Maldororediciones Kubin El Gabinete de Curios Ida Des

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    ALFRED KUBIN

    EL GABINETE

    DE CURIOSIDADESAUTOBIOGRAFA

    Traduccin:

    Jorge SEGOVIA y Violetta BECK

    MALDOROR ediciones

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    La reproduccin total o parcial de este libro, no autorizadapor los editores, viola derechos de copyright.

    Cualquier utilizacin debe ser previamente solicitada.

    Ttulo de la edicin en lengua francesa:Le cabinet de curiosits

    ditions Allia, 1998

    Autobiographieditions Eric Losfeld, 1962

    Primera edicin: mayo 2004 Maldoror ediciones

    Traduccin: Jorge Segovia y Violetta Beck

    Depsito legal: VG-7392004

    ISBN: 84-933639-4-4Maldoror ediciones, 2004

    [email protected]

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    EL GABINETEDE CURIOSIDADES

    dibujos de Alfred Kubinintervenidos por V.B.

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    ang, calgrafo de renombre, viva cerca de una ciudadde la provincia china de Se-tchuan. Posea una peque-

    a propiedad, una casa situada en un pintoresco jardn

    cado en el abandono. Su mujer, Niang-Niang, que habasido muy bella en su juventud, era hija del rico granjero deun dominio imperial de la provincia vecina, y ambos vivie-ron largo tiempo felices. Fang pintaba da tras da sus cali-grafas, que con frecuencia eran mximas destinadas a lossantuarios que orlaba de dragones. Pintaba tambin bellasrepresentaciones de las ocho divinidades celestes y de los

    veinticuatro soberanos del infierno, que los devotos, debuena gana, entregaban al templo como ofrendas. Muypronto hurfano, aprendi la pintura con un viejo monjeque lo haba tomado a su cuidado y rega el conventodonde transcurri la juventud de Fang. Como el venerableanciano senta que se acercaba su fin, le entreg a Fang,que entre lgrimas permaneca a su lado, un rollo en el que

    figuraba el dibujo de un viejo maestro desconocido.Pintado sobre seda amarillecida, a tinta china negra, repre-sentaba un caballero y una serpiente en un paisaje desrti-co. El anciano maestro le hablaba con una voz apenas audi-ble a Fang, que lo escuchaba respetuosamente: Estudiauna y otra vez este dibujo, intenta penetrar sin desmayo ensu prodigiosa tcnica y sacars provecho de tu perseveran-cia. An tuvo tiempo de ofrecerle algn florilegio de poe-mas espirituales, y, poco despus, entreg su alma.

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    Fang guard las ltimas palabras del moribundo en sucorazn, como un mandamiento sagrado. El estudio deaquel dibujo y aquellos libros con esplndidos caracteresque contenan la sabidura de tiempos pasados, le ayud aprogresar y vivir tranquilo. Se cas joven y se instal con sumujer en la propiedad que sta haba aportado como dote.Se aisl en aquel lugar, y era all donde tambin reciba asus visitantes, que deban acudir a su morada si queran untrabajo ejecutado por su mano. Aos ms tarde ocurri que una desgracia vino a turbaraquella vida tranquila: Niang-Niang llevaba mucho tiempoenferma. Cada uno de los mdicos que el pintor consulta-ba le daba al mal un nombre diferente, cada uno prescri-ba sus remedios, pero nada se poda hacer. Fang acab porcreer que su mujer estaba poseda e invoc al diablo. Esatentativa fracas igualmente, y, despus de penosos meses

    de languidez, Niang-Niang, agotada, muri. El esposo, aba-tido, hizo levantar una gran sepultura. Pint sus ms bellasmximas y dibuj las ms bellas figuras de dioses sobre elfretro. Acuda con frecuencia a arrodillarse all, para pen-sar en la muertay en los das felices que tan rpido habanpasado a su lado. Ella se le haba vuelto absolutamenteindispensable, ella que estaba ahora ausente de su casa y de

    su vida. Lo que ms aoraba era su alegra y vea clara-mente que, sin ella, le sera imposible continuar viviendocomo antes. Pronto iba a tener sesenta aos, pero no lopareca: la piel de su cara todava era tersa y sus ojos casta-os an estaban llenos de vida. Pensando que slo unamudanza podra ayudarle, decidi pasar el resto de sus dascon su cuado. ste viva muy lejos, en la ladera mongol de

    los montes Tannu, que se extienden del gran Altai hasta elcorazn de China.Aquel familiar dedicaba sus das a recoger y secar los frutos, y,como haba odo decir el pintor, deba vivir all muy a su gusto.

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    El viaje durara tres meses y le llevara a regiones totalmentedesconocidas. La decisin era audaz para un hombre viejo,pero Fang no se arredr, y acab convirtiendo su propiedaden dinero. Adquiri entonces un robusto mulo, cogi el rolloilustrado recibido en herencia, los libros del maestro, quehaba sido como un padre para l, y parti para ese largo peri-plo el da mismo de sus sesenta aos.Recorri las regiones ms maravillosas, borde ros largu-simos, atraves bosques silenciosos e interminables, ascomo ciudades florecientes. Hasta entonces, haba vistopocas cosas del mundo, pero ahora ya no era capaz de gran-des esfuerzos. A menudo se agarraba, fatigado, a su montu-ra; su cara amarillecida se cubra poco a poco de numero-sas arrugas. Con frecuencia, por la noche, caa rendido,lleno del sentimiento de que los mejores momentos de su vida haban pasado. Pero la maana lo encontraba de

    nuevo fresco y dispuesto, y continuaba buscando su caminosin cansarse, informndose entre las gentes del lugar. Erahacia la poca de la primera cosecha del t y haban trans-currido cerca de ocho semanas desde su partida. Ahoradeba franquear una montaa muy escarpada. A las tres dela madrugada, Fang, derrengado a pesar de su ltimapausa, se encontraba a bastante altura en la montaa, lejos

    y por encima de todos los pueblos. El valeroso mulo trepa-ba lenta y regularmente la ruta de montaa que cada vez sehaca ms difcil. En la cumbre, Fang vio repetidas vecessobre la pared rocosa las mximas sagradas: Om mari padmehum!que all haban pintado en gruesos trazos azules losperegrinos budistas. Aquellas oraciones en snscrito hacanreferencia a la reencarnacin de Buda a partir de una flor

    de loto y significaban: Om! El tesoro est en el loto!Amn. Eran los ltimos signos de vida humana. A partir deall, ya no poda hablarse de camino, el mulo llevaba a sucaballero por una sombra trocha de piedras. Slo se vean

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    all algunas matas de hierba y pobres matorrales de hibisco,y el pintor dejaba que su montura buscase por s misma sucamino a pasos inciertos entre las piedras inestables. El ani-mal se enfoscaba a menudo y se negaba a continuar. Fang,arrancado de sus ensoaciones con un sobresalto, mir entorno a l. A sus espaldas, el sol estaba a punto de ocultarse.Ante l, slo haba una comarca salvaje, de infinitas colinaspedregosas por todas partes. Fue entonces cuando sintique un raro estremecimiento le recorra la columna verte-bral. Un sentimiento extrao, y, sin embargo, familiar, pene-tr en su corazn en el instante mismo de ver una serpientede un color gris y abrillantado que, saliendo de una fisuradel suelo, lanzaba su lengua contra el mulo. Fang sac sucorta espada, dispuesto a matar aquel reptil que le horrori-zaba y atraa a la vez, en caso de que ste se volviese peligro-so. Pero fue intil. Como si lo hubiera pensado mejor, la ser-

    piente, cuyo ropaje de escamas salpicado de mltiples colo-res tena reflejos metlicos debido al sol poniente, se deslizbajo una piedra con un silbido que pareca una risa para susadentros. La luz del sol desapareci en el horizonte, y, casi almismo tiempo, cay un crepsculo plido. El pintor, alivia-do, quiso enfundar su espada y fue en ese momento cuandosu mirada encontr por azar su propia imagen reflejada en

    la ancha funda plateada. La nariz anormalmente afilada, losojos hundidos en las rbitas: era la imagen petrificada de unm o r i b u n d o .Interiormente, se senta lleno de valor y colmado de unaprofunda alegra. Pensaba en el rollo ilustrado y saba quela serpiente era el smbolo del final de su vida. El mulo y sucaballero se perdieron entonces en las tinieblas, que ahora

    invadan raudamente la regin desrtica.

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    l gua de los creyentes, el califa Abdul Aziz, al que elpueblo llamaba la Sombra de Dios, se haba retirado

    como casi cada noche en estos ltimos tiempos a uno de

    los numerosos pabellones del jardn del viejo serrallo. Elquiosco del pavo real donde al tmido sultn le gustabapasar solo las horas que precedan a la cada de la nochese encontraba sobre las altas orillas del mar de Mrmara,oculto en parte por rboles y abundantes matorrales. Elestado en el cual trigsimo segundo prncipe del linajede los Osman encontr el Imperio turco tras su llegada al

    trono era, como se sabe, tan desesperado, que hubiesehecho falta una mano particularmente enrgica y unavoluntad particularmente firme para imponer nuevamen-te el orden. La prosperidad del Islam haba declinadohaca mucho tiempo, desde haca siglos, y, del poder tem-poral del Padischah, no quedaban ms que algunos vesti-gios. Los errores de sultanes y visires, las exacciones de los

    pachs acabaron por empobrecer los campos uno trasotro. A eso se haba aadido en los ltimos tiempos la avi-dez de las grandes potencias, y, nadie, a poco que estuvie-se informado, poda dudar ya del fin inminente deTurqua. Uno de los ms clarividentes sobre ese punto era,adems, el avisado Abdul Aziz mismo. Ante las mltiples einsuperables dificultades que necesitara superar para sal-

    var una vez ms a su imperio, una extraa transformacinse operaba en el corazn del dspota. Trastoc todos losproyectos de guerra santa que su sed de poder habaconcebido. Con una soberbia y sincera despreocupacin,

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    comprensible solamente a la luz del fatalismo de los orien-tales que creen fanticamente en la predestinacin, el sul-tn decidi cuando las dificultades arrastraron a su paspor la pendiente a la que son condenados los imperiosabandonados por sus gobernantes consagrarse slo a losplaceres a los que le daba derecho su rango de Padischah.Como hombre previsor, no pensando ms que en su pro-pio futuro, reuni numerosos tesoros, recurriendo paraello a toda clase de oscuros medios. Lingotes de oro, pie-dras preciosas sin tallar, perlas de grosor y colores extraor-dinarios, magnficas armas antiguas damasquinadas fue-ron escondidas en vastos subterrneos secretos. Ta m b i nse ocupaba, de la maana a la noche, en desarrollar susuntuoso harn y sus emisarios deban encontrarle a cual-quier precio a las ms bellas entre las ms bellas mujeresde todas las provincias. Conocemos el nombre de setenta

    y nueve de sus favoritas. Mas, el sultn comenz a acusarfsicamente el golpe de sus placeres. Abdul Aziz no podaocultarlo. Sobre aquel cuerpo que descansaba sobre unascortas piernas, su rostro se mantena an terso, los ojosbellos y las cejas notablemente tupidas, pero aunque slocontaba cuarenta y seis aos, el gua de los creyentes tenala apariencia de un sexagenario lo que no pareca inquie-

    tar a sus mdicos personales. Los abundantes placeres detal modo de vida reclam aban mucho sueo y como ste nollegaba, se oper una segunda transformacin en la sin-gular naturaleza de aquel soberano. Repentinamente, seapart de la sociedad e incluso de sus bienamadas muje-res. Nadie, ni su anciana madre, la sultana Valid, podaacercrsele sin arriesgarse a la pena de muerte. As vivi

    en adelante Abdul Aziz, como un hombre que rechazabatodos los placeres, incluso los vinos que hasta aquelmomento no haba visto con mal ojo sobre la mesa, a pesarde la prohibicin del Corn. En el soberano que comen-

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    zaba a buscar la soledad, apareci una tendencia opuestaal libertinaje sensual que haba caracterizado el ltimoperodo de su vida.El exceso en todo parece en los asiticos una necesidadnatural. En Abdul Aziz, el exceso se haba vuelto intelectual.Pasaba la mayor parte del tiempo soando con la poca desu feliz juventud, hurgando amargamente en sus recuerdosa la bsqueda de esos momentos de felicidad lamentable-mente enterrados. Cantidad de imgenes imprecisas lo ocu-paban sin tregua, ora una jornada de caza en la que habaparticipado al lado de su padre, ora una fiesta nocturna a laque haba asistido en compaa de francos, fiesta a la queactualmente se negara a asistir. Permaneca sentado bajo latechumbre de su quiosco del pavo real en una actitudmeditativa, una vez ms apoyado sobre los suaves cojines desu otomana, abandonado a la vaga luz de una visin inte-

    rior, en tanto que a lo lejos discurra el Bsforo y el dbilcanto de un pjaro que se adormeca llegaba hasta susodos. En ese momento se le apareci, vestida con un velodelicado, la imagen prodigiosamente bella de aquella extra-a esclava, muerta en plena juventud, que le hizo conocerpor vez primera los placeres del amor. Haba sido su her-mana Djemila quien se la haba ofrecido. Mucho tiempo

    haba pasado desde su muerte, pero su imagen giraba denuevo sin ruido, ante aquel hombre envejecido prematura-mente, con aquella extraa e incomparable danza que anta-o haba encendido la sangre del prncipe. Qudate!,musit el sultn reclinando su cabeza sobre un cojn.Pensaba an en la aparicin que comenzaba a desvanecer-se cuando sucumbi al ms largo sueo que jams se haya

    visto. Sus servidores permanecieron cerca de l, aun cuan-do sigui sin recobrar la conciencia.Ocho das ms tarde, Abdul Aziz fue destronado y muertopor manos criminales.

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    i ya, en un solo individuo, pueden producirse en las regio-nes desconocidas de su alma fenmenos tan asombrosos

    como los que acabamos de ver, cul ha ser, entonces, el

    poder de la imaginacin de muchas personas dominadas poruna misma visin alucinatoria? Esa fascinante esclava, esa dan-zarina era slo una fatamorgana: aparte del sultn, nadiepoda verla, pero la imagen que voy a describir ahora ha aca-bado por convertirse en una criatura de carne y hueso sus-ceptible de ser medida, pesada y fotografiada.No hace mucho tiempo, los habitantes del pueblo de

    Valpellino, en el Piamonte, han estado durante muchassemanas perturbados y sobrecogidos de miedo: corra elrumor de que haba sido visto un vampiro. En el pueblo,en casi toda la Italia del norte y en particular en la fronte-ra de Saboya, la creencia en los vampiros ha permanecidohondamente enraizada hasta hoy. Es por lo que, en

    Valpellino, las gentes se muestran muy sensibles a las afir-

    maciones de algunas arpas que creyeron haber visto unanimal desconocido entrar de manera sospechosa en losestablos para chupar la leche de las mismas ubres de lascabras. A decir verdad, sus opiniones sobre la naturaleza yel aspecto del intruso divergan ampliamente. Algunas cre-an haber visto un enorme pjaro de color oscuro, otras unanimal parecido al gato salvaje. Slo coincidan en un

    punto: deba de ser una criatura repulsiva, pues dej trasde s un pestilente olor. El maestro quiz el nico hombreinstruido del pueblo tom inmediata y enrgicamente ladecisin de oponerse a esas historias absurdas, pero ya era

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    demasiado tarde: testimonios ms o menos detallados,que parecan confirmar la existencia de un vampiro, llega-ban ahora de todas partes. Algunos das ms tarde, losnios hasta entonces con buena salud comenzaron a que-jarse de extraos dolores, de vrtigos, de temblores y vmi-tos; incluso algunos cayeron seriamente enfermos. Lasupersticin, tan vieja como el mundo, salida de tiempospaganos, se vio entonces poderosamente reforzada.Y ese fue precisamente el momento que un joven fillogo(un antroplogo) de Heidelberg, que estaba de vacacionesen la regin, escogi para hacer una excursin a Valpellino.Se interes vivamente por el asunto e incluso dio una diser-tacin, entre los pueblerinos, que lo escucharon cautivados;disertacin en la que defendi la idea de que la existenciade vampiros y semejantes criaturas fabulosas perteneca porcompleto al dominio de lo posible. Persuadi a todo su

    auditorio, y, tras una encendida discusin con el sabio, elmismo maestro acab por dudar de su propio escepticismo.En el espacio de algunos das, todos los habitantes deValpellino, bebs y cretinos incluidos, dieron forma imagi-naria al vampiro. Pues, de hecho, nadie lo haba visto hastael momento en carne y hueso.Pero aquello no tard en cambiar. Las muchachas y las muje-

    res se horrorizaban ante la menor marca roja en su cuello osobre su pecho. Algunas afirmaban, sobreexcitadas, habersido rozadas por una mano velluda o algo parecido en laoscuridad y ser sacadas as de su sueo. Las ms atemorizadasatrancaban todas las noches puertas y ventanas o, para nopermanecer solas, dorman en casa de los vecinos. Se mante-nan en vigilia hasta muy tarde, entre rezos, y rociaban las

    paredes y camas con agua bendita. Jvenes y arriesgadosmozos que queran sorprender al vampiro en sus actividadesdiablicas se escondieron en el establo, disimulados tras lasgavillas de heno y armados hasta los dientes durante buena

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    parte de la noche, dejando la puerta abierta para cogerlo enuna trampa. En un momento dado, vieron una sombra, per-cibieron claramente un resuello de gato salvaje, oyeron uncrujido, pero la criatura desapareci incluso antes de quehubiesen podido hacer un solo disparo. Ahora ya no habaninguna duda, el vampiro estaba all!Cuando la imaginacin excitada se queda prendida en unaquimera, sta acaba por materializarse antes o despus. Aunno hemos comprendido de una manera total lo que es nuestraTierra: sta obedece a esa ley desde la eternidad. Se inventa enlos animales y las plantas rganos sutiles llenos de secretos. Enel hombre, que posee por aadidura un aparato para pensar,puede formarse la ficcin de una libre determinacin de la

    voluntad. La fuerza extrema de la Tierra, que deriva en elInfinito, se encarna, reacciona entonces por intermedio de sucriatura, el hombre, encuentra en su pensamiento y en sus sen-

    tidos una materia en la que se imprime con precisin. He aqupor lo que es importante que cada cual preste atencin a susdeseos y temores. Si los compartimos plenamente con uno oms de nuestros semejantes, entonces pueden, repentinamen-te, tomar cuerpo. Eso lo saben los ms juiciosos de entre nos-otros, y as es como se explica que creamos en brujas y cosasparecidas.

    Vayamos, pues, al encuentro del vampiro! Durante unanoche de sofocante calor muri una religiosa, sin la asis-tencia del cura. La encontraron estirada, como si durmiese.Cuando, por la maana, llegaron los parientes para lavar elcuerpo, descubrieron una minscula picadura, un poco desangre seca, y, no lejos, un diente de ajo. La horrible sospe-cha se convirti en una certeza cuando una espantosa cria-

    tura, que recordaba a un murcilago, sali de debajo de lacama de la muerta. Torpe y enloquecida, revolote hacia lapuerta abierta. Como era a mitad de la maana, se pudo verclaramente a la infame bestia girar varias veces en torno al

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    pequeo campanario antes de ocultarse en su interior.Intrpidos, los que dirigan el asalto tomaron rpidamentelas riendas del asunto, consiguieron expulsarla de all, y, enpoco tiempo, cincuenta jvenes equipados con toda clasede armas de fuego, emprendieron la caza del monstruo.sta slo finaliz cuando le dieron muerte. Enseguida sedieron cuenta de que, a plena luz, la bestia slo conseguavolar torpemente y sin seguridad. Se la persigui de rbolen rbol hasta las laderas del monte Faroma. Presintiendosu fin, la bestia perseguida se pos sobre una roca. Uno delos perseguidores se desliz silenciosamente cerca de ella yla mat a quemarropa, poniendo as fin a toda aquellainquietud.Fue el estudiante de Heildelberg, el cual me visit hacepoco tiempo, quien me cont todo eso. Me describi as labestia: tena la talla de un perro mediano y el cuerpo

    cubierto por una sedosa piel de color gris oscuro, un pocoms clara al nivel del vientre. Proporcionalmente, sus alaseran cortas y de una forma imperfecta. Lamentablemente,no pude saber nada de su envergadura. La cabeza era pare-cida a la de uno de esos perros de hocico chato y partido.Sobre sus dientes, no pudo darme ninguna informacin.Sus pequeos ojos negros, como el azabache, hundidos en

    sus rbitas, tenan una expresin maligna. Sus grandes ore-jas eran asombrosas y tenan una forma casi idntica a las delos humanos, pero estaban verdaderamente muy sucias. Dospatas fuertes y robustas sostenan su cuerpo pesado; cadauna terminaba en dos dedos con uas inmensas. No tenacola. Su cadver pesaba 24 kilos 3/4. El maestro quisoenviarlo inmediatamente a Turn para que lo estudiasen,

    pero fue imposible. Despus de algunos minutos, se des-compuso entre olores espantosos, y, al cabo de algunashoras, de la bestia slo quedaba en el suelo una masa podri-da, irreconocible y pegajosa.

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    ace treinta aos, ocurri un triste suceso en una

    pequea ciudad no lejos de donde vivo. El veterinariodel cantn, un checo de gran talla, asombrosamente fuerte,le gust a la hija del mayor terrateniente de la regin, y,una vez convertida en su esposa, aquella joven frgil ymenuda se fue a vivir con l. Cuando estaban juntos, lagente se sorprenda del contraste que ofrecan. Pero apa-rentemente todo iba bien entre ellos. Como pude observ a r

    a travs de la verja del jardn yo no era indiferente alencanto de la mujer del veterinario la felicidad reinabaentre el joven matrimonio, y el gigante tena verdadera-mente mil detalles para aquella belleza. Para ser sincero, yoestaba muy enamorado de Laura, de su pelo castao, desus ojos de un azul profundo, de su mirada inquieta y teme-rosa. Ahora que pronto cumplir cincuenta aos, puedo

    admitir ms fcilmente lo que el joven de dieciocho aossinti en otra ocasin: ese amor era absolutamente en sen-tido nico y la situacin tan desesperada como era posible.El hermano de mi dolo, que era mi compaero de colegio,conoca mi inclinacin y estoy seguro que, a pesar de todaslas promesas que me haba hecho, le haba hablado de elloal menos con medias palabras a su hermana; incluso es posi-

    ble que la haya molestado insistiendo demasiado. Yo pasen mi juventud por un perfecto cnico aunque, en realidad,era exactamente lo contrario, pero como a menudo hacenlos jvenes, ocultaba un profundo pudor y una verdadera

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    modestia detrs de un discurso sin moderacin y lleno deburla. Me tenan, pues, en mi pueblo, como en la pequeaciudad donde estos incidentes tuvieron lugar, por un gra-nuja al que la obligacin de frecuentar la escuela profesio-nal le vena de perlas para dar rienda suelta a aquellapasin desatinada. Esa mala reputacin, se la debo a mispalabras, no a mis actos. Ciertamente, yo devoraba a midolo con miradas muy insistentes; cuando era posible, lasegua a cierta distancia y siempre intentaba provocar algnencuentro. Pero aquello slo serva, a decir verdad, paraacrecentar la indiferencia de Laura hacia m. Mis homena-jes le parecan penosos y acab por cogerme miedo a fuer-za de verme merodear cada vez con ms frecuencia entorno a su casa. Orgullosa e inquieta, segua su camino, suhermosa y pequea cabeza en otra parte, y no se daba cuen-ta ni de mis seas ni de mis elocuentes miradas. Como le

    contasen las historias que circulaban sobre m, dejaba esca-par palabras excepcionalmente duras para un ser tan dulce.Alguien que la conoca le dijo a mi madre que a ella no legustara encontrarse sola en la oscuridad con ese asquero-so granuja era de m de quien hablaba.Su marido era quien menos poda sospechar de mi estpi-da pasin por su mujer. Apenas tena tiempo para cumplir

    con sus agradables deberes conyugales. Adems de sus fun-ciones oficiales, aun pesaba sobre l la carga de una agota-dora actividad liberal relacionada con la crianza en nuestraregin de una raza de ganado muy renombrada en todo elmundo. El veterinario pasaba a menudo la noche en losestablos de los campesinos para aliviar a las vacas preadasque tenan dificultades en parir. En mangas de camisa,

    baado en sudor, aquel hombre fuerte como una roca, per-maneca a veces durante horas sobre el suelo al lado de lavaca, con la mano e incluso el brazo entero dentro delvientre de la madre, palpando y modificando la posicin

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    del ternero. Aquella actividad le proporcionaba un buenrendimiento, pero tambin estaba, verdaderamente, en elorigen del exceso de alcohol al que, por aquella poca, elveterinario se abandonaba. En esas ocasiones, una antiguatradicin llevaba a los propietarios de los establos a ofreceruna ronda de buen aguardiente de las montaas. Dentrode la pieza sofocante y recalentada, las bebidas fuertesdepriman el nimo, y, la mayor parte del tiempo, el colosaltoclogo prefera quedarse y dormir sobre la paja hasta lamaana, antes que regresar completamente ebrio y moles-tar o incluso asustar a su joven mujer. Pero aquella soledadnocturna no era sin duda para tranquilizar a su muy teme-rosa e inquieta mujer. En cierta ocasin, un cambio de hbi-tos se revel funesto.Un da, el veterinario decidi que su estado no era tanlamentable y que poda pasar el fin de la noche en su pro-

    pia cama. Tambalendose, abandon la granja por un cami-no del que saba que tardara dos horas en recorrerlo, espe-rando as que el aire fresco acabara por despejarlo. Al llegara su casa, cay en la cuenta de que no tena la llave de lapuerta. Era una noche de luna llena y, empujadas por elviento, las nubes modulaban la luz. En el bajo, la ventanadel dormitorio que daba al jardn estaba cerrada, slo la

    contraventana permaneca entreabierta para dejar pasar unpoco de aire. Si el veterinario lograba acceder al pasador,podra ganar su cama haciendo el menor ruido posible.Mas qu hombre ebrio puede moverse con tanta ligereza? A su primera tentativa de alcanzar la contraventana, sumujer Laura se despert y grit, profundamente asusta-da, que un desconocido quera entrar en su casa. No era un

    espejismo lo que haca latir su corazn: vea con certeza unasombra humana. Paralizada, la pobre mujer permanecisentada, inmvil sobre su cama, con las rodillas replegadascontra ella e incapaz de proferir el menor sonido. El hom-

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    bre, ebrio, creyendo haber entrado en la habitacin sin serpercibido, intent aproximarse y subir a la cama conyugal.En aquel momento se oy un horrible grito seguido de unsilencio absoluto. A la luz cambiante e incierta de la luna, nose distingua nada. El veterinario, repentinamente lcido,encendi una vela, llam a la domstica y se dirigi hacia su

    joven esposa desvanecida. Cuando volvi en s, se pas sema-nas delirando y su estado no hizo ms que empeorar. Fui cul-pado de la manera ms increble: como pude saber, la enfer-ma murmuraba mi nombre entre maldiciones y estridentesalaridos. Su hermano, mi compaero, me confes que encierta ocasin le haba dado a entender que yo intentaraconseguir a la fuerza una cita nocturna con ella, cuando real-mente jams haba abrigado tales intenciones. La desdichadamujer pens, quiz, que aquella noche yo haba querido lle-var a cabo mi pretendido proyecto.

    Ella no volvi a recuperar la salud y muri en una casa dereposo. El veterinario beba cada vez ms y su robusta ana-toma se deterior considerablemente; poco despus, tam-bin l franque el umbral oscuro.

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    uesto que mi herona, la bruja del Moos, quiz an es

    de este mundo, no dar aqu ninguna informacin pre-cisa sobre el lugar donde vive. Pasar tambin su nombrebajo silencio.Era la hija menor de una familia muy rica y, desde la infan-cia, se dedic a todas las extravagancias posibles. Mostrabauna gran predileccin por los juegos prohibidos, violentosy ruidosos en los que tomaba parte con sus calzas de piel.

    As, cuando se trat entre toda la pandilla del barrio defumar a escondidas, ella tambin se apunt. En los aos enque an era una jovencita, slo se la vea durante las vaca-ciones. Montaba un poney y cabalgaba con naturalidad, afe-rrndose a l como un hombre. Ms tarde, estudiante demedicina, volva al pueblo para ver a sus padres. No tarda-ron en circular numerosas ancdotas sobre su gusto por la

    caza, las excursiones y la gimnasia. Se entregaba, en efecto,a todos esos deportes con la misma pasin. Con su estaturasorprendentemente robusta y el extrao encanto de susmovimientos tan poco sofisticados, produca, en cualquiercaso, una gran impresin en no pocos hombres. Inclusotena varios admiradores, entre los cuales haba preten-dientes muy serios y bien dispuestos que quiz tambin aspi-

    raban, es cierto, a la fortuna de la joven heredera. Sinembargo, pareca no comprender lo que se esperaba deella; rechazaba todas las proposiciones estallando en unarisa increblemente grave y expeliendo el humo de su ciga-

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    rrillo contra la cara de sus decepcionados pretendientes.Enseguida pas por una de esas mujeres que despreciandefinitivamente a los hombres. Slo tena amigas y se rumo-reaba de las violentas escenas de celos en que se vea envuel-ta. Nada la pona ms furiosa que los intentos de los hom-bres de acercarse a sus amigas preferidas. En cierta ocasinse lleg incluso a un duelo en toda regla: los celos parecanvolver a la temeraria joven capaz de todo. No quiero relataraqu por escrito todo lo que los necios murmuraban. Yomismo estoy persuadido de que en la base de la naturalezatan singular de mi herona, haba una anomala psquica apartir de la cual se explicaran bastante bien algunas de susinclinaciones que se apartan de la conducta comn.

    Adems, el inters por ese misterio acab por extinguirse.Se enfad con su familia, de la que ya no quiso recibir dine-ro, y se march a ganar su pan como suele decirse como

    maestra a una ciudad del norte. Durante mucho tiempo, noomos hablar ms de ella.Volvi a aparecer entre nosotros cuando su padre, un viejohipocondraco, muri. Yo la vi en esa poca; deba de tenerunos treinta aos. Regresaba del cementerio tras el entierrodel anciano. Llevaba las manos hundidas en los bolsillos deun gabn cortado como el de los hombres y silbaba para s

    misma una triste meloda. Era un espectculo curioso.Caminaba delante de su familia, con la mirada fija, igno-rando a los muchos curiosos. A la hora del reparto suceso-rio, se revel que el difunto haba decidido financiar unosequipamientos comunales que no merecan la pena.Despus de esa deduccin de una parte considerable de losbienes, le qued a la viuda una cantidad de dinero como

    para vivir hasta el fin de sus das, y, cada uno de los hijos,recibi una cantidad muy modesta.Nuestra pequea ciudad est situada al borde de un lagocerrado por tres de sus lados por una montaa de paredes

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    rocosas y abruptas. El valle se abre hacia el sur y el lago seconvierte entonces en un vasto pantano lleno de caas quepoco a poco deja sitio a las praderas. Hay en el pantano, oen el Moos, como lo llaman aqu, muchos estanques depoca profundidad, que dan testimonio de que en tiemposprehistricos el agua debi de extenderse hasta ms lejos.Los ms grandes fueron alquilados por un astuto habitantede la comuna que pens instalar all un criadero de carpas.El hombre muri poco tiempo despus sin haber podidorealizar su proyecto y de nuevo todo fue devuelto a la natu-raleza. Para sorpresa de todos, mi herona adquiri a buenprecio aquella parcela del Moos que estaba rodeada por unaempalizada semi derruida. Al lado del estanque que parecams bien un pantano, se levantaba una minscula construc-cin hecha de viejas tablas. Su interior consista en unanica pieza que debi de servir para disponer los utensilios.

    Aqu y all an se vean nasas, recipientes y baldes, sin dudadestinados a la fecundacin artificial de las cras. All vivaaquella muchacha difcil de comprender. Con vigas y tablasconstruy con sus propias manos otra altura. Dispona as deuna segunda pieza ms pequea que la otra y que slo podaalbergar una cama y una mesa. El bajo le serva como reser-va para las provisiones. De una manera muy rudimentaria,

    construy un cobertizo que ocupaban dos hermosas cabras,la nica compaa de aquel Robinson femenino con las cria-turas del Moos. A menudo eran muchos los animales que semovan en torno a aquella oscilante construccin: garzas,toda clase de pjaros del pantano, vboras, ranas, ratas; losdas luminosos el aire bordoneaba y destellaba con las lib-lulas verde-doradas, las avispas, los colepteros y un sin fin

    de insectos de los que ignoro el nombre.El resto del mobiliario se reduca a algunas piezas de vajilla,una marmita de cobre, un mortero, todo muy usado y mise-rable pero conveniente, a pesar de todo, a su propietaria.

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    Instal tambin al aire libre una estufa de loza que ellamisma haba recompuesto y sobre la que yo pude ver, enms de una ocasin, hervir su sopa.Desde entonces le llamaban la bruja del Moos. El nombrele llego sin ms y se qued con l. Cuando el viento lo per-mita, entonces se demoraba en el agua. Como una criatu-ra anfibia, una ondina, chapoteaba, desnuda como un gusa-no, y de un manotazo rpido como el relmpago atrapabalo mismo una anguila que una carpa. Los cortadores de jun-cos, los cazadores y pescadores que ocasionalmente pasa-ban por all no se atrevan a burlarse de ella y la comunapronto se convenci de que era completamente inofensiva.Al principio, una especie de temor supersticioso se aduede la gente cuando vean a la misteriosa ermitaa acercar-se, una o dos veces al mes, al pueblo, vestida como un hom-bre (algunas prendas haban sido de su padre) y entrar

    siempre en la misma tienda para comprar las pocas cosasque exiga su modesta casa. Ms tarde, cuando se qued porcompleto sin dinero, algunos benefactores le dieron debuena gana aquello que necesitaba: poca cosa, en realidad.Apenas responda ya a las preguntas y hablaba, de manerageneral, cada vez menos. Alguien le ofreci una vez un viejolad. Ella no saba tocarlo pero se contentaba con sacarle

    toscos acordes y escuchar como se desvanecan. Tambin sedeca que, en las noches de verano, se acostaba apenas ves-tida con un chal hecho de retales de distintos colores queella haba cosido, fumaba en su corta pipa y contemplabafijamente las estrellas o bien el paso de los patos salvajes. Nos si ha llevado durante mucho tiempo esa forma vida o siha zozobrado en la locura, pues yo encontr un empleo en

    otra regin y dej de frecuentar aquel lugar que fue el tea-tro de mi juventud.

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    a tensin a la que someti nuestros nervios la guerra

    mundial, ao tras ao, a todos nos volvi un poco locos.Un invierno ms, un verano ms, al fin ya se dejaba de con-t a r, ya no se esperaba. Bajo el efecto de esa presin fantsti-ca, los hombres ms rudos volvieron a un estado salvaje, losms frgiles se volvieron casi locos. Finalmente, todo elmundo se sinti aliviado cuando sobrevino la derrota.Kosletzki, un comerciante de Cracovia, orgulloso polaco

    mezclado con sangre juda por parte de su abuelo materno,el viejo Rosenzweig, compr por casi nada se poda encon-trar barata en aquel momento una bandera. Uno de nues-tros muchos y gloriosos estandartes. Era una bandera deseda de distintos colores: rojo, blanco, negro y amarillo.Quiz la antigua bandera de uno de nuestros brillantes regi-mientos de hsares o dragones. Quin puede saberlo.

    Adems, quin podra decirlo ahora. Fuera lo que fuese,era ciertamente barata. Kosletzki arrastraba con l ese tro-feo que debi ser cambiado o regateado a lo largo de susperiplos. Con las ropas que haba heredado de su abueloBaruch Rosenzweig, muerto hace mucho tiempo, trajesmarrones, grises o negros, a menudo remendados aunquetodos de una solidez que ya no se encuentra hoy en da, se

    compuso una autntica figura de posguerra, fantstica einverosmil. Llevaba sobre su cabeza un sombrero alto,completamente abollado, que l mismo haba recompuestode manera un tanto extraa, a partir de un viejo sombrero

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    de copa al que le haba recortado los bordes. As, de esaguisa, recorra el pas en todos los sentidos, sin razn ni fin;prefera adentrarse por los atajos y evitar las ciudades y loscaminos vastos y concurridos. Se presentaba en posadas detres al cuarto, bien como enjabonador, bien como extermi-nador profesional de chinches, o se alojaba igualmente enlas casas de los campesinos a los que les contaba hazaas deguerra, completamente inventadas, a cambio de cama ycubierto. Los gendarmes, que lo tenan por un inofensivofanfarrn, lo dejaban seguir a su aire la mayor parte deltiempo. Incluso prestaban atencin a aquel loco manifiestocon una cierta comprensin cuando, entre aspavientos, lescontaba sus hazaas. A ellos tambin les hubiese gustadorecorrer aquellos lugares a donde lo llevaban sus marchasforzadas. Cerca del San, del Stryj, del Irtisch o del Drina oen las proximidades del Schelde, absolutamente por todas

    partes, el seor Kosletzki haba blandido triunfalmente consu locura aquel brillante estandarte de guerra; parecaincreble que su desconcertante figura hubiese sido vista enregiones tan lejanas. Era conocido en Polonia, en Hungra,en Bohemia, en Turqua y Dalmacia. Tambin hizo, verda-dero Ahasverus1, una aparicin en Suabia y en la regin deSalzburgo. En cierta ocasin se aventur en las proximida-

    des de una gran ciudad, se trataba si mis informacionesson acertadas de Anvers. Haba caminado durante todo elda entre el polvo y el calor del sol, completamente dedica-do a su gloriosa bandera, como a l le gustaba llamarla. Lallevaba sobre sus flacos hombros y trotaba sediento, fatiga-do y dbil, con los pensamientos perdidos en una aventuraguerrera imaginaria. En un momento dado, algunas voces

    vinieron a sacarlo de su ensoacin: Eh, t, famlicotunante, cuervo ruin, t, que ests seco como un arenque!Sobresaltado, vio a dos prostitutas que se desperezaban,ociosas, bajo la arcada de la puerta de un cabaret de la

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    calle. Comoquiera que las miraba con un aire asustado,ellas se echaron a rer y le prometieron, como es su cos-tumbre, el mejor de los vinos y la mejor de las compaas.Sus encantos, que, adems de la ligereza de sus vestidos, yaeran muy visibles, apoyaban su invitacin. l se decidi yel instante fue fatal tanto para su bandera como para sudignidad. Al son de una meloda del Ve n u s b e r g2 que bro-taba del arpa de un enfermo acuclillado cerca de la entra-da de la casa, el viejo loco se dirigi con pasos lentos aledificio, fue acogido por la sospechosa compaa y des-apareci tras la puerta.

    1Ahasverus es el nombre del Judo errante.2Venusberg, literalmente Monte de Venus, es la montaa sobre la que segnuna leyenda alemana de la Edad Media Venus, la hija de Belceb, habitabauna esplndida residencia. En ese palacio fue retenido el caballero Tannhuser.

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    a Liga de las amigas inglesas de la paz, cuya sede se

    encuentra en Londres, decidi un da enviar delegadasa Alemania para comprobar si el militarismo, aniquilado enrazn del famoso tratado de paz, haba sido realmentesuprimido. Algunos indicios parecan probar lo contrario.La reanudacin de una vida deportiva intensa, las reunio-nes y numerosas fiestas de antiguos combatientes les pare-can muy sospechosas. Igualmente sospechosos eran los

    breves artculos que los diarios consagraban a las excursio-nes de los scouts, aunque no dijesen nada especial, como lareivindicacin del derecho a llevar uniforme y lucir meda-llas. Extraamente, esos pocos hechos bastaban para cons-tituir un fenmeno digno de atencin. Tambin se encon-traron, enterrados en suelo alemn, tornillos y barras dehierro, cuya procedencia ni destino pudieron descubrir las

    mentes ms perspicaces de una comisin extranjera llegadaespecialmente para eso. Fue en aquel momento cuando laLiga de las amigas de la paz decidi, conforme al derecho,hacer su propia investigacin y constituir un equipo dedamas encargadas de encontrar la razn de todos aquellosobjetos enterrados en el suelo. Su equipamiento era noto-rio: aparatos fotogrficos, radios, instrumentos de medida,

    cajas de acuarelas y otros utensilios parecidos. Sobornaroncopiosamente a los empleados del ministerio de defensa delReich para conseguir informes. En vano. Finalmente, com-praron a un alto precio numerosos documentos estadsti-

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    cos a un impostor que los haba fabricado especialmentepara la ocasin. Sin duda result un buen hallazgo, pero noaport la prueba formal de un resurgimiento del odiosomilitarismo: no se tard en descubrir que todas aquellasrdenes de movilizacin, listas de grados, etc., no eran msque hbiles falsificaciones. Aquellas damas se vieron redu-cidas a fotografiar todas las aburridas fachadas de nuestrosviejos cuarteles y reunir esas montonas vistas en un lbum.Su viaje de estudio haba sido tan poco fructfero que deci-dieron adelantar su regreso. No obstante, antes de partirquisieron acercarse a Munich, pues se haban enterado deciertos indicios que hacan pensar que el militarismo quehasta aqu haban buscado en vano permaneca oculto en lametrpoli bvara. Pero tampoco all sus perseverantes yhbiles preguntas pudieron arrancar nada a los viejos ofi-ciales, a los estudiantes ni a los porteros de hotel. stos no

    vean lo que las damas buscaban y se contentaban con alzar-se de hombros. Fijaron, pues, el da de la partida. MissesGrace Bluedevil y Gwendolen Witchcraft, las damas msfogosas del equipo, fueron las nicas a las que no conven-ci aquello, pues estaban persuadidas de que el malditodemonio estaba oculto en alguna parte de Alemania. Ellasno haban perdido la esperanza de encontrarlo, y hacan

    paseos de estudio a espaldas de sus colegas, pues tras haberpisado el continente bullan de impaciencia y se juraron noregresar a su pas sin algn resultado. Se alojaban enMunich, en una modesta y respetable pensin de laBltenstrasse. Una maana hacia las 10 horas, las dos ami-gas descendieron la escalera, engalanadas, vivaces, graciosasy muy decididas a tomarse un copioso desayuno. Ocurri en

    el momento en que iban a poner el pie fuera cuando tuvolugar el incidente que por ellas se supone moviliz, y pormucho tiempo, la pluma de la mitad de los periodistas delmundo. Delante de la puerta de la casa se hallaba un

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    muchacho vestido con vivos colores, calzado con botas yespuelas, que gritaba rdenes entre grandes gestos. Oh,the militarism, the militarism!, gritaron al unsono las dosinglesas, ofreciendo as un perfecto ejemplo de la increbleactividad de la imaginacin humana: haban visto en la per-sona de aquel jovencito la espantosa y abrumadora mani-festacin del militarismo, mientras que desde la ventana, elhostelero slo vea a su hijo disfrazado con un uniformevariopinto, un sable y unas estrellas con las que jugaba consus amigos.Las dos inglesas reaccionaron de inmediato. Miss Gracecomenz a perseguir sin prdida de tiempo al fantasma queya desapareca bajo la puerta cochera de enfrente, mientrasque miss Gwendoline se diriga rauda hacia la oficina decorreos, que se encontraba a dos pasos, para enviar aDowning Street este triunfal telegrama: Esfuerzos corona-

    dos por el xito Acabamos de meter el dedo en la madri-guera del militarismo Grace Bluedevil, GwendolenWitchcraft.

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    iertamente, no es mi intencin criticar la insensatamanera en que la mayora de los hombres de hoy

    ocupan su tiempo. Sea como fuere, el espectculo repul-sivo que ofrecen la densidad de nuestros paisajes indus-triales as como el aniquilamiento de la belleza demuchas de nuestras ciudades, mercados y pueblos, es res-ponsable de una espantosa decadencia del gusto. Unmedioambiente de hierro y cemento, escaparates agresi- vos y los horrores de un anuncio omnipresente acaban

    por turbar a todos los individuos, incluso a los ms capa-ces de soportarlo. Las cosas, cada vez ms rpidamente, van a la deriva, el alma contina desesperndose, lasdiversiones se vuelven ms absurdas.En nuestro dibujo, se puede ver la apuesta que un ciertoseor F., ha hecho ltimamente, en un bar muy concu-rrido de una ciudad del sur de Alemania, con una riqu-

    sima americana, la clebre filntropa miss MurielBlackbone. F., el inventor de la combinacin de seguri-dad s.o.s, quera probar su alto valor prctico. La combi-nacin se compone de distintas capas de un materialparecido al caucho. Se infla como una cmara de aireordinaria a travs de una vlvula que lleva por detrs. Elcuello se protege especialmente con una fresa reforzada,

    pero la cabeza queda libre. Si la combinacin est infla-da, entonces su inventor est convencido aquel que lalleva est a resguardo de no importa qu cada, batacazoo descarga. Flota en el agua como una gran vejiga de

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    cerdo y protege, pues, contra el peligro de ahogarse.Tambin protege, con ciertas limitaciones, ante los dis-paros, gracias a las numerosas hojas de platino racional-mente intercaladas entre sus capas y, con ciertas reserv a s ,de picaduras.La apuesta estipulaba que F., dejara pasar sobre su cuer-po protegido con s.o.s. el automvil de carreras mspesado jams salido de las fbricas ThesleffDesfontaines,sin sufrir la menor contusin. Miss Blackbone mantena queaquello era imposible, y estaba convencida de que su adver-sario sera aplastado por el auto. Cada parte apost 100 000dlares que el rbitro, un cierto conde Drachenburg, tomen depsito.Un esplndido medioda se encontraron, conforme a loacordado, en el segundo patio de lo que otrora haba sidola Casa real de la Moneda, las siguientes personas: 1. los

    dos apostantes, 2. el rbitro, 3. el mdico, 4. la seoritaM e i x n e r, dama de compaa de la americana, 5. el coro-nel Pagenbrecht, amigo y compaero de viaje de esamisma dama, 6. Fritz Bullaug, colega y viejo amigo delseor F.Las dos alas de la Casa de la Moneda de esta ciudad estnseparadas por un pequeo callejn que conduce de la calle

    principal al patio propiamente dicho. Una pasarela, cuyaconstruccin fue acabada el ao ltimo, las une al nivel delprimer piso y es en su balaustrada donde nuestro dibujomuestra, juntas, a las personas antes citadas.Comprubese (de izquierda a derecha): Bullaug (senta-do), el conde Drachenburg, la Meixner, miss Blackbonecon un modelo de sombrero llamado de Pantalla

    (igualmente sentada), el coronel Pagenbrecht, y el mdi-co con su botiqun. Todos los participantes estaban muytensos, los dos adversarios se aferraban a sus contrariaso p i n i o n e s .

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    El automvil deba llegar justo a medioda por la callejuelaque se haba convertido, desde la construccin de la pasare-la, en un tnel. Una hora antes, F., se prepar en la pieza dela Casa de la Moneda, donde antao cada da un funcionariodoblemente juramentado cacheaba a los impresores de bille-tes y acuadores de moneda. Una vez colocado a la hora pre-

    vista sobre la calzada de cemento por unos ayudantes, F. ,pareca una enorme salchicha. El vehculo, conducido pordos ingenieros ningn piloto quiso prestarse a la experien-cia se acerc petardeando y escal la colina humana queestaba tumbada sobre el suelo, manteniendo su sangre fra.Evidentemente, gan s.o.s.

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    n torno a la mesa se contaban historias inquietantes.

    Cuando lleg el turno del barn, ste se hundi msen su asiento para evitar la luz de la lmpara y dijo:

    Cuando un exiliado de la revolucin despierta en m losrecuerdos de mi viejo pas de Livonia, casi nunca pasa unda sin que algo que yo viv antao me vuelva a la memoria.Es as como esta maana he pensado en un singular acon-

    tecimiento de mi juventud, que conviene completamente alhumor actual de nuestra asamblea.Yo pasaba regularmente mis vacaciones de otoo en nues-tro viejo castillo de M En esa poca deba tener alrededorde diecisiete aos, eran las diez y media de la noche y latempestad bramaba sobre la tierra: nosotros tenemos alltempestades otoales de una fuerza que no se conoce en

    Alemania del sur. A m an me quedaba por repasar, connuestro preceptor francs, mi ltima leccin de aquel da.An hoy, vuelvo a ver cmo el preceptor, el seor Dumont,un hombre joven y nervioso, se sobrecoga de temor antecada rfaga de viento que golpeaba las ventanas de la habi-tacin de la torre. Aquello me diverta y lament que mihermano menor, tambin l muy travieso, estuviese ya acos-

    tado. Sbitamente, la tempestad abri la ventana ms pr-xima a nosotros con una violencia inesperada. Una corrien-te de aire glido proyect una rama de abedul y de hojas decastao amarillecidas sobre la mesa. Al mismo tiempo se

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    apag la lmpara. Estbamos en la oscuridad ms total.Mientras que el seor Dumont buscaba a tientas un meche-ro, exhalando juramentos, un grito prolongado y lgubrepenetr por la ventana abierta de la torre. Slo una criatu-ra hombre o animal que se encuentra ante el ms espan-toso de los peligros, puede emitir tal sonido. El miedo meganaba a su vez. Mi profesor, que de nuevo haba consegui-do dar la luz, me miraba asustado: Qu es eso? Yo estabaintentando cerrar la ventana, cuyo cerrojo haba sido rotopor la rfaga, y slo pude alzarme de hombros. Despus mepuse a recoger los papeles que haban sido barridos delescritorio y esparcidos por la habitacin. Dudbamos si sen-tarnos o no, pues la tempestad continuaba desencadenn-dose con una violencia inaudita. La ventana se abri brus-camente , y hasta los dos lleg el grito omos muy clara-mente aquella voz: Auxilio! Me estrangulan! Era en

    letn y fue en ese idioma en el que grit, dirigindome a lastinieblas: Quin est ah? Qu ocurre? Escuchamos unbreve momento y, en medio de las rfagas de viento siem-pre poderosas, nos lleg un gemido quejumbroso y pene-trante, pero ms dbil, como si estuviese ms cerca de lamuerte: Me estrangulan!No haba ni un minuto que perder. Dej todo como estaba

    y salt por la escalera de caracol para ganar la biblioteca,donde yo saba que se encontraba mi padre. l se quedabaall todos los das, hasta muy tarde, sumido en sus investiga-ciones geogrficas. Absorbido en el estudio de los Atlantes,se sorprendi al verme entrar tan raudamente, de manerapoco habitual. Le expliqu lo sucedido. Algo escptico,moviendo la cabeza, se dirigi con un paso regular hacia la

    alta ventana y la abri. Con el aire glido de la noche nosllegaron tambin los estertores de espanto entrecortadospor las palabras.Mi padre no tena miedo de nada. Sin reflexionar, cogi

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    una linterna y descendimos a travs de las galeras para de-sembocar en la terraza, donde una larga escalera conducaal sendero, ms all del cual comenzaba el parque. Al otrolado, vi cerca de la puerta cochera, a la dbil luz de una lin-terna, un grupo de siluetas que se apretujaban unas contraotras. Eran nuestros domsticos letones, a quienes la curio-sidad haba alertado, pero que verdaderamente carecan devalor como para ir a ver de donde procedan las llamadas deauxilio, que seguan oyndose entre los intervalos de silen-cio. La voz nasal del seor Dumont me inform desde latorre que, por hoy, la leccin haba concluido. Yo segua ami padre que abra la marcha; los domsticos, repentina-mente decididos, se unieron a nosotros. La tempestad sehaba calmado un poco, pero a pesar de todo era tal lanegrura que, sin linterna, no se hubiera podido distinguirni la fachada del castillo, ni ante nosotros los inmensos

    rboles. A menos de cien pasos del lugar donde nos encon-trbamos, el amplio camino torca delante del castillo.Ningn muro lo separaba del parque, solamente una f o s a , y fue hacia ese lado donde mi padre situ el ruido que, aexcepcin de una queja puntual y un gemido sofocado, sehaba extinguido. En el haz de luz de la linterna que ilumi-naba el camino, nos apareci una imagen tan confusa que

    mi padre nos detuvo con un movimiento de la mano. Lo quevimos entonces nos dio una impresin verdaderamente fan-tasmal, tanto ms fantasmal cuanto que a la tempestad,ahora calmada, haba sucedido una niebla que distorsiona-ba ligeramente todas las formas. Lo primero que vimos fueun carruaje, volcado sobre la fosa, y dos caballos, cuyas rien-das se haban enredado entre las ruedas delanteras, impi-

    dindoles moverse. Los pobres animales estaban como enca-denados a su arns y se agitaban, impotentes. Al aproximar-nos, enseguida vimos un arcn grande y largo y, atrapadobajo el mismo, a un hombre vestido con un abrigo de piel

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    como los que usan los rusos, que pareca gravemente heri-do. Necesitaba ayuda, tena la cara plida y ensangrentada.Los domsticos liberaron al hombre de su fardo, con todaslas precauciones necesarias, que estaba casi sin conoci-miento. Mi padre comenz a examinarlo y slo encontruna herida grave, una brecha de unos cinco centmetrosdetrs de la cabeza, y por la que sangraba abundantemente.Limpiamos su herida con la mayor presteza posible, des-pus, gracias al botiqun, se la pudo vendar con cuida-do y reconfortar as al herido. Aunque su estado no eratan crtico, an pareca bastante malherido e inclusoextenuado. El miedo desapareci progresivamente desus rasgos, pero cuando su mirada se fij en el arcn,

    volvi a agitarse y se deshizo en agradecimientos. Mipadre le pregunt sobre los criminales que haban que-rido estrangularlo, pero de su boca no sali ms que un

    discurso confuso e incoherente. Le propusimos quepasara la noche entre nosotros y como pareca que nodespreciaba el alcohol, se tomase un grog calientepara reponer fuerzas. Nos ocupamos de sus caballos.Pero para nuestra mayor sorpresa, apenas habamos for-mulado aquella inocente oferta, pudimos constatarcmo el miedo asomaba otra vez a sus ojos, como si un

    nuevo pavor se hubiese apoderado de l. Tena prisa ynos suplic solamente que levantsemos su carruaje,que, entretanto, nuestro cochero haba reparado de lamejor manera. l debera estar imprescindiblemente enla ciudad a una hora precisa y, diciendo esto, ech unasombra mirada sobre el arcn, que de nuevo se habaestibado en su carruaje. El comportamiento de aquel

    hombre nos pareci decididamente misterioso.Pensamos que habra bebido demasiado aguardienteen la ltima posada que haba encontrado en su cami-no, para hacer frente a la tempestad que se haba des-

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    encadenado. Mi padre dio la orden de hacer lo quepeda aquel extrao tipo. Le ayudamos a subir al asien-to, le pusimos las riendas en la mano y atamos una denuestras linternas en su carruaje, para reemplazar lasuya que se haba roto. Con agradecimientos desbor-dantes de entusiasmo, jur que recordara eternamen-te nuestra generosidad, y que rezara para que el cielobendijese a mi buen padre. Des pus, el misterioso veh-culo desapareci entre la niebla del vasto camino y nos-otros quedamos en las ms completa oscuridad en cuan-to al sentido de aquel acontecimiento.Unos seis meses despus de aquellos hechos, conocimosdetalles que ayudaron a su esclarecimiento repentino:

    En los cementerios de las localidades vecinas habansido profanadas tumbas recientes, en distintas ocasio-

    nes, y los cuerpos que contenan, robados. Finalmente,se consigui entonces los gendarmes realizaron laspesquisas con diligencia sorprender a un hombre quedesenterraba el cuerpo de una mujer, inhumada unosdas antes. En el transcurso del interrogatorio sostuvoque venda los cuerpos al dispensario de anatoma dela Facultad de medicina de la ciudad universitaria ms

    prxima. El director del departamento de anatomapatolgica le pagaba un buen precio por cadveres enbuen estado. Los letones, sea cual sea su disposicin albeneficio, tienen un temor supersticioso de la muerte,

    y yo qued con mi padre, persuadido hasta el da dehoy de que aquel largo arcn contena un muerto. Elhombre era un profanador de sepulturas que tras su

    accidente, herido por el peso de su fardo, crey habersentido en las tinieblas, y en los bramidos de la tem-pestad, la mano del difunto al que haba turbado en sureposo, intentando estrangularle para vengarse.

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    Despavorido, haba gritado pidiendo ayuda. Cuandoquisimos ayudarle, tuvo miedo de que aquella fnebrecarga se abriese ante nosotros, y que lo tomsemos as,por error, por un criminal. No le quedaba ms remedioque volver a recuperarla y, sin decir nada, proseguir sucamino con el carruaje.

    El barn dio por finalizada su historia, y ninguno de losoyentes intent hacer la menor observacin, por miedoa turbar a aquel que permaneca sumido en los recuer-dos de su juventud y su pas.

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    Destino de un caballo trtaroen 12 cuadros

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    I

    li, un potro blanco que haba nacido en Manchuria,pas su primera juventud bajo los ojos de su madre.

    II

    Una vez crecido, prefera mantenerse aparte de la granmanada de caballos. A menudo se le vea bandose en elro.

    III

    Ms tarde, encontr una joven yegua y galopaba feliz aqu yall con ella en las noches iluminadas por la luna.

    IV

    La sed de libertad era el rasgo dominante del carcter deaquel caballo. Todas las tentativas para capturarlo resulta-

    ban vanas.

    V

    Como avanzaba en edad, sus irrupciones en el acaballaderocausaban grandes agitaciones. Sembraba el desconciertoentre los caballos que lo seguan como una manada sigue al

    caballo que la conduce.

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    VI

    Se quiso acorralar a Ali como a un animal salvaje y algunoscaballeros consiguieron localizar al legendario caballo blan-co en una regin de pantanos.

    VII

    Ali salt como un gigante por encima de la brecha de unmuro pero al hacerlo se encerr a s mismo en el patio deun viejo templo.

    VIII

    Un hbil domador arroj un lazo sobre el caballo de razadebilitado por el hambre y lo rescat.

    IX

    Entonces comenz para aquel caballo que, insumiso, noquera llevar a su grupa a ningn caballero, su peor perodo

    de sufrimiento. Cientos de veces debi aguantar el ltigo.

    X

    Un prncipe manch, el comandante en jefe de la provin-cia, oy hablar del extraordinario caballo. Slo l pudomontar a Ali y el animal, vinculado a l por un incompren-

    sible afecto, llev al prncipe ms all de las fronteras de laprovincia para reprimir a los rebeldes.

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    XI

    Tras la victoria, el caballo cay enfermo. De nuevo habasurgido su deseo de vivir libre en la estepa. Su caballero ledevolvi la libertad pero era demasiado tarde. Cada da elsemental blanco se debilitaba. Antao tan vivo, arrastrabaahora su cuerpo fatigado y descarnado por los bosques msespesos.

    XII

    Ya ciego, Ali se tumb al borde de un precipicio para espe-rar la muerte. All, oy como una voz familiar lo llamabasuavemente por su nombre. Era el prncipe, su antiguo

    dueo, despus convertido en mago. Le orden a Ali pre-cipitarse al abismo y fue as como el caballo encontr lam u e r t e .

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    ac un 10 de abril del ao 1877 en Leitmeritz,pequea ciudad al norte de Bohemia. Mi memo-ria es como un papel en blanco cuando intento

    recordar los dos primeros aos de mi infancia. Deb de serun nio muy vociferante; eso es lo que a menudo, des-pus, me dijeron mis padres. Sin embargo, mirando haciaatrs, ms o menos hacia el tercer ao de mi existencia,recupero velados recuerdos de algn juguete, de verdesfollajes inundados de luz, la cara plida y delgada de mimadre. Mi padre era un antiguo oficial de fusileros que,tras la campaa del 66, ingres como gemetra al serv i c i odel gobierno. Lo vi por primera vez en Salzburgo. Debiausentarse de su joven familia por dos aos, a fin de cum-plir su servicio en la lejana Dalmacia. Un buen da irrum-pi en nuestra nueva residencia, donde mi madre acababade instalarse confortablemente conmigo, y me caus el

    efecto de un hombre que no era muy amado por m. Miscelos sin embargo se moderaron cuando me regal unpequeo gorro dlmata, de color rojo, y, desde esemomento, pactamos la paz, aunque no sin reserv a s .

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    A partir de esa poca en Salzburgo, los recuerdos de mi vidase hacen considerablemente ms numerosos, adquieren uncarcter ms coherente y forman casi un todo. He sido unnio muy salvaje y mi inclinacin a huir ante los conocidos oextraos le haca pasar malos ratos a mi madre, y, adems,tambin a mi, cuando haca examen de conciencia.Hacia el quinto ao de mi vida, a mi padre lo trasladaron aZell am See. Aquel pueblo de alta montaa se convertira,para decirlo con propiedad, en el escenario de mi infancia.Si ese perodo de mi niez no fue demasiado bello, eso hayque achacrselo a la escuela. Nada ha sido, ni es ms odiosopara m, que cualquier coaccin procedente del exterior. Yoquera llevar una vida despreocupada, al azar, y por eso tro-pec continuamente con las coacciones de los adultos y demis compaeros de ms edad. No parecer extrao, pues,que siendo ms dbil que ellos me refugiase en la astucia y

    las artimaas, para poder abandonarme a mis inclinaciones.Daba libre curso, tranquilamente, a mis reprimidos instintosde crueldad. Disimulado en algn rincn del jardn, y tum-bado boca abajo, torturaba a los pobres y pequeos animalesque haban tenido el infortunio de atravesar mi imperio; yhede confesar que por muy abominable que hoy encuentre eso,

    y que tambin despus lo haya lamentado, me procuraba un

    intenso placer. Pero poco despus ya no encontraba nin-guna satisfaccin en ese horrible pasatiempo. nica-mente me senta feliz con los juegos a que me abando-naba, solo o con los amigos. Y qu magnficas ocasionesno se presentaban? Como en un largo, muy largo sueo,pienso hoy en todos los graneros, en las caballerizas,pabellones, talleres, molinos, en el arenal del lago, y en

    el bosque que me pareca una extraordinaria mansin,confortablemente acolchada de musgo. All construa-mos cabaas y perseguamos al jefe de los bandoleros.

    Yo s tambin que en lugares secretos se ocultaron all

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    tesoros que hoy abandono, sin envidia, a todos los bus-cadores. Lamentablemente, los hermosos aos de juegose escapaban raudos como agua entre los dedos, mien-tras que mis cinco horas de estudios cotidianos me pare-can eternas. Tengo que sealar, tambin, que tantomaestros como catequistas ganaban enseguida mi con-fianza, cuando mostraban su lado ms humano. Anhoy experimento una poderosa sensacin, al rememorarlas impresiones que me embargaban cuando el padrecatequista, durante la semana santa, nos contaba lossufrimientos y la muerte de Jesucristo.Sobre todo la iglesia, nuestra antiqusima iglesia de Zell amSee! Cuntas veces sus sombras bvedas no escucharon missuspiros, mis promesas y ruegos, ora rechazndolos con susilencio, ora concedindolos en mi imaginacin. Y mi jovenalma ha experimentado a menudo ese sentimiento con una

    elevacin mstica y un sincero recogimiento. A decir verdad, ese sombro templo gtico siempre mepareci, con su pompa, un gran conjunto severo que impo-na temor; sin embargo, en mi pueblo natal, muy pequeo,y fervientemente catlico, nosotros los escolares encon-trbamos una agradable intimidad en las relaciones quetenamos con l. Algunos de mis compaeros servan a la

    iglesia; yo tiraba con ellos de la cuerda de la gran campanay accionaba el fuelle del rgano. Era un chantre celoso, quese aburra tambin muy a menudo con las interminablesceremonias. No obstante, el soplo universal de los misteriosreligiosos me impregn tan fuertemente que mis impresio-nes de juventud despiertan en m cada vez que penetro enuna bella iglesia con olor a incienso.

    La iglesia y la escuela embridaban frreamente al salvajeinfantil. No tema los castigos de mi madre. Por esa poca,ella ya haba enfermado de tuberculosis; era muy nerviosa yse pasaba muchas horas al piano, quiz recordando xitos

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    musicales que antao haba cosechado. Las palizas que mipadre me propinaba se hacan ms raras, debido a que tenaque ausentarse a menudo por sus trabajos de topografa, conlo cual nuestra casa ganaba en tranquilidad.Entretanto, nacieron mis dos hermanas, hecho que slo metrajo contrariedades, pues siempre me las ponan de e j e m p l o .

    Y as, los hermosos das de mi infancia eran cada vez msraros. Casi siempre mi conciencia estaba cargada de peca-dos aunque de nimiedades como manchar o destrozar laropa en el transcurso de mis juegos, o bien como conse-cuencia de los asaltos, nunca muy afortunados, a las huertasde los vecinos. Por esa poca, la mayor ilusin me la procu-raba la lectura de los libros de cuentos; tambin me intere-saban mucho las ciencias naturales y llenaba mis ratos librescon la caza de pjaros y la pesca.Hasta que lleg el momento en que sirvindome de lpices y

    pinturas comenc a llenar, con garabatos y colores, innumera-bles hojas de papel. Siempre sent una extraa inclinacinhacia lo fantstico y lo desmesurado: a m me fascinaba la vacade cuatro cuernos, ms que la de dos, como las que podan

    verse entonces en cada esquina de las calles de Zell am See. Yen su esencia mis dibujos infantiles respondan a ese gusto. Enesos dibujos abundaban magos, animales cmicos y pavorosos,

    paisajes incendiados; en una palabra, estaba en ellos el germendel futuro Kubin.Yo tena diez aos cuando la muerte liber a mi madre dela tuberculosis. Aquella fue mi primera experiencia de lamuerte. Estuve cerca de su cama cuando recibi la extre-mauncin. Despus, al lado de mi padre, asist a sus ltimosmomentos. Las escenas de aquella agona se grabaron de

    manera indeleble en mi alma y me marcaron fuertemente.Aunque quiz la desesperacin sin lmites de mi padre measust y alarm todava ms. Alzando del lecho y abrazandoel cadver de mi madre, recorra con ella la estancia de un

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    lado a otro, llorando, como buscando consuelo para su tra-gedia. Por entonces mi padre an era un modelo de fuerzay belleza masculina, y si bien en ocasiones nuestro tren devida era precario, casi pobre, lo tuve durante mi infanciapor un hombre rico, y, sobre todo, por el hombre ms inte-ligente del mundo. Como habitualmente se mostraba conuna cordialidad reservada y sola hablar con voz suave,aquella explosin de dolor, que le haca perder toda com-postura y que contrastaba tan brutalmente con su carcter,me caus una enorme zozobra. Yo no haba pensado jamsen la muerte de mi madre; me pareca que, aun enferma, sequedara siempre con nosotros. Me costaba entender la prdi-da de mi madre, ese pensamiento no llegaba a abrirse paso enmi conciencia; no poda comprender por qu tanta gente mec o m p a d e c a .Despus de un ao de luto mi padre se volvi a casar, y lo

    hizo con la hermana de mi madre. En este esbozo biogrfi-co puedo pasar tranquilamente sobre ese perodo de mivida, hasta mi ingreso en un liceo de Salzburgo. Es neces a-rio, sin embargo, tocar aqu un punto muy importante:tena justamente once aos y medio cuando una mujermadura me inici en los juegos sexuales, lo que provocen m una inmensa emocin y proyect sobre ese perodo

    de mi vida una sombra que se alarg hasta el despertar demi pubertad.Un buen da de septiembre fui enviado a Salzburgo para fre-cuentar la clase de latn. El primer ao todo discurri bien gra-cias a mi excelente memoria, pero ya el segundo ao flaquecompletamente. Me resultaban especialmente odiosas lasmatemticas y el latn que acab sustituyndolas por otras

    dedicaciones, como jugar a los pieles rojas y a Robinson peromostraba grandes aptitudes para la historia, la religin y todaslas ramas de las ciencias naturales.Salzburgo es una ciudad antigua y maravillosa, y los monu-

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    mentos testigos de su gran pasado pertenecen al fondo per-manente de mis sueos. Cuando al cabo de un ao murimi madrastra, a consecuencia de un parto complicado, y,poco despus, me expulsaron del liceo aunque segua suje-to a las obligaciones de la escuela primaria y, una vez ms, volva a casa lleno de angustia, comenz entonces unapoca infernal de mi existencia. Mi padre, profundamenteinfeliz y desgarrado, haba perdido toda la confianza quedepositaba en m. Me prohibi cualquier intento de acer-carme a l, y, entonces, me sent abocado a vivir en soledad;nunca me permiti ayudarle cuando cazaba pjaros o cui-daba sus flores, que le gustaban mucho; ni siquiera me per-mita escuchar las historias que le contaba a mis hermanas,con su maravilloso poder de sugestin. Pobre de m, si meoa rer con todas mis ganas! Entonces me abofeteaba y medaba palizas. Y, para mi mayor desgracia, la nodriza de mi

    hermana menor, una campesina adusta que llevaba nuestracasa con gran dejadez, una mujer verdaderamente malicio-sa, no perda ocasin para ir a contar al odo de mi padreuna sarta de mentiras sobre mis supuestas maldades. ste,atrapado an en el profundo dolor de sus recientes desgra-cias, me castigaba inmisericorde, sin llegar a comprobarnunca si verdaderamente era o no culpable de algo, de

    modo que mi vida lleg a hacerse insoportable. Ahora que ya no poda encontrar refugio entre los hombres, queCristo y todos los santos permanecan sordos, me habavuelto absolutamente insensible, y me dejaba golpear, conla cabeza hundida entre los hombros: en mi corazn slohaba odio, odio, odio hacia mi padre y la humanidad ente-ra. Oh, si al menos hubiese podido matarlos!

    Me levantaba temprano todos los das, y, al amanecer, daba unlargo paseo por la montaa para ocultar a las miradas burlonasde los nios y las personas mayores mi vergenza de ser unestudiante que ha suspendido sus exmenes de latn.

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    Sin embargo, esa poca de total abandono result ser muyestimulante para mi imaginacin. Desde siempre el carcterorgistico que ofrece el espectculo de la fuerza con susexplosiones naturales, o el de las catstrofes, me procurabaun extraordinario sentimiento de felicidad, semejante auna embriaguez acompaada de una sensacin de picorque me recorra de arriba abajo la columna vertebral. Lacontemplacin de una tormenta, de un incendio o el des-bordamiento de un riachuelo se contaban entre mis gocesms fuertes. Era un espectador asiduo de peleas, de arres-tos, de las ferias de animales, donde se me poda encontrarregularmente. Tambin despertaba mi inters la pomposi-dad de las orquestas, y nadie puede imaginarse hasta qupunto me electrizaba la orquesta militar que, de vez encuando, atravesaba nuestro Zell. Todo aquello que habaodo decir de la vida de los soldados encontraba un eco

    grande en m. En nuestro pueblo, situado en los confinesdel mundo, los espectculos eran ms bien raros; a veces,asistamos a las formalidades del reclutamiento, otras, a lahuida de un caballo escapado de las caballerizas pblicas,y, en verano, en ocasiones, veamos a un general en uni-forme! cumpliendo con alguna visita oficial. El empera-dor Napolen era para m como un semidis, y lo nico

    que yo lamentaba era que no fuese austriaco. Cmo megustara hablar de eso con mi padre, pero era imposibleporque estbamos completamente enfadados y yo era laoveja negra de la familia.Haba otras cosas que tambin despertaban en m unaardiente curiosidad, por ejemplo los cadveres. Mi protec-tor, el pescador Hlzl que adems era el sepulturero, y

    una de las personas ms ingeniosas del mundo, sacaba confrecuencia del lago cuerpos en descomposicin, pues siem-pre existen imprudentes que encuentran la muerte en elfondo de las aguas. De ah viene tambin mi inters por

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    semejantes escenas. La muerte era para m incomprensibley me asombraba. Cmo ocurran? A menudo, dejabas dever a personas conocidas, mujeres, nios; alguien deca queestaban enfermos. Despus, al cabo de un cierto tiempo, tepermitan ir a verlas a sus casas, y entonces te las encontra-bas all, rgidas, inmviles, amarillentas y muertas.Tambinsola frecuentar los mataderos y desolladeros para observarsu trabajo con detalle, pero ms con una curiosidad fra ylcida que con el sentimiento de deleite demonaco de miprimera juventud.Mas, como necesitaba emprender unos verdaderos estu-dios, mi padre me envi a la escuela de artes decorativas deSalzburgo. Quera ver qu haran de m: estucador, tallistao algo parecido. Me encontraba, pues, con que tena dosaos por delante en Salzburgo y comenc a frecuentar asi-duamente la escuela de artes decorativas, recordando las

    advertencias de mi padre y su amenaza de no permitirmeregresar a casa y enviarme a un correccional, en el caso deque slo consiguiese unos mediocres resultados. Pero todotranscurri bien para m, me familiaric incluso con lasmatemticas, hasta el punto de sacar buenas notas. Slo eldibujo se me resista.Entretanto, mi padre se haba casado en terceras nupcias con

    una joven de Klagenfurt, y, entonces, se me ofreci la oportu-nidad de entrar como aprendiz en el taller de unfotgrafopaisajista, convertido en mi to por ese matrimo-nio. Me desped as de mis libros de texto, cuyos mrgeneshaba llenado con garabatos de escenas de caza, de guerra, detortura y otras del mismo gnero, e ingres en el taller de mito, en Klagenfurt. Suficientemente advertido por la experien-

    cia de un pasado de bastonazos, disimulaba cuidadosamentemis pensamientos y mis anhelos ms ntimos. Sin embargo, enlos primeros aos, me esforc por responder al deseo de todos

    y convertirme un da en un fotgrafo de talento.

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    Yo senta ante mi to que a mis ojos reemplazaba de algunamanera a mi padre, un ligero horror a causa de su frialdad;sin duda poda mostrarse a veces un verdadero seductor, demanera que a menudo yo me preguntaba si no debera sal-tarle al cuello, y decrselo todo, todo aquello que oprima mialma, y todo aquello que me fascinaba.Pero dejaba siempre para ms tarde la realizacin de esaidea, pues la confianza no reinaba entre nosotros; mi topermaneca profundamente extrao. Adems, viajaba lamayor parte del tiempo y nos enviaba montones de clichspara que nosotros los elaborsemos finalmente en el taller.Tengo que decir que esos cuatro aos pasados entre milesde imgenes fortalecieron mucho mi gusto por el paisaje. Elmar, Italia, Oriente, todas esas cosas que realmente yonunca haba visto, grabaron en m una imagen duradera,fiel a la naturaleza, y que tena a mis ojos un valor ideal e

    imperecedero.Es evidente que en toda gran empresa la divisin del traba- jo es ms favorable a la produccin en serie. Ese sistemaque mi to introdujo tambin en su taller, presentaba enmi caso personal el inconveniente de que mi participacinse reduca nada ms que a trabajos accesorios, y que as, des-pus de cuatro aos de actividad, an no saba hacer solo

    una fotografa, aunque la fotografa no sea verdaderamen-te un arte sino ms bien un proceso mecnico del que unindividuo medio puede aprender, en quince das, los prin-cipios esenciales. Por el contrario, llegu a adquirir, en eltranscurso de los dos primeros aos, una sorprendenteprctica del barrido, del arte de encender el fuego, del lava-do y otras ocupaciones anlogas. Ms tarde, se me ofreci la

    posibilidad de participar en algunas manipulaciones dellaboratorio. Pero no aprend, por as decirlo, absoluta-mente nada! Y solamente muchos aos despus, al trabaramistad con los directores de algunas escuelas de repro-

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    duccin mundialmente reputadas, fue cuando me familia-ric, como jugando, con lo esencial de esas bellas tcnicas.En cambio, hice en Klagenfurt rpidos progresos en miconocimiento de los hombres. Mi singular situacin inter-media sobrino y al mismo tiempo aprendiz result comouna continua coaccin, que, habida cuenta de la estupidezde mi trabajo de mano de obra, acab ensombreciendocualquier placer real por el oficio de fotgrafo.Por esos aos se despert en m la fiebre por la lectura, ydediqu noches enteras a alguna cautivadora novela.Finalmente, con mi actitud, pudieron ver mi indiferenciahacia todo lo que tena que ver con la empresa, y, entonces,la buena disposicin de mi to disminuy a ojos vista, sinesperanza de vuelta atrs. No obstante, le quedo reconoci-do por la pequea parte de comprensin que me concedien mi existencia de Cenicienta.

    A partir del tercer ao de aprendizaje comenc a recibirun salario mensual; entonces ya era un joven asistente de17 aos y dejaron de obligarme, al menos, a que permane-ciese noches enteras a la mesa familiar. Ya tena suficientecon pudrirme en una galera desde las siete de la maanahasta las ocho de la tarde, y de ser continuamente objetode preocupaciones.

    Despus sigui un ao de vida desordenada. Eso comenzcon los primeros arrebatos de amor, sublimes e impregna-dos de ideal, que habitualmente eran incomprendidos, yque acababan por perderse en los sueos sexuales. Debodecir que hasta entonces slo haba sentido un despreciodeclarado hacia el sexo femenino, excepcin hecha de lasmujeres maduras de treinta a cuarenta aos, bien conser-

    vadas. Pero en la actualidad me interesaba tambin por lasmujeres jvenes.Aparte de esas sensaciones que me embargaban, disfru-taba de mi libertad a grandes tragos. Me compr una

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    bicicleta, criaba serpientes y toda clase de gusanos enjaulas, y mis visitas al cabaret, a las que el jolgorio de lascanciones aada picante, llegaron a convertirse en unhbito. Nunca me emborrach mucho; medio litro dec e rveza o de vino era mi racin mxima.En ese ltimo ao de mi estancia en Klagenfurt, mis deseosde diversin se vieron plenamente colmados. Como mi toestaba la mayor parte del tiempo de viaje, ya desde la m a a-na corran las jarras de cerveza; canciones de estudiantes,coros o solos retumbaban en el taller; era, durante el da, unagradable libertinaje las noches estaban llenas de confusosmisterios. De vez en cuando, mi to haca una aparicin entrenosotros y restableca de inmediato la disciplina. Pero a lalarga, aquellas interminables noches de libertinaje quebranta-ron mi salud; estaba plido, irritable, y me senta muy desgra-ciado. Ca en la melancola, y eso vino a sofocar mi inclinacin

    por aquel tipo de placeres.Volv a los libros y un da encontr por azar el Parerga, deSchopenhauer. Su lectura me lleg a conmover profunda-mente. Estaba fascinado. Vea, expuesto all, un pensamien-to absolutamente singular. Estaba lejos de pensar que algoas pudiese existir. Reflexion largamente sobre ello, bus-cando la verdad con nuevas confrontaciones, y, finalmente,

    todo eso llev la confusin a mi espritu.Ocurri entonces que un hipnotizador anunci quedara maravillosas sesiones en una gran sala. A decir ver-dad, yo tena aquello por una burda superchera, perofui sin embargo a la velada, en compaa de algunos ofi-ciales de la Landwehr, que me apreciaban por mi agudosentido del humor. Y, para mi gran asombro, pude ver

    realmente cmo personas mayores y respetables, bajoaquel estado de hipnosis, daban gritos de gallo y gru-an como animales. Entusiasmado, me ofrec para unaexperiencia. El hombre, antiguo cerrajero con una cabe-

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    za robusta y fea, me someti, en unos minutos, a su voluntad. Bajo su sugestin, llegu a consumar en lasformas prestaciones espectaculares; nunca antes lhaba conocido un xito igual.En los das que siguieron nos libramos en el crculo de misamigos a toda una serie de experiencias parecidas que meinteresaban mucho, pero que dieron sin duda el golpe degracia a mi sistema nervioso. Poco despus caa en una tre-menda zozobra y durante la jornada no era capaz de hacernada en el taller. Estaba nervioso y muy irritable; a menudoocurrieron escenas penosas con los otros empleados, puesuna broma estpida soltada por azar poda arrastrarme auna rabia loca, como si repentinamente me hubieran falla-do todos los resortes y las inhibiciones me abandonasen.Aquello no poda seguir as! Entonces se apoder de muna oscura aversin por la vida y, con una decisin rpida,

    tras una escena violenta que mantuve con un colega, decidponer fin a mi existencia, que me pareca intil y arruina-da. Para llevar a cabo esa tentativa, met en el bolsillo unviejo revlver que haba comprado muy barato, y me des-plac a los lejanos lugares de mi infancia para matarmesobre la tumba de mi madre. Hoy me siento obligado a son-rer con melancola cuando pienso en esa crisis romntica

    de juventud. Primero, tras un trayecto de algunas horas eltren se averi a causa de una inundacin, de modo que slodespus de un rodeo que dur dos das pude llegar enplena noche a Zell am See, habiendo recobrado mi sangrefra, pero si cabe an ms resuelto a llegar hasta el final.Sobre la tumba de mi madre me encomend a Dios, y tam-bin le rec a mi madre, confiando que eso fortaleciera mi

    nimo y me previniese contra la cobarda. Despus, aguar-d todava hasta el siguiente toque de campana, con la espe-ranza de que llegara un auxilio de alguna parte pero nadalleg, y el pensamiento de regresar inmediatamente a casa

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    de mi padre, de ser enviado otra vez a Klagenfurt y pedirleperdn a todo el mundo, lo rechac como demasiado ultra-jante, como sencillamente imposible. Con el can sobre lasien derecha, donde, basndome en una lmina anatmicame haba hecho un rasguo para no fallar el cerebro, apre-t el gatillo. Pero el viejo y oxidado revlver se encasquill,y me falt el coraje moral para intentarlo por segunda vez:lamentablemente perd el conocimiento. Despus de pasaralgunas horas en la cama de una posada, volv a casa de mispadres, y mi padre sin hacerme ningn reproche meenvi otra vez a Klagenfurt.Mientras tanto, mi to haba regresado de un viaje y supo demi huida. No le conmovieron ni mis ruegos ni mis prome-sas de enmienda, y me puso en la calle. Me encontrabaentonces solo, no era nada, no tena nada. Sin embargo, mequed muy sorprendido cuando al leer el certificado que

    me expidi, deca que estaba capacitado para el oficio defotgrafo.Mas lo peor era que con eso perda una oportunidad impor-tante. Como puede verse por lo escrito anteriormente, yoan no poda ser admitido para hacer mi ao de voluntaria-do. Mi padre, que haba sido oficial, deseaba que acabara misestudios con un curso de preparacin militar, bajo la tutela

    de un antiguo comandante del ejrcito.Primero fui acogido provisionalmente por mis familiares deStyria. Despus decid enrolarme en el ejrcito sin tener laadmisin como voluntario. Hice la peticin y esper.Finalmente aquello se solucion y fui invitado a presentar-me en Graz, ante una comisin de reclutamiento. Peroresult que tampoco me admitieron entre los militares; el

    mdico del regimiento opinaba que era preferible que yoesperase an un ao o dos.Fue para m un momento extremadamente crtico cuando mepresent, desnudo como un gusano, con un paso tan militar

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    como era posible, ante el oficial del estado mayor que presidala comisin, y a quien le ped instantneamente que me admi-tiese. Le dije que posteriormente poda hacerme cartgrafodel ejrcito y que, por ltimo, yo alimentaba un ardiente entu-siasmo por la vida militar.Mis deseos se vieron cumplidos, y, al da siguiente por lanoche, provisto de mi hoja de ruta sal hacia Ljublijana, c a p i-tal de K r a n j , para unirme a mi regimiento. Cumpl dieciochodas de servicio ms o menos, y, durante ese perodo, mesent verdaderamente mucho mejor que durante los diecio-cho aos que acababa de pasar. Pues la subordinacin y ser-

    vidumbre eran aqu algo comn y nunca tuve el sentimientode ser el nico en conocer la depresin. Adems, era una

    vida completamente nueva e interesante, ms que la que seofreca a mis ojos, y, con mucha frecuencia, me envolva unaextraa felicidad al soar que, aunque como simple soldado,

    se me permita ahora pertenecer a una organizacin tanpoderosa como poda ser el ejrcito austriaco. A menudo,tena la impresin de sentir verdaderamente el indestructiblelazo que desde el emperador, pasando por los dems grados,llegaba hasta el ms humilde como el mo, y nos una en unsentimiento de sacrificio total al deber y al honor. Con grandecisin, llev a cabo las ms bajas faenas, como la de limpiar

    los suelos, y mi