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Feijoo y el debate internacional en torno a la raza y la historia de las naciones Selección de textos del Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas Frontispicio de Bacheley para el Traité de la couleur de la peau humaine de Le Cat, 1765 Edición, prólogo y notas de Paola Martínez Pestana

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Feijoo y el debate internacional en torno

a la raza y la historia de las naciones Selección de textos del Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas

Frontispicio de Bacheley para el Traité de la couleur

de la peau humaine de Le Cat, 1765

Edición, prólogo y notas de Paola Martínez Pestana

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TEATRO CRÍTICO UNIVERSAL

ó discursos varios en todo género de materias

para desengaño de errores comunes

Tomo II, discurso XV:

Mapa intelectual, y cotejo de Naciones*

§. I

1. No es dudable que la diferente temperie de los Países induce sensible diversidad en hombres, brutos, y plantas. En las plantas es tan grande, que llega al extremo de ser en un País inocentes, o saludables las mismas que en otros son venenosas, como se asegura de la Manzana Pérsica. No es menor la discrepancia entre los brutos, en tamaño, robustez, fiereza, y otras cualidades, pues además de lo que en esta materia está patente a la observación de todos, hay Países donde estos, o aquellos animales degeneran totalmente de la índole, que se tiene como característica de su especie. Produce la Macedonia serpientes tan sociables al hombre, si hemos de creer a Luciano, que juegan con los niños, y dulcemente se aplican a chupar en su propio seno la leche de las mujeres. En Guregra, montaña del Reino de Fez, son, según la relación de Luis Marmol en su Descripción de la Africa, tan tímidos los Leones, de que hay gran número en aquel paraje, que los ahuyentan las mujeres a palos, como si fuesen perros muy domesticados(a).

2. Si no es tanta la diferencia que la diversidad de Países produce en nuestra especie, es por lo menos bastantemente notable. Es manifiesto que hay tierras donde los hombres son, o más corpulentos, o más ágiles, o más fuertes, o más sanos, o más hermosos, y así en todas las demás cosas que dependen de las dos facultades, sensitiva, y vegetativa, comunes al hombre, y al bruto. Aún en Naciones vecinas se observa tal vez esta diferencia.

3. A las distintas disposiciones del cuerpo se siguen distintas calidades del ánimo: de distinto temperamento resultan distintas inclinaciones, distintas costumbres. La primera consecuencia es necesaria: la segunda defectible: porque el albedrío puede detener el ímpetu de la inclinación; mas como sea harto común en los hombres seguir en el albedrío aquel movimiento que viene de la disposición interior de la máquina, se puede decir con seguridad, que en una Nación son los hombres más iracundos, en otra más glotones, en otra más lascivos, en otra más perezosos, &c.

* Texto tomado de la edición de Madrid: Real Compañía de Impresores y Libreros, 1779, pp. 299-321. (a) Siguiendo la opinión común, dijimos en este número, que la Manzana Pérsica, que nosotros, hecho sustantivo el adjetivo, llamamos Pérsico, es venenosa en la Persia. Este es un error común, que viene muy de atrás; pues ya en Columela se halla escrito, como creído del Público.

Stipantur calathi, & pomis, quae barbara Persis Miserat (ut fama est) patriis armata venenis.

Plinio poco posterior a Columela, estaba desengañado del error; pues en el libro 15, cap. 13, hablando de las Manzanas Pérsicas, dice: Falsum est, venenata cum cruciatu in Persis gignit. Mas no por eso dejó de pasar el engaño a otros Escritores que le mantuvieron, y aún mantienen en el Vulgo. Este error vino de la equivocación de tomar por Manzana Pérsica, o por su árbol, otro árbol o fruto llamado Persea, del cual dicen algunos Autores, que siendo venenoso en Persia, fue trasladado a Egipto por no sé qué Rey, para castigo de delincuentes; pero en el suelo de Egipto perdió su actividad. No sólo Plinio, mas Dioscórides, Galeno, y Matiolo, deshicieron la equivocación, hablando del Pérsico, y de la Persea, como plantas diversas. Plinio añade, que la Persea no se dominó así por haber sido transferida de la Persia, sino porque el Rey Perseo la plantó en Menfis

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4. No menor, antes mayor desigualdad que en la parte sensitiva, y vegetativa, se juzga comúnmente que hay en la racional entre hombre de distintas regiones. No sólo en las conversaciones de los vulgares, en los escritos de los hombres más sabios, se ve notar tal nación de silvestre, aquella de estúpida, la otra de bárbara; de modo, que llegando al cotejo de una de estas Naciones con alguna de las otras que se tienen por ocultas, se concibe entre sus habitadores poco menor desigualdad que la que hay entre hombres y fieras.

5. Estoy en esta parte tan distante de la común opinión, que por lo que mira a lo substancial, tengo por casi imperceptible la desigualdad que hay de unas Naciones a otras en orden al uso del discurso. Lo cual no de otro modo puedo justificar mejor que mostrando que aquellas Naciones, que comúnmente están reputadas por rudas, o bárbaras, no ceden en ingenio, y algunas acaso exceden a las que se juzgan más cultas.

§. II

6. Empezando por Europa, los Alemanes, que son notados de ingenios tardos, y groseros (en tanto grado, que el Padre Domingo Bouhursio, Jesuíta Francés, en sus Conversaciones de Aristio, y Eugenio, propone como disputable, si es posible que haya algún bello espíritu en aquella Nación) tienen en su defensa tantos Autores excelentes en todo género de letras, que no es posible numerarlos. Dudo que el citado Francés pudiese señalar en Francia, aun corrigiendo los siglos todos, dos hombres de igual estatura a Rabano Mauro (por más notorios los elogios de Alberto) Astro resplandeciente de su siglo, y el supremo Teólogo de su tiempo: estos epítetos le da el Cardenal Baronio. Fue Varón perfectísimo en todo género de letras; así le preconiza Sixto Senense. El Abad Tritemio, después de celebrarle como Teólogo, Filósofo, Orador, y Poeta excelentísimo, añade, que Italia no produjo jamás hombre igual a este; y no ignoraba Tritemio ser parto de Italia un Santo Tomás de Aquino. ¿Qué sujetos tiene la Francia que excedan al mismo Tritemio, venerado por Cornelio Agripa: a nuestro Abad Ruperto: al P. Atanasio Kircher, quien según Caramuel, fue divinitus edoctus: al Padre Gaspar Scotti, y otros que omito? Ni se debe callar aquel rayo, o torbellino de la crítica, terror de los Eruditos de su tiempo, Gaspar Scioppio, que de la edad de diez y seis años empezó a escribir libros, que admiraron los ancianos. Señalamos en este Mapa literario de Alemania sólo los montes de mayor eminencia, porque no hay espacio para más.

7. Los Holandeses, a quienes desde la antigüedad viene la fama de gente estúpida, pues entre los Romanos, para expresar un entendimiento tardísimo, era proverbio: Auris Batava: Orejas de Holandés, tienen hoy tan comprobada la falsedad de aquella nota, y tan bien establecida la opinión de su habilidad, que no cabe más. Su gobierno civil, y su industria en el comercio , se hacen admirar a las demás Naciones. Apenas hay Arte que no cultiven con primor. Para desempeño de su política, y su literatura, bastan en lo primero los dos Guillermos de Nasau, uno, y otro de profunda, aunque siniestra política; y en lo segundo, aquellos dos sobresalientes Linces en humanas letras, aunque Topos en las Divinas, Desiderio Erasmo, y Hugo Grocio. Así que en esta, y otras Naciones se llamó rudeza lo que era falta de aplicación. Luego que se remedió esta falta, se conoció la injusticia de aquella nota.

8. Esto es lo que se vió también en los Moscovitas, cuyo discurso está, o estaba poco ha tan desacreditado en Europa, que Urbano Chevreau, uno de los bellos espíritus de la Francia de este último siglo, dijo que el Moscovita era el hombre de Platón. Aludía a la defectuosa definición del hombre, que dió este Filósofo, diciendo que es un animal sin plumas, que anda en dos pies: Animal bipes implume; lo que dio ocasión al chiste de Diógenes , que después de desplumar un gallo, se le arrojó a los discípulos de Platon dentro de la Academia, gritándoles: Veis ahí el hombre de Platón. Quería decir Chevreau, que los Moscovitas, no tienen de hombre sino la figura exterior. Mas

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habiendo el último Zar Pedro Alexowitz introducido las Ciencias, y Artes en aquellos Reinos, se vio que son los Moscovitas hombres como nosotros. Fuera de que ¿cómo es posible, que una gente insensata se formase un dilatadísimo Imperio, y le haya conservado tanto tiempo? El conquistar pide mucha habilidad; y el conservar, especialmente a la vista de dos tan poderosos enemigos, como el Turco, y el Persa, mucho mayor. No ignoro que es la Moscovia parte de la antigua Escitia, cuyos moradores era reputados por los más salvajes, y bárbaros de todos los hombres, y con razón; pero esto no dependía de incapacidad nativa, sino de falta de cultura: de que nos da buen testimonio el famoso Filósofo Anacharsis, único de aquella Nación, que fue a estudiar a Grecia. Si muchos Escitas hubieran hecho lo mismo, acaso tuviera la Escitia muchos Anacharsis.

§. III

9. En saliendo de la Europa, todo se nos figura barbarie: cuando la imaginación de los vulgares se entra por la Asia, se le representan Turcos, Persas, Indios, Chinos, Japones, poco más, o menos, como otras tantas congregaciones de Sátiros, o hombres medio brutos. Sin embargo, ninguna de estas naciones deja de lograr tantas ventajas en aquello a que se aplica, como nosotros en lo que estudiamos.

10. No es tanto el aborrecimiento de las Ciencias, ni tanta ignorancia en Turquía, como acá se dice; pues en Constantinopla, y en el Cairo tienen Profesores que enseñan la Astronomía, la Geometría, la Aritmética, la Poesía, la lengua Arábiga, y la Persiana. Pero no hacen tanto aprecio de estas Facultades como de la Política, en la cual apenas hay Nación que los iguale, ni sutileza que se les oculte. El Viajero Monsieur Chardin, Caballero Inglés, en la relación de su Viaje a la India Oriental, dice que habiendo conversado, en su tránsito por Constantinopla, con el Señor Quirini, Embajador de Venecia a la Porta, le aseguró este Ministro, que no había tratado jamás hombre de igual penetración, y profundidad que al Visir que había entonces; y que si él tuviese un hijo, no le daría otra escuela de Política, que la Corte Otomana. Son primorosísimos los Turcos en todas las habilidades de manos, o ejercicios del cuerpo, a que tienen afición. No hay iguales Pendolarios en el Mundo; y este ha sido motivo de no introducirse en ellos el artificio de la Imprenta. Asimismo son los más ágiles, y diestros volatines de Europa. Cardano refiere maravillas de dos que vió en Italia, de los cuales el uno se convirtió a la Religión Católica, y vivió cristianamente, aunque continuando el mismo ejercicio, con lo cual desvaneció la sospecha introducida en el Vulgo de que tenía pacto con el Demonio. La destreza en el manejo del arco para disparar con violencia la flecha, subió en los Turcos a tan alto punto, que se hace increíble. Juan Barclayo en la cuarta parte del Satyricon testifica haber visto a un Turco penetrar con una flecha el grueso de tres dedos de acero; y a otro, que con la asta de la flecha sin hierro, taladró de parte a parte el tronco de un pequeño árbol. En el arte de confeccionar venenos son también admirables. Hácenlos no solo muy activos, pero juntamente muy cautelosos. El tenue vapor que exhala al desplegarse un lienzo, una banda, o una toalla, fue muchas veces entre ellos instrumento para quitar la vida, enviando por vía de presente aquella alhaja: ¡arte funesta, y execrable! Pero así como prueba la pervesidad de aquella gente, da testimonio de su habilidad en todo aquello a que tienen aplicación(a).

11. Los Persas son de más policía que los Turcos. Tienen Colegios, y Universidades, donde estudian la Aritmética, la Geometría, la Astronomía, la Filosofía Natural, y Moral, la Medicina, la

(a) Acaso lo que se dice de la fiereza de los Turcos, se debe limitar, o padece muchas excepciones. La Historia de Carlos XII, Rey de Suecia, nos los pinta en muchas ocasiones mucho más humanos, y generosos con aquel Príncipe, que lo que merecían sus extravagancias, desatenciones, y rodamontadas. A un Católico, natural, y habitador de Chipre, sujeto muy capaz, oí varias veces encarecer su cortesanía, y moderación con los de aquella Isla. Decía, que están mezclados en todas las poblaciones de ella tantos a tantos, poco más, o menos, Turcos con Cristianos, teniendo frecuentemente las habitaciones contiguas, sin experimentar de ellos los Cristianos la menor vejación, desprecio, befa, o falta de urbanidad.

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Jurisprudencia, la Retórica, y la Poesía. Por esta última son muy apasionados, y hacen elegantes versos, aunque redundantes en metáforas pomposas. En la antigüedad fueron celebrados los Magos de Persia, que era el nombre que daban a sus Filósofos. Tan lejos están de aquella inurbana ferocidad que concebimos en todos los Mahometanos, que no hay gente que más se propase en expresiones de civilidad, ternura, y amor. Cuando en Persia convida a otro con el hospedaje, o generalmente le quiere manifestar su deferencia, y rendimiento, se sirve de estas, y semejantes expresiones: Ruégoos que ennoblezcais mi casa con vuestra presencia. Yo me sacrifico enteramente a vuestros deseos. Quisiera que de las niñas de mis ojos se hiciese la senda que pisasen vuestros pies.

12. En la India Oriental no hallamos letras; pero sí más que ordinaria capacidad para ellas. Juan Bautista Tabernier, hablando de unos negros, o mulatos que hay en aquella región, llamados Camarines, de los cuales se establecen muchos con varios oficios en Goa a los mismos Religiosos que los enseñan. Persuádome a que la primera vez que los Portugueses vieron aquellos hombres atezados, creyeron que su razón era tan obscura como su cara, y se juzgarían con una superioridad natural a ellos, poco diferente de aquella que los hombres tienen sobre los brutos. ¡Oh cuántas partes de la tierra, donde juzgamos la gente estúpida, sucedería acaso lo mismo! Pero queda oculto el metal de su entendimiento, por no examinarse en la piedra de toque del estudio(a).

§. IV

13. La mayor injusticia, que en esta materia se hace está en el concepto que nuestros vulgares tienen formado de los Chinos. ¿Qué digo yo los vulgares? Aún a hombres de capilla, o de bonete, cuando quieren ponderar un gran desgobierno, o modo de proceder, ajeno de toda razón, se les oye decir a cada paso: No pasará esto entre Chinos; lo cual viene a ser lo mismo que colocar en la China la antonomasia de la barbarie. Es bueno esto para la idea que aquella Nación tiene de sí misma, la cual se juzga la mayorazga de la agudeza; pues es proverbio entre ellos, que los Chinos tienen dos ojos, los Europeos no más que uno, y todo el resto del mundo es enteramente ciego.

14. El caso es que tienen bastante fundamento para creerlo así. Su gobierno civil, y político excede al de todas las demás Naciones. Sus precauciones para evitar guerras, tanto civiles, como forasteras, son admirables. En ninguna otra gente tienen tanta estimación los sabios, pues únicamente a ellos confían el gobierno. Esto solo basta para acreditarlos por los más racionales de todos los hombres. La excelencia de su inventiva se conoce en que las tres famosas invenciones de

(a) ) El P. Papin, Misionero en la India Oriental, en una Carta escrita de Bengala a 18 de Diciembre de 1709 al P. Gobien, de la misma Compañía, que se halla en el tom. 9 de las Cartas Edificantes, habla con admiración de la habilidad de la gente de aquel País en las Artes Mecánicas, y aún en la Medicina. Entre otras muchas particularidades de que hace memoria, dice que fabrican telas de tan extraña delicadeza, que aunque son muy anchas, y largas, pueden sin dificultad enfilarse por un anillo; y que dándoles a uno de aquellos Obreros una pieza de muselina destrozada, o dividida en dos, juntan las partes con tanta destreza, que es imposible conocer donde se hizo la unión. En orden a la Medicina de aquella gente, son muy notables estas palabras del P. Papin: Un Médico no es admitido a la curación del enfermo, si no adivina su mal, y el humor que predomina en él; lo que ellos conocen fácilmente tentando el pulso. Y no hay que decir que es fácil que se engañen, porque esta es una cosa de que yo tento alguna experiencia. 2. El Padre Barbier, Misionero Jesuíta también en la India Oriental, refiere el extraordinario ardid conque un Indiano mató una horrenda Serpiente, que infestaba el territorio de Rangamati, más allá del Cabo de Comorin. Esta bestia tenía su habitación en una montaña, de donde descubría el curso de un Río vecino, y luego que veía navegar en él algún Batel, bajaba prontamente al Río, acometía el Batel, le trastornaba, y luego devoraba la gente que iba en él. Este estrago duró hasta que un delincuente, condenado a muerte, ofreció librar de él al País como le concediesen la vida. Aceptada la oferta, más arriba de donde habitaba el Dragón, y donde se lo ocultaba el Río, formó unas figuras de hombres de paja, llenando el interior de arpones, y grandes garfios; y poniéndolos en una especie de barco, la corriente los fue llevando hasta ponerse a la vista del Dragón: este se arrojó al agua, y a la presa que veía en ella: conque tragando los arpones, y garfios, se despedazó las entrañas (Cartas Edificantes, tom. 18.).

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la Imprenta, la Pólvora, y la Aguja Náutica, son mucho más antiguas en la China, que en Europa; y aún hay razonables sospechas de que de allá se nos comunicaron. Sobresalen con grandes ventajas en cualquiera Arte a que se aplican; y por más que se han esforzado los Europeos, no han podido igualarlos, ni aún imitarlos en algunas(b).

15. Nada es digno de tanta admiración como el grande exceso que nos hacen en el conocimiento, y uso de la Medicina. Sus Médicos son juntamente Boticarios: quiero decir, que en su casa tienen todos los medicamentos de que usan, los cuales se reducen a varios simples, cuyas virtudes tienen bien examinadas. Ellos los buscan, preparan, y aplican. En cuanto a la unión de los dos oficios, antiguamente se practicaba lo mismo en todas las Naciones; y ojalá se practicase también ahora. Son sumamente prolijos en el examen del pulso. Es muy ordinario detenerse cerca de una hora en explorar su movimiento. Pero es tal la comprensión que tienen, así de esta señal, como de la lengua, que en registrando uno, y otro, sin que los asistentes, ni el enfermo les digan cosa alguna, pronuncian qué enfermedad es la que padece, qué síntomas la acompañan, el tiempo en que entró, con las demás circunstancias antecedentes, y subsecuentes(a).

(b) El P. Du-Halde en el tom. 2 de su grande Historia de la China, pag. 47 dice, que aunque la pólvora es antigua en la China, no usaban de ella sino para los fuegos de artificio, ignorando enteramente su uso en los cañones. Sin embargo añade, que a las puertas de Nan-kin había tres, o cuatro bombardas cortas, bastantemente antiguas, para hacer juicio de que algún tiempo tuvieron poco, o mucho conocimiento de la Artillería. Lo que es cierto es, que todos los cañones que hoy tienen, los deben a Artífices Europeos: conque si en la antiguedad conocieron el arte, enteramente lo habían perdido. (a) En orden a la Medicina de los Chinos, el P. Du-Halde dice que su teórica es muy defectuosa, sus principios físicos inciertos, y obscuros, su ciencia anatómica casi ninguna; pero no les niega el conocimiento de muchos remedios muy útiles. Por lo que mira al conocimiento del pulso, confirma lo que hemos dicho en el número citado. Pondré aquí el pasaje, aunque algo largo, traducido literalmente, porque algunos lectores han dificultado el asenso a los que hemos escrito sobre esta materia. Está en el tom. 3 pág. 382. 2. «Toda su ciencia consiste en el conocimiento del pulso, y en el uso de los simples, de que tienen gran cantidad, y que, según ellos, están dotados de virtudes singulares para curar las enfermedades. Ellos pretenden conocer por sólo el movimiento del pulso el origen del mal, y en qué parte del cuerpo resida. En efecto, los que entre ellos son hábiles, descubren, o pronostican muy exactamente todos los síntomas de una enfermedad; y esto es lo que hizo principalmente tan famosos en el Mundo los Médicos de la China». 3. «Cuando son llamados para algún enfermo, apoyan lo primero el brazo sobre una almohada: aplican luego los cuatro dedos a lo largo de la arteria, ya blandamente, ya con fuerza. Detiénense largo tiempo a examinar las pulsaciones, y a notar los diferencias, por imperceptibles que sean; y según el movimiento más, o menos veloz, o tardo; más, o menos lleno, o disminuido; más uniforme, o menos regular, que observan con la mayor atención, descubren la causa del mal; de suerte, que sin hacer pregunta alguna al enfermo, le dicen en qué parte del cuerpo siente el dolor, en la cabeza, o en el estómago, vientre, hígado, o bazo; y le pronostican cuándo le aliviará la cabeza, cuándo recobrará el apetito, cuándo cesará la incomodidad. 4. «Yo hablo de los Médicos hábiles, y no de otros muchos que no ejercen la Medicina sino para tener de qué vivir, y que carecen de estudio, y experiencia. Pero es cierto, y no se puede dudar, después de tantos testimonios como hay, que los Médicos Chinos han adquirido en esta materia un conocimiento, que tiene algo de extraordinario, y asombroso. 5. «Entre muchos ejemplos que pudiera alegar en prueba, no referiré más que uno solo. Un Misionero cayó enfermo en las prisiones de Nan-kin. Los Cristianos, que se veían en riesgo de perder su Pastor, solicitaron a un Médico de fama para que le visitase. Rindióse a sus instancias, aunque con alguna dificultad. Vino a prisión, y después de considerar bien al enfermo, y tentado el pulso con las ceremonias ordinarias, al instante compuso tres medicinas, que le ordenó tomase una de mañana, otra una hora después de medio día, y otra a la noche. El enfermo se halló peor la noche siguiente, perdió el habla, y los asistentes le creyeron muerto; pero a la mañana se hizo una mutación tan grande, que el Médico, pulsándole, dijo que estaba curado, y que no necesitaba ya sino guardar cierto régimen durante la convalecencia: en efecto, por este medio fue perfectamente restablecido». 6. Los que saben que el Padre Du-Halde escribió su grande Historia de la China sobre gran multitud de Memorias, las más exactas, y justas, venidas de aquel Imperio, y que el Venerable Padre Contancin, que vino a París, después de treinta y un años de estancia en la China, la revisó toda dos veces antes de darse a la Prensa, harán de este testimonio el aprecio que es justo.

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16. Bien veo que esto se hará increíble a nuestro Médicos; pero las varias relaciones que tenemos de la China (algunas escritas por Misioneros ejemplarísimos), están en este punto tan contestes, que sin temeridad no se les puede negar el asenso. Aún cuando a mí me hubiera quedado alguna duda, me la habría quitado el Ilustrísimo Señor D. José Manuel de Andaya y Haro, dignísimo Prelado de esta Santa Iglesia de Oviedo, que me confirmó esta noticia con las experiencias que tenía de un Médico Chino, que trató en Manila, Capital de las Filipinas, y de quien su Ilustrísima me refirió maravillas, así en orden al pronóstico, como en orden a la curación. Persuádome a que algunos Médicos de la Corte tendrán el libro de Andrés Cluviero, Proto-Médico de la Batavia Indica, de Medicina Chinesium, impreso en Ausburg, de que da noticia el Diario de los Sabios de París del año de 1682, donde podrán ver más por extenso esta noticia.

17. Siendo tan sabios los Médicos de la China en la práctica de su arte, no son menos sabios los Chinos en la práctica que observan con sus Médicos. Si el Médico después de examinados el pulso, y la lengua, no acierta en la enfermedad, o con alguna circunstancia suya (lo que pocas veces sucede), es despedido al punto como ignorante, y se llama otro. Si acierta (como es lo común), se le fía la curación. Trae luego de su casa un costadillo de simples, cuyo uso arregla en el cuándo, y en el cómo. Acabada la cura, se le paga legítimamente, así el trabajo de la asistencia, como el coste de los medicamentos. Pero si el enfermo no convalece, uno, y otro pierde el Médico, de modo, que el enfermo paga la curación cuando sana; y el Médico su impericia cuando no le cura. ¡Oh si entre nosotros hubiese la misma ley! Ya Quevedo se quejó de la falta de ella, sin saber que se practicase en la China. Y aunque lo hizo como entre burlas, pienso que lo sentía muy de veras.

18. Generalmente podemos decir a favor de la Asia, que esta parte del mundo fue la primera patria de las Artes, y las Ciencias. Las letras tuvieron su nacimiento en la Fenicia: de allí vinieron a Egipto, y Grecia: como el conocimiento de los Astros a una, y otra parte vino de Caldea.

§.V

19. Por lo que mira a Africa, no tenemos más que echar los ojos a que allí nacieron un Cipriano, un Tertuliano (y lo que es más que todo) un Augustino: a que en la pericia Militar más superiores fueron un tiempo los Africanos a los Españoles, que hoy los Españoles a los Africanos. Menos sangre les costó a los Cartagineses algún día la conquista de toda España, que después acá a los Españoles la de unos pequeños retazos de la Mauritania. El suelo, y el Cielo los mismos son ahora que entonces, y por tanto capaces de producir iguales genios. Si les falta la cultura, no es vicio del clima, sino de su inaplicación. Fuera de que acaso no son tan incultos como se imagina. El Padre Buffer, en el librito que intituló Exàmen des prejugez vulgaires, copió la arenga de un Embajador de Marruecos al gran Luis Decimocuarto, la cual está tan elocuente, y oportuna, como si la hubiera formado un discreto Europeo.

§. VI

20. El concepto que desde el primer descubrimiento de la América se hizo de sus habitadores, y aún hoy dura entre la plebe, es, que aquella gente, no tanto se gobierna por razón, cuanto por instinto, como si alguna Circe, peregrinando por aquellos vastos Países, hubiese transformado todos los hombres en bestias. Con todo sobran testimonios de que su capacidad en nada es inferior a la nuestra. El Ilustrísimo Señor Palafox no se contenta con la igualdad; pues en el Memorial que presentó al Rey en favor de aquellos vasallos, intitulado Retrato natural de los Indios, dice que nos exceden. Allí cuenta de un Indio que conoció su Ilustrísima, a quien llamaban Seis oficios, porque otros tantos sabía con perfección. De otro que aprendió el de Organero en cinco, o seis días, sólo con observar las operaciones del Maestro, sin que este le diese documento alguno. De otro que en

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quince días se hizo Organista. Allí refiere también la exquisita sutileza conque un Indio recobró el caballo, que acababa de robarle un Español. Aseguraba este, reconvenido por la Justicia, que el caballo era suyo había muchos años. El Indio no tenía testigo alguno del robo. Viéndose en este estrecho, prontamente echó su capa sobre los ojos del caballo, y volviéndose al Español, le dijo, que ya que tanto tiempo había era dueño del caballo, no podía menos de saber de qué ojo era tuerto; así que lo dijese: el Español, sorprendido, y turbado, a Dios, y a dicha, respondió que del derecho. Entonces el Indio, quitando la capa mostró al Juez, y a todos los asistentes, que el caballo no era tuerto, ni de uno, ni de otro ojo; y convencido el Español del robo, se le restituyó el caballo al Indio.

21. Apenas los Españoles, debajo de la conducta de Cortés, entraron en la América, cuando tuvieron muchas ocasiones de conocer que aquellos naturales eran de la misma especie que ellos, e hijos del mismo padre. Léense en la Historia de la Conquista de México estratagemas militares de aquella gente, nada inferiores a las de Cartagineses, Griegos, y Romanos. Muchos han observado que los criollos, o hijos de Españoles, que nacen en aquella tierra, son de más viveza, o agilidad intelectual, que los que produce España, lo que añaden otros, que aquellos ingenios, así como amanecen más temprano, también se anochecen más presto; no sé que esté justificado.

22. Es discurrir groseramente hacer bajo concepto de la capacidad de los Indios, porque al principio daban pedazos de oro por cuentas de vidrio. Más rudo es que ellos quien por esto los juzga rudos. Si se mira sin prevención, más hermoso es el vidrio que el oro; y en lo que se busca para ostentación, y adorno, en igualdad de hermosura siempre se prefiere lo más raro. No hacían, pues, en esto los Americanos otra cosa que lo que hace todo el mundo. Tenían oro, y no vidrio: por eso era entre ellos, y con razón, más digna alhaja de una Princesa un pequeño collar de cuentas de vidrio, que una gran cadena de oro. Un diamante, si se atiende al uso necesario, es igualmente útil que una cuenta de vidrio: si a la hermosura, no es mucho el exceso. Con todo, los Asiáticos venden por millones de oro a los Europeos un diamante que pesa dos onzas. ¿Por qué esto, sino porque son rarísimos? Los habitadores de la Isla Formosa estimaban más el azofar que el oro, porque tenían más oro que azofar, hasta que los Holandeses les dieron a conocer la grande estimación que en las demás regiones se hacía de aquel metal. Si en todo el mundo hubiese más oro que azofar, en todo el mundo sería preferible este metal a aquel. Aportando el año de 1605 el Almirante Holandés Cornelio Matelief al Cabo de Buena Esperanza, le dieron aquellos Africanos treinta y ocho carneros, y dos vacas por un poco de hierro, que no valía de veinte sueldos arriba; y lo bueno es, que quedaron igualmente satisfechos de que habían engañado a los Holandeses, que estos de que habían engañado a los Africanos. Tenían sobra de ganado, y falta de hierro. Si acá hubiese la misma sobra, y la misma falta, se compraría el hierro al mismo precio.

23. El Padre Lafitau, Misionero Jesuíta, que trató mucho tiempo aquellos Pueblos de la América Septentrional, a quienes por estar reputados por más bárbaros que los demás, llaman Salvajes, encarece en gran manera su gobierno, y policía, comparándolos en todo con los antiguos Lacedemonios. Es también (lo que se admirará más) gran panegirista de su elocuencia: llegando a decir que hay tal cual entre ellos, cuyas oraciones pueden correr parejas, y aun acaso exceder a las de Cicerón, y Demóstenes. En las memorias de Trevoux (año de 1724 art. 106) se halla la relación del Padre Lafitau. Puede ser que en esto haya algo de hipérbole; pero no tiene duda que se hace muy diferente juicio de las cosas miradas de cerca que de lejos(a).

(a) Lo que dice el P. Sebastián Rasles, Misionero en la Nueva Francia, parte de la América Septentrional, de la habilidad de los Ilineses, que es una de las Naciones de la Nueva Francia, es cosa de asombro; y puede persuadirnos a que nada tiene de hiperbólico lo que de la gente de aquellas partes refiere el Padre Lafitau. Es costumbre deliberar sobre los negocios más importantes al público en los convites. El Padre Rasles se halló en uno de ellos, que costeaba el Jefe principal de una población de trescientas cabañas, con cuya ocasión refiere como testigo lo siguiente: «Luego (dice) que

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24. Padece nuestra vista intelectual el mismo defecto que la corpórea, en representar las cosas distantes menores de lo que son. No hay hombre por gigante que sea, que a mucha distancia no parezca pigmeo. Lo mismo que pasa en el tamaño de los cuerpos, sucede en la estatura de las almas. En aquellas Naciones que están muy remotas de la nuestra, se nos figuran los hombres tan pequeños en línea de hombres, que apenas llegan a racionales. Si los considerásemos de cerca, haríamos otro juicio.

§. VII

25. Opondráseme acaso que las absurdísimas opiniones que en materia de Religión padecen los más de los Pueblos de Asia, Africa, y América, mucho más la carencia de toda Religión, que se ha observado en algunos, nos precisan a hacer bajísimo juicio de sus talentos.

26. Respondo lo primero, que aunque los errores en materia de Religión son los peores de todos, no prueban absolutamente rudeza en los hombres que dan asenso a ellos. Nadia ignora que los antiguos Griegos, y Romanos eran muy hábiles para Ciencias, y Artes. Con todo, ¿qué gente más fuera de camino en cuanto al culto? Adoraban Dioses adúlteros, pérfidos, malignos. Roma, que como dice San León, dominaba a todas las Naciones, era dominada de los errores de todas. En empezando el hombre a buscar la Deidad fuera de sí misma, no hay que hacer cuenta de la mayor, o menor capacidad, porque anda también fuera de sí misma la razón. Para quien camina a obscuras, es indiferente el mayor, o menor precipicio, porque no los ve para medirlos, y aún no sé si en empezando a errar, se descamina más el que más alcanza; porque en punto de Religión, supuesto el primer yerro, fácilmente se confunde lo misterioso con lo ridículo, y afecta la sutileza hallar algunas señas recónditas de divinidad en lo que más dista de ella, según el jucio común.

27. Respondo lo segundo, que no podemos asegurarnos de que la idolatría de varias Naciones sea tan grosera como se pinta. En orden a los antiguos Idólatras ya algunos eruditos esforzaron bien esta duda, proponiendo sólidos fundamentos para pensar que en el simulacro no se adoraba el tronco, el metal, o el marmol, sino algún Numen, que se creía huesped en ellos. Verdaderamente parece increíble que un estuario, como le pinta graciosamente Horacio en una de sus sátiras, enarbolada la hacha con una mano, asido un tronco con la otra, perplejo sobre si haría un Príapo, o un Escaño, considérase en sí mismo la autoridad que era menester para fabricar una Deidad.

28. Lo mismo digo de los Idolos animados: ¿Cómo he de creer que los Egipcios, que fueron algunos siglos el reservatorio de las Ciencias, tuviesen por término último de la adoración unas viles sabandijas, y aún los mismos puerros, y cebollas, como dice de ellos Juvenal, con irrisión irónica, que les nacían en sus huertos? ¡O sanctas gentes, quibus haec nascuntur in hortis Numina! Más razonable es pensar, que aquella Nación, que era genialmente inclinada a representar todas las cosas con enigmas, y símbolos, adorase en aquellas viles criaturas alguna mística significación que les

arribaron todos los convidados, se sentaron en orden, unos en la tierra desnuda, otros sobre esteras. Entonces el Jefe se levantó, y empezó su arenga. Yo os confieso que admiré su afluencia, la exactitud, y fuerza de las razones que propuso, el aire elocuente que les dió, la elección y delicadeza de las expresiones conque adornó su discurso. Estoy persuadido a que si yo hubiese escrito lo que nos dijo de repente, y sin preparación alguna, convendríais sin dificultad en que los más hábiles Europeos, después de mucha meditación, y estudio, no podrían componer un discurso más sólido, ni más bien colocado». (Cartas Edific. tom. 23) 2. Lo que testifica el Padre Chome de la Lengua de los Guaraníes, Nación de la América Meridional, donde ejercitó el ministerio de Misionero, creo infiere más que mediana capacidad en aquella gente. «Confiésoos (dice) que después que me hice algo capaz de los misterios de esta Lengua, me admiré de hallar en ella tanta majestad, y energía. Cada palabra es una definición exacta de la cosa que quiere exprimir, y da una idea clara, y distinta de ella». Añade luego, que no cede en nobleza, y armonía a ninguno de los Idiomas que él había aprendido en Europa.

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daban, y que el culto fuese respectivo, y no absoluto. Lo mismo que de aquella Nación, se puede discurrir de otras, así en aquel tiempo, como en este.

29. Confírmame en este pensamiento lo que leí de la superstición que reina en la Isla de Madagascar. Adoran sus habitadores un Grillo, criando cada uno el suyo con gran cuidado, y veneración. En una expedición que hicieron cuatro Bajeles Franceses el año de 1665 para la India Oriental, entraron de tránsito en la Isla de Madagascar. Sucedió que un Francés curioso, advertido de la extravagante superstición de aquellos Isleños, preguntó a uno de los que entre ellos eran venerados por sabios, qué fundamento tenían para adorar a un animal tan vil: respondió este, que en el efecto adoraban el principio (esto es, en la criatura el Creador); y que era menester determinar la adoración a un sujeto sensible para fijar el espíritu. ¿Quién esperaría un concepto tan delicado en aquel País? No niego que la respuesta no le redime de supersticioso; pero le pone muy lejos de insensato. Si reconviniésemos a los antiguos Egipcios, creo nos responderían en la misma substancia.

30. En cuanto a los Pueblos que carecen de Religión, es harto dudoso que haya alguno tal en el mundo. Los Viajeros, que los aseguran, es de creer que, o por falta de suficiente trato, o por no entender bien el idioma, no penetraron su mente. Clama toda la naturaleza la existencia del Creador con tan sonoros gritos, que parece imposible que la razón más dormida no despierte a sus voces.

§. VIII

31. Apenas, pues, hay gente alguna que examinado su fondo, pueda con justicia ser capitulada de bárbara. No negaré por tanto que no haya entre determinadas Naciones alguna desigualdad en orden al uso del discurso. Sé que este depende de la disposición del órgano, y en la disposición del órgano puede tener su influjo el clima en que se nace. Pero si se me pregunta qué Naciones son las más agudas, responderé, confesando con ingenuidad, que no puedo hacer juicio seguro. Veo que las Ciencias florecieron un tiempo entre los Fenices, otro entre los Griegos, otro entre los Romanos, otro entre los Arabes. Después se extendieron a casi todos los Europeos. Entre tanto que a cada tierra no le tocaba el turno de la circulación, eran tenidos los habitadores de ella por rudos. Después se vió que no entendían, ni adelantaban menos que los que tuvieron la dicha de ser los primeros. Acaso si el mundo dura mucho, y hay grandes revoluciones de Imperios (porque Minerva anda peregrina por la tierra, según el impulso que le dan las violentas agitaciones de Marte), poseerán las Ciencias en grado eminente los Iroqueses, los Lapones, los Trogloditas, los Garamantes, y otras gentes, a quienes hoy con desdén, y repugnancia admitimos por miembros de nuestra especie; de modo, que por la experiencia apenas podemos notar desigualdad de ingenio en las Naciones.

32. Mucho menos por razones físicas. Muchos han querido establecer esta desigualdad a proporción del predominio de las cualidades elementales que reinan en diferentes Países. Comúnmente se dice que los climas húmedos, y nebulosos producen espíritus groseros; al contrario los puros, secos, y despejados. Aristóteles se declaró a favor de las tierras ardientes. Lo mismo probaría que los Holandeses, y Venecianos son muy rudos; pues aquellos viven metidos en charcos, y estos habitan el mismo golfo a quien dieron nombre. Lo segundo, que los Negros de Angola son más agudos que los Ingleses. Y no sé que ningún hombre razonable haya de conceder ni una, ni otra consecuencia. Pero no es menester detenernos en esto; pues ya en el primer tomo (Disc. 16 §. 13 y 14) mostramos largamente que no puede inferirse desigualdad en el discurso del predominio que tiene en el temperamento ninguna de las cualidades sensibles. Por lo cual es preciso confesar que el influjo que el País natalicio puede tener en esto, viene de más oculta causa, inaccesible a nuestro conocimiento, o por lo menos no comprendida hasta ahora.

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33. Cuando digo, que por la experiencia apenas podemos notar desigualdad de ingenio en las Naciones, debe entenderse en cuanto a las cualidades esenciales de penetración, solidez, y claridad; no en cuanto a los accidentes de más veloz, o más tardo, más suelto, o más detenido; porque en cuanto a esto es visible que unas Naciones exceden a otras. Así es claro que los Italianos, y los Franceses son más ágiles que los Españoles. Y dentro de España hay bastante diferencia de unas a otras Provincias. En esta de Asturias se notan por lo común genios más despejados, por lo menos para la explicación, que en otros Países, cuya experiencia basta para disuadir aquella general aprensión de que los Países muy lluviosos producen almas torpes; siendo cierto que a esta tierra el Cielo más la inunda que la riega, y con verdad podríamos llamar:

Nimborum patriam, loca foeta furentibus Austris.

34. Pero si entre las Naciones de Europa hubiese yo de dar preferencia a alguna en la sutileza, me arrimaría al dictamen de Heidegero, Autor Alemán, que concede a los Ingleses esta ventaja. Ciertamente la Gran Bretaña, desde que se introdujo en ella el cultivo de las letras, ha producido una gran copia de Autores de primera nota. Sólo el referir los que dió a las dos Religiones Benedictina, y Seráfica, sería muy fastidioso. Pero no callaré que cada una de estas dos Religiones le debe tres estrellas de primera magnitud. La primera el Venerable Beda, el famoso Alcuino, y el célebre Calculador Suiset. La segunda Alejandro de Alés, el Sutil Escoto, y su discípulo Guillermo Ockham. Con esta reflexión de Cardano (de Subtilit. lib. 16 de Scient.) que entre los doce ingenios más sutiles del mundo, gradua en cuarto, y quinto lugar al Sutil Escoto, y al Calculador, de quienes dice: Barbaros ingenio nobis haud esse inferiores, quandoquidem sub Brumae caelo, divisa toto orbe Britannia duos tam clari ingenii viros emiserit.

35. Tampoco callaré, que en un tiempo en que en las demás Naciones de Europa apenas se sabía qué cosa era Matemática, tuvieron las dos Religiones dichas ilustrísimos Matemáticos Ingleses. En la Seráfica fue celebérrimo Rogerio Bacon, que por razón de sus admirables, y artificiosísimas operaciones fue sospechoso de Magia; y dicen algunos Autores, que fue a Roma a purgarse de esta sospecha. El vulgo fingió de él lo mismo que de Alberto Magno; esto es, haber fabricado una cabeza de metal, que respondía a cuanto le preguntaban. No fue menos famoso en la Benedictina Oliverio de Malmesbury, de quien Juan Pitseo refiere, que alcanzó el arte de volar, aunque no con tanta facilidad, que pasase de ciento y veinte pasos. Mas al fin, ninguno otro hombre llegó a tanto.

36. En las cosas físicas dió Inglaterra más número de Autores originales, que todas las demás Naciones juntas. Y así los Franceses, con ser tan celosos del crédito de los ingenios de su Nación, confiesan a los Ingleses la ventaja del espíritu filosófico. Sin temeridad se puede decir que cuanto de un siglo a esta parte se adelantó en la Física, todo se debe al Canciller Bacon. Este rompió las estrechas márgenes en que hasta su tiempo estuvo aprisionada la Filosofía: este derribó las columnas que con la inscripción Non plus ultra habían fijado tantos siglos ha la ciencia de las cosas naturales. El doctísimo Pedro Gasendo no fue otra cosa que un fiel discípulo de Bacon, que lo que este había dicho sumariamente, lo repitió en sus excelentes escritos Filosóficos, debajo de otro método más extendido. Lo que dijo Descartes de bueno, de Bacon lo sacó. Después de Bacon son también grandes originales Roberto Boyle, y el sutilísimo Caballero Newton, dejando a Juan Locke, al Caballero Digby, y otros muchos. Pero la viveza de sus ingenios tiene la desgracia que reparó su mismo Bacon; pues una vez que se apartaron de la verdadera senda, tanto más velozmente se han extraviado, cuanto más vivamente han discurrido. Aunque no falta en Inglaterra (después que la afeó la herejía) un Tomás Moro, célebre en las Ciencias, y aún más célebre por su católica constancia.

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37. También diré que en los Filósofos Ingleses he visto una sencilla explicación, y una franca narrativa de lo que han experimentado, desnuda de todo artificio, que no es tan frecuente en los de otras Naciones. Señaladamente en Bacon, en Boyle, en el Caballero Newton, y en el Médico Sydenham agrada el ver cuán sin jactancia dicen lo que saben, y cuán sin rubor confiesan lo que ignoran. Este es carácter propio de ingenios sublimes. ¡Oh desdicha, que tenga la herejía sepultadas tan bellas luces en tan tristes sombras!

38. Para complemento de este Discurso, y en obsequio de los curiosos, pongo aquí la siguiente Tabla, sacada del segundo tomo de la Spécula Físico-Matemático-Histórica del Padre Premonstratense Juan Zahn, donde se pone delante de los ojos la diversidad que tienen en genios, vicios, y dotes del alma, y cuerpo las cinco principales Naciones de Europa. El citado Autor (que es Alemán) la propone como arreglada al sentir común de las Naciones. Pero yo no salgo por fiador de su verdad en todas sus partes, y en especial le hallo poco verídico en lo que dice de los Españoles; pues no son en el cuerpo horrendos, ni en la hermosura demonios, ni en la fidelidad falaces; antes bien en los cuerpos, y hermosura son airosos, y en la fidelidad firmes.

Alemán Español Italiano Francés Inglés En el cuerpo Robusto Horrendo Débil Ágil Delicado En el ánimo Oso Elefante Zorra Águila León En el vestido Mono Modesto Lúgubre Proteo Soberbio En costumbres Serio Grave Fácil Ostentador Suave En la mesa Ebrio Fastidioso Sobrio Delicado Guloso En la hermosura Estatua Demonio Hombre Mujer Ángel En la conversación Ahulla Habla Delira Canta Llora

En los secretos Olvidadizo Mudo Taciturno Hablador Infiel En la ciencia Jurista Teólogo Arquitecto Algo de todo Filósofo En la fidelidad Fiel Falaz Sospechoso Ligero Pérfido En los consejos Tardo Cauto Sutil Precipitado Imprudente En la Religión Supersticioso Constante Religioso Celoso Mudable

Magnificencia En las fortificaciones

En las armas

En los Templos

En los Palacios

En las armadas

En el matrimonio el marido es Señor Tirano Carcelero Compañero Vasallo

La mujer es Alhaja doméstica Esclava Prisionera Señora Reina

El criado es Compañero Sujeto Obsequioso Criado Esclavo Enfermedades que padece Gota Todas Peste Infección

venérea El Lupo

En la muerte es Desembarazado Generoso Desesperado Violento Presuntuoso

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Tomo V, discurso XV:

Solución del gran problema histórico sobre la población de la América, y revoluciones del orbe terráqueo*

§. I

1. La arduísima cuestión de la población de la América; esto es, cómo, o por donde pasaron a aquellos vastísimos países sus primeros habitadores, ha sido tratada por muchas plumas con bastante diligencia y aplicación; mas no con igual felicidad; porque después de haberse discurrido mucho y por diferentes sendas en esta materia, no se ha encontrado hasta ahora idea capaz de aquietar a un entendimiento que sinceramente busca la verdad.

2. De este mismo sentir es el docto Anónimo, que poco ha dio de nuevo a luz el libro intitulado: Origen de los Indios del Nuevo Mundo, compuesto a principios del siglo pasado por el Padre Presentado Dominicano Fray Gregorio García, ilustrándole con muchas Adiciones, donde reinan una acertada crítica y una copiosa erudición. Es cierto que en aquel libro, ya por el estudio del que le compuso, ya por la diligencia del que le aumentó, se hallan recogidas y esforzadas (cuanto en ellas cabe) todas las opiniones que hasta ahora se han inventado sobre la primera población de la América. Pero séame lícito decir, que entre tanta variedad de sentencias, ninguna encuentro que haya acertado con la verisimilitud. Algunas ni aun tocaron en la posibilidad. Esto me ha estimulado a proponer al Orbe Literario un nuevo sistema sobre el asunto. El juzgará, si el mío es más bien fundado que todos los que hasta aquí parecieron en su dilatadísimo Teatro.

§. II

3. Esta cuestión es de mucho mayor importancia, que la que a primera vista ocurre. Parece una mera curiosidad histórica; y es punto en que se interesa infinito la Religión; porque los que niegan que los primeros pobladores de la América hayan salido de este nuestro Continente para aquel, consiguientemente niegan, contra lo que como dogma de Fe tiene recibido la Iglesia, y está revelado en la Escritura, que todos los hombres que hay en el mundo, sean descendientes de Adán: de donde se sigue, que todas las dificultades que ocurren en la transmigración de los primeros habitadores de la América desde nuestro Continente a aquel, sirven de argumentos a los espíritus incrédulos, para impugnar el dogma de que Adán y Eva fueron padres universales del humano linaje.

4. Hay hoy no pocos en el mundo, que contradicen dicho dogma, y fue su Caudillo Heresiarca, Isaac de la Peyrere, Francés, el cual, a la mitad del siglo pasado, vomitó tan pernicioso error en un libro escrito a este intento. Era entonces la Peyrere Protestante; después de redujo al Gremio de la Iglesia Católica, y abjuró, juntamente con los errores comunes de su Secta, el delirio particular de quien fue primer Autor. Esto es lo que afirman nuestros Escritores. Los Protestantes aseguran al contrario, que su reconciliación con la Iglesia fue solo aparente, y ejecutada por motivo político; y que hasta la muerte perseveró obstinado en su particular herejía, aunque manifestando su sentir sólo a sus íntimos, o a sujetos de quienes hacía especial confianza. Sea lo que fuere de este hecho particular, es constante que el error de la Peyrere hizo algún progreso; de modo que ha ascendido al grado de Secta, y se llaman los que la siguen Herejes Preadamitas, o Preadamíticos, porque afirman que Dios crió otros hombres en el mundo antes que formase a Adán.

* Texto tomado de la edición de Madrid: Real Compañía de Impresores y Libreros, 1778, pp. 321-350.

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§. III

5. El sistema, pues, de la Peyrere, y los demás Preadamitas, es, que el sexto día de la Creación del mundo crió Dios al Hombre, varón y hembra; esto es, (como ellos lo entienden) no un varón sólo y una sola hembra, sino muchos varones y hembras, repartidos por las varias Regiones del Orbe; del mismo modo que no produjo una planta sola, sino muchas de cada especie en varios parajes de la tierra: Que mucho tiempo después crió a Adán y Eva; y que esta creación es la que se expresa en el segundo capítulo del Génesis, como diferente de la otra que se refiere en el primero: Que Adán por consiguiente, no es cabeza o progenitor de todos los hombres, sí sólo del Pueblo Judaico; y por eso Moisés, cuyo designio no era escribir historia general del mundo, sí sólo de aquel Pueblo, refiriendo primero de paso y en términos generales la producción de las demás gentes, después más individualmente expresó la formación de Adán y Eva, tomando de ellos, como padres únicos y privativos de la gente Israelítica, el principio de la serie histórica de aquella Nación: Que el dar padres particulares e independientes de la común creación a la gente Judaica, fue consiguiente al designio Divino de constituirla por su Pueblo escogido, y singularmente destinado a recibir y mantener la Religión verdadera, y sincero culto de la Deidad.

§. IV

6. Los apoyos de tan detestable sistema se toman lo primero de un pasaje de San Pablo, en el capítulo quinto de la Carta a los Romanos, perversamente interpretado. Lo segundo, de la repetición de la formación de Adán y Eva, hecha en el segundo capítulo del Génesis, la cual, como hemos dicho, quieren los Preadamitas no sea repetición, sino relación de otra creación diversa de la que se noticia en el capítulo primero. Lo tercero, de las Crónicas fabulosas de los Caldeos y los Egipcios, los cuales se fingen una antigüedad portentosa, y anterior muchos millares de años a la formación de Adán: cuya impostura, en orden a los Caldeos, se averiguó ya en tiempo de Alejandro, luego que este Príncipe conquistó a Babilonia; porque el Filósofo Calístenes, que era de la comitiva de Alejandro, a solicitación de Aristóteles registró todos los monumentos de las observaciones Astronómicas de los Caldeos, conservados en aquella Ciudad, y halló que su mayor antigüedad era de mil novecientos y tres años, en lugar de cuatrocientos y setenta mil años de edad, que los Caldeos atribuían a sus primeras observaciones.

7. Últimamente forman los Preadamitas prueba para su sistema sobre los Pueblos de la América: porque suponiendo, como suponen, que de nuestro Continente al de la América no hay comunicación alguna por tierra, antes median grandes mares entre uno y otro Continente, infieren, que ni de Europa, ni de Asia, ni de África pudieron pasar hombres algunos a la América antes de la invención de la Aguja Náutica, cuyo uso es absolutamente necesario para los viajes de mar, en que las Embarcaciones pierden de vista las orillas. Siendo, pues, constante, que la América estaba poblada mucho tiempo antes de la invención de la Aguja Náutica, infieren, como consecuencia fija, que sus habitadores no son descendientes de los de nuestro Continente; por consiguiente no deben su primer origen a Adán y Eva, sino a otros varones y hembras, que Dios crió en aquellos países.

§. V

8. A este argumento puede responderse de tres maneras. Puede decirse lo primero, que los antiquísimos pobladores de la América, no con designio formado pasaron de este Continente al otro, sí arrebatados de alguna tempestad, cuya violencia pudo transponerlos a él, cuando su intento sólo era navegar a vista de tierra, según la limitación de la Náutica, antes que se descubriese el uso de la Aguja Magnética. Puede decirse lo segundo, que acaso los antiguos conocieron y usaron la Aguja; pero perdido después, e ignorado por muchos siglos este arte, se restituyó otra vez al mundo,

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creyéndose ser invención nueva la que sólo fue recuperación. Puede en fin, responderse, que los dos Continentes no están en todas partes divididos por los Mares; antes en alguna se comunican por tierra.

9. Empezando por esta última solución, juzgo que enteramente carece de probabilidad. Innumerables relaciones de viajes marítimos destruyen la sospecha de comunicación por tierra entre los dos Continentes. Ni en esto es razón detenernos, porque sería materia de mucha prolijidad, si sobre ella instituyésemos una exacta discusión.

10. La primera respuesta nada contiene, ni de imposible, ni de inverisímil. Sabido es, que el primer origen del descubrimiento de las Indias Orientales, hecho a los fines del siglo decimoquinto, se debió a una tempestad que arrojó hacia aquellas partes al Piloto Vizcaino, llamado Andalouza; el cual, muriendo después en los brazos del famoso Colón, le pagó la caridad del hospedaje con la noticia bien reglada de aquel hallazgo.

11. Tampoco en la segunda respuesta hay cosa que choque la razón. En el Discurso duodécimo del cuarto Tomo dimos noticia de varios artificios, cuyo conocimiento había logrado el mundo en los antiguos tiempos, y perdiéndole en los subsiguientes, le recobró en los últimos siglos. Esto pudo suceder en el uso de la Aguja Náutica, especialmente si entre los antiguos fue conocido de pocos su uso, y se guardaba como secreto.

§. VI

12. La verdad, si el argumento propuesto arriba a favor de los Preadamitas no se adelanta más, bastan para quebrantar toda su fuerza las dos respuestas dadas, y aún cada una por sí sola. Pero resta lo más arduo de la dificultad, cuyo mayor apuro consiste en el tránsito de los brutos a la América, lo cual declaro así. Es constante por testimonio de la Escritura Sagrada, que en el Diluvio Universal perecieron cuantas bestias terrestres y volátiles había en el Universo, a la reserva de aquellas pocas de cada especie, que se salvaron en el Arca. Es asimismo constante, que únicamente de aquellos individuos que se salvaron en al Arca, se propagaron después todas las especies; de modo, que no hubo desde entonces acá, ni hay hoy bruto alguno sobre la haz de la tierra (por lo menos si se habla de los que sólo pueden ser engendrados por la mixtión de los dos sexos), que no descienda de aquellos. Todo esto consta claramente del capítulo sexto, y séptimo del Génesis. Y en fin es hecho irrefragable, que cuando los Españoles entraron la primera vez en la América, hallaron en varios Países de aquel Continente muchos brutos, unos conocidos, y de las mismas especies que hay acá, otros que no habían visto jamás. Pues aquellos brutos descienden sin duda de los que se recogieron en el Arca de Noé, se pregunta ahora, ¿cómo pasaron de nuestro Continente a aquel? Y la dificultad tendría fácil salida, si en la América sólo se hallasen, o aves de largo vuelo que pudiesen atravesar muchas leguas de piélago; o solo aquellos brutos que son útiles al hombre, como Caballos, Buyes, Ovejas, Gallinas, Perros, de quienes se podría discurrir que los llevaron para su uso los primeros hombres, que, o por accidente o por designio pasaron a la América. Pero el negocio está en que en muchas tierras del Nuevo Mundo se hallaron al descubrirlas los Españoles, como también se hallan ahora, Leones, Tigres, Osos, Lobos, Zorras, y otras bestias que incomodan infinito al hombre, de quienes por consiguiente no es creíble que los primeros pobladores de la América las transportasen allá en Navíos. Y si alguno se echase a adivinar, que las transportarían para lograr en ellas el deleite de la caza, se le preguntará, ¿quién hasta ahora pensó en transplantar Lobos, y Zorras de un País a otro, o poblar selvas de estas fieras para cazarlas? El Padre Acosta, que en el libro primero de su Historia de las Indias se hizo cargo de la dificultad que vamos proponiendo, llegando a apuntar esta solución, hace burla de ella, y añade, que hay en el Perú una especie de Zorras, que llaman Añas, animales muy sucios y hediondos. ¿No es extrema ridiculez pensar que haya habido jamás hombres,

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que pasando de un País a otro, quisiesen transportar en su compañía tales animalejos, para que se multiplicasen en la Colonia que iban a fundar?

13. Desestimada, pues, como es justo, esta solución, no hallo en lo que he leído sobre la materia otra alguna, que pueda abrazarse; porque lo de que hay camino por tierra de un Continente a otro, es inverisímil, como ya apuntamos arriba: y lo que dicen algunos, que fueron conducidos los brutos por ministerio de los Ángeles al Nuevo Mundo, es un recurso, a que sólo se debe acudir en la extrema necesidad; esto es, no siendo posible hallar otro alguno. Ni los dos ejemplares, que pueden alegarse, de que por ministerio de los Ángeles fueron conducidos los brutos a Adán para que les pusiese nombres, y al Arca de Noé para salvarse en ella, persuaden algo. Lo primero, porque es incierto el asunto de que los Ángeles interviniesen en aquellas conducciones, pues ni tal se expresa en la Escritura, ni eran necesarios los Ángeles para una ni para otra conducta, pudiendo ejecutarse todo con sólo un impulso que Dios imprimiese a los brutos, moviéndolos con él, ya hacia Adán, ya hacia el Arca. Lo segundo, porque en aquellos dos casos era necesario que Dios usase de alguna providencia extraordinaria a falta de los medios naturales y comunes; y no hay esta necesidad en el nuestro, como veremos más abajo.

§. VII

14. Nada de lo dicho incomoda a los Herejes Preadamitas; porque éstos, para ir consiguientes, cerrando los ojos, y echándose en todo y por todo con la carga, no solo niegan que el Diluvio Noético inundase toda la tierra; pero afirman, que sólo cubrió la Judea, y acaso algunas Regiones vecinas. De este modo, no sólo salvan de aquel estrago los hombres y brutos, que suponen criados y existentes en la América, mas reservan también de la ruina nuestro propio Continente, exceptuando una pequeña parte de él. ¡Qué ceguera tan voluntaria! cuando está expresado con la mayor claridad posible en la Escritura, que el Diluvio fue universalísimo, y que cubrieron las aguas la superficie de todo el Orbe Terráqueo: Omnia repleverunt in superficie terrae... opertique sunt omnes montes excelsi sub universo Coelo. En fin, que perecieron cuantos hombres, y brutos terrestres y volátiles había en toda la tierra: Consumptaque est omnis caro, quae movebatur super terram, volucrum, animantium, bestiarum, omniumque reptilium, quae reptant super terram: universi homines, & cuncta, in quibus spiraculum vitae est in terra, mortua sunt.

15. Debiendo, pues, suponer por una parte la infalible verdad de la Historia Sagrada, y buscar por otra el modo más verisímil con que pudiesen pasar a la América, no sólo descendientes de Noé, mas también los de muchos brutos que se salvaron en el Arca, y no hallando esta verisimilitud en alguna de las opiniones comunes, propondré y fundaré, a mi parecer eficazmente, lo que siento sobre la materia.

§. VIII

16. Digo, pues, que este negocio cómodamente se compone, suponiendo, que en virtud de muchas alteraciones que hubo en el discurso de tantos siglos, la disposición exterior del Orbe Terráqueo es hoy bastantemente distinta de la que hubo en otro tiempo. Puesto esto, es fácil concebir, que aunque hoy los dos Continentes están separados, en los tiempos antiquísimos estuviesen unidos, o se comunicasen por tierra; por consiguiente, que por aquella parte donde había la comunicación por tierra, pasasen hombres y brutos a la América.

17. A la posibilidad del supuesto que hacemos, nadie puede contradecir; porque ¿qué repugnancia, ni aún dificultad hay en que en aquel sitio donde se creyó estar el Estrecho de Anian, o en otro alguno de los más septentrionales de Asia, u de Europa, hubiese un Istmo, o estrecho de

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tierra, que sirviese como de puente para transitar de un Continente a otro, y al cual, después los continuos y violentos embates del Océano fuesen rompiendo poco a poco hasta abrirle del todo, y hacer piélago lo que antes era tierra firme? Ni era menester la reiterada batería del mar por el dilatado espacio de tantos siglos. Un terremoto en poco momento podía hacer todo ese estrago. En Plinio, Estrabón, Séneca, y otros Autores hay repetidos testimonios, de que varios terremotos, dividiendo o precipitando en anchísimas cavernas grandes espacios de tierra, dieron lugar a que los cubriese el Océano. Así fueron sumergidas con sus territorios, las dos Ciudades de Pyrra, y Antusa, cuyas ruinas cubre hoy la Laguna Meotis; y las de Elice, y Bura en el Seno de Corinto. Así robó el mar más de treinta mil pasos a la Isla de Cea. Consta por la relación de antiguos Escritores, que estuvo un tiempo unida la Sicilia a Italia; la Euboea, que hoy llamamos Negroponte a la Beocia; la de Chipre a la Siria; la Leucosia al Promontorio de las Sirenas. Que estas disrupciones fuesen hechas, o por terremotos o por el porfiado impulso de las olas en algunas grandes tempestades, no nos hace al caso. De cualquiera modo que fuese, es cierto que la misma causa que rompió aquellas tierras para dar paso al mar entre ellas, pudo, siendo más continuada o más vehemente, romper la unión que había entre nuestro Continente y la América, substituyendo por la tierra que los enlazaba, o un estrecho de Mar, como juzgan algunos que hay hoy, o un anchuroso piélago.

18. En el primer tomo de las Memorias de Trevoux del año de 31 se da noticia de un libro poco ha impreso en Holanda, cuyo Autor o Autores escriben, que hoy subsisten indicios de que hubo un Continente o pasaje de tierra de mil leguas o algo más, que unía la extremidad de la Tartaria Oriental con la extremidad de la California, península de la América Septentrional. Mas como en las citadas memorias no se expresa, ni cuales son estos indicios, ni en qué fundamentos estriba la noticia, nada quiero firmar sobre ella, y tampoco la he menester para nada.

19. Aún con mayor desestimación miro la decantada Historia de la Atlántida de Platón; aunque, porque algunos Autores la aprecian más que debieran, la expondré para impugnarla. Hablando Platón (en el Timeo) de la conversación que tuvo con Solón un Sacerdote Egipcio, sobre las más remotas antigüedades de Atenas, dice como con ocasión de ellas le refirió el Sacerdote a Solón, que en tiempos muy anteriores había habido una grandísima Isla, mayor que la África y la Asia juntas, colocada a la vista del Estrecho, que hoy llamamos de Gibraltar, y extendida hacia el Poniente por todo aquel espacio que hoy tiene el nombre de Mar Atlántico; pero que esta Isla, desecha con un gran terremoto, había sido sorbida toda del Mar.

20. Digo que algunos Autores hacen para el asunto, que seguimos, más aprecio de esta noticia que debieran, porque, suponiéndola verdadera, se imaginan haber hallado en la Isla Atlántida fácil paso a los primeros pobladores de la América. Pero que la referida Historia es fabulosa, se probará eficazmente. Lo primero, porque siendo la Atlántida mayor que la Asia y la África juntas, no podía caber en el espacio que hay entre nuestro Continente y el de la América, como es fácil demostrar geométricamente, mayormente, porque en la relación del Sacerdote Egipcio la Atlántida no se avecinaba por la otra extremidad, o llegaba a vista del otro Continente, sí solo de otras Islas que mediaban entre él, y ella. Lo segundo, porque en el mismo coloquio con Solón daba el Egipcio nueve mil años de antigüedad a la Ciudad de Atenas, que era hacerla algunos millares de años más antigua que el Mundo, según lo que por precisa consecuencia resulta de las Sagradas Letras. Y quien mentía, o erraba tan torpemente en esto, ¿qué fe merece en lo demás? Lo tercero, por otra circunstancia fabulosa que se envuelve en aquella narración; esto es, que habiendo salido inmensas gentes de la Atlántida, con el designio de subyugar todo el Mundo, y teniendo conquistada ya toda la África hasta Egipto, y todo lo que hay de Europa hasta el Mar Tirreno, fueron resistidas y expugnadas por solos los Griegos, y aún por solos los Atenienses. ¿Quién creerá, que una pequeña República destruyese la mayor Potencia que jamás hubo en el Mundo? Así se debe hacer juicio de que toda la narración de aquel venerado Sacerdote fue un tejido de fábulas.

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§. IX

21. Pero aun cuando la Isla Atlántida no fuese fabulosa, no bastaría su existencia para resolver la dificultad en el punto en que arriba la hemos propuesto. Quiero decir, que daría tránsito suficiente a los hombres para el Continente de la América, mas no a los brutos. La razón es, porque entre la Atlántida, y el otro Continente mediaban, según la relación del Egipcio, otras Islas: per quam ad alias proximas Insulas patebat aditus, atque ab Insulis ad omnem continentem e conspectu jacentem. (Plat. in Timeo.) Estas Islas intermedias quieren los Autores que suponen la Historia del Egipcio verdadera, que sean las de Barlovento. Sean éstas u otras, fácil sería a los hombres navegar de una a otra, y de la última al Continente; podrían también llevar consigo las bestias domésticas, y útiles. Asimismo podrían volar las aves de la Atlántida a las otras Islas, y de éstas a la tierra firme. Mas para las bestias terrestres, feroces, y nocivas, las cuales no es creíble fuesen conducidas por aquellos pobladores, ni pudiesen, o quisiesen pasar a nado los espacios intermedios de mar, siempre queda la dificultad en pie.

22. Y verdaderamente yo no puedo dejar de admirar, que los Autores, que buscando camino a los primeros pobladores de la América, encontraron la especie de la Atlántida, no hiciesen mejor uso de ella. No sólo erraron en imaginar verdadera una Isla fabulosa, y en creerla cómoda para el tránsito de todos los animales que hay en el otro Continente, aun cuando fuese verdadera; mas también padecieron la infelicidad de que aquella noticia no excitase en ellos (siendo esto naturalísimo) la idea más oportuna, que es la que yo sigo, para desatar el nudo de la cuestión. Luego que tratando este asunto se encuentra la especie de una grande Isla, que ocupó todo el espacio que hay desde España a las Islas de la América, y fue enteramente destruida por un terremoto, hallando por otra parte poca o ninguna verisimilitud en el hecho, y aún poca o ninguna comodidad para el intento, ¿qué cosa más natural ni más razonable, que trasladar con la idea el suceso a otra parte, donde sea más posible, más verisímil, y más oportuno para resolver la dificultad? Todos tienen comprehendido que el espacio de Océano que media entre la parte más Septentrional de la Tartaria, y la extremidad también Septentrional de la América, es sin comparación menor, u de incomparablemente menor anchura, que el que media entre el Estrecho de Gibraltar, y la América. Que un terremoto enteramente hiciese sorber de las aguas una Isla que ocupaba todo este espacio, o lo que es más, una Isla mayor que la África, y Asia juntas, si no imposible, es a lo menos sumamente inverisímil. Pero que un terremoto, o muchos terremotos, y aún sin ellos el continuado impulso de las olas rompiesen algún Istmo, que atravesase por la parte del Septentrión de uno a otro Continente, no contiene al menos vestigio de inverisimilitud(a).

23. Si acaso se me opusiere, que esto es discurrir lo que pudo ser, no lo que fue; respondo, que en esta parte todas las opiniones van iguales. Del tránsito de hombre y brutos a la América no hay hoy en el mundo testigo alguno de vista, ni aún de oídas. Tampoco ha quedado monumento alguno del suceso en escrituras, libros, o mármoles. Lo más, pues, que se puede hacer, es buscar el hecho por el rodeo de la posibilidad; y aquel se debe juzgar que le encuentra, que propone un modo, no sólo posible, sino el más verisímil que salva todos los inconvenientes, y ocurre a todas las dificultades. Esta substancial ventaja creo goza nuestra opinión, o ninguna otra se puede jactar de tanto; pues aunque en otra se proponga modo probable para el tránsito de los hombres a la América, en ninguna sino en la nuestra se abre camino para todos los brutos que hay en aquellas Regiones.

(a) Las grandes inmutaciones que en la superficie del Globo Terráqueo pueden ocasionar los terremotos, se confirman con las ruinas que ocasionó uno en la Canadá el año de 1663 en más de cuatrocientas leguas de País. Chocaron unas montañas con otras. Algunas arrancadas enteramente de sus sitios, fueron precipitadas en el gran Río de San Lorenzo. Otras se sepultaron en los senos de la tierra abierta debajo de ellas. Una montaña de rocas, que ocupaba más de cien leguas, se hundió, dejando en su lugar una dilatada planicie. Después de dicho terremoto se ven en aquella Región Ríos, y Lagos en sitios donde antes no había sino montes inaccesibles. (Regnault tom. 2. Convers. 8.)

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§. X

24. La fuerza de esta razón, que cuanto permite la materia parece demostrativa, se hace más sensible con varias pruebas experimentales que hay de que la superficie del Orbe Terráqueo padeció muchas alteraciones semejantes a la que proponemos. Arriba vimos, como por el testimonio de muchos Escritores consta que el mar ocupa hoy varios y grandes espacios, que antes eran de tierra firme. Ahora veremos como hay hoy muchos y grandes espacios de tierra firme, que en otros siglos fueron cubiertos del agua del mar.

25. Estos dos Elementos Tierra y Agua son dos contendientes, que desde que el mundo es mundo se han estado haciendo continua guerra, y alternando represalias o usurpaciones uno sobre otro. En un tiempo, y en un País roba el mar algún espacio a la tierra; en otro tiempo, y otro País recobra la tierra la pérdida, robando algún espacio al mar: de modo, que no hay siglo en que no pueda decir el que observáre estas recíprocas hostilidades de los dos Elementos, lo que Ovidio en el quintodécimo de los Metamorfóseos pone en la boca de Pitágoras.

Vidi ego quod fuerat quondam solidisssima telus Esse fretum, vidi factas ex aequore terras.

La producción de nuevas Islas en diferentes tiempos y sitios, es un hecho tan constante, que nadie puede negarle. En nuestro días se formó una nueva Isla de bastante extensión en el Archipiélago, cerca de la de Santorín, o Santerín; y lo que es muy admirable, en un sitio donde el mar era profundísimo. Hízose manifiesto, que la violencia de los fuegos subterráneos, levantando la tierra y peñascos que estaban en el fondo del mar, produjo aquella Isla. Algunos creen, que antes del Diluvio no había Isla alguna, sí que Dios crió toda la tierra firme unida, y después, ya por aquella general inundación, ya por otras causas, y en otros tiempos se formaron todas las Islas: materia en que nada se puede afirmar o negar con bastante fundamento.

26. Asimismo es constante, que por el discurso de algunos siglos el mar se ha retirado a bastante distancia de muchas Playas. Ravena fue un tiempo Puerto de mar, y el principal que tenían los Romanos sobre el Adriático. Aún hoy se ven en la parte de sus muros que mira aquel Golfo, argollas donde amarraban las Naos. Hoy dista del mar tres millas, y todo el espacio intermedio es muy fértil. En algunas partes de esta Costa de Asturias hay señas manifiestas de que el mar se ha retirado bastantemente, como yo mismo lo he notado en un paraje a media legua de Avilés, hacia Poniente. Y en el Río que corre junto a nuestro Monasterio de San Salvador de Cornellana, subsiste en las ruinas de un Puente algunas argollas, como las de Ravena, donde estaban los Bajeles, siendo así que hoy no pueden arribar, ni aún una legua más abajo.

§. XI

27. Las alteraciones dichas son de poco momento, comparadas con otras mucho mayores que nos restan. Baptista Fulgoso, Baltasar Moreto, y otro, refieren que el año de 1460 (el P. Zahn cita el de 1542), cerca de Verona, no la Ciudad de Italia, sino otra del mismo nombre que hay en los Suizos, cavando una mina a la profundidad de cincuenta brazas, fue hallado un Navío entero, con sus áncoras, rotos los mástiles, y en él los esqueletos de cuarenta hombres. Este suceso, mirado a primera luz, parece persuade que donde están hoy los Suizos, hubo un tiempo mar navegable, porque si no, ¿cómo podía haber parado en aquel sitio un Navío con los cadáveres de los navegantes?

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28. Sin embargo confieso, que esta prueba es muy equívoca. Edmundo Dichison, Filósofo Inglés, usó de ella para muy diferente intento; esto es, para confirmar su opinión de la circulación de las aguas marítimas, y comunicación subterránea, por donde fluyen de uno a otro Polo. Esta sentencia, que hoy tiene mediano número de Sectarios, se funda en algunas observaciones de que hacia el Polo Ártico hay una corriente continua, dirigida al mismo Polo, tanto más impetuosa, cuanto es menor la distancia de él; y al contrario hacia el Antártico se experimenta otra corriente que repele las Naos, y no las permite acercarse a aquel Polo. Lo cual supuesto, parece preciso, que en el Polo Ártico haya una abertura o tragadero, donde sepultándose las aguas por un canal subterráneo, o acaso muchos, corran hasta salir por el Antártico. Añaden para confirmación la historia de que surcando unas Naves (no me acuerdo en qué tiempo ni con qué designio) en un paraje muy avanzado del Norte, reconocieron la corriente hacia el Polo tan impetuosa, que dificultosamente podían resistirla; mas al fin pudieron retroceder, exceptuando una, algo más avanzada, que fue arrebatada sin remedio, para no parecer jamás, y se colige que dio consigo en aquel horrendo sumidero.

29. Sea lo que fuere la probabilidad de esta opinión, y de la verdad de las observaciones en que se funda, en orden a las cuales sit fides penes Auctores: el citado Dickinson acomoda oportunamente a ella el hallazgo del Navío mencionado, discurriendo, que éste sin duda, navegando por los mares del Septentrión en una grande altura de Polo, padecería la desgracia del otro, de quien acabamos de hablar, o acaso sería el mismo, y por alguno de los muchos conductos subterráneos en que se reparten las aguas sorbidas por aquel boquerón, vino a parar a aquella parte en algún sitio estrecho, donde fue preciso quedar clavado. Si se opone, que en el sitio no se descubrió corriente alguna, o Río subterráneo; responde el Autor, que la misma corriente fue amontonando allí arena, lodo, y broza (lo que era natural, siendo el sitio estrecho, y sobre eso embarazado con la Nave) con que cegándose del todo aquel conducto, la agua que fluía por él, se divirtió a otra parte, para salir, después de varios giros, como sucede a la que va por las demás canales, por el boquerón Austral.

30. No hay, a la verdad, en todo este Discurso implicación alguna; pero tampoco motivo que precise el asenso; antes bien examinado todo, debe suspenderse el juicio. Lo primero, porque el hecho del hallazgo del Navío debe darse por incierto, siendo ésta una de aquellas cosas extraordinarísimas, que según la regla establecida en el Discurso primero de este Tomo, piden, para conciliarse nuestra fe, segurísimas testificaciones. Lo segundo, porque sin el gran rodeo del Polo Ártico, y con mucho más breve viaje subterráneo, pudo parar allí la Nao. ¿No pudo sumergirse en la parte más vecina del Mediterráneo, y por un canal que comunique hasta aquel sitio, ser conducida a él? Y aún podemos abreviar mucho más el viaje, suponiéndola sumergida en el Lago Lemano, que es navegable, y está en los términos de los mismos Suizos.

31. De las razones que alegamos contra Dickinson, debemos concluir también, que así como la historia del descubrimiento de aquel Navío no prueba la pretendida circulación de las lagunas, tampoco puede probar que estuviese algún tiempo inundado del mar el País donde se encontró. Probaremos, pues, con más firme apoyo las grandes revoluciones que ha habido en el Orbe Terráqueo en orden a abandonar el mar grandes espacios de tierra.

§. XII

32. Este se toma del repetido hallazgo de conchas marinas, y peces petrificados en varios parajes de la tierra muy distantes del mar. Es constante por innumerables testimonios fidedignos, que en el centro de Inglaterra, y de Sicilia, en diferentes territorios de la Francia, y otros muchos de Europa, y Asia, bien alejados de todos los mares, se hallan en gran copia conchas marinas de peces conocidos, los cuales sólo deben su origen y educación a las aguas salobres. Asimismo, aunque no

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con tanta abundancia, se hallan en el centro de las tierras peces petrificados, cuya perfecta semejanza en la configuración a algunas especies de animales marítimos, no permite la menos duda de que siendo un tiempo individuos de aquellas especies, al tiempo que por quedar en seco les fue faltando la vida y el movimiento, se fueron introduciendo por sus poros varios corpúsculos térreos, o salínos, o metálicos, con que haciéndose como piedras organizadas, se preservaron de corrupción; si ya su mismo humor substantífico no se petrificó por algún agente, cuya especie y virtud ignoramos: pues tampoco conocemos la causa que engendra piedras en los riñones, vejiga de la orina, cestilla de la hiel, y celebro de los hombres, y de otros animales.

33. Este tan repetido Fenómeno parece prueba eficazmente, que aquellos sitios donde se hallan tales conchas y peces, fueron en tiempos antiquísimos inundados de las aguas del Mar, el cual después se retiró de ellos, o porque dichos sitios se elevaron sobre el nivel que antes tenían, o porque otros donde después de recogieron las aguas, bajaron del nivel de aquellos.

§. XIII

34. No ignoro que algunos Eruditos recurren, para explicar este Fenómeno, al Diluvio Universal. Y sin duda, que a primera vista parece esta explicación la más fácil y natural: pues constando de las Sagradas Letras, que en aquella general inundación se elevaron las aguas sobre las mayores alturas de la tierra, se representa como natural y aún como forzoso, que al paso que después se secaron, o recogieron a su antiguo lecho, quedasen en la superficie de la tierra innumerables peces de todas especies, de los cuales la mayor porción se corrompiese enteramente; pero algunos se petrificasen en la forma que arriba se explicó; y de las conchas, o ya también petrificadas (como se ven no pocas), o aún sin ese beneficio, se conservasen muchas.

35. Digo, que aunque esta explicación parece la más fácil y natural, padece algunas graves objeciones, que nos mueven a abandonarla, y por consiguiente a mantener el sistema que hemos establecido. La más fuerte se toma de los peces conchudos, los cuales por el peso de las conchas están siempre en el fondo del Mar, si que aun en las mayores alteraciones de éste suban jamás a la superficie de él. Luego mucho menos podrían ascender en el Diluvio a tanta altura, cuanta era menester para ser conducidos a algunas cumbres de la tierra, donde hoy se encuentran.

36. Otro argumento de bastante peso se forma sobre un hecho referido en las Memorias de la Academia Real de las Ciencias del año de 1718; y es, que Mr. Jussieu, Académico de aquel Nobilísimo Congreso, había algunos años antes presentado a la Academia verdaderas Madreporas; (plantas pedrosas que sólo nacen en el fondo del Mar) las cuales el mismo Jussieu había arrancado de unas rocas, a quienes eran adherentes, en el País de Chaumont, muy distante de uno y otro Mar. Esta parece prueba concluyente de que el Mar dominó un tiempo aquel País, pues la agitación de las aguas del Diluvio no era capaz de conducir muchas leguas dentro de tierra las peñas donde estaban radicadas las Madreporas.

37. Otras pruebas al mismo asunto se pueden deducir de la misma Memoria de Mr. Jussieu, presentada a la Academia, como es haber notado este Académico vestigios de las mareas en unas Montañas del Delfinado, que están entre Cap, y Sisterón, y haber hallado en otra parte muy tierra adentro, entreveradas con conchas gran cantidad de aquellas piedrecillas muy lisas, de que están cubiertos los lechos de casi todos los Mares.

§. XIV

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38. No disimularé una grave dificultad que se me puede oponer, y que parece destruye la prueba principal de mi sistema. Las conchas marinas de que hemos hablado arriba, no sólo se hallan en sitios humildes o bajos de la tierra, mas también, y en gran número, sobre altas montañas, las cuales no es verisímil hayan sido cubiertas jamás del Mar, pues éste no podía cubrir aquellas cumbres sin inundar todos los valles o sitios más humildes, por consiguiente sin hacer inhabitable toda la tierra, exceptuando las cumbres de algunos elevadísimos montes. Es constante por las Sagradas Letras, que después del Diluvio nunca la tierra estuvo tan generalmente, o casi generalmente inundada del Mar, que sólo se viesen los cerros de las más elevadas cumbres. Cuando se edificó la Torre de Babel, cuya fábrica no fue posterior dos siglos enteros al Diluvio, la tierra de Sennaar, parte de la Región que después se llamó Caldea, que es de poca u ninguna elevación, no estaba cubierta del mar, pues en ella echaron los cimientos de la Torre. Por consiguiente lo mismo sucedía a todas las demás tierras puestas al mismo nivel. Luego es preciso recurrir a que las aguas del Diluvio condujeron tanta multitud de conchas a las eminencias donde hoy se hallan.

39. Lo mismo que de las conchas se debe decir de varias especies de peces, o ya petrificados, o perfectamente desecados y sepultados dentro de peñascos, que se encuentran o encontraron en muchas montañas. En la famosa Galería del Gran Duque de Florencia hay unas piedras, arrancadas de una Montaña casi inaccesible de Fenicia, distante quince millas del mar, en cuyos senos se hallan algunos peces desecados. Dentro de otros muchos peñascos y canteras colocadas en parajes elevados se encontraron innumerables veces, ya conchas, ya peces, y en algunas piedras sólo el diseño de éstos; pero tan perfectamente delineado, que excluía toda duda de que los mismos peces se habían estampado allí, cuando estaba en consistencia de blanda pasta la materia, que después tomó dureza de piedra.

40. Confieso la gravedad de la objeción, y al mismo tiempo la estimo; porque sin obligarme a abandonar mi opinión, me conduce a establecer un pensamiento particular sobre la formación de los montes, que ha de servir de fundamento para la solución.

§. XV

41. Dispútase entre los Eruditos, si los Montes fueron criados en el principio del mundo, u ocasionados del Diluvio Universal. Asienten muchos a lo primero. Otros afirman que Dios crió la tierra uniforme, o en igual distancia del centro por todas partes; mas después las aguas del Diluvio, removiendo tierra, piedras, y plantas de unos sitios, y agregándolas en otros, levantaron estas agigantadas masas, que llamamos Montes.

42. Esta segunda opinión juzgo absolutamente inverisímil, por dos razones: La primera es, que la tierra no pudo tener antes del Diluvio la igual altura que se supone, pues, siendo así, no habría declividad alguna para dar curso a las aguas de las fuentes, por consiguiente todas quedarían estancadas, o todas se sumirían por los poros de la tierra; siendo cierto que las aguas no corren por terreno que no tiene alguna caída, y este estancamiento de las aguas (concediéndole gratuitamente la posibilidad) ahogaría la fecundidad de la tierra, y sería sumamente incómodo a la salud de hombres, brutos, y plantas. La segunda razón es, porque el cuerpo de los montes es casi todo piedra, o por mejor decir, no es cada monte otra cosa que un peñasco continuado; pues aunque algunos estén cubiertos de tierra, se experimenta que ésta baja a muy poca profundidad, encontrándose luego la peña. Pregunto yo ahora, ¿cómo es posible que las aguas del Diluvio (aunque se finja en ellas el ímpetu más violento) arrancasen de las entrañas de la tierra, y volcasen sobre la superficie de ella aquellas continuadas series de peñascos, que forman, ya la gran cordillera de los Pirineos; ya la de los Alpes en Europa; ya la del Monte Tauro en la Asia; y mucho menos la de los Andes en la América, a quien se dan más de ochocientas leguas de longitud.

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43. Añádase la autoridad de la Escritura, pues en el capítulo 7 del Génesis se lee, que las aguas del Diluvio cubrieron todos los montes de la tierra: Opertique sunt omnes montes excelsi sub universo Caelo. Luego antes del Diluvio había montes.

44. La primera opinión tiene contra sí la nota de superfluidad. Quiero decir, que aunque fue preciso que criase Dios la tierra con alguna sensible desigualdad, o con algunos montes, ya para dar nacimiento y curso a las fuentes, ya para otros fines; en ningún modo era necesario que desde entonces quedasen formadas tantas elevadísimas eminencias como hay hoy, especialmente las infecundas e inhabitables, sin las cuales podrían pasar los hombres, y comerciar unas gentes con otras con más comodidad que interpuestos esos estorbos.

§. XVI

45. ¿Pero cuándo, me dirás, se formaron estas montañas, si ni Dios las crió al principio, ni las ocasionó después el Diluvio? Aquí entra mi particular opinión. Digo, que ni uno ni otro era necesario; sino que ellas poco a poco se pudieron ir formando por sí mismas, o hablando más filosóficamente, las causas segundas con solo el concurso general de la causa primera las fueron formando paulatinamente en la sucesión de muchos siglos. Para probar esto, no he menester más que hacer tres suposiciones, todas verdaderísimas. La primera, ya insinuada arriba, es, que el cuerpo de las montañas por la mayor parte es de piedra. La segunda, que no todas las piedras fueron criadas al principio, sino que muchas, o las más se fueron formando en la sucesión de los tiempos, y se están formando cada día. La tercera, que ya formadas crecen, y se van aumentando a mayor mole.

46. En la primera suposición nadie pienso pondrá duda. La segunda consta de mil experimentos. En varias cavernas se ve irse convirtiendo en piedra el agua que se destila poco a poco por la junturas de las peñas. Dentro de muchas canteras se hallan conchas marinas. En el centro de algunos peñascos se han encontrado, no sólo los cadáveres de otros animales, mas también cosas fabricadas por el arte, como tal vez un cuchillo, y otros instrumentos de hierro. Esto no podía suceder, si aquellos peñascos siempre hubiesen sido peñascos; porque ¿cómo se había de introducir a su centro aquellos cuerpos forasteros? En los cuerpos de los animales se engendran piedras cada día: ¿por qué no fuera de ellos? Gasendo tratando de la generación de las piedras, cita el memorable ejemplo de su amigo Fabricio, que estudiando en Aviñón, solía por el Estío bañarse en la margen del Ródano, donde el agua tenía poco fondo; y en el mismo sitio donde otras veces se había bañado, y hallado el suelo igual y blando, vio un día, con grande admiración suya, unos pequeños bultos separados del suelo, y tocándolos los experimentó en aquel grado de consistencia, que tiene un huevo muy cocido separada la cáscara. Llevó algunos de aquellos bultos a casa, y dentro de pocos días halló, tanto a éstos, como los que habían quedado en el Río, hechos verdaderos guijarros.

47. La tercera suposición nos abría un espacioso campo para filosofar sobre la nueva opinión de la vegetación de las piedras, que a los fines del siglo pasado procuró establecer en Roma el famoso Médico Jorge Ballivo, y en París el celebérrimo Herborista Joseph Pitton de Tournefort; aquel en un tratadillo de Vegetatione Lapidum, que anda mezclado entre sus Obras Médicas; y éste en dos Memorias presentadas a la Academia Real de las Ciencias, la primera el año de 1700, la segunda el año de 1702. Pero por caminar derechamente a mi asunto, solo tomaré de uno, y otro Físico lo que prueba invenciblemente la suposición hecha de que las piedras crecen, prescindiendo de si este incremento se haga por verdadera vegetación. Esto es lo que convencen sin duda varios experimentos, que propone Ballivo, de Canteras, ya de Mármol, ya de Alabastro, ya de piedra común, que estando cavadas, por la extracción que se hacía en ellas para edificios, hasta bastante profundidad, y dejadas ya por la incomodidad que se padecía en extraer la piedra, fueron después

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creciendo y llenando el hueco, de modo, que pasados bastante número de años, llegaban a igualar la superficie de la tierra vecina. El citado Autor visitó por sí mismo algunas de estas Canteras, y dice, que los Oficiales que trabajaban ellas, estaban conformes en la testificación del incremento de ellas. No es menos eficaz lo que refiere, que habiendo los Romanos hecho cavar en peña viva dos grandes canales de veinte y cuatro palmos de profundidad, para dar libre curso a las aguas de los dos Ríos Velino, y Nera, y evitar el daño que a veces estancándose ocasionaban a unos Pueblos del Ducado de Espoleto, por el discurso del tiempo fue creciendo la piedra en las concavidades hechas, que modo, que las llenó y allanó, y fue preciso abrirlas de nuevo en tiempo de Clemente VIII.

48. Las observaciones de Mr. Tournefort pasan más adelante por lo que mira a la Física; pues no sólo prueban el incremento de las piedras, mas también que éste se hace por un jugo nutricio, que penetrando los poros de la peña y concretándose en ella, le va dando siempre mayor extensión: Ni en esto hay más dificultad, que en que el jugo nutricio penetre el durísimo corazón de las Encinas viejas, y los huesos de todos los animales, entre los cuales hay algunos más duros y compactos que las piedras comunes. No hay cuerpo alguno, el mas duro del mundo, que no tenga poros; por consiguiente no es menester más, que suponer más sutil el jugo para penetrar los cuerpos que tienen los poros más angostos.

49. Verdaderamente suponiendo como cosa innegable el incremento de las piedras en las Canteras parece preciso confesar, que éste se hace, no por la adición de alguna materia extraña conducida del ambiente vecino a su superficie, o per extra positonem, como hablan los Filósofos; sí solo per intus sumptionem, o en virtud de un jugo que chupa la peña de la tierra donde está como radicada, el cual difundiéndose por toda ella, la nutre y aumenta, en la misma proporción que a los árboles el jugo comunicado por sus raíces. Digo, que parece esto preciso; porque si el incremento se hiciese per extra positionem, se aumentarían también las piedras cortadas y arrancadas de la Cantera; lo cual nunca sucede. Parece, pues, que en cuanto a esto hay una perfecta analogía entre las plantas y piedras, observándose, que así éstas como aquellas, no nacen ni crecen, sino dentro de su matriz, donde reciben jugo proporcionado para su alimento; y separadas de ella, cesa, o se extingue en unas y otras la facultad de aumentarse.

50. Mr. Tournefort observó más en varias piedras, (entre ellas algunas preciosas) que cuando dentro de su matriz padecen alguna desunión, el jugo nutricio acude a soldarla, formando un género de callo en aquel hueco, del mismo modo que sucede esto en los huesos de los animales, y en las ramas de los árboles que se atan o vendan, después de hecha la desunión.

51. Si esta se debe llamar vegetación propiamente tal, es cosa muy indiferente para nuestro intento. Mr. Homberg no dudó avanzar su sistema hasta la conjetura de que las piedras se forman de verdadera semilla, como las plantas. El común modo de filosofar atribuye su producción al espíritu lapidífico que reside en determinadas matrices o mineras. Pero esta es una expresión tan ambigua, que nada explica; y del mismo modo se podrá decir, que los Pinos se producen por un espíritu pinífero, los Laureles por un espíritu laurífero, y las Berzas por un espíritu bercífero. Lo cierto es, que si la conjetura de las semillas de las piedras se esforzase bien, sería de una gran comodidad en la Física, pues con ella se explicaría bellamente la formación de las piedras que tienen una regular y constante configuración, (de que hay muchísimas) y de las plantas lapidosas, como el Coral, la Seta marina, y la Madrepora, que nacen y crecen en el fondo del Mar; lo que, sin suponer semilla, es dificultosísimo. Por mejor decir, esto mismo por sí solo funda una fuerte conjetura, ya porque una organización constante y regular apenas puede concebirse, sino como un indicio natural de la semilla; ya porque la semejanza en conformación de la plantas marinas ya expresadas (las cuales, sin dejar de ser piedras, tienen todas las señas de plantas) con las terrestres persuade lo mismo;

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especialmente después que el Conde Marsilli (como se refiere en la Historia de la Academia Real de las Ciencias de 1710) descubrió las flores del Coral.

§. XVII

52. Dejando ya cuestiones físicas, y reduciéndonos sólo a lo que constantemente resulta de los experimentos, tenemos cuanto es menester para probar la formación de las montañas, que insinuamos arriba. Éstas constan, por la mayor parte, de piedra; o por mejor decir, no son otra cosa, por la mayor parte, que unos grandísimos peñascos. Las piedras nacen y crecen con la sucesión de los tiempos. De estos antecedentes sale por consecuencia forzosa, que con la sucesión de los tiempos se formaron muchas montañas, y que hoy hay muchas y muchísimas, que ni existían al principio del mundo, ni inmediatamente después del Diluvio.

53. Para explicación de lo que discurrimos ha sucedido, pongamos lo que puede suceder. Pongamos, digo, que enfrente de esta Costa, a seis u ocho leguas de mar, debajo del mar, y aún debajo de la tierra que le sirve de lecho, se forma ahora un peñasco, cuya posibilidad es consiguiente necesario de la segunda suposición probada arriba. Pongamos también (por la tercera suposición, que asimismo se probó) que este peñasco va creciendo sucesivamente, así hacia arriba, como a los lados. Sucederá, que pasando algún considerable tiempo toque con su cima la superficie del agua, y que pasando más tiempo se eleve sobre ella. ¿Qué dificultad hay en que suponiendo el incremento continuado por dos o tres mil años, vea el mundo una elevadísima montaña en aquel paraje mismo, donde a nuestros ojos no se presenta ahora sino Coelum undique, & undique Pontus?

54. He supuesto, que el peñasco no solo crecerá hacia arriba, más también a los lados; o no sólo en altura sino en grosor, porque a todos los vegetables sucede lo mismo, aunque con diferente proporción; y es posible, que en algunas peñas el aumento hacia los lados exceda en tal proporción el que tienen hacia arriba, que a veinte varas de altura correspondan dos o tres mil de circunferencia. De este modo un peñasco que nazca, y empiece a crecer ahora dentro del mar, a tres leguas de distancia de estas Costas, podrá, pasados dos o tres mil años, tener una milla de altura perpendicular, (que es sin duda una elevación muy grande) y cien millas de circunferencia, que hoy tiene dominado el mar. Si no se quisiere admitir tanto exceso en el incremento de circunferencia sobre el de la elevación, (materia, en que por no haber regla que nos guíe, cada uno podrá imaginar lo que quisiere) fácil es suplir el defecto, suponiendo que otros peñascos nazcan y crezcan a alguna distancia del primero, y entre muchos ocupen tantas leguas de mar, cuantas cada uno quiera.

§. XVIII

55. Trayendo ya a nuestro principal intento este nuevo sistema de la formación de las montañas, es fácil concebir en él cómo hoy se hallen en las cimas de algunas, conchas marinas, peces petrificados, o sus esqueletos sepultados en las peñas, y aún áncoras, y mástiles, si es verdad, que también éstos se han hallado; pues lo de Ovidio, & vetus inventa est in montibus anchora summis, no me hace fuerza. Digo, que es fácil concebir, puesto nuestro sistema, cómo hoy se hallen todas esas cosas en las cimas de algunas montañas, sin recurrir a las aguas del Diluvio. Supongamos, que la tierra que sirve de lecho al mar, en el espacio de una milla de circunferencia va subiendo hacia arriba, impelida de varios peñascos que están debajo de ella, y van creciendo. Supongamos también, que no sube con igualdad o a un mismo nivel en todas partes, sino que al tiempo que algunas de sus partes llega a la superficie del agua o montan algo sobre ella, otras aún quedan sumergidas, formando varios pozos o lagos, en los cuales estén, no solo conchas, pero peces grandes y pequeños de varias especies; pero que no pueden ya salir de dichos lagos, porque ha cogido el paso por todas partes la tierra que ha montado sobre el agua alrededor de dichos lagos

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subiendo más la tierra y los peñascos que la levantan, de modo, que el suelo de los mismos lagos se ponga sobre el nivel del Mar, los lagos se irán secando poco a poco, disipando el Sol parte del agua, y parte sumiéndose por los poros de la tierra. Ya tenemos en seco conchas y peces. De estos supongo, que los más se corromperán y harán cenizas; pero algunos, supuesto que el suelo donde los coge la desgracia de quedar en seco, abunde de espíritu lapidífico (démosle este nombre al agente transmutante, sea el que fuere) se petrificarán: otros quedarán sepultados (como también muchas conchas) en lodo, u otra masa blanda, que luego se convierta en piedra, en la forma que dijimos arriba, refiriendo la Historia del amigo de Gasendo. Si en aquel distrito hay alguna áncora o mástil, u otro cualquier despojo de Navío, irá subiendo también, hasta que formada la montaña, quede depositado en la cumbre de ella.

56. Este naturalísimo, y casi demostrativo discurso se confirma con algunos hechos que constan de las Historias. Marco Antonio Sabelico refiere, que en el año octavo del Imperio de Lotario nació en Sajonia, o se levantó un collado largo seis millas. El Padre Zahn, citando a Zeilero, dice que en los Suizos un monte vecino al Lugar llamado Interlaco, palpable y diariamente se ve crecer; de modo, que no permanece allí edificio alguno: Hic (mons) quotidie nova sumit incrementa, ita ut nullum ibi constare queat edificium.

57. Debe suponerse, para inteligencia de este fenómeno, y obviar dificultades, que el incremento de las montañas necesariamente es mayor en unas partes que en otras, según la mayor copia o eficacia que tiene el espíritu lapidífico en unos que en otros sitios; o también, según la mayor abundancia de jugo, proporcionado para lapidificarse. Así unas montañas crecerán mucho, otras poco, y otras, por agotarse enteramente el jugo proporcionado, o evaporarse el espíritu lapidífico, cesarán totalmente de crecer.

58. Con esta advertencia se cortan algunos argumentos que pudieran oponerse; y entre ellos (que parece el principal) el de que llegarían a ser tantas, y crecer tanto las montañas, que vendría en fin a hacerse la tierra inhabitable, o por lo menos se rompería enteramente el comercio entre las gentes que habitan distintos Valles. Digo, que este inconveniente no se seguirá, no sólo por la razón expresada de que cesa y habrá cesado ya el incremento de muchos montes; mas también porque otros por varias causas se rebajarán de la altura a que ascendieron, de lo cual hay en lo pasado no pocos ejemplares. Pueden verse en el citado Padre Zahn varias Historias, no solo de montes rebajados, más también enteramente sorbidos de la tierra, en cuyos sitios sucedieron anchurosos lagos. Con estas alternaciones de hacerse unos montes, deshacerse otros, subir sobre el mar una tierra, bajarse otra a que el mar la bañe, se va conservando el Mundo sensiblemente en igual estado, en cuanto a la comodidad de los hombres.

59. Y no debe omitirse, que en muchas tierras, aun sin el transcurso de muchos años, se ha observado levantarse el suelo en una parte y humillarse en otra, advirtiendo, que de tal sitio se descubría antes un collado, o torre, o población, y después se encubre; y al contrario(a).

§. XIX

(a) 1. En la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1725, por noticia comunicada por Monsieur Scheuzer a la Academia, se refiere que el año de 1714 por el mes de Junio cayó súbitamente la parte Occidental de la montaña de Blaveret en los Alpes, de que resultó formarse en el sitio Lagos muy profundos. No se descubrió vestigio alguno de betún, ni azufre, ni cal cocida; por consiguiente no hubo terremoto. Así parece, que la montaña cayó por haber flaqueado su basa. 2. En una Gaceta de Madrid se refirió, que a mediado de Junio del año de 1733, en la Provincia de Auvergna, entre Clremon, y Aurillac, en tres cuartos de hora se aplanó una gran montaña que ocupaba dos leguas de terreno.

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60. De todo lo dicho resulta, que ha habido muchas y grandes mutaciones en el teatro del Orbe Terráqueo: que mucho de lo que hoy es tierra fue mar, y mucho de lo que hoy es mar fue tierra; ya porque la violencia de terremotos y fuegos subterráneos levantó grandes masas de Islas, u de montes en unas partes, y las demolió en otras: ya porque el ímpetu de las olas del mar, rompiendo algunas tierras, quitó la comunicación que por aquella parte tenían a pie enjuto las Naciones: ya porque muchos montones de arena y cieno acumulados por el mar, en unos sitios hicieron extender las aguas por otros: ya porque el espíritu lapidífico que está extendido por toda la tierra, pero con gran predominio reina en algunas porciones de ella, levantó extendidos espacios de suelo, hasta superar con muchas ventajas el nivel del mar: ya, en fin, porque otras muchas causas ocultas levantas el suelo en unas partes, y le rebajan en otras.

61. Estos antecedentes infieren como consecuencia necesaria, que es ocioso buscar en los Mapas el rumbo por donde los primeros pobladores de la América pasaron a aquellas Regiones. Estaba la superficie del Globo diferentísima entonces que ahora. El tránsito de los animales inútiles, feroces, o nocivos, prueba invenciblemente que había paso por tierra. No se halla ahora. ¿Qué contradicción hay en esto? Ninguna. Distingue tempora, & concordabis jura. Así se resuelve fácilmente esta cuestión, tenida hasta ahora por dificilísima, y se corta de un golpe el nudo Gordiano que tantas Plumas tentaron inútilmente desatar.

Tomo VII, discurso III:

Color etiópico*

§. I

1. Debe mirarse la Religión como el corazón del espíritu. En orden a su conservación, ninguna solicitud es nimia, ya porque toda herida en ella es peligrosa, ya porque por mil ocultos rumbos puede ser ofendida.

2. Parece, a primera vista, que de las opiniones filosóficas no puede recibir la Religión algún daño. Son claros los términos, con que dividen sus jurisdicciones la Filosofía, y la Fe. Tiene aquélla por objeto las cosas naturales, ésta las sobrenaturales; dos clases tan diversas, tan separadas, que ni el entendimiento puede confundirlas. Sobre este fundamento han pretendido algunos Filósofos una libertad de filosofar sin límites; no advirtiendo, o haciéndose desentendidos de que es imposible negar límites a la Filosofía, sin romper los de la Religión.

3. La libertad en discurrir es utilísima. Sin ella no se hubiera adelantado un palmo de tierra en la Física. Pero todas las cosas tienen su medio honesto, y sus extremos viciosos. Es preciso dar algo de rienda al entendimiento, pero no dejarle sin rienda. La obediencia, o servil, o ciega, que por tanto tiempo lograron Aristóteles, y Platón, mayor, y más prolongada el primero, que el segundo, entre todos los estudiosos de la Filosofía, tuvieron en grillos al entendimiento humano, y en tinieblas la naturaleza. Mas en el otro extremo es mucho mayor el peligro. Una libertad incircunscripta fácilmente declina a libertinaje. Hay errores filosóficos incompatibles con los dogmas revelados; unos en quienes está la oposición a los ojos; otros donde está envuelta en varias consecuencias, que como otros tantos escalones llevan al precipicio. En los primeros sólo cae la malicia; en los segundos tropieza la inadvertencia. El campo de la Filosofía es dilatadísimo, y muchas veces, donde

* Texto tomado de la edición de Madrid: Real Compañía de Impresores y Libreros, 1778, pp. 66-93.

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menos se piensa, es tan infiel el terreno, que debajo de la superficie se oculta caverna, que conduce derechamente al abismo. El asunto, que tenemos entre manos, nos ministra un ejemplo.

§. II

4. Es un hecho constante, y notorio a todo el mundo, que los Etíopes son negros; aunque no generalmente como el vulgo juzga; pues en el vasto País, que comprehende la alta, y baja Etiopía, hay Provincias, cuyos habitadores sólo son trigueños, o morenos; y otras donde reina el color aceitunado. Cuál sea el origen de la negrura de los Etíopes, es cuestión, que parece sólo pertenece a la curiosidad filosófica. Sin embargo, en ella se interesa la Religión.

5. Dijeron algunos, que el color negro de los Etíopes es de tal modo natural, y congénito a aquella raza de hombres, que por ningún accidente puede alterarse, ni en ellos, ni en sus sucesores. ¿Tendrá esta opinión algún tropiezo con lo que la divina revelación nos obliga a creer? Parece que no; con todo, le tiene, y gravísimo.

6. El Barón de la Hontan en la Relación de sus nuevos viajes por la América Septentrional, impresa en la Haya el año de 1702, dice, que en la conversación que tuvo con un Médico Portugués, éste le propuso varias dificultades contra el origen, que traen todos los hombres de Adán, y que tan claramente nos enseña la Escritura; una de ellas se fundaba en la opinión, que acabamos de insinuar, en orden a la negrura innata de los Etíopes. Este color, decía el Médico, les es tan inherente, que aun trasladados a otros cualesquiera Países, y variando como quiera los alimentos, no sólo no le pierden, pero ni sus hijos, y descendientes, que nacen ya en climas diversísimos de la Etiopía, aun en reiteradas generaciones, dejan de heredarle: luego es preciso, que todos sus ascendientes, sin excluir alguno, hayan tenido el mismo; pues si en los ascendientes, por cualquier accidente que fuese la causa, se hubiese mudado el color de blanco a negro; ¿por qué en los descendientes por otro accidente contrario no se mudaría de negro a blanco? De aquí por consecuencia necesaria, se infiere, decía, que Adán no fue primer padre de esta gente, o si lo fue suyo, no lo fue nuestro. Si Adán fue negro, nosotros no somos hijos suyos; si blanco, no lo son ellos. Así, por hilación forzosa de una errada Física, se viene a parar en el detestable error de los Preadamitas, de que hemos tratado Tom. V, Disc. XV, núm. 4, y 5.

7. Esforzaba el Médico este argumento con la diferencia de genio, facciones, y costumbres que había notado entre los Africanos, y Americanos, y que pretendía no inmutarse, por la translación a otros climas, ni en ellos, ni en sus descendientes. Añadía al mismo fin, que la gran distancia de la América a nuestro Continente haría imposible el tránsito de los habitadores de éste para poblar aquél, en tiempo que faltaba el uso, y conocimiento de la aguja náutica. Por consiguiente los habitadores de la América no descienden de Adán.

8. El Barón de la Hontan, que refiere estos argumentos del Médico Portugués, aunque se representa muy distante de darse por convencido de ellos, no dice qué solución les dio; que es lo mismo que poner voluntariamente en un riesgo a los lectores, sin darles arbitrio para evitarle.

9. A la dificultad de la población de la América hemos satisfecho largamente en el lugar citado arriba. La diferencia de genios, costumbres, y facciones, viene a ser la misma que la del color; y aun propuesto en orden a aquellas propiedades, hace menos fuerza. Con que disuelta ésta, están disueltas aquéllas. Para disolver ésta, es preciso examinar cuál sea el origen, o causa de la negrura de los Etíopes: materia en que han discurrido variamente los que tocaron este punto.

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m erit fratribus suis.

§. III

10. Tornielo citado por el P. Juan Menochio, siente que el color negro de los Etíopes les viene de su ascendiente Chus, hijo de Cham, y nieto de Noé, que dice fue de este color. Pero el que lo fuese, se dice voluntariamente, pues no consta de la Escritura; y para un hecho de tanta antigüedad, no puede hallarse otro monumento. Acaso el suponer a los Etíopes descendientes de Chus, fue lo único que movió al P. Tornielo, y a otros a creer negro a Chus. Es verdad, que Josefo, S. Jerónimo, Eusebio, y otros dicen, que vienen de Chus los Etíopes; añadiendo, que ellos mismos se daban el nombre de Chuseos. También es cierto, que la Vulgata, los Setenta, y casi todos los Intérpretes, tanto antiguos, como modernos, donde hallaron la voz Chus en el Hebreo, con la significación de Región, o Provincia, vertieron Aethiopia. Con todo es cierto, que esta voz Hebrea en las Sagradas Letras, no sólo significa la Etiopía, hoy llamada así; mas también otra Región distante, y distinta de la Etiopía, de que hablamos, contermina a Egipto, a la orilla Oriental del mar Bermejo. Con que por esta parte queda incierto cuáles son los legítimos descendientes de Chus; y si lo son unos, y otros, queda indecisa la cuestión; porque si entre los descendientes de Chus hallamos unos que son negros; esto es, los de Etiopía, y otros blancos, que son los de la otra Región, ¿por qué se ha de atribuir más el color negro, que el blanco a Chus?

11. Pero demos que Chus fuese negro, y que sus únicos descendientes sean los Etíopes; es menester señalar causa especial de la conservación de la negrura. Si Chus fue negro, siendo su inmediato padre blanco, ¿por qué los descendientes no podrán ser blancos, siendo su remotísimo padre negro?

§. IV

12. Juan Ludovico Hanneman dio el año de 1677 a luz un Libro con el título: Curiosum scrutinium nigredinis posterorum Cham, cuyo extracto se halla en el Diario de los Sabios de París de 1679. En él traslada el origen de la negrura del hijo al padre, de Chus a Cham; y quiere, que en éste resultase milagrosamente este color de la maldición, que le echó Noé por el inverecundo ultraje que había practicado con él, manifestando su indecente desnudez a los otros dos hijos del Patriarca, Sem, y Japhet. De aquí pretende que venga la negrura de los Etíopes, a quienes supone asimismo descendientes de Cham por su hijo Chus, aunque coadyuvándola, para su conversación, con causas naturales, v. g. el excesivo calor, el clima, la contextura del cutis, la fuerza de la imaginación, &c.

13. Esta segunda opinión no es menos voluntaria que la primera. Que Noé maldijese a Cham no consta por lo menos formal, y expresamente de la Escritura; en la cual la maldición literalmente suena caer, no sobre Cham, sino sobre Chanaam su hijo: Maledictus Chanaam(a). Pero enhorabuena, que la maldición del hijo comprehende interpretativa, y equivalentemente al padre; ¿por dónde consta, que la maldición produjese el efecto de la negrura en Cham? De la Escritura no se infiere; antes puede deducirse lo contrario, pues se señala únicamente otro efecto de ella, distantísimo de aquél; esto es, la servidumbre de los descendientes de Cham por Chanaam: Maledictus Chanaam, servus servoru

14. Añádese, que teniendo Cham cuatro hijos, Chus, Mestaim, Phut, y Chanaam, la maldición sólo se determinó a este último: luego en caso de ser efecto de la maldición la negrura, ésta había de derivarse, no a los descendientes de Chus, o Etíopes, sino a los de Chanaam, o Chananeos. Realmente a éstos comprehendió la maldición de la servidumbre expresada en el Texto, lo que se colige de varios lugares de la Escritura.

(a) Genes. cap. 9.

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§. V

15. Un Autor citado, con el nombre del R.P. Augusto ***, en las memorias de Trevoux de 1733, art. 88, busca aún más arriba la fuente, o manantial de la tinta Etiópica. Dice, que lo fue Caín: y que aquella señal, que expresa el Sagrado Texto le puso Dios para que todos le conociesen, y distinguiesen, fue la negrura del cutis. De Caín, pues, quiere este Autor, que descienden, y traen su color los Etíopes. Puesto en esta altura, le pareció, que podía desde ella dar vuelo a su imaginación; y en efecto se la dio, buscando asimismo el origen del color de los Americanos, de los Chinos, de los Cafres, y del común de Asiáticos, y Europeos. Dice, que los Americanos vienen de Lamech: los Chinos de la mezcla de los hijos de Seth con los de Caín: Los Cafres de la de los hijos de Caín con los de Lamech: y los demás hombres de los tres hijos de Noé, Sem, Cham, y Japher.

16. Lo menos que tiene contra sí esta tercera opinión, es ser perfectamente voluntaria. Lo más es, que no puede conciliarse, sin mucha violencia, con lo que nos enseña la Escritura; de la cual consta, que el Diluvio inundó toda la tierra, y sólo se salvó de la inundación la familia de Noé; por consiguiente, todos los hombres que hay hoy en el mundo, incluyendo Etíopes, Chinos, y Americanos, descienden de los hijos de Noé: luego no hay lugar a la determinación de colores de algunas particulares Naciones, atribuyéndolos a su descendencia de razas separadas de la familia de Noé.

17. Una dificultad tan visible no podía ocultarse al Autor de esta opinión; y así, haciéndose cargo de ella, responde negando la universalidad del Diluvio, y la total extinción del Género Humano, fuera de la familia de Noé. No asiente, antes impugna a Isaac de la Peyrere, que limitó el Diluvio a la Judea, y algunas Regiones vecinas; pero tampoco consiente en que inundase toda la tierra; sí sólo nuestro Continente, y aun no todo este, sino lo que puede computarse por Hemisferio de Judea, para que quedasen fuera, no sólo los Americanos, mas también Chinos, Etíopes, y Cafres. Dice, que Moisés no habló en suposición de la esfericidad de la tierra, y Antípodas, y que así le siguieron los Padres.

18. Es cierto, que esta sentencia dista mucho del erróneo sistema de la Peyrere, y demás Preadamitas, pues concede, y afirma el Autor, que Adán es Padre de todos los hombres, que es lo que negó la Peyrere, y en que consiste la esencia de su errado dogma. Pero coincide a él en exponer violentamente lo que enseña la Escritura en orden a la universalidad del Diluvio. Es verdad, que no le reduce a tan estrechos límites, ni con mucho, como la Peyrere. ¿Mas qué importa? Siempre se violenta mucho la letra del Sagrado Texto. En él se expresa, que las aguas cubrieron cuanto había en la superficie de la tierra: Omnia repleverunt in superficie terrae; que cubrieron cuantos montes hay debajo del Cielo: Opertique sunt omnes montes excelsui sub universo Caelo; que perecieron cuantos hombres, y brutos (supónense exceptuados los que entraron en el Arca) había en el mundo: Universi homines, & cuncta, in quibus spiraculum vitae est in terra, mortua sunt. ¿Cómo se salva todo esto, si la mitad del globo, o más, y en él muchos hombres, y brutos se salvaron de la inundación?

19. Añádese, que en el sagrado Texto es expreso, que el motivo que tuvo Dios para inducir sobre la tierra aquella extraordinaria calamidad, fue la perversidad de costumbres, que reinaban en todo el linaje humano. Esta corrupción se explica tan general, que no deja lugar a la excepción de alguna gente, nación, raza, ni aun familia, sino la de Noé: Omnius quippe caro corruperat viam suam super terram. Mas quiero dar gratuitamente, que con tan comprehensiva expresión sea conciliable la excepción de alguna gente. ¿Es creíble, que los únicos que vivían bien en el mundo, eran los hijos, y nietos de los dos famosos delincuentes Caín, y Lamech?

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§. VI

20. La cuarta sentencia, recibidísima del Vulgo, es, que la negrura de los Etíopes viene del calor del Sol; el cual, ardiendo violentísimo en aquellas tierras, los tuesta, abrasa, y hace en ellos el efecto que el fuego de acá abajo en los carbones, que aun siendo de madera blanca, con la adustión se ponen negros. Este modo de opinar es muy antiguo. Plinio lib. 2, cap. 78, dice: Aethiopias vicini Syderis vapore torreri, adustisque similes gigni, barba & capillo vibrato, non est aubium. Y Ovid. lib. 2. Metam. en la Fábula de Faeton atribuye el mismo efecto al Carro del Sol, descaminado, que entonces se acercó mucho a los Etíopes; en que, aunque la substancia de la narración es fabulosa, alude la opinión, que entonces se juzgaba verdadera, de que la cercanía del Sol es quien ennegrece a los Etíopes.

Sanguine tunc credunt in corpora summa vocato Aethiopum populos nigrum traxisse colorem.

21. Tampoco esta opinión puede sostenerse. Lo primero, porque dentro del vasto País, que ocupan los Etíopes, hay, aun debajo de la Equinocial, Provincias, o tierras bastantemente templadas, debiendo este beneficio a los vientos periódicos, y otras causas. Lo segundo, porque en la América, debajo de la Torrida, hay tierras tan ardientes como las abrasadas de la Etiopía; sin que por eso sus habitadores sean negros, ni aun de color amulatado. Lo tercero, porque en el Cabo de Buena Esperanza, que está de treinta a treinta y cinco grados de la Equinocial, son los habitadores negros; y a la misma distancia de la Equinocial, y aun menor, hay infinitas Provincias, aun en nuestro Continente, cuyos habitadores son blancos.

§. VII

22. La quinta sentencia da por causa de la negrura de los Etíopes la fuerza de la imaginación. No he visto Autor alguno, que propusiese con entera claridad esta opinión. El modo más apto de establecerla parece decir, que la primera madre inmediata de los Etíopes, o del primer Etíope, por tener al tiempo de la concepción, o la preñez, fijada intensísimamente la imaginación en algún objeto negro, parió el hijo negro: que después de adulto éste, comunicando a otra mujer blanca, llamó con la misma vehemencia la imaginación de ella a su atezado color, y por eso en el feto, o fetos se imprimió el mismo; y así se fue extendiendo la negrura, por la misma causa en multiplicadas generaciones. Acaso añadirán, que cuando llegase ya a haber consorcio establecido entre negro, y negra, ya no sería menester tan vehemente imaginación; pues supliría la continuación de ella por la intensión.

23. Son innumerables las Historias, que persuaden la posibilidad de este hecho, y se hallan en innumerables libros apadrinados de sus Autores; de modo, que se ha hecho comunísima la opinión de que la vehemente imaginación de la madre al tiempo de la preñez, y principalísimamente del congreso marital, puede imprimir extraordinario color, y aun extraordinaria figura en el feto. Algunos casos de los que refieren los Autores, son específicos al presente intento; esto es, de niños que salieron negros por tener la madre fija la imaginación, al tiempo del concepto, o en la pintura de un Etíope, o en una figura del demonio.

24. Confieso, que siempre me fue muy difícil concebir tanta actividad en la imaginación: y todo lo que he leído en algunos Filósofos empeñados en explicar el modo con que la imaginación puede alterar en el feto, o el color, o la figura, ha quedado muy lejos de satisfacerme. Santo Tomás 3 part. quaest. 12, art. 3 ad 3, me parece apadrina no obscuramente la negativa; pues concediendo a la imaginación actividad para las sensaciones, y movimientos, que dependen de las pasiones del

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alma, las cuales mueve la imaginación, se la niega para todas las demás inmutaciones corporales, que no tienen este natural orden, respecto de la imaginación: Alia vero dispositiones corporales, quae non habent naturalem ordinem ad imaginationem non trans mutantur ab imaginatione, quamtumcumque sit fortis: puta figura manus, vel pedis, vel aliquid simile. Donde es muy de notar, que entre las Historias que hemos insinuado, las más califican la fuerza de la imaginación para alterar la figura; y Santo Tomás expresamente le niega a la imaginación esta actividad.

25. Háceme también fuerza, que la imaginación pueda alterar figura, y color en ajeno cuerpo, cual lo es el del feto, respecto de la madre, aunque contenido en ella; y no pueda causar estas inmutaciones en el propio. Ciertamente nadie con la imaginación vehemente de un Etíope, o de un hombre de extraordinarias facciones imprime en sí el mismo color, o figura. Ni aun los maniáticos, que con una imaginación firmísima se creen ser en la figura otra cosa de lo que son, inmutan en alguna manera la configuración propia.

26. Diráseme acaso, que la imaginación sólo tiene esta fuerza al tiempo de la formación del feto, porque sólo entonces está capaz de sellarse de cualquier impresión. Pero esta solución nada vale, porque al tiempo del congreso es cuando comunísimamente se dice, que se hacen estas impresiones; y en ese tiempo no se forma el feto. En la sentencia antigua, y común se forma algunos, o muchos días después. En la que hoy prevalece entre los modernos, en el huevo contenido en el ovario materno, está formado desde el principio del mundo, como todos los demás vivientes animales, y vegetables en sus semillas. Véase la explicación de esta sentencia Tom. I, Disc. XIII, núm. 39.

27. Emilio Parisano siguió en esta materia un camino medio. Concede, que a la presencia de tales, o cuales objetos se imprimen a veces en el feto algunas semejanzas a ellos. Mas niega que esto suceda por influjo de la imaginación de la madre; sí sólo por la emisión de no sé qué vapores, o efluvios, que de aquellos cuerpos se transmiten al feto. Su gran argumento es, que las señales impresas en el feto son materiales, y las especies, que existen en la imaginación, son espirituales; por consiguiente no hay proporción de éstas para la producción de aquéllas.

28. Este rumbo medio padece, a mi parecer, más dificultad que alguno de los dos extremos. Tiene contra sí lo primero, que huyendo de un misterio Filosófico, recurre a otro no menos incomprehensible; pues no menos imperceptible es, que al feto cerrado en el claustro materno se le altere figura, o color por la emisión de vapores de un cuerpo extraño, que por fuerza de la imaginación materna. Lo segundo, que el que las especies de que usa la imaginación sean espirituales, o inmateriales, tiene contra sí el común sentir de los Metafísicos, los cuales no conceden inmaterialidad a las especies de que usa la imaginativa, sí sólo a las que depura, o forma el entendimiento. Lo tercero, y principal, que el que las especies, que se agitan en la imaginativa, fuera de toda duda producen impresiones, o efectos materiales en el cuerpo, pues excitan varias pasiones, y mediante las pasiones varios movimientos, ya de los espíritus, ya de los humores, ya de las mismas partes sólidas. ¿Quién hay que ignore, que las representaciones vivas de algunos objetos existentes en la imaginativa, excitan movimientos materiales en algunas partes de nuestro cuerpo? Así, pues, fuera más desembarazado seguir cualquiera de los dos extremos de la cuestión propuesta, que tomar este medio.

29. No ignoro los argumentos, con que la común sentencia prueba el cuestionado influjo de la imaginación en el feto. El primero, y más fuerte se toma del famoso suceso de las ovejas de Jacob(a), que mirando al tiempo de la generación de las varillas teñidas de diversos colores, sacaban

(a) Genes. cap. 30.

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los partos con aquella variedad de colores. Pero si quisiéramos responder, que aquel suceso no fue natural sino sobrenatural, y milagroso, no nos faltan grandes Patronos, el Crisóstomo, S. Cirilo, Teodoreto, y S. Isidoro. El Texto del capítulo siguiente del Génesis favorece grandemente este sentir: pues el mismo Jacob reconoce como don, y efecto de una especial providencia de Dios aquel medio, con que aumentó su ganado, y aun insinúa bastantemente, que un Angel intervino como operante en aquel suceso.

30. El segundo argumento se forma de lo mismo que hemos dicho arriba contra Emilio Parisano. La imaginación de objetos venéreos excita movimientos de esta clase en los miembros corpóreos sujetos a padecerlos: luego puede también comunicar varias impresiones al feto. Concedo el antecedente, y niego la consecuencia, señalando dos disparidades. La primera es, que la imaginación naturalmente es más poderosa en el cuerpo propio, que en el ajeno. La segunda es tomada de la doctrina de Santo Tomás citada arriba. La imaginación excita pasiones, a las cuales, según el orden de la naturaleza, se siguen varios movimientos, que tienen correspondencia natural a las pasiones, como a la ira una conmoción impetuosa de la sangre, al pavor temblor del cuerpo, a la incontinencia el movimiento de los miembros espermáticos. Pero el color, o figura del feto no tiene esta natural correspondencia con las pasiones de la madre. Añádese, que ésta, con su imaginación excita las pasiones en el cuerpo propio, no en el del feto. Concederé de muy buena gana, que las pasiones violentas de la madre pueden alterar, y alteran muchas veces el feto considerablemente, hasta ocasionarle tal vez la muerte, ya por viciar el licor de que el feto se sustenta, ya por inducir en la materia movimiento, de que resulte al feto daño notable. Pero imprimir en el feto tal color, o sellarle con tal figura, son efectos de muy diversa clase, y en que no puedo concebir proporción, o correspondencia alguna natural con la imaginativa, o pasiones de la madre.

31. El tercer argumento se toma de muchos sucesos, que, como hemos insinuado arriba, prueban la sentencia común. Respondo, que los sucesos son inciertos, y carecen de legítima prueba. La razón es clara, porque sólo se prueban con testigos singulares; esto es, cada suceso con un testigo, los cuales en juicio no hacen fe. En un Autor se halla un suceso, en otro otro; éstos son testigos singulares. Doy que cincuenta Autores refieran un mismo hecho, y que todos sean muy veraces, ¿de dónde les consta ser verdadero? Sólo de la deposición de la madre, porque sólo ella sabe qué objeto tuvo en la imaginación al tiempo del congreso. Con que, siempre para cada hecho venimos a parar en un testigo singular; y testigo sospechoso, o por imprudente, o por interesado; habiendo varios motivos para que las madres mientan, o se engañen. Esta hace misterio de una casualidad, y quiere que la accidental ocurrencia, o presencia de algún objeto sea causa de alguna extraña nota, que ve en el parto, la cual depende de otro principio ignorado de ella, y de todos. Aquella, por ocultar la infamia de un adulterio, atribuye a su imaginación la semejanza, que tiene el parto a su verdadero padre. La otra juzga, que disminuye la nota de haber formado un hijo monstruoso, dando por causa de la fealdad la inevitable ocurrencia de alguna especie semejante. Muchas mentirán sólo por el deleite de que las oigan con admiración; y muchas porque con ocasión del prodigio, se hable de ellas en el mundo.

32. Añado, que algunos sucesos, que se alegan a este intento, o son fabulosos, o no naturales. Citan algunos la Historia Etiópica de Teágenes, y Cariclea, en que ésta de padre, y madre negros, salió blanquísima, por tener la madre al tiempo de la generación fija la fantasía en una pintura de Andrómeda. ¿Pero quién ignora, que aquella Historia es mera Novela, compuesta por Heliodoro, Obispo de Tricca en Tesalia? Alegan otros el caso, que se halla en una declamación de Quintiliano, de una mujer, que por la inspección de la pintura de un Etíope parió un hijo negro. Pero sea enhorabuena. Es clarísimo, que los asuntos que Quintiliano se propuso en sus Declamaciones, todos son fingidos, o de su invención. Tráese también para prueba lo que dicen acaeció en Bolduc, Ciudad de Flandes, donde un hombre, con ocasión de no sé qué fiesta, enmascarado de demonio, estando ya

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borracho, usó de su mujer, diciendo, que quería engendrar un diablo; y a los nueve meses dio la madre a luz un niño en figura demoníaca, Pero este suceso, en caso que haya sido verdadero, no fue natural; pues en la misma Historia se refiere, que el niño al momento que nació empezó a dar saltos, y hacer movimientos extraordinarios: circunstancia que muestra, que todo fue obra del demonio, permitiéndolo Dios para castigo de la insolente lasciva del padre.

§. VIII

33. He propuesto lo que me ocurrió contra la sentencia común de la fuerza de la imaginación, y respondido a los argumentos que hay a favor de ella. Mas no por eso juzgue el Lector, que la declaro falsa. Dudo, no decido. Es como dije arriba, incomprehensible para mí, que la intencional representación de un objeto, tenga actividad para imprimir la figura, o color del objeto representado en el feto contenido en el claustro materno. Mas por otra parte hago la reflexión de que puede la Naturaleza ejecutar mucho de lo que yo no puedo comprehender.

34. Ni para impugnar la quinta opinión propuesta arriba en orden al origen del color de los Etíopes, es necesario negar generalmente la posibilidad de que la imaginación inmute el color, o figura del feto. Sea esto posible enhorabuena; pero nadie niega, que éste sea un posible de muy extraordinaria contingencia, y que sólo en uno, u otro caso rarísimo se reduce a acto. Esto no basta para salvar la quinta opinión, cuya verificación necesariamente pide un complejo, o serie continuada de muchísimos casos semejantes; la que se reputa moralmente imposible. ¿Cómo puede suceder, que por este principio se pueble una Región entera de Negros, sin que en todas las generaciones, que suman muchos millares, imprima, fuera del orden regular, ese color en el feto la valentía de la imaginación?

35. Ni vale decir, que la continuación de ver un semblante negro suple la intensión. Ocurren a cada paso mujeres atezadas, y feas, casadas con hombres blancos, y hermosos, de quienes están, como es natural, prendadísimas. Estas, no sólo ven continuada, o casi continuadamente a sus maridos; pero es verosímil, que en el momento de la generación los contemplen con una atención vivísima. Aquí se juntan la continuación, y la intensión. Con todo, ¿salen los hijos siempre, ni aun ordinariamente, blancos, y hermosos como los padres? Nada menos. Diráse acaso, que contrapesa la imaginación del padre contemplando la mujer fea; y así los hijos salen comúnmente medios entre los dos, ni tan hermosos como el padre, ni tan feos como la madre. ¿Pero quién no ve, que de parte del padre no milita la misma razón? La hermosura del marido llama eficazmente la atención de la mujer, la fealdad de ésta no llama, antes enajena la atención del marido; ¿y quién duda, que muchos, que están casados con mujeres feas, y son de una conciencia estragada, al mismo tiempo que usan de ellas, fijan la atención en esta, o aquella mujer muy hermosa, que han visto? Sin que por eso, aunque ellos sean de muy gentil disposición, salgan muy hermosos los hijos. Es bien verosímil, que los Negros, y Negras, recíprocamente casados en el estado de esclavitud, muchas veces padezcan una pasión vehemente por este, o el otro individuo de la gente blanca, que ven a cada paso, y que su imaginación se dirija a él con gran viveza en el momento en que se atribuye el cuestionado influjo a la imaginación vehemente. Con todo, los hijos en la primera generación salen siempre, o casi siempre del color de los padres.

36. A esta última razón se me responderá acaso, que los Negros no se apasionan por la gente blanca; antes la abominan, porque tienen por feo el color blanco, y por hermoso el negro. Así se sabe, que los Etíopes Gentiles pintan negros a sus Dioses: los Cristianos a los Angeles, y Santos; y unos, y otros pintan blancos a los demonios. Respondo, que es verdad que gradúan en esa forma los dos colores, mientras viven entre los suyos; pero a pocos años de esclavitud mudan de aprehensión, y poco a poco van declinando a la opuesta. Esto es naturalísimo; porque como en esta materia no

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hay razón, que persuada más lo uno que lo otro, la continuación de ver preferir el color blanco los que vienen a ser el todo de la Región donde son esclavos, insensiblemente les va inspirando la misma estimación. La circunstancia de la esclavitud coadyuva mucho. Ven envilecido el color negro en el abatimiento de su estado; y al contrario, al blanco revestido del esplendor de la dominación. Esto para los dictámenes, que se forman únicamente por la aprehensión, tiene poderosísima fuerza.

§. IX

37. La sexta sentencia dice, que la negrura de los Etíopes viene de los efluvios fuliginosos, y vitriólicos, que despiden sus cuerpos hacia la superficie; y que estos efluvios proceden de las aguas, y alimentos de que usan. Así Tomás Brown sobre los errores populares, compendiado en el Tom. I de los Suplementos de las Actas de Lipsia, pág. 279, quien en prueba de su opinión alega dos fuentes de la Hestiodides, de quienes dice Plinio(a): que la una hace blancas, la otra negras, respectivamente, a las ovejas que beben de ellas; y manchan con ambos colores a las que promiscuamente beben de una, y otra. Mucho más decisivo, y oportuno al intento es lo que Plinio poco más abajo añade, que en Turia, territorio del Peloponeso, hay dos fuentes, llamadas la una Cratis, la otra Síbaris, de las cuales la primera da candor, la segunda negrura, no sólo a los ganados, mas también a los hombres; con circunstancia de que la primera no sólo blanquea a los hombres, sino que los da una textura blanda, y laxo el cabello: la segunda no sólo los ennegrece, mas los hace más duros, y les encrespa, o ensortija el cabello; que es puntualmente lo que sucede a los Etíopes. Mas dudo de la verdad de uno, y otro; pues ningún viajero de nuestro siglo nos dice haber visto en alguna parte del mundo fuentes, que tengan tales propiedades. Plinio se descarga de salir por fiador de la verdad de ellas, porque la primera noticia la deja a cuenta de Eudico, y la segunda a cargo de Teofrasto, a quien cita.

38. Pero lo más fuerte, que tiene contra sí esta opinión, es la gran inverosimilitud de que en muchas grandes Provincias, cuyos habitadores todos son negros, todas las fuentes tengan esta rara propiedad. Una fuente sola, que haya en el mundo, que ennegrezca a quien beba su agua, se puede reputar por un prodigio. Hacerlo todas las que hay en muchas Provincias (como es menester para que todos los habitadores sean negros) sin escrúpulo se puede colocar entre las más portentosas fábulas.

§. X

39. Impugnadas las demás sentencias, resta que propongamos la nuestra. Digo, pues, que la causa verdadera, única del color de los Etíopes es el influjo del Clima, o País que habitan. Antes de probar la conclusión, es menester explicarla. Esta voz influjo del Clima anda a cada paso en las bocas de todos: y si se les pregunta, qué entienden por ella, apenas sabrán explicarlo. En un País hay muchas cosas que contemplar; el aire, la tierra, los frutos, las aguas, los vientos, los minerales, el frío, el calor, la humedad, la sequedad, y otras cualidades: la elevación, o depresión de la tierra, la positura del Sol respecto de ella, &c. He dicho la positura del Sol, sin hacer memoria de otros Astros, porque de los demás no está averiguado, que alteren sensiblemente los Países por la varia positura, que pueden tener respecto de ellos. Cuando, pues, se trata del influjo del País, se debe entender, que la causa influyente es alguna cosa general a todo el País, y es juntamente primitivo origen de las particularidades, que se experimentan en él. Por lo cual el influjo del País no debe atribuirse ni a las aguas, ni a los frutos, ni a otras cualesquiera producciones de la tierra, aunque tengan algunas particulares cualidades, que no hay en cosas de la misma especie de otros Países. La

(a) Lib. 31. cap. 2.

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razón es, porque esas particulares cualidades dependen de otra causa general a todo el País. Si todas las aguas de un País, pongo por ejemplo, son nocivas, hay sin duda en el País una causa general, que las da la mala cualidad que tienen, o sean los minerales de que abunda, o algún mal jugo, que tiene penetrada toda la tierra. Puede también esta causa general influyente no consistir en una cosa sola, sino en combinación, o complejo de varias cosas.

40. Creo que generalmente se puede decir, que la causa común de las buenas, o malas cualidades de un País, que no se reducen a las cuatro elementales, son los jugos, hálitos, o efluvios de la tierra. Veo que para muchas cosas se constituye la causa común en la atmósfera; ¿pero qué particularidad puede haber en la atmósfera de un País, que induzca particular temperie, o intemperie en él? Sin duda los vapores, exhalaciones, o complejos de varios corpúsculos, que nadan en el aire; porque fuera de éstos no hay en la atmósfera sino lo que es aire propiamente tal, y probablemente otra materia más sutil que el aire: dos cosas, que son comunes, y uniformes en todos Países. Y los vapores, exhalaciones, o corpúsculos de la atmósfera, ¿qué son sino efluvios de la tierra? Luego estos, o los cuerpos de donde se exhalan, se deben reconocer (regularmente hablando) por causa de las particulares cualidades buenas, o malas del País.

41. Pueden estos hálitos comunicarse inmediatamente a los cuerpos humanos, o comunicados inmediatamente a la atmósfera, y combinados unos con otros hacer después tal, o cual impresión en los cuerpos humanos, o en fin introducidos en las aguas, y alimentos, mediante éstos alterar los cuerpos. De cualquier modo que sea, de los hálitos de la tierra viene, como de legítima causa, el daño, o el beneficio; quedando la atmósfera, la agua, o el alimento en razón de mero vehículo. Así la sentencia, que constituye por causa de la negrura de los Etíopes las aguas, y alimentos, puede, modificada en esta forma, admitir alguna explicación congrua.

42. Tampoco es preciso, que los hálitos, o efluvios manen de toda la tierra, que comprehende todo el País. Pueden, saliendo de una porción sola del País, extenderse, e inficionar toda la atmósfera de él. Lo que exhala una caverna, o un lago, hace tal vez daño a un gran pedazo de terreno. Pueden también salir los hálitos del mar vecino, o por mejor decir de la tierra, a la cual cubre el mar.

43. Puesto esto, se prueba nuestra conclusión; lo primero, por la exclusión de todas las demás sentencias; y porque cualquiera otra causa física, que se señale, fuera de las impugnadas, necesariamente se ha de reducir a ésta.

44. Lo segundo se prueba eficacísimamente por la experiencia, de que diferentes Países, por su diferente cualidad, inducen alguna diferencia en el color, y aun en la configuración de sus habitadores. Pongo por ejemplo: Los habitadores de la Georgia generalmente son de color rosado, y las mujeres las más bien faccionadas de toda la Asia. Las Moscovitas de las Provincias vecinas a los Tártaros Crimeos, también son bellísimas con gran preferencia a las de otros Países, colocados en la misma latitud; por lo cual el más lucroso pillaje, que hacen los Tártaros en aquellos Países, es el de mujeres para venderlas. Los Ingleses son más blancos, y de talla más delicada, no sólo que los de los Países más Meridionales, mas también que los de otros, que están en la misma altura. Donde se debe advertir, que la blancura no puede atribuirse, al frío, porque la Inglaterra, sin embargo de ser bastantemente Septentrional, es País muy templado, a causa del viento Ovest, que reina en él el Invierno. ¿Por qué, pues, el particular influjo del País Etiópico no producirá en sus habitadores, no sólo aquel particular color, mas también aquella leve diferencia de configuración, que consiste en labios gruesos, narices anchas, y cabello ensortijado? Mucho más comprehensible es sin duda, que el particular influjo del Clima Etiópico desvíe algo a sus habitadores, en una, u otra facción, del

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común de los hombres, que el que de la Georgia saque la total configuración de las Georgianas tan ajustada, que sean el hechizo de todos los Príncipes del Asia.

45. Ni puede decirse, que el particular color, y configuración de algunas Naciones viene heredado de padres, y abuelos, por una continuada serie de muchas generaciones, y procedido de algún principio ignorado. No puede, digo, ser eso. Pues a tener ese antiguo origen, señálese el que se quisiere, el color, y configuración particular de diferentes Naciones, ya ninguna Nación tendría hoy color, o configuración particular. La razón es, porque ninguna, o casi ninguna Nación hay en el mundo, con la cual, ya por conquistas, ya por otros mil accidentes, no se hayan hecho innumerables mezclas de otras Naciones: luego si cada País, por influjo propio, no conservase en sus naturales tal, o cual configuración, ya todo se hubiera barajado, y confundido.

46. Lo tercero se prueba con el símil de brutos, y vegetables, que con la mudanza de terreno se mudan muchas veces considerablemente en las siguientes generaciones. En los ganados se ve a cada paso, que trasladados a otro País, procrean los hijos de diferente tamaño, de distinto pelo, &c. Las semillas de los vegetables, sembradas en terreno de cierta diversidad de aquel donde nacieron, se deterioran tanto sus producciones, que ya parecen plantas de otra especie. La semilla del trigo, trasladado a terreno no tan apto, produce un grano muy inferior en figura, color, sabor, &c. que llaman centeno. La semilla del repollo criado en buen terreno, sembrada en otro no tan oportuno, a la primera generación produce repollo no tan bueno como aquel de donde se extrajo la semilla; a la segunda ya produce berza; y en la tercera, y cuarta esta misma planta se va deteriorando; de modo que las berzas, nieta, y bisnieta del repollo, parecen vegetables de diversísima especie, respecto de su abuelo, y bisabuelo. ¿Por qué en los hombres no sucederá lo mismo a proporción?

§. XI

47. No veo que contra esta sentencia pueda oponerse cosa de alguna entidad, sino la experiencia, de que hablamos al principio de este Discurso, propuesta por el Médico Portugués al Barón de la Hontan. Siendo cierta la observación de que a cualquier parte que pasen los Etíopes se conserva en sus descendientes, aun por muchas generaciones, el color negro; parece se debe inferir, que éste no es efecto de su clima, pues a serlo, variando el clima, se variaría en sus descendientes el color.

48. Respondo lo primero, que la consecuencia no es necesaria. Puede el Clima Etiópico producir la negrura, sin ser necesario para conservarla. Las causas segundas muy frecuentemente no son necesarias para la conservación de los efectos que producen. El oro se produce en las entrañas de la tierra, que viene a ser como patria suya; y extraído de ella se conserva siglos, y más siglos, sin que cosa alguna elemental altere su intrínseca textura. ¿Qué repugnancia hay en que la influencia del País Etiópico induzca tal textura en el semen prolífico de sus naturales, que después en ningún País extraño pueda alterarse, o por lo menos no pueda alterarse, sino en mayor espacio de tiempo, que el que hasta ahora se pudo observar? Por regla general (lo que es muy de notar para nuestro intento) la mudanza del color negro al blanco es muy difícil. Cualquier paño blanco se tiñe facilísimamente de negro; pero nunca, o con grandísima dificultad, el negro admite el color blanco.

49. Lo segundo respondo, que tengo por falsa aquella experiencia. Lo primero, porque Autores más fidedignos dicen lo contrario. Los del Diccionario de Trevoux afirman que los Etíopes transplantados a Europa, a segunda, o tercera generación van blanqueando. En las Memorias de Trevoux tengo especie de haber leído lo mismo. Lo segundo, porque Jorge Maregravio, citado por el P. Menochio, dice vio a un joven de dieciocho años muy blanco, que era hijo de padre, y madre negros. Es verdad que en la configuración de narices, y cabellos, aún representaba a sus padres. Es

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creíble, que nunca, o muy rara vez se borran a la primera generación todas las señas del origen a los Etíopes, que nacen en Europa, sino que poco a poco se van extinguiendo, y no en igual número de generaciones a unos que a otros. Estos a Autores, no sólo por su número, mas también por su calidad, son harto más dignos de fe, que el Médico Portugués; el cual se me hace muy sospechoso, si no de impiedad, por lo menos de charlatanería, porque en la Relación del Barón de la Hontan le veo echar mano de cualquier andrajoso argumento, al fin de probar, que no todos los hombres descienden de Adán.

50. El primero es, como insinuamos arriba, la decantada dificultad de que la América se poblase por individuos de nuestro Continente; a la cual hemos satisfecho en nuestro V Tom. Disc. XV. El segundo, la gran diferencia de genios, y costumbres entre la gente de uno, y otro Continente; como si dentro de aquel Continente no hubiese (como es notorio) una gran diferencia de genios, y costumbres entre varios Pueblos, y lo mismo respecto del nuestro.

51. El tercer argumento puede hacer más armonía. Tomábale de que los descendientes de los primeros Salvajes del Brasil, que fueron transplantados a Portugal, después de más de un siglo, carecen de barba como sus ascendientes. Respondo lo primero dudando del hecho, porque el testimonio del que le propone no es bastante para captar mi asenso.

52. Respondo lo segundo, que aun permitido el hecho, nada prueba. Acaso pedirá esa mutación más dilatado tiempo de estancia en Europa. ¿Quién sabe cuánto tiempo pasó antes que los descendientes de los primeros pobladores de la América careciesen de barba? Acaso pasarían tres, o cuatro siglos, y acaso serán menester otros tantos para que los descendientes de aquellos descendientes, restituidos a nuestro Continente, la recobren. Tal, o cual clima puede hacer tal, o cual inmutación en el temperamento en orden a alguna circunstancia, que sea menester el tránsito de muchas generaciones para volver al último estado; y en orden a otra circunstancia acaso se borrará muy presto la impresión recibida en otro País. Yo no sé, como he dicho, si es muy perezosa la inmutación, que hacen la América, y la Europa en orden a la barba; pero sé que es muy pronta la que producen en orden al color. En esta Ciudad de Oviedo conocí dos sujetos nacidos en el Reino de México, hijos de Padres Españoles, y ambos tenían el color entre pálido, y aceitunado, propio de aquella Región. La circunstancia que voy a añadir es más notable. De los dos el que salió de la América hombre hecho, que era el Ilustrísimo Señor Don Manuel Endaya, Obispo de esta Diócesis, conservó este color toda la vida: el otro que salió de allá de siete años, hijo del Capitán de Navío de Guerra Don Isidoro de Antayo, y hoy tendrá nueve, o diez, ya mejoró, y prosiguió mejorando cada día sensiblemente de color.

53. Pero graciosamente doy que nunca recobren la barba los descendientes de los Brasileños; no por eso se infiere, que los Brasileños no descienden de hombres barbados: pudiendo aplicarse aquí del mismo modo lo que en la primera solución dijimos en orden a la pretendida inmutabilidad del color de los Etíopes. El símil de los vegetables puede ser también aquí oportuno. La semilla del repollo Murciano trasladada a la tierra en que yo nací, a la tercera, o cuarta generación da una planta (que llaman berza Gallega) en cuanto a tamaño, figura, y cuasi todas las cualidades sensibles, distintísima de la planta bisabuela suya. ¿Quién me asegurará que la semilla de la berza Gallega, vuelta a Murcia, producirá repollo? Lo mismo digo del centeno, restituido al País de donde salió en forma de trigo. Es muy verosímil, que en algunas especies degenerantes suceda lo mismo que en algunos individuos degenerantes. El vino degenera en vinagre; pero nunca el vinagre vuelve a recobrar la dulzura, y generosidad del vino.

54. Respondo lo tercero, que el argumento tomado de la carencia de barba de los Brasileños es inconducente al intento de probar, que la América no fue al principio poblada por hombres de

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nuestro Continente, si esa carencia no es general en todos los Americanos; lo cual, sin embargo de la persuasión común, es a mi parecer falso; pues el Dominicano Fr. Gregorio García en su Origen de los Indios, lib. 2. cap. 5, §. ultim. dice, que en un Pueblo del Perú vio Indios barbados, aunque no mucho; y que en otros carecen de barbas, porque ellos, teniendo la barba por fealdad, y afrenta, con gran cuidado se arrancan todos los pelos de ella con unas pinzas, que siempre traen consigo para este efecto. También Enrico Gautier, tom. I de la Biblioteca Filosófica, cita al Viajero Leonel Wafer, que afirma, que los Salvajes del Darien crían barbas, pero se las arrancan.

§. XII

55. Para complemento de este Discurso expondremos aquí algunas particularidades en orden a la negrura de los Etíopes, que pueden interesar la curiosidad de los lectores. La primera es, que los Etíopes todos son blancos al nacer, a la reserva, lo primero, de una pequeña mancha negra, que tienen los varones en la extremidad de la glande, y después poco a poco se va extendiendo por toda la superficie del cuerpo; y lo segundo, de las extremidades de las uñas, que tanto en hembras, como en varones, ya al nacer son negras. Uno, y otro consta de la Historia de la Academia Real de las Ciencias, año 1702, pág. 32.

56. La segunda es, que esta negrura sólo reside en la piel, o pellejo de los Etíopes. Muchos habían creído, que residía en la sangre, y aun algunos llegaron a decir, que el esperma, que sirve a su generación, es negro. Pero se ha hallado, que así en la sangre, como en todas las partes internas, no discrepa el color de los Etíopes del de los Europeos(a).

57. La tercera, que no en toda la piel, sino en una parte cuya piel reside la negrura. Para cuya inteligencia se advierte que la piel se compone de tres partes. La más interior es la piel propiamente dicha, en cuya superficie interna están las raíces de los pelos, y unos granos glandulosos de figura oval, o redonda, y en la externa los conductos excretorios de estos granos glandulosos, por donde sale el sudor; y una infinidad de pezoncillos más menudos que cabezas de agujas, que se cree ser los órganos del sentido del tacto. Sobre la piel propiamente dicha está la membrana reticular, llamada así, porque está toda traspasada de pequeños agujeros, al modo de red. Sobre la membrana reticular está el cutis, o cutícula, que llaman los Anatómicos Epidermis, la cual es insensible, porque carece enteramente de venas, arterias, y nervios. Separadas, pues, con anatómica destreza en un Etíope estas tres túnicas, se ha hallado que la primera, y tercera, esto es, la más interna, y la más externa, en nada difieren de las de los blancos; y la negrura sólo reside en la membrana reticular, sin que obste, para percibirse fuera, la cutícula, por ser ésta muy delicada, y transparente.

58. El famoso Marcelo Malpighi, primer Médico del Papa Inocencio XII, creyó que la negrura de la membrana reticular venía de un jugo negro, espeso, y glutinoso, contenido en ella. Pero Mons. Litre, de la Academia Real de las Ciencias, probó lo contrario con algunos experimentos. Tomados dos pedazos de la membrana reticular del cadáver de un Etíope, puso el uno en infusión en agua tibia, el otro en espíritu de vino por espacio de siete días; sin que en tanto tiempo uno, ni otro disolviente tomase la más leve tintura de negro. Lo mismo sucedió echando otro pedazo en agua hirviendo: lo que prueba que la negrura pende, no de algún jugo negro, sino de la textura propia de la membrana(b).

(a) Academ. Real de las Ciencias, ibi. (b) Por la semejanza que hay entre las dos cuestiones del origen de los que llamamos Gitanos, y el de los Etíopes, habiendo, por olvido, dejado de poner en el lugar correspondiente una opinión singular sobre la primera, adicionando con ella el Discurso III del II Tomo núm. 11, la colocaremos aquí, por no privar al lector de una noticia curiosa, y nada vulgarizada.

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CARTAS ERUDITAS Y CURIOSAS

Tomo 1, carta cuarta*:

1. Muy señor mío: Con la ocasión de haber llegado a Vmd. los últimos Tomos de las Memorias de Trevoux, y haber visto en el Artículo 53, del año de 1738 el Extracto del Libro de Jacobo Blondél, Médico de Londres, dirigido al asunto de negar a la imaginación materna todo

Juan Cristóforo Wagenselio, en el cuarto Tomo de sus Sinopsis Geográfica, lleva una opinión particular en orden

al origen de los que llamamos Gitanos; en que entran la historia, y la conjetura, de modo, que resulta de esta mezcla una gran verosimilitud en la opinión de dicho Autor.

El año de 1348, dice Wagenselio, hubo una terrible pestilencia en Alemania, y algunas vecindades suyas, de modo, que algunas tierras se despoblaron enteramente. Vino a uno, u otro del vulgo el pensamiento de que la mortandad era causada de la infección del agua de fuentes, y pozos, y de aquí se pasó a discurrir, que los Judíos la habían inficionado con la mezcla de materias venenosas, para excidio de la Cristiandad. El odio, generalmente concebido contra esta gente, con facilidad hace creer de ella cualquier maldad, aun en circunstancias en que falte toda verosimilitud. Así esta creencia se propagó por Alemania, y de ella resultó una furiosísima persecución contra todos los Judíos. Cuantos pudieron ser aprehendidos, fueron sin distinción de edad, o sexo, entregados al lazo, al cuchillo, y al fuego. En esta desolación los que pudieron escapar del furor de los Pueblos, se retiraron a los senos más escondidos de las selvas; donde la necesidad, y el miedo de ser descubiertos, les sugirieron, abriendo cavernas, constituirse habitaciones, subterráneas. En ellas vivieron, y procrearon por espacio de medio siglo, o poco más; hasta que sabiendo por sus emisarios, que la Alemania estaba muy turbada con los sediciosos movimientos de los Husitas, les pareció aquella confusión oportuna para salir de las selvas, mayormente cuando después de tanto tiempo nadie pensaba en ellos. Confiriendo maduramente el modo de parecer en público sin riesgo. Para ello compusieron la ficción de que eran Egipcios de origen: que andaban prófugos por la tierra, en pena de haber negado hospedaje a María, Señora nuestra, cuando fugitiva de la persecución de Herodes, por salvar la vida de su Divino Hijo, se acogió a aquella Región. Era menester también formarse algún idioma particular, pues ni podían usar de Alemán los que se habían de fingir forasteros, ni del Hebreo, por no darse a conocer por lo que eran. Fabricaron, pues, una nueva especie de jerga, en que entraban confundidas, y en parte desfiguradas una, y otra lengua. Armados, pues, con estas prevenciones, salieron al público, y se esparcieron por varias partes, sin que nadie los inquietase, y aun haciéndose recibir bien de la gente crédula con otras dos ficciones, que añadieron; una, de que conocían los sucesos venideros de cualesquiera personas, por la inspección de las rayas de la mano: otra, de que las casas donde se hospedaban, estaban libres de padecer incendio. Es natural, que contribuyese también no poco para su pasiva tolerancia, el lisonjear mucho los oídos de los Cristianos la relación de su castigo, por la sacrílega desatención, que habían cometido con María, Señora nuestra, y su Santísimo Hijo. Después de esparcidos, se les fue sucesivamente agregando en todas partes mucha gente perdida; y continuándose esta agregación, vino a desaparecerse enteramente el origen Judaico.

Esta es en suma la Relación de Wagenselio; la cual, en cuanto a la pestilencia de la Alemania, sospecha de ser Autores de ella los Judíos, e intentado exterminio de ellos con este motivo, consta de varios Autores fidedignos. El retiro a las selvas de los que pudieron escapar, y su aparición después de medio siglo, o algo más, con el color que se ha dicho, aunque el Autor no se explica bien precisamente, mas parece conjetura, que hecho leído por él en alguna historia; pero conjetura al parecer muy fundada. Lo primero, por la gran verosimilitud de que muchos de aquellos míseros tendrían la comodidad de huir; y en caso de hacerlo, viendo la persecución encendida en todas las poblaciones, ¿dónde podrían salvarse, sino en las selvas? Lo segundo, porque en las de Alemania se encuentran (dice el mismo Wagenselio) muchas cavernas, que parecen formadas al intento de habitarlas. Lo tercero, porque el Autor vio un breve Diccionario del idioma de aquellos vagabundos, compuesto por un Juan Miguel Moscherosch, en el cual notó muchas voces Hebreas, que copia en el citado libro.

Algunas objeciones se podrán hacer contra este sistema: pero sin duda de más fácil solución, que las que padecen los demás que se han discurrido en orden al origen de esta gente. La que puede hacer más fuerza, es, ¿cómo pudieron ocultar su Religión a los Cristianos, que se les fueron agregando? A que respondo lo primero, que no hay inconveniente en decir, que cuando se resolvieron a dejar sus cavernas, se formaron la Teología de dispensarse de sus ritos, en cuanto fuese necesario para salvar la vida, como hacen los que entre nosotros están ocultos: y después con el comercio íntimo con los Cristianos agregados, fueron perdiendo poco a poco la adhesión a su creencia, hasta abandonarla del todo. Consta de la Sagrada Escritura la facilidad con que el comercio con los Gentiles los inclinaba a la Idolatría. Respondo lo segundo, que también es muy posible, que la vida salvaje de tan dilatado tiempo los fuese disponiendo poco a poco a vivir sin Religión; de modo, que cuando salieron de las selvas, no profesando ya ninguna, resolviesen acomodarse hipócrita, o afectadamente a la Cristiana: discurso que se conforma bastantemente con la que en el Teatro decimos de la poca apariencia de Religión, que se descubre en esta gente. * Texto tomado de la edición de Madrid: Real Compañía de Impresores y Libreros, 1777, pp. 56-71.

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influjo en la configuración, y color del feto; nota Vmd. de tímida mi perplejidad sobre el mismo punto: pues habiéndole tratado en el Tomo VII, Disc. III, desde el num. 22, hasta el 36 inclusive, no me atreví a reprobar decisivamente la opinión, que atribuye a aquella causa la negrura de los Etíopes; lo que a Vmd. parece pudiera, y debiera hacer. Pero yo, después de leer el Extracto del Libro de Blondél, (lo que ya antes de recibir la de Vmd. había ejecutado) y meditar de nuevo sobre la materia, tan lejos estoy de llegar a esa decretoria resolución, que antes bien ahora me hallo no poco inclinado a conceder a la Imaginación de las madres alguna influencia en la figura, y color de sus producciones.

2. Las razones con que el Médico Londinense prueba su dictamen, son las mismas que yo propuse en el lugar citado, a la reserva de dos reflexiones que añade, y en que a la verdad hallo poca conducencia, para persuadir el asunto en la generalidad en que él lo comprehende.

3. La primera es, que cuando un niño nace defectuoso de una mano, de un brazo, u de otro miembro, no puede este defecto atribuirse al influjo de la imaginación de la madre; porque (dice) ¿cómo la imaginación de la madre pudo cortar el brazo que falta? ¿De qúe instrumento usó para cortarle? ¿Qué se hizo? ¿Dónde paró el brazo cortado? ¿Quién, o cómo curó la herida?

4. Esta reflexión tengo por muy buena contra los que extienden, a efectos de esta especie, el influjo de la imaginación, como en realidad no faltan quienes le atribuyan eficacia tan prodigiosa. Helmoncio refiere que una mujer, habiendo visto cortar la mano a un soldado, volviendo a casa, parió un niño, que carecía de una mano. Etmulero, que en el cap. 23. de sus Instituciones Médicas cita a Helmoncio por este hecho, parece darle asenso; añadiendo, que todo este negocio se hace por medio de los espíritus animales, que conducidos al útero, alteran el feto. Pero esto, a mi parecer, a nadie que lo considere bien, podrá persuadir. El feto, antes que la madre viese cortar la mano al Soldado, tenía, como se supone, ambas manos. ¿Cómo pudieron quitarle la una los espíritus animales? Especialmente cuando éstos, por su extrema sutileza, pueden penetrar por cualesquiera poros del cuerpo animado, sin la más leve división del continuo.

5. Repito, que Jacobo Blondél prueba bien contra los que atribuyen a la fuerza de la imaginación el salir truncado el feto, en orden a algún miembro; pero no contra otros muchos, que limitan su influjo a efectos menos considerables, como una, u otra mancha en el cutis, alguna tortuosidad, o variación de figura en esta, o aquella parte del cuerpo, &c.

6. La segunda reflexión de Blondel, es, que sin concurrencia alguna de la imaginación pueden salir los fetos con cuantas deformidades, o irregularidades se han observado en ellos hasta ahora, o cuantas nos refieren las Historias; porque hay principios de donde pueden provenir, totalmente independientes de la imaginativa: La variedad de las partículas, y de sus combinaciones: Las enfermedades de los infantes en el seno materno: El cremento interrumpido de algunas partes del feto, por obstrucción, o por otra causa: La situación violenta, y constreñida, con que está en aquella morada: Los golpes, encuentros, y compresiones que padece: En fin, las enfermedades que hereda de sus padres.

7. Todo esto es cierto; y creo, que los que el Autor llama Imaginacionistas, se lo concederán todo, sin perjuicio alguno de su opinión; porque ninguno, cuanto yo alcanzo, atribuye a la imaginación todas las irregularidades, ni aun las más, con que nacen los infantes. Convendrán, pues, o convienen, en que muchas provienen de otros principios; y sólo atribuirán a influjo de la imaginación aquéllas, en quienes vean alguna analogía especial con este, o aquel objeto, que haya hecho una gran impresión en la imaginativa de la madre, en el punto de la concepción, o durante la preñez. Pongo por ejemplo: Bien posible es, que sin intervenir en ello la imaginación de la madre,

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nazca un niño con una excrecencia en el pecho, u otra parte del cuerpo, que imite la figura de una lagartija. Pero supuesto el caso, que refiere Gaspar de los Reyes, que habiendo padecido vehemente terror una mujer preñada, por el accidente de saltarle una lagartija en el pecho, parió después un niño con una excrecencia carnosa en el pecho, al modo de la lagartija; parece que este efecto no debe atribuirse a otra causa, que a la imaginación materna.

8. Yo, a la verdad, después de leer las razones del Médico Londinense, y otros varios escritos sobre el asunto, en todo hallo dificultad, y en nada convicción. Gaspar de los Reyes, a quien acabo de citar, pone, o supone un equilibrio quimérico entre la Razón, y la Experiencia, en la cuestión presente, diciendo, que los que, guiados por el discurso, o argumentos a ratione, niegan aquella eficacia a la imaginación, son vencidos, o convencidos con los Experimentos; y los que guiados por los Experimentos, afirman aquella eficacia de la imaginación, son vencidos, o convencidos con los Raciocinios: Dum alii aliis disceptant; qui exemplis contendunt, rationibus vincuntur; & qui argumentis superant, experimentis cedere coguntur. Digo, que este equilibrio es quimérico, siendo imposible, que la Razón, y la Experiencia, opuestas, persuadan con convicción a un mismo entendimiento dos proposiciones contradictorias. Aquél, a quien convenzan las razones, dudará de los experimentos; y el que se convenciere por los experimentos, aunque ignore la solución, tendrá por sofísticos los raciocinios.

9. A mí, ni las razones, ni los experimentos me convencen. No las razones, porque cuantas dificultades se proponen contra la virtud sigilativa de la imaginación materna sobre el feto, se reducen a que no alcanzamos cómo pueda ser esto; y el no alcanzar nosotros cómo pueda ser, no es prueba de que no sea. ¿Por ventura no hay en las causas naturales más virtud, que la que nosotros podemos entender, o explicar? ¿O regló el Autor de la Naturaleza por nuestros alcances las virtudes que dio a las cosas? Si ignorándose enteramente los fenómenos que la experiencia ha descubierto en las facultades directiva, y atractiva del Imán, se propusieran meramente por ocurrencia imaginaria a los mejores entendimientos del mundo, hallarían razones, a su parecer, concluyentes, para dar por imposible la existencia de dichos fenómenos. Lo mismo digo de los que se observan en el flujo, y reflujo del Océano. Lo peor es, que lo mismo sucede en casi todas las demás cosas, aun las más triviales, cuando se trata de la imaginación de las causas. ¿Quién sabe cómo, o por qué un leño encendido inflama a otro? ¿Cómo, o por qué una piedra arrojada al aire, vuelve a la tierra? Cómo, o por qué se elevan a grande altura de la Atmósfera cuerpos más pesados que el aire, &c.? Es verdad que los Filósofos explican estas cosas, y otras semejantes; pero divididos en diferentes opiniones, de las cuales cada una padece tan graves dificultades, como las que hay sobre los fenómenos del Imán. Así dicta la buena razón, que ni neguemos los efectos, porque ignoramos las causas; ni neguemos la virtud a las causas, porque no podemos alcanzar el modo que tienen de influir.

10. Tampoco me convencen los muchos experimentos, que se alegan a favor de la virtud sigilativa de la imaginación materna; porque por cuatro capítulos puede falsear la prueba que se toma de los experimentos. El primero es, la falta de veracidad de los Escritores que los refieren. El segundo, la falta de veracidad en las madres, a cuya imaginación se atribuye el influjo en el feto. El tercero, la exageración (a veces inculpable) de los que observaron el feto. El cuarto, la concurrencia casual de la nota observada en el infante, con el objeto análogo a ella, que hizo impresión viva en la imaginación de la madre.

11. Puede falsear la prueba por el primer capítulo, porque los Escritores no son una casta de hombres aparte, entre quienes no haya algunos, y aun muchos, poco veraces. El asunto presente es por su naturaleza muy ocasionado a la ficción; porque, como tengo advertido en varias partes del Teatro, reina en los hombres una fuerte inclinación a referir todo lo que tiene algún aire de

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prodigioso, y admirable; de modo, que sujetos en todo lo demás sinceros, caen a veces en la tentación de referir prodigios falsos.

12. Puede falsear por el segundo, ya por la razón misma que acabo de alegar, ya porque algunas veces son las madres muy interesadas en la ficción. Lo que se cuenta de una mujer, que por tener, al tiempo del concúbito, la imaginación clavada en la pintura de un Ethiope, parió un hijo mulato, pudo ser muy bien embuste suyo, para ocultar su infame comercio con algún esclavo de aquella Nación. Puede servir el mismo recurso para todos aquellos casos, en que el hijo de la infiel casada sale muy semejante al adúltero, y desemejante al marido; y finalmente podemos decir, que siempre que el feto sale, o monstruoso, o muy disforme, se considera la madre interesada en atribuir aquel error de la Naturaleza a algún accidente extraño; como que, introduciendo el concurso de una causa forastera (esto es, aquel objeto, que hizo alta impresión en su fantasía) en alguna manera desvía de sí la afrenta, que concibe en una producción, que se mira con cierta especie de horror.

13. Puede falsear por el tercero; porque es comunísimo en todo aquello, que sin ser admirable, tiene alguna leve apariencia de tal, suplir con la ficción todo lo que le falta para serlo. Pongo por ejemplo: Dice Sennerto, que conoció una mujer, que habiendo en el estado de preñez sentádose debajo de un moral, y caído sobre ella muchas moras, parió una hija, que tenía muchas verrugas, al modo de moras, en aquellas mismas partes del cuerpo, en que a la madre habían caído las moras. Lo más verisímil es, que la niña saliese con algunas verrugas; y lo demás, esto es, tener éstas alguna particular semejanza de moras, y haber nacido en las mismas partes del cuerpo, en que a la madre habían caído las moras, fuese adicción. Digo, que esto es lo más verisímil, ya porque es comunísimo, como acabo de decir, añadir a las cosas aquellas circunstancias, que les faltan para ser admirables; ya porque los que dan tanta fuerza a la imaginación, piden para ello una imaginación vivísima, ocasionada de objeto capaz de hacer una alta, y muy extraordinaria impresión en la fantasía; y el caer las moras, no es objeto, que pudiese alterarla mucho. No pocas veces se miente sólo materialmente en estas cosas. Cuando en algún cuerpo se notan unos asomos de configuración, o tenues rudimentos, que inclinan algo a la representación de tal, o tal cosa, si se considera la representación perfecta como admirable, o prodigiosa; pongo por ejemplo, una figura humana esculpida por la naturaleza en un peñasco; un incauto observador cree simplemente ver más de lo que ve; porque entrometiéndose la imaginación en el comercio, que entonces ejerce la vista con el cerebro, le representa a éste, no los lineamentos rudos que hay en el objeto, sino todos aquellos, que son menester para la perfecta semejanza.

14. Finalmente, puede falsear por el cuarto. El tomar por causa lo que no es causa, es un error ordinarísimo; y error, que como advertí muy de intento en alguna parte del Teatro, ha ocasionado muchos absurdos en la Filosofía, y muchos estragos en la Medicina. Sangróse el enfermo, y después mejoró: luego la sangría le curó. Purgóse, y mejoró, luego le sanó la purga. Estas son ilaciones propias de la Lógica bastarda que reina en el mundo. Y del mismo modo estotras: Comió espárragos, y después le dolió la cabeza: luego los espárragos le hicieron daño. Bebió a la tarde agua de limón, y no pudo dormir la siguiente noche: luego el agua de limón le quitó el sueño. En general la secuela casual, u orden accidental de propiedad, y posteridad entre dos cosas, muy frecuentemente induce al error de juzgar, que la anterior es causa de la posterior, como haya cualquier levísima apariencia de que pueda serlo.

15. A nuestro propósito. En el largo espacio de nueve meses (todo el tiempo de la preñez dicen comunísimamente los imaginacionistas, que es apto para que obre la imaginación en el feto) son muchos los objetos, que se presentan a la madre, capaces de hacer alguna fuerte impresión en su cerebro, y mover en ella algún afecto vehemente; unos alegres, otros tristes; unos que la irriten, otros que la alhaguen; unos que la enciendan el apetito, otros que la causen horror, &c. Es

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facilísimo, pues, y sucederá muchas veces, que saliendo después del feto con cualquiera especial nota, se halle entre tantos objetos alguno, con quien la nota observada tenga alguna analogía. La concurrencia del objeto con la nota es casual: pero la preocupación de los imaginacionistas los induce a creer, que la impresión que hizo el objeto en la madre, produjo este efecto, y así se toma por causa lo que no lo es.

16. El que semejantes concurrencias son casuales, e independientes de todo influjo de la imaginación materna en el feto, se prueba eficacísimamente con una reflexión, que voy a proponer a Vmd. y es, que si hubiese tal influjo, sería bastantemente común hallar a los infantes notados con alguna insigne deformidad. Explícome con este ejemplo: Entre los casos que se alegan en prueba del influjo de la imaginación, es uno de los más señalados, el que una mujer preñada, habiendo visto romper vivo a un malhechor, (así se llama aquel suplicio, en que con una barra de hierro sucesivamente van rompiendo al delincuente brazos, y piernas) parió después un niño con ciertas señales de brazos, y piernas, que representaban el efecto de aquel suplicio. Bien posible es, que dicha representación fuese imperfectísima, y pusiese mucho de su casa en ella la imagen, o la ficción de los que la observaron. Pero doy que fuese como se refiere. Este es un suceso particular, y rarísimo; quiero decir, que no se refiere, ni se halla en los Libros que tratan del influjo de la imaginación, otro, dentro de los mismos términos. ¿Pero quién no ve, que si el horror, que tuvo la madre al mirar aquel espectáculo, hubiese sido causa de las señales impresas en el hijo, sucedería lo mismo otras muchas veces? En Francia, y otras Regiones, donde es muy frecuente aquella especie de suplicio, le han visto ejecutar millares, y millones de mujeres preñadas, y entre ellas innumerables de corazón apocado, genio tímido, índole piadosa, cerebro ocasionado a grandes conmociones. ¿Cómo, pues, no se repitió innumerables veces el mismo suceso? Asímismo en España vieron, y ven muchos millares de mujeres preñadas ejecutar el suplicio de la horca, el cual a las más conmueve, y conturba extrañamente. ¿Cómo no se ven en los Pueblos, donde se ejecuta aquel suplicio, muchos infantes con el cuello muy comprimido, la cara entumecida, la lengua fuera de la boca? &c.

17. Así parece se debe creer, que cuando el infante saca tal, o tal nota particular, representativa de algún objeto, que hizo alta impresión en la fantasía materna, es mera casualidad. Pero lo más ordinario es, que se hace misterio de lo que no le tiene, y cualquiera leve analogía se concibe, o pondera, como si fuese una exacta semejanza. Escribe el Padre Delrio de dos parientas suyas: la una, que se divertía frecuentemente con una Mona, y parió una hija, que en sus movimientos, y enredicos pueriles imitaba las travesuras graciosas de la Mona; la otra, que habiendo concebido un gran pavor, al ver entrar en su casa furiosos unos enemigos de su marido, dio a luz un niño, que en sus ojos siempre espantadizos, representaba el susto de la madre. Lo que en esta narración se ofrece, como naturalísimo al discurso, es, que la aprehensión elevó a particularidades, dignas de una atenta observación, dos cosas muy comunes. A cada paso se ven niñas, que con sus jugueticos imitan aquella festiva inquietud de las monas, y aun por eso se suele dar a aquellos juguetes el nombre de Monadas, o Monerías; y de las niñas que son muy festivas se dice, que son muy monas. Del pariente que tenía los ojos como espantados, dice el Padre Delrio, que cuando lo escribía, era ya adulto, y permanecía siempre loco: Iam adolescens emotae mentis persistit. En los locos es comunísimo tener la vista, o modo de mirar, como que están medio asombrados; y para que haya hombres locos, no es menester que las madres hayan padecido algún gran susto.

18. La regla fundamental, y segura para evitar el error de tomar por causa lo que no es causa, es atender a lo que comúnmente sucede; porque las causas naturales, puestas en las circunstancias debidas, comúnmente producen los efectos correspondientes. Así, si comúnmente sucediese, que cuando las mujeres que están en cinta, padecen algún afecto vehemente, u de ira, u de miedo, u de horror, &c. los hijos saliesen con alguna señal representativa del objeto, que movió aquella pasión,

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se debería creer aquella señal efecto de la imaginación materna. Mas si esto sólo sucede una, u otra vez rara, se debe juzgar, que la concurrencia de la nota del feto con el vehemente afecto de la madre, es mera casualidad. Puesta esta regla, que prescindiendo de todo estudio filosófico, claramente dicta la buena razón, hágase la reflexión, de que apenas hay mujer alguna, que en el tiempo de la preñez no padezca algunos afectos vehementes. Sientan los Médicos, y califica la experiencia, que aquel estado es muy ocasionado a ellos. Mientras se hallan en él las mujeres, se contristan, se irritan, temen, apetecen con más vehemencia, que fuera de él. Si, pues, la imaginativa materna muy alterada con cualquier objeto que produce aquellos afectos, tuviese virtud para imprimir en el feto alguna nota correspondiente a aquel objeto, sería comunísimo salir los infantes con alguna nota de esta especie. Pero ello no es así; antes apenas entre cien mil mujeres, que al tiempo de la preñez padecen algún afecto vehemente, hay dos que produzcan el feto con dicha nota. Luego se debe discurrir, que cuando la tiene, es efecto de otra causa, y no de la imaginación de la madre.

19. Es importantísimo tener presente esta regla para dirigirse en muchas cosas concernientes a la vida humana. Pongo por ejemplo, en el régimen para conservar, o recobrar la salud. Si para hacer el concepto de lo que es, o nocivo, o provechoso, sólo se atiende a lo que sucede una, u otra vez, se caerá en muchos errores, y padecerá las consecuencias de ellos. Comió Juan lechugas a la cena, y el día siguiente le vino catarro. De aquí infiere, que las lechugas le excitaron fluxión al pecho. Infiere muy mal. Para que la ilación fuese buena, eran menester varios experimentos de lo mismo. Si comiendo muchas veces lechugas, siempre, o comúnmente después de ellas le viene el catarro, lo que no le sucede con otros manjares, hará bien en huir de las lechugas. Lo mismo digo de lo que se concibe que aprovecha. Usando alguna vez de tal manjar, u de tal remedio, se le fue a Pedro el dolor de cabeza. De aquí infiere la utilidad de él para este efecto. Infiere mal. Los dolores de cabeza, como los de otras muchas partes del cuerpo, van, y vienen en los que tienen complexión ocasionada a ellos, sin hacer exceso particular, que los cause, ni aplicar remedio que los cure. Si experimentase los dolores de cabeza, de estómago, &c. tan obstinados, que sólo cediesen, cuando usa de tal manjar, u de tal remedio, sería buena la ilación.

20. Puede ser, que con ocasión de estos símiles Vmd. me note lo que algunos me notan, que ya de intento, ya por incidencia, llevo muchas veces la pluma a asuntos pertenecientes a la Medicina; lo que para muchos lectores puede ser fastidioso. Séalo enhorabuena, como para otros muchos sea útil. Yo no escribo para mi aplauso, sino para provecho del Público. Son muchísimos los que me han dado las gracias, por haberse utilizado grandemente su salud en la práctica de mis consejos médicos. Los que no gustan de ellos, pueden, cuando los encuentran, omitir la lectura, y pasar adelante. Si hallan más fastidiosas las máximas medicinales, que yo escribo, que las purgas que les receta el Médico, buen provecho les haga: pero digo, que es raro el temple de su estómago.

21. Lo que hasta ahora he razonado, debilitando las pruebas que se alegan por una, y otra opinión, no es tan comprehensivo del asunto, que no se deba aún algo de particular examen a cierta parte de la cuestión. Convienen comúnmente los Imaginacionistas, en que la virtud de la imaginacion, respecto del feto, se extiende desde el punto de la comixtión de ambos sexos, a todo el tiempo en que aquél está contenido en el materno seno; y muy frecuentemente atribuyen más eficacia a la imaginación materna (algunos entran también en cuenta la paterna) en el punto de la concurrencia del padre, y madre a la operación prolífica, que en todo el resto de tiempo de la preñez. Naturalmente se viene al discurso, que aquel momento, en que ambas causas concurren a la generación, tenga alguna especial oportunidad para que la imaginativa ejerza su influjo, la cual no hay despues de consumada aquella obra, aun cuando no se pueda explicar exactamente en qué consiste dicha oportunidad. Basta concebir la gran intensión con que entonces obran las facultades, la especial disposición, que en aquel estado tiene la materia por su blandura, para ser sigilada de

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éste o aquel modo; y que finalmente, aquel es el momento, que la naturaleza ha destinado para determinar, y caracterizar el individuo.

22. Mas por otra parte se ofrece una dificultad notable, que ya he propuesto en el num. 26 del Discurso sobre el color Ethiopico; y es, que, o admitimos el sistema moderno de la continencia formal de los efectos en las semillas, según el cual el feto estaba perfectamente formado en el ovario materno; o estamos al antiguo, de que se forma en el útero. Si lo primero, la imaginación de los padres no puede influir en su formación. Si lo segundo, tampoco; porque la operación prolífica de los padres ya cesó, cuando empieza a formarse.

23. Esta objeción es gravísima sin duda; pero el mal es, que a todos oprime su peso, pudiendo volverla los Imaginacionistas contra la opinión contraria, con una reflexión, que mejora mucho la causa que defienden. Todos debemos convenir, porque la experiencia no nos lo deja dudar, en que los hijos comunísimamente salen semejantes, no sólo a las madres, mas también a los padres. ¿Quién, pregunto, cómo, y cuando produce esta semejanza? Es evidente, que la producen, o el padre, o la madre, o ambos juntos. ¿Pero con qué facultad? ¿Con qué potencia? ¿Con qué instrumento? Parece inexcusable recurrir a la imaginativa; porque, ¿qué otra facultad se puede designar capaz de configurar el feto, de modo, que salga semejante a aquel determinado hombre, que le engendra? La semejanza a la madre, ya puede componerse sin recurrir a la imaginación: diciendo conformemente al sistema de la continencia formal en las semillas, que el Autor de la Naturaleza formó desde el principio aquellos minutísimos cuerpos contenidos, con una semejanza respectiva a la madre, en cuyo ovario se contienen. Pero supuesto que los hijos de una misma madre, sin faltar a la semejanza con ella, si tienen a Pedro por padre, salen semejantes a Pedro; si a Juan, salen semejantes a Juan; es evidente, que en el ovario no tenían la organización, que los hace semejantes al padre. ¿Quién, pues, los configura de aquel modo? ¿Hay algún instrumento, algún miembro Tallista, y juntamente Pintor, que de tal figura, y tal color a aquella materia? Ninguno. Discúrrase por todas las facultades que obran en la generación: en ninguna se hallará ni el más leve vestigio de proporción para configurar el feto, sino en la imaginativa.

24. Bien sé, que en la Filosofía de antaño se decía, que había una facultad Plástica, Arquitectónica, o Formatriz, que corría con esta incumbencia. Pero lo primero, éstas son voces, y nada más; porque sólo es decir, que hay una facultad que produce tal efecto. Lo segundo, entretanto que no especifiquen más, determinando qué potencia es la que tiene esa habilidad, dirán los Imaginacionistas, y lo dicen, que la Facultad Plástica es la imaginativa. Lo tercero, a esta facultad Plástica, ¿quién la determina para configurar el feto conforme a tal, o tal ejemplar; esto es, de suerte, que salga semejante al padre que le engendra, y no a otro? Sin remedio se ha de recurrir para esta determinación a la imaginativa; y esto sólo que se conceda, ya ganan los Imaginacionistas el pleito. De modo, que bien pensado todo, el que quisiere excluir este principio, u dirá nada, u dirá cosa más difícil, más misteriosa, más incomprehensible, que lo que dicen los Imaginacionistas.

25. Del mismo modo, sobre este asunto, cae la objeción hecha arriba contra el influjo de la imaginación en el momento de la obra prolífica, fundada en que aquel momento, o es posterior, o anterior con anterioridad de tiempo a la formación del feto; pues la misma posterioridad, o anterioridad se hallará en cualquiera causa que se señale de la semejanza del feto con el padre, suponiendo, que dicha causa obre, como parece debe ser, en el mismo momento.

26. ¿Y qué resulta de todo lo que he discurrido sobre el asunto? Dirán muchos, que no resulta otra cosa, sino que el juego está hecho tablas; porque es difícil determinar, que opinión tiene a su favor más fuertes argumentos. Sin embargo, yo me inclino a un corte en la materia, que es conceder

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a la imaginación materna la eficacia de sigilar el feto en el tiempo de la operación prolífica, y negársela después.

27. A lo segundo me induce, el que no teniendo la opinión de los Imaginacionistas otro apoyo, que el de los experimentos, cuantos se alegan por el influjo de la imaginación en todo el tiempo de la preñez, son, como se ha visto arriba, sumamente falibles; y en algunos se representa una total imposibilidad, como es el que la imaginación materna pueda quitar un miembro al feto, después de perfectamente organizado. Cuando más, se podría admitir, que hiciese alguna inmutación en él en los primeros días, después de la concepción, a causa de estar aún blandísima entonces la materia.

28. A lo segundo me inclina principalísimamente el argumento, tomado de la semejanza de los hijos a los padres. Ciertamente éste es un efecto, que como ya he ponderado, parece no puede atribuirse a otra causa que a la imaginación de la madre vivamente excitada hacia el sujeto cooperante en el placer venéreo. Confieso, que es difícil concebir esta virtud en la imaginación: pero no hay recurso a otra alguna causa; porque cualquiera otra, que se quiera discurrir, será mucho más difícil de entender, y aun imposible de explicar; lo que yo mostraría fácilmente, si la materia, en que se debería discurrir para mostrarlo, no fuese tan tediosa, ya para el que escribe, ya para el que lee.

29. A la dificultad propuesta arriba, sobre que el feto, o está ya formado antes de la operación prolífica, o se forma después de completa ésta, se puede responder lo primero, que la configuración que tiene antes, no está tan últimamente determinada, que no pueda recibir después algunos nuevos lineamentos, en virtud de los cuales se haga más semejante a Pedro, que a Juan. Aun después del nacimiento, desde la infancia, hasta la juventud, suele variarse, tanto cuanto, la configuración del rostro. Puede responderse lo segundo, que no antes, ni después de la operación prolífica, sino en el momento de ella, se sella el feto, de modo, que salga semejante a aquél que le da el ser. Como la naturaleza nada produce, sino individuado, es de creer, que en el momento de la producción da al feto todas las circunstancias individuantes, de las cuales una es la figura.

30. Lo que acabo de discurrir a favor del influyo de la imaginación materna en el feto, basta para que ya mire sin desplacer alguno la opinión, que atribuye el color Ethiopico a aquel principio. Pero una noticia, que poco ha me comunicó el Licenciado Don Diego Leandro de Guzmán y Márquez, Presbítero, Abogado de los Reales Consejos, y de Presos del Santo Oficio de la Inquisición de Sevilla, y su Comisario en la Ciudad de Arcos, me extrajo del estado de indiferente, inclinándome no poco a aquella opinión. El citado Don Diego me escribió haber conocido en la Villa de Marchena, distante nueve leguas de Sevilla, a un Caballero llamado Don Francisco de Ahumada y Fajardo, de familia muy noble, y de padre, y madre blancos, el cual, no obstante este origen, era negro atezado, con cabello ensortijado, narices anchas, y otras particularidades, que se notan en los Ethiopes: que al contrario, dos hermanos suyos, Don Isidro, y Don Antonio, eran muy blancos, y de pelo rubio: que se decía, que la singularidad de Don Francisco había nacido de que la madre, al tiempo de la concepción, había fijado con vehemencia la imaginativa en una pintura de los Reyes Magos, que tenía a la vista en su dormitorio: finalmente, que habiéndose casado dicho Don Francisco con una mujer muy blanca, los hijos salieron mulatos.

31. Siendo hecho constante, como yo no dudo, la perfecta negrura de aquel Caballero, es claro, que no puede atribuirse al indigno comercio de su madre con algún Ethiope. La razón es concluyente. Si fuese ésa la causa, no saldría enteramente negro, sino mulato, como salen todos aquellos que tienen padre negro, y madre blanca; y como por la propia causa salieron mulatos los hijos del mismo Don Francisco. ¿A qué otra causa, pues, podemos atribuir el efecto, sino a la

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vehemente imaginación de la madre, clavada al tiempo de la concepción en la pintura del Mago negro, que tenía presente?

32. Pero debo advertir, que para adaptar este principio a la negrura de la Nación Ethiopica, no es menester que en todas las generaciones de aquella gente intervenga, como causa inmediata, la vehemencia de la imaginación; pues puede suponerse, que al tiempo que se estableció aquel color en el primero, o primeros individuos, se estableció también un principio (sea el que se fuere) capaz de comunicarle a otros mediante la generación.

Es cuanto ahora me ocurre sobre la materia, y que me hace más fuerza, que todo lo que en contrario opone Jacobo Blondél, y aun más que lo mismo, que yo he dicho en el Discurso sobre el color Ethiopico; mas no basta para que me atreva a dar en el caso sentencia definitiva. Soy de Vmd. &c.