Manual de deconstrucción

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OM INO SO anual de deconstrucción

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Un manual de deconstruución para un edificio

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El concepto del lo ominoso presupone el con-cepto del inconsciente. De acuerdo con el psi-coanálisis, inconsciente son las fuerzas y el con-tenido de la mente que no están normalmente a disposición de la conciencia o de la memoria inmediata. Hablar sobre la esencia de lo ominoso seria una tarea difusa. Podemos permitirnos de-jar abierta la cuestión de qué es esencialmente lo ominoso; si es lo siniestro o una amenaza, un déjà vu o un doppleganger, una angustia o un miedo, una revelación o hasta una develación. Todas estas definiciones e imágenes contienen cantidades demasiado grandes de interpre-tación, determinación, ilustración y construcción y, por lo tanto, no pueden constituir un adecua-do punto de partida para una exposición simple y elemental. De acuerdo a su sentido semántico y como fenómeno estético lo ominoso es la con-dición en que lo extraño y lo familiar se empal-man lo cual lo vuelve un concepto eternamente móvil. Pues lo que nos puede parecer familiar

en un momento, puede serlo extraño en otro. Es decir, se imposibilita de devenir absoluto o universal. Si bien entendemos que lo extraño es la ausencia de lo familiar, y viceversa, Freud nos hace ver que el inconsciente no reconoce tal distinción. Que la extrañeza no es suprimida por la familiaridad. A fin de cuentas, Freud nos deja con la frase “aquello que debería permanecer oculto pero que ha salido a luz.” Partiendo del psicoanálisis este termi-no implica una previa represión. Es decir, una ex-periencia que, por su fuerza y cualidad traumáti-ca, es enviada al campo del inconsciente. La represión seria entonces opuesta al desahogo. Bien sabemos que no es sin consecuencia, pues este aprisionamiento del evento provoca una reacción la cual será liberada eventualmente. Es únicamente por el hecho de que se aloje en el inconsciente que se cree inexistente. Pues el consciente desconoce otro territorio fuera del suyo. Esto le otorga una condición arcaica al evento original, lo cual impide saber su auten-

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ticidad, inclusive si a caso sucedió. Lo ominoso entonces se presenta cu-ando un elemento externo nos provoca una re-memoración incontenible. La cual, por medio de una asociación casual e imprevisible, recupera del inconsciente aquello que fue reprimido. Es el regreso al consiente, revelación. Es expuesto aquello que creíamos desaparecido. Retomemos la dualidad de lo ominoso. Extraño / familiar. Son estos los pilares del argu-mento. Pilares que sugieren una oposición inde-structible, una contradicción. Podemos colocarlos en la tensión que actúa entre: enigma / claridad. Es este primer acercamiento el que permite una distinción dia-metral entre nuestros pilares. Sin embargo, seria importante reconocer la condición de posibi-lidad que conllevan. Pues lo enigmático puede aclararse. es quizás esta la razón de su atractivo. Aquí entra otra vez la revelación. Por ejemplo, en un sueño que nos clarifica algo que hasta en-tonces permanecía enigmático. Si ampliamos un poco la perspectiva,

podemos apreciar las dos vertientes que en-marcan el ámbito de lo onírico: Deseo/Ficción. Esta ultima, como la alternativa de la realidad, es decir, el mundo de la imaginación. Donde no hay limites. Es, evidentemente una fabri-cación, una invención. Por el otro lado tenemos el Deseo, es la fuerza motivante producida por el anhelo por algo o alguien. Es la expresión pura del inconsciente. Pura en medida que no controlamos lo que deseamos, a pesar de ser inducido externamente. Por ello, los sueños encajan propiamente entre estos dos térmi-nos: el sueño es la manifestación del deseo por medio de la ficción. Esta relación a su vez, pro-pone otra tensión, pues son la mayoría de los casos en que el deseo solo puede ser pensado o completado en la ficción. Lo que nos lleva al siguiente termino: el arte.

Es en este ámbito, en términos de ex-presión de sentimientos, en que el quehacer humano encuentra un foro. Uno en el que de-sahogo sus angustias producidas por el deseo.

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El arte, podríamos decir, sinónimo de hacer. Al ser una representación de una presencia aus-ente, el arte busca aludir a un significado por medio de una copia, o si se prefiere mimesis. El arte se ve orillado a utilizar la ficción para inten-tar alcanzar esta expresión. Esta misma que esta en el dominio del inconsciente, pues el lenguaje, al ser aprendido en la infancia, le pertenece al in-consciente. Vayamos un poco atrás. Así, podemos ver a partir de qué se sostiene este concepto.Ac-cesible/Inaccesible. Esta transformación de lo ex-traño y lo familiar viene a remarcar las limitantes. En otras palabras, el arte nos permite insinuar aquello que esta ausente, una falta, pero jamas podrá suplirlo plenamente. De esto modo, podríamos facultar al arte de una propiedad ambigua: veneno/cura. Lo mismo que perjudica la pureza de la presencia, a envenenar; a su vez, viene a compensar una falta, a curar, la ausencia que le aconteció. Es aquí donde el arte porta una mascara ominosa. Quizás hasta amenazante por ser una suerte de usurpador. O como algo en constante

movimiento pero que aun así no llega a la final. En cierto modo, se recurre al arte para alejarnos cada vez más pero aproximarnos cada vez más de La Realidad.

¿qué se puede decir de la realidad?…NADA!!! Antes, pasaríamos a la incertidumbre. Es por culpa de esta que la realidad permanece indeterminable. Para ello seria necesario com-prender el Principio de Incertidumbre, que, en resumen, establece que entre más se intenta conocer un algo, menos se conoce de uno otro. Lo cual nos podría sugerir la primera hipótesis: mientras más familiar se vuelve algo o alguien, menos se puede observar su extrañeza…sin embargo, esto no implica que no siga tenién-dolo. Y viceversa. A falta de una certeza de la realidad, tenemos que conformarnos con la distinción entre lo propio y lo ajeno. Es decir, delimitar qué es propio de nuestro conocimienteo y qué ex-cede las fronteras. Para ello un consejo: filosofía.

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En cambio la religión, seria resp-preg. Es un dogma de fé. La duda se suspende para otorgar respuestas que, sin titubeo, se denomi-nan ciertas, verdaderas. Al hacer esto y al otorgar reglas, códi-gos y limitantes, la religión sería entonces un sistema de represión brutal. Lo anterior no está tan lejano de un presagio. Este fenómeno entre locura y fé. Que profetiza acontecimientos previo a que suce-dan. Pretende mesurar lo inmensurable. Para acabar, retomemos la frase de Freud: “aquello que debería permancecer oculto pero que ha salido a luz.” Pero ahora observando la complejidad que plantea.

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Explorar el medio construido de la modernidad–retícula, vidrio, muros y formas monótonas re-petitivas—es entender las distópicas realidades de un idealismo perdido. El que se haya perdido no implica que no lo podamos percibir. Quizás es porque a pesar de su condición fantasmal, en ver-dad no se ha extraviado más bien ha caducado. Sin embargo, es posible olvidar que la caducidad es solo la primera etapa en la extinción. Si bien es el comienzo de ella no deja de portar marcas de su etapa antecedente—la vigencia—lo que pasa es que es más fácil ver la predisposición a su des-tino. Tanto que, inmediatamente, nos cegamos de ver su condición absoluta. Es decir, un edificio en deterioro no es solo eso, es indispensable pre-cisar en qué parte de este se encuentre. Y solo así podemos otorgar al espacio su relación más esen-cial, la de espacio-tiempo. Lo que vemos no es la condición de la ciudad ideal, sino el acumulo de circunstancias adyacentes que se presentan sobredimensiona-das y deshumanizadas. Uno de los puntos cen-trales de la arquitectura moderna del siglo pasa-do fue la mejora de la condición humana a través de su entorno construido. En la Ciudad de México

es fácil observar la brecha entre las expectati-vas proyectadas y el resultado de tal. La brecha entre el avant-garde y su traducción en la gran escala; entre el progreso y el sentido de incerti-dumbre, sin dirección. Sí, todo esto es evidente en un rápido vistazo al erosionado paisaje ur-bano que muestra; prueba intrínseca de que el proyecto moderno ya no es válido en el siglo XXI.

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Escoger no-ver es una capacidad que domina-mos viviendo en la Ciudad de México. El crec-imiento exponencial de la ciudad y sus incon-tables actores sobre estimulan la percepción al punto de mezclar fantasía con realidad. Es auténticamente una experiencia surreal, pues nuestra nuestras capacidades perceptivas logran reprimir algunos personajes principales del skyline mandándolos al campo del incon-sciente, provocando que algunos de ellos sean inexistentes a pesar de su evidente presencia. Sumado a esto, el hecho de qué un edificio abandonado provoque esa incomoda realidad que se ha ido postergando provoca una gradual represión que acabará por borrar la huella de este en la memoria. ¿Cómo desaparecer un edificio que no existe? Un punto de partida en una estrategia proyectual es el ubicar qué vistas se aprecian desde el sitio a intervenir, observar su relación con el entorno desde adentro hacia fuera. En un edificio cuya existencia puede pasar desa-percibida, la operación inversa nos permitirá un PA

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resultado distinto. Examinando las característi-cas del entorno, es decir las tendencias en los inmuebles que lo rodean, podríamos explorar de qué modo estos se ven afectados por nuestro sitio. De que manera desaparece. El parecer se vuelve la envoltura del ser, y quizás, quitándola lograríamos llegar a su esencia.

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Lo ominoso es experimentar la versión domestica-da del terror absoluto, donde el Otro se presenta como replica de uno mismo. Un juego de dobles. “No me hallo”, decimos comúnmente para refer-irnos a esta sensación de no completamente-en-casa en su propia casa. Desasosiego. ¿Qué pasa cuando esto se vuelve motivo de una colonia, de una delegación o de una ciudad? El abandono, como testigo y prueba de una promesa caduca, se convierte en el agente de mayor efecto en la ciudad. Una ciudad dentro de una globalización que desconoce su potencialidad. Pero más allá

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de desmentir la certeza promovida a principios del siglo pasado, lo relevante sería, de un modo proactivo, reflexionar qué destino les depara a todos estas arquitecturas, y, en otra escala, a nuestra ciudad.

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A través de esta técnica, de este método de desa-parición, nos permitimos mirar de un modo dis-tinto la arquitectura, nuestra ciudad. Considerar el proceso de destrucción como una interven-ción, como creador de espacios. Uno que toma en cuenta la condición efímera de la ciudad; que considera el tiempo y lo integra en su esencia.

Las obras no se construyen en un día; la construc-ción—y destrucción—son parte de la vida de los edificios. Metrópolis de altísimo crecimiento, como Nueva York, Tokio o Paris permanecen en una eterna construcción. Al punto de integrar los elementos colaterales (andamios, gruas, etc), las prótesis de los edificios, en el paisaje urbano. Es-tos se convierten en parte esencial del recorrido, de la visita de la ciudad. De este mismo modo consideramos que los edificios en abandono están en constante interacción con la ciudad, pues a pesar de ser muy rígidos en términos de permeabilidad y accesibilidad, su devenir par-ticipa sublimemente. Se convierten en parte del discurso de una ciudad, de un país. Son declara-

ciones de la inestabilidad de una ciudad; de su eterno movimiento, nunca en estado fijo. Es quizás un organismo vivo y como tal debemos responder pues lo eterno y permanente no em-patan con este.

Sí, es necesario tomar acción, restaurar, renovar, pero antes considerar el cómo, el por qué. Este caso podría servir de ejemplo de cómo el no-ver, el pasar por desapercibido es solamente en un nivel consciente, pues en un nivel mas profundo nos damos cuenta que se sí se ve…quizás no, hasta que lo perdemos, pero se valora. Por ello es necesario reaccionar antes de que sea tarde. Percibamos lo que antes no. Veamos las cosas de su verdadero tamaño y no las reprimamos por su realidad incomoda.

Siempre abiertos a propuestas, como en este ejercicio, donde el proceso nos permite desvíos y alternancias, porque: ¿para qué ir a donde se sabe uno destinado a llegar?Con esto en mente, le damos valor al proceso, al D

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día a día de la arquitectura. ¿qué importa lo que quede después? Pues si es un espacio vacío, que mejor…espacio publico, espacio libre. El resulta-do—eternamente postergado—nos puede llevar a eventos sin precedentes, como en este caso: a destruir para preservar.

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SOMauricio Marcos Stefania Olivieri Marcos Mercado

Ominoso, como título de un manual que se sabe de antemano destinado a permanecer oculto

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