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OBRERO DURANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN INGLATERRA. Me llamo Peter O’Hara, tengo 17 años y me encuentro encerrado en la bodega de un barco, esposado con más convictos, camino de una prisión que no sé dónde está. Aquí encerrado en este barco, hago un repaso de mi corta vida que ha sido muy ajetreada. Empezaré por el principio, yo nací en Liverpool el día 6/1/1.794 (fui el regalo de reyes) y después de mí nacieron cuatros hermanos más. Mi casa (si a eso se le podía llamar casa), era una habitación donde dormíamos los siete, la cocina también estaba allí. Nuestras necesidades fisiológicas las hacíamos en el patio de atrás, junto con todos los vecinos, el olor era insoportable sobre todo en verano.

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OBRERO DURANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN INGLATERRA.

Me llamo Peter O’Hara, tengo 17 años y me encuentro encerrado en la bodega de un barco, esposado con más convictos, camino de una prisión que no sé dónde está.

Aquí encerrado en este barco, hago un repaso de mi corta vida que ha sido muy ajetreada.

Empezaré por el principio, yo nací en Liverpool el día 6/1/1.794 (fui el regalo de reyes) y después de mí nacieron cuatros hermanos más. Mi casa (si a eso

se le podía llamar casa), era una habitación donde dormíamos los siete, la cocina también estaba allí. Nuestras necesidades fisiológicas las hacíamos en el patio de atrás, junto con todos los vecinos, el olor era insoportable sobre todo en verano.

Mi padre trabajaba en la mina que estaba muy cerca de casa y yo entre a trabajar en la mina con cinco años. Trabajaba catorce horas diarias, de cuatro de la mañana a cinco de la tarde, arrastrando vagonetas llenas de carbón en total oscuridad. La mina no me gustaba y muchas veces cuando no había nadie me ponía a llorar.

Los domingos mi madre me lavaba y me ponía mi mejor ropa (el pantalón no tenía zurcidos) e iba a la iglesia, allí me enseñaban a leer y escribir.

Un día hubo un accidente en la mina, mi padre, dos hermanos y treinta hombres murieron, en aquel momento yo tenía diez años.

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Al faltar los tres sueldos no teníamos bastante para subsistir, así que tuve que robar comida por los mercados. Nunca me cogieron, tuve mucha suerte porque si me hubieran cogido lo mismo me habrían ahorcado.

Después mi madre enfermó y cómo no teníamos dinero para el médico, la llevamos a la iglesia para que la curaran. Desgraciadamente mi madre falleció y me quede huérfano con dos hermanos pequeños a mi cargo. En aquel momento contaba con trece años.

Después de ese episodio, decidí dejar la mina y trasladarme al condado de Nottinghamshire, allí encontré trabajo para mí y mis hermanos en una fábrica textil. Se trabajaba las mismas horas, con el mismo sueldo pero no estaba todo el día en la oscuridad cómo en la mina. Sobrevivíamos como podíamos. Yo iba al mercado y siempre me traía los bolsillos llenos de comida robada.

Durante tres años trabajé sin cuestionarme nada, trabajando mucho, cobrando poco, pero no pensaba que eso estaba mal, ya que desde mi infancia era lo que siempre había hecho.

Un día entro a trabajar allí un joven llamado Ned Lud, él me hizo ver que las condiciones de trabajo y los sueldos que nos daban eran deplorables y que los empresarios se estaban enriqueciendo a nuestra costa y que teníamos que luchar por conseguir mejoras.

Nos organizamos y nos pusimos de acuerdo en intentar obtener mejoras, pero como no nos hicieron caso decidimos destruir los telares de la fábrica. Se nos fue un poco de la mano y terminó ardiendo toda la fábrica.

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La policía nos rodeó y nos apresaron, eso si después de molernos a palos. Nos juzgaron

a veintisiete compañeros, por cierto Ned Lud no estaba entre nosotros y tuve mucha suerte de no terminar ahorcado. Los jueces

decidieron que por mi edad no podían ahorcarme, porque la prensa había denunciado el ahorcamiento de dos niños por robar comida. Catorce de mis camaradas fueron ahorcados, los demás

fuimos mandados convictos a una isla.

Y aquí estoy en un velero llamado Alexander, camino de una prisión que ya he descubierto donde está. Voy a Port Jackson en Nueva Gales del Sur en Australia.

Y yo me pregunto ¿Qué será de mí? ¿Volveré a ser libre algún día? Peter O’Hara.

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MARÍA ANTONIETA, REINA DE FRANCIA.

Nací un día 21 de Noviembre de 1.755 en Austria y fui la decimoquinta hija de Mª Teresa I de Austria y de Francisco I Emperador del Sacro Imperio Romano.

Crecí en el palacio de Schoenbrunn, rodeada de toda clase de lujos, junto a mis hermanos. Reconozco que era un poco caprichosa, pero es que era el ojito derecho de mi padre.

Cuando cumplí los doce años, mis padres me prometieron con el Delfín de Francia, para intentar estrechar lazos entre los dos países, a la postre enemigos acérrimos, así que empezaron a educarme para ser la Reina de

Francia.

Tuve que aprender francés, aunque no llegué a dominarlo muy bien,” pero bueno se entendía”, hablo perfectamente el alemán aunque mi ortografía es horrible y es que mis profesores decían que no podían hacer nada más conmigo. Mis padres me pusieron un preceptor religioso, porque mi prometido era un católico practicante, a la semana desistió el buen hombre.

Finalmente me casé el día 16 de mayo de 1.770, a la edad de catorce años; mi boda fue fastuosa, con grandes fiestas y desfiles, pero no fue consumada porque mi marido tenía un pequeño problema; tardamos siete años en consumar nuestro matrimonio.

En la corte yo me aburría mucho, pero pronto descubrí que si me disfrazaba y me ponía un antifaz o una máscara podía salir del palacio y divertirme.

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En 1.774 mi marido fue proclamado Rey de Francia, con el nombre de Luis XVI y yo su Reina consorte, pero éramos demasiados jóvenes para gobernar Francia y mi marido demasiado torpe, aunque hablara tres idiomas.

Tenía miedo y le escribí a mi madre pidiéndole consejo; todavía recuerdo lo que le escribí: ¿Qué va a ser nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser Reyes, madre del alma ¡Aconseja a tus desgraciados niños en esta hora fatídica!

Mi madre me contestó que nosotros éramos Reyes por la gracia de Dios y que debíamos reinar Francia como nosotros quisiéramos.

En 1.781 tuve mi primer hijo, un heredero para el país, pero los franceses me odiaban.

Decían que yo era una extranjera dentro de su corte, que solo pensaba en dar fiestas a mis amigos y amantes; cómo sería el odio que me tenían que me pusieron un mote: L’autrechienne (la austriaca) L’autre-chienne (otra perra).También me acusaban de extravagante y de despreciar la etiqueta francesa (todo mentira), y

de tener cómo amante al Conde Artois (eso si es verdad).

Me acusaron injustamente de robo, dijeron que me había apropiado de un collar propiedad de Luis XV, que había encargado para su amante Madame Du Barry.

Pero no fui yo, fue una dama de compañía mía, la Condesa La Motte, la que se apropió del collar en mi nombre. Fui juzgada por el robo y declarada inocente, pero

el daño ya estaba hecho.

El pueblo no entendía que yo diera tantas fiestas y despilfarrase

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tanto cuando ellos tenían hambre, así que se rebeló ante mi palacio en Versalles, pero yo les mandé todas mis tropas para dispersarlos.

Después de eso vinieron los ministros Turgot y Necker, para que se cambiaran las leyes para superar la grave crisis financiera que estábamos atravesando y para dar más libertad al pueblo; por supuesto que los desautorizamos.

El pueblo estaba cada día más revuelto y nosotros intuimos que nuestra vida corría peligro, así que decidimos huir. Pedí ayuda al amante más fiel que tenía, Axel de Fersen que preparo nuestra huida. Salimos amparándonos en la noche por una puerta de falsa de las Tullerías y llegamos hasta Verenne, allí nos reconocieron y nos apresaron, devolviéndonos a Paris.

La Asamblea Legislativa, encabezada por Robespierre y Danton nos encerró en la Torre del Temple.

Mi marido fue juzgado y ejecutado, mientras yo fui separada de mis hijos y encerrada en una celda oscura y fría, durante siete meses. Después fui juzgada y condenada a la guillotina por ser la viuda de un Capeto.

Ahora voy camino de mi cruel destino, en una sucia carreta con una horrible ropa, el pelo enmarañado y una cofia más horrible que la ropa.

Hay muchísimas personas en la calle, entre ellas he visto al pintor David, sentado en la terraza de un café. Le he mirado a los ojos y él me ha mirado, pero rápidamente ha cogido lápiz y papel para seguramente realizar mi último retrato.

Ya he llegado a mi destino, estoy al pie del cadalso, donde está instalada la guillotina.

Subiré los peldaños con toda dignidad y me colocaré en posición para que me corten la cabeza. Mientras baja la guillotina,

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redoblaran los tambores, después mi verdugo cogerá mi cabeza por los pelos y la exhibirá al pueblo cómo un trofeo, el pueblo gritará de alegría.

Este es mi triste destino.

María Antonieta.

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GENERAL ESPARTERO.

Mi nombre es Baldomero Fernández Álvarez Espartero, aunque todo el mundo me conoce por general Espartero y nací el día 27 de febrero de 1.793, en un pequeño pueblo de Ciudad Real llamado Granátula.

El origen de mi familia es muy humilde, mi padre era carpintero –carretero y de fuertes convicciones religiosas, de hecho dos hermanos y una hermana pertenecen a la iglesia y yo mismo estudié la carrera eclesiástica.

Cuando estalló la Guerra de la Independencia (1.808-1.814) colgué los hábitos y tomé las armas, para defender a mi país del ataque de los franceses.

Desde 1.810 permanecí en Cádiz, sitiada por los franceses, realizando mis estudios militares.

Entre 1.815 y 1.825 fui destinado a América, para combatir a las colonias independentistas, finalmente perdimos las colonias y aunque yo no participé en la

batalla de Ayacucho a mi regreso a España a mis partidarios los llamaron los Ayacuchos, en recuerdo a mi pasado en América.

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A la muerte de Fernando VII, decidí apoyar la causa de Isabel II y de la regente María Cristina, por mis convicciones constitucionales.

Luché contra los absolutistas durante la Iª Guerra Carlista (1.833-1.840), después ascendí hasta que obtuve el mando del ejército del norte. Más tarde rompí el cerco Carlista en Bilbao, ganando la batalla de Luchana (1.836), defendí Madrid de las tropas de Don Carlos (1.837) y negocié con el General Maroto la paz definitiva entre las dos facciones. Paso a la historia cómo “El Abrazo de Vergara”.

Mis ideas progresistas, hizo que me enfrentara al

conservadurismo de María Cristina, pero conseguí que me nombrara Presidente del Consejo de Ministros (1.840- 1.841).

Pero la regente María Cristina seguía resistiéndose a mi programa liberal y exigí que abdicara, cosa que hizo y las Cortes me nombraron Regente (1.841- 1.843).

De mi forma de gobernar, decían que era muy autoritaria, militarista y muy personalizada, eso hizo que mis partidarios se volvieran hostiles a mi persona. En 1.843 fui obligado a disolver las Cortes.

Un pronunciamiento militar encabezado por Narváez y Serrano, me arrebató el poder ese mismo año.

Una vez declarada la mayoría de edad de Isabel II, España entró en una década conservadora, así que me exilié en Inglaterra.

Regresé de nuevo a España en 1.849 y me instalé en Logroño, allí fui testigo de cómo el país sufre un gran deterioro político, acabando la década moderada (1.844-1.854), lo que produce una nueva Revolución y me lleva de nuevo a la presidencia del gobierno (1.854-1.856).

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De nuevo fui expulsado del poder por un antiguo compañero de armas, el General O’Donell y el país entró en un ostracismo político.

Me volví a retirar a Logroño y seguí observando los cambios políticos; vi como Isabel II era destronada en 1.868, luego vino el General Prim, para ofrecerme el título de Rey Constitucional pero no lo acepté.

Tras la coronación de Amadeo de Saboya, cómo Rey de España, me fue concedido el título de Príncipe de Vergara, con tratamiento de alteza real.

Con este título se completó mi ascensión social, desde mi humilde origen.

Mi muerte se produjo el 8 de enero de 1.879 y mi cuerpo reposa en una capilla de la iglesia de Santa María de la Redonda de Logroño.

General Espartero.

TEO.