Maneras de Bien Soñar : América

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Año 2, No. 4 Mayo de 2003 “Mens agitat molem”** Editorial Buscando un nombre [El rol de la palabra y el compromiso del pensamiento en el destino de un pueblo] Cintia Vanesa Días / Directora D D D esde el origen de los tiempos en los que la cultura se hizo presente, darle un nombre a algo significó poseerlo, tener un dominio sobre él. El nombre sintetiza la identidad, la personalidad, la idiosincrasia de un sujeto o una nación. El nombre es la imagen verbal de un destino, predeterminado para algunos, libre para otros. En nuestras tierras, golpeadas por el hambre, la injusticia, pero en las que aún se respira esperanza, la controversia comienza, justamente, con el tema del nombre. La identidad latinoamericana es algo que desvela a los intelectuales de todas las fracciones; se han escrito infinidad de tratados y ensayos acerca de las perspectivas históricas, lingüísticas, sociales, políticas y económicas de esta región del planeta, como si escribiendo uno lograra exorcizar sus demonios. Así encontramos varias denominaciones, como por ejemplo: Hispanoamérica, el conjunto de países colonizados por España; o Iberoamérica, apelativo que representa tanto a la América de colonización española como al Brasil, Poetas César Vallejo Hoy me gusta la vida mucho menos... [Poemas humanos, París, 1939] H H H oy me gusta la vida mucho menos, Pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. Casi toqué la parte de mi todo y me contuve Con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. Hoy me palpo el mentón en retirada y en estos momentáneos pantalones yo me digo: Continúa en la pag. 7 Sumario de la presente edición Editorial: Buscando un nombre Página 1/7 Poetas: César Vallejo Página 1/2 Cancionero: La flor de la canela Página 2 Autores: Ciro Alegría Página 3 Teoría y práctica: El Cuento realista Página 5 ¿Qué es esto? Tawantisuyo Página 11 Visite Maneras de Bien soñar en: http://maneras.turemanso.com.ar/ Si desea contactar a la editora y enviarle su contribución y/o comentario, por favor vea los detalles en la última página. Continúa en la pag. 2 César Vallejo en la mirada de Picasso

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Año 2, No. 4 Mayo de 2003

“Mens agitat molem”**

Editorial Buscando un nombre

[El rol de la palabra y el compromiso del pensamiento en el destino de un pueblo]

Cintia Vanesa Días / Directora

DDDesde el origen de los tiempos en los que la cultura se hizo presente, darle un nombre a algo significó poseerlo, tener un dominio sobre él. El nombre sintetiza la identidad, la personalidad, la idiosincrasia de un sujeto o una nación. El nombre es la imagen verbal de un destino, predeterminado para algunos, libre para otros.

En nuestras tierras, golpeadas por el hambre, la injusticia, pero en las que aún se respira esperanza, la controversia comienza, justamente, con el tema del nombre. La identidad latinoamericana es algo que desvela a los intelectuales de todas las fracciones; se han escrito infinidad de tratados y ensayos acerca de las perspectivas históricas, lingüísticas, sociales, políticas y económicas de esta región del planeta, como si escribiendo uno lograra exorcizar sus demonios. Así encontramos varias denominaciones, como por ejemplo: Hispanoamérica, el conjunto de países colonizados por España; o Iberoamérica, apelativo que representa tanto a la América de colonización española como al Brasil,

Poetas César Vallejo

Hoy me gusta la vida mucho menos... [Poemas humanos, París, 1939]

HHHoy me gusta la vida mucho menos, Pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. Casi toqué la parte de mi todo y me contuve Con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. Hoy me palpo el mentón en retirada y en estos momentáneos pantalones yo me digo:

Continúa en la pag. 7

Sumario de la presente edición

Editorial: Buscando un nombre Página 1/7 Poetas: César Vallejo Página 1/2 Cancionero: La flor de la canela Página 2 Autores: Ciro Alegría Página 3 Teoría y práctica: El Cuento realista Página 5 ¿Qué es esto? Tawantisuyo Página 11

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Si desea contactar a la editora y enviarle su contribución y/o comentario, por favor vea los detalles en la última página.

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Viene de página 1

¡Tanta vida y jamás! ¡Tantos años y siempre mis semanas!... Mis padres enterrados con su piedra Y su triste estirón que no ha acabado; de cuerpo entero hermanos, mis hermanos, Y, en fin, mi ser parado y en chaleco. Me gusta la vida enormemente pero, desde luego, con mi muerte querida y mi café y viendo los castaños frondosos de París y diciendo: Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... y [repitiendo: ¡Tanta vida y jamás me falla la tonada! ¡Tantos años y siempre, siempre, siempre! Dije chaleco, dije Todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar. Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda [al lado y está bien y está mal haber mirado De abajo para arriba mi organismo. Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, porque, como iba diciendo y lo repito, ¡Tanta vida y jamás! ¡Y tantos años, Y siempre, mucho siempre, siempre siempre! Los heraldos negros [De "Los Heraldos Negros"]

HHHay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido Se empozara en el alma... Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras En el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; O los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma De alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones De algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como Cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

Se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Masa [10 de noviembre de 1937]

AAAl fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre Y le dijo: «No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, Con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo. Entonces, todos los hombres de la tierra Le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado; incorporose lentamente, Abrazó al primer hombre; echóse a andar.

Cancionero La flor de la canela

[De: Chabuca Granda (1920, 1983)]

DDDéjame que te cuente, limeña Déjame que te diga la gloria Del ensueño que evoca la memoria Del viejo puente, del río y la alameda Déjame que te cuente, limeña Ahora que aún perfuma el recuerdo Ahora que aún mece en su sueño El viejo puente del río y la alameda Jazmines en el pelo y rosas en la cara Airosa caminaba la flor de la canela Derramaba lisura y a su paso dejaba Aroma de mixtura que en el pecho llevaba Del puente a la alameda Mundo pie la lleva

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Por la vereda que se estremece Al ritmo de sus caderas Recogía la risa de la brisa del río Y al viento la lanzaba Del puente a la alameda Déjame que te cuente, limeña ÁAy! Deja que te diga morena mi pensamiento A ver si así despiertas del sueño Del sueño que entretiene, morena, Tus sentimientos Aspiras de la lisura Que da la flor de canela Adornada con jazmines Matizando tu hermosura Alfombras de nuevo el puente Y engalanas la alameda El río acompasara tu paso por la vereda Jazmines en el pelo Del puente a la alameda

Autores Ciro Alegría

Fragmento La piedra y la cruz

EEEl hombre que iba de guía era un indio viejo, de impsible cara. Bajo el sombrero de junco, cuya sombra escondía un tanto la rudeza de su faz, los ojos fulgían como dos diamantes negros incrustados en piedra. Quien lo seguía era un niño blanco, de diez años, bisoño aún en largos viajes por las breñas andinas, razón la cual su padre le había asignado el guía. Camino del pueblo donde estaba la escuela, tenían que pasar por tierras cuya amplitud crecía en soledad y altura. Que el niño era blanco decíase por el color de su piel, aunque bien sabía él mismo que por las venas de su madre corrían algunas gotas de sangre india. Ella era hermosa y dulce y de la raza nativa se le anunciaba en la mata abundosa y endrina del caballo, en la piel ligeramente trigueña, en los ojos de una suave melancolía, en la alegría y la pena contenidas por una serenidad honda, en la ternura presente siempre, en las manos dadivosas y la voz acariciante. Así es que el niño blanco no lo era del todo, y mas por haber vivido siempre entre dos mundos. El mundo blanco de su padre y los familiares de éste, y el mundo de su madre y el pueblo peruano de los Andes del norte, confusa aglutinación de cholos e indios hasta no

poderse hacer precisa cuenta de raza según la sangre y el alma. Con todo, el niño era considerado blanco debido a su color y también por pertenecer a la clase de los hacendados, dominadora del pueblo indio durante mas de cuatro siglos. El muchacho caminaba tras el viejo sin tomar en cuenta, ni poco ni mucho, que le estaba haciendo un servicio. A lo más podía considerar, con absoluta naturalidad, que eso no era parte de su deber de indio: Pero tampoco se preocupaba de considerarlo así. Estaba completamente acostumbrado a que los indios le sirvieran. En esos momentos, evocaba su casa y algunos episodios de su vida. Ciertamente que había subido con su padre hasta el Manancancho, cerro de su hacienda que le llamara la atención debido a que amanecía nevado una que otra vez. Pero esas montañas que ahora estaban remontando eran evidentemente más elevadas y acaso el soroche, el mal de la puna, lo atenazaría cuando estuvieran en las cumbres gélidas. Una sensación de soledad le crecía también pecho adentro. Hacía cinco horas que caminaban y tres por lo menos que dejaron los últimos bohíos. El guía indio, que de amanecida y mientras cruzaran por un valle oloroso a duraznos y chirimoyas, le fue contando entretenidas historias, se cayó al tomar altura, tal vez contagiado del silencio de la puna, acaso porque más le interesara contemplar el panorama. Los ojos del viejo no hacían otra cosa que avizorar los horizontes, el cielo amplísimo, los cañones abismales. El muchacho miraba también, sobretodo a las alturas. ¿Dónde estaría la famosa cruz? El niño blanco no habría sabido calcular el tiempo que duró la travesía en roca viva, al filo del abismo. Quizá veinte minutos o tal vez una hora. Aquello terminó cuando el camino, curvándose y abriendo una suerte de puerta, asomóse a una llanura. El sintió que sus propios nervios se distendían. Su caballo se detuvo y sacudió adrede el cuerpo, frenéticamente, dando luego un corto relincho. Descansó así y siguió al del guía con trote fácil. El viejo barbotó: -¡La mera jalca! Era el altiplano andino. La paja brava crecía corta en la fría desolación del yermo. En el fondo de la planicie, se alzaba una nueva crestería. El viento soplaba tenazmente, pasando libre sobre el páramo, desgreñando los pajonales, ululando, rezongando. La ruta estaba marcada en ichu por un haz de senderos, canaletas abiertas por el trajín de la tierra arcillosa. Pedrones de un azul oscuro hasta el negror o de un rojo de brasa , medio redondos, surgían por aquí y por allá como gigantescas verrugas de la llanura. Las piedras de tamaño mediano eran escasas y menos se veían de las pequeñas, buenas para ser acarreadas. El indio desmontó súbitamente y se encaminó a cierto lado, derecho hacia una piedra que había logrado localizar y levantó en la mano. -¿ le llevo una pa’ usté, niño? - preguntó. - No, - fue la respuesta del muchacho.

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Con todo, el viejo buscó otra piedra y volvió con

ambas. Le llenaban las manos grandotas. Parsimoniosamente mirando de reojo al niño blanco, las guardó en las alforjas colocadas en el basto trasero de la montura, una en cada lado. Cabalgó entonces y habló: - Hay que cargar las piedras desde aquí. Más adelante se han acabao… - Ese arriero que trae una piedra, se pasa de zonzo. ¡ Traer una piedra de tan lejos! - Habrá hecho promesa. Niño. - ¿ Y dónde está la cruz? El viejo señaló con el índice cierto punto de la crestería, diciendo: - Esa es… El muchacho no la distinguió, pese a que tenía buena vista, pero sabía que el indio, aunque muy viejo, debía tenerla mejor. Estaría allí. Se referían a la gran cruz del alto, famosa en toda la región por milagrosa y reverenciada. Estaba situada En el lugar donde la ruta vencía la más alta cordillera. Era costumbre que todo viajero que pasase por dejara una piedra junto a la peaña. A través de los años, las piedras transportables que habían en las cercanías se agotaron y tenían que llevárselas desde muy lejos. Año tras año aumentaba las distancia, pero no decrecía la recogida. El muchacho llevaba también algo en relación con la cruz, pero entre pecho y espalda. Al despedirse, su padre le había dicho: - No pongas piedra en la cruz. Esas son cosas de indios y cholos…de gente ignorante… Recordaba exactamente tales palabras. El sabía que su padre no era creyente por ser racionalista, cosa que no entendía . Su madre sí era creyente y llevaba una pequeña cruz de oro sobre el pecho y encendía una pequeña lámpara votiva ante una hornacina que guardaba la imagen de la Virgen de los Dolores. Pensaba que también, de haber tenido tiempo preguntárselo a su madre, ella le hubiese dicho que pusiera la piedra ante la cruz. Cavilaba sobre ello cuando sonó la voz del indio, quien se atrevía a advertirle: - La piedra es devoción, patroncito. Todo el que pasa tiene que poner su piedra. Ya ve usté que soy viejo y eso es lo que siempre he visto y oído… - Ajá… La pondrán los indios y cholos. - Todos, patroncito. Hasta los blancos… - ¿Los patrones? - Los patrones también. Es devoción. - No te creo. ¿Mi papá también? - A la vereda, nunca pase junto con él al lado de la Cruz del Alto, pero le juro que lo hizo… - No es cierto. El dice que éstas son cosas de indios y cholos, de gente ignorante. - La Santa Cruz le perdone al patrón. - Una piedra es una piedra. - No diga eso, patroncito. Mire que al doctor Rivas, el juez del pueblo, letrao como es, hombre de mucho

libro, yo lo vi poner su piedra. Hasta echó sus lagrimones… A poco andar, llegaron a la cordillera. Las rocas que formaban eran pardas y azules y no había siquiera paja entre ellas. El sendero era extraordinariamente difícil, labrado de nuevo en las peñas por medio de cortes y calzadas. Frecuentes escalones demandaban un enorme esfuerzo a las bestias, que crispaba sus cuerpos en la ascensión, resoplaban sonoramente, daban cortos bufidos como quejas. El muchacho pensaba que, de no haberse puesto a caminar, ahora se le habría paralizado el cuerpo. Pese al sol radiante que brillaba en medio del cielo, estallando en las aristas de las rocas, el aire era singularmente frío capaz de helar. Su consistencia sutilísima demandaba que se lo respirase a pulmón lleno, sin que ello impidiera quedarse con una vaga sensación de asfixia. Pero no se preocupaba ya. Tenía el cuerpo abrigado por la camiseta y su sangre fluía acompasadamente. Sus oídos afinados podían escucharlo. Para mejor, terminada la cuesta, cosa que les llevaría una media hora, comenzarían el descenso. Habiendo pasado con bien por la prueba, hasta estaba alegre. Quien echaba miradas recelosas era el indio. El niño blanco las entendió, y más viendo el sendero y sus inmediaciones, prácticamente limpios de toda piedra que se pudiera transportar. Dijo volviendo al tema: - Con el tiempo, quizás tengan que romper las peñas y las piedras grandes a comba y dinamita…para la devoción. No quedan ni guijarros por aquí… - Patroncito: cuando los taitas pasan con chiquitos, les dan también su piedra a cargar…Así, en años y años, hasta las piedras chicas se han acabao, patroncito… Fuera de que algunos cristianos que no encontraban piedra güena, cargaban con varias chicas… - ¿Y cuando comenzó todo esto? - No hay memoria. Mi taita ya contaba de la devoción y el taita de mi taita, lo mesmo…También la encontró. - Está bien que ante las imágenes y cruces pongan lámparas y velas…¿pero piedras!… - Como que da lo mesmo, patroncito. La piedra es también devoción. El indio se quedó meditando y luego, esforzándose por dar expresión adecuada a sus pensamientos, dijo lentamente: - Mire, patroncito…La piedra no es cosa de despreciarla…¿Qué fuera del mundo sin la piedra? Se hundiría. La piedra sostiene la tierra….Como que sostiene la vida… - Eso es otra cosa. Pero mi papá dice, que los indios, de ignorantes que son, hasta adoran la piedra. Hay algunos cerros de piedra, tienen que ser de piedra, a los que llevan ofrendas de coca y chicha y les preguntan cosas….Son como dioses….Uno de esos cerros es el

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Huara… - Así es, patroncito…Dicen que es muy milagroso el cerro Huara. - Ya ves. ¿Crees tú en el cerro? - A la verdá que yo nunca juí al Huara, pero no puedo decir ni si, ni no. Mi cabeza no me da pa eso… - Ajá ¿Y por qué no ponen cruz en ese cerro? - Dicen que ese no es cerro de cruz. Es cerro de piedra. - ¿Y por qué no le llevan piedras? - Usté sabe que le llevan ofrendas de otra laya. ¿pa qué va a querer piedras si es de piedra?, a una cruz no se le llevan cruces… - Pero tú crees en el cerro. - No le puedo responder, como le digo…Yo nunca fui al Huara… pero patroncito, ¿por qué no va a poner piedra en la cruz. La cruz es la cruz… -¿Qué importancia tiene una piedra? - La piedra es devoción, patroncito. Callaron ambos, ni el viejo ni el muchacho sabían de las innumerables piedras místicas que había en su historia ancestral, pero la discusión los conturbó en cierto modo. Más allá de las razones que se dieron, existían otras que no pudieron hacer aflorar a su mente y sus palabras. El viejo, confusamente, compadecía al niño por creerlo un ser mutilado, remiso a la alianza profunda con la tierra y la piedra, con las fuentes oscuras de la vida. Le parecía fuera de la existencia, tal un árbol sin raíces, o absurdo como un árbol que viviera con las raíces en el aire. Ser blanco, después de todo, resultaba hasta cierto punto triste. El muchacho por su parte, hubiera querido fulminar la creencia del viejo, pero encontró que la palabra ignorancia no tenía mucho significado, que en último término carecía de alguno, frente a la fe. Era evidente que el viejo tenía su propia explicación de las cosas o que, si no la tenía, le daba lo mismo. Incapaz de ir más allá de estas consideraciones, las aceptó como hechos que tal vez se explicaría más tarde. Miró hacia lo alto. La famosa cruz no era visible desde la cuesta, pues la ocultaban las aristas de los peñones. Pero parecía que ya iban a llegar. El camino se lanzó por una encañada y saliendo de ella, en la parte más honda de una curva tendida entre dos picachos, estaba la reverenciada Cruz del Alto. Como a cincuenta pasos del camino, hacia un lado, se levantaban los recios maderos ennegrecidos por el tiempo. La peaña cuadrangular sobre la cual se los alza, estaba enteramente cubierta de las piedras amontonadas por los devotos. El pedrerío seguía extendiéndose por todos lados, teniendo a la cruz como centro, y cubría un gran espacio, tal vez doscientos metros en redondo. El indio desmontó y el niño blanco hizo lo mismo para ver mejor lo que pasaba. El viejo sacó de las alforjas las dos piedras, dejando una en el suelo, a la vista, sobre las mismas alforjas. Con

la otra en la mano, avanzó hasta las orillas del pedrerío y precisó con los ojos un lugar apropiado. Sacándose el sombrero, y haciendo una reverencia, en actitud ritual, colocó su misma piedra sobre las otras. Luego miró la cruz. No movía los labios, pero parecía estar rezando. Quizá pedía algo en forma de rezo. En sus ojos había un tranquilo fulgor. Bajo el desgreñado cabello blanco, el rostro cretino y rugoso tenía la nobleza que da la fe nítida. Había en toda su actitud algo profundamente conmovedor y al mismo tiempo digno. Para no turbarlo, el muchacho se alejó un tanto, y después de trepar a una pequeña loma situada en mitad de la cresta, pudo contemplar, a un lado y al otro, el más amplio panorama de cerros que hasta ese momento vieron sus ojos. En el horizonte, las nubes formaban un marco albo sobre el cual las cumbres se recortaban, azules y negras, limando un tanto sus aristas. Más acá, los cerros tomaban diferentes colores: morados, rojizos, prietos, amarillentos, según su conformación, su altura y lejanía, surgiendo aveces desde el lado de ríos que ondulaban como sierpes grises. Coloreados de árboles y bohíos en sus bases, los cerros íbanse limpiando de tierra y por último, de no llegar a coronarlos de nieve espejeante, la roca estallaba en una dramática afloración. La piedra cantaba su épico fragor de abismos, de picacho, de farallones, de cresterías, de toda suerte de cimas agudas y cumbres encrespadas, de roquedales enhiestos y peñones bravíos, en sucesión inconmensurable cuya grandeza era aumentada por una impresión de eternidad. Surgía de ese universo de piedra un poderoso aliento místico, quizás menos grandioso que el de las noches estrelladas, pero más ligado a la vida del hombre. Simbólicamente acaso, ese mundo de piedra estaba allí, al pie de la cruz, en las ofrendas de miles y miles de cantos, de piedras votivas, llevadas a lo largo del tiempo, en años que nadie podía contar, por los hombres del mundo de piedra. El niño blanco se acercó silenciosamente a las alforjas, tomó la piedra y se acercó a hacer la ofrenda❃

Teoría y práctica El cuento realista

El Cuento realista:

“EEEl hombre siempre testimonió y reflejó en sus expresiones de arte la realidad que lo circunda.

El realismo como posición estética recién se configura a fines del siglo XIX. Se origina en la observación de las tradiciones y costumbres de los

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pueblos y, por ser una manifestación objetiva de la realidad, se expresa preferentemente en las formas de la narrativa, como la novela y el cuento.

Sin embargo, el modo o técnica de representación de la realidad ha evolucionado a través de los tiempos. El realismo literario del siglo XIX consideraba el arte como espejo de lo cotidiano, partía de la observación directa del mundo e intentaba reflejarlo objetivamente en su obra. Por ello sus temas eran la rutina y lo trivial de la existencia del hombre, y el recurso predilecto la descripción. Hay que destacar, sin embargo, que la copia fiel de la realidad es imposible por la multiplicidad y complejidad de la misma. El artista debía entonces seleccionar algunos elementos que volcaba en su obra; el resultado era la descripción de un mundo distinto del originalmente observado.

Para el arte contemporáneo, la única realidad que el artista llega a conocer con cierta profundidad es su propio yo. De este modo el mundo visto a través de la subjetividad del escritor se transforma aun en las cosas más convencionales. El artista no falsifica la realidad pero la proyecta en su obra como un juego de espejos, el resultado es una visión prismática y deformante de la misma. Es por ello que el arte actual aparece como irreal, cuando en verdad no sólo pretende describir la realidad con mayor exactitud, sino también iluminarla y revelar sus estratos más profundos.

En conclusión: hoy la literatura no refleja solamente la realidad externa y visible, la física, sino también la invisible, infinita, que supera lo puramente físico, de dimensión metafísica. Caracteres Temática: En el cuento realista el autor se propone dar una idea cabal y verdadera del mundo que lo rodea en todos sus aspectos: material, moral, económico, político y religioso. Por ello, la realidad del hombre en su esencia y existencia, y la descripción del medio en el que éste se desarrolla como individuo o como ser social, es la materia literaria de este tipo de relato.

En el afán de testimoniar la realidad inmediata, las obras resultan a menudo vastos cuadros sobre la vida, las creencias, el lenguaje y las tradiciones del hombre contemporáneo. En estos casos, la anécdota se diluye o es solamente un pretexto para la descripción de caracteres y de costumbres. Narrador: el escritor realista trata de narrar los hechos con objetividad y para lograrlo se vale de la

observación directa. Por lo general utiliza la tercera persona gramatical y adopta la posición de narrador testigo u omnisciente. Espacio y tiempo: como recurso de verosimilitud describe minuciosa y detalladamente el escenario en que vive el hombre y, en mayor medida que en otras clases de cuentos, incorpora el contorno humano con el objeto de sugerir una atmósfera o de crear un clima de realidad.

El espacio dilecto es el ámbito de la burguesía urbana y el ambiente rural. En ocasiones, el autor se detiene en la observación de los aspectos más vulgares de la sociedad con una intención de denuncia, o para presentar una tesis.

El desarrollo del tiempo de la acción es lineal y cronológico. Con el fin de precisar los hechos narrados y dotarlos de realismo, las fechas son indicadas con exactitud (meses, años, días horas o minutos). Incluso algunos relatos aparecen desarrollados en un momento histórico determinado. La historia presentada es preferentemente la inmediata o contemporánea del escritor. En estos casos el plano histórico se conjuga e integra con el plano de la invención. El ofrecer hitos temporales precisos permite al autor exponer los hechos en orden lógico y sucesivo y, de este modo, acentuar la verosimilitud de la ficción. Personajes: Los personajes aparecen caracterizados con una técnica tipificadora o genérica. El tipo, síntesis de virtudes y defectos fácilmente reconocibles, facilita al escritor explicitar una doctrina moral o social a través de su conducta. Lenguaje: Como recurso de verosimilitud el narrador realista reproduce el lenguaje de los personajes: habla local, modismos, formas coloquiales. Es así mismo importante la mayor inclusión de diálogos como procedimiento para la caracterización de los personajes y su presentación objetiva. Definición: El cuento realista es, por lo tanto, una presentación seria y a veces trágica de la realidad. Generalmente el autor parte de la observación directa de su entorno y lo refleja en sus obras con verosimilitud.” [De: “Introducción literaria III” Editorial Estrada]

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colonizado por Portugal. El territorio que va desde México hasta Chile y

Argentina, incluyendo al Caribe lleva por nombre -impuesto por uso- América Latina. Dicho nombre ignora –y con ello excluye- a las poblaciones indígenas y mestizas, a las negras y a su descendencia, como así también a la inmigración centroeuropea.

No en vano el nombre da identidad, quita u otorga reconocimiento-existencia. Con sólo una mirada a nuestra realidad, comprenderemos el significado de estas palabras. Como percibirán, el tema del nombre va ligado a una concepción axiológica previa, elegimos un nombre porque nos dice cosas, porque representa algunos escenarios y oculta otros.

Fue un tal Víctor Haya de la Torre el que dio a la región de la que estamos hablando el nombre de “Indoamérica”. Acertada observación, en especial para países de predominante presencia indígena como lo son Ecuador, Bolivia y Perú. Indoamérica toma en cuenta factores más autóctonos.

Y ya que estamos hablando de la presencia indígena, en varias oportunidades me he preguntado por qué una cultura de la relevancia de la Inca, se desvanece tan solícitamente frente al fuego de la “civilización”. Por qué los adelantos sociales, los hallazgos científico-matemáticos, la comprensión ecológica del mundo, la legislación y la escritura codificada, se pierden en las catacumbas de la historia oficial en cuanto entra en rigor la hispanidad. Los que ostentaron y ostentan el poder se comportan como si su pueblo solo tuviera 500 años, como si su realidad hubiera comenzado con la conquista y colonización, como si les diera vergüenza su pasado indígena. Se comportan como unos desmalezados, desoyendo los latidos de su tierra, escapando de la savia de su historia. Y así se sienten nuestros pueblos, como brizna atada a los caprichos del viento.

Dijimos hace un rato que un nombre es el que nos da identidad como sujetos o como nación. Quien nos nombra nos posee; a veces porque nos ama, a veces porque nos odia y otras porque necesita sentir que ejerce algún tipo de poder. ¿Qué clase de poder aplican los que nos desnombran? ¿Qué autonomía podemos exigir cuando nos re-nombramos con el nombre de otros que no somos nosotros? ¿Qué proyecto puede existir en una región que aún lucha por conservar o reflotar un apelativo? Un nombre de verdades e idiosincrasias propias, un nombre con avidez de identidad. Eso es lo que buscamos.

Como en el poema de José María Torres Caicedo, el de “Las dos Américas”, nos encontramos bifurcados. Y si bien aquellos versos no ha perdido vigencia, son otras las divisiones, y otras las geografías. Hay una América que amenaza con extinguir lo auténtico en beneficio de una cultura global e híbrida, y hay otra América que brega por

Viene de la página 1 rescatar de sus raíces la sabia más esencial de su pensamiento. Están los que reniegan e imponen; junto a los que atesoran y resisten. Están los dos; y los dos están en América.

El escritor y sus fantasmas

El escritor enuncia, denuncia, describe... pero fundamentalmente, nombra. Nombra los elementos de la realidad, sean estos producto de un entorno traspasado de fantasía o anegado de cotidianeidad.

El escritor transcribe, registra, imagina, evoca, crea y recrea los mundos en los que se mueve. El impulso de escribir surge casi como un acto reflejo, tal como lo es el instinto de la respiración para la especie humana.

Incontables veces me he preguntado de dónde surge ese anhelo interno que nos lleva a transmitir pensamientos. Por qué uno necesita expresarse, dejar una impronta en el papel o el éter... ¿será por esa necesidad de permanencia? No lo se, quizás sea el reflejo del impulso de eternidad, velado por la materialidad. Quizás sea otra cosa.

Lo cierto es que escribir, al menos en una primera instancia, es un acto completamente egoísta. Uno escribe para uno; para organizar sus pensamientos, para comprender sus emociones; uno escribe porque escribiendo se siente incorpóreo. Comienza a percibir que la carga de la existencia se aliviana, como si ganara por un instante la plenitud.

Después que uno se encuentra a sí mismo a través del verbo, evoluciona inexorablemente hacia el siguiente estadío, y esto es, escribir para otros. Uno comienza a sentir la necesidad de expresarse en sociedad, de divulgar sus ideas, sus pareceres.

Cuando se ha completado la experiencia en este plano, surge la ambición de ascender en esa espiral evolutiva que es la vida, y es entonces cuando tratamos de interpretar el sentir y el parecer del otro.

Creo que cuando un escritor consigue plasmar en sus escritos el pensamiento subterráneo de una cultura, obtiene la mayor satisfacción a la que puede aspirar un humano. Y cuando hablo de plasmar el pensamiento de una cultura, no me refiero a los intelectuales que se convierten en mercaderes del poder, ofertándose al mejor postor, sino a aquellos que sin importar las consecuencias se transforman en voceros de los sin voz, en gesto de aquellos rostros anónimos que sufren, sueñan, esperan.

He aquí el compromiso moral del escritor. Compromiso moral que, por otra parte, está más cercano al espíritu kantiano que al cristiano. No se accede a dicho compromiso por piedad, sino por un imperativo categórico. Una buena voluntad genera

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Práctica

la conciencia adecuada para accionar conforme al deber. Esta es la misión ultérrima del escritor.

Es verdad que algunos se quedan en el camino entre la proyección egocéntrica y el compromiso social pero, como todo en la vida, lo importante es la intención que motiva, el anhelo que moviliza, la desesperación que obliga a la acción, ya que los resultados son arbitrarios y no siempre dependen exclusivamente de nosotros.

Perú en su pensamiento

En la presente edición optamos por tres escritores peruanos: César Vallejo y Ciro Alegría; a quienes los une la literatura, la necesidad de plasmar las realidades humanas y el hecho de haber sido maestro y alumno, respectivamente. Y la cantautora María Isabel Granda Larco, conocida cariñosamente con el apodo de Chabuca.

La idea que motiva a “Maneras de Bien Soñar” es entreabrir la puerta de la literatura a las diversas idiosincrasias regionales. Somos concientes que al elegir algunos escritores resignamos a otros; la literatura peruana posee baluartes tales como el Inca Gracilaso de la Vega y su “Comentarios reales” en el que muestra la cultura Inca a la luz de la cultura occidental; Felipe Guamán Poma de Ayala con su “Nueva crónica y buen gobierno”, es un verdadero texto-dibujo-objeto, una temprana imagen visual de la palabra (estamos hablando de un manuscrito anterior a 1785); Ricardo Palma y sus “Tradiciones peruanas” que marca el camino de la literatura costumbrista; Mariátegui con sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” inscripta dentro de la corriente intelectual; o los contemporáneos Alfredo Bryce Echenique y Mario Vargas Llosa, entre otros. Pero elegimos sólo tres.

Los elegidos

César Vallejo fue uno de esos poetas comprometidos con el devenir histórico. Nació el 16 de Marzo de 1892, bajo la presidencia de Remigio Morales Bermúdez.

Estudió en la Universidad de Trujillo en donde recibió el estímulo de la “bohemia” local, formada por periodistas, escritores y políticos rebeldes. Allí publicó también sus primeros poemas. Viaja a Lima a fines de 1917 y es en esta ciudad donde aparece su primer libro: “Los heraldos negros”, uno de los más representativos ejemplos del postmodernismo. Hacia 1920, mientras visitaba su ciudad natal, se ve envuelto en una serie de disturbios que lo llevan a la cárcel. Esos tres meses de reclusión

tendrán una influencia crítica en su obra y en su vida; sus experiencias se reflejan en los poemas de su siguiente libro: “Trilce” (1922). Esta obra es considerada como un hito fundamental en la renovación del lenguaje poético hispanoamericano. En ella vemos a Vallejos apartándose de los modelos tradicionales, incorporando algunas novedades de la vanguardia y realizando una angustiosa inmersión en los abismos de la condición humana.

A fines de 1923, el "cholo" viaja a Francia, donde lleva la difícil existencia del intelectual con los bolsillos vacíos. Para poder sobrevivir se dedica al periodismo descuidando su producción poética.

Participa con amigos como Huidobro, Gerardo Diego, Juan Larrea y Juan Gris en actividades de sesgo vanguardista, pero pronto abjura de su Trilce y -hacia 1927- aparece comprometido con el marxismo a través de su activismo intelectual y político.

Toda la obra poética escrita en París, que Vallejo publicó parcamente en diversas revistas, se concentrarían en su libro postumo “Poemas humanos” (1939). En esta producción es visible su esfuerzo por superar el vacío y el nihilismo de Trilce y por incorporar elementos históricos y de la realidad concreta (peruana, europea, universal) con los que pretende manifestar una apasionada fe en la lucha de los hombres por la justicia y la solidaridad social.

Ciro Alegría es uno de los mayores representantes de la novela realista de protesta social en Latinoamérica, es el portavoz de la expresión más madura de la narrativa regionalista e indigenista nacional del siglo XX. Nació en Huamachuco, pueblo andino del norte del Perú el 4 de noviembre de 1908. Cuentan que a los nueve años atravesó los Andes a caballo hasta Trujillo, estudiando en el colegio San Juan con César Vallejo. “Aún recuerdo la sensación que me produjo su mano fría, grande y nudosa, apretando mi pequeña mano tímida y huidiza debido al azoro (...) Nunca había visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor era a la vez una secreta y ostensible condición que terminó por contagiárseme” comentó en sus Memorias.

A temprana edad se comprometió en la lucha de los movimientos políticos promovidos por el aprismo de Haya de la Torre, actuando en defensa de los indígenas de su país y las clases sociales menos favorecidas. Apresado varias veces por sus ideas, finalmente es deportado a

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Biografía de Tadeo Isidoro Cruz1

Práctica Biografía de Tadeo Isidoro Cruz1 [De: Jorge Luis Borges]

I'm looking for the face I had Before the world was made.

Yeats: The winding stair.

EEEl seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas del Pergamino; hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito despertó a la mujer que dormía con él. Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro.

Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda. La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones. Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad. En 1849, fue a Buenos Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno,

Chile en 1934. Ciro Alegría se reveló como novelista en el

destierro, siendo para algunos estudiosos el que le dio forma definitiva a la novela peruana.

En su libro más elogiado, “El mundo es ancho y ajeno”, describe las luchas de una arquetípica comunidad indígena contra los tres poderes que quieren destruirla: la oligarquía terrateniente, el Ejército y el Gobierno al servicio de los intereses estadounidenses. El uso de las técnicas narrativas modernas y el aliento heroico de la composición, le permiten presentar un relato río que arrastra materiales heterogéneos para crear un mosaico tan variado y dramático como la vida misma.

María Isabel Granda Larco nació en septiembre de 1920, en una zona de minas de cobre ubicada en el departamento peruano de Apurímac. Comienza a cantar a los 12 años, pero su despliegue como cantautora se inicia recién después de su divorcio.

El primer período es evocativo y pintoresco: “Chabuca” le canta a la Lima antigua señorial de fines del 1800, de grandes casonas francesas con inmensos portales y jardines de invierno. A esta etapa pertenecen “Lima de Veras”, “La flor de la Canela”, “Fina Estampa”, “Gracia”, “José Antonio”, entre otras. Granda rompe la estructura rítmica del vals, y sus melodías alternarán el nuevo lenguaje que propuso con el de los antiguos valses de salón. Su producción revela así mismo una estrecha relación entre la letra y la melodía, que va variando con una marcada tendencia hacia la poesía sintética.

Más adelante, Chabuca quebrantará incluso las estructuras de la poesía convencional, y el ritmo de las canciones seguirá los pasos de esa evasión de las rimas y las métricas. A esta última etapa pertenece un ciclo de canciones dedicadas a la chilena Violeta Parra y a Javier Heraud (poeta peruano muerto en la revolución de Velasco Alvarado).

En sus últimos años, Chabuca Granda interpreta un repertorio ligado al renacimiento de la música negra afro-peruana que, a pesar de haber estado presente a nivel popular, había sido denostado por razones sociales y raciales. Manejó con maestría “negra” el abanico de ritmos que enriquecieron la música popular peruana. Su poesía tomó la plasticidad de la acuarela, con un trazo sintético, sugerente en colores y sensaciones ❃

Viene de 6

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durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración. Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad. Uno de los peones, borracho, se burló de él. Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía. Probó el cuchillo en una mata: poro que no le estorbaran en la de a pie, se quitó las espuelas. Prefirió pelear a entregarse. Fue herido en el antebrazo, en el hombro, en la mano izquierda; malhirió a los más bravos de la partida; cuando la sangre le corrió entre los dedos, peleó con más coraje que nunca; hacia el alba, mareado por la pérdida de sangre, lo desarmaron. El ejército, entonces, desempeñaba una función penal; Cruz fue destinado a un fortín de la frontera Norte. Como soldado raso, participó en las guerras civiles; a veces combatió por su provincia natal, a veces en contra. El veintitrés de enero de 1856, en las Lagunas de Cardoso, fue uno de los treinta cristianos que, al mando del sargento mayor Eusebio Laprida, pelearon contra doscientos indios. En esa acción recibió una herida de lanza.

En su oscura y valerosa historia abundan los hiatos. Hacia 1868 lo sabemos de nuevo en el Pergamino: casado o amancebado, padre de un hijo, dueño de una fracción de campo. En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre. Los hechos ocurrieron así:

En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a la justicia. Era éste un desertor de las fuerzas que en la frontera Sur mandaba el coronel Benito Machado en una borrachera, había asesinado a un moreno en un lupanar; en otra, a un vecino del partido de Rojas; el informe agregaba que procedía de la Laguna Colorada. En este lugar, hacía cuarenta años, habíanse congregado los montoneros para la desventura que dio su carne a los pájaros y a los perros; de ahí salió Manuel Mesa, que fue ejecutado en la plaza de la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira; de ahí, el desconocido que engendró a Cruz y que pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las batallas del Perú y del Brasil. Cruz había olvidado el nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció... El criminal, acosado por los soldados, urdió a caballo un largo laberinto de idas y de venidas; éstos, sin embargo lo acorralaron la noche del doce de julio. Se había guarecido en un pajonal. La tiniebla era casi indescifrable; Cruz y ¡os suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento. El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara. Un motivo notorio me veda referir la pelea. Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Este, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro ❃

[En El Aleph | Emecé, 1969]

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¿Qué es esto? Tawantisuyo

Toda cosa que vemos, debemos verla siempre por vez primera, porque en realidad es la primera vez

que la vemos” Alberto Caeiro (Heterónimo) Tawantisuyo

Tradicionalmente cuando se habla de la

civilización desarrollada en los Andes a partir del año 1100 DC. se dice la cultura, civilización, Imperio, Estado, arquitectura, etc. "Inca"; es muy probable que éste no sea el término más correcto para denominarla, ya que como se conoce en época prehispánica "Inca" fue una persona: el Rey, Emperador, Jefe Supremo o Jefe de Estado. Es decir, había sólo un "Sapan Inca" que ocupaba la cúspide de la estratificación social piramidal; seguido por los nobles u "orejones" (denominados así por los conquistadores, a raíz de su deformación lobular debido al uso de pendientes y adornos pesados, que usaban para diferenciarse de los demás). Seguían los "runa" -el pueblo en general- después estaban los "mitimaes de castigo" o gente

desplazada de sus lugares de origen, y al final los "Yanaconas" que se dedicaban a tareas de servicio doméstico.

La lengua oficial en todo su territorio era el "Runa Simi" -que en español significaría "idioma del hombre"- lengua que también es conocida como "Quechua" o "Quichua" en algunos sectores andinos, formas españolizadas del original "Qheswa". Muchos estudiosos contemporáneos para referirse a esta civilización utilizan el sustantivo "Quechua", por lo que de ahora en más utilizaremos indistintamente ambos sustantivos -Incas y Quechuas-.

El territorio ocupado por ellos, su patria o nación era el Tawantisuyo, nombre compuesto que proviene de dos voces quechuas, tawa: cuatro y suyo: nación o estado; de tal manera que Tawantinsuyo, en el sentido idiomático Quechua, es un todo que tiene

Mapamundi del reino de las Indias/ un reino llamado Antisuyo hacia el derecho Condesuyo . hacia el Mar del Sur llal (…)[incompleto] / Otro reino llamado Collasuyo, sale el sol/ otro reino llamado Caysuyo,

poniente del sol [datos del recuadro]

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cuatro naciones.

La distribución y planificación espacial entre los quechuas estaban basadas en algunos aspectos elementales de su vida cotidiana, tuvieron siempre en cuenta las relaciones de dualidad, tripartición o cuatripartición. El Tawantisuyo estaba dividido en cuatro "suyos" cuyo ángulo central estaba en la ciudad del Qosqo, su capital. Qosqo es aparentemente un arcaísmo que de acuerdo a los cronistas significaba "ombligo" o "centro" del mundo, en este caso vendría a ser el centro u ombligo del Tawantisuyo. A partir del ángulo sur oriental de la plaza principal de la ciudad partían también cuatro caminos hacia los cuatro "suyos" o naciones cuyos nombres aún se utilizan en diversos sectores del Andes. Hacia el noroeste de la Capital se encontraba el "Chinchaysuyo" extendiéndose aún hasta el río Ancashmayo en Pasto -actual Colombia- a 4° de latitud norte; hacia el sur-oeste estaba el "Contisuyo" ocupando parte de la costa peruana y llegando hasta el río Maule al sur de Chile a 36° de latitud sur. Hacia el sur-este se encontraba el "Collasuyo" ocupando todo lo que hoy es Bolivia y extendiéndose aún hasta Tucumán, en la actual Argentina; hacia el noreste en los valles subtropicales y hasta el inicio de la selva amazónica baja se encontraba el "Antisuyo". En suma, lo que conocemos como el territorio de los Incas se extendió sobre un área de más de 3.000.000 Km2 (más del doble del territorio peruano actual) y cubrió unos 5.000 Km. de costas en el Océano Pacífico.

El éxito del Tawantisuyo se debió en gran parte al orden, un orden social, económico y jurídico

acorde a la realidad del momento; los quechuas fueron un pueblo altamente organizado y cada aspecto de su vida cotidiana estaba enmarcado en el respeto y seguimiento obediente de leyes permanentes e inalterables. La tradición ha institucionalizado tres leyes básicas atribuidas al Tawantisuyo que sintetizarían su orden; Ama Sua, Ama Llulla, Ama Kella (no seas ladrón, mentiroso ni perezoso); aunque se aduce que estos son preceptos creados en época colonial para conseguir completa sumisión de la raza autóctona. Es obvio que en aquel tiempo prehispánico el ordenamiento legal tendía a lograr cierta homogeneidad en los pueblos, para alcanzar un estandar de vida alto para la época, tal como sucedía con los Quechuas. Otras medidas contribuyeron a la equitatividad:

Se instituyó el uso del "Runa Simi" como lengua oficial tawantinsuyana.

Se estableció un sistema de división de tierras con partes destinadas al Sol, al Inca y al Estado, para garantizar su sistema de seguridad social y así socorrer al anciano, al huérfano, a la viuda o al caído en desgracia. La mayor porción de tierras fue destinada para la población común y corriente, donde cada varón que nacía tenía derecho a un "topo" de tierra cultivable y cada mujer a medio "topo" [topo o tupu: medida itinerante basada en el paso humano, equivalente a 2700 m2 ó 0.27 Há]; las tierras eran propiedad del estado y no podían ser heredadas. A la muerte de una persona su porción de tierra era tomada por otra recién nacida.

Se estableció un sedentarismo planificado para toda la población, tratando de buscar el equilibrio tierra-hombre con los "mitimaes" que fueron gentes o tribus desplazadas de su lugar de origen.

Sin lugar a dudas, la sociedad desarrollada, vivida y practicada por los quechuas fue particular, única, y no tiene equivalente en las sociedades tradicionales europeas. Su modo de producción es también sui-géneris y debe ser considerado como tal.

Es inaudito argumentar que el Tawantisuyo fue una sociedad de la "edad de bronce" sólo tomando en cuenta que fue el bronce el metal más duro que alcanzarona desarrollar, sin considerar su madurez en planificación, organización social, agricultura, arquitectura, ingeniería, etc., que aventajó a muchas de las sociedades coetáneas del viejo mundo.

El Tawantisuyo se caracterizó por su

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gobierno monárquico y absoluto que desarrolló patrones paternalistas con relación a su pueblo; pueblo protegido y sin muchas falencias que en contraparte se consagraba al trabajo y obediencia de la ley. Un sistema en donde no existía la propiedad privada, pero tampoco el hambre, haciendo en conjunto una sociedad no perfecta pero sí muy equilibrada; consecuentemente, los estudiosos modernos como José Tamayo tipifican al Tawantinsuyo como una sociedad enmarcada dentro de la "Teoría de la reciprocidad y la redistribución, y control vertical de pisos ecológicos en la Sierra y Costa del Sur peruano". Sabías?

Que durante más de 5000 años, la civilización Andina desarrolló un equilibrio socio-cultural, sustentado en la comunidad y respeto natural y social, transmitiendo su sabiduría "escrita" en el simbolismo de sus objetos culturales... ?

Que sus sociedades agrícolas aprendieron a domesticar a la naturaleza sin depredarla, desarrollando el cultivo de plantas alimenticias y medicinales, la crianza de animales y la ingeniería de terrenos en los diversos ecosistemas que integraron, aportando a la Historia de la Humanidad la más amplia gama de productos naturales que haya desarrollado una cultura... ?

Que los Amautas o Maestros constituyeron una Escuela Milenaria, conocida como la Capaccuna, constituida por 108 incas o guías, que ubicaron sus principales centros

ceremoniales [tales como: Udirna, Vitcos, Macchupicchu, Ollantaytampu, Qosqso, Raqchi, Pucara, Amantan, Copacabana, Tiawanaco, Oruro, entre muchos otros] sobre un alineamiento geodésico exacto, según proporciones y orientaciones geométricas y astronómicas rituales, que las crónicas denominan la Ruta de Wiracocha...?

Que vivió un Maestro Andino, que guió a la sociedad a su equilibrio, al igual que Cristo, Krishna, Buda o Mahoma, llamado Tunapa Wiracocha, cuya imagen sagrada quedó grabada en piedra, expresando en su código las leyes del orden y la armonía universal... ?

Que los antiguos sabio andinos resolvieron la cuadratura de la circunferencia y otras leyes geométricas inspiradas en la concepción cosmológica de Wiracocha, el Gran Ordenador universal, y lo aplicaron ritualísticamente a sus diseños?

Que los milenarios astrónomos andinos conocían el movimiento de presesión de la Tierra y marcaban los solsticios, equinoccios, y fechas agrícolas mediante calendarios de sombras en su arquitectura y en su geografía?

Que en su cosmografía dibujaron constelaciones que marcaban los acontecimientos y ciclos de la vida natural, que simbolizaron en su mitología...? ❃

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[Fundada el 15 de septiembre de 2002] Revista de literatura y cultura de la palabra

SSStttaaaffffff Editora/redactora: Cintia Vanesa Días (SoLCiTo) / Diseño de logo: Demian Adrox P/Zen.soluciones Colaboraciones y sugerencias:: [email protected] | En Web http://maneras.turemanso.com.ar Para suscribirse o cancelar la suscripción contáctese a [email protected]

*Como homenaje a Fernando Pessoa (en su heterónimo Bernardo Soares)

** “El espíritu es quien mueve la materia”