Material Adviento Primaria

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Material de Adviento Profesores de E. Primaria y E. Infantil

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Material de Adviento

Profesores de E. Primaria y E.

InfantilColegio “Sagrado Corazón de Jesús”

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IntroducciónEl domingo 29 de noviembre comenzamos el Adviento.Comenzamos un nuevo ciclo litúrgico. Y este año, “ciclo C”, leeremos, básicamente el Evangelio según Lucas.Sabemos que los evangelios tratan de comunicarnos “la experiencia” vivida por algunos que han descubierto en Jesús al “Salvador”, al “Mesías”, al “Señor” y buscan invitarnos a vivir esa misma experiencia.El evangelio es la narración de una experiencia. En Lucas: he descubierto que Cristo es el Señor, y quiero deciros que sólo Él libera; os anuncio al Dios de la misericordia, y la ternura.Y ¿dónde y a quiénes escribió Lucas? ¿Qué es lo que busca?Busca reanimar a los que están cansados o faltos de esperanza.Además, en esta comunidad se podían detectar otros problemas que llevaros a Lucas a escribir su evangelio:

La tensión entre los cristianos procedentes del paganismo y los cristianos procedentes del judaísmo, sobre todo tras la destrucción de Jerusalén en el año 70. Los judíos estaban muy ligados a las antiguas tradiciones, a la comunidad de Jerusalén y no veían con buenos ojos la apertura llevada a cabo por Pablo. Lucas insistirá en la bondad de esta dirección.

La tensión entre los ricos y los pobres en las comunidades procedentes del paganismo, sobre todo en Corinto. El mismo conflicto social que afectaba al imperio romano se “había colado” en las comunidades cristianas. En esta cuestión “su recado” será claro: es imposible mantener la mentalidad del imperio, la mentalidad “esclavista”, el predominio de los ricos y ser cristiano. En Lucas las referencias de Jesús a pobreza y riqueza serán llamativas. Afianzar el compartir y la convivencia fraterna.

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La raíz común para “responder a estas cuestiones” está en la experiencia de Jesús con respecto a Dios como Padre lleno de ternura. Si Dios es Padre, en nombre de Dios no se puede discriminar, sería negar a Dios, revelar una falsa imagen de Dios. De ahí que se hable del Evangelio de Lucas como “el evangelio de la ternura de Dios”.

¡ESTAD ATENTOS!

EVANGELIO: Lucas 21, 25-28. 34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:- «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

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Para comprender este pasaje evangélico hemos de situarlo en su contexto. Lucas 21, 5-36 es una instrucción sobre el tiempo previo a la venida del Reino.

Se suele llamar “discurso escatológico”, porque habla sobre los acontecimientos últimos y definitivos, sobre la última venida

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del Señor («eskhaton» = último, definitivo).

Debido a que habla de la venida del Hijo del hombre con poder y gloria, se le designa también como “discurso sobre la parusía” («parusía» significa «presencia» y, en la literatura cristiana, designa la venida o manifestación gloriosa y definitiva de Cristo).

Otras veces, por el lenguaje e imágenes que emplea, se le denomina “discurso apocalíptico” («apocalipsis» = revelación; «apocalíptico»: género literario en el que, a través de visiones que hablan de tribulaciones y cataclismos cósmicos, se nos revela la salvación y se proyecta ansiosamente la mirada hacia el futuro del que se espera llegue la liberación).

En este capítulo, Lucas, de una manera bastante sistemática, relata cómo el mundo antiguo es destruido y cómo el Hijo del hombre llegará, para ser reconocido universalmente como Señor. El evangelista señala varios momentos o etapas: comienza anunciando la destrucción del Templo (vv. 5-9), y la ensancha a la capital, Jerusalén (vv. 20-24); después, con brevedad, anuncia la destrucción del mundo y la parusía (vv. 25-28); y concluye invitando a descubrir y a valorar los signos de los tiempos (vv. 29-33), y a vivir despiertos y vigilantes (vv. 34-36). El pasaje que aquí comentamos corresponde a la última parte del capítulo, versículos 25-36.

Para hablar de la parusía, Lucas utiliza las imágenes estereotipadas de los anuncios proféticos sobre el juicio final tal como lo describen Miqueas, Jeremías y Ezequiel. A pesar del lenguaje apocalíptico y catastrófico, la venida del Hijo del hombre (alusión a Dn 7,13) es un gran acontecimiento de liberación. Por eso, la

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ACTITUD del cristiano ante el fin es la ESPERANZA y no el temor; es la VIGILANCIA y no el embotamiento.

La finalidad de este discurso, en Lucas, no es tanto describir acontecimientos que van a suceder en el futuro, como dar a los creyentes de su comunidad la fuerza y el coraje para que puedan vivir y dar testimonio del seguimiento de Jesús como buena noticia, a pesar de las pruebas y dificultades, en este tiempo, aquí y ahora.

Podemos afirmar que Jesús fue un creador incansable de ESPERANZA. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.

REFLEXIÓN PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

Nadie conoce el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?

Cuando Lucas iba copiando del evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el «Final», no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos los escritos apocalípticos hablaban así. Él pensó enseguida en lo que nos pasa a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de ordinario, nos da seguridad.

Probablemente, todos conocemos en nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir «miedo» e incluso «angustia» porque nos quedamos sin seguridad y «sin aliento». Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según Lucas, algo de esto le

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pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.

«Alzad la cabeza». Es lo primero. No vivir encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. «Se acerca vuestra liberación». Un día sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.

«Tened cuidado de que no se os embote la mente». Es nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados solo por el dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria, frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del verdadero sentido de la vida.

«Estad siempre despiertos». No vivir dormidos. Despertar nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.

«Pidiendo fuerza». Es nuestro problema: no tenemos fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con Dios?

¿SOMOS TESTIGOS?

EVANGELIO: Lucas 3, 1-6

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un

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bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

«Una voz grita en el desierto:Preparad el camino del Señor,

allanad sus senderos;elévense los valles,

desciendan los montes y colinas;que lo torcido se enderece,

lo escabroso se iguale.Y todos verán la salvación de Dios».

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El primer dato que llama la atención es que el evangelista Lucas hace una presentación detallada de este fenómeno, llamado Juan Bautista, lo cual muestra la importancia y la significación especial que tuvo en los inicios, hasta el punto de “marcar” la marcha de la primera Comunidad cristiana. Es un dato interesante para entender todo lo referente al Bautista y cuanto conlleva, y que luego tendrán una repercusión en toda la vida y el proceso de Jesús.

El evangelista Lucas abre el relato de la predicación de Juan situándola tanto en la historia del mundo pagano y como en la del pueblo de Israel. El poder civil está estructurado a modo de pirámide: en la cúpula se encuentra el emperador Tiberio, que ostenta el gobierno universal; debajo Poncio Pilato, gobernador de Judea; más abajo hay una tetrarquía o virreinatos repartidos entre Herodes, Filipo y Lisanio, quienes han debido conformarse con pequeñas parcelas de poder. El poder religioso está representado por dos personajes, emparentados entre ellos, unidos mediante la designación desconcertante «bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás». Lucas quiere poner de relieve que Caifás, el

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sumo sacerdote en activo, no es sino un títere de Anás, aunque éste había sido destituido.

En este momento de la historia, marcado por la coexistencia de todos estos poderosos, el año quince del reinado del emperador Tiberio, Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Junto a la solemnidad y precisión del comienzo, llama poderosamente la atención la imprecisión respecto al lugar. No localiza geográficamente la predicación de Juan, y habla genéricamente de «la comarca del Jordán». Tampoco la referencia al «desierto» es geográfica sino simbólica, porque el desierto en la Biblia representa el lugar de la soledad, de la conversión y del encuentro con Dios. La introducción acaba con la cita de Isaías 40, 3-5 y los evangelistas la aplican a Juan Bautista: él es la voz que grita en el desierto y que anuncia la venida del Señor, del Mesías.

Juan Bautista, pues, fue un profeta que apareció poco antes que Jesús. Hijo de un mudo y de una estéril (así nos narran los evangelios), no siguió el sacerdocio paterno (renunció a los privilegios de la herencia). Parece ser que el joven Jesús, inquieto por el Reino de Dios, se fue al Jordán, donde estaba Juan, probablemente en la zona de Judea, se bautizó y se hizo discípulo suyo. Cuando encarcelaron al Bautista, Jesús volvió a Galilea, sintió ya irresistiblemente la fuerza divina, y empezó su anuncio del Reino de Dios.

La predicación de Juan Bautista tuvo gran éxito y atrajo multitud de personas de todos los estratos sociales. Mucha gente se preguntaba si sería el Mesías. Algunos de sus discípulos se fueron después con Jesús, pero otros continuaron como discípulos de Juan durante bastantes años, y hasta tuvieron dificultades con los de Jesús, tanto en vida de éste como después.

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Lucas nos ofrece una imagen muy elevada del Bautista, pero con ciertos matices muy significativos que le diferencian del mensaje de Jesús:

Es presentado como el último profeta del Antiguo Testamento. Los nuevos tiempos, el Reino de Dios, irrumpen con Jesús, no con él.

Era muy austero, mientras que Jesús es descrito como amigo de comidas y fiestas (Lc 7, 33-34).

Su mensaje es de penitencia y de conversión, y anuncia el «castigo de Dios», mientras que Jesús habla de buena noticia, del amor de Dios, el perdón, la rehabilitación, «el año de gracia» y la liberación.

Con este solemne encuadre, el evangelista quiere transmitirnos, sin duda, un mensaje: la llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni menos aún está al margen de la historia concreta de los hombres. Lucas, que tiene un gran sentido de la historia en toda su obra, sabe descubrir en todos los acontecimientos humanos la mano de Dios, que teje calladamente los hilos de nuestra liberación. Dios y el hombre se encuentran en el aquí del espacio y en el ahora del tiempo. Por este motivo, al iniciar el relato de la actividad pública de Juan y de Jesús, los sitúa a ambos dentro del contexto general de la historia de entonces.

Para terminar esta aproximación al texto, es interesante observar que todos los grandes personajes que nombra el evangelista, a excepción de los sumos sacerdotes, no pertenecen al pueblo judío, sino que son paganos y extranjeros que sirven a Roma. Esto es signo evidente de que el momento es de opresión y cautividad para el pueblo. Pero también es signo de la universalidad de la liberación, ya que ésta no quedará circunscrita a las fronteras de Israel, sino que apunta al mundo entero.

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REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

La figura de Juan el Bautista será el “señalador” que nos presenta la liturgia en este domingo y el siguiente, ofreciéndonos una imagen clara y definida de este profeta que nos ABRE a la Buena Nueva de Jesús. Puede ayudarnos, pues, a vivir este momento tan significativo como un acontecimiento real y vivo y que hoy quiere repetirse para nosotros.

El Bautista, un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía, y que no posee poder, ni dinero, ni autoridad alguna, es aquél sobre el que “vino la Palabra de Dios” (v. 2), palabra que debía de oír todo el pueblo. El “lugar” donde escucha esa Palabra es el “desierto”, indicándonos, una vez más, que el desierto es el lugar del silencio, de la escucha, del encuentro con el Dios de la Alianza (como aparece tantas veces en el Antiguo Testamento). En el desierto las personas se ven obligadas a vivir de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No es posible vivir acumulando cosas y más cosas. Nadie vive de modas y apariencias. Se vive en la verdad básica de la vida.

Su mensaje y su anuncio tiene plena validez, hoy, para nosotros, creyentes que un día nos encontramos con esa Buena Noticia, pero que necesitamos renovar lo mejor que ha ocurrido en nosotros y así poder revitalizar nuestro caminar y nuestro testimonio.

Nuestra tragedia es vivir instalados en una sociedad que para nosotros «va bien», disfrutando de una religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo esencial. Nuestro bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar el mundo hemos de cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y solidaria, más generosa y sensible a los que sufren.

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PREPARAMOS EL CAMINO…

EVANGELIO: Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:- «¿Entonces, qué hacemos?».El contestó:- «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:- «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?».Él les contestó:- «No exijáis más de lo establecido».Unos militares le preguntaron:- «¿Qué hacemos nosotros?».El les contestó:- «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga».El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:- «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y

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reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

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El domingo pasado, se nos presentaba al Bautista, su encuadre histórico y su mensaje central, que era el de... “preparad el camino del Señor...”. Damos un paso más en este acercarnos a su persona y su significado.

En el relato de Lucas sobre el Bautista podemos distinguir tres escenas: la predicación de Juan Bautista y sus consecuencias (vv 7-14), la pregunta del pueblo sobre su identidad (vv. 15-17) y el episodio de su encarcelamiento, consecuencia de su predicación (vv. 18-20). El pasaje de hoy se centra en torno a su predicación y cómo afecta a la vida, y su confesión sobre su persona y misión.

Juan, acostumbrado a la vida ruda del desierto, alejado de los centros poblados y cultos, habla a la gente en un lenguaje directo y simple, sin rodeos. Puesto en pie, sobre alguna roca, con voz poderosa y gesto austero, es el exponente del hombre convencido de su misión, sin miedo, de pocas palabras y hechos claros. Las palabras del Bautista, conservadas en los relatos evangélicos, son un encendido alegato contra las injusticias y el estado de corrupción del país, empezando por el propio Herodes, a quien critica en público. Por otra parte, Juan entiende su misión como una labor de preparación a la llegada del Mesías, el cual inaugurará un mundo nuevo, basado en la igualdad de todas las personas y en la

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soberanía de Dios.

Para preparar este mundo nuevo, además de sus proclamas y discursos, Juan usaba un rito que se hizo muy popular: el BAUTISMO. La gente venía a escucharle, confesaba sus pecados y él la hundía en las aguas del Jordán. Era un símbolo de limpieza: el agua purifica lo sucio. Y también de renacimiento, de empezar de nuevo, dejando atrás el mundo antiguo del fatalismo y de las injusticias: del agua nace la vida.

El mensaje de Juan Bautista es claro y exigente anuncia y proclama la justicia de Dios. La justicia es un tema mayor a lo largo de la Biblia. Que Dios sea justo, como repiten una y otra vez los profetas, quiere decir que es liberador; que toma partido por los pobres y exige que se respete el derecho de los pequeños y oprimidos; que es recto, y que no se deja sobornar por la palabra engañosa o por el culto vacío.

Al anunciar la justicia, Juan Bautista reclamaba la conversión de los que iban a escucharle. El sentido bíblico de esta palabra no es confesarse ni tener remordimientos de conciencia, sino cambiar de modo de pensar y actuar, volverse al Dios justo y, como Él, obrar la justicia. Nada de un simple cambio de palabras, de ideas o de los gestos del culto, sino un cambio total y profundo de vida, que nos lleve a vivir y obrar de cara al Dios justo.

La verdadera conversión se manifiesta ante todo en los frutos. Y los frutos que aquí se piden están todos relacionados con la justicia interhumana y, en consecuencia, con el compartir los bienes. Si nos fijamos en lo que pide

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a cada grupo social, nos daremos cuenta de que todo hace referencia al comportamiento con el prójimo. Y lo pedido es claro, concreto y contundente. Juan no pide dejar profesión u oficio, sino practicar la justicia en nuestro trabajo y profesión. Lo cual es lo mismo que afirmar que no hay profesiones y trabajos dignos o indignos en sí, sino que son tales en función de su contribución a crear un mundo más justo, más fraternal.

REFLEXIÓN PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

En el Bautista, todo está con vistas a preparar la presencia salvadora del Mesías: “Yo bautizo con agua... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. También para nosotros, su invitación es clara y válida, si le queremos escuchar. Aquí nos encontramos, HOY. Necesitamos los creyentes prepararnos a este acontecimiento central de nuestra fe; de ahí que la voz del profeta Juan resuena con fuerza para nosotros. El sigue siendo la “voz que clama” y pide un cambio y conversión; él no se conforma con “sacar ruido”, sino que plantea y exige cambiar las CLAVES de la vida, asumiendo el estilo del mismo Dios.

Esa llamada a la CONVERSIÓN, a vaciar de palabras falsas o vacías y de hechos engañosos nuestra vida, para así poder ABRIRNOS a esa PRESENCIA NUEVA, es la gran invitación de Juan, “la voz que clama en el desierto” de nuestro mundo y de nuestras vidas. Él sigue invitándonos. “¿Qué tenemos que hacer?” (pregunta que le hacían a Juan), es la actitud válida, hoy y en nuestras vidas.

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Nuestras protestas y gritos, discusiones y controversias, que con frecuencia nos dispensan de nuestra actuación personal, quedan reducidas, de pronto, a nada: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene...; no exijáis más de lo que tenéis establecido...; no hagáis violencia a nadie, ni le saquéis dinero...». Quedarse en una búsqueda incesante, o contentarse con preguntar sin escuchar verdaderas respuestas, no es conversión. Las sencillas palabras del Bautista ponen el dedo en la llaga y nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nuestro corazón. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a cada uno. Y reproducen con mucha fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros. Es hora ya de «aventar la parva» (seleccionar o elegir), «reunir el trigo» (ir a lo medular y no andarse por las ramas) y «quemar la paja» (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza).

En estos tiempos tan duros para los pobres y marginados, la demanda de Juan Bautista cobra nueva vigencia. Es el momento de compartir y ser solidario, de no exigir a nadie más de lo establecido, de no hacer extorsión, de no aprovecharse con denuncias, de no buscar prebendas ni propinas, de practicar la justicia... Ésta es la manera de esperar al Mesías. Acoger la buena nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Nuestros gestos y hechos nos acercan o alejan de la llegada del Señor. Ellos la hacen posible o la dificultan. Saber discernir (cerner y elegir nuestra vida) es la tarea del creyente que quiere acoger y extender la buena noticia.

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¡DIOS TE SALVE MARÍA!¡GRACIAS!

EVANGELIO: Lucas 1, 39-45

Unos días después, María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judea; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en el vientre. Llena de Espíritu Santo, dijo Isabel a voz en grito:- «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y ¡dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».María Dijo:- «Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclavay en adelante me felicitarán todas las generaciones...».

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En el relato de la Anunciación, a María se le ofrece, como prueba, el signo de Isabel, que siendo anciana ha concebido (Lc 1, 34-37). María acepta el signo sin dudarlo y se apresura a visitar a su pariente. Ésta es

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la escena que hoy se nos ofrece y propone, y que el evangelista Lucas presenta con su habitual delicadeza y cuidado al presentar a María.

El evangelista unifica desde el principio los destinos del Bautista y de Jesús, señalando -al mismo tiempo- sus grandes diferencias. Al recibir la visita de Jesús, ya concebido, Juan se alegra desde el vientre de su madre, y es el gozo del auténtico Israel que exulta con la venida de su Cristo.

El cuadro que nos presenta el evangelista es éste: el destino de Israel se ha centrado en Isabel y Juan; toda la gracia y la verdad de Jesucristo se expresa ya en María, la creyente (“Dichosa tú que has creído”). El parentesco es el reflejo de la unión de sus caminos: Isabel exalta la grandeza de María, Juan prepara la venida de Jesús; todos realizan la misma obra de Dios y han venido a encontrarse en el comienzo de sus vidas. Pero, dentro del parentesco, existe una diferencia fundamental: Isabel y Juan se encuentran en el lado de acá, en el campo de la espera de los hombres; María, en cambio, pertenece al plano de la fe que Dios hace fecunda; Jesús es la presencia decisiva de Dios entre los hombres; por eso, inauguran la verdad del Reino.

María es dichosa por haber creído (Lc 1, 45); es decir, porque ha dejado que el Espíritu de Dios se adueñe de su vida y la fecunde. Es “bendita entre las mujeres” porque en ella la fecundidad de toda nuestra historia, reflejada en la maternidad de la mujer, queda asumida en la misma “fecundidad de Dios, que hace nacer al Hijo en forma humana”. Todo concluye en la “bendición del fruto de su vientre”; es decir, en el misterio de una fe que se halla abierta hacia Jesús.

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REFLEXIÓN PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

La escena es conmovedora. La ha compuesto Lucas para crear la atmósfera de alegría, gozo profundo y alabanza que ha de acompañar al nacimiento de Jesús. La vida cambia cuando es vivida desde la fe. Acontecimientos como el embarazo o el nacimiento de un hijo cobran un sentido nuevo y profundo.

Todo sucede en una aldea desconocida, en la montaña de Judá. Dos mujeres embarazadas conversan sobre lo que están viviendo en lo íntimo de su corazón. No están presentes los varones. Ni siquiera José, que podía haber acompañado a su esposa. Son estas dos mujeres, llenas de fe y de Espíritu, quienes mejor captan lo que está sucediendo.

María «saluda» a Isabel. Le desea todo lo mejor, ahora que está esperando un hijo. Su saludo llena de paz y de gozo toda la casa. Hasta el niño que lleva Isabel en su vientre «salta de alegría». María es portadora de salvación: es que lleva consigo a Jesús.

Hay muchas maneras de «saludar» y de acercarnos a las personas. María trae paz, alegría y bendición de Dios. Lucas recordará más tarde que era eso precisamente lo que su hijo Jesús pedía a sus seguidores: «en cualquier casa que entréis, decid lo primero: Paz a esta casa».

Desbordada por la alegría, Isabel exclama: «Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Dios está siempre en el origen de la vida. Las madres, portadoras de vida, son mujeres «bendecidas» por el creador: el fruto de sus vientres es bendito.

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María es la «bendecida» por excelencia: con ella nos llega Jesús, la bendición de Dios al mundo.

Isabel termina exclamando: «Dichosa tú, que has creído». María es feliz porque ha creído. Ahí está su grandeza e Isabel sabe valorarla. Estas dos madres nos invitan a vivir y celebrar desde la fe el misterio de la Navidad.

Feliz el pueblo donde hay madres creyentes, portadoras de vida, capaces de irradiar paz y alegría. Feliz la Iglesia donde hay mujeres «bendecidas» por Dios, mujeres felices que creen y transmiten la fe a sus hijos e hijas. Felices los hogares donde unas madres buenas enseñen a vivir con hondura la Navidad.

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