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    N

    GABRIEL /MARCELG a b r ie l M a r c e l es uno de los

    grandes filsofos de nuestra poca. Sunombre dice mucho, incluso al profa-no. El alcance universal de su obra esun hecho incuestionable. Sin embargo,

    tiene ciertas caractersticas, a las quetal vez se deba atribuir esa veneracinntima. Su manera de tratar en estasmismas pginas el problema del es-cndalo no exclusivamente en sen-tido moral y tico es sumamenteilustrativa al respecto. Marcel es unfilsofo de la intimidad, pero de la

    intimidad que desborda en su abun-dancia, y colma el ambiente, sin des-virtuarse. Aqu est el secreto' de su

    pensamiento1y de su capacidad de cap-tacin. Si escribe dramas, pinta hom-

    bres por dentro, si filosofa, siempreencuentra el matiz conceptual que lepermite acercarse mentalmente a unapieza escogida de Beethoven o auna poesa fragante, fresca y lozana, deClaudel. Siempre con la clarividenciaque le caracteriza, y con su fidelidadinquebrantable a la realidad que tienedelante. Es eminentemente autntico.Por eso odia el escndalo, pero en

    modo alguno el testimonio, y en sucaf el testimonio cristiano. Composi

    Sobrecubierta de W i l l F a b f . r

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    tor en conceptos, dramaturgo y pen-sador: he ah sus credenciales.

    Los temas de estos dos ensayos, alos que precede un prlogo autobio-grfico, no podran ser ms actuales

    e inmediatos. Aqu se filosofa desdeuna situacin la nuestra , ante unarealidad que palpamos, y a ella se acer-ca sin presupuestos dogmticos, conpensamiento abierto. Y lo curioso esque de esta forma supera la divaga-cin, la prdida y la inconsistencia.

    El anlisis que Marcel hace de nues-

    tra poca no siempre conduce a resul-tados optimistas, vistos a corta distan-cia. Pero no olvidemos que es el fil-sofo de la esperanza cristiana. Delanlisis de lo emprico eleva la vista alas cimas de la verdad. Y sta no sloensea, sino que, adems, libera.

    Estas dos conferencias publicadas

    en forma de ensayo sern el mejor ali-mento para el espritu abierto, inqui-sitivo y amante de la verdad y de la

    belleza. Y al tiempo contienen unaexcelente orientacin de nuestra exis-tencia en nuestro mundo, en nuestrapoca, desde las fecundas perspectivas

    'tantas veces insospechadas que

    ofrece el cristianismo.

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    Versin castellana de la obra deG a b r i e l M a r c e l , Der Philosop h und der Frie de,Verlag Josef Knecht, Francfort del Meno 1964

    Verlag Jo sef Knecht, Frankfurt am Main 1964

    Editorial Herd er S. A. - Provenza, 388- Barcel ona (Espa ha) 1967

    Es p r o p i e d a d D e p s i t o l e g a l : B. 11.2801967 P r i n t e d i n S p a i n

    G r a f e s a Npoles, 249 Barcelona

    PRLOGO

    EL FILSOFO Y LA PAZ

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    LA VIOLACIN DE LA INTIMIDADY LA DESTRUCCIN DE LOS VALORES

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    \

    PRLOGO

    Nac en Pars, el 7 de diciembre de 1889.

    Mi padre, uno sin duda de los hombres mejor

    formados de su tiempo, haba sido sucesiva-mente: diplomtico, consejero de Estado, di-

    rector de una Academia de bellas artes, admi-

    nistrador de la Biblioteca Nacional, y an otras

    varias cosas. Primero estudi en un instituto yluego en la Sorbona. Y cuando, ya all, tuve

    idea por primera vez de lo que poda ser la

    filosofa, comprend que ella era quien me lla-

    maba. Pero tambin he de confesar que, por

    aquellas fechas, me atraan casi tanto como

    ella el teatro y la msica. Nunca ponderar

    lo suficiente la huella honda y clara que han

    dejado en m los grandes msicos, muy por

    encima de cualquier poeta. Es cierto que jams

    he estudiado msica en

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    tricto. Sin embargo, posea una sensibilidad

    natural para la armona y tambin una indu-

    dable facultad para la improvisacin musical.

    Creo que, en el fondo, una y otra han hechosentir su presencia en mis incursiones por el

    campo de la filosofa y del teatro.

    En el mbito filosfico estaba yo profunda-

    mente influido por los pensadores germanos.

    Sobre todo me impresionaban profundamentelos herederos espirituales de Kant. Y as, cuan-do lleg el momento de escribir mi tesis para el

    diploma en la enseanza superior, dediquel trabajo a estudiar el influjo de Schelling

    en el mundo conceptual de Samuel Taylor Co-

    leridge. Haba tenido la suerte de oir todava

    las lecciones de Henri Bergson en el Colegiode Francia; a lo largo de toda mi vida he

    reservado para l mi mxima admiracin yrespeto, lo cual no quiere decir que fuese

    discpulo suyo en terreno alguno.

    Como es natural, la primera guerra mundial

    influy notablemente en mi evolucin interna,

    aunque, debido a mi dbil constitucin, no

    fui llamado a filas. Me incorpor al servicio

    de la Cruz Roja, y esta actividad me fue lle-

    vando a considerar la guerra, no tanto desde

    8

    una perspectiva poltica, sino ms bien des-de una perspectiva existencial, en sus efectos

    sobre la imagen moral de nosotros mismos,

    como seres vivientes. Es casi seguro que aquest el origen remoto de todo lo que mucho

    ms tarde, una vez pasada ya la segunda gue-

    rra mundial, me impuls a escribir.No es este el lugar adecuado para informar

    cumplidamente sobre mi actividad docente,

    en provincias antes de la guerra y durante ella;

    en Pars entre 1915 y 1918. Pero quiero sea-

    lar que mis lecciones en Sens, donde di clasessobre los conceptos fundamentales de la filo-

    sofa a lo largo de tres aos, es decir, desde

    1919 hasta 1922, me dejaban mucho tiempo

    libre para la produccin de dramas. Muchas

    de mis piezas teatrales ms importantes pro-

    ceden de aquella poca: Un homme de Dieu;

    La Chapelle Ardente; Le Coeur des cutres.Al mismo tiempo me decid a comenzar la

    redaccin del Journal Mtaphysique que al

    principio no escriba con vistas a la publica-

    cin, sino tan solo con la finalidad de que

    me sirviera de preparacin para una gran obra

    (por lo dems no terminada) de carcter sis-

    temtico.

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    Al regresar definitivamente a Pars, en 1922,

    me dediqu a escribir en revistas y cultiv lacrtica. Unos aos ms tarde, me hice cargo

    de la redaccin de la Collection trangre,a peticin de mi amigo Charles du Bos. De

    entre los escritores franceses ha sido Marcel

    Proust el que ha dejado en m huella ms

    profunda. Esta influencia literaria es de seguro

    la nica que, de algn modo, se puede equi-parar a la que haban ejercido en m los gran-

    des msicos. El influjo de Pguy, si bien amor-

    tiguado, no ha sido menos hondo; el de AndrGide fue desde luego bastante escaso, y he de

    confesar que la gran admiracin sentida por

    Paul Valry a lo largo de toda mi vida, ha

    quedado sin consecuencias en mi pensamientoy en mi obra.

    El frecuente contacto con escritores extran-

    jeros, principalmente anglosajones, pero sin

    olvidar los de procedencia germana (por ejem-

    plo, Jakob Wassermann) contribuy esencial-

    mente a conformar mi vida en aquella poca.

    En el terreno de la filosofa, fue mi conoci-miento de Jaspers y su sistema, ya casi en el

    momento de su publicacin, el que ms sig-

    nific para m. El influjo que haya podido

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    ejercer Kierkegaard sobre m, me parece dif-

    cil de precisar, y otro tanto puedo decir de

    Heidegger, y de Berdyaev. Me costara bas-

    tante ir precisando punto por punto lo quepuedo deber a cada uno de ellos; sin embargo,

    una cosa me resulta indudable: que estoy en

    deuda con ellos. Ahora bien, segn me voy

    acercando al actual estadio de mi vida, me varesultando ms difcil distinguir entre lo que

    naci en m y lo que hicieron nacer en m.

    Por lo que se refiere a mi conversin, en el

    ao 1929, resulta igualmente difcil decir algo

    concreto. Es incuestionable que en ello tuvo

    mucha parte el influjo de mi amigo Charles

    du Bos; este influjo es mucho ms conside-rable que el de Mauriac. Sin embargo, fue una

    carta de Mauriac la que finalmente me depar

    la ocasin inmediata para mi conversin.

    Mis intentos de entablar contactos ms di-rectos y estrechos con los tomistas, y princi-palmente con Jacques Maritain, quedaron siem-

    pre, en resumen de cuentas, estriles, prescin-

    diendo de la amistad e inclinacin que profeso

    a ciertas personalidades concretas que forman

    este crculo de allegados a los dominicos, por

    ejemplo, el padre Maydieu. Ya ms adelante

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    I

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    I

    me influy mucho Gustavo Thibon, que tanto

    ha contribuido al esclarecimiento de ciertosproblemas humanos y, mucho ms tarde, a

    partir de 1947 poco ms o menos, me impre-sionaron extraordinariamente los estudios deMax Picard.

    En lo que se refiere a mi evolucin interior,

    cobra importancia fundamental toda la serie

    de problemas que traa consigo la resistenciay la colaboracin francesa, por un lado, y

    los crmenes de los nazis y de los soviets,

    por otro; y lo mismo vale para los problemasque resultaban de las depuraciones polticas

    y de sus enmaraadas consecuencias. Quieroaadir aqu aunque ya hace rato que de-

    biera haber hablado de ello que el influjode ciertos poetas, entre los que figura Rilke

    en lugar destacado, lleg a ser muy poderoso

    a partir de 1937, aproximadamente. Los nume-

    rosos viajes al extranjero, que emprend des-

    de 1947, la mayor parte con motivo de alguna

    conferencia, han contribuido mucho a dar a

    mi pensamiento un acento europeo y cosmo-polita, cada vez ms intenso. En este sentido,

    es particularmente digno de destacarse miprimer contacto con la Pennsula Ibrica, que

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    fue para m un verdadero descubrimiento; enpocas anteriores de mi vida, apenas me haba

    fijado en ella.Toda mi actuacin est orientada a tantas

    y tan variadas fuerzas creadoras y crticas, que

    yo quisiera encauzar a la accin, pero sin per-

    der de vista lo que constituye el centro de

    mis anhelos: contribuir con mis dbiles fuer-

    zas a mejorar un mundo que amenaza con

    perderse en el odio y la abstraccin.

    G a b r i e l M a r c e l

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    EL FILSOFO Y LA PAZ*

    * Disc urso pron uncia do el 20 de septiemb re de 1964, enla Paulskirche, de Francfort del Meno, con ocasin de reci-bir el Pr em io de la Pa z de los ed ito re s y lib re ro s alem anes .

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    Seoras y Seores:

    Ante todo quiero manifestar el testimonio demi profunda gratitud a los que me han con-

    cedido el gran honor de otorgarme el Premio

    de la Paz: faltara a la verdad si no recono-

    ciera sinceramente que me ha complacidomuchsimo.

    Ciertamente, quisiera poder pensar que miobra, cuya significacin y valor son para m

    objeto de una interrogacin constante a medidaque me aproximo al fin, haya contribuido, por

    poco que sea, a la obra de la paz, que, a mi

    parecer, es la ms preciada de todas. No basta

    decir que la paz es un bien; es necesario, sinduda, declarar que es la condicin de todo bien

    verdadero, y creo que todos nosotros hemos de

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    Marcel, Filsofo 2

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    rechazar hoy da con horror la idea de quela guerra tiene una fecundidad que le es pro-

    pia. La comprobacin de los medios de exter-

    minio de que dispone, y que hemos presenciado

    con espanto y desesperacin, al menos habrhecho aparecer con claridad el carcter radical-mente malo de la guerra; y eso en oposicin a

    lo que dieron a entender, si no Hegel y Nietz

    sche mismos, al menos gran nmero de susdiscpulos.

    Pero, como me ocurre casi al principio de

    una investigacin, mi atencin se dirige a ciertasparadojas que dan motivo para reflexionar.

    He aqu cmo voy a formular lo que se ma-

    nifiesta a mi espritu. Por una parte, la paz sepresenta como la opuesta esencial de una existen-

    cia digna de ese nombre; pero, por otra parte,

    parece que, cuando la consideramos como ob-jeto de discurso, corremos el riesgo de incurrir

    en los peores tpicos. En qu consiste eso?Hay que responder que la paz es en s misma

    algo muy simple que, consiguientemente, no se

    presta al anlisis, o ms bien es una especie de

    exaltacin puramente retrica? Sin embargo,

    desconfiemos: el trmino simplicidad pre-

    senta una ambigedad peligrosa. Por una parte,

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    existe la simplicidad del elemento, tal como se

    nos presenta en la existencia, pero como pre-

    supuesto de toda sntesis. Mas es evidente que,

    cuando la teologa tradicional insiste, con ra-

    zn o sin ella, en la simplicidad de Dios, habla

    de una simplicidad completamente distinta, de

    una simplicidad en la que todas las diferenciasestaran como reunidas, refundidas y supera-

    das. Pero no dejemos de reconocer que entreestas dos simplicidades, en realidad opuestas,

    es muy fcil llamarse a confusin, y los ide-

    logos son casi siempre culpables de sta.Qu entendemos aqu por idelogo, en opo-

    sicin al filsofo propiamente dicho? Ide-

    logo es aquel espritu que se deja sorprender

    por d engao de las abstracciones puras. Un

    ejemplo har que se comprenda mejor lo quequiero expresar: la idea de igualdad si deja-

    mos de lado sus aplicaciones puramente mate-

    mticas no puede seducir ms que al ide-logo. Un filsofo digno de este calificativo ja-

    ms podr tomar en serio la idea de igualdad

    aplicada a los seres humanos. No ver en ella

    ms que una metabasis eis alio genos, una tras-posicin ilegtima, porque los seres, considera-dos en s mismos, no pueden dar lugar a la ope-

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    racin, que es la nica que puede conferir sen-tido a la nocin de igualdad. No es razonable

    decir ni que ios hombres son iguales ni que es

    de desear que lo sean algn da (cosa que, por

    otra parte, tampoco tiene sentido alguno). Loque es de desear es la instauracin de un orden

    en el que cada individuo tendra cierta supe-rioridad sobre los dems. Pero incluso esta for-

    ma de expresarse se presta a la crtica, porqueuna frmula tal implica tambin comparacio-

    nes y debemos resistir la tentacin de comparar.

    Hablemos ms bien de un mundo fraterno en el

    que cada uno se alegre al encontrar en sus her-

    manos cualidades de las que l mismo carece.Y con esto entramos directamente en nuestro

    tema, pues precisamente de ese mundo fra-terno es del que se podra decir con toda ver-dad que est en paz, o, al revs, en un mundo

    en el que reina la pretensin no puede exis-

    tir la reivindicacin igualitaria, y eso por unarazn que surge inmediatamente al analizar la

    cuestin: al suponer que lo que se llama la igual-

    dad se puede instaurar en alguna parte, esa

    igualdad no ser duradera, porque cada uno

    de los individuos iguales intentar elevarse por

    encima de los dems, y de ah surgir un estado

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    de tensin continua que no es compatible con

    lo que podemos llamar la paz. Por d contrario,

    esa tensin desaparece si he aprendido a esti-

    mar los valores que descubro en el prjimo ycuya ausencia compruebo en m.

    Reconozcamos, por tanto, que ese mundo

    fraterno presupone cierta identidad no ha-blo de igualdad de los derechos fundamen-

    tales, es decir, de lo que podramos llamar las

    condiciones de la existencia social. Cmo se-

    ra posible la existencia de un mundo fraterno

    donde coincidiera una miseria extrema con laopulencia pregonada de forma insolente? Pero,

    por un sofisma fcil de descubrir, se confunde la

    identidad de los derechos fundamentales con

    la igualdad de los individuos a quienes no slose les otorgan esos derechos, sino que tambinse les reconocen.

    Al introducir en este contexto la expresinmundo fraterno, me parece ver al mismo

    tiempo cmo cada uno de nosotros, por mo-desta que sea nuestra posicin, por limitado que

    sea el horizonte, puede contribuir a la obra dela que hablaba al principio de este discurso.

    Pero sin duda se me har esta objecin: Nose dud e el nico problema, que es de orden po-

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    ltico? Porque lo que deseamos saber es si en

    el plano poltico puede darse un compromiso

    del filsofo ai favor de la paz, y cmo puede

    o debe ser comprendido. Me parece que en estepunto se debe evitar un doble peligro: po r una

    parte, se da demasiado a menudo en el fil-sofo la pretensin de intervenir, es decir, de

    enunciar juicios apodcticos a propsito de una

    situacin concreta, de la que en realidad no

    tiene ms que un conocimiento muy imper-

    fecto. As es como muchos de nosotros han

    sido inducidos a firmar al pie de tal proclama

    o de tal peticin, ordinariamente redactada por

    hombres que obedecan a preocupaciones de

    orden puramente poltico. En esto hablo porexperiencia, y debo confesar que, en cuanto

    a m, muchas veces he pecado por debilidad,por temor de ser juzgado conservador o insen-

    sible, si me abstena, cuando ciertamente nodeba haber tenido en cuenta esas reacciones

    posibles. La experiencia nos demuestra, des-

    graciadamente, que esas proclamas, incluso enel caso de que estn completamente justificadas,

    apenas tienen eficacia, y que al estampar la

    firma en ellas se busca sobre todo procurarse uncertificado de recta conciencia.

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    Mas existe otro peligro: puede ocurrir que

    el filsofo rehse comprometerse no por cobar-

    da, sino porque todo lo que es poltica le pa-

    rece intrnsecamente impuro, sucio. Creo que enello puede haber un error por lo menos tan grave

    como el que he denunciado hace poco y que,sin duda, se refiere a la nocin misma de pu-

    reza. La abstencin no es, en verdad, una ac-titud limpia y pura en s misma, aunque slo

    sea porque es equvoca y porque el que se

    abstiene no puede tener total clarividencia acer-

    ca de sus propios motivos.La nica solucin que me satisface consiste

    en discernir lo ms exactamente posible entre

    los casos en que estn implicados principiosuniversales y en los que, por consiguiente, abs-tenerse sera hacerse cmplice de transgresiones

    imperdonables, y otros casos muy distintos que

    ms bien ponen en juego cuestiones de puraoportunidad. Voy a citar un ejemplo: poco des-

    pus de que Francia reconociera el gobierno

    de la China comunista, se me pidi que firmaraun escrito de protesta en el que se recordaban

    los delitos imputables al rgimen de Pekn. Pe-

    ro es evidente que delitos anlogos se pueden

    reprochar a otros Estados comunistas, reco-

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    nocidos hace ya mucho tiempo. Por otra par-

    te, situndonos en el plano de los principios,

    no puede dejar de parecer absurdo querer ne-

    gar la existencia de un pueblo de seiscientosmillones de habitantes. Por tanto, el problemaqueda reducido a una cuestin de oportunidad:

    la de saber si el momento estaba o no bien es-cogido para proceder a ese reconocimiento. Es

    sa una pregunta difcil e importante, pero en

    la que segn mi opinin el filsofo, como

    tal, no puede tomar posicin razonablemente,

    es decir, haciendo valer, de manera racional,motivos determinantes. Por tanto, cre que mideber era negarme a firmar ese manifiesto, aun-

    que en el terreno del sentimiento, de la afecti-vidad, me sintiera inclinado a lo contrario.

    De todas formas, repito, el filsofo debe po-

    nerse en guardia contra la tentacin de creer

    que su nombre, puesto al pie de una hoja de

    papel, puede cambiar algo, y eso por la razn

    profunda de que, precisamente en cuanto fil-

    sofo, ha descubierto los ardides en los que elyo no puede dejar de caer, si se ha mostradocomplaciente consigo mismo.

    Pero no significa eso que en el plano pol-

    tico, en l que precisamente se decide todo, el

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    filsofo debe reconocer no slo su impotencia,

    sino su incompetencia radical? Sostener esta

    opinin creo que sera ir demasiado lejos. En-

    tonces, qu papel se le puede atribuir en loque concierne precisamente a la instauracin y

    conservacin de la paz? Creo que la palabravelador es la que caracteriza con ms exactitud

    ese papel. Veamos qu significa: velar quie-re decir ante todo permanecer despierto, peroms exactamente todava luchar contra el sue-

    o, ante todo para su propio bien. Pero de qu

    sueo se trata? Puede presentarse bajo diver-sas formas. Existe, en primer lugar, la indife-

    rencia, el sentimiento de que no puedo hacer

    nada, es decir, el fatalismo, que, por otra par-te, puede adoptar diversos aspectos, entre ellos

    el optimismo tan cmodo de los que creen que

    todo acabar por arreglarse (como si los acon-

    tecimientos no hubieran dado a una confianza

    tal el ms rotundo ments). Se da asimismo la

    distraccin voluntaria del que no lee los peri-

    dicos o no escucha la radio con el pretexto deque todo el mundo miente. Mantenerse despier-

    to es reaccionar activamente contra todo lo quenos induce a adoptar esas actitudes cobardes

    o perezosas. Existe, por tanto, una virtud de

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    vigilancia que el filsofo debe practicar en la

    medida de lo posible. Pero esta virtud creo que

    debe ejercerse ante todo contra cualquier pro-

    paganda, y sobre todo contra aquella a la que seentregan casi de manera incansable los poderespblicos, incluso en los pases que no estn

    sometidos al rgimen de dictadura. Porque, sinduda alguna, conviene que sentemos d princi-pio de que la propaganda, cualquiera que sea,

    en la medida en que contribuye a alzar un gru-

    po contra otros, coopera, incluso sin quererlo,

    en pro de la guerra; y yo aadira, aunque pa-rezca una paradoja, que lo dicho puede afir-

    marse incluso de la propaganda pacifista. Porotra parte, la historia demuestra muy a menudo

    que esa propaganda pacifista se presta incons-

    cientemente a ser instrumento de la contraria.

    Sin embargo, inmediatamente el espritu se

    formula diversas preguntas: si el filsofo ejer-

    ce esa vigilancia slo para su propio bien, pa-

    ra qu sirve?, qu valor positivo se le puedeconceder? Mas, por otra parte, siendo la pren-

    sa lo que es en la mayora de los pases, c-

    mo podramos esperar que se movilizara al servi-cio de una lucidez militante que por su misma

    esencia excluye todo inters de grupo o de par-

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    tido, puesto que tiene por finalidad la instau-

    racin de la paz?La experiencia nos demuestra que no se tra-

    ta de una dificultad puramente terica. Siemprese ha de recurrir a medios de fortuna, que son

    tambin medios pobres, para poner alerta a la

    opinin, para que se d cuenta de las amena-zas que, en un momento preciso, pesan sobre

    el destino de determinado pas y, de hecho, so-

    bre d de la humanidad en general, ya que hoy

    da, nos guste o no, lo que sucede en un punto

    del planeta condeme de manera vital a lospases ms alejados de dicho punto.

    Adems, es cosa trgica que haya siempre

    personas cuyas intendones ocultas son ms que

    sospechosas, en el sentido de que buscan utilizar

    en provecho propio llamamientos que nicamen-

    te proceden de la buena voluntad; y el filsofo no

    siempre tiene la suficiente clarividencia en

    general, incluso es demasiado ingenuo parapercatarse de la forma como su pensamiento es

    explotado por hombres que no tienen nada decomn con l. Es triste, pero quiz inevitable,

    que as suceda, porque, si el filsofo fuera msperspicaz, tal vez perdera el valor y se hundi-

    ra en el escepticismo.

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    Por otra parte, no es mi intencin subestimar

    las dificultades de todo orden con las que tro-pieza hoy aquel que, en este mundo amena-

    zador que nos rodea por todas partes, trata deluchar por la paz. Con esto no aludo principal-

    mente, ni de forma exclusiva, a las dificultadesexternas, sino ms bien a las contradicciones

    insolubles con las que tiene que enfrentarse

    si obra de buena fe, incluso en el seno mismo de

    su propio pensamiento. Me vais a permitir que

    sea muy explcito en este punto. Porque creo

    que faltara a la honradez si no confesara enesta circunstancia una incertidumbre o una apora de la que no he logrado salir an; y la ex-

    tensa obra que Karl Jaspers ha consagrado a

    este problema, a pesar de su valor indiscutible,

    no permite resolver una dificultad tan profun-

    damente enraizada en la misma situacin quees la nuestra.

    Por un lado, no puedo dejar de creer que el

    recurso a las armas nucleares es en s mismoinjustificable. Estoy persuadido, como cristiano,

    de que implica la violacin de una interdiccin

    a la que me siento inclinado a atribuir un ca-

    rcter incondicional. Por otra parte, como es-

    critor responsable, no creo tener derecho a

    recomendar un desarme atmico unilateral, que

    correra el riesgo de dejar al mundo libre sin

    recurso posible contra los proyectos de un ad-

    versario, para quien la conciencia no es ms que

    una palabra sin contenido. Me acuerdo de quetrat este problema con unos estudiantes de la

    Universidad de Harvard que manifestaban una

    angustia plenamente justificada acerca de esta

    cuestin, grave entre todas. Ninguno de los

    trminos de esta alternativa puede ser elimi-

    nado o subestimado. En esas condiciones, me

    parece que todo lo que podemos esperar es ga-nar tiempo, de forma que en la otra parte la ra-zn gane terreno a expensas de un fanatismoideolgico que de suyo lleva a la guerra.

    La palabra razn, por otra parte, tal vez no

    sea exactamente la que conviene aqu. Es difcil

    creer que una filosofa de las luces, como la

    de Lessing, cualquiera que haya sido su valor

    civilizador, pueda reinar de nuevo en un mun-do tan intensamente influido por la desespera-

    cin; ms bien debemos esperar en una rege-neracin del cristianismo, al menos en pases

    en los que la espiritualidad cristiana ha impre-

    so una huella tal vez indeleble. De forma muy

    distinta ocurre en China, donde el problema es

    29

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    16/37

    ms angustioso an. Pero incluso en lo que se

    refiere a Europa oriental se plantea una cuestin

    muy delicada. Se trata, en efecto, de saber a

    qu precio puede obtenerse lo que se llama el

    tiempo ganado; con qu concesiones se pagar;sin embargo, no convendra que fuesen de na-

    turaleza tal que alteraran de manera peligrosa

    las posiciones que se pretende defender. La

    imagen de la alcachofa deshojada, repleta de

    tan terribles asociaciones de ideas, se presentade nuevo al espritu. Se trata, pues, de que el

    hombre de Estado despliegue una facultad deapreciacin que no se ejerza solamente sobrelo inmediato, sino tambin, y por lo menos en

    la misma medida, sobre las consecuencias a ve-

    ces lejanas de lo que se ha decidido inmediata-

    mente. Me parece que en este punto el filsofo

    debe adquirir conciencia de su inferioridad con

    relacin al poltico digno de este nombre. De-

    mostrara que padece la ilusin ms delirante sicreyera que puede sustituir, aunque fuera deforma ideal, al hombre de Estado. No puede ha-

    cerlo, como tampoco podra ponerse en el lugar

    que corresponde al cirujano, por ejemplo. Las

    responsabilidades son, por otra parte, muy

    comparables. Tanto en un caso como en otro

    30

    hay que saber intervenir a tiempo, ni demasia-

    do pronto ni demasiado tarde; un error de apre-

    ciacin referente a la kairos puede ocasionar ala humanidad entera las consecuencias ms ca-

    tastrficas, como hemos visto de manera evidentea expensas de toda la humanidad.

    Quiero excusarme por haberme aventurado

    ahora mismo hasta el borde del abismo his-

    trico, de donde parece que nuestros dos pue-

    blos emergen, al fin, de una forma que puede

    parecer milagrosa. Pero, en verdad, no me gus-

    ta esta palabra en este contexto; su empleo es

    sobrevolar de manera ilegtima por encima delos esfuerzos tenaces y ocultos de tantos hom-bres de nimo esforzado que han sufrido pena-

    lidades y han luchado para preparar el adve-

    nimiento de una era de amistad entre Francia y

    Alemania.Espero que a nadie le parecer mal que evo-

    que aqu a uno de ellos, a uno de los mejores,a uno de los ms nobles: Robert Schumann.

    Poco trato he tenido con l, pero al menos el

    suficiente para que hoy piense en l con emo-cin y gratitud, y a l mismo he dedicado las

    frases vacilantes que acabis de oir.El nombre de Robert Schumann, por otra

    31

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    17/37

    parte, es en este momento tan to ms oportuno

    cuanto que me permite poner de nuevo en pri-

    mer plano, para terminar, mi tema iniciad: el del

    mundo fraterno. Schumann ha sido de esos hom-

    bres, en extremo raros, hay que confesarlo, quehan demostrado con su ejemplo que un hombrede Estado, sirvindose de los medios inevitable-

    mente insuficientes que estn a su disposicin,

    puede, no obstante, trabajar en pro del adveni-

    miento de esa sociedad de corazones y de esp-

    ritus, que es el nico fin que se puede asignar

    legtimamente a la historia, aunque este fin sea,

    sin duda alguna, transhistrico por esencia. Cier-tamente, la luz es un concepto escatolgico, ysin embargo cada uno de nosotros y esto es

    ms cierto todava para los que nos gobier-

    nan est obligado a trabajar como si la paz

    fuera para maana, como si se pudiera instau-

    rar en el marco de este mundo.

    Antes de terminar, no puedo dejar de evocar,de una manera ms directa que hasta ahora,la verdadera dimensin, la dimensin supra-

    sensible en la que reside efectivamente la paz:ahora bien, la msica es la que me ha facilitado

    el acceso a esta dimensin desde mi ms tierna

    edad. Cuando preparaba este discurso, escu-

    32

    chando de nuevo interiormente, en el ms her-

    moso teatro del mundo, la sublime composicinOpus 135 de Beethoven, comprend que era

    preciso evocarla ahora, con toda la gratitud que

    me inspira el genio incomparable, cuya obranos ofrece el testimonio palpitante del almaque se adhiere a la paz a travs de los con-

    flictos ms desgarradores y por encima de lastensiones ms insostenibles. Esta paz es, efecti-

    vamente, la de un mundo al fin fraterno.

    Pero debemos decir que esa paz no es im-puesta ni, propiamente hablando, conquistada.

    No; ms bien desciende como una brisa salva-

    dora al final de una jornada de intenso calor,y que va al encuentro de aquel que ha andado

    errante tanto tiempo, que ha luchado tanto, y

    muy a menudo contra s mismo. La inolvidable

    frase de Goethe, que ha llegado a ser, desgracia-

    damente, un tpico: Auf alien Gipfeln ist Ruhe

    (En todas las cimas hay paz), nos ofrece aqusu verdadero sentido. Qu es, en efecto, lacima) sino precisamente el lugar de la brisa,

    brisa que procede de otra parte, pero que vienea rozar suavemente la frente calenturienta del

    hroe como una bendicin del ms all?

    Me parece que jams podr expresar con su-

    Marcel, Filsofo 3

    33

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    18/37

    ficiente precisin y energa lo que han represen-

    tado para m esas ltimas obras de Beethoven,

    entre las cules la Missa solemnis es la ms

    perfecta de todas. Cada vez que la oigo se me

    figura que fuera de ella todo es vaco. Pero estono es ms que una ilusin, contra la que con-viene estar prevenido, porque el Ser supremo

    no excluye nada, sino que lo comprende todo,

    y si eventualmente disipa lo que no era ms

    que vapor ardiente, exhalado de la nada, en

    ello no se da ms que una obra de misericordia.

    Si en mi obra existe un concepto que ordena

    todos los dems, es sin duda alguna el de la es-

    peranza, concebida como misterio. Un concep-to, he dicho, como vitalizado desde el interior

    por una anticipacin ferviente. Yo espero en

    Ti para nosotros, escrib en otro tiempo, y es

    todava hoy la nica frmula que me satisface.

    Pero podemos ser an ms explcitos: Yo es-

    pero en Ti, que eres la paz viviente, pa ra noso-tros, que todava estamos en lucha con noso-

    tros mismos y unos contra otros, a fin de queun da nos sea concedido entrar en Ti y par-

    ticipar de tu plenitud.Y con este deseo, con esta splica, creo que

    debo poner fin a esta meditacin.

    34

    LA VIOLACIN DE LA INTIMIDAD

    Y LA DESTRUCCIN DE LOS VALORES

    * Discurs o pronuncia do el 21 de septiembre de 1964 enCantatesaal del Buchlaandlerhaus, de Francfort del Meno.

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    Al serme preguntado, poco despus de la

    segunda guerra mundial, a qu llamaba yo

    la peligrosa situacin de los valores ticos, meexpres as:

    El eclipse de la moral natural es el fenme-

    no que domina todas estas reflexiones, y ese

    fenmeno mismo est ligado a otro hecho muy

    general que me parece que domina tambin la

    evolucin de la humanidad occidental desde

    hace siglo y medio: la desaparicin de cierta

    confianza, a la vez espontnea y metafsica,en el orden en que se involucra nuestra exis-tencia; o, ms an, lo que he llamado en otra

    parte la ruptura del vnculo nupcial entre el hom-

    bre y la vida. Creo que se podra demostrar sin

    dificultad que d humanismo optimista dd si-

    glo x v i i i o de la mitad dd xix ha marcado,

    37

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    20/37

    de forma paradjica, Ja primera etapa de esa

    trgica desintegracin. Todo nos induce a pen-

    sar que el hundimiento de las creencias reli-

    giosas, que se ha producido desde hace ciento

    cincuenta aos en vastos sectores del mundollamado civilizado, ha arrastrado consigo como

    consecuencia un decaimiento de los fundamen-

    tos naturales en los que esas creencias se basa-ban (Homo Viator, p. 225226).

    Si he credo que era un deber citar este texto

    como lema de la presente conferencia, es por-

    que la conviccin que yo expresaba en lhace veinte aos no ha hecho ms que afirmar-se en m desde entonces, y lo que quisiera in-tentar decir hoy no es, en resumen, ms que

    el desarrollo de una afirmacin que las compro

    baciones que cada uno de nosotros puede hacer

    cada da vienen a confirmar de forma trgica.

    Hoy da presenciamos un poco en todas partes

    el desbordamiento, cada vez menos contenido,de fuerzas que no se dejan fcilmente nombrar,

    pero cuya accin es fcil de localizar y describir.

    Lo ms grave, que tratar ahora de exponer,

    es esa especie de embotamiento de nuestra

    capacidad de juzgar que tiende a producirse

    frente a tal desbordamiento.

    38

    Hablando de que los valores ticos peligraban,

    trataba de denunciar como manifiestamente

    falsa, cierta forma corriente de concebir esos

    mismos valores, al principio de nuestro siglo.

    Me imagino que un Windelband o un Rickert,por ejemplo, no hubieran admitido que se ha-

    blara de una situacin de los valores y que se

    considerase a stos como pudiendo ser pues-tos en peligro. No significa esto, hubieran di-

    cho, que los consideramos como valores bur-

    stiles, cuya cotizacin vara cada da e incluso

    eventualmente puede tender hacia cero? Perome parece que, a menos de incurrir en una espe-

    cie de platonismo, apenas se puede negar que,

    efectivamente, los valores morales estn suje-

    tos a fluctuaciones.Es cierto que algunos no dejarn de introdu-

    cir aqu una distincin; harn observar que lo

    que est sujeto a fluctuaciones no es, hablando

    con propiedad, l valor en s mismo, sino quems bien lo es la actitud interior, manifestada

    incluso exteriormente, con relacin a esos mis-mos valores. Falta saber si esa distincin se

    puede mantener en ltimo anlisis, y si el va-

    lor, separado dell respeto o de la consideracin

    de que es objeto, no tiende a redudrse a un

    39

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    21/37

    fantasma de valor, o, s i se quiere y con otras

    palabras, a un fsil, a una estructura sin la vida,

    que slo podra interesar a cierta paleontologamoral.

    Dudar del buen fundamento de esta distin-cin no significa, al menos necesariamente, des-conocer el peso especfico de los valores, sino

    ms bien decir que stos se pueden disociar, sinerror, de un contexto en el cual las actividades

    de la conciencia ocupan un lugar considerable.

    Pero ms adelante volveremos a tratar de esta

    cuestin.Es evidente que la investigacin que tiendo

    a realizar debe tener su punto de apoyo en el

    dominio de los hechos comprobados y no en

    el de los principias proclamados. Pero surge

    inmediatamente una dificultad: Cmo se puede

    evitar que la eleccin de esos mismos hechos

    no sea arbitraria? No deber presidir dicha

    eleccin una idea de conjunto? Y cul puedeser esa idea de conjunto?

    Por razones que ms adelante veremos cla-ramente, quisiera partir de las condiciones a

    las que el individuo de hoy da est sujeto para

    recibir las informaciones de la realidad que le

    rodea; y no me refiero aqu ms que a la reali-

    40

    dad humana. Los modos segn ios cuales se

    opera la informacin, ofrecen aqu la mayor

    importancia. Quiero hablar ante todo de la pren-

    sa, pero asimismo, por supuesto, del conjunto

    constituido por la radio, el cine y la televisin.

    Nos encontramos ante un conjunto de datos que

    es indispensable considerar si, lejos de atenernosa apreciaciones epistemolgicas de orden general,

    nos preocupamos por saber de qu modo est

    solicitada cotidianamente la atencin de los

    seres humanos. Es imposible que no nos sor-

    prenda el creciente lugar que ocupa el escndaloy lo escandaloso en los medios de difusin, de

    los que todos dependemos. Y al escndalo ya lo escandaloso quiero dirigir ante todo miatencin.

    Semejante forma de proceder no puede dejar

    de levantar objeciones que conviene que exami-

    nemos atentamente.

    Ante todo, nos preguntaremos si no existecierta arbitrariedad en conceder a lo escandalo-so un lugar central en un estudio que se refierea transgresiones que, si se multiplican, en ciertamanera despertarn en la opinin pblica reac-

    ciones cada vez ms dbiles. Pero precisamente

    una reflexin metdica sobre el escndalo y lo es-

    41

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    candaloso me parece apropiada para aclarar las

    razones por las que la considero aqu esencial.

    Sin embargo, parece que esta reflexin debe

    tropezar casi inmediatamente con un obstculo:No es evidente, se dir, que lo que denomina-mos escndalo est ligado a un contexto socio-lgico muy preciso, y que lo propio de la refle-

    xin moral consiste en emanciparse progresiva-

    mente de semejantes contextos, cualesquiera

    que sean? Ponerlo en duda, no es acaso atacar

    la especificidad misma del orden tico?

    Pero precisamente se trata de buscar si nohay motivo para reconocer que existe lo escan-

    daloso en el orden moral, que no depende de

    categoras propiamente sociolgicas.Para verlo ms claro, conviene examinar con

    atencin qu entendemos comnmente por es-

    cndalo. Para ello proceder, como es mi cos-

    tumbre, partiendo de un ejemplo concreto y

    lo ms preciso posible.Trasladmonos con la imaginacin a una pe-

    quea ciudad del sur de los Estados Unidos, enel estado de Alabama o del Mississippi. Se pro-

    paga el rumor de que una joven, perteneciente

    a la mejor sociedad de la ciudad una joven

    de raza blanca, evidentemente, tiene citas

    42

    con un joven de color; ciertamente sostienen re-

    laciones, y hay motivos para creer que est

    encinta. He ah un escndalo tpico. Pero slo

    existe el escndalo porque los acontecimientosse han hecho patentes. Lo propio del escnda-

    lo es estallar:se da una erupcin ouna irrupcin,como se quiera; es decir, la noticia se esparce

    y se propaga como el rayo, ms all del l-

    mite del crculo restringido al que pertenece,

    porque ese crculo no es cerrado, no est ente-

    ramente cerrado en s mismo, sino que se co-

    munica con un ambiente ms extenso al que per-tenecen sus miembros. La noticia resuena en

    el seno de ese ambiente, que va a desempear elpapel de resonador, y he aqu que al mismo

    tiempo, por una verdadera reverberacin, se

    refleja en el crculo restringido constituido por

    la familia y los ntimos de la interesada. Si esa

    reverberacin no se produjese, no se tratara

    ms que de un hecho de orden privado, dolo-roso, s, y adems catastrfico. Pero hemos de

    aadir en seguida algo que es de mxima impor-tancia en nuestra investigacin: en el seno delmedio ambiente resonador se produce un fen-meno ambiguo y de la ms sospechosa calidad.

    Una indignacin y a veces una compasin, que

    43

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    salta a la vista, se dejan matizar con una satis-

    faccin inconfesable, cuya naturaleza no siem-pre es fcil de discernir.

    Puede que, evidentemente, haya alguien quese regocije al ver as afectada y humillada una

    familia cuya presuncin o arrogancia eran mo-tivo de crtica. Pero asimismo puede suceder

    que la satisfaccin que se siente no se base enel rencor, sino que, utilizando el trmino ale-

    mn, tan expresivo, sea pura Schadenfreude, es

    decir, alegra por el mal ajeno. Ciertamente,

    los primeros en tener noticia del hecho expe-rimentan una satisfaccin que se beneficia de

    esa ventaja con relacin a los que todava no

    saben nada. Pero esa satisfaccin es transitoriay desemboca en un placer de otra dase: el depropalar la noticia y participar, con corazn al-

    borozado, de las exclamaciones de asombro, in-

    dignadas, compasivas, a las que da lugar el su-

    ceso. Existe algo en ello que se puede compa-rar con el placer que experimentan los nios olas tribus primitivas que golpean todos a la vez

    los tambores o cazuelas. A primera vista, pue-de parecer infantil y anodino. Pero la reflexin

    demuestra que todo eso implica, en esencia,

    sentirse farisaicamente justificado, la satis-

    44

    faccin de no participar en aquello que no

    me incumbe, que no hubiera podido darse en

    m, ni en mi familia.Pero cul ser la posicin dd moralista en

    presencia de semejante complejo? Y, por otraparte, qu es el pensamiento del moralista,sino una conciencia que se esfuerza por desli-

    garse de los prejuicios reconocidos como tales,

    o sea una conciencia liberada? Su primer mo-

    vimiento seguramente ser insubordinarse, en

    nombre de una moral abierta, contra lo que se

    le presentar como un fenmeno trivial. Al re-

    flexionar, tal vez se comprenda que la familia,

    hasta prescindiendo de todo prejuicio racial,puede tener razones pa ra inquietarse por lasconsecuencias de una unin dispar y realizada

    en drcunstancias clandestinas. Pero lo que ser

    injustificable es que esa familia se sienta des-

    honrada; por lo que acabo de denominar la

    condencia liberada, la idea misma del honortender a mostrarse como un tab que no debe-

    ra subsistir en un mundo en que la persona ha

    adquirido concienda de s misma y tiende a noconcebir ya ms, entre ella misma y los que talvez denomina todava los suyos, relaciones in-

    terpersonales.

    45

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    Por otra parte, esa misma conciencia slo po-

    dr ver ultraje en el funcionamiento de la me-

    cnica psicosociolgica que se pone en marcha

    desde el momento en que el escndalo estalla;

    y ese ultraje no podr dejar de considerarlo co-mo escandaloso. Luego precisamente aqu ve-mos surgir lo escandaloso de orden tico, quese diferencia rigurosamente de lo escandalososociolgico. Ultraje, he dicho, pero ultraje a

    quin? Transgresin, si se quiere, pero trans-

    gresin de qu? sta es la pregunta que merece

    nos esforcemos en darle una respuesta. Mas,ante todo, es evidente que debemos tener en

    cuenta lo siguiente: debido a los medios dedifusin, y ante todo debido a Cierta prensa ya la falta de control efectivo al que pueden estar

    sometidos esos medios, todo se pone en obra

    para que cada uno tenga la posibilidad de con-

    vertirse en resonador en un nmero indefinido

    de situaciones que, sin embargo, no le conciernende derecho ni, incluso, de hecho.

    El desarrollo casi increble de una prensa cen-trada por entero en el escndalo, en pases quepretenden ser libres, o quieren o creen que loson, es un hecho cuya importancia me parece

    que estamos muy lejos de valorar. Supongo,

    46

    tal vez equivocadamente, que esa prensa, por-

    tavoz del escndalo, est mucho menos espar-

    cida en los pases del Este; pero, si es as, ydespus de todo no tengo certeza, esa ventaja

    implica contrapartidas muy graves sobre lasque es intil insistir.

    Adems, acusar a esa prensa, intentando dis-

    culpar a los lectores, sera dar prueba de unaextraa ingenuidad. En cierto modo, es rigu-

    rosamente exacto decir que stos, los lectores,

    leen la prensa de la que son dignos o a la cual les

    da derecho su mismo modo de ser? Eso sera

    adems una forma bastante impropia de expre-sarse. Lo que conviene afirmar es que, entre

    la prensa y el pblico, existe como una relacincircular, si se admite que esa prensa viene a col-mar una espera, y hay que aadir en seguida

    que la aumenta. La cuestin se plantea en este

    caso, poco ms o menos, como si se tratase

    de una droga cualquiera, de la que cada vezpodemos prescindir menos. La intoxicacin es

    tan manifiesta en un caso como en otro.Tambin ahora voy a citar un ejemplo. Un

    semanario sensacionalista revela a sus lectores

    ensimismados que la princesa X, a quien todo

    el mundo ha podido ver en tal ceremonia, tena

    47

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    los ojos enrojecidos aquel da. Qu podemos

    deducir de ello, sino que tiene problemas sen-

    timentales? E inmediatamente se da rienda suel-

    ta a la indiscrecin; es intil insistir. Casos se-

    mejantes los hemos podido comprobar todos.La conciencia imparcial de la que hemos ha-

    blado no podr dejar de tachar esa indiscrecinde escandalosa. No implica una intrusin en

    la vida privada, que debiera ser inviolable?Podemos alegar que, al ser la princesa X una

    personalidad, pierde ipso jactoel derecho a que

    se respete su vida privada? La verdad es que

    en esto se da una confusin, plenamente reve-ladora, entre la personalidad, que de ningn

    modo es responsable del hecho de que sea ofre-cida a las miradas del pblico, y la artista de

    cine que, literalmente, pertenece al pblico; es-

    toy casi tentado a decir que, por su modo de

    ser, por el hecho de que ha procedido como si

    dijramos a la enajenacin de su existencia pri-

    vada, ella, en cierta manera, no existe ms que

    por la publicidad que le otorgan diariamente

    unos informadores a los que tiene al corrientede todas las vicisitudes de su existencia senti-mental. Por otra parte, estoy de acuerdo en que

    en ese caso no hay, propiamente hablando, una

    48

    necesidad lgica, y que se puede concebir un

    gran actor de cine que intente conservar intacto

    su fuero interno. Pero eso no sera ms que

    una excepcin, y, por otra parte, muy preca-

    ria, porque muy pronto se le acusara de no serun autntico actor, y se considerara como or-gullo insoportable, lo que no sera ms que

    el sentimiento mantenido de una integridad

    inalienable.Pero lo que importa a nuestro propsito es

    hacer ver que, por la prensa, el cine y la tele-

    visin, la indiscrecin ha pasado literalmente

    a las costumbres.El trmino indiscrecin debe adems to-

    marse en un sentido mucho ms estricto y ajus-tado del que se le da ordinariamente. Hay que

    darle el valor de una ofensa. Cuando se piensa,

    por ejemplo, en los fotgrafos que forzaron las

    puertas de una sala de hospital p ara poder cap-

    tar con sus mquinas las fases de la agona deun viejo y clebre actor que intentaba en vanoevitarlos, se comprueba que en ese caso, comoen el anterior, se trata de la violacin de un de-

    recho sagrado. Pero precisamente lo que estcada vez ms obliterado es ese sentido de lo sa-

    grado, lo sagrado que se refiere a la vida y a

    49

    Marcel, Filsofo 4

  • 8/10/2019 Marcel, Gabriel - Dos discursos y un prlogo autobiogrfico.pdf

    26/37

    la muerte, y no implica por s mismo ningunareferencia confesional.

    Ciertamente, hay que reconocer que estamos

    de acuerdo en juzgar tales hechos como escan-

    dalosos, pero me parece que nadie se dedicaa investigar las causas profundas de semejantesatentados.

    No bastara, en efecto, acusar al mercantilis-mo de una prensa que no retrocede ante ningn

    medio cuando se trata de aumentar el nmero

    de lectores; en francs, podramos emplear

    aqu el verbo raccrocher, trmino que usara-mos al hablar de una ramera que se esfuerza

    por atraerse un cliente. Efectivamente, tambin

    en este caso se trata de una prostitucin. Pero,

    como ya he indicado, es imposible dejar delado la responsabilidad del pblico, o de la

    clientela, y al mismo tiempo hay que reconocer

    que es difcil precisar la naturaleza de dicha

    responsabilidad. Nos equivocaramos al decirque esas imgenes sensacionalistas, que porotra parte pueden ser de orden muy distinto,

    tienen por funcin llenar cierto vaco; un vacodel cual el que lo sufre es probable que no ten-

    ga una conciencia precisa, pero que segn toda

    apariencia resume las mismas condiciones de

    la vida cotidiana, principalmente en los grandes

    centros urbanos? Esta vida se caracteriza a la

    vez por una tensin que apenas se relaja y por

    una monotona abrumadora. Pero ante todo

    hay que decir, segn mi parecer, que es unavida que en realidad no est ya ligada a nada,y la religio que falta aqu es la religacinde laque ha hablado con tanta energa el filsofo

    espaol Zubiri.Desde luego, esto se aplica tanto al inters

    desproporcionado en cuanto al hecho diverso

    como en lo que concierne a la fascinacin ejer-cida, incluso en personas que se llaman nor-

    males, por todos los desrdenes sexuales; y meparece que es una cosa muy clara que se trata

    de dos aspectos de un mismo fenmeno.Pero lo ms importante para nuestro prop-

    sito es observar que, en estos casos, por los

    medios de difusin, se da una especie de ano-

    nimato en la indiscrecin. Tal vez habra queaadir que de ello se sigue en la mayora de las

    gentes como una disociacin de tipo esquizo-

    frnico. Pues una persona que por su propiacuenta, en sus relaciones con los semejantes,se muestra hasta cierto punto capaz de discre-

    cin y de pudor, no participar

    51

  • 8/10/2019 Marcel, Gabriel - Dos discursos y un prlogo autobiogrfico.pdf

    27/37

    aspecto de s misma, de esa especie de avidez

    a la que me refera antes. Pero debemos pre-

    guntarnos si esa disociacin, todava muy fre-

    cuente hoy, no es con todo un fenmeno tran-

    sitorio, y si finalmente no es la persona privada,con lo que todava conserva ilgicamente de

    respeto (a sus propios ojos, sin motivo) por lasgrandes realidades de la vida y de la muerte,la que est llamada, en fin de cuentas, a des-

    aparecer. Porque, en efecto, las capacidades edu-

    cativas de los seres, que se hallan ya escindidos,

    corren un gran riesgo de esfumarse en la nada

    y, por otra parte, demasiado sabemos las defi-

    ciencias morales de que adolece la enseanzaque se da en la inmensa mayora de las escue-las pblicas. Dejo aqu de lado la cuestin, tandelicada, de saber en qu medida y en qu con-

    diciones pueden las escuelas confesionales pro-

    teger todava al nio, y sobre todo al adoles-

    cente, frente al acoso de las tentaciones deque hemos hablado.

    Sin llegar a decir, como a veces nos sentimostentados a hacerlo, que los peores ejemplos estn

    propuestos, en particular por el cine, a la admira-cin de los jvenes como si tuvieran valor ca-

    nnico, hay que reconocer que el poder de

    52

    fascinacin ejercido por esos mismos ejemplos

    sobrepasa probablemente toda evaluacin po-

    sible.Recientemente ha surgido una polmica que

    ha dado bastante que hablar, en Francia, entreun ilustre escritor y un novelista de mucha acep-tacin, pero de calidad inferior. Se trataba deuna pelcula, basada en una novela de este l-timo, titulada Les amitis particulires. Una

    secuencia de la misma, especialmente escanda-

    losa, haba sido presentada por la televisin.

    Bien sean actores profesionales o no, es un hechoque unos jvenes, en la edad en que son msvulnerables, fueron llamados a imitar en pblico

    relaciones que, si todava no se pueden llamardirectamente homosexuales, estn situadas enlos lmites inmediatos de la homosexualidad.

    Resulta imposible dejar de considerar una pel-

    cula de ese gnero como corruptora, a menos

    que se haya llegado ya a la consideracin deque la homosexualidad es un fenmeno so-

    cial como otro cualquiera y que la prohibicinque ha pesado sobre ella hasta nuestros dasdebe ser levantada. Esto exigira al menos

    cierto valor que, con toda seguridad, falta

    todava a los que tienen la responsabilidad de

    53

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    28/37

    la pelcula. stos intentan moverse entre dos

    aguas, de manera que puedan aparentar guar-

    darse mucho de llegar hasta lo que conside-

    ran seguramente en su fuero interno como

    puros y simples prejuicios. Pero lo ms gravees que de ese modo contribuyen a suscitar en

    muchas personas honradas y sinceras una espe-cie de duda de s mismas y de sus propiascreencias: no saben explicarse estos hechos, que

    ni siquiera se hubieran atrevido a pensarlos.

    Hace poco, tuve la confirmacin de eso, al ha-

    blar con una madre de familia catlica y educa-

    da segn la norma tradicional. Esa madre me

    cont que su hijo, de dieciocho1aos, celador en

    un clegio religioso, haba sido invitado por unprofesor del centro, conocido de todos como

    pederasta salvo quiz de la direccin apasar la velada con l en una boite; y despus

    le invit a pasar la noche en su casa. El mucha-

    cho entonces se opuso, con una negativa cate-grica, a las incitaciones que el otro le haba

    propuesto. Pregunt a esa madre si no presen-tara sus quejas al superior del colegio; me

    respondi que no pensaba hacerlo, y aadique, aunque todo eso la haba herido en lo ms

    profundo de su ser, casi se preguntaba si ella

    54

    y su marido, por ejemplo, no tendran sobre

    cuestiones tales una mentalidad retrgrada. No

    es que emplease esa misma palabra, pero se

    era claramente el sentido que daba a 'la expre-

    sin. En casos semejantes se comprueba el ex-traordinario poder de intimidacin ejercido porel libro sobre todo cuando se considera cien-

    tfico y filosfico y por la pantalla en las per-

    sonas de clase media, en las que hay que re-conocer cada vez ms cierta desorientacin y

    que, en ltimo trmino, no saben qu es lo que

    creen.

    Se me va a permitir que cite aqu la violentaprotesta que arrancan a uno de mis personajes,el pianista Flavio Romanelli, en la obra Mon

    temps nest pus le vtre, las ideas avanzadas

    y necias de una jovencita que se cree y quiereestar en el movimiento. El pianista acaba de

    hablar de la verdad absoluta e inalterable, y ella

    ha sonredo irnicamente all oir hablar de laVerdad con mayscula en 1955. La Verdad

    es la Verdad exclama l. 1955 es sola-mente un nmero. Usted dice 1955 como si se

    tratara de una altitud, como si estuviera en elmonte Rosa y desde all observara, en el fondodel valle, a las pobres gentes que existan hace

    55

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    29/37

    siglos. Pero eso no es verdad, usted no est en

    el monte Rosa. 1955 no es una altitud. Los

    hombres y las mujeres en 1955, en general,

    estn sobre una insignificante colina; y san

    Francisco, san Buenaventura y todos los otrosestaban en la estratosfera a pesar del nmero.

    Dejemos ya todas esas observaciones, todosesos ejemplos, a los que se podran agregarotros muchos, porque podran parecer a un

    auditorio filosfico como no presentando ms

    que un inters periodstico; aunque creo queeso sera un error.

    Lo que hay que reconocer, en primer lugar ycon toda la claridad posible, es que el problemaque acabamos de considerar es de una extrema

    dificultad, y no se puede, bajo ningn concepto,simplificar los datos. Voy a repetir lo que he

    dicho ya tantas veces en el transcurso de estos

    ltimos aos: es preciso que nos defendamosde todo viraje engaoso. Todo lo que se diga,

    con razn, contra una especie de amoralismo

    repugnante que, como tendr que repetirlo sinduda, corre el riesgo de desembocar en un ni-

    hilismo puro y simple, no puede atribuirsea un conservadurismo que en vano trata de

    mantener en pie un edificio que se desploma.

    La nocin de lo decente, que, a mi parecer,

    ha desempeado un papel enojoso en una edu-

    cacin como la ma, se debe desechar cuando

    pretendemos aplicarla a libros o a obras de tea-tro. Pude ya comprobar durante mi juventud,y es ms cierto todava hoy, que estigmatizarun libro, declarndolo indecente, es el medio

    ms seguro de despertar, en aquel a quien

    se le prohbe, el deseo de la lectura, un inters

    de la peor calidad. Sin embargo, aqu ocurre

    algo parecido a lo que intentaba explicar a pro-psito del escndalo. Por encima de lo escanda-loso sociolgico, que en cierto modo hay que

    recusar, deca que existe lo escandaloso tico,que no revela nada que pueda referirse a unamentalidad trivial, sea de la clase que fuere.

    En este caso sucede lo mismo; si la idea de

    decente, con la que uno tropieza, por ejemplo

    entre los directores de algunos patronatos, seha de desechar como cuando prescindimos de

    una puerta o una ventana, cmo no ver que apesar de todo existe una decencia que debe sersalvaguardada? Pero en qu consiste esa de-cencia? Es evidente que esa idea, tan difcil de

    precisar, se encuentra en la esencia de todo

    57

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    cuanto he dicho contra cierta transgresin que

    hemos de denunciar siempre que nos encontre-

    mos con ella. Lo malo es que aqu el lenguaje

    se traiciona en cierto modo a s mismo. Adjeti-

    vos como decenteo indecenteya casi no se pue-den emplear, porque estn cargados de asocia-

    ciones de ideas puritanas o puritanizantes.Y ahora quisiera entrar en lo que evidente-

    mente, y a mi parecer, es la parte ms impor-

    tante de este trabajo, o sea, no tanto definir

    como aclarar la realidad oculta hacia la que

    parecen apuntar muy torpemente esas palabras

    pasadas de moda que causan el efecto de unsombrero hongo o de copa en un mundo en elque todos van con la cabeza descubierta o nollevan ms que gorras.

    En un estudio en el que he tratado de las re-laciones entre la vida y lo sagrado, he intentado

    hacer hincapi en lo que llamaba cierta inte-

    gridad de la vida (Unverdorbenheit des Le-bens). Preferira expresarlo de otro modo, pero

    no existe el sustantivo correspondiente l vo-cablo intacto. Para fijar las ideas, yo dira

    que en este caso conviene pensar en la cualidadde una flor o de un fruto que haya llegado a la

    madurez. Evoquemos, por ejemplo, el estado de

    58

    un hermoso melocotn intacto, al cual el me-

    nor roce corre el riesgo de macar. La idea

    de perfeccin, de la que la filosofa clsica ha

    hecho un uso inmoderado, es una expresin

    muy racionalizada, y por ello mismo poco sa-tisfactoria de este estado privilegiado en queparece que la esencia se hace manifiesta. Espe-

    ro que se me permita leer, con el fin de aclarar-

    lo lo ms posible, el principio del maravilloso

    Cantique de la Rose,que es uno de los fragmen-

    tos mejores del Cantique trois voix de Paul

    Claudel:

    B e a t a

    Dir, puesto que lo deseas,la rosa, Qu es la rosa? Oh rosa'

    Pues qu? Cuando respiramos ese perfume

    que hace vivir a los dioses,

    no llegaremos ms que a ese diminuto ser insubsistente

    que, desde que se le coge entre los dedos, se

    deshoja y disipacomo una carne, sobre s misma, en su propio

    beso,

    mil veces comprimida y doblegada?

    59

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    Ah, os digo que eso no es la rosal Su aroma

    es la que, respirada un segundo, es eterna!

    No el perfume de la rosa! Es el de todas lascosas

    que Dios ha hecho en su esto!

    Ninguna rosa! Mas esa palabra perfecta en una circunferencia inefable,

    En quien toda cosa, finalmente, por un ins

    tante, en esta hora suprema ha nacido!

    Oh paraso en las tinieblas!

    Im realidad, para nosotros, es un instante que

    despunta bajo esos velos frgiles, y la inmensa

    delicia para nuestra alma de todo lo que Diosha hecho.

    Qu ms mortal puede exhalar un ser pere

    cedero

    que la eterna esencia, y durante un segundo el

    inagotable aroma de la rosa?

    Cuanto ms muere una cosa, tanto ms llega

    al fin de s misma,ms expira pr esa palabra que no puede decir,

    y ese secreto que la atrae.

    Pido perdn por este largo parntesis lrico,

    que quiz sorprenda; pero, a mi parecer, tiene

    la ventaja de ponernos directamente en presen-

    60

    cia de la esencia; de esa esencia que el existen

    tialismo, en su apogeo delirante, ha credo po-

    der anular o suplantar, en cierto modo.

    En realidad, todas las observaciones y los

    ejemplos precedentes dan en una especie deblanco en el que es preciso que la esencia en-cuentre su lugar, pero la dificultad reside enesto: en que, desde el momento en que inten-tamos restablecer la esencia en sus derechos,

    corremos el riesgo de proceder a una objetiva-

    cin que la desnaturaliza y priva de valor. Re-

    cordemos uno de los ejemplos antes evocados:

    el de aqul viejo y clebre actor perseguido hastasu lecho de muerte por los informadores gr-ficos de la prensa, que le acosan. Cul es, exac-tamente, el sentido de la protesta que el mori-

    bundo apenas tiene fuerzas para manifestar, y

    que no puede traducir ms que por un gesto

    furioso e impotente que simplemente quiere de-

    cir: Fuera de aqu? Es que siente que seest a punto de robarle su muerte real, su muer-

    te vivida, para sustituirla por una muerte fingida,por una muerte de tea tro , como si se tratasetodava de su carrera artstica y de las innume-rables muertes que tantos aplausos le valieron

    antao. Pero no: el actor ha dejado su carrera

    61

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    tras s; ahora se trata de su muerte, de su pro-

    pia muerte. Pretende no ser frustrado. Pero,

    hablando con toda propiedad, dnde est aqu

    la esencia? Es la verdad de una situacin funda-

    mental, cuya propiedad es ser vivida de tal forma

    que el que la vive la reconozca como inaliena-

    blemente suya; y est bien cla ro que aqu ver-dad significa ante todo autenticidad.

    Exactamente lo mismo ocurre con los j-

    venes esposos de fama cuya luna de miel vienen

    a espiar y filmar los reporteros. En uno y otro

    caso, esos representantes del pblico, que tra-tan de aportar a ste el alimento reclamado, secomportan como observadores. He dicho re-

    presentantes del pblico? Efectivamente, el se-manario en el que aparecern esas imgenesser comprado; hecho que vendr a confirmar

    a los reporteros la impresin de que ellos han

    cumplido con una tarea y de que, en fin de

    cuentas, han ejercido un derecho.Pero creo que es interesante, en particular

    en el marco de este estudio, poner de relieve laprofunda diferencia de naturaleza que existe

    entre l derecho a la intimidad o al secreto, queen ese caso es violado, y el pretendido derecho

    que se atribuyen los periodistas.

    62

    El primer derecho est inscrito, en cierto

    modo, en el ser mismo de una conciencia viva,

    y toda infraccin a ese derecho puede asimilar-

    se a una violacin, precisamente porque afecta

    a lo que he llamado la esencia.La segunda clase de derecho es de tipo pu-

    ramente formal: si yo compro una revista quetiene fama de ser pornogrfica, y al hojearlano encuentro nada que responda a lo que espe-

    raba, podr decir que me han robado, en el sen-tido de que la mercanca que me ha sido entre-

    gada no corresponde a la etiqueta en vista de la

    cual la he comprado. Pero cmo no ver que

    ese derecho, que era el mo en cuanto compra-dor, encubra un abuso que, por ser tolerado,

    aun cuando no da lugar a sancin alguna, ma-nifiesta lo que hemos denominado lo escanda-

    loso tico, como lo manifiesta tambin el inter-

    cambio de servicio que se opera entre una

    ramera y su cliente?En verdad, por nada hay que dejar que surja

    una confusin entre unos derechos imprescrip-

    tibles, entre los primeros de los cuales figurael de ser respetado en su ser, y todo un conjun-to de tolerancias a las que no es posible en-contrar ms que una justificacin negativa. Se

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    dir, por ejemplo, que el desarrollo de la por-nografa en la prensa es en s una cosa muy

    enojosa, pero la implantacin de una censura

    presentara inconvenientes ms graves todava;

    y no se dejaran de citar los ejemplos demasia-do conocidos de censura ejercida de forma es-

    tpida contra obras que con el tiempo seranclsicas, como Madame Bovary o Les fleurs du

    mal.Por otra parte, creo que hay que reconocer

    que el argumento est desprovisto de fuerza

    convincente. No porque la censura corre el pe-

    ligro de que se ejerza en sentido equivocado,la hemos de considerar ya como injustificable

    en su principio, y, sin embargo, hay que con-

    fesar que la idea misma de una criteriologa ental dominio implica quiz contradiccin.

    Pero lo que es particularmente grave es quedel hecho de un menoscabo general de las cos-

    tumbres, y ms todava, de un embotamiento

    del juicio, hayamos llegado a una situacin queparece excluir la posibilidad de oponer un di-que a ese desenfreno.

    Pero la reflexin debe continuar profundizan-do en el asunto. Cmo no ver que ese derechoal respeto de lo que en un ser es lo ms au-

    tnticamente suyo, corre el peligro de perder

    64

    su punto de aplicacin? Incluso los mismos quedeberan querer salvaguardar la intimidad a

    toda costa para s mismos, como algo que ofre-

    ce un valor positivo, sienten cada vez menos

    esta necesidad. La impudicia de la que se hace

    gala en todas partes, hasta en los vestidos oen la ausencia de vestido , cuando uno sepuede sustraer durante algunos das o semanas

    a la sujecin de un decoro profesional, reducidopor otra parte a su ms simple expresin, bas-

    ta para demostrar que cierto respeto a s mismo

    est en vas de desaparicin. Existe algo mscaracterstico que la necesidad demostrada por

    aquellos a quienes ahora se les llama, con una

    palabra bastante brbara, en francs vacan-

    ciers , la necesidad, digo, de aglutinarse unoscon otros en las playas o en campings dondela promiscuidad llega hasta los ltimos extre-

    mos? Creo que sera absurdo e incluso inde-

    coroso tratar de justificar esa necesidad recu-rriendo a principios de orden tico. Lo que ocu-

    rre en ese caso es, al contrario, una regresin

    hacia formas inferiores de vida social para lasque la palabra magma traduce con bastanteexactitud el carcter informe. Tal vez fuera til

    intentar sealar en qu consiste su inautentici

    Marcel, Filsofo 5

    65

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    34/37

    dad. Esa palabra no designa en modo alguno

    una forma de ser que podra considerarse como

    antinatural. No es de la naturaleza de lo que se

    trata aqu; porque sabemos en qu consiste y

    porque la idea de un estado de natura leza queexistiera al comienzo de todo desarrollo cultu-ral no es ms que un concepto lmite cuyo uso

    es muy aventurado. La falta de autenticidadconsiste ms bien en el hecho de que el ser in-

    dividual se desva de toda vocacin susceptible

    de conferir a su existencia un sentido y un va-

    lor. Al contrario, se pierde literalmente en una

    especie de indeterminacin gesticulante y degritero.

    Mas en este punto no puede dejar de plan-

    tearse al espritu una cuestin difcil y angus-tiosa: Dnde se sita la responsabilidad en un

    estado tal de cosas? Se la puede localizar?

    Parece como si entrramos en un reino en el que

    la imputabilidad tiende a desaparecer. Lo que

    comprobamos es una especie de renuncia ge-

    neralizada y, adems, vigorizada, no digamos

    por la sociedad, sino por unos poderes que tien-den a presentarse abusivamente como los por-

    tavoces de esa misma sociedad. Y, adems, de-bemos agregar inmediatamente que en ello

    66

    existe un estado que no puede ser ya ms fa-

    vorable a ia instauracin de una tirana, y que

    esa tirana, una vez establecida, no dejara de

    obrar en beneficio propio. Es muy cierto, en

    efecto, que la propaganda que un rgimen se-mejante necesita para su propia publicidad no

    tendr dificultad alguna en realizarse a travsdel magma de que antes he hablado. Puede tro-pezar con un obstculo, all donde tienda a pre-

    valecer lo que llamamos conciencia irnica, esdecir, la mentalidad que se afirma en organis-

    mos tales como el Canard Enchan. Pero

    seguramente nos equivocaramos si imagin-ramos que la prensa, que tiende a tomarlo todo

    en plan de burla y que, consecuentemente, im-plica la negativa a respetar sea lo que fuere, pue-

    de favorecer en modo alguno el criterio perso-nal, sin el cual no puede adquirir consistencia

    la resistencia al poder tirnico.

    Si en el ttulo mismo que he dado a esta con-

    ferencia ya se ha evocado lo que he denomi-

    nado la destruccin de los valores destruc-

    cin sealada ya en la cita del principio , conello me refera ante todo a esa especie de dis-minucin del tono o de la vitalidad espiritual

    que coincide con el hecho de que el ser indi-

    67

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    vidual no tiene ya casa propia, o, si se quiere,habitat interior.

    Tal vez sea ste el momento apropiado para

    recordar /as observaciones capitales de Nietzsche

    sobre el nihilismo, que se encuentran en la obraLa vountad de poder y que tuve ocasin de

    comentar recientemente en otro contexto. Nietz-

    sche distingue rigurosamente un nihilismo pa-sivo, que es propio de dbiles, y un nihilismo

    activo, que a veces designa tambin con el nom-

    bre de nihilismo dionisaco o exttico, que es

    el de los fuertes. Vase, por ejemplo, m, pg. 557

    (de la edicin francesa), donde dice que el ni-

    hilismo puede ser signo de fuerza, pero tambin

    de insuficiencia, siempre que esa fuerza no seacapaz de establecer una finalidad, un porqu,una creencia.

    Es una cuestin grave saber si es legtimo ha-blar de un nihilismo de los fuertes; cuestin

    que no voy a decidir yo aqu, pero, en cambio,s es evidente que el nihilismo que hoy vemos

    progresar como si se tra tara de una epidemia

    es un nihilismo de debilidad. Y aado por micuenta que la distincin entre fuertes y dbiles,tal como Nietzsche la presenta, sobre todo en

    La voluntad de poder,es desde luego sospecho-

    68

    sa. Pero lo que he intentado demostrar y qui-

    siera ahora precisar es que, del hecho de lo que

    he llamado la violacin de la intimidad, vemosque surge como disminucin del ser que no es-

    t en forma alguna compensada por lo que sepodra considerar como un acrecentamiento,

    digamos, por ejemplo, del sentido social. Laexpresin sentido social, por otra parte, pue-de ser objeto de crtica por razn de la am-

    bigedad que presenta; porque puede designar

    o bien una exigencia de justicia, de cuya legi-

    timidad no se trata, o bien una necesidad de

    naturaleza completamente distinta, que con-sistira ms bien en consumirse en un grupo o

    en una organizacin para poder afirmarse porel intrprete de ese grupo u organizacin; y esanecesidad no tiene en s absolutamente nada

    de respetable. Mas no debemos ocultar aquel estado de confusin que ha hecho presa hoy

    da en los espritus, intimidados muy a menudopor no se sabe qu vaga filosofa de la historia.

    Es cierto que los marxistas, declarados o no, or-

    todoxos o no, tratan de hacer prevalecer laidea de que la intimidad es una categora bur-

    guesa. Todo esto me parece sencillamente ab-surdo, porque, como es el caso tan frecuente

    69

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    36/37

    en Sartre, por ejemplo, no se sabe o no se quie-

    re distinguir entre lo normal y lo patolgico.

    Ciertamente, puede haber una patologa de la

    intimidad, cuando sta se encierra en s misma

    y de esta forma se convierte en exclusin y ce-

    guera; pero la verdadera intimidad es otra cosamuy distinta, ya que implica una llamada alotro, una espera de todo lo que ese otro puedeaportar para el enriquecimiento de la vida inte-

    rior. La hermosa palabra alemana Einklangad-

    quiere aqu todo su valor, y de hecho la msi-

    ca de cmara, en sus expresiones ms elevadas,

    es la que, a mi parecer, traduce con la mayorfidelidad posible la exigencia de intimidad. Pe-

    ro cmo no ver que los ltimos cuartetos

    de Beethoven estn repletos de una exigencia deuniversalidad tan apasionada como la Novena

    Sinfona o la Missa solemnis? Precisamen-te hay que poner de relieve esta conexin entrelo ntimo y lo universal, y el hecho correlativo

    de que cuando la intimidad cede, cede tambinla universalidad, y demasiado a menudo corre

    el riesgo de degenerar en retrica y en nfasis.

    Si existe una obligacin para el filsofo, es

    la de rechazar en absoluto ese gnero de faci-lidad. El trmino alemn Nchternheit designa

    70

    con mucha exactitud lo que creo que debe ser

    la disposicin fundamental del filsofo, y uno

    de los principales mritos de los fenomenlogos

    habr sido el de comprender y aplicar estricta-

    mente esta regla de sobriedad.

    Una cuestin se plantea inevitablemente alespritu: Se puede asignar un trmino o l-mite al proceso de disolucin o destruccin a

    que he aludido en esta conferencia? No qui-

    siera aventurarme en las arenas movedizas dela profeca. Todo lo que puedo decir es que no

    me parece razonable abandonarse a un fatalis-

    mo pesimista. Es muy posible que, en muchoscasos, las generaciones futuras experimentenla necesidad de reaccionar contra sus ascen-

    dientes. Sin embargo, esa reaccin implicara

    algo que se parecera mucho a una conversin,con la condicin de tomar esa palabra en un

    sentido muy general y, por consiguiente, noconfesional.

    Tomando en consideracin el caso de los me-dios de difusin, en los que he insistido en

    particular, no es inconcebible que se logre una

    educacin poco a poco; pero todava es nece-

    sario que surjan educadores. Probablemente, delo que el mundo actual tiene mayor necesidad

    71

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    37/37

    es de educadores. Desde mi punto de vista, ese

    problema de los educadores es el ms impor-

    tante, y aqu es donde la reflexin filosfica de-

    be ser puesta a contribucin. Se tra ta de saber

    dnde encontrarn esos mismos educadores losalimentos sin los que todo entusiasmo resulta-

    ra completamente vano. No podemos ahoraabordar ese problema. Los que conocen mis

    escritos, no creo que tengan dificultad alguna

    en darse cuenta de que todos ellos gravitan en

    realidad en tomo a esa cuestin central. Lo

    nico que quiero afirmar, al concluir, es que

    no se puede hablar vlidamente de derechosni de transgresiones si previamente no se hallegado a delimitar al menos el ncleo cen-tral, fuera del cual toda afirmacin se redu-

    ce a una asercin gratuita e inmediatamenterefutable.