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PENSAMIENTOS

DESDE EL ALMA

Manu Cantalejo

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PROLOGO

“Pensamientos desde el Alma” es producto de muchas lágrimas y risas, de momentos

mejores y peores, de días de insomnio y de meses de búsqueda de mi mismo. Son

relatos que he ido haciendo a lo lardo de más de cinco años en los que la vida me ha

enseñado que nada es blanco ni gris. O será que me cuesta mucho distinguir los tonos,

y sin embargo ahora se que la felicidad puede llegar incluso hasta entre lágrimas.

No habría nacido sin la colaboración de quien pone esa nota de color a mis días.

Podría nombrar muchas personas, pero no puedo dejar de pensar en la luz de mi vida,

mis hijos, Manuel, Claudia y Bruno. Ellos son la fuente de la que bebo para vivir, son el

bosque donde busco mi interior, son todo.

Mis padres han aguantado lo que pocos podrían soportar. Conocerán cosas y otras no.

Como Bea, esa amiga y hermana que sufre sin saber lo que le valoro. Ellos tres han sido

la base de una vida, de una montaña rusa en la que ellos siempre han estado en todas

mis caídas. Nunca podré dejar de agradecerles todo.

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Y el número mágico es el siete. La séptima persona está ligada a mí por una cadena

invisible que resiste a todo. Es el huracán me templa y la brisa que me hace resurgir en

mi propio yo. Es la imagen de mis palabras, es la musa que busqué y que me lleva de la

mano. Gracias Ceci.

Gracias a los siete. Y a todas esas personas que han pasado por mi vida y los que

pasarán. Los que anidan en mi presente, y los que fueron y están.

Pensamientos desde el Alma es desnudar la mía sin que nadie sepa realmente lo que

hay dentro de mi. Es un pedazo de cielo y de infierno. Es mi yo en pura esencia. Es la

felicidad en lágrimas y la tristeza en sonrisas. Es una imagen en mil palabras, porque

cada noche oscura da paso a un amanecer de luz.

Manu Cantalejo

En Jerez a 7 de Noviembre de 2.013

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ÍNDICE

Capítulo 1: Un paso adelante. Página 8

Capítulo 2: Reflexiones del ayer. Página 12

Capítulo 3: Noche en el Bosque. Página 15

Capítulo 4: La mujer que pudo amar. Página 18

Capítulo 5: Cuento de Navidad. Página 23

Capítulo 6: Más allá de la vida. Página 28

Capítulo 7: La Flor marchita. Página 31

Capítulo 8: Un día junto al río de la paz. Página 35

Capítulo 9: Volviendo junto al Mar. Página 37

Capítulo 10: Pesadilla. Página 41

Capítulo 11: Corriendo hacia el mar. Página 45

Capítulo 12: Sin vistas. Página 48

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Capítulo 13: Una pluma olvidada. Página 50

Capítulo 14: Esencia. Página 54

Capítulo 15: Camino a la Soledad. Página 56

Capítulo 16: Azul Celeste. Página 61

Capítulo 17: Golondrinas de Otoño. Página 64

Capítulo 18: Mañana Resacosa. Página 67

Capítulo 19: Un Adiós cruel. Ausencia de despedida. Página 71

Capítulo 20: Vivir en la esperanza. Página 74

Capítulo 21: Cadenas Invisibles. Página 78

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UN PASO ADELANTE

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Me asomo al espejo, veo la luz de la luna reflejada en ese mar en calma, sonrío sobre

lágrimas secas que se desparraman en mi rostro, recuerdos y pesadillas, todo se agolpa

en mi, quiero olvidar, sobre todo, a mi mismo. Rellenar el vacío de mi alma con lo

desconocido, pues no puedo seguir ese camino que me lleva a la nada.

Ando por el desfiladero de mi existencia hacia ningún lugar en especial, no hay mas luz

que aquella que voy apagando con mi pesimismo, pues mi osadía murió con la

esperanza de renacer, de resurgir cual ave fénix de unas cenizas construidas sobre mis

errores, mis fracasos, esos lazos que me retienen en el ayer sin ver la luz de este

amanecer.

Reflejos de sol, dorad mi cuerpo para volver al calor del sueño, pues no quiero ser

estatua de sal al mirar atrás. Deseo, necesito ser nómada de una vida que llega a su

comienzo en la madurez, pues mi futuro es cercano si la llama que me inunda volviera a

crecer en mi interior. Anhelo esos momentos en que era capaz de mirarme, de adentrar

en mi sin tener que sufrir, pues ya no se si voy o vuelvo, si muero en vida, o vivo en la

muerte, la falta de amor me consume cual vela en entierro,

Me siento libre de mi mismo, pues esclavo de mi palabras, mis actos, mis pensamientos

soy, aunque hoy quiero liberarme, cual gaviota en plena primavera, coger la mano

amiga que me inspira, llegar al cielo de la verdad, de la mía, la que me haga crecer en la

adversidad.

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Pasado que con sangre lloré, es mi otro yo el que me consume, necesito volar para

olvidar, recordar para ser libre, pues asumir mi camino tengo, vivir con el necesito, pues

dar pasos cual bebe que aprende soy, en esta vida de lágrimas y sonrisas, donde un

amigo me enseña, la certeza goza, y, sobre todo, el amor inspira.

Hoy te espero en la noche, para ver las estrellas entre lágrimas, pues no quiero volver a

sentirme solo, no mas sin ti, guiar mis pasos por la orilla del mar que me consume en

olas de felicidad, que las tristezas no sean mas que olvidos de los momentos que me

regala el destino, consumirme entre los brazos de un amor eterno, el mio propio,

regalándolo al pasear.

Una chimenea que caliente en el frío invierno de mi pasado, así te siento, un regalo que

me descubrió a mi mismo, me enseñó los reflejos de una luna que es mi vida, pues no

hay mayor amor que el que me debo profesar, pues si no me quiero, ¿a quién seré capaz

de corresponder?

Miro ese dibujo que me hiciste, un mar de plata y oro, un río púrpura de de esperanza,

un lago platino lleno de alegría, una montaña verde de esperanza, un camino hacia mi,

que me llevará a regalarte una sonrisa eterna, pues sin ti, no hay mundo, pues la amistad

es mi regalo, mi única posesión.

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Dos caras de esta moneda, la cara de un hoy que me alza en volandas, la cruz de un ayer

que me hundía hasta que vi la luz del día, pues mis ojos legañosos se desprendieron de

la cortina del pesimismo

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REFLEXIONES DEL AYER.

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Mil amores conocí, a ninguno retuve, jamás supieron seguir mi senda, pues el atajo a la

libertad lo llamé soledad. Quisieron ver en mi el sol de un corazón solitario, mas un

eclipse en la vida me siento, pues recorro el campo de eros haciendo creer que soy un

enviado de cupido.

Enamoro con el alma, deseo en la pasión de cada instante, mas desaparezco tal atardecer

en invierno, sin aviso claro y retorno posible, como esta mi noche de tormentas, mi vida

es un sin fin de perecimientos, pues amo con el corazón tanto como huyo del amor.

Hoy no se escribirte, pues tu nombre borré de mi memoria, mil historias frente al fuego,

una noche con su amanecer sufrí por verte, mas la edad llegó con la empatía de una

noche para no olvidar, o quizá no borro de mi memoria esa noche en que te sentí, pues

mi momento es eterno, mas tú no fuiste mas que otra muesca en mi recorrido hacia la

nada.

Noche oscura sin luna, con rayos y relámpagos que me hacen estremecer en mi lecho.

Raíz echada en cimientos esperpénticos de una vida sin sentido. La ventana retumba con

la última tronada, las sábanas me cubren tal sudario en el ocaso de mi esperanza.

Tememe, porque si me amas, morirás en la esperanza de hacer volver el día en que fui

tuyo, mas me perdiste en la noche en que creíste en la eternidad que prometí al viento,

en mi mirada profunda tras ojos rasgados por el llanto de la soledad.

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Son mis canas las que desvirtúan mi sinceridad, pues siempre aviso de lo eventual. Veo

en ti, que me lees, la mujer que soñé, mas hoy en día sólo eres una más, pues yo soy

aquel que un día te dio todo, para evocar un recuerdo de deseos de vueltas imposibles.

Me tapo con la manta, veo tu reflejo en el espejo, no estás, pero huyo de ti, mujer

de mil nombres y un mismo sentimiento. Te llamo y alcanzo tu mano, pero te vas,

desapareces, pues mi eternidad se marcha hacia la nada del todo, pues te llamo en

mi ocaso aun sin saber si existes o fuiste, si sólo fue una ilusión la que convertí en

un infierno de amor.

Perdóname, tú que me lees, por hacerte creer un día que el amor existía, pues no

soy mas que un libertino en búsqueda de su verdad.

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NOCHE EN EL BOSQUE.

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Camino en un atardecer de primavera, el bosque es un remanso de paz, la brisa acaricia

las hojas de los árboles, que están en todo su esplendor. Me siento bajo un roble anciano

que ha visto pasar los años con su esbeltez robusta. Hojas caídas me sirven de cobijo,

me tumbo para ver un cielo rojizo que va dando paso a la noche.

Escucho el silencio, mis ojos se quedan fijos en el cielo, cobrizo y dorado, el sol

acaricia a la luna, uniéndose ambos en una danza que marca el ritmo de los tiempos. El

astro rey, fuego y alimento de la madre tierra, la diosa Selene, dadora de frutos en la

noche, que cuida de todos en compañía de sus hermanas las estrellas.

Camino, y mis pasos me llevan hasta un pequeño lago donde se refleja el encuentro.

Veo sus siluetas fundirse en el agua mientras unen sus esferas hasta convertirse en un

solo cuerpo. Animales y flora disfrutan del misterio mayor, de la común-unión de los

dadores de vida, de la madre y el padre que nos regalan este maravilloso ocaso donde

las estrellan lloran con sus fugaces vuelos.

Es noche cerrada, y sin embargo hay claridad. Es un espectáculo único del que soy

testigo solitario, hombre dichoso en un mundo en el que no hay nada más que yo y la

madre natura. Miro al cielo y me siento como en e principio de los tiempos, donde todo

eran ellos, los dadores de una vida en la que la tierra nos ofrecía la verdad, pues era el

alimento de cada día, la que debíamos cuidar.

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Me baño en el lago, miro el cielo en su esplendor, sol y luna se separan, tan sólo unidos

por la sombra de un don mayor. Peces que me sosiegan, animales que vienen a adorar a

sus padres celestes, astros que me bendicen desde lo más alto para recordarme que la

vida es más que lo que vivo.

Me siento privilegiado, recuerdo las leyendas en las que la luna y el sol eran nuestros

dioses, que se podía ver cada día la unión de ambos para sembrar el amor y el encanto

de un vivir el día a día.

Llueve, me siento bajo mi roble y recuerdo todo lo que hemos vivido juntos, las

historias que me has contado, lo que aprendí de ti, lo que hemos disfrutado de cada

segundo. Tu mirada limpia, tus manos entre las mías.

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LA MUJER QUE PUDO

AMAR.

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Había muerto mi tía abuela, y me dejó en herencia todos sus papeles, sus pocos libros

roídos por los años un pequeño baúl. No había mucho que salvar, casi todo estaba lleno

de humedad, roto o con jirones, sólo una pequeña caja de música que contenía unos

folios ennegrecidos por los años.

Los abrí con delicadeza y vi su letra, pero mucho más firme. Era algo así como un

relato, y me dispuse a leerlo. En algunas de las páginas había lágrimas resecas, no sabía

mucho de ella, sólo que su vida fue opaca, que nunca hablaba de su pasado, pero no

parecía su historia, no por lo que iba descubriendo.

Al acabar de leer, me dispuse a escribirlo. Pero vi una pequeña ranura con un trozo de

papel que sobresalía. Descubrí un falso cajón con otro legajo, era un cuento escrito por

ella, quizá su más preciado tesoro. Es curioso como vienen las cosas, pero todo llega en

el momento justo a la hora adecuada. Ésta vez si que no me resistí, y lo pasé a papel, no

quería que se perdiera por segunda vez. Pero antes, copié una frase de su "Testamento

sentimental":

"No supe volar y me esclavicé en lo que sólo siguió en mis sueños. Amarré el velero

de mi vida al puerto abrigado para dejar pasar la travesía de la felicidad. Dejé

volar el amor por el miedo a sufrir, enterré mi corazón y mi alma por vivir en el

lujoso vacío del no saber amar"

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Después de esto, me dispuse a escribir ese cuento para poder compartirlo. Ahora sí que

entendía esas palabras que me sonaban tan raro. Su vida siempre fue locuaz, un

matrimonio que era real, sin pasión, cierto, pero faltaba la llama de la felicidad, lo

apagado de su mirada hablaba de un vacío, de un temor, de un recuerdo.

"Cuentan que había una princesa que vivía en una torre de cristal. Su familia, su vida,

poseía valles y ríos, nada le faltaba. Su sonrisa eclipsaba la tierra, la luna y el sol, pero

no florecía tanto como ella quisiera. Lo poseía todo, menos la libertad de amar cada día.

Su vajilla de porcelana, su cristalería de bohemia y cubiertos de plata y oro, manteles de

seda y sábanas de raso. Todo era lujo, menos su alma errática.

Sus paseos por el bosque, sus noches de visita a la luna y las estrellas, el tener todo

menos su libertad de sentir la hacían inhalar el humo de la bella prisión donde moraba.

Fue convirtiéndose en su esperanza, en la facilidad de vivir para no sentir, en la rutina

de no tener carencias para poder borrar la del sentimiento, dejar de ser ella en mor de

perder la ilusión.

Cierta mañana apareció por la torre del homenaje un peregrino. No iba a ningún sitio,

sólo relataba sueños a quien quisiera escucharlos. Mirada limpia y profunda, nada

poseía, sólo su palabra, su sentir y entregar. Voz grave que empequeñecía ante la mirada

de quien escuchaba, contaba las mil y una historias que el corazón debe oír y el alma

sentir. Las miradas se cruzaron, y ella se estrechó en los brazos de su protector, ese

mismo que le regalaba el palacio de cristal donde su felicidad era la ceguera del amar.

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Pasaron la noche todos juntos al abrigo del fuego, oyendo leyendas y vidas, corazones

rotos y renovados, la música silenciosa, el chasquido de la madera en la alta chimenea,

el aire que chocaba contra las ventanas, todo se confabulaba para que todo fuera real

dentro de la fantasía. Nadie sabía de donde salió el trovador, ni quien era, el mundo de

la magia regalaba momentos así.

Al llegar la aurora la anfitriona le acompañó por sus heredades. Fluía por un rio el agua

cristalina, donde ambos miraron el espejo de su alma. El le contó las estrellas que cada

noche ella vivía desde su torre. Le convirtió el sueño de conquistar la luna en recibir en

su corazón la verdadera historia de quien ama. Le rogó que soñara con su vida y llorara

lágrimas de felicidad.

Pisaban el verde prado sin rumbo fijo, fueron deshojando el alma, conociendo sus

secretos, regalando el porqué el Dios Destino los unía. Nada es casualidad, todo tiene un

porqué. Uno era libre, ella era libre de amar, esclava de oro, pues quería sin amar, rica

en el vacío, pobre el la opulencia, pues no hay mayor tesoro que el recibir lo mismo que

se siente.

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Una llama nació de ese paseo, un ardor en las almas. Los pasos irían en pos de cualquier

lugar, destino o tiempo, todo los separaba, pero algo fluía entre ellos. No pusieron

nombres, no describieron nada, sólo lo que sentía se reflejaba en sus rostros. El posible

amor que sintieran se desvanecería por arte de una magia llamada miedo. Si, uno por

perder la libertad de amar a cada rincón de su camino, otra por perder su castillo de

cristal por temor de no ver la verdad.

Llegó el momento de la partida. Él dibujó en el aire la esperanza de la vida. A cada uno

le regaló un pequeño cuento, unas palabras, unas letras. Cualquiera que hubiera vivido

ese momento, sabría lo que buscaba en su interior. A cambio, dichoso él, solo pidió una

sonrisa de felicidad, no olvidar jamás que la vida no es más que sueño, y viajar en la

felicidad de la libertad.

A ella, en un pequeño rollo de pergamino, le expuso las siguientes letras:

"Vive cada uno de tus días, sigue el camino de tu corazón, guardame en el alma, te

llevaré en la mía, siempre te esperaré, pues anidas en el lugar que no se olvida. Mi

confianza en ti me llevará a tu encuentro, mis pasos van hacia ti. Sólo si quieres

conocer la pobreza de quien ama, deja la riqueza de quien no siente"

Ella supo y no se reconoció que amaba, pudo perder, pero, ¿Qué debía perder? ¿El amor

o el castillo de cristal que encerraba el vuelo?

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CUENTO DE NAVIDAD

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Sonaba el Adeste Fideles en la calle, esa misma que ya hacía semanas que estaba

adornada por miles de bombillas de colores con renos y estrellas como decoración. Las

tiendas se engalanaban con pesebres más o menos pobres, las luces de los locales

rivalizaban con los neones de sus puertas. Todo el mundo corría, la prisa de las últimas

compras precedían la noche que se avecinaba, con pavo, marisco y villancicos alrededor

de la mesa. La familia reunida como cada año, los preparativos para poder quedar bien

ante esos mismos que mañana serían despellejados, pero que hoy eran hermanos, primos

o tíos. Hoy es el día de Navidad, y como nos marca la costumbre debemos ser, o mejor

sería decir aparentar, felicidad y armonía, aunque ya casi nadie recuerda el porque este

día es así.

En la puerta de un bar se encontraban tres hombres de mediana edad. Cada uno tenía un

estilo diferente en el vestir. El más alto, engominado su brillante pelo, llevaba un traje

de chaqueta de confección. El azul de su traje resaltaba la seda de su corbata, y sus ojos

desprendían la seguridad de quien ha triunfado en la vida. A su lado, sentado con una

copa de Fino Tio Pepe en la mano, estaba un hombre de su misma edad, vestido con una

cazadora de ante y unos pantalones de pinza que hacían juego con sus zapatos. Ambos

fumaban cigarro tras cigarro, y hablaban de todas esas cosas que habían conseguido a lo

largo de todos estos años, de como la familia crecía y sus hijos asistían a mejores

colegios de los que ellos pudieron asistir.

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El tercer hombre, mirándolos sombríamente, sonreía. Su vida era monótona, sus hijos

iban al mismo colegio de barrio que ellos vivieron, pues en aquellos años no se iba, se

crecía en el cole. Su trabajo era en la misma fábrica en la que su padre ya era operario,

su mujer era la novia de toda la vida que conoció en su juventud, vivía en el piso de tres

dormitorios y no se sabía ni cuantos años de edificación. Sí, su vida era mucho más

simple. A lo largo de la conversación salieron los años en los que corrían tras un balón

roído y los juguetes eran cualquier cosa con la que poder reír y compartir. Ahora sus

hijos querían consolas de nueva generación y no se conformaban con jugar en el patio

del colegio, sino que pretendían la equipación de su equipo y poder jugar en un campo

de fútbol de verdad donde les enseñaran a practicar.

Y sí, claro, la cena prometía. El amigo del traje azul tendría más de veinte invitados, el

mejor rioja y el cava traído expresamente para la ocasión. Sería el anfitrión de la familia

de su mujer, sus hijos tendrían sus primeros regalos de Navidad, la cena la daría un

catering externo, las camareras con cofia y los camareros con pajarita. Sí, la cena de

Navidad era una ocasión única de la que disfrutar su arduo esfuerzo del año, ese día

donde todos puedan ver hasta donde había llegado. Incluso este año vendrían los hijos

que tuvo con su primera esposa, la prima del su amigo de la infancia, que seguían

viviendo en el barrio, aunque, claro, él les proporcionaba de todo.

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El segundo amigo iría al club de golf. Su mujer lo abandonó hacía años, así que podría

disfrutar de la elegancia de la Casa de campo, de sus amigos, la cena de diseño, el baile

con las esposas de los asociados, quizá alguna copa de más. Sí, su estatus le permitía el

lujo de pasar la navidad en ese sitio tan privilegiado y selecto. Su vida estaba llena de

momentos como ese.

Al preguntarle al tercer hombre que haría, dijo que se reunía con sus hijos, su mujer, su

madre y sus suegros en su salón de veinte metros cuadrados, alrededor de la estufa.

Habían comprado hacía meses algo de marisco que congelaron, habían sacado la

zambomba y las panderetas, su madre preparaba ahora mismo pestiños, su suegra había

hecho un pavo relleno según la receta de la familia. No, no haría gran cosa, sólo estar en

casa con su familia, reír y ver la televisión. Siempre lo había hecho así, desde que tenía

conciencia. Cantarían al Belén que había sobre la cómoda, reirían de las anécdotas de

todos los años, no cambiaba nada.

Al despedirse se desearon unas felices fiestas y que esperaban verse de nuevo pronto.

Cada uno llevaba una sonrisa distinta en su cara. El primero cogió su Mercedes SL, y se

dirigió hacia el barrio residencial que había en las afueras, donde no habría vecinos

molestos ni gente cantando que le fastidiaran su gran cena. El segundo amigo arrancó su

Honda y se fue en moto hacia el centro de la ciudad, a su apartamento, donde pondría su

equipo de última tecnología mientras elegía el frío smoking para la ocasión. El tercer

amigo, con su bolsa llena de regalitos en forma de chocolate, pilló el bus hacia su casa,

hacia su barrio de toda la vida.

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A la mañana siguiente, cada uno recordó la conversación de aquella tarde de

Nochebuena. El primero se levantó de su cama mientras su mujer seguía dormida,

tumbada y sin ganas de volver al mundo. Se puso un café y vio que el vacío se volvía a

adueñar de todo, como cada 25 de diciembre desde hacía mucho tiempo. Sí, su cena fue

una maravilla, elegancia y lujo, pero fría. Es el camino que había elegido, su felicidad

estribaba en eso, en tener lujo y dinero.

El segundo amigo conducía hacia su casa desde el antro donde había buscado el calor

que la noche no le había podido dar. Una rusa, o quizá era rumana, le había acogido en

su cama, le proporcionó sexo y charla en un idioma que no entendía, pero sintió todo el

aroma a Navidad que no consiguió en su casa de campo, en la fiesta con aroma

apolillado y a fin de semana cualquiera que vivió. Sí, su vida era única, pero le faltaba

algo, calor.

El tercero se levantó, preparó churros con chocolate, despertó a todos, les deseó una

feliz navidad, les dio un pequeño regalo de chocolate. Recogieron entre todos la cena

del día anterior, sonreían, pusieron las tazas de chocolate. No tenían el lujo de nada y de

todo, simplemente eran felices. Vivían la Navidad como cada año desde su infancia,

cada 25 de diciembre era igual, chocolate con churros congelados y una sonrisa.

La Navidad es la alegría de vivir entre aquellos quieres. No todos vivimos de la misma

forma estas fechas, pero el espíritu navideño impera aún en algunos, no en el hecho de

creer en lo que se celebra, sino en celebrar algo que se cree:

LA VIDA ES MAS RICA CUANDO SE DISFRUTA LO QUE SE VIVE.

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MAS ALLÁ DE LA VIDA

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Llueve, las gotas resbalan por el cristal de mi ventana. El cielo está negro. Los rayos

iluminan el atardecer. El césped huele a humedad y se cala en toda mi casa. El café

hirviendo se cala por mis labios, suena de fondo un adaggio. La paz de este día es

impagable.

Enciendo el portátil y abro el correo. Monotonía bendita. No hay nada nuevo,

publicidad, Pps varios, correos de maldiciones que te caerán si no reenvías a no se

cuantos contactos. Mi vida sigue su rutina. Por fin, al cabo de tantos años, he

conseguido ser ese ser que no se altera. Aunque no siempre fue así. Ahora, en el final de

mi vida, siento como todo lo que viví fue un aprendizaje hacia mi paz, el camino a un

futuro incierto en una dimensión ignota.

Muchas son ya las veces que he pensado en lo que me espera tras dar el paso hacia lo

desconocido. Lo he soñado, pensado, meditado, lo he buscado en religiones perdidas y

en mitos irreales, he leído todo lo que caía en mis manos, he conocido a ángeles

terrenales que me han guiado en el camino, he aprendido de demonios de ojos verdes

que me mostraron la realidad de esta cruel existencia, he bebido del cáliz de la vida y he

disfrutado de vidas ajenas depositadas en mi memoria a través de confesiones en noches

de luna plena.

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¿Que hay más allá de la vida? Pronto descubriré esa puerta hacia ¿La nada? ¿La

regeneración de nuestra alma? Sin embargo, creo que sólo somos producto de un sueño,

meras quimeras de una ilusión, no somos nada ni nadie, somos el todo en el caos

celestial, formamos parte de un purgatorio vital, hacedores de un infierno y valedores de

un cielo cimentado en acciones que regalan felicidad.

Ahora, cuando quizá me queden horas, puede que días para llegar a mi eterna incógnita,

puedo decir que tras dar el eterno paso hacia lo desconocido me siento preparado para

conocer mi gran temor. Mi vida ha llegado a ese punto donde puedo estar satisfecho de

lo realizado, puedo regodearme de que, en caso de volver, seré feliz. Puedo sonreír,

puedo alegrarme de esas lágrimas, porque ahora se que me espera tras el momento del

adiós.

¿Qué hay más allá de la vida?

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LA FLOR MARCHITA.

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La duda aflora cada día en saber si hago bien o no, cada mañana, cuando me levanto,

me conformo con lo que tengo y me digo mi a misma que podría ser peor, y que debo

esperar a que el tiempo traiga la solución. Mientras me acomodo a mi sofá, mi día a día,

y dejo que sea la misma vida la que me enseñe el camino que debo tomar sin tan

siquiera pensar que puedo ser yo misma la que decida el sendero por el cual ir.

Sin embargo, me es indistinto. Soy feliz con esos pequeños placeres de la vida. Hoy, sin

ir mas lejos, me he comprado un pequeño cuento en un mercadillo que había en una

calle cerca de mi trabajo. No es muy grande, me llamó la atención su portada, con una

rosa roja llena de espinas y un mar azul embravecido de fondo. No se la razón, pero lo

compré. Y de vuelta a casa empecé a leerlo.

Pasé las paginas viendo nada más que las ilustraciones, pese a que ya casi todas estaban

descoloridas. Aún así me gustaban y me ayudaban a pasar el tiempo. Como cada día, no

tenía mucho más que hacer que dejar que el reloj fuera marcando las horas y el día fuera

acabando, mis únicas aspiraciones eran tener las mínimas complicaciones y ser feliz en

las cosas que me iban pasando. Los esfuerzos los dejaba para mañana, las decisiones

importantes, para pasado.

Llegada a la página 54 me impactó un título. No era el cuento más largo precisamente,

pero reclamó mi atención. Era algo así como "La flor marchita". Comencé a leerlo, pues

la ilustración era una rosa roja sobre un mar verde en un atardecer precioso. No entendía

como teniendo ese título podía poner esa imagen, así que por una vez me lancé a que mi

curiosidad mordiera el anzuelo de querer saber de más.

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Contaba la historia de un aficionado a las flores que siempre se preocupaba de cada una

de sus rosas excepto de una que tenía en su cuarto que le aromaba cada día su cama y se

alimentaba de los rayos de sol. Cada mañana le echaba el agua del vaso que tenía en su

mesilla, pero nunca la podó. Simplemente estaba allí y no se preocupaba de su aspecto.

Pasado el tiempo enfermó, y contactó con un jardinero para que cuidara de su jardín.

Pasó así unas semanas, y la rosa que tenía en su cuarto continuó con su función. Cuando

su enfermad acabó, decidió cambiar de habitación y dejó la antigua en la penumbra. Y

así pasaron varios días sin que se acordara de la rosa que había sido su compañía. Y se

olvidó de darle el agua de cada mañana y dejar que el sol alimentara la tierra.

Pasados unos días comenzó a notarse más desanimado y no cuidaba tanto el jardín

exterior. Ya no se encontraba cómodo en su nuevo cuarto. Las otras flores comenzaron a

marchitarse y dejaba pasar los días sin mirar como estaban, hasta que un buen día,

buscando algo, volvió a entrar en su antiguo cuarto y vio su rosa. La acogió, la regó y la

abonó, hasta conseguir que volviera a su antiguo esplendor.

Llegado a este punto llegó mi parada y tuve que dejar de leer. Sin embargo me había

picado el gusanillo de la curiosidad, y me di cuenta de que quizá fuera una metáfora lo

que el que escribiera eso nos quisiera haber dejado en ese cuentecito. Cuando volví para

acabarlo, me di cuenta de que faltaba la página última. Y esta no quería conformarme

sin acabarlo.

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Al llegar a casa me puse a buscarlo en Internet y no encontré ni el título ni el nombre

del escritor, así que miré la contraportada buscando la editorial o algo que me sirviera

para buscar otro igual en el que pudiera encontrar el final. Pero no había ninguna

información, así que decidí esperar al siguiente día para ir a ver al chico que me vendió

el libro.

Cuando llegué a la calle donde estaba el puesto vi que no había ya ninguno y me llevé

una desilusión tremenda, pero me dije que bueno, la vida era así. Y me fui a trabajar, a

pesar de que querría haber sabido en que terminaba el cuento.

Al volver a casa, saqué el librito de cuentos, pero ya no me llamaba la atención

cualquiera. No se como, llegué a una página que no pertenecía a ningún cuento, y tenía

una frase que me cautivó:

"Ningún cuento está acabado hasta que el que lo lee lo termina en su propia vida. Si

alguna vez encuentras uno sin acabar, piensa que quizá eso que falta lo debes escribir

tú"

Parecerá una tontería, pero en ese momento me di cuenta de que sí, que había

imaginado varios finales posibles, cada cual más distinto del anterior, pero todos como

algo en común. Siempre pensaba que eso me recordaba a mí misma, cuidaba el exterior

sin mirar el interior.

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UN DÍA JUNTO AL RIO DE

LA PAZ.

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Me he sentado a la orilla de este río sin nombre. Escojo una piedra plana y la hago

bailar en el río. Me encanta ver como anda sobre el agua y llega hasta la orilla opuesta.

Es como la vida misma, afán de superación en todo aquello que parece imposible,

simpleme hace falta un poco de fe.

El aroma a naturaleza, ese rayo de sol en el atardecer que se filtra a través de las hojas,

ese canto de pájaros que dan una banda sonora a esta película titulada reflexión. No hay

nada más hermoso, ni más intenso. Es mi espacio, mi sueño, mi sentimiento. Es la

comunión con la Madre Tierra, es el ansia de la espera mientras llega la Luna, es la

adoración al Padre Sol, sólo en mi pasión más hermosa: vivir en la verdad de la Tierra.

Me tumbo en la arena de la orilla, mojo mis pies desnudos, recorro con mi dedo el agua,

observo la libertad de los peces que vuelan bajo las ondas que surcan el rio, admiro el

revolotear de las aves, siento envidia de los nidos en esas frondosas copas, me deleito

con la plenitud llena de paz.

Juego con mis manos, respiro hondo, suspiro, sonrió, me echo agua en los ojos, sueño

despierto, vivo en la tranquilidad de quien sabe que está en la cima de una vida, me

recreo en mi mirada devuelta por un agua clarificada por la naturaleza, como una

manzana caída, bebo con mis manos, caigo de bruces para salir chorreando, recorro el

camino que realizaron los animales para paliar su sed. Hoy he vivido una tarde en el rio

de mi paz.

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VOLVIENDO JUNTO AL

MAR.

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Un cigarro, una coca-cola, un atardecer y una playa sin nadie que moleste. Es un sueño.

Es mi realidad. Tenía que volver a renacer, mirar al cielo y poder re-escribirme a mí

mismo una vez más. Siempre he tenido que volver para resurgir cual ave Fénix. Pisar la

arena con los pies descalzos, llegar a la orilla y huir del agua fría. Soñar con volar.

Me gusta la soledad. La necesito. Es el mejor momento de mi vida, el reencuentro

conmigo mismo. Re-escribirme en la arena, tumbarme y ver como salen las estrellas

inundando el cielo, oír el mar, que la luna ilumine mi espacio vital. Buscar con la

mirada la inmensidad del horizonte. Sentirme un grano de arena en la inmensidad de la

vida, ser el centro del universo en esta utópica soledad.

Camino hacia cualquier sitio, soy dueño del momento, de la nada y del todo. Por fin se

enfrentarme a mi miedo, a mi pesadilla inacabada, a mi eterna duda. Hoy, en este

anochecer, me he sentado una vez más frente al mar. Quisiera aspirarlo, no olvidar

jamás su aroma, la inmensidad de tu eterno ulular, su verdor ardiente y frío, sus idas y

venidas, su adorable compañía, efímera en sus olas blancas, eternas en su volver.

Hoy puedo sonreír, se llorar, quiero respirar este momento y dejarme grabada la huella

de su hermosa canción. Deseo escribir un libro en la arena de este mundo, dejar mi

huella para que sea borrada por este aire otoñal, marcar con sangre y lágrimas esos

momentos imposibles de olvidar, ser valiente y adentrarme en el mar.

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Sueño, duermo, despierto. Soy un ignorante, un sabio del desconocimiento, un amante

de la huida, un enfermo que no quiere cura, soy la nada en el todo de la vida. No vivo,

ni sobrevivo, aspiro el aire de la vida para renacer en esta pantalla de agua y arena.

Resoplo, busco esas palabras escondidas en mi memoria, esa sonrisa capaz de hacer

temblar montañas, esa mirada que traspasa corazones y almas. Corro hacia el mar, entro

en él. El frío se adentra en mí, despeja mi alma, refuerza mi identidad. Sumerjo mi

cabeza, llego a un fondo lodoso, agarro arena y subo de nuevo. Mis mojados cabellos

desprenden agua, mi ser intensidad.

Palabras que vuelan cual aves migratorias,

sonidos que se desplazan como caracol sin casa,

sueños que se evaporan a nubes sin horizonte,

realidad tormentosa que estalla en rayos.

Lágrimas de alegría que rellenan un vaso vacío,

risas amargas que amortizan la tristeza,

miradas perdidas en insolentes pensamientos.

Arena mezclada en el mar,

olas que alcanzan tierra,

agua que vuelve a su ser.

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Palabras y más palabras, sin saber, o quizá querer encontrar esa maravillosa

composición de letras que podrían hacer renacer la ilusión de una sonrisa, borrar

lágrimas de sal, sudores de sangre y pensamientos que asesinan el impulso vital.

Vuelvo a la arena, miro las estrellas y la luna, quizá amanezca pronto. Vuelve a mis

labios una cínica sonrisa, mis ojos brillan al reflejo de esos astros difusos en el mar

lleno de negror llamado cielo. He renacido del mar, he vuelto a revivir de unas cenizas

calcinadas en el terror.

Hoy he vuelto al mar. Hoy he enfrentado a mis miedos y he asido la mano de la paz.

Hoy me he encontrado a mí mismo. Hoy he vuelto a mi verdad. Se que ahora mi vida

seguirá ese camino marcado en un destino escrito en la magia de un tiempo pasado. Hoy

y siempre estaré junto al mar.

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PESADILLA

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La habitación quedó iluminada por la luz del fuego de la chimenea. Los troncos arden y

el ruido de su brasa retumba en la habitación. Los tres metros de altura de la sala se me

hacen eternos. Los tapices parecen revivir, los cuadros se ensombrecen, el gran espejo

refleja la inmensa oscuridad, la puerta, toda ella de madrea, alarga su sombra sobre el

suelo marmóreo. Se me hace lúgubre. No hay sonidos, no hay luz, solo esta fantasmal

sala y yo.

Salgo con paso apresurado. A la derecha está la puerta de salida, pero no soy capaz de

abrirla. Me vuelvo sobre mis pasos y llego a la escalera. Es de madera, supongo que

muy antigua pues ruge al pisar sus peldaños. Me tiemblan las piernas, pero no puedo

quedarme abajo, es el pánico lo que me hace subir. Subo cada escalón con mucho

tiento, el miedo atenaza mis miembros, mis manos sudan, mis piernas tiemblan.

Llego a un descansillo. Hay un enorme lienzo que traza en oleos la faz de un gran señor.

Sólo mirarlo me da escalofríos. Su mirada penetrante, su fijeza de ojos, la negrura de su

trasfondo, las pinceladas marcadas y la totalidad de cada marcaje me acongoja. Vuelvo

la mirada, pongo las manos en mis ojos para taparlos. El miedo me atenaza, el viento

entra por la ventana abierta, subo corriendo sin saber bien a donde voy.

Llego al final de la escalera. Hay un corredor. Varias puertas a cada lado. No abre

ninguna. No se donde estoy, no recuerdo nada. Miro mis ropas, toda negra, y no

comprendo como llegué hasta aquí. Al final del pasillo hay una puerta entreabierta. Me

adentro poco a poco, rechinan las bisagras. Un viento helado llega a mi faz.

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Fantasmas o imaginación. Se me hiela la sangre. El horror se apodera de mí. Me

empapo en sudor frío. Me acerco a un escritorio situado junto al gran ventanal. Un

enorme ciprés asoma por la oscuridad de la noche. Un cuervo se posa en la baranda.

Grazna. Me mira y se vuelve a ir volando. Una pluma cae sobre un filo amarillento que

está en la mesa. El tintero parece que nunca se ha secado pese a que no debe hacer

menos de tres lustro que no se usó por última vez. Mi mano se dirige sola y comienza a

escribir palabras inconexas en un idioma desconocido.

Firmo lo que sea que haya escrito. Con un pequeño salto me alzo y mis pies se

encaminan hacia una gran cama con dosel. El sueño se apodera de mí. Mis pesadillas,

mis fantasmas, mis viejos temores aparecen cual película muda ante mis entrecerrados

ojos. Mis manos se agarran con fuerza a las sábanas. Mis pies, ya sin zapatos sin saber

cómo, se ponen rígidos. El sudor hace que la ropa se una a mi piel.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al completo. Caigo en un sopor y somnolencia atroz.

Mis miedos y fantasmas se van apoderando de mi alma. Las lágrimas recorren mis

mejillas, mi cuerpo se eriza. Oigo voces que creía desaparecidas, otras nunca antes

escuchadas. Me adormezco, caigo en un sueño profundo.

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Noto una mano que se acerca, no veo nada. Tengo miedo. Escucho un susurro. Algo se

acerca. Eres tú, que vienes a rescatarme. Abro los ojos y te veo. Sólo fue un sueño, una

pesadilla. Y ahora apareces tú para traerme a la realidad. Me besas. Me abrazas. Y

desapareces para volver a encontrarme en la soledad de una cama con dosel.

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CORRIENDO HACIA EL

MAR.

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Corría, sus pies marchaban solos sin un destino fijo, simplemente se desplazaban a no se

sabía donde, pero algún lugar lo esperaba, aunque en ese momento no sabía cual. No le

importaba hasta donde llegar, necesitaba sudar, quemar esa adrenalina que le aceleraba

el corazón, que su respiración pausada se convirtiera en pulsaciones alocadas y volver a

sentir la sangre fluir por su cuerpo. Ya llegó el límite de todo y sólo podía correr, huir, o

quizá fuera hacer frente a su propia sombra.

El sudor le recorría el cuerpo, la espalda empapada, su frente mojada por el ejercicio,

sus pies ardían pegados a sus deportes. El frío no podía alcanzar su cuerpo, las

hormonas le hacían sentir ese frenesí en el que nada importa, su misión era continuar

ese camino hacia no se sabía donde, pero al fin y al cabo, llegar al final de su carrera.

Los recuerdos le venían y se volvía a ir, nada le importaba, había tomado la decisión.

Dejarlo todo y huir, acabar con su pesadilla, empezar de cero, ser un hombre nuevo y

conocer el mundo que se cegaba antes de ese instante en el que comenzó a correr.

Corría, siguió por la circunvalación, quería llegar al mar, ya habrían pasado unas dos

horas desde que comenzara su vida de fugitivo. Todo lo recordaba, desde ese primer

paso hacia el caos hasta el primer paso hacia su carrera. Ahora sólo tenía que seguir con

sus pasos. Llegar al mar, ver las olas, las estrellas o quizá el sol. Empezaba a llover, la

noche caía, pero sus pies seguían su camino.

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Pasaron las horas, el campo rodeaba su peregrinar, los pocos coches que se cruzó le

hacían señales, pero el sólo veía el pasado, el camino hacia el mar, sus pies desgastados

por los kilómetros recorridos, el sudor pese a los pocos grados que había. Los animales

que se encontraban en la carretera le observaban, su ritmo no había variado, sus ojos

fijos en el frente, corría.

Y siguió corriendo hasta llegar al mar. Cuando mojó sus ojos vio claro que la razón de

su huida le había acompañado todo el camino, jamás quiso mirar atrás. Ahora, frente al

mar, se dio cuenta de que todo su recorrido fue acompañado por la causa de sus males.

Al mirar la arena en el amanecer vio que fue capaz de dejar atrás sus miedos, pues su

sombra nunca le abandonó, el mismo era su pena y su miedo.

Se agachó en la arena. Vio entre ella una caracola muy simple, un pequeño destello

iluminó su rutina, un lunar en el interior, una mácula de nácar que me llamaba como si

fuera mi propio interior, una perla que me recordó un futuro por escribir.

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SIN VISTAS

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Buscó en su pasado un momento peor del vivido y se dio cuenta de que todos los malos

eran similares. Fue justo en ese instante cuando entendió que el problema era él y que

tendría que reinventarse. No era posible buscar una estrella durante el día ni el sol

durante la noche, así que lo primero sería invertir su vida y empezar de cero.

Cogió una maleta, la llenó con su ropa favorita, sus enseres personales de aseo, se vistió

y salió con su maleta hacia ningún sitio. Se tomó un café en el bar frente a la estación,

compró un billete de ida al primer pueblo que se le ocurrió y hacia allá se fue.

No le disgustó ni le gustó. Simplemente lo fue recorriendo andando, hasta llegar a una

pequeña pensión. Subió a su habitación, se tumbó en la cama, se fumó un cigarro, abrió

una lata de coca-cola y pensó en todo aquello que le había hecho dar estos pasos.

Se levantó, puso en orden su ropa, colocó sus cosas en el baño y salió a dar un paseo.

Justo al poner el primer pie encima comenzó a llover. Le dio igual. Caminó y caminó

hasta dar dos vueltas al pueblo. Se tomó un café. Luego otro más y volvió a la cama.

Todo era igual que horas antes.

Cuando amaneció, volvió a la estación, compró un billete de vuelta a casa pero dejó

todas sus cosas en la pensión. No quería volver a vestir con aquello que lo confortaba,

porque debía superar lo que no aguantaba. Ahora sí podría empezar de cero, sí era el

momento de aceptar que lo peor de su vida era no aceptarse a sí mismo.

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UNA PLUMA OLVIDADA.

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Abro el cajón de mi escritorio y encuentro cubierta de polvo mi vieja pluma. Negra,

sobria, la tinta reseca está cubriendo su dorado final. Papeles medio amarillentos hacen

rebosar este cajón desastre olvidado en el fondo de mi memoria. Pululan por ahí retazos

de un ayer de inspiración y bosquejos de momentos de una lucidez nublada por la

satisfacción de realizar sueños con palabras, conjurar a las letras para que florezcan a

través de ellas mis sentimientos y pensamientos.

Me siento en mi silla, apoyo los codos sobre la madera y con ambas manos me cubro mi

cara. Aún me es difícil el hecho de intentar tan siquiera sacar un folio y manchar con

frases su blancura. No me atrevo a volver a sentir entre mis dedos el deslizar metálico

de quien fue mi fiel compañera, de esa eterna amiga que olvidé en un cajón para no

sentir su presencia ni su esencia.

Me armo de valor y voy por un poco de alcohol, algodón y un paño impoluto con el que

sacar la belleza tapada por el tiempo y el olvido que hay tras esa pluma que un día me

hizo ser padre de palabras y frases que llenaron mi vida y fueron causa de mi ser.

Con paciencia, poco a poco, voy mimando como a un bebé a mi vieja amiga. Recuerdo

el día que la heredé de mi abuelo, de como siendo un adolescente imberbe me sentía el

más poderoso de los hombres, de mi sonrisa de orgullo en aquella tarde noche de verano

en que me sentí el hombre de 15 años más orgulloso del mundo.

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Fue poco después cuando decidí que iba a escribir. Mi abuelo murió a los pocos meses y

en homenaje a él escribí una carta al director del diario local. Por supuesto lo hice con

su pluma, con la tinta que le quedaba de la última carga que el puso, empezaba una

nueva etapa.

Fueron durante varios años en los cuales poco a poco descubrí mi gran afición por la

escritura. Fue una adolescencia prolífica, nunca me quise presentar a ningún concurso,

quizá por miedo, puede que sea por mi amor a la intimidad, siempre escribía por algo,

para alguien, por sacar de mi interior lo que con mi voz no me sentía capaz.

Pasaron los años, y para mí era un rito cada vez que tenía que limpiar mi pluma o

recargar su tinta. Todo un proceso con el que disfrutaba y me hacía sentirme realizado,

eramos como un solo ser, esa estilográfica de color negro era como un apéndice sin el

que no me veía capaz de vivir.

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ESENCIA

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Hace poco leí que la vida es un tablero de damas, donde cuando una persona se va otra

llega para rellenar ese hueco. Sin embargo, siempre hay personas que rellenan por sí

solas más de un hueco, e incluso, sin estar, es su esencia la cubre uno o más.

Un recuerdo, una anécdota, cualquier momento re memorable puede hacer que en ese

tablero de la vida la esencia de alguien especial cubra más que cualquier ocupante. Es

esa anónima presencia invisible la que nos da una vida que fichas visibles de nuestra

vida no llegan a cubrir.

Ahora, cuando mi vida va tomando el cariz de la madurez, voy sintiendo que personas

del ayer nunca han dejado ser del hoy. Pueden volver a aparecer, o no, simplemente

siguen siendo un recuerdo, y sin embargo dan sentido a etapas que vivimos.

Una amistad del ayer que no volverá, o alguien del pasado que vuelve sin saber porqué

y que cierra un proceso inconcluso de mucho tiempo atrás. O alguien que vive

agazapado en tu día a día y que cuando menos lo esperas te da esa fuerza que necesitas

en un momento crítico del caminar vital.

Muchas personas pasan por nuestras vidas poniendo ese granito de arena que va

formando la montaña de nuestra existencia. Unos son pasajeros, otros más o menos

efímeros, pero siempre aportan algo, bueno o malo, y que nos hacen formarnos en

nuestro ser.

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Hay personas especiales que forman parte de nuestra propia esencia, que sin ellas en

nuestras vidas nos seríamos nosotros. Puede que algunas de estas personas sí sepamos

que lo son, pero hay otras que no lo sabemos. Personas que con solo su presencia, más o

menos cercana, continuada o intermitente, forman parte de nuestra vida y ni tan siquiera

ellas mismas saben lo importantes que puedan llegar a ser.

Cuantos amigos y/o amigas de nuestra adolescencia han tenido un significado

importante en nuestra vida y jamás se lo hemos dicho, o tan siquiera nosotros mismos lo

hemos sabido. O cuando nos reencontramos con esa persona con la que tan buenos

momentos habíamos pasado y no somos capaces de agradecer que gracias a esa esencia

que dejaron en nuestra vida somos lo que somos.

Yo he tenido la gran suerte de reencontrarme con personas así, y de conocer a personas

que me han llenado ese tablero de damas que es mi vida. Algunas lo saben, pero otras

no. No podría poner nombres, o quizá sí pero no quiero por temor a dejar abierta mi

alma. Sin embargo soy muy consciente de que hay personas que c ubren con su esencia,

sin necesidad de su presencia, gran parte de mi damero. Gracias a esas personas cada

día puedo sonreír y saber que la esencia de la vida siempre está ahí en personas que

nunca se han ido, incluso algunas por conocer.

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CAMINO A LA SOLEDAD

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Un fuego de chimenea, una luz cálida que traspasaba las cortinas, el rumor de las hojas

de los árboles que entraba desde la ventana entreabierta, la humedad que calaba hasta

los huesos, esa alfombra sobre la que se sentaba para leer su libro, ese café humeante

entre sus manos para poder calentarlas algo, la paz de esa mañana no tenía precio,

aunque sí que había pagado uno para llegar hasta allí.

Todo trayecto tiene su tarifa, y el de la soledad buscada es el mas alto. Cuando dejó el

coche aparcado en el llano del pueblo pudo dejar atrás parte de su equipaje, su pasado,

sus fantasmas. Cada paso que daba hacia su nueva etapa era alejarse otro de la anterior.

Pero no todo era tan hermoso como el rio que delimitaba la subida, ni tan calamitoso

como fueron sus pensamientos durante el viaje, todo tenía un término medio, y era eso

mismo lo que quería encontrar.

Hacía pocos días su vida era un caos. Cierto que en el trabajo no habían puesto

problemas para darle vacaciones, tampoco dejaba mucho atrás, había ido eliminando de

su vida todo aquello que veía que le perturbaba. Fueron decisiones dolorosas, y sin

embargo muy necesarias. Cada raya que tachaba un momento o una persona de su

cuaderno era una liberación de su alma.

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Cuando por primera vez consiguió dar un paso, no lo había pensado. Simplemente lo

dio. Justo a partir de entonces comenzó la espiral de cambios necesarios. No debía, ni

pudo, frenar ese avance. Día tras día se reafirmaba en que su vida no era lo que quería.

Un giro radical sería frustrante, así que decidió hacerlo en pasos pequeños, o quizá mas

grandes, pero lo que sí era seguro que sabía que era lo que necesitaba eliminar.

El trabajo no era su mayor preocupación, con la crisis era afortunado de tener uno. Era

lo restante lo que le disminuía las ganas de vivir. Amigos que sólo eran para tomar

copas, relaciones de más o menos tiempo que no daban ninguna intensidad, la

monotonía de vivir sin mas pretensión que ver el anochecer. Cada mañana era la misma

rutina, cada tarde el café en el mismo bar, cada noche la misma cantinela, bien tomando

copas, bien en páginas donde conocer a gente que demostraba que la teoría de Darwin

no iba tan desencaminaba. No, definitivamente no había muchas cosas que merecieran

mas de 5 minutos seguidos en su vida.

Una noche de viernes, habiendo quedado con una de tantas chicas con las que hablaba

por la red, vio claramente que si buscaba su medicina en una chatarrería no encontraría

su cura. No era por nada en especial, sino simplemente que los valores de cada uno no

tenían nada que ver. El buscaba profundidad en cada instante, el saber vivir cada cosa,

ella simplemente vivir como dictaminaba su sociedad, su entorno.

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Ese día fue el comienzo del fin. Podía tenerlo todo, pero realmente no tenía nada. Salía,

entraba, pero poco a poco iba cambiando su dinámica. Ya no estaba tanto en el

ordenador y sí más dando paseos. Ya quedaba poca esperanza para poder continuar esa

vida de pasividad, de borreguismo ante lo que dicta la sociedad. Se sentía un paquete

más. No vivía su vida, sino la que le dictaban las normas marcadas por la sociedad.

Otra noche de esas de citas de porque sí, conoció a la que creyó la mujer perfecta.

Hablaron de cine, libros, deportes, política, formas de ver la vida y hasta de viajes. Esa

noche estuvieron hasta tarde tomando copas y hablando, era continuar lo que habían

vivido anteriormente solo que en persona.

Fueron unas semanas de intensidad absoluta, él le dio todo lo que estaba dentro de él,

luchó contra sus fobias, esgrimió contra sí mismo todas y cada una de sus dudas,y

avanzó. Dio todo de sí, cambió su rutina por compartir ese día a día, vivía por cada

momento en que se encontraban o fueran a hacerlo. Cada día que pasaba vivía un cuento

de hadas y príncipes en el que él era tanto una cosa como la otra. No sabía como había

podido vivir antes sin esa realidad.

Pero todo tenía su fin, y éste llegó cuando más feliz estaba. Tenían que tomar una

decisión, dar un paso adelante o atrás, y cuando más feliz era, vio la realidad. Era él

quien dibujaba cada momento, cada paso que creía que su vida de una forma u otra.

Pero vivía en una fantasía. Donde antes miraba y veía felicidad, ahora descubría la

mediocridad de su vida. Valoraba lo que veía, no lo que era real. Donde antes había una

manchita ahora descubría que era un boquete, donde creyó ver una sonrisa pícara,

encontró una cínica.

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Daba igual lo que hiciera,una vez más descubrió que el único culpable de todo ello era

él. Disfrazaba la realidad de lo que necesitaba en cada momento para poder ser feliz.

Pero todo tenía su final y ese disfraz se difuminaba y volvía la vida tal y como era.

Hasta que necesitara otra realidad distinta a la que vivía y volviera disfrazar una

historia.

Fue justo en ese momento cuando decidió que necesitaba su soledad para poder

empezar a vivir un sueño que fuera su realidad, reconocerse sus errores, asumir sus

defectos, aprender a vivir con su pasado y, sobre todo, entender que en su no había

cabida para encontrar agua en el desierto, calor en el Ártico, el amor en su irrealidad.

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AZUL CELESTE

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Salí del gimnasio sin ganas de nada, un día mas estaba desmotivado, sin ilusión, sin

vistas de futuro, todo lo que veía era negro. No me fijaba en nada, me vestía con lo

primero que pillaba del armario, salir por salir, el trabajo ya no era nada para mí, el

mantener mi cuerpo era una cuestión de necesidad,y por eso mismo solo tenía la salida

del deporte.

Miré el cielo y vi que era azul celeste, y recordé un día de hacía mucho tiempo en el que

mi vida no era solo monotonía. Era de colores vivos, de ilusiones y sueños, de risas y

caídas, de errores y correcciones, todo era un proceso de contradicciones en las que yo

salía a luchar.

Y miré mi pasado. Y descubrí que poco a poco había ido apagando la llama de mi vida,

de mi lucha, de mi mismo. El arco iris que era mi vida se había ido convirtiendo en una

noche lluviosa. Había rozado las estrellas del amanecer y sin saber como había pintado

del cielo de mi vida de grises opacos. Yo mismo era el artista que obscurecía esos

colores.

Me fui a casa, me encendí un cigarro y me eché hacia atrás en el sofá. Alguna lágrima

corrió por mis mejillas, recordaba un pasado no tan lejano en el que era feliz, pero no el

momento en que empezó a irse esa fuente de felicidad.¿O quizá fuera cuando me dejé

de valorar? No lo se, pero es seguro que la gama de colores de mi vida no era la misma

de hacía unos meses.

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Empecé a evocar el pasado, a recordar momentos, secretos inconfesables, deseos que no

estaba seguro de conseguir. Y sí, dejé de pintar para solo emborronar mi vida por el

miedo a volver a caerme, yo, que he sido un trapecista de la vida. Yo, que he salido de

los túneles negros para encontrar el azul celeste de un cielo nuevo cada vez que me

hundía.

Me asomé a la ventana y vi llover. Era de noche cerrada, y aun así salí a la calle.

Caminé por el simple hecho de andar, de poner en orden mis ideas, de recordar que el

destino siempre me ha abierto un nuevo camino, que cuando mas se oscurecía, es

cuando más azul nacía la mañana. Fueron tantas las veces en las que resurgí cual Ave

Fénix que esta vez sólo debía volver a hacerlo.

Y lloré por la impotencia de no ver mi propia realidad. La vida me estaba dando la

mano y yo la rechazaba, pero eso debía acabar. Levanté la cabeza, y me prometí que

volvería a ver mi vida como la mañana que nacía, azul celeste.

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GOLONDRINAS DE OTOÑO

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Se sentó en el banco esperando que llegaran las golondrinas. Las hojas comenzaban a

caer de los árboles, el sol acariciaba el frío suelo que pisaba, los niños ya comenzaban a

jugar embutidos en jersey y chaquetas, los bebés, en sus carritos estaban tapados con

mantitas de diferentes personajes, colores o formas.

La tarde pronto empezó a caer para dar paso a estrellas y una luna creciente que apenas

iluminaba el paisaje otoñal. Su mirada seguía perdida en el cielo, difuminando gorriones

para quedar frustrado en su intento de verlos negros y blancos, los grajos le hacían

ilusionarse para luego perderse en una realidad distinta a la deseada.

Pasaron las horas y se retiró a su casa. La mañana traería las golondrinas. Se metió las

manos en el bolsillo, anduvo con la cabeza caída, el pelo despeinado, los zapatos negros

con motas de marrón-barro, sus pantalones ya sin la placidez de aquella plancha que los

dejó tan rectos. Su camisa empapada en ese sudor frío de la desesperanza.

Y la mañana llegó y volvió al banco donde esperaba las golondrinas. Sacó un pañuelo y

secó el sudor que le caía por la frente después de su carrera para no llegar tarde a la hora

en que pensaba que podría verlas. Pero hoy tampoco era el día. Y pasaba las horas

sentado, meditando en el tiempo que estaba allí, pensando en ese momento en que

lograra captar la belleza de esa combinación de los opuestos blancos y negros. Pero las

horas no perdonan y llegó el atardecer.

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Se le acercó un niño de los que jugaban el día anterior y le preguntó porque siempre se

sentaba allí sin hacer nada. Y le explicó que esperaba a las golondrinas. El niño lo miró

preocupado y le dijo que ya se habían ido, que no volverían hasta la primavera. Ahora

era el tiempo de las hojas secas y los pájaros que vuelan bajo, todo tiene su momento.

Se levantó, se metió las manos en los bolsillos y volvió a su casa. La primavera llegaría,

pero antes de volver a ver las golondrinas tendría que aprender a sentir el tiempo de los

pájaros que vuelan bajo. Todo tiene su dulzura y su aspereza, su tiempo y su espera.

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MAÑANA RESACOSA

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Me miro al espejo y veo arrugas en torno a mis ojos, las canas poblando mi pelo, una

expresión de agotamiento se va adueñando de mi, mis labios van agrietándose, los años

me van pesando. No tengo excusa, mi vida me va pasando factura y mis errores ya se

cobran su peaje.

Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente caiga y me empape. Me atuso el pelo,

dejo que mi mente divague. Recuerdo momentos de mi vida, felices unos, tristes otro, y

siempre llego a la misma conclusión: lo que he vivido me ha hecho ser lo que soy.

Salgo con un albornoz y sin secar. Voy a disfrutar de los pocos vicios que me puedo

permitir: un coca-cola bien frío, un cigarrito y un poco de Internet. La vida se compone

de pequeños caprichos que llenan el momento de saber ser feliz.

Permitirme este rato de paz me hace sentirme bien. Es una especie de refugio en el que

entro para poder evadirme de una realidad no siempre placentera. Me echo hacia atrás,

inhalo el humo y suspiro. El humo forma una cortina gris alrededor mía de la cual me

zafo para poder activarme.

Hoy me cuesta pensar, la resaca no deja ver con claridad nada. Es el pecado de quien

quiere vivir como sabe que no debe. Es la penitencia de quien no es consecuente

consigo mismo ni con su realidad, es el muro que te hace chocar cuando haces una

huida hacia adelante.

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Tengo el teléfono en silencio, la música del vecino de compañía, la ventana y cerrada y

la persiana echada. No recuerdo nada de anoche, de con quien acabé, ni tan siquiera con

quien empecé, pero sí tengo claro que fue un síntoma de como dirijo mi vida: vivo por

los errores, renazco por los aciertos, me levanto porque me alzan manos ajenas a mi sin

las que no sabría caminar por la senda de mi vida.

El hielo se va derritiendo. Es el segundo cigarro que se me consume y aún no encendí el

ordenador. Mientras le doy al botón aprovecho para pillar el primer pantalón que

encuentro, una camiseta llena de arrugas y unas chanclas cualquiera. No estoy para

hacer mucho.

El fondo de pantalla me anima. Es una noche estrellada. La luna reflejada en un río.

Nubes ocasionales que van desapareciendo del cielo. Árboles frondosos que dejan caer

sus otoñales hojas en la rivera. Es un remanso de paz.

Como cada día escribo mis notas. Nunca las publico, simplemente las dejo escritas para

mí. Cuento lo que siento a nadie en especial, me resigno en letras por aquello que no

hice, me alegro por lo que me movió a realizar cualquier sueño factible, rememoro los

momentos felices e intento entender los más feos.

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Me duele la cabeza. Me tomo un ibuprofeno que tengo en la cartera. Dejo que su mal

sabor me inunde la garganta a la espera de que haga efecto lo antes posible. Vuelvo a ser

dueño de mis errores y consciente de que la próxima vez me volveré a equivocar. Y aún

así, soy feliz porque nunca es el mismo, sino que al vivir aprendo, al fallar medito y

quiero superar mi afán de limitar mi propia vida.

Me vuelvo a levantar. Limpio la mesa donde está mi portátil, abrió las persianas, dejo

que entre el aire del mediodía, quito el silencio de mi móvil. Vuelvo a la realidad de mi

vida.

Hoy será un día distinto, hoy se que puedo caminar sin bajar la cabeza, sin arrepentirme

de lo que hice, sin pensar en que debí hacer aquello. Hoy puedo mirar al frente. Hoy es

el primer día del resto de mi vida. Hoy me levanté consciente de mis limitaciones y

sabiendo como llegar a ser lo que quiero: viviendo mi realidad.

Hoy es una mañana resacosa, donde el alcohol suplió al miedo, donde las copas eran el

disfraz de temores, donde el tiempo sin pensar era el refugio de mi cobardía, donde me

escondí de mi mismo para no tener que enfrentarme a mi realidad. Hoy tengo resaca

porque necesité hui hacia delante sin saber que el final del camino era el muro de mi

propia ignorancia. La vida siempre nos devuelve lo que le damos.

Hoy me levanté con la resaca de quien quiso huir. Ahora me levanto para hacer frente a

la vida que me ha tocado vivir: la mejor vida, pues es la mía.

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UN ADIÓS CRUEL.

AUSENCIA DE DESPEDIDA.

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Amanecía lluvioso. No quería salir en un día así. Su cuerpo le pedía quedarse escondida

bajo las mantas y que nada ni nadie interrumpiera su soledad. Las lágrimas recorrían su

mejilla, su mirada, apagada, embriagaba de amargor su otrora contagiosa sonrisa. Su

vida era monotonía, su momento era ya no es, su energía se sofocaba y sus ilusiones no

hacían que la luz abriera paso a la sombra de una noche que parecía no acabar.

Hizo un café muy cargado, se sentó con la taza entre las manos, el calor parecía

inspirarle un poco de fuerza, pero desde sus pies hasta su cabeza no había voluntad de

salir de ese pozo. Sonaba el teléfono, el móvil le llamaba, los recuerdos y las

sensaciones le reclamaban, no había fuerzas para nada, solo para seguir durante todo el

día en el mismo estado.

Se levantó y miró por la ventana. Hacía mucho que la lluvia era el estado en el que

deambulaba su alma, el otoño era la estación continua de su corazón, ni tan siquiera

saber que el destino llamaba a su puerta y la luz podía traspasar la tormenta le hacía

sentir fuerzas para caminar hacia ese halo que le reclamaba para poder ser feliz en la

medida en que se permitiera ser lo.

Cogió un libro, lo abrió y un aroma a página nueva embriagó la sala. Hacia mucho que

no le pasaba. Lo aspiró, se sentó, dejó que las lágrimas recorrieran su camino, que los

recuerdos se mezclaran con la realidad de su día a día, y se propuso salir.

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Intentó levantarse, mirar el cielo, traspasar las nubes y volar, pero sabía que era un

sueño, no era la realidad, su vida estaba anclada en un constante no poder llegar a esa

meta diaria de querer vivir. No había mañana en la que no viera que el sol era mera

ilusión, que no fuera un otoño eterno en el que vivía, no había día en el que no supiera

que su vida, quisiera o no, tenía una fecha de caducidad ya marcada.

Miró su interior, era un código de barras, un enlace de precios, una marca en la ropa, un

etiqueta de un producto, era nada porque quiso dejarlo todo. Se había rendido hacía

mucho y ahora estaba de saldo. No sabía bien cuando comenzó su cuesta abajo, las

rebajas de sus sueños, los saldos de sus triunfos, no recordaba cuando se dejó ganar por

ese instante en que la vida dejaba de ser tal para convertirse en nada.

Ahora sonaba el timbre de la casa. No se iba a levantar, no quería. Su mañana solo había

comenzado y no era momento de nada, quizá al día siguiente, puede que otra semana.

Sus pies no obedecían la orden de moverse, sus ojos se entrecerraban, sus dedos yacían

flácidos entre la taza hasta dejarla caer y derramar el líquido por todo el suelo, su

corazón palpitaba con pesar, sus ojos se llenaban de lágrimas secas, su memoria volvía

una y otra vez a aquel momento. La luz se apagó.

Oía la sirena, gente corriendo, gritos, nervios, sólo notaba paz en su interior, una luz en

su retina, una llamada con sones de alegría, un momento en que sabía que disfrutaba

tras mucho esfuerzo, ahora sí, era el momento de volar, las alas nacían de su espalda,

atravesaba el cielo, los pájaros quedaban atrás, las nubes eran algodón que traspasaba

con solo mirarlos, la luz seguía ahí, no quería mirar atrás, no quería.

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VIVIR EN LA ESPERANZA.

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Andaba por el Bosque Sombrío un joven que buscaba la fuente de la Esperanza. Las

sombras no le dejaron atisbar exactamente cual era el sendero que debía seguir, y las

estrellas estaban escondidas tras el manto de hojas de los árboles. Así que debía seguir

su instinto para llegar a la misma.

De esta forma pudo encontrar el manantial marchito de la desilusión, donde se puedo

ver reflejado en todas aquellas ocasiones en las que su vida había sido un Caos. Las

lágrimas brotaron al recordar todas aquellas ocasiones donde el mundo se echaba

encima por no saber afrontar la verdad de su vida. Con todo su pesar, siguió su trayecto

con la cabeza baja, pensando que la fuente no existiría.

Al cruzar el pequeño arroyo se encontró con un roble milenario que estaba rodeado de

tréboles de cuatro hojas. Pensó que la suerte le cambiaba, así que intentó coger uno de

ellos, aunque no tan siquiera pudo tratar de arrancarlo. Una voz profunda le habló: "La

suerte que buscas no está en el exterior, sino en tu propio interior. Yo vivo aquí desde

antes de los tiempos, y nada puede hacer brotar estas hojas si no es mi propio deseo de

ser afortunado, pues se cultiva para después recoger. La suerte no existe, sólo el trabajo

y la confianza en uno mismo".

Meditando sobre ésto prosiguió. Era cierto que no había sido afortunado, o quizá sólo

veía lo que no vivió, lo que le hundía y anda de aquello que lo hizo vibrar. Así andaba

ensimismado cuando encontró un pequeño lago lleno de flores de lotto. En ellas vio un

mensaje oculto, así que cogió uno y lo abrió. Decía, en éste caso: "Busca la felicidad en

tu interior y reparte la, pues no hay nadie más rico que el que regala sin esperar recibir".

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Al caer la noche se acurrucó a los pies de un ciprés y se dejó guiar por los sueños. En

ellos recorría toda su vida, y comenzó a entender el porqué no encontraba su felicidad.

Sólo era esclavo de sus errores y su pasado, no dejando libertad al presente. Vio como

su vida se esfumaba al intentar no errar en lo mismo del ayer sin poder experimentar el

regalo del hoy. Sus sueños le transportaron a la verdad de si mismo.

Al despertar sintió gran sed, y vio una fuente que reflejaba su sonrisa, aún cuando el

cansancio hacía mella en su cara y la boca dibujaba una mueca de sinsabores. Era la

fuente de la esperanza, quien le decía que sólo la encontraría en aquellas pequeñas cosas

que le hacía feliz. Vive tu presente y se feliz en él, pues es un regalo el vivir y poder

regalar una sonrisa a la vida.

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CADENAS INVISIBLES

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Cada músculo del cuerpo se sentía aprisionado por esa extraña sensación de letargo, de

adormecimiento que encadenaba todos y cada uno de sus movimientos. Los dedos

engarrotados no se veían capaces de estirarse o encogerse. Las piernas estaban tal cual

recordaba que las colocó antes de la eclosión de sentimientos. Sus ojos daban una ligera

vuelta de derecha a izquierda y viceversa.

Su pecho no llevaba el acompasado son de costumbre, apenas era audible su

respiración, su vientre no se hinchaba, no llegaba a ser el volumen de normal. Sus oídos

registraban leves audiciones indescriptibles, sus piernas parecían estar en estado volátil,

su cuerpo en sí flotaba en una nube de pensamientos, recuerdos y arrepentimientos, la

negatividad se había transformado en la alfombra mágica donde volar hacia su vuelta a

esa realidad triste y real llamada vida propia.

Cerró sus ojos y se auto transportó a esa otra realidad, esa en la que había paz, amor,

ilusión, sueños. Sabía que soñaba, no podía ser verdad todo aquello, solo era un sueño.

Sus ojos irradiaban el color de la esperanza, sus labios pronunciaban una sonrisa entre

pícara y picante, sus manos palpaban el mundo buscando ese aroma a dulzura terrenal,

su nariz aspiraba el sabor de de un sueño sempiterno que daba luz a la noche y sombra

en el desierto, su paladar saboreaba esa claridad que dan estrellas, sol y luna, su mente

volaba por ríos y nadaba en nubes.

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Volvió a abrir los ojos y su cuerpo estaba de nuevo atenazado. Las cadenas le forzaban a

no moverse, las cuerdas que le sujetaban al ara de sacrificios le estrechaban muñecas y

tobillos, el sudor de su frente arrojaba ese agüilla fría y salada a sus ojos. el frío de la

impotencia comenzaba a apoderarse de todas sus células, sus pensamientos pasaban de

oscuros a tenebrosos para volverse opacos.

Volvió al estado de no ser, a cerrar los ojos para ver, a sentir la nada para saber en

movimiento. Saltaba un escalón con el pie izquierdo, luego el derecho, su mano

extendida sintiendo el sabor de un apretón entre sus dedos, saboreando el sonido de

quien mueve sus pies a la vez de los suyos.

Probó a abrir un ojo y cerrar el otro. Los colores pasaban de grises a azules, de marrones

a verdes, de oscuros a claros, sus labios comenzaban a articular palabras. Buscó las

letras, y recordó el nombre de una canción, leyó la música que rezumaba en sus labios,

aspiró el sonido que inundó su olfato, supo con plena conciencia que había encontrado

la palabra.

Un dedo pudo moverse, luego otro, abrió la palma, la pasó a su otro brazo, fue notando

como las cadenas se iban soltando, su cuerpo volvía a decir basta a tanto estar amarrado,

quiso volar, sentir que su pelo flotaba en un mar de brisas primaverales, sintió cada

músculo que flotaba entre un rio de sentimientos y pensamientos, sus manos

entrelazaban dedos que hablaban, sus oídos se llenaron de las palabras. Y gritó:

"No me dejes caer, sostenme en esta nuestra vida. Quiero se libre de mi para poder darte

todo mi ser"

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