Mecánica y cuban coffee by - Casa de las Américas

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87 D os sucesos han impactado la escena cubana en lo que va del año 2015. No son los únicos valederos, en medio de la intensa actividad que generan más de un cen- tenar y medio de grupos profesionales y nuevos proyectos a lo largo de la Isla, pero sí elijo reflexio- nar sobre ellos como hitos de este momento, referentes sólidos, también en términos de haber alcanzado un aplauso masivo y casi unánime de sus espectadores y una buena respuesta crítica. El primero de ellos es Mecánica, la obra de Abel González Melo que estrenada el pasado 2 de mayo por el grupo Argos Teatro bajo la conducción de Carlos Celdrán, cumplió una temporada de treinta funciones continuas a sala llena, y ahora en sep- tiembre regresa en un nuevo ciclo. La pieza dramática, subtitulada “Demostración de las leyes del movimiento”, fue merecedora del Premio Nacional de Dramaturgia José Antonio Ramos 2014, en el concurso que convoca cada año la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y es la segunda parte de la trilogía Verano Deluxe, seguida a Sistema, que se alzó con mención espe- cial en el Premio Casa de las Américas 2014. Para Mecánica su autor tomó la base argumental –y el esquema actancial, con los correspondientes obje- tivos de acción y funciones para cada personaje– de la pieza clásica del teatro moderno Casa de muñecas del noruego Henrik Ibsen, sintetizó la trama y concentró la acción en los cinco perso- najes imprescindibles, y la recontextualizó en la Cuba de ahora mismo, dentro de MECÁNICA y CUBAN COFFEE BY PORTAZO’S COOPERATIVE , O DE LA ESCENA CUBANA DE 2015 MECÁNICA y CUBAN COFFEE BY PORTAZO’S COOPERATIVE , O DE LA ESCENA CUBANA DE 2015 Vivian Martínez Tabares 86 87 Fotos de Mecánica: V.M.T.

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Dos sucesos han impactado la escena cubana en lo que va del año 2015. No son los únicos valederos, en medio de

la intensa actividad que generan más de un cen-tenar y medio de grupos profesionales y nuevos proyectos a lo largo de la Isla, pero sí elijo reflexio-nar sobre ellos como hitos de este momento, referentes sólidos, también en términos de haber alcanzado un aplauso masivo y casi unánime de sus espectadores y una buena respuesta crítica.

El primero de ellos es Mecánica, la obra de Abel González Melo que estrenada el pasado 2 de mayo por el grupo Argos Teatro bajo la conducción de Carlos Celdrán, cumplió una temporada de treinta funciones continuas a sala llena, y ahora en sep-tiembre regresa en un nuevo ciclo.

La pieza dramática, subtitulada “Demostración de las leyes del movimiento”, fue merecedora del Premio Nacional de Dramaturgia José Antonio Ramos 2014, en el concurso que convoca cada año la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y es la segunda parte de la trilogía Verano Deluxe, seguida a Sistema, que se alzó con mención espe-cial en el Premio Casa de las Américas 2014. Para Mecánica su autor tomó la base argumental –y el esquema actancial, con los correspondientes obje-tivos de acción y funciones para cada personaje– de la pieza clásica del teatro moderno Casa de muñecas del noruego Henrik Ibsen, sintetizó la trama y concentró la acción en los cinco perso-najes imprescindibles, y la recontextualizó en

la Cuba de ahora mismo, dentro de

Mecánica ycuban coffee byPortazo’s cooPerative,o de la escena cubana de 2015

Mecánica ycuban coffee byPortazo’s cooPerative,o de la escena cubana de 2015

Vivian Martínez Tabares

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Fotos de Mecánica: V.M.T.

un ambiente de empresarios emergentes del sec-tor turístico. Y si el autor antes dedicó varios tex-tos a hurgar en conductas humanas extraviadas en contextos marginales, como Chamaco, Talco, Nevada y Por gusto, entre otras, estrenadas, publi-cadas y vistas en algunos escenarios latinoameri-canos, ahora decidió enfocar su mirada hacia otro estrato de la sociedad.

Cuando la luz de la sala baja y entra a escena un hombre joven cargado de bolsas de compras,

respira profundo mientras mira visiblemente satisfecho al espacio infinito por sobre nuestras cabezas –desde una suite de lujo en el decimo-quinto piso, frente al mar de Varadero– y grita: “¡Marina! ¿Me traes una Coca Cola?”, el especta-dor se conecta de inmediato con un ámbito ajeno al día a día de la gente común.

Como afirma el director, Carlos Celdrán, en las notas al programa: “Mecánica es el regreso de los burgueses cubanos a su salón. Su salida del closet, su reaparición desfachatada y súbita. Con sus hábi-tos, sus excesos, sus dramas, su teatro. Es el salón burgués que vuelve a nosotros distorsionado pero apabullante en busca de espacio, de complejidad, de lugar.”

Y más adelante añade:La tradición ibseniana es un manual de bue-nas maneras que el autor cubano utiliza para hacer creíble y posible la representación de lo que está pasando: el surgimiento ostensible e inevitable de las clases y de los privilegios. Es un compendió de técnica del que se ha valido el dramaturgo para representar con astucia la

máscara, la revancha, la impostura de los nue-vos príncipes. También su regreso formal y su feroz reaprendizaje. La locura, la enajenación y la conciencia de ser casta, de aspirar a tener el control y a ser tenidos como normales protago-nistas del futuro.Lo cierto es que la versión de Abel Gonzá-

lez Melo trabaja con Ibsen desde la ironía, para manipular el traslado al presente con una preci-sión apabullante. El autor consigue refuncionali-

zar el esquema de intriga y el debate moral de la pieza del noruego, volviéndolo al revés (Nara será en Mecá-nica la que lleve las riendas, desde el poder económico, y Osvaldo será su “víctima”, hasta cierto punto), y al ade-cuar cada giro de la acción a circunstancias de la vida cubana de hoy, encontrando equivalencias válidas, sin que ningún detalle del pro-ceso de rescritura resulte forzado ni fuera de lugar.

Los problemas de Nora Helmer serán aquí y ahora los de Osvaldo Telmer, un escri-tor mediocre, aún joven, que ha vivido protegido por

el poder económico y por las consecuencias del tráfico de influencias del padre –tecnócrata exitoso del socialismo subdesarrollado, ya fallecido–, y ha pasado a ser mimado por su mujer, llegada por obra y gracia del matrimonio y los arreglos de la casta a convertirse en la gerente de un lujoso hotel de Varadero administrado por una empresa mixta alemana-cubana, la flamante Gran Cuba.

Gracias a la técnica ibseniana, impecable-mente aplicada a otra realidad teatral, que recrea el nuevo escenario social del país y se focaliza en la disección de algunos de sus emprendimientos más riesgosos, González Melo y Celdrán constru-yen una trama orgánica, en la cual los personajes se mueven como peces en el agua dentro de un contexto distorsionado y pervertido por el dinero como única garantía para la felicidad. Y donde se rechaza todo lo que no sea el estatus ubicado simbólicamente en las alturas. Cada móvil de la acción, cada decisión, están marcados por el pro-pósito mercantil, y cada conducta humana está permeada por la impostura, la enajenación y la máscara social. Como cuando Osvaldo trata de

poner al día a su amiga Linda sobre la muerte del padre y sus consecuencias, y le cuenta: “El médico nos recomendó alejarnos de todo esto por un tiempo para que a Nara se le quitara el estrés. Tuvimos que irnos de viaje a Europa.” El parla-mento es como una bofetada a la que el público responde con risas y sonrisas sarcásticas.

La puesta en escena se vale de un estilo sobrio pero de evidente solidez para retratar el ámbito social y el debate entre disfrute y discreción previ-sora de estos seres. La suite del hotel Gran Cuba, donde predomina el blanco de la pureza como curiosa ironía, está despejada, con el mínimo indispensable de muebles, lo que se justifica por la reciente mudada y el período de tránsito, en franco ascenso, que están viviendo sus perso-najes. La escenografía de Alain Ortiz lo resuelve con pulcritud y coloca a los espectadores del otro lado de un gran panel virtual de vidrio –la cuarta pared–, a través del cual los personajes miran al espléndido azul de Varadero.

El exquisito vestuario de Vladimir Cuenca y ciertos objetos a los que se les da uso, aunque también mínimos, revelan el nivel de vida de los personajes y la naturaleza de las aspiraciones en juego. Aunque modesta, se trata de una produc-ción por encima de la media en la escena nacio-nal, en la cual los protagonistas visten trajes de marca y se bebe cerveza y refresco real sacados del frigobar de la suite –y gracias al patrocinio de la Embajada noruega–.

Las luces de Manolo Garriga, con elocuentes haces laterales y tonos que van de lo tórrido a la suave penumbra, modulan la atmósfera dra-mática y acompañan el trayecto del matrimonio Telmer y sus secuaces, del esplendor a la caída. Y otro tanto consigue la eficaz sonoridad de Denis Peralta, hábil en sugerir niveles de tensión y cierto suspenso con una hermosa banda sonora.

El equipo de actores de Argos Teatro demues-tra una vez más su alto nivel profesional en la creación de una escena realista y veraz, en la que cada personaje se desnuda para ponernos a pen-sar en este mismo mundo en que vivimos y en el rol de individuos que son además, ciudadanos y parte de un contexto inequívocamente nuestro.

Carlos Luis González, un joven actor conocido solamente por su protagonismo en una popular serie policiaca de televisión, debuta en la escena teatral y sabe encontrar su verdad al compartir la pareja protagónica con la ya experimentada Yuliet Cruz, que es Nara, la gerente. Ella consigue modu-lar los afanes de la ejecutiva, preocupada por una

imagen profesional y elegante, que en medio de la tensión entre la responsabilidad y los mane-jos ocultos, deja ver una sospechosa frialdad en la relación sentimental con el marido. Y la actriz demuestra cómo ha sabido crecer en su tránsito por diversos roles –Zuleydi en Talco, Luz Marina en Aire frío, o Elena en El tío Vania–, al ir limpiando gestos parásitos y comodines de su comporta-miento cotidiano y construir seres contundentes y veraces. Es sencillamente brillante la escena obligatoria entre ambos, en la cual cada uno expone sus motivaciones sin ambages. Los secundan Yailín Coppola como Linda Kris-tin, una antigua amiga de Osvaldo desde sus años de estudiante y quien vendrá a atempe-rar con sus artes a Rogbar, el vengativo chan-tajista. También convence, verosímil en sus reacciones de mujer simple, y en el debate existencial para conservar a toda costa el estatus de seguridad económica para el que requiere ayudar a la pareja principal.

Dos actores, José Luis Hidalgo y Waldo Franco alternan a Carlos Rogbar, el acree-dor que pone en peligro el triunfante por-venir que Osvaldo y Nara han forjado sobre trampas y miserias morales. Al poder apre-ciar a dos actores en el mismo rol, creo que ambos pueden encontrar mayor equilibrio en el desempeño del otro. Mientras José Luis Hidalgo nos entrega a un Carlos Rogbar firme e impenetrable, delineado con seguridad en su afán por salvarse –lo que para él equivale a escapar– y así salvar a su familia –aunque a lo largo de la temporada el actor ha ido volviendo su rol más complejo en términos de humaniza-ción–, Waldo Franco, aún menos maduro, revela un tipo que aunque tiene el poder del dinero para manipular a la pareja feliz y echar abajo el castillo de naipes que han levantado, deja ver facetas de debilidad junto a su miseria moral que le llevan a cierta vulnerabilidad emocional, lo que es un rasgo interesante.

Rachel Pastor como Katia, vicegerente de sani-dad del hotel, avanza en un proceso de interiori-zación de la mujer a la que la vida ha jugado una mala pasada, m enos crucial en la definición de las estrategias del resto.

El equilibrio de conjunto mantiene en alto con precisión y organicidad la trama de relacio-nes interpersonales, en la que cada uno tiene su propio secreto y su manejo interesado para cada situación. Convencen y admiran en la sutileza de sus propuestas.

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Otra vez, como en El alma buena de Se Chuan, Stockman, un enemigo del pueblo, Aire frío o El tío Vania, Argos Teatro y Carlos Celdrán nos colocan ante un dilema moral cercano, nos instan a pen-sar y nos obligan a tomar un punto de vista. Si Casa de muñecas, a la altura de 1879, cuestionaba el rol de la mujer en una sociedad burguesa rai-galmente machista, ahora en Mecánica se trata de un examen a la vez más universal en lo humano y más específico en el tiempo y el espacio. Y si el portazo de Nora abre un camino de posibilida-des y de futuridad emancipatoria para la mujer, la Nara cubana envalentonada con la superación de la crisis, advierte al marido de lo que es capaz. Osvaldo riposta para desmontar sus aptitudes como madre y concluir: “A mis hijos los quiero criar yo.” Y añade: “Olvídate del portazo.” Porque el juego de apariencias no termina.

Desde la inmediatez de Cuba, en las circuns-tancias de esta época de emergencias económi-cas y giros sorprendentes de la geopolítica, y a las puertas de una potencial avalancha comercial –y cultural– procedente del mayor Imperio del pla-neta, Mecánica es un alerta ético sobre los riesgos que acompañan nuestro proceder de cada día y, a la larga, sobre los destinos de la nación.

del dRaMa de Ideas al cabaReT, PaRa dIVeRTIRseY PensaRLa segunda puesta notable es el más reciente

espectáculo del grupo matancero Teatro El Por-tazo, que fundó y dirige Pedro Franco. Se trata del Café CCPC o Cuban Coffee El Portazo’s Coopera-tive, cabaret de nuevo tipo que bajo la dirección de Franco propone a los espectadores un espacio múltiple de interacción artística y reflexiva, tras el pretexto de una investigación económica basada en la actualidad de la propia compañía, es decir, del funcionamiento de una cooperativa.

Café CCPC o Cuban Coffee El Portazo’s Coope-rative parte de la búsqueda por un colectivo de jóvenes artistas de una manera de hacer teatro y sostener la rentabilidad económica, en medio del proceso de transformaciones que vive la Isla y en particular, del reordenamiento económico, y con la perspectiva de analizar temas como la ley de inversión extranjera y la gestión cuentapropista.

Esta propuesta artística, que recibió la beca de creación “El reino de este mundo” de la Asociación Hermanos Saíz, viene a consolidar los empeños de este colectivo, nacido en la ciudad de Matan-zas con los auspicios de la organización cultural de jóvenes artistas. Durante cuatro años de trabajo El Portazo creó de manera alternativa y fuera de las estructuras profesionales del teatro en la Isla, o sea, sin cobertura institucional, presupuesto ni salario. Así, llevaron a escena la trilogía En Zona, integrada por obras de la joven dramaturgia cubana, como Por gusto, de Abel González Melo, Antígona, de Yerandy Fleites, y Semen, de Junior García, con presentaciones en la capital.1 Ahora, ya insertos en la institucionalidad como un grupo que es parte del movimiento profesional de teatro cubano, proponen alternativas de funcionamiento para ensayar fórmulas de sostenibilidad y hacer más fácil la creación y la vida de los artistas.

El resultado de CCPC o Cuban Coffee El Portazo’s Cooperative es una muy atractiva propuesta artís-tica que integra, a la manera del cabaret político, diversos componentes y que bebe tanto de la tra-dición popular cubana como del cabaret expre-sionista, practicado por Bertolt Brecht y por otros

1 Semen y Pasaporte, de Yunior García Aguilera; Talco y Mecánica, de Abel González Melo, y Ayer dejé de matarme gracias a ti Heiner Müller, Antigonón, un contingente épico y Perros que jamás ladraron, de Rogelio Orizondo, aparecen en el volumen Nueva Dramaturgia Cubana, compilado y prologado por Federico Irazábal y publicado por el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires este año.

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artistas. Hay pasajes teatrales fragmentarios y sketches, con un fuerte acento paródico y crítico, números musicales en vivo, interacción con pro-yecciones en video, coreografías, escenas humo-rísticas y de shows travestis. Todo, en profuso entramado de diálogo, agudo e inteligente, con la realidad de ahora mismo y con problemáticas rela-cionadas con aspiraciones inmediatas del cubano, que el público comparte y asume de buen grado para completar la experiencia de convivio.

El deseo de prosperidad y del desarrollo nece-sario del país es el eje temático y en torno a él, a manera de collage, se reúnen textos sacados de diversas piezas teatrales, poemas, cartas y docu-mentos históricos, junto con otros escritos espe-cialmente para este espectáculo. Así, el colectivo de jóvenes artistas de la escena debate la parti-cipación social activa en el proceso de reordena-miento económico, de cara al futuro; repasa los acontecimientos más recientes de la Isla, y pasa-jes y referentes de la historia nacional. Muchos

temas que han sido y son materia habitual de la dramaturgia cubana remergen con actualidad inmediata; muchas preocupaciones frecuentes en debates de las ciencias sociales reaparecen bajo la metáfora escénica. El resultado es una pro-puesta audaz y revolucionaria, crítica y con una proyección de ideas que defiende preciados valo-res, cuestiona procederes y mira adelante.

El teatro dramático se da la mano con la paro-dia y el pastiche, articula la tradición y el pre-sente, atravesado por el choteo y la fiesta del cabaret en un espectáculo de dos horas de dura-ción dividido en una suerte de avanzada y tres actos, con intermedios incluidos, en los que los artistas intercambian con los espectadores, nos toman fotos, hacen las veces de camareros y pro-ducen una dinámica imparable, marcada por el fuerte compromiso con el trabajo de equipo que los involucra a todos a través del desempeño en la actuación, el baile, y el sostenimiento de un nivel de energía contagiosa que hace de la experiencia

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Fotos de Café CCPC: Andrés Arencibia

un hecho artístico muy meritorio y productivo, en términos de la diversión y de su efectividad con-ceptual. Supongo que hubiera hecho las delicias de Bertolt Brecht.

Integran el equipo, y es justo mencionar a cada uno: William Quintana, un actor “veterano” que se integra como el más joven al resto, Sarahí de Armas, Carlos Carret, Alejandro Cisneros, Jani Hernández, Amaril Saldaña, Radael Almeida, María Laura Germán, Luis Toledo, Matía Isabel Medina, Yerandy Basart y Elizabeth San Miguel. Se suman como invitadas las reinas del espec-táculo nocturno Liudmila Miss Hollywood (Ihas-mani Luis Leal Noda) y Maya Queen (Juan Luis Prado Serrano); el diseñador Edel Febles; Yadiel Durán, responsable con Toledo de las coreogra-fías y un eficiente colectivo técnico y de servicio, que incluye una tropa de camareros ágiles.

Cada bloque se titula de manera elocuente al recrear asociaciones intertextuales llenas de inge-nio. Y la dramaturgia toda, desde el guión hasta cada situación representada, combina diver-sas fuentes en prodigioso reciclaje y exalta la mirada patriótica: documentos históricos, como la recreación de la Protesta de Baraguá en tríada de sentidos, apuntando al blanco del diálogo con el gobierno de los Estados Unidos; el poema “Mi bandera”, de Bonifacio Byrne;2 y fragmentos de la famosa carta de Leonor Pérez, la madre de José Martí, a su hijo, desde una perspectiva ana-crónica al dirigirse en realidad a Pepe Antonio, un muchacho de nuestros días; el joven se llama como otro héroe, aunque paradójicamente, lo que más quiere en su vida es tener un iphone y decide dejarlo todo por lograrlo. El montaje confronta así actitudes distintas, maneras coexistentes de ver la realidad que se ponen sobre la pasarela en su con-tradictoriedad, tan compleja como estos tiempos, en los que el debate abierto es imprescindible.

Aparecen textos de jóvenes dramaturgos como Rogelio Orizondo, Yunior García y María Laura Ger-mán, del poeta Israel Domínguez o el trovador Erick Sánchez, que dialogan productivamente con el espí-ritu de Brecht y con la interpretación o el doblaje musical de temas de un amplísimo espectro.

No falta un “karaoke azucarero” –y el término es ya un potente ingrediente de choteo al combinar,

2 Escrito por Bonifacio Byrne (1861-1936) al regresar a Cuba después de terminada la Guerra Cubano-Hispano-Americana, y expresa su angustia frente a la incertidum-bre del futuro nacional amenazado por una bandera extranjera, que pudo ver izada en la Fortaleza del Morro, a la entrada de la Bahía, junto a la bandera cubana.

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a la manera criolla que recuerda muchas de nuestras alternativas frente a la precariedad material, para no renunciar al disfrute–. La actriz Sarahí de Armas –curiosa enfermera que conduce la función como Emiliana, la anfitriona— nos hará compartir en regis-tro coral un tema musical de antaño, “Soy rebelde”, de Manuel Alejandro, que popu-larizara una intrascendente cantante lla-mada Jeanette en los tempranos años 70, sin que dejemos de autocriticarnos o de reírnos de nosotros mismos, por nuestra fácil y condicionada inclinación al kistch. Similar sentido anima la diatriba de la mili-ciana camp, al rechazar al joven que decide partir, nada menos que con el tema “Rata de dos patas” en la voz de la “guerrillera del bolero” Paquita la del Barrio.

No falta tampoco la invocación a los santos del panteón yoruba para rendir tri-buto colectivo a una galería de héroes y para proteger nuestro presente.

El juego se complementa con cada elemento, sencillo pero pensado en fun-ción de la diversión: desde la papeleta de entrada, diseñada como un billete que anuncia una denominación numérica de 25 en la esquina y el rótulo de “One fula”3 al centro; el programa de mano, concebido para introducir de inmediato al espectador en el ambiente lúdico, que por un lado anuncia la estructura del espectá-culo, y por el dorso la oferta gastronómica, y con la corbata de papel que nos pega-rán en el pecho a la entrada, sin sofistica-ción, adherida por medio de un trozo de scotch de oficina, pero aprovechada hasta el último milímetro con información nece-saria como otra suerte de programa.

Pedro Franco y sus actores toman de aquí y allá, de las raíces vernáculas y el choteo, de la cultura popular y del habla común, salpicada de estribillos y motivos reiterados; del teatro que han visto en estos años de formación: del afán en hur-gar en la verdad de Estorino a la vocación cívica de Carlos Celdrán. Y sintetizan la incipiente creación entre nosotros de un

3 “Fula” es la voz popular con la que se designan indistintamente el dólar estadunidense y el CUC (peso cubano convertible), equivalente a 25 pe-sos cubanos y que circula en la Isla y regula un amplio mercado de opciones.

cabaret teatral propio, con antecedentes como los cafés del Teatro El Público y El Ciervo Encantado, o una propuesta de cabaret social como Mujeres de la Luna, creada el pasado año por Raúl Martín y las actrices del Teatro de la Luna. La pasarela cen-tral nos transporta a la que Carlos Díaz tendiera hace años sobre la platea del Trianón, muchas veces utilizada para las entradas y salidas de los personajes, con el propósito de subrayar alguna imagen, o para conseguir un cierre por todo lo alto, como en la conga de La Celestina, al compás de “La natilla” de Kelvis Ochoa y Habana Abierta, que seguíamos hasta fuera del teatro, con actores y espectadores bailando. Pero ahora será el foco de atención principal, el punto de encuentro con las miradas de los que componen el público del lado de enfrente y el espacio lúdico que seremos invitados a ocupar más de una vez. De Carlos y El Público, aparece otra simpática reminiscencia en la muñeca de cuerda con gorro ruso que asume María Laura Germán, en su solo teatral.

De Mujeres en la Luna, que a su vez lo citara de Delirio habanero, refuncionalizan el traje femenino con la bandera cubana, vestido en aquella por el personaje equívoco que decía ser Celia Cruz. Ahora lo lleva sobre su cuerpo un artista transgénero, y en las manos enarbola y desacraliza una hoz y un martillo de oropel mientras dobla la canción.

Así, el espectáculo está dedicado a Carlos Cel-drán y a Carlos Díaz, directores de Argos Teatro y El Público, respectivamente; a Rubén Darío Salazar, líder del coterráneo Teatro de las Estaciones, un emblema de la escena titiritera en la Isla; al maestro de Franco durante su formación en la ENA, Ernesto Ruenes, y a los dramaturgos contemporáneos Ser-gio Blanco, de Uruguay, y Alberto Villarreal, de México, de quienes el director confiesa que apren-dió procedimientos y perspectivas frente a la crea-ción escénica. Todas esas fuentes se combinan con la necesidad de compartir ideas y formas que arti-culan lo artístico con una gestión económica nove-dosa, a la luz de estos tiempos, original y propia.

Lo culto y lo popular se articulan sin costuras, se integran en fiesta cultural para el espíritu. La mejor música cubana y giros del habla cotidiana se dan la mano con la poesía, y la combinación eficaz de elementos tan heterogéneos hace que disfrutemos y participemos de dos horas de entre-tenimiento inteligente, y que salgamos del espacio de representación cargados con una energía posi-tiva que se mueve del cerebro al cuerpo, impul-sado a bailar, como de hecho se hace en los dos intermedios, uno con música disco y el otro con

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salsa cubana, pensados para complacer distintos gustos. Como los fragmentos de shows travestis, a cargo de dos artistas profesionales del género invitados e incluidos en el elenco, concebidos para integrarse armónicamente al espectáculo y superar las habituales segregaciones con que se conciben –y del otro lado se cuestionan– este tipo de representaciones.

Dicen las notas al programa de Israel Domín-guez que: “Estamos ante un espectáculo, un show en el sentido más amplio, donde los acto-res defienden personajes que no existen, un con-flicto que no existe, porque la verdadera trama,

la historia de la Nación, aunque se desconozca a cabalidad, acontece hace tiempo.”

Si en el año 2000, reflexionando sobre la diver-sidad de la escena cubana, en una columna que titulé “El teatro que nos falta”,4 yo le reclamaba a los artistas indagar en expresiones que lamenta-blemente estaban ausentes del panorama artís-tico, como una explotación más a fondo del teatro de calle, el performance y el cabaret político, con notables referentes en la mejor escena latinoa-mericana contemporánea, hoy creo y saludo con júbilo, que el cabaret, inteligente y actual, llegó para quedarse con CCPC y su discurso híbrido, sus múltiples exigencias técnicas para el actor, y su compromiso crítico con la realidad social.

Reconozco en Pedrito Franco y su equipo una habilidad para jugar en serio, para instarnos a pensar sin dejar de reír, semejante a aquella que más de una vez he admirado en Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, Las Patronas mexicanas.

Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative tuvo temporadas luego de su estreno el 7 de mayo pasado en el Patio Colonial de Matanzas –sede local de la Asociación Hermanos Saíz–, dos fun-ciones a inicios de julio en el Centro Cultural El Sauce como parte del 2do.Taller Internacional de Investigación y Creación Traspasos Escénicos, y durante tres semanas de jueves a domingo en julio, en pleno período vacacional de verano, en la Sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, ambos en la capital, y cada presentación fue a sala repleta. CCPC integró en las mesas del café a artistas del teatro habituales y no habituales en acudir a encontrarse con la labor de sus colegas, a espectadores jóvenes y no tanto, a públicos noví-simos que llegaron quién sabe movidos por qué mecanismos promocionales. Y lo mejor es que esos, los menos entrenados, estoy segura de que volverán a acercarse buscando emociones y razo-nes para el disfrute.

Al final, todos somos voces del coro que canta “¡Cuba va!” mientras la pasarela se deconstruye para levantarse en simbólica construcción hacia lo alto.

Mecánica y Cuban Coffee by Portazo’s Coopera-tive son signos inequívocos de un teatro que sabe ponerse a tono con su tiempo, desde la capaci-dad artística de crear, de mirarnos por dentro y de pensar, entre sombras y yerros, en la posibi-lidad y en la necesidad de un mundo mejor. m

4 Ver Tablas, tercera época, v. LX, n.2, abr.-jun., 2000, p. 80.