Megarrelato Posmo Uam

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13612040008 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Jaime Osorio El megarrelato posmoderno Frontera Norte, vol. 21, núm. 42, julio-diciembre, 2009, pp. 193-204, El Colegio de la Frontera Norte, A.C. México ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Frontera Norte, ISSN (Versión impresa): 0187-7372 [email protected] El Colegio de la Frontera Norte, A.C. México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

    Sistema de Informacin Cientfica

    Jaime Osorio

    El megarrelato posmoderno

    Frontera Norte, vol. 21, nm. 42, julio-diciembre, 2009, pp. 193-204,

    El Colegio de la Frontera Norte, A.C.

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    Frontera Norte,

    ISSN (Versin impresa): 0187-7372

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    En tanto corriente filosfica, el pos-modernismo obtuvo rpida legitimidad en el campo acadmico por su corro-siva crtica a los fundamentos de la modernidad, que considera agotados, tales como la confianza en la ciencia como medio para conocer y organizar la vida social, la historia como proceso que tiende al progreso material y social y al sujeto como encarnacin de metas trascendentales.

    Su inf luencia se ha hecho sentir en amplios territorios de las llamadas ciencias sociales y en las humanidades, en particular en filosofa, antropologa, sociologa y en lo que se conoce como estudios culturales, propiciando otra mirada a viejos y nuevos temas de es-tudio, aportando trminos y categoras y, sobre todo, nuevas posiciones no siempre explicitadas sobre el qu y el cmo conocer en dichas disciplinas.

    Al igual que como sucede con mu-chos cuerpos tericos admitiendo la au-sencia de formacin filosfica y episte-molgica en los espacios en donde se ensean las ciencias sociales y las hu-manidades se han asumido plantea-mientos posmodernos no siempre por un conocimiento y discusin de sus fundamentos, sino, en gran medida, por el peso de las modas intelectuales y el afn de estar al da, no siempre reflexivo, que reclaman diversos espa-cios acadmicos.

    En lo que sigue expondr de ma-nera crtica algunas de las posiciones de lo que constituyen los ncleos du-ros del posmodernismo en materia de conocimiento. Esto implica privilegiar su anlisis en tanto propuesta filosfi-co-epistmica. Considero que si bien son cuestionables muchas de las posi-ciones que subyacen en el positivismo-

    El megarrelato posmoderno

    Jaime Osorio*

    NOTA CRTICA/ESSAy

    *Profesor-investigador del Departamento de Relaciones Sociales de la uam-xochimilco. Direccin electrnica: [email protected]

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    empirista sobre el quehacer cientfico, principal heredero de la modernidad cientfica y paradigma que termin eri-gindose como el enfoque cientfico por antonomasia, no es el posmoder-nismo la nica y mucho menos la me-jor base para sustentar tales cuestiona-mientos.

    De los tiempos: teora desde la derrota

    Antes de entrar en materia es conve-niente hacer una breve contextualiza-cin. No es un asunto irrelevante el hecho de que el florecimiento y auge inicial del posmodernismo en Europa, que puede ubicarse en los aos seten-ta del siglo xx, sea coincidente con los tiempos de inicio del proyecto reestruc-turador de la economa y de la poltica a nivel mundial, de la mano del gran capital internacional, proceso conoci-do vulgarmente como globalizacin, perodo que contempla el derrumbe del socialismo realmente existente, la tercera ola de la democratizacin li-beral en la propuesta de Huntington y las formulaciones del fin de la histo-ria de Fukuyama. Hay algo ms que pura coincidencia y contingencia en la simultaneidad de estos procesos.

    Tras afirmaciones como que el gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificacin que se le haya asignado: relato especulati-vo, relato de emancipacin (Lyotard, 1994:73), Jean-Franois Lyotard ubica al posmodernismo a lo menos en una posicin escptica frente a los plantea-mientos que postulan el cambio y la transformacin social. Por ello Daniel Bensaid seala que el rechazo posmo-derno de los grandes relatos no impli-ca solamente una crtica legtima a las ilusiones del progreso asociadas con el despotismo de la razn instrumental. Significa tambin una de-construccin de la historicidad y un culto a lo inmediato, lo efmero, lo descartable, donde proyectos de mediano plazo no tienen ms cabi-da (Bensaid, 2004:34).1

    El desencanto de una amplia ge-neracin de intelectuales ubicados en un amplio espectro de posiciones de izquierda (trotskistas, maostas y liber-tarios en general) luego de la invasin sovitica que puso fin a la Primavera de Praga, en Checoslovaquia, y de las re-vueltas del mayo francs de 1968, tuvo consecuencias tericas y polticas que acentuaron el desencanto de esa gene-racin con el socialismo en la Unin Sovitica y Europa del Este, as como su escepticismo frente a la idea de la

    1Bensaid define el mediano plazo como el tiempo poltico por excelencia. Por ello agrega que en la conjuncin de los tiempos sociales desajustados, la temporalidad poltica es precisamente la del mediano plazo, entre el instante fugitivo y la eternidad inalcanzable (2004:34).

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    revolucin, propiciando posiciones que afluirn en la gestacin del plantea-miento de los llamados nuevos fil-sofos y del posmodernismo.

    En referencia a Francia en particu-lar, Alex Callinicos seala que la odi-sea poltica de la generacin de 1968 es crucial para entender la difundida aceptacin de la idea de una poca posmoderna en los aos ochenta. Es sta la dcada en que los radicales de los aos sesenta y setenta () haban perdido toda esperanza en el triunfo de una revolucin socialista y a menudo haban dejado de creer incluso que una revolucin semejante fuese deseable (Callinicos, 1998:316).

    Procesos con iguales consecuen-cias tienden a producirse en Amrica Latina. Luego de la gran ebullicin po-ltica y prolfica produccin terica que sigui al triunfo de la revolucin cuba-na y que se prolonga hasta el fin del gobierno de Salvador Allende en Chile (1970-1973), las violentas polticas de contrainsurgencia que se desatan en la regin, y en algunos pases desde antes del golpe militar en Chile, dan inicio a un perodo de reflujo terico que slo comenzar a revertirse hacia finales de los aos ochenta.

    Desde esta perspectiva, tanto el posmodernismo, que se gesta en Eu-ropa, particularmente en Francia, as como las formulaciones en los aos se-tenta y ochenta en Amrica Latina en torno, por ejemplo, a los movimientos

    sociales y la sociedad civil, van a estar signadas como reflexiones que emer-gen bajo el peso y el clima que propicia la derrota.

    Entre la represin inicial y el con-trol posterior, en la academia latinoa-mericana tiende a hacerse sentido comn la idea de que los cuerpos teri-cos que se abren al anlisis de las revo-luciones sociales (y de la dominacin y explotacin, referencias que conducen sin muchos problemas al marxismo) deben ser abandonados o relegados. Ello va a tener una expresin no slo terica sino tambin poltica: desde un contexto en el que predominaba la idea de que el cambio societal y la re-volucin eran posibles, se pasa a otro en que se reclama el realismo pol-tico, que no es ms que la asuncin que no hay cambio de fondo factible y que slo queda convivir con un orden social que alguna vez se crey poder superar. Para finales de los ochenta, y en los noventa, el terreno se encuentra apto para que al arribo del posmoder-nismo a Amrica Latina, va la acade-mia europea y estadounidense, ste se expanda con rapidez.

    En este clima asistimos a un acele-rado cambio en los referentes tericos, con la presencia de muchos ms inter-locutores tericos que los aqu consi-derados, y con perspectivas polticas diversas. La emergencia de nuevos temas, muchos de ellos de relevan-cia, no pudo sustraerse al abandono

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    de viejas teoras que algunos crean rebasadas por los nuevos tiempos, con lo cual las nuevas formulaciones apa-recan como el resultado de una ver-dadera revolucin cientfica, un nuevo estadio del conocimiento. As, del sis-tema mundial capitalista se pasar a ha-blar de la globalizacin; de economas centrales e imperialistas, a una nocin de imperio, sin centro, dislocado y des-territorializado; de las clases sociales, a los movimientos sociales, la sociedad civil y a nuevos y viejos actores; de los debates sobre el poder y el Estado, a los anlisis de las transiciones y a los estudios electorales; de la dominacin, a la gobernabilidad; de la determina-cin a lo contingente, a lo efmero, a un mundo social sin condensaciones y sin relaciones sociales, a lo sumo con redes. Del estudio de una poca () a travs de sus manifestaciones sus obras y poner al descubierto las ra-ces sociales de esas formas simblicas (Altamirano, 2002:12),2 a un pastiche cultural considerado interdisciplina-rio, porque toma un poco de todo, en la epistemologa del shopping (como quien llena un carrito de supermerca-do), con un nfasis por la gracia so-cial, el ritmo y los pasos que moldean la danza de la vida (Garca Canclini, 2006).

    Este pensar desde la derrota pro-piciar la extraa convivencia posterior de posmodernos con planteamientos tericos y polticos inmovilistas, junto a otros que se reclaman de izquierda o progresistas, casi todos abrevando en lo fundamental de Nietszche, Heide-gger, Foucault o Derrida, con lo cual se produce una interesante disputa in-terpretativa sobre estos autores, que se constituyen en los referentes centrales en el discurso posmoderno.

    Un metarrelato que destaca el fin de los grandes relatos

    Fue desde un escrito de Lyotard que el posmodernismo proclam alguna de sus certezas, sintetizadas en la idea del fin de los grandes relatos y de toda for-mulacin terica que buscara una ex-plicacin totalizante de la historia, de la modernidad (y del capitalismo) (Lyo-tard, 1994).3 El sealamiento de Lyotard en contra de la razn instrumental de las ciencias y su idea de progreso, en-contraba razones en hechos conocidos y de alta sensibilidad, sea en la irracio-nalidad de la experiencia nazi o en las prcticas del capital en su entorno am-biental. Su posicin supona dar vuelta a la pgina en cmo reflexionar, y en los hechos una propuesta de reiniciar

    2La cita indicara la visin de Mannheim sobre los estudios culturales.3Obra publicada en francs en 1979.

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    el camino. Ms all de esta pretensin fundante, son sus propuestas para ha-cer frente a los males sealados, los considerados problemticos.

    La crtica a los grandes relatos significaba en los hechos reclamar la centralidad de un nuevo metarrelato,4 aquel que declara (al) pequeo relato [] como la forma por excelencia que toma la invencin imaginativa, y, desde luego, la ciencia (Lyotard, 1994:109). Lo que se pona en cuestin no era slo la idea de un progreso en el de-venir de la historia, sealada tambin desde otras vertientes. En el fondo fue la razn en tanto capacidad de buscar explicaciones del mundo (social) la que se puso en entredicho. Con ello una nueva versin del irracionalismo episte-molgico tomaba forma.5

    El reclamo al abandono de pre-tensiones tericas generales, de toda perspectiva holstica, dej a las cien-cias como el receptculo de reflexio-nes fragmentarias y contingentes. Lo

    singular y lo diverso pasaron a cons-tituir el criterio de demarcacin de los objetos de investigacin. Con ello se propici una suerte de reificacin de la pedacera societal.

    El manifiesto posmoderno en-contr seguidores en un campo mu-cho ms amplio que aquellos que se reconocen filosficamente con este enfoque. De manera gradual, temas relevados por el posmodernismo y ol-vidados o relegados con anterioridad, como el de las identidades, el multicul-turalismo, la pluralidad de movimien-tos sociales, etctera, as como diver-sas nuevas categoras (entre las ms socorridas, deconstruccin, textuali-dad, juegos de lenguaje, significantes, significados, etctera), se fueron con-virtiendo en vocabulario comn en la academia. En una franja ms restrin-gida, sus planteamientos filosficos y los del deconstructivismo derridania-no pasaron a fundamentar posiciones consistentes.6

    4El propio Lyotard lo seala: Los grandes relatos se han tornado poco viables. Estamos tentados de creer, pues, que hay un gran relato de la declinacin de los grandes relatos [el subrayado es mo] (1994:40).5Entre las posturas irracionalistas radicales podramos citar a los sofistas. Entre ellos se generalizan y extienden, como actitudes intelectuales, tanto el relativismo (no hay verdad absoluta) como el escepticismo (si hay verdad absoluta, es imposible conocerla) [] (Muoz y Velarde, 2000:365). All se establece la distincin entre el irracionalismo epistemolgico, que postula que la razn no puede conocer lo real (o slo en parte), por lo que a lo real se accede por va de otros conocimientos, diferentes a los de la razn, como la intuicin o el corazn, posicin en donde se ubicara el posmodernismo, del irracionalismo metafsico, que seala el carcter absurdo e insensato de la realidad (Muoz y Velarde, 2000:365-367).6Es frecuente que se ubique a Jacques Derrida entre los autores que han insistido en la necesidad de salir de la tradicin filosfica moderna, por lo que sus posiciones resultan afines a la sensibilidad posmoderna (Abbagnano, 2004:839).

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    El malestar con la totalidad

    Una de las derivaciones del reclamo posmoderno al fin de los grandes re-latos remite al rechazo de la nocin de totalidad, generalmente asociada con todo lo que existe, con lo cual se aproxima ms bien a la de comple-tud formulada por Morin (1998). En sus versiones ms extremas, enfatizar la necesidad de la totalidad es sinni-mo de totalitarismo, visin en lo que el posmodernismo comparte posiciones con el positivismo. Pero qu significa aprehender la realidad como totalidad? Dicho de manera breve, dar cuenta de lo que articula y estructura la vida social, de aquello que la organiza y jerarquiza y que termina otorgndole sentido en alguna temporalidad especfica. No ms, pero tampoco menos. En nuestro tiempo, ello se sintetiza en la lgica del capital y su afn de valoracin, proceso que marca de manera indeleble las rela-ciones humanas y el mundo institucio-nal que las acompaa.

    Esa lgica es prioritariamente un campo de relaciones sociales que atra-viesan la produccin y la reproduccin social, conformando un entramado que impone su signo sobre toda la vida en sociedad. El afn de valoracin

    del capital organiza la vida material y le otorga su impronta a la vida espiri-tual, en tanto iluminacin general en la que se baan todos los colores, con lo que es posible una mayor inteligibi-lidad. El conocimiento de fragmentos y parcelas y de sus singularidades ser superior entonces si se les ubica en el terreno de las relaciones en que ellos se integran y articulan: un mundo social regido por la lgica del capital.7

    La mistificacin posmodernista de los fragmentos, expresada en la forma como aborda la diversidad cultural, la segmentacin y dislocacin del poder, o las identidades fragmentadas, nos deja en el terreno de la fetichizacin, de la ausencia de relaciones en un mundo capitalista que opera, por el contrario, como totalidad, fuertemente articula-da, sea en materia de poder poltico, econmico e ideolgico. No es razo-nable desconocer el sinfn de cadenas productivas, segmentadas y repartidas por el mundo por el capital industrial; la desterritorializacin propiciada por el capital financiero, por mencionar algunos asuntos relevantes. Pero esta reflexin peca de unilateralidad, por-que queda atrapada en la contingencia desarticuladora, incapaz de ver su con-tracara y el ncleo que la propicia: la frrea centralizacin del poder poltico

    7Ello porque en todas las formas de sociedad existe una determinada produccin que asigna a todas las otras su correspondiente rango (e) influencia y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia (Marx, 1971:27-28).

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    y econmico en tiempos de mundia-lizacin (Osorio, 2004). Por ello, un asunto clave en la etapa actual es ex-plicar por qu un sistema tan centralizado reclama hoy de tanta descentralizacin en su despliegue y funcionamiento.

    Como nunca, en nuestros das el capital es capaz de procesar y asimilar a su reproduccin la nocin de diversi-dad. El fin del fordismo, por ejemplo, ha implicado una organizacin produc-tiva que responde de manera expedita y eficiente a demandas de segmentos del mercado especficos, con lo cual se ha puesto fin a la produccin en serie. Ello va acompaado a su vez de pro-ducciones en cadenas altamente seg-mentadas repartidas por todo el globo terrqueo. Todo ello cumple un papel importante en alimentar la idea de un mundo descentralizado. Pero en esos encadenamientos los ncleos produc-tores de conocimiento, de programas y de direccin se ubican en economas del mundo llamado central, quedan-do en la periferia aquellos eslabones con menores cargas de innovacin, y es la lgica de la valoracin la que se encuentra en esta nueva divisin inter-nacional del trabajo.

    Esa idea de totalidad, de un mundo social que mantiene en lo fundamental un eje que articula y organiza, es lo que se pierde a su vez cuando se califica

    nuestra poca como posindutrial, de la infomacin, del conocimiento, del riesgo, etctera, relegando lo primor-dial, la iluminacin general en donde todos estos elementos adquieren signi-ficacin.

    Realidad y verdad como no-problemas epistmicos

    Tras su emergencia con un perfil crti-co, el descontruccionismo, que nace en Francia, arriba a la academia de Esta-dos Unidos en los aos ochenta y sien-ta sus reales en los departamentos de letras, dando vuelo a los cultural studies, alejados de la propuesta anglosajona sobre los estudios culturales recorrida por Raymond Williams, E. P. Thomp-son, Terry Eagleton, y proseguida por Fredric Jameson y Slavoj Zizek,8 en donde la cultura no es ajena a un tiem-po histrico y a la reproduccin y con-tradicciones de la vida social. Importa destacar que ese paso marcar un giro en la forma como es asumida la pro-puesta terica de Derrida, convirtin-dose [] de una corriente filosfica en, bsicamente, un mtodo de anlisis textual (Palti, 2005:63).

    Rpidamente el deconstructivismo se extendi a diversos territorios de las ciencias sociales. Los vulgarizadores,

    8Y que de diversas maneras se hace cargo de lo realizado por Gramsci, Lukcs, Benjamin, Adorno, Sartre y Marcuse, entre otros.

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    con todas sus letras, hicieron suya la afirmacin derridaniana que no hay (nada) fuera de(l) texto (Derrida, 1986), dando vida a lo que se ha cali-ficado como imperialismo textual o pantextualismo: los discursos cien-tficos pueden ser asumidos como un discurso ms, sin referencia a nada ajeno a ellos mismos, ignorando aquello que desborda al discurso [] aquello que no puede ser reducido al texto, aunque dependa de l para hacerse aparente (Grner, 1998:49). En definitiva, des-conocer una teora que reconozca al-guna diferencia entre lo real y el discur-so (Grner, 1998:48).

    En la base de esta postulacin se encuentra un planteamiento particular respecto de la relacin entre discurso y realidad, que devala filosficamente la significacin de la realidad. El camino podra describirse as: el posmodernis-mo establece una distincin entre in-dependencia causal, por ejemplo, que las montaas existen con independencia de que la gente tuviera en la mente la idea de montaa o en su lenguaje la palabra montaa, al fin que una de las verdades obvias acerca de las mon-taas es que estaban all antes de que empezramos a hablar de ellas (Ror-

    ty, 2000:100), y causacin representacional, en donde no tiene objeto preguntar si existen realmente montaas o si es slo que nos resulta conveniente hablar de montaas, ya que carece de objeto pregun-tar si la realidad es independiente de nuestro modo de hablar de ella[cursivas mas], o de nuestras representaciones. Y care-ce de objeto porque no tenemos otra forma de referirnos a la realidad ms que con lenguajes y algn sistema de representacin. Y como entre las pala-bras o representaciones y las cosas no hay ningn pegamento metafsico, nada nos asegura que existe algo ms all de las palabras y las representaciones.9

    Lo anterior, al decir de Eagleton, constituye un retorno regresivo al Wittgenstein del Tractatus Logico-Philo-sophicus, donde sostiene que puesto que nuestro lenguaje nos da el mundo, no puede simultneamente comentar su relacin con l(Eagleton, 1997:67).10

    Pero si no hay realidad ajena al lenguaje posible de conocer, la propia idea de verdad queda como un asunto no epistmico, o bien un no-proble-ma. Por ello Rorty seala que si reco-jo lo que algunos filsofos han dicho sobre la verdad, es con la esperanza de desalentar a que se siga prestando

    9En esta lgica, siguiendo a Wittgenstein, Rorty se pregunta: has encontrado algn modo de meterte entre el lenguaje y su objeto? (2000:124).10Eagleton seala que el Wittgenstein de los ltimos tiempos acaba por renunciar a esa perspectiva monstica, y dej de pensar el lenguaje como una totalidad considerando actos discursivos [] que se relacionan con el mundo, proveyendo ste la razn para aqullos (1997:67).

  • 201NOTA CRITICA/ESSAY

    atencin a este tema ms bien estril (2000:23).

    Las ciencias sociales y la filosofa como discursos literarios

    Una consecuencia de este proceso ha sido la literaturizacin del discurso en ciencias sociales, que al hacerse auto-rreferencial, sin las constricciones de un algo ms all al texto, ha propi-ciado el desdibujamiento de las fron-teras entre literatura y ciencias, y entre literatura y filosofa.11 Derrida fue claro en su distancia frente a este tipo de po-siciones. Tras excusarse por tener que hablar un poco brutalmente, seal: jams trat de confundir literatura y filosofa o de reducir la filosofa a la literatura, en respuesta a posturas en tal sentido en la academia estadouni-dense y de Rorty en particular.12

    No desconocemos que la filosofa puede hacer uso de recursos literarios y que la literatura de recursos filos-ficos. All est la produccin de Jorge Luis Borges para ponerlo de manifies-to. Pero esto no supone desconocer las

    particularidades de cada quehacer. En este sentido queda claro que, en strictu sensu, Borges no es filsofo.13

    En este contexto, desde la lgica del posmodernismo deconstructivista, la teora pierde significacin. Importa ms la esttica del discurso que la rigu-rosidad epistmica y conceptual, asun-tos estos ltimos que son asumidos como barreras a la libertad creativa. El discurso cientfico no es ms que un juego de lenguaje.

    La devaluacin de la filosofa

    El quehacer acadmico se realiza en el contexto de viejos problemas que atraviesan a las ciencias sociales, reno-vados y reciclados por el auge posmo-derno-deconstructivista. Tal es lo que acontece respecto de la antigua y con-flictiva relacin entre ciencias sociales y filosofa.

    Desde el posmodernismo, esta re-lacin tiende a perder significacin ya que desconoce la especificidad del dis-curso de las ciencias frente a cualquier otro discurso,14 lo que termina por

    11Una defensa de esta postura puede verse en Rorty (1993:125-182).12Vase la postura de ambos en Mouffe (1998).13No desconozco los planteamientos que sealan que en general todos los hombres (como especie) somos filsofos. Pero esta afirmacin, tras su aparente generosidad y benevolencia, termina por diluir la especificidad de la filosofa. De igual modo podra afirmarse que todos somos poetas, fsicos o msicos.14Para Rorty, la ruptura de la distincin entre filosofa y literatura es esencial para la desconstruccin, ya que su filosofa lleva en la direccin de una textualidad general indiferenciada (1993:125) (subrayado en el original).

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    anular ficticiamente aquel conflicto, al eliminar a uno de los elementos en ten-sin. Por estas vas el posmodernismo ha desvirtuado el sentido de la filoso-fa, en tanto una prctica de la razn orientada al saber.15 El propio queha-cer filosfico, desde una postura filo-sfica, termina siendo devaluado.

    Todo lo anterior no implica que el posmodernismo no establezca una plataforma filosfica. Apoyndose en Wittgenstein, niega la posibilidad de un metadiscurso omnicomprensivo; su ruptura con la razn totalizante se presenta como un adis a las grandes narraciones les grands rcits (emanci-pacin de la humanidad, por ejemplo), por una parte, y al fundamentalismo por otra; el grand rcit de la filosofa, la ciencia... ha dejado de ocupar el papel prioritario y ha dejado de ser el prin-cipio legitimador (Muoz y Velarde, 2000:369).

    La resignificacin del pequeo rela-to y de la fragmentacin, despreciando toda bsqueda de explicaciones gene-rales y de la nocin filosfica de tota-lidad; el rechazo a las condensaciones estructurales y a la idea de continuidad (y con ello de proceso) en la historia, lleva a destacar slo las contingencias, las discontinuidades, lo incierto. Uno

    de los problemas del posmodernismo es la unilateralidad de su propuesta. No termina de comprender qu con-tingencia, discontinuidad, parte, etc-tera, constituyen expresiones de una realidad que necesariamente contiene la otra dimensin, que con esos tr-minos se pretende negar, como son necesidad, continuidad, totalidad, et-ctera.

    En qu sentido asumir en la vida social las trasnochadas ideas de que vivimos en la incertidumbre o en la contingencia? Cul es su significa-cin? Porque para millones de sujetos este mundo se mueve, en cuestiones centrales, con una gran certidumbre: saben que si no salen da a da a vender su capacidad de trabajo se mueren de hambre. Y que si no encuentran traba-jo o encuentran un trabajo con salarios pauprrimos, como de manera crecien-te tiende a ocurrir, tendrn que realizar alguna otra actividad, como vender algo en la va pblica, ofrecer algn servicio en algn crucero (como lim-piar cristales de autos), pedir limosna, robar o salir de sus fronteras aunque sea sin documentos. Las actividades a realizar pueden ser inciertas y contin-gentes, pero todas derivan de una gran certeza.

    15As, de acuerdo con la definicin que aparece en el Eutidemo platnico: la filosofa es el uso del saber para ventaja del hombre (Abbagnano, 2004:485).

  • 203NOTA CRITICA/ESSAY

    Temas como los hasta aqu expues-tos ponen de manifiesto los equvocos de quienes suponen una tajante sepa-racin entre ciencia y filosofa, como en el caso de los positivistas,16 pero tambin de quienes, como los posmo-dernos, terminan por diluir todo en simples juegos de lenguaje, haciendo perder la especificidad de la filosofa y de las ciencias.

    Desde esta perspectiva, no es un problema menor la ausencia de cursos de filosofa y en particular de episte-mologa en los programas de estudios de las carreras de ciencias sociales, tanto a nivel de licenciatura como de posgrado.17 Conocer los fundamentos filosficos de las teoras permite po-ner al descubierto los supuestos sobre las cuales stas se construyen, y nos otorgan mejores bases para compren-der el horizonte de visibilidad que nos ofrecen, tanto en lo que privilegian e

    iluminan como problemas centrales, as como sobre los puntos ciegos que tienden a presentar.

    A manera de conclusin

    Poner de manifiesto asuntos como los aqu abordados no significa un rechazo de todo lo que determinada escuela o corriente filosfica produce y propone. Tampoco significa desconocer su leg-timo papel y lugar en el mundo de las ideas en el campo acadmico. Este tipo de ejercicios debiera hacerse con todas las corriente tericas y filosficas. Nin-guna debiera estar excluida del juicio de la razn. Pero asistimos a un clima de poca acadmico en donde prevale-ce el todo se vale, que bajo un manto de aparente respeto y tolerancia a lo di-verso, constituye en realidad un fuerte signo de intolerancia (y de rechazo), por la va de la indiferencia.

    16Para stos, an con mayor razn, hay que distanciarse de la metafsica para hacer ciencia. Pero mientras le cierran la puerta, sta entra por la ventana de sus propuestas: as, la economa neoclsica o la teora poltica del racional choice suponen en su construccin naturalezas humanas egostas, racionalistas, calculadoras, etctera. Que yo sepa, no aparece an ningn gen en el que se deposite alguna de esas cualidades. Estamos as en la metafsica.17Asuntos que no se resuelven con los tradicionales cursos de metodologa cuantitativa y cualitativa. Ms bien, esos mismos cursos responden a determinadas posturas filosficas sobre el conocer, la realidad, etctera, lo que reclamara justamente la discusin de sus premisas nunca dichas.

  • 204 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009

    Bibliografa

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    Altamirano, Carlos, director, Trminos crticos de la sociologa de la cultura, Buenos Ai-res, Paids, 2002.

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