MARLENCITA Remolino

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Las desastrosas aventuras de mi adorable sobrina Marlencita en sus vacaciones en Cancún.

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MARLENCITA REMOLINO

® Derechos Reservados 2014, Zandy Benet

® Ilustraciones: Ramiro Fernández Clark

D I S E Ñ O D E E D I C I Ó N

E S F E R A D E P A P E L www.es feradepape l .b log spot .mx

Primera edición: agosto de 2014

I M P R E S O E N

U R B A N C O P Y

México DF

Todos los derechos reservados. El nombre

«Marlencita Remolino» y el personaje, son

propiedad intelectual de los autores. Prohibi-

da la reproducción total o parcial de esta

obra por cualquier medio, mecánico o elec-

trónico, actual o futuro, sin la autorización

por escrito de la autora.

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Para todas las Marlencitas del mundo que nos hacen recordar

las travesuras de nuestra niñez.

Para todas las tías del mundo, aquellas que nos guían con afecto y mucha paciencia a través

de esa etapa de la vida.

Para ti, Marlencita Remolino, por tus locuras y tus travesuras, mismas que quedaron en

el pasado y que me motivaron para la realización de este libro

como muestra de que

¡tu recuerdo siempre persiste!

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Prólogo Marlencita Remolino es una niña que a través del tiempo ha crecido visitando a su tía Ydnaz. Su padre, el Sr. Siul, la envía de vacaciones a casa de su hermana y la familia de ésta, creándose situaciones por demás graciosas.

Al llegar a la adolescencia se va a trabajar de niñera a Alemania, y ahí reside mientras termina sus estudios ayudando a un joven matrimonio, compuesto por el Sr. Otto y la Sra. Lenka; sus dos pe-queños hijos, Franz y Otti; un gatito llamado Cookie y una pequeña tortuguita. Cualquier parecido con la realidad…

¡Es la pura verdad!

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Marlencita llegó Correo enviado de parte de la tía Ydnaz a su amiga, la Dra. Zackary: Querida amiga:

Estoy muy contenta porque ha llegado a mi casa mi

sobrina Marlencita. Es una jovencita que vive la vida con

demasiada vehemencia, tanto, que está acabando con mi

energía. Nunca imaginé que tuviera tanto vigor; desde

que llegó no ha parado de hablar y moverse a través de

toda la casa. Los primeros días la llevé a la playa para que

se la pasara con sus primos, César, Rafita y Ángel, na-

dando con su equipo de esnorquel. Sin embargo, tuve

varios inconvenientes cuando algunas personas que ahí se

encontraban se quejaron porque pasó encima de ellos con

todo y aletas en su errante camino hacia el mar.

Dirás que es mentira, ¡pero no la conoces! Lo bueno es

que entre todos ya le estamos haciendo un plan de entre-

namiento para cansarla. En la mañana la mandamos a ca-

minar dos kilómetros, disque pa’ que baje de peso. Luego

me acompaña a hacer el mandado —lo malo es que le pisa

los pies a todo el que puede con el carrito del súper—,

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regresamos a la casa a comer y, por la tarde, su primo

César la saca a pasear para que conozca la ciudad. Por lo

general se van a dar una vuelta por alguna zona inte-

resante y luego a ver películas con otros amigos. Lo malo

es que ya no la quiere llevar al cine porque no lo deja ver

nada, habla tanto, que César está pensando seriamente

en darle un vaso extra grande de palomitas o en llevarse

una cinta adhesiva y ponérsela en la boca.

Yo espero que en unos días más se tranquilice o se

desmaye, porque si no, va a acabar con toda la familia.

¡Ah!, y te suplico encarecidamente que no le vayas a

recetar algún vitamínico, no vaya ser que tengas que ve-

nir a revivirme.

La tía

Ydnaz

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¡Otra vez, Marlencitaaaaagh!

Correo enviado de parte de la tía Ydnaz a la Dra. Zackary: ¡Ayyyyy…! Por fin soy feliz nuevamente.

Ya tengo compu, ¡qué felicidad! Pensar que estuve

cerca de perderla para siempre. Qué maravilla, ya está

mi computadora otra vez a mi lado, sana y salva. Parezco

loca, ¿verdad? Pero es que estoy que brinco de alegría al

volver a tener a mi disposición mi adorada computadora.

Lo que sucede es que, otra vez, Marlencita volvió a

hacer de las suyas, ¡Méndiga sobrinita! Borró todos los

contactos de mi compu, le puso un candado —estaba in-

vestigando como se hacía—, y se le olvidó la clave. De

puro churro no salí en el periódico el día de hoy:

MALVADA TÍA ASESINA A SU SOBRINITA MARLENCITA DESPUÉS DE QUE LA PEQUEÑA Y DULCE INFANTA LE PONE CERROJO A SU COMPU

¡Ayyyyy…! pero, ¿qué habré hecho yo para merecer esto?

Si no fuera porque tengo un amigo que es técnico en

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computadoras y corrió a auxiliarme inmediatamente, ¡ya

estaría yo tras las rejas!

¡Ah!, condenada sobrinita, tiene carita de cielo pero

manos de... ¡estómago! Yo creo que Marlencita es un arma

secreta enviada por mis enemigos, y la verdadera, está

sentadita en su casa descansando dulcemente.

Anoche estaba yo tan enojada con lo de la compu que

la fui a encontrar debajo de la cama. Yo creo que pensó:

Ahora si mi tía me va a matar; pero la descubrí rá-

pidamente ¡porque todas las pompis le salían pa’ fuera!

El día de hoy estoy un poco más tranquila, eso porque la

envié de visita a casa de mi querido hermano Ángel.

Pobre, ya sólo le va a quedar el nombre para cuando

Marlencita termine con él, espero no se condene.

Diariamente se le ocurre algo a la criatura, hace dos

días le presté mis shorts; me insistió mucho porque

quería hacer ejercicio, pero la verdad, no sé qué hizo con

ellos porque cuando me los entregó ¡parecían falda de

hawaiana! Todavía no alcanzo a entender qué hizo porque

ningún ser humano rompe los shorts yendo a caminar. Si

hubiera tenido una clase extenuante de gimnasia olímpica

dices: Bueno, tuvo una sesión muy intensa; pero

¿caminando?

Lo bueno es que ya se van a acabar las vacaciones,

ojalá y todavía esté viva para cuando eso suceda (pero

que esté viva yo, ¿eh?).

Ups, ¡nooooo…! ¡Ya regresó la Marlencita! ¡Ya me voy!

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Voy a apagar inmediatamente la compu, no sea que le

vuelvan a dar ganas de sentirse escritora y ahora sí me

la truene.

La tía

Ydnaz

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Marlencita, ¡no cocines! ¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! ¡Otra vez me la volvió a hacer! Ayyyyy, ¿pos, que no aprendo?

Ahora se le ocurrió a mi querida y hacendosa sobrinita que quería hacerles un pastel a sus primos en agradecimiento por pasearla todos los días.

Tía, ¿me llevas a comprar los ingredientes para hacer un pay?, me dijo con su carita de «Yo no rompo un plato». Y claro, ahí va la tía a comprar todo lo necesario a la tienda de abarrotes. El problema fue, como siempre, que la que acabó pagando la materia prima ¡fui yo! La próxima vez que mi hermano me mande a la Marlencita —o sea, dentro de unos diez años—, le voy a decir que me la mande con todo y una bolsa de doblones de oro porque ¡como gasta la condenada!

El caso es que después de traer todo lo necesario para la pre-paración del famoso pay, llegamos a casa y decidí subir a mi recá-mara a contestar mis queridos emails. La verdad no quería bajar a la cocina porque estaba tan distraída con mis mensajitos que me esperé un buen rato pero, cuando empezó a oler a quemado, ¡baje corriendo!

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¡Oooooh, my God!, como dicen los gringos. Cuando llegué a la cocina,

casi me desmayo. A mi santa y hermosa sobrinita la encontré batida de harina de pies a cabeza. No la reconocí de momento, pensé que era una aparición venida de ultratumba para llevarme con ella al más allá. Y no solo eso, también acabó batiendo de harina mi comedor, mis sillas, mi mesa y hasta la bella lámpara que cuelga encima. Aún no me explico cómo es que llenó hasta las bombillas, yo creo que en su otra vida fue acróbata y algo le trajo estos recuerdos justo al hacer el pastel.

Cuando vi todo aquel desastre, ¡casi la mato! Lo que pasa es que no la alcancé porque corre más rápido que yo. Por supuesto castigué a mi «dulce y empolvada» Marlencita. La puse a limpiar la mesa y

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todos mis muebles —la lámpara no, ¡capaz que la tira!—. Era tanta la harina esparcida, que acabó de limpiar todo bastante tarde, aunque debo reconocer que el pay le quedó delicioso.

Pa’ la próxima la pongo a hacer otro pastel pero más grande, porque no alcanzó ni para una sentada. ¡Ah! Pero eso sí, bajo la supervisión, con todo y garrote, de su tía Ydnaz.

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Marlencita y el fútbol Ayer en la noche noté que Marlencita estaba muy entretenida viendo el fútbol; la verdad me dio curiosidad al ver lo atenta que perma-necía. Yo sé que ella no sabe absolutamente nada de ese deporte y nunca le ha interesado, lo cual hizo aumentar mi sorpresa. Como yo tampoco sé nada sobre este juego, me acerqué a preguntarle si ya había aprendido algo.

—Hola Marlencita, ¿ya te gusta el fútbol?

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—No, tía, no entiendo nada. —Pero entonces, ¿por qué estás tan atenta? —pregunté asom-

brada. —Estoy viendo a los jugadores. —¡Claro, eso es obvio! —le contesté. —No tía, no entiendes. Estoy viendo los cuerpos de los jugadores. —Mmm… a ver, ¿cómo es eso? —dije con curiosidad. —Admiro los cuerpos de los jugadores. ¡Qué piernas, qué pompis,

qué torsos! ¡Ah! Son un deleite a la pupila de cualquier mujer. Qué músculos tan bien trabajados se despliegan en cada pase que dan en el campo de juego. El sudor recorre sus cuerpos extasiados ante la euforia del público que grita sin cesar —decía la Marlencita entusiasmada mientras yo dilataba las pupilas.

»¡Ah! pero tienes que observarlos bien, sobre todo en las repeticiones.

—¿Y eso por qué? —pregunté azorada. —Porque en las repeticiones puedes verlos despacito, sin

tiempo, lentamente... Ahí podrás notar sus cuerpos musculosos derrapándose en el pasto tratando de golpear o atrapar la pelota. Y, por favor, ¡no puedes perderte el inicio del juego!

—¿El inicio? ¿Qué tiene eso de particular? —dije una vez más con los ojos abiertos de par en par.

—¡Qué pregunta, tía! Es cuando conoces a todos los jugadores, ya que se colocan de frente y en fila. Así que durante todo el Himno Nacional puedes admirarlos antes de que entren al juego. Son

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bellísimos, qué caras, qué hombros, qué brazos, qué muslos, qué pantorrillas, qué....

—Oye, oye, oye... ya párale, ¿no? Creo que ya entendí... —dije pensando en lo que opinaría mi «santo» hermano si la oyera expresarse ahora que ya está en la pubertad.

Me retiré para dejarla disfrutar de «su» partido mientras yo pensaba: No está mal, creo que el fútbol ya me está gustando. Mañana en la mañana hay otro partido y creo que lo veré sin falta.

No sé si entienda ese deporte algún día y la verdad ni falta que hace, solo sé que lo voy a disfrutar a la manera de mi inteligente sobrinita…

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Adiós, Marlencita Remolino Justo como empezaron las vacaciones, así también terminan, ¿verdad? Cómo se pasa el tiempo. Ahora estamos preparándonos para irnos unos días de vacaciones, mientras que Marlencita tendrá que volver a casa con su padre. Pero antes de irse y tal vez para que no nos sea fácil olvidarla, nos dejó algunas travesuras más. ¿Qué raro, verdad? Ayer por la noche salieron todos los chicos a dar una vuelta por los «antros». Por supuesto, ya sabrán quién fue la primera en estar en la puerta de salida. Pa’ eso sí se pinta sola, ¿no?, pero cuando la llamo para ayudarme a poner la mesa, lo único que se escucha son ¡los grillos!

El caso es que ayer por la noche todos se fueron felices a pasear, y el día de hoy en la mañana vi que los primos estaban bastante enojados con la Marlencita.

—Pos, ¿qué pasó? ¿No estaban tan contentos anoche? —pregunté. —Pues sí, íbamos felices, pero la Marlencita nos sacó del restau-

rante a media noche porque le dolía la panza.

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— ¿Y eso por qué? ―pregunté nuevamente. —Cómo no le iba a doler el estómago, si se la pasó comiendo todo lo

que encontró a su paso. Parecía aspiradora la condenada primita, tanto que desde ayer le llamamos la «Koblencita» —contestó uno de los chicos.

Los primos me platicaron que la tuvieron que llevar al doctor a esa hora porque se les enfermó. Y no sólo tuvieron que cubrir los gastos del doctor sino también la cuentona por los embutidos —o sea, lo que se «embutió» la Marlencita.

—Pero Marlencita ―le dije―, luego me estás diciendo: Tía, ¿pero por qué no bajo de peso? Pos mijita, ¿cómo quieres bajar de peso si comes como troglodita? ¡Así no se puede!

Lo bueno es que el día de hoy ya está mucho mejor. Por supuesto el doctor nos hizo varias recomendaciones a llevar a cabo para el pronto alivio de la Marlencita:

1. Que se tome la medicina. 2. Que descanse —cómo no, se ve que el doctor no ha pasado ni

5 minutos con ella. ¡Ah!, y… 3. ¡Un corcho!

—¿Cómo que un corcho, doctor? ―pregunté. —Sí, señora, ¡pero en la boca!

Ay, Marlencita, espero que ahora si hayas aprendido la lec-ción. Hoy es nuestro último día en la casa antes de salir de vacaciones, así

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que ya hicimos las maletas. En un ratito más tenemos que salir rumbo al aeropuerto dejando atrás muchos recuerdos.

Yo sé que la casa se va a sentir sola y triste. Las risas y todo lo chusco que nos ha pasado en esta visita de mi sobrinita quedó atrás, aunque los recuerdos perdurarán por siempre, ¿verdad, Marlencita?

La verdad, yo creo que sí te vamos a extrañar, me dije a mi misma tratando de convencerme.

¡Pock!, ¡pack!, ¡pick!, ¡puck! —¿Otra vez, Marlencitaaaaa? ¿Pos qué crees que estás hacien-do?

¿Qué no ves que tu maleta está enorme? ¡Pesa como la fregada! ¿Cómo se te ocurre bajarla de golpe en golpe por toda mi hermosa escalera de madera?

»¡Auch! ¡Ay! ¡Ya me la rayaste! (pero la escalera, ¿eh?). Ni modo, creo que la Marlencita no aprendió.

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Fin de semana con Marlencita Correo enviado de parte de la tía Ydnaz a la Dra. Zackary: UN VIERNES CUALQUIERA

Acabamos de llegar al Hotel Tankah, en la Rivera Maya,

cerca de Cancún, un lugar asombroso rodeado de vegeta-

ción y cascadas, además de estar a la orilla del mar y ser

un lugar exclusivo. El sitio es maravilloso ya que está

alejado de la civilización, por lo que no muchas personas

lo conocen.

Todas las habitaciones dan a la orilla del mar, así que

todas tienen vistas fascinantes durante el día, y por la

noche, puedes observar el cielo plagado de estrellas y

una luna espectacular. El hotel es totalmente rústico, con

techos de palma y acabados de madera. Es realmente una

delicia compartir el lugar con las iguanas tomando el sol

y con los animales y la vegetación propios de la región; es

un lugar de ensueño.

Todo era paz y tranquilidad hasta ese momento, cuan-

do a lo lejos vi venir una figurita bastante conocida. Ups,

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¡ahí viene la Marlencita! me dije. Así que, aquí empiezan

sus andanzas, digo, pa’ no perder la costumbre.

En esta ocasión la acompañó mi hermano Siul, ya que

las veces anteriores me la había mandado solita. Toda la

familia estaba disfrutando de unas plácidas vacaciones,

además de reunirnos para celebrar la boda de uno de

nuestros familiares. ¡Ah!, pobre hermano mío ―iluso diría

yo―. A la hora de la cena me estaba comentando lo mu-

cho que había cambiado la Marlencita.

―No sabes, hermanita ―me decía―. Marlencita se

está convirtiendo en una jovencita mucho más consciente

y seriecita. Próximamente se va a ir de niñera a Alema-

nia, por lo cual se está portando cada día mejor.

―Sí, ¡cómo no! ―pensaba yo cuando tuve que pararme

a quitarle los cucharones de la comida porque la «con-

sciente y seriecita» Marlencita, ya había mezclado los

espaguetis con los frijoles que estaban en la barra del

bufet.

Mi pobre hermano no se enteró de lo que hacía su

«pacífica» hijita, mientras seguía con los ojos entorna-

dos viendo hacia el horizonte.

Hasta eso no le quedó tan mal el platillo, pensé. Sólo

sabía un poco raro. Lo que sí ya no me gustó, fue cuando

mezcló el pastel de chocolate con el queso cottage. ¡Eso

si sabía horrible! Lo bueno es que solamente habían

extranjeros cenando en ese momento, así que segura-

mente pensaron que era un postre típico de la región.

Qué felicidad el que no haya salido el chef como a veces

lo hace, por lo que no se dio cuenta del desastre

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provocado por la Marlencita en los platillos que con es-

mero había cocinado. Lo bueno de todo esto es que ya

era bastante tarde por lo que a Marlencita no le dio

tiempo de seguir haciendo travesuras, ya que se la llevó

a dormir su padre.

SÁBADO

Lo primero que hicimos fue ir a desayunar pero, para no

perder la costumbre, no encontrábamos a la Marlencita.

Después de un buen rato de buscarla por cielo, mar y

tierra, llegó solita hasta el comedor en donde toda la

familia se encontraba reunida. Cuando la vio mi hermano,

casi se cae del susto. Resulta que se fue a nadar y a

asolearse pero como después no se bañó, traía colgando

todo el sargazo de mar, ¡Parecía tronco con todo y ramas!

Hizo bien mi santo hermano en llevársela rápidamente,

poco faltó para que la confundieran con un macetón o la

hubieran puesto de ensalada.

¿Sabes? Me doy cuenta que la Marlencita ya está

adelgazando y empieza a tornarse en una bella mujercita.

Los chicos ―cuando no está llena de arena y ramas, o

detrás del visor y las aletas espantosas que compró―, ya

voltean a verla. Muy pronto dejará de ser mi niña

adorada para convertirse en una hermosa jovencita.

¡Ah! Pobre hermano mío, yo creo que le voy a empezar

a buscar algún buen medicamento para el hígado. Como

es bastante celoso va a tener que empezar a fortalecer

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su higadito para no desfallecer en los años que le faltan

a Marlencita pa’ casarse.

El caso es que el día prosiguió normalmente mientras

no se le ocurrió jugar con un papalote. Todo iba muy bien

hasta que se acercó demasiado a una palapa llena de

turistas y los enredó a todos al tronco con el hilo.

Tuvieron que ir los meseros a desenredarlos mientras la

Marlencita se fue a esconder para que no la lincharan

entre todos ―sigo meditando en que habré hecho yo en

mi otra vida y que ahora estoy pagando—.

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Por la noche fue la fiesta de la boda, todos nos

vestimos de gala para asistir y compartir juntos un buen

rato. Marlencita fue bajo la supervisión de su padre pero

llegó un momento en que al pobre se le perdió de vista.

La fiesta seguía en su apogeo y los chavos disfrutaban

tomando «caballitos» de tequila. Y, ¿adivinen quién era

la organizadora y estaba a punto de tomarse el siguiente

caballito?

¡Condenada Marlencita! Ya no le pude quitar la copita

de tequila, se la dejó ir más rápido que Billy the Kid. Lo

bueno de todo esto, es que mi hermano estaba también

«feliz»; tanto, que cuando se cansaron de tanto bullicio,

los dos se fueron zigzagueando a sus habitaciones…

DOMINGO

Hoy es nuestro último día en el Hotel Tankah. Marlencita

se hizo de bastantes amigos y amigas en este fin de

semana. Qué bueno, ¿verdad? A ver si así se está un rato

quietecita.

En la mañana, durante el desayuno, llegó preguntándome

si no había visto sus zapatos. ¡Pos, claro! Seguramente ya

los perdió, con eso de que ayer ya no encontraba ni la

habitación, imagínate si va a encontrar sus zapatos, a ver

si no se tiene que ir en sandalias hasta su casa.

El resto de la mañana transcurrió normalmente hasta

que oímos el grito de uno de sus amiguitos. ¡Ay, Marlen-

cita! ¿Pos no ya lo había enterrado en la arena? Lo

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tuvimos que sacar con todo y un cangrejo en la boca. Si

no grita a tiempo, lo entierra como a Tutankamón. Como

comprenderás el «amigo» ya no quiso volver a jugar con

ella, capaz que luego iba a querer jugar a lanzar los

cuchillos como en el circo o hacer trucos de magia como

Houdini. Así que, antes de que se le ocurriera amarrarlo

y meterlo en un barril con agua, mejor hizo lo que David

Copperfield: ¡desapareció!

―ella no, el chavo―.

¡Ah! Marlencita, espero que crezca pronto para ver si

ya se está un poco más quietecita, aunque la verdad, lo

dudo.

Ahora es hora de la comida y después tendremos que

regresar nuevamente a casa, mientras ella y mi hermano

tomarán un avión para regresar a su lugar de origen. La

verdad los voy a extrañar mucho, sobre todo a mi querida

Marlencita. Sé que es hiperactiva y se le ocurren más

diabluras que al mismo diablo pero no me importa. Mi

cariño la seguirá a donde quiera que vaya.

Yo creo que esta es la última ocasión en que la voy a

ver por un tiempo ya que a fines de enero se va a ir a

Europa, directamente a Alemania ―pobres alemanes―.

Me da mucho gusto por ella porque va a aprender tanto

el idioma como las costumbres de ese hermoso país. De

hecho su abuelita ―por parte de madre―, es alemana,

así que no es extraño que haya escogido ese lugar para

proseguir con sus estudios. Sólo les ruego a todos los

santos que no la vayan a deportar.

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Y así, como siempre, todo tiene un principio y un fin. Y

este fin de semana ya se nos escurrió de las manos. Hay

momentos en la vida en que quisiéramos detener el

tiempo y hacer que transcurriera lentamente para poder

saborear cada segundo al lado de las personas que

amamos pero, la vida sigue su curso y no hay nada que

hacer más que disfrutar esos breves momentos que

llamamos felicidad.

Con todo el dolor de mi corazón nos despedimos. Por

mi parte le deseo a mi querida sobrinita que le vaya muy

bien en Alemania, que aprenda el idioma y las costumbres

pero que jamás olvide su cultura mexicana. Que sea un

ejemplo y que se sienta orgullosa de llevar nuestras

costumbres a otros países.

Hasta pronto, Marlencita.

La tía

Ydnaz

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Marlencita y el oso de peluche Estaba escribiendo en mi querida compu cuando escuché una llamada en mi Skype.

—¡Mi querida Marlencita! —pensé. Voy rauda a contestarle. — Hola Marlencita. ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido? ¿Cómo está todo

en Alemania? ¿Estás feliz trabajando de niñera? —le pregunté queriendo saber todo de golpe

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—Pues no estoy muy bien, tía —contestó fríamente. —¿Por qué dices eso, Marlencita? ¿Acaso estás enferma? ¿Tienes

algún problema en particular? —le pregunté tratando de alentarla. —No tía, sólo que la señora se enoja de todo. —¿Por qué crees eso? —Porque ayer se enojó mucho conmigo ya que no encontraba el

pequeño oso de peluche de la niña que cuido. —¿No te acordabas dónde estaba? —Lo que pasa es que el osito estaba dentro de una calceta. —¿Dentro de una calceta? —Sí, pero no lo había visto porque no había limpiado debajo de la

cama. —¿Y por qué no limpias debajo de la cama? Tú sabes que tienes

que tener todo en orden. —Es que no había tenido tiempo de limpiar. Además estaba como

loca tratando de encontrar el otro par de la calceta. Pero no te preocupes, tía. Cuando arreglé el closet encontré el par faltante, estaba oculto debajo de una chamarra.

—Mmm, ¿así que habías perdido primero una calceta y luego la otra? Bueno, Marlencita, te entiendo. Tienes que cuidar a tres niños, estudiar, y además ayudar en la limpieza de la casa. Es mucho el trabajo que tienes y por supuesto no puedes revisar debajo de todas las camas de la casa en busca de un par de calcetas. —No tía, el osito de la niña estaba dentro de una calceta debajo de mi cama.

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—¿Quéee? ¿Quieres decir que todo ese desorden debajo de la cama y en el closet estaba sólo en tu recámara? Pero si tu recámara mide dos metros, ¡agh! Mira, condenada sobrinita, me haces el favor de arreglar perfectamente tu cuarto, con razón no encontrabas el méndigo osito. Se me hace que ya no encuentras ahí ni tu nombre… (bla, bla, bla, regaños y consejos).

—Sí, tía, te lo prometo. Dios mío, siempre me pregunto lo mismo: ¿Qué habré hecho yo para merecer esto?

Moraleja: No le vuelvo a contestar a la Marlencita o me da otro «gancho al hígado».

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Marlencita y el novio ¡Ah!, mi querida sobrinita. Por fin pude hablar con ella este fin de semana, la verdad ya la extrañaba.

—Hola, Marlencita, ¿cómo estás? —le pregunté con mucha alegría. —Bien tía, pero estoy bastante estresada revisando mis papeles

para meterme a la universidad a estudiar, ya ves que aquí todo lo tengo que hacer solita, snif, snif, snif. Vine a casa de mi novio porque me dieron unos días libres y estoy aprovechándolos para investigar los requisitos para sacar mi visa.

—Cómo, ¿ya tienes novio? —Sí, mi novio es un francés muy serio, muy formal; tanto, que frecuentemente siento que él es mi papá. Y te preguntarás por qué pienso así, bueno es que escucha la misma música, me da consejos, me regaña y todo igual que mi papi. Te juro que si no fuera mi novio pensaría que es el doble de mi papá.

—¡Ah! Y entonces, ¿por qué estás con él? —Bueno, no lo hago porque esté enamorada de él sino porque ha

sido una gran persona para mí y una verdadera ayuda. Él me da

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consejos para que yo pueda estudiar y me empuja a ser una mejor persona.

—Mmm… ¿y cómo es tu novio físicamente? —La verdad no es nada guapo pero tampoco está feo. Tiene el pelo

negro; ni largo, ni corto. Los ojos azules pero no muy azules, ni muy grises. Tiene granitos pero no demasiados. No está alto pero tampoco chaparro. No es flaco pero tampoco está gordo.

—Ay, hija de tu madre, ¿ya vamos a comenzar? Marlencita, es que ¡no me dices nada! Cómo es eso de que «no es guapo pero tampoco está feo»; «tiene el pelo negro; ni largo ni corto». ¡Agh!, ¡ya párale! Mejor envíame una foto para que pueda conocerlo, ¿sale?

—Sí, tía, ahí te va. —Aggggggggggggggggggggh! ¿Esa «cosa» es tu novio? ¡Mejor quítame la foto! —Dios mío, apiádate de ella—.

»Mira, Marlencita, mejor platícame de los niños con los que trabajas. ¿Cómo te ha ido de niñera y que tal se portan contigo los chicos?

—Los niños están bien, los quiero mucho porque no son groseros, ni dan lata. Hace poco fui a Venecia y les compré una máscara de papel maché para que la pintaran, les encantó. Lo malo es que empezaron a pintar la máscara y terminaron en las paredes. Lo bueno es que tuve tiempo de limpiar las paredes junto con el resto del cuarto.

Ups, ya tengo miedo a preguntar. —¿Cómo está eso de que tuviste tiempo de limpiar todo el cuarto?

—Es que aparte de las paredes, se les cayó a los niños un poco de

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pintura en la colcha. Pero no pasó nada, porque cuando lavé la colcha también limpie la alfombra.

—¿La alfombra? ¡Ayyy!, mira, Marlencita, ¿ya vas a empezar a enredarme? —no sé pa’ que pregunté.

—¿Por qué dices eso, tía? No te preocupes, todo está bien. Ya terminé de limpiar todo. Las paredes, la colcha, la alfombra, al gato y a la tortuguita.

—¿Quéeeee? Mira, Marlencita, en esta ocasión no te preguntaré

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qué quieres decir con el gato y la tortuguita o me tendré que ir derechito ¡a ahogarme a mi bañera! Sólo contéstame una cosa, ¿estás bien?

—Sí, tía. —Entonces, ¡me voy! —Pero, ¿por qué te vas tan pronto? —Porque de otra forma voy a terminar en un manicomio.

Santo niño de Atocha, ¡quítale a ese novio y cuida al gato y a la tortuguita! ¿Va?

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Marlencita y la navidad

¡Hola, tía —se escuchó una vocecita al otro lado del computador.

—¿Marlencita? Querida sobrinita ¿Cómo estás? ¿Cómo van a ce-

lebrar la Navidad en casa de la Sra. Lenka y el Sr. Otto? Y los niños,

¿cómo están? —pregunté emocionada al escuchar a mi querida

sobrinita.

—La señora Lenka no se encuentra en estos momentos, tía, fue a

llevar la cartita a Papá Noel, y mientras tanto, nos dejó la tarea de

adornar el arbolito de Navidad. Así que los niños y yo estamos

tratando de arreglarlo lo antes posible para que esté listo a su re-

greso a casa. También hice un pastel de chocolate y ya dispuse la

mesa con una bella vajilla. Me gustaría terminar de arreglar todo

para que este perfecto cuando regresen los señores. ¡Estamos felices!

—Qué bueno, Marlencita. Veo con gran placer que has cambiado

mucho y ahora eres toda una mujercita. (Mientras, me quedo pen-

sando que apenas creo lo que estoy escuchando, ¡esto es un verdadero

milagro!)

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—Sí, tía. Quiero mucho a los niños y estoy muy contenta, aunque,

como niños que son, a veces hacen muchas travesuras. (Sí, cómo no,

mira quién habla. Yo creo que a estas alturas ya no se acuerda de

donde salieron mis canas.)

—Otti, ¡deja los foquitos por favor! —gritó Marlencita al otro lado

del auricular.

»Los niños están sacando los adornos navideños de las cajas para

empezar a colocarlos en el arbolito —continuó su plática—. Vamos a

poner un arbolito lleno de foquitos de colores y miles de estrellas

resplandecientes. Ya tengo arreglada la serie de luces y he empezado

a enredarla a nuestro enorme árbol. Lo pusimos entre la sala y el

comedor para que podamos verlo desde los dos diferentes lugares. Los

adornos son hermosos: Soldaditos de plomo, panes de jengibre, gotitas

de cristales transparentes que emiten destellos de mil colores con la

luz, pequeñas hadas de ensueño, unas cintas maravillosas que… ¡Otti!

¡Ottiiiii…! ¡Mira lo que has hecho! Suelta a tu hermano Fritz,

sueltalooo. ¿Por qué lo amarraste al tronco del árbol? ¿Qué crees que

estás haciendo? ¡Deja de jugar a los indios y vaqueros! ¡Suelta el

rifle! ¿De dónde lo sacaste? ¡No avientes la pelota! Ay, condenado

Otti, no corras alrededor de árbol, te vas a enredar tú también. No,

no, nooooo… ¡Auxilio!, mira lo que has hecho. ¡Ya tiraste el arbolito

encima de mi pastel! Fritz, ¿estás bien? Déjame desenredarte. Cookie,

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Cookie, Cookieee, deja de maullar, ¡me estas volviendo loca! Oh, no,

Cookie, deja de comerte mi pastel. Otti, Fritz, Cookie, niñooos…

¡Agggh!

Plonk, plink, plam, plum, paw… (silencio ensordecedor).

Bueno, creo que Marlencita va a estar muy ocupada el resto de la

tarde. Por cierto, me acabo de dar cuenta que en esta vida todo se

paga…

¡FELIZ NAVIDAD!

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ÍNDICE

Prólogo 5

Marlencita Llegó 7

¡Otra Vez, Marlencitaaaaagh! 1 1

Marlencita, ¡no cocines! 15

Marlencita y el fútbol 19

Adiós, Marlencita Remolino 2 3

Fin de semana con Marlencita 2 7

Marlencita y el oso de peluche 35

Marlencita y el novio 39

Marlencita y la navidad 43

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