MARÍA TERESA CAMPOS

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MARÍA TERESA CAMPOS

Princesa Letizia

Editorial Planeta

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Sinopsis

Un divertido retrato de una institución respetada por la gran mayoría de la poblaciónespañola, pero asimismo repudiada por muchos otros en el cual aparecen reinas y reyes, perotambién cacerías, desfalcos sin explicación, hijas y más hijas e incluso la república.

En un momento en el que la monarquía española vive momentos complejos y polémicos, latelevisiva María Teresa Campos aborda una tarea más compleja aún: adopta el papel de laprincesa Letizia y, como si de un diario personal se tratara, habla en primera persona, en boca dela futura reina de España sobre todo lo que está sucediendo en la monarquía, presente, pasado yfuturo, con mucho humor. La monarquía es el tema del año, una institución amada y vilipendiadaa la vez. Teresa lo trata con humor, crítica pero mucho respeto.>

©2012, Campos, María Teresa©2012, Editorial PlanetaISBN: 9788408030935Generado con: QualityEbook v0.59

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A la princesa Letizia, con afecto, respeto y apelando a su sentido del humor

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El día D

Con gran revuelo y bastante escepticismo, a los medios de comunicación llega de pronto una noticia:se va a anunciar el noviazgo de don Felipe. Ese recelo era comprensible, porque... ¡habíamos picadotantas veces! Era siempre la misma historia con diferentes nombres: desde Isabel Sartorius, ahoragran amiga, hasta la noruega Eva Sannum, que a punto estuvo de conseguirlo, aunque al final todoquedó en agua de borrajas por un escote y, parece ser, una expresa (o sea, rápida y taxativa) peticiónreal. Entre unas y otras intentonas fallidas, el hijo pequeño de los reyes se iba convirtiendo poco apoco en solterón más que en soltero, por aquello de que de un príncipe heredero se espera queestabilice pronto su vida sentimental. Por su bien, naturalmente, y porque eso lleva consigo saberquién será, aunque consorte, la futura reina de España.

Y yo, en directo, haciendo «Día a día» en Telecinco, no me atrevo a decir lo que me filtra una delas personas más serias y mejor relacionadas que conozco; alguien incapaz de hacer rodar ningúnbulo, y mucho menos de estas características. Aquel viernes despido el programa a las dos y mediade la tarde sin hacerme eco de nada, sin arriesgarme a soltar un bombazo que al poco tiempo estaríadando la vuelta al mundo.

Poco después de la primera llamada, mi amigo me hace otra en la que me informa hasta de lahora en que se hará oficialmente el anuncio. Yo ya no puedo dar la primicia, pero mi hija Terelu, queen esos momentos está presentando su programa en Telemadrid, sí que está en condiciones dehacerlo. Le hago una llamada durante la publicidad y me comenta que también lo sabe por una amigacomún. Pero le ocurre lo mismo que a mí: no se atreve. Insisto y le aconsejo que lo suelte, porque eltema está ya bien atado. Cuelgo, y a los pocos minutos la veo dando por fin el paso de contar lo quesabe envuelto en una especie de noticia-adivinanza: «El príncipe Felipe tiene novia. Se va a anunciarhoy. Es periodista y su apellido tiene nombre de magdalenas.» De ahí a Ortiz, sólo un paso; y delapellido al nombre, otro. Como estaba previsto, el telediario de La 1 lo confirma oficialmente. Ya nohabía ninguna duda: tendríamos boda real.

¿Cómo pasaría ese día doña Letizia, entonces, Letizia? ¿Durmió? ¿Tuvo que tomarse algunapastilla? ¿Habló con su prometido esa noche? ¿Cuándo había visto a la reina y suegra por últimavez?

Con el perfeccionismo que la caracteriza, me la imagino mirándose al espejo, repasando susrasgos, su vis, sus gestos; recordando lo que hasta entonces había sido su vida y calculando cómo iba

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a ser a partir del día siguiente, ese día en que ya nada sería igual. Y seguro que se preguntó: «¿En quétengo que cambiar ahora?»

Tal vez la princesa, que desde ese instante tendría que guardar más de un silencio, se contestó así misma:

Bueno, mi peinado que ni se les ocurra tocarlo. No me fío de sus sugerencias: a ver si mequieren encasquetar un estilo, digamos para no ofender, eterno, como el de mi suegra. Doña Sofíame cae muy bien, pero vaya por Dios el pelo que lleva la pobre. Siempre igual, siempre el mismolargo, la misma forma, el mismo tono... ¡Qué aburrimiento! Desde luego, a la que no tengo queimitar es a Mette-Marit. Ni en asuntos de peluquería ni en ninguno. ¡Quita, quita, haycomparaciones odiosas! Yo todavía no soy princesa, pero soy una profesional destacada ymoderna, de la que poco se puede decir. Bueno, sí, que estoy divorciada. ¿Y qué? Como me voy acasar por la Iglesia, lo que cuenta es el enlace religioso. Así que mi matrimonio con Alonso jamásme perjudicará.

Pensándolo bien, estoy haciendo historia. ¿Quién me iba a decir cuando iba con mi carteritaal colegio Gesta de Oviedo que me iba a pasar una cosa así? O cuando me metí en la hipoteca delpiso de Rivas Vaciamadrid. O cuando me senté por primera vez delante de una cámara. Incluso,cuando entré por la puerta de la casa de Pedro Erquicia para cenar con unos amigos... Sí, ¿quiénme iba a decir que a esta hora soy el nombre del día porque ése será el nombre de la reina deEspaña? ¿Cómo iba yo a creer que en mi destino había un lugar al otro lado del espejo en el queahora me observo, sin pasar por alto nada de lo que soy y de lo que tendré que ser?

Seguro que me encontraré alguna zancadilla. Normal. Ya estoy viendo a los rancios queriendoconservar las esencias de la tradición. No se dan cuenta de que lo que necesita la monarquía esprecisamente adaptarse a los tiempos, porque si no languidecería hasta morir. Pasada la sorpresainicial, yo les demostraré lo que es una princesa; una princesa del siglo XXI. ¡Será difícil que mecojan en un renuncio! Menuda soy...

El traje pantalón blanco que he elegido para la presentación oficial es, desde luego, el másadecuado. Matías siempre acierta con mis estilismos. Y esta vez ha dado en el clavo. No nosengañemos, tratándose del acto que es, no me puedo permitir dar un patinazo. Mal empezaríamossi ya me equivocase con el golpe de imagen que abre mi camino en la familia real. A Felipetodavía no le he dicho nada de lo suyo, de su manera de vestir. Ahí tengo que hacer una labor depuesta a punto. ¡Mira que es guapo, pero a veces se pone una ropa que para su edad resulta muy,pero que muy antigua! Eso son cosas de su madre, aunque yo de la reina, eso quiero que quedeclaro, no me puedo quejar. Su Majestad tiene que entender que, en eso y en todo, la institución nopuede vivir perpetuamente de su más reciente pasado. Y no digamos ya del menos reciente. Poreso, porque lo hará bien, mi marido pasará a la historia. Si no renovamos nosotros la mecánica dela Casa, la que pasará a la historia será la monarquía. Ya me encargaré yo de que no sea así.

¿Me pinto más? Por si acaso llevaré algo para retocarme. Hay un montón de compañeros quese sentirán traicionados por mi discreción, por la manera en que he llevado mi noviazgo con elpríncipe sin que les dijera nada, sin que se me escapara ningún detalle que pudiera hacerlescómplices de lo que han sido estos meses de relación callada y secreta. Tienen que entenderlo,porque ellos, mejor que nadie, saben que las noticias se dan en los telediarios.

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Y así fue. Y posiblemente Letizia Ortiz pensó algo parecido en el instante en que dejaba de serperiodista para convertirse en princesa. Durante una temporada, yo, sin dejar de ser periodista, heintentado ponerme en el lugar de la princesa, de meterme en su cabeza y en su corazón para imaginarlo que opina de todo lo que ha pasado en su vida desde entonces. De eso va este libro: de lo que talvez diría doña Letizia Ortiz si ella pudiera hablar.

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Si yo hablara... Pero no puedo. Una parte importante de mi trabajo consiste precisamente en estarcallada. Qué ironía: yo, que ahora tengo que guardar tantos silencios, antes me ganaba la vidacontando a España lo que pasaba en el planeta. Y la verdad es que lo hacía bastante bien. Bueno,para qué voy a quedarme corta: lo hacía maravillosamente. Sin embargo, el día de nuestra pedida demano me di cuenta de que, a partir de entonces, lo que pretendían de mí en realidad era que cerrara elpico para siempre.

En mala hora se me ocurrió abrir la boca. Ya sé que había cientos de periodistas, ya sé que aquelmomento quedaría inmortalizado para la posteridad y que el marco en cuestión no era el lugar másapropiado para sentirse como en casa. Lo sé de esa manera en que me gustan a mí las cosas:perfectamente. Y sé que estaba delante de un futuro rey. Pero, sinceramente, a mí me pareció queFelipe ya se estaba poniendo un pelín pesado, que estaba soltando un rollo sin tener en cuenta —paraqué vamos a engañarnos, y no es ni inmodestia ni deformación profesional— que yo era la otra mitadde la noticia; es más: yo era el meollo de la noticia. Sin mí, sin mis... llamémoslas circunstancias,aquello hubiera tenido menos interés. Así que decidí echarle un cable a él y un toque de naturalidad aun acto que empezaba a ser demasiado protocolario y poco espontáneo. Simplemente le miré y dije:

—Déjame hablar a mí.Lo que ocurrió a continuación es de sobra conocido: se armó la de Dios.«Déjame hablar a mí» solté despreocupadamente entre la fauna bordada de los tapices goyescos

de La Zarzuela y el brillo de las botonaduras doradas de los ujieres, y se destapó la caja de lostruenos. Me pusieron verde. Incluso algunos querían más: ponerme de patitas en la calle. Si por ellosfuera me hubiera quedado compuesta y sin novio. «Déjame hablar a mí», susurré sin malicia y hastaun poco tontorrona, y me arrojaron vestida de Adolfo Domínguez a la hoguera: que si eso pasabacuando un príncipe se liaba con una plebeya, que si le estaba faltando el respeto a toda unainstitución y a todo un hombre que llevaba tatuado en la frente, en la mirada y hasta en el ombligo,como una enciclopedia por fascículos, el destino de España.

La idea general era que yo había empezado a asomar la patita. Mi opinión personal sigue siendoque actué como una mujer enamorada. Y, por venir de donde vengo, como una auténtica experta del

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sentido del ritmo y del tiempo de los mensajes. Pero aquello fue oficialmente un error. Tomé buenanota del patinazo y desde entonces, desde aquella mañana en que el sol entraba como una mancha deluz por las ventanas de palacio y yo ponía el primer pie como una principianta en las escalinatasmarmóreas de los Borbones, mido lo que digo con la precisión con que Felipe Varela calcula misescotes; con idéntico rigor al que voy sumando o restando los centímetros de mis taconesdependiendo del sitio y el momento; con la puntería que tengo para cazar al vuelo el ruido de unamosca. O de un elefante.

Eso sí, por obligación tendré que estar muda de cara a la galería, ahora, que de puertas paraadentro, a mí no me calla ni la mismísima reina. Por mucho que lo sea de España y por mucho quesea mi suegra. Y hoy he tenido una buena bronca con Felipe. Nada, una tontería, pero ya hemosvuelto a discutir. Esta vez ha sido por las niñas. Él se pasa demasiadas horas jugando con ellas a laPlay. Yo no estoy de acuerdo con que mis hijas se eduquen petrificadas ante una maquinita. Prefierola literatura. Quiero que las dos crezcan familiarizadas con la lectura, como su madre, y vayanaprendiendo la belleza de las palabras, el valor y la riqueza de los mundos que viven dentro de laspáginas de un libro. Un día encontrarán sus nombres entre los renglones de la historia.

Así que estamos de morros. Vamos todo el trayecto sin mirarnos, camino de una inauguración, unrío de motoristas que nos escolta a toda velocidad por la M-30 abre paso a nuestro coche blindado,como si nos llevaran sin perder un minuto ni un segundo de respiración a una sala de urgencias. Yame he acostumbrado al sonido de las sirenas, al resplandor azulado que va dejando en el atardecerde Madrid su estela intermitente y fugaz como una bofetada caída del cielo. Me he acostumbrado aque no existan los semáforos ni los atascos ni la necesidad de bajar la ventanilla y echar sapos por lalengua al conductor de al lado. En realidad, me he acostumbrado a ser princesa.

No sé si el chófer se da cuenta de que estamos enfadados. Él, como todos los que nos rodean, semueve con suma discreción, con ese aire de ausencia y distancia que marca a cuantos están alservicio de la familia real. ¿Qué pensará de nosotros? ¿Qué le comentará a su mujer cuando esténtumbados en el sofá, por la noche, mientras ven uno de esos programas en los que tanto me critican?Estoy convencida de que él no está de acuerdo. Yo no soy ésa.

Para evitarnos, mi marido disimula repasando el discurso que pronunciará en unos instantes. Yomiro por el cristal, buscando que el paisaje de la ciudad me relaje de la tensión que hay en elambiente. Veo Torrespaña a lo lejos y es como volver, de pronto, a aquellos años en los que estaactual servidora de la patria era una periodista de éxito al servicio de la noticia. Porque esinnegable, por mucho que se empeñe Peñafiel, que conocí el éxito. Sí, antes incluso que al príncipe.Felipe llegó después. Cuando él apareció en aquella cena, yo no era ninguna advenediza. Tenía micurrículum y un futuro brillante. Y lo conseguí a base de esfuerzo y talento, no por ser una trepa,como se me ha querido desprestigiar deslizando veneno a los cuatro vientos. Tampoco me gusta lo de«reina de la tele». Era un titular fácil y recurrente para la ocasión. Yo era nada más —y nada menos— que una buena reportera, una presentadora impecable y solvente. Y bastante mona. Reina lo seréalgún día, si la cosa no se tuerce... Pero entonces seré la reina de España.

Nos acercamos a nuestra misión de esta tarde. La cosa sigue igual: ninguno de los dos da su brazoa torcer. Al menos yo no tengo ninguna intención de bajar la guardia. Y él lo sabe. Sabe divinamentecómo soy. Pero cuando descendamos del vehículo cumpliremos de manera exquisita nuestro papel.

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Nos saludarán estrechando la mano e inclinando ligeramente la cabeza; me entregarán un ramo deflores, cruzaremos la entrada del edificio decididos y sonrientes, poniendo un gesto amable,mostrando curiosidad por lo que nos enseñen, intercambiando ambos un estudiado guiño decomplicidad. Nadie se enterará de que llevamos todo el día de uñas y que hemos tenido una trifulca.Seremos lo que se espera de nosotros. Tendré que tragar, por mi cargo, todo lo que me apeteceespetarle al heredero del trono de España. Se lo diré cuando regresemos a casa. Se va a enterar. Voya coger carrerilla y, ya metidos en harina, anunciarle que este año, a Mallorca, se van sus realespadres y sus altezas las hermanas. Así mato dos pájaros de un tiro. Ahora tengo que aguantarme ycallar. Sí, callar como siempre; callar como ordenan las normas y la estabilidad de todo un país. Aveces ser princesa es una gran y soberana putada.

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Lo primero que se dijo de mí es que tenía un pasado. Y claro, ni ese pasado era bueno niremotamente compatible con una futura reina. El problema no estaba exactamente en mi profesión.Después de todo, gracias a la tele, que alguien entrara en las casas de los españoles y lo hiciera apartir de entonces en la de los Borbones resultaba, aunque no muy conveniente, al menos ligeramenteexótico. El problema era otro: era yo.

Se apresuraron en sacar a relucir lo de mi divorcio. Ni que hubiera matado a Kennedy, ¡coño!Ése era el principal pecado de mi pasado: haber estado casada con otro hombre. No es por hacercomparaciones, pero, y que la Iglesia anglicana la tenga en su gloria y de paso me perdone a mí, ¿dequé les sirvió a los ingleses la pluscuamperfecta, inmaculada y carente de pasado —y un poco demollera también— Diana Spencer? Pues de nada. Bueno, sí: de que se montara la marimorena y elmundo entero descubriera que bajo las alfombras persas de Buckingham Palace se amontonabamucha mierda. Y muchos cuernos.

Tampoco es por señalar, ni por hacer sangre —sangre azul, por supuesto—, pero incluso en lafamilia de mi marido la que más y la que menos sabe lo que es un divorcio. Hasta alguna que no losabe en el fondo es como, sin querer saberlo, ya lo estuviera... Y cosas peores... cosas que hacen delo mío una bagatela, una tontería sin mayor trascendencia, un asunto que ni siquiera será juzgado...por la historia. Cuando me pongo pragmática, y eso me ocurre con frecuencia, pienso —y esotambién me sucede bastantes veces— una pequeña maldad: mientras unas dan la nota después, yo yallegué a la Corona con el pasado puesto. Incluido el divorcio. Mi vida, que hasta entonces había sidomuy normalita, la verdad, no había estado expuesta a los flashes ni a las leyes propias de lainstitución. Desde que entré por aquella puerta de La Zarzuela nadie podrá echarme en cara ningúnescándalo. Otras, en cambio, tienen mucho que callar. Y callan. En realidad aquí son muy dados alsilencio.

Pero por extensión, y por tocarme las narices, no sólo apareció el nombre de mi ex marido.Rápidamente elaboraron una larga lista de novios y amantes, confirmados o supuestos, que habíantenido que ver algo conmigo. ¡Faltaría más! ¿Quién a estas alturas puede darse golpes de pecho poralgo así? Pues unos cuantos se dejaron los muñones rotos y a mí por los suelos. Sin embargo, nadie

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cuestionó al novio. No suponía ningún problema la corte de mujeres que habían estado liadas enmayor o menor grado, por una noche o por una temporadita, con su príncipe azul, a la sazón príncipede Asturias y en la actualidad príncipe de mi casa. Y puestos a meter cizaña, entre las suyas y losmíos hay una notable diferencia: las de mi marido eran muchachas de pasarela, modeluquis detercera con mucha curva y poca cabeza. Los míos, en cambio, tenían otro pedigrí: mi pasado estaballeno de hombres con talento.

«Una reina no puede tener pasado.»¡Cuántas veces habré escuchado esa frasecita! ¡Qué cosas! Los que así piensan podrían proponer

que nos crearan en un laboratorio. Sí, una especie de recinto aséptico como el que se supone quedeberíamos tener aquellos a quienes el destino nos ha deparado este lugar en la historia. Entre tubosde ensayo y probetas saldría lo que pretenden: una reina sin rastro de nada, una reina carente derecuerdos, de vivencias; sin huella de lo que es un recorrido biográfico. Sin nada que ocultar, perosin nada que contar.

Ojalá el futuro sea aceptar lo inevitable: la realidad de un mundo de igualdad entre hombres ymujeres. ¿Y el pasado...? El pasado es lo que te curte y te convierte en lo que eres, la experiencia devida que te hace valorar lo que de verdad es importante. Y esto, ¡ojo!, con o sin corona. Esto, comomodelo de normalidad entre los seres humanos, al margen de géneros y de posiciones laborales ysociales.

Antes decían lo de «el que no la corre de soltero, la corre de casado». Debe de ser que losBorbones se casaban demasiado pronto. Por eso pasaba lo que pasaba: se aplicaban este dicho al piede la letra y aquello era un no parar de entradas y salidas por las alcobas ajenas; una lista de amantesesporádicas o en plantilla que hacían del patio trasero de su reinado una verbena de secretos ymentiras.

Para algunos una reina no puede tener pasado, pero un rey sí puede seguir corriéndola en elpresente. ¡Esto sí que es hasta anticonstitucional! Y nosotras, que encima somos consortes, debemosser vírgenes y mártires. ¡Ah...! Y esperar a que lleguen ellos para que nos lo enseñen todo. Ya, ya...¡Esto me pone enferma! Vaya con el discursito prehistórico de estos dinosaurios. ¡No hay manera dehacerlos callar!

Si Felipe hubiera querido casarse con una mujer sin pasado lo habría tenido difícil, por no decirimposible. Aquí la que más y la que menos hemos vivido lo nuestro. ¡Afortunadamente! Y esto esaplicable a los nobles y a los plebeyos. Conste que a mí me molesta eso de que mi primermatrimonio, como era civil, no cuenta. Muchas gracias, pero no tengo por qué defenderme de algoque ninguna ley española condena. Es más, puesta a dar facilidades, la Iglesia tiene un inventollamado «anulación».

Me casé por lo civil, me divorcié y contraje matrimonio por la Iglesia con el hombre másimportante de mi vida. ¿Soy por eso más o menos honorable...? ¡Ja!

Y como efectivamente no me fabricaron en ningún laboratorio, no soy ningún bicho raro.Respondo a la educación que hoy reciben todas las mujeres de este país. Allá ellos, los que quieranseguir en el limbo, los que crean a estas alturas en los cuentos de hadas; aquellos que te abren encanal para hacer un chequeo de tu pasado y si descubren un mínimo detalle que no les gusta, cierraninmediatamente tu cuerpo y te dan por desahuciada.

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Estos salvadores de la Corona y de España necesitan una pasada por el siglo XXI. Y si bien esverdad que tengo que dar las gracias por su discreción a las personas que forman parte de mi pasado,también dejo claro que no tengo nada de que avergonzarme. Si nos ponemos en ese plan, pasadotenemos todos, incluida doña Sofía, que se enamoró de Harald de Noruega, quien a su vez le puso loscuernos con la que luego sería su esposa, la reina Sonia.

No parece que a mi suegra, tan magnífica persona y profesional, le haya tratado bien la vida enesas cuestiones. Después de aquello encontraría a don Juan Carlos, que éste sí que fue, creo, su granamor. Menos mal que lo de Harald no funcionó, porque, si no, hoy doña Sofía sería la suegra deMette-Marit. Estoy segura de que con ésa se llevaría peor que conmigo.

Así que por mi pasado nadie me va a sentar en el banquillo. No sé si llegaré a sentarme en eltrono, pero en el banquillo no. Ni por mi pasado ni por haber sucumbido a las más viles tentaciones...¡Qué malo es el dinero! Me explico... ¿no? Ahí tengo que darle la razón a Peñafiel: «Trabajo sí,negocios no.» Y menos cuando no son claros. Y todavía mucho menos cuando te dicen que dejes demeter la mano, porque estás metiendo la pata.

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Como una cosa lleva a la otra, el tema —mejor dicho, el temazo de mi pasado— llevabanecesariamente a la religión. ¡Y con la Iglesia hemos topado! Aunque debo ser justa con los obisposy demás corte celestial. Salvo alguna excepción, todos estuvieron en su sitio: el de ver, oír y callar.Ése era también mi lugar. Ellos se pusieron prácticos en el nombre de Dios y de la Corona. Yo lohice en el nombre de un hombre: Felipe.

Los que alzaron la voz hasta quedarse afónicos eran de dos tipos, unidos para la ocasión en unfrente común: joderme a mí. Estaban los que eran más papistas que el papa y los más ateos que PilarBardem. Unos pusieron el grito en el cielo y los otros en un bar de Malasaña. Según se mirara, y memiraron hasta la planta de los pies, yo podría ser una traidora o una hereje. No entendían que yo erasimplemente una mujer enamorada.

Digamos que, hasta entonces, yo era una especie de católica en lista de espera. Estaba bautizaday, por tanto, llegaba con el trámite resuelto. No había nada que modificar. No me pasé del ateísmo alcristianismo ni de una fe a la otra. Por cierto, alguna majestad que yo conozco, y trato y respeto yadmiro y temo, sí que se cambió de bando... Se convirtió a una religión que no era la misma con laque había llegado al matrimonio. Ni siquiera a este país... Y allí no dijo mu ni Dios. Dios debe deser alguien de pocas palabras.

Lo mío era muy sencillo. Bautizada al nacer, no había practicado mucho —bueno, la verdad, casinada— el catolicismo. Es como si te sacas el carnet de conducir y pasan los años sin que cojas elcoche. Hasta que un día, por una necesidad imperiosa, no tienes más remedio que subirte a uno ypiensas «¡Coño!, pero si sé manejar este cacharro». Eso fue lo que me pasó a mí: me subí a un Rollscamino de la fe y de la Almudena. Aquello también era una necesidad. Y no digo imperiosa, porqueya se sabe que España es un reinado.

Para el sector progre, que me casara Rouco Varela era la imagen viva de mi bajada depantalones. Para los otros, el que se bajaba la sotana y lo que llevaba debajo de ella era demonseñor. Pero él y yo sabíamos por qué estábamos allí. Después de todo, los dos tenemos algo encomún: una cierta mala prensa. En mi opinión estuvo estupendo. Cuando dijo lo de «¡No tengáismiedo!», tenía mucha razón: yo estaba aterrada. Ya sé que él se refería a otras cosas, pero yo llevé

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esas palabras a mi terreno. La homilía de Rouco fue impecable, aunque para mi gusto sobraba tantaalusión a las donaciones. Más que una boda aquello empezaba a parecer una operación de trasplantede hígado.

Rouco y yo estamos en las antípodas. A él le pasa lo mismo que a mis suegros: tiene que tragar.Decidió mirar para otra parte; para otra parte que no fuera mi pasado, porque era la mejor manera deesquivar los problemas. La Iglesia eso lo hace muy bien. Y allí estaba bendiciendo el matrimonio deun príncipe con una divorciada previamente casada por lo civil y posteriormente amontonada conotros hombres. ¡Vaya cuadro! Visto así, para él tuvo que ser una auténtica purga tener que llevarse alestómago y al Episcopado una situación de ese calibre. No me extraña que el pobre tenga cara devinagre. A veces suelta muchos sapos por la boca, lo reconozco. Pero otras, como en mi caso, se lotuvo que dejar dentro para siempre. O, por lo que pueda suceder, al menos por ahora...

¿Y a mí qué me importaba si tenía que casarme en la Almudena con toda la pompa celestial, contodos los Evangelios y todos los ángeles de una catedral tocando la trompeta como si fueran la bandamunicipal del cielo en plena fiesta mayor? A mí sólo me importaba una cosa: él.

Pero ¡vamos a ver! ¿Cuántos se casan, cuántos que jamás pisan una iglesia y no se han confesadoen su vida, cuántos que no saben hacer ni la señal de la cruz, se casan, digo, pasando por el altar ypor el aro de los anillos, y por dar fraternalmente la paz al cura y a los padrinos y al lucero del alba,con tal de que no se disguste la madre de la novia? Pues eso es lo que me ocurrió a mí: no queríadisgustar a la madre de mi novio, ni a su padre, ni a la Corona, ni a España, ni a Cristo bendito... ¿Noquedamos en que soy la consorte? ¿No forma parte de mi papel seguir el juego a mi marido?Entonces ¿por qué me pusieron a caer de un burro? Por encima de todo yo tenía algo muy claro: habíaencontrado al hombre de mi vida. No estaba dispuesta a renunciar. Y si hubiera tenido queconvertirme al budismo, lo hubiera hecho sin pestañear. Por cierto, no habría sido la primera de minueva familia...

Después de todo, mi pasado tenía mucho que ver con los Borbones. Y en algún aspecto, como eldivorcio, con lo que estaba por venir para más de un miembro de la familia...

En fin, que mi pasado, pasado está... Yo vivo mi presente y pienso en el futuro.

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Cuando todavía no había llegado internet, la historia reciente se tecleaba en una Olivetti. Conozcomuy bien esas máquinas de escribir: mi querido abuelo paterno, José Luis, era comercial de Olivetti.Mi abuela Menchu trabajaba en la radio. Es curioso: uno manejaba el instrumento que dejaba laspalabras negro sobre blanco, ella les ponía su voz, su maravillosa voz. Parecía que estabapredestinada a no ser otra cosa que periodista. El tiempo ha demostrado que estaba equivocada...

Hoy tengo un día tristón. No ha sido agradable ver a mi abuela Menchu entrar en un juzgado. Esuna parte fundamental de mi vida. Cuando yo era una niña me encantaba ir a los estudios de RadioOviedo, donde ella era toda una celebridad. Por cierto, ese edificio explica por sí solo buena partede lo ocurrido en España en el último siglo: sede del diario socialista Avance durante la República,pasó después a acoger los medios de comunicación del Movimiento y con posterioridad se convirtióen la base del sindicato Comisiones Obreras.

A mí me fascinaba salir del Gesta, mi primer colegio y más tarde del instituto Alfonso II, para ira ver a mi abuela. ¡Qué tablas tenía delante del micrófono cuando hacía programas como «Coser ycantar»! Había algo ahí, entre esas paredes, que me hipnotizaba. Incluso yo misma, junto a mihermana Telma, siendo muy pequeñas, hicimos nuestros pinitos en Antena 3 Radio, la emisora quedirigía mi padre, en un programa que se llamaba «El columpio».

En aquellos años éramos una familia muy feliz. Mis padres siempre han sido muy currantes y esonos lo han inculcado a nosotras. El domingo era el día en que todos íbamos al Cristo de las Cadenas.Esa zona está ahora irreconocible: de los merenderos que antes había en un descampado ha pasado aconvertirse en una de las zonas de Oviedo que más ha ido creciendo con la construcción deviviendas. Pero yo quiero recordarlo como era en aquel momento en el que la vida todavía estabapor llegar.

Se ha dicho que yo sacaba buenas notas. Y es verdad. Siempre me ha gustado hacer bien lo queemprendo. Pero también es cierto que en aquella época hacía otras cosas, además de estudiar. Iba aclases de ballet con Marisa Fanjul, que entonces era prácticamente la única profesora de baile quehabía en Oviedo. Me gustaba la danza, aunque nunca pensé dedicarme a ello en serio. Era una tareaextraescolar que seguramente me ha servido para mantener físicamente una postura correcta. Cuando

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pisé el Teatro Campoamor por primera vez como casada, en la entrega de los Premios Príncipe deAsturias, no pude evitar el recuerdo de mis actuaciones siendo una cría en ese escenario. Dondeentonces sólo sentía la mirada cálida de mi familia, notaba ahora los ojos del público y de laaudiencia de televisión escrutando cada uno de mis movimientos: estaban valorando la coreografíade una princesa.

Era una niña como quiero que lo sean las mías: alegre. Y quiero que vean a mis padres todo loque puedan. Yo deseaba que llegara el verano para ir con mis abuelos maternos, Enriqueta yFrancisco, a su casita de Torrevieja. Era un mar muy distinto al Cantábrico asturiano, pero disfrutabade aquellos momentos, de aquel paisaje tan diferente al de mi tierra. Sobre todo disfrutaba de misabuelos, siempre tan cercanos, tan cariñosos, tan discretos, como lo han demostrado una vez que yase hizo oficial el anuncio de mi compromiso con Felipe.

Alguien dijo que la infancia es nuestra verdadera patria. Tal vez sea verdad. Ahí empieza aescribirse nuestra historia. Y vamos fijando los rostros de quienes nos acompañan en esos primerosaños, y nos quedamos con los olores, las risas, las palabras de una época que marcará nuestrodestino.

Soy de la generación Nocilla y de los que crecieron viendo el «Un, dos, tres» en la tele. Perosobre todo soy de una generación en la que los abuelos no son seres ausentes. Nos han llenado demimos y de atenciones, nos han tapado cosas ante nuestros padres, han pasado horas en vela siteníamos un catarro o esperando que llegáramos a casa después de nuestras primeras salidasnocturnas. Mi abuelo José Luis y mi abuela Enriqueta ya no están. Con ellos se ha ido una parte demí, de lo que soy, de donde vengo.

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Yo me siento muy orgullosa de mi familia; una familia de personas honestas y trabajadoras.Empezando por mis abuelos maternos, a quienes no se les puede pedir más respeto por la manera enque han llevado el que, de pronto, su nieta se convierta en la futura reina de España. ¡Cómo será, quehasta ese... ese diablillo de Peñafiel ha dicho muchas veces: «Lo que me más me gusta de Letizia essu familia»!

A mi madre, menuda faena le hice; ella, tan republicana y tan de izquierdas y le sale una hijaprincesa... Lo que no sabe nadie es que, entre las dos, no hay tantas diferencias en nuestra manera depensar. Y entre la de Felipe y la mía, tampoco.

Mi padre puede parecer más esquivo por algunas imágenes que en su día salieron, al principio demi relación con Felipe. Pero no es así. Él lo que intenta es mantenerse alejado de mi vida pública,porque entiende que es mía, pero no de él. En privado, en cambio, siempre ha sido y es un padrazo,que cuidó de mí y de Telma cuando tuvo que venirse solo con nosotras a Madrid, porque mi madretenía su trabajo todavía en Oviedo.

Hay alguien de quien me honra descender, que es mi abuela Menchu. Una gran señora de la queheredé mi pasión por la comunicación. Ahora, desde que se murió mi abuelo, se ha quedado muysola. A veces, cuando estoy tan lejos de ella, me gusta releer una carta que le escribió María TeresaCampos el día de mi boda.

Querida Menchu:Te escribo de abuela a abuela y como compañera, pues las dos venimos de la radio, cuando la

radio era una montaña de discos y un río de anuncios y concursos.Por eso imagino tu inmensa emoción esta mañana en la Almudena; ese temblor en el estómago

mientras leías la Carta de San Pablo, en un marco tan solemne, tan plagado de coronas, tanretransmitido al mundo. Pero, sobre todo, la emoción te llegaba por la mirada de tu nieta, deaquella niña a la que metiste el veneno del periodismo. Y hoy la tenías delante, guapa y sonriente,vestida de novia, a punto de casarse, y de hacerlo con un príncipe. Pero un príncipe de verdad, yno como los de nuestros seriales de la radio, que perdían el encanto y los galones en el capítulofinal.

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He sentido mientras te escuchaba una voz cálida y una ternura de abuela. Estás en plenaforma, admirada Menchu. Has hecho el mejor trabajo de tu vida, porque esta vez te has acercadoal micrófono desde lo más profundo de tu corazón.

Ahora, cuando regreses a tu paraíso de Ribadesella, y en los telediarios las crónicas hablen dela princesa de Asturias, esa mujer que camina del brazo de Felipe de Borbón, para ti seguirásiendo Letizia.

Y donde los demás vean a la futura reina de España, tú seguirás encontrando una nietaadorable a la que un día llevaste de visita a la radio y ella te llevó, a través de la televisión, a daruna vuelta por el mundo en el día de su boda.

¡Larga vida a los príncipes de Asturias!

Lo dicho: me siento muy orgullosa de mi familia. Muchas de las cosas por las que estoy aquí yenamoré a Felipe las conseguí por ellos.

No quiero pensar más. Ni un solo día he dejado de recordarla. De pronto me viene su voz, susonrisa; aquellas conversaciones tan cómplices y tan sinceras que teníamos las dos. No, no quieropensar más, me pone triste. Ella era un ser luminoso que siempre estaba en una dimensión distinta.Era mi hermana y, mientras la tengamos en nuestra memoria quienes tanto la quisimos, nunca dejaráde estar entre nosotros.

Me hubiera gustado poder consolar más a mi madre; allí, en el pisito de Rivas Vaciamadrid,donde me imagino que habrá llorado sin consuelo, desesperada y destrozada por la muerte de su hija.Lo habrá hecho como es habitual en ella: sin que los demás nos enteráramos de esos momentos depena infinita, de preguntas sin respuesta, de dolor y de nostalgia. Mi madre es para mí un ejemplo dedignidad y de discreción.

Va a ser verdad que la prensa no molesta a quien se hace respetar. Ella está en ese lugar. Aunquetambién hay que reconocer que en ocasiones no es fácil estar andando sobre un fino alambre. Tanmalo puede ser hablar como callarse. Yo estoy por la seriedad, la sobriedad y una cierta elegancia.Incluso cuando ellos no la tienen con nosotros.

Telma lo lleva mal. Bueno, lo lleva fatal. Y yo también. Sin quitarle la razón, que puede que latenga a la hora de defender su intimidad, ha de poner en la balanza los pros y los contras de lasituación. Hay veces que casi me siento culpable al verla de repente seguida por las cámaras por elsimple hecho de ser mi hermana. Pero, aunque yo no puedo hacer declaraciones, a ella le dije lo quepensaba de aquella desorbitada demanda. Creo que si yo, como digo, puedo llegar a sentirmeculpable, ella tal vez tendría que haber pensado un poco en mí. ¿Y su marido con la carta que envióal diario El Mundo...? En fin... Puede hacer lo que quiera. La verdad es que no lo conozco mucho. Ynos vemos poco, porque ellos decidieron vivir en el extranjero.

Yo, en cambio, estoy muy a gusto aquí. Mi país, ni tocarlo. Y yo, ni moverme. Cuando era másjoven y estuve viviendo una temporada en México, echaba de menos mi tierra y tenía ganas devolver. A veces, entre los propios españoles, ponemos a caldo a España y a nosotros mismos. Qué

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poca autoestima, por Dios... ¡Aquí hay de todo, como en todas partes! Y si alguien se salta la ley, sele detiene y se le condena. Si se puede, claro; porque si no le encuentras...

Entiendo muy bien a Felipe con el tema de los cuñados. Entiendo su cabreo, porque es también elmío. Qué manera de fastidiar, de echar por la borda el trabajo de mi suegro y de mi marido. ¿Quénecesidad había de poner en peligro la institución, de dejarnos a todos con el culo al aire? Puesparece que para alguno sí era un artículo de primera necesidad: forrarse.

«Familia real» tenemos que ser sólo los reyes, nosotros y nuestras hijas, las infantas. ¡Ay... misniñas! Ya sé que falta mucho, pero el día de mañana ya me encargaré muy bien de saber con quién secasan. Hay cosas que se ven venir...

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Yo los respeto mucho, pero a veces cuesta. Me he sentido muy mal cuando lo he visto hoy diciendoal pueblo que se había equivocado y pidiendo perdón. Es lo mínimo que podía hacer, aunque yotambién lo miro desde la cercanía y me produce una cierta lástima. No lo justifico, pero también hayque comprenderlos un poco. Fueron educados para ser diferentes y tener privilegios. Desde quenacen les inculcan una idea: ser el soporte de una institución que se basa justamente en la diferencia yen lo que se ha entendido, mal entendido —¡hay que leer la historia!— por ejemplaridad.

Y ahora, a estas alturas de su vida y de su reinado, es difícil hacerle entrar en razón sobre elasunto ese de matar elefantes, que, por muy legal que sea y por muy permitido que esté, no esprecisamente aconsejable para su imagen y, por tanto, para la Corona. Yo intento ponerme en sulugar, a pesar de que a mí me educaron en la igualdad, sobre todo de oportunidades, y en la idea deque, como los americanos, cualquiera puede llegar a ser presidente. Si yo me hubiera dedicado a lapolítica... quién sabe si no podría haber llegado a ser presidenta. ¡Hay cada una...! ¡A la Merkel ya levale, y a la argentina se le ha ido la olla!

Lo mejor de mi suegro es que es muy campechano. Eso no se lo puede negar nadie, aunque aveces me dan ganas de decirle que tira piedras contra su tejado. No se lo digo, no porque no meatreva, sino porque se me volvería en contra. La reina es, aunque lleve aquí toda la vida, pues es...griega. Ella sí que está educada para sacrificarse por la monarquía. No me parece que se le exija auna persona lo que se le ha pedido a mi suegra. Y siempre correcta, en su sitio, sin perder la sonrisa.Y sin cambiarse el peinado... ¡qué cruz! De todas formas, desde que se ha abierto la veda y se haperdido el respeto, ya sabemos que ella también tiene sus vías de escape. Pero que me perdone quienme tenga que perdonar: más dignamente.

Cuánto me gustaría llegar a tener la suficiente confianza con doña Sofía para saber qué piensa delos españoles en general y de los Borbones en particular. Y a mí me da que todavía le quiere...

Ella, tan espartana, tan aparentemente impenetrable, nos dejó un momento de abatimiento en lamuerte de don Juan. ¿Qué pensamientos pasarían por su cabeza para romperse de esa manera tanpoco imaginable en una mujer así? ¿Cómo habría sido su relación con un hombre que había cedidosus derechos a su hijo, quizá en el gesto más digno vivido en esa familia? Conmigo es amable y sé

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que me reconoce el trabajo que hago. También sabe lo que Felipe la quiere, y que mi influencia no leva a perjudicar, sino todo lo contrario. ¡No ha cambiado nada mi marido! Ahora tiene una seguridad,un aplomo, una forma decidida de desenvolverse que antes no tenía. Ah, y sin tener que ser tancampechano. Eso es lo que le tiene que valorar el pueblo. Me apuesto lo que sea a que el príncipe nole cae tan simpático a los elefantes. ¡Y lo que yo llevo aguantando sin poder contestar! Si por decir,hasta alguien ha dicho que ahora «no tienen una fábrica de bastardos, porque ahora las meten en lasalcobas palaciegas, no por la puerta de servicio, sino por la del matrimonio regio, cristiano yoficial».

De mis cuñadas no me quejo, aunque siempre he tenido la sensación de que me tenían celos porllevarme a su hermano. La realidad es que yo no me he llevado nada: es él quien me ha traído aquí.Con Elena las cosas no son fáciles: ¡somos tan diferentes! Ella tiene su carácter, su personalidad... Yno le tembló el pulso cuando decidió hacer su vida. ¿Habrá deseado alguna vez ser reina? Yo creoque siempre me ha mirado un poco por encima, pero ha aceptado lo inevitable. A ella le gustan lostoros. Yo en cambio no me imagino con la mantilla. Pero Elena... ¡es que parece que ha nacido parallevarla puesta todo el día! A mí me parecen reliquias de un pasado bastante rancio (las mantillas,claro). Como los que se escandalizan porque yo llevo a un acto oficial una chaqueta y un pantalón.¡Se podrán quejar de la promoción que hago de la moda española! Los he puesto al día en muchascosas, aceptando luego todo lo que se me ha exigido.

Con Cristina las cosas se han enfriado. Al principio todo iba bien. Pero después pasó lo que pasóy... Bueno, antes de que pasara yo ya me olía algo. A mí empezaron a no salirme las cuentas con elcasoplón de Barcelona. Yo callaba, porque a mi marido no le hubiera gustado que le hiciera la másmínima insinuación sobre su hermana. Pero en silencio, como tantas veces, pensaba que allí ocurríancosas extrañas. Hasta que se destapó todo el tomate. Felipe ahora está muy dolido con ellos. Enrealidad, está muy cabreado. ¡Ojalá pueda demostrar que las cosas han sido de otra manera!

Si ésta es una real familia, lo tiene que ser en todo momento y circunstancia. Aquí no se negocia:aquí se trabaja.

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De esto sí que no puedo hablar. Ni yo ni nadie de esta casa. No, nosotros tenemos que guardar unrespetuoso silencio en cuestiones políticas. Cada uno pensaremos lo nuestro, y seguro que nocoincidimos en muchas cosas, pero nada de mojarse públicamente. Está fuera de nuestracompetencia. Y eso que a ellos, a los políticos, los tenemos muy cerca; tanto, que son como de lafamilia: viajamos juntos, compartimos cenas oficiales, inauguramos congresos... Pero incluso así,conviene trazar una cierta distancia. No porque no sean simpáticos, sino porque no es aconsejablecogerles cariño: sabes que a los cuatro años se pueden ir. Bueno, o antes, porque en política tambiénexiste el divorcio: se llama elecciones anticipadas.

Así que confianzas, las justas. Son nuestra familia política y punto. No voy a hablar, pues, de losdos presidentes que he conocido. No quiero ni que en pensamientos pueda deslizarse el mínimoatisbo del pie del que cojeo, de quién de los dos me parece mejor o si me gusta más el de antes o elde ahora. No. Eso sí, me caen bien sus esposas. Las de ambos. Sonsoles y Elvira son mujerespreparadas, independientes y discretas, mujeres con sus profesiones y que responden perfectamenteal tiempo que les ha tocado vivir. Y a las dos, por cierto, les han tocado muy malos tiempos.

Sigo callada, aunque me cuesta. La neutralidad es imposible. Quiero que, al menos, no seamos unguiñol de los Gobiernos y me gustaría que nuestro trabajo no se limitara a estrechar manos y recitarante la cámara el discurso de Navidad; aunque lo de la Nochebuena últimamente, la verdad, ya no estan light: estos años mi suegro ha tirado más de una pildorita.

Por cierto, tanto criticar al rey porque le escriben los discursos, cuando a un presidente delGobierno también le entregan negro sobre blanco lo que tiene que decir. Lógicamente, el que lo hacepara un político es alguien de los suyos, como a nosotros alguien de los nuestros. Por tanto, no dejade ser institucionalmente política de partido.

Y tampoco es que mi suegro haya permanecido impasible ante lo que ha ido ocurriendo desde sureinado. No, don Juan Carlos ha sabido puntualizar muchas veces en asuntos importantes.Conociéndole, no creo que nunca diga aquello que no quiere decir, como cuando se intentan soltaramarras desde algún barco autonómico. En esto habría que pedir respeto a los Gobiernos de unos yde otros, para que no pretendan hacer sus políticas utilizando al rey. A más de uno se le ve el

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plumero...Si se tiene autonomía plena, si se recibieron todas las transferencias, si el Estado español es

solidario cuando alguna Comunidad lo necesita, entonces..., ¿por qué es malo?, ¿por qué les produceese rechazo formar parte del Estado español?

¿Durante años, los ciudadanos no vascos ni catalanes de este país no sufren también esedesprecio y ese anhelo de soltar amarras para ser independientes del Estado que les acoge y del quehan recibido en un toma y daca la solidaridad necesaria...?

¿Y cómo sería esa independencia? ¿Y por qué es bueno ser europeo y no lo es ser español?¿Serían europeos los catalanes si dejan de ser españoles o permanecerán a la espera de que Europa,como en su día a España, los acoja?

¿En qué se beneficia un catalán al dejar de ser español? Sería bueno que se tuviera un especialcuidado en ciertas declaraciones que dan aire a la mecha independentista. ¿Tiene esto sentido? ¿Noactúan por el resentimiento de años de dictadura en que se machacó su cultura? ¿No son lademocracia y la monarquía quienes se la han devuelto?

¿Por qué molesta a algunos que los catalanes estudien y hablen en su lengua? ¿No es normal quelos que allí deciden vivir aprendan catalán y en catalán, dado que su lengua madre, el castellano,nunca la perderán, y todo lo que suma no resta?

Dudo que un catalán pueda saber sólo su idioma. Si hoy todos consideran una necesidad elconocimiento del alemán y del inglés, e incluso hasta del japonés y del chino, ¿cómo van adespreciar el español?

Son preguntas que me hago porque me duele el desafecto de Cataluña. Unos y otros perderían conesa radicalidad.

Y es esa otra radicalidad de rechazar que los catalanes hablen su idioma lo que ha azuzado esemalestar que nos ha llevado a la actual situación.

Seguro que hay un camino intermedio; aunque sea como aquello de «juntos pero no revueltos».Ojalá quienes tienen la responsabilidad sobre esta cuestión la pongan bien en práctica.

Si pudiera hablar, si no fuera una princesa, diría que en un momento en que, crisis aparte,caminamos en tantas cosas hacia la globalidad, me parece una mutilación empezar a desgajar elmapa. ¿De qué estarían llenos esos huecos...? Y, cuando fuesen sólo catalanes, ¿se volveríanconquistadores de otras tierras? Se mire como se mire, todo es bastante anacrónico.

Si se pudiera dar permiso para ser independiente cinco años, por ejemplo, para que luegodecidan si se quedan o se van, ¿qué pasaría? ¿Y con la deuda...? ¿Y si luego somos nosotros los queno queremos que vuelvan...? Quizá una princesa no se pueda permitir ni pensar estas cosas. Perohablar..., escribir..., es un acto de la voluntad. Pensar, no.

Estoy cansada de escuchar que el rey no ha sido votado como jefe de Estado, como se haría conun presidente de la república. Equivocado: lo hicimos en 1978, cuando con la Constitución elegimosnuestro sistema de gobierno: España es una monarquía parlamentaria, con el rey como jefe de Estadoy un gobierno elegido cada cuatro años en las urnas con su correspondiente presidente.

Desde luego, nosotros somos lo más estable que tiene el país, y los mejores representantes.Algunos dicen que somos los perfectos relaciones públicas. A mí esto último no me gusta, porque loque intentan de esa manera es restarnos importancia.

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También están los que intoxican con el dinero que costamos. ¿Qué piensan, que la república esgratis? Pues no: es más costosa. Y hay quien se cree que si España dejara de ser una monarquía sólotendría un presidente. ¡Pues tampoco! Habría dos: el de la república y el del Gobierno.

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Tengo fama de mandona. Dicen que traigo a Felipe al uno. ¡Qué risa! El príncipe ha sido educado,muy bien educado, para ser rey de España. Es un hombre inteligente y disciplinado que ha crecido enla universidad, en el Ejército, en el protocolo... Pero una cosa es el papel oficial y otra la intimidad.Y ahí mi marido hace un poco agua. No me extraña que le gusten tanto las regatas...

Cuando lo conocí me di cuenta de que tenía un problema: su entorno. Allí había de todo, y notodo precisamente bueno. Sus amigos eran, y en parte siguen siendo, un grupo de hijos de buenasfamilias que se bronceaban al sol en el verano y se achicharraban con los focos de las discotecas demoda en el invierno. Fuera de ahí el tema daba para poco más. Entre la naturaleza y los vatios, eltiempo les ha dejado en su piel un color y una textura inconfundibles. Esa marca es imborrable comoun tatuaje. Y es el sello de lo que realmente son: una pandilla de pijos.

Hablaban con un lenguaje y un tono diferentes al resto de la gente que hasta entonces yo habíatratado dentro y fuera de mi trabajo. Los miraba y los dividía en dos grupos: los que habían leídopoco y los que directamente no habían leído jamás. Debe de ser que llevaban grabado a fuegoaquella máxima de que leer es cosa de rojos. Y éstos, claro, eran todo menos rojos.

Para ellos la roja seguramente era yo. Tampoco hacía falta mucho esfuerzo para resultarmínimamente progresista al lado de estos chicos que, por otra parte, eran gente maja, amable... Estoypensando qué más eran... Bueno, pues, eso: majos y amables. Pero allí había poca enjundia. Comofuturo rey y como futuro marido, Felipe tenía que aspirar a más. Yo no impuse nada ni le separé denadie: le abrí los ojos.

¿Soy una mandona por llevarle a ver un tipo de cine que no sean las llamadas películas deacción, y que la acción consista en que los coches salten por los aires y los unos se líen a tiros y aguantazos con los otros? ¿Soy una mandona por darle otro aire a su ropa, quitándole el uniforme deniñato perenne y modernizando aquel look rancio y anodino con que se presentó en mi vida? ¿Soy unamandona por proponerle en Nueva York salir a cenar con Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo enlugar de irnos de copas con un puñado de yuppies engominados hasta los pelos del ombligo? Perdónpor la inmodestia, pero Felipe encontró en mí algo que desconocía: la realidad.

Sí, mi marido es un hombre brillante, un hombre perfecto; tanto que algunos de sus primos lo

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llaman Bond, por James Bond, naturalmente. No podían encontrar otro ejemplo mejor, viniendo de sucírculo, donde la filmografía, como digo, es cuestión de héroes tirándose en paracaídas desde unhelicóptero. Hombre, puestos a comparar, a mí me gusta más creer que su grado de perfección essimilar al de un soneto de Borges.

Me estoy enrollando y quiero ir al grano: Felipe es una eminencia en lo suyo; pero lo suyo nosiempre coincide con lo real. Y ahí es donde yo tengo que tomar las riendas del asunto, porque él seconocerá el protocolo al dedillo, de acuerdo, pero con el protocolo puedes ir a todas partes, menos auna: a tu propia casa. Aquí no hay protocolo que valga. Aquí se necesita alguien con los pies pegadosal suelo, alguien que ha visto en su familia organizar las comidas, estirar el sueldo hasta llegar a finalde mes, acariciar a un hijo, reprenderle, recoger la mesa, poner un termómetro, levantarte a por unvaso de agua sin esperar a que nadie te lo ponga debajo de la barba... ¿Poner todo eso en orden esser una mandona?

Más de uno —y, lo que es peor, más de una— ha dicho con mala baba que el príncipe es uncalzonazos. Es una manera muy zafia de tirarnos a los dos por los suelos. ¡Cuánto machismo! Ycuánto imbécil. ¿Intentar aportarle cosas nuevas a un hombre y que él las acepte —porque él, que eslisto, toma nota de mis... sugerencias— lo convierte en un calzonazos? ¿Darle un sentido, una lógica,a la convivencia, y que eso haga funcionar mejor una familia, y la normalice y la aproxime dentro delo posible a cualquier otra, también debe interpretarse como que yo soy una manipuladora y mipríncipe, un calzonazos? Aquí, queridos críticos, os quisiera yo ver.

Y como yo tengo un oído de tísica, también me ha llegado el rumor de que soy una borde. Lo queno soy es tonta. Y si hay que parar los pies a quien sea, no me voy a cortar ni un pelo. Sobre todocuando se trata de defender mi privacidad y la de los míos. Un día estaba con mi marido en elcumpleaños de un miembro de la familia. Una de las asistentes no paraba de hacer fotos a todo lo quese movía, incluidas mis hijas. Me acerqué a ella y le dije que ese carrete había que revelarlo en LaZarzuela. Sé que la mujer se molestó, pero yo soy consciente del peligro que tiene una imagen de mifamilia rodando por ahí sin ningún tipo de control.

En otra ocasión asistí en Ribadesella a una exposición del gran Antonio Mingote. En el momentodel cóctel, uno de los organizadores del acto se estaba poniendo morado a hacerme fotos. Y comotodo tiene un límite tuve que frenarle en seco: «Venga para acá... ¿Usted no sabe que no se puedenhacer fotos a la familia real mientras come?»

Sé que, desde entonces, me va poniendo a parir.

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—Espejito, espejito mágico: ¿quién es la princesa más bella del mundo?—Podrías serlo tú, Letizia, pero tienes que cortarte un poco la barbilla y arreglarte de una vez

por todas esa pequeña desviación de la nariz. Aunque si no tienes prisa por ser la más bella, puedesesperar.

Esperar, esperar... No es que a mí me importe, pero soy de las que piensan que todo lo que essusceptible de mejorar debe hacerse. Como feminista convencida, me parece absurdo que laapariencia externa de la mujer importe tanto. ¡No hay más que ver los telediarios! Nosotras tenemosque ser y estar buenas. Una cosa sin la otra no vale de cara a profesiones como la que yo tenía antesde ser princesa. Tienes que ser impecable en lo que haces y en lo que pareces. Ellos no tienen queresponder a más exigencias que a las aptitudes meramente profesionales. Cierto que es un medio deimagen, pero si ponemos condiciones, tendríamos que hacerlas valer para todos: hombres y mujeres.

El físico sigue siendo una buena tarjeta de presentación en la vida. Así que hay que estar listapara presentarse aquí, en Nueva York o en Iraq. Insisto: incluso en Iraq. Y sé bien lo que digo...

Desprecio a las que han llegado a medrar sólo por su belleza. O mejor dicho, a los que hanconsentido que las guapas, por el simple hecho de serlo, pudieran ascender en el trabajo, y a las quehan permitido que por su cara bonita les hayan dado oportunidades vetadas para otras sin másméritos que su propio aspecto. Hay mujeres que hicieron de su aspecto su estrategia. Y, claro,siempre encontraron jefes que no vieron más allá de unos ojos o unas piernas.

Y mientras la belleza sea una exigencia más, como ocurre actualmente, todo se quedará en un malmenor. Lo inadmisible sería que nos valorasen sólo por ello y que nuestra inteligencia y formación,como antes, no contara. ¿Quiere esto decir que hemos mejorado? Pues no diría yo que sí... ¿Se habríaenamorado y casado Felipe sin mi supuesto atractivo físico? ¿Me habría casado yo con él si fuera unpríncipe como el que le tocó a Carolina?

Para responder a esas preguntas tengo que ser muy sincera conmigo misma: no, los hombres raravez nos valoran sólo por la inteligencia. Y no digamos los de la realeza: Mette-Marit, KateMiddleton, Máxima Zorreguieta... No nos engañemos: todas están bastante bien. ¡Ah..., sí! Hay unaexcepción: Camilla Parker, que le ganó viva y muerta a Diana de Gales. Al final, el patito feo se

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llevó al huerto a su príncipe azul. ¿Significa que Carlos es el único príncipe que valora en lo másimportante a las mujeres? Quizá, pero, por otra parte, no se puede negar la crueldad con que trató aDiana; una prueba nítida de que no se puede obligar a amar a quien no se ama. De eso, mi suegrasabe mucho. ¡Cuánto me gustaría romper su natural discreción y reserva para saber si se sintió amadaen otro tiempo! O si, como dice la canción, «es mejor querer y después perder que nunca haberquerido».

Lo que no va a llenar la vida de nadie son las aventuras, los flirteos fáciles y continuos que nodejan huella. Pero ellos, a veces, necesitan reafirmarse en la conquista, dar aliento a su ego o a su loque sea con la suma sucesiva de mujeres; de mujeres que no sean la suya, claro. No se dan cuenta deque eso no engrandece.

Al contrario: expresa debilidad y crueldad. ¡Parece mentira que una misma persona sea tangrande para unas cosas y tan pequeña para otras! Eso no va conmigo. Me defraudaría alguien así ysalía corriendo de la relación. Soy incapaz de querer a quien no me quiere.

Sí, hay que hacerse valer. Hay que marcar el territorio desde el principio, marcar las diferenciasy evitar posibles equívocos. Yo, desde luego, no se lo puse nada fácil a Felipe. Él sería muypríncipe, pero yo soy muy mía. Sus amigos bien lo saben. Desde que me conociera en la famosa cenade Erquicia le dejé clarito que seducirme a mí no iba a ser coser y cantar, que yo no estaba dispuestaa ser una más de aquellas «mujeres de su pasado», porque él también tenía un pasado, y que conmigotonterías, las justas y tonteos fuera de casa, ninguno. Pobre, la verdad es que el príncipe se lo curró.Y aquí estamos.

A todo esto, voy a buscarme un buen cirujano plástico, bueno y discreto. Quiero que todos mevean más guapa que nunca y no sepan por qué... Por cierto, tengo que llamar a Varela para prepararlos modelos de la nueva temporada. Espejito, espejito... tengo que ser, también en esto, la mejor.

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Jamás me separaré de Felipe. Y si ocurriera, no tendría que pasar nada, porque él es el futuro rey yla monarquía, su carga. Sobre el papel, yo soy una colaboradora en funciones de reina. No tengo voz,cosa que me resulta bastante difícil, ni voto. Por tanto, si una persona no tiene ninguna funcióninstitucional, podría ser perfectamente intercambiable. Aunque, advierto: sabiendo lo que ya sé nosería tan sencillo encontrar una sustituta para mi papel institucional. Para otras cosas, ¡ni te cuento!

Nadie cuida a Felipe como yo. Es más: nadie le mima como yo lo hago. Nadie podría estar a sulado sin que él se sintiera más apoyado que conmigo. Y no voy a decir que soy su sombra, porqueaunque algunos intenten que yo pase completamente desapercibida, para él sé que soy mucho más queeso. Con tanta gente de por medio, a veces me resulta complicado hacer valer mis opiniones y misconsejos. Puede parecer una frivolidad, pero no deja de ser un ejemplo: ¡si yo me empeño, se pone lacorbata que a mí me gusta!

No nos engañemos: mi marido tiene carácter. Lo que ocurre es que es una persona muy amable enel trato diario. Amable, pero también firme. Cuando tiene que hacer valer su criterio no le tiembla elpulso. Y no se casa con nadie, por muy de la familia que sea... Hablando de casarse, muchas veces hepensado en cómo tuvo que haber sido aquella conversación con su padre, aquella noche en la que ledio un ultimátum sobre lo nuestro. ¿Qué muecas haría don Juan Carlos? ¿Qué tono se respiraría en elambiente? ¿Qué palabras se cruzaron el uno con el otro en ese instante en que Felipe le estabaponiendo al rey las cartas sobre la mesa? Sabiendo el respeto que siempre le ha tenido, ¡cuántomérito le doy a su amor por mí! Me imagino a mi suegra callada, pero en el fondo sintiéndose muyorgullosa de su hijo, del hombre que siempre ha sido su ojito derecho.

No me extraña la debilidad de la reina: ¡mi marido es tan amoroso...! A mí me cuesta ser menosdura. Ya sé la fama que tengo... Pero, desde luego, a quien más exijo es a mí misma. Nadie podránegar que me pongo el listón muy alto. Antes de que me examinen los demás, ya me he hecho yo mipropia evaluación. No soy nada autocomplaciente. Siempre creo que tendría que haberlo hechomejor. Por eso me duelen las críticas feroces. Bueno, me duelen o, ya en algunos casos, me resbalan.

A mis hijas también les exijo muchísimo. Como madre, a las dos. Pero, como miembro de laCorona, le exijo todavía más a Leonor. Nadie podrá quitarme el orgullo como mujer de haber traído

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al mundo de nuevo una reina para España. Y como espero que nosotros duremos mucho en el trono,Leonor será una infanta tan o más querida que la Chata, aquella Isabel II que tan popular fue entre losmadrileños y que murió, seguramente ya de cansancio o de pena, a las pocas horas de emprender elexilio.

¿Qué hará hoy Felipe? Todavía no sé la agenda que tiene. Ojalá tengamos algún acto juntos o, sitiene programado algún viaje fuera de Madrid, regrese a dormir a casa, para que podamos dar losdos las buenas noches a nuestras hijas. Eso que no se ve, eso que no aparece en ningunaprogramación oficial, es lo que más me gusta de mi vida. Ése es nuestro momento: el de la familia.

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Pensaban que me iba a preocupar el protocolo, que me iba a quitar el sueño o que me haría naufragarentre las procelosas aguas de la monarquía. ¡Eso es no conocerme! Cuando yo me intereso por algopongo los cinco sentidos y puedo aprender en poco tiempo todo lo que haya que saber. Así que... mepuse a ello.

Si una princesa pudiera decir tacos, diría que algunas cosas me joden. Por ejemplo: cuando hayun almuerzo oficial con el príncipe, hay que esperar que él saque el tema de conversación y no sepueden establecer diálogos cruzados. Lo primero me parece una bobada y lo segundo, unaburrimiento.

Después de estos años, me doy cuenta de que la primera regla del protocolo es la naturalidad. Enesto mi suegro ha creado escuela. Ya en su día cortó por lo sano cuando se negó a tener una marañade cortesanos a su alrededor. Eso ha facilitado mucho las cosas. Desde entonces, todo resulta menosrígido. Por supuesto que hay una serie de cuestiones que son inalterables, pero quizá tengan más quever con la etiqueta propia de algunos actos que con el protocolo en sí mismo.

El protocolo no sólo consiste en saludar de una manera o sentarse de una determinada forma. Elprotocolo es, sobre todo, serenidad. Sí, mantener la calma incluso cuando son los otros los quepierden las formas. He tenido alguna prueba de fuego, como en aquella recepción en la que undiplomático congoleño pasó literalmente de mí. El hombre en cuestión me dejó con la mano tendida ysin respuesta. Aguanté estoicamente el desaire y a él le pusieron a parir. Cada uno se retrata comoes... Él cometió un error de mera cortesía. Yo me mantuve sentada en mi sitio, pensando para misadentros que aquel instante iba a traer cola. Los malintencionados de siempre subrayaron eldesplante más que para reprochar la actitud del diplomático, para evidenciar que una vez más alguienme dejaba a mí en ridículo. ¡Ay..., qué de tonterías hay que escuchar! Algo parecido ocurrió en Perú,cuando Alan García se apresuró en saludar a mi marido y se olvidó de mí. Lo que era un error delpresidente del país fue visto por algunos —¡qué cansinos!— como una mofa hacia mí. Yo me limité apreguntar cuál era mi sitio. El sitio que el protocolo del Gobierno peruano no me había dado en unsimple descuido.

Cuando yo, en mi afán de trabajar, que es a lo que estoy acostumbrada, pido un pequeño staff y

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una agenda personal, resulta que quiero ser como el rey o como el príncipe. Y sueltan eso de que lareina sólo tiene una secretaria privada; bueno, ¿y qué? A lo mejor yo quiero hacer más cosas que lareina... Y con todos los respetos, ¿eso es malo? Soy una profesional y una mujer del siglo XXI, y nome puedo resignar a ser una figura decorativa, a cumplir el protocolo a rajatabla y se acabó. No. Yno se trata de ser más o menos: se trata de servir a la institución aportando algo más que el merotrabajo de acompañar al príncipe.

Si yo sigo todos los acontecimientos, si estoy al día, si estudio cosas nuevas, sólo podrábeneficiar a la monarquía. Lo que no voy a ser es una boba que se limita a ir guapa, bien vestida, y ala que únicamente se valora por ello. Eso no impide que siempre intente ir lo mejor posible.

Y es que no hay que tener miedo a las consortes, que ya sabemos cuál es nuestro papel. Pero todolo que suma no resta. En eso Felipe y yo estamos muy unidos. Mi marido se casó conmigo, no con unatonta que va con la risita puesta y el paso atrás. Mi marido vio en mí a la mujer de su vida. Mimarido no es imbécil.

He aprendido muchas cosas de Felipe, que es de lo que se trata: de enriquecerse mutuamente.Nos escuchamos y a veces, naturalmente, no estamos de acuerdo en algunos temas. Eso me gusta. Sí,me parece que es muy sano ese debate doméstico que se puede crear en las parejas.

En fin, que no siempre digo amén. Y, por cierto, tampoco es verdad que la reina trague todo. Ellano habla mucho, aunque tiene tanta autoridad moral que podría hacerlo. Si la hubieran escuchado enalgunas ocasiones se habrían evitado algunos males. Puede que con Urdangarin, al que tanto apoyó,se equivocara. ¡Quién iba a pensar...! A lo mejor yo, un poco... Pero alguien como mi suegra, que hasufrido tanto por amor, valora el sentimiento de Cristina y desea que sus hijos sean felices. Quedeclaro que yo nunca la defenderé en ese sentido. No soy como ella, tengo la rebeldía propia de mitiempo y siempre he creído que las cosas deben ser de la manera que a mí me parece la más correcta.

¡Qué día de calor! Sería maravilloso poder estar en una playa a solas con Felipe y dejarnosllevar por las olas y los besos como Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad.Bueno, o como Rosa Benito y Amador Mohedano en Supervivientes.

Pero hay cosas que el protocolo no consiente. Mejor dicho: hay cosas que unos príncipes nopueden hacer. ¿Por qué?

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En cuanto pueda, tengo que ir a ver a mi abuela Menchu. A veces miro con nostalgia las fotos de laprimera vez que Felipe y yo fuimos a Sardéu para presentarle a mis abuelos cuando estábamosprometidos. Eran días felices: estábamos todos. No habían llegado las ausencias.

Me gusta esa sensación de volver, de pisar de nuevo la playa de Santa Marina de Ribadesella, dereencontrarme con una tierra que es la mía, el lugar del que vengo. Me gusta, en general, regresar aAsturias, porque nunca he perdido la memoria de mis raíces.

Ya no puedo pasear como antes tranquilamente por Oviedo. Pero la mirada es una manera deacercarse a todo lo que queremos, a las calles que han sido nuestras, a esos rostros con los que tantasveces nos hemos cruzado mientras íbamos creciendo; personas con las que nunca hemos hablado,pero que distinguiríamos entre una multitud, porque ellos también son el paisaje de nuestra vida.

Veo la calle Uría, la plaza de Trascorrales, la catedral, la bombonería Peñalba, La NuevaEspaña, la estación de Alsa, el Marchica, la facultad de Derecho, el campillín... Veo los edificios ycómo han ido cambiando los barrios, cómo ha ido llegando la nueva arquitectura con sus recintosacristalados y sus líneas de acero dibujando en el aire una mancha fría y luminosa.

Me encantaría coger a Felipe y a las niñas, y llevarlos en coche por toda la costa. Bañarnos en elCantábrico, comer unos oricios en el puerto de Tazones o de Candás, pasear por la senda verde deGijón, asomarnos al faro del Cabo Peñas... O adentrarnos por la montaña y llegar a los Picos deEuropa, subir por los lagos de Covadonga o caminar por el bosque de Peloño, tan lleno de magia yde paz.

Tampoco ellos están pasando un buen momento. Leo en el periódico demasiadas noticias sobre eldesmantelamiento industrial de la región. La crisis los está castigando con dureza, cerrando fábricas,golpeando la minería, desterrando del mapa pequeños talleres y comercios. ¡Cómo me gustaría poderhacer algo! Ahí sí que me siento impotente.

Tengo que ir pronto a Asturias. Y cuando lo digo es como si me viniera el sonido de los barcosde los pescadores entrando en el puerto con el bonito o los calamares de potera. Parece que estoyabrazando a mis hermanas después de llegar del colegio, que me viene el olor del parque de SanFrancisco en un día de lluvia, que escucho una tonada y reconozco cada nota y cada palabra de ese

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ritmo tan sobrecogedor y hermoso.Qué diferente la Asturias de mi infancia a ésta, en la que las autovías y los puentes se han ido

abriendo paso entre la vegetación y el cielo, entre los pueblos y el mar. Cuando voy por carretera ypaso el túnel del Negrón en el Huerna, sé que ya estoy en casa. Es una frontera natural: de prontocambia el clima y el color del cielo. De pronto sé que me voy acercando a mis recuerdos.

«Asturias, paraíso natural», dice el eslogan. Y es verdad. Hoy me siento princesa de ese paraíso,princesa de mi Asturias.

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No sé dónde leí el otro día un artículo que hablaba del «estilo Letizia». Yo creo que no tengo un soloestilo, sino más bien un estilo adecuado para cada ocasión. Y he demostrado que el estilo españolcuenta en el mundo. Por mi parte, hago todo lo posible porque así sea, porque nuestros modistostengan una presencia internacional y que el tema no sea un monopolio de los italianos, franceses yamericanos. Yo llevo la marca España en mi vestuario. ¡Cómo recuerdo aquel maravilloso traje rojode Lorenzo Caprile en la boda de Federico de Dinamarca y Mary Donaldson! Cuando reviso aquellasimágenes me siento como en la alfombra roja de los Oscar, aunque la alfombra que yo piso, la azul,es más importante. Y duradera.

El glamour de Hollywood a veces dura muy poco y tiene un enemigo potente: la edad. Laaristocracia, en cambio, se ha fraguado en el crisol del tiempo y la tradición. Las películas son uninvento reciente y muchas de sus estrellas desaparecen al año siguiente de recoger la estatuilla. En elcine, los palacios son de cartón piedra, las tiaras de diamantes falsos y los herederos de la Corona,actores guapísimos que se aprenden su papel pero desconocen el guión del protocolo. La auténticarealeza se ha acreditado con los siglos. ¡Y eso sí que es pisar fuerte!

Creo que aquella tarde en Dinamarca yo también entré con paso firme. Se me notaban las tablasque te da la televisión. Pero como tantas otras cosas, eso lo he conseguido con el tiempo. Y con miesfuerzo. Era la primera vez que estaba con la realeza europea, y creo que Felipe pudo sentirseorgulloso de mí. Objetivamente no desentoné en absoluto con el resto de consortes y reinantes. Nadaque ver con aquel traje azul descocado y poco apropiado de la otra... A veces, si no hilas muy fino,puedes firmar tu sentencia de muerte. Eso fue lo que le pasó a ella.

Ahora hay quien quiere resucitar mi pasado con infundados rumores. Qué bobada y qué pérdidade tiempo. Felipe no pondría en juego nuestro amor ni la institución para cuyo bien ha sido educado.Y hablando de educación: sería una falta de respeto que el heredero del trono de España se tomarapúblicamente un rakfisk noruego, por muy buena que sea la trucha y muy fino que quede en una mesa.¡Vas a compararlo con un pincho de tortilla...!

Bueno, voy a llamar a Varela, porque tengo tres actos públicos este mes:

—¿Felipe...? Soy Letizia. ¿Qué tal estás...? Oye, tendríamos que vernos porque necesito algunas

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cosas... Pero ya sabes, que cada vez menos clásica, y más informal, que es como le gusto más a todoel mundo... Sí, pero trajes de chaqueta, los mínimos posibles... Claro, claro. Bueno, un tweed set,algo especial, no está mal. Y me lo puedo poner luego con falda o con pantalón... Bueno, tú verás. Unvestidito con abrigo de entretiempo, de los sesenta... Y cuando puedas, piensa a ver cómo nosrenovamos sin cambiar en exceso... Ya, ya... No, ahora no, ahora no voy a repetir. Ya sabes que lasrepeticiones me gustan en momentos que se recuerden... Sí, claro, como cuando vino la Bruni, quetodo el mundo creía que yo me iba a preocupar por competir con ella, y me puse el vestido fucsiaotra vez, que, por cierto, me destacaba más el cuerpo que el vestido... ¡Ja, ja...! Me encanta esa fotosubiendo las escaleras... Bueno, adiós, Felipe.

También debió de encantarle a la prensa, pues desde los periódicos más serios a las revistas delcorazón esa imagen dio mucho que hablar. Creo que, incluso, en exceso.

La diferencia entre la Bruni y yo no eran nuestros modelitos, sino nuestros hombres. Yo no tengoel problema de Carla, que es en realidad —aunque tampoco creo que lo sea— el problema deSarkozy: su altura. Ella le saca la cabeza a su marido. Felipe me la saca a mí. En el fondo me pareceuna estupidez que haya hombres que se midan por la estatura y que se planteen esas competenciasentre nosotras. Es como lo del paso atrás. Pero yo, un paso atrás, ni para tomar impulso. Esto nuncalo diré, porque tiene unas connotaciones que en nada nos benefician...

A ver... necesito también algo para Marivent, donde yo creo que este año mejor sería no ir.¡Lagarto, lagarto! Me iré a un mercadillo. Sí, porque además eso tiene una foto y un titular: «Laprincesa en el mercadillo.» Después de todo, buscar y rebuscar entre esos tenderetes es muydivertido. Además, tal y como está el panorama, sería un ejemplo para los que siguen gastando unpastón en marcas carísimas, en un país con cinco millones de parados. Como de todo se pueden hacermuchas lecturas, no sé si eso sería peor para la economía, porque si los que tienen no gastan... ¡Estoparece la pescadilla que se muerde la cola!

Lo que tengo clarísimo es que este verano no me voy a poner en Palma esas sandalias tan típicasde las islas. Son muy bonitas, sí... pero recuerdan mucho a Cristina. ¡Lagarto, lagarto!

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Qué diferentes los veraneos de mi juventud a los de ahora. Digan lo que digan, esto ni son vacacionesni nada que se le parezca. Esto, aunque me vuelvan a poner a caldo como lo hicieron en su momentocuando lo dije, es trabajo puro y duro.

Se me ha criticado que iba poco a Palma, que si me salían sarpullidos sólo de pensar en tener queir a las regatas, que si no promocionaba la isla... Lo mismo podrían decir de Asturias. Y a lo mejorcon más motivo: es mi tierra y llevo el título del Principado como consorte de mi marido.

Pero aquí lo que duele es Palma. Yo creo que he hecho cuanto se me ha pedido en cada momento:posar en Marivent, subirme al barco, ponerle a las niñas ses avarques menorquinas, viajar en el trende Sóller, asistir a conciertos benéficos, entregar premios... No he escatimado en nada, pero lesparece poco. Otros parecen haberle sacado más provecho a la isla... Yo diría que le han sacado subuena tajada.

Yo sé que toda la familia real tenemos que ir, «por el bien de la monarquía», en el mismo barco.Lo he aceptado encantada, pero que no lo llamen vacaciones. No lo son. No dudo que Felipe disfrutamucho navegando y reuniéndose con sus amigos en el club náutico, pero es una exposición constantede lo que se supone que es nuestro tiempo de ocio. Eso lleva a críticas, en ocasiones, voraces, hacianosotros, incluida la manera en que van vestidas nuestras hijas. ¡Lo que hay que oír! O lo que hay queleer. Nos dan por todos los lados.

Menos mal que el pensamiento es libre y les he podido contestar desde mis adentros. Nuestrashijas van vestidas completamente acordes con el tiempo y el momento que nos toca pasar en Palma.¡Que echen mano de la hemeroteca y vean las cursilerías que algunas han dejado para la historia...!Eso sí, de mayores, tanto la una como la otra han cambiado el look. Aunque hay cosas de Elena queyo nunca me pondría, como las chaquetitas toreras de Galiano, hay que reconocer que lleva laspamelas como nadie; bueno, casi como mi hermana Telma, que parece nacida para ponérselas, pormuy del pueblo que venga.

En fin, que este veranito ha sido como para no olvidarlo. El uno, que si viene o no viene, pero síestá: dando la nota. La otra, que toma partido y deja al padre tirado. La pobre abuela, que le traen alos niños y luego se los llevan. Y nosotros en medio, cayéndonos también lo nuestro: que si Felipe va

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solo con las infantas, que si Leonor y el heredero y la heredera del heredero no deben viajar en elmismo avión... En qué quedamos: ¿no dijo el abuelo que sólo hay un heredero y ése es el príncipe...?

Dos y de eso hay mucho que hablar. Ahora ha vuelto a montarse en la prensa el numerito delembarazo. Ya están los puristas buscando problemas donde no los hay y llevándose las manos a lacabeza con el argumento de que un nuevo hijo crearía un problema constitucional. Ya, claro, perocuando le viene bien a los políticos mira cómo se dan prisa en dar un retoque a la carta magna.Compañeros, esto ya no tiene vuelta atrás: la primogénita se llama Leonor y llegará a reinar en unpaís donde, repito, han pasado muchas reinas a la historia con más gloria que los hombres.

Ahí tenemos a Isabel la Católica, aunque no sea de mi cuerda.Lo del nombre también trajo cola. Que por qué le pusimos Leonor, se preguntaban algunos

haciendo una mueca de desagrado. Pues se lo pusimos porque me gusta. ¿Algún problema? Felipe esotro nombre bonito, pero vamos... si es por tradición, por muy Borbón que sea, era francés, y nos lotuvieron que regalar para salir adelante.

Lo que más me indigna es que quieran mandar en mi vida íntima. ¡Ni que esto fuera China y sepudiera decir cuándo puedes o no tener un hijo! No, no se enteran. No se dan cuenta de que estainstitución ya no es lo que era. Y, desde luego, hay que seguir guardando sus esencias, que tambiénhay que guardarlas, pero en un cajón para leerlas de vez en cuando y darse una vueltecita por unpasado que ha tenido cosas muy buenas, ya lo sé, pero tiene otras que o las cambiamos o habrá queirse. Eso es lo que les gustaría a algunos, los mismos a los que les preocupa que mi Leonor vaya o nocon el príncipe, porque creen que no tenemos futuro.

De momento lo que está mal es el presente. Aquí es donde tiene que ponerse las pilas Felipe parasuperar esos errores del pasado.

De Cristina no puedo hablar; bueno, hablar, hablar... yo no puedo hacerlo de nadie. Entrenosotros claro que comentamos cosas de su hermana. Mi marido, porque para mí sobre todo es mimarido, siempre me recuerda que Cristina nos apoyó en los momentos más difíciles de nuestronoviazgo. Y es lo que yo le digo: «Sí, Felipe, lo que quieras, pero ahora nos está haciendo un dañoirreparable, que ojalá no eche por tierra nuestro trabajo de los últimos años y se cargue de unplumazo el futuro de la institución.» Nosotros, naturalmente, somos los más perjudicados con todo loque está pasando.

Mi suegro está ya por encima de todo, porque nadie puede olvidar que él trajo la monarquía a lademocracia y la defendió cuando pasó sus horas más amargas y oscuras.

¡Dios mío, qué malo es el dinero! Y esos que se suben en un ladrillo y se marean. No sé, no sécuánto puede resistir un amor por grande que sea. ¿Y los niños...? Pobrecitos.

En fin, que vaya verano... Menos mal que más corto no lo podíamos haber hecho. A mí lo que megustan son las vacaciones de Semana Santa. Esos días nos perdemos donde y con quien nos apetece,que también tenemos derecho.

En una foto de ¡Hola! que recuerdo, en Mallorca se me nota mucho la cara de lo que estoysintiendo por dentro. ¡Tendré que aprender a fingir un poco más!

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Estando el rey en La Zarzuela, ¿tenemos que dar cuenta siempre de dónde vamos? Cumpliendonuestras respectivas agendas, ¿el tiempo libre tiene que estar fiscalizado? Corriendo los gastos pornuestra cuenta, y desde la normalidad más absoluta en la residencia real, nosotros, que no somos másque herederos, incluso para algunos «posibles herederos», como si la monarquía no estuvierasuficientemente consolidada, ¿tenemos que estar siempre, sin excepciones, con luz y taquígrafos?

Me molesta muchísimo que en las vacaciones se nos califique de «perdidos no se sabe dónde» o«ellos, como es habitual, no dan cuenta de dónde están en una nueva escapada». Quizá vayamos adonde gastamos menos, sitios sencillos, cercanos, donde hacemos vida de lo más normal. Pero hayque ir a Baqueira rodeados de fotógrafos, esquiar por narices... y llevar el look adecuado de latemporada. De los veranitos ya he contado bastante, y Palma es una maravilla, pero en Marivent pocoa poco nos quedamos en cuadro.

Para los que vivimos todo el año en un palacio, las vacaciones son justo el momento para irse aun sitio discreto, tranquilo, y hacer un tipo de vida distinta a la del resto del año. ¿No es lo que hacetodo el mundo? Lo contrario a lo habitual: para eso son las vacaciones.

Ya sé que de la seguridad no podemos pasar, pero estoy decidida a defender mis deseos de ociodonde me plazca. Y luego iré donde la agenda oficial me obligue. Lo haré gustosamente. Soyprincesa, lo tengo claro, pero también soy un ser humano, no un mueble al que se coloca en el lugarque quieran otros en cada ocasión. Los que tienen que saber dónde estamos por si ocurre algúnimprevisto lo saben de sobra: se manda un avión privado y se regresa en unas horas.

Estoy donde he querido estar por amor, pero me niego en rotundo a que se me impida tenerperiódicamente parcelas de libertad. Por cierto, que eso lo sabe hacer mejor que nadie la reina.Durante años ella ha vivido bastante libre y acudía a cumplir sus obligaciones en el momento en queera necesario. Tampoco es verdad esa leyenda, propagada con malicia, de que mi suegra vive enLondres y no en España. Realmente va mucho, pero no tanto como se especula, y lo hace por unabuena razón: en la capital británica el que vive es su hermano, Constantino. Pienso que para ella es lamejor manera de sobrellevarlo; quiero decir, de sobrellevar la situación...

Yo creo que los hijos, como reacción a lo que han visto en casa, a veces salen muy distintos a sus

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padres. Al menos en algunos asuntos. Por ejemplo, hay quienes han crecido con unos progenitoresyendo cada uno a su bola y hay otros, como Felipe y yo, que disfrutamos juntos nuestro tiempo libre.

Qué cierto es aquello de que «nada se conoce verdaderamente bien hasta que se ha visto entredos». Eso es lo que nos pasa a nosotros: que nuestras miradas en ese sentido son inseparables.Somos dos apuntando con los ojos en la misma dirección, los mismos paisajes, el mismo color deldía, la misma lluvia o la misma sombra de la noche. Como en el poema de Mario Benedetti: «En lacalle, codo a codo, somos mucho más que dos.»

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Hay actos que me resultan un poco pesados. Otros, en cambio, como este que veo ahora en eltelediario, me gustan. Es el Congreso de Enfermedades Raras. Me ha conmovido Lucas, ese niño decuatro años que padece la llamada «enfermedad de los huesos de cristal». Se ha subido al estradopara hacer de portavoz de los suyos, de quienes como él tienen algún tipo de diagnóstico que seescapa de los más comunes. He dicho que ante estas cuestiones son necesarias dos cosas:compromiso y ayuda. En esos momentos creo que mi papel como princesa cobra un sentido especial.Me siento útil y procuro que mis palabras no se las lleve el viento. Me implico plenamente. No sé loque podré lograr, pero intento que quienes tienen capacidad para arrimar el hombro lo hagan.

Esta chica que da la noticia me aburre... No es ni guapa ni fea, no me da ni frío ni calor. Merecuerda aquello de «impasible al ademán». Eso es ella: impasible ante una guerra o un Oscar, anteel descalabro de la bolsa, los recortes, la victoria de unos o la derrota de los otros. Siempre lamisma cara, el mismo gesto inamovible; sin torcer un labio, sin girar la mirada, sin que el peor de loscataclismos o la mejor de las alegrías afecten su semblante. ¡Un poco de vida, por favor, que muchasnoticias son... de muerte!

Y estos otros, los de esta cadena, que parecen El Caso en vez de un telediario. Eso sí: élcomunica muy bien y es muy cercano, y está guapo todavía. A mí me gustaba mi compañero. Sí, ya séque a muchos se les atravesaba, pero aunque había cantidad de cosas que no compartía con él, hayque reconocer que era un profesional correcto. No entiendo cómo ahora está donde está... ¡Poderosocaballero...!

De la de Deportes mejor no hablar... Sin embargo, juzgada por su trabajo, me pondría de su lado.Y, por supuesto, como mujer. ¡Ya está bien! Va a ser verdad que somos un país de envidiosos y noperdonamos el éxito de nuestros congéneres. ¡Que me lo digan a mí...!

Luego está esa gente maravillosa, como mi amiga de la cadena, que tanto cuidaba mi imagen ycon quien comparto tan buenos ratos «pasando» del protocolo. Con ella estoy a mi aire. Si quierodecir «voy al servicio», pues lo digo y nos reímos. Además, las niñas se lo pasan bomba cuandovamos a verla. Es la discreción personificada. Nadie se ha enterado de los fines de semana quepasamos en su casa. Ahí soy una madre más, una como todas, y voy con mi marido, el hombre con el

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que me casé totalmente enamorada. Gracias a Dios todavía conservo algunas parcelas de intimidad.El príncipe me apoya y sabe que nunca le voy a fallar. También sé que él no me fallará a mí. En esoes más Felipe que Borbón. Y se lo dejé claro desde el primer día: «Yo no soy tu madre. No digasdespués que no te lo advertí.» Nuestro pacto de respeto es sagrado. Nadie creerá que yo pondría lamano en el fuego por él, pero la pondría.

¡Qué pesadez la lección magistral de cada noche sobre el tiempo! Esto me supera. Vale que ahorano tienen publicidad y que esta chica que lo hace es estupenda, pero es demasiado. Si ya teníamospoco con la isobara y el viento racheado, cuando ahora se ponen con lo de la ciclogénesis explosivapienso que ya se pasan cinco pueblos, porque la gente se aterroriza. ¡Normal!

Bueno, mañana tampoco llueve. Pronto volverán otra vez con lo de los trasvases. En ese asuntocreo en la solidaridad, que es lo único que nos salva de muchas cosas.

Hablando de salvar... me voy a leer un ratito, porque esto que viene ahora no me interesa enabsoluto. Sé que hablan de mí, pero no los escucho. Sé que alguno también habla de «mi pasado»,cuando lo único verdaderamente importante de mí es mi presente y mi futuro.

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Desde que era pequeña tengo un hábito que ahora, siendo princesa, no sólo no he perdido, sino queha aumentado por razones obvias: leer la prensa. Me despierto con los periódicos nacionales, losinternacionales y La Nueva España de Asturias, donde trabajé una temporada en mis comienzos. Allíconocí a mi querida Malli, la telefonista, la única de entre todos aquellos compañeros que invité a miboda. Sí, la única...

Debe de ser cosa de la crisis, pero hay que ver las noticias que publican últimamente losperiódicos. Lo del león del Congreso sin testículos me supera. ¡Qué bobada! Y los comentariosmachistas que se hacen al respecto, ya me dejan completamente desencajada. «¡Hay que ponérselos,hay que ponérselos!», gritan, y añaden: «¡Hacen falta cojones en el Congreso!» El comentario nopuede ser más fácil y pueril. Para mí, los más acertados son los que piensan que tal vez sea unaleona, en una visión de futuro de lo que Ponciano Ponzano, a mediados del siglo XIX, quizá trató dereflejar cuando de los cañones de la batalla de WadRas hizo este emblema de Madrid. Ahora sirvende recochineo general en un país donde tanta importancia se sigue dando a determinados atributos.Ya lo dijo Trillo: «¡Manda huevos...!»

Pero, cuidado, porque si nos ponemos así, también hay que decir que hay ovarios de sobra. Véasela muestra para sacar pecho y tomar decisiones en momentos difíciles. Yo, que he trabajado conmuchos y estupendos compañeros en las redacciones, pienso que ellos necesitan, con excepcionesnaturalmente de uno y otro lado, más tiempo. Necesitan más, porque pierden mucho. Nosotras, sobretodo las de mi generación y la anterior, hemos tenido que trabajar fuera y seguir haciendo cosasdentro de la casa. Así que nos hemos acostumbrado a resolver los asuntos en menos tiempo. Ellos lomalgastan en soporíferas reuniones que podrían zanjarse en pocos minutos.

¡Anda! ¿Y esto del Ecce Homo de Borja...? ¡Pobre mujer! Podrían dejarle que le alargara el peloy a lo mejor ya estaba bien. Una anécdota española que ha traspasado las fronteras. No sé qué espeor: que nos conozcan por los datos económicos o por estas chorradas. Aunque en el fondo tampocoes una tontería, porque ¡vaya un esmero en la conservación del patrimonio artístico! Y como no haymal que por bien no venga, ahora cada semana visitan el pueblo tres mil personas. Digo yo que almenos será bueno para la economía de la zona. Ahora, lo que no digo ni comparto es esacomparación que ha hecho alguien entre lo que ha hecho esta señora y El grito de Munch. No nospasemos.

En un titular, Vasile asegura que no hacen falta tantas televisiones. Estoy de acuerdo. Es más: yoquitaría alguna. Se podría hacer una votación a final de año de los programas que el público quieraver desaparecer de sus pantallas. A mí, quitando los informativos y los documentales, que ya no hayque decir «de La 2» porque hay otros canales estupendos que también los emiten, lo demás me sobra.Bueno, que no quiten el de la princesa del pueblo, ¿eh? La chica me cae bien. Siempre dice quesomos amigas porque yo soy afectuosa con ella, ya que el público la quiere tanto. Pero, para princesa

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del pueblo, yo. Ella puede ser la princesa del pueblo bis... Ja, ja, ja.Y el cine, como dice su propia promoción, me gusta más verlo en el cine. Es de las cosas que

más me atraen: disfrutar de una buena película y unas palomitas en la penumbra de una sala. Tambiéneso me lo han criticado por considerarlo poco apropiado. Digo yo que mejor será comerse unaspalomitas de maíz que ir cazando elefantes...

De lo que huyo es de los vídeos privados, que luego pasa lo que pasa. ¡Qué plaga! Todo elmundo grabando con sus cámaras, con sus teléfonos... Las nuevas tecnologías tienen muchas cosasbuenas, y otras muy malas: a veces las carga el diablo. Eso es lo que le ha pasado a la concejala deese pueblo de Toledo, que ha visto cómo corría por internet su vídeo erótico. También se ha visto lareacción de algunos de sus paisanos, llamándola de todo; de todo lo peor. No entiendo en qué afectaeso a su trabajo.

Lo que también creo, en cambio, es que los cargos se llevan con sus cargas. Si estás en esaposición, quizá sea conveniente tener cuidado con determinadas cuestiones, ya que siempre hayalguien esperando para soltarte el zarpazo. Yo no quiero ni acordarme de mi cuadro en tetas. Pero¿quién se iba a imaginar, entonces, lo que iba a pasar...?

Nos rasgamos las vestiduras por auténticas gilipolleces. Ahí tienes a Mette-Marit, que llegará areinar después de haber pasado también por un vídeo erótico. Si ella va a colocarse una corona, quedejen a esta concejala en el Ayuntamiento, que como su propio nombre indica, proviene... deayuntar.

Ahora que tengo el ¡Hola! entre las manos, me doy cuenta de lo movidita que ha sido estasemana. Y también divertida, ¡por qué no reconocerlo! Me encanta que en medio de las obligacionesoficiales haya un acto como el concierto de nuestro amigo roquero Jaime Anglada con la Sinfónica deBaleares. Momentos así nos permiten ir desenfadados y disfrutar de lo que de verdad nos gustaculturalmente hablando. Algo... ¿cómo decirlo? Bueno, pues que nos deja sacar la chupa de cuero,vestirnos con cosas propias de nuestra edad y del tiempo en que vivimos.

¡Qué guapo Felipe, tan relajado, con esa camisa azul que tanto le favorece y que yo lerecomendé! A veces me cuesta porque, no es que yo le quiera quitar el trabajo a nadie, pero al menosque me dejen ejercer como su mujer. En ese aspecto soy muy clásica: me gusta elegir la ropa de mimarido. En eso, en realidad, me gustaría ser como lo que no puedo ser: como una esposa más.

No sé si está mejor o peor con barba. La barba le da carácter, pero le tapa esa sonrisa tan bonitaque tiene. Y, sin ella, se nota que el tiempo no le ha dado los rasgos de alguien experimentado. Y loes. ¡Vaya si lo es! No habrá muchos príncipes tan preparados como él.

En la página siguiente aparecemos en La Gomera, a los pocos días de que un incendio forestalarrasara casi tres mil hectáreas. ¡Qué tristeza! Es una isla en la que te apetece quedarte cuando todote presiona, aunque para presionados, ellos, que viven dramáticamente la crisis y tienen que padecersituaciones tan horribles como este incendio. A mí se me nota todo en la cara. Cuando veo, porejemplo, a un niño que lo está pasando mal, me duele su situación y eso se me refleja en el rostro.Las princesas no somos de hielo; bueno, la de Mónaco no lo tengo tan claro... Pero no estamos todoel día con la sonrisa puesta o con el gesto anodino. A mí me delatan los ojos, mi mirada. Y eso es loque más le gusta a mi marido.

¡Qué foto más inoportuna! Ya la comentarán con mala intención. ¡Seguro! Mis suegros, mi cuñada

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Elena, Felipe y yo asistimos en el Palacio Real a una ceremonia castrense para homenajear a loshéroes del Desastre de Annual. Un día soleado, un ambiente agradable y... de pronto, esa imagen queva a levantar ampollas: le estoy diciendo a la infanta que tome asiento a mi lado. Mientras la mirosonriente y le señalo la silla, ella también sonríe... pero hacia otro lado. Visto así, parece que meignora. Y por tanto alguien dirá que me he pillado un nuevo cabreo con una de mis cuñadas, que mesiento molesta. ¡En absoluto! Ella está mirando a su hermano en un maravilloso gesto de complicidadentre los dos; de los dos que se han quedado en el estrado... ¡Qué ganas tengo de que acabe todo loque tiene que acabar! Sí, tengo ganas de que vuelva la tranquilidad a esta familia. ¡Nos han hecho lareal Pascua!

Por cierto, me estoy fijando en mi suegra. Cada día está más delgada. Cada día se le nota más porlo que está pasando, todas esas noticias que van goteando por los titulares de los periódicos. A todosnos han hecho mucho daño, pero ella es, probablemente, la que peor encaja algo que nunca debiósuceder. La entiendo: yo también soy madre.

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Hoy tengo un día tranquilo: ningún acto en la agenda y nada urgente que hacer. Ya ha empezado elcolegio y echo de menos a mis hijas, a quienes intento dedicar el mayor tiempo posible. Hay semanasque entre viajes, inauguraciones y otros compromisos, no estoy con las niñas todo lo que me gustaría.Pero ellas ya saben que esto es así, saben perfectamente dónde están y las obligaciones de suspadres.

Ésta sería una buena tarde para ir al cine, pero antes voy a llamar a mi madre por teléfono. Haceunos días que no sé nada de ella, aunque viene mucho a casa. Nadie se entera de la cantidad de vecesque viene a vernos, a quedarse con Leonor y Sofía, a charlar simplemente conmigo como hemoshecho toda la vida. Nadie podrá privarme del contacto con ella.

¡Qué aburrimiento! En esta casa lo que no faltan son espejos. Me gusta mirarme, y nonecesariamente para buscar mis virtudes. Al contrario: trato de sacarme defectos. Sí, me ha quedadobien la operación... Pero esto se queda en casa. A mí no me van a pillar en biquini y mucho menos entopless en ninguna playa, que es un tema tan recurrente en el verano. Conmigo lo tienen crudo lospaparazzi. Ya ves lo que le acaba de pasar a la pobre Kate Middleton. La han cazado en un renuncio.Ella estaba tan contenta y despreocupada con Guillermo en el barco, que ni se imaginaba que laestaban apuntando con un objetivo. No seré yo quien se atreva a dar consejos a la duquesa deCambridge, pero, mujer, nosotras siempre estamos en el punto de mira. Donde menos te lo esperassalta un fotógrafo. Ya sé que es una faena no poder hacer lo que te dé la gana, pero de colega acolega, Kate, ya son ganas de correr riesgos innecesarios. Ahora vienen los pitorreos en internet y lasdemandas. Y no sé qué será peor.

Por cierto, ahora que me veo no creo que se me puedan poner muchas tachas en este sentido. Esosí, no voy a jugar con fuego. Tapadita no estaré mejor, pero sí más tranquila. Yo debo tener máscuidado que nadie en la familia. Soy un blanco muy goloso: por la maldad y por las envidias. Por esotomo tantas precauciones. Aunque, sinceramente, aquí el único que ha enseñado el culo ya sabemosquién es. En otros asuntos han sido más discretos; me refiero a los paparazzi..., naturalmente.

Pero cuidadito, que ahora ya no hay nada oculto. Se acabó el tapar y el no decir, el mirar paraotra parte y guardar las cosas en un cajón. La veda está abierta. Y algunos vienen con muchas ganas

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de tirar de la manta; de tirarnos por los suelos.Felipe y yo podemos estar tranquilos. Lo que hay es lo que se ve: una pareja enamorada, un

matrimonio feliz. Sí, pese a ciertos comentarios, un matrimonio muy feliz. Ojo, yo no bajo la guardia.Pero dudo que Felipe se canse. Está como el primer día. Y yo también, para qué negarlo. Nossentimos orgullosos el uno del otro. Y cuando mi marido lee que mi reconocimiento y popularidadsuben, a él se le cae la baba. A mí también.

Estoy segura que en más de una ocasión se ha quedado con las ganas de decirle a su padre:«Ahora qué, ¿eh? ¡Si es lo mejor que tienes a tu alrededor!» Pero eso nunca lo hará, porque lerespeta mucho. Y lo pasa mal cuando le ocurren esos episodios de problemas de salud que tanto serepiten últimamente. Aunque no pasaría nada si ocurriera algo no deseado... ¡Dios guarde al reymuchos años!

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¡Esto es lo último! Los católicos apostólicos romanos que no nos dejan tener más hijos prefierenestar contra la ley de la Iglesia —que se supone que viene de Dios— que tocar la Constitución por siviene un varón. Pues... O moros o cristianos. Si he regresado al catolicismo practicante, creo yo quehabrá que tener los hijos que Dios mande; que cada vez manda menos, menos hijos, claro.

Pobres reinas aquellas que tenían que parir y parir en una época en la que hasta se jugaban lavida. Eran muchas las que se morían durante el parto, y hay quien cree que es porque al ser reinas losmédicos les hacían muchas cosas, y en esa época no sabían demasiado. Así que, al estar preñadas,era mejor ser pobre y dejar que actuara la naturaleza, que reinas. Y si el varoncito no venía, pues lasrepudiaban tranquilamente o buscaban una excusa para cortarles la cabeza. Sobre todo los ingleses.Se ve que todavía no había surgido la famosa flema británica y eran unos fieras.

Pero ¡si hace tres días, como quien dice, que el Sha repudió a Soraya por no poder tener hijos yla convirtió en la eterna princesa de los tristes ojos verdes, sin más porvenir que ahogar sus penas enel «tarro» y el gran mundo que le hacía la pelota! Todavía hay mucho troglodita al que le gustaría quesiguiéramos siendo fábricas de parir. Pero nosotras ya somos seres humanos con nuestros derechos, ysi representamos al pueblo tendremos que ser iguales. Aunque eso sea con ciertos privilegios; que noson nuestros, sino de los que representamos. Pero los disfrutamos nosotros...

Y lo mío es pura contradicción. Unos, que no me puedo quedar embarazada, y luego otros queestán siempre poniéndome a parir...

Mis hijas tienen un gran futuro por delante, sean o no reinas. Leonor será una gran mujer, de esome encargo yo, que soy su madre. Y tiene una gran belleza. Será la soberana más guapa desde hacesiglos. Se lo digo a Felipe: «¡Qué bien nos han salido nuestras hijas!» Y él, que es un amor, dice quehan salido a su madre; a mí, naturalmente, no a la suya... Me gusta que Sofía lleve el nombre de suabuela, de quien la historia sólo podrá decir cosas buenas, y ojalá tenga su sensibilidad para lacultura. Bueno, y la de su madre; o sea, la mía, porque mucha nobleza... pero no siempre ha idoacompañada de inquietudes artísticas o culturales.

¡Y pensar que han estado rodeados de tanta belleza! A lo mejor será precisamente por eso,porque están acostumbrados a encontrarse con un Velázquez en el corredor, a la vuelta del pasillo, y

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ya como que ni se fijan. Yo recuerdo que mi madre tenía la foto del Che. ¡Qué guapo! Ah, y ungrabado del Guernica. Tenía todo lo de su época, todos los iconos de entonces. Eran los tiempos dela antesala de la libertad.

Volviendo al futuro de mi Leonor, yo le diré que no se preocupe, que si no llega a ser reina deEspaña será siempre la reina de la casa. Aunque ya digo que a mí, esta casa, gustarme lo que se dicegustarme..., no, no me gusta mucho. Es cómoda, sí; pero no es casa ni es palacio. Por lo menos notiene hipoteca... O sí: los hipotecados somos nosotros.

Me iba yo ahora encantada a tomarme una hamburguesa a un buen burger, pero aquí me hantraído un té con pastas. ¡Sea usted princesa para esto...!

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He tenido que aprender a reprimir mis opiniones. Mejor dicho: a no expresarlas. También me hevisto obligada a no fiarme de nadie. Ni de mi sombra. En ocasiones lo he hecho y al final me la hanpegado. Incluso gente de quien jamás lo hubiera esperado. Me viene a la cabeza más de uno, sindescartar al poeta de las hermosas canciones...

Por eso me he vuelto escéptica, porque siempre he preferido pensar más bien que mal de la gente.Hasta que llegó lo que llegó y conocí al que hoy es mi marido, no era habitual que me callara. Megusta comentar, debatir, dar mi punto de vista... Quienes me conocen lo saben. Pero ahora las cosasson diferentes; ahora si me siento ante una mesa, por ejemplo con periodistas, se supone que el offthe record es sagrado y ha de aplicarse a todo lo que pueda decir en ese contexto. Si no abro la boca,malo; y si no lo hago, me crucifican.

La opinión, la ideología, forman parte de la esencia de la persona. Cada uno puede tener la suya,pero hay que tener un mínimo de criterio, de observación sobre el mundo que nos rodea. No megustan los indolentes. Pensar es la única manera de sentir.

Yo respondo a mi educación y a mi conciencia. Y a veces, como hoy, en una tarde de lluvia, conese olor a campo mojado que me fascina desde niña, porque es el olor de mis raíces, me desahogoante un papel en blanco. En algún lado tengo que dejar constancia de todo lo que no puedo hablar. Esentonces cuando escribo; sabiendo que al final, claro, tengo que hacerlo añicos para que nadie lo lea.Ésa es otra lección que también he aprendido: no hay que dejar rastro.

Pero esto me relaja, me hace sentir como si estuviera escribiendo un diario o como si fuera unamoderadora o una tertuliana de la tele, de mi todavía querida televisión. En este país donde todo elmundo opina, lo de «dos españoles, tres opiniones» sigue teniendo vigencia. Para nosotros, porsupuesto que no. En esta casa, el ahorro empieza por las palabras. La verdad es que, aunque mefastidia, lo tengo muy asumido. Es una servidumbre más de la Corona, que es una tarea apasionante,aunque a veces... ¡cómo pesa!

Y conste que me gustaría decir unas cuantas cosas, espetarle a más de uno, desde el rey haciaabajo sin excepciones y punto por punto, las cuestiones en las que discrepo. Si es que hasta Jesúsestaba contra los tibios. ¿Cómo le puede parecer a alguien todo igual? ¿Cómo se puede vivir en la

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indiferencia y la abstracción? ¡Hay que tener sangre en las venas ante las injusticias! ¡Hay que decirbasta a quienes cometen las tropelías en cualquier lugar de la Tierra! Sólo tengo una esperanza: loque yo me callo se lo dirá la historia. La historia no se calla nada.

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La familia real no concede entrevistas. Eso es rigurosamente cierto, pero también es completamenteinexacto. Yo no me imagino a mis suegros sentados en un plató de televisión contestando a laspreguntas de Ana Rosa Quintana o de María Teresa Campos. ¡Ya les gustaría a cualquiera de las dos!Tampoco creo que nunca reciban a un periodista de El País o a uno de la Cope para responder acuestiones personales o profesionales, y eso que en esa cadena de radio trabaja el biógrafo de mimarido. No, nosotros no podemos dar titulares fuera de la estricta oficialidad. Pero, claro, al finalalgo acaba trascendiendo. Ocurrió con aquel follón que se montó, a propósito de los matrimoniosgais, con el libro de Pilar Urbano La reina muy de cerca . Según lo que apareció publicado, SuMajestad, la verdad, no salía muy bien parada en opinión de los círculos progresistas. Y en la mía,que no soy nada carca, tampoco. Yo misma he manifestado mi apoyo a ese tipo de uniones entrepersonas del mismo sexo. La Casa Real se apresuró a matizar que lo dicho por mi suegra pertenecíaal ámbito privado. Yo lo dije igualmente en una conversación distendida con un grupo de asistentes aun acto en el Museo de Arte Contemporáneo de Chile. La reina se cabreó. La princesa, para másseñas servidora, no. Estaría bueno que siendo una mujer de mi tiempo, de tener contacto conhomosexuales por amistad o cuestiones laborales, yo no vea con total normalidad este tema. Algunosme pusieron verde. Otros sé que lo valoraron.

Si pudiera contestar por mí misma se sabría mejor lo que soy, cómo soy, cómo me encuentro. Loque no sé es a quién le daría la entrevista, en el imposible caso de que me dejaran, ni si elegiría a unhombre o a una mujer. La única condición que pondría sería que después se pasara a todos losmedios que la solicitaran. Pero, de cuestionario, nada. Soy periodista, y los cuestionarios sólo sirvenpara que te censuren las preguntas.

Si tuviera que entrevistarme, si pudiera desdoblarme en periodista y princesa, éstos serían misinterrogantes:

—¿Pensó que todo iba a ser como es?—¿Quién le ha facilitado más las cosas en la familia real para cumplir con su papel?—¿Qué tiene mejor la vida de princesa que la de periodista, y viceversa?—¿El amor exige o debe exigir fidelidad?

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—¿En qué se diferencia don Felipe de don Juan Carlos?—¿Qué hay que conservar y qué hay que cambiar?—¿Qué males pueden acechar a la monarquía, si es que los hay?—A usted, ¿en qué le ha afectado la crisis?—¿Qué importancia tiene el físico para una princesa?—¿Qué grado de libertad tiene para hacer lo que le gusta?—¿En qué ha cambiado la relación con su familia desde que se casó y se convirtió en

princesa?—¿Qué añora?—¿Es usted libre para tener otro hijo? Y si es así, ¿le gustaría tenerlo?—¿Debe reducirse el número de miembros de la familia real para pasar a ser «familia del

rey»?—¿Se ha ganado su posición o estaba predestinada para ello? Por cierto, ¿cree en el destino?—¿Ve los telediarios? ¿De qué cadena?—¿Tiene tiempo para dedicárselo a sus hijas?—¿Se siente querida por los españoles?—¿Su madre ahora es monárquica...?—¿Cree que debiera delegar alguna responsabilidad más el rey en el príncipe, dado que

últimamente tiene una salud delicada, o al menos lo parece?—¿Quién se ha adaptado más: usted a la monarquía o la monarquía a usted?—¿Qué opina como periodista del gabinete de prensa de la Casa Real?—¿Ha conservado las amistades de antes?

¡Ay...! ¡Quién pudiera contestar!

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Ya era hora: por fin tenemos una nueva página web. Una en condiciones y a la cabeza de lasmonarquías del mundo. Esto lo llevaba yo pensando desde hace muchos años. Había que hacer algopara ponerse a la altura de los tiempos y de la calle, para hacernos más visibles, más cercanos yconectar con un medio tan valioso y ya de uso común como éste. En realidad, me gustaría que medejaran llevarlo a mí. Creo que soy la más apropiada de la familia para manejar un instrumento quetan útil me ha resultado en mi trabajo de periodista. Seguro que acabaré aportando algo de micosecha.

Esta web nos hace más transparentes. Ahí está todo: nuestro dinero, nuestra agenda, losdiscursos, las biografías... También está Urdangarin. Bueno, por ahora tiene que estar, pero es el quemenos líneas ocupa. Ya le dedican bastantes los periódicos...

Estoy encantada. Ahora cualquier ciudadano nos puede escribir a través de este medio. Nospueden decir la verdad de lo que piensan, sugerirnos cosas, criticarnos... Eso sí, todos esoscomentarios quedan para nosotros. Y nosotros tomaremos buena nota. O eso espero. Sé que leeremoscartas donde nos pondrán a parir, pero me parece muy bien que sepamos cómo respira el pueblo,cómo nos ven y qué les gustaría que hiciéramos. A algunos lo que realmente les gustaría es quedesapareciéramos. Pues incluso a esos hay que escucharlos.

La primera foto publicada en la web es bien explícita: mi suegro, mi marido y mi hija Leonor. Nohace falta más comentario, ningún pie de foto ante una imagen que habla por sí sola: la continuidadde la Corona. Ahí está el presente, el futuro inmediato y el largo plazo. Ahí está una familia que tieneun deber y que va a cumplirlo. No hay duda de que cada uno de ellos, a pesar de algunos errores,deja y se va a dejar la piel por no defraudar la confianza que en su día depositaron los españoles enlos Borbones.

Las siguientes fotos que salieron ya trajeron más cola. Lógico: en ellas estaba yo. Alguno seapresuró a comentar con desdén que parecía un reportaje del ¡Hola! ¿Y qué quieren, queaparezcamos hechos unos zarrapastrosos? Todas las familias que se retratan con un motivo especialtratan de ponerse lo mejor posible, de estar guapos para el objetivo de la cámara. Nosotros, con másmotivo. ¿Qué esperaban, verme en camisón cuando me levanto o al príncipe lavándose los dientes en

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calzoncillos? ¡Ja! Yo creo que, pese a todo, estamos muy naturales. Y no hay Photoshop. Lo que seve es lo que hay. Me gusta el resultado porque refleja la normalidad de nuestras vidas. Más de uno seha escandalizado por verme descalza en una tumbona del jardín con mis hijas. ¿Qué pretenden, queno me quite los tacones, también tan criticados por otra parte, para estar relajada con mi familia?Ay... siempre la misma historia.

Otra cosa buena de la web es que nos permite reaccionar al instante. No hay que esperar alsiguiente acto oficial para dar respuesta al pulso de la calle. Fue lo que hizo mi suegro con el tema deCataluña. Rápidamente escribió un mensaje en la página que es todo un aviso para navegantes de laindependencia: «No hay que alentar quimeras.» Esas palabras han suscitado mucha polémica. Peroeso no es malo. El rey no tiene por qué callar, y los que no están de acuerdo tampoco. Creo en eldebate. Y declaraciones como éstas, sin entrar a juzgarlas, son enriquecedoras. No hay que tenermiedo: ni unos a pedir la separación de España ni el otro a mostrar su desacuerdo. Lo malo es elsilencio.

La web no ha hecho más que empezar. Esto nos acerca a la gente. Nuestras vidas están a un clicde los españoles.

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De cuantas cosas se han escrito y dicho de nosotros, de especulaciones, de maledicencias y dedisplicencias, nada me molesta tanto como que piensen que Felipe y yo estamos en una especie delimbo a la espera de saber qué tenemos que hacer con nuestro futuro.

En esta España en que por culpa de la crisis tantas cosas han ido para atrás, pocas hay quecaminen tan hacia adelante como nosotros. No, no estamos parados viéndolas venir; no nos hemosocultado tras la almena de un castillo a ver pasar las cosas bajo nuestros pies. En mi caso, porque noestá en mi naturaleza. En el del príncipe, porque su serenidad tiene que ver con las muestras querecibe constantemente de reconocimiento en todos los medios: empresariales, sociales y, sobre todo,en la calle. La calle es nuestra. Lo es en el sentido de que no somos ajenos a lo que se vive fuera deestas paredes y a que, salvo lógicas discrepancias, nos sentimos queridos por los ciudadanos. Ni esfácil ni se puede ir en contra de lo que siente el pueblo.

Ante aquella impertinente pregunta de si debería votarse la forma de gobierno, Felipe contestócon contundencia: «Eso no tiene sentido.» No lo tiene porque eso ya lo votamos. Para que se vuelvaatrás, para cambiar las cosas, tendría que darse una aspiración popular que hoy por hoy está muylejos de corresponderse con el deseo de la mayoría. Y precisamente ahora que los políticosdemocráticamente elegidos están siendo tan cuestionados, tan criticados.

Aunque me esté mal decirlo, yo tengo una cultura republicana. Sólo que, como tantos españoleslo hicieron en su día, yo acepto lo que se votó en la Constitución. No es porque yo forme parte de laCorona, pero no me parecería honesto que en su día se restaurara la monarquía porque convenía yahora «volvamos atrás porque queremos ser republicanos».

Hoy por hoy no tenemos que buscar nuestro sitio: lo tenemos. Eso sí, como en todo, nosadaptaremos a los tiempos que nos toque vivir. Hasta que eso llegue, el futuro rey no está parado nifalto de ideas. Ya llegará el momento de poner todo eso en práctica, dentro de lo que permite laConstitución.

Mi mayor preocupación es mantener nuestro amor, cultivar mi familia y aconsejar y apoyar a mimarido en la tarea que tiene por delante. Si eso es mandar, pues mando. El amor es algo inestable einseguro, pero es en lo que más confío. Y es que, como dijo Erich Fromm, «nos hemos casado los

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dos con el mejor producto disponible en el mercado». Para eso estamos en una economía demercado. No hay más que comparar.

Pensarán que a mí me preocupa que se vuelva a votar la monarquía. Pero lo que me da envidia esno poder hacer como Michelle Obama en la Convención Demócrata ante el electorado femenino queestá formado fifty-fifty por hombres y mujeres. Cómo me gustaría poder decirles bien alto, comoella, a los ciudadanos: «Para que todo marche bien, para que se construya bien el futuro, ¡voten a mimarido!» Sí, yo también quiero decir: «¡Hay que votar a Felipe de Borbón!» Y me imagino soltandoesto ante miles de personas, y yo vestida de Varela; bueno, o de Caprile, mejor un casual wear...Decirlo de una forma contundente y apasionada delante de muchas cámaras, porque las cámaras sonlo que yo domino...

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Lo que peor llevo es que siempre me he ganado la vida yo solita desde que era muy joven y ahora,cuando estoy haciendo el trabajo más importante y duro de mi vida, algunos creen que vivimos delcuento. Aquí cuentos, pocos. Y de hadas, menos. El presupuesto de la Casa Real es el necesario paraque se cumplan las obligaciones de una monarquía como sistema de gobierno y de una jefatura deEstado. Lo que se dedica por lo menos a Felipe y a mí es bastante normal. Me da un poco de pudorcomentar estas cosas. Sí, sé cómo está el país; sé las estrecheces que en este momento atraviesanmillones de españoles, pero si pudiera hablarles les diría que nosotros no derrochamos y estamosmuy sensibilizados con esta difícil situación.

Ignoro si las medidas adoptadas son las más acertadas. Lo que es innegable es que sonextremadamente duras. Cada día un recorte nuevo, un dato descorazonador, una traba nueva parallegar a fin de mes; o peor: para llegar al final del día. Ahí, lo reconozco: mejor ser princesa quepresidente del Gobierno. No tiene que ser plato de gusto tomar determinadas decisiones.

Hace poco leí que alguien recordaba a Keynes cuando, en la crisis de los treinta y ante lapregunta de si confiaba en la vuelta de los mercados a la normalidad, él respondió: «Lo que esseguro es que todos con el tiempo estaremos muertos.»

En medio de este fragor de la batalla política y económica, me conmueven algunas reacciones,algunos magníficos ejemplos, como esos médicos que han dicho «no»: ellos seguirán atendiendo alos que no tengan seguro sanitario por falta de trabajo. Ésa, en mi opinión, es la verdadera objeciónde conciencia.

Me duele mi país y hoy me siento más española que nunca. Más incluso que cuando juega y ganala Selección. Es maravilloso ver las hazañas de La Roja, disfruto con cada uno de sus éxitos y no mecanso de darles ánimos. Pero el orgullo español lo siento todos los días. Aunque no lleve unapulserita con los colores de la bandera, como mi cuñada Elena, yo tengo ese sentimiento muyarraigado. Y trato de extenderlo por todos los lugares que visitamos dentro y fuera de España. ¿Quées la patria, sino una forma de ser solidario? Un buen patriota no es el que enarbola más estandartesni entona más himnos. Yo creo que un buen patriota es, ante todo, un buen ciudadano; es el que nohace daño, el que se preocupa por los demás, el que paga sus impuestos, el que no roba, el que no

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saca el dinero fuera de nuestras fronteras, el que no huye, el que no miente, el que, en fin, sólo conoceun camino: la honestidad.

No hay que tener miedo a reconocerse como español. Los prejuicios que pudieran existir en elpasado, cuando éste era el país de las dos Españas, han quedado obsoletos y sin sentido. Ah, yespañol no sólo es el que nace aquí. Español es también el que llega con la ilusión y la necesidad deemprender una nueva vida en un lugar que, hasta entonces, le resultaba ajeno y extraño. Españolesson esos millones de inmigrantes que arriesgan todo lo que tienen, que se juegan el pellejo en unapatera por alcanzar nuestras costas para buscar una oportunidad que el destino les había negado.Nosotros estamos en crisis, pero ellos están en la miseria.

Qué mala memoria tenemos cuando nos salen esos ramalazos xenófobos. Qué pronto hemosolvidado a los españoles que no hace tantos años tuvieron que emigrar a las fábricas de Alemania, aesas mujeres que se partieron el espinazo limpiando casas en Suiza o a los que atendieron de sol asol los ranchos de Argentina. Por no hablar de los exiliados, aquel éxodo de miles de personas quetuvieron que partir con la llegada del franquismo. Durante mi estancia en México me emocionócomprobar el reconocimiento y el respeto que se tenía por el recuerdo de aquellos veinticinco milantepasados nuestros que tan bien acogió en su día el presidente Lázaro Cárdenas.

No cuestionemos al que viene. Y no lo hagamos, desde luego, en función de su economía. Memolesta esa terrible división por la cual los marroquíes que vienen en cayuco son «moros» y a losjeques que llegan a Marbella en sus grandes yates los llamamos «árabes». Si nos ponemos en eseplan y echamos mano de la titulitis, mi familia real sin ir más lejos tiene mucho que callar: losduques de Palma no nacieron en Palma, la duquesa de Lugo no nació en Lugo, la reina de España nonació en España y el rey, tampoco. Mi marido no nació en Asturias. Yo sí. La verdad es que pareceque estaba predestinada a ser la princesa de Asturias.

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Claro que habría que cambiar.Eso no quiere decir que todo marche sin problemas hacia la eternidad monárquica. Pero yo creo

que se piensa mucho en el presente y poco en el futuro. Y ahí estamos nosotros. Felipe y yo nopodemos vivir de rentas, de mirar hacia atrás como si todo estuviera hecho, bien hecho. No. Si yo deverdad mandara tanto como dicen, o si me dejaran hacer las cosas a mi manera, podría aportar muchoa la causa.

Ya digo que los expertos han alabado la labor diplomática hecha por mi suegro. Pero ésa es unaagenda que hay que revisar, poner al día. Mi marido y yo estamos muy cercanos a las nuevastecnologías. El príncipe ha sido formado en todos los medios de su tiempo, y eso se nota. En cuanto amí, me gustaría ser la primera reina que representara el presente y el futuro, no sólo la tradición delpasado. Para ello quizá tengamos que tener más independencia a la hora de tomar nuestras propiasdecisiones. No me refiero a asuntos políticos, que no es lo nuestro, pero sí a todo lo que afecta a lainstitución.

Yo no soy la princesita del cuento. Tampoco la Cenicienta. Soy simplemente una profesionaldispuesta a poner de mi parte cuanto esfuerzo y trabajo sean necesarios con un objetivo: desterrar esaidea que tienen muchos de que la monarquía es una institución obsoleta, fuera del tiempo quevivimos. ¡Si a mí me dejaran...! Me rodearía de los mejores y... ¡a trabajar! Y con todos misrespetos: menos juancarlistas y más monárquicos.

A mí lo que realmente me gustaría ser es profesional, esposa y madre. Y luchar para saliradelante. Sin embargo, esa lucha no cabe en mi vida de princesa. Pero hay que tener un afán, que eslo que para alguien como yo da interés a nuestro paso por este mundo. El mío es llegar a ser, conFelipe, los monarcas de una institución sólida, al servicio del pueblo; unos reyes cercanos que haganolvidar los sobresaltos del pasado. Un reflejo de nuestra relación y de la familia que formamos.Estabilidad, estabilidad... ésa es la meta. A ver si la política y la economía dejan de darnos sustos,incluso de darnos miedo, porque, si no, aquí no quedará títere con cabeza.

¿Es nuestra monarquía menos estable que otras? Pues no. La nuestra es más joven, aunque eso noquiere decir que sea menos fuerte. Mis suegros han hecho mucho en poco tiempo. Es más,

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precisamente como llevamos menos tiempo recorrido, también quizá acusemos menos el cansancio.Hay días que me angustio. Me agobia sentirme atada de pies y manos. Mucha princesa y futura

reina, pero aquí nos levantamos para ponernos al servicio de lo que gusten mandar.Lo que me compensa es el amor de mi marido y ver crecer a mis hijas y mejorar día a día. Cada

vez hacen más preguntas, sobre todo Leonor. Yo hago lo imposible porque se sientan niñas normales,como sus amiguitas de Nuestra Señora de los Rosales, pero la seguridad está pendiente de todo. Siquieren estudiar algo, que pueda ser vocacional. Leonor no podrá ser periodista, y eso que aptitudesno le faltan, aunque para no ejercer... Y Sofía aún es demasiado pequeña, pero ella lo tendrá másfácil; igual que su tía Elena. En cuanto puedan, que salgan por el mundo y que aprendan idiomas: porsupuesto, el chino y el alemán.

Lo único que pido es que no me salgan ni como Enrique de Inglaterra ni como Estefanía deMónaco, aunque esta última está en otro nivel. Leonor tendrá que embarcarse, como su padre, y hacerprácticas militares. Será jefa de los Ejércitos; de los Ejércitos democráticos que hoy tenemos. ¡Unabelleza con el uniforme! Eso me hubiera gustado a mí: estar en lo más alto de la cadena de mando.

Y si el futuro pinta de otra manera, si llega la república, no hay ningún problema. Ya le digo yo aFelipe: «Tú, como Simeón de Bulgaria, te presentas a las elecciones a presidente de la República yseguro que ganas, vamos que si ganas, Felipe. Y si es así, ¡viva la República!»

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Agradecimientos

Mis agradecimientos a Rafa Lorenzo, que me ayudó y me enseñó a pasear por Asturias y a conocer elámbito local de la princesa.

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Álbum de fotos

Nací en Oviedo el 15 de septiembre de 1972, hija mayor de tres hermanas.

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Con mis profesoras y compañeros de clase. Quién me iba a decir lo que me depararía elfuturo...

Era una niña como quiero que lo sean las mías: alegre.

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Mi expediente: siempre me ha gustado hacer bien lo que emprendo.

Mucho se ha especulado sobre el tema... Pero sí, hice la comunión.

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Mi padre y mi madre, tan republicana y tan de izquierdas ella...

¿Reina de la tele? No, algún día, de España.

Tantos países en los que trabajé...

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... como corresponsal.

Asturias, patria querida.

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Casa de mis abuelos.

Nunca olvidaré ese momento..., esa mirada.

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Así, y ya de manera oficial, mi vida cambió para siempre.

La prensa del día. Esa que ahora leo más que nunca.

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Un momento histórico... «Déjame hablar a mí».

Y pensar que hacía pocos días estaba del otro lado...

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En la pedida, radiante, vestida de Adolfo Domínguez.

Lo que hay es lo que se ve, una pareja enamorada.

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Mi maravilloso traje rojo de Lorenzo Caprile en la boda de Federico de Dinamarca y MaryDonaldson.

Como para cualquier mujer, uno de los días más felices de mi vida...

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Oficialmente, mis suegros.

Mi primer acto público. Nunca olvidaré los nervios que sentí...

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En momentos así me siento útil.

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El Teatro Campoamor... Recuerdo mis actuaciones siendo una cría en ese escenario.

No hay un estilo Letizia, sino un estilo adecuado para cada ocasión.

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Me molesta que en las vacaciones se nos califique de «perdidos no se sabe dónde».

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Mi querida abuela Menchu... Cuánta felicidad irradian nuestras caras.

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¡A esto que no lo llamen vacaciones!

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Embarazada junto a mi suegra y en el club náutico, con Felipe. Qué veranos aquellos...

La reina Sofía siempre correcta, sin perder la sonrisa.

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Sofía aún es demasiado pequeña, pero ella lo tendrá más fácil que su hermana.

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El funeral de Erika... Mi hermana era un ser luminoso. Para mí y para todos los que tuvieronla suerte de conocerla.

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Foto de familia... De mis cuñadas no me quejo, y qué decir de mi suegro..., es tancampechano...

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Llena de orgullo: primeros días de colegio de Leonor... No me cabe duda de que llegará muylejos.

En casa no hay protocolo que valga. Somos una familia.

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Pese a las críticas, en esta foto estamos muy naturales.

Con las niñas, la continuidad de la Corona.

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Pese a todo, mejor ser princesa que presidente del Gobierno.

Con Michelle Obama. Sin duda, una mujer admirable.

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Con Carla Bruni... Me gusta repetir modelos. Esta foto fue muy comentada.

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Me siento española. No sólo cuando juega y gana la Selección. Siempre.

Muchas veces pienso: «Me voy a leer un ratito, porque esto que viene ahora no me interesa enabsoluto.»

Princesa Letizia. Una historia ficticia basada en hechos realesMaría Teresa Campos© de la imagen de la portada, © GTRESONLINE

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María Teresa Campos, 2012© Producciones Lucam, S. L., 2012Diseño de los cuadernillos: Rudy de la FuenteImágenes del interior: AESA, Agencia EFE, Gtres Online, Look Press Agency, TVE/EFE,

TVE/Corbis, © Sergio Barrenechea/EFE, © J. L. Cereijido/EFE, © Cristina García Rodero/Casa deS. M. el Rey, © Manuel H. de León/EFE, © Alberto Morante/EFE, © Emilio Morenatti/EFE, ©Chema Moya/Reuters/Cordon Press, © Bernardo Rodríguez/EFE

© Editorial Planeta, S. A., 2012Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)www.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.comPrimera edición en libro electrónico (epub): noviembre de 2012ISBN: 978-84-08-03622-7 (epub)Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.www.newcomlab.com

Noviembre 2012