Matute, A...pdf

download Matute, A...pdf

of 106

Transcript of Matute, A...pdf

  • Primera memoriaPremio Nadal 1959

    Ana Mara Matute

    Ediciones destinoColeccin ncora y DelfnVolumen 179

  • @ Ana Mara Matute@ Ediciones Destino, S. A.Consell de Cent, 425, 08009 BarcelonaPrimera edicin: febrero 1960Segunda edicin: marzo 1960Tercera edicin: noviembre 1964Cuarta edicin: febrero 1966Quinta edicin: febrero 1969Sexta edicin: enero 1971Sptima edicin: abril 1973Octava edicin: abril 1979Novena edicin: enero 1994ISBN: 84-233-0736-0Depsito legal, B. 2.369-1994Impreso por Limpergraf, S. L.Carrer del Riu, 17. Ripollet del Valles (Barcelona)Impreso en Espaa Printed in Spain

  • NOTA

    Con "Primera memoria" da comienzo la novela "Los mercaderes", concebida hace ya aos en tres volmenes. El segundo se titular, segn un verso de Salvatore Quasimodo, "Los soldados lloran por la noche", y el tercero "La trampa". Pese a integrar un conjunto novelesco unitario, ligado por unos personajes que pasan de uno a otro volumen, tanto "Primera memoria" como los ttulos sucesivos tendrn rigurosa independencia argumental.

    A. M. M.

  • A ti el Seor no te ha enviado, y, sin embargo tomando su nombre has hecho que este pueblo confiase en la mentira.

    Jeremas. 28-15

  • EL DECLIVE

    1

    MI abuela tena el pelo blanco, en una ola encrespada sobre la frente, que le daba cierto aire colrico. Llevaba casi siempre un bastoncillo de bamb con puo de oro, que no le haca ninguna falta, porque era firme como un caballo. Repasando antiguas fotografas creo descubrir en aquella cara espesa, maciza y blanca, en aquellos ojos grises bordeados por un crculo ahumado, un resplandor de Borja y an de m. Supongo que Borja hered su gallarda, su falta absoluta de piedad. Yo, tal vez, esta gran tristeza.

    Las manos de mi abuela, huesudas y de nudillos salientes, no carentes de belleza, estaban salpicadas de manchas color caf. En el ndice y anular de la derecha le bailaban dos enormes brillantes sucios. Despus de las comidas arrastraba su mecedora hasta la ventana de su gabinete (la calgine, el viento abrasado y hmedo desgarrndose en las pitas, o empujando las hojas castaas bajo los almendros; las hinchadas nubes de plomo borrando el brillo verde del mar). Y desde all, con sus viejos prismticos de teatro incrustados de zafiros falsos, escudriaba las casas blancas del declive, donde habitaban los colonos; o acechaba el mar, por donde no pasaba ningn barco, por donde no apareca ningn rastro de aquel horror que oamos de labios de Antonia, el ama de llaves. ("Dicen que en el otro lado estn matando familias enteras, que fusilan a los frailes y les sacan los ojos... y que a otros los echan en una balsa de aceite hirviendo... Dios tenga piedad de ellos!") Sin perder su aire inconmovido, con los ojos an ms juntos, como dos hermanos confindose oscuros secretos, mi abuela oa las morbosas explicaciones. Y seguamos los cuatro ella, ta Emilia, mi primo Borja y yo, empapados de calor, aburrimiento y soledad, ansiosos de unas noticias que no acababan de ser decisivas la guerra empez apenas haca mes y medio, en el silencio de aquel rincn de la isla, en el perdido punto en el mundo que era la casa de la abuela. La hora de la siesta era quiz la de ms calma y a un tiempo ms cargada del da. Oamos el crujido de la mecedora en el gabinete de la abuela, la imaginbamos espiando el ir y venir de las mujeres del declive, con el parpadeo de un sol gris en los enormes solitarios de sus dedos. A menudo le oamos decir que estaba arruinada, y al decirlo, metindose en la boca alguno de los infinitos comprimidos que se alineaban en frasquitos marrones sobre su cmoda, se marcaban ms profundamente las sombras bajo sus ojos, y las pupilas se le cubran de un gelatinoso cansancio. Pareca un Buda apaleado.

    Recuerdo el maquinal movimiento de Borja, precipitndose cada vez que el bastoncillo de bamb resbalaba de la pared y se caa al suelo. Sus manos largas y morenas, con los nudillos ms anchos como la abuela se tendan hacia l (nica travesura, nica protesta, en la exasperante quietud de la hora de la siesta sin siesta).

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Borja se precipitaba puntual, con rutina de nio bien educado, hacia el bastoncillo rebelde, y lo volva a apoyar contra la pared, la mecedora o las rodillas de la abuela. En estas ocasiones en que permanecamos los cuatro reunidos en el gabinete la ta, mi primo y yo como en audiencia, la nica que hablaba, con tono monocorde, era la abuela. Creo que nadie escuchaba lo que deca, embebido cada uno en s mismo o en el tedio. Yo espiaba la seal de Borja, que marcaba el momento oportuno para escapar. Con frecuencia, ta Emilia bostezaba, pero sus bostezos eran de boca cerrada: slo se advertan en la fuerte contraccin de sus anchas mandbulas, de blancura lechosa, y en las sbitas lgrimas que invadan sus ojillos de prpados rosados. Las aletas de su nariz se dilataban, y casi se poda or el crujido de sus dientes, fuertemente apretados para que no se le abriera la boca de par en par, como a las mujeres del declive. Deca, de cuando en cuando: "S, mam. No, mam. Como t quieras, mam". Esa era mi nica distraccin, mientras esperaba impaciente el gesto levsimo de las cejas de Borja, con que se iniciaba nuestra marcha.

    Borja tena quince aos y yo catorce, y estbamos all a la fuerza. Nos aburramos y nos exasperbamos a partes iguales, en medio de la calma aceitosa, de la hipcrita paz de la isla. Nuestras vacaciones se vieron sorprendidas por una guerra que apareca fantasmal: lejana y prxima a un tiempo, quiz ms temida por invisible. No s si Borja odiaba a la abuela, pero saba fingir muy bien delante de ella. Supongo que desde muy nio alguien le inculc el disimulo como una necesidad. Era dulce y suave en su presencia, y conoca muy bien el significado de las palabras herencia, dinero, tierras. Era dulce y suave, digo, cuando le convena aparecer as ante determinadas personas mayores. Pero nunca vi redomado pillo, embustero, traidor, mayor que l; ni, tampoco, otra ms triste criatura. Finga inocencia y pureza, gallarda, delante de la abuela, cuando, en verdad oh, Borja, tal vez ahora empiezo a quererte, era un impo, dbil y soberbio pedazo de hombre.

    No creo que yo fuera mejor que l. Pero no desaprovechaba ocasin para demostrar a mi abuela que estaba all contra mi voluntad. Y quien no haya sido, desde los nueve a los catorce aos, trado y llevado de un lugar a otro, de unas a otras manos, como un objeto, no podr entender mi desamor y rebelda de aquel tiempo. Adems, nunca esper nada de mi abuela: soport su trato helado, sus frases hechas, sus oraciones a un Dios de su exclusiva invencin y pertenencia, y alguna caricia indiferente, como indiferentes fueron tambin sus castigos. Sus manos manchadas de rosa y marrn se posaban protectoras en mi cabeza, mientras hablaba entre suspiros, de mi corrompido padre (ideas infernales, hechos nefastos) y mi desventurada madre (Gracias a Dios, en Gloria est), con las dos viejas gatas de Son Lluch, las tardes en que stas llegaban en su tartana a nuestra casa. (Grandes sombreros llenos de flores y frutas mustias, como desperdicios, donde slo faltaba una nube de moscas zumbando.)

    Fui entonces deca ella la dscola y mal aconsejada criatura, expulsada de Nuestra Seora de los ngeles por haber dado una patada a la subdirectora; maleada por un desavenido y zozobrante clima familiar; vctima de un padre descastado que, al enviudar, me arrincon en manos de una vieja sirviente. Fui continuaba, ante la malvola atencin de las de Son Lluch embrutecida por los tres aos que pas con aquella pobre mujer en una finca de mi padre, hipotecada, con la casa medio cada a pedazos. Viv, pues, rodeada de montaas y bosques salvajes, de gentes ignorantes y sombras, lejos de todo amor y proteccin. (Al llegar aqu, mi abuela, me acariciaba.)

    Te domaremos me dijo, apenas llegu a la isla.Tena doce aos, y por primera vez comprend que me quedara all para siempre

    Mi madre muri cuatro aos atrs y Mauricia la vieja aya que me cuidaba estaba

    8

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    impedida por una enfermedad. Mi abuela se haca cargo definitivamente de m, estaba visto.

    El da que llegu a la isla, haca mucho viento en la ciudad. Unos rtulos medio desprendidos tableteaban sobre las puertas de las tiendas. Me llev la abuela a un hotel oscuro, que ola a humedad y leja. Mi habitacin daba a un pequeo patio, por un lado, y, por el otro, a un callejn, tras cuya embocadura se divisaba un paseo donde se mecan las palmeras sobre un pedazo de mar plomizo. La cama de hierro forjado, muy complicada, me amedrent como un animal desconocido. La abuela dorma en la habitacin contigua, y de madrugada me despert sobresaltada como me ocurra a menudo y busqu, tanteando, con el brazo extendido, el interruptor de la luz de la mesilla. Recuerdo bien el fro de la pared estucada, y la pantalla rosa de la lmpara. Me estuve muy quieta, sentada en la cama, mirando recelosa alrededor, asombrada del retorcido mechn de mi propio cabello que resaltaba oscuramente contra mi hombro. Habitundome a la penumbra, localic, uno a uno, los desconchados de la pared, las grandes manchas del techo, y sobre todo, las sombras enzarzadas de la cama, como serpientes, dragones, o misteriosas figuras que apenas me atreva a mirar. Inclin el cuerpo cuanto pude hacia la mesilla, para coger el vaso de agua, y entonces, en el vrtice de la pared, descubr una hilera de hormigas que trepaba por el muro. Solt el vaso, que se rompi al caer, y me hund de nuevo entre las sbanas, tapndome la cabeza. No me decida a sacar ni una mano, y as estuve mucho rato, mordindome los labios y tratando de ahuyentar las despreciables lgrimas. Me parece que tuve miedo. Acaso pens que estaba completamente sola, y como buscando algo que no saba. Procur trasladar mi pensamiento, hacer correr mi imaginacin como un pequeo tren por bosques y lugares conocidos, llevarla hasta Mauricia y aferrarme a imgenes cotidianas (las manzanas que Mauri colocaba cuidadosamente sobre las maderas, en el sobrado de la casa, y su aroma que lo invada todo, hasta el punto de que, tonta de m, acerqu la nariz a las paredes por si se haban impregnado de aquel perfume). Y me dije, desolada: "Estarn ya amarillas y arrugadas, yo no he comido ninguna". Porque aquella misma noche Mauricia empez a encontrarse mal, y ya no se pudo levantar de la cama, y mand escribir a la abuela oh, por qu, por qu haba pasado?. Procur llevar el pequeo carro de mis recuerdos hacia las varas de oro, en el huerto, o a las ramas de tonos verdes, resplandecientes en el fondo de las charcas. (A una charca, en particular, sobre la que brillaba un enjambre de mosquitos, verdes tambin, junto a la que oa como me buscaban, sin contestar a sus llamadas, porque aquel da fue la abuela a buscarme vi el polvo que levantaba el coche en la lejana carretera, para llevarme con ella a la isla.) Y record las manchas castaas de las islas sobre el azul plido de mis mapas queridsimo Atlas. De pronto, la cama y sus retorcidas sombras en la pared, hacia las que caminaban las hormigas, de pronto me dije, la cama estaba enclavada en la isla amarilla y verde, rodeada por todas partes de un azul desvado. Y la sombra forjada, detrs de mi cabeza la cama estaba casi a un palmo del muro, me daba una sensacin de gran inseguridad. Menos mal que llev conmigo, escondido entre el jersey y el pecho, mi Pequeo Negro de trapo Gorog, Deshollinador, y lo tena all, debajo de la almohada. Entonces comprend que haba perdido algo: olvid en las montaas, en la enorme y destartalada casa, mi teatrito de cartn. (Cerr los ojos y vi las decoraciones de papeles transparentes, con cielos y ventanas azules, amarillos, rosados, y aquellas letras negras en el dorso: El Teatro de los Nios, Seix y Barral, clave telegrfica: Arapil. Al primer telar, nmero 3... "La estrella de los Reyes Magos", "El alma de las ruinas", y el misterio enorme y menudo de las pequeas ventanas trasparentes. Oh, cmo dese de nuevo que fuera posible meterse all, atravesar los pedacitos de papel, y huir a travs de sus falsos cristales de caramelo. Ah, s, y mis

    9

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    lbumes, y mis libros: "Kay y Gerda, en su jardn sobre el tejado", "La Joven Sirena abrazada a la estatua", "Los Once Prncipes Cisnes". Y sent una rabia sorda contra m misma. Y contra la abuela, porque nadie me record eso, y ya no lo tena. Perdido, perdido, igual que los saltamontes verdes, que las manzanas de octubre, que el viento en la negra chimenea. Y, sobre todo, no recordaba siquiera en qu armario guard el teatro; slo Mauricia lo saba.) No me dorm y vi amanecer, por vez primera en mi vida, a travs de las rendijas de la persiana.

    La abuela me llev al pueblo, a su casa. Qu gran sorpresa cuando despert con el sol y me fui, descalza, an con un tibio sueo prendido en los prpados, hacia la ventana. Cortinas rayadas de azul y blanco, y all abajo el declive. (Das de oro, nunca repetidos, el velo del sol prendido entre los troncos negros de los almendros, abajo, precipitadamente hacia el mar.) Gran sorpresa, el declive. No lo sospechaba, detrs de la casa, de los muros del jardn descuidado, con sus oscuros cerezos y su higuera de brazos plateados. Quizs no lo supe entonces, pero la sorpresa del declive fue punzante y unida al presentimiento de un gran bien y de un dolor unidos. Luego me llevaron otra vez a la ciudad, y me internaron en Nuestra Seora de los ngeles. Sin saber por qu ni cmo, all me sent malvola y rebelde; como si se me hubiera clavado en el corazn el cristalito que tambin transform, en una maana, al pequeo Kay. Y senta un gran placer en eso, y en esconder (junto con mis recuerdos y mi vago, confuso amor por un tiempo perdido) todo lo que pudiera mostrar debilidad, o al menos me lo pareciese. Nunca llor.

    Durante las primeras vacaciones jugu poco con Borja. Me tacharon de hosca y cerril, como venida de un mundo campesino, y aseguraron que cambiaran mi carcter. Ao y medio ms tarde, apenas amanecida la primavera catorce aos recin cumplidos, me expulsaron, con gran escndalo y consternacin, de Nuestra Seora de los ngeles.

    En casa de la abuela, hubo frialdad y promesas de grandes correcciones. Por primera vez, si no la simpata, me gan la oculta admiracin de Borja, que me admiti en su compaa y confidencias.

    En plenas vacaciones estall la guerra. Ta Emilia y Borja no podan regresar a la pennsula, y el to lvaro, que era coronel, estaba en el frente. Borja y yo, sorprendidos, como vctimas de alguna extraa emboscada, comprendimos que debamos permanecer en la isla no se saba por cunto tiempo. Nuestros respectivos colegios quedaban distantes, y flotaba en el ambiente la abuela, ta Emilia, el prroco, el mdico, un algo excitante que influa en los mayores y que daba a sus vidas montonas un aire de anormalidad. Se trastocaban las horas, se rompan costumbres largo tiempo respetadas. En cualquier momento y hora, podan llegar visitas y recados. Antonia traa y llevaba noticias. La radio, vieja y llena de ruidos, antes olvidada y despreciada por la abuela, pas a ser algo mgico y feroz que durante las noches centraba la atencin y una en una rara complicidad a quienes antes slo se trataron, ceremoniosamente. La abuela acercaba su gran cabeza al armatoste, y, si se alejaba la anhelada voz, lo sacuda frentica, como si as hubiera de volver la onda a su punto de escucha. Quiz fue todo esto lo que estrech las relaciones, hasta entonces fras, entre Borja y yo.

    La calma, el silencio y una espera larga y exasperante, en la que, de pronto, nos veamos todos sumergidos, operaba tambin sobre nosotros. Nos aburramos e inquietbamos alternativamente, como llenos de una lenta y acechante zozobra, presta a saltar en cualquier momento. Y empec a conocer aquella casa, grande y extraa, con los muros de color ocre y el tejado de alfar, su larga logia con balaustrada de piedra y el techo de madera, donde Borja y yo, de bruces en el suelo, mantenamos conversaciones siseantes. (Nuestro siseo deba tener un eco escalofriante arriba, en las celdillas del

    10

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    artesonado, como si nuestra voz fuera robada y transportada por pequeos seres de viga a viga, de escondrijo en escondrijo.) Borja y yo, echados en el suelo, fingamos una partida de ajedrez en el desgastado tablero de marfil que fue de nuestro abuelo. A veces Borja gritaba para disimular: Au roi! (porque a la abuela y a la ta Emilia les gustaba que practicramos nuestro detestable francs con acento isleo). As, los dos, en la logia que a la abuela no le gustaba pisar, y que slo vea a travs de las ventanas abiertas hallbamos el nico refugio en la desesperante casa, siempre hollada por las pisadas macizas de la abuela, que olfateaba como un lebrel nuestras huidas al pueblo, al declive, a la ensenada de Santa Catalina, al Port... Para escapar y que no oyera nuestros pasos, tenamos que descalzarnos. Pero la maldita descubra, de repente, cruzando el suelo, nuestras sombras alargadas. Con su porcina vista baja, las vea huir (como vera, tal vez, huir su turbia vida piel adentro), y se le caa el bastn y la caja de rap (todo su pechero manchado) y aullaba:

    Borja!Borja, hipcrita, se calzaba de prisa, con la pierna doblada como una grulla (an lo

    veo sonrer hacia un lado, mordindose una comisura, los labios encendidos como una mujerzuela; eso pareca a veces, una mujerzuela, y no un muchachote de quince aos, ya con pelusa debajo de la nariz).

    Ya nos vio la bestia...(En cuanto nos quedbamos solos, nos ponamos a ver quien hablaba peor.) Borja

    sala despacio, con aire inocente, cuando ella llegaba golpeando aqu y all los muebles con su bastoncillo, pesada como una rinoceronte en el agua, jadeando, con su clera blanca encima de la frente, y deca:

    A dnde ibais... sin Lauro?bamos un rato al declive...

    (Aqu estoy ahora, delante de este vaso tan verde, y el corazn pesndome. Ser verdad que la vida arranca de escenas como aquella? Ser verdad que de nios vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos despus estpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?)

    Borja no me tena cario, pero me necesitaba y prefera tenerme dentro de su aro, como tena a Lauro. Lauro era hijo de Antonia, el ama de llaves de la abuela. Antonia tena la misma edad que la abuela, a quien serva desde nia. Al quedarse viuda, siendo Lauro muy pequeo la abuela la cas cuando y con quin le pareci bien , la abuela la volvi a tomar en la casa, y al nio lo enviaron primero al Monasterio, donde cantaba en el Coro y vesta sayal, y luego al Seminario. (Lauro el Chino. Lauro el Chino. Sola decir, a veces: "sta es una isla vieja y malvada. Una isla de fenicios y de mercaderes, de sanguijuelas y de farsantes. Oh, avaros comerciantes. En las casas de este pueblo, en sus muros y en sus secretas paredes, en todo lugar, hay monedas de oro enterradas". Imagin lquidos tesoros, mezclados a los resplandecientes huesos de los muertos, debajo de la tierra, en las races de los bosques. Revueltas entre piedras y gusanos, en los monasterios, las monedas de oro, como luminosos carbones encendidos). Y si Lauro hablaba como sola en la noche del declive, unidos los tres por sus misteriosas palabras, imbuidos de aquella voz baja, yo a veces cerraba los ojos. Tal vez fueron aqullos los nicos momentos buenos que tuvimos para l. En la oscuridad erraban mariposas de luz, como diminutos barcos flotantes, iguales a aquellos que pasaban sobre la Joven Sirena y que la estremecan de nostalgia. (Barcos de seda roja y bamb, donde naveg el extrao muchacho de los ojos negros que no pudo darle un alma.) El Chino se callaba de pronto y se pasaba el pauelo por la frente. Pareca que al hablarnos

    11

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    de los mercaderes lo hiciera con la nica furia permitida a su cintura doblada de sirviente. Borja se impacientaba: "Sigue, Chino". l se limpiaba los lentes de cristal verde, y al quitrselos aparecan sus ojos monglicos, de prpados anchos a medio entornar. "Estoy cansado, seorito Borja... la humedad me acenta la afona... yo..." "No te calles!" Y Borja le apoyaba la mano en el pecho, como para empujarle. El Chino se quedaba mirando la mano, con los dedos abiertos, como cinco pualillos. "Djenme subir a dormir... Estoy muy triste, djenme... Qu saben ustedes, de estas cosas? Han perdido algo, acaso? Ustedes no han perdido nunca nada!". Como no entendamos, Borja se rea. Yo pensaba: "He perdido? No s: slo s que no he encontrado nada". Y era como si alguien o algo me hubiera traicionado, en un tiempo desconocido.) No ramos buenos con l. "Seor Preceptor, mister Chino..." Le llambamos Prespectiva, Cuervo Prespectiva, Judas Amarillo... y cualquier nombre estpido que nos pasara por la cabeza, bajo el enramado de los cerezos del jardn o de la higuera a donde se suba el tozudo gallo de Son Major. (Cmo me acuerdo ahora del gallo de Son Major? Era un viril y valiente gallo blanco, de ojos colricos, que resplandecan al sol. Se escapaba de Son Major para ir a subirse a la higuera de nuestro jardn.)

    Lauro estuvo muchos aos en el Seminario, pero al fin no pudo ser cura. La abuela, que pag sus estudios, estaba disgustada. Momentneamente se convirti en nuestro profesor y acompaante. A veces, mirndole, pens si le habra pasado en el Seminario algo parecido a lo que me ocurri en Nuestra Seora de los ngeles.

    Cura rebotado le decamos. Yo imitaba en todo a Borja.Cura rebotado, de ojos tristes y monglicos, de barba sedosa y negra, apenas

    nacida. Las nias amarillas y redondas, eran difciles de ver tras los cristales verdes de las gafas. El Chino.

    Por Dios, por Dios, delante de su seora abuela no me llamen as! Guarden la compostura, por favor, o me echar a la calle...

    El Chino miraba a Borja, con los labios temblorosos sobre los dientes salidos, separados.

    Borja, con la navaja que le quit a Guiem, cortaba trozos de vara. Se rea calladamente y tiraba al aire la madera verde y hmeda, con un hermoso perfume. Los trozos de la vara caan al suelo del jardn, por encima de la cabeza del Chino. Borja se llevaba una mano abierta a la oreja:

    Qu dices, qu dices? No oigo bien: mrame dentro de las orejas, tengo algo que me zumba. No s si ser una abeja...

    Los pmulos achatados del Chino se cubran de un tono rosado. Delante de la abuela no. (Pero delante de la abuela Borja apareca confiado, bueno.) Borja besaba las manos de la abuela y de su madre. Borja se persignaba, el rosario entre sus dedos dorados, como un frailecito. Eso pareca, con sus desnudos pies castaos dentro de las sandalias. Y deca:

    Misterios de Dolor...(Borja, gran farsante. Y, sin embargo, qu limpios ramos, todava.)

    Recuerdo un viento caliente y bajo, un cielo hinchado como una infeccin gris, las chumberas plidas apenas verdeantes, y la tierra toda que vena desde lo alto, desde las crestas de las montaas donde los bosques de robles y de hayas habitados por los carboneros, para abrirse en el valle, con el pueblo, y precipitndose por el declive, detrs de nuestra casa, hasta el mar. Y recuerdo la tierra cobriza del declive escalonado por los muros de contencin: las piedras blanqueando como enormes dentaduras, una sobre otra, abiertas sobre el mar que all abaja se rizaba.

    12

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    De pronto cesaba el viento, y Borja, en el cuarto de estudio, conmigo y con el Chino, levantaba la cabeza y escuchaba, como si fuera a orse algo grande y misterioso. (En el piso de arriba, en su gabinete, la abuela desgarraba con ansiosas zarpas la faja de los peridicos recin recibidos. El vido temblor de sus dedos, con los brillantes hacia la palma de la mano. La abuela buscaba y buscaba en los peridicos huellas de la hidra roja y de sus desmanes, fotografas de nobles sacerdotes abiertos en canal.)

    Recuerdo. Tal vez eran las cinco de la tarde, aquel da, y el viento ces de repente. El perfil de Borja, delgado como el filo de una daga. Borja levantaba el labio superior de un modo especial, y los colmillos, largos y agudos, como blanqusimos piones mondados, le daban un aire feroz.

    Cllate ya, grulla dijo.A media catilinaria el Chino parpade, confuso. Y suplic, en seguida:Borja... interrumpindose.Mir sobre los cristales verdes, al travs de la bruma amarilla de sus ojos, y otra

    vez, y otra, me pregunt por qu razn le tema tanto a un mocoso de quince aos. A m tambin me apres, puede decirse, sin saber cmo. Aunque si alguna noche me despertaba con sed y, medio dormida, encenda la luz de la mesilla y buscaba el vaso cubierto por un tapetito almidonado (Antonia, ritual, los pona de habitacin en habitacin todas las noches) mientras se hundan mis labios en el agua fresca saba que estuve soando que Borja me tena sujeta con una cadena y me llevaba tras l, como un fantstico titiritero. Me rebelaba y deseaba gritar como cuando era pequea, en el campo, pero Borja me sujetaba fuertemente. (Y por qu?, por qu? si an no comet ninguna falta grave, para que me aprisionase con el secreto.)

    Sentado a un extremo de la mesa le daba vueltas a un lpiz amarillo. Las hojas del balcn estaban abiertas y se vea un pedazo de cielo gris y muy brillante. Borja sali afuera y yo me levant para seguirle. Lauro el Chino me mir, y vi que se trasluca el odio en sus ojos, un odio espeso, casi se poda tocar en el aire. Le sonrea como haba aprendido de Borja:

    Qu pasa, viejo mono?No era viejo, apenas rebasaba los veinte aos, pero pareca sin edad, sumido en s

    mismo, como devorndose. (Borja deca que le haba odo azotarse, de rodillas: mir por la cerradura de su horrible habitacin, en la buhardilla de la casa, en cuyo muro tena pegadas estampas y reproducciones de vidrieras de la Catedral de no s dnde, alrededor de un santito moreno que se pareca a Borja, con el pelo rizado y los pies descalzos. Y tambin una fotografa de su madre y de l, cogidos de la mano: l con un sayal, y asomando por debajo los calcetines arrugados.) Pero a m Lauro el Chino no me tema como a Borja:

    Seorita Matia, usted se queda aqu.Borja volvi a entrar. Tena la piel encendida y haca rodar el lpiz entre los dedos.

    Entrecerr los ojos:Se acab el latn, seor Prespectiva...Lauro el Chino se llev un dedo, largo y amarillo, a la sien. Algo murmur por

    entre los labios gordezuelos, que mostraron la fila de sus dientes separados.A dnde van a ir? Su seora abuela preguntar por ustedes...Borja ech sobre la mesa el lpiz, que rod con un tableteo menudo sobre sus

    planos de forma trapezoide.Su abuelita dir: dnde estn los nios, Lauro? Cmo les ha dejado solos? Y

    yo, qu voy a responder? A ella no le gusta verlos vagabundear...Borja ech atrs los brazos, los balance como pndulos, y, al fin, los alz,

    colgndose del quicio del balcn. Encogi las piernas como un gazapo, las rodillas

    13

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    levantadas, brillando a la luz plida. Se columpiaba como un mono. Bien mirado, haba algo simiesco en Borja, como en toda mi familia materna. Se rea:

    Borja, Borja...El viento, como dije, se haba detenido. Antes de presentarse a la abuela, Borja

    vesta unos pantalones de dril azul, desgastados en los fondillos y arrollados sobre los muslos, y un viejo suter marrn, dado de s por todos lados. Su cuello emerga delgado y firme del escote redondo, y pareca an ms un frailecito apcrifo.

    Borja, seorito Borja: si un da viene su seor padre, el coronel...Su Seor Padre, El Coronel. Me cubr los labios con la mano, para fingir un ataque

    de risa. Su seor padre el coronel no vena, tal vez nunca vendra. (La ta Emilia, con sus anchas mandbulas de terciopelo blanco y los ojillos sonrosados, quedara esperando, esperando, esperando, ablicamente, con sus pechos salientes y su gran vientre blando. Haba algo obsceno en toda ella, en su espera, mirando hacia la ventana.)

    As estbamos, desde haca ms de un mes, sin nada. "Cuando acabe la guerra". "La guerra ser cosa de das", dijeron, pero resultaba algo rara all en la isla. La abuela escudriaba el mar con sus gemelos de teatro, que desempaaba con una punta de su pauelo, y nada, nada. Un par de veces, muy altos, pasaron aviones enemigos. Sin embargo, algo haba, como un gran mal, debajo de la tierra, de las piedras, de los tejados, de los crneos. Cuando en el pueblo caa la hora de la siesta, o al resguardo de cualquier otra quietud, en esos momentos como de espera, resonaban en las callejuelas las pisadas de los hermanos Taronj. Los Taronj, con sus botas altas, sus guerreras a medio abotonar, rubios y plidos, con sus redondos ojos azules, de bebs monstruosos y sus grandes narices judaicas. (Ah, los Taronj. La isla, el pueblo, los sombros carboneros, apenas se atrevan a mirarles un poco ms arriba de los tobillos, cuando pasaban a su lado.) Los Taronj llevaban los sospechosos a la cuneta de la carretera, junto al arranque del bosque, ms all de la plaza de los judos. O a la vuelta del acantilado, tras rebasar Son Major.

    Borja, Borja...Borja sigui balancendose, mientras pudo. Luego se solt y cay al suelo,

    frotndose las muecas y mirndonos de travs bajo sus prpados anchos y dorados, como gajos de mandarina.

    Mono idiota dijo. Si pap viene se lo contar todo, todo... Ya puedes rezar para que no venga, aunque t no puedes rezar porque no crees en nada... Se lo contar a pap y te entregar a los Taronj... Y sabes qu pasa con los monos viejos y pervertidos como t?

    El Chino se mordi los labios. Borja se acerc de nuevo a la mesa, rascndose un brazo:

    Hay calma chicha dijo, ...vamos?Ella no ha terminado su traduccin... ella no maull Lauro el Chino, pobre

    preceptor de los jvenes Borja y Matia.(Pobre, pobre mono con sus lamentos nocturnos y su hmeda mirada de protegido

    de la abuela, con su atado, retorcido, empaquetado odio, arrinconado debajo de la cama, como un lo de ropa sucia. Pobre Lauro el Chino, triste preceptor sin juventud, sin ordinariez compartida, con palabras aprendidas y corazn de topo. Sus manos de labrador frustrado, con los bordes de los dedos amarillentos y las uas comidas.) Algo me haca presentir el secreto de Borja y el Chino, pero, aunque Borja me hablara a veces de esas cosas, no las entenda an. (Una vez el Chino nos llev a su cubil de la buhardilla, donde se achicharraba en las horas de la siesta, bajo las tejas que ardan al sol como un horno. Y all se desprendi por nica vez de su chaquetilla negra y

    14

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    aparecieron los sobacos sudorosos. Se arremang y tena los brazos cubiertos de pelos negros y suaves. Y se quit la corbata y se desabroch el cuello. Borja salt a su camastro, que empez a gemir como alarmado de aquel peso, y del que sala el polvo por todas las rendijas (toda la casa estaba llena de polvo). En aquel cuarto de la buhardilla se vea el amor de Antonia, su madre. Antonia estaba en las flores que haba al borde de la ventana, y que el sol pareca incendiar. Eran, bien las recuerdo, de un rojo encendido, con forma de cliz, y tenan algo violento, como el odio cerrado de Lauro. Y all, en el espejo, sujeta al marco, haba una fotografa: l y su madre con el brazo alrededor de sus hombros. l, nio feo con el pelo en remolinos y los calcetines arrugados por debajo del hbito. Su madre suba a la buhardilla todos los das y pasaba un pao por las mil frusleras: reproducciones de cuadros, terracotas, flores, caracolas. Si la abuela hubiera sabido que subamos a all, habra lanzado un alarido. El Chino nos pas los brazos por los hombros y nos acerc al espejo. Not en la espalda desnuda haca tanto calor que no nos vestamos como la abuela mandaba hasta la hora de comer, en que nos presentbamos por primera vez ante ella su mano que iba de arriba a abajo, igual que las ratas por la cornisa del tejado, y aunque nada dije me llen de zozobra. Lauro nos acariciaba a Borja y a m a la vez, y dijo:

    Dos seres as, Dios mo, como de otro mundo...Al fin, como saliendo de un encantamiento, Borja desprendi sus manos de

    nosotros.Hace calma repeta Borja, mirndome. Lauro el Chino decidi sonrer. Cerr

    el libro, del que sali una dbil nube de polvo el sol empez a abrirse paso entre la hmeda y caliente niebla y dijo, con falso optimismo:

    Bien! Vayamos, pues...T no vienes.Lauro el Chino sac su pauelo y se lo pas por la frente, despacio. Luego se lo

    llev un momento bajo la nariz y lo apret sobre el labio superior, dndose unos dbiles golpecitos. Despus se sec el cuello, entre la camisa y la piel.

    Borja y yo salimos al declive.

    15

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    2

    SALAMOS siempre por la puerta de atrs Nos pegbamos al muro de la casa, hasta desaparecer del campo visual de la abuela, que nos crea dando clase. Desde la ventana de su gabinete, ella escudriaba su fila de casitas blancas, cuadradas, donde vivan los colonos. Aquellas casitas, al atardecer, se encendan con luces amarillentas, y eran como peones de un mundo de juguete, y muecos sus habitantes. Sentada en la mecedora o en el silln de cuero negro con clavos dorados, la abuela enfilaba sus gemelos de raso amarillento con falsos zafiros, y jugaba a mirar. Entre los troncos oscuros de los almendros y las hojas de los olivos, se extenda el declive, hacia las rocas de la costa.

    La barca de Borja se llamaba Leontina. Por unos escalones tallados en la roca se bajaba al pequeo embarcadero. Nosotros dos, solamente, bamos all. En la Leontina bordebamos la costa rocosa, hasta la pequea cala de Santa Catalina. No haba otra en varios kilmetros, y la llambamos el cementerio de las barcas, pues en ella los del Port abandonaban las suyas inservibles.

    Haca mucho calor y Borja brincaba delante de m. Para ir a Santa Catalina, el mejor era el camino del mar. Desde tierra resultaba peligroso, las rocas altas y quebradas cortaban como cuchillos. A travs de los ltimos troncos, el mar brillaba verde plido, tan quieto como una lmina de metal.

    Y los otros?Bah, no vendrn.Pensaba en los de Guiem, siempre contra Borja. Con Borja, formaban los del

    administrador y Juan Antonio, el hijo del mdico. Era la guerra de siempre. Pero Santa Catalina era slo de Borja y ma. Saltamos a la Leontina, que se bambole, crujiendo. En tiempos estuvo pintada de verde y blanco, pero ahora su color era incierto. Borja tomo los remos, y apoyando el pie contra la roca hizo presin. La barca se apart suavemente y entr mar adentro.

    Santa Catalina tena una playa muy pequea, con una franja de conchas como de oro, al borde del agua, que al saltar de la barca se partan bajo los pies, y pareca que machacramos pedazos de loza. De la arena dura, en la que apenas se marcaban las pisadas, brotaban pitas y juncos verdes. Siempre me pareci que haba en la cala algo irremediable, como si un viento de catstrofe la sacudiera. All estaban, despanzurradas, las corrodas costillas al aire, viejas amigas ya, la Joven Simn, la Margelida, con su nombre a medio borrar en el costado. Las otras nadie saba ya cmo pudieron llamarse en algn tiempo. Del centro de la Joven Simn brotaba un manojo alto de juncos, como una extraa vela verde. Y an giraba un cable en la polea, tiendo las palmas de orn.

    Dentro de la Joven Simn guardaba Borja la carabina y la caja de hierro con sus tesoros: el dinero que robbamos a la abuela y a ta Emilia, los naipes, los cigarrillos, la linterna y algn que otro paquete suyo misterioso, todo ello envuelto en un viejo impermeable negro. Y, en el fondo de la escotilla, las botellas de coac que sacamos de la habitacin del abuelo, y otra de un licor dulzn y pegajoso que en realidad no nos gustaba y que descubri Borja olvidada en la cocina. Casi todo aquello fue desapareciendo poco a poco del armario negro del abuelo, gracias a la pequea ganza que Guiem hijo de herrero fabric para Borja en alguna de las treguas entre los dos

    16

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    bandos. Haba temporadas en que contemporizaban los de Guiem y los de Borja, y en ellas se intercambiaban los bienes inapreciables de Borja slo l tena la llavecita de hierro de la caja, colgada de la misma cadena que la medalla y los oscuros utensilios navajas, ganzas, de Guiem. Haba tambin un dispositivo dos ganchos de hierro enmohecido para la carabina, envuelta amorosamente en trapos aceitados, vendada y cubierta de ungento como una momia egipcia. Las balas las guardaba en su habitacin. Todo proceda del mismo lugar: era un hurn, un verdadero buitre de las cosas del abuelo muerto. Las tres habitaciones que fueron del abuelo ejercan una gran atraccin sobre Borja y sobre m. Rara suite lujoso-monstica, como toda la casa de la abuela: mezcla extraa de objetos valiosos, mugre, toscos muebles de pesada madera, finas porcelanas y vajilla de oro regalo del rey al bisabuelo, armas, herrumbre, telas de araa, poca higiene (siempre recordar la vieja baera desportillada, llena de lacras negras, y Antonia, vuelta la cabeza y cerrados los ojos, ofrecindonos la toalla para frotarnos y sacudirnos como si quisiera volvernos del revs). Borja pudo entrar en las habitaciones cerradas del abuelo haba en la casa una vaga y no confesada supersticin, como si el alma de aquel hombre cruel flotase por sus tres habitaciones contiguas trepando por un extremo de la balaustrada de la logia. Luego gate por la cornisa hasta alcanzar la ventana, con su cristal roto que despeda resplandores al atardecer, como un anticipo del infierno, y por el agujero del cristal abri el pestillo. Se hundi en la oscuridad verde y hmeda de tiempo y tiempo, con mariposas laminadas y el cadver de un murcilago s, de aquel murcilago muerto y hecho ceniza detrs de la biblioteca. En sus rebuscas encontr el libro de los judos, aquel que describa cmo los quemaban en la plazuela de las afueras, junto al encinar, cuyas palabras me recorran la espalda como una rata hmeda, cuando en la barca o en la penumbra del cuarto de estudio, sin luz casi, con el balcn abierto al declive (o tambin alguna noche en la logia, pues la logia era nuestro punto de reunin cuando ya estaban todos acostados y salamos de nuestros cuartos y saltbamos por las ventanas descalzos y sigilosos), Borja lo lea, paladendolo, para atemorizarme. Tenamos el da entero para nosotros dos, pero solamente en la noche, fumando un prohibido cigarrillo y sin vernos claramente los rostros, nos hacamos confesiones que jams habramos escuchado ni dicho a la luz del da. Y lo que en la logia y de noche se deca no lo repetamos al da siguiente, como si lo olvidramos.

    En la Joven Simn, envueltos en un impermeable viejo, permanecan los naipes y las botellas fruto del saqueo. (Pobre Lauro el Chino. Tambin all tena Borja, de su puo y letra, la prueba dbil y humillante de su culpa, el olor a pescado podrido an pegado a los maderos de la Joven Simn.) Muchas veces se iba all l solo, porque le gustaba tumbarse en la cubierta de la barca, panza arriba, debajo del sol. Deca que el sol le haca bien, y as estaba l de oscuro: como de bronce o de oro, segn le daba la luz o la sombra, muros adentro. Bien es verdad Borja, Borja que si no pudimos querernos como verdaderos hermanos, como manda la Santa Madre Iglesia, al menos nos hicimos compaa. (Tal vez, pienso ahora, con toda tu bravuconera, con tu soberbio y duro corazn, pobre hermano mo, no eras acaso un animal solitario como yo, como casi todos los muchachos del mundo?) En aquel tiempo, bajo el silencio rojo del sol, detrs de los rostros de los criminales los Taronj, las fotografas que venan de ms all del mar y los viejos egostas o indiferentes, corrodos como las barcas de Santa Catalina, no nos atrevamos a confesar nuestra tristeza. Y siempre la sombra presente del padre El Coronel y los peridicos de la abuela, con sus horrendas fotografas pastiche? realidad? Qu ms daba! de hombres abiertos, colgando de ganchos, como reses, en los quicios de las puertas. (Y disparos en las afueras, carretera adelante, al borde del acantilado, ms all de Son Mayor. Un grito, acaso, temerosamente odo

    17

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    una tarde, escondidos entre los olivos del declive.) Borja nos ense a jugar a las cartas. Ni yo ni los hijos del administrador, ni Juan Antonio, el del mdico los serviles, los suyos vimos nunca antes la reina de Pies ni la de Corazones, y perdamos la asignacin semanal, el dinero ahorrado y el que no era nuestro. Pero seguamos en el juego. Hasta Guiem, tozudo y pesado, gran nariz rabina, torpe y cauteloso, logr entender una escalera de color: lo nico que a Borja le ense su madre, la ta Emilia.

    Aquella tarde la playita estaba como encendida. Haba un latido de luz en el aire o dentro de nosotros. No se sabe.

    Apenas pisamos la arena Borja se detuvo:Quieta dijo.Aun tenamos las piernas mojadas por el agua. A lo largo de los tobillos de Borja

    brillaban los granos de arena, como trocitos de estao.El hombre estaba boca abajo, con un brazo extendido en el suelo, arrimado a la

    panza de la barca como perro que busca refugio para dormir. Seguramente cay rodando hacia el mar, hasta chocar con la Joven Simn. Cerca, detrs de las rocas, empez a chillar una gaviota. Entre las barcas desfondadas, quemadas por el viento, las sombras se alargaban, sesgadas.

    La arena despeda un vaho dulzn que se pegaba a la piel. A travs de las nubes hinchadas, color humo, se intensificaba por minutos, como una lcera, el globo encarnado del sol. Borja murmur:

    Est muerto...Tras la barca surgi primero una sombra y luego un muchacho. Creo que le vi antes

    alguna vez, en el huerto de su casa, y ya en aquel momento pens que no me era desconocido. Sera, supuse, uno de la familia de Sa Malene, que tenan su casita y su huerto en el declive. Entre sus muros, vivan como en una isla perdida en medio de la tierra de la abuela, ya muy cerca del mar. Unos pegujales que tenan ms all del declive, les fueron confiscados. Eran una gente segregada, marcada. Haba en el pueblo alguna otra familia as, pero la de Malene era la ms acosada, tal vez por ser los Taronj primos suyos y existir entre ellos un odio antiguo y grande. Estas cosas las sabamos por Antonia. El odio, recuerdo bien, alimentaba como una gran raz el vivir del pueblo, y los hermanos Taronj clamaban con l de una parte a la otra, desde los olivares hasta el espaldar de la montaa, y an hasta los encinares altos donde vivan los carboneros. Los Taronj y el marido de Malene tenan el mismo nombre, eran parientes, y sin embargo nadie se aborreca ms que ellos. El odio estallaba en medio del silencio, como el sol, como un ojo congestionado y sangriento a travs de la bruma. Siempre, all en la isla, me pareci siniestro el sol, que pula las piedras de la plaza y las dejaba brillantes y resbaladizas como huesos o como un marfil maligno y extrao. Las mismas piedras donde resonaban las pisadas de los hermanos Taronj, parientes de Jos Taronj, padre de aquel muchacho que sala de tras la barca, y cuyo nombre, de pronto, me vino a la memoria: Manuel. Sin saber cmo, me dije: "Algo ha pasado, y los Taronj tienen la culpa". (Ellos, siempre ellos. Sus pies, hollando con un eco especial el empedrado de las calles o las ruinas del pueblo viejo, que ardi haca muchos aos y del que slo quedaba la plaza de los judos, junto al bosque. Muros quemados, grandes huecos negruzcos y misteriosos, a los que aplicaron puertas y que servan para almacenar piensos y lea.) En la plazuela de los judos nos encontrbamos a veces con los otros. Viendo a aquel muchacho pens vivamente en ellos: los de Guiem. Guiem, Toni el de Abres, Antonio el de Son Lluch, Ramn y Sebastin. Guiem, por encima de todos: diecisis aos. Toni, quince; Antonio, quince; Ramn, trece era el consentido, porque maliciaba ms que nadie. Y Sebastin el Cojo, catorce y ocho meses. (Deca siempre quince.) Pero ste,

    18

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Manuel, no era de nadie. (De nuevo le record, me era familiar. De espaldas, inclinado a la tierra, all, en el declive. La puerta del huerto, con la madera quemada por el aire del mar, abierta. Y l cara al suelo pedregoso, con flores y legumbres, sobre la pequea, hmeda y arenosa tierrecilla. De pronto, las flores, como el estupor de la tierra, encarnadas y vivas, curvadas como una piel, como un temblor del sol, gritando en medio del silencio. Y haba un pozo, entre las pitas, con un sol gris lamiendo la herrumbre de la cadena. Dentro de los muros se alzaba el verde exultante, las hojas frescas y tupidas de las verduras de que se alimentaban; que era, me dije yo, confusamente, como alimentarse de alguna ira escondida en el corazn de la tierra. Estaba l inclinado, y no era de nadie. Nadie quera ayudarles a recoger la aceituna, ni la almendra de sus pocos rboles. Los Taronj se llevaron al padre, y el trabajo lo hacan la madre Malene, Manuel, y los dos menores, Mara y Bartolom. Su casa era pequea, cuadrada y sin tejado: un cubo blanco y simple, y en la puerta, tras las columnas encaladas del porche, una cortina rayada de azul que inflaba el viento. Tenan un perro que aullaba a la luna, al mar, a todo, y que enseaba los dientes desde que los Taronj se llevaron a Jos, el padre, de madrugada. Ellos eran como otra isla, s, en la tierra de mi abuela; una isla con su casa, su pozo, la verdura con que alimentarse y las flores moradas, amarillas, negras, donde zumbaban los mosquitos y las abejas y la luz pareca de miel. Yo vi a Manuel inclinado al suelo, descalzo, pero Manuel no era un campesino. Su padre, Jos, fue el administrador del seor de Son Major, y luego se cas con Malene. Sa Malene estaba muy mal vista en el pueblo lo deca Antonia y el seor de Son Major les regal la casa y la tierra.) Y otra vez sin comprender cmo, ni por qu, y tan rpidamente como en un soplo, record: "Jos Taronj tena las listas", dijo Antonia a la abuela. La abuela la escuchaba mientras dos mariposas de oro se pegaban vidamente al tubo de la lmpara de cristal, se moran temblando y caan al suelo como un despojo de ceniza. Lauro lo explic ms detalladamente: "Lo tenan todo muy bien organizado: se repartieron Son Major y l lo distribuy muy bien: quienes iban a vivir en la planta, quienes en el piso de arriba... Y sta su casa tambin, doa Prxedes..." Era la misma voz de cuando deca: "En un pueblo de Extremadura han rociado con gasolina y han quemado vivos a dos seminaristas que se haban escondido en un pajar. Los han quemado vivos, malditos... malditos. Estn matando a toda la gente decente, estn llenando de Mrtires y Mrtires el pas..." (El Chino y los Mrtires, las vidrieras de Santa Mara con sus hermanos muertos all arriba, y detrs el sol feroz y maligno empujando con su fulgor el rojo rub, el esmeralda, el clido amarillo de oro. Y el Chino continuaba como un sonmbulo: "Tendremos altares cubiertos de sangre y en nuevas vidrieras veremos los rostros de tantos y tantos hermanos nuestros")

    Era al padre de Manuel a quien se llevaron los Taronj, los de altas botas de jinetes que no montaban jams a caballo. Manuel dej el convento donde viva, y estaba all en el huerto, trabajando para ellos porque nadie del pueblo les ayudaba. Y otra vez record la voz del Chino, que deca: "Pues como antes, que iban los leprosos con campanillas a la puerta de David; y se retiraban los hombres puros al orlos, as deban ir por donde pasan con la peste de sus ideas..." Era Manuel el muchacho que sala detrs la barca; no caba duda, era aquella la espalda inclinada al suelo, vista por nosotros al otro lado de la puerta corroda por el aire del mar; era su nuca de oscuro color moreno, del bronco color del sol sobre el sudor, no del dorado suave de Borja. Y, tambin, haba sol en el color de su pelo quemado, seco por su fuego, en franjas como de cobre. "Pelirrojo como todos ellos dijo Borja, entonces . Pelirrojo. Chueta asqueroso."

    19

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    3

    NO s si lloraba, porque tena la cara cubierta de sudor.Prstame la barca dijo.Cre que latira en su voz la misma ira de las flores, pero era una voz opaca, sin

    matiz alguno. De frente me parece que no le haba visto nunca. No tena la cara tan quemada como la nuca. Apenas recuerdo sus facciones, slo sus ojos, negros y brillantes, donde resaltaba la crnea casi azul. Unos ojos distintos a los de cualquier otro. Era alto y corpulento para su edad, y slo al mirarlo me pareci que no necesitaba pedirle la barca a Borja: se la poda llevar con slo adelantar un paso y darle a mi primo un empujn. Las piernas desnudas de Borja y sus pies de dedos largos, con una ua rota en el pulgar derecho, aquellas piernas an hmedas, con la arena pegada, estaban en un desamparo total, junto a la maciza figura de Manuel. Y Manuel, de pronto, no era un muchacho. No, bien cierto era que (quiz desde el mismo instante en que pidi la barca, en la ensenada de Santa Catalina, con una gaviota chillando destemplada, inoportuna) pareca muy distante su infancia, su juventud, hasta la vida misma. Y no haba cumplido, seguramente, los diecisis aos.

    El cuerpo del hombre segua pegado como un marisco a la quilla de la Joven Simn. No recuerdo si tuvimos miedo. Es ahora, quiz, cuando lo siento como un soplo, al acordarme de cmo nos habl. An veo los juncos, tan tiernos, brotando de la arena, y el azul violento de las pitas. Una estaba rota, con los bordes resecos como una cicatriz.

    Primero cre que eran lgrimas lo que le brillaba en las mejillas. Pero estaba cubierto de sudor y no se poda precisar. Pens: "Cmo habr llegado aqu, sin barca?". Debi descolgarse por las rocas. A pesar del calor dulzn que pareca emanar del suelo y el cielo al mismo tiempo, sent fro. "Han tirado al hombre, lo han despeado rocas abajo". Algo empez a brillar. Quiz era la tierra. Todo estaba lleno de un gran resplandor. Levant la cabeza y vi cmo el sol, al fin, abra una brecha en las nubes. Se senta su dominio rojo y furioso contra la arena y el agua. La gaviota se call, y en aquel gran silencio (era de pronto como un trueno mudo rodando sobre nosotros) me dije: "Ese hombre est muerto, lo han matado. Ese hombre est muerto."

    (Los Taronj, Lauro el Chino, Antonia... Y tambin Lorenza, la cocinera, y Es Ton, su marido. Haca unos das: "Los han metido en el corral a los cinco. Se subieron al muro los dos Taronj y sus compaeros los apuntaron con las pistolas. Y ellos sin hablar, callados". A Lorenza no era sudor, eran lgrimas lo que le caan, oyendo a su marido decir aquello. No saban que yo fui a buscar las sogas para llevarlas a donde Borja me esperaba. Me met detrs de la cocina, por el patio. Hablaban en su idioma pero les entenda. Me sub a la escalera corta del cobertizo. Ola muy fuerte a las cenizas para hacer jabn y a las cscaras de la almendra amontonadas al otro lado. Pas un dedo por el vidrio roto, sin brillo, gris del polvo y la tierra pegada. Por el agujero la vea sentada, con el cuchillo entre las manos: lo nico que flameaba. Tena los ojos bajos y las gotas brillantes le caan hacia abajo. Yo contena la respiracin, oyendo la voz de su marido, Es Ton. Slo vea su sombra, que se iba y se vena sobre los ladrillos encarnados del suelo, y el ruido de sus eses silbadas, pues hablaba en voz baja. "Y ha

    20

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    dicho la del administrador: Y se, leyendo todos los das "El Liberal"? Y nunca pona los pies en la iglesia. Y Taronj le dio con la culata. Entre tanto los otros queran empujar la puerta. Y mira, mujer, eran como animales; s, igual que animales. A los tres carboneros les ataron las manos a la espalda y miraban hacia arriba que daba miedo. Entonces dijo el mayor Taronj: abrid. Y los sacaron. Se mont el pequeo de Riera en el coche, ya sabes, ese coche negro que tienen del Ayuntamiento, y lo pusieron en marcha. Me mir es Taronj mayor, y me dijo: mejor que te vayas a casa, Ton. Mejor que no mires ninguna de estas cosas. Sabe que ella me defendera, despus de todo. No crees que ella me defendera? Siempre le han hecho caso a ella. No te parece?" Y, por el tono, yo entend que ella era mi abuela, que le tendra que defender a Es Ton, de los Taronj o de alguien. Pero me dije a la abuela no le importaba nada de nadie. Y entonces me vio Lorenza, porque cruji la escalera. Tuvo un gran susto, y dijo: "Por Dios, qu hace ah? qu hace ah?" Y me miraba de un modo raro y me pareci que tena los labios muy descoloridos y que me llamaba de usted, a pesar de que, cuando no estaba delante la abuela, no lo haca nunca. Y vi su cara como contrada y que tena los ojos secos. Por eso me pareca muy raro que hubiera llorado. Su marido, Es Ton, desapareci en seguida: o sus pasos hacia el patio, como huyendo. Baj de la escalera y not que me haba metido en la boca alguna semilla que me amargaba mucho).

    Era verdad: aquel hombre cado, pegado a la Joven Simn, estaba muerto.Quin es? pregunt Borja, con voz enronquecida. Y Manuel contest:Mi padre.Me volv de espaldas. Estaba sorprendida. Haba odo muchas cosas y visto, de

    refiln, las fotografas de los peridicos, pero aquello era real. Estaba all un hombre muerto, lanzado por el precipicio hasta la ensenada.

    Se quiso escapar cuando lo llevaban...Pareca mentira, pareca algo raro, de pesadilla. Pero era Manuel, su hijo, quien lo

    contaba. Y estaba all, delante de nosotros, con su sombra alargndose en el suelo, sesgada e irreal. Se vea el temblor de sus piernas, firmemente plantadas, pero hablaba despacio y mesuradamente, con una voz sin brillo. Y era sudor, sudor tan slo, lo que caa por las mejillas. Una gota que rodaba al lado de su nariz, hasta el labio, brillando mucho, tambin era de sudor. Ni una, ni una sola lgrima. Y continu con sus labios blancos, ladeando una mano, para indicar el trayecto del cuerpo, hasta caer all, marcado an en la arena.

    Djame la barca repiti. Le quiero llevar a casa.Borja se retir hacia las rocas. La gaviota volvi a chillar. Nos sentamos muy

    juntos, tanto que nuestras rodillas se tocaban, detrs de una chumbera. Borja, que estaba muy plido, se rode las rodillas con los brazos, y con la cabeza inclinada mir a travs de las anchas palas de la planta. Le imit. Busqu su mano y l retuvo la ma un momento, apretndola mucho. Sus ojos de almendra estaban inundados de sol, como vaciados; y en ellos haba un gran estupor, tambin. Dijo:

    Supongo que por dejarla no hacemos nada malo...Manuel volvi cara arriba al hombre, y vimos parte de la arena manchada de rojo

    oscuro.Desde cundo estar ah? dijo mi primo, muy bajo.Manuel lo arrastr hacia el borde del mar. El hombre no llevaba calcetines, y

    asomaban sus tobillos desnudos por el borde del pantaln. Sus zapatos estaban muy nuevos, como si se hubiera puesto la ropa del domingo.

    21

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    S que es verdad aadi Borja, mirando como a su pesar, y de lado, por entre los huecos de la chumbera, s que es Jos, su padre. Maldito sea, llevarse as mi barca...!

    Y aadi:Oye t: ni una palabra a nadie.Negu con la cabeza. En aquel momento, Manuel iba por la franja de conchas, que

    brillaban al resplandor del sol como una inmvil ola de fuego. El cuerpo las arrastraba y las hunda con su peso, entre un ahogado tintineo. Sbitamente Borja grit:

    Date prisa! O es que quieres que se entere mi abuela?Manuel no respondi. Por entre las palas verdes cubiertas de pas, vea el temblor

    de sus piernas. Se haba manchado de sangre los costados de la camisa, como si le hubiera querido cargar a hombros y no hubiera soportado el peso. Lo arrastraba como un saco, no poda hacer otra cosa.

    Al fin se oy el chapoteo del agua y el ruido del cuerpo al caer al fondo de la barca. Era un ruido sordo, como sofocado por trapos. Se notaba que era un cuerpo muerto el que caa en la barca. Me incorpor y mir sobre la chumbera. Manuel, con el remo, apartaba la barca de las rocas. Luego se qued as, en proa, apuntndonos un instante con l como si fuera un arma, mientras la Leontina entraba dulcemente en el mar. El borde del agua se rizaba, blanco, lanzando hacia nosotros combas de espuma, como en un juego desconocido.

    El viento comenz a soplar. Manuel se sent, y con un solo remo vir hacia la izquierda, hacia el declive.

    Vmonos de aqu dijo mi primo.Sultame, me haces dao...Pero no me soltaba. Ya no estaba Manuel, ni nadie, ni la Leontina. Slo nosotros

    dos y el viento, que de pronto nos lanz sobre la cara una onda de arena, que sentimos crujir entre los dientes. Era todo como un sueo, como un gran embuste al estilo de Lauro el Chino. Casi no se poda creer.

    Los dos a un tiempo nos acercamos a la Joven Simn, como si deseramos una prueba de que aquello no era una mentira. Borja se agach y su dedo recorri el madero rugoso y quemado, gris por el tiempo. En l se vean la mancha negruzca y los agujeros de las dos balas. Estuvo un rato inmvil, en cuclillas. Meti el dedo en un agujero, y luego en otro. Al verle hacer esto me acord de lo que decan de Santo Toms, que meti los dedos en las heridas de Jess, para asegurarse de su verdad. Tan irreal pareca todo aquella tarde. Me agach y le puse la mano en un hombro. Dijo:

    Bueno, supongo que la va a devolver.Esperamos?S, qu vamos a hacer, si no? Por nada del mundo debe enterarse la abuela Y

    no vamos a subir hasta ah arriba!Mir hacia lo alto, donde las rocas se oscurecan hasta parecer negras y las pitas

    tenan un aire feroz, de alfanjes. Mucho ms arriba, hacia el cielo, negreaban los rboles.

    Pero podemos volver saltando por las rocas.No se obstin. Ha de traer la barca. Se lo he dicho. No se atrever a

    desobedecer...La gaviota pas sobre nuestras cabezas y nos sobresalt estpidamente. Borja

    empez a limpiarse la arena de las piernas. Subimos a la Joven Simn, y nos tendimos. El sol enrojeca en un cielo limpio, donde se oan zumbar las moscas y mil insectos. El mar tena un rumor espeso, montono.

    Lo peor van a ser las manchas dijo mi primo.

    22

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Se quitan. Adems, ni la abuela ni tu madre vienen aqu, ni se acuerdan siquiera de la Leontina.

    Borja estuvo un momento callado, y dijo:No es slo... Bueno, sabes?, nadie debe saber esto. Ni los chicos ni nadie. No se

    debe ayudar a esa gente. Nadie les ayuda. Hace ya muchos das que recogen ellos solos su cosecha... Todos tienen miedo de ayudarles, porque Malene y los suyos... pues eso, estn muy significados, muy mal vistos.

    Hizo una pausa, y aadi, siempre mirando a un punto remoto:A veces le he visto cavar en su huerto.Yo tambin dije. Porque, sin nombrarlo, los dos pensbamos slo en Manuel y

    no se me borraba su imagen, de pronto muy clara. Sin embargo, antes de aquel da no le di nunca importancia, ni siquiera pregunt a los chicos: "Y ese de la casa de al lado, quin es?".

    Y quin es? Y por qu?Eso Borja hizo un gesto vago con la mano, que son mala gente. Su padre,

    ese que han matado, era el administrador del de Son Major... Y dicen que el de Son Major lo cas con su querida, Sa Malene, ya sabes, la madre de Manuel. El de Son Major les dio la casa, los olivos, el huerto... Todo se lo deben a l!

    Jorge? pregunt con malicia, porque saba que tocaba el punto flaco de mi primo. Si haba alguien a quien mi primo admiraba de lejos era a Jorge de Son Major. Deseaba imitarle, ser algn da como l. Que se contaran de l algn da cosas como las que oamos de aquel misterioso pariente nuestro, que viva al final del pueblo, en la esquina del acantilado, retirado y sin ver a nadie, con un viejo criado extranjero llamado Sanamo. Por lo que o a Antonia y a Es Ton, Jorge de Son Major fue un tipo raro, un aventurero que dilapid su fortuna de un modo absurdo segn la abuela en extraos y pecadores viajes por las islas. Pero a los ojos de mi primo era nicamente un ser fantstico. La abuela y Jorge estaban distanciados haca muchos aos.

    Bueno, eso es dijo mi primo.Qu haca Jos Taronj?Ya te dije que era un mal nacido, un mal hombre. Era su administrador, pero se

    signific mucho, y supongo que ltimamente andara sin trabajo. Un desagradecido, despus de todo lo que hizo por ellos Jorge. Le odiaba, le odiaba con toda su alma. Y el Chino dijo que tena las listas y que entre todos se repartieron Son Major! Luego, ya lo ves: lo llevaran a alguna parte y se ha querido escapar... Han tenido que matarlo.

    De pronto, aquellas palabras cobraron un extrao relieve. l mismo se debi dar cuenta, porque se call en seco y su silencio se senta sobre nosotros. El sol luca plenamente, y dentro del silencio, durante un rato de forma parecida a cuando se cierran los ojos y se contina viendo el contorno luminoso de las cosas, cambiando de color, en el interior de los prpados o su voz, que deca: han tenido que matarlo, han tenido que matarlo. Todo el cielo pareca meterse dentro de los ojos, con su brillo de cristal esmerilado, dejando caer el gran calor sobre nuestros cuerpos. Sent un raro vaco en el estmago, algo que no era solamente fsico: quiz por haber visto a aquel hombre muerto, el primero que vi en la vida. Y me acord de la noche en que llegu a la isla, de la cama de hierro y de su sombra en la pared, a mi espalda.

    Me va a dar una insolacin...Me sent sobre la barca. Borja continuaba tendido, callado e inmvil. El resplandor

    me acompaaba an. Lo tena tan metido dentro, que todo: yo, las barcas muertas, la arena, las chumberas, parecamos sumergidas en el fondo de una luz grande y doliente. Oa el mar como si las olas fueran algo abrasador que me inundara de sed. Supongo que as pas mucho tiempo.

    23

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Salt al suelo y me fui hacia las conchas de oro. Entonces Borja me llam:Ven aqu, no seas estpida! Te pueden ver, si alguien pasara por arriba, y es

    mejor que nadie sepa...Volv. l se haba echado boca abajo, y meta la mano por la escotilla. Por lo visto,

    quera hacer como si nada hubiera pasado. Como si lo hubiramos olvidado, por lo menos.

    Sac los naipes. Nos sentamos con las piernas cruzadas, como solamos. Encendi la linterna y la colg del cable. An no era de noche. Le gan dos veces, y oscureci. De todos modos, an le deba dinero. Nunca acabaran mis deudas con l! Borja sac la botella, pero no tenamos ganas de beber. Dimos un trago, a la fuerza, y la volvi a guardar. Era el horrible licor dulce, empalagoso. No se vea ya. La linterna, amarilla, como una lengua luminosa, apareca rodeada de insectos ansiosos, chocando unos con otros. Los mosquitos nos picaban, y de cuando en cuando se oan nuestros manotazos en brazos y piernas. De pronto, dije:

    Desde cundo son as?Quines?Esos... desde cundo piensan de ese modo?Qu s yo. Estn llenos de rencor. El Chino dice... Tendrn envidia, porque

    nosotros vivimos decentemente. Estn podridos de rencor y de envidia. Nos colgaran a todos, si pudieran.

    Era un tema que siempre me llenaba de zozobra, porque mi padre, al parecer, estaba con ellos, en el otro lado. Borja me mortific alguna vez con alusiones a mi padre y sus ideas. Pero Borja pareca haberlo olvidado en aquel momento. Continu:

    Fjate si son de mala especie: l les estuvo favoreciendo tanto (y yo not cmo, tozudamente, al hablar de ellos, slo pensaba en Jos Taronj y su familia) . Y a Manuel le tena en un convento, viviendo y estudiando. Todo pagado, todo... Bueno, no s ni cmo tienen cara para salir de casa. Y an, mi padre, jugndose el pellejo por culpa de gente as. Mi padre luchando en el frente contra esa gentuza... Y yo aqu, tan solo.

    Dijo estas ltimas palabras deprisa, casi en voz baja. Era la primera vez que le oa aquella frase: tan solo. Fue extrao. Claro que no nos veamos las caras, apenas las manos, por culpa de la linterna. Y era as, en la penumbra o en la oscuridad como cuando saltbamos a la logia por las noches, en pijama, para seguir una partida interrumpida o para hablar y hablar, cuando l descompona un tanto su aire perdonavidas y orgulloso. Me pareci que era verdad, que estaba muy solo, que yo tambin lo estaba y que, tal vez, si no hubiera sido por aquella soledad, nunca hubiramos sido amigos. No s qu diablo me picaba a veces como cuando estaba en Nuestra Seora de los ngeles, que si algo me araaba por dentro me empujaba a la maldad. Sent ganas de mortificarle:

    No te quejes, tienes a Lauro el Chino.No me contest y sac los cigarrillos. En la oscuridad brill la llamita de la cerilla.Dame uno ped, a mi pesar, pues siempre me los regateaba.Sin embargo, me lo dio. Era un tabaco negro y amargo, que compraba en el Caf de

    Es Marin.De los otros.Con sorpresa, vi que rebuscaba en la caja y me dio uno de los codiciados Muratis

    de la ta Emilia. Fumamos en silencio, hasta que dijo:T crees que es malo?El qu?El dejarle la barca.

    24

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Lo pens un momento:A la abuela no le gustara. Ni a Lauro.Bah, Lauro!Siempre dice que los odia. Siempre viene con las historias de sus crmenes, y

    todo eso.Eso dice, pero no lo creo. Sabes? es como ellos. Igual. Igual que ellos. Est

    lleno de envidia... Yo s les odio. Les odio de verdad.Me di cuenta de que su voz temblaba ligeramente, como si estuviera asustado de

    algo. Aplast su colilla contra el borde de la barca.Vmonos. se no vuelve... es muy tarde.No vamos a esperarle un poco ms? Ahora ser peor subir ah.Seguiremos las rocas de la costa... Es un cerdo, se! Ven, date prisa. Lauro

    estar medio muerto, escondindose de la abuela.Dijo esto con una risita demasiado chillona. Y aadi, como para l:Me las pagar ese chueta!Guard todas las cosas en el impermeable viejo, y prendi de nuevo la llave de la

    caja a la cadena de su medalla. (Tenamos medallas gemelas, de oro, redondas y con la fecha del da de nuestro nacimiento, regalo de la abuela. La suya representaba a la Virgen Mara, la ma a Jess. No nos la quitbamos jams del cuello, ni para dormir. "Es igual que la ma" dijo l, el primer da que las vimos el uno en el otro. Con otro Santo...". Estuvimos mirndolas, la ma en su mano, la suya en la ma. Era como si de verdad, por un momento, furamos hermanos.)

    Borja cogi una vara del suelo y golpe con rabia los juncos. Se oa el golpe seco, el ruido del mar, las olas estrellndose en el acantilado. Me ayud a trepar a las rocas, y me ara las piernas y los brazos. Pero con Borja era intil quejarse. Insinu:

    Ser ms largo por aqu...Si quieres, vete contest, de mal tumor.Pero l saba que yo no tena ms remedio que seguirle. Me pregunt por qu razn

    nos dominaba a todos: hasta a los mismos de Guiem, que siempre aceptaban sus treguas. El cielo apareca poblado de estrellas grandes, y naca una luz violeta. Lentamente, del mar, suba un resplandor verdoso. De cuando en cuando, Borja me daba la mano. En un punto en que las rocas estaban mojadas, Borja resbal. Le o una maldicin.

    Si supiera la abuela que hablas as dije. Ni siquiera puede imaginrselo!La abuela no se imagina nada contest, misteriosamente.Se par y se volvi hacia m. Me enfoc la cara con la linterna y volvi a rerse de

    aquella forma casi femenina que tanto me irritaba. Dijo:Bueno, estoy pensando una cosa: qu va a ser de ti? A los catorce aos,

    fumando y bebiendo como un carretero, y andando por ah, siempre con chicos! Tampoco lo sabe la abuela, verdad? Procur sonrer lo ms parecido a l:

    As es, as es.Busqu algo con que pudiera sorprenderle, y sbitamente se me ocurri.Tambin mi padre se juega la vida por culpa vuestra.A su pesar, se qued cortado. Baj la luz, y, deslumbrada, distingu su silueta

    oscura, rodeada de una aureola.Ah, bien, bien. Conque ests con ellos!No contest. Nunca me lo haba preguntado. La verdad es que yo misma estaba

    sorprendida de lo que dije. Algo haba que me impeda obrar, pensar por m misma. Obedecer a Borja, desobedecer a la abuela: esa era mi nica preocupacin, por entonces. Y las confusas preguntas de siempre, que nadie satisfaca. Sin saber por qu, volvan de

    25

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    nuevo a mi recuerdo las sombras de los hierros forjados y las hormigas en la pared. En lo que me rodeaba haba algo de prisin, de honda tristeza. Y todo se aglutinaba en aquella sensacin de mi primera noche en la isla: alguien me preparaba una mala partida, para tiempo impreciso, que no saba an. A mi izquierda las rocas se alzaban, negras, hacia la vertiente de las montaas y los bosques. Abajo brillaba el mar. Volv a sentir, como tantas otras veces, un raro miedo. No podan dejarme as, en medio de la tierra, tan despojada e ignorante. No poda ser.

    Evidente dije.(Era una palabra que oa mucho a Lauro el Chino, cuando hablaba con la abuela.)

    Borja traz un crculo de luz. Luego me pas la mano por la cara, con un gesto irritante. Sent el roce de su mano en la mejilla y en la frente. Saba que lo hizo as con Guiem, para humillarle, cierta vez en que pelearon y pudo atraparlo contra el muro.

    Le insult con una palabra cuyo significado desconoca. Su mano se detuvo en seco.

    Tu pap te enseara estas cosas, verdad?Sent deseos de mentir. De inventar historias e historias malvadas de mi padre (tan

    desconocido, tan ignorado; ni siquiera saba si luchaba en el frente, si colaboraba con los enemigos, o si huy al extranjero). Tena que inventarme un padre, como un arma, contra algo o alguien. S, lo saba. Y comprend de pronto que lo estuve inventando sin saberlo durante noches y noches, das y das. Sonre con suficiencia:

    Qu sabrs t! Te crees muy listo, y... Bah, si supieras la pena que me das! Eres muy inocente. Lo que yo te podra contar!

    Me iba acostumbrando otra vez a la oscuridad, y vi el brillo de los ojos de Borja. Me cogi por un brazo y me zarande.

    En aquel momento no le odiaba, ni senta por l el menor rencor. Pero una vez lanzada me era muy difcil detener la lengua. Dije:

    Eres un infeliz.Infeliz y todo contest t me obedeces. Y pobre, pobre de ti, como no lo

    hagas.Acerc su rostro al mo. Not que se empinaba sobre las puntas de los pies, porque

    si algo haba que le mortificara era mi estatura. Demasiado alta para mi edad, le rebasaba a l y a todos los muchachos de ambos bandos. (Creo que esto no me lo perdon nunca.)

    Qu hace Lauro el Chino? dijo burlonamente. Qu hace conmigo, mi profesor y preceptor?

    Te vales de cosas feas como la del pobre Lauro... Le tienes cogido!T qu sabes de esa historia?Procur rer con aire de misterio, como haca l a menudo, porque realmente no

    saba nada. Y fanfarrone:Me ir pronto de aqu. Ms pronto de lo que os imaginis todos.A su pesar, estaba intrigado.Cundo?No te lo pienso decir. Hay muchas cosas que t no sabes.Bah!Se volvi de espaldas y ech a andar de nuevo, fingiendo desinteresarse de mis

    palabras. La luz amarilla de la linterna lama despaciosamente los hoyos y las quebraduras de la roca. Con gran cuidado segua la silueta de sus tobillos finos y de sus pies, para poner los mos en el mismo sitio.

    26

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Cuando llegamos al fondo del declive era ya de noche. Bajamos de un salto al embarcadero, y Borja se apresur a iluminarlo con su linterna. Atada, en su lugar, estaba la Leontina.

    La ha trado... Mrala, Borja, ah est!Por qu no la llev a Santa Catalina, como le mand?Y dando media vuelta subi precipitadamente las escalerillas.El declive tena algo solemne en la noche. Las piedras de los muros de contencin

    blanqueaban como hileras de siniestras cabezas en acecho. Haba algo humano en los troncos de los olivos, y los almendros, a punto de ser vareados, proyectaban una sombra plena. Ms all de los rboles, se adivinaba el resplandor de los habitculos de los colonos. Al final del declive la silueta de la casa de la abuela era una sombra ms densa. El cielo tena un tinte verdoso y malva.

    Se oa el ruido del agua contra los costados de la Leontina. Apenas trepamos unos metros, Borja enfoc hacia el primer olivo. Sentado, amarillo bajo el foco de la luz, esperaba pacientemente el Chino.

    Ah! dijo mi primo Est usted ah! Cuando se le descubra de improviso, haba en el Chino algo oscuro y concentrado que atemorizaba.

    Diremos a su seora abuela que estuvimos paseando... Era una hermosa tarde para dar clase al aire libre. Estn conformes?

    Borja se encogi de hombros. Subimos en silencio, y mir con un vago temor hacia la derecha del declive, donde el huerto de Manuel y el bloque blanco de su casa rodeada de un muro bajo. Manuel Taronj, Sa Malene, los pequeos Mara y Bartolom. Estara el muerto con ellos... Me estremec, y me par entre los rboles. Habamos entrado en la zona de los almendros. Un olor penetrante suba de la tierra, y all lejos, a la derecha, como una estrella opaca, brillaba la luz de un candil o de un farol. "La casa de Manuel", me repet.

    Vamos, deprisa, por favor insisti el Chino, con voz ahogada.Las ventanas de las casas de los colonos estaban encendidas, y seguramente la

    abuela espiara desde su gabinete con sus gemelos de teatro. Sent una sorda irritacin contra ella. All estara, como un dios panzudo y descascarillado, como un enorme y glotn muecazo, moviendo los hilos de sus marionetas. Desde su gabinete, las casitas de los colonos con sus luces amarillas, con sus mujeres cocinando y sus nios gritones, eran como un teatro diminuto. Ella los envolva en su mirada dura y gris, impvida. Sus ojos, como largos tentculos, entraban en las casas y laman, barran, dentro de las habitaciones, debajo de las camas y las mesas. Eran unos ojos que adivinaban, que levantaban los techos blancos y azotaban cosas: intimidad, sueo, fatiga.

    Llegamos al nivel de las casas de los colonos. A travs de una puerta con la cortina medio descorrida se filtraba la luz, y me dije: "stos lo saben todo lo de Jos Taronj". Haba algo que flotaba en el calor, en los mosquitos brillantes, hasta en el estrpito de un cacharro que se rompi en la casa sin que le siguiera ninguna voz malhumorada, en el chorro de agua cayendo contra la tierra. Todos los ruidos me afirmaban en la misma idea, "Lo saben, lo saben lo de Jos Taronj". Mir otra vez hacia la derecha. Desde aquella altura ya no se distingua la lucecilla de la casa de Malene, a quien record vivamente, en un momento. Es decir, ms que a ella misma, a su cabello. (Un da, junto al muro de su casa, mientras ella sacaba agua del pozo, la contempl de espaldas, inclinada. El cabello se le haba soltado. Era una mata de cabello espeso, de un rojo intenso, llameante; un rojo que poda quemar, si se tocase. Ms fuerte, ms encendido que el de su hijo Manuel. Era un hermoso cabello liso, cegador bajo el sol.)

    27

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    4

    ALGO haba ocurrido. La abuela no estaba sentada en su mecedora del gabinete, junto a la ventana abierta, y la mecedora, al impulso de la brisa, se balanceaba blandamente.

    Todos estaban abajo, en la sala grande, junto a la logia. Cuando entramos, la abuela nos mir a los tres con dureza: primero a Lauro el Chino, luego a Borja, por ltimo a m.

    Dnde estuvieron ustedes hasta tan tarde? Cmo no dijeron que salan de casa?

    Antes de que el Chino pudiera contestar, ella sola reprenderle de una manera fra, sin mirarle a la cara, como si se dirigiera a otra persona. Dijo que no debamos llegar a horas tan avanzadas, ni salir de la casa sin su permiso. El Chino escuchaba y asenta con la cabeza dbilmente. Junto a la puerta, Antonia permaneca quieta, inexpresiva, con los ojos fijos y los labios apretados. Llevaba delantal negro, de raso, en anchos pliegues, y un cuello de encajes que se haca ella misma. Imaginaba su corazn golpeando fuerte bajo el vestido negro, cada vez que la abuela reprenda a su hijo, pero estaba tan quieta e impvida que pareca no or nada, ni ver la cabeza inclinada de Lauro. Mi abuela, sentada en su silln, hablando con dureza, masticaba una de sus innumerables grajeas medicinales. El escote de su vestido enmarcaba pliegues y frunces en torno a su garganta, ceida por una cinta de terciopelo. Desbordando la cinta, en su cuello se formaban tambin pliegues y frunces hacia la barbilla. Pareca hecha con un apretado nudo alrededor del cuello: de un lado la cabeza, de otro el cuerpo, como dos bolsas; de una materia la cabeza, de otra el tronco. Tena an en la mano uno de sus frasquitos de color ambarino, de donde tom la pastilla. A su lado, majestuoso como siempre, se sentaba Mossn Mayol, el prroco de la Colegiata. Mossn Mayol jugueteaba distradamente con una copa de cristal azulado con iniciales opacas, como de luz de lluvia, hermosamente perlada. Las noches transparentes beba licor de naranja, lcido como agua, y Pernod los das nublosos, porque deca que las bebidas tenan gran relacin con la atmsfera o el color del cielo. (Amontillado para el gran sol, prstinos o melanclicos licores al atardecer.) Cuando lo deca, yo notaba violentos perfumes en el paladar y casi un ligero mareo. Encima de mi abuela y de Mossn Mayol, en su gran cuadro, estaba el abuelo, con su uniforme de algo importante nunca lo supe de fijo, aunque supongo me fue repetido muchas veces y la banda azul o encarnada (no recuerdo exactamente). Sobre la mesita, en su marco de plata, la fotografa de to lvaro. Se pareca a Borja, a pesar de su dura fealdad. (Ellos: el abuelo y to lvaro, estaban en la sala casi fsicamente: no se poda prescindir de sus ojos, de sus mandbulas ancha y fofa, una; aguda y cruel la otra, siempre que nos reunamos en aquella estancia. Participaban de nuestras reuniones siempre, se dira, el rostro del padre de Borja, largo, enjuto, con su gran boina de carlista y la cicatriz en la comisura derecha, y todos los dems retratitos de ex prncipes, aspirantes a reyes o ex infantes, dedicados al to lvaro.) La ta Emilia, sentada un poco aparte, cerca de la logia, levantaba con una mano la cortina. Afuera, estaba oscuro. Slo en el jardn brillaban las lucecillas de las lucirnagas. La ta Emilia estaba siempre as: como esperando algo. Como acechando. Como si estuviera empapada de alguna sustancia misteriosa y

    28

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    desconocida. "Como un gran bizcocho borracho pens, en alguna ocasin que parece vacuo e inocente, y sin embargo est empapado de vino." La ta Emilia hablaba muy poco. Borja deca a veces: "Mam est triste, est preocupada por pap." Ella y su marido eran para m, entonces, como un misterio que no poda comprender. Excepto tocar malamente en el piano, casi siempre las mismas piezas, nunca la vi hacer nada. Ni siquiera lea los peridicos y revistas de que se rodeaba amontonadamente: los ojeaba, distrada, y bien se notaba, si permaneca rato y rato con los ojos sobre una fotografa, que su pensamiento estaba lejos. Tena los ojillos azules, con la crnea rosada, y no cesaba de espiar por las ventanas o de mirar hacia el patio por el hueco de la escalera. En alguna ocasin, yo pens: "No est triste." A veces iba a la ciudad por la maana y volva por la noche. Sola traerme algn regalo, y recuerdo que en uno de estos viajes me compr unos pijamas de seda, muy bonitos, gracias a los cuales pude desterrar los horribles camisones del Colegio. Trataba a la abuela con la misma suavidad que Borja. Se haca raro pensar que amaba al to lvaro. l pareca estar all, en su fotografa, con las condecoraciones, pero sabamos que estaba en el frente, "Matando enemigos y fusilando soldados, si se desmandan." (Borja lo deca: "Mi padre es coronel y puede mandar fusilar a quien le parezca".) Pero era como un muerto, realmente. Tan muerto como el mismo abuelo. Desde haca dos meses apenas sabamos de l: telegramas, vagas noticias, slo.

    Mossn Mayol abri el peridico y seal los titulares. Se acababa de conquistar otra ciudad. Lauro el Chino se ruboriz:

    Ha cado... ha cado... dijo.Empezaron a hablar todos a un tiempo. La abuela sonrea, enseando los dientes

    caninos, cosa poco frecuente, ya que cuando sonrea, de tarde en tarde, sola hacerlo con la boca cerrada. As, con el labio encogido sobre los afilados dientes, tena el mismo aire de Borja, en su segunda vida, muros afuera de la casa. "Acaso tambin la abuela esconda otra vida, lejos de nosotros." Pero no me la imaginaba compadreando canallamente con los del pueblo.

    De afuera lleg algo como un rumor, bajo y caluroso, y se alz la cortina. Sobre la mesita, los peridicos adquirieron vida sbita, volaron sus extraas alas y se debatieron bajo la mano del prroco, que cay plana y pesada sobre ellos.

    Viento dijo la abuela. Se levanta el viento otra vez! Me lo tema.La abuela conoca el cielo, y casi siempre adivinaba sus signos. A la ta Emilia le

    fue la cortina hacia la cara, y las dos lucharon torpemente. La cortina pareca algo vivo, y se enzarzaron en una singular batalla. Borja corri a su lado, y la libr del engorro. Estaba muy plida y sus labios temblaban. Mir al jardn. All abajo corran dos papeles arrugados, persiguindose como animales. La abuela segua hablando, a mi espalda:

    Maana, a las once, Mossn Mayol oficiar un Te Deum. Todos en esta casa acudiremos a Santa Mara a dar gracias a Dios por esta victoria de nuestras tropas...

    La lmpara empez a oscilar, y la abuela dijo:Cerrad ese balcn.Lauro el Chino se acerc al balcn. Su perfil amarillento se alzaba hacia el cielo,

    ms all de los arcos de la logia. Luego, extendi los brazos en cruz hacia los batientes. La ta Emilia fue a sentarse junto al vicario.

    Borja me ofreci una silla y se qued a mi lado, en pie, como un soldadito. Su pelo an estaba hmedo, recin peinado. Quieto, erguido y fino, mirando hacia la abuela con sus enormes ojos verde-plido. El bastoncillo de bamb resbal y cay al suelo. Borja se precipit a recogerlo. La luz brill en el puo y su reflejo recorri la pared, raudo, como un insecto de oro.

    29

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    Antonia abri de par en par las puertas del comedor. La cena estaba ya servida. Nos acompaaban el mdico que era viudo, el prroco, el vicario y Juan Antonio. Juan Antonio era algo mayor que nosotros, pero nadie lo hubiera dicho por su estatura. Muy delgado y de piel verdosa, tena los ojos muy juntos. Sobre su labio negreaba una repugnante pelusa, y sus manos, chatas y gordezuelas, estaban siempre hmedas. Se confesaba tres o cuatro veces por semana, y luego meditaba largo rato con la cabeza entre las manos, cara al altar. (Un da le vi llorar en la iglesia. Borja me dijo: "Cuando le da as es que ha pecado mucho. Ese es un gran pecador". Y aclar luego: "Peca mucho contra el sexto mandamiento, sabes? Es muy deshonesto y seguramente se condenar. Va y se confiesa, pero l sabe muy bien que volver a pecar, porque no tiene ms remedio. El demonio le tiene bien atrapado." "Cmo sabes t todo eso?" le dije. "Hablamos a veces... Pero yo aclar estoy a salvo de todas esas cosas." Se puso a rer con malicia, y yo tambin re, procurando entrecerrar los ojos como l.) Y all estaba Juan Antonio, serio y taciturno, como siempre acechado por su Amigo-Enemigo el Diablo. Era glotn y coma muy mal. Se manchaba el borde de los labios y daba nuseas mirar hacia l, pero no se poda dejar de mirar. Y era el compaero y mejor amigo de Borja. Porque Borja deca que era muy inteligente, ms que Carlos y Salvador, los hijos del administrador.

    A causa del viento, cerraron las ventanas y haca mucho calor. La frente de Mossn Mayol apareca rodeada de gotitas brillantes, como una corona. El prroco era alto y muy hermoso. Tendra unos cincuenta aos, el pelo blanco y grandes ojos pardos. El Chino se ruborizaba cada vez que le diriga la palabra. Mossn Mayol se llevaba la servilleta a los labios con mucha delicadeza, y daba en ellos un golpecito suave. Mossn Mayol posea un gran sentido de la dignidad, y a m me pareca el hombre ms guapo y elegante que vi jams. "Es muy hermoso deca la abuela. Oficia con la dignidad y majestad de un Prncipe. Nada hay comparable a la Liturgia Catlica!" Y al decirlo pareca augurarle un futuro de grandes posibilidades: cuando menos un cardenalato. Mossn Mayol vesta hbitos de tela gruesa, que descendan en pliegues generosos y producan, al andar, un frufr inconfundible. No era hijo de la isla, y caminaba con lentitud y cierto abandono. Todos decan que era un hombre muy culto. Cuando vena a comer lo que suceda con frecuencia se paseaba despus largo rato por la logia, leyendo su breviario, con Borja a su lado, quisiralo o no. A m, casi nunca me diriga la palabra, pero a menudo sent la desaprobadora mirada de sus ojos dorados, fros y relucientes como dos monedas. En las contadas ocasiones en que me dijo algo, lo hizo a travs de la abuela o de Borja. Senta un gran respeto en su presencia, casi temor, y creo que nunca le vi sonrer. La abuela deca que era un gran amante de la msica, y la ta Emilia hablaba con l, a veces, de raras y antiguas partituras y otras cosas as, que nosotros no comprendamos. Casi llegu a compadecer a Mossn Mayol las veces que la madre de Borja se decidi a aporrear el piano en su presencia. Bien se adivinaba entonces una luz de martirio en su mirada. Mossn Mayol tena la voz muy bien timbrada, y su fuerte, segn deca el Chino, era el canto gregoriano: "Orle es asomarse a las puertas de la Gloria."

    Aquella noche par el viento, y cuando me asom al declive, a punto ya de meterme en la cama, suba de la tierra un fuerte olor. Abajo el mar reluca. De pronto una luz lechosa sali de tras las nubes, y vi acercarse hacia nosotros una cortina de lluvia.

    Llovi toda la noche, hasta el amanecer.

    30

  • Ana Mara Matute Primera memoria

    5

    CUANDO despert, an sin abrir los ojos, not que