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    L E T R S D E U N N U E V O E S T D O

    Melancola de Israel

    Rafael Llano repasa algunos ttulos interesantes de la narrativa publi-

    cada en Israel en los ltimos aos una parte de los cuales ha empe-

    zado a llegar a nuestras libreras.

    l pasado cinco de Iyar de 5.765 cumpla la nacin-Estado de Israel

    cincuenta y cinco aos de vida independiente. Desde el punto de

    vista geogrfico, el pequeo territorio por cuyo dominio comenzaban a

    luchar hace unas dcadas los nuevos ciudadanos consiste en una zona

    costera, abierta al comercio mart imo, y un ancho l i toral de cult ivos

    intensivos que da lugar paulatinam ente, conform e el pas se adentra h acia

    el interior, a una zona montaosa en la que alternan los minifundios,

    las ex plo tacio ne s g anade ras y las forestales para, finalm en te, abrirse a

    una ex ten sa zona desrtica, en el que durante estos aos slo ha n osado

    vivir una parte insignificante de los nuevos ciudadanos unos cabre-

    ros nmadas que en pos de los rebaos mueven sus tiendas.

    Un rincn poco particular del mundo, pues, parecera el nuevo Esta-

    do, si no fuera por una ciudad antigua, ptrea, hermosa es decir, dispu-

    ta d a que se llama Jeru saln. Los siglos han arrojado all sobrados repre-

    sentantes de las mltiples razas y religiones significadas en el Mediterr-

    neo oriental y el Prximo Oriente: musulmanes palestinos y palestinos

    cristianos; judos jerosolimitanos viejos y los llegados de la dispora; grie-

    gos ortodoxos, monjes y laicos; armenios cristianos, y romanos, y refor-

    mados; de ms lejos, la ortodoxia rusa; del Occidente tecnolgico, los

    del protectorado ingls, la colonia americanaylos vecinos aleman es... C o n

    todos ellos Jerusaln ha creado un centro urbano poco ms que medie-

    val: la judera, la aljama, el barrio armenio se yuxtaponen sin mezclarse,

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    como las colonias residenciales fuera de la ciudad vieja, que se rozan ape-

    nas cuando sus vecinos se ignoran muy conscientemente unos a otros o

    se amenazan c on miradas que devienen no pocas v eces gestos de desafo.

    Jerusaln es una ciudad com pleja, importante

    y

    dramtica, apta para encua -

    drar un poema pico, un text o heroico que no ha en contrad o todava veci-

    no o vecina que lo escriba.

    De mo m ento, la asombrosa ciudad ha producido algunos relatos m emo -

    rables, protagonizados la mayora por nios israeles, vencidos precisa-

    mente por la complejidad de la ciudad en la que viven.

    Haim Beer es uno de los mejores contadores de historias jeroso limi-

    tanas inditas por desgracias en Esp aa ). En El puro elemento del tiem-

    po por ejemplo, Beer ha dado forma a las tensiones que seran con-

    tradiccion es, si el protag onista tuviera madurez neu ron al para sustan ciar

    el uso de la lg ica con las que con vive un ni o a quien subyugan las

    fantst icas, apenas verosmiles pero nunca necias del todo, historias

    que le cu en ta su abuela relativas a tiempos pasados

    y

    a tierras lejan as que

    aportan no obstante destellos de significacin a su vida cotidiana; un

    nio, pues, ilusionado, que pasa acto seguido al estado previo al desen-

    gao cuan do su madre trata de apearle de esas fantsticas m em orac ione s

    a fuerza de anlisis racionales con que ella, en absoluto el tipo de cre-

    yente ultraortodoxo que es la abuela, pugna por explicar a su hi jo los

    mecanismos de la realidad en la que viven. Un colapso.

    Ciudad asombrosa e imposible es tambin aquella en la que trans-

    curre la historia de

    Una pantera en el stano

    segn reza la traduccin al

    castellano del relato que Amos Oz ha situado, asimismo, en Jerusaln.

    El t tulo basta para sabernos frente a otro relato fantstico, escuc han do

    la voz de otro ni o israel hec hizad o por el mu ndo en el que vive . Es

    notable la aficin que los escritores de esta nacin tienen por la litera-

    tura infantil: Oz, Gro ssm an, Shalev, Beer han escrito relatos infantiles,

    y cuando han querido meterle mano al mundo de los adultos, lo han

    hecho con frecuencia a travs de los ojos de un nio).

    La historia

    de

    U na pantera en el stanoocurre pocos

    d s

    antes de la decla-

    racin de independencia del Estado de Israel , aquel catorce de mayo

    de 1948. La dominacin inglesa tiene sus agentes; el pueblo israel, sus

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    sublevados; los vec inos

    de

    Jerusaln,

    sus

    opiniones y los nios, dom inacin,

    resistencia, patriotismo y traiciones-juguete. La poltica en este pas que

    est por nacer, c om o el descubrir las formas de u na m ujer joven un ho m-

    bre que e st en trance de serlo cabalmente, co loca n los primeros fardos de

    realismo en el alma de quien

    de

    all

    poco ser considerado un adulto lucha-

    dor patriota, un voceador de opiniones polticas, un experto interlocutor

    del bello sexo.

    Es verdad, sin embargo, que en Israel hay tambin ciudades impor-

    tantes que no son Jerusaln. Tel Aviv es una de ellas, balanza o contra-

    polo de la ciudad santa, segn algunos la pintan all. Ella es muy capaz

    tambin de generar historias dignas de una memoria transhodierna. La

    ltima n ov ela de Oz, por ejemplo, traducida al castellano com o

    El mismo

    mar se refiere a varios vecinos de esta ciudad, alguno de los cuales,

    buscando la definicin de su personalidad, marcha hasta. . . el Tibet. Tel

    Aviv parece ms promiscua que abigarrada; una ciudad que colapsa ms

    que entusiasma, apta ms para el xtasis pasional que para la exalta-

    cin intelectual o el enardecimiento patritico. Tel Aviv dista de Jeru-

    saln lo que Sin de Sodoma, a ojo, digamos.

    N o ha de incom odarnos, sin embargo, binom ios tan intransigentes com o

    el de estas ciudad anas ta n opuestas, pues en el nu evo Israel hay otras ciu-

    dades y sobre todo hay desiertos, valles y campo. De hecho, relatos huma-

    nos, historias de seres ni dioses ni diablos ocurren la mayora extramuros

    de la ciudad, a cielo abierto, en tierras que cultivan los isreales nuevos.

    Un os lo hac en sometidos

    esas frreas organ izaciones que son los kib-

    butzim. Instituc ione s para pioneros conven cidos, modelos de socializacin

    agrcola que no acertaron a poner en marcha los soviticos en sus mejo-

    res tiempos; a los habitantes de esas crceles del entusiasmo ha dedicado

    Oz Un descanso verdadero que se cuenta entre sus ltimas novelas.

    O tro s isreales ha n vivido sometidos a esa ex tra a lgica co n que pro-

    cede el azar, es decir, la no-lgica. A ella quiero ahora prestar atencin,

    pues la primera obra de Meir Shalev traducida en nuestro pas creo que

    la merece por ms de una razn.

    El autor de Por

    amor a Judit

    Salamand ra, 20 0 3 ) ha posado su mirada

    en el valle de Jezree l, una zona

    y

    algo elevada sobre el nivel del mar, cerca

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    de Haifa, no lejos del Carmelo. Un valle apto para ofrecerse como tierra

    prometida a quien viniera de cumplir una larga travesa por el desier-

    to, pues en l hay ma nzan os, hay perales, en Jezreel se da el maz, diver-

    sas especies de flores se cultivan all, prospera el ganado, prospera la api-

    cultura, hay muchachas y canciones tambin. Es un val le agradecido

    para quien dobla el espinazo y lo trabaja.

    Como casi todo en este Israel de 1950, los habitantes de Jezreel

    son recientes vecinos de estos pagos. Se apel lidan Rab ino vich , Sc h ein -

    feld, G lob erm an o similares; las historias de sus respectivas fam ilias vie-

    nen de lejos, pero las suyas personales, que ahora comienzan, parecen

    construirse con dos t ipos de teselas que abundan en t ierras de alu-

    vin, como sta.

    Las vidas que arrollan e n el nuev o pas son, para empezar, soberan a-

    m ente an ecdticas, rebosantes de eventos, se dira que fantsticas e n el

    sentido de

    fantasiosas

    . C om o en las marcas anulares de un rbol medra-

    do; como las sinuosas lneas de plancton, conchas y algas que las olas ms

    impulsivas han dibujad o sobre la playa, as la vida de cada israel parece teji -

    da de peripecias, avatares y an tojos de un sino m udable y com ple jo. .

    Tan tos vaivenes, sorpresas

    y

    definiciones a m edias que al cab o n i siquie-

    ra una tierra nueva puede naturalizarlas todas. Para no pocos de los recin

    llegados, la vida en Israel ser solamente una estacin de trnsito, una

    parada ms en un trayecto con destino desconocido mas casi siempre de

    largo recorrido. L as vidas del marido y de la hi ja de Judit, la pro tagonista

    de la novela, han corrido esa suerte: llegaron a Israel por casualidad y la

    misma casualidad ha querido sacudrselas de encima. El traqueteo violen-

    to de un tren, pues, que agita a quien e ntra en el pas hasta que sale u n da

    de l con la misma figura que trajo: en calidad de extranjero.

    O tros s llegan a enraizarse, com o Zaide, el narrador, el hijo de Judit,

    la abandonada. Su voz es la de un israel nuevo, asentado ms por fuer-

    za, desde luego, que de buen grado. Ca da vez que m e har to del cao s sobre

    el que se me ha decre tado v ivir, o que me en cu en tro asqueado e n e l abis-

    mo de las suposiciones y a merced del vien to d las conjetu ras. . . , decla-

    ra Zaide, hi jo de un vecin o de Jezreel l lamado R abin ov ich, ms h i jo tam-

    bin de otro vecino l lamado Scheinfeld, e hi jo del vecino ganadero de

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    la comarca , l lamado Globerman, es deci r aqu : dec lara este hi jo de

    Israel , que es tanto como decir: este producto del acaso.

    El segundo rasgo que corresponde a los neonatos israeles es la ao-

    ranza de su primera patria. Hay quien suea con las frondosas riberas

    del Dnie per qu e recorri durante su infancia; o con la ciudad gtica ce n-

    troeuropea, si no son los amaneceres sobre el puente vie jo de M arraquex

    lo que vislumbran los ojos abiertos de un israel que ensuea. Si Israel

    es el pas del albur, es tambin el de la aoranza del suelo firme, de la

    alianza sagrada con la tierra.

    So bre el hum us del anhe lo de una sustancia imputrescible cund e en tre

    estos seres un anhelo grande, impulsivo, poderoso de amar. La frmula

    ms probada aqu contra la nostalgia de otros mundos parece sta: amar.

    A m a y desenraizars de tu alma los fantasmas de otras patrias. Jun to a los

    animales, junto a las plantas, junto al agua que arroya y al tiempo que

    pasa: cumple aqu el ciclo natural al que perteneces y empezar para ti

    una vida nueva. Ama y ser tuya esta t ierra. Nadie que ame ser un

    aptrida en ella. Dale un hijo a este suelo, vers cmo te lo agradecer.

    Ama, y atrs quedarn el fro, la soledad y la aoranza que cortacircui-

    taban tu potencial , extranjero.

    Un curioso

    tutor para el amor

    se introduce en el ltimo captulo de la

    novela, rompiendo la clasicidad, por as decir, de los personajes prime-

    ros de la novela: un gentil meridional, homosexual y bsicamente ile-

    trado, ensear a un israel cmo ha de amar. Como si, entre las muchas

    reglas que h ub iera en Israel, faltara precisam ente la ms im portan te: aque-

    lla que conduce al reconocimiento en el amor. Bailar un tango, condi-

    mentar la comida, zurcir un tra je : la seriedad en el cumplimiento de

    estos oficios del amor habr de conducir por necesidad a la unin con la

    mujer que se desea, pues en el plan, en la seriedad de quien lo ha previs-

    to todo, asegura este italiano, se condensa la frmula secreta del amor.

    Pero tambin este recurso falla en Israel, el azar se impone a los ms

    prom etedores c lculos metdicos. La vieja y alegre gentilidad no puede

    ensear nada al nostlgico Jacob. ste ha experimentado momentos de

    alegre esperanza, pero al cabo vuelve a la aoranza, al an he lo de la mu jer

    amad, que nu nc a poseer. .

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    Cmo redimir esta ansiedad? Cmo asentarse en esta tierra, fraca-

    sado el ltimo Salvatore que lleg a ella arrastrado por la guerra? El trato

    de Jacob con la tierra del nuevo Estado h a h ec ho c^el un ser simple, n atu-

    ral, obstinado como la propia naturaleza, pero no un hombre abotarga-

    do ni bestial; el trato con los gentiles ha derramado sobre este campesi-

    no una mano de mundanidad, deheterogeneidad social que no obstante ha

    seguido mereciendo el respeto de sus vecinos. La vida en el nuevo Esta-

    do ha producido en el ciudadano Jacob una suerte de ciencia, de saber

    existencial que, aunque de aparente simplicidad, merece ser contado.

    Primero, Sche infeld el recin l legado a Israel; luego Sch einfe ld en a-

    morado; luego Scheinfeld frustrado; finalmente Scheinfeld el sabio, con-

    vocan al narrador, Zaide, junto a la mesa de la cocina para contarle all

    la verdad de su vida; una experiencia que podran resumir las palabras

    de otro anciano de Israel , rey de Jerusaln, que dibuj as la almendra

    de su vida: Emprend grandes obras, me constru palacios, me plant

    vias, me hice huertos y jardines y plant en ellos toda suerte de rbo-

    les frutales. Me hice estanques para regar con ellos el bosque donde los

    rboles crecan. Compr siervos y siervas y tuve muchos nacidos en mi

    casa; tuve mucho ganado, vacas y ovejas, ms que cuantos antes de m

    hubo en Jerusaln. [.. .] Y de cuanto mis ojos me pedan, nada les negu.

    No priv a mi corazn de goce alguno, y mi corazn gozaba de toda mi

    labor, siendo este el premio de mis afanes. Entonces, mir todo cuanto

    haban he ch o m i manos y todos los afanes que al hace rlo tuve, y vi que

    todo era vanidad y apacentarse de vien to y que no hay p rovecho algu-

    n o ba jo el sol Ec l. V III, 14 ss.).

    Hay grandes diferencias entre este rey de Jerusaln, que fue Cohelet,

    y el contemporneo inmigrante apicultor llamado Scheinfeld. En la vieja

    ciudad se asentaba el Tem plo y el poder; en el valle de Jezreel, el c ultivo

    de la tierra y el medro de la ganadera; al asentamiento urbano pertene-

    ca n el com ercio y la artesana; al valle, las familias cam pesinas, los arro-

    yos traicioneros, las asambleas de los cuervos. Muy distintos los traba-

    jos, muy distintos los bienes que gozaron uno y otro. Pero al trmino de

    las experiencias ms importantes de sus vidas, cuando el rey se sienta

    a escribir y el campesino a comer junto a su hi jo, concluyen por igual:

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    Esto es lo que queda de sus trabajos en los das de vida que le da Dios

    al hombre bajo el sol : comer, beber y alegrarse.

    Hay, pues, una sabidura aeja que, renovada, se transmite en este

    reciente Israel. Pero en un punto parecen separarse la vieja gnosis israe-

    lita y la de estos nuevos campesinos. Pues aqullos parece que vivieron

    junto a un Dios que se gozaba estableciendo su tienda entre las de los

    hi jos de los hombres, mientras los nuevos ciudadanos viven l ibres de

    aquel que se haca llamar padre, un severo aunque eficaz protector del

    que apenas se acuerdan h oy sino para, tal vez incon scien tem en te, invo-

    carlo con melancol a .

    No es slo, pues, aoranza de la infancia abandonada, ni aoranza de

    la tierra prometida: orfandad se l lama la ltima componente de la nos-

    talgia que en tra an los ciudadanos d Israel. El ni o narrador de la no ve-

    la, Zaide, t iene u na madre, Judit; la na cin -Esta do rec in nacida tien e

    tambin la suya: el azar, ya lo hemos dicho, pero ambos carecen de un

    padre. Es verdad que, del primero, hasta de tres progen itores sacan cb a-

    las los vecinos; pero es tan decisivo el peso del azar, tan engaosas las

    apariencias del amor que todos tres valen tanto como ninguno.

    Y lo mismo sucede a Israel: hijo de la vida y el tiempo, hijo del amor y

    de la historia, h ijo de la inmigracin

    y

    la aoranza, este Israel no tien e ahora

    un Dios que repita com o antao: T eres mi hi jo, yo te he engendrado

    hoy Ps. I I). L legar a saber si hub o alguna vez un Dios com o se o si fue

    un sueo de los ancestros; si aquel padre ha regresado o si ha preferido

    buscarse otras nacion es; u na cuestin, una circun stancia importante para

    un r elato a gran escala que est por escribir en Israel.

    Mientras l lega o no l lega, no hay camino nico que los israel es

    recorran a una, com o un pueblo. Oded , el hurfan o de la nov ela, el eter-

    no a ban do na do , el Simb ad furioso, el lech ero qu e suea otras tierras ms

    vastas, construy e para s un estrecho cam inito de orfandad y de repro-

    che, al margen de las reglas y las normas colectivas. Y muchos como

    Oded marchan en Israel por la senda que abren cada da sus zapatos.

    Sc he inf eld ren un cia a comprender a la divinidad, se siente viejo: El

    Dios de los judos sentencia rencoroso entiende muy bien la sole-

    dad, pero no comprende el amor. Un Dios nico como el nuestro, solo

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    en el cielo, sin hijos, sin amigos ni enemigos y, lo peor de todo, sin mujer,

    acaba p or volverse lo co de soledad y por eso nos vuelve locos ta m bin

    a nosotros, l lam ndon os puta, virgen, novia y todo tipo de nom bres co n

    los que los hombres estpidos llaman a la mujer.

    Todas estas nostalgias se amalgaman en el ms veloz y el ms esqui-

    vo de los sentimientos, segn Shalev, y en la novela se dan cita en las

    comidas. Ve dice C oh elet , com e alegremente tu panybebe tu vino

    con alegre corazn, pues esta es la parte que, segn Cohelet , le ha

    tocado en suerte a cada uno.

    Y comparte, aade el anciano Jacob, tus nostalgias junto al fuego: la

    nostalgia del pasado, la nostalgia de la infancia, la nostalgia de la mujer

    que pudo ser amada. Al calor del hogar y con vino viejo, se confunden

    las voce s d el pasadoylas del futuro, la del padre c on la del hijo , la del sabio

    y la del campesino , la del judo se une con la del com edian te gen til.

    Qu es lo que resulta al final de esta jomada? Resulta la melanco-

    la. La que podemos sentir por alguien que se ha marchado pero que

    quiz vaya a volver; o por alguien que ha vuelto pero que ya no es el

    m ismo ; y la peor de todas, concluy e Jaco b, sa que sen timos por alguien

    que ha muerto: la nostalgia que no lleva consigo esperanza de regreso.

    Una cosa comparten todas las nostalgias: que no hay alimento que

    las sacie, bebida que las calme ni medicamento que las cure. La nos-

    talgia no tien e razones para existir, porque no las ne ces ita. Ex isten ho m -

    bres y mujeres fuertes para sentir melancola, simplemente, y sos no

    necesitan motivos para aceptarla, para convivir con ella cada da.

    Meir Shalev es un escritor poderoso y sabio que en cuatro comidas

    ha referido una parte de la nostalgia de Israel. Un pas complejo, ame-

    nazado, con trad ictorio ; un pas que puede despertar e n noso tros, sin m oti-

    vos aparentes, una bella aunque amarga nostalgia y que agudiza lo que

    es m ejor que la ima ginacin , que la inve nc in incluso, y que ser lo

    ms nuestro hasta la hora de la muerte, dice el sabio Shalev: aquello

    q ue no s s a l va , cua ndo l o reco rda mo s .

    R A F A E L L L A N O