Maldeojo18hombre

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MAL DE OJO HOMBRES CON TEXTOS DE GUILLERMO OSUNA- CARLOS SALDIVAR- ENRIQUE ARAQUE- ANA KARINA- OSCAR SAAVEDRA VILLAROEL- DANIEL DE CULLÁ- ISABEL GUERRERO Y MUESTRA VISUAL DE YOYITA BOLETÍN LITERARIO MAL DE OJO - NÚMERO 18 - AGOSTO 2014

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Mal de Ojo dedicado al Hombre. Próximo número NIÑOS. Si conoce a un@ niñ@ que escriba, motívelo y envíe colaboraciones a [email protected] www.editorialelit.cl

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MAL D E O J O

HOMBR ES

CON TEXTOS DE GUILLERMO OSUNA- CARLOS SALDIVAR- ENRIQUE ARAQUE- ANA KARINA- OSCAR SAAVEDRA VILLAROEL- DANIEL DE CULLÁ- ISABEL GUERREROY MUESTRA VISUAL DE YOYITA

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Número 18 MAL DE OJO Agosto 2014

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CONTENIDO

En el ocaso del día

Libertad felinaGuillermo Osuna

Tiempo de llorarCarlos E. Saldivar

El pastor sin memoriaEnrique Araque

IlustraciónMatías Gadox

La partida del compañeroAna Karina

Es que se detonan los músculos de mi corazón, y tengo que decir, tantas, tantas, tantas cosas...Oscar Saavedra Villaroel

La abuela estira la salchicha al abueloDaniel de Cullá

GuerraIsabel Guerrero

HombresYoyita

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Así es, poque ya el concepto de hombre ha ido decayendo a la vez que los tratados siguen hablando de lo mismo, el hombre y sus dificultades eter-nas. Porque frente a las grandes pro-blemáticas que el ser humano se plantea diariamente, nadie ha podido ver a este hombre-concepto an-dando por la calle, ya lo demostraron algunos filósofos hace tiempo, recor-riendo las calles con una lámpara en la búsqueda de este ani-mal-humano-mascu-lino que se ha puesto en la boca de quien quiera hablar de hu-manidad. Los conceptos, ya tra-tados en números an-teriores, van y vienen en la aventura de re-conocer quien somos y hacia donde vamos. Pensar en la literatu-ra, en la astronomía, en la guerra o evo-lución sin tomar este término como eje cen-tral de estudio, es una osadía. El hombre desde que se miró en reflejo , deambula en la eterna resolución de sí mismo, a la vez que se proyecta como bosquejo en todo ad-jetivo que se pueda

colocar al respecto. Así, intentar sobornar al conocimiento otor-gando valoraciones solo aptas para nues-tro propio lenguaje es la gracia misma que nos hace ser quien so-mos y es que no tene-mos más parámetros de medir al hombre que el hombre mismo. Históricamente, te-jiendo características idóneas se ha usado como ideal al súper hombre, al que se es-pera llegar por arte de magia, moralidad o contrabando. Sin duda, se nos hace difícil poder decir qué es ser Hombre sin antes caer en termi-nologías que quizás echarían por tierra cualquier cosa que podamos decir de ello. Cotidianamente lo asociamos a lo mas-culino, y debido a la carga cultural que nos pesa sobre la cabeza, se nos hace pensar que al decir Hombre es la huma-nidad la que se hace presente, así como que no existieran mu-jeres, niños, ancianos habitando la tierra. Y es que tampoco nos interesa. Como mu-jeres haciendo Mal de Ojo, preferimos pensar que al hablar

de hombre, mujer o catalogaciones dis-persas en su orden, se hace referencia a la fuerte determinación de querer colocar cuanto esté en el mu-ndo, en alguna cata-logación. Es así como frente a tan grande término y la infinitud de posibilidades que se puedan desprender de ello, no nos queda más que sentarnos a observar lo que este Hombre ha hecho del mundo, ya sea en su condición masculina o en su percepción de humanidad. La literatura lo pue-de todo, sobre todo cuando es este mismo Hombre quien lo pro-vee. En esta edición Mal de Ojo se atreve a tratar al Hombre y a sí mismo como fuente de inspiración, porque dentro de to-das las posibilidades de gestación mascu-lina o humanitaria nos hace bien pensar que seguiremos en la mágica aventura de encontrarnos en el ocaso del día, tejiendo la infinitud más diná-mica de nuestro por-venir, la muerte.

en e l ocaso d e l d ía

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NARRATIVA

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De tus siete vidasquiero la última.

GuiO

Ella se pierde en la noche, y varias noches con sus días. Él no sabe cuándo volverá. Ha aprendido a hacer lo propio, a perderse en sí mismo mientras observa por la ventana los rastros que aquella va dejando: aguas revueltas, huellas mínimas, humores encontrados, restos de café. Su aroma no se aleja tan fácil como su cuerpo, es persistente en los lugares donde habita y se pega en la piel del que la acaricia; él junta los cantos de sus manos y, ha-ciendo un espejo frente a su nariz, la respira largamente.

Su baile es el interminable vaivén de la marea con que ella lo inunda en su llegada y lo arras-tra en la resaca de sus escapadas.

¿Quién se negaría a encontrarse en la profundidad de sus pupilas y recorrer su espalda por las madrugadas?

Ella es libre de cruzar cualquier horizonte y no volver. Él aguarda siempre, como plato de leche fresca en las mañanas.

Tocan la puerta. Una niña acuna en sus brazos a una enorme gata que se funde en la negru-ra de su vestido. -¿Es tuya?- pregunta. –No- dice él -es de mi mujer- y voltea buscando su silueta de flama iluminando la lejanía.

L i b e r t a d F e l i n a

GUILLERMO OSUNADescifrador de Realidades

Integrante del taller de cuento Letras Tintas de Gabriela Torres Cuerva

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6 Fotografía por Claudio Ñonque www.flickr.com/photos/125518348N08/

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tiempo de llorar

Desde que era un bebé sus padres le dieron un trato cuasi militar y con toda clase de exigen-cias religiosas y conductuales. Se educó en un prestigioso colegio y tuvo amigos, serios como él, con los cuales se entretenía muy poco y bajo estricta vigilancia. En la secundaria tuvo dos enamoradas, ambas de gesto melancólico y adusto; el chiquillo se dio cuenta de que tenía poca paciencia y no sabía cómo demostrar su cariño, aunque encontraba la ma-nera de escabullirse de quienes le controlaban para dar rienda suelta a su sexualidad. Es-tudió Administración de Empresas en la mejor universidad del país, igual que su padre. Al terminar la carrera se hizo cargo de los negocios familiares, realizó tal labor con solvencia durante años. Su progenitor moriría de un infarto; el muchacho no supo cómo expresar las emociones que llevaba dentro, su interior era un torbellino contenido por muros de acero. En adelante sus pasos estarían dirigidos por la rabia. Se casó, tuvo un hijo, pero empezó a tratarlo tal como lo habían criado a él. Se divorció. Su ex esposa se volvió a casar. Ha-bría una nueva tragedia: su madre enfermó, un problema mental; tuvo que recluirla en un sanatorio. El sujeto se sentía miserable, intentó otras relaciones, pero nada resultaba, se convirtió en un tirano, se ganó el miedo de sus empleados, de sus conocidos. Un día, a los cuarenta años, se sintió tan atribulado que estalló y al fin pudo romper en llanto, vertió lá-grimas tres días seguidos. Se percató de que nunca antes había llorado, se dijo: ¿Por qué?, si es una sensación apaciguadora. Se sintió renovado, había expulsado bastante. Salió de su casa, observó la calle, el horizonte, su futuro. Ya no había dudas, tristezas, temores; era un hombre y sabía cómo enfrentar la vida.

Lima, agosto de 2014

CARLOS ENRIQUE SALDIVAR

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el pastor sin memoriaParece contradictorio, pero el camino al éxito está plagado de fracasos. No sólo eso, tam-bién hay humillaciones, burlas, lágrimas y, en casos extremos, la muerte. El último repre-senta el fin, mas no puede considerarse una derrota. Se falla cuando dejas hijos sin formar, asuntos incompletos o amores atragantados. ¿A cuántas personas he conocido que les gustaría viajar y no lo hacen? ¿Cuántos han tenido pasiones ocultas? ¿Cuántos han querido pintar de colores su lienzo y lo hacen en blanco y negro? Pues así era José Alberto Díaz, de niño soñó con arcoíris pero su vida fue monocromática.Él nació y creció en Margarita. Trabajó por treinta y tres años en la aduana. Su labor consistía en verificar que los productos que iban a tierra firme pagaran la nacionalización. Sólo veía el recibo del depósito bancario correspondiente a un pequeño porcentaje del costo total de la mercancía y la factura del producto para constatarlo, luego sellaba un aval e imprimía su firma con la mayor parsimonia posible. De vez en cuando hacía una que otra pregunta y los dejaba ir después de corroborar que todas y cada una de las personas que asistían a su ofi-cina lo detestaban y fingían entender la importancia de su trabajo, pero ni él mismo lo com-prendía. Y tal vez por eso la mayoría del tiempo no calculaba el pago, sólo sellaba y decía:-Siguiente.- Y eso era todo. Así se ganó la vida.Él, muy en el fondo lo sabía, estaba al tanto de que por cada cien productos adquiridos sólo cinco lo hacían legalmente. Entonces, después de varios años en el mismo empleo, se concebía a sí mismo como un burócrata sin futuro. Pero no corrupto, eso sí que no. Jamás cobró un céntimo por su trabajo, tampoco nadie se lo pediría porque si de sobornar se trata no sería en su oficina sino con quienes tienen los fúsiles y visten de verde. Pretendía no entenderlo, era mejor así; sucede que la mente humana siempre busca filtrarse hacia pensa-mientos indoloros. Un hombre nunca tentado no puede enorgullecerse de su ética o moral, sin embargo, él lo hacía porque era a donde su cerebro lo transportaba; un trabajador inso-bornable que lucha contra el sistema. Con el tiempo dejó esas ideas pudrirse en el estanque de los sueños sin retoño y el firmar y sellar se convirtió en una especie de acto reflejo o una reacción pasivo-agresiva.***Por años vivió con su madre y su rutina fue sencilla mientras ella estuvo a su lado; se levan-taba todos los días a las cinco de la mañana, realizaba sus ejercicios –treinta y tres flexiones de pecho y trece abdominales-, se duchaba, vestía y desayunaba. Mientras comía podía pre-ver qué tipo de personas asistirían a su cubil. Y siempre era la señora que iba de vacaciones con el nieto o el amante, los recién casados sin mucho dinero como para viajar al exterior, el universitario que compraba ron barato o el incauto que no sabía nada de nada y andaba molesto por las interminables colas en los bancos y en la entrada de la aduana. Tomaba el bus al frente de una biblioteca que jamás visitó. Nunca le gustó entablar una conversación con algún otro pasajero, pero una vez cierta señora se sentó a su lado, le ha-bló acerca de los implantes en sus tetas y le permitió tocárselas. Nunca más la volvió a ver, pero no olvidó su rostro ni lo bello que podría sentirse y verse una mentira. Tampoco pudo explicarse el porqué aquella mujer no le permitió acompañarle aun después de apreciar su torso desnudo. Llegaba temprano a la aduana. Por algunos segundos se sentía importante y hacía esperar a los usuarios un poco más de la cuenta. Esos eran los cinco o diez minutos más emocio-nantes del día; mientras tomaba café y leía las noticias en su cubículo. En algunos casos se pavoneaba por las oficinas o pedía a un compañero de trabajo una copia de un documento

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que él tenía en el primer gabinete de su escritorio y sabía que nadie solicitaba. Terminaba de atender a todas las personas antes del mediodía, sin embargo, debía cumplir horario; pasaba dos horas y media jugando solitario, ajedrez o dama en su computadora. Regresaba a las tres de la tarde, de vez en cuando se detenía en Pampatar; compraba me-dia caja de cigarros y caminaba hasta el final del muelle. Cuando la tarde caía llegaba a casa con una bolsa de pan o lo que su madre pidiera. Por años trató de abandonar a su ma-dre, pero era una relación de mutua dependencia. No obstante, allí no era libre de hacer lo que quería. El único lugar que lo hacía sentirse seguro era la Aduana. Ahí tenía un cuchitril donde apenas cabía un escritorio y un poster de Roraima clavado en la pared opuesta a la puerta. Él lo veía cada vez que entraba, pero nunca se le había pasado por la mente hacer maletas e ir hasta allá. Sin embargo, un día se apareció una dama. Y mientras él le pregun-taba cuestiones referentes a la cámara digital y otras necedades, ella fingía interés por el funcionario que a fin de cuentas impregnaría su firma y marca en un papel que a simple vista parecía insignificante, pero era mucho menos que eso porque ni para limpiarse el culo se podía usar; él comprobó que se deshacía al magullarlo. Al final, después de una interminable cháchara, ella vio una oportunidad y él no la notó deslucida. No era una mujer atractiva, pero sobrepasaba con creces las expectativas del funcionario. Ella era dueña de una agencia de viajes y él un misántropo algo tacaño. Claro, en la guerra entre el amor y el interés el segundo prevalece. Así que después de dos se-manas terminó con dos boletos de avión para Ciudad Bolívar, de allí, después de juntarse con unos turistas alemanes, partiría para Roraima. Aunque le incomodaba la idea de ir sin pareja no podía desperdiciar el dinero invertido así como así y, para no parecer un solterón desesperado, se le ocurrió la no muy buena idea de decir que él era un enfermo terminal de cáncer que de niño soñó con conocer la Gran Sabana. Esa aseveración condujo a una serie de situaciones que pudieron ser embarazosas con la ausencia de imaginación, ingenio y memoria, más aun cuando uno de sus compañeros de viaje era un reconocido oncólogo, sin embargo, produjo resultados muy favorables; un romance con una viuda de Frankfurt y una reducción en los gastos. Al final todo resultó en un enredo y no le quedó otra que olvidar que existía una mujer sumamente atractiva en un país llamado Alemania. Y todo por la dama de la agencia de viajes. Cuando recordaba el viaje, tenía la manía de preguntarse cómo se le pudo pasar por la mente que la dueña de una agencia de viajes lo acompañaría, por suerte no le preguntó; sólo asomó un intento de invitación y la mujer soltó una carcajada como si fuese la mejor broma jamás contada. Es que así parecía, una buena parodia. Él la invitó, aun sin conocer-la, y ella pasmada no respondió. Sintió pena por él mismo debido a que la respuesta de la mujer fue la más razonable de todas las posibles. Después de unos incómodos segundos él asomó su mejor sonrisa y la dama un suspiro. Entendió e inmediatamente se inventó una novia llamada Ivonne Carolina que era internista en un reconocido hospital de Cumaná. Ambos rieron, pero no pudo evitar que la mujer lo viera como un bicho raro o, en el mejor de los casos, como un hombre con un sentido de humor muy peculiar. Lo cierto es que se vio – o se supo- patético e inseguro por unos segundos. No obstante, como ya se sabe, no todo resultó mal; el viaje fue como tomarse unas vacaciones -De hecho, coincidió con sus vacaciones-, además, siempre quiso ir un poco más allá y aislarse de su mundo por unos instantes. Nunca había salido de la isla. Sabía de otras ciudades y pueblos, pero nunca imaginó ir allá. Muchos de sus compañeros de trabajo presumían acerca de sus viajes al exterior, él era un hombre sedentario.El 13 de Marzo, muy temprano por la mañana, se marchó. No le dijo a nadie a dónde iría, sólo partió. Lo único que dejó fue a una nota en donde le explicaba a su madre que haría un curso de formación profesional en el exterior. Se sintió como un niño, después de cuarenta

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años y tener que mentirle a su madre acerca de algo completamente normal no era lo más maduro. Y lo hizo.***Cuando regresó del viaje todo había cambiado. Era como si hubiesen pasado mil años; las calles irreconocibles y las personas infinitamente peculiares al punto que le causaba risa su idiosincrasia. De alguna forma que no se podría explicar él jamás regresó, su mente andaba perdida en algún lugar reluciente y distante. Se sintió un turista. Llegó con nuevas ideas, quiso aprender alemán y se mostraba hasta diligente con los que iban a la oficina. Nadie podía cambiar así en treinta días, pero lo de él era una cosa que tenía años gestándose; algo que buscaba la excusa para emerger, y así fue. Lo primero que hizo fue ordenar su oficina, luego sellar, sellar y sellar con rapidez a todo lo que se le apareciera por delante. No había preguntas ni café ni periódicos. Tampoco conversaciones ni chismes ni amigos ni hijos ni familiares ni jefes ni desamores. Era como un ser sin memoria; bello, franco y puro. El pasa-do para él era pasado y no volvería. Había dejado varios fantasmas divagar en su memoria, pero eran pocos; su ex esposa, sus padres y hermanos. Recordar a las personas tal cuál los dejó y no decepcionarse al ver que no eran lo que fueron ni sentían lo que sintieron. Se veía ajeno a ese mundo. Y aunque sólo fueron treinta días, él encontró opaco su mundo.Él era de los tipos que congelaba sus sentimientos, y después de 10 o 20 años sin ver a sus amigos los saludaba con el mismo entusiasmo que cuando compartía el mismo sol. Pero ya no esperaba nada, ni siquiera con los que veía a diario. Después de varias semanas ni los miraba cuando se topaba con ellos en la calle, mucho menos expresaba el mismo cari-ño que cuando hablaba largo y tendido. Ni les escribía porque precisamente el pasado era pasado, no volvería. Trenes que se van y no vuelven...o algo más o menos así. Se alegró porque veía cumplir sus metas por cada Bolívar ahorrado, eso lo reconfortaba y quería viajar nuevamente. Lo cierto del caso era que no podía volver a Roraima, pero trató; conservaba cada centavo en su cuenta y abrigaba esperanzas de que se pudiese repetir lo irrepetible. Y todas las mañanas, al entrar a su oficina, veía el afiche de su sueño con una ligera sonrisa como si pudiese cumplirlo. Era una alegría sincera y, como todo lo real, hermosa. Con el tiempo volvió a ser como antes del viaje o peor. Por eso o tal vez en su afán, o búsqueda, de tiempos mejores decidió recuperar lo mejor del pasado y arreglarlo o revivirlo con la ayuda de su imaginación para olvidar aquel lugar donde era un extraño conocido. Pero no fue así, algo no encajaba y lo intentó con ganas. Era como cuando remas contra la corriente, sien-tes que avanzas pero retrocedes al infinito y aquella luz de aquel faro en la isla que hace tiempo abandonaste, esa que pareciera tan cercana inclusive cándida, se vuelve lejana pero sin desaparecer del todo. Está allí para castigarte con la esperanza de que las cosas, quizás sólo quizás y si te esmeras lo suficiente, vuelvan a ser como antes. Pero José Alberto lo sa-bía, tan lejos se sentía del ayer y tan hermoso fue lo soñado que quiso estar en aquel sitio, y allí se quedó; en los recuerdos porque lo que pasó, pasó y eventualmente se olvida pero lo que pudo o pudiera haber sucedido permanece una eternidad en el corazón. Aquella mujer de ojos claros y acento extranjero se paseaba en su memoria y su imaginación arreglaba lo descompuesto. Cuidó de sus recuerdos como un pastor a sus ovejas; las alimentó, las llevó consigo en sus viajes y enderezó a las descarriadas. Y se volvió un amargado, nadie lo esperaría en Frankfurt.Y por eso fue que dejó escrito lo que está escrito sobre su lapida:-Nunca viajes…-

ROBERTO ARAQUE

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Fotografía por Claudio Ñonque www.flickr.com/photos/125518348N08/

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Ilustración por Matías Delgado Castro

http://gadox.deviantart.com/

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LA PARTIDA DEL COMPAÑERO

…Ya lo tenía claro, sabía perfectamente donde ir, ya la búsqueda había cesado y el encuentro consigo mismo le había abierto las puertas -por fin , un nuevo encuentro, una nueva salida- pensó... ¿a qué se quedaría?, a nada más que a luchar por la vida fútil y miserable, de esa en que el dinero no sirve más que para pagar la micro y comprar cigarros, ese que se va como la letra esparcida de los libro que ya no podía apreciar... - debía haber otro camino, otro ca-mino que conocer, ya no tengo nada que perder- pensó aliviado. Era entonces, el momento, partiría, y con su ausencia nos dejaría los corazones inflamados del afán de encontrar lo que queramos en nuestras vidas. Nos abrazó fuertemente, tomó la maleta y se marchó.

ANA KARINA

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poesía

Fotografía por Christian Weyehuincahttps://www.flickr.com/photos/weyehuinca

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[Es que se detonan todos los músculos de mi corazón, y tengo que decir, tantas, tantas, tantas cosas...]

Cómo toca a su hija, cómo le baja su país,

cómo sube por sus montañas, cómo se monta

al caballo del norte arisco, cómo moja su tierra,

cómo levanta la serpiente y viola sus mares,

cómo ella dice papi basta, cómo dice pacha en vez de papi,

cómo le dice al oído su himno perverso, cómo flamea su bandera

seca en la cama, cómo le inyecta ánima a sus fantasmas,

cómo le rompe el himen de su cordillera,

cómo la ciudad escucha esta coprofagia,

cómo se toma el veneno de sus ríos,

cómo le da a beber el veneno de sus ríos.

Mira qué descendencia, mira qué tipo ése,

mira como ahora él vuelve a tocar a su hija,

cómo le vuelve a bajar su raíz,

cómo le hace un machitún a su conciencia, a sus lagos,

a sus Ganges.

Observa cómo lo hace, cómo se lo hace.

Cómo ella dice patria en vez de papi,

y cómo papi dice ser su patria.

OSCAR SAAVEDRA VILLAROEL

Oscar Saavedra Villarroel. (Santiago de Chile, 1977). Poeta y videopoemista. Licenciado en Educa-ción. Becado por la Fundación Pablo Neruda en el 2005. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poesía. Un adelanto de su proyecto poético dOPING hISTÓRICO (único libro) fue publicado en "Anomalías, 5 poetas chilenos" (Editorial Zignos, 2007). Tecnopacha (Editorial Zignos, 2008) y Tecnopacha intervenido (La One Hit Wonder, Guayaquil, Ecuador, 2012) Coordi-nador del encuentro latinoamericano de poesía Descentralización Poética, director de la editorial Andesgraund y de las Escuelas de la Poesía. Dirige cursos de poesía en distintos lugares de Chile. http://www.poetandesground.blogspot.com/

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la abuela estira la salchicha al abueloDe regreso al patioDel Centro de Día “Comuneros”Los abuelos caminanAñorando rescatarLas horas perdidasCon pasear al perro de los críosCircundan rutas de miradasHasta el asientoY, como en vertiginosa noriaLa abuela acarreaLa salchicha del abueloComo una recién casadaEn su noche de bodasExtiende su mano izquierdaHasta su braguetaCon un tic nervioso que no acierta¡Acertó¡ que le brama la ilusiónDe ver algo grande, ¡glande¡Para la inmensidad de su amorQue ni añadeNi quita nada de eso

-“ Estás muy machote, amadoLe dice pasándole la mano derechaPor el hombroY, ¡ay¡, contempla desde ahíQue todo es pellejoY que los huevecillos vacilanComo los huesos de aceitunaEn su boca con prótesis dentalY en su débil desconciertoLa vieja sintroniza con él- los dos toman sintrón-Rompe la cantera de sus sueñosY le entran necesidadesDe besos, de cariñosY le pregunta:-¿Qué hacemos con esto, Pellé?

En unos instantes él rompeLos ciegos sentimientosY le mete las manosPor entre la braga para él de espartoGuía sus dedos

Por entre el balbuceoDe los grandes y pequeños labiosY le dice:-No te puedo ver el ChismePorque si me agachoA ver quien me levanta.-Sí, replica ella. Mejor será decir“ A ver quién te la levanta”Pues como dice mi vecina:“Todo sube, menos la de mi marido”De esta conversaciónSaliendo la primera sonrisaDe los viejos

El sintió la áspera brisa del sarroLa intemperie añeja del anoY el vertiginoso y fiero vestigioDe los sintrónicos besosDe su boca en sus labiosLabios en otros tiemposDepredadores de alboradasde gallina en gallo¡ Qué espléndido abanico¡Ella sintió las huellas del falso faloEn el espolón de su grutaRozando su Pepitaen el cabo de buena esperanzaO Picha de las ChicasComo canta en Iscar “El Chotillo”-De esta gallina se hace buen caldo, le dijo él-De ese gallo, no se saca nada, le replicó ellaEchándole saliva al glandeComo cuando al llegar a casaLe esperabaCon arengas y exabruptos incluidosPor haber tomado unas copasAntes de la comida o de la cenaY le agarraba de los huevos¡Qué devoción¡ allá ellaSe mostraba grave con esmero

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Las silenciosas plegarias del culoNo se hicieron esperar:La salchichaPadre de sus sentimientosEn un instanteLe rozaba el cielo del paladarCulebrillas se apareabanEn espermáticos besosEl color de la brevaInvitaba a su dulzura sabrosaY una ermita mozárabe eraTomada por modeloEn el viejo se sentíaComo un Rebuzno tres veces repetidoY la vieja, como una putaDel modo más solemne y circunspectoSe desgañitaba en ayesBien recio-Déjalo. Pellé-Déjalo, Carmina, ni te cansesQue ahora no somos más que dos pellejosComo tú bien dicesHeredados de las huellas del AmorDe otros tiemposProsiguiendo:A tu coño menguante le sobra el alientoAunque he de agradecerEl ansia, la presuraDe elevartela hasta el cieloImitando al Asno con jactancia-Sí, Tiburcio, Pellé,Tu salchicha, mi instintoCon qué piedad aquí entre mis pechosQue no es más que un recuerdoDe otros amaneceresOcultos en horizontesDe huevos hueros

- Airémonos unos cuescos, CarminaQue nuestros trinosAmanecen viajerosY quieren susurrar a los patos

Que hacen el amor en el Río VenaExcitando a las floresA la inspiración y aspiraciónDel consueloDe nuestro recuerdo en el tiempoDe aquella magia de tus manosPintando chorizos y morcillasBordados de sueñosY yo los chichis y castañasCon hilos de esperma y de salivaPoniéndoles al fuego.

DANIEL DE CULLÁ

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GUERRA

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Me detuve un instante entre la gente,vi carteles de sangre,

voces mutiladasbocas desafiantes,colores muriendo,

peste,enfermedades,

Vi poblaciones sucumbirdolores,gritos

y espanto.A cantos con tambores

sentí acompañar los hechos,descarrilar los caminos,

cortar con el flujo,y aunque pretendía colgar calendarios

quedé estática por díasfijada en la realidad del ángulo

sentí miradas aterradaslocalizadores y quejas,

murmullos,el crujir de la tierra,

vi palpitaciones,edificios en llamas,bombas en el aire,ideas profanadas,

vi a cristo con los brazos cortadosuna cruz al aire.

Vi al hombre a los ojos y le tuve pánico.

ISABEL GUERRERO

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v i sual

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L ent e d e l e ctor Derechos exclusivos de sus autores©Todos los autores

Gráfica y diseño© Editorial E-Lit.Santiago de Chilehttp://editorialelit.clCorreo electrónico: [email protected]éfonos: (56) 9-97844084 (56) 9-78247700

Agradecemos a todas las per-sonas que colaboraron en este número: Guillermo Osuna, Carlos Enrique Saldivar, En-rique Araque, Oscar Saavedra V. , Daniel de Cullá, Christian Weyehuinca, Claudio Ñonque, Yoyita y Rodrigo Adasme.

Registro fotográfico de Editorial E-Lit, Cristian Weyehuinca, Fabiola Veliz, Claudio Ñonque.Ilustraciones del número:Matías Delgado

Fotografía de portada:En la luz Christian Weyehuinca

Próximo número: Niños Envíanos tus colaboraciones a [email protected] Contactanos en:[email protected]ón general: Editorial E-Lit.Diagramación: Isabel Guerrero Ana Karina

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