MANUEL SCORZA - EPÍSTOLA A LOS POETAS QUE VENDRÁN Y OTROS POEMAS

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1 Manuel Epístola a los poetas que vendrán y otros poemas Muestrario de Poesía 21 Biblioteca Digital Scorza

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Manuel

Epístola a los poetas

que vendrán y otros poemas

Muestrario de

Poesía 21 Biblioteca Digital

Scorza

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Espístola a los poetas que vendrán y otros poemas Manuel Scorza, Perú Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 21

Primera edición: Septiembre 2008 Santo Domingo, República Dominicana

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Redoble por Manuel Scorza / Presentación 4 América, no puedo escribir tu nombre sin morirme 5 Años de los castigos 6 Epístola a los poetas que vendrán 7 Soy el desterrado 8 Crepúsculo para Ana 9 El rey 12 Elegía de los desconocidos 12 La casa vacía 13 La cita 14 La lámpara 15 La prisión 16 La sombra 16 Música lenta 17 Nocturno salvadoreño 18 Serenata 19 Viento de olvido 20 Rosa única 21 Desengaños del mago 22 Vals gris 26 Vals verde 27 Dalmacia 28 Eva 29 Rumor en la nostalgia antigua 30 Voy a las batallas. Sed felices para que yo no muera 32 Alta eres América 36 Palabras a Nicolás Centenario 39 El desterrado 40 A César Calvo agradeciéndole que esté aquí 41 Una canción para mi abuelo 43 Entrevista a Manuel Scorza 45 Biografía de Manuel Scorza 55

Contenido

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Redoble por Manuel Scorza

Manuel Scorza nació en Lima. Poeta y narrador, produjo una poesía y una novelística de la indignación y la esperanza. La primera novela que leí de Scorza fue la apasionante Redoble por Rancas, un relato épico de la resistencia de los comuneros indígenas despojados por la connivencia fatídica de los poderosos y el Estado: la minera Cerro de Pasco Corporation cercaba con alambres de púas los pastizales de la comunidad campesina. Mientras los indígenas andinos eran masacrados, reprimidos, abusados y despojados, Scorza, armado de la palabra testimonió en historias que asombran e indignan,

la crudeza del robo descarado a las comunidades andinas, en una saga que denominó “La guerra silenciosa” –Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago. Los pueblos indígenas siguen siendo comunidades sometidas, abusadas, robadas y masacradas en los distintos países en que todavía existen. El abuso inmisericorde sigue produciéndose en toda América Latina. Se les niegan derechos y respetos. Se les sigue robando, matando, sometiendo. Scorza llegó escribir la quinta estación de los Andes: diciendo que "en el mundo hay cuatro estaciones; en los Andes cinco: primavera, verano, otoño, invierno y masacre". Tuvo un sentido de propósito para la literatura, una función social, de promotora del cambio, de exposición de lo que se calla, de denuncia, de recurso de clarificación y conciencia: "La literatura, en cambio, nace de la hirviente realidad. En ese sentido, es el único sector de la ideología latinoamericana que refleja hechos: no se alimenta con imágenes de hechos deformados por la presbicia de imágenes culturales colonizadas".

Aquiles Julián

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América, no puedo escribir tu nombre sin morirme

América, no puedo escribir tu nombre sin morirme. Aunque aprendí de niño, no me salen derechos los renglones; a cada sílaba tropiezo con cadáveres, detrás de cada letra encuentro un hombre ardiendo, y no puedo ni cerrar la a porque alguien grita como si se quedara dentro. Vengo del Odio, vengo del salto mortal de los balazos; está mi corazón sudando pumas: sólo oigo el zumbido de la pena. Yo atravesé negras gargantas, crucé calles de pobreza, América, te conozco, yo mismo tendí la cama donde expiró mi vida vacía. Yo tenía dieciocho años yo vivía en un pueblo pequeño, oyendo el diálogo de musgo de las tardes, pero pasó mi patria cojeando, los ahogados empezaron a pedir más agua, salían de mi boca escarabajos. Sordo, oscuro, batracio, desterrado, ¡era yo quien humeaba en las cocinas! ¡Amargas tierras, patrias de ceniza, no me entra el corazón en traje de paloma! ¡Cuando veo la cara de este pueblo hasta la vida me queda grande!

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¡Pobre América! En vano los poetas deshojan ruiseñores. No verán tu rostro mientras no se atrevan a llamarte por tu nombre, ¡América mendiga, América de los encarcelados, América de los perseguidos, América de los parientes pobres! ¡Nadie te verá si no deshacen este nudo que tengo en la garganta!

Años de los castigos

¡Años de los castigos! ¡Años de las prisiones! ¡Años que se comieron las arañas! No tuve paz, ni dónde reclinar la cabeza. Los trenes me llevaban, entraban a las tumbas, cruzaban los infiernos, mas mi corazón salía de los hornos tiritando. ¡Años de los perseguidos! ¡Años de los flagelados! ¡Años como ratas echadas a morir! Como piedra atravesé la vida, las miserias, las prisiones, anduve por los pueblos, llegué a la comarca donde el pan sólo se viste de fantasma. Desde casas vacías, desde catres solteros, desde trajes gastados y pálidos deudores, desde domingos sin nadie con quien pasear, vengo diciendo que los hombres sufren,

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las aguas sufren, las camas sufren. A verme vienen quejándose las tardes, las piedras quieren que cuente las pisadas, el túnel tiene hinchado su único ojo, toca el gallo su corneta lastimera. ¡Oscura es la vida, la tierra sólo sirve para enterrarnos!

Epístola a los poetas que vendrán

Tal vez mañana los poetas pregunten por qué no celebramos la gracia de las muchachas; tal vez mañana los poetas pregunten por qué nuestros poemas eran largas avenidas por donde venía la ardiente cólera. Yo respondo: por todas partes oíamos el llanto, por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras. ¿Iba a ser la Poesía una solitaria columna de rocío? Tenía que ser un relámpago perpetuo. Mientras alguien padezca, la rosa no podrá ser bella; mientras alguien mire el pan con envidia, el trigo no podrá dormir; mientras llueva sobre el pecho de los mendigos, mi corazón no sonreirá. Matad la tristeza, poetas. Matemos a la tristeza con un palo. No digáis el romance de los lirios. Hay cosas más altas que llorar amores perdidos: el rumor de un pueblo que despierta

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¡es más bello que el rocío! El metal resplandeciente de su cólera ¡es más bello que la espuma! Un Hombre Libre ¡es más puro que el diamante!

El poeta libertará el fuego de su cárcel de ceniza. El poeta encenderá la hoguera donde se queme este mundo sombrío.

Soy el desterrado

América, a mí también debes oírme. Yo soy el estudiante que tiene un solo traje y muchas penas. Yo soy el desterrado que no encuentra la puerta en las pensiones. Te digo que en las calles y en las azoteas y en las cocinas, y al fin de cada día y en mi pecho, algo está muriendo. Escúchame: Yo soy el desterrado, yo vagué por las calles hasta que los perros lamieron mi amor desesperados. ¡Acuérdate de mí! Hay días que no tengo ganas de ponerme los ojos, días en que hasta los pájaros se pudren a la mitad del vuelo. ¡Amor, amor, tú no has dormido en cuartos inmundos; tú no sabes lo que es vivir

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con una mujer que zurce su ropa llorando! Ay, durante siglos los poetas callaron y en el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba, hasta que ya no pudimos más, y el dolor empezó a mancharlo todo: la mañana, el amor, el papel donde cantábamos. Un día el dolor empezó a gotear desde abajo, daban los muros gritos desgarradores, una mano amarguísima volcó mi pecho. Ahora vengo a ti gimiendo, aquí está mi voz encarcelada debajo de esta frente, derrumbado.

Crepúsculo para Ana

Sólo para alcanzarte escribí este libro. Noche a noche, en la helada madriguera cavé mi pozo más profundo, para que surgiera, más alta, el agua enamorada de este canto. Yo sé que un día las gentes querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas, yo sé que un día irán ansiosas a los campos, seguirán los hilos de los prados, y a través de las florestas llegarán hasta mi pecho, y comprenderán, -lo siento, estoy sintiéndolo-, que es mi amor quien platea por ti el mundo en las mañanas, y verás esta hoguera. Desde ciudades enterradas,

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desde salones sumergidos, desde balcones lejanísimos, verás este amor, y escucharás mi voz ardiendo de hermosura, y comprenderás que sólo por ti he cantado. Porque sólo por ti estoy cantando. ¡Sólo por ti resplandece mi corazón extraviado! ¡Sólo para que me veas, ilumino mi rostro oscurecido! ¡Sólo para que en algún lugar me mires enciendo, con mis sueños, esta hoguera!

¡El Mudo, El Amargo, El Que Se Quedaba Silencioso, te habla ahora a borbotones, te grita cataratas, inmensidades! Algún día amarás, alguna vez en las lianas de la ternura enredada comprenderás que cuando el dolor nos llega es imposible hablar; cuando la vida pesa, las manos pesan: es imposible escribir. Hasta que con los años las escamas se nos caen. Y un día, al volver el rostro, vemos a lo lejos, como remotos barcos encallados, cosas que creíamos llevar dentro, y miramos que son musgo los amores más ardientes. ¡El hombre enceguecido no escucha las campanadas silenciosas de la hierba, hasta que encuentra en los caminos, como culebra, su antigua piel, y reconoce entre las ruinas su vieja máscara oxidada, y descubre agujeros rotos do eran ojos fulgurantes, porque el tiempo crudelísimo

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injurió el Rostro Puro, y los años nos pusieron anteojos de melancolía, con los ojos que se mira la ruina, el otoño, la grosura de las mujeres! Surge entonces el Dolor inextinguible, cual surge ahora esta voz que llora por los días hermosos, cuando la vida era azul. Porque todo lo que nace ha de morir. ¡No digo más porque me entiendes! Tú sabes que sólo quiero que, en algún lugar, leas esta carta, antes que envejezcan los carteros que te buscan a la salida de las iglesias, entre las recién casadas, a la hora del jazmín rendido. ¡Quiero que el rayo de mi ternura traspase con lanza a los que no conozco, y salte noche hirviendo a los ojos de los que abran este libro, y en algún lugar un día de este mundo, me oigas y te vuelvas, como quien se vuelve extrañado al sentir detrás el resplandor de un incendio, y comprendas que estoy ardiendo por ti, quemándome sólo para que veas, desde tan lejos, esta luz!

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El rey

No eres nada, vives oscuro, en una ciudad perdida. Pero, de pronto, un día, al despertar, eres Rey. Arden musicales remotos países avasallados por tu valentía. Poderoso monarca: todo lo que tocas es resplandor, y en tu honor cambian los arcos iris de plumaje. Y cuando Ella sonríe, brota agua en la remota infancia adonde se asoma, tu pequeña vida ansiosa, rapaz distante de todo. Mas viene el Viento y lo derriba todo: cristal roto es tu monarquía; vives en una ciudad malvada; el tiempo sólo significa que tus zapatos ya no resisten otro invierno. Eras Rey pero ya no te sonríe Esa Mujer.

Elegía de los desconocidos

Ya no nos conocemos, ya no nos entendemos, ¿qué pasa? Nuestro amor como los árboles daba pájaros.

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¿Qué está pasando? El viento del mar desesperado agita pañuelos de musgo en las esquinas. Me voy. Pañuelo de llorar: mejor me voy. Al atardecer los pájaros también se van, viajan a las torres buscando picos tiernos. A los reptiles, yo. Al fondo del agua a vivir ardiendo. Porque para esta sed el agua está vacía, vacía está el agua para mi corazón sediento.

La casa vacía

Voy a la casa donde no viviremos a mirar los muros que no se levantarán. Paseo las estancias y abro las ventanas para que entre el Tiempo de Ayer envejecido. ¡Si vieras! Entre las buganvillas cansadamente juegan los hijos que jamás tendremos. Yo los miro. Ellos me miran. Mi corazón humea. Éste es el sitio donde mi corazón humea. Y a esta hora, en el balcón, callada, yo sé que tú también te mueres y piensas en mí hasta ensangrentarte,

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Yo también pienso en ti. Óyeme donde estés: por esta herida no sale sólo sangre: me salgo yo.

La cita

Son las siete; la calle está oscura; ya no vendrás. Aunque llegaras todas las tardes a la orilla de esta cita, y aguardaras, inmóvil, todas las horas que en el mundo faltan ya no me hallarás, porque esperándote perdí mi juventud. Y no como el guerrero que las manos moja en la espuma bermeja de la guerra. ¡No como los ardientes varones que conocí! : ¡Alexander extraviado en la espesura! ¡Gabriel amarrado a los torrentes! ¡Eugenio deshojado a la aventura! ¡Amaro, que un día solo con tu fusil partiste! ¡Os envidio, jóvenes vehementes, a quienes no bastándoles los crepúsculos, por mirar llamaradas incendiaron su propia edad florida! Yo, miserablemente perdí mi juventud; aguardando que cumplieras la cita de los parques, gasté los veloces años. ¡Oh cafés humosos donde fingí

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leer los diarios de mi feroz melancolía! Esperándote perdí la juventud y me pesa. Son las siete: y estoy solo.

La lámpara

Como la lámpara olvidada arde invisible en el día, así mi corazón se ha consumido sin que tú lo vieras. Mas ya pasaron para ti las mieses, y tardos los años, yo sé que ahora tus ojos buscan las huellas bermejas de mi pasión. Es tarde: mi corazón calcinado apenas soporta sus cenizas, y aunque estás cercana, y quiero llamarte mudas están las hogueras donde antaño ardieron airadas voces tiernas. Mi tristeza ya no puede ni con el peso del rocío. Es tarde: la vida se nos gasta en actos vanos Es tarde: detrás de mis ojos ya no hay nadie.

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La prisión

¡No puedes salir del jardín donde mi amor te aprisiona! Presa estás en mí. Aunque rompas el vaso, seguirá intacta la columna perfecta del agua; aunque no quieras siempre lucirás esa corona invisible que lleva toda mujer a la que un poeta amó. Y cuando ya no creas en estas mentiras, cuando borrado el rostro de nuestra pena, ni tú misma encuentres tus ojos bellísimos en la máscara que te preparan los años, a la hora en que regatees en los mercados, los jóvenes venados vendrán a tu Recuerdo a beber agua. Porque puede una mujer rehusar el rocío encendido del más grande amor, pero no puede salir del jardín donde el amor la encerró. ¿Me oyes? No puedes huir. Aunque cruces volando los años, no puedes huir: yo soy las alas con que huyes de mí.

La sombra

Como el centinela que en la agreste torre lucha por no rendir los ojos al invencible sueño, yo resisto al olvido.

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Pero te me vuelves pequeña; la lluvia moja las calles de 1943; la lluvia rompe el cristal en que te guarda mi juventud. ¡Miseria de los amantes que locamente sueñan eterna la eternidad! El Día es de espuma, niebla es la carne, humo el ayer. El país luciente de nuestra juventud hermosa, el tiempo asoló con sus ejércitos potentes. Marcial acampó la herrumbre donde ardió la rosa. En la memoria sólo una calle queda por donde caminas lentamente. Ya casi no te miro, y el moribundo sol, atardeciendo, te torna cada día más pequeña. Pero pasan los años, y a medida que te vuelves más pequeña, arrojas una sombra más larga.

Música lenta

Para que tú entres, a veces de tristeza, el corazón se me abre. Como una puerta tímida, para que tú entres, el corazón se me abre.

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Pero tú no vienes, no vuelas más sobre los campos. En vano mi corazón a la ventana de su dolor se asoma. Pasas de largo, como si el viento soplase sólo para allá. Pasa la mañana y no viene la tarde. Y el corazón se me cierra, como una mano sin nadie, el corazón se me cierra.

Nocturno salvadoreño

La noche era bellísima. Yo te quería. San Salvador brillaba entre las flores. Yo te quería. La Felicidad nunca tendrá tus ojos azules. Yo te quería. Dueña de los Crepúsculos. Yo te quería. Pastora de la Brisa. Yo te quería. Ruiseñor Malvado. Yo te quería. Espuma del Silencio. Yo te quería. Agua bajo los Puentes. Yo te quería. Olvida los cantos que te escribí. Yo te quería. Aun ahora, aunque sea tarde, y una paloma ciega vuele para siempre entre nosotros. Adiós a las bandadas, adiós al tesoro enterrado en tu infancia,

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adiós a las Hadas porque las Hadas no existen. Ya dije las cosas que dije. Por las que callo ha de crecerme musgo en la voz. Cuando termine de contar esta agonía, otro hombre se levantará de esta mesa. Tal vez él no recuerde. ¡Pero yo me acuerdo tanto! ¡Si supieras cuánto te recuerdo!

Serenata Íbamos a vivir toda la vida juntos. Íbamos a morir toda la muerte juntos. Adiós. No sé si sabes lo que quiere decir adiós. Adiós quiere decir ya no mirarse nunca, vivir entre otras gentes, reírse de otras cosas, morirse de otras penas. Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse, olvidando, como traje inútil, la juventud. !Íbamos a hacer tantas cosas juntos! Ahora tenemos otras citas. Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes. La lluvia que te moja me deja seco a mí. Está bien: adiós. Contra el viento el poeta nada puede. A la hora en que parten los adioses, el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas que vuelen sin cesar sobre tu sueño.

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Viento del olvido

Como a todas las muchachas del mundo, también a Ella, tejiéronla con sus sueños, los hombres que la amaban. Y yo la amaba. Pudo ser para otros un rostro que el Viento del Olvido borra a cada instante. Pudo ser, pero yo la amaba. Yo veía las cosas más sencillas volverse misteriosas cuando Ella las tocaba. Porque las estrellas de la noche ¡Ella con su mano las sembraba! Los días de esmeralda, los pájaros tranquilos, los rocíos azules, ¡Ella los creaba! Yo me emocionaba con sólo verla pisar la hierba. ¡Ah si tus ojos me miraran todavía! Esta noche no tendría tanta noche. Esta noche la lluvia caería sin mojarme. Porque la lluvia no empapa a los que se pierden en el bosque de sus sueños relucientes, y sus días no terminan y son sus noches transparentes. ¿Dónde estás ahora?

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¿En qué ciudad, en qué penumbra, en cuál bosque te desconocen las luciérnagas? Tal vez mientras escribo, estás en un suburbio, sola, inerme, abandonada... ¡Abandonada, no! En tu ausencia mi corazón todas las tardes muere.

Rosa única

La hierba crece ahora en todos los crepúsculos donde antes sonreías. La hierba o el olvido. Es igual. Entre mi dolor y tu silencio, hay una calle por donde te marchas lentamente. Hay cosas que no digo porque ciertas palabras son como embarcarse en interminables viajes. Para mi amor siempre tendrás veinte años. Mientras yo cante en tus ojos habrá agua limpia. Ya para siempre mi amor te circunda de cristal. Puedes morir mil veces. Inmutable en mi canto estás. Puedo olvidarte. Mas olvidada, resplandecerás. ¿Qué son las luciérnagas sino remotas luces que extintos amadores antaño encendieron? ¿Qué son sino carbones

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de hogueras que perduran, tras que sus caras y sus bocas se rompieron? Te digo que ni el rocío con tu rostro se atreverá No envejecerá la muchacha que, reclinada en mi sangre, un día miró una rosa hasta volverla eterna. Ahora la Rosa eterna está. Yo la distingo única, perfecta, en los jardines. Por las montañas y collados búscanla gentíos. Sólo mis ojos que tus ojos vieron, la pueden mirar.

Desengaños del mago A Jorge Zalamea

in memoriam

1. Yo vivía en una torre que custodiaban tardes de susurrantes collares. Yo acechaba a las caravanas que, al caer los crepúsculos, entraban en los patios polvorientas de azul. Yo jamás dormí. Tal vez dormí, tal vez soñé que un ruiseñor sediento secaba los mares. Tortugas sospechosas empezaron a seguirme.

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Yo en las tardes miraba flotar en los estanques ciudades de ojos magnéticos. Cada noche la marea depositaba en los árboles islas dormidas. Lucy sollozaba por los elefantes enredados en mi barba. Lucy era una gaviota. Yo era un cangrejo, un lirio, un árbol relampagueante.

2. Déborah: si alguna vez desciendes de los tejados, si alguna vez emerges de los cementerios donde vives, y cruzas (ave o demonio) por la Plaza del Oso, me verás bajo la lluvia esperándote. Porque amé tu calavera de conejo, amé hasta enloquecer tu rostro dañino. Déborah y yo cabalgamos sobre un escarabajo de ojos penetrantes y en días de tristeza recorrimos espejos, uniformados de azur. Déborah se mataba las pulgas mientras yo recitaba mis grandes cantos. Sólo una vez me permitió besarla. Fue en los jardines: la primavera silbaba su tonadilla. Ella movía la cola, azorada. Pero tan pronto la besé, sacudió el polen de su falda, aulló a la luna y huyó por los desfiladeros. Yo felizmente era un topo, dichosamente excavé un túnel. Yo estaba solo amancebado con la luna. Bien lo sabes, Déborah, mi araña incomparable, ¡Oh mi alondra! ¡Oh mi cítara enlutada!

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3. Antaño fui un mago melancólico, panteras invulnerables me seguían arropadas en sus sedas. Poblé los cielos de bondadosos monstruos. Yo tenía veinte años: el año empezaba. La abominable tripulación puso proa al paraíso. ¡Proa al paraíso, charcos de maldad! (" ¡Nunca te traicionaré! ¡No me rendiré mientras chapoteen las sirenas! -mentíale a mi musa".) Remonté ríos de erizados dientes. Era el tiempo humeante de mi generación. Todavía escucho gritar a los unicornios pisados por la multitud. El gentío himpla para que abdique. Pero yo no cambio de plumaje: me niego a iluminar con mi canto los fétidos establos de la noche. No más embustes: que el Poeta se quite el antifaz y muestre su pico afilado. Rabiosos ejércitos nos buscan. Mas yo vuelo hacia el futuro, yo anido en el pasado. Os prometo: una brisa de alondras refrescará el infierno.

4. Y llegó el tiempo del murciélago. En los caminos colgaron a los elfos. Pintarrajearon a las hadas antes de forzarlas. Fracasaron mis magias.

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Vagué por llanuras de trapo, Me hinché de moscas como un verano gordo, Estuve en Samarcanda, la de cabeza sumergida. Sólo insectos poblaban tu urbe, desesperación. ¡Oh desolado, sólo tu pueblo ciego te miró envejece. ante las murallas! Atravesé salones enjoyados donde el tigre husmeaba tigres gigantescos entre cuyas zarpas pasan ríos despavoridos. Huí de aquellas tribus. Llegué a Nínive, la de ojos sangrantes. La tarde era un pez de tetas fosfóricas: el río arrastraba imperios de oro danzante: yo mismo era una serpiente. Tuve suerte: me amamantó una hembra cuya gordura a los naturales aniquilaba. Yo saludo a la que me llevaba muérdago y ratones frescos a mi cubil, yo celebro a la que lamía mis cabellos Oh Nínive vestida con mi dicha.

Nínive de ojos inaccesibles.

Nínive de torres soñolientas.

Nínive donde queda mi corazón ardiendo.

Así empezaron los años de mis inolvidables desgracias, aquel amor que fue mi ruina.

5. Al salir me derribaron los coletazos del viento enloquecido por los piojos.

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Para vivir compuse canciones: la turba me arrojaba oro entre los barrotes. Ya era tarde. Enfermé. Agonicé en los bosques. Mi trono era la luna; mi cetro, el aullido del lobo. Peinábame el sol, adulábanme sus hipócritas vasallos. Recliné la frente en las catedrales. Caían las torres envenenadas Sangraban los obeliscos. El mar encaneció, las islas huyeron.

Vals gris

Las torres más valientes agachan la cabeza cuando el otoño llega con el plumaje acribillado. En otoño los árboles encienden sus ojos más tristes. Otoño sin embargo era cuando miré en tus ojos comarcas donde ardía otro sol. Agosto, el cojo malvado, escupía las ventanas; la niebla graznaba en los tejados. Pero nosotros caminábamos

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-oh praderas, oh puentes- por países de diamante. Tus veinte años saltaban como peces y el corazón merlín se me saltaba. En el palacio de las luciérnagas bailamos danzas desgarradoras. Hoy llega sin ti el otoño y sin ti los crepúsculos desalentados sólo saben ponerse sus viejos trajes. Los pájaros idiotas repiten verdosos las canciones de ayer. Lentas cruzan el cielo las tardes astrosas.

Pobre el mundo: sólo tú autorizabas lo maravilloso.

Vivir es largo. Ave carnicera es la Melancolía.

Vals verde

A Rubén Bonifaz Nuño, en memoria de los días que galopamos por los desiertos allá lejos. No viajaremos a países de cabellera incandescente. No partiremos, no saldremos de la ciudad ululante. Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo, vestidos de viudos, hemos de vernos.

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En las estepas de los gentíos me verás, te veré, nos veremos. Y alrededor de nosotros los recuerdos de pico ensangrentado. Las hélices amarillas del otoño degollando pájaros inocentes. Cierta tarde -cualquier tarde- en una esquina nos desconoceremos. Y por calles diferentes a la vejez nos iremos.

Dalmacia

Como Jonás viví mi juventud en el vientre de Dalmacia. Brisas eran mis cabellos, tifones mis cejas. En tu vientre más alto que Orión millones de estorninos revoloteaban. Yo me sumergía a buscar pececillos, recorría ramblas, penetraba a los iglúes a dormir con ondulantes hembras. El viento de marzo quiebra los frascos donde Dalmacia guarda nuestros fetos. Villanos: éste es el tiempo en que menstruan los años. Éramos felices: por nuestros anillos Saturno saltaba dichoso. Jaulas de alisios, auroras palpitantes Dalmacia me traía. Pero faltaron las brisas, las pestes

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despoblaron los mares. Bajo soles negros, la lengua seca, vagamos por océanos calvos. Dalmacia agonizante me vomitó sobre las playas, Yo quise besarla, hacia países verdes en brazos conducirla. Yo grité desde los acantilados: ¡Dalmacia, es difícil vivir! ¡Es difícil llevarse a los labios tazas humeantes de sueños! No me oía. Entre los témpanos nadaba para siempre neblina.

Eva

Entre todas las doncellas que pastan en los patios del Sofista ninguna más hennosa que Eva, Eva, la del cuello especialmente creado para ramonear hierba en otros planetas. Eva, ahora sólo eres un agujero donde el zorro esconde sus tesoros epilépticos. Eva, por tu anillo pasaban tiritando, el falo erecto, los planetas iracundos. Eva y yo a picotazos disputábamos los gusanillos de los años. Ustedes son jóvenes,

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ustedes nunca sabrán cómo era este poblado en el tiempo en que la ciudad vivía colgada del rabo de los purísimos mandriles. La corniveleta muchacha llegaba. Hervía la ciudad. En los billares pastan las calumnias, en los circos cacarea la arena. Me saltan las lágrimas cuando el Dandy me conduce a los balnearios donde Eva los obeliscos de nuestra pasión empollaba: Por las playas buscábamos delirios, quizás estrellas, megaterios.

Decenios recorrimos las arenas hasta reconocer tus ojos en una malagua. Eva: tu belleza ofendió a las matronas. El Inquisidor mandó desnudarte: en tus senos los alguaciles descubrieron huellas de los mordiscos del Giboso. El gentío aulló: esa misma tarde te condujeron a la hoguera. Desde entonces ardes y a veces en las noches me despiertan los chillidos de tu calavera azul.

Rumor en la nostalgia antigua

Cuando la luz cansada de embestir al día vara en los muelles su cadáver dorado, y está el silencio entre los ausentes y las golondrinas, poniendo huevos lentos, ¿vuelve el agua a los pétalos del rayo?

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¿torna el cristal a desplumarse en la azucena? ¿escuchas al otoño, bandada por bandada, aterrizar entre los resortes ruinosos del poniente, me oyes llegar pisando el olor que humea de las manzanas sumergidas, me escuchas...? Yo recuerdo que el día en que la luciérnaga se puso su anillo de barcos perdidos, el tiempo bajó a mirarte hasta las cosas mudas. ¿Quién se acordó entonces del rocío sujetando a las palomas ? ¿quién racimo de planetas enfermizos ? ¿quién soledad desfondada por los muertos? ¿ quién cuchillo afilado en la luna? Era el mes de las olas arrodilladas esperando tu corona. Era la mitad desde el plumaje deshecho de la tarde, desde las corrientes, desde el olvido. Y ahora estoy en medio de los meses invadidos entre las finales cáscaras del día!; oigo que te pones el vestido sucio de un fantasma, siento que un sol ciego te llueve con plumas aguas, y ya no te conozco. ¿Quién, pues, eres tú que desaguas eternamente al otoño con tu cubo ? ¿quién que enroscas tu barba al horizonte? Ésta es la hora en que la luz se arranca las pestañas tirita el lirio en la cama polvorienta del relámpago, viaja el toro al dorso del bramido. Ésta es la hora en que a tu isla de párpados recién cernidos llega la lluvia desangrándose de ruiseñores. ¡A ver la niebla, que él está mirando! ¡A ver la hierba, que yo no tengo la culpa que empañe el paisaje como un vaso! ¡Ah, combatiente, qué dirías si vieras el resplandor que te encuaderna las entrañas! ¡Ya no es posible que no sepas que tus dedos emergen de los golfos trayendo aquí

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todos los días una flor de luz petrificada! ¡Ya no es posible, ni tampoco quiero, que mi corazón se vaya en el carruaje amarillento de las hojas! Mas no lloradlo. A Él lo construye perpetuamente el agua. En el principio, cuando la lágrima vuelve a su trono transparente, lo edifica el viento que borra los sepulcros. ¿Qué lo han visto en los malecones por donde llega el otoño, de jazmín en jazmín desde el fondo de la tierra? Levántate, las gentes no quieren creerme que por todas partes limitas con el alba, que estás en la gota donde, ya en ruinas, agitando los brazos se despide el horizonte...

Voy a las batallas. Sed felices para que yo no muera

América,

aquí te dejo.

Me voy a las batallas.

Luchar es más hermoso que cantar.

Yo te digo,

a pesar del dolor,

a pesar de las patrias derrumbadas,

ama a los gorriones.

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Yo sé que es difícil

hallar entre las tumbas un lugar para la risa.

Yo mismo, a veces, caigo,

y el viento

levanta mi cara como una alfombra rota,

pero aun en las celdas,

bajo la lluvia,

yo no perdí la fe.

Amigos,

aunque os golpeen,

jamás perdáis la fe;

aunque vengan días sucios,

jamás perdáis la fe,

aunque yo mismo os ruegue de rodillas,

no me creáis,

amad la vida,

¡guardad rocío

para que las flores

no padezcan las noches canallas que vendrán!

Sed felices, os ruego,

salid de los cuartos sombríos,

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sed felices para que yo no muera.

Yo no escribí estos cantos

para dar espuma a las muchachas.

Yo canté porque los dolores

ya no cabían en mi boca:

yo siempre estuve aquí

peleando con mastines de pavorosa nieve;

conozco todas las caras,

he visto a los deudores tratando

de meterse en sus zapatos cada amanecer.

¿Dónde no estuve?

¿En qué pantano no bebí?

¿a qué pozo no rodé?

Ay, a mi alma caían las cáscaras

que amargas cocineras pelaban.

Amigos: en mi corazón jamás reinó silenció,

yo oí todas las voces,

escuché a las sábanas quejarse,

supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza,

y cuando no llegó a tiempo el único pie del cojo,

y canté, América, los dolores,

y recliné en ti mi cabeza.

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Más ahora digo:

degollad la tristeza,

cantad frente al mar.

Dadme la mano, amigos.

Amo la tierra flaca

que me siguió cojeando a los destierros.

No quise confesarlo antes.

Era difícil,

me ahogaba el esqueleto,

el aire me dolía,

la voz me llagaba

pero ahora te amo.

no soy herrero,

ni jinete, ni sembrador.

Yo sólo sé cantar, pero te amo;

¡también la aurora se construye con canciones!

Amigos,

os encargo reir!

Amad a las muchachas,

cuidad a los jazmines,

preservad al gorrión.

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No me busquen amargos en la noche:

yo espero cantando la mañana.

Un gran viento se levanta.

Hay demasiado dolor.

Un gran viento se levanta.

He visto arder extraños ríos.

Un gran viento se levanta,

preparad la hoguera,

preparaos.

Aquí dejo mi poesía

para que los desdichados se laven la cara.

Buscadme cuando amanezca.

Entre la hierba estoy cantando.

Alta eres América

Alta eres, América,

pero qué triste.

Yo estuve en las praderas,

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viví con piedras y espinas,

dormí con desdichados,

sudé bajo la nieve,

me vendieron en tristísimos mercados.

!En tu árbol

sólo he visto madurar gemidos!

Bella eres, América,

pero qué amarga,

qué noche, qué sangre para nosotros.

Hay en mi corazón muchas lluvias,

largas nieblas, patio amargo;

la pura verdad, en estas tierras,

uno a veces es tan triste

que con sólo mirar envenena las aguas.

Alta eres, bella eres,

pero yo te digo:

no pueden ser bellos los ríos

si la vida es un río que no pasa;

jamás serán tiernas las tardes

mientras el hombre tenga que enterrar su sombra

para que no huya agarrándose la cabeza.

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Entonces,

?de dónde trajeron los poetas

la guitarra que tocaban?

Yo te conozco,

dormí bajo la luna sangrienta,

despintaron mis ojos las lluvias,

quedéme al fin moribundo:

el cruel atardecer

me dio su enredadera de pájaros violentos;

en salvajes llanuras

destejí con mis manos implacables tinieblas,

en las casas entré y en las vidas,

pero jamás vi una sonrisa habitada.

Pregunté por la Alegria.

No respondió nadie.

Pregunté por la Felicidad.

No respondió nadie.

Pregunté por el Hombre.

No respondió nadie.

Tu corazón estaba obscuro al fondo de la noche.

?Qué quieren, pues, que cante?

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Ya se quemó el pez en las sartenes,

ya caímos en la trampa.

Por favor, abran las ventanas.

Aquí el pájaro no es pájaro sino pena con plumas.

Palabras a Nicolás Centenario

En el principio el hombre abandonaba a sus muertos. Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas. En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos. Inventó el alma. Por esos estoy aquí Aventando palabras contra el cielo indiferente. En el parque, tu hija juega. Escritor y poeta La vida pasa tan rápido que una de estas tardes regresará hermosísima mujer. Nicolás, deberíamos tratar de decir la verdad. Porque en estos tiempos adolescentes áureos combatían en el horror de América. ¡Más que la metralla los diezmaban los sueños! Hermosos nacían a la muerte. Nosotros tatuábamos poemas olvidables en cuerpos olvidables de mujeres olvidadas. En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestro fracaso bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente. El Che llevaba en su mochila versos de León Felipe y Javier Heraud también versos en su chaqueta. El impiadoso río Madre de Dios arrastró su juventud acribillada. ¡Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios! ¡Imposible erigir otro mundo

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sin desembar (sic) en las islas vistas en sueños! ¡Una revolución que sólo es una revolución no es una revolución! Hay que derribarlo todo. No permite que retoñe de nuevo esta realidad. Impedir que vuelvan a existir esta vida, esta agua, esta patria, esta luz, este amor, este futuro, este sol! ¿Quién podría absolvernos? Un ígneo poema nos rescataría. Pero no pronunciamos la Palabra. En el parque tu hija juega. Regresará hermosísima vida. ¿Y qué? La vida vale la pena. Estoy alegre, estoy árbol, estoy relámpago, estoy luz. El hombre que está más cerca de su muerte que de su nacimiento necesita urgentemente ser feliz. Hace cincuenta mil años comencé a grabar este poema. Por eso aviento estas palabras contra el cielo indiferente.

El desterrado

Cuando éramos niños, y los padres nos negaban diez centavos de fulgor, a nosotros nos gustaba desterrarnos a los parques, para que viéramos que hacíamos falta, y caminaran tras su corazón hasta volverse mas humildes y pequeños que nosotros.

Entonces era hermoso regresar!

Pero un día parten de verdad los barcos de juguete, cruzamos corredores, verguenzas, años; y son las tres de la tarde y el sol no calienta la miseria.

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Un impresor misterioso pone la palabra tristeza en la primera plana de todos los periódicos.

Ay, un día caminando comprendemos que estamos en una cárcel de muros que se alejan...

Y es imposible regresar.

A César Calvo agradeciéndole que esté aquí

En el principio el hombre abandonaba a sus muertos. Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas. En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos: descubrió la poesía. Por eso estamos aquí, aventando palabras contra el cielo indiferente. Cecilia, mi hija, juega con sus años: cuatro guijarros de colores. La vida pasa tan rápido, César, que una tarde la miraremos salir para el parque y regresar hermosísima mujer. Así es, César, la vida huye tan rápido que uno de estos días deberíamos tratar de decir la verdad. Por favor, qué ocurrencia. ¡El mayordomo tiene órdenes estrictas de tirarle la puerta al pasado!

Porque jóvenes aúreos, en las breñas del horror de América combatían entonces por un mundo más bello. Mortalmente heridos caían más que por la metralla llagados por sus sueños. Hermosos nacían a la muerte.

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Mientras nosotros tatuábamos poemas olvidados en cuerpos olvidados de mujeres olvidadas. En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestra melancolía bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente.

Lenín no apreciaba a los poetas: cortó groseramente un poema de Maicovski. Vladimir Maicovski se mató. Pero Lenín se equivocaba: el Che llevaba en su mochila acribillados versos de León Felipe y Javier Heraud llevaba una carta tuya en su chaqueta. El impiadoso río Madre de Dios arrastró su cuerpo, tu cuerpo, mi cuerpo, nuestra acribillada juventud, todo. Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios. ¡Imposible erigir un mundo nuevo sin desembarcar en las Indias entrevistas en nuestros sueños! Una revolución que sólo es una revolución no es una (revolución. ¡Hay que volcarlo todo, hay que quemarlo todo, hay que arran- (carlo todo! No permitir que vuelva a retornar jamás la misma realidad, la misma familia, la misma agua, los mismos padres, la misma luz, la misma patria, el mismo futuro, la misma tristeza, la misma religión, el mismo sol!

¿Quién se atrevería a absolvernos? Un inmortal poema nos absolvería. Pero los años han pasado y no hemos mencionado la Palabra Ígnea.

La vida es tan fugaz, César, que una de estas tardes saldrás a comprar cigarros y regresarás a contar chistes en nuestros velorios. Y ahora sí te acepto un pisco. Porque a pesar de esta tristeza, la vida vale la pena: estoy alegre, estoy árbol, estoy exaltado, estoy con mis amigos, estoy relámpago, estoy luz. Porque el hombre que está más cerca de su muerte que de su nacimiento necesita urgentemente ser feliz.

Hace cincuenta mil años, en la piel de las cavernas, comencé a grabar este poema.

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Por eso estoy aquí aventando palabras contra el cielo indiferente.

Una canción para mi abuelo Abuelo: Tú nunca fuiste feliz. Temías que el viento desbaratase tu corazón de ceniza. Te recuerdo una tarde negra, diciéndome con voz blanca: ojalá no seas, como yo, un hombre triste. Abuelo: la vida te parecía un pozo de malos sueños. Cuando pensabas en la abuela te quemaba una hoguera sin luz. Y Juan el herrero, y Pedro el sembrador, (pájaros huesos con quienes conversa tu lengua de hierba), también creían que la vida es un sueño confuso. ¡Qué lástima abuelo, que no supieras que la vida tiene otro color! ¿Me oyes, me escuchas? La tristeza va a morir. Ahora cuando la alondra surca el cielo, algo rosado empapa el alma, porque el ave viene del color que tendrá la vida cuando los humillados alcen la cabeza y partan la dicha

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en pedacitos que alcancen para todos; ¿Me oyes, me escuchas?, ardiendo está el mundo donde te ahogabas. Perdona, pues, si te dejo, pero me llaman, necesitan mi mano para formar una ronda alrededor del mundo. Más luego volveré. Cuando la Libertad abra sus alas sobre mi país desesperado, volveré. Volveré con todos los nietos del mundo en primavera, y abuela y María y Paloma, todos los días vendremos a regar la parcela de alba que nos toque.

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«Sobre la irrealidad total, he puesto la realidad absoluta»

Entrevista a Manuel Scorza

José Julio Perlado

Esta entrevista se realizó en Madrid, en noviembre de 1979, en dos momentos distintos: en el domicilio en el que el escritor peruano se encontraba de paso —primer día que nos vimos— y en un hotel, a punto ya de salir de España. (Scorza murió en un accidente de aviación, unos minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Madrid, el 27 de noviembre de 1983). En ambos encuentros madrileños recuerdo a un Manuel Scorza cordial y nervioso, impetuoso, intrigado de que alguien le fuera a buscar en Madrid siguiendo sus obras, anotando al margen de ellas personales observaciones. El periodista y autor de estas entrevistas siempre tuvo ese hábito de las lecturas anotadas, tan eficaz para el quehacer intelectual. (En la presentación a "Aproximations", de Charles du Bos (París, Ed. Fayard, 1965) —magníficos ensayos y "acercamientos" críticos a temas y hombres de la cultura—, André Maurois recuerda que Du Bos llevaba siempre,"en el bolsillo interior de su traje, varias docenas de lápices maravillosamente afilados. Se le veía en Pontigny anotar un libro a mano, utilizando uno de esos lápices de punta muy fina, subrayando lentamente páginas enteras" (Maurois, A.. Introducción a "Aproximations" de Du Bos, pág. 15). Muchas de las entrevistas recogidas en este volumen (*) fueron preparadas con un seguimiento de las obras de los entrevistados, con la atención de la lectura y los útiles de trabajo afinados —es decir, a través de esas anotaciones-, y a la vez, con un seguimiento intelectual de las personas. Guy Sorman, en su libro de entrevistas Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo (Barcelona, ed. Seix Barral, 1989), evoca cómo "la larga tradición que encontramos tanto en la Europa de la Edad Media como en el Asia clásica requería que el aprendiz, colegial o novicio, recorriera largas distancias para ser instruido por algún maestro lejano" (Sorman, pág. 5). Podríamos decir que a todos los personajes de este libro se les fue a buscar voluntariamente, y nunca sugeridos ni empujados por ningún director de medios de comunicación. El mapa de estos recorridos es un mapa cultural, de afinidades personales y de pulsos intelectuales propios. Así ocurrió con Scorza como con tantos otros. El pálpito escondido de la violencia y de la rebeldía política en él era latente. Rafael Conte, entre otros, ha estudiado bien el tema de la violencia en la literatura hispanoamericana (ver "Lenguaje y violencia", Madrid. Ed. Alborak, 1972). Manuel Scorza llevaba en sí, como un resorte comprimido que saltaba en los motivos de sus obras de creación, esa llama agitada de la violencia. Figuraba lógicamente entre la larga serie de entrevistas "Los escritores frente al poder" (Barcelona. ed. Caralt, 1975). En este libro, Scorza (págs. 242 a 250) va acompañado de nombres como el de François Mauriac (pág. 136 a 144), Carlo Levi (págs. 251-252) o Heinrich Böll (págs. 116 a 123) entre muchos otros. Los escritores y el poder establecido, sea cual sea, han sido tratados por muchos autores. (Víctor Mora, por ejemplo, en "Converses a París". Barcelona. Ed.

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Bruguera, 1969, entrevista sobre el poder y otros temas a Neruda, Miguel Ángel Asturias o Jacques Prevert, entre otros). Todos estos aspectos surgen a la hora de convocar aquí el encuentro madrileño con el peruano Manuel Scorza. Le veo aún abriéndome la puerta de aquel piso en el madrileño barrio de Salamanca. Le oigo luego ante mí en aquel restaurante de un Hotel en la calle de Cea Bermúdez. Veo, oigo, revivo a Manuel Scorza. Y de pronto, en el aire, despegando de un aeropuerto desconocido, un avión viene y en él viaja la Muerte. Es un avión vacío, un aparato previsto para estrellarse, aunque aún no es su hora. Ese avión vuela y vuela, escapando de toda pantalla y huyendo de todo controlador. Es ese avión que no conoce Scorza, que no conozco yo. Habla y habla el peruano. A la hora exacta —cuatro años después—, el avión se posa. Nos despedimos. Se abrirán las compuertas, las fauces. Lleno de vivos, el avión despega. Ultimo segundo de Manuel Scorza. No lo ví más. Encima de esta conversación nuestra, tras el estallido, la desintegración —ésta que aún sigo oyendo— de su ruido pulverizado. En aquel avión colombiano murieron, además de Scorza, los escritores Jorge Ibargüengoitia (mejicano), el crítico uruguayo Ángel Rama y la escritora argentina Marta Traba. Todos viajaban al I Congreso Internacional de la Cultura que se inauguraría el 29 de noviembre en Bogotá.

—En su biografía como poeta social, influido por Cesar Vallejo, ¿qué cree usted que le ha quedado más impreso en su carácter de escritor, tanto en la poesía como en el espíritu de los libros?

—En primer lugar, yo creo que no se puede decir que yo sea un poeta social. Lo que ocurre es que en mis libros más importantes en el campo poético, un libro de amor como Los adioses, pero sobre todo, un libro sumamente complejo y sumamente extraño y hermético, que se llama El

Valle de los Reptiles, que publicó la Universidad de Méjico, yo escribí una serie de poemas impregnados de rabia por la desesperación peruana de hace veinte años, cuando había una dictadura militar, la del general Odria, y esos poemas, que recibieron el Premio Nacional, se llamaban Las Impetraciones. Luego, escribí otros libros que tampoco son de poesía social, que se llaman Desengaños del Mago, y otro, Réquiem por un gentilhombre, y todos estos libros los ha reunido la Universidad

de Méjico en un tomo. Muchos piensan que yo soy mejor poeta que novelista, cosa en la que yo discrepo. Espero que pronto en España se publiquen también.

—¿Qué le ha podido quedar de Arguedas, el novelista peruano?

—Creo,que hay que explicar el contexto de las novelas que se escriben en torno al Planeta Indio, al mundo indio. Hay muchos malentendidos.

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Durante tiempo hubo el malentendido de los blancos que escribían novelas sobre los indios sin conocerlos, es decir, desde fuera. Como existe toda una literatura de viajes europeos que fueron al Africa, al Asia, sin conocerlo. Pero hay un conjunto de testimonios artísticos que son sumamente escasos, y que van desde la conquista a través de crónicas, como la de Gugman Iomar, o hasta la época moderna, que se escriben los libros del interior de la sociedad indígena. En ese caso, el primero fue Arguedas, y, el segundo, pienso que puedo ser yo.

—En todo caso, la pregunta viene de un periódico, "Informaciones", en donde habla usted de Arguedas, que es prácticamente desconocido en España...

—Yo lo considero el más grande novelista peruano.

—Una cosa que me ha sorprendido e intrigado, y he intentado explicármelo a mí mismo, es por qué, de entre sus novelas, cinco son Baladas y tres son Cantares.

—Bueno, eso son accidentes de ruta, porque este conjunto se ha ido haciendo partiendo de un plan inicial y los nombres han ido cambiando. En realidad yo les quise poner Cantares pero hubo un error de imprenta que continuó manteniendo el nombre de Cantares y Baladas; en realidad todo esto pretende ser cantares de gesta, cantares épicos y actualmente hay un nuevo titulo para la serie: se llama La guerra silenciosa y consta de estos cinco libros, que reflejan cinco momentos precisos, y han sido calificados como libros políticos porque se los ha leído mal, ya que han tenido un impacto sobre la política peruana muy fuerte. Han hecho que intervenga el gobierno en diferentes oportunidades. Porque el general Velasco fue obligado a liberar a Chacán y pedirle disculpas y porque el Presidente Morales hizo uno de sus primeros Consejos de Ministros en el pueblo de Rancas. Esto ha impedido que se vea lo que es. Son fundamentalmente libros, y esencialmente lo que constituyen es una gran operación onírica y mítica, que tiene su conclusión y su despertar en La Tumba del Relámpago.

—¿Cuál podría ser su visión sobre la novela indigenista?

—En realidad, yo creo que la definición de la novela indigenista es un mal calificativo. Es como si yo dijera novela españíolista, cosa que sería absurda, o novela torerista. Es una cosa un poco despectiva para reducir. Hay racismo en literatura.

—¿Cuáles son las características líricas de ese tipo de novela?

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—Bueno, yo insisto en que debe eliminarse la palabra indigenista, porque es un error de base. Por ejemplo, los libros de Arguedas cuyo tema profundo fundamentalmente es el ser humano, y, singularmente, la búsqueda del padre, son de nivel dostoíewskiano. Por eso, el continuar enfocando la novela de esa forma, la conduce a una forma de racismo literario, ya que en realidad, no se puede ignorar que se la ha querido liquidar colocándole ese tipo de cosas.

—¿Qué papel desempeña lo épico para usted, qué se plasma más en La Tumba del Relámpago?

—Yo considero que La Tumba del Relámpago es el libro épico en el sentido más profundo de la palabra, es el más maduro, y quizá, mi mejor libro. Ahí, los personajes han llegado a acceder a lo épico, pero partiendo de la novela lírica y onírica; todo está al servicio de la tragedia; es una tragedia la que se pinta allí en términos clásicos.

—Está el tema de la tejedora, y al no ser yo peruano, hay para mí cosas apasionantes. Primero, ver lo mítico en todo el pasado peruano y en las diferentes culturas. Igual que está el tema del pájaro. ¿La tejedora está relacionada con evocaciones de la cultura?

—No está relacionada. El tema de esta tejedora yo no se lo puedo explicar y no lo puedo hacer porque es muy complicado para mí. Pero sí me gustaría, porque es lo más importante de la novela; porque ¿cuál es la característica fundamental de La Tumba del Relámpago? Más adelante, en determinado momento, los personajes descubren que son personajes tejidos, descubren que son personajes que han estado existiendo, no en la realidad, ni siquiera en un libro, sino en un tejido desde el comienzo, a través de todos los libros, por esta tejedora; de tal manera que El redoble por Rancas, El jinete insomne, Garabombo, el invisible, Cantar de Agapito Robles... han sido libros que han sido imaginados y tejidos por la ciega. Y éste es un hecho que permite que La Tumba del Relámpago cambie la lectura de los cuatro libros anteriores; por eso cuando usted lee La Tumba del Relámpago ve los libros anteriores como ilusiones de ilusiones, como espejos mirados por otro espejo; porque la ciega es la fatalidad, la mano que ha ido conduciendo a los hombres a través de todas las historias. ¿Con quién habla un ser humano?, un hombre ¿con quién habla?. No habla con el hombre que está enfrente de él, habla con otro hombre; habla con el fantasma de su padre, habla con el fantasma de su madre; habla con los antecesores que están a través de él, influyendo en su mente, en su sueño.

—Como verá, he intentado ir a lo importante.

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—Lo que pasa es que usted mira las novelas con el deseo racional de encontrar una explicación racional, y estas novelas son viajes en el inconsciente, en lo onírico; y no tiene que ver nada con la realidad y con la lógica. Anule todo tiempo. Es totalmente imposible establecer una cronología en estos libros porque no existe el tiempo. O está parado. Son libros atemporales. Y dentro de esta estructura que está fuera del tiempo, se dan todos los acontecimientos, y muchas veces los acontecimientos retroceden hasta 1705, a 1520 , o avanzan hacia el futuro; avanzan mucho ya, hacia el año 2000, 2030, 2040; y en El jinete insomne los calendarios enloquecen; se pierde toda la noción del tiempo. Usted quizá ha pensado que este libro está malogrado porque La Tumba del Relámpago es una entrada de una lógica paralela a la gran traes onírica, que es la principal; puesto que para mí, el personaje Maca Maco es ese personaje que plantea la imbigüead entre el hombre y la mujer. Paralelamente a esto se da una historia en la cual puede asentarse la realidad, la lógica, que es la historia del general Ledesma, la historia de un hombre como usted y como yo, instalado en la realidad. No es un hombre que delira, es un hombre racional.

—¿Qué importancia concede usted como escritor a la fábula popular?

—Bueno, no existe prácticamente fábula popular en mis libros, porque no se puede hacer fábula de una complicación intelectual tan compleja como la que existe, por ejemplo, en La Tumba del Relámpago.

—¿Por qué esa pregunta de la importancia del cuento folklórico? Porque leo en Lenguaje y violencia que habla de una serie de escritores y del cuento folklórico; por eso, como tengo al autor delante, querría saber si se contradice o no, y, esclarecer esto. ¿Qué es para usted lo mágico?

—Para mí no existe lo mágico, existe lo onírico. Yo cuando escribo los libros no me propongo crear magia —palabra peligrosa—, trato de soñar la historia, de verla, de sumergirme en busca de las grandes profundidades oníricas.

—Yo, esto, se lo pregunto en el sentido, por ejemplo, de lugares, ciudades y pueblos; realmente es elemental porque viene en los mapas.

—Me alegra mucho que haya ido a los mapas, porque usted tiene ahora la verificación de que todos los lugares donde existen estas novelas tan fantásticas son lugares reales; lo que es que yo he alterado la geografía imaginativa de esos lugares, pero sí existen; incluso están minuciosamente descritos. Si algún día se le ocurriera a un cineasta ir cámara en mano, encontraría todos los lugares, porque los he mantenido siempre; he

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mantenido ropas, etc., es decir, que sobre la irrealidad total he puesto la realidad absoluta.

—He anotado aquí "plazas", plazas de capitales donde estaba todo lo oficial, como "plazas" de pueblo. A los incendiarios de Relámpago se les aparece el fuego, la danza... ¿Qué es para usted el fuego?

—El fuego es un elemento central en la obra. Hay dos elementos básicos en mis libros. Están los elementos centrales; aparece, por ejemplo, el agua: el agua en los libros se paraliza. Las lluvias dejan de caer; los lagos se convierten en mares. Ahora, frente al agua que se detiene, —en este caso es el malestar de la naturaleza—, frente a ese elemento que se para hasta convertirla en un antiguo mar sobre el cual van a ir barcos, en los cuales van las tropas que han masacrado las comunidades, después, caminando en el agua, irán las madres, quejándose, llorando. Frente a este elemento paralizado, surge otra parte, que es el fuego. El fuego es la vida en todo el libro. El fuego es en Cantar de Agapito Robles el símbolo de su desesperación, de la desesperanza. Frente a eso, aparece el aire —primera vez que me doy cuenta—, por ejemplo: los hombres pájaros. Y en unas novelas aparece el fuego de una manera especial; es más, el momento capital de estos cinco libros, es el momento en el que Remigio quema la Torre del Futuro; porque en ese momento rechaza conocer el porvenir; se niega a conocer el porvenir y quema el pasado, y el olor y la podredumbre lo hubieran matado si es que no surgieran de pronto generaciones —como yo digo—, generaciones de milenios, de aromas de rosas que lo rescatarán y salvarán; pero él quema y destruye todo. También es el momento para él de absolverse del pasado y de limpiarse. Están también los dos hermanos, Maco - Maca, esos bandidos tan inquietantes de los libros, y al final, Roberto Albornoz —que es un hombre que existe también—, se incendia vivo y no se da cuenta. Y finalmente, Maco se transforma en señorita Maca, porque ella también es quemada; es cuando el fuego la perdona y la absuelve, es cuando ella se transforma en una santa, porque en medio de las cenizas de esta defunción final apocalíptica, ha quedado el cuerpo de ella muerto, pero en actitud de rogar; y de ahí viene el misterio. Están los elementos esenciales: fuego, aire, tierra. La tierra también enloquece. Por ejemplo, en el cerco de Redoble por Rancas empieza a engullir la tierra. Luego está el combate, por ejemplo, de los leones; esos cerros que chocan y se entrechocan en los tejidos, mirando algo que les produce tanto horror que no consiguen verlo.

—Sobre el combate de los cerros yo había anotado: "El Dios Huiracocha" que cuida las almas de los montes. Como el "Pájaro en nube", como "Las lágrimas en los ojos", "El ojo que llora" todo viene —naturalmente usted lo sabe mejor que yo— de los mochícas. (12)

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—Si me permite, lo que quiero decirle es que en la medida en que yo soy peruano, —y un peruano de sangre indígena y un peruano que se ha educado y pasado su infancia bajo el fervor de la educación clásica en los Andes y que ha vivido en esas zonas—, soy un hombre integrado al imaginativo colectivo de América Latina; por eso es muy natural que a través de mí surjan una serie de cosas y creencias que yo mismo puedo no conocer. Por ejemplo, le diré que en al pueblos los campesinos siguen celebrando dos entierros; uno, que es el velatorio del hombre cuando muere, lo velan la noche; pero luego celebran otro velatorio cinco días después, y ése es el verdadero; en el primero no se llora; en el segundo, sí; porque en el segundo los hombres esperan que el alma retorne, y es al amanecer del quinto día cuando lloran desesperadamente porque no retorna. ¿Por qué esto?; porque en la antigüedad se creía que al quinto día el alma podía volver. Pero eso no lo saben ellos, siguen los gestos mecánicos.

—A mí me ha sido fácil sacar esto estudiando las culturas peruanas.

—Pues lo ha estudiado usted muy bien. ¿Sabe usted lo que a mí me parece, que es un novelista como puedo ser yo, o un novelista como Arguedas?. Somos como hombres que estuviéramos soñando en una noche que ha pasado hace cien, doscientos o trescientos años, y, de pronto, nos hubieran despertado y hubiéramos empezado a hablar. Y este discurso completamente delirante y completamente desmesurado son nuestras novelas. Por lo menos lo son algunas páginas de las mías.

—Me ha interesado mucho el tema del paralelismo del campesino y el tema de las minas. De tal forma que he buscado la diosa de las minas. Yo diría que en La Tumba del Relámpago la mina tiene más importancia que el campesino, mientras que, en otras novelas aparece más relevante el campesino. Elementos los dos de la misma zona.

—Usted lo ha observado perfectamente. Porque el elemento de los mineros que transitan La Tumba del Relámpago, constituyen ese proletariado sino en el cual un personaje, el general Ledesma, está pensando sentar las bases de un movimiento revolucionario. Parece una novela más contemporánea La Tumba del Relámpago.

—Esa fusión entre lo onírico y real, y el descenso en la historia, en los hechos históricos, aunque sean atemporales, es lo que le da gran calidad.

—Cuando usted abre textos históricos documentados aparecen fechas. Eso se publicó en periódicos peruanos: fechas, nombres, que se pueden ubicar muy precisamente. Demuestran que el autor estuvo allí, con sus papeles.

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Porque yo intervengo como personaje, pero intervengo de manera muy recatada.

—El motivo irónico —paradójico para mí, como lector—, otras veces es sarcástico. En los capítulos 50 y 55 la ironía ya empieza en el título.

—En todos estos libros hay una ironía y un humor constante; es la pereza de los críticos que han presentado estos libros, y, que los han presentado mal. Porque ante todo, estos libros son muy divertidos; hay humor de manera permanente.

—He leído las tribulaciones (primera, segunda y tercera Tribulación) que para mi tienen un carácter casi humorístico. ¿Y por qué he escogido el capítulo 52? Porque Ledesma no acepta "el ojo por el ojo y diente por diente", pero tampoco pone la otra mejilla. No tiene la misma ironía que los demás.

—Es que los libros tienen un aspecto muy simple, pero son muy complicados.

—Sobre su lenguaje, a mí me ha alegrado, esa es la palabra que puedo decir, me han encantado cosas que yo he leído de La Tumba del Relámpago, fusiones de palabras, casi invenciones de nuevas palabras que son como una frescura...

—Me alegra mucho que usted lo diga, porque es el primero que me lo dice entre las personas que me han entrevistado, eso de que hay también una renovación formal en un nivel completamente nuevo. Hay palabras que están fuera del sentido de la lengua que estoy transformando, el español: inventando palabras, poniendo sustantivos en lugar de verbos, cambiando los verbos a otro tono, uniéndolas, haciendo frases en diferente estilo.

—Hay en usted una determinada construcción del párrafo; por ejemplo, poner en futuro oraciones y al mismo tiempo colocar una coma y el diálogo, y seguir en pasado. Querría preguntarle sobre su lenguaje y si puede haber alguna relación con el lenguaje indio o quechua.

—Actualmente el lenjuaje en el nivel literario ha llegado a rebasar las normas esenciales de la lengua. Porque actualmente existe un afán revolucionario muy profundo en el idioma; este es un libro en el que la violencia del texto es tal, que él mismo ha alterado las palabras; el fuego ha cambiado el orden. Hay un origen quechua, no hay una forma quechua. Sobre mi español quechuizante, he instalado una estructura de escritor

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extremadamente revolucionaria; esta estructura en las palabras ha logrado crear una fórmula que es absolutamente detonante desde el punto de vista del idioma. Yo estoy haciendo uso de nuevas invenciones, estoy uniendo palabras nuevas , por ejemplo, digo: soli-neva- ...; o junto cinco o seis verbos.

—¿Se inserta de algún modo lo poético en su narrativa?

—No solamente se inserta sino que es básica. Se inserta en la visión poética y en el lenguaje. Hay cosas que son prácticamente poemas, diría que casi surrealistas; cosas que se pueden leer completamente aisladas. Yo considero que la poesía es un elemento absolutamente fundamental en la novela y que las grandes novelas del mundo han sido siempre poéticas. El Quijote es una novela esencialmente poética; incluso cuando se habla de novela fantástica latinoamericana, la gente olvida el capítulo de Clavileño. Faltó muy poco para que ellos fundaran la novela fantástica latino-americana; para mí la novela está unida a la poesía; es esencialmente poesía.

—¿Hasta qué punto la mezcla de palabras le cuesta? ¿O le es fácil a Manuel Scorza hacer esto?

—Me vino naturalmente la tensión de los materiales narrativos en algunos momentos, que es tan poderosa... Me había propuesto renovar el lenguaje, porque yo más bien tenía un lenguaje clásico. En algunos instantes de la narración, la tensión emotiva del contenido literario era tal que no cabía en el lenguaje tradicional, y que no cabía en las palabras absolutamente. Por ejemplo, era imposible relatar algunas escenas al mismo tiempo con pudor y con violencia, con palabras normales del español; para relatar algunas escenas, había que contarlas, al mismo tiempo, con terrible verdad y con pureza absoluta; las palabras del idioma, tanto del español, como del latinoamericano, eran inapropiadas, y tuve que inventar ese capítulo: cerca de cuarenta o cincuenta palabras que figuran en ese capítulo tan corto.

—Pero esto es muy valioso, porque estamos hablando de temas que no han sido tocados. Ante la violencia física la injusticia, o la opresión a través de su narrativa, ¿cree usted aportar soluciones concretas como Arguedas, o remitirse sólo a la denuncia de esa violencia, denuncia que ya de por sí es una solución? La prueba es que no he conocido a ningún escritor que a través de sus obras haya conseguido, con esas mismas obras, renovar la propia violencia de la vida, hasta obligar a un Presidente a hacer un Consejo de Ministros...

—Le entiendo perfectamente. En primer lugar, yo no diría denuncia, porque es una palabra muy gastada. Yo diría exposición dramática de una

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situación trágica; yo creo que me he quedado en esa primera parte, y que mis novelas no plantean una solución, porque proponen una solución actual en este instante de confusión de ideologías de izquierdas, de derechas y de centro, porque hay algo que no se sabe a dónde va en este momento, es una cosa muy delicada. Es en ese instante cuando el escritor debe tener humildad frente a la realidad misma; creo que las soluciones vendrán mejor propuestas por los ideólogos, porque la realidad corregirá la teoría; yo confío mucho en el fracaso de las políticas; porque las políticas fracasan frecuentemente y crean situaciones totalmente nuevas.

—Me alegro que haya dicho esto porque aquí hace exposición-denuncia de los oprimidos y los olvidados.

—Estamos en la misma línea. Lo que ocurre es que en algunos casos la mera exposición dramática de la situación es ya explosivamente revolucionaria y provoca consecuencias en la realidad. Ahora hay otro hecho importante en mi libro. Yo he dotado de una memoria a los oprimidos del Perú, a los indios del Perú que eran hombres invisibles de la historia, que eran protagonistas anónimos de una guerra silenciosa, y que tienen hoy una memoria: poseen estos cinco libros en los cuales pueden apoyarse y combatir. Tienen esa memoria, está dada ya irreparablemente y no se podrá borrar nunca, porque la han adoptado incluso los pueblos en combate; ese es uno de los hechos más emocionantes para mí como escritor. Incluso le diré una cosa: hay grupos políticos en el Perú que han incluido en su ideario el hecho de que sus luchas están contadas en estos libros; es algo, yo diría, sin precedentes. Al mismo tiempo, estos libros han circulado en el mundo, y esto no les ha impedido que en este momento estén traducidos a treinta y seis o treinta y ocho idiomas. Ha sido una mezcla de realidad, fantasía y documento que ha hecho algo explosivo a nivel de la realidad.

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Manuel Scorza / Biografía

Manuel Scorza nació en Lima el 9 de setiembre de 1928. Luego de pasar algunos años en Acoria, departamento de Huancavelica, volvió para terminar su formación escolar en el Colegio Militar Leoncio Prado. En 1945 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y comenzó una etapa de febril actividad política.

En 1948, a los 20 años, Scorza se vió obligado a salir del país en calidad de exiliado. "Fueron años de aprendizaje bajo el rigor y la dureza. Dejaron huellas inextinguibles en el joven Manuel Scorza, pero él las pudo transmutar en una poesía de vigorosa expresión, de logrado pulso. Muchos de los versos que integrarían su primer poemario, "Las imprecaciones" (México: 1955), son fruto del desconsuelo en que se halla inmerso el exiliado.

El poeta mexicano Rubén Bonifáz Nuño le recuerda en aquellos años de exilio: "Conocí a Manuel Scorza cuando, desterrado de su patria, alimentaba en la mía sus poderes y sus debilidades. Compañeros fuimos, en la miseria y en el odio. Hermanos de ese sentimiento de náufragos frente al mal, sentimiento que hace envejecer antes de tiempo, que hiere con polvorientas arrugas la piel del alma triste. Ahora, con sólo recordar, comprendo muchos de los significados de sus palabras y de su vida".

No volvió hasta el fin de la dictadura, diez años después, obteniendo ese mismo año el Premio Nacional de Poesía con "Las Imprecaciones", su primer poemario, publicado en México hacía tres años.

" Manuel Scorza abre una etapa cultural realmente notoria y absolutamente novedosa. El novelista cubano Alejo Carpentier da cabal noticia: "Este peruano preocupado por la cultura de su pueblo y de América toda se dio a la tarea un tanto riesgosa pero entusiasta de preparar el Primer Festival del Libro con una seleccion de diez mil volumenes de autores clásicos americanos. Las quince mil colecciones a la venta en quioscos situados en distintos lugares de la capital se agotaron en menos de una semana".

La experiencia se repetiría con idéntico éxito en Colombia, en Venezuela, en Cuba. Consistía en editar a bajo costo y en poner los volúmenes a la venta evitando intermediarios. Manuel Scorza era ahora un editor popular.

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Fue en su obra narrativa, sin embargo, donde Scorza encontró el espacio ideal para explayarse sobre los problemas sociales del Perú. Su primera novela, "Redoble Por Rancas" forma parte de un ciclo denominado La Balada (también llamado La Guerra Silenciosa) donde, desde una óptica eminentemente poética que fusiona mitos ancestrales e historia, Scorza muestra la antigua lucha de los campesinos para recuperar sus tierras.

Las demás novelas que componen este ciclo, "Historia de Garabombo el Invisible"(1972), "El Jinete Insomne"(1977), "Cantar de Agapito Robles"(1977) y "La Tumba del Relámpago", continúan uniendo el realismo social a la fantasía poética.

Esta serie de novelas, traducida a más de 40 idiomas, de ha constituido en una de las más difundidas y reconocidas de la literatura peruana en este siglo.

En 1968, en plena efervescencia de las luchas campesinas en la sierra central, y en virtud a su activa participación a través de un movimiento político indigenista, Scorza se ve obligado a abandonar nuevamente el país con destino a París.

"(...) Es lector de literatura hispanoamericana en la Ecole Normale Superieure de Saint Cloud. Lleva consigo dos manuscritos, un poemario y una novela: "El vals de los reptiles" y "Redoble por Rancas". Se publican el mismo año, 1970. El primero, en México; el

segundo, finalista del Premio Internacional Planeta, en Barcelona.

Manuel Scorza dejó de existir a los 55 años de edad, cuando su obra estaba en plena vigencia y acababa de publicar, apenas en febrero de ese año, su última novela: "La Danza Inmóvil", que significaba una ruptura radical con el ciclo de La Guerra Silenciosa.

La madrugada del 28 de noviembre de 1983, el boeing 747 de la compañía colombiana Avianca, que iba a aterrizar en el aeropuerto de Barajas (Madrid), con destino final Bogotá, cayó a tierra un minuto antes de llegar al aeropuerto madrileño, cegando la vida de de uno de los más importantes poetas y narradores peruanos de este siglo.

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Muestrario de Poesía

Libros de Regalo

1. Llevar a Gladys de Vuelta a Casa y otros cuentos / Aquiles Julián 2. Letras sin Dueños / Aquiles Julián 3. Música, maestro / Aquiles Julián 4. Una Carta a García / Elbert Hubbard 5. 30 Historias de Nasrudín Hodja / Aquiles Julián 6. Historias para Crecer por Dentro / Aquiles Julián 7. Acres de Diamantes / Russell Conwell 8. 3 Historias con un país de fondo / Armando Almánzar R. 9. Pequeños prodigios / Aquiles Julián 10. El Go-getter / Peter Kyne 11. Mujer que llamo Laura / Aquiles Julián 12. Historias para cambiar tu vida / Aquiles Julián 13. El ingenio del Mulá Nasrudín / Aquiles Julián 15. Algo muy grave va a suceder en este pueblo / Gabriel García Márquez 16. Cuatro cuentos / Juan Bosch

17. Historias que iluminan el alma / Aquiles Julián 18. Los temperamentos / Conrado Hock 19. Una rosa para Emily / William Faulkner 20. El abogado y otros cuentos / Arkadi Averchenko 21. Luis Pie y Los Vengadores / Juan Bosch 22. Ahora que vuelvo, Ton / René del Risco 23. La casa de Matriona / Alexander Solzenitsin 24. Josefina, atiende a los señores y otros textos / Guillermo Cabrera Infante 25. El bloqueo y otros cuentos / Murilo Rubiao 26. Rashomon y otros cuentos / Ryunosuke Akutagawa 27. El traje del prisionero y otros cuentos / Naguib Mahfuz 28. Cuentos árabes / Aquiles Julián 29. Semejante a la noche y otros textos / Alejo Carpentier 30. La tercera orilla del río y otros cuentos / Joao Guimaraes Rosa

12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos Drummond de Andrade 13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Enzersberger 14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes contemporáneos 16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom Raworth 18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Rawlings 20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos 6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Delgado. 8. Haikus / Matsuo Basho 9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Darwish 10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas 11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound

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CIENSALUD 1. Inteligencia de Salud y Bienestar: 7 pasos Cristina Gutiérrez 2. Cómo prevenir la osteoporosis Cristina Gutiérrez

Iniciadores de Negocios 1. La esencia del coaching Varios autores 2. El Circuito Activo de Ventas, CVA Aquiles Julián 3. El origen del mal servicio al cliente Aquiles Julián 4. El activo más desperdiciado en las empresas Aquiles Julián 5. El software del cerebro: Introducción a la PNL Varios autores 6. Cómo tener siempre tiempo Aquiles Julián 7. El hombre más rico de Babilonia George S. Clason 8. Cómo hacer proyectos y propuestas bien pensados Liana Arias 9. El diálogo socrático. Su aplicación en el proceso Humberto del Pozo de venta. López 10. Principios y leyes del éxito Varios autores

41. Dos cuentos / Pedro Juan Soto 42. Aquellos días en Odessa y otros cuentos / Heinrich Böll 43. 12 cartas de amor y un amorcito y otros cuentos / Juan Aburto 44. Rebelión en la granja / George Orwell 45. Cuentos hindúes / Aquiles Julián 46. El libro de los panegíricos / Rubem Fonseca 47. Juana la Campa te vengará y otros cuentos / Carlos Eduardo Zavaleta 48. Venezuela cuenta 1 / Varios autores 49. La habitación roja / Edogawa Rampo 50. Jóvenes cuentistas de América Latina 1 / Varios Autores 51. Caballo en el salitral y otros cuentos / Antonio Di Benedetto

31. Leyendas aymarás / Aquiles Julián 32. La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua /Jorge Amado 33. Un brazo / Yasunari Kawabata 34. Cuentos africanos 2 / Aquiles Julián 35. Dos cuentos / Yukio Mishima 36. Mejor que arder y otros cuentos / Clarice Lispector 37. La raya del olvido y otros cuentos / Carlos Fuentes 38. En el fondo del caño hay un negrito y otros cuentos / José Luis González 39. La muerte de los Aranco y otros cuentos / José María Arguedas 40. El hombre de hielo y otros cuentos / Haruki Murakami

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Colección

Muestrario de

Poesía 2008