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    Maurice Druon.

    LOS REYES MALDITOS.

    IV. La ley de los varones.

    PROLOGO.

    Durante los tres siglos y cuarto desde la eleccin de Hugo Capeto hasta la muerte de Felipe

    el Hermoso, solamente once reyes cieron la corona de Francia, y todos ellos dejaron un heredero aquien legarla.Prodigiosa dinasta, sta de los Capetos! Pareca que el destino la haba marcado con el

    signo de la duracin. De los once reinados, solamente dos haban durado menos de quince aos.Esta extraordinaria continuidad en el ejercicio del poder aba contribuido, a pesar de la

    mediocridad de algunos reyes, a la formacin de la unidad nacional.El ligamiento feudal, puramente personal de vasallo a seor, de ms dbil a ms fuerte,

    quedaba sustituido progresivamente por este otro ligamiento, este otro contrato que une losmiembros de una amplia comunidad humana sometida durante largo tiempo a las mismas vicisitudesy a la misma ley. Aunque la idea de nacin no era todava evidente, su principio, su representacin,exista ya en la persona real, fuente permanente de autoridad. Quien pensaba en el rey pensabatambin en Francia.

    Volviendo a los objetivos y mtodos de Luis VI y de Felipe Augusto, sus ms notablesantepasados, Felipe el Hermoso se haba dedicado, durante casi treinta aos, a construir estaunidad; pero los cimientos estaban tiernos todava.

    Ahora bien, apenas desapareci el Rey de Hierro, su hijo Luis X lo segua a la tumba. Elpueblo no dej de ver en estas dos muertes tan inmediatas un signo de fatalidad.

    El duodcimo rey haba reinado dieciocho meses, seis das diez horas, justo el tiemposuficiente para que este mezquino monarca pudiera destruir en gran parte la obra de su padre.

    Durante su paso por el trono, Luis X se hizo notar principalmente por haber hecho asesinar asu primera mujer, Margarita de Borgoa, haber enviado a la horca al ministro principal de Felipe elHermoso, Enguerrando de Marigny, y ber hundido a todo un ejrcito en los barrizales de Flandes.Mientras el pueblo era diezmado por el hambre, se sublevaban dos provincias, por instigacin de losbarones. La alta nobleza se sobrepona al poder real, la reaccin era todopoderosa y el Tesoroestaba exhausto.

    Luis X haba subido al trono cuando el mundo se hallaba sin papa, y lo dejaba sin queexistiera ningn acuerdo sobre su eleccin.

    Y ahora Francia se vea sin rey.Porque de su primer matrimonio Luis X slo dejaba una hija de cinco aos, Juana de

    Navarra, a la que muchos consideraban bastarda. En cuanto al fruto de su segundo matrimonio, noera por entonces ms que una dbil esperanza: la reina Clemencia estaba encinta, pero tardara ancinco meses en dar a luz.

    Por ltimo, se deca abiertamente que el Turbulento haba sido envenenado.En tales condiciones, quin sera el decimotercer rey?Nada estaba previsto sobre la regencia. En Pars, el conde de Valois intentaba hacerse

    proclamar regente. En Dijon, el duque de Borgoa, hermano de la reina estrangulada y jefe de unapoderosa liga de barones, no dejara de ponerse a defender los derechos de su sobrina, Juana deNavarra. En Lyon, el conde de Poitiers, primer hermano del Turbulento, estaba ocupado endesbaratar las intrigas de los cardenales y se esforzaba vanamente en obtener del cnclave una

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    decisin. Los flamencos slo esperaban una ocasin para tomar de nuevo las armas, y los seoresdel Artois continuaban su guerra civil.

    Se necesitaba algo ms para traer a la memoria popular el anatema lanzado por el GranMaestre de los Templarios, dos aos antes, desde lo alto de la hoguera? En una poca propicia a lacredulidad, el pueblo de Francia poda fcilmente preguntarse, aquella primera semana de junio de1316, si el linaje capetino no estara sealado para siempre por la maldicin.

    PRIMERA PARTE.Felipe Puertas Cerradas.

    I.La reina blanca.

    Las reinas guardaban luto vistindose de blanco. Blanca la toca de fina tela que apretaba elcuello, aprisionaba la barbilla hasta el labio y dejaba asomar slo el centro del rostro; blanco el granvelo que cubra la frente y las cejas; blanco el vestido cerrado en las muecas y que caa hasta lospies. Tal era el aspecto, casi monacal, que acababa de adoptar, a los veintitrs aos, y sin duda parael resto de su vida, Clemencia de Hungra, viuda de Luis X.

    De ahora en adelante nadie volvera a ver su admirable cabellera dorada, ni el valo perfectode sus mejillas, ni aquel halo, aquel tranquilo esplendor que haba impresionado a cuantos laconocieron y celebraron su belleza. La reina Clemencia haba adquirido ya aspecto mortuorio.

    Sin embargo, bajo los pliegues de su vestido, se estaba formando una nueva vida, yClemencia estaba obsesionada por la idea de que su marido no conocera jams al hijo queesperaba.

    Si al menos Luis hubiera vivido lo bastante para verlo nacer -se deca-. Cinco meses, slocinco meses ms! Qu alegra hubiera tenido, sobre todo si es un nio!... O que hubiera quedadoembarazada la misma noche de bodas!...

    La reina volvi con desmayo la cabeza hacia el conde de Valois, que, con paso de gallocebado, deambulaba por la habitacin.

    -Pero por qu, to mo, por qu habran de envenenarlo vilmente? -pregunt-. No hacatodo el bien que poda? Por qu buscis siempre la perfidia de los hombres en donde sin duda slose manifiesta la voluntad de Dios?

    -Sois la nica en atribuir a Dios lo que ms bien parece pertenecer a los artificios del diablo -respondi Carlos de Valois.

    Con su caperuza de gran cresta, que le caa hasta los hombros, gran nariz, mejillas anchas ycoloradas, estmago prominente, y vestido con el mismo traje de terciopelo negro adornado concolas de armio y con broches de plata que haba ostentado dieciocho meses antes, en el entierrode su hermano Felipe el Hermoso, monseor de Valois llegaba de Saint-Denis, donde acababa deasistir a la inhumacin de Luis. La ceremonia le haba planteado ciertos problemas, ya que, porprimera vez desde que fue instaurado el ritual de las exequias reales, los oficiales de la Casa Real,despus de gritar: El rey ha muerto!, no haban podido agregar: Viva el rey! y no habansabido ante quin rendir el homenaje destinado al nuevo soberano.

    -Bien! Romperis vuestro bastn ante m -haba dicho Valois al gran chambeln Mateo deTrye-. Yo soy el ms antiguo de la familia.

    Pero su hermanastro, el conde de Evreux, protest contra esta extraa pretensin.-Si entendis la antigedad en un sentido tan lato -dijo el conde de Evreux-, no lo sois vos,

    Carlos, sino nuestro to Roberto de Clermont, hijo de San Luis. Olvidis que vive todava?-Sabis bien que el pobre Roberto esta loco y que no se puede basar nada sobre aquella

    cabeza perdida -replic Valois, encogindose de hombros.Finalmente, a la salida del banquete fnebre servido en la abada y ante una silla vaca, el

    gran chambeln haba roto las insignias de sus funciones.Clemencia Continu:-No daba Luis limosna a los pobres? No conmutaba la pena a muchos encarcelados? Yo

    puedo testimoniar sobre la generosidad de su alma y sobre su piedad. Si antes haba pecado, estabaarrepentido.

    Evidentemente, era mal momento para discutir las virtudes con que la reina adornaba lamemoria, viva an, de su esposo. Sin embargo, Carlos de Valois no pudo contener un gesto demalhumor.

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    -Sobrina ma -respondi-, s que habis ejercido sobre l una influencia muy piadosa, y quel se mostr muy generoso... con vos. Pero no se gobierna solamente con oraciones, ni llenando defavores a quienes se ama. Y el arrepentimiento no basta para desarmar los ms enconados odiosque se han sembrado.

    Clemencia pens: He aqu... he aqu a quien se atribua todos los mritos del poder cuandoviva Luis y que ya reniega de l. En cuanto a m, pronto me reprocharn todos los regalos que Luisme ha hecho. Me he convertido en "la extranjera"...

    Demasiado dbil, demasiado cansada por las noches de insomnio y los das de lgrimaspara encontrar fuerza para discutir, aadi solamente:-No puedo creer que hayan odiado a Luis hasta el punto de querer matarlo.-Pues bien, no lo creis, sobrina ma, pero la verdad es sa! -exclam Valois-. La prueba

    nos la da ese perro que lami uno de los paos empleados para extraer las entraas durante elembalsamamiento, que revent acto seguido.

    Clemencia aferr con fuerza los brazos de su asiento para no vacilar ante la visin que leponan delante. Su rostro estrechado y pattico, con los ojos cerrados, se volvi tan plido como latoca y el velo que lo encuadraban. El cadver, el embalsamamiento, el perro errante que lama losensangrentados paos... Poda referirse todo aquello a Luis, al hombre que haba dormido a sulado, durante diez meses?

    Monseor de Valois continuaba desarrollando sus macabras conclusiones. Cundo secallara aquel hombre gordo, agitado, autoritario, vanidoso, que vestido ya de azul, ya de rojo o denegro, apareca en cada momento importante o trgico, desde que ella haba llegado a Francia, parasermonearle, ensordecerla con palabras y hacerla actuar contra su voluntad? Desde la maana de laboda... Y Clemencia se acord del da de su matrimonio, en Saint-Lye; volvi a ver la ruta de Troyes,la iglesia del pueblo, la habitacin del pequeo castillo, acondicionada apresuradamente paracmara nupcial... He sabido disfrutar bastante de mi felicidad? No, no quiero llorar delante de l.se dijo.

    -Todava no sabemos quin es el autor de ese horrible hecho -continu Valois-; pero lodescubriremos, sobrina ma; os lo prometo solemnemente... si se me dan los medios necesarios,claro est. Nosotros, los reyes...

    Valois no perda nunca la ocasin de recordar que haba llevado dos coronas, puramentenominales, pero que, no obstante, lo colocaban en pie de igualdad con los prncipes soberanos.

    -...nosotros, los reyes, tenemos enemigos que no lo son tanto de nuestra persona como delas decisiones de nuestro poder; y no falta gente que poda tener inters en haceros enviudar. Enprimer lugar los Templarios, cuya orden fue una gran equivocacin destruir, como dije repetidasveces, los cuales se juramentaron secretamente para perder a nuestro linaje. Mi hermano hamuerto, y ahora le sigue su primognito! Luego, los cardenales romanos. Recordad que el cardenalCaetani trat de hechizar a Luis y a vuestro cuado Felipe, con la declarada intencin de sacar a losdos con los pies por delante. Caetani bien pudo pretender dar el golpe por otro medio. Qu querishacerle! No se echa al papa del trono de San Pedro, como hizo mi hermano, sin sembrarinextinguibles resentimientos. Lo cierto es que Luis est muerto... Tampoco podemos dejar desospechar de nuestros parientes de Borgoa que vieron mal la reclusin de Margarita, y peor an,que vos la hayis reemplazado. Sobre este asunto, ellos se han deshecho en mil villanas...

    Clemencia le mir fijamente a los ojos, y Carlos de Valois se turb y enrojeci ligeramente.Comprendi que Clemencia saba algo. Pero Clemencia no dijo nada; siempre evitara ese tema. Sesenta cargada de una culpabilidad involuntaria. Porque aquel esposo, cuya virtuosa alma enalteca,haba hecho estrangular, con la complicidad de Valois y de Artois, a su primera mujer, con el fin depoderse casar con ella, la sobrina del rey de Npoles.

    -Y luego est tambin la condesa Mahaut, vuestra vecina -se apresur a aadir Valois-, queno es mujer para retroceder ante un crimen.

    En qu se diferencia ella de vos? -pens Clemencia, sin osar responderle-. Parece que en

    esta corte no se vacila mucho para matar.-Y Luis, un mes antes, acababa de conf iscarle su condado de Artois para obligarla a

    someterse.Por un instante Clemencia se pregunt si, al inventar tantos posibles culpables, no intentaba

    despistar, y si no era l mismo el autor del asesinato. Este pensamiento, que no poda basarse ennada concreto, le produjo horror. No, no quera sospechar de nadie; quera que Luis hubiera fallecidode muerte natural... No obstante, la mirada de Clemencia se dirigi inconscientemente, por laventana abierta, sobre la fronda del bosque de Vincennes hacia el sur, en direccin al castillo deConflans, residencia de la condesa Mahaut... Das antes de la muerte de Luis, Mahaut, en compaa

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    de su hija, la condesa de Poitiers, haba hecho una visita a Clemencia. Una visita muy amable.Haban estado admirando los tapices de la habitacion...

    Nada envilece tanto como imaginarse rodeada de felones -pensaba Clemencia- y buscar latraicin en cada rostro...

    -Por esto, mi querida sobrina -prosigui Valois-, es preciso que volvis a Pars en cuanto yoos lo pida. Vos sabis cunto os estimo. Vuestro padre era mi cuado. Escuchadme como loescucharais a l, si Dios nos lo hubiera conservado. La mano que ha abatido a Luis puede querer

    proseguir su venganza con vos y con el fruto que llevis. No podra dejaros as en medio del bosque,expuesta a las acechanzas de los malvados y no estar tranquilo hasta que estis instalada cerca dem.

    Desde haca una hora, Valois se esforzaba en obtener de Clemencia que volviera al palaciode la Cit, ya que l mismo haba decidido trasladarse all. Esto formaba parte de su plan paraimponerse como re gente. Quien dominaba en el palacio adquira figura real. Pero si se instalabasolo, Valois se arriesgaba a que sus enemigos lo acusaran de golpe de fuerza y de usurpacin. Sipor el contrario, entraba en la Cit detrs de su sobrina, como su protector y pariente ms prximo,nadie podra oponerse vlidamente, y el Consejo de los pares se encontrara ante un hechoconsumado. El vientre de la reina era, en aquel momento, la mejor garanta y el ms eficazinstrumento de gobierno.

    Clemencia levant los ojos, como para pedir ayuda, hacia un tercer personaje, un hombrebarrigudo y canoso, que se mantena en pie junto a ella, el cual, inmvil y con las manos cruzadassobre la guarnicin de una alta espada, segua la conversacin.

    -Bouville, qu debo hacer? -murmur.Hugo de Bouville, antiguo gran chambeln de Felipe el Hermoso, nombrado curador del

    vientre inmediatamente despus de la muerte del Turbulento, se haba tomado su nueva misin, msque en serio, a lo trgico. Este excelente seor, servidor ejemplar de la casa real, haba formado unaguardia de veinticuatro gentileshombres cuidadosamente elegidos, que se relevaban por grupos deseis ante la puerta de la reina. El mismo iba vestido con atuendo de guerra y, debido al calor de junio, sudaba a mares bajo su cota de malla. Murallas, patios y accesos de Vincennes estabanembutidos de arqueros. Cada criado de cocina era escoltado permanentemente por un sargento.Incluso las damas de compaa eran registradas antes de entrar en las habitaciones. Nunca vidahumana haba sido protegida tan estrechamente como la que dormitaba en el seno de la reina deFrancia.

    Bouville comparta su carga con el viejo sire de Joinville (1). Pero el senescal hereditario deChampaa, compaero de San Luis, tena noventa y dos aos, lo cual lo haca probablemente eldecano de la alta nobleza francesa. Estaba medio ciego, y aspiraba sobre todo, como cada verano, avolver a su castillo de Wassy en el alto Marne, donde viva suntuosamente del ingreso de lasdotaciones que le haban concedido los reyes. En realidad pasaba la mayor parte del tiempodormitando, y todas las tareas recaan sobre Bouville.

    Para la reina de Francia, ste representaba sus recuerdos felices. Primero, haba sido elembajador que solicit su mano, luego la escolt a Francia desde Npoles; era su confidente y,probablemente, el nico amigo verdadero que tena en la corte.

    Bouville comprendi perfectamente que Clemencia no quera moverse de Vincennes.-Monseor -dijo a Valois-, puedo asegurar mejor la custodia de la reina en esta mansin

    estrechamente cercada de murallas que en el gran palacio de la Cit, abierto a todo el que llega. Y silo que temis es la vecindad de la condesa de Mahaut, puedo deciros, porque se me tiene informadode todos los movimientos de los aledaos, que en este momento la seora Mahaut hace cargar suscarretas para marchar a Pars.

    Valois no dejaba de estar bastante molesto por la importancia adquirida por Bouville desdeque era curador, as como por su insistencia en permanecer all, plantado junto a su espada, al ladode la reina.

    -Messire Hugo -dijo con altanera-, habis sido encargado de velar por el vientre de la reina yno de decidir la residencia de la familia real, ni de defender vos solo el reino.

    Sin turbarse, Bouville respondi:-Debo haceros observar tambin, monseor, que la reina no puede mostrarse antes de que

    hayan pasado los cuarenta das de duelo?-Conozco tan bien como vos las costumbres, amigo mo! Quin os dice que la reina haya

    de mostrarse? La haremos viajar en carruaje cerrado. En fin, sobrina ma -exclam Valoisvolvindose hacia Clemencia-, no os quiero enviar ms all de los mares, ni Vincennes est a milleguas de Pars.

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    -Comprended, to mo -respondi dbilmente Clemencia-, que Vincennes es el ltimo regaloque recib de Luis. Me don esta casa horas antes de su muerte... Me parece que todava no se haido de verdad. Comprended... es aqu donde hemos tenido...

    Pero monseor de Valois no poda comprender nada de las exigencias del recuerdo ni de lasimaginaciones del dolor.

    -Vuestro esposo, por quien todos rogamos, mi querida sobrina, pertenece desde ahora alpasado del reino. Pero vos, vos llevis su porvenir. Exponiendo vuestra vida, exponis la de vuestro

    hijo. Luis, que os ve desde lo alto, no os lo perdonara.La haba tocado en lo ms vivo, y Clemencia, sin proferir palabra, se hundi un poco ms ensu asiento.

    Pero Bouville declar que no poda decidir nada sino de acuerdo con sire de Joinville, aquien mand a buscar mmediatamente. Transcurrieron unos minutos; luego se abri la puerta yesperaron un poco mas; al fin, vestido con un traje de seda como en tiempo de las Cruzadas, con losmiembros temblorosos, la piel pecosa y semejante a corteza de rbol, los parpados lacrimosos yplida la pupila, apareci el ltimo compaero de San Luis, arrastrando los pies y sostenido por unescudero casi tan canoso como l. Lo sentaron con todos los miramientos que se le deban, y Valoisse encarg de explicarle sus planes con respecto a la reina. El anciano escuchaba, moviendocompungidamente la cabeza y visiblemente satisfecho de tener todava un papel que desempear.Cuando concluy Valois, el senescal se abism en una meditacin que todos se guardaron de turbar;esperaban el orculo que iba a salir de su boca. Y de repente pregunt:

    -Entonces, dnde est el rey?Valois cobr una expresin desolada. Tanto esfuerzo hecho en vano, cuando urga el

    tiempo! Comprendera el senescal lo que se le iba a decir?-Veamos, el rey ha muerto, messire de Joinville -dijo el de Valois-, y lo hemos enterrado esta

    maana. Vos sabis que se os ha nombrado curador...El senescal frunci la frente y pareci reflexionar con gran esfuerzo. Perda cada vez ms el

    recuerdo de lo inmediato. Desde haca mucho tiempo adoleca de esta falta; as, al dictar su famosaHistoria, cerca ya de los ochenta aos, no se haba dado cuenta de que repeta casi textualmentehacia el fin de la segunda parte lo que haba dicho en la primera...

    -S, nuestro joven sire Luis -dijo al fin-. Ha muerto... Fue l a quien le present mi gran libro.Sabis que ste es el... cuarto rey que veo morir?

    Manifest esto como si se tratara de una verdadera hazaa.-Entonces, si el rey ha muerto, la reina es regente -declar.Monseor de Valois enrojeci. Conociendo la decrepitud de uno y la natural dedicacin del

    otro, haba credo que manejara a su antojo a los dos curadores; sus clculos se volvan contra l.La extrema vejez y el extremo escrpulo parecan juntarse para crearle dificultades.

    -La reina no es regente, messire senescal; est embarazada -exclam-. Fijaos en su estado,y ved si est en condiciones de cumplir con los deberes del reino.

    -Ya sabis que no veo nada -respondi el anciano.Con la mano en la frente, Clemencia pensaba solamente:Pero cundo acabarn? Cundo me dejarn en paz?Joinville comenz a explicar en qu condiciones, a la muerte del rey Luis VIII, la reina Blanca

    de Castilla haba asumido la regencia, con gran satisfaccin de todos.-La seora Blanca de Castilla... y esto se deca en voz baja... no era todo pureza, como han

    querido pintarla. Y parece que el conde Thibaud de Champaa, de quien messire mi padre eracompaero, la sirvi hasta en el lecho...

    No hubo ms remedio que dejarlo hablar. El senescal, que olvidaba fcilmente los sucesosde la vspera, conservaba una gran memoria para las maledicencias que corran en su primera juventud. Haba encontrado un auditorio, y lo aprovechaba. Sus manos, agitadas por un temblorsenil, raspaban sin descanso la seda de su vestido, en las rodillas.

    -E incluso cuando nuestro santo rey parti para la cruzada, en la que lo acompa...-La reina resida en Pars durante ese tiempo, no es verdad? -cort Carlos de Valois.-S... s... -asinti el senescal.Clemencia fue la primera que habl:-Pues bien, sea, to mo! Voy a hacer vuestra voluntad: volver a la Cit.-Ah! He aqu por fin una sabia decisin, que seguramente aprueba messire de Joinville.-S... s... -dijo el senescal.-Voy a tomar todas las medidas. Vuestra escolta ser mandada por mi hijo Felipe y nuestro

    primo Roberto de Artois...

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    -Muchas gracias, to mo, muchas gracias -dijo Clemencia-; pero ahora suplico que se medeje rezar.

    Una hora ms tarde, en cumplimiento de las rdenes del cond de Valois, el castillo deVincennes estaba en plena confusin. Sacaban los carros de las cocheras, restallaban los ltigossobre la grupa de los corpulentos caballos de El Perche, pasaban corriendo los servidores, y losarqueros haban dejado sus armas para echar una mano a los caballerizos. Mientras que desde elduelo todo el mundo se haba impuesto el hablar en voz baja, ahora encontraban la ocasin de gritar.

    En el interior de la mansin los tapiceros descolgaban los tapices de imgenes,desmontaban los muebles, transportaban los aparadores, estantes y cofres. Los oficiales de la casade la reina y las damas de compaa se afanaban tambin en hacer su equipaje. Se contaba con unprimer tren de veinte carros, y sin duda, seran precisos otros dos viajes para llevarlo todo.

    Clemencia de Hungra, con su largo vestido blanco, al que todava no estaba acostumbrada,vagaba de pieza en pieza, escoltada siempre por Bouville. Por todas partes el polvo, el sudor, laagitacin y la sensacin de saqueo que acompaan siempre a las mudanzas. El tesorero, inventarioen mano, vigilaba la expedicin de la vajilla y de los objetos preciosos, que estaban agrupados ycubran todo el enlosado de una sala; las fuentes, los jarros, los doce vasos de plata sobredoradaque Luis haba encargado para Clemencia, el gran relicario de oro que contena un fragmento de laVera-Cruz, tan pesado que el hombre que lo llevaba jadeaba penosamente...

    En la habitacin de la reina, la primera lencera, Eudelina, que haba sido la amante de Luis Xcuando ste an no se haba casado con Margarita, diriga el embalaje de los vestidos.

    -Para qu... para qu llevar todos estos vestidos, si ya no me han de servir de nada! -dijoClemencia.

    Tambin las joyas cuyos estuches se amontonaban en pesadas cajas de hierro, todos losbroches, los anillos, y piedras preciosas de que la haba colmado Luis durante el breve tiempo de sumatrimonio, le pareceran en adelante objetos intiles. Incluso las tres coronas, repletas deesmeraldas, de rubes y de perlas, eran demasiado altas y adornadas para que pudiera llevarlas unaviuda. Un sencillo cerco de oro de pequeas flores de lis, colocado por encima del velo, sera lanica joya a la que tendra derecho desde ahora.

    Me he convertido en una reina blanca, como mi abuela Mara de Hungra, y debo ajustarmea ella -pensaba-. Pero mi abuela tena entonces sesenta aos y haba dado a luz trece hijos... Miesposo ni siquiera ver al suyo...

    -Seora -pregunt Eudelina-, debo ir con vos al Palacio? Nadie me ha dado rdenes...Clemencia mir a aquella mujer rubia, que olvidando los celos, le haba prestado tan solcita

    ayuda los ltimos meses y sobre todo durante la agona de Luis. Tuvo una hija de ella, que learranc y la confin en un claustro... Se senta como heredera de todas las faltas cometidas porLuis antes de conocerla. Dedicara su vida entera a pagar a Dios, con lgrimas, plegarias y limosnasel gran precio del alma de Luis.

    -No -murmur-, no, Eudelina; no me acompaes. Es preciso que alguien que lo haya amadose quede aqu.

    Y luego, alejndose incluso de Bouville, fue a refugiarse en la nica pieza tranquila, la nicaque haban respetado, la habitacin en que Luis haba muerto.

    Las cortinas envolvan la pieza en sombras. Clemencia se arrodill junto al lecho, y puso loslabios sobre la cubierta de brocado.

    De repente oy el araar de una ua sobre una tela. Experiment una sensacin de angustiaque le demostr sus deseos de vivir todava. Permaneci un momento inmvil, conteniendo larespiracin. Tras de ella continuaba el araar. Lentamente volvi la cabeza. Era el senescal deJoinville, que dormitaba en una silla de alto respaldo esperando el momento de partir.

    II.

    Un cardenal que no crea en el infierno.

    Una noche de junio. Comenzaba a clarear y, desde el este, una tenue franja gris en elhorizonte anunciaba la aurora que pronto iba a elevarse sobre la ciudad de Lyon.

    Era la hora en que los carros se ponan en marcha en los campos vecinos para llevar a laciudad las legumbres y los frutos; la hora en que enmudecan los mochuelos y los pjaros an nocantaban. Era tambin la hora en que, tras las estrechas ventanas de uno de los aposentos de honorde la abada de Ainay, el cardenal Jacobo Duze meditaba sobre la muerte.

    El cardenal nunca haba tenido gran necesidad de dormir, y con la edad esta necesidad nodejaba de reducirse. Con tres horas de sueo tena ms que suficiente. Poco despus de

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    medianoche se levantaba y se instalaba ante su escritorio. Hombre de inteligencia rpida y de saberprodigioso, versado en todas las disciplinas del pensamiento, haba compuesto tratados de teologa,de derecho, de medicina y de alquimia que sentaban ctedra entre los entendidos y doctores de sutiempo.En aquella poca en que la gran esperanza tanto del pobre como del prncipe era lafabricacin del oro, se hacan constantes referencias a los elixires destinados a la transmutacin delos metales.

    As, en su obra intitulada El elixir de los filsofos se podan leer algunas definiciones que

    daban que pensar:Las cosas de las que se puede hacer elixir son tres: los siete metales, los siete espritus y lasotras cosas... Los siete metales son: sol, luna, cobre, estao, plomo, hierro y mercurio; los sieteespritus son: mercurio, azufre, sal, amoniaco, oropimente, magnesia y marcasita; y las otras cosasson: mercurio, sangre de hombre, sangre de cabellos y de orina y la orina es del hombre...

    Y tambin curiosas recetas, como sta para depurar la orina del nio:

    Cjase y pngase en una vasija, dejndola reposar durante tres o cuatro das; luego se cuelaligeramente. Vulvase a dejarla reposar hasta que la porquera est en el fondo. Pngase a cocer yespmese hasta que se reduzca a su tercera parte; luego se destila por fieltro y se guarda en vasijabien tapada para evitar su corrupcin por el aire.

    A los sesenta y dos aos, el cardenal descubra todava materias religiosas y profanas queno haba tratado, y completaba su obra mientras sus semejantes dorman. Empleaba l solo tantoscirios como una comunidad de monjes.

    A lo largo de sus noches trabajaba tambin en la enorme correspondencia que mantena congran nmero de prelados, de abades, de juristas, de sabios, de cancilleres y de prncipes de todaEuropa. Su secretario y sus copistas hallaban por la maana labor preparada para la jornada entera.

    O tambin se dedicaba a estudiar el mapa astrolgico de sus rivales, lo comparaba con suconstelacin personal e interrogaba a los planetas para ver si llegara a papa. Segn los astros, sumayor oportunidad se situaba entre el comienzo de agosto y el de septiembre del ao corriente.Ahora bien, era ya 10 de junio y nada pareca vislumbrarse...

    Luego llegaba el momento penoso de antes del alba. Como si tuviera la certeza de quehaba de dejar el mundo precisamente a aquella hora, el cardenal experimentaba entonces unadifusa angustia, un vago malestar tanto corporal como espiritual. Influido por la fatiga, se interrogabasobre su pasado. Su recuerdo le mostraba el desarrollo de un extraordinario destino... Nacido de unafamilia burguesa de Cahors, y habiendo abrazado el estado eclesistico, y nombrado arcipreste a loscuarenta y cuatro aos, pareca haber llegado a la cima de la carrera a que poda aspirarrazonablemente. Pero en realidad, su aventura no haba empezado todava. Presentada la ocasinde ir a Npoles con uno de sus tos que iba all a comerciar, el viaje, el cambio de pas, y eldescubrimiento de Italia actuaron sobre l de extraa manera. Das despus de haberdesembarcado entr en relacin con el preceptor de los infantes reales; se convirti en su discipulo yse lanz a los estudios abstractos con tal pasin, agilidad mental y flexibilidad de memoria quepodran envidiarla los adolescentes mejor dotados. No senta el hambre, as como tampoco lanecesidad de dormir. Nombrado, al cabo de poco tiempo, doctor en derecho cannico y luego enderecho civil, su nombre haba comenzado a difundirse. La corte de Npoles solicitaba la opinin delclrigo de Cahors.

    Tras el ansia de saber, le vino la del poder. Consejero del rey Carlos II el Cojo (abuelo de lareina Clemencia), luego secretario de los consejos privados y provisto de numerosos beneficioseclesisticos, se vio nombrado, diez aos despus de su llegada, obispo de Frejus, y un poco mstarde ascendido al cargo de canciller del reino de Npoles, es decir, primer ministro de un Estadoque comprenda a la vez la Italia meridional y todo el condado de Provenza.

    Una ascensin tan fabulosa, entre las intrigas de las cortes, no pudo realizarse solamente

    con su talento de jurista y telogo. Un hecho conocido por muy poca gente, ya que era secreto almismo tiempo de la Iglesia y del Estado, demostraba a las claras la astucia y el aplomo con queDuze era capaz de actuar.

    Meses despus de la muerte de Carlos II, haba sido enviado en misin a la corte papalcuando el obispado de Avin -el ms importante de toda la cristiandad, ya que era residencia de laSanta Sede- se encontraba vacante. Siendo canciller, y por lo tanto guardasellos, redacttranquilamente una carta en la que el nuevo rey de Npoles, Roberto, solicitaba para l, JacoboDuze, el episcopado de Avin. Esto ocurra en 1310 Clemente V, deseoso de ganarse el apoyo deNpoles en un momento en que sus relaciones con Francia eran muy difciles, accedi en seguida ala solicitud. La superchera se descubri poco ms tarde, cuando el papa Clemente recibi la visita

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    del rey Roberto; ambos se mostraron su mutua sorpresa; el primero por no haber recibido mscalurosas gracias por la concesin de este gran favor; y el segundo, por no haber sido consultadosobre este imprevisto nombramiento que lo privaba de su canciller. Antes de provocar un intilescndalo, ambos prefirieron aceptar el hecho consumado. Y todos salieron ganando. Ahora Duzeera cardenal de curia, y sus obras se estudiaban en todas las universidades.

    Sin embargo, por asombroso que aparezca un destino, slo se presenta as a quienes lomiran desde el exterior. Los das vividos, hayan sido pletricos o vacos, tranquilos o agitados, son

    todos por igual das huidos, y la ceniza del pasado pesa lo mismo en todas las manos.Tena sentido tanto ardor, ambicin y energa cuando todo deba inclinarseineluctablemente hacia ese ms all del que las ms altas inteligencias y las ms difciles cienciashumanas no llegaban a captar ms que indescifrables fragmentos? Por qu ser papa? No hubierasido ms cuerdo encerrarse en el fondo del claustro y desentenderse del mundo exterior?Despojarse al mismo tiempo del orgullo del conocimiento y de la vanidad de dominar... adquirir lahumildad de la fe ms simple... prepararse para desaparecer... Pero incluso este gnero demeditacin adquira en el cardenal Duze un giro de especulacin abstracta, y su ansiedad de morirse transformaba al momento en debate jurdico con la divinidad.

    Los doctores nos aseguran -pensaba aquella maana- que despus de la muerte, las almasde los justos gozan inmediatamente de la visin beatfica de Dios, que es su recompensa.Admitmoslo... Pero las escrituras nos dicen tambin que al fin del mundo, cuando los cuerposresucitados se hayan reunido con sus almas, seremos juzgados en el Juicio Final. Hay en esto unagran contradiccin. Cmo puede Dios, totalmente soberano, omnisciente y perfecto, convocar dosveces el mismo caso en su propio tribunal y juzgar en apelacin su propia sentencia? Dios esinfalible, e imaginar doble sentencia por su parte, lo que supone revisin y por lo tanto posibilidad deerror, es a la vez impiedad y hereja... Adems, no conviene que el alma no entre en posesin delgoce de su Seor hasta el momento en que, reunida con el cuerpo, ella misma sea perfecta en sunaturaleza? Luego... luego los doctores se equivocan. Luego no puede haber beatitud propiamentedicha ni visin beatfica antes del fin de los tiempos, y Dios slo se dejar contemplar despus delJuicio Final. Pero hasta entonces, dnde se encuentran las almas de los muertos? No iremos aesperar sub aliare Dei, bajo ese altar de Dios del que habla san Juan en el Apocalipsis?...

    El trote de un caballo, ruido desacostumbrado a semejante hora, retumb a lo largo de lasparedes de la abada, sobre los pequeos guijarros redondos que pavimentaban las mejores callesde Lyon. El cardenal prest atencin un instante; luego volvi a su razonamiento, producto de suformacin jurdica y cuyas consecuencias iban a sorprenderle a l mismo.

    ...Porque si el paraso est vaco -se deca-, eso modifica singularmente la situacin de losque declaramos santos o bienaventurados... Pero lo que es cierto para las almas de los justos,forzosamente lo es tambin para las almas de los pecadores. Dios no podra castigar a los malosantes de haber recompensado a los buenos. El obrero recibe su salario al final de la jornada; en laltima hora del mundo el buen grano y la cizaa sern separados definitivamente. Actualmenteninguna alma habita en el infierno puesto que no se ha pronunciado la condena. Esto quiere decirque, hasta ahora, el infierno no existe...

    Esta posicin era ms bien tranquilizadora para cualquiera que pensara en la muerte;retrasaba el plazo para el supremo proceso sin cerrar la perspectiva de la vida eterna, y se conciliababastante con esa intuicin, comn a la mayora de los hombres, de que la muerte es una cada en ungran silencio oscuro, una inconsciencia indefinida... una espera sub aliare Dei.

    Ciertamente, semejante doctrina, si era difundida, haba de levantar violentas reaccionestanto entre los doctores de la Iglesia como en la creencia popular, y para un candidato a la SantaSede no era momento propicio para ir a predicar la inexistencia o la vanidad del paraso y delinfierno.

    Esperemos el fin del cnclave, se deca el cardenal.Fue interrumpido por un hermano tornero que llam a la puerta y le anunci la llegada de un

    jinete de Pars.-Quin lo enva? -pregunt el cardenal.Duze tena una voz ahogada, apagada, totalmente desprovista de timbre, aunque muy

    clara.-El conde de Bouville -respondi el hermano tornero-. Ha debido de galopar sin descanso,

    porque su aspecto denota fatiga; en el tiempo que he tardado en abrirle lo he encontradodormitando, pegado a la puerta.

    -Hacedlo pasar aqu.

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    Y el cardenal, que minutos antes meditaba sobre la vanidad de la ambicin, pens enseguida: Se tratar de la eleccin? Apoyar abiertamente la corte de Francia mi nombramiento? Me propondrn un arreglo?

    Se senta agitado, lleno de curiosidad y de esperanza, y recorra la habitacin con pequeospasos rpidos. Duze (2) tena la estatura de un nio de quince aos, hocico de ratn, grandes cejasblancas y frgil osamenta.

    Detrs de la vidriera, el cielo comenzaba a rosear; todava eran necesarios los cirios, pero ya

    el amanecer disolva las sombras. La hora fatdica haba pasado...Entr el jinete; a la primera ojeada, se dio cuenta el cardenal de que no se trataba de uncorreo de oficio. En primer lugar, un verdadero correo hubiera puesto en seguida la rodilla en tierra yhubiera tendido su mensaje, en lugar de permanecer en pie inclinando la cabeza y diciendo:Monseor...Adems, la corte de Francia, para enviar sus pliegos, utilizaba caballeros fuertes, deanchas espaldas, muy aguerridos, como el gran Robin-Qui-Se-Maria que haca con frecuencia eltrayecto entre Pars y Avin, y no un jovencete como aqul, de nariz puntiaguda que parecaesforzarse en mantener los prpados abiertos y apenas poda sostenerse en sus botas.

    Se huele mucho a disfraz -se dijo Duze-; por otra parte, he visto esa cara en otro lugar...Con su mano corta y menuda hizo saltar los sellos de la carta, y en seguida qued

    decepcionado. No se trataba de la eleccin, sino de una solicitud de proteccin para el mensajero.No obstante, Duze quiso ver en ello un indicio favorable; cuando Pars quera obtener un servicio delas autoridades eclesisticas, se diriga a l.

    -As, vos os llamis Guccio Baglioni? -dijo cuando hubo terminado la lectura.El joven se sobresalt.-S, monseor...-El conde de Bouville os recomienda a m para que os tome bajo mi proteccin y os esconda

    de la persecucin de vuestros enemigos.-Si aceptis concederme esta gracia, monseor!...-Parece que habis tenido una mala aventura que os ha obligado a huir bajo esa librea -

    continu el cardenal con su voz rpida y sin resonancias-. Contdmelo. Bouville me dice que vosformabais parte de su escolta cuando condujo a la reina Clemencia a Francia. En efecto, ahora meacuerdo. Os vi junto a l... Y vos sois el sobrino de maese Tolomei, capitn general de los lombardosde Pars. Muy bien, muy bien. Exponedme vuestro asunto.

    Se haba sentado y jugaba maquinalmente con un gran pupitre giratorio sobre el que estabancolocados los libros que le servan para sus trabajos. Ahora se encontraba distendido, tranquilo,presto a distraer su espritu con los pequeos problemas del prjimo.

    Guccio Baglioni haba recorrido ciento veinte leguas en cuatro das y medio. Apenas sentasu propio cuerpo; una densa niebla le llenaba la cabeza, y hubiera dado cualquier cosa por tumbarseall, incluso en el suelo, y dormir... dormir...

    Logr recobrarse; su seguridad, su amor, su porvenir, todo exiga que superase un momentoms su fatiga.

    -Monseor, me he casado con una hija de la nobleza -respondi l.Le pareci que sus palabras haban salido de la boca de otro, pues hubiera querido empezar

    de otra manera. Hubiera querido explicar al cardenal que una desgracia sin precedentes se habaabatido sobre l; que era el hombre ms desgraciado, el ms desgarrado del universo; que su vidaestaba amenazada, que haba tenido que huir, para siempre quiz, de la mujer sin la cual no podavivir; que esta mujer iba a ser encerrada, que los acontecimientos haban cado sobre ellos desdehacia una semana con tal violencia y rapidez, que el tiempo pareca haber perdido sus dimensioneshabituales, y que l mismo se senta como un guijarro arrastrado por un torrente... Y sin embargo,todo su drama, cuando fue preciso expresarlo, se resumi en esta corta frase: Monseor, me hecasado con una hija de la nobleza...

    -Ah, si! -dijo el cardenal-. Cmo se llama?

    -Mara de Cressay.-Ah!... Cressay, no la conozco.-Tuve que casarme secretamente, monseor; la familia se opona.-Por ser vos lombardo? Seguramente. Todava estn un poco atrasados en Francia. La

    verdad es que en Italia... Entonces, queris obtener la anulacin? Bah!... Si el matrimonio ha sidosecreto...

    -Monseor, la quiero y ella me quiere -dijo-. Pero su familia ha descubierto que est encinta ysus hermanos me han perseguido para matarme.

    -Pueden hacerlo; tienen a su favor el derecho consuetudinario. Vos estis considerado comoraptor. Quin os ha casado?

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    -El hermano Vincenzo, de los agustinos.-Fra Vincenzo... no lo conozco.-Lo peor, monseor, es que este monje ha muerto. Por lo tanto ni siquiera puedo demostrar

    que verdaderamente nos hemos casado... No creis que soy cobarde, monseor. Yo quera batirme.Pero mi to se dirigi a messire de Bouville...

    -...quien sabiamente os ha aconsejado alejaros.-Pero a Mara la van a encerrar en un convento! Creis, monseor, que podris sacarla de

    all? Creis que la recobrar?-Ah! Una cosa tras otra, mi querido hijo -respondi el cardenal, mientras continuabahaciendo girar el pupitre-. Un convento? Bien, dnde podra estar mejor por ahora?... Confiad enla infinita bondad de Dios, de la que todos tenemos gran necesidad...

    Guccio baj la cabeza con aire desolado. Sus negros cabellos estaban cubiertos de polvo.-Est vuestro to en buenas relaciones comerciales con los Bardi? -prosigui el cardenal.-Ciertamente, monseor, ciertamente. Creo que los Bardi son vuestros banqueros.-S, son mis banqueros. Pero ltimamente los encuentro menos... menos fciles en el trato

    que en lo pasado. Forman una compaa tan poderosa! ... Tienen sucursales en todas partes. Y lamenor solicitud que se les hace han de remitirla a Florencia. Son tan lentos como un tribunaleclesistico... Cuenta vuestro to con muchos prelados entre sus clientes?

    Las preocupaciones de Guccio se hallaban bien lejos de la banca. La niebla se espesaba ensu frente; sus prpados quemaban.

    -No, principalmente son grandes barones. El conde de Valois, el conde de Artois...Estaramos muy honrados, monseor... -dijo con maquinal cortesa.

    -Ya hablaremos de ello ms tarde. Por el momento estis a cubierto en este monasterio.Pasaris por un hombre a mi servicio; tal vez tengis que poneros ropa de clrigo... Tratar esto conmi capelln. Podis quitaros esa librea e ir a dormir en paz, de lo que me parece que tenis grannecesidad.

    Guccio salud, balbuci unas palabras de gratitud e hizo un movimiento hacia la puerta.Luego, detenindose, dijo:

    -Todava no puedo ir a dormir, monseor; debo entregar otro mensaje.-A quin? -pregunt Duze con aire de sospecha.-Al conde de Poitiers.-Confiadme la carta; la har llevar en seguida por un hermano.-Es que, monseor, messire de Bouville me orden...-Sabis si ese mensaje se relaciona con el cnclave?-Oh, no, monseor! Se refiere a la muerte del rey.El cardenal salt de su asiento.-Ha muerto el rey Luis? Cmo no me lo habis dicho en seguida...!-An no se sabe aqu? Crea que estabais al corriente, monseor.La verdad es que no haba pensado en ello. Sus desgracias y su fatiga le haban hecho

    olvidar este acontecimiento capital. Haba galopado directamente desde Pars, cambiando de caballoen los monasterios que le haban indicado como parada, comiendo de prisa, hablando lo menosposible, y sin saberlo se haba adelantado a los jinetes oficiales.

    -De qu ha muerto?-Eso es precisamente lo que messire de Bouville quiere hacer saber al conde de Poitiers.-Crimen? -susurr Duze.-Segn el conde de Bouville, parece que el rey ha sido envenenado.El cardenal reflexion un instante.-He aqu algo que puede cambiar mucho las cosas -murmur-. Ha sido designado un

    regente?-No lo s, monseor. Cuando sal se mencionaba mucho al conde de Valois...

    -Muy bien, mi querido hijo; id a descansar.-Pero, monseor... y el conde de Poitiers?Los labios delgados del prelado dibujaron una sonrisa que poda pasar por expresin de

    benevolencia.-No sera prudente que os mostrarais, y adems os cais de cansancio -dijo-. Dadme ese

    pliego; para evitaros todo reproche, yo mismo ir a entregarlo.Minutos ms tarde, precedido de un criado y seguido de un secretario, el cardenal de curia

    sala de la abada de Ainay, situada entre el Rdano y el Saona, y se meta en callejuelas oscuras,obstaculizadas frecuentemente por montones de inmundicias. Delgado, endeble, avanzaba con paso

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    saltarn, llevando casi corriendo sus setenta y dos aos. Su ropa de prpura pareca danzar entre lasparedes.

    Las campanas de las veinte iglesias y de los cuarenta y dos conventos de Lyon anunciabanlos primeros oficios. Las distancias eran cortas en aquella ciudad, de casas apretujadas, que contabaunos veinte mil habitantes, de los que la mitad se dedicaban al negocio de la religin y la otra mitad ala religin del comercio. El cardenal lleg en seguida a la residencia del cnsul Varay, en la cual sealojaba el conde de Poitiers.

    III

    Las puertas de Lyon.

    El conde de Poitiers acababa de terminar su aseo, cuando el chambeln le anunci la visitadel cardenal.

    Muy alto, muy delgado, prominente la nariz, echados los cabellos sobre la frente enmechones cortos que le caan en rizos a lo largo de las mejillas, la piel fresca como se puede tener alos veintitrs aos, el joven prncipe, vestido con bata de casa de camocn (3) jaspeado, sali arecibir a monseor Duze y le bes el anillo con deferencia.

    Hubiera sido difcil hallar mayor contraste, ms irnica desemejanza que la existente entreestos dos personajes, de los cuales uno haca pensar en un viejo hurn salido de su madriguera, y elotro en una garza atravesando con altanera los pantanos.

    -A pesar de la hora tan temprana, monseor -dijo el cardenal-, no he querido retrasar elmomento de ofreceros mis plegarias en el duelo que os aflige.

    -Duelo? -dijo Felipe de Poitiers con un ligero sobresalto.Su primer pensamiento fue para la esposa que haba dejado en Pars, y que estaba

    embarazada de ocho meses.-Veo que he hecho bien en venir a notificroslo -continu Duze-. El rey, vuestro hermano,

    muri hace cinco das.El semblante de Felipe no se alter; apenas una aspiracin ms fuerte levant su pecho. En

    su rostro no se advirti ni sorpresa, ni emocin ni siquiera la impaciencia de conocer ms detalles.-Os agradezco vuestra diligencia, monseor -respondi-. Pero cmo habis sabido tal

    noticia... antes que yo?-Por messire de Bouville, cuyo mensajero ha corrido con gran prisa para que yo os entregara

    esta carta en secreto.El conde de Poitiers abri el pliego y lo ley acercando la nariz, ya que era muy miope.

    Tampoco durante la lectura traicion sus sentimientos; simplemente ley la carta, la volvi a plegar yla desliz entre sus ropas. Luego permaneci silencioso.

    El cardenal guard silencio tambin, simulando respetar el dolor del prncipe, aunque ste nomostraba grandes seales de afliccin.

    -Dios lo salve de las penas del infierno -dijo al fin el conde de Poitiers, en respuesta a ladevota actitud del prelado.

    -Oh!... el infierno... -murmur Duze-. En fin, roguemos a Dios! Pienso tambin en lainfortunada reina Clemencia, a quin vi crecer cuando me encontraba junto al rey de Npoles. Unaprincesa tan dulce, tan perfecta...

    -S, es una verdadera desgracia para mi cuada -dijo Poiters.Y al mismo tiempo pensaba: Luis no ha dejado ninguna disposicin testamentaria para la

    regencia. Por lo que me escribe Bouville, mi to Valois ya se prevale de ilusorios derechos...-Qu vais a hacer, monseor? Regresaris a Pars? -pregunt el cardenal.-No lo s todava, no lo s -respondi Poitiers-. Espero una informacin ms amplia. Me

    atendr a las necesidades del reino.Bouville, en su carta, no le ocultaba que deseaba su regreso. Como hermano mayor del rey

    muerto, y como par del reino, el lugar de Poitiers estaba en Pars, en el momento en que se debatala regencia. Cualquier otro ya habra dado orden de ensillar los caballos.

    Pero Felipe de Poitiers lamentaba e incluso senta repugnancia de dejar a Lyon antes de darfin a las tareas emprendidas.

    En primer lugar tena que concluir el contrato de esponsales entre su tercera hija, Isabel, queapenas contaba cinco aos de edad, y el pequeo delfn del Viennois, el pequeo Guigues, quetena seis. Acababa de negociar este matrimonio en la misma Vienne con el delfn Juan II de la Tourdu Pri y la delfina Beatriz, hermana de la reina Clemencia. Buena alianza, que permitira a la corona

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    de Francia contrabalancear en aquella regin la influencia de los Anjou-Sicilia. La firma deba tenerlugar dentro de unos das.

    Y luego, sobre todo, estaba el asunto de la eleccin del papa. Durante semanas, Felipe dePoitiers haba surcado la Provenza, el Viennois y el Lyonnais, para ver uno tras otro a los veinticuatrocardenales (4) dispersados, y asegurarles que no volvera a producirse la agresin de Carpentrs yque no se les hara objeto de ninguna violencia, dejando entender a muchos que podan tener suoportunidad, defendiendo el prestigio de la fe, la dignidad de la Iglesia y el inters de los Estados.

    Por fin, a costa de esfuerzos, de palabras y a veces de dinero, haba logrado reunirlos en Lyon,ciudad colocada desde haca largo tiempo bajo la autoridad eclesistica, pero que acababa de pasarrecientemente, en los ltimos aos de Felipe el Hermoso, a poder del rey de Francia.

    El conde de Poitiers se crea muy cerca de alcanzar su objetivo. Pero si se marchaba no secorra el riesgo de que todo comenzara de nuevo, que otra vez se encendieran los odios personales,que se dejara sentir la influencia de la nobleza romana o la del rey de Npoles en perjuicio de la deFrancia y que los diversos partidos se acusaran mutuamente de traicin y de hereja? Y despus detantas discusiones, no se vera volver el papado a Roma? Precisamente lo que mi padre queraevitar..., se deca Felipe de Poitiers. Su obra, ya muy desvirtuada por Luis y por nuestro to Valois,se iba a desmoronar por completo?

    Durante unos instantes, el cardenal Duze tuvo la impresin de que el joven se habaolvidado de su presencia. Y de repente, Poitiers le pregunt:

    -Mantendr el partido gascn la candidatura del cardenal Plagrue? Creis que vuestrospiadosos colegas estn dispuestos al fin a reunirse...? Sentaos, pues, aqu, monseor, y decidmecul es vuestra opinin. En qu situacin nos encontramos?

    Durante el tercio de siglo en que haba participado en los asuntos de los reinos, el cardenalhaba conocido a muchos soberanos y gobernantes. Pero no haba encontrado ninguno que tuvieratanto dominio de s mismo. He aqu un prncipe de veintitrs aos a quien se acaba de anunciar quesu hermano haba muerto, que el trono estaba vacante, y que pareca no tener ms urgentepreocupacin que los embrollos del cnclave. Mereca que se pensara en ello.

    Sentados uno al lado del otro, cerca de una ventana, sobre una arca recubierta de Damasco,los pies del cardenal tocando apenas el suelo y el tobillo del conde de Poitiers balancendoselentamente en el aire, los dos hombres tuvieron una larga conversacin.

    En realidad, segn la exposicin que hizo Duze, se haba vuelto sensiblemente a lasmismas dificultades que haba expuesto antiguamente a Bouville en un campo de los alrededores deAvin, a los dos aos de la muerte de Clemente V.

    El partido de los diez cardenales gascones, que se llamaba tambin partido francs, seguasiendo ms numeroso, pero era insuficiente por s solo para formar la mayora requerida de los dostercios del Sagrado Colegio, es decir diecisis votos. Los gascones, considerndose depositarios delpensamiento del difunto papa, a quien todos ellos deban el cardenalato, apoyaban firmemente lasede de Avin y se mostraban muy unidos ante los otros dos partidos. Pero entre ellos exista unasorda competencia; junto a las ambiciones de Arnaldo de Plagrue crecan las de Arnaldo Fougresy de Arnaldo Nouvel. Mientras se hacan mutuas promesas, disimuladamente se echaban lazancadilla.

    -La guerra de los tres Arnaldos -dijo Duze con su voz susurrante-. Veamos ahora el partidode los italianos.

    No eran ms que ocho, pero divididos en tres fracciones. El bofetn de Anagny separ parasiempre al temible cardenal Caetani, sobrino del papa Bonifacio VIII, de los dos cardenales Colonna.Entre estos adversarios flotaban los otros italianos. Stefaneschi, por hostilidad a la poltica de Felipeel Hermoso, era partidario de Caetani, de quien, por otra parte, era pariente. Napolen Orsini estabatitubeante. Los ocho slo coincidan en un punto: el retorno del papado a la Ciudad Eterna. Y en estosu determinacin era feroz.

    -Bien sabis, monseor -prosigui Duze-, que por un momento se cerna la amenaza de un

    cisma y que an existe este peligro... Nuestros italianos se negaban a reunirse en Francia y hanhecho saber, no ha mucho, que si se elega un papa gascn no lo reconoceran y nombraran el suyoen Roma.

    -No habr cisma -dijo con calma el conde de Poitiers.-Gracias a vos, monseor, gracias a vos; me complazco en reconocerlo y lo digo en todas

    partes. Habis ido de ciudad en ciudad llevando la buena palabra, y aunque no habis encontrado elpastor, ya habis reunido el rebao.

    -Costosas ovejas, monseor! Sabis que sal de Pars con diecisis mil libras, y que lasemana pasada tuve que hacerme enviar otras tantas? Jasn * a mi lado sera un pequeo seor.

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    Me gustara que todos estos vellocinos de oro no se me escaparan de las manos -dijo el conde dePoitiers entornando ligeramente los prpados.

    Duze, que por va indirecta se haba beneficiado grandemente de sus larguezas, no se diopor aludido, y respondi:

    -Creo que Napolen Orsini y Alberti de Prato, e incluso tal vez Guillermo de Longis, que meprecedi como canciller del rey de Npoles, se separaran fcilmente... Evitar un cisma bien vale eseprecio.

    Poitiers pens: Ha utilizado el dinero que le hemos dado para lograr tres votos entre lositalianos. No hay duda de que es hbil.En cuanto a Caetani, aunque continuaba hacindose el irreductible, su situacin no era tan

    firme desde que se haban descubierto sus prcticas de brujera y su tentativa de hechizar al rey deFrancia y al mismo conde de Poitiers. El antiguo templario Everardo, un medio loco, de quien sehaba servido Caetani para sus obras demonacas, haba hablado demasiado antes de entregarse ala gente del rey...

    -Me reservo este asunto -dijo el conde de Poitiers-. El perfume de la hoguera podra, llegadoel momento, dar un poco de flexibilidad a monseor Caetani.

    Ante el pensamiento de ver quemar a otro cardenal, una sonrisa muy tenue, muy furtiva, sedibuj en los finos labios del viejo prelado.

    *Jasn: Hroe griego que se cita como sinnimo de aventurero feliz, jefe de los argonautas.con los cuales fue a la clquida, a la conquista del vellocino de oro. (Nota del traductor.)

    -Por desgracia -prosigui Poitiers-, ese tal Everardo se ahorc en la prisin donde lo hiceencerrar, antes de que lo interrogasen de verdad.

    -Se ahorc? Me sorprendis, monseor. Algunos de los mos que lo conocen bien, me hanasegurado haberlo visto hace menos de dos semanas rondando otra vez por Valence. Tendra quehaber resucitado...

    -O bien, que hubieran colgado a otro de los barrotes de su calabozo.-El Temple es poderoso todava -dijo el cardenal.-Ya veremos -dijo el conde de Poitiers, que anot mentalmente enviar a uno de sus oficiales

    a indagar en Valence.-Parece que Francisco Caetani ha vuelto la espalda a los asuntos de Dios para no ocuparse

    ms que de los de satn. No ser l quien, tras fracasar en su hechicera, ha hecho ingerir avuestro hermano elveneno?

    El conde de Poitiers se encogi de hombros.-Cada vez que muere un rey se afirma que ha sido envenenado -respondi-. Lo mismo se

    dijo de mi abuelo Luis VIII; se dijo tambin de mi padre, que Dios tenga en su gloria... Mi hermanoera muy enfermizo. No obstante, la cosa merece ser meditada.

    -Queda por ltimo -continu Duze- el tercer partido, que se llama provenzal, debido al msinquieto de entre nosotros, el cardenal de Mandagout...

    Este ltimo partido slo contaba con seis cardenales, de diverso origen; meridionales, comolos dos hermanos Berenguer Frdol, otros normandos y uno del Quercynois, que no era otro que elmismo Duze. El oro distribuido por Felipe de Poitiers los haba vuelto ms accesibles a losargumentos de la poltica francesa.

    -Somos los menos numerosos, los ms dbiles -dijo Duze-, pero constituimos el apoyoindispensable para toda mayora. Y puesto que gascones e italianos se niegan mutuamente un papaque pudiera surgir de sus filas, entonces, monseor...

    -Entonces habr que elegir un papa de entre los vuestros, no es se vuestro pensamiento?

    -As lo creo, as lo creo firmemente. Lo dije desde la muerte de Clemente V. No me hanescuchado; sin duda crean que predicaba en mi favor, ya que en efecto se pronunci mi nombre, sinque yo lo quisiera. Pero la corte de Francia nunca me ha dispensado gran confianza.

    -Es que, monseor, se os apoyaba demasiado abiertamente desde la corte de Npoles.-Si no me hubiera apoyado nadie, monseor, quin se hubiera ocupado de mi en alguna

    ocasin? Creedme que no tengo otra ambicin que la de ver un poco de orden en los asuntos de lacristiandad, asuntos que marchan muy mal; la tarea ser sumamente pesada para el prximosucesor de san Pedro.

    El conde de Poitiers junt sus largas manos ante el rostro y reflexion durante unossegundos.

    -Creis, monseor -pregunt-, que los italianos, a cambio de la satisfaccin de no tener unpapa gascn, aceptaran que la Santa Sede permaneciera en Avin, y que los gascones, por laseguridad de Avin, podran renunciar a su candidatura y unirse a vuestro tercer partido?

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    Lo cual claramente significaba: Si vos, monseor Duze, llegis a ser papa con mi apoyo,os comprometis formalmente a conservar la residencia actual del papado?

    Duze comprendi perfectamente.-Esa sera, monseor -respondi-, la solucin ms sabia.-Me acordar de vuestra preciosa opinin -dijo Felipe de Poitiers levantndose, para poner

    fin a la audiencia.Acompa al cardenal.

    El instante en que dos hombres a los que aparentemente todo separa, edad, aspecto,experiencia, funciones, se dan cuenta de que tienen igual temple y adivinan que puede haber entreellos colaboracin y amistad, ese instante depende ms de la misteriosa conjuncin del destino quede las palabras cambiadas.

    En el momento en que Felipe se inclin para besar el anillo del cardenal, ste murmur:-Vos serais, monseor, un excelente regente.

    Felipe se sobresalt. Cmo saba que durante todo este tiempo no pensaba en otracosa? Y respondi:

    -No serais tambin vos, monseor, un excelente papa?Y ambos no pudieron ocultar una discreta sonrisa, el anciano con una especie de afecto

    paternal, el joven con una amigable deferencia.-Os agradecer -agreg Felipe- que guardis en secreto la grave noticia que me habis dado

    hasta que haya sido confirmada pblicamente.-As lo har, monseor, para servros.En cuanto se qued solo, el conde de Poitiers no invirti ms que unos segundos en su

    reflexin. Llam a su primer chambeln.-Ha llegado algn jinete de Pars? -pregunt a Adn Heron.-No, monseor.-Entonces, haced cerrar todas las puertas de Lyon.

    IVEnjuguemos nuestras lgrimas.

    Aquella maana la poblacin de Lyon se qued sin legumbres. Los carros de los hortelanoshaban sido detenidos fuera de las murallas, y las amas de casa gritaban ante los mercados vacos.El nico puente, el de Saona, estaba cerrado por la tropa. Si no se poda entrar en Lyon, tampoco sepoda salir. Mercaderes italianos, viajeros, monjes ambulantes, reforzados por los mirones y losdesocupados, se aglomeraban ante las puertas y reclamaban explicaciones. La guardia,invariablemente, responda a las preguntas: Orden del conde de Poitiers!, con ese aire distante yde importancia que adoptan los agentes de la autoridad cuando han de aplicar una medida cuyarazn ignoran ellos mismos.

    -Pero tengo mi hija enferma en Fouvire...-Mi granero de Saint-Just se quem ayer a la hora de vsperas...-El baile de Villefranche me va a detener si no le pago hoy mis tributos... -gritaba la gente.-Orden del conde de Poitiers!Y cuando la protesta arreciaba demasiado, los soldados reales amenazaban con sus mazas.En la ciudad circulaban extraos rumores. Unos aseguraban que iba a haber guerra. Pero

    contra quin? Nadie poda decirlo. Otros afirmaban que se haba producido una revuelta sangrientadurante la noche cerca del convento de los agustinos, entre los hombres del rey y la gente de loscardenales italianos. Se haban odo pasar caballos. Incluso se citaba el nmero de muertos. Sinembargo, en los agustinos todo estaba en calma.

    El arzobispo Pedro de Saboya se hallaba muy inquieto y se preguntaba qu golpe de fuerzase estaba preparando para obligarle tal vez a ceder, en provecho del arzobispo de Sens, la primacade las Galias, nica prerrogativa que haba podido conservar tras la anexin de Lyon a la corona en1312 (5). Haba enviado a uno de sus cannigos en busca de noticias; pero ste, al llegar a casa delconde de Poitiers, se encontr con un escudero corts, pero mudo. Y el arzobispo esperaba recibirun ultimtum.

    Entre los cardenales alojados en diversos establecimientos religiosos, la angustia no eramenor, y llegaba casi a la desesperacin. Se acordaban del golpe de Carpentrs. Pero, cmo huiresta vez? Los emisarios corran de los agustinos a los franciscanos y de los dominicos a los cartujos.

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    El cardenal Caetani haba despachado a su hombre de confianza, el cura Pedro, a casa delos prelados Napolen Orsini, Alberti de Prato, y Flisco, el nico espaol, para decirles:

    -Ya veis! Os habis dejado seducir por el conde de Poitiers. Jur no molestarnos, que nisiquiera tendramos que entrar en clausura para votar y que permaneceramos completamente libres.Y ahora nos encierra en Lyon.

    El mismo Duze recibi la visita de dos de sus colegas provenzales, el cardenal Mandagouty Berenguer Frdol el mayor. Pero Duze fingi salir de sus trabajos teolgicos y no estar al

    corriente de nada. Durante este tiempo, en una celda prxima a sus habitaciones, Guccio Baglionidorma como un tronco, bien ajeno a pensar siquiera que poda ser l el origen de tal pnico.Desde haca una hora, el cnsul Varay y tres de sus colegas llegados para exigir

    explicaciones en nombre del sindical de la ciudad, daban vueltas en la antecmara del conde dePoitiers.

    Este estaba reunido a puerta cerrada con las personas de su confianza y con los grandesoficiales que formaban parte de su misin.

    Al fin se apartaron los cortinajes y apareci el conde de Poitiers, seguido de sus consejeros.Todos tenan la expresin grave.

    -Ah! Messire Varay, sed bien venido; y tambin todos vosotros, messires cnsules. Ospodemos entregar aqu el mensaje que nos aprestbamos a enviaros. Leed, messire Miles.

    Miles de Noyers, que haba sido consejero en el Parlamento y mariscal en el ejrcito bajoFelipe el Hermoso, despleg un pergamino y ley:

    A todos los bailes, senescales y consejeros de las buenas ciudades. Os hacemos saber lagran afliccin que nos apena por la muerte de nuestro bien amado hermano, el rey nuestro sire LuisX, que Dios acaba de arrebatar del afecto de sus sbditos. Pero la naturaleza humana est hecha detal forma que nadie puede sobrepasar el trmino que le es asignado. As, hemos decidido enjugarnuestras lgrimas, rogar con vosotros a Cristo por su alma, y acudir solcitos a gobernar el reino deFrancia y el de Navarra con el fin de que sus derechos no se debiliten y que los sbditos de estosdos reinos vivan felices bajo el broquel de la justicia y de la paz.

    El regente de los dos reinos, por la gracia de Dios.Felipe

    Pasada la primera emocin, messire Varay bes seguidamente la mano del conde dePoitiers, y los otros cnsules lo imitaron sin vacilar.

    El rey haba muerto; y la noticia en s era bastante pasmosa como para que nadie pensara,al menos por unos instantes, en plantearse pregunta alguna. En ausencia de un heredero, parecaperfectamente normal que ocupase el trono el mayor de los hermanos del soberano. Los cnsules nodudaron ni un instante de que la decisin haba sido tomada en Pars por la Cmara de los pares.

    -Pregonad este mensaje por la ciudad -orden Felipe de Poitiers-; despus de lo cual seabrirn enseguida las puertas.

    Luego aadi:-Messire Varay, vos sois un gran comerciante en paos; os agradecera que me

    proporcionarais veinte mantos negros, para colocarlos en mi antecmara, con el fin de que se cubrancon ellos cuantos vengan a testimoniarme su psame.

    Y despidi a los cnsules.Los dos primeros actos de su toma de poder estaban realizados. Se haba hecho proclamar

    regente por los miembros de su squito, que se convertan al mismo tiempo en su consejo degobierno. Iba a ser reconocido por la ciudad de Lyon, donde resida. Ahora tena prisa en que seextendiera este reconocimiento por todo el reino y colocar as a Pars ante una situacin de hecho. Elxito dependa de la rapidez.

    Ya los copistas reproducan su proclamacin en mltiples ejemplares, y los jinetes ensillaban

    sus caballos para llevarla a todas las provincias.Apenas abiertas las puertas de Lyon, salieron al galope, cruzndose con tres correos

    detenidos desde la maana al otro lado del Saona. El primero de ellos llevaba una carta del condede Valois, quien se consideraba regente designado por el consejo de la corona, y solicitaba laconformidad de Felipe para que esta designacin fuera efectiva. Estoy seguro de que querriscolaborar en mi tarea, para el bien del reino y me daris, lo ms pronto posible, vuestra aceptacin,como bueno y bien amado sobrino que sois.

    El segundo mensaje proceda del duque de Borgoa, quien tambin reclamaba la regenciaen nombre de su sobrina, la pequea Juana de Navarra.

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    Finalmente, el conde de Evreux informaba a Felipe de Poitiers de que los pares no habansido reunidos segn uso y costumbre, y que la prisa de Carlos de Valois en hacerse cargo del poderno se apoyaba en ningn texto ni asamblea regular.

    A la recepcin de estas noticias, el conde de Poitiers se reuni de nuevo con su squito.Este consejo estaba compuesto prcticamente por hombres hostiles a la poltica seguida desdehaca dieciocho meses por el Turbulento y el conde de Valois; Felipe de Poitiers, conocedor de susmritos y de su capacidad los haba escogido para que lo acompaaran en las difciles

    negociaciones que iba a tener con la Iglesia. Tales eran el condestable de Francia, Gaucher deChtillon, que no perdonaba la ridcula campaa del ejrcito embarrado que tuvo que dirigir enFlandes el verano anterior; su cuado Miles de Noyers; Ral de Presles, legista de Felipe elHermoso a quien Valois haba hecho arrestar al mismo tiempo que a Enguerrando de Marigny y elcual deba su libertad y retorno al conde de Poitiers. Ninguno de ellos vea con buenos ojos lasambiciones de Valois ni deseaba tampoco que el duque de Borgoa se mezclara en los asuntos dela corona. Admiraban la rapidez con que haba actuado el joven prncipe, y en l tenan puestas susesperanzas.

    Poitiers escribi a Eudes de Borgoa y a Carlos de Valois, sin mencionar sus cartas, como sino las hubiera recibido, con el fin de informarles de que se consideraba regente por derecho naturaly que reunira a la asamblea de los pares para sancionar esta situacin tan pronto como le fueraposible.

    Al mismo tiempo design comisarios para que fueran a los principales centros del reino atomar posesin del poder en su nombre. Con tal objeto partieron, durante la jornada, varios de suscaballeros, como Reinaldo de Lor, Toms de Marfontaine y Guillermo Courteheuse. Retuvo a su ladoa Anseau de Joinville, hijo del viejo mariscal, y a Enrique de Sully.

    Mientras sonaba el toque de muertos en todas las campanas, Felipe de Poitiers conf erencilargamente a solas con Gaucher de Chtillon. El condestable de Francia se sentaba, por derecho, entodas las asambleas del gobierno, en la Cmara de los pares, Gran Consejo y Consejo Privado.Felipe pidi pues a Gaucher que volviera a Pars para representarlo y oponerse, hasta su llegada, alas intrigas de Carlos de Valois; el condestable por otra parte, deba asegurarse el mando de lastropas a sueldo de la capital, y particularmente del cuerpo de ballesteros.

    Porque el nuevo regente, primero con la sorpresa, luego con la aprobacin de susconsejeros, haba resuelto quedarse provisionalmente en Lyon.

    -No debemos volver la espalda a las tareas que estn en curso -haba declarado-. Lo msimportante para el reino es tener un papa, y seremos ms fuertes cuando lo hayamos conseguido.

    Urgi la firma del contrato de esponsales entre su hija y el pequeo delfn. El asunto, aprimera vista, no guardaba relacin con la eleccin pontificia; mas para Felipe, la alianza con el delfnde Vienne, que reinaba sobre todos los territorios al sur de Lyon, era una pieza de su juego. Si loscardenales intentaban escaprsele de entre las manos no podran refugiarse por aquel lado, y lescortaba la ruta de Italia. Adems, aquellos esponsales consolidaban su posicin de regente: el delfnse situaba en su campo.

    El contrato, debido al duelo, fue firmado sin festejos en los das que siguieron.Paralelamente, Felipe de Poitiers se reuni con el barn ms poderoso de la regin, el conde

    de Forez, cuado adems del delfn, el cual, por sus posesiones, dominaba la orilla derecha delRdano.

    Juan de Forez haba hecho las campaas de Flandes, haba representado varias veces aFelipe el Hermoso en la corte papal, y haba trabajado muy tilmente en la anexin de Lyon a lacorona. El conde de Poitiers, desde el momento que volva a emprender la poltica paterna, sabaque poda contar con l.

    El 16 de junio, el conde de Forez realiz un gesto altamente espectacular. Prest solemnehomenaje a Felipe como seor de todos los seores de Francia, reconocindolo as como poseedorde la autoridad real.

    Al da siguiente, el conde de Bermond de la Voulte, cuyo feudo de Pierregourde seencontraba en la senescala de Lyon, puso sus manos en las del conde de Poitiers y le prestjuramento en las mismas condiciones.

    Poitiers solicit del conde de Forez que tuviera dispuestos, discretamente, setecientoshombres de armas. En adelante los cardenales no se moveran de la ciudad.

    Pero de eso a llevar a trmino la eleccin haba un gran trecho. Proseguan los tratos; lositalianos, advirtiendo que el regente tena prisa en volver a Pars, endurecan su posicin. El secansar primero, decan. Poco les importaba el estado de trgica anarqua en que estaban sumidoslos asuntos de la Iglesia.

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    Felipe de Poitiers tuvo varias entrevistas con el cardenal Duze, quien le pareca el hombrems inteligente del cnclave, el experto ms claro e imaginativo en materia religiosa y decididamenteel administrador ms deseable de la cristiandad en el difcil momento en que se encontraba.

    -La hereja, monseor, rebrota un poco por todas partes -deca el cardenal con su vozcascada e inquietante-. Y cmo puede ser de otro modo con el ejemplo que damos? El demonio seaprovecha de nuestras discordias para sembrar su cizaa. Y es sobre todo en la dicesis deToulouse donde crece ms profundamente. Vieja tierra de rebelin y de malos sueos! Convendra

    que el prximo papa dividiera esa dicesis demasiado grande, difcil de gobernar, en cincoobispados, puesto cada uno bajo mano firme.-Lo que dara lugar a la creacin de nuevos beneficios -respondi el conde de Poitiers-.

    Sobre ellos, naturalmente, el tesoro de Francia percibira las anatas.-Naturalmente, monseor.Se llamaba anata al derecho real de cobrar, el primer ao, los impuestos de un nuevo

    beneficio eclesistico. La carencia de papa impeda proceder a la creacin de estos beneficios, y elTesoro se resenta tanto ms cuanto que el clero en general, aprovechndose de que no haba papa,inventaba toda clase de pretextos para no pagar los impuestos atrasados.

    De hecho, cuando Felipe y Duze consideraban el porvenir, uno como regente y el otrocomo posible pontfice, su primera preocupacin era de orden financiero.

    A la muerte de Felipe el Hermoso, la tesorera francesa estaba en difcil situacin, pero noendeudada; en dieciocho meses, por la expedicin de flandes, por la rebelin del Artois y losprivilegios concedidos a las ligas baroniales, Luis X y Valois haban logrado endeudar al reino paravarios aos.

    El tesoro pontificio, despus de dos aos de cnclave errante, no se hallaba en mejorestado; y si los cardenales se vendan a tan alto precio a los prncipes de este mundo, se deba aque muchos de ellos ya no tenan otro medio de subsistencia que el negocio de sus votos.

    -Multas, monseor, multas -aconsej Duze al joven regente-. Imponed multas a quienesobren mal y ms altas cuanto ms ricos sean. Si el que falta a la ley posee veinte libras, quitadleuna; si posee mil, quitadle quinientas; y si su fortuna asciende a cien mil, sacadle todo. Con elloobtendris tres ventajas: en primer lugar, el rendimiento ser mayor; luego, el delincuente, privado desu poder, no podr cometer abusos; por ltimo, los pobres, que son mayora, se pondrn de vuestrolado y confiarn en vuestra justicia.

    Felipe de Poitiers sonri.-Esto que vos preconizis tan sabiamente, monseor, puede convenir a la justicia real, que

    se ejerce por el poder temporal -respondi-; sin embargo, para mejorar las finanzas de la Iglesia, noveo...

    -Multas, monseor, multas -repiti Duze-. Pongamos impuestos a los pecados; eso serauna fuente inagotable. El hombre es pecador por naturaleza, y ms dispuesto a hacer penitencia decorazn que de bolsa. Sentir ms vivamente el pesar por sus faltas y lo pensar ms, antes de caeren sus extravos, si nuestra absolucin va acompaada de una tasa (6). Quien se resista aenmendarse tendr que pagar.

    Estar bromeando?, se deca Poitiers, quien, cuanto ms trataba a Duze, msdescubra la inclinacin del cardenal de curia hacia la eutrapelia y la paradoja.

    -Y qu pecados gravarais, monseor?-En primer lugar los que comete el clero. Comencemos por reformarnos nosotros mismos

    antes de emprender la reforma de los dems. Nuestra Santa Madre es demasiado tolerante con lasfaltas y abusos. Todo el mundo sabe que ni la clereca ni el sacerdocio pueden conf erirse a hombreslisiados o deformes. Ahora bien, el otro da me fij en cierto sacerdote llamado Pedro, que perteneceal squito del cardenal Caetani y que tiene dos pulgares en la mano izquierda.

    Pequea perfidia con respecto a nuestro viejo enemigo, se dijo Poitiers.-En realidad -prosigui Duze-, son legin los cojos, mancos y eunucos que esconden su

    desgracia bajo un hbito y cobran beneficios eclesisticos. Vamos a echarlos de nuestro seno, loque, sin borrar sus faltas, los reducira a la miseria y los empujara tal vez a juntarse con los herejesde Toulouse o con otras cofradas de espirituales? Permitmosles redimirse; ahora bien, quien diceredencin, dice pago.

    El rostro del anciano prelado reflejaba completa seriedad. Durante sus ltimas noches envela haba dejado volar su imaginacin y haba preparado un sistema muy concreto sobre el queescriba una memoria que sometera, dijo modestamente, al prximo papa.

    Se trataba de la institucin de una Santa Penitenciara, una especie de cancillera delpecado, que proporcionara bulas de absolucin mediante tasas de registro percibidas en provechode la Santa Sede. Los sacerdotes lisiados podan obtener su perdn a razn de algunas libras por

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    Tal vez hubiera hecho mejor -se deca Guccio- colocndome bajo la proteccin del condede Poitiers. Sin duda hoy volvera a Pars con l, y podra preguntar por Mara, de la que estoy sinnoticias desde hace mucho tiempo. Mientras que ahora dependo en todo de este viejo zorro, a quienhe prometido un prstamo de mi to, y que no har nada por m hasta que lo reciba. Y mi to no mecontesta... y se dice que Pars est todo revuelto. Mara, Mara, mi hermosa Mara!... Creer que lahe abandonado? Me estar odiando ya? Qu le habrn hecho?

    La vea secuestrada por sus hermanos en Cressay o en algn convento para jvenes

    arrepentidas. Si pasa otra semana as, me escapar a Pars.Llegado a su sitio, en las sillas del coro, inclinado sobre s mismo, Duze vigilabadiscretamente a sus vecinos y volva a veces su cansado rostro hacia el fondo de la iglesia. Dossillas ms all, Francisco Caetani, con su cara delgada, cortada por una larga nariz respingona, y sucabello rodeando como llamas blancas el rojo solideo, no ocultaba su alegra; y sus miradas, queiban del catafalco a las gentes de su squito, eran miradas de victoria. Ved, monseores -parecadecir a la concurrencia-, lo que sucede a quienes se atraen la clera de los Caetani, poderosos ya entiempos de Julio Csar. El cielo favorece nuestra venganza.

    Los Colonna, con su prominente barbilla redonda partida por un hoyuelo vertical, semejantesa dos guerreros disfrazados de prelados, lo miraban con hostilidad manifiesta.

    Al ordenar los funerales, el conde de Poitiers no haba economizado chantres. Un buencentenar hacan retumbar sus voces, sostenidas por los rganos, cuyos fuelles eran manejados conambos brazos por cuatro hombres. Una msica atronadora, real, rodaba bajo las bvedas, saturabael aire de vibraciones y envolva a la muchedumbre. Los clrigos podan charlar impunemente entres, y los pajes rerse, burlndose de sus dueos. Era imposible discernir lo que se deca a tres pasos,y menos an lo que pasaba en las puertas.

    Termin la ceremonia. Enmudecieron los rganos y los cantores; se abrieron las hojas de lapuerta principal. Pero en la iglesia no penetr luz alguna.

    Hubo un instante de sobrecogimiento, como si durante la ceremonia, por algn milagro, sehubiera oscurecido el sol; luego, los cardenales comprendieron, y se produjo un furioso clamor. Unarecia pared, fresca an, taponaba la puerta; el conde de Poitiers, durante los oficios, haba hechotapiar todas las salidas. Los cardenales estaban prisioneros.

    Un movimiento de pnico se apoder de toda la concurrencia; prelados, cannigos,sacerdotes y criados, olvidada toda dignidad y reverencia, entremezclados unos con otros, corran entodos los sentidos como ratas cogidas en una trampa. Los pajes, trepando unos en los hombros deotros, se haban encaramado hasta las vidrieras y gritaban:

    -La iglesia est cercada por hombres armados!-Qu vamos a hacer, qu vamos a hacer? -geman los cardenales-. El regente nos ha

    traicionado!-Por eso nos regalaba con tan ensordecedora msica!-Es un ataque corporal a la Iglesia! Qu vamos a hacer?- Excomulgumoslo!-Ya es hora! Nos va a asesinar!Ya los dos hermanos Colonna y la gente de su partido se haban armado de pesados

    candelabros de bronce, de bancos y de estandartes de procesin, dispuestos a vender cara su vida.Ya los italianos y los gascones comenzaban a llenarse mutuamente de improperios.

    -Colpa vostra, colpa vostra -gritaba un italiano dirigindose a los franceses-. Si os hubieraisnegado, como nosotros, a venir a Lyon... Nosotros bien sabamos que nos haran una mala jugada.

    -Si hubierais elegido uno de los nuestros no nos encontraramos en esta situacin -replicabaun gascn-. La culpa es vuestra, malos cristianos!

    Slo una puerta no haba sido enteramente murada; por ella poda pasar un hombre, pero laestrecha abertura estaba erizada de picas sostenidas por guanteletes de hierro. Las lanzas selevantaron, y el conde de Forez, cubierto con su armadura, seguido de Bermond de la Voulte y de

    algunas otras corazas, penetr en la iglesia. Fueron acogidos con una explosin de injurias.Con los brazos cruzados sobre la empuadura de su espada, el conde de Forez esper a

    que se calmara la agitacin. Era hombre fuerte y valeroso, tan insensible a las amenazas como a lassplicas, profundamente ofendido por el ejemplo de desunin, venalidad e intriga que daban loscardenales desde haca dos aos, que aprobaba plenamente al conde de Poitiers en su intento deponer fin a tal escndalo. Su rudo rostro, surcado de arrugas, apareca por la abertura del yelmo.

    Cuando los cardenales y sus gentes se hubieron desgaitado, su voz se elev clara ysegura, propagndose por encima de las cabezas hasta el fondo de la nave.

    -Monseores, estoy aqu por orden del regente de Francia, para notificaros que de ahora enadelante tengis a bien dedicaros nicamente a la eleccin de papa, y haceros saber que no saldris

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    de aqu hasta que hayis cumplido esa tarea. Cada uno de los cardenales slo conservar a su ladoun capelln y dos pajes o clrigos de su eleccin para su servicio. Todos los dems pueden retirarse.

    Esta declaracin suscit una indignacin unnime.-Es una felona! -grit el cardenal de Plagrue-. El conde de Poitiers nos haba hecho

    juramento de que ni siquiera entraramos en clausura, y con esta promesa aceptamos volver a Lyon.-El conde de Poitiers -respondi Juan de Forez- mantena entonces la palabra del rey de

    Francia. Pero el rey de Francia ya no existe, y ahora os traigo la palabra del regente.

    El furor uni entonces a los miembros de los tres partidos, cuyas invectivas se mezclaban enitaliano, francs y provenzal. El cardenal Duze se haba recogido en un confesonario, la manosobre el corazn, como si su avanzada edad no pudiera soportar tal golpe, y finga asociarse a lasprotestas por medio de inaudibles murmullos. Arnaldo de Auch, cardenal Albano, el mismo que habaido a Pars a pronunciar la condenacin de los Templarios, avanz hacia el conde de Forez y le dijoen tono amenazador:

    -Messire, no se puede elegir papa en tales condiciones, ya que violis la constitucin deGregorio X que obliga al cnclave a reunirse en la ciudad donde muri el papa.

    -Hace dos aos os encontrabais all, monseor, y os dispersasteis sin haber nombrado papa,lo cual contraviene la constitucin. Pero si deseis por ventura ser conducidos de nuevo aCarpentras, os haremos llevar bajo buena escolta, en carros cerrados.

    -No podemos reunirnos bajo amenaza!-Precisamente por esto hay fuera setecientos hombres armados, monseor, para vuestra

    custodia, proporcionados por las autoridades de la ciudad, con el fin de asegurar vuestra protecciny aislamiento... tal como lo prescribe dicha constitucin. Sire de la Voulte, que est presente y que esde Lyon, es el encargado de la vigilancia. Messire el regente os hace igualmente saber que si altercer da no habis logrado poneros de acuerdo, slo recibiris un plato de comida diario, y a partirdel noveno da estaris a pan y agua... como igualmente se previene en la constitucin de Gregorio.Y por ltimo, que si la luz no os llega por el ayuno, har quitar la techumbre para que desciendasobre vos directamente del cielo.

    Berenguer Frdol el mayor intervino:-Messire, someternos a tal tratamiento es lo mismo que convertiros en homicida, ya que

    entre nosotros hay quienes no lo podrn soportar. Ved a monseor Duze, que est desfallecido ynecesita de cuidados.

    - Ah! Ciertamente, ciertamente -dijo dbilmente Duze-, no lo podr soportar.-No perdis el tiempo -exclam entonces Caetani-. Nos las tenemos que haber con bestias

    hediondas y feroces; pero sabed, messire, que en lugar de nombrar papa vamos a excomulgaros, avos y a vuestro perjurio.

    -Si celebris sesin de excomunin, monseor Caetani -respondi con calma el conde deForez-, el regente podra dar a conocer al cnclave los nombres de algunos hechizadores y brujosque convendra llevar a la hoguera.

    -No veo -dijo Caetani, batindose en retirada-, no veo la relacin que tiene la brujera conesto, pues lo que debemos tratar es lo referente al papa.

    -Ah, monseor! Nos entendemos bien. Haced salir, pues, a la gente que no sea necesaria,porque no habra bastantes vveres para alimentar a tantos.

    Los cardenales comprendieron que sera yana toda resistencia y que aquella coraza que convoz cortante les transmita las rdenes del conde de Poitiers, no iba a ceder. Siguiendo a Juan deForez, comenzaron a entrar uno a uno los hombres armados, pica en mano, y a desplegarse por elfondo de la iglesia.

    -Procederemos con astucia, ya que no podemos actuar con la fuerza -dijo a media vozCaetani a los Italianos-. Finjamos someternos, puesto que por ahora no podemos hacer otra cosa.

    Cada cardenal eligi tres servidores de su escolta, los que creyeron ms hbiles, ms fieleso los ms aptos para los servicios materiales en las difciles condiciones en que iban a encontrarse.

    Caetani conserv a su lado al hermano Bost, a Andrieu y al sacerdote Pedro, es decir, los hombresque haban participado en el hechizo de Luis X; prefera verlos encerrados con l a arriesgarse a quehablaran, por dinero o por la tortura. Los Colonna retuvieron a cuatro pajes que eran capaces dematar a un buey con las manos.

    Cannigos, clrigos y portadores de antorchas comenzaron a salir de uno en uno ante la filade hombres armados. Sus dueos, al pasar, les susurraban recomendaciones:

    -Haced saber a mi hermano el obispo... Escribid en mi nombre a mi primo... Partidinmediatamente para Roma...

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    En el momento en que Guccio Baglioni se dispona a unirse con los que salan, Juan Duzeextendi su delgada mano fuera del confesonario donde estaba hundido y, cogiendo al joven italianopor la cota, le murmur:

    -Quedaos, pequeo, quedaos a mi lado. Estoy seguro de que me seris de utilidad.Duze saba que el poder del dinero no es despreciable en ninguna circunstancia y pens

    que era interesante tener a su lado a un representante de las bancas lombardas.Una hora despus, slo quedaban en la iglesia de los Jacobinos noventa y seis hombres

    obligados a permanecer all tanto tiempo como les costase a veinticuatro de ellos ponerse deacuerdo para elegir uno solo. La gente armada, antes de retirarse, haba echado brazadas de pajapara formar, en la misma piedra, el lecho de los ms poderosos prelados del mundo; y les llevaronalgunas bacas, as como grandes jarras llenas de agua. Luego los albailes, bajo la mirada delconde de Forez, acabaron de tapiar la ltima salida, dejando solamente a media altura un pequeohueco cuadrado, una lumbrera que permita el paso de los platos pero insuficiente para que pudieradeslizarse un hombre. Alrededor de la iglesia, los soldados ocuparon su puesto de guardia,dispuestos de tres en tres toesas * y en dos filas, una adosada al muro y mirando hacia la ciudad, yla otra vuelta hacia la iglesia vigilando las vidrieras.

    * cada seis metros, aproximadamente.A medioda, el conde de Poitiers parti hacia Pars. Llevaba en su squito al delfn del

    Viennois y al pequeo delfn, quien en adelante vivira en la corte, con el fin de familiarizarse con suprometida de cinco aos.

    A aquella hora los cardenales recibieron su primera comida; como era da de vigilia, no lesdieron carne.

    VIDe Neauphle a Saint-Marcel.

    Una maana de primeros de julio, bastante antes del alba, Juan de Cressay entr en lahabitacin de su h