alimentos mantienen a muchos trabajadores y agricul-tores en un estado de pobreza e indefensión, lo que viola sus derechos humanos. En fe-chas recientes, la pandemia ocasionada por la covid-19 y sus efectos han expuesto aún más la multiplicidad de fragilidades y vulne-rabilidades en los sistemas alimenticios con-temporáneos (IPES-Food 2020). Si bien estas tendencias no son el objeto de esta revisión, sí abonan a la preocupante panorama en el que las configuraciones del sistema alimenti-cio actual socavan en gran medida las agen-das más de desarrollo, incluidos los ODS. En esta tesitura, hay llamamientos urgentes para reformar los sistemas alimentarios o transfor-marlos desde sus fundamentos (De Schutter 2017; IPES Food 2015; Oliver et al. 2018).

Esta revisión aspira a mostrar cómo la po-lítica, el poder y la justicia social podrían in-tegrarse con plenitud en las crecientes pre-ocupaciones internacionales acerca de la comida, el hambre y la nutrición. La retórica política internacional en torno a los alimentos, incluida la de los ODS, suele ser impulsada por un lenguaje y supuestos tecnocráticos acerca de la reforma política creciente que eclipsan las cuestiones coyunturales del po-der y las políticas. Al explorar las vías en las que se pone en evidencia que el cambio en el sistema alimentario es profundamente po-lítico y necesario, aspiramos a abonar a una política transformadora en materia de ali-mentación, encaminada hacia sistemas más sostenibles y equitativos.

Al analizar los sistemas alimentarios, nos percatamos de que el término se ha trans-formado en un eufemismo de desarrollo (Cornwall 2007): un lenguaje compartido en-tre varios actores, que en ocasiones oculta

1 Véase https://www.weforum.org/projects/strengthening-global-food-systems

perspectivas opuestas en cuanto a su signi-ficado y sus implicaciones. Muchos actores ya abogan a favor de un cambio hacia la re-flexión de los sistemas alimentarios. Aunque para ciertas personas esto implica apelar a la ciencia de los sistemas, para otros ha servido para justificar una agenda política que pugna por una mayor apreciación del papel del sec-tor privado en la disponibilidad de alimentos industrializados,1 y aun así hay quienes pien-san que “sistemático” implica concentrarse críticamente en la raíz, las causas políticas y estructurales de la injusticia alimentaria. Si bien se reconoce que estos marcos de sis-temas alimenticios pueden contribuir a la ambigüedad de la política tanto como a acla-rarla (Nisbett 2019), aquí nos guiamos por dos caracterizaciones del sistema alimentario. La primera es una definición establecida por el Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimenticios Sostenibles (IPES-Food, por su abreviatura en inglés), que se nutre de las tra-diciones de la ciencia de sistemas y la ciencia crítica para generar puntos importantes acer-ca del dinamismo, la complejidad y la escala que definen a los sistemas alimenticios como:

La red de actores, procesos e interacciones

involucradas en el crecimiento, procesamien-

to, distribución, consumo y disposición de los

alimentos, desde la disponibilidad de los insu-

mos y la capacitación de agricultores, hasta el

empacado del producto, su mercadotecnia y

el reciclaje de desechos. Una perspectiva ho-

lística de sistemas alimenticios se ocupa de la

manera en la que estos procesos interactúan

entre sí y con el contexto ambiental, social, po-

lítico y económico (Ericksen et al. 2010). Esta

perspectiva también trae a colación el reforza-

miento y el equilibrio de los círculos de retroali-

mentación, las tensiones entre los componen-

tes y flujos de los sistemas alimenticios, al igual

que las interacciones cíclicas, de varias capas y

escalas (IPES Food 2015, 3).

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Estos procesos están presentes en la se-gunda caracterización. Una gráfica del Pa-nel de Expertos de Alto Nivel en Nutrición y Seguridad Alimentaria (PEAN), que asesora al Comité de las Naciones Unidas en Segu-ridad Alimentaria (véase la Figura 1), ofrece una imagen medianamente detallada de las dimensiones de un sistema alimentario. Al leer los informes adicionales (IPES Food 2015;

HLPE 2017), observamos que, en conjunto, brindan perspectivas distintas, si bien com-plementarias, del papel del poder y la política en relación con los sistemas alimentarios: al parecer, en el diagrama del PEAN, la política figura en la parte alta como uno de los tantos “motivadores” y más al centro, en la casilla in-ferior, los procesos políticos, institucionales y de política.

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Fuente: HLPE (2017). Nutrition and food systems. A report by the High-Level Panel of Experts on Food Security and Nutrition of the Committee on World Food Security, Food and Agriculture Organization of the United Nations,

Roma. http://www.fao.org/3/a-i7846e.pdf Reproducido con autorización.

Cadenas de suministro de alimentos

Sistemas de producción

Sistemasde

almacenamiento

Procesamiento y embalaje

Menudeoy mercados

Entornosalimentarios

Efecto

Nutrición y resultados en la salud

DietasCantidad

Calidad

Diversidad

Seguridad

Hábitosde consumo

Selección de dónde y qúe

alimentos adquirir, preparar, cocinar,

almacenar y comer

Social

Económico

Ambiental

Medidas políticas, programáticas e institucionales

Disponibilidad Acceso Uso

Objetivos de Desarrollo Sostenible

• Disponibilidad de los alimentos y acceso físico (proximidad)

• Acceso económico (asequibilidad)

• Promoción, publicidad e información

• Calidad y seguridad de los alimentos

Factoresbiofísicos y

ambientales

Factores de inovación,

tecnología e infraestructura

Factores políticos y económicos

Factores socio-culturales

Factoresdemográficos

• Inovación• Tecnología

• Infraestructura

• Capital de recursos naturales

• Servicios ambientales • Cambio climático

• Liderazgo• Globalización y comercio

• Conflictos y crisis humanitarias

• Precios de los alimentos y volatilidad

• Tenencia de la tierra

• Cultura• Religiones y rituales

• Tradiciones• Empoderamiento

de las mujeres

• Crecimiento de la población

• Cambios en la distribución de edades

• Urbanización• Migración y

desplazamiento forzoso

Agricultores, pueblos indígenas, agroindustria, propietarios de tierras y plantaciones, pesca, entidades financieras

Transportistas, agroindustria, distribuidores

Plantas de envasado, industria de alimentos y bebidas, pequeñasy las medianas empresas

Minoristas, vendedores, dueños de tiendas de alimentos, comerciantes, restaurantes, mayoristas

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En sí, nuestro artículo deshilvana esta ca-silla inferior. Sin embargo, más allá al valerse de las perspectivas del IPES-Food para con-ceptualizar el poder y la política como ele-mentos constituyentes del sistema alimen-ticio, relevante para todos los motivadores, aspectos, relaciones y dinámicas.

Enfoques clave en la política alimentaria y el poder

Existe una cantidad de vías en las que las bibliografías establecidas, imbuidas en tra-diciones de investigación y teorías de poder más generales, entienden y atienden la po-lítica alimentaria. En el presente análisis, de-sarrollamos el argumento de que una gran cantidad de trabajo en alimentación, inclui-do el que ha predominado en la bibliografía y los debates legislativos afines, adopta una perspectiva estrecha de poder y política, y suele confinarse a silos disciplinarios. Para comprender y atender la política alimentaria, es necesario que se amplíen, profundicen y combinen los enfoques.

La Tabla 1 esboza los enfoques utilizados en la bibliografía y la política en materia de alimentación, con referencias a algunos es-tudios de los que se han valido para analizar el cambio en los sistemas alimentarios. Dota-mos a cada enfoque de política alimentaria de un título sucinto y reconocemos que com-binan vaias entidades de trabajo. Notamos cómo se ubica y se conceptualiza el poder en cada enfoque y cómo se percibe el cambio en el sistema alimentario. Todos se apoyan en perspectivas teóricas y disciplinarias subya-centes más amplias en el análisis de política y poder, desarrollados en relación con otros problemas y dominios de cambio. Así, lo que aquí se define como intereses e incentivos alimentarios se sustenta en perspectivas de elección racional e individualismo metodoló-gico de larga tradición, como en el caso de

las que provienen de la economía neoclásica y las perspectivas plurales en la ciencia polí-tica (Mills 1956; Dahl 1957). En esta perspec-tiva, se presume que el cambio provendrá de una alteración del mercado o incentivos conductuales a actores individuales, por con-siguiente, se modificarán los intereses y deci-siones, y en consecuencia, los resultados del sistema alimentario, ya sea que estos acto-res sean agricultores que toman decisiones de producción o consumidores que deciden qué comprar (World Development Report 2008). Hablando en un sentido más amplio, en estos trabajos el poder se conceptualiza como la capacidad observable de hacer algo: lo que caracterizan Lukes (1974) y Gaventa (2003; 2006) como “poder visible”.

En contraste, el enfoque que denomina-mos de instituciones alimentarias se sustenta en perspectivas institucionales más amplias del análisis económico, la ciencia política y la economía política. Aquí el poder se define como incrustado y operando por medio de acuerdos institucionales, o “reglas del juego” (North 1991), de maneras tanto visibles como ocultas (Gaventa 2006). Estas instituciones podrían ser formales o informales, y abarcar varios niveles: por hogar, comunitario, guber-namental o internacional. Las perspectivas institucionales también se han aplicado con éxito al análisis del mercado y las cadenas de valor mundiales (Clapp 2012). El cambio po-dría concretarse mediante cambios normati-vos y reglamentarios en ciertas instituciones o cambios en el poder y la influencia relativos de algunas instituciones.

Los enfoques de regímenes alimentarios adoptan una perspectiva más histórica y es-tructural que se sustenta en la teoría de los sistemas mundiales (Friedmann y McMichael 1989) y el análisis económico y político mate-rialista-histórico que data de los tiempos de Marx. El poder es inherente a los regímenes sociales, políticos y de valores moldeados históricamente, incluidas las relaciones entre los Estados y el capital, y sus ideologías co-

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rrespondientes. El cambio exige una revisión del régimen en su totalidad, que puede llegar conforme aumentan las tensiones que aspi-ran a generar una contrapolítica revoluciona-ria (Gramsci 2000) o cuando las crisis abren oportunidades de transformación (Polanyi 2001). Los acuerdos geopolíticos mundiales, el capitalismo corporativo o la estructura de gobierno estatales ejemplifican regímenes más amplios que corresponden a los siste-mas alimentarios.

Los enfoques de refutaciones y movi-mientos alimentarios confieren relativa-mente más poder y representación —la ca-pacidad de motivar cambio— en la acción colectiva y la movilización social ascendien-te, que contrarrestan el poder y los intereses preponderantes. Se sustentan en la teoría

del movimiento social y la teoría de política contenciosa más amplias (Tilly y Tarrow 2015) que, en su mayoría, han explorado la capaci-dad de las movilizaciones colectivas para re-plantear agendas, exponer los poderes fác-ticos, desafiar los intereses predominantes y presentar alternativas, ya sea en torno a los intereses económicos y sociales o a los pro-blemas ambientales o sociales emergentes. Las perspectivas de identidad y representa-ción en la antropología y la sociología sub-rayan la manera en que la política de identi-dad puede servir tanto para unir como para fragmentar movimientos (Castells 2011). Los movimientos pueden ser localizados, operar dentro de contextos nacionales o conectar-se con redes transnacionales, translocales y en ocasiones transversales.

Enfoque de la política

alimentaria

Cómo opera el poder/sucede el cambio

Perspectivas teóricas y disciplinarias

subyacentes

Referencias selectas con ejemplos en bibliografía

en materia de alimentación

Intereses e incentivos

alimentarios

Decisiones y elecciones de actores racionales que responden al cambio de incentivos; poder abierto

(poder sobre)

Modelos plurales en ciencias políticas;

economía conductual y neoclásica; análisis de

políticas instrumentales

World Development Report, 2008.

Instituciones alimentarias

Normas y reglas del juego, estructuras y

procesos de gobernanza, acciones colectivas (empoderamiento)

Economía institucional, análisis económico político institucional; instituciones

de gobierno interno; cadenas de valor

Clapp (2012), Howard (2016)

Regímenes alimentarios

Regímenes contemporáneos que se derivan de alianzas

históricas entre Estado y capital

Teoría mundial de los sistemas; materialismo

histórico; marxismo estructuralista

Friedmann y McMichael (1989),

Bernstein et al. (2018), Tilly (1975), Patel

(2013b)

Convenciones y

movimientos alimentarios

Movilización social y pugnas en contextos de contención;

el poder del pueblo en el replanteamiento y

refutación de agendas

Teoría de los movimientos sociales; teoría de la política contenciosa;

política de identidad; redes

Borras et al. (2008), Patel (2009), Edelman

(2003), Walton y Seddon (2008), Hossain y Scott-

Villiers (2017), Pimbert (2017)

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Los enfoques basados en sistemas de in-novación alimentaria, como los movimientos alimentarios, conceptualizan el poder y la representación como un nexo relacional y di-fuso, más que ostentado por un único actor e institución. Al valerse de perspectivas sis-témicas más amplias en ecología (Berkes et al. 2003), estudios sociotécnicos e innovación (Geels 2005), el enfoque yace en las caracte-rísticas particulares de un sistema: elemen-tos, motivadores, niveles; su dinámica, con interacciones que suelen ser complejas, y la relación coyuntural entre innovación, apren-dizaje y adaptabilidad al dar pie al cambio en escalas. El poder y la política son un enfoque relativamente reciente en estas bibliografías

más amplias, lo que llama la atención hacia la manera en la que los sistemas se monopoli-zan para seguir patrones dependientes de al-ternativas, o bien, resistirse al cambio, y para explorar la forma en la que los “nichos”, en-tendidos como sitios para la innovación, pue-den escalar para dar pie a transiciones más amplias (Geels 2004). Las perspectivas de sistemas de innovación tienden a conservar un enfoque en categorías particulares del sis-tema —como “actores” y “niveles”— y a ver el cambio que se produce mediante incentivos, inversiones e iniciativas políticas, que suelen ir encabezados por el Estado, pero que en ocasiones van en alianza con actores del sec-tor privado y los grupos de la sociedad civil.

Enfoque de la política

alimentaria

Cómo opera el poder/sucede el cambio

Perspectivas teóricas y disciplinarias

subyacentes

Referencias selectas con ejemplos en bibliografía

en materia de alimentación

Sistemas de innovación alimentaria

El poder difuminado a lo largo de los sistemas

sociotécnicos; canalización de las dependencias con

vías o “monopolios”

Sistemas sociotécnicos; sistemas socioecológicos; perspectiva multinivel en estudios de innovación

Food (2016), Scoones y Thompson (2008),

Thompson y Scoones (2009)

Discursos alimentarios

Relación coyuntural de conocimientos con

posicionamiento social y político diversos; narrativas y discursos que encarnan

el poder; refutación de ideas y narrativas de los humanos masculinos,

caucásicos, occidentales, heterosexuales

Teoría posestructuralista; teoría del discurso y

poder/conocimiento; gobernanza deliberativa; antropología y sociología del conocimiento, críticas feministas, antirracistas y

decoloniales

Sumberg y Thompson (2012), Van Esterik

(1999), Pimbert (2017), Hayes-Conroy y

Hayes-Conroy (2013)

Socionatura-lezas alimen-

tarias

Híbridos no humanos o naturo-culturales que tienen

su propia representación; capacidad de respuesta a distintas maneras de ser

así como representación y señales socionaturales

Geografía cultural; ecología política; antropología

ontológica; pensamiento ecológico, posthumano,

indígena profundo

Moragues-Faus y Marsden (2017),

Haraway (2016), Alkon (2013), Frausin et al.

(2014)

Fuente: Elaboración propia.

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Lo que definimos como discursos alimen-tarios encapsula una multiplicidad de pers-pectivas que fincan el poder más en ideas que en las personas, instituciones o sistemas, y percibe el ejercicio del poder mediante la capacidad de construir o controlar los plan-teamientos o narrativas —hilos argumenta-les— acerca de un problema específico. El conocimiento y las ideas se conceptualizan enraizados en ideologías, prácticas cotidia-nas y maneras particulares de pensamiento, así como en tipos de experiencia formal e in-formal. Las perspectivas foucaltianas hacen hincapié en la relación indivisible entre poder y conocimiento dentro del discurso (Foucault 2012; Rabinow 1991). El concepto de discurso como acción social subyacente se ha aplica-do en el campo del desarrollo y el proceso legislativo (Grillo y Stirrat 1997; Mosse 2004); el estudio de los discursos puede revelar las relaciones de poder de la sociedad como se expresan en la lengua y las prácticas.

A partir de esto, una gama de perspectivas provenientes de varias antropologías, socio-

logías y críticas feministas, descolonizadoras y de corte queer subrayan la construcción del poder, el conocimiento, las posiciones socia-les, identidades y jerarquías.

Estas perspectivas plantean desafíos al poder mediante la afirmación de una mayor diversidad de conocimientos —posiciona-dos— en torno a una situación en particular.

Por último, lo que se define como sociona-turalezas alimentarias amplía el interés desde las maneras de conocer hasta las de ser —ontologías—, en especial las que reconocen los límites y las interrelaciones difusas entre naturalezas humanas y no humanas. Al valer-se de varias perspectivas recientes en geo-grafía cultural (Braun y Castree 2001), eco-logía política (Perreault et al. 2015) y el corte ontológico en antropología (De Castro 2015; Kohn 2015), así como aspectos de pensa-miento ecológico profundo e indígena (Tall-Bear 2017; Todd 2016), este enfoque entiende el cambio como un elemento que conlleva la representación de las plantas, los animales y otros aspectos de la naturaleza no humana,

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interdependiente de la acción humana, con la que constituyen mutuamente como “ensam-bles” (Haraway 2016). El poder emana tanto de las redes capilares difusas por medio de las cuales se definen y desarrollan las socio-naturalezas, así como de las relaciones de dominio y control mediante las cuales la gen-te y las instituciones suelen intentar invalidar las señales socionaturales.

Todos estos enfoques cobran relevan-cia para numerosos actores y relaciones, en una variedad de escalas locales, nacionales o globales. Como lo han mencionado otros teóricos y activistas, hay potencial para com-binar varias conceptualizaciones y sitios de poder al entender el cambio y la transforma-ción. Por ejemplo, el cubo de poder (Gaventa 2006) ofrece una conceptualización más rica al considerar el poder en varios niveles —en alusión a capas de toma de decisiones y au-toridad que figuran de manera vertical: local, nacional y global—, varias formas —cómo se manifiesta, incluidas sus formas visibles, in-visibles y ocultas—, y varios espacios —cam-pos fértiles para la participación y la acción, incluidos los supuestos espacios cerrados, con invitación y reclamados—. Scoones y co-laboradores (2020) definen las perspectivas estructuralistas, sistémicas y facilitadoras de poder y describen cómo pueden combinarse en la comprensión de transformaciones de sostenibilidad.

En cuanto a la política alimentaria, todos estos enfoques tienen valor, pero cada uno presenta, per se, una perspectiva parcial y está incompleto en sí mismo. Si bien cada uno reviste sus propios méritos y limitacio-nes, nos percatamos de que gran parte del discurso público y algunos discursos acadé-micos tienden a decantarse por la imposición de elecciones simplistas binarias, y por algu-nas divisiones que se muestran en la Tabla 1, superpuestas con orientaciones políticas más amplias hacia la izquierda o la derecha, el Estado o el mercado. Estas simplificacio-nes representan limitantes serias en la con-

ceptualización de nuestros cuestionamientos clave en torno a la transformación del siste-ma alimenticio que se inclina hacia una mayor equidad.

Generalidades del artículo

Dado el peligro que implica la simplificación, en un comienzo nos abstuvimos de proponer una conceptualización general de la trans-formación del sistema alimentario que com-binara e integrara todos los enfoques políti-cos de corte alimentario que se resumen en la Tabla 1. En lugar de ello, en las secciones posteriores revisaremos e ilustraremos cómo enfoques particulares y sus combinaciones se han usado y pueden usarse para esclare-cer cuestiones particulares de cambio en los sistemas alimenticios.

Hacemos esto al atender una serie de pro-blemas, cada uno concentrado en un asunto o aspecto específico del sistema alimentario; nos preguntamos qué tipo de cambio se está produciendo, o no, y presentamos enfoques de políticas alimentarias particulares en su análisis. Nuestro objetivo no es cubrir todos los procesos representados en el panorama de la Figura 1, sino considerar las dinámicas afines e interconexas de ciertos elementos del sistema alimentario en el contexto de nuestros problemas. Para ilustrar los enfo-ques de política alimentaria nos hemos con-centrado en aspectos del sistema alimentario que figuran en las bibliografías conducentes, cuya pertinencia es considerable. Lo anterior nos ha llevado a concentrarnos un poco más en algunos temas y dimensiones de la Figu-ra 1 —incluida la producción de alimentos, la agricultura y la agroalimentación, la nutrición y la dieta— y un poco menos en otros —como la distribución y el procesamiento de alimen-tos—. Como lo subrayamos en la conclusión, estas lagunas representan áreas para futuras investigaciones. Los problemas que elegi-

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mos también presentan, en su conjunto, un barrido histórico amplio, aunque parcial, que ubica a la política contemporánea en materia alimentaria en debates y acciones que datan de principios del periodo colonial, pasando por la ciencia y la tecnología de la posgue-rra, hasta las controversias contemporáneas acerca de dietas y los cambios en las socio-naturalezas de la alimentación.

La primera sección, “Poder del Estado, globalización y relaciones Estado-sociedad en el sistema alimenticio”, muestra los enfo-ques de regímenes alimentarios, y en parte, las instituciones alimentarias, las refutaciones y los movimientos alimentarios, que se esbo-zan en la Tabla 1. Esto prepara el marco para las secciones siguientes al presentar una críti-ca implícita de los enfoques de intereses e in-centivos alimentarios. La sección nos recuer-da que los cálculos nacionales y geopolíticos más amplios detrás de la preservación del poder de la elite nunca están lejos —o tienen un nexo intrínseco— de las decisiones esta-tales en materia alimentaria, lo que afecta la vida diaria de las personas en situación de pobreza, como los subsidios en alimentos o combustibles, la política comercial o los apo-yos alimentarios. Aun así, las decisiones en-cabezadas por el Estado son al. Mismo tiem-po frágiles y un punto de desacuerdo con los movimientos sociales.

En las secciones dos y tres, analizamos la manera en la que las relaciones de poder han actuado en la configuración de la producción de alimentos, los cambios tecnológicos y los estilos de vida. Estas secciones combinan las instituciones alimentarias con enfoques de sistemas de innovación alimentaria porque atienden también las políticas de conocimien-to subrayadas en los discursos alimentarios. La segunda sección, “Política tecnológica y ciencia agroalimentaria a partir de la mitad del siglo XX”, hace una crónica del desarro-llo histórico de las tecnologías de revolución verde y sus narrativas afines para entender los monopolios discursivos y sustantivos de las alternativas agroalimentarias predomi-nantes, al igual que la ciencia y la tecnología conexas. La tercera sección, “Trayectorias de medios de vida rurales, sistemas agroalimen-tarios y transformación estructural inclusiva”, traza cómo este desarrollo en términos de al-gunas de las limitantes sociales, ambientales y comerciales a las que se enfrentan los mis-mos agricultores en los contextos del África Subsahariana contemporánea, donde predo-minan los medios de vida rurales.

En las secciones cuatro y cinco, segimos con el desplazamiento hacia abajo del con-tenido de la Tabla 1 para integrar más enfo-ques que desafíen las ideas, las narrativas y las perspectivas culturales predominantes, además de atender las alternativas, como lo sugieren los enfoques de discursos alimen-tarios.

La cuarta sección, “Narrativas de nutri-ción en la comprensión de las relaciones en-tre salud y alimentación”, considera cómo las dietas deficientes y los resultados nutricio-nales se han convertido, en nuestra opinión, en un asunto —muy necesario— de interés general en los debates públicos, nacionales e internacionales. No obstante, argumenta-mos que estas narrativas, cuando son pre-dominantes, con secuestradas con facilidad o mitigadas por su atractivo para múltiples electores mientras las respuestas centrales

Los problemas que elegimos también presentan, en su conjunto, un barrido histórico amplio, aunque parcial, que ubica a la política contemporánea en materia alimentaria en debates y acciones que datan de principios del periodo colonial, pasando por la ciencia y la tecnología de la posguerra, hasta las controversias contemporáneas acerca de dietas y los cambios en las socionaturalezas de la alimentación.

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atraen monopolios tecnológicos paralelos que observamos en la agroalimentación. En esencia, esto se traduce en una negativa a considerar y volcar las desigualdades más amplias que conllevan dietas desequilibra-das y resultados nutricionales desiguales en primera instancia. La quinta sección, “Cultu-ras de consumo”, amplifica este enfoque ha-cia la cultura política de la alimentación y el alimento y complementa la sección anterior, concentrada principalmente en la produc-ción, para considerar las culturas de alimen-tación, sus políticas y relaciones con cues-tiones de identidad y diferencias sociales. Los enfoques de movimientos y refutaciones alimentarias, así como los discursos alimen-tarios, se muestran como ejemplo en esta sección, que concluye con una bibliografía que considera los enfoques de socionatu-ralezas alimentarias en la Tabla 1, con otras implicaciones políticas acerca de cómo se producirá el cambio en los sistemas alimen-tarios en respuesta a fenómenos socionatu-rales emergentes y coyunturales, al mismo tiempo que se respetan las concepciones in-dígenas sobre trazar las líneas entre la prác-tica humana, la naturaleza y el alimento.

La sexta y última sección presenta una sín-tesis de todos los casos que conjuga los en-foques en torno al poder y la política, además de mostrar cómo podrían integrarse. Adop-tamos un análisis sustentado en el trabajo del Centro STEPS2 (Leach, Stirling y Scoones 2010) que incorpora enfoques plurales, como los que se mencionan en la descripción de las vías de cambio e intervención, lo que da pie a cuestiones críticas en relación con su dirección general y su diversidad, sus efectos distributivos y la envergadura de la inclusión democrática en las decisiones sobre ellas. Consideramos que este enfoque ampliado “4D” es útil para subrayar las desigualdades actuales de los sistemas alimenticios y las op-ciones políticas para futuros cambios en los sistemas alimenticios, y que considera cómo podría aprovecharse para futuros trabajos.

Poder del Estado, globalización y relaciones Estado-sociedad en el sistema alimenticio

Solemos ver al Estado como el espacio de poder político. La Agenda 2030 considera a los Estados-nación como los responsables máximos en la consecución de los ODS. No obstante, desde la crisis mundial alimentaria de 2008, este “nacionalismo metodológico” ha estado en conflicto con una “mayor cons-ciencia de las causas supranacionales de es-tas crisis, así como la necesidad resultante de un enfoque radicalmente global y parti-cipativo en la identificación de soluciones” (Sexsmith y McMichael 2015, 582). Las reali-dades observables del sistema alimentario y las prioridades de los ODS apuntan hacia influencias contradictorias en el poder de los Estados dentro de un sistema alimentario mundial. En el siglo XXI, una cantidad mayor de Estados carece del poder para proteger a sus ciudadanos incluso contra la hambruna masiva, porque una combinación de “crisis económica, prolongados conflictos arma-dos y acciones y principios contrahumani-tarios” parecen haber ocasionado un atraso en el avance logrado durante décadas en la prevención de la hambruna (De Waal 2018). Muchos más gobiernos experimentaron di-ficultades para garantizar la seguridad ali-mentaria durante los picos de precios de alimentos mundiales de 2008 y 2010, que tu-vieron una relación estrecha con los proce-sos mundiales de financiarización y el cam-bio climático (Clapp y Helleiner 2012; Lang 2010; McMichael 2009a). Al mismo tiempo, el poder de los intereses del sector privado en las políticas nacionales en materia de ali-mentación y agricultura ha ido en aumento, así como las instituciones internacionales en varias iniciativas de múltiples actores, como New Alliance (Brooks 2016), al igual

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que una concentración furtiva del poder de los corporativos multinacionales en eslabo-nes estratégicos de la cadena mundial de suministros alimentarios, insumos agrícolas, procesamiento, mercadotecnia y venta al menudeo (Clapp 2012; Howard 2016).

¿Cómo podemos entender el papel que juegan los Estados en el sistema alimenta-rio contemporáneo? Desde la década de 1990, los enfoques de regímenes alimen-tarios han establecido la metodología y el marco de trabajo intelectuales más sólidos en la contextualización y el historicismo de la restructuración global de la comida y la agricultura (Magnan 2012). Un régimen ali-menticio es una “estructura regida por re-glas para la producción y consumo de ali-mentos a escala internacional” (Friedmann 1993, 30-31), en la que la alimentación y la agricultura tienen un papel estratégico en varias etapas de transformación y acumu-lación capitalista mundial (Friedmann y Mc-Michael 1989). En el primer régimen alimen-tario, que data de 1870, la fuerza imperial británica y el sector financiero de Londres desarrollaron el comercio de alimentos bá-sicos con las naciones colonizadoras euro-peas para subsidiar los salarios industriales. En el segundo, posterior a la Segunda Gue-rra Mundial, Estados Unidos (EE. UU.) em-pleó las exportaciones y la industrialización de los sistemas alimentarios para subsidiar el consumo nacional y el desarrollo interna-cional. La ayuda alimentaria tuvo un papel crítico en la legitimización de la expansión de los mercados de alimentos estadouni-denses (Friedmann 1993; McMichael 2005). Es posible que el periodo que empezó a finales de la Guerra Fría haya señalado la aparición de un tercer “régimen alimenta-rio corporativo”, en el que la liberalización del comercio mundial impulsó la resistencia gubernamental o campesina para permitir que los actores globales de agroalimenta-ción entraran a los mercados locales (Fried-mann 2009; McMichael 2005).

La teoría de los regímenes alimentarios desafía el modelo del Consenso de Washing-ton, en el que el desarrollo económico nacio-nal depende de la transición agraria y la indus-trialización de los suministros de alimentos, lo que apunta a una naturaleza específicamente histórica de la agricultura estadounidense al ser el actor predominante, y dominante, en la Posguerra, al igual que sus limitaciones como modelo para el desarrollo económi-co nacional de los países cuya posición es

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distinta (Magnan 2012). El modelo neoliberal del desarrollo de la cadena de valor agríco-la presupone que “los Estados modernos resuelven la ‘cuestión campesina’, ya sea al ‘vaciar el campo’ o al incorporar a los peque-ños productores en las cadenas (de valor) de suministros que, en esencia, los convierten en agricultores bajo un contrato de mano de obra en la tierra” (Sexsmith y McMichael 2015). Así, el papel del Estado es “crear un ambien-te fértil para las actividades de las empresas

transnacionales agroalimentarias del mun-do (ETN) y los mercados depredadores que exigen que se regulen las elecciones de alas personas subordinadas dentro del sistema alimentario mundial” (Akram-Lodhi, 2008). El apoyo político en cuanto a dicha “resolución” está mediado por una clase compradora na-cional de financieros y comerciantes que se benefician de la desregulación nacional (Mc-Michael y Myhre 1991, 91-92).

Al apegarse a su modelo de desarrollo agrícola centrado en el Estado, “el proceso de los ODS continuará brindando herramien-tas inadecuadas para atender las crisis que viven aquellas personas desplazadas de sus tierras” (Sexsmith y McMichael 2015, 582). Sin embargo, ¿cuán importante es el Estado en los sistemas alimentarios contemporáneos? Se ha rebatido la tendencia del pensamiento de los regímenes alimentarios de descartar al Estado al verse minimizado por las refor-mas neoliberales, incapacitado por las reglas de comercio internacional o bajo el yugo de intereses agroalimentarios poderosos; varios enfoques sobre las instituciones alimentarias brindan una imagen más atenuada. Pritchard y colaboradores mencionan que los países más grandes del sur han respondido a la amenaza de la inseguridad alimentaria desde que el precio mundial de alimentos aumentó en 2007 al “proceder” con nuevos derechos y salvaguardas, ya que la crisis de comida lle-vó a “la política de alimentación a un debate más activo dentro del espacio de la acción y el debate de políticas nacionales” (2016, 694). El papel del Estado puede variar según el tipo de sistema alimentario nacional: tradicional, modernizador o industrializado —y como se presenta en la próxima sección, la manera en la que los productores de alimentos rura-les en situación de pobreza responden ante esta transformación—. Aunque no se oponen a la globalización, algunos países del grupo llamado BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— “están en la búsqueda de una es-trategia de ‘descongelamiento’ de estructu-

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ras de poder mundial y la construcción de ac-tividades comerciales entre miembros [entre otros objetivos] para proteger la agricultura y garantizar acceso a un suministro de alimen-tos nacional en una época de escasez ali-mentaria mundial’, una meta que se despren-de ‘de una falta de confianza en la capacidad que tienen las políticas de libre mercado para garantizar la seguridad alimentaria’” (Lawren-ce 2017, 786).

Los debates acerca de que el Estado “opte” por regular otra vez los sistemas alimentarios nacionales refleja una atención renovada en el papel de los sistemas alimentarios en las relaciones entre Estado y sociedad y la cons-trucción del primero. La manera en la que los Estados modernos establecieron sistemas alimentarios estables, capaces de extraer y distribuir excedentes de producción para ali-mentar al personal del Estado y la creciente población no agrícola fue crucial en su desa-rrollo, casi tan sustantivo como la tributación o la guerra (Tilly 1975). Conforme el comercio de alimentos y la agricultura comercial cobra-ban importancia en Europa en el siglo XVIII y principios del siglo XIX, las revueltas alimen-tarias solían politizar periodos de carestía y establecer estándares de “economía moral” sobre la forma en la que debían funcionar los mercados para garantizar la subsistencia de las masas, al mismo tiempo que fincaban res-ponsabilidades en las autoridades públicas en cuanto a la protección de los ciudadanos contra las fallas en el mercado de alimentos. Con una mala adeministración de un Estado represor o insensible, las revueltas alimenta-rias podían transformarse en disturbios polí-ticos importantes (Bohstedt 2016; Rudé 1981; Thompson 1991; Tilly 1975). Las oleadas inter-nacionales de revueltas alimentarias y distur-bios conexos en 2007 y 2008, y 2010 y 2011 implicaron varias pugnas entre Estados y ciu-dadanos en países de ingresos medios y ba-jos alrededor del mundo. El análisis de las re-laciones entre el tipo de régimen —protestas más probables en ciudades con democracias

y regímenes semiautoritarios— y los movi-mientos de precio —protestas más probables por aumentos en los precios de bienes bá-sicos— (Arezki y Bruckner 2011; Berazneva y Lee 2013; Hendrix y Haggard 2015) brinda una visión global de las condiciones en las que podrían suscitarse las revueltas alimentarias, pero se limitan respecto a su calidad como eventos políticos (Demarest 2015). En un exa-men más exhaustivo, con base en enfoques acerca de los movimientos y refutaciones alimentarias, las revueltas articularon tanto una frustración común acerca de la crisis de la subsistencia causada por los picos en los precios de alimentos, como una crítica polí-tica al sistema político y agroalimentario que la permitió, y acusaron a los actores de mer-cados nacionales de colusión y otras malas prácticas (Bohstedt 2016; Bush y Martiniello 2017; Hossain y Kalita 2014; Patel y McMichael 2009). Algunas de las revueltas alimentarias del siglo XXI también se convirtieron en pug-nas políticas, cambios en régimen e incluso revoluciones (Johnstone y Mazo 2011; Lagi, Bertrand y Bar-Yam 2011). En muchos casos, las revueltas alimentarias “lograron” cambiar las opciones y el discurso político de los le-gisladores nacionales (Hossain y Scott-Villiers 2017). Los efectos se hicieron patentes cuan-do muchos países recurrieron a las políticas proteccionistas durante la crisis alimentaria, contra la fuerte oposición multilateral (Abbott y Borot de Battisti 2011; Demeke, Pangrazio y Maetz, 2008).

Si bien la política de las relaciones Esta-do-ciudadano se sustenta en entendimien-tos de la transformación capitalista histórica, nuevas formas transnacionales de poder po-lítico han surgido desde finales de la déca-da de 1980, como los movimientos agrarios transnacionales que integran “organizacio-nes, redes, coaliciones y vínculos de solidari-dad de agricultores, campesinos y sus aliados que van más allá de los límites nacionales y buscan influir en las políticas nacionales y globales”, para replantear los términos de los

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debates clave de desarrollo internacional, incluyendo la sostenibilidad ambiental, los derechos a la tierra, las reglas comerciales mundiales, el control corporativo de la tecno-logía agrícola y los derechos humanos de los campesinos (Borras y Edelman 2016, 1). Como lo subrayan los trabajos de enfoques de mo-vimientos y refutaciones alimentarios, estas solidaridades colectivas resisten los efectos de la globalización, la descentralización y la privatización de los sistemas estatales, que otrora regulaban la vida agraria y que “han sa-cudido la sociedad rural hasta sus cimientos” por la pérdida de control sobre la producción agrícola, los medios de vida y la tierra (Bo-rras, Edelman y Kay 2008, 170). La gobernan-za global del sistema alimentario ha creado oportunidades políticas transnacionales para formas globalizadas de resistencia. Redes como el movimiento campesino internacional La Vía Campesina llamaron la atención del público con repertorios dignos de titulares acerca de la acción directa contra las nego-ciaciones comerciales mundiales.

Muchos de sus miembros tienen raíces que datan de mucho tiempo atrás en las redes de solidaridad rural internacional de la izquierda, pero los movimientos agrarios transnacionales son diversos y de bases amplias, comprenden estrategias modera-das y más radicales (Borras 2010; Edelman 2003) que se sustentan cada vez más en ideologías de izquierda y la nueva derecha (Borras 2009). El movimiento por la sobe-ranía alimentaria, que se define como “el derecho de cada nación a mantener y de-sarrollar su propia capacidad para producir sus alimentos básicos con respeto a la di-versidad cultural y productiva [...] a producir nuestra propia comida en nuestro propio territorio” (Patel 2009, 665), ha sido promi-nente en particular en el replanteamiento de debates sobre seguridad alimentaria, al articular y difundir modelos agroecológicos alternativos a la agricultura capitalista in-dustrializada (Holt-Giménez y Altieri 2012).

Entre sus logros figuran la reformulación y el impulso al reconocimiento de los nuevos derechos humanos (Duncan y Claeys 2018), planteados como “los derechos que tiene el pueblo a la soberanía alimentaria y los dere-chos de los campesinos (Claeys 2012; 2015). En el albor de la crisis alimentaria mundial, los movimientos sociales también han pug-nado por reformas en el seno del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de las Nacio-nes Unidas (CSA), el principal órgano inter-gubernamental internacional para discutir y coordinar la política global de seguridad alimentaria, que introdujo un mecanismo de sociedad civil que amplió de manera drásti-ca el espacio para los movimientos sociales. Si bien el CSA reformado ha mejorado la par-ticipación democrática en la legislación ali-mentaria mundial y los actores de la socie-dad civil pueden apuntar a beneficios claros, quienes ostentan tradicionalmente el poder continúan pugnando por socavar y despoliti-zar la gobernanza alimentaria mundial (Dun-can y Claeys 2018; Duncan 2015).

Política de ciencia y tecnología agroalimentaria a partir de la mitad del siglo XX

Las preocupaciones malthusianas respec-to a la alimentación de la creciente pobla-ción mundial han sido centrales en muchos discursos de Estado, que en ocasiones han tenido efectos devastadores. Davis (2017) ar-gumenta que la introducción del laissez-faire y la ideología malthusiana por parte de los Estados coloniales en el siglo XIX acentuaron la pobreza rural y exacerbaron la hambruna en Brasil, China, Etiopía, India, Corea, Nueva Caledonia, Filipinas y Vietnam. Pese a este legado, alimentar a la gente en situación de hambre es un imperativo moral y un desa-fío de desarrollo global aún pendiente, que hoy se consagra en el ODS 2. Este objetivo

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ha impulsado innovaciones en la ciencia y la tecnología agrícolas (CyT) para la produc-ción alimentaria, que suelen recibir el mote de agroalimentación, como se menciona en este documento. También ha moldeado la arquitectura de la investigación agroalimen-taria con una influencia particular en países del hemisferio sur, con enfoques hacia los sistemas de innovación alimentaria en com-binación con instituciones alimentarias que demuestran su utilidad al elucidar las políti-cas en cuestión.

La escasez de alimentos y las hambrunas en Asia, a mediados del siglo XX, sentaron las bases de la revolución verde, considera-da uno de los avances más importantes en la CyT agroalimentarias de la era moderna (Conway y Barbier 1990; Hazell 2009; Lipton y Longhurst 1989; Pingali 2012). Éste fue un hito para los sistemas agroalimentarios en muchos países en los que se vivía la intensi-ficación de la producción de cultivos de alto rendimiento y la creciente integración entre producción, procesamiento y comercializa-ción. La transformación agrícola impulsada por la ciencia en países como India, Pakis-tán, China y Brasil de 1960 a 1980 acarrearon aumentos inéditos en rendimientos y pro-ducción, y suelen recibir comentarios posi-tivos de agrónomos y economistas por igual (Hazell 2009; Swaminathan 2003).

A pesar de ello, la revolución verde no sólo versaba sobre innovación tecnológica y cien-tífica para aumentar el rendimiento de las co-sechas y expandir la producción, con énfasis en las narrativas fundadas por las “grandes misiones de la innovación agrícola” (Wright 2012). También tenía que ver, en esencia, con la geopolítica de la Guerra Fría, la construc-ción de Estados-nación y alianzas entre ca-pital y Estado del tipo que describen los regí-menes alimentarios y elaboran los enfoques de las instituciones alimentarias. Ha sido muy persuasivo el argumento acerca del ímpetu de EE. UU. en la expansión de los mercados para sus empresas mientras se contenía la

diseminación del comunismo (Cleaver 1972; Cullather 2004; Perkins 1997).

Aun así, los países del sur no fueron re-ceptores pasivos de la CyT de EE.UU. Los go-biernos, como los de la India y China, jugaron un papel al imbuir la influencia extranjera y la innovación científica con sus propios va-lores y prioridades nacionales. Por ejemplo, el hecho de que el gobierno indio recibiera apoyo científico de EE. UU. no significó que sus metas y visión fueran las mismas. Para la India recién independizada la prioridad era proteger su soberanía y su legitimidad moral para gobernar, en igualdad de circunstancias que el antiguo poder colonial británico (Saha y Schmalzer 2016).

La política de clase también se colocó en el centro de la revolución verde. La reproducción de los patrones desiguales de acumulación ha sido una característica constante de la revo-lución verde en su larga duración, desde las alianzas tempranas entre los burócratas, los científicos de la elite y los granjeros acauda-lados, hasta la última etapa del predominio corporativo (Patel 2013a). En la India, la transi-ción de los primeros días del fitomejoramien-to en las décadas de 1960 y 1970 a la era de la biotecnología, desde principios de la década de 90, estuvo marcada por una mayor parti-cipación de empresas transnacionales priva-das en el financiamiento de investigación y la centralidad de los mercados globales, en lu-gar de la autosuficiencia alimentaria nacional o su construcción, al impulsar la ciencia y dar forma a la política (Seshia y Scoones 2003).

Para captar estas dimensiones de la políti-ca de la revolución verde —geopolítica, poder corporativo y estatal, y dinámica de clases— se necesita un enfoque que considere las innovaciones y las instituciones en varias es-calas: las identidades globales, nacionales y sociales —de clase—. Si bien estos enfoques contribuyen a revelar las políticas sustantivas en juego —los ganadores y los perdedores de las tecnologías prioritarias en las distintas es-calas— también debemos prestar atención a

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la política del conocimiento y la dinámica de poder que determinan qué ideas y solucio-nes tecnológicas prevalecerán, y a quién per-tenecen. En este caso, los enfoques de dis-cursos alimentarios también resultaron útiles. Como analizaremos, la crítica ecológica a la revolución verde contribuyó a presentar evi-dencia de que los rendimientos y la eficien-cia productiva no eran los únicos aspectos importantes en la tecnología agroalimentaria, sino que la pérdida de biodiversidad y la es-casez de recursos también eran relevantes. Las perspectivas sobre el pensamiento local e indígena han arrojado luz sobre visiones del mundo marginadas y trayectorias alternati-vas. En combinación, estas contribuciones intelectuales han labrado el camino hacia una crítica epistemológica que cuestiona la modernidad inexorable que encarna la revo-lución verde, lo que también apunta hacia ar-gumentos de ecología política sobre cómo se constituyen mutuamente lo social y lo natural (Moragues-Faus y Marsden 2017), que consi-deraremos en mayor detalle en una sección posterior.

A pesar del ímpetu global generado por la revolución verde a finales de la década de 1960 y durante la de 1970,2 los costos sociales y ambientales de la rápida expansión e inten-sificación de la actividad agrícola pronto em-pezaron a aparecer. La diseminación de los químicos que acompañaba las grandes va-riedades de alto rendimiento de la revolución verde tuvo un impacto nocivo en la salud y el medio ambiente (Hasan 2015; Pimentel 1996), como lo había anticipado Rachel Carson en su libro de 1962, La primavera silenciosa (Car-son 2000). Asimismo, las soluciones tecnoló-gicas de la revolución verde no eran neutra-les, sino que beneficiaban a grupos sociales y ubicaciones de manera desigual (Beck 1995;

2 Por ejemplo, en 1970, Norman Borlaug, un prominente fitogenetista estadounidense de la revolución verde, recibió el Premio Nobel de la Paz.3 La evidencia sugiere que la no labranza está relacionada con un mayor uso de herbicidas (Friedrich y Kassam 2012). El producto insignia de Monsanto es Roundup, un herbicida a base de glifosato que vio la luz a principios de la década de 1970.

Niazi 2004). También orillaron a los agriculto-res a hacerse dependientes de ciertos insu-mos, muchos de los cuales invariablemente incurrieron en deudas (Shiva 2000; 2016). En contra de este legado, no era posible seguir considerando la tecnología como un ele-mento independiente de las preocupaciones sociales y ambientales. Los llamamientos por una “revolución doblemente verde” (Conway 1998) y una “revolución perenne” (Visvana-than 2003) reflejaron la influencia de estas preocupaciones, aun cuando pasaban por alto la política de clase y la conservación de un grado de “determinismo tecnológico” en el que la tecnología se consideraba un agen-te de cambio autónomo, apolítico y virtuoso (Smith y Marx 1994).

Las perspectivas ambientales cobraron fuerza a finales de la década de 1980 y toda la siguiente, mientras el discurso de soste-nibilidad ambiental permeaba gradualmen-te la CyT. Aparecieron algunas innovaciones dignas de mención para atender cuestiones relativas a la erosión del suelo, la erosión cau-sada por agua, la vulnerabilidad ante un cli-ma cada vez más errático, plagas agresivas y emisiones de carbono. Algunos ejemplos incluyeron cero labores de cultivo, una ges-tión de plagas integrada, el Sistema de Inten-sificación del Arroz, sistemas agroforestales, y en fechas recientes, otras innovaciones bajo el nombre de agricultura climáticamente inteligente (FAO 2013). Aun así, el reverdeci-miento de la CyT no ha sido impulsado sólo por las preocupaciones legítimas acerca de la sostenibilidad y la naturaleza no humana, también ha sido moldeado por un conjunto limitado de intereses institucionales, inclu-yendo los de las grandes empresas —como la defensa de Monsanto para las prácticas de no labranza—,3 la industria de ayuda y el

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sistema de investigación mundial. Por ejem-plo, Newell y Taylor (2018, 123) encontraron que los actores en el sistema agroalimentario buscan tener ventajas al “aprovechar el gran nivel de atención que está generando la rela-ción entre la agricultura y el cambio climático, como el de actores del tipo de la CGIAR, que busca resarcir sus recientes reducciones en financiamiento por medio de la implicación en iniciativas de alto nivel [acerca de la agri-cultura inteligente]”.

Pese al avance en la trinchera ambiental, al menos en el discurso, una agenda que se decantaba hacia el impacto distribuido de la innovación tecnológica estaba atrasada en comparación con el pensamiento intelec-tual. El debate de la “tecnología apropiada” de finales de la década de 1980 (Segal 1992; Stewart 1987) ha generado atención sobre la cuestión de la escala al tratar de elucidar soluciones idóneas —pequeñas, de gran tra-bajo y mínimo uso de habilidades— para los granjeros que necesitaban la mayor cantidad de apoyo. Unos años más tarde, la noción de “innovación transformadora” se basó en estas preocupaciones al mismo tiempo que ponía énfasis en la agencia desde abajo (Leach et al. 2012). Smith y Stirling (2018) analizaron cómo la innovación popular local puede con-tribuir a la sostenibilidad social y ambiental, incluyendo el empoderamiento de las con-figuraciones tecnológicas que suprimen los principales sistemas de innovación y fomen-tan la diversidad, que es crucial para la resi-liencia (Leach et al. 2012). A pesar de ello, los limitados intereses dominantes han puesto en peligro la búsqueda de innovación trans-formadora; la CyT aspira a la consolidación enteramente instrumental y corporativa en el régimen alimentario globalizado (McMichael 2009b). Los sesgos descendientes arraigados en las políticas y las prácticas de desarrollo, así como una perspectiva de investigación agrícola inmaculada se han interpuesto en el camino hacia una CyT más igualitaria centra-da en los pobres (Chambers 2017).

Los debates en materia de CyT agroali-mentaria se han polarizado en todo el mun-do, lo que refleja una concentración de sis-temas agroalimentarios (McMahon 2014; Patel 2013a). Esto ha causado una dinámica adicional de movilización y activismo sociales en pos de la justicia, analizados en la sección previa (Borras et al. 2008; Hossain y Scott-Vi-lliers 2017). Las “guerras alimentarias” (Lang 2015) se suscitaron entre dos metaparadig-mas opuestos: uno que celebraba la ciencia y las bondades de la biotecnología hacia el medio ambiente, la salud y la nutrición, y otro que hacía hincapié en la conservación de la diversidad ecológica y pugnaba por una in-teracción equilibrada entre los humanos y los ecosistemas. Estas divisiones han tenido una manifestación más visible en las luchas entre las corporaciones y los movimientos ambien-talistas y agrarios, como en el caso de los or-ganismos genéticamente modificados (OGM) (Pellegrini 2009). No obstante, han surgido fracturas en la ciencia agrícola convencional, que la han convertido en un campo muy sus-ceptible a los debates (Sumberg, Thompson y Woodhouse 2013).

A pesar del vigor del activismo y las dis-putas intelectuales, el campo de acción de la CyT agroalimentarias no es equitativo y la dis-tribución de poder, tanto institucional como discursivo, en el sistema agroalimentario in-fluye en el tipo de soluciones tecnológicas que podrían predominar.

Si bien las preocupaciones acerca de los rendimientos, el valor y la eficiencia vagamente definidas son un elemento presente, las com-plejas interacciones entre la naturaleza y la gente en los sistemas agroalimentarios siguen siendo un factor obviado, como lo mencionan los ecologistas políticos (Goldman, Nadasdy y Turner 2011). Como han mencionado los agro-ecologistas, los actores y los movimientos so-ciales agrarios con distintos tipos de conoci-mientos y metodologías de aprendizaje siguen ubicándose en los márgenes de los sistemas de CyT (Pimbert 2017; Rosset y Altieri 2017).

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Las divisiones estructurales y epistemológicas en la producción de conocimiento se interpo-nen en el camino hacia la sostenibilidad de los cambios de verdad transformadores en el sistema de agroalimentación. La iniciativa de Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (FAO 2019), que agrupa los sistemas agroalimentarios más allá de una perspec-tiva funcionalista con el fin de considerar los valores humanos, culturales, territoriales y es-téticos en la comida, podría ser un paso en la dirección correcta, siempre que cumpla con la promesa de salvaguardar y aprovechar los sistemas agroalimentarios que coexisten en armonía las comunidades humanas y los pai-sajes biofísicos. Lo anterior exige una apertura en los acuerdos institucionales para que un conjunto de intereses y perspectivas con ma-yor pluralidad puedan influir en la CyT agroa-limentarias.

En fechas recientes, la creciente asertivi-dad internacional de China y otros poderes del sur han aumentado la competitividad en el desarrollo global y los intercambios tecno-lógicos en materia de agroalimentación en el hemisferio sur (Mawdsley 2012; Scoones, Amanor, Favareto & Qi, 2016). Sin embargo, no hay garantía de que esto se traduzca en sistemas de innovación más diversos y plura-les. Con el impulso que brindan la diplomacia y los negocios, hasta el momento, las trans-ferencias de tecnología de estos países se ha ceñido a un rango limitado de soluciones —por ejemplo, el arroz híbrido de China, los clústeres de agronegocios de Brasil, la ma-quinaria agrícola de la India— que replican los regímenes alimentarios y los intereses insti-tucionales establecidos con el mismo de-terminismo tecnológico. Lo anterior no sólo descarta la riqueza y diversidad de las expe-riencias nacionales de estos países (Da Silva y Begossi 2009; Singh, Pretty y Pilgrim 2010), también refuerza el espíritu de transferencia descendente lineal en desacuerdo con las posturas políticas contrahegemónicas de alto nivel que existen en estos países. Empero, el

reciente compromiso de China con la soste-nibilidad (Neuweg y Stern 2019) ha significado un cambio en la perspectiva de la tecnología agroalimentaria en los rendimientos sobre las cuestiones de preservación ecológica, la revitalización rural y la calidad de la comida (Office of the State Council 2017). Este cambio podría virar la atención hacia las experiencias ascendentes con regeneración social y rural menos conocidas de China, que combinan la transición agroecológica con la conservación de las tradiciones culturales, en tanto se pro-ducen cambios en las normas sociales con-servadoras (Hairong 2018).

Medios de vida rurales, sistemas agroalimentarios y transformación estructural inclusiva

La experiencia del desarrollo agrícola y la transformación rural en Brasil, China y la In-dia ha hecho eco en otros lugares de América Latina, el sur y el sureste asiático, lo que ha subrayado no sólo que existen varias vías ha-cia el desarrollo rural y cambios agrarios, sino también que el crecimiento agrícola sigue siendo un componente importante en el éxito de las economías emergentes al afrontar la pobreza y el hambre, en especial si se favore-ce a la clase pobre (Valdés y Foster 2010). Por ende, aunque podríamos evitar las narrativas malthusianas implicadas en la retórica de la revolución verde, esto no implica adoptar el argumento del laissez-faire que dicta que la transformación estructural de las áreas ru-rales pobres sucederá por sí misma o que necesariamente implicará resultados más positivos para las poblaciones en situación de pobreza o marginación. Estas visiones re-flejan la política tanto de la derecha como de la izquierda en la materialización de las na-rrativas preponderantes de “productivismo” o

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“crecimiento”, o en la romantización del “cam-pesinado” y varias formas de subsistencia o agricultura de “bajos insumos” (Thompson y Scoones 2009).

La mayoría de la gente en situación de inse-guridad alimentaria en el mundo vive en países que aún no han hecho la transición evolutiva necesaria hacia la transformación estructural de sus economías.

Como destacan los enfoques de institu-ciones alimentarias, los factores políticos e institucionales que exacerban la exclusión social o la incorporación adversa podrían li-mitar las posibilidades, lo que mantiene a la gente pobre en situación de pobreza y vulne-rabilidad. Los intereses políticos y los pode-res en turno contribuyen a los monopolios, como señalan los enfoques de sistemas de innovación alimentaria, porque acentúan lo negativo y limitan las oportunidades de ac-ción positiva que podrían acarrear una trans-formación fundamental tanto en sistemas alimentarios como en los sistemas de estilo

de vida afines (Béné et al. 2019). Por ese mo-tivo quizá sea necesario que la intervención transformadora tenga que desbloquear el potencial hacia el cambio de dichas limitan-tes estructurales, como las medidas de pro-tección social concentradas en las transfe-rencias de activos, incluida la redistribución de la tierra (Devereux y Sabates-Wheeler 2004). Por consiguiente, tener avances que se decanten hacia las metas establecidas por los ODS para mejorar los sistemas de ali-mentos y los estilos de vida dependerá de la transformación de las áreas rurales.

Este avance estará sujeto a procesos po-líticos y legislativos más inclusivos asociados al cambio rural y la política agrícola que se ha suscitado hasta la fecha (Gupta y Pouw 2017). Cabe recalcar que las contranarrativas críticas hacia las formas dominantes de política agrí-cola y de investigación y desarrollo (I+D) que se analizaron han cuestionado la atención prevaleciente hacia la producción de comida como medio y fin de los problemas dentro del

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sistema alimentario. Estas críticas tampoco pueden ignorar el hecho de que, en términos históricos, las transformaciones estructurales exitosas en muchos países estaban motiva-das por las ganancias en productividad agrí-cola, lo que conlleva un cambio de recursos y estrategias de estilo de vida en lugar de una agricultura orientada hacia la manufactura, la industria y los servicios, aumentos en el in-greso per cápita y reducciones pronunciadas en la pobreza y el hambre (IFAD 2016; 2017). En países con un constante producto interno bruto (PIB) per cápita bajo, la participación de la agricultura sigue siendo alta y la proporción de la población empleada en la etapa produc-tiva de la agricultura es aún mayor debido a la baja productividad laboral. Por ejemplo, la pobreza y el hambre en el África Subsahariana tienen un vínculo estrecho con la baja produc-tividad agrícola y la naturaleza de los cambios estructurales de la región (Badiane 2014; 2017). Un estimado de 82% de la población pobre de la región continúa ubicándose en las áreas rurales (Beegle, Christiaensen, Dabalen & Ga-ddis 2016) y en una muestra de nueve países africanos cerca de 70% de las viviendas rura-les percibieron la mayor parte de sus ingresos de la agricultura (Davis, Di Giuseppe y Zezza 2014). Estas cifras representan lo que sucede en el sistema alimentario que es en especial importante en la reducción de la pobreza y los medios de vida rurales.

Muchos académicos y analistas de polí-ticas reconocen que hay evidencia mínima que sugiere que la mayoría de los países africanos pueden evitar con éxito una revolu-ción agrícola amplia para impulsar sus trans-formaciones estructurales, ya sea que esté lidereada por pequeños productores o no (Diao, Hazell y Thurlow 2010; Dorosh y Thur-low 2018). En fechas recientes, muchas de las principales agencias de desarrollo e inves-tigación internacionales, incluido el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés), la FAO y el Fondo Internacional de Desarrollo

Agrícola (IFAD, por sus siglas en inglés) han propugnado por una estrategia que aprove-che lo que perciben como el gran “potencial ilimitado” de los sistemas alimentarios para impulsar el desarrollo agroindustrial, la pro-ductividad y los ingresos en África y otros lu-gares. Conciben un lugar tanto para los pe-queños como para los medianos productores en este escenario. Afirman que el fomento de “sistemas alimentarios más inclusivos” (Béné et al. 2019; Blay-Palmer, Sonnino y Custot, 2016; IFPRI 2020) o una “transformación rural inclusiva” —un proceso en que el aumento en la productividad agrícola y los exceden-tes comercializables, la expansión de opor-tunidades laborales alternas a la agricultura, mayor acceso a los servicios e infraestructu-ra, al igual que una capacidad de influir las políticas, impliquen mejoras en los medios de vida rurales y el crecimiento inclusivo— contribuiría ampliamente a la erradicación de la pobreza rural si al mismo tiempo se acaba con la pobreza y la desnutrición en las áreas urbanas (FAO et al. 2019; FAO 2017; Habiyare-mye, Kruss y Booyens 2019; IFAD 2016; 2019).

No obstante, no tiene sentido hablar de pequeños y medianos granjeros en masa porque existe una considerable diversidad entre productores rurales, esto debe enten-derse para evitar los enfoques homogéneos y lograr uno que sea plenamente inclusivo. El análisis de medios de vida que identifica la diveridad de estrategias o vías futuras, y los procesos institucionales que moldean las decisiones y opciones de la gente brinda una alternativa de pensamiento acerca del cam-bio a largo plazo en relación con realidades rurales y los motivadores más amplios de la política y la legislación agrícola que inciden en las necesidades de muchos dependientes del sistema alimentario, para fines tanto de alimentación como de medios de vida, como los productores y consumidores.

Por ejemplo, Dorward et al. (2009) distin-gue entre las estrategias de medios de vida, en especial en cuestiones de “resistencia”,

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“aumento” y “desistimiento”. En vista de las tendencias actuales, distintas personas, se-gún sus opciones actuales de base de acti-vos y estilos de vida, tienden más a lidiar, in-tensificar e incluso expandir sus actividades agrícolas y buscar nuevas opciones de estilo de vida, o bien, abandonan la práctica agrí-cola por completo. La investigación del Con-sorcio del Futuro Agrícola, lidereado por IDS (Thompson, Forthcoming), ha agregado dos vías a este marco de trabajo: el “desplaza-miento” y la “integración”, para hacer hincapié en la siguiente tipología de procesos sociales que se encontraron en los contextos agríco-las de África:

1. “Desplazamiento”. Situación en la que los habitantes abandonan sus actividades agrícolas productivas ya sea por “pre-sión” —estrés o choque ambiental, social o económico; por ejemplo, desplazamien-to, enfermedad o fallecimiento de un fa-miliar— o por un factor de “tracción” —una oportunidad para tener un estilo de vida alterno; por ejemplo, empleo urbano y emigración—.

2. “Resistencia”. Situación en la que las activi-dades buscan mantener el estilo de vida a un nivel de “supervivencia” y en la que la mayoría de los hogares son consumidores netos, mas no productores netos.

3. “Aumento”. Cuando se invierte en activi-dades existentes con el propósito de au-mentar los retornos y se hacen esfuerzos para intensificar la producción mediante inversiones en tecnología, tierra o mano de obra; se especializa en bienes de con-sumo específico y participa en actividades de mercado.

4. “Desistimiento”. Cuando se participa en ac-tividades existentes con fines de acumula-ción de activos como medio de inversión en actividades no agrícolas de estilos de vida alternativos y de alto retorno como el origen primario de sus ingresos, por ejem-plo, agroprocesamiento y comercio de va-

lor agregado, transporte rural, pequeños negocios en centros urbanos.

5. “Integración”. Cuando los “granjeros-inver-sionistas” de media escala de base urba-na entran a las zonas rurales para adquirir tierras para actividades agrícolas comer-ciales y llevan consigo nueva tecnología, inversiones y vínculos comerciales, que impulsan la innovación y la diferenciación social (Muyanga et al., 2019).

Esta conceptualización coloca los cambios y aspiraciones dinámicas, que incluyen las re-laciones intergeneracionales e intravivienda, en el centro de la comprensión del desarrollo y los medios de vida. Al poner énfasis en la interacción de la política y estos procesos de medios de vida, debemos destacar que las opciones de las personas se canalizan por vías particulares, reforzadas por procesos de política particulares, presiones institucionales y apoyo externo (Scoones, 2015). Estos facto-res moldean su espacio de maniobra al igual que su capacidad de cambiar de alternativas menos idóneas para su medio de vida por otras que lo sean más.

Es importante resaltar que varias estrate-gias de medios y trayectorias de vida podrán coexistir al mismo tiempo y en el mismo lugar, y crear una dinámica agraria con un efecto más amplio en las relaciones sociales, la po-lítica y la economía rural. Conforme se produ-ce la acumulación entre algunos individuos y viviendas agrícolas, surge también la dife-renciación social y económica, lo que da pie a la aparición de “ganadores” y “perdedores” (Cousins, 2010; 2013).

Este patrón de diferenciación social podría variar en función de “el capital y las capacida-des” de las personas, es decir, las maneras en las que: 1) combinen y transformen distintos activos en la construcción de medios de vida que cubran, en mayor medida, sus necesida-des de materiales y experiencia; 2) expandan sus bases de activos con la participación acti-va con otros actores mediante relaciones que

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se rijan por la lógica del Estado, el mercado y la sociedad civil, y 3) desplieguen y aumenten sus capacidades tanto para vivir de manera más plena como para cambiar las relaciones y reglas preponderantes que rigen las maneras de control, distribución y transformación de los recursos en la sociedad (Bebbington, 1999).

La capacidad de acceder y hacer uso de estos capitales y capacidades está mediada no sólo por la clase social, sino también por el género, la edad y la etnia. Cada dimensión de diferencia converge e influye en el cam-bio de los medios de vida a lo largo del tiem-po. Lo cierto es que es sólo con esta pers-pectiva longitudinal afianzada en un análisis de la dinámica agraria (Bernstein, Friedmann, van der Ploeg, Shanin & White, 2018; Borras, 2009) es posible entender las trayectorias de los medios de vida en el largo plazo. Eso se debe a que los medios de vida no son independientes ni están aislados, sino que tienen nexos con procesos más amplios de cambio económico, político, social y tecno-lógico. Por lo tanto, un enfoque más amplio de economía política de las instituciones es fundamental para cualquier análisis eficiente de los medios de vida rurales y la transfor-mación estructural.

Los procesos clave del cambio estructural, y también de estasis, implican una multipli-cidad de interacciones entre las alternativas de medios de vida y una amplia gama de in-tercambios y flujos con el Estado, el mercado y otros actores rurales y urbanos (Dorosh y Thurlow, 2018; Poulton, 2017). En esta tesitura, es útil considerar cómo la agricultura puede tener dos papeles posibles en procesos más amplios de transformación estructural, al im-pulsar el crecimiento económico —brindar aumentos fundamentales en la productividad y las ganancias— y apoyar esos procesos en relación con la difusión de los beneficios de los multiplicadores de crecimiento primarios por medio de una economía. Las oportunida-des y las exigencias de la agricultura al coad-yuvar con estos cambios varían de un país a

otro, según las condiciones agroecológicas y los mercados, entre otras. No obstante, se ha cuestionado si una agenda de transformación rural de creciente modernización, comercia-lización y salida rural por sí sola tendrá los efectos generalizados que muchos gobier-nos y algunos académicos anticipan. Se argu-menta que un enfoque limitado en la mejora de los sistemas agrícolas y alimentarios puede opacar la manera en la que los medios de vida rurales encarnan los actos de consumo, cuidado, reproducción y redistribución (Rigg, Salamanca, Phongsiri, & Sripun, 2018). La ex-periencia actual de muchos medios de vida rurales es mucho más complejo, en especial para los que habitan en ambientes propensos a riesgos que involucran el centro de las acti-vidades, tanto agrícolas como no agrícolas, in situ y ex situ, mercantilizadas y centradas en el cuidado, así como reproductivas y redistribu-tivas. Estos medios de vida precarios también tienden a perdurar si las ocupaciones no agrí-colas siguen siendo inseguras y las medidas de protección social son limitadas (Devereux & Sabates-Wheeler, 2004).

Estos cambios sistémicos en las econo-mías rurales y los sistemas alimentarios, en combinación con las limitantes históricas que se mencionaron, pueden socavar la se-guridad de los medios de vida para una parte de la población rural y marginada. La agricul-tura familiar de pequeña escala es y seguirá siendo de vital importancia para estos hoga-res. De las casi 570 millones de granjas que existen en todo el mundo, un estimado de 83% se reaprten entre Asia, con 74%, y el Áfri-ca subsahariana, con 9%, mientras 475 mi-llones son pequeñas granjas con un área de menos de dos hectáreas (Lowder, Skoet & Raney, 2016). Estas granjas operan cerca de 12% del total de las tierras arables del mundo y aun así producen más de 70% de las ca-lorías alimentarias para la gente que habita en esas regiones. Asimismo, producen algu-nos de los principales bienes de consumo mundial (Lowder et al., 2016). Sin embargo,

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muchos de estos granjeros son pobres y se encuentran atrapados entre la pobreza y la baja productividad (Dorosh & Thurlow, 2018), carecen de los capitales humanos, sociales, políticos y financieros necesarios, y de las capacidades para sostener la transforma-ción y el desarrollo rural. Conforme impe-ra una mayor presión en los estilos de vida agrícolas, la pobreza rural puede acentuarse y la emigración —la trayectoria de “despla-zamiento”— suele percibirse como la única opción, en especial entre de la juventud (De Schutter, 2017; FAO et al., 2019).

Resulta en particular difícil escapar de estas trampas de pobreza debido a las limi-tantes sociales e institucionales intrínsecas en las relaciones de género en la produc-ción y la reproducción, los mercados de tra-bajo y los sistemas públicos. En el contexto de abandono de la agricultura, es común ver que los hombres provenientes de áreas rurales emigren en épocas difíciles y dejen atrás a sus mujeres quienes trabajan en tie-rras cada vez menos productivas y con la responsabilidad del bienestar del hogar y la familia (Beegle et al., 2016; Kabeer, 2011). Estas consecuencias son en especial nega-tivas para las mujeres, pues las estructuras de limitación pueden restringir su poder de negociación (Agarwal, 1997; Bryceson, 2002), lo que dificulta su acceso a la tierra, el agua, los insumos, el conocimiento técnico y los mercados, además de tener que adaptarse a condiciones económicas y ambientales en constante cambio (FAO, 2018).

Aunque existe una afirmación generaliza-da de que las mujeres están en relativa des-ventaja respecto a los hombres (Johnson, Kovarik, Meinzen-Dick, Njuki & Quisumbing, 2016), este problema no suele ser objeto de análisis o se desestima debido a los cambios en las relaciones sociales y las tendencias estructurales. Las referencias bibliográficas acerca de género e instituciones rurales dan testimonio de las relaciones entre hombres y mujeres, que van desde la violencia has-

ta la cooperación, la coordinación y la ne-gociación (Berry, 1993; Doss, Meinzen-Dick, Quisumbing & Theis, 2018, p. 73; Guyer, 1995; Whitehead, 2002). Sin embargo, gran parte del discurso sobre la alimentación y el desa-rrollo se sigue adhiriendo a “mitos” precon-cebidos que no reconocen la variación entre y dentro de los grupos de mujeres, o las for-talezas de las mujeres y sus limitaciones.

Narrativas de nutrición en la comprensión de las relaciones entre salud y alimentación

Los académicos y activistas de la nutrición han mencionado por mucho tiempo que las perspectivas de la revolución verde y gran parte de la labor de producción y medios de vida agrícolas versan sobre el combate a la hambruna y la inseguridad alimentaria, pero no sobre cuestiones más amplias de des-nutrición. La desnutrición incluye formas de privación crónica y aguda de alimentos y de falta de micronutrientes, lo que implica un crecimiento e inmunidad deficientes y con-diciones relacionadas con la alimentación, como sobrepeso, obesidad y enfermedades no transmisibles, por ejemplo, la diabetes. Los factores de alimentación detrás de estas situaciones van más allá del hecho de inge-rir la cantidad suficiente de calorías y están afianzados en los sistemas alimentarios. La disponibilidad y accesibilidad de los alimen-tos no es uniforme más allá de los granos bá-sicos conocidos. La necesidad de rebatir esta narrativa monolítica sobre el hambre creada por la revolución verde ha originado un que conjunto de nutriólogos defina el trabajo para limitar el hambre distinto al trabajo para limi-tar la desnutrición. No obstante, en el proce-so, el debate en el mundo de la nutrición se ha alejado de las conversaciones políticas

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que inciden en la labor contra el hambre y ha deriva do en discusiones tecnocráticas acer-ca de cómo se producen, procuran y entre-gan nutrientes: un enfoque de “nutriología” o “nutrición hegemónica” (Hayes-Conroy & Ha-yes-Conroy, 2013; Scrinis, 2008).

La polarización resultante en la batalla “hambre versus nutrición” ha acarreado una indiferencia inútil hacia las concepciones inte-gradas y holísticas de la nutrición, así como la separación de los enfoques políticos para su tratamiento. Una manera de entender cómo estos procesos han dado forma a la práctica y la política de la nutrición es un enfoque de discurso alimentario que hace hincapié en la forma en la que las relaciones de poder mol-dean lo que se dice y cómo se conciben los problemas.

Al igual que el hambre, el mundo agroali-mentario o de seguridad alimentaria contiene los dos enfoques convencionales y un diálo-go más radical —revisado en otras secciones de este artículo—, el mundo de la nutrición alrededor del globo también se ha caracte-rizado como una división entre muchas na-rrativas o hilos argumentales no prioritarios y concurrentes (Béné et al., 2019; Kimura, 2013; Morris, Cogill, & Uauy, 2008). Gran parte de la práctica e investigación en nutrición en ámbi-to internacional se concentra en los enfoques técnicos y es autorreferencial, no aspira a in-corporar el conocimiento más allá de la labor epidemiológica, económica y de gobierno en resultados particulares en nutrición. Algunos investigadores se han abocado a temas de igualdad (Meinzen-Dick, Behrman, Menon & Quisumbing, 2012; Van den Bold, Quisumbing & Gillespie, 2013), pero en general no se han apoyado en una teoría científica social más amplia y establecida (Harris & Nisbett, 2018), incluyendo las bibliografías críticas estableci-das dentro de las disciplinas, como la antro-pología y lageografía (véase la Tabla 1).

De manera similar, el proceso de política de la nutrición ha empezado por atender los problemas del poder y las ideas (Harris, 2019a,

2019b), y cuestiones estructurales profundas (Nisbett, 2019), cuando existen campos de acción marginados de los enfoques sociales y de derechos para atender la desnutrición desde la década de 1990 (Barth-Eide, Kra-cht & Robertson, 1996; Fanzo, Cordes, Fox & Bulman, 2019). Más allá de estos ejemplos, la mayoría de la investigación sobre nutrición si-gue siendo técnica en lugar de explícitamen-te política.

La síntesis estratégica establecida por académicos de la nutrición a mediados de la última década intentó compensar esta fragmentación al recabar evidencia selec-tiva y construir narrativas que sugerían que la comunidad podría culminar, en 2008, en una edición especial de la revista The Lan-cet, financiada por la Fundación Bill y Melin-da Gates (Lancet, 2008). Este trabajo fomen-tó la idea del retraso en la estatura infantil —desproporción entre la altura y la edad del niño— como una métrica clave de desarrollo, debido a su relación con la mala salud y la deficiente productividad económica avanza-da en la vida, y sugirió que atender el retraso en los primeros 1000 días de vida debía ser prioritario para varios sectores, desde la salud hasta la agricultura y la educación. Durante la última década, combatir el retraso en la esta-tura infantil ha sido el fin último del trabajo de desarrollo de los ODS y los ciclos de financia-miento y programas afines, por lo que ha per-meado en muchas otras narrativas en materia de nutrición.

Es cierto que esta narrativa ha dado pie a que la nutrición se haya vuelto prioritaria en las agendas de desarrollo, apoyada por el sector privado, interesado en ofrecer las tecnologías necesarias para intervenir en la fortificación y complementación de la alimentación (Kimura, 2013). La narrativa del “retraso en los primeros 1 000 días” ha sido exitosa en parte, pues varios sectores percibieron su papel en la reducción del retraso mientras mantenían el mismo rit-mo en sus acciones. Las acciones necesarias para atender el retraso son lo suficientemente

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ambiguas para que los actores vean cambios mínimos en sus funciones en relación con sus actividades y los mandatos técnicos (Harris, 2019c). Desde una perspectiva política, exis-te un beneficio en el hecho de que el retraso pueda centrar la narrativa en las causas más profundas de subdesarrollo, como indicador difícil de cambiar sin una transformación so-cial y mejoras generales en los servicios pú-blicos. Sin embargo, en la mayoría de los ca-sos, la narrativa del retraso no ha integrado las cuestiones sociales y políticas que originan la marginación y la desnutrición en niveles más fundamentales, lo que los nutriólogos definen como las “causas básicas” de nutrición y rele-gan a una caja negra de “contexto” en la ma-yoría de las investigaciones y acciones (Harris & Nisbett, 2019a; Nisbett, Gillespie, Haddad & Harris, 2014).

No obstante, se está alcanzando un hito mientras elaboramos este trabajo. El lento avance en la reducción de la desnutrición y la atención en las reducciones aún más lentas en los grupos más marginados han ocasio-nado que las cuestiones más generales de equidad se reincorporen a la conversación, con derechos, poder, igualdad y ética en el núcleo, así como una dinamización del cam-po de la nutrición crítica y social por medio de la (re)integración con más labores críticas en otras disciplinas académicas (Global Nutri-tion Report, 2020; Jaspars, Scott-Smith & Hull, 2018). Al mismo tiempo, una confluencia de trabajos sobre desnutrición e investigaciones y políticas para combatir la obesidad —que prestan gran atención a las disparidades glo-bales de poder en el sistema de alimentación y las pugnas entre los partidarios de la salud global y la industria multinacional de la comi-da— ha dado pie a conversaciones en torno a políticas más determinantes (Friel & Ford, 2015). Esto permite que la nutrición cumpla un ciclo y se reintegre a diálogos más am-plios en cuestiones de alimentos, tanto al-ternativos como conocidos. El peligro es que estos temas son, una vez más, cooptados, y la

nutrición se excluye de nuevo de los debates sobre alimentación o las cuestiones de dere-chos y equidad quedan fuera de la nutrición.

La manera en la que se plantea la inade-cuación del sistema alimentario, por medio de discursos particulares, define las políticas y las intervenciones para remediar la situa-ción (Béné et al., 2019). Si el problema estri-ba en alimentar a una población creciente, la solución será aumentar los rendimientos; si el problema es la falta de micronutrientes, la fa-lla puede estar en la complementación técni-ca y la fortificación a favor del “nutricionismo”; si el problema es tener una dieta sana, la so-lución será diversificar los alimentos disponi-bles, accesibles y deseables. La perspectiva de muchos de los implicados en la nutrición está evolucionando para entender que las dietas diversas son aquellas en las que la co-mida se combina con la salud y en las que la labor multisectorial en nutrición converge con la comida y el sector agrícola, y con las áreas que atienden el cuidado de la salud y la sociedad. Empero, este nuevo enfoque en la dieta como resultado del sistema alimen-tario y las cuestiones de poder y marginación que impulsan el cambio o la inercia no figura en los ODS. Por ejemplo, el ODS 2 perpetúa la antigua dicotomía con metas asociadas al hambre, la inseguridad alimentaria, la pro-ductividad agrícola, la I+D, el comercio y la inversión, independientes de las metas de desnutrición infantil, sin objetivos respecto a dietas o sistemas alimentarios más amplios.

La nutrición internacional es un campo de investigación relativamente nuevo, al menos en relación con sus primos legislativos más afianzados: la agricultura y la salud, por lo que las narrativas preponderantes cambian con rapidez a medida que la nueva evidencia y el poder político de las propuestas se disputan una posición. Desde una perspectiva alimen-taria, la narrativa de dieta está sustituyendo a la del retraso, que remplazó la del ham-bre. Sin embargo, la comunidad no cambia al unísono, lo que deja vestigios de antiguas

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narrativas aún en pugna con las nuevas. La necesidad de un enfoque conjunto, en es-pecial acerca de los determinantes políticos y sociales básicos de desnutrición en todas sus formas, es aún más clara. Por eso que la nutrición debe tener una integración explícita en el análisis de las políticas alimentarias más generales, con el objetivo de mantener estos asuntos en la agenda.

Culturas de consumo

Las políticas de consumo de alimentos y alimentación no pueden reducirse a dispu-tas sobre recomendaciones de nutrientes y dietas, o sobre economía política sustantiva, sino que están vinculadas a cuestiones de significado, valores, creencias e identidad, lo que podría englobarse en el término “culturas alimentarias”. Que los sistemas alimentarios tengan importantes dimensiones culturales es una obviedad, analizada a profundidad en referencias bibliográficas diversas en la an-tropología, la sociología de la comida y la ali-mentación (Goody, 1982; Messer, 1984; Mintz & Du Bois, 2002; Phillips, 2006; Pottier, 1999; Richards, 1939). En una revisión de los enfo-ques de discursos alimentarios, refutaciones y movimientos alimentarios y socionaturale-zas alimentarias, esta sección ilustra las di-mensiones políticas de problema de quién come qué y por qué.

Gran parte de los trabajos se ha decan-tado hacia cuestiones relacionadas con la globalización y la industrialización y corpo-rativización de los sistemas alimentarios, al identificar cómo las opciones dominantes desplazan las culturas de alimentación local o las asimilan en regímenes alimentarios cor-porativistas (McMichael & Friedmann, 2007). Esos trabajos presentan un concepto general del poder en términos de economía política estructural o de los intereses de los actores corporativos, pero también apelan a perspec-

tivas postestructuralistas del discurso. Por ejemplo, argumentan que las corporaciones internacionales, la “cultura del supermerca-do” y los medios de comunicación presentan una imagen estandarizada y universalizada de lo que es delicioso, saludable y de moda, establecen como familiares y deseables nombres de marcas, como Coca Cola, Mc-Donald’s, etc., e impulsan su disponibilidad, como una forma de imperialismo cultural ali-mentario (Ritzer, 1993). Esto reduce la diversi-dad de las culturas alimentarias y desdibuja la procedencia de la comida, lo que se tradu-ce en “comida de ninguna parte” (McMichael, 2009b), con consecuencias en la distribución: la marginación de las culturas alimentarias alternativas y los medios de vida y el estatus asociados a ellas (Belasco, 1987).

Estos trabajos apuntan hacia caminos en los que tanto los legados coloniales como los regímenes alimentarios agroindustriales o neoliberales limitan de manera progresiva las alternativas alimentarias disponibles para ciertos grupos de personas bajo el dominio político de otros. Los trabajos importantes exploran cómo el colonialismo ha moldeado las culturas e identidades alimentarias, inclu-yendo prácticas como el consumo masivo de carne (Trigg, 2004) o culturas indígenas alimentarias y de salud (Iacovetta, Korinek & Epp, 2012).

Si la globalización o “supermercadización” es la fuerza principal que moldea las culturas alimentarias, existen numerosas obras que do-cumentan la resistencia a esa asimilación en términos de pugnas por la supervivencia de las culturas alimentarias locales. Estas pugnas suelen vincularse con afirmaciones más am-plias de soberanía alimentaria, la importancia de tradiciones y conocimientos locales o con la autonomía y los derechos de los pueblos indígenas o marginados (Borras et al., 2008; Edelman, 2003; Patel, 2009), como subrayan los enfoques de refutaciones y movimientos alimentarios. Si bien los primeros trabajos ge-neraron perspectivas de cultura estáticas y

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apolíticas, así como perspectivas políticas bi-narias que enfrentan una cultura con otra —o bien local/global, tradicional/moderna—, los trabajos más recientes, sustentados en estos enfoques, hacen hincapié en la importancia de la voluntad de la gente al actuar y moldear las prácticas culturales, así como en las políticas de conocimiento y representación en las deli-mitaciones culturales.

Los estudios revelan lo que podrían ser varias “culturas alimentarias” que interactúan por medio de formas más diversas, politiza-das e híbridas, como en las reacciones con-tra McDonald’s de los consumidores en cin-co sociedades asiáticas (Watson, 1997) o la asimilación inversa que sugiere el estudio de Miller (1998) de “Coca Cola: una dulce bebida negra de Trinidad”, que explora las interrela-ciones entre los intereses y las prácticas de los negocios, la juventud y otros consumi-dores en la industria de bebidas azucaradas del país. En estos ejemplos de hibridación y apropiación, los alimentos occidentales no siempre son el punto de referencia; por consi-guiente, Tuchman & Levine (1993) exploran la interpretación y el consumo de comida china por grupos judíos en EE. UU., lo que moldea las identidades de ambos grupos.

Los trabajos que asumen estos enfoques también anticipan perspectivas más recien-tes inspiradas en teorías acerca de redes de actores o el nuevo materialismo, acomoda-das dentro de nuestra amplia percepción de discursos alimentarios —en cierta medida, las socionaturalezas alimentarias— cuando muestran cómo los bienes de consumo ali-mentarios, al igual que otros, tienen vidas so-ciales (Appadurai, 1986) y no pueden conce-birse fuera de las redes de significado y poder en las que circulan (Phillips, 2006). Desde la obra clásica de Mintz (1985) acerca del azúcar hasta la exploración de la manteca de kari-té en África occidental de Chalfin (2004), así como los papeles clave de una amplia gama de actores de género en los mercados nacio-nales de Ghana en el marco de la transforma-

ción de bienes preindustriales de consumo globalizado en bienes posindustriales, estos trabajos rebaten la idea de la globalización de las culturas alimentarias como proceso hegemónico o singular, y hacen hincapié en las múltiples relaciones convergentes implí-citas en las maneras en las que la comida in-tegra las relaciones entre la gente, las ideolo-gías y los valores culturales (Goodman, 2015; Nisbett, 2019).

Los estudios también pusieron en evi-dencia que la comida y la alimentación com-prendidas en la política de la construcción de naciones, clases, castas e identidades, “como cualquier otra sustancia material con defini-ción cultural, la comida sirve para afianzar la integración al grupo, así como para distin-guirlo de otros” (Mintz & Du Bois, 2002). Mayer (1996) describe cómo el cambio de las rela-ciones de casta se refleja en alternativas de alimentación entre los pueblos de la India. Goldfrank (2005) vincula el éxito del comer-cio de frutas frescas en Chile con el estatus cultural y de clase asociado a la alimentación saludable. En Ghana, comer pollo importado disponible en restaurantes de comida rápida se ha asociando a estilos de vida modernos, urbanos, juveniles y adinerados, en contras-te con el atraso que implica el consumo de aves de corral entre las personas de la terce-ra edad (Sumberg, Awo & Kwadzo, 2017). Wat-son y Caldwell se cuestionan: “¿las actitudes hacia la comida rápida [se han] convertido en un diagnóstico global de clase?” (2005, p. 3).

No obstante, la clase converge con otras disparidades, como lo muestran los análisis feministas, antirracistas y decoloniales, las relaciones de cuerpos, identidades y subje-tividades de género y raciales se moldean también por el consumo (Counihan & Kaplan, 1998; Hayes-Conroy & Hayes-Conroy, 2013). Gran parte de este trabajo se ha enfocado enla conexión entre las dietas y la represen-tación, como las asociaciones entre el con-sumo de carne y la masculinidad, la delga-dez y los ideales occidentales de feminidad,

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o la comida y las perspectivas esencialistas de etnia motivadas por las interacciones so-ciales y las imágenes de los medios de co-municación en muchos contextos (Greene-baum & Dexter, 2018; Mycek, 2018; Sumpter, 2015). Un área potente pero no tan explorada vincula la alimentación a la preparación de alimentos, y sus políticas de identidad y de género. Por ejemplo, la sustitución de comi-das hechas en casa por comida comida rápi-da puede ser una respuesta a la limitante de tiempo de las mujeres que balancean los tra-bajos de cuidado remunerados y no remune-rados, en ausencia de una redistribución de género en los papeles de cuidado (Chopra & Zambelli, 2017). En muchos contextos históri-cos en todo el mundo, la mujer se ha valido de los mismos alimentos que preparan y cómo los preparan para resistir y redefinir los roles de género (Inness, 2001). Los estereotipos de género predominantes suelen ser rebatidos y revertidos en las culturas foodie en las que los hombres ostentan un estatus elevado en la preparación de comida y suelen ser “chefs famosos”. Aun así, esto suele exigir altos ni-veles de recursos (Cairns, Johnston & Bau-mann, 2010).

Dichos trabajos realzan, en distintos ni-veles, que aquello que podría interpretarse como preferencias o identidad culturales en realidad es moldeado por el poder, incluyen-do la economía micropolítica de género y cla-se dentro de los hogares y las comunidades, y la política discursiva de la representación de medios de comunicación y redes sociales que suelen deslegitimar o cambiar el aspec-to de las perspectivas culturales. De manera similar, la política del conocimiento científico puede lograr que se desvelen supuestos de intervención o inclusive la causalidad entre los bajos ingresos, el género, la etnicidad y el mal estado de salud (Guthman, 2013), que simplemente pasan a ser representados en términos populares. Entonces vemos que “la gente pobre es gorda; eso les causa en-fermedades y le cuesta dinero al Estado”,

en lugar de “la gente pobre que padece de obesidad y mala salud se enfrenta a formas convergentes de discriminación, lo que les genera mayor pobreza”.

A raíz de ello, se ha suscitado una oleada de perspectivas críticas acerca de las narrativas hegemónicas de nutrición que examinamos en la sección anterior. Estos trabajos presentan reservas adicionales respecto a la celebración de la diversidad y la resiliencia de varias cultu-ras alimentarias, además de ayudar a aterrizar las cuestiones de equidad y economía política

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como las concebimos, por un lado, la certeza en apariencia irrefutable de las prescripciones dietéticas nacionales basadas en evidencia que promueven los expertos (Biltekoff, Mudry, Kimura, Landecker & Guthman, 2014), y por el otro, la vorágine de opiniones y subjetividades que forman parte del debate alimentario po-pular y la moda en dietas. ¿Cuán factibles son las recomendaciones dietéticas nacionales que codifican los supuestos de que la des-nutrición se atendería mejor si los individuos aprendieran a pesar cada plato según su valor nutricional en lugar de abocarse a factores de justicia social y ambiental que comprenden la vivienda deficiente, la igualdad salarial, la con-taminación y la polución de los suministros de alimentos (Friel, Hattersley, Ford y O’Rourke, 2015; Guthman, 2013)? Para complicar la mora-lidad de la dieta, que siempre ha estado defini-da por políticas limitantes de clases superiores (Biltekoff et al., 2014) y que ha formado parte del proselitismo misionario (Kimura, Biltekoff, Mudry & Hayes-Conroy, 2014), las prescrip-ciones dietéticas ya incluyen consideraciones ambientales definidas, una vez más, por la elite científica occidental, que tiende hacia alterna-tivas alimentarias particulares con importantes dimensiones culturales (Willett et al., 2019).

Si bien es fundamental integrar los siste-mas alimentarios a debates acerca de sos-tenibilidad, necesitamos comprender cómo esas dimensiones culturales se debaten en el nivel local y la interrelación que tienen con cuestiones de identidad y equidad, como se viven en el ámbito local, incluso si las dietas

simplemente ignoran las realidades de la precariedad alimentaria cotidiana a la que se enfrentan muchas de las personas más mar-ginadas en el mundo.

Estas comprensiones ecológicas con-vencionales también podrían valerse de otros pensamientos y prácticas indígenas y emergentes, que clasificamos en la Tabla 1 como socionaturalezas alimentarias. Estas perspectivas funcionan para descentralizar el papel del organismo humano en la inte-racción siempre intrincada entre los fenóme-nos naturales y humanos, y cuestionan las tendencias cartesianas que tienden a sepa-rar lo social de lo natural tanto en la práctica disciplinaria como en el pensamiento (Braun & Castree, 2001; Cassidy, 2012). Las prácticas alimentarias y de comida están integradas y adoptan la forma que dictan los conjuntos de varias especies de humanos, plantas y animales en interacción (Haraway, 2016), que suelen ser de carácter endémico de ciertos lugares e individuos.

Por ejemplo, en la región alta del bos-que de Guinea en África Occidental, el cul-tivo, procesamiento, preparación, consumo y manipulación de desechos de cultivos de horticultura tienen un vínculo íntimo con las interrelaciones de género que existen en los procesos de suelo, plantas e insectos impli-cados en la creación y el uso de tierras férti-les antropogénicas e islas forestales, que los mismos moradores perciben como fenóme-nos socionaturales (Fraser, Leach & Fairhead, 2014; Frausin et al., 2014). Para algunos pue-blos del Amazonas, los animales, las plantas y los espíritus se consideran personas con representación e intencionalidad. Son ontolo-gías que se permean en la caza, el chamanis-mo y muchas otras prácticas alimentarias co-tidianas (De Castro, 2015; Kohn, 2015). En las sociedades del norte del globo, Alkon (2013) muestra que las prácticas locales de consu-mo de alimentos orgánicos se sustentan en ideas y experiencias socionaturales, mientras en la ecología política urbana ha prestado una

Si bien es fundamental integrar los sistemas alimentarios a debates acerca de sostenibilidad, necesitamos comprender cómo esas dimensiones culturales se debaten en el nivel local y la interrelación que tienen con cuestiones de identidad y equidad, como se viven en el ámbito local.

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atención más amplia a los procesos metabó-licos socionaturales que sustentan la ham-bruna urbana (Heynen, 2006) al igual que a la producción urbana de alimentos (Shillington, 2013). Una mayor atención en las socionatu-ralezas alimentarias, incluidos los complejos sistemas urbanos, permite entrever ideas y prácticas que podrían dar pie a sistemas ali-mentarios más sostenibles y equitativos con base en el fomento de interacciones socioe-cológicas más amables y de respeto mutuo.

Esto también puede causar mayores crí-ticas hacia las prácticas globalizadas e inte-gradas de producción y consumo industriales por la separación de las naturalezas humanas y no humanas, así como hacia la explotación y la transformación de estas últimas en flu-jos financiarizados de bienes y capital (Braun, 2005; Gandy, 2004; Heynen, 2006; Shillington, 2013). Las instancias en que las socionatura-lezas alimentarias más interconectadas unen y movilizan a grupos ante los desafíos, ya sea en torno a la comida orgánica (Alkon, 2013) o la soberanía alimentaria (Wittman, 2009), ponen de relieve el potencial de las socionaturale-zas alimentarias para politizarse, y los apren-dizajes que se pueden obtener a partir de la combinación de enfoques de socionaturale-zas alimentarias con enfoques de refutacio-nes y movimientos alimentarios. Las críticas internas y externas a los movimientos alimen-tarios alternativos occidentales como lo cau-cásico y lo privilegiado (Cadieux & Slocum, 2015; Slocum, 2007) también se compaginan bien con otras corrientes de pensamiento so-cionaturales y “poshumanistas” críticas. En su conjunto, se suman a las escuelas feminista, anticolonial y antirracista para cuestionar aún más los modelos de pensamiento humanista —liberales, occidentales, masculinos, hege-mónicos— que se han traducido en estados actuales de crisis de sistemas alimentarios mundiales de insostenibilidad e inequidad. Dichos enfoques exigen una nueva manera plural de pensamiento, a la que nos abocare-mos en la sección de conclusiones.

Análisis de la política alimentaria para la transformación: rumbo a un análisis sintético

Al sintetizar el contenido de estas secciones, notamos que los problemas elegidos han seguido, de manera necesaria, una selec-ción limitada de temas, periodos históricos y contextos. Pudimos haber elegido muchos otros temas, pero nos concentramos en las dimensiones del sistema alimentario indica-dos en la Figura 1 que podían abonar al tipo de análisis político que hemos ilustrado aquí.

Lo anterior incluye precios y comerciali-zación de alimentos, relaciones laborales, consumismo ético, sector minorista, ayuda alimentaria y humanitarismo, y una amplia gama de asuntos alimentarios vinculados a cuestiones climáticas y ambientales. Estos son temas posibles para futuros trabajos, basados en los tipos de enfoques hacia la política alimentaria que mencionamos en la Ta-bla 1 y que exploramos y demostramos en este documento.

Nuestro enfoque también se ha orien-tado hacia la política agroalimentaria como las cuestiones de alimentos y desarrollo en el hemisferio sur. Dentro de esta óptica, nos hemos inclinado hacia las direcciones tec-nológicas, las narrativas y la política nacional e internacional. Pero los mismos sistemas alimentarios nos afectan a todos. Esto impli-ca algunas conclusiones paradójicas: existe una creciente convergencia mundial de tran-sición dietética y de experiencias nacionales de enfermedad; sin embargo, la experien-cia individual encarnada en esos sistemas alimentarios se produce de maneras que muestran divisiones de género, raciales y de desigualdad. Si bien ponemos énfasis en la correlación de estos tipos de relaciones y sistemas alimentarios, también nos perca-tamos de que prestamos menos atención a la política de alimentos y el consumo en

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los contextos de los países del norte, como lo subrayaría un enfoque de “desarrollo uni-versal”. Los consumidores en estos países se ubican en los extremos de los sistemas ali-mentarios, que tienen raíces profundas en el mundo, pero que también han servido a la gente y al planeta de maneras penosamente desiguales que distan de ser sostenibles. En lo tocante a los contextos de EE. UU. y Eu-ropa, que no se exploran a plenitud en esta obra, existen referencias bibliografías acerca de estas desigualdades así como del consu-mo ético (Alkon, 2008), la política comercial y los subsidios agrícolas (Clapp, 2004, 2015), las redes alimentarias alternas (Goodman, DuPuis & Goodman, 2012), la justicia alimen-taria y las relaciones laborales (Cadieux & Slocum, 2015), además de una creciente li-teratura sobre la concentración de influen-cias de producción y consumo entre algunas grandes empresas (IPES-Food., 2017).

En las secciones de este trabajo hemos ilustrado los enfoques encaminados hacia la comprensión de la política alimentaria, que están afianzados en varias tradiciones teóricas y nociones de poder. Hemos ejemplofocado cómo los estudios adoptan cada uno de los enfoques enunciados en la Tabla 1 —intereses e incentivos alimentarios, regímenes alimen-tarios, instituciones alimentarias, refutaciones y movimientos alimentarios, discursos ali-mentarios, socionaturalezas alimentarias—, que ofrecen perspectivas valiosas acerca de la transformación del sistema alimentario. En cada problema hemos mostrado el valor de la combinación de algunos enfoques. Aun-que las secciones han presentado las com-binaciones en torno a temas y cuestiones particulares, hay mucho por compartir entre ellas y las algunas perspectivas transversales que emergen.

La primera es el prominente papel de la comida y el hambre no sólo en las narrativas de desarrollo, sino en nociones más amplias de Estado y su contrato social. Esto quedó en evidencia en la primera sección acerca

del poder del Estado, y ejemplificado en las demás, ya sea en las justificaciones detrás de los monopolios tecnológicos preponde-rantes que demuestran las experiencias de la revolución verde en distintos países, o en la comprensión de que las economías agroali-mentarias aún predominan en la mayoría de los contextos y estilos de vida rurales, en los que mucha gente pobre está implicada en labores agrícolas y de siembra. Los lectores atentos se habrán dado cuenta de la tensión entre las perspectivas expuestas. Muchas cuestionan los regímenes de poder y tecno-logía que se han traducido en el ímpetu pro-duccionista actual de la política mundial en materia de agricultura y alimentación, y otras se abstienen por completo de esta narrativa. No obstante, cuestionar un enfoque contun-dente hacia la producción y rendimientos no debe cegarnos ante situaciones en las que la productividad agrícola mejorará. Si se as-pira a ésta como un medio de construcción de sociedades rurales inclusivas —en lu-gar de un fin en sí mismo—, pueden existir como parte de un enfoque renovado hacia lo que en realidad quieren los productores y campesinos para sostener a sus familias en situaciones de continua pobreza y ham-bre. Con toda la discusión de decisiones de producción, hambruna y comercio, también nos percatamos de que es por medio de las culturas de alimentación, la preparación y el consumo de comida que la mayoría de la gente aún experimenta la alimentación y sus políticas, que se moldean más sutilmente mediante la política de hambre y producción, pero no son determinados sólo por ésta.

En segundo lugar, estas secciones com-parten una preocupación acerca de cómo los intereses dominantes se ejercen en las estructuras de poder corporativo actuales y en el desmantelamiento de los servicios es-tatales de orientación social, pero también adoptan una postura crítica hacia un enfoque en exceso estrecho sobre la comercialización y los intereses corporativos, que dejan in-

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tactas otras áreas de poder. Esto incluye las micropolíticas alimentarias locales y munda-nas que no están separadas de las labores del capital corporativo, pero implican cons-telaciones de tierra, mano de obra, género y poder étnicos que no operan en los espacios político-corporativos mundiales. Lo anterior sugiere la importancia de tomar con serie-dad las cuestiones de participación y la voz de aquellos que están en la marginación en relación con los centros de poder, incluyendo sistemas de patriarcado y colonialismo pro-fundamente arraigados (Cadieux & Slocum, 2015; Hayes-Conroy & Hayes-Conroy, 2013). En contraste con estos antecedentes, los movimientos sociales, las acciones colecti-vas y las formas de “política insubordinada”, la protesta y la resistencia (Hossain & Scott-Vi-lliers, 2017) apuntan hacia rutas en las que las desigualdades y la injusticia que siguen mol-deando la política en cada lugar del mundo podrían superarse por medio de la protesta y la acción colectiva del día a día.

En tercer lugar, las secciones subrayan el valor de la integración de dimensiones sus-tantivas de política y poder —interesados en el control de los recursos y las oportunida-des— con la política de conocimiento que se concentra no sólo en los recursos mate-riales, sino en dirigir las creencias, los valo-res, los comportamientos y las prácticas de la gente. Al igual que en los enfoques hacia los discursos alimentarios, las refutaciones y movimientos alimentarios, y las socionatura-lezas alimentarias pueden conceptualizarse en términos de narrativa y discursos, cono-cimientos y prácticas palpables, o simple-mente en visiones y concepciones alternas del mundo. Además de esbozar las nociones predominantes que moldean la política del conocimiento, concentramos la atención en visiones alternativas, ya sea con la articula-ción de los movimientos sociales u hombres y mujeres en situaciones de marginación que no aceptan las soluciones de la oferta o la manera en la que se plantea el problema.

Pese a estos temas recurrentes que emer-gen a raíz de la combinación de varios enfo-ques, nos resistimos a la idea de que haya un único marco o teoría integradora de la política alimentaria. Los enfoques que hemos ilustra-do se sustentan en teorías de poder y pers-pectivas políticas más amplias y sumamente diversas y plurales, incluso incompatibles con los fundamentos políticos, epistemológicos y ontológicos. En lugar de ello, aspiramos a una síntesis basada en una triangulación en la que los enfoques se mezclen para brindar claridad a los todos ángulos. Al hacerlo, se genera una imagen más rica que refleja esta pluralidad y se reconoce la posibilidad de una multiplicidad de alternativas de transformación que considera-mos necesarias para lograr sistemas alimenta-rios sostenibles e igualitarios del futuro.

El enfoque de alternativas del Centro STEPS (Leach & Scoones, 2010) ha sido útil para destacar y analizar trayectorias de cam-bio en el sistema —en las que los sistemas tienen elementos sociales, tecnológicos y ecológicos convergentes—, moldeadas por intervenciones y relaciones de poder. La in-tegración del poder con ese pensamiento sistémico ha sido importante para entender las vías que sostienen y justifican las narra-tivas porque se enfoca en el conocimiento/poder, el discurso y la política de conoci-miento como dimensiones clave de las re-laciones de poder. Lo anterior se ejemplifica en varias de las secciones anteriores, ya sea al analizar la difusión de la política colonial y de la posguerra por medio de varios regí-menes alimentarios y tecnológicos —en las primeras dos secciones— o en enfoques do-minantes y alternos hacia la nutrición y las culturas alimentarias —en las últimas dos secciones—. La descripción de estas vías predominantes y alternas conlleva, a su vez, un conjunto común de preguntas acerca de cualquier cuestión alimentaria o de desarro-llo. Esto se integra en el enfoque de las 4D que se presenta en el Cuadro A. Las primeras 3D se desprenden de la conceptualización

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original establecida por el Centro STEPS (Stirling, 2009; Stirling, Arond, Leach, Ely & Scoones, 2010). Al mantener nuestro enfo-que en la política, hemos sumado una cuarta D, democracia, para atraer la atención hacia las cuestiones de inclusión y voz dentro de procesos y resultados en el cambio de siste-mas alimentarios que ven como prioridad la equidad y la justicia (Millstone, Thompson & Brooks, 2009).

Al hablar de democracia, no sólo hacemos una alusión necesaria a los sistemas formales de democracia representativa, que en muchos países se ha mostrado viciada e inadecuada para tratar cuestiones de equidad. También hacemos hincapié en la importancia de los va-lores democráticos de inclusión y respeto por las voces, alternativas y biodiversidad, ya sea mediante modos participativos formales o in-formales, directos o con representación.

El “enfoque de las 3D” surgió como resultado del trabajo del Centro STEPS en alternativas, al formular preguntas acerca de cualquier problema:•¿Hacia qué direcciones se dirigen las diversas alternativas? ¿Qué metas, valores, inte-

reses y relaciones de poder impulsan las alternativas particulares y cómo podrían reen-caminarse?

•¿Existe una diversidad suficiente de alternativas? ¿Tienen la diversidad suficiente para resistir los poderosos procesos de monopolio, construir resiliencia de cara a la incerti-dumbre y responder a una amplia gama de contextos y valores?

•¿Cuáles son las implicaciones de la distribución? ¿Quién gana o pierde a raíz de las al-ternativas o vías actuales o propuestas? ¿Cómo es que la elección entre las alternativas afecta las desigualdades de riqueza, poder, uso de recursos y oportunidades en distin-tos ejes (género, etnia, clase, lugar, etc.)?

Agregamos una cuarta D:•¿Qué implicaciones tiene la democracia, entendida como la integración de la igualdad

de oportunidades de voz e inclusión, así como de procesos que la propicien y la mejo-ren, ya sea de manera formal o informal?

La aplicación de este conjunto de pregun-tas detalladas a los temas y asuntos analiza-dos en este trabajo, o a otros temas en el fu-turo, es una labor adicional que no podemos desarrollar plenamente en este trabajo por motivos de espacio. Sin embargo, lo hace-mos aquí para tratar un ejemplo mencionado en varias secciones, en relación con la direc-ción general de la política agroalimentaria in-ternacional:• ¿Qué direcciones está tomando la políti-

ca agroalimentaria internacional? La po-lítica agroalimentaria internacional aún se decanta por la política de seguridad

alimentaria de la revolución verde de cor-te produccionista, que hace hincapié en soluciones técnicas arraigadas en pro-blemas políticos, como el cambio climá-tico, el hambre y formas más profundas de desigualdad en sistemas alimentarios. Lo anterior está motivado por políticas de seguridad alimentaria gubernamental existente —inercia política— y apoyo de algunas secciones de ciertas organizacio-nes internacionales, entre las que figuran la CGIAR, la Fundación Bill y Melinda Ga-tes, y agencias bilaterales como USAID y DFID (Anderson, Nisbett, Clément & Ha-

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rris, 2019). En fechas recientes, las cues-tiones de sostenibilidad se han integrado a estas narrativas, gracias a las exigencias de la crisis climática. Empero, el discurso ambiental es fácilmente cooptado para respaldar una agricultura más eficiente, lo que nos regresa hacia una forma modifi-cada de produccionismo que aún no logra asumir la equidad o la política de alimen-tación (ibid.).

• ¿Existe una diversidad suficiente de al-ternativas? La hegemonía de estas posi-ciones, que data de hace muchas déca-das, ha impricado que se incrusten en las perspectivas de muchas organizaciones influyentes, como las que se mencionaron arriba, y en figuras individuales o foros em-blemáticos que enarbolan los enfoques produccionistas. Empero, observamos enfoques alternos prometedores que han empezado a permear en las ópticas de in-dividuos y grupos en las más importantes organizaciones y foros, incluidos los enfo-ques agroecológicos, socioecológicos y sistémicos de otro tipo (Foran et al., 2014). La diversidad en los sistemas alimentarios es, en general, mixta: mayor disponibilidad de alimentos frescos ricos en nutrientes para las personas que pueden pagarlos; alimentos baratos más procesados para quienes no (Global Panel on Agriculture and Food Systems for Nutrition, 2016). Lo anterior es impulsado por los grandes in-tereses del sector privado (Hossain, 2017) y por las políticas nacionales que fomentan la producción de alimentos insignia en lu-gar de aquellos ricos en micronutrientes.

• ¿Cuáles son las implicaciones de la distri-bución? Las consecuencias distributivas que se desprenden de la insuficiencia de alternativas son numerosas en las esta-dísticas de población que mencionamos acerca del hambre y la desnutrición. Se trata de tendencias que parecen em-peorar en lugar de mejorar, al menos, en lo que respecta a las cifras de personas

hambrientas, con sobrepeso y obesidad, al igual que las que no cuentan con die-tas de calidad que brinden los nutrientes necesarios. Además de todas las personas que experimentan esas cargas de mane-ra desigual o en función de su ingreso y poder adquisitivo, sabemos que éstas se dividen por desventajas adicionales, como el género, el origen étnico, la cas-ta, las discapacidades y la ubicación o el tipo de asentamiento. No obstante, otras consecuencias distributivas imperan en predominio de ciertas culturas alimen-tarias mientras otras van en declive, y en supuestos injustificados acerca de lo que motiva el comportamiento de la gente en relación con consejos dietéticos inapro-piados y enfoques de salud pública. Vale la pena recordar las consecuencias distri-butivas para los productores alimentarios y los trabajadores del sector de alimentos: las soluciones técnicas, subsidios guber-namentales y extensión agrícola —donde aún se respalde— benefician a grupos y clases particulares de granjeros y pesca-dores: agriculturas masculinas, básicas y orientadas a la exportación. Mientras tan-to, las carencias estructurales más graves en la normatividad de trabajo ponen en desventaja a los trabajadores del siste-ma alimentario, ya sea como trabajadores agrícolas, en plantaciones, como trans-portistas, trabajadores de fábricas y ven-dedores minoristas, muchos de los cuales ya están en condiciones precarias y de marginación. La sección anterior acerca de la transformación estructural inclusi-va apunta hacia alternativas en las que la comprensión más matizada de los medios de vida rurales puede atender las injusti-cias históricas en las que se aplica el apo-yo al sector rural.

• Todo apuntan a preguntar sobre las impli-caciones de la democracia: ¿las voces y las perspectivas de qué personas podrían estar y están representadas, ya sea den-

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tro de procesos formales o informales? Es casi un arquetipo desgastado indicar que los sistemas alimentarios no están moldeados en función de los intereses de los pobres porque no cuentan con re-presentación en reuniones de juntas co-merciales, parlamentos y dependencias gubernamentales, consejos nacionales, conferencias internacionales, rondas de negociación de políticas comerciales, que dan forma al sistema alimentario. Las vías alternativas representadas por el movi-miento de la soberanía alimentaria o los intentos por generar consejos regionales en alimentación o gobiernos municipales más participativos (Rocha & Lessa, 2009) son un paso en la dirección correcta, pero es poco probable que, por sí mismas, con-soliden su propia revolución o transforma-ción en sistemas alimentarios nacionales o internacionales para proveer alimento de manera equitativa y sostenible. No obs-tante, sin promover estas iniciativas, las di-recciones, la diversidad y la distribución de los beneficios de los sistemas alimentarios son propensos a seguir siendo desiguales en el futuro cercano. La tolerancia hacia la desigualdad dependerá de la gama de factores examinados: el tipo de régimen, los precios, la existencia de salvaguardas y subsidios. Dada la dirección actual de los sistemas alimentarios y económicos, las revueltas alimentarias son proclives a formar parte de las exigencias de las poblaciones de cara a fallas más agudas y periódicas en el sistema alimentario, a diferencia de las fallas crónicas que ya se presentaron (Hossain & Scott-Villiers, 2017). Por ejemplo, aun entre las poblacio-nes más ricas y abundantes en términos de nutrición, las preocupaciones recientes en implicaciones climáticas en la produc-ción cárnica están dando pie al debate so-cial en el papel de la ciudadanía dentro de las elecciones que corresponden al siste-ma alimentario.

El presente análisis basado en las 4D pre-senta el potencial para comprender cómo se desenvuelve, o no, el cambio rumbo a siste-mas alimentarios más equitativos y sosteni-bles, y para vislumbrar las implicaciones, el funcionamiento y los efectos de las relacio-nes de poder involucradas. Esta compren-sión de la política alimentaria es una labor interdisciplinaria, que corresponde a los es-tudios de desarrollo. La operacionalización de este marco de trabajo también exige un enfoque de investigación transdisciplinario y comprometido. Las características de esta investigación en política alimentaria com-prometida incluyen alianzas entre investi-gadores y activistas o identidades mezcla-das de académicos y activistas (Anderson & Leach, 2019; Leach, Gaventa & Oswald, 2017), contribuciones sólidas de los practi-cantes, el reconocimiento de alternativas de conocimiento, todas igualmente válidas, y la búsqueda proactiva del saber con base en las cosmologías o localidades. Es necesario determinar los fines de la transformación de una manera genuinamente democrática, en la que se eleven y amplifiquen las voces de la gente que se ve sistemáticamente des-empoderada en el sistema alimentario que predomina en la actualidad. Los indicadores de éxito elegidos necesitan reflejar esos pro-pósitos y no considerarse útiles sólo porque es relativamente fácil su medición o porque se han utilizado antes.

Hay varias opciones para tratar los des-equilibrios del poder, incluida la confronta-ción, la negociación, el ejemplo, la espera de que emerjan nuevas formas de poder y apoyarlas, la exploración del poder invisible, como los espacios públicos digitales, y la construcción de nuevas narrativas que con-sideren, en su justa medida, el valor de las perspectivas y la innovación social que están relegadas. La evidencia puede fungir como una herramienta útil para la lucha política, pero no cambiará los procesos legislativos por sí sola. El planteamiento, así como el dis-

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curso para hacerlo bien, es importante para impulsar el cambio hacia la sostenibilidad y la equidad.

Debemos ser cautelosos con la naturaleza de autofortalecimiento de las vías de cambio que limitan la gama de alternativas y asignan poder a los titulares, además de estar prepa-rados para rebatirlos y presentar alternativas. Esta forma de trabajo requiere respeto ha-cia los investigadores y los practicantes con antecedentes y estilos de trabajo distintos. Asimismo, exige humildad, reflexividad y la capacidad de escuchar y responder ante los retos que imponen los preciados supuestos que uno tiene. Esto incluye reconocer la par-cialidad —y el posicionamiento político— de todo análisis y acción, también los propios. La esencia de un enfoque de alternativas pone énfasis en la parcialidad de las perspectivas dominantes de las cuales no podemos di-sociarnos por completo como miembros de redes de desarrollo y conocimiento relativa-mente elitistas. Es decir, para confrontar al poder en el sistema alimentario es necesario confrontar los supuestos y las jerarquías que dividen a los investigadores de diversas dis-ciplinas, que separan a los investigadores de los practicantes y moldean las maneras en las que la investigación abona al cambio.

Éstas son áreas fronterizas para futuras investigaciones hacia la transformación del sistema alimentario. Nuestra intención, más limitada en este trabajo, ha sido contribuir a establecer los cimientos, apelar al rigor del volumen de la investigación en el área para hacer las preguntas críticas y comprometi-das que abran vías alternas. El proceso de los ODS ha subrayado la importancia de la comi-da y las cuestiones afines dentro del ámbito del desarrollo. Hemos sostenido la necesidad de profundizar y extender el análisis de la ali-mentación como un elemento de perennidad política que nunca se aleja de las cuestiones más amplias de equidad y sostenibilidad que deberían estar en el centro de todo este es-fuerzo colectivo mundial.

Agradecimientos

Este artículo fue elaborado por un equipo de autores del Instituto de Estudios sobre el Desarrollo. Melissa Leach y Nicholas Nisbett fueron los líderes del equipo y deben con-siderarse como coautores principales. Agra-decemos el apoyo administrativo del IDS y a los revisores de World Development por sus comentarios.

Para citar este artículo:

APA: Leach, M. et al. (2020), Política alimentaria y desarrollo, Revista Bienestar, 1(2), 76-113.

Tradicional: Leach, Melissa, et al., Política alimentaria y desarrollo, Revista Bienestar, núm. 2, vol. 1, 2020, pp. 76-113.

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