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STANISLAS LYONNET  APÓSTOL DE JESUCR ISTO 

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STANISLAS LYONNET 

 APÓSTOL DE JESUCRISTO 

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ÍNDICE

Prólogo

l. Apóstol por vocación

2. Yo soy el Señor tu Dios

3. La ley del pecado

4. Todos están sujetos al pecado

5. Reos delante de Dios

6. Sin ley, una justicia de Dios

7. Justificados por su gracia

8. El hombre es justificado por la fe sin obras

9. La obediencia de la fe

10. Me gloriaré en mis debilidades

11. No estáis bajo la ley

12. Estáis bajo la gracia

13. Quien ama ha cumplido la ley

14. La mayor es la caridad

15. Llevados por el Espíritu

16. Clamamos: ¡Abbá, Padre!

17. Seremos glorificados

18. Cristo intercede por nosotros

19. Luchad con Vuestras oraciones

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PRÓLOGO

Este libro pudo salir a la luz hace ya tiempo. Pero diversos motivos retrasaron su

publicación. De todas formas, creo que el momento es francamente oportuno. Laterminación del Concilio Vaticano II ha marcado una dirección nueva y ha impulsado, conla autoridad del magisterio, un movimiento que se venía gestando desde hace muchosaños. La Iglesia ha respondido autoritativamente a varios interrogantes que habíanplanteado el progreso del pensamiento y las exigencias vitales modernas. Naturalmente,no se puede tratar de una simple ascensión que nos permita permanecer sentados en lacumbre para contemplar el paisaje; se trata del avance por un sendero que sigueesperándonos.

A ningún cristiano serio puede intimidarle este impulso generoso del Espíritu. Cristovino a traer fuego a la tierra (Lc 12, 49). Pero el hombre tiene miedo del fuego abrasadorde Dios y se esfuerza por controlarlo. Sin embargo, el Espíritu sopla donde quiere con

fuerza impetuosa. El auténtico creyente sabe que Dios estará con él hasta el fin de lossiglos (Mt 28, 2 ).

Y la vida es esencialmente movimiento: es riesgo continuo. Y es precisamente el hombre,debido a su libertad, quien más arriesga. Pero únicamente los hombres de fe débil, queconfían más en el control humano que en la asistencia y en la guía experta de Dios, tienenmiedo a hundirse. Y es lógico este miedo cuando el hombre se olvida de que es la fuerzaabrasadora del Espíritu la que guía los pasos de la iglesia. Es verdad que Dios nos dio unainteligencia para que la utilizáramos, pero no es menos cierto que nuestros caminos noson sus caminos, y que en muchas ocasiones nuestras miras "no son las de Dios sino las delos hombres" (Mt 16, 23). Un fuego demasiado controlado deja de ser abrasador; y uncristianismo al margen de la vida deja de ser vida. O como ha dicho un gran pensador

moderno, "deja de ser contagioso".Nos toca a nosotros, los hombres de hoy, prolongar y dar vida a este movimiento

conciliar. Pero es de temer que a los más jóvenes nos domine la impaciencia. A veces, eldeseo de lo perfecto -difícilmente realizable- puede inducirnos a despreciar o no ver lobueno. Es posible que una fe débil, unida a una inconsciente ignorancia, se oponga a lasinspiraciones generosas de Dios. Pero también es posible que una imaginación impaciente,sin el apoyo de conocimientos sólidos y de oración constante, confunda los caminos de lafe con la anarquía legítima de los movimientos artísticos. El momento actual esprofundamente interesante, y exigente en extremo. Y los hombres de hoy debemos daruna respuesta en sentido ascendente. Sería un error imperdonable la zancadilla o elestancamiento. Pero es necesaria la oración y el estudio profundo. Las cosas de Dios y las

exigencias de la conciencia humana hay que tratarlas con la mayor seriedad.Decía que me parece oportuno el momento en que aparece este libro. Nos toca a los

sacerdotes preguntarnos con insistencia qué es el sacerdocio y cuál es nuestra misión en elmomento actual. Debemos tomar parte activa en el movimiento que nos sacude. Y creo queestas páginas, fundamentalmente bíblicas, pueden

Proporcionarnos algunas ideas claves para dar la respuesta oportuna. Pablo, apóstol deJesucristo y servidor valiente de la verdad cristiana, nos puede servir de guía. Él no tuvomiedo a dar algunos pasos de extraordinario alcance, que le proporcionaronincomprensiones y dificultades en el seno mismo de la comunidad cristiana. Quizá llegóincluso a escandalizar a los prudentes por seguir las inspiraciones de Dios. Pero suconciencia de que es el Espíritu quien guía a la Iglesia, le dio la fuerza necesaria para ser

un obrero eficaz, más atento a la llamada de Dios y a las exigencias de la verdad cristianaque al juicio severo de quienes se aferraban a ciertas tradiciones.

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Pero aparte de su actitud de apertura a la llamada de Dios, san Pablo nos ofrece unretrato limpiamente delimitado del auténtico apóstol. Es el elemento permanente, que nopuede pasar de moda porque constituye la esencia misma del sacerdocio cristiano. Y estaes la base -temo que a veces ignorada- sobre la que podemos empezar a construir sintemores.

***

Toda comunicación de tema religioso lleva siempre un fuerte contenido de testimonio yde confidencia. El autor de la misma no es un frío espectador que queda al margen delauditorio y de las palabras mismas. Es un testigo. Nos cuenta lo que ha visto y oído en suinterior, al contacto con la doctrina que abraza; lo que la voz honda del Espíritu le hacomunicado; lo que la palabra de Dios te ha dicho, en su contacto con la vida. Sucomunicación forma parte de su vida misma, por lo que tiene de experiencia vivida y por elcompromiso que entraña.

Las palabras que pronuncia plantean una llamada para el oyente, y una exigencia decontinuidad para él mismo. Deberá dar un testimonio que complemente las palabras. Nopuede desentenderse ni de sus palabras ni de quienes las han escuchado. Quedacomprometido de alguna manera. Y este compromiso caracteriza toda comunicación detipo religioso y hace de ella un testimonio vivo. La exigencia de vivir conforme a lo que sepredica, lleva a predicar aquello que realmente se vive; lleva a dar un testimonio y aexponer implícitamente una confidencia.

No se trata, pues, de la exposición objetiva y despersonalizada del científico. La palabrade Dios es un mensaje, una buena nueva de salvación. Y quien la transmite quedacomprometido con esta palabra y con sus oyentes. Pero, al mismo tiempo, su palabraalcanza un peso y una autoridad que superan las posibilidades humanas. Es la autoridad

misma de Dios. Y este es el motivo de que toda comunicación religiosa deba ir precedida yacompañada de la oración. Aunque no es la oración la que da peso a la palabra divina;constituye el medio para distinguirla, para saber que realmente se comunica el mensaje deDios y no una opinión más o menos propia.

En las páginas que siguen, nos va a dar este testimonio el P. Lyonnet. Y la importancia delmimo radica en que quien nos lo da es un especialista en estudios bíblicos. Un hombre queha dedicado su vida íntegramente al estudio de la palabra de Dios. En este momento, enque tanto la teología dogmática como la moral y la ascética tratan de descubrir másvitalmente el punto de vista bíblico en sus respectivos campos, las apreciaciones de unescriturista merecen una atención especial. Y el interés sube de punto si se considera lapersonalidad científica del autor.

Su exposición -y testimonio- tocan algunos aspectos de la personalidad del apóstol.Especialista en san Pablo, centra su atención en la teología paulina. A lo largo de losdiecinueve capítulos nos da una visión, pretendidamente fragmentaria, de cómo Pablo deTarso concibe al apóstol de Jesucristo. Algunas ideas nos resultarán nuevas. En otroscasos, la novedad proviene de la misma palabra de Dios, de la fuerza siempre nueva dellenguaje escriturístico y de la visión bíblica de algunas ideas fundamentales. Pero alobservador atento no se le pueden escapar las apreciaciones originales, y la visión, enparte nueva y al mismo tiempo entroncada con la más genuina tradición, de algunospuntos básicos. En estas breves páginas entramos en contacto con algunas de las ideasclaves que dominan la obra del P. Lyonnet. Son un reflejo de muchos años de estudio y devivencias sacerdotales.

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* * *

El libro nació de una forma casual. En realidad, se trata de unos ejercicios espirituales. Ycreo que merece la pena esta observación. Cuando los dio, el P. Lyonnet no pensó niremotamente en que serían publicados. Fue en vísperas de la ordenación sacerdotal en elcolegio español de Roma. Del 13 al 18 de marzo de 1964. Los recogimos en cintasmagnetofónicas y así han dormido durante largo tiempo. Dos años después, con algunaexperiencia sacerdotal y sin la apreciación parcial que originan las emociones, hemoscreído que merecía la pena darlos a conocer. Pero al autor, debido a su agobiante trabajo,le era imposible preparar la edición de los mismos. Con inestimable confianza, dejó eltrabajo en nuestras manos. No fue del todo fácil. Había que conservar fielmente elpensamiento del autor, y, en la medida de lo posible, sus palabras, pero eliminandototalmente el estilo oral directo y las repeticiones comprensibles en una charla. Ni siquieraposeíamos la registración original, sino una versión de la misma hecha con la rapidez deaquellos días. Al final, le presentamos el resultado. Por indicación suya hicimos aúnalgunas correcciones e introdujimos algunas citas de los documentos conciliares. En todo

caso, las impropiedades comprensibles que puedan quedar se deben a los preparadores yno al autor.

En las citas bíblicas, seguimos normalmente la versión castellana de Nácar-Colunga. Enlas citas del libro de los salmos hacemos una excepción: seguimos la versión aún nopublicada y, en cierto modo provisional, del P. Alonso Schöckel. En algún caso, corregimosla cita según las indicaciones del autor de este libro o siguiendo otras versionescastellanas.

Creemos que el libro puede ser útil para todos.

J. ANTONIO PAREDES

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APOSTOL POR VOCACION

Pablo, esclavo de Jesucristo, apóstol

por vocación, escogido para (anunciar)

el evangelio de Dios (Rom 1, 1).

En el momento presente, el tema de reflexión nos lo imponen las circunstancias. Frente aeste instante pleno y decisivo de vuestra vida, a punto de dar la respuesta definitiva a Dios,que os llama para el ministerio sacerdotal, os saldrán al encuentro, sin duda, variosinterrogantes sobre el sacerdocio mismo. Espero que una reflexión en común,

intencionadamente fragmentaria, pueda brindarnos elementos para la respuesta íntegra yvital.

Como punto de partida para esta reflexión pueden servirnos algunos pasajes de la cartade san Pablo a la Iglesia de Roma. Y, en primer lugar, vamos a centrar nuestra atención enla sublime grandeza de la vocación al sacerdocio. Es una vocación al apostolado, al serviciode la Iglesia; una vocación al servicio de Cristo, ya que la Iglesia es Cristo continuado y, enúltima instancia, al servicio de Dios, porque Cristo es Dios.

San Pablo se denomina a sí mismo "apóstol por vocación" (Rom 1, 1), llamado por Dios. Yse refiere a una llamada personal, a la que alude con cierta frecuencia, y en la que insisteen un pasaje de su carta a los gálatas, paralelo al citado: "Pablo, apóstol no por parte de los

hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre que loresucitó de entre los muertos" (Gál 1, 1). Como vemos, esta llamada no proviene de loshombres ni tiene por intermediario hombre alguno. Es Cristo quien le llama directamente,y Dios Padre que, mostrando su poder, le resucitó de entre los muertos.

Es verdad que nosotros no tenemos la misma evidencia que tuvo san Pablo de estallamada directa de Dios, pero no por ello deja de ser cierto que también nosotros somosllamados por Cristo y por Dios Padre.

Alude después el apóstol a su elección en el camino de Damasco: "...,desde el vientre demi madre me separó y me llamó con su gracia" (Gál 1, 15). Estas palabras valen para todoapóstol, para todo sacerdote. Dios nos ha elegido antes de nacer, porque su amor es eternoy la llamada divina no depende de nuestros méritos o cualidades, sino exclusivamente de

su amor. Es una llamada enteramente gratuita.El evangelio según san Marcos pone de relieve esta idea de la gratuidad cuándo narra la

vocación de los apóstoles: Jesucristo llamó "a los que quiso" (Mc 3, 13-15).

Esta primera idea nos exige, dada su importancia, una reflexión atenta: no somosnosotros quienes avanzamos hacia el sacerdocio, sino que es Cristo quien viene en buscanuestra. Si podemos avanzar, es porque Dios nos llama.

Aunque a primera vista pueda parecer sorprendente, el pensar que es Dios quien toma lainiciativa es fuente de optimismo. Incluso el ser conscientes de nuestra debilidad y miseriapuede convertirse en un motivo más desconfianza, porque Dios ha escogido lo más débil(1 Cor 1, 27). Y esta conciencia de nuestra debilidad se hace más viva si miramos en torno

a nosotros: amigos, compañeros, personas que con mayor capacidad y mejores cualidadesque las nuestras no han sido elegidas. Dios no nos ha elegido porque éramos fuertes, sino

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por ser débiles. Un artista recibe tanta mayor gloria, dice santo Tomás, cuanto más frágil ymiserable es la materia de que hace su obra de arte. De la misma manera, nuestra miseriaengrandece la obra que Dios realiza en nosotros.

"No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros" (Jn 15,16). En esta realidad de la elección divina encontramos nuestra fuerza. Pero al mismo

tiempo que son fuente de ánimo, estas palabras de Cristo entrañan la necesidad de unarespuesta. Él nos ha elegido y tiene derecho a exigir lo que quiera. Nuestra situación seasemeja tal vez a la del profeta Jeremías, a quien alude san Pablo en el lugar que hemoscitado de su carta a los fieles de Galacia. La alusión es clara y pone en evidencia cómo sanPablo ve su vocación como una continuación de la vocación de los profetas, demostrandoque el designio de Dios es el mismo.

Dice Jeremías: "Y el Señor me habló diciendo: antes que yo te formara en el senomaterno te conocí; y antes de que tú nacieras te santifiqué y te destiné para profeta entrelas naciones. A lo que dije yo: ¡Ah, ah! ¡Señor, Dios! ¡Ah!, bien veis vos que yo no sé hablar,porque soy un jovenzuelo. Y me replicó el Señor: no digas soy un jovenzuelo, porque túejecutarás todas las cosas para las cuales te comisione y todo cuanto te encomiende que

digas, lo dirás. No temas la presencia de aquellos, porque contigo estoy yo para sacarte decualquier embarazo, dice el Señor" (Jer 1, 4-8). Quizá también nosotros sintamos esta dudade Jeremías, viendo nuestra incapacidad. Pero Dios afirma que él sabe lo "que se hace. Élnos ha llamado y está con nosotros. Nuestra actitud fundamental puede ser ésta: serconscientes de nuestra incapacidad y nuestra miseria, para que así podamos recibir lagracia como una gracia y no como un derecho adquirido.

Una segunda consideración nos lleva a ver esta llamada desde el ángulo de Cristo. Noolvidemos que nuestra vocación es importante para Cristo mismo. Incluso es másimportante para él que para nosotros, ya que es su negocio, su gloria la que está en juego.

Una mirada atenta al evangelio nos lo manifiesta. Cuando los evangelistas nos narran losmomentos más importantes de la vida de Jesucristo, ponen de relieve cómo vanprecedidos de largos ratos de oración en algún lugar apartado y en silencio. San Lucasobserva que antes de elegir a los doce, Cristo "se retiró a orar en un monte y pasó toda lanoche haciendo oración a Dios" (Lc 6, 12). Comentando este pasaje, san Ambrosio explicaque "el Señor hace oración no para rogar por sí mismo, sino para interceder en favormío".[1] 

También nosotros nos retiramos en esta ocasión, buscamos el silencio y oramos a DiosPadre. Y consuela pensar que Cristo no sólo rezó entonces en favor nuestro, sino que sigueorando continuamente, "siempre viviente para interceder por ellos" (Heb 7, 25).[2] Nuestra oración consiste, pues, en unirnos estrechamente a la de Cristo, que intercede pornosotros hasta la parusía. Esta oración intercesora de Cristo, de la Virgen y de los santosen favor nuestro debe reblandecer nuestra posible aridez interior. Él es nuestro abogado, y

nuestro trabajo es al mismo tiempo trabajo suyo: "Como mi Padre me envió, así os envíoyo a vosotros" (Jn 20, 21). Nuestra misión es una prolongación de la obra y de la misiónsalvífica de Cristo.

A lo largo de toda esta reflexión, surge imperiosa una pregunta: ¿para qué nos llamaCristo? La respuesta la encontramos en el evangelio según san Marcos. Cristo llamó a losapóstoles "para tenerlos consigo" (Mc 3, 14). Quizá parezca demasiado elemental, pero dehecho observamos que dedicó gran parte de su breve vida pública a la formación de losapóstoles. Los tiene consigo porque es necesario que le conozcan no sólo externamente,sino internamente: es necesario que contemplen sus obras y penetren en el sentido de lasmismas. Van a ser sus testigos, y ser testigos supone "haber visto, conocer porexperiencia". Por este motivo, san Pablo, profundizando en la misma idea pone como fin

primero de la llamada de Dios "revelarme a su Hijo" (Gál 1, 16). Este aspecto es esencialpara la vocación, o la vocación esencial misma. Se es apóstol en cuanto se ha recibido una

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revelación. Por consiguiente, todo apóstol, todo sacerdote, en tanto será tal en cuanto hayarecibido una revelación personal, no sólo por la ciencia, sino ante todo por el contacto vitalcon Dios. De lo contrario, el sacerdote será una especie de profesor mediocre que aprendeuna lección y la repite de memoria pero no un testigo. Para poder hablar de Cristo hay quevivir con él, asimilar su bondad, su humildad, su paciencia; es más, hay que vivir como él,porque el testimonio no consiste únicamente en la palabra, sino que exige también obras.Es esta revelación la que buscamos en estos días de silencio.

Nos interesa, en tercer lugar, examinar la naturaleza de esta misión. Siguiendo elpensamiento de san Pablo, vemos que nos dice: "para que yo predicase a las naciones" (Gál1, 16). Esta es, pues, la misión del sacerdote: anunciar.

Hemos sido elegidos "para (predicar) el evangelio de Dios" (Rom 1, 1). Este es nuestrocometido primordial: anunciar la buena nueva, la noticia esperada. Cuando el ConcilioVaticano II habla de las funciones de los presbíteros, nos dice: "Los presbíteros, comocooperadores que son de los obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos elevangelio de Dios, de forma que, cumpliendo el mandato del Señor: marchad por el mundoentero y llevad la buena nueva a toda criatura, formen y acrecienten el pueblo de Dios".[3] 

Los hombres esperan esta buena nueva y se desilusionan cuando no les anunciamos laauténtica noticia, que da y constituye la felicidad. Pero hay que llevarla dentro parapoderla propagar, para que incluso la vida del predicador sea un anuncio auténtico de estabuena nueva.

También san Marcos nos expone claramente esta idea. Dice que Jesucristo escogió a losapóstoles para que estuvieran con él y para "enviarlos a predicar" (Mc 3, 14). Y volviendo asan Pablo, vemos que dice perentoriamente: "Porque no me envió Cristo a bautizar, sino apredicar el evangelio" (1 Cor 1, 17). El sacerdote no es un simple administrador desacramentos, sino que, en primer lugar, es un mensajero que anuncia la palabra divina.Para ello, debe conocer profundamente a Cristo, estudiar y adaptar su mensaje a loshombres que le esperan ansiosos y, sobre todo, dar un testimonio evangélico con su vida.

Esta es la armonía que ha de buscar, por más que sea difícil.San Marcos añade: "Dándoles potestad de curar enfermedades y de expeler demonios".

Cristo dio este poder a sus apóstoles y, como se ha visto en algunos casos, puede dárselotambién a algunos de sus sucesores. Pero aparte del sentido literal de la frase, existe otrapotestad de curar a los enfermos, que Jesús sigue dando a todos y cada uno de sussucesores: consolar a los demás. Este aspecto es esencial al sacerdocio y motivo, al mismotiempo, de consolación. El sacerdote da la paz a los hombres y los ayuda a aceptar la vida,o mejor dicho, a descubrir su profundo significado. Un joven comunista converso decía,encontrándose en un sanatorio, a un sacerdote que estaba junto a él: "Pido al Señor queme lleve pronto consigo, o si no, que me dé un poco de fuerza y entonces que me hagasacerdote, ¡Es tan grande cargar con los sufrimientos ajenos!" Creo que este joven había

entendido lo que es ser sacerdote: soportar las penas de los demás, ser la fuerza demuchos, el "hombre universal", como le llama san Juan Crisóstomo.

También nosotros, los sacerdotes de hoy, tenemos la potestad de expulsar a losdemonios. Todo hombre que comete un pecado lleva el demonio dentro. Y uno de losmomentos más emocionantes en la vida del sacerdote es cuando da la absolución a unpenitente. De igual manera que Cristo, él puede perdonar los pecados. Cuando el Señordijo al paralítico "te son perdonados tus pecados" (Mc 2, 5), muchos invitados empezarona murmurar: "¿Quién es éste que también perdona los pecados?" Ellos sabían que sóloDios puede hacerlo. Pero nosotros sabemos que también el sacerdote puede perdonar lospecados, supuesta la buena disposición del pecador, pues el sacramento de la penitenciano es una magia.

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Precisamente este poder, esta gracia, debe empujar al sacerdote a echar fuera de él aldemonio de la envidia, de la discordia, del egoísmo; y a poner en su lugar la caridad, capazde perdonar hasta el fin igual que perdonó Cristo.

San Marcos termina su narración enumerando a los doce que eligió Jesucristo: "Simón, aquien puso el nombre de Pedro..." Este cambio de nombre tiene una gran importancia. En

el pensamiento semita, el nombre designa toda la persona. Y cambiar de nombre significa,de algún modo, un cambio en la persona.

Por medio de la ordenación, Cristo opera este cambio en la persona del sacerdote. Éltiene la potestad de operar tal cambio, de convertir, haciendo pasar al hombre de unestado de egoísmo a una apertura de caridad, de perdón, de sacerdocio. Porque Dios buscaen el sacerdote la misma disponibilidad que encontró en la Virgen. María fue un almaesencialmente abierta a Dios: "He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 38), dijo, preparada arecibir la gracia de la maternidad divina.

Esta es, pues, la actitud propia del sacerdote. Mediante esta disponibilidad y estaapertura a la gracia, permitirá a Dios que obre en él lo que quiera, y no lo que desee élmismo. El sacerdocio es una gracia y un don de Dios que toma la iniciativa. Pero sabemos,además, que él mismo nos dará el realizar todo lo que nos haya pedido.

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YO SOY EL SEÑOR TU DIOS

Yo soy el Señor Dios tuyo,

el santo de Israel, tu salvador;

yo di por tu rescate Egipto,

Etiopía y Sabá a cambio de ti.

Después que te hiciste estimable

y glorioso a mis ojos, yo te he

amado... (Is 43, 3-4).

Cuando vamos a orar, lo más importante es ponerse en la presencia de Dios. El resto yano depende de nosotros. Pero esta actitud inicial está en nuestras manos.

Por eso, creo que tiene gran importancia el profundizar en la idea de Dios que nos ofrecela revelación. El P. Faber, oratoriano inglés, decía que los momentos auténticamenteimportantes en la vida de un hombre son aquellos en los cuales se le ha dado tener unaidea más alta, más profunda de Dios. Una idea nueva de Dios es como un nuevonacimiento. Nos lo enseña san Pablo en su carta a los romanos y, en general, en todas suscartas.

Hemos considerado en el capítulo anterior la llamada de Dios. La ha llamado a su apóstoly nos ha llamado a nosotros a evangelizar, a anunciar el "evangelio de Dios". Aunqueestemos acostumbrados a hablar del "evangelio de Cristo", san Pablo empleahabitualmente la expresión "evangelio de Dios". De igual manera, cuando habla de laIglesia, la llama "Iglesia de Dios", aunque nosotros digamos usualmente "Iglesia de Cristo",expresión que por otra parte es totalmente exacta.

Y, al hablar de Dios, se refiere san Pablo generalmente a Dios Padre. El evangelio es unanuncio de Dios sobre su Hijo. El Padre es quien anuncia y Cristo el anunciado.

Muchos autores han afirmado que la doctrina paulina está totalmente centrada en Cristo.Y esto es cierto, pero no debemos olvidar que todo procede del Padre, y que Cristo es elmediador tanto en la creación como en la redención y salvación. En última instancia, pues,san Pablo centra su atención en la persona del Padre.

Si leemos detenidamente la carta a los romanos, por ejemplo los once primeros capítulosque constituyen la parte dogmática y contienen varios puntos esenciales de la teologíapaulina, podemos observar que las alusiones a Dios Padre son mucho más numerosas quelas alusiones a Cristo: 67 veces a Cristo, mientras 148 al Padre, ya sea con el nombre deDios, ya con el pronombre referido al Padre.[4] 

Tomemos otro dato para descubrir la importancia que tiene la persona del Padre tantoen la teología como en la espiritualidad paulina. Se trata de la carta a la iglesia de Éfeso.Esta carta tiende directamente a ensalzar la persona de Cristo, es el tema central de la

misma. Sin embargo, vemos que la gran doxología inicial está totalmente ordenada alPadre: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (en toda esta bendición está el

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Padre, por decirlo así, en el centro) que nos ha colmado en Cristo (el mediador) de todasuerte de bendiciones espirituales en los cielos; así como él mismo (el Padre) nos escogióantes de la creación del mundo para ser santos y sin mancha en su presencia (ante elPadre) por la caridad, habiéndonos predestinado (el Padre) para ser hijos suyos adoptivospor Jesucristo a gloria suya (del Padre), por un puro efecto de su beneplácito a fin de quese celebre la gloria de su gracia mediante la cual nos hizo (el Padre) gratos en su queridoHijo..." (Ef 1, 3 s.). Se podría continuar aún pero creo que es suficiente para ver la granimportancia que san Pablo concede a la persona del Padre.

Este es también el motivo por el que Pablo, como los primeros cristianos, dirigehabitualmente su oración al Padre. Por Cristo al Padre. Ya al principio de la carta a losromanos dice: "Primeramente yo doy gracias a mi Dios por Jesucristo" (Rom 1, 8). En lacarta a la iglesia de Éfeso parece, en cambio, que dirige su oración directamente aJesucristo: "Llenaos del Espíritu Santo, hablando entre vosotros con salmos, y con himnosy canciones espirituales (se trata realmente de una oración litúrgica) cantando y loando alSeñor (es decir, a Cristo: to Kyrio) en vuestros corazones, dando siempre gracias por todoa Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 19). El significado es: dandogracias al Padre en nombre de Cristo. Se trata evidentemente de una expresión abreviada,como se deduce si comparamos este pasaje con el capítulo 3, 16 de la carta a loscolosenses, donde aparece la misma expresión: "La palabra de Cristo en abundancia tengasu morada entre vosotros, con toda sabiduría, enseñándoos y animándoos unos a otros,cantando a Dios con hacimiento de gracias en vuestros corazones". Debemos, pues, dargracias a Dios por Jesucristo, en su nombre. Téngase en cuenta que la expresión "en elnombre de Cristo" equivale a decir: en unión con Cristo. Este es su significado profundo,porque, de la misma manera que todo viene de Dios por Cristo, todo vuelve a Dios porCristo.

Este es también el sentido de la expresión litúrgica: "por Jesucristo Nuestro Señor". Lasoraciones antiguas están dirigidas a Dios Padre por Jesucristo[5] aunque exista algunadirigida a Cristo. En realidad, Cristo para san Pablo, no es tanto aquel a quien oramos,cuanto aquel que ora en nosotros en el Espíritu.

Saber que cuando oramos, Cristo ora en nosotros al Padre puede sernos muy útil. Loinsinuábamos en el capítulo anterior al hablar de la intercesión de Jesucristo. No se trataúnicamente de una intercesión desde el cielo a la que debemos unirnos ofreciéndosela alPadre; sino de una intercesión, de una oración de Cristo en mí. De la misma manera quedice san Pablo: "Vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí", podemos afirmar nosotros:no soy yo quien hace oración, sino que es Cristo quien ora en mí. Y el valor religioso deesta consideración aumenta si tenemos presente que la oración es la manifestaciónprimaria de la vida espiritual.

Vamos a examinar brevemente quién es este Dios a quien Cristo ora desde nosotros; este

Dios a quien se refiere san Pablo, cuando habla del "evangelio de Dios", del "misterio deDios", de "la Iglesia de Dios".

Inicialmente podemos afirmar sin más que es el Dios del Antiguo Testamento, ya que elNuevo Testamento, al hablar de Dios, no da una definición distinta o propia; sino quesupone toda la tradición veterotestamentaria. Por tanto, es el Dios que se revela desde loscomienzos de la historia de la salvación. Precisamente la primera página de la Biblia es unamanifestación de Dios, que se revela por su palabra creadora.

Aunque en su primera revelación Dios se nos manifiesta bajo su aspecto de creador, nolo hace para complacerse en su poder o grandeza. Dios no ha creado el mundo con este fin.Basta leer el primer capítulo del Génesis para convencerse de que crea por el hombre.Varios indicios nos lo atestiguan: el hombre es el último ser que sale de las manos de Dios;

Dios pone toda la creación a su servicio, pues es el ser más perfecto, creado a imagen ysemejanza suya. Explicitando más esta idea, el Concilio Vaticano II dice: "La Biblia nos

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enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer yamar a su creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visiblepara gobernarla y usarla glorificando a Dios".[6] Y san Ireneo, con acertada expresión,dice: "Pues al principio creó Dios a Adam, no porque tuviera necesidad de los hombres,sino para tener alguien a quien conceder sus beneficios”.[7] 

Dios ha creado al hombre movido por su bondad, para hacerle objeto de sus dones. Estaidea la encontramos a lo largo de todo el Antiguo Testamento y se mantiene en la tradiciónde la Iglesia. Baste recordar lo que dice el Concilio Vaticano I cuando habla de Dioscreador, que "por su bondad y virtud omnipotente, no para aumentar su bienaventuranzani para adquirirla, sino para manifestar su perfección por los bienes que reparte a lascriaturas... creó de la nada".[8] Y ya en nuestros días, el Concilio Vaticano II insiste en lamisma idea: (El hombre) "existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y porel amor de Dios que lo conserva".[9] Y en otro lugar, afirma: "El mundo, que los cristianoscreen fundado y conservado por el amor del creador...".[10] 

Si Dios hubiera creado porque tenía necesidad del hombre, no sería todopoderoso. Lacrea para dar, para comunicar y comunicarse. Y ésta es precisamente su gloria. El Concilio

Vaticano II lo afirma claramente cuando dice: "El que es creador de todas las cosas havenido a hacerse todo en todas las cosas, procurando a la vez su gloria y nuestra felicidad"(1 Cor 15, 28).[11] De la misma manera que la gloria del sol es calentar e iluminar, y lagloria de la fuente es refrescar, y la del rico consiste en enriquecer, la gloria del amor esamar eficazmente,[12] la gloria del justo es justificar a los demás y la gloria de la santidadsuprema es santificar a todos. Según el Antiguo Testamento, la gloria de Dios es lasalvación de Israel. Según la revelación veterotestamentaria, Dios es glorificado en laprosperidad de su pueblo. Mediante un ligero examen, podemos observar que todas lasoraciones de los judíos, empezando por las de Moisés, piden a Dios que salve a su pueblo. Yla gloria de Dios consiste realmente en salvarlo.

También la liturgia, maestra y educadora de nuestra piedad, sigue esta línea. Baste citar

la oración de septuagésima: "Te rogamos, Señor, que escuches propicio las plegarias de tupueblo y que nos libres, por tu misericordia, de las justas aflicciones que han originadonuestros pecados". Nuestra liberación será su gloria porque manifestará su misericordiapara con nosotros.

Algo semejante tenemos en el pasaje que nos narra la curación del ciego de nacimiento. Ycuando le comunican a Cristo la enfermedad de Lázaro, contesta: "Esta enfermedad no esmortal, sino que está ordenada para la gloria de Dios, con la mira de que por ella el Hijo deDios sea glorificado" (Jn 9, 1-13). San Agustín comenta así estas palabras: "Tal glorificaciónde sí mismo no le añade nada a él, sino que es de provecho para nosotros" (Jn 11, 4).[13] Yal principio de la oración sacerdotal, Cristo pide expresamente al Padre: "Padre, ha llegadola hora, glorifica a tu hijo para que tu hijo te glorifique a ti, pues que le diste poder sobre

toda carne para que dé la vida eterna (he aquí la explicación) a todos los que le has dado"(Jn 7, 1-2). Jesucristo glorifica al Padre en cuanto comunica esta vida divina a todos. Paraesto ha venido al mundo, para que se cumpla lo que Dios se ha propuesto al crear. Elconcilio Vaticano II lo expone con luminosa claridad, cuando afirma: "La Iglesia ha nacidocon este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacerasí a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenarrealmente todo el universo hacia Cristo".[14] En la continuación de la oración sacerdotal,en el v. 4, volvemos a encontrar la misma idea: "Y te he glorificado en la tierra (¿cómo?,nos preguntamos): tengo acabada la obra cuya ejecución me encomendaste", es decir, lasalvación de todos los hombres.

La tradición de la Iglesia conserva íntegras estas ideas. Oigamos, a modo de ejemplo, a

santo Tomás: "Dios no busca la utilidad en nuestros bienes, sino la gloria, es decir, la

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manifestación de su bondad, la cual busca también con sus obras. Porque nosotros ledemos culto, nada se le añade a él, sino a nosotros.[15] 

Ahora podemos ir vislumbrando mejor quién es Dios. El Dios de quien Cristo habla y aquien Pablo dirige su oración no es un Dios abstracto ni una potencia lejana que nos sirvade explicación del universo, sino una persona que nos ama como a hijos. Es un Dios

completamente desinteresado, que no piensa más que en el bien de su criatura, que no hacreado nada para la destrucción, sino todo para la vida. Es el Dios de Abraham, de Isaac yde Jacob, como nos transmite la fórmula tradicional del Antiguo Testamento, en donde sehabla también de Dios creador, pero no únicamente para indicar el origen del mundo, sinoante todo para ensalzar la bondad divina.

Si examinamos las imágenes que los judíos aplicaban a Dios, llegamos a una conclusiónsemejante. Entre las imágenes con las que expresan esta idea de Dios creador, acaso la másexpresiva es la del vaso de arcilla en las manos del alfarero. San Pablo recoge estaexpresión en su carta a la iglesia de Roma: "Mas ¿quién eres tú, oh hombre, parareconvenir a Dios? ¿Un vaso de barro dice acaso al que le labró: por qué me has hechoasí?" (Rom 9, 20).

Ante semejante expresión, tal vez experimentamos terror o angustia. Pero la sagradaEscritura suele emplearla no para asustar o angustiar, sino para infundir confianza a loshijos de Israel. Lo vemos más claramente leyendo el texto de Isaías en el que se inspira sanPablo: "Ay de vosotros los que os escondéis del Señor, para ocultarle vuestros designios¡Ay de los que hacen sus obras en las tinieblas y dicen: ¿quién nos ve y quién nosdescubre? ¡Desvariado pensamiento el vuestro Como si el barro se levantase contra elalfarero y dijese la obra a su hacedor: no me has hecho tú; y la vasija dijese al que la hizo:eres un necio. ¿No es verdad que en breve y dentro de poco tiempo el Líbano se convertiráen vergel y el vergel se convertirá en un bosque? Y en aquel día los sordos oirán laspalabras del libro. Y los ojos de los ciegos recibirán la luz, saliendo de las tinieblas yoscuridad. Y los humildes se alegrarán cada día más y más en el Señor y los pobres se

regocijarán en el santo de Israel; porque el soberbio fue abatido, fue consumido elescarnecedor y destruidos todos aquellos que madrugaban para hacer el mal" (Is 29, 15-20). El sentido profundo de este pasaje radica aquí: el hombre sabe que Dios es capaz dehacer todo y que si ha creado al pueblo de Israel, no permitirá que lo destruyan susenemigos. Él es más fuerte que los enemigos y el hombre verá -anuncia Isaías- que hasta eldesierto se convertirá en un jardín de flores. También en el Nuevo Testamento se empleanestas palabras para anunciar la obra mesiánica de Cristo (Mt 11, 2-6).

Leemos también en el mismo profeta: "No temas; pues yo te redimí y te llamé por tunombre: tú eres mío. Cuando pasares por medio de las aguas estaré yo contigo y no teanegarán sus corrientes; cuando anduvieres por medio del fuego, no te quemarás, ni lallama tendrá ardor para ti. Porque yo soy el Señor Dios tuyo, el santo de Israel, tu salvador;

yo di por tu rescate Egipto, Etiopía y Sabá a cambio de ti. Después que te hiciste estimabley glorioso a mis ojos, yo te he amado y entregaré por ti hombres y pueblos por tusalvación. No temas, porque yo estoy contigo: desde oriente conduciré tus hijos y desdeoccidente los congregaré" (Is 43, 1-5).

En el capítulo 64 vuelve a aparecer la misma imagen: "Y, no obstante, Señor, tú eresnuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; obras somos todos de tus manos"(Is 64, 8). Como puede verse, para los judíos Dios creador y Dios padre no se oponen, sinoque se identifican. Dios ha creado la humanidad, ha formado el pueblo de Israel porelección, por amor. Por ello la Iglesia ha puesto como canto inicial del breviario un cánticode júbilo: "Venid, regocijémonos en el Señor". Es una llamada a la alegría, que se basaprecisamente en la fe en Dios creador nuestro. "Demos vítores a la roca que nos salva.

Lleguémonos a su presencia entre alabanzas, exultemos en él entre cantares. Porque Diosgrande es el Señor..." (Sal 94, 1-3). Cuanto más se manifiesta la grandeza de Dios, mayor

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debe ser la confianza del hombre. Precisamente Dios perdona siempre porque estodopoderoso; sólo los débiles no saben perdonar. Dios, dice la liturgia,[16] "manifiesta suomnipotencia ejerciendo su misericordia". Y el salmo citado continúa:

En su mano las simas de la tierra, 

 y suyas son las cumbres de los montes. 

Suyo es el mar, pues él lo hiciera, 

la tierra firme que formó su mano. 

Venid y, prosternados, adoremos, doblemos, 

al Señor que nos creara, las rodillas. 

Porque él es el Dios nuestro 

 y nosotros el pueblo de sus pastos, 

el rebaño conducido por su mano (Sal 94, 4-7).

Es la imagen del buen pastor que conoce a sus ovejas y ellas le conocen.

Es importante tener una idea clara de Dios, tal como nos la presenta la palabra revelada.Importante para nuestra vida y ministerio sacerdotal. Hemos visto que la omnipotenciacreadora no sólo no lo aleja de nosotros, sino que nos acerca a él, nos atrae como signo debondad. También el evangelio lo presenta como padre que nos ama. Veamos aún al profetaIsaías, que nos da algunas descripciones maravillosas de Dios. La Iglesia ha tomado elúltimo pasaje como epístola de la misa del sábado de la 4ª semana de cuaresma paraprepararnos al tiempo de pasión. Este amor de Dios Padre resplandece sobre todo en elversículo 14. Israel está en el destierro de Babilonia y piensa que tal vez Yavé, su creador,ha abandonado a su pueblo.

"Y dijo Sión: el Señor me ha abandonado, y mi Señor me ha olvidado. ¿Puede una mujerolvidarse de su niño, sin que tenga compasión del hijo de sus entrañas? Pero aun cuandoella pudiese olvidarlo, yo no me olvidaré de ti" (Is 66, 3; 49). El amor de Dios para con sushijos es más grande que el amor de un padre, o mejor dicho, mayor que el de una madre.No cabe amor más fuerte.

Esta idea aparece magníficamente sintetizada en el pasaje que nos habla de la revelacióndel nombre de Yavé. Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, para que puedadecírselo a los hijos de Israel, Dios le responde: "Yo soy el que soy. He aquí, añadió, lo quedirás a los hijos de Israel: yo soy me ha enviado a vosotros" (Ex 3, 14). Este es su nombre:YO SOY. No es un Dios abstracto y filosófico, lejano, sino mucho más real e íntimo. Losjudíos interpretaron ya este nombre. El TARGUM, que era la traducción quehabitualmente se leía en la sinagoga y que probablemente es la que leyeron Jesucristo ySan Pablo, traduce parafraseando, con el fin de explicar un poco el texto, y dice: “Yo existía

antes de que el mundo fuese creado y he existido después que fue creado el mundo. Yo soyel que ha estado con vosotros en vuestras tribulaciones, en el exilio de Egipto; y soy el que

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estará con vosotros en todos vuestros sufrimientos, durante todas las generaciones”. Esta

paráfrasis de YO SOY (yo fui siempre, yo soy ahora, y yo seré siempre fiel a vosotros), esprecisamente la definición de Dios y de Cristo que nos da el libro del Apocalipsis: “Yo soy

el alfa y la omega, el principio y el fin, dice el Señor Dios, EL QUE ES, EL QUE ERA, Y ELQUE HA DE VENIR...” (Apoc 22, 20). 

La primera palabra de la sagrada Escritura nos dice que Dios creó el mundo; la última esuna plegaria invocando la venida de Jesucristo. Precisamente Cristo será la manifestacióny la actualización de la fidelidad de Dios con la humanidad que ha creado y a la que amaprofundamente. Esta imagen de Dios nos ayudará a ponernos en su presencia. Nosayudará a adoptar ante Dios una postura de adoración total, de adoración que es al mismotiempo confianza, porque Dios es “nuestra roca”, sobre la cual podemos apoyarnos sintemor a la caída ni a las desilusiones.

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3

LA LEY DEL PECADO

Pero veo otra ley en mis miembros

que lucha contra la ley de mi mente

y me sojuzga a la ley del pecado, que

está en los miembros de mi cuerpo

(Rom 7, 23).

Hemos dicho ya que san Pablo fue llamado y consagrado enteramente al evangelio de

Dios. Y el apóstol presenta el evangelio como "la virtud de Dios para la salvación de todo elque cree" (Rom 1, 16). Es una fuerza para la salud, que se manifiesta en lo que Pablo llamala "justicia de Dios", de la que trata a partir de Rom 3, 21ss, insistiendo antes sobre otroaspecto que llama la revelación de la cólera, de la ira de Dios[17] (Rom 1, 18-3, 20).

Sabida es la importancia que san Pablo atribuye a esta revelación. De hecho, se trata deuna dialéctica muy conocida, que el apóstol de las gentes ha comprendido en toda suprofundidad: para que el hombre pueda recibir la salvación de Dios como un don, y nocomo una conquista propia, la primera condición y la más radical es que se acepte tal comoes, es decir, pecador. A lo largo de casi dos capítulos, Pablo trata de hacer al hombreconsciente de su condición real, porque juzga esta toma de conciencia como algo necesarioe indispensable. Quizá el único obstáculo y la dificultad mayor para nuestra santificaciónes pensar que podemos conseguirla con solas nuestras fuerzas, como si se tratara de unacompetición.

En el capítulo 1, a partir del versículo 18, habla san Pablo del pecado de los otros, lospaganos. En el capítulo 2 centra su atención sobre el pecado de los "justos", el pecado delos judíos.

¿En qué consiste este pecado y cómo lo revela? Mediante expresiones del Antiguo

Testamento, señala que es el pecado de toda la humanidad contra Dios. El tema esbastante conocido. Sólo insistiré sobre algún aspecto particular para entender mejor lacuestión.

Empieza diciendo: "En efecto, las cosas invisibles de Dios, aun su eterno poder ydivinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento quede ellas nos dan sus criaturas y, así, tales hombres no tienen disculpa" (Rom 1, 20). Loprimero que pone de relieve es que el hombre no puede justificar su pecado.Generalmente nosotros tratamos de buscar mil excusas para el pecador. La actitud de sanPablo en este punto es diferente. Como contraste ante la postura del hombre, muestra unDios esencialmente bueno que se presta a ser conocido, que no es autor ni del pecado ni de

la rebelión del hombre. Si el hombre se encuentra en esta condición de pecador essencillamente porque lo ha querido. La actitud del hombre es, pues, inexcusable, "porque,

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habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias" (Rom 1, 21).Esta humanidad pagana ha rehusado glorificar a Dios, darle gracias.

Antes hemos hablado de lo que entendemos por dar gloria a Dios. Ahora vamos aexaminar algún pasaje del evangelio. San Lucas nos habla de la curación de los diezleprosos. Jesucristo les manda que se muestren al sacerdote. Los diez sanan y sólo uno"volvió glorificando a Dios a grandes voces" (Lc 17, 15). Este glorificar a Dios consistía endar las gracias a Cristo. El Señor se extraña de que no vengan los otros leprosos. Sólo unoha vuelto a dar gloria a Dios, porque únicamente él ha vuelto a dar las gracias. Los demás,que no han vuelto, no han glorificado a Dios.

El pecado de los gentiles consistía, según Pablo, en atribuirse a sí mismos cuanto tenían,y especialmente su conocimiento de Dios, que era un don divino, y no una conquistapropia, como erróneamente pensaban. El apóstol de las gentes insistía en este punto,porque el hombre, ávido de salvaguardar su autonomía, no ha querido reconocer que este

conocimiento de Dios le viene de fuera. El P. Daniélou[18] ha puesto de relieve esta ideacuando dice que la exaltación del hombre moderno nace de su esperanza en él mismo. Noquiere apoyarse en Dios, porque juzga que no es realmente hombre si él mismo no es suvalor supremo. Quiere hacer patente que no tiene necesidad de Dios, ni siquiera paraobrar el bien. Esta concepción aparece en el ateísmo moderno. A. Camus, por ejemplo,afirma que el hombre puede ser incluso santo prescindiendo de Dios.[19] 

San Pablo, desarrollando lógicamente su idea, continúa diciendo: "ni le dieron gracias,sino que se entontecieron en sus discursos y quedó su insensato corazón lleno detinieblas" (Rom 1, 21). En el momento en que no reconocieron que lo que tenían procedíade Dios, cayeron en el vacío. El hombre, de esta forma, reniega de su ser real. A causa del

se entontecieron, el puesto que debía ocupar el Dios bueno, el Dios que se revela, lo ocupael ídolo. No han adorado a Dios, sino a una imagen de Dios que ellos mismos se hanconstruido y se han representado a su manera, con las pasiones del hombre, con su celo, suegoísmo y su orgullo. Todo el paganismo ha venido a caer en este contrasentido. Hanimaginado que Dios quería hacerse servir para saciar su orgullo, que quería sacrificiosporque tenía necesidad de ellos. Una auténtica caricatura de Dios.

Para determinar la naturaleza de esta idolatría, san Pablo dice: "Y cambiaron la gloria deDios incorruptible por lo representado en la imagen de un hombre corruptible, de aves,cuadrúpedos y reptiles" (Rom 1, 23). Evidentemente alude a las palabras del Salmo: "Y

trocaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba" (Sal 105, 20). El salmista serefiere a la adoración del becerro, por parte del pueblo, mientras que Yavé concluía sualianza con Moisés en el monte Sinaí. En esos momentos, el pueblo consideraba a Diosdemasiado trascendente, demasiado lejano, y quiso construirse un dios a su medida.Quería un dios a quien se pudiera ver y tocar, que pudiera aceptar sus sacrificios, y queestuviera, mediante éstos, a disposición suya. El deseo ferviente del pueblo puederesumirse así: "Ea, haznos dioses que vayan delante de nosotros" (Ex 32, 1) y no un dios aquien haya que obedecer. En el fondo late el deseo de autonomía plena del hombre, quequiere fabricarse un dios a su medida y tenerle siempre a su disposición mediante lossacrificios: un dios doméstico. Este es el mayor pecado que puede cometer el hombre, y esprecisamente el pecado que comete el pueblo de Israel en el mismo momento en que Diosle concede sus mayores beneficios.

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Cuando san Pablo habla de este pecado, tiene ya en la mente lo que dirá en Rom 5, dondehabla del pecado de Adán, que es el primero y como modelo de todos los otros. Estacondición del primer pecado se deduce de la intención del hagiógrafo, que quiere enseñarprecisamente qué es el hombre. Creo que no hay una página en la Biblia más clara y rica enenseñanzas. (Gén 2-3). También este pecado nace de un deseo de autonomía, de no quererapoyarse en Dios. Y de hecho parece imposible que el hombre con todos sus dones pudierapecar. Es la misma tentación en que cayó san Pedro cuando afirmó "que, aunque todosabandonaran a Cristo, él no lo haría" (Mt 26, 30-35). A la hora de la verdad fue él, y no losotros, quien renegó del maestro.

El pecado de Adán consiste, ante todo, en haber puesto su confianza en una criatura, laserpiente, en lugar de apoyarse sólo en Dios, su amigo, el único que puede darle la vida.Cada vez que el hombre comete un pecado, empieza a pensar que puede haber un biensuperior a aquello que Dios quiere para él. Y la serpiente se sirve de esta táctica. Nocomienza a atacar a Eva directamente, sino de una forma indirecta, transformando sujuicio interior. Pues el pecado no consiste sólo en un acto externo, en una desobediencia

externa, sino que es algo mucho más profundo: la perversión del espíritu del hombre, desu interior. La serpiente se limita a decir a la mujer algunas palabras, sin malicia aparente:"¿conque os ha mandado Dios que no comáis frutos de todos los árboles del paraíso?" (Gén3, 1).

Una vez que la mujer ha aceptado el diálogo con la serpiente, considerándola como unbuen consejero, ésta se atreve a llegar más lejos: "No, no moriréis" (Gén 3, 4). De estaforma, empieza a hacerla dudar de Dios llevándola a pensar que la palabra de Dios puedeno ser cierta. La serpiente sigue: "Sabe Dios que el día en que comiereis de él se abriránvuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gén 3, 5). Es decir:Dios no es como vosotros pensáis, no es un ser esencialmente bueno, deseoso decomunicar su vida. Es que tiene miedo de vosotros y quiere protegerse; se ha reservadoalgo y teme que se lo arranquéis.

Esta es la caricatura que el hombre se hace de Dios, atribuyéndole sus defectos, suspasiones y envidias. La serpiente intenta hacer que el hombre desconfíe de Dios. Su tácticafundamental es atacar la idea que tenemos de él, como Padre y como esencialmente bueno.Cuando consigue modificar esta idea, su obra está ya terminada.

El "seréis como dioses, conocedores del bien y del mal", significa, según la interpretaciónmás común, poder decidir lo que es bueno y lo que es malo. El hombre se convierte en lamedida del bien y del mal. Los filósofos griegos cayeron también en esta tentación. El

hombre se cree autónomo y, al renunciar a su dependencia de Dios, que constituye sumismo ser, no acepta recibir de Dios lo que sólo él puede darle. Adoptando esta postura, elhombre se cierra radicalmente a la gracia. Y en esto consiste principalmente el pecado. Nocae en la cuenta de que Dios no sólo no constituye un obstáculo, sino que su aceptaciónimplica la apertura fundamental del hombre, el único medio para realizarse a sí mismo.

Hemos visto que Dios desea únicamente amarnos, comunicarse y comunicamos subondad. Al cerrarnos a él, le impedimos amarnos tal y como él desea. Lo mismo que el hijopródigo que, al marchar de la casa paterna, ha impedido a su padre que le rodee de sucariño, escapando a la vida de familia. El pecado consiste en impedir a Dios que nos

ame.[20] 

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Por este motivo, los moralistas definen el pecado como una aversio a Deo, ya queconstituye una oposición a Dios, que origina la corrupción de todo lo que él ha obrado enel hombre. Mediante él se produce esa escisión dolorosa que aparece ya en la primerapareja humana. El hombre y la mujer, destinados a ser una sola carne, a unirse, imitandode esta forma análogamente la unidad del mismo Dios, pierden el equilibrio que poseíanantes del pecado. El Génesis expresa magníficamente esta idea cuando nos narra que Diosdice a la mujer: "Hacia tu marido te llevará tu pasión y él querrá dominarte" (Gén 3,16).[21] Es el dominio del hombre, su egoísmo, que se sirve de la mujer como de uninstrumento de placer y de riqueza. Y la mujer, aun consciente de esto, no puede pormenos de suspirar por entregarse a él. Esto es ya, de alguna manera, el mismo infierno.

Esta escisión de la armonía dentro de la primera pareja se extiende progresivamente yentra, primero, en la familia (Caín) y después en la sociedad (Lamec). Es el grito de laviolencia. Pero no podemos ignorar que ya en el Génesis mismo se vislumbra la victoriafinal de Dios.

Y si Dios ha permitido el pecado, también había previsto ya la medicina. La Iglesia,extasiada ante la bondad de Dios, canta: "Dichosa culpa, que mereció tener tan granredentor".[22] 

Al final siempre vence la misericordia de Dios. El se sirve incluso del mal para concederal hombre sus beneficios. Sólo nos cabe dar gracias a Dios ante un designio tan alto, tanprofundo que ningún hombre hubiera imaginado. Digamos como san Pablo al final delcapítulo 11 en su carta a la Iglesia de Roma: "¡Oh profundidad de los tesoros de lasabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, cuán inescrutablessus caminos!" (Rom 11, 33).

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4

TODOS ESTAN SUJETOS AL PECADO

Pues ya hemos demostrado que así

judíos como gentiles TODOS están

sujetos al pecado (Rom 3, 9).

En los primeros capítulos de su carta a la Iglesia de Roma comprueba san Pablo launiversalidad del pecado. En el primer capítulo lo demuestra en cuanto a los gentiles, aunprescindiendo de su culpabilidad. En el segundo, se dirige a los judíos que, como el fariseode la parábola, se creían sin pecado y acusaban a los demás.

Esta segunda parte, el pecado de los judíos, es más difícil para san Pablo, porquerespecto a ella encuentra una fuerte oposición. Por ello, no nombrará al judíoexpresamente hasta el versículo 9, donde le nombra junto con el gentil: las dos categorías -san Pablo no hablará de individuos hasta el capítulo 7- que distingue la Biblia. Los gentilespecaron sin la ley, pero aún así perecerán. Los judíos, que tenían la ley y a pesar de todopecaron, serán juzgados según la ley. La afirmación de san Pablo es muy fuerte y nuncaoída para los judíos. Estos estaban aferrados a unas garantías que el apóstol lesarrebatará: no basta el haber recibido la ley, no basta tampoco la circuncisión, sino que laspromesas divinas están condicionadas por la obediencia de los hombres.

Poseer la ley, conocerla, es algo grande, pero no basta con saber una cosa, sino que hayque practicarla: "Mas tú, que te precias del renombre de judío, y tienes puesta tu confianzaen la ley y te glorías en Dios y conoces su voluntad y, amaestrado por la ley, disciernes loque es mejor, tú te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que están a oscuras, preceptor degente ruda, maestro de niños, como quien tiene en la ley la pauta de la ciencia y de laverdad; y no obstante tú que instruyes al otro, ¿cómo te instruyes a ti mismo? Tú quepredicas que no es lícito robar, ¿robas? Tú que dices que no se ha de cometer adulterio, ¿locometes?; tú que abominas de los ídolos, ¿saqueas los templos?" (Rom 2, 17-22).

El sacerdote, como los profetas, tiene que declarar los pecados de los demás. Los judíosfrente a los paganos denunciaban sus vicios. Y el fariseo de la parábola tiene razón cuandodice: "no soy como éste" (Lc 18, 11). Pero hay que tener cuidado y prestar atención, no seaque al denunciar y echar en cara los pecados de los demás, nos creamos limpios. Es fácilcaer en la tentación de creer que la verdad es monopolio de los sacerdotes, de loscatólicos, de una determinada congregación o instituto religioso. Estar bajo la ley no escumplirla.

"Por lo demás, la circuncisión sirve si observas la ley -continúa diciendo san Pablo a losjudíos-; pero si eres transgresor de la ley, aun estando circuncidado, has venido a serincircunciso. Al contrario, si un incircunciso guarda los preceptos de la ley, por ventura,sin estar circuncidado, ¿no será reputado por circunciso? Y el que por naturaleza esincircunciso y guarda exactamente la ley, ¿no te condenará a ti que, teniendo la letra y la

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circuncisión, eres transgresor de la ley? Porque no está en lo exterior el ser judío, ni escircuncisión la externa, la de la carne; sino que el judío es aquel que lo es en su interior; asícomo la circuncisión es la del corazón, según el espíritu, y no según la letra, y este judíorecibe su alabanza no de los hombres, sino de Dios" (Rom 2, 25-28).

Y en el capítulo 3 tocará el punto más difícil: de hecho al pueblo judío le fueron confiadaslas promesas de Dios.

¿Qué ventaja supone este privilegio? ¿Qué ventaja supone cualquier privilegio que Diosconcede? San Pablo no dará una respuesta completa, sino que argumentará por el absurdopara demostrar que todos estamos bajo el pecado. No sólo que "somos capaces" o que"estamos inclinados" al pecado; sino que somos pecadores auténticos. Sólo cuando elhombre ha reconocido esto, y especialmente el que se cree puro y limpio, puede recibir lajustificación de Dios que es un don totalmente gratuito. Esta es una condiciónindispensable. Lo afirma igualmente san Juan: "Si dijéremos que no tenemos pecado,

nosotros mismos nos engañaríamos y la verdad no estaría en nosotros. Pero si confesamosnuestros pecados, fiel y justo es él para perdonárnoslos, y lavamos de toda iniquidad" (1 Jn1, 8-9).

El fariseo de la parábola no miente: paga el diezmo, no tiene contacto con los paganos, enuna palabra cumple la ley. El publicano, en cambio, obra en contra de la ley, pero suoración humilde y sincera es ésta: "Apiádate de mí, que soy pecador" (Lc 18, 13). Y éstesale del templo justificado.

Estamos ante una verdad tal vez extraña, pero fundamental en todo el Nuevo

Testamento: no hay posibilidad de progreso en la vida espiritual sin este reconocimientode nuestra miseria. Llegar a esta comprobación y afrontarla es un paso necesario, la basesobre la que Dios podrá edificar, porque él es quien obra y no nosotros.

Esta actitud de humildad radical es la que nos describe el profeta Ezequiel en la parábolade la niña expósita narrando la historia del pueblo de Israel (y -¿por qué no?- nuestrahistoria): "Hablóme de nuevo el Señor diciendo: Hijo de hombre, haz conocer a Jerusalénsus abominaciones: Esto dice el Señor Dios a Jerusalén: Tu origen y tu raza es de tierra deCanaán. Amorreo era tu padre y hetea tu madre. Y cuando saliste a luz, en el día de tunacimiento, no te cortaron el ombligo, ni te lavaron con agua purificadora, ni usaron

contigo la sal, ni fuiste envuelta en pañales. Nadie te miró compasivo ni se apiadó de tipara hacer contigo alguno de estos oficios; sino que fuiste echada sobre el suelo condesprecio de tu vida el día en que naciste. (Es fácil creerse un pueblo aparte, como losjudíos. Y al fin y al cabo sus antepasados son paganos. Es fácil creerse con derecho sobreDios, como nos puede ocurrir a nosotros... ¡Y no es así!) Y pasando yo cerca de ti, te virevolcándote en tu propia sangre; y te dije en tu sangre: vive. Y creciste como la hierba delos campos. Te desarrollaste, te hiciste grande y llegaste a la edad núbil. Se afianzaron tussenos y tu cabellera se hizo abundante; pero tú estabas desnuda. Y pasé junto a ti, y te vi yestabas tú ya entonces en la edad de los amores, y extendí yo sobre ti mi manto y cubrí tuignominia y te hice un juramento e hice contigo un contrato (dice el Señor Dios) y desdeentonces fuiste mía. Y te lavé con agua y te limpié de tu sangre, y te ungí con óleo y te vestícon ropas de varios colores, te calcé con piel de delfín, te di un ceñidor de lino fino y te

vestí con un manto finísimo. Y te engalané con ricos adornos, puse brazaletes en tus manosy un collar alrededor de tu cuello. Y puse un anillo en tu nariz, zarcillos a tus orejas y

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hermosa diadema a tu cabeza. Y quedaste ataviada con oro y con plata y vestida de finolienzo, y de bordados de varios colores; se te dio para comer la flor de harina, con miel yaceite; viniste, en fin, a ser extremadamente bella" (Ez 16, 1-13).

Junto a esta niña abandonada, de quien nadie tuvo compasión, pasa el Señor, la mira y nosólo le da vida sino que la enriquece y la hace reina.

Esta reina tomará todos los dones que el Señor, movido a compasión para con ella, lehizo, y se servirá de ellos para apartarse de él.

Es nuestra historia. Es la historia del hombre que comete el pecado. Y no hay que cerrarlos ojos ante esta realidad. Hemos de afrontar con coraje esta comprobación de nuestrasfaltas, Cada día iremos cayendo en la cuenta de los muchos fallos que tenemos.

Los verdaderos y peores enemigos de la Iglesia son los cristianos, y con mayor razón lossacerdotes inconsecuentes. Nos dice san Pablo que los que están fuera de la ley, si cumplenlos preceptos de la ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos ley. Pero si el judío,todo aquel que está bajo la ley, no la cumple, se está contradiciendo y está alejando más alos que se encuentran fuera. Se convierte en el verdadero enemigo de la Iglesia.

"Así se verá el día en que Dios, por Jesucristo, según mi evangelio, juzgará las accionessecretas de los hombres" (Rom 2, 16). Y el concilio de Orange dice: "El hombre no tienepor sí mismo más que mentira y pecado".[23] Es la misma idea que expresa magnífica yprofundamente san Agustín: "No existe ningún pecado que haya cometido un hombre y

que no pueda cometerlo otro hombre".[24] Oiréis en confesión muchas cosas dolorosas.Pensad que también vosotros sois capaces de cometerlas. Si no es así, se debe a la graciade Dios. Porque cuando se coge un camino basta con empezar a andar. "Adúltero no fuiste,te faltó la ocasión", dice todavía san Agustín. Y el Señor permite la caída para que seamosconscientes de esto: que si algo bueno hay en nosotros es tan sólo gracias a él.

Existe una leyenda islámica según la cual un sabio había obtenido de Alá el ser oído ensus dos primeros deseos manifestados internamente. Sale de su casa: la casa de su vecinose derrumba, y un niño que jugaba en la calle es atropellado y cae muerto a sus pies.Horrorizado, el sabio cae en la cuenta de que estos dos deseos que nunca se hubieraatrevido a formular, han tenido plena realización.

¡Qué profunda idea! La razón por la que muchas veces no cometemos acciones malas noes porque no exista en nosotros este deseo, sino porque falta la ocasión.

Hay tina frase en la sagrada Escritura que la Iglesia interpreta en sentido amplio y noliteral: "Absuélveme de los (pecados) que se me ocultan" (Sal 18, 13). En latín dice así: ab

occultis meis munda me et ab alienis parce servo tuo. La Iglesia, según la versión de laVulgata, interpreta ab alienis: no sólo de nuestros pecados sino de los ajenos cuyaresponsabilidad nos incumbe. Esta consideración de la responsabilidad apostólica puede

preservarnos de muchas desgracias y hacernos verdaderamente santos. Cada cristiano esresponsable de los pecados ajenos. Ninguna acción es indiferente a los demás. ¿Y no será

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esto más aplicable en el caso de aquellos que han sido llamados a ser la "sal" de la tierra?¿En aquellos que no sólo deben testificar a Cristo y predicarlo con la palabra sino con lamisma vida? ¡Es enorme la responsabilidad del que está constituido en autoridad! Aquéllacrece a medida que ésta aumenta. Y no sólo se trata de las grandes decisiones que se hande tomar. Con frecuencia se nos juzga por las reacciones casi espontáneas en el trato conlos otros, como exponente de lo que llevamos dentro.

Pensad en las faltas por omisión. Al ver personas atribuladas, sin rumbo en la vida,muchas veces pensé que de haber encontrado en su camino un sacerdote santo, todohubiera sido distinto. Por desgracia frecuentemente no hacemos más que repetir unapalabra "aprendida", pero no podemos hablar de lo que vivimos.

Ved lo que dice santo Tomás[25] aludiendo a la historia de Urías, marido de Betsabé.David se había prendado de la belleza de Betsabé; entonces llamó a Urías y le dio una cartacerrada para Joab, que dirigía el sitio de Rabá, en la que le ordenaba poner en vanguardia a

Urías, para que muriendo éste en la pelea, David pudiera desposar a Betsabé. Así sucedió.Y la sagrada Escritura dice que Urías llevaba "las cartas de su muerte". Santo Tomás hacereferencia a esta historia diciendo: "Cartas de su propia muerte llevan los literatos quesaben y enseñan y no obran. Estas son cartas sin sello, es decir, ciencia sin vida Y POR ESONO SE LES CREE". Quizá nosotros muchas veces no nos atreveremos a predicar, porquesabemos que nuestras palabras son falsas. Así me lo confesaba un sacerdote. Es difícilpredicar la pobreza evangélica cuando no se vive pobremente. Y los hombres no creen.

Ellos nos exigen también orar. Esta es nuestra primera y más urgente obligación: orarpor los otros, y especialmente por aquellos que nos han sido confiados. Sodoma y Gomorrafueron aniquiladas porque Dios no halló en ellas ni siquiera diez justos. La Iglesia sufre y

muchos hombres lloran bajo un dolor sin esperanza tal vez por esta falta de oración.

El P. de Grandmaison decía a sus religiosas:[26] vais por la calle y al ver esas muchachasde la vida tal vez sentís la tentación de despreciarlas. Pensad que la diferencia entre ellas yvosotras se debe únicamente a un impulso que marcó vuestra dirección en la vida.

Todos cuantos formamos parte del linaje humano somos miembros de una mismafamilia, de una misma raza pecadora. La única diferencia procede de la elección divina, dela gracia de Dios. Por consiguiente, no podemos decir como el fariseo de la parábola: "Yo

no soy como los demás hombres" (Lc 18, 11); ni como san Pedro: "Aunque todos tenegaren, yo no te negaré" (Mc 14, 29). Y si bien no llegamos a formular expresamente estaidea, muchas veces encontramos en lo más profundo de nuestros pensamientos.

Es, pues, fundamental tomar conciencia de nuestra condición de pecadores. Y no se tratade una autoaflicción morbosa ni de pesimismo, sino de conocer la materia que Dios escogepara su obra. Cuanto más vil sea la materia, mejor brillará el poder y el amor de Dios. Estaes precisamente su gloria: poder hacer un sacerdote santo de una materia tan vil. Cuandosan Juan de la Cruz se hallaba en el lecho de muerte, sus discípulos trataban de consolarlerecordando las grandes obras que había realizado. Él les contestó: "no me habléis de misobras, porque no hay ninguna acción mía que no me acuse. Habladme sólo del amor con

que Dios me rodeó y no de mi pobre respuesta".

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¿Qué sería de la vida de cualquier hombre, aun del más santo, si Dios no la mirara conmisericordia? Pero éste es nuestro consuelo y el fundamento sólido de nuestra confianza:la misericordia de Dios, su amor, su fidelidad inquebrantable. Fijémonos en la que es"refugio de pecadores". Si ella es "refugio de pecadores"' es mi refugio, precisamenteporque soy pecador.

Entonces comprenderéis por qué el Señor en la parábola de Ezequiel termina así: "Contodo, yo me acordaré aún del pacto hecho contigo en los días de tu mocedad y haré revivircontigo la alianza sempiterna. Entonces te acordarás tú de tus desórdenes, y teavergonzarás cuando recibas a tus hermanas mayores que tú, juntamente con lasmenores, y te las daré por hijas; mas no en virtud de la alianza contigo, sino porquerenovaré contigo mi alianza y conocerás que yo soy el Señor, a fin de que te acuerdes y teconfundas y no te atrevas a abrir la boca de vergüenza cuando yo me hubiere aplacadocontigo después de todas tus fechorías, dice el Señor Dios" (Ez 16, 60-63).

Entonces entre Dios y nosotros habrá una intimidad especial donde descubriremos lainmensidad del amor y del poder de Dios capaz de transformar una criatura comonosotros; y esto no será motivo de desesperación; antes nuestra confusión será grandefrente a la inmensidad increíble de esta misericordia que hemos descubierto a través delPERDON DEL SEÑOR y, necesariamente, a través también de nuestro pecado.

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REOS DELANTE DE DIOS

...Para tapar toda boca y que todo

el mundo se reconozca reo delante de

Dios (Rom 3, 19).

Hemos visto cómo san Pablo, en los tres capítulos primeros de su carta a los romanos, haquerido impulsar al hombre a que tome conciencia de su condición de pecador. Todos,

tanto griegos como judíos, están bajo el pecado. Y confiesa el apóstol que lo ha hecho "paratapar toda boca y que todo el mundo se reconozca reo delante de Dios; supuesto quedelante de él ningún hombre será justificado por las obras de la ley (Sal 142). Porque porla ley sólo se nos ha dado el conocimiento del pecado" (Rom 3, 19-20).

Y si nadie será reconocido justo por las obras de la ley de Moisés, tampoco lo será por lasobras de cualquier otra ley. Claramente nos lo dice el salmo 142, al que alude san Pablo enlos versículos que acabamos de citar:

Señor, escucha mi oración, 

 por tu fidelidad acoge mi plegaria, 

escúchame por tu justicia, 

No contiendas en tu juicio con tu siervo, 

 pues no hay viviente justo en tu presencia. 

(Sal 142, 1-2)

El salmista pide a Dios que no le juzgue, ya que ningún hombre puede afrontar, sin ser

condenado, el justo juicio de Dios. El hombre se da cuenta de que todas sus obras lecondenan, y por ello pide a Dios que no se fije en tales obras, sino en lo que él mismo hahecho y prometido, en su justicia y fidelidad a las promesas de salvación. San Pablo quieresuscitar en todos los hombres esta actitud, esta postura de humildad para recibir la graciacomo un don y no como un premio por las buenas obras que el hombre cree poseer.

Es la misma dialéctica expuesta en el libro de Job, donde san Pablo parece inspirarse.

Job era un hombre feliz, como se ve al principio del libro. Tenía abundantes riquezas,tenía hijos, todo le iba bien. Pero habrá de renunciar a muchas cosas. Dios permite queSatanás le tiente y le vaya despojando de todo. La enfermedad hace presa en él. Pero hay

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algo a lo que Job no quiere renunciar y que parece que nadie puede arrebatarle: su justicia.Es justo, nunca obró mal. Así nos lo dice en el estupendo capítulo 31:

Hice pacto con mis ojos de ni siquiera 

 pensar en una virgen. 

Porque ¿qué galardón da desde arriba Dios, 

ni qué porción asigna el todopoderoso

de su celestial herencia?  

 ¿No reserva él la desgracia para los 

malvados, 

 y el desheredamiento para los que cometen el pecado?  

 ¿No es así que está observando mis caminos, 

 y contando todos mis pasos?  

 ¿He andado mi camino con la mentira?  

 ¿Han corrido mis pies a la falsedad?  

Péseme Dios en su justa balanza, 

 y él dará a conocer mi sencillez. 

Si desvié mis pasos del camino, 

 y si mi corazón se fue tras mis ojos, 

 y si se apegó alguna mancha a mis manos, 

siembre yo y cómase otro el fruto 

 y sea desarraigado mi linaje... 

Si negué a los pobres lo que pedían, 

si burlé la esperanza de la viuda; 

si comí mi bocado solo, 

 y no comió de él el huérfano... 

despréndase mi hombro de su coyuntura 

 y quiébrese mi brazo con sus huesos. 

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Y al final se imagina que su adversario pudiera escribir un libro en el que constarantodas las obras de Job. En vez de reproche, constituiría una exaltación que le ceñiría cualcorona. Y termina:

 ¡Oh, quién me diera uno que me oyese, 

 y que el todopoderoso otorgase mi petición, 

 y escribiese el proceso el mismo que juzga, 

 para que yo pudiese llevarle sobre mis hombros, 

 y ceñírmele como una diadema!  

Le relataría la historia de mis pasos; 

como un príncipe me presentaría ante él. 

Es éste el momento que esperaba Dios, y se revela a Job, que cree ser justo, de estamanera:

 ¿Quién puso diques al mar, 

cuando se derramaba por fuera 

como quien sale del seno de su madre, 

cuando lo cubría yo de nubes como de 

un vestido, 

 y lo envolvía entre tinieblas como a un 

niño entre pañales?  

Lo encerré dentro de los límites fijados 

 por mí, 

 y le puse cerrojos y compuertas, 

 y dije: hasta aquí llegarás, 

 y no pasarás más adelante;  y aquí quebrantarás tus hinchadas olas. 

 ¿Quién es ése que envuelve sentencias 

con palabras de ignorante?  

Ciñe ahora tus lomos como un valiente. 

Yo te interrogaré y tú me responderás. 

 ¿Dónde estabas cuando yo echaba los 

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cimientos de la tierra?  

Dímelo, ya que tanto sabes. 

 ¿Acaso después que estás en el mundo 

diste leyes a la luz de la mañana 

 y señalaste a la aurora el punto por  

donde debe salir?  

 ¿Has tomado con tus manos los polos de 

la tierra, 

 y sacudido, a fin de expeler de ella a los 

impíos?

(Job 38, 1-13).

Lentamente Job empieza a comprender. Ya al final del capítulo 39 ha cambiado deactitud:

Yo que he hablado inconsideradamente, 

 ¿qué es lo que puedo responder?  

Cerraré mi boca con mi mano. 

Una cosa he dicho y no hablaré más; 

dos veces, y no añadiré más palabras. 

(Job 39)

Y, ya en el capítulo 42, Job se vuelve hacia el Señor en estos términos:

Yo sé que todo lo puedes 

Y que no se te oculta ningún pensamiento. 

Fui como aquel que envuelve sentencias juiciosas 

Con palabras de ignorante. 

Por tanto he hablado indiscretamente, 

Y de cosas que sobrepujan infinitamente mi saber. 

Mas escucha y yo hablaré; 

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Te preguntaré y tú me responderás. 

Te conocía de oídas; 

Pero ahora te veo con mis propios ojos. 

Por eso yo me acuso a mí mismo, 

Y hago penitencia envuelto en polvo y ceniza. 

(Job 42, 1-6).

La postura inicial de Job era exactamente la que rechazaba el salmista. Este pedía a Diosque no le juzgara, aquél exigía un juicio en balanza justa. Finalmente comprende. Es laactitud necesaria “para tapar toda boca y que todo el mundo se reconozca reo delante deDios” (Rom 3, 19); la actitud que vimos en el pasaje del profeta Ezequiel; la del publicano

del evangelio, cuyo comentario hace san Agustín diciendo: “Señor, dijo, inclinándose ybajando los ojos a tierra, ten compasión de mí que soy pecador. Digo que ya en parte erarico al pensar tales cosas y pedirlas... y desciende justificado, más lleno y con abundancia,del templo. El fariseo, en cambio, sube a orar y no pide nada. Subieron a orar, dice, altemplo. Uno ora y el otro no. ¿Cómo es su oración...? Señor, dice, te doy gracias porque nosoy como los demás hombres injustos, ladrones, adúlteros, como este publicano; ayunodos veces..., pago los diezmos de todo lo que poseo. Se jacta: pero esto no es plenitud, sinoinflamiento. Se creyó rico, no teniendo nada. (El publicano) se reconoció pobre y ya teníaalgo... Y descendieron ambos: justificado el publicano y no el fariseo...".[27] 

Al pecador le alejaba de Dios su conciencia de pecador, pero Dios estaba cerca de él. Alfariseo le acercaba a Dios su conciencia de hombre cumplidor, pero su actitud le alejaba.Es Dios quien se acerca al hombre y éste tan sólo puede disponerse a recibirlo, a esperarlodesde el rincón humilde y escondido de la confesión de su nada, de su incapacidad dellegar a él. He aquí la postura verdaderamente religiosa del hombre que espera sersalvado.

Esta es la razón, según san Pablo y los padres, por la que Dios permite la tentación que esya como un inicio del pecado y un signo de nuestra incapacidad y debilidad y la razón porla que permite el pecado mismo. Así lo explica, por ejemplo, san Juan Crisóstomo,comentando la parábola del hijo pródigo: el Padre bueno deja marchar a su hijo y caer en

las manos del diablo, para que, habiendo aprendido lo que supone el bienestar de la casapaterna al estar lejos de ella, pueda pronunciar su opción: volveré a mi Padre.

Abunda en esta idea san Ambrosio[28] comentando el pecado de David, y demuestracómo el pecado y la caída fue el principio de su santidad. El pecado no sólo no fue unimpedimento, sino que proporcionó nueva fuerza, fue una ocasión nueva de empezar conmayor generosidad.

Se cuenta de san Francisco de Asís[29] que, en contra de su costumbre, denegó un díauna limosna a un pobre; pero, conmovido, pronto le socorrió abundantemente y prometióentonces jamás negar su limosna a quien se la pidiera. A Francisco, que en aquella época

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era ya hombre de Dios, esta imperfección le sirvió de ocasión para adelantar en lasantidad.

Santo Tomás, comentando el pasaje donde san Pablo habla del aguijón de la carne queDios le envió, dice así: "Porque en los buenos hay más materia para este vicio (lasoberbia)" (2 Cor 12, 7). Estos tienen más ocasiones de enorgullecerse; a los malos, susmismos pecados se lo impiden. Y santo Tomás da la razón: "Porque la materia de estepecado es el bien. Por este motivo, Dios permite algunas veces que sus elegidos, bien poruna enfermedad, bien por algún defecto, e incluso por el pecado mortal, quedenparcialmente impedidos de pretender este bien". De esta forma, dice, serán más humildes;el hombre se dará cuenta de que no se basta a sí mismo. Y concluye: "Por eso se afirma quepara los que aman a Dios todo coopera al bien”.[30] San Agustín afirma expresamente:"Todo, incluso los pecados". Y san Gregorio, en su comentario de moral al libro de Job,analizando el pasaje 1, 20, dice que la presunción es el peligro que acecha al justo, debido aque combate enérgicamente los vicios y puede entonces surgir en él cierto estadode autosuficiencia, creyendo poder superar todas las dificultades y olvidando que las que

ha superado no fue debido a sus fuerzas sino a la gracia de Dios. Así el alma que estima sumérito grande, adopta una postura que en sí ya es pecado.[31] 

El mismo san Gregorio, al hablar de la incredulidad de los discípulos, y principalmentede santo Tomás después de la resurrección de Cristo, dice: "Cuando los discípulos seresistían a creer en la resurrección del Señor, lo importante no es la debilidad suya, sino lacerteza que nos originaron a nosotros... María Magdalena, que creyó enseguida, me legómenos que santo Tomás, que tardó en creer. Este, dudando, tocó las heridas y arrancó denuestra mente la herida de la duda".[32] 

El Señor permite el pecado para nuestro bien. En su plan de salvación, saca bien del mal.Los santos, cuanto más profundizan en la intimidad con Dios, comprenden mejor estaactitud del hombre y adquieren la auténtica humildad. Se convencen de que es la gracia laque los preservó y los preserva de caer.

Un ejemplo maravilloso nos lo ofrece santa Teresa del Niño Jesús. Cuenta en suautobiografía que en el año que precedió a su muerte tuvo terribles dudas contra la fe.Empezaba a sentirse llamada al cielo, pues estaba desahuciada de los médicos, y el Señorno quería que tuviera demasiada felicidad pensando que iba al cielo. Así, dice, permitióaquella situación de oscuridad: he hecho, dice, más actos de fe que en toda mi vida. Y

conocemos su acto de oblación al amor misericordioso de Dios con palabras que hacenpensar inmediatamente en san Pablo: "En la tarde de la vida estaré delante de vos con lasmanos vacías, porque no os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justiciastienen manchas ante vuestros ojos. Quiero vestirme de vuestra justicia y recibir de vuestroamor la posesión eterna de vos".[33] Idea que repite a su hermana el 15 de mayo, tresmeses antes de morir, afirmando que si Dios tiene que retribuirle según sus obras, comodice el Nuevo Testamento, encontrará dificultades con ella, porque no posee obras. Pero laconsuela pensar que se le dará entonces según las obras de Dios.

No se trata de palabrería, sino de algo auténtico, que sale de muy dentro. Conocemostambién sus últimas palabras escritas a lápiz: "Ahora que Jesús ha subido al cielo, puedo

seguirlo por trazos que ha dejado. ¡Cuán luminosas son estas huellas llenas de perfume!Me basta leer las páginas del evangelio y respiro el perfume de la vida de Jesús y sé dónde

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debo ir. No es en el primer puesto sino en el último. En lugar de avanzar con el fariseo,repito la oración humilde del publicano. Pero aún más imito la conducta de la Magdalena,su estupenda, amorosa audacia que encanta el corazón de Jesús y seduce el mío... Aunquehubiese cometido todos los pecados posibles iría con el corazón roto de dolor a lanzarmeen los brazos de Jesús porque sé cuánto ama al hijo pródigo que volvió a él. No es porqueel Señor me haya preservado de caer, por lo que me levanto hacia él, sino por la confianzaen su amor".[34] 

Creo que es esta la condición que san Pablo pide para el cristiano: delante de Dios, nopedirle que nos juzgue, sino que mire únicamente lo que él ha hecho por nosotros.

Es la misma humildad del cura de Ars, que cuando tanta gente venía a consultarle, decía:"Muchos, es cierto, vienen a consultarme. ¿Por qué? Basta mirarme un poco: soy y serésiempre el último sacerdote de la diócesis". Y no mentía. Cuando sus compañeros estabancelosos de él y escribían al obispo para acusarle, escribía él también diciéndole: "Esperaba

de un momento a otro ser echado con bastón y terminar mis días en una cárcel. Me parecíaque todo el mundo debería haberme acusado por haberme atrevido a permanecer tantotiempo en una parroquia donde solamente podía ser obstáculo al bien". Es el ejemplo deotro santo.

Oigamos, para terminar, el testimonio de un sacerdote de nuestros días, no canonizado,que escribe en la víspera de la ordenación de un amigo: "Dentro de pocos días tú serássacerdote. ¿Por qué tratar de ver si eres digno o si estás suficientemente preparado? Setendría que esperar toda la vida. ¿Dónde quedaría la esperanza, si uno confiara sólo en elvalor propio? No creo que exista un don más gratuito de Cristo que el de su sacerdocio. Nopuedo sino desearte que te veas despojado, pecador, consciente de esta desnudez y de estepecado. Entonces el Señor obrará contigo maravillas".[35] 

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SIN LEY, UNA JUSTICIA DE DIOS

Pero ahora, sin ley, una justicia de

Dios se nos ha hecho patente,

atestiguada por la ley y los profetas;

pero una justicia de Dios por la fe

en Jesucristo para todos y sobre todos

los que creen en él... (Rom 3, 21-22).

Nuestra justificación y salvación son obra esencialmente de Dios. Y cuando el hombretiene plena conciencia de su debilidad está ya preparado para recibirlas.

Si el pecado es una ofensa a Dios, sólo él puede eliminarlo. Si se tratara de unaenfermedad humana, habría que recurrir a un médico. En realidad, muchos modernos loconsideran así: el pecador, dicen, es un enfermo. Únicamente el médico, el siquiatra, perono el sacerdote, pueden ayudarle.

Para el cristiano, la concepción es totalmente distinta. Por este motivo pensamos que,para librarse del pecado, es necesaria la intervención de Dios. Pero ahora vamos a dar unpaso más. No es la ley la que puede librarnos del pecado, sino únicamente Dios, sin la ley ,como afirma san Pablo.[36] 

A primera vista, parece sorprendente. No llegamos a ver claro por qué san Pablo afirmasencillamente que la justificación se opera sin la ley. Según los judíos, la ley bastaba. Y Dioshabía dado la ley al hombre para que se librara del pecado. Es verdad que esperaban lavenida de Cristo, pero su esperanza no era totalmente pura desde el punto de vistaobjetivo. Esperaban un libertador en el sentido político. Cierto que le atribuían también

una función espiritual, pero muy limitada. El Cristo sería una especie de guía espiritual,como el maestro de Justicia de Qunrám, cuya función consistiría en enseñar al pueblo laley; tal vez algunos preceptos que estaban ignorados. Quizás promulgaría alguno nuevo,que Dios quisiera dar a su pueblo: por ejemplo, un nuevo calendario, nuevas fiestas... Perola convicción general era que el pueblo, observando la ley, se justificaría y se salvaría.

La ley ciertamente es algo maravilloso, pues es un don de Dios. Pero según la concepciónerrónea que los judíos se habían hecho de ella, ésta era el mediador, un mediador quebastaba. Mediante la ley, el hombre concurría eficazmente a su justificación. Y la justicia sepodía considerar como una conquista del hombre. Esta idea tampoco es extraña a muchoscristianos de nuestros días, incluidos quizás algunos sacerdotes y religiosos. A menudo, la

justificación se presenta como el premio final de una competición, donde el hombredesarrolla todo su esfuerzo para merecerlo.

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La concepción de san Pablo es esencialmente distinta. La justicia procede total yúnicamente de Dios. La cita el salmo 142 que dice expresamente:

Señor, escucha mi oración Por tu fidelidad acoge mi plegaria, 

escúchame por tu justicia. 

No contiendas en tu juicio con tu siervo, 

 pues no hay viviente justo en tu presencia.

(Sal 142, 1-2).

Como se ve, el salmista invoca algo de Dios, bien sea la fidelidad, bien la justicia. Esta esuna actividad de Dios de la que se habla frecuentemente en el Antiguo Testamento.Aparece sobre todo en los salmos:

El Señor ha hecho notoria su salud, 

ante los ojos de las gentes,

ha revelado su justicia. 

Su gracia y lealtad ha recordado 

en favor de la casa de Israel. 

(Sal 97, 2-3)

Señor, tu gran misericordia al cielo toca, 

 y tu fidelidad las mismas nubes. 

Cual los montes de Dios es tu justicia, 

tus juicios como piélago profundo; al hombre y ganado juntamente 

tú los salvas, Señor.

(Sal 35, 6-7).

Sobre todo en la segunda y tercera parte de Isaías, esta justicia adquiere un matiz nuevoy tiene un papel principal: es la salvación. Santo Tomás captó plenamente su sentido.[37] Cuando habla de la debilidad, cita la sentencia de san Anselmo: "Eres justo cuandoperdonas a los pecadores". La justicia divina resplandece precisamente en el perdón. Y elmismo san Anselmo da el motivo: "Porque es digno de ti..." (decet enim Te ). Santo Tomás,al citar este pasaje, añade: "Es esto lo que nos enseña el salmo 30, 1 cuando dice: líbrameen tu justicia". Y aclara magistralmente esta idea en su libro De nominibus divinis, al

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comentar el atributo de la "justicia divina" de la que hablaba el Pseudo Dionisio: "Y esto lorealiza Dios, tal como es digno de él; pues es digno de su bondad salvar a quienes creó".

Por consiguiente, cuanto está ordenado a salvar el universo -que es un concepto másamplio que humanidad- cuanto tiende a salvar al hombre, procede de esta justicia. Y santoTomás explica el motivo con las mismas palabras de san Anselmo:[38] "Obró esto porquees conforme a su naturaleza. Es conforme a su naturaleza que salve mediante su bondad aaquellos que creó". Tengamos en cuenta que santo Tomás se halla, al tratar este punto, enel terreno filosófico y por ello recurre al concepto de Dios creador.

Pero el Dios que nos presenta la sagrada Escritura no es únicamente el Dios creador. Esesencialmente el Dios que ha hecho la alianza con su pueblo, a quien ha prometidoproteger y salvar. Por tanto, ya no se trata sólo de que es conforme a su naturaleza salvar alos que ha creado, sino principalmente se trata de que es conforme a su naturaleza ser fiela la promesa de salvación hecha. Y, en esto, como dije anteriormente, radica su gloria. A

esta justicia se refiere san Pablo cuando habla de la justicia divina que justifica al hombre.No procede, pues, de éste, sino de Dios. Es esencialmente gratuita.

El apóstol añade que tal justicia se ha manifestado en Cristo.

Evidentemente esta justicia no es más que un aspecto de la caridad de Dios, que secompromete con el hombre, con Israel, únicamente a causa de su amor. Por esa razón,Pablo afirma que la justicia de Dios se ha manifestado en Cristo, ya que éste, hechohombre, y su vida, es la prueba más patente de la fidelidad de Dios a sus promesas: en él secumplen y llegan a su realización plena. Por eso la liturgia navideña y de epifanía canta con

el apóstol: "Se ha manifestado la gracia salvífica de Dios" (Tit 2, 11; 3, 4). Cristo es laepifanía, la manifestación clara del amor de Dios Padre, de su misericordia redentora queno necesita nuestras obras.

Después de haber analizado lo que el apóstol entiende por justicia divina, volvamos altexto de la carta a los romanos: "Pero ahora sin la ley se ha hecho patente la justicia deDios" (Rom 3, 21). Nótese que usa el perfecto: se ha hecho patente. Basta examinar laencarnación de Cristo, su vida misma y, sobre todo, su muerte y resurrección paradescubrir que tal justicia, la salvación del hombre, se realiza en Cristo.

Es además una justicia "atestiguada por la ley y los profetas". Es decir, que no se trata deun viraje en los designios de Dios, sino de una continuidad en línea recta: el NuevoTestamento es el cumplimiento del Antiguo. Por ello los autores del Nuevo Testamentoinsisten con tanta frecuencia en las profecías. San Pablo quiere poner de relieve que es elmismo designio de Dios. Como observábamos en el capítulo primero, cuando él habla desu conversión (Gál 1, 15-17), se sirve intencionadamente de las palabras del profetaJeremías, las mismas que éste emplea para narrar su vocación y ministerio. Pablo nosenseña así que él es un anillo de esta gran cadena.

Cristo, reflejo, palabra de Dios encarnada, nos ha contado quién es Dios (Jn 1, 8). Es el

camino hacia el Padre. Su amor es una participación del amor del Padre a nosotros. Él es lajusticia de Dios, la cual se ha manifestado "para todos los que creen en Jesucristo", sin

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distinción alguna. Alcanza a todos, independientemente de nuestras obras. Él es quien hizoalgo positivo para merecerla.

El apóstol hace hincapié en la idea de gratuidad: "son justificados gratuitamente, por sugracia" Rom 3, 24-26), en virtud "de la redención en Cristo Jesús, a quien Dios ha puestocomo propiciación mediante la fe en su sangre, para mostrar su justicia por la remisión delos pecados pasados, en la paciencia de Dios, con el fin de manifestar su justicia en eltiempo presente". Estamos, pues, en la plenitud de los tiempos. Hasta ahora el pecado noestaba plenamente perdonado. En el pueblo de Israel existía, es verdad, cierto perdónmediante los sacrificios, pero esta purificación no era auténtica, pues no era unatransformación interior lo que operaba. Aún no se había dado el Espíritu, a decir de sanJuan y san Pablo. Sólo después de la venida de Cristo el hombre queda plenamentetransformado. Y esta actividad salvífica de Cristo tiene un fin bien preciso: "Para probarque (Dios) es justo" (fiel a sus promesas) "y justificador del que cree en Jesús". Pues yahemos dicho que Dios es justo cuando justifica.

Para captar esta doctrina paulina será conveniente volver la mirada al AntiguoTestamento que está en la base del Nuevo.

El hombre se había alejado de Dios y no podía dejar de alejarse cada vez más. San Pablonos dice que el verdadero castigo del pecado está en la multiplicación de pecados (Rom 1).El infierno es eso: establecerse en el alejamiento de Dios. Cuando pecamos, nos alejamosde Dios. Con la muerte, el hombre se fija en este alejamiento o aversión de Dios. Ya noquiere, no puede querer volverse a Dios. Dice santo Tomás que si el hombre en el infiernopudiera querer cambiar y amar a Dios, se salvaría. Pero su voluntad ha quedadodefinitivamente fijada. Mientras el hombre vive en este mundo, puede cambiar. Por ello,

Dios, ante el alejamiento del hombre, ante el pecado, acorta distancias, intenta atraer una yotra vez al hombre. Y lo hace mediante una alianza. He aquí la idea fundamental del ViejoTestamento. Dios quiere reunirse con su pueblo mediante la alianza pactada con él en elSinaí.

Esta alianza ciertamente no es una sola. El Nuevo Testamento habla de alianzas enplural, porque antes de ésta hubo otra con Noé en la que Dios manifiesta que quiere salvara la humanidad creando, por decirlo así, otra nueva humanidad. Más tarde, Dios pactarácon Abraham. Es un pacto unilateral que recibirá el nombre de promesa.

La alianza por excelencia es el pacto hecho con Moisés. Dios libera a su pueblo de Egiptopara que se una más estrechamente con él. Son los dos aspectos que se subrayan siempre:liberación de la esclavitud, del pecado, y unión con Dios, llegar a ser pueblo santo, elegido,sacerdotal (Ex 19). Estos dos aspectos constituyen, en realidad, un solo misterio. Por eso,Jeremías, cuando anuncia el nuevo pacto que se realizará en Jesucristo, la nueva alianza, laopone a la antigua cuyo instrumento era la ley: "He aquí que viene el tiempo, dice el Señor,en que yo haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá (es el únicolugar del Antiguo Testamento en que se habla de una alianza nueva, expresión que tomaráJesucristo al instituir la eucaristía: este cáliz es la nueva alianza en mi sangre) (Lc 22, 20).Alianza, no como aquella que contraje con sus padres el día que los tomé por la mano parasacarlos de Egipto" (Jer 31, 31-32). En realidad este pacto no se realizó entonces sino

cincuenta días más tarde en el monte Sinaí. Pero para el profeta estos dos hechos, salida de

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Egipto y pacto en el Sinaí, son inseparables y constituyen un solo misterio, como la muertey resurrección de Cristo.

Esta alianza está expresada en términos no sólo jurídicos, al estilo de los pactos entrepotencias políticas contemporáneas al autor, sino principalmente en términos de amor. Lasagrada Escritura la compara al matrimonio (Ez 16), que se basa ciertamente en uncontrato, pero ante todo en el amor de dos personas.

Isaías nos transmite otro pasaje espléndido: "No temas -dice-, no quedarás confundida nisonrojada ni tendrás de qué avergonzarte, porque ni memoria conservarás de la confusiónde tu mocedad, ni te acordarás más del oprobio de tu viudez; pues tendrás por esposo a tucreador; cuyo nombre es el señor de los ejércitos; y tu redentor, el santo de Israel, llamadoel Dios de toda la tierra. Como a una mujer abandonada y triste el Señor te llama. ¿Podríauno repudiar a la mujer de su juventud?, dice el Señor. Por un momento te desamparé,mas te volví a tomar con gran misericordia. En el momento de mi indignación, aparté de ti

mi rostro por un poco; pero enseguida me he compadecido de ti con eterna misericordia,dice el Señor, tu redentor". Después compara esta alianza con la alianza de Noé: "Hago loque en los días de Noé: como entonces juré que no derramaría más sobre la tierra lasaguas, así juro no enojarme contigo, ni vituperarte más. Aun cuando las montañas seconmuevan y se estremezcan los collados, mi misericordia no se apartará de ti y será firmela alianza de paz que he hecho contigo, dice el Señor, compadecido de ti" (Is 54, 4-10). Lafidelidad de Dios es más fuerte que la regularidad de las estaciones.

Maravillosamente lo expresa también Isaías en otro pasaje:

Ya no serás llamada en adelante "desamparada", 

ni tu tierra tendrá el nombre de "desolada"  

sino que serás llamada "mi complacencia en ella"  

 y tu tierra "desposada", 

 porque el Señor ha puesto en ti tus delicias 

 y tu tierra tendrá ya un esposo. 

Pues al modo que vive un joven con 

la doncella, 

así tus hijos morarán en ti; 

 y como el gozo del esposo y de la esposa, 

así serás tú el gozo de tu Dios. 

(Is 62, 4-5)

Dudo que pueda expresarse una idea más bellamente. Y es de notar que el profeta nosubraya la alegría de la tierra, de la humanidad, sino la alegría de Dios; de la mismamanera que en la parábola del hijo pródigo no se habla de la alegría del hijo, sino de la delpadre que ha vuelto a recobrar a su hijo perdido. La experiencia nos dice que es así. Por

ello, la liturgia, en la noche de navidad, canta: "¡Oh cambio maravilloso! El creador delgénero humano, tomando un cuerpo animado, se ha dignado nacer de una virgen; y,

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haciéndose hombre, sin intervención de varón, nos ha comunicado su divinidad". Este esun intercambio de amor, de amor entre esposos. Amor manifestado en la epifanía, día enque la liturgia canta el retorno de la humanidad a Dios, la nueva alianza, con estaspalabras: "Hoy la Iglesia se ha unido con su celestial esposo después de que Cristo lavó susculpas en el Jordán. Los magos acuden presurosos con regalos a las bodas reales y losconvidados saltan de júbilo por el vino que procede del agua, aleluya". La liturgia une enuna sola fiesta la epifanía, el bautismo de Cristo y el milagro de las bodas de Caná.Simboliza así los desposorios de Cristo con su Iglesia, los hombres, y la alegría de Dios.

Cuando una persona comunica un don a otra, la grandeza de esta donación depende delvalor del don mismo y, sobre todo, de la manera como se concede este don.

En el caso de Dios, el don no puede ser mejor: nos ha dado su misma divinidad mediantesu unión con nosotros. Pero vamos a fijarnos en el modo, en la actitud de Dios.

Es un gesto bonito dar una cantidad de dinero a un necesitado. Incomparablemente máshermoso es engendrar un hijo, donarle el propio amor, el propio nombre, la educación,etcétera. La función de la paternidad es sencillamente maravillosa. Hay aún una forma dedar más perfecta: es el don mutuo entre esposo y esposa, pues allí hay igualdad perfecta:no hay superior ni inferior.

Para enseñarnos cómo Dios ha realizado su donación se ha empleado la idea dematrimonio.

Ahora podemos comprender en todo su valor la expresión de san Pablo: "Dios nuestrosalvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres" (Tit 3, 4).

Cristo ha venido a compartir nuestra vida. Es el signo más grande del amor. Y susdiscípulos, fieles al maestro, quieren también compartir la vida de los demás. Pensemos,por ejemplo, en las Hermanitas del P, de Foucauld que se establecen en los barrios másabandonados; o en aquellos que van a las cárceles a convivir con los reclusos durantealgunos meses.

Cristo comparte nuestra vida y nuestra condición. Es verdad que su madre erainmaculada, pero, como nota san Jerónimo, en la genealogía de Cristo hay mujeres que noeran precisamente santas. Él ha querido nacer de una humanidad pecadora y vivir en unafamilia en la que ni sus parientes más cercanos creían en él. Ha convivido con losapóstoles, al lado de Judas, el traidor. Compartió totalmente nuestra vida, y por eso laIglesia ha comparado esta actitud a la de un esposo que condivide con su esposa una vidacargada de problemas, de gestos grandes y actitudes miserables, pero en plan de igualdadhasta su muerte.

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7

JUSTIFICADOS POR SU GRACIA

Siendo justificados por su gracia,

gratuitamente, en virtud de la redención

en Cristo Jesús, a quien ha puesto Dios

como propiciación mediante la fe

en su sangre... (Rom 3, 24-25).

Vimos en el capítulo anterior que el Nuevo Testamento y principalmente san Pablorepresentan, a la luz de las categorías veterotestamentarias, la vuelta de la humanidad aDios como una alianza. Jesucristo ha sido el buen pastor que buscó la oveja perdida y lallevó a Dios. Él ha tomado nuestra naturaleza con todas las consecuencias que el pecadotrajo consigo.

Al hablar de este retorno, se hace alusión a la sangre de Cristo.[39] Según Pablo, Cristo sepresentó ante el Padre como una víctima propiciatoria, mediante su sangre. Aludeevidentemente el Antiguo Testamento. Para comprender mejor al apóstol, vamos aexaminar el sentido de estas expresiones en el Antiguo Testamento.

La primera alusión es clara. Cristo es propiciatorio mediante su sangre. En el Éxodo 25,leemos que Dios dice a Moisés: "Harás también el propiciatorio de oro purísimo; dos codosy medio tendrá su longitud, y la latitud codo y medio. Harás asimismo dos querubines deoro, labrados a martillo, y los pondrás en las dos extremidades del propiciatorio. Unquerubín estará en un lado y el otro en el otro; y han de cubrir entrambos lados delpropiciatorio, extendiendo las alas sobre el propiciatorio, mirándose uno a otro con lascaras, vueltas hacia el propiciatorio, con el cual has de cubrir el arca" (Ex 25, 17-20).Aparece la gran importancia del propiciatorio en el hecho de que es el único trozo del

templo que es de oro puro. Los dos querubines, que miran hacia él, están en actitud deadoración, porque el propiciatorio es el trono de Dios. Este es el motivo de que los salmosdigan algunas veces dirigiéndose al Señor: "Dios que está sentado sobre losquerubines".[40] Es el lugar donde resplandece la gloria de Dios y desde donde Dioshablará a Moisés. Este es el motivo por el que san Jerónimo le da en alguna ocasión elnombre de oráculo, aludiendo a Delfos, pues es la voz de Dios, su palabra. El propiciatorioera el lugar de la presencia de Dios; una presencia activa, porque desde allí comunicaba alpueblo su voluntad y se revelaba. No es de extrañar que Jesucristo sea comparado por elNuevo Testamento a este propiciatorio ya que es verdaderamente el lugar donde Dios noshabla; es la palabra de Dios.

Pero, además, y esto es lo importante, este propiciatorio tenía una función especial encuanto al perdón de los pecados. En los sacrificios de expiación, cuando todo el pueblo

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había pecado, debía ser utilizado el propiciatorio. Principalmente en la festividad de laexpiación, cuya ceremonia nos narra ampliamente el Levítico en el capítulo 16. De estaceremonia se sirve la carta a los hebreos, para dar a conocer lo que Cristo ha hecho pornosotros. Cristo, como el sumo sacerdote, es quien entra en el sancta sanctorum donde sehalla el propiciatorio y, por consiguiente, nadie excepto él puede entrar allí. Según elAntiguo Testamento, sólo en

el sancta sanctorum -único lugar en toda la tierra- moraba Dios. Por este motivo leordenó a Moisés: "Di a tu hermano Aarón que nunca entre en el santuario que está del veloadentro, ante el propiciatorio que cubre el arca, so pena de muerte, porque yo meaparezco en una nube sobre el propiciatorio" (Lev 16, 2). Según las categorías del AntiguoTestamento, la nube es signo de la presencia de Dios. Y el Nuevo acepta esta idea: unanube envuelve a Cristo transfigurado, de una nube viene la voz del Padre...

En la ceremonia de la expiación, Aarón tiene que entrar en el santuario para el sacrificio,y "después tomará el incensario que habrá llenado de las brasas del altar y, tomando con lamano perfume confeccionado para incensar, entrará del velo adentro" (Lev 16, 12). Elsentido de tomar el incensario radica en que la vista del sacerdote no podía llegardirectamente al propiciatorio. Por eso ha de cubrirla una nube de humo, pues nadie puedever a Dios sin morir. Todas estas ceremonias tienen como fin suscitar en el pueblo la ideade la absoluta trascendencia de Dios.

Este día, por excepción, el sumo sacerdote puede penetrar, aunque con ciertasprecauciones, detrás de la cortina o velo para hacer la aspersión de la sangre. Llevaconsigo la sangre de los animales que antes habían sacrificado los ministros. Con ellaasperja siete veces sobre el propiciatorio. La sagrada Escritura nos da el significado de estaceremonia cuando dice: "En este día se hará la expiación vuestra y la purificación de todos

vuestros pecados, y quedaréis limpios delante del Señor" (Lev 16, 30).

Examinemos otro pasaje: "Por cuanto la vida del animal está con la sangre y os la hedado yo para que con ella satisfagáis sobre el altar por vuestras personas, y la sangre sirvade expiación en lugar de la vida" (Lev 17, 11). Según la concepción de los hebreos, lasangre era el principio vital, el portador de la vida y, por consiguiente, algo en cierto mododivino. En el pensamiento hebreo el papel de la sangre es parecido al del alma en elpensamiento griego. Utilizaban la sangre para consagrar, para colocar a Dios cada año ensu lugar, en el propiciatorio. De la misma manera que hoy cuando un templo ha sidoprofanado es necesario purificarlo antes de celebrar en él el culto divino, los judíostrataban, mediante este rito sagrado, de establecer de nuevo la gloria de Dios en aquel

lugar, ya que, según ellos, los pecados del pueblo habían echado fuera esta gloria.

Tengamos en cuenta que no es éste el único rito en que se servían de la sangre. Moisés laempleó también cuando Dios estableció la alianza con su pueblo. Cuando Cristo instituyóla eucaristía, la nueva alianza en su sangre, se refiere explícitamente a este sacrificio deMoisés, y mediante él nos explica el sentido de su pasión. Dice así este pasaje: "Tomóentonces Moisés la mitad de la sangre y echóla en tazas y derramó sobre el altar la otramitad (el altar es símbolo de la presencia de Dios) y, tomando el libro en que estaba escritala alianza, lo leyó delante del pueblo; el cual respondió: haremos todas las cosas que haordenado el Señor y seremos obedientes (una vez que el pueblo se compromete a cumplir

los mandatos de Dios, éste establece su pacto por medio de Moisés). Tomando entoncesMoisés la sangre, roció con ella al pueblo diciendo: esta es la sangre de la alianza que elSeñor ha contraído con vosotros mediante todo lo tratado" (Ex 24, 6-8). Es decir, que

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Moisés con una parte asperja el altar y con otra parte rocía al pueblo. Esto significa, todoslo admiten, que ahora ya hay pacto entre Dios y su pueblo, que en ambos se halla la mismavida. La sangre es el signo de esta unión íntima, es una vida de la que participan Dios y supueblo. Este sentido va íntimamente ligado con el que tiene la sangre en la fiesta de laexpiación. También allí la alianza se había roto a causa del pecado y se restablecemediante la sangre. No hay que maravillarse, pues, de que la carta a los hebreos unaambos significados, hablando primero del sacrificio de la expiación y después de la alianza.

Pero hay también otro sacrificio del Antiguo Testamento al que Jesucristo se refiere y enel que la sangre tiene asimismo un papel importante. Es el sacrificio de la pascua. QueCristo lo tiene presente, no admite duda. Precisamente ha escogido para su sacrificio el díade la pascua. San Juan lo pone de relieve notando que Cristo se inmola en la cruz en elmismo momento en que en el templo de Jerusalén eran inmolados los corderos pascuales.En efecto, los judíos no quieren entrar en el pretorio, porque tienen que celebrar la pascua.Y Cristo muere en la cruz antes de la puesta del sol, antes del comienzo del sábado, cuandoya en el templo estaban inmolando los corderos, para demostrarnos que él es nuestro

cordero pascual, como dirá expresamente san Pablo (1 Cor 5, 7): "Porque Jesucristo,nuestro cordero pascual, ha sido inmolado". Veamos el pasaje del Éxodo: "Y mojad unmanojito de hisopo en la sangre vertida en el umbral de la puerta y rociad con ella el dintely ambos postes; ninguno de vosotros salga fuera de la puerta de su casa hasta la mañana,porque ha de pasar el Señor hiriendo a los egipcios y, al ver la sangre en el dintel y en losdos postes, pasará de largo la puerta de aquella casa, ni permitirá al exterminador entraren vuestras casas ni haceros daño" (Ex 12, 22-23).

Por tanto, la sangre del cordero tenía como fin señalar los fieles, los santos, los israelitas,aquellos que eran hijos de Dios. Su función era semejante a la que tiene la letra Taw (Ez 9,4), y al mismo tiempo era también un signo de consagración.

El Antiguo Testamento atribuye repetidas veces a la sangre esta función sacralizadora.Este aspecto lo encontramos en los rituales del Éxodo y del Levítico, donde se emplea lasangre para consagrar altares y objetos. El sacerdote toma la sangre de un animalinmolado y rocía con ella el altar, porque todo lo que está marcado con la sangre, según elpensamiento hebreo, es divino, pertenece a Dios. Este significado de la sangre nos explicatambién su función expiatoria. El pecado no es una simple mancha humana sino queconsiste esencialmente en la privación de Dios. Es una separación de Dios por parte de lacriatura, como dice la Biblia y la teología. Y para purificar al hombre es necesario de nuevounirlo con Dios, infundir en él la vida de que lo ha privado el pecado. Esto se realiza

mediante la sangre, que es algo divino.

Pero el Antiguo Testamento se mueve aún en el terreno de los símbolos. Se sirve de lasangre de los animales que no purificaba propiamente al hombre. Pero ya simbolizaba ypreanunciaba la verdadera purificación mediante la sangre del Hijo de Dios. Únicamente lasangre de un hombre-Dios podía divinizar y purificar en sentido pleno.

No bastaba tampoco que el hombre-Dios vertiera su sangre, sino que se requería que lohiciera mediante un acto totalmente libre. Por este motivo, en el relato de la pasiónaparece ésta como un acto libérrimo de Jesucristo, que vuelve a unir la humanidad con

Dios. Y ésta es asimismo la causa de que no bastara la sangre de los animales. Jesucristo nova a la cruz porque sus enemigos lo han condenado ni porque Judas lo ha traicionado, sino

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porque él lo quiere. Tanto Juan como los sinópticos se esfuerzan en poner de relieve esteaspecto. Esta libertad se halla además implícita en la institución de la eucaristía, según lanarran los sinópticos. Este es el primer acto de la pasión y forma ya parte de la misma,porque sin la pasión no tendría ningún sentido. Jesucristo, cuando pronuncia sobre el pany sobre el vino las palabras consecratorias se condena a muerte con libertad plena. Elmismo ha querido anticiparse en cierto modo, mediante un acto libre, que no depende ennada de sus enemigos.

Cuando el sacerdote celebra el sacrificio, participa de manera especial de este acto librede Cristo. Lo mismo que los fieles que forman parte de la asamblea litúrgica. Asíparticipamos todos del acto libre de Jesucristo mediante el cual nos ha reunido de nuevocon el Padre.

San Pablo, y con él todo el Nuevo Testamento, nos dicen que este acto de libertad esesencialmente un acto de amor. Así, por ejemplo, en su carta a los gálatas: "Me amó y se

entregó por mí" (Gál 2, 20). Y en su carta a los fieles de Éfeso: "Vosotros, los maridos, amada vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella" (Ef 5, 25). Como seve, la acción de Cristo es ante todo un acto de amor; y él mismo nos ha dicho que no hayamor más grande que dar la vida por los amigos. Dios ha querido que Cristo nos lleve denuevo a sus brazos mediante este acto de amor supremo: dando la vida por nosotros.

Hablando del amor del Padre hacia nosotros, el apóstol de las gentes dice: "...porque elamor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos hasido dado; (y explica esta idea) porque Cristo, estando todavía nosotros enfermos, altiempo señalado, murió por los impíos" (Rom 5, 5-6). Quizás un hombre sería capaz demorir por un amigo, pero morir por un enemigo es propio de Dios: "Pero lo que hace

brillar más la caridad de Dios hacia nosotros es que cuando éramos aún pecadores, altiempo señalado, murió Cristo por nosotros..." (Rom 5, 8). Se trata, pues, de un acto deamor sumamente desinteresado, por parte de Cristo. Pero este amor de Cristo, como yahemos dicho, es una participación del amor del Padre hacia nosotros. Por ello, san Pabloafirmará después: "Dios Padre, que no perdonó a su propio hijo, antes lo entregó pornosotros" (Rom 8, 32). Es Jesús quien se da, y es al mismo tiempo el Padre quien lo entregapor nosotros.

Vamos a analizar brevemente en qué sentido entregó el Padre a su Hijo. Santo Tomás loexplica magistralmente tanto en sus comentarios a gálatas y romanos, como en la Suma

Teológica: "Lo entregó en cuanto que le inspiró la voluntad de padecer por nosotros".[41] 

Creo que esta es la clave de toda la pasión de Cristo y que está en consonancia total conlo que nos dice el Nuevo Testamento: el Padre inspiró a su Hijo la voluntad. Por tanto, elHijo mismo ha querido morir por nosotros. Y además ha querido morir en talescircunstancias concretas, por medio de las cuales nos manifiesta su amor, ese amorsublime de morir por los enemigos.

Santo Tomás añade cómo le inspiró el Padre esta voluntad de morir por nosotros:"Infundiéndole el amor". Se ve, pues, que la pasión no es sólo un acto de amor del Hijo

hacia nosotros, sino también del Padre. Por eso dice sublimemente san Juan: "Porque tantoamó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito" (Jn

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3, 16). Es evidente que, si el Hijo en el momento de su muerte ha tenido un grado deamor tan sublime, nunca con más razón ha podido afirmar de él el Padre: "En él tengo miscomplacencias" (Mt 3, 17). Que la muerte de Cristo constituye el punto culminante de suamor a nosotros, nos lo dice implícitamente san Juan.

Así, al principio del capítulo 13, narra la pasión como el momento en que Cristo va a

cumplir su pascua, va a volver al Padre y a llevarnos a nosotros con él, porque no sólo esDios sino también hombre por haber asumido nuestra misma naturaleza. Oigamos laspalabras de san Juan: "En la víspera del día solemne de la pascua, sabiendo Jesús que habíallegado la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos quevivían en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). Toda la vida de Cristo fue una vida deamor. Pero en este momento va a alcanzar su punto más alto; precisamente por lo quetiene de especial: "Porque viene el príncipe de este mundo" (Jn 14, 30). Y Cristo quieredejar en claro que su donación, su entrega, es totalmente libre: "Aunque no hay en mí cosaque le pertenezca. Mas conviene que conozca el mundo que yo amo al Padre y que cumplocon lo que me ha mandado" (Jn 14, 30-31). En Cristo tenemos el amor de Dios hecho amorhumano. San Juan termina el relato de la pasión con tres palabras escogidas:

"Todo está acabado" (Jn 19, 30). Contienen una realidad de gran importancia: el designiode Dios se ha cumplido, y el amor de Dios, que se ha manifestado desde la encarnación, haadquirido su plenitud en el momento en que Cristo muere.

Este es el significado de la sangre de Cristo. Es el signo de su amor, la manifestaciónsensible que nos dice que, mediante este acto de libertad, Cristo realiza una acciónsupremamente onerosa, pero eficaz. Esta eficacia nace del amor con que está realizada. Setrata de un acto de vida y no de muerte. Por eso puede decirse que Cristo en ese momentode su muerte empieza ya a resucitar.

La muerte de Cristo es una victoria, porque es una muerte de amor. Vence en el bien almal (Rom 12, 21). Por este motivo, la liturgia celebra siempre la muerte de Cristo comouna victoria. Recuérdense los himnos Vexilla Regis y Pange lingua. Así, los primeroscristianos, durante largo tiempo, representaron a Cristo en la cruz no con una corona deespinas sino con la corona del emperador bizantino. Y la Iglesia, en el día en que recuerdala muerte del Señor, canta gozosa: "Reinó Dios desde el madero de la cruz".[42] 

He aquí cómo Cristo nos ha hecho pasar del estado carnal al estado espiritual. Él pasóprimero y con él nos llevó a nosotros. Este cambio tan radical se lo debemos precisamentea aquel acto de libertad y de amor del que participamos cuando asistimos o celebramos la

santa misa. Si, mediante tal acto, nuestra vida ha cambiado tan rotundamente, no podemospermitir que haya una escisión entre ambos. O lo que es igual: nuestra vida tiene que seresencialmente una vida de amor.

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EL HOMBRE ES JUSTIFICADO

POR LA FE SIN OBRAS

Así, pues, sostenemos que el hombre

es justificado por la fe sin las obras

de la ley (Rom 3, 28).

Hemos visto en los capítulos anteriores que san Pablo insiste en que nuestrajustificación es obra de Dios. Opone esta concepción a la concepción judaica, según la cual,el hombre es el autor principal de su justificación mediante sus obras: Dios le había dadounos preceptos y el hombre, sometiéndose a ellos, conquistaba el premio. Pero san Pablorecalca que es Dios quien gratuitamente nos salva: "Pero ahora, sin la ley, la justicia deDios se ha hecho patente" (Rom 3, 21).

Sin embargo, esta actividad salvífica de Dios exige algo por parte del hombre. El apóstollo dice expresamente: "La justicia de Dios por la fe en Jesucristo" (Rom 3, 22). A lo largo detodo este capítulo insiste en la necesidad de la fe como requisito por parte del hombre. No

obstante, la justificación sigue siendo totalmente gratuita: "Siendo justificadosgratuitamente por su gracia, en virtud de la redención en Cristo Jesús, a quien Dios hapuesto como propiciación, mediante la fe en su sangre, para mostrar su justicia por laremisión de los pecados pasados; en la paciencia de Dios, con el fin de manifestar sujusticia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús" (Rom 3,24-26).

San Pablo no ve oposición entre estas dos verdades: que la justificación es totalmentegratuita y que exige, al mismo tiempo, una actividad humana como requisito. Concluye surazonamiento con estas palabras que aclaran definitivamente la idea: "Ahora, pues, ¿dóndeestá el motivo de gloriarte? Queda excluido. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No, sinopor la ley de la fe. Así, pues, concluimos que el hombre es justificado por la fe sin las obrasde la ley" (Rom 3, 27-28). Nótese que, cuando dice "concluimos", "sostenemos", no se tratade una simple opinión.

Ahora nos preguntamos: ¿por qué es necesaria la actividad del hombre y precisamenteesta que llamamos fe? Para comprenderlo mejor examinemos primero en qué consiste lajustificación.

Si el pecado fuera una cosa externa al hombre, Dios podría obrar sin necesidad de la

intervención humana. Supongamos que se tratara de una deuda; en este caso, otro podíapagarla en nuestro lugar. Pero ya hemos dicho que el pecado, siendo también una deuda,

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es algo mucho más profundo: un alejamiento de Dios, un cambio interior del hombre queorienta su vida en una dirección equivocada. Para que desaparezca el pecado es necesarioque el hombre oriente de nuevo su vida hacia Dios; que la vida del hombre siga suauténtica dirección natural. Ahora bien, el hombre no es una cosa que pueda sertransportada pasivamente de un lugar a otro, sino que es esencialmente un ser libre. Porconsiguiente, no puede ser transformado sin la intervención de su libertad, sin él mismo.

Hay un pasaje de la sagrada Escritura que san Pablo menciona en su carta a los romanos,y que se encuentra en el Deuteronomio, en uno de los grandes discursos finales de estelibro, donde se habla de lo que sucederá en los tiempos mesiánicos, que dice así: "Y tetomará (Yavé) e introducirá en la tierra que poseyeron tus padres y tú la volverás a ocupary, bendiciéndote, te multiplicará mucho más que a tus padres. El Señor tu Dioscircuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor, tu Dios,de todo corazón y con toda tu alma, a fin de que consigas la vida" (Dt 30, 5-6). Alude alshema Israel , y es el primer mandamiento que Jesucristo menciona en el evangelio.

Fijémonos en la frase: "Circuncisión del corazón". San Pablo, en el capítulo 2, dice que nobasta una circuncisión externa en la carne, sino que el verdadero judío es el que tiene elcorazón circuncidado. Ya Jeremías habla de la necesidad de circuncidar el corazón (Jer 4,4). Pero lo característico del texto que hemos citado radica en atribuir a Dios estacircuncisión interna: es Dios quien circuncidará el corazón del hombre.

No es extraño, por consiguiente, que el apóstol haya empleado este texto, pues ha vistoen él una prefiguración de la doctrina suya de la justificación por la fe sin las obras de laley.

"El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón... para que ames al Señor". Dios justifica,circuncida, pero para que el hombre lo ame. El no puede dispensar al hombre de amarlo,porque sería no circuncidar realmente su corazón. Circuncidar el corazón quiere decirtransformar internamente al hombre, para que en lugar de amarse a sí mismo, ame a Dios.Es semejante a la situación de la parábola del hijo pródigo: el padre quiere que el hijovuelva a la vida del hogar, quiere perdonarle, pero no puede dispensarle de volver porquesería contradictorio. La vida de familia consiste precisamente en que el hijo vuelva alhogar.

Por tanto, la libertad del hombre tiene que entrar necesariamente en esta obrajustificadora.

Y, ¿qué es lo que el hombre debe hacer?

¿Cuál es su cometido? San Pablo, lo mismo que san Juan y todo el Nuevo Testamento,dicen que es necesaria la fe. También el Antiguo Testamento, especialmente Isaías (Is 40,31; 49, 23), habla de esta necesidad de la fe. Interesa, pues, saber en qué consiste esta fe deque hablamos.

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Cuando se le habla al pueblo de la necesidad de la fe, encontramos una dificultad fuerte.En el lenguaje corriente, la palabra "creer" tiene un sentido totalmente diverso del quedamos a la palabra fe. Por ejemplo, cuando alguien dice: "creo que mañana hará buentiempo", expresa meramente una opinión. Por este motivo, cuando decimos que creemosen Dios, muchos pueden interpretarlo como una opinión de la que no estamos muyseguros. De hecho, muchos cristianos no tienen la certeza total de que Dios existe, aunqueno haya en realidad ninguna verdad más cierta que ésta. Cuando la sagrada Escritura hablade la necesidad de creer, no toma esta palabra en su sentido popular ni en el sentidofilosófico. Generalmente el Nuevo Testamento emplea el término pisteuein. Cuando Platóny Aristóteles emplean este término quieren decir que se trata únicamente de una opinión,de algo que no es seguro que sea así. Pero el Nuevo Testamento emplea el término ensentido bíblico, según su uso en el Antiguo Testamento, en la versión de los Setenta.

Cuando analizamos el sentido de esta palabra en el Antiguo Testamento, vemos quetraduce un término cuya raíz es muy conocida: aman. La palabra aman expresa la idea desolidez, de seguridad, de fidelidad, de constancia; idea que, aplicada a Dios, nos lo presenta

como la roca inamovible sobre la cual podemos apoyarnos con toda seguridad, sin temor aque se derrumbe. Este es el sentido de aman: estar uno seguro mientras se apoya en aquelen quien, según san Pablo (2 Cor 1, 19 s.) no existe el sí y el no, en oposición al hombreque, aunque nos prometa una cosa, no sabemos si mañana dirá tal vez lo contrario. Enotras palabras, Dios es esencialmente constante, fiel a sus promesas; mientras que lainconstancia forma parte del hombre, que no siempre es fiel a lo que promete, ya que"todo hombre es falaz" (Rom 3, 4). Por consiguiente, quien se apoya en Dios, posee toda laseguridad de su fundamento. Este es el sentido que tiene aman.[43] 

Por otra parte, la palabra pisteuein traduce, en el Antiguo Testamento, este verbo en suforma causativa. Pongamos un ejemplo aclaratorio. En latín tenemos los términos discere (aprender) y docere (enseñar). El segundo es el causativo del primero, porque enseñar esla causa de que el alumno aprenda, hacer que el alumno aprenda. De la misma manera,

 pisteuein significa hacer que uno esté seguro. Cuando yo digo que creo, quiero significarque adquiero seguridad total de algo. Antes yo no estaba seguro y ahora sí. Porconsiguiente, cuando alguien dice creo, afirma implícitamente su no certeza previa y sucerteza actual.

Pero en este punto surge imperiosamente otra pregunta: ¿de dónde adquiere el hombreesta certeza? Cuando alguien afirma: creo en Dios, quiere decir que Dios es la persona de laque adquiere su firmeza, su solidez. Por tanto, la fuente de la firmeza del creyente es

necesariamente Dios, Jesucristo, o la palabra de Dios, que, en cuanto tal, tiene la mismacerteza que Dios mismo.

Pero aún no hemos dicho todo sobre el sentido de creer. Es una palabra muy compleja yplena. El acto de creer es un acto en el que el hombre afirma simultáneamente suinsuficiencia radical y la consecución de una suficiencia, de una solidez total, ya que es lamisma solidez de Dios. Esto es esencialmente el acto de fe, que en el lenguaje teológico seexpresa como "creer basándose en la autoridad de Dios que se revela". No se trata, pues,de una conquista personal, del hallazgo de alguna verdad mediante un razonamientohumano, sino de la aceptación de algo que otro (en este caso, Dios) nos ha comunicado. Esciertamente un acto de la inteligencia, que asiente imperada por la voluntad, pero que no

se basa en la inteligencia misma, sino en el testimonio de otro. Es algo visto, por expresarlo

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de alguna forma, con los ojos de otro. Si no fuera así, se trataría de una intelección, pero node una fe.

San Pablo ha elegido precisamente este acto porque le considera el más fundamental yapropiado para constituir la cooperación del hombre en el acto libre de la justificación, porel que pasa de una situación de pecado a un estado de gracia. Como hemos dicho antes,mediante este acto el hombre toma conciencia de su insuficiencia radical. No puede, pues,gloriarse: "¿Dónde está tu jactancia?" (Rom 3, 27), pregunta el apóstol.

Pero no olvidemos, por otra parte, que se trata de un acto absolutamente libre y, porconsiguiente, plenamente humano a la vez que divino. Por ello, una conversióncoaccionada es contradictoria en sí misma, ya que no existe un acto más libre y personalque el de la fe.

Sin embargo, el hombre no puede apropiarse el acto de fe como tampoco ningún otroacto sobrenatural. Pero en el acto de fe hay algo más que en los demás actossobrenaturales. En él se afirma formalmente la insuficiencia del hombre. Por este motivo,santo Tomás, al comentar este pasaje de san Pablo, dice: "Quien cree en Dios justificadorse somete a su justificación". El hombre se somete a la actividad de Dios justificador;recibe de Dios el acto mismo de fe, pero no de una forma pasiva, sino activamente, y deeste modo recibe su efecto.[44] 

El acto de fe, pues, nos lleva de nuevo hacia Dios, ya que mediante él, el hombre se ponetotalmente en sus manos y reconoce que es la roca firme que no puede flaquear; el amigoque no puede engañarnos, porque nos ama.

Si queremos entender de una forma más concreta qué es este acto de fe, del que venimoshablando, podemos recurrir a un ejemplo. Es lo que hace san Pablo, tomando el ejemplo deAbraham. De hecho, es el primero de quien la Escritura nos dice que ha creído y queprecisamente porque creyó fue justo. Es la primera vez que aparecen unidos, en la sagradaEscritura, estos dos conceptos: fe y justicia. Creo que no hay otro ejemplo más perfectopara comprender bien la realidad de que hablamos. San Pablo lo expone en el capítulo 4, ylo ha escogido seguramente porque los judíos tenían a Abraham como modelo de lajustificación por las obras. Basta pensar en la carta de Santiago, que habla de este tema. Escierto que Abraham obró rectamente, pero san Pablo hace notar que ya era justo. Para un

judío, no había posibilidad de justificación sino mediante las obras, y veía en la vida deAbraham la encamación viva de esta doctrina. Así vemos que en el Libro de los jubileos, unlibro piadoso que narraba prácticamente el Antiguo Testamento, se habla muy poco de lafe de Abraham, mientras que se insiste abundantemente en su respuesta: era un hombrepoliteísta, por parte de su padre, que encontró el monoteísmo mediante su inteligencia, yque es perseguido y debe huir a causa de este monoteísmo. Entonces invoca a Dios: "Diosaltísimo, sólo tú eres mi Dios; te he elegido, he elegido tu dominio, tu soberanía. Tú hascreado todo, y todo lo que existe es obra de tus manos. Líbrame de mis adversarios". Éldice: "Debo volver a Ur de Caldea". Y dijo Dios: "Sal de tu tierra..." (Gén 12).

No sé si os habréis fijado en la importancia que tiene el capítulo 12 del Génesis: es el

principio de nuestra historia. Se puede decir que los once primeros capítulos -ya laHumani Generis dice que son un género literario especial- constituyen la prehistoria,

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mientras que la historia de la humanidad, de la humanidad redimida, del pueblo de Dios,comienza en el capítulo 12, con la palabra del Señor, así como la historia de la creacióncomienza con la palabra creadora de Dios. Él toma siempre la iniciativa, y no puede ser deotra forma.

Dijo Yavé a Abraham: 

Deja tu tierra, 

 y tu parentela, 

 y la casa de tu padre, 

 y vete a la tierra que te indicaré. 

(Gén 12, 1)

Abraham deja todo, deja la seguridad material, y parte para una tierra que no ha visto,apoyándose únicamente en la palabra de Dios. Lo principal es que cree, y de esta feprocede todo lo demás. Si obedece es precisamente porque ha creído. Su actitud es tantomás asombrosa, cuanto que deja todo y parte con su mujer, que es estéril, esperando enuna posteridad que Dios le ha prometido.

La existencia misma y el futuro del pueblo elegido y, por tanto, también la nuestra,dependen de este acto sublime de Abraham, de su acto de fe.

También el Nuevo Testamento, en el momento en que Cristo va a entrar en este mundo,subraya particularmente un acto de fe: el de la Virgen. Es lo primero que le dice Isabel:"Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). La historia del Nuevo Testamento comienza, igual que la del Antiguo, con un acto defe. Pero esto es únicamente el principio. María deberá repetir este acto a lo largo de todasu vida, principalmente en los momentos de la crucifixión y en la muerte de Cristo, cuandosola, frente a los demás que no creen sino hallarse en presencia de un simple cadáver,conservará intacta su fe. También Abraham deberá repetir muchas veces su acto de fe. Enprimer lugar, Dios le ha prometido una posteridad numerosa y su mujer es estéril. En elcapítulo 15, Dios vuelve a prometerle una descendencia numerosa: "Y lo sacó fuera y ledijo: mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Pues así, le dijo, será tu descendencia.Creyó Abraham a Dios y reputósele por justicia. Entonces Abraham piensa que, al serestéril su mujer y tener que cumplirse la promesa, debe recurrir a su sierva Agar. Estaconcibe y da a luz a Ismael, en el que Abraham cree que se ha realizado inicialmente lapromesa divina. No obstante, Dios dice que es Sara quien debe dar a luz al hijo de laspromesas. Abraham cree y nace Isaac. Mas he aquí que de nuevo las cosas se complican:Dios ordena a Abraham sacrificarle a su hijo: "Díjole: toma a Isaac, tu hijo único, a quienamas y ve al país de Moria y allí me lo ofrecerás en holocausto sobre uno de los montesque te indicaré" (Gén 22, 2). Entonces Abraham dice a sus dos mozos: "Aguardad aquí conel jumento; que yo y mi hijo subiremos allá arriba con presteza y, acabada nuestraadoración, volveremos" (Gén 22, 5).

Comentando este pasaje, exclama Orígenes:[45] "Pero, Abraham, ¿dices verdad?Entonces, ¿no debes sacrificarlo? ¿No estás dispuesto a sacrificarlo o dices mentira?" Y

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Abraham responde: "No; no es mentira. Es verdad. Quiero y debo inmolar a mi hijo, perotambién es verdad que volveremos, porque CREO, creo que lo que Dios ha prometido nopuede dejar de realizarse. No veo cómo será, pero Dios es capaz incluso de resucitar a losmuertos".[46] Esta es la fe de Abraham, el acto que permite a Dios unirse de nuevo a lacriatura: "Que habite Cristo por la fe en nuestros corazones" (Ef 3, 17).

Esto nos ayuda a comprender la importancia que el apóstol Pablo atribuye a la fe, a la fesola, sin las obras. La expresión se encuentra en santo Tomás, al comentar las palabras desan Pablo: "La ley es buena para el que usa bien de ella" (1 Tim 1, 8). Explica el doctor deAquino que el apóstol tiene en la mente no la ley ceremonial, sino el decálogo. Y diceademás que el legítimo uso de los mandamientos no es lo mismo que atribuirles lo que notienen: "Porque no radica en ellos la esperanza de la justificación, sino únicamente en lafe".[47] Y, para confirmar su idea, cita este versículo de la carta a los romanos:"Sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin obras de la ley" (Rom 3, 28).

Ahora podemos entender plenamente la importancia de esta actitud que debedeterminar nuestra postura religiosa, porque nos sitúa en el puesto que nos correspondeante Dios. Esta fe es primordialmente y por su misma naturaleza una fe en Dios en cuantoque sólo él es nuestro fin sobrenatural. Todos los demás actos de fe están en relación conéste.

Hemos visto que san Pablo habla de la "fe en Jesucristo" (Rom 3, 22). También en sucarta a los fieles de Galacia habla de esta fe en Jesucristo: "Todos sois hijos de Dios por la feen Cristo Jesús" (Ef 3, 26). Y para ver en qué consiste esta fe, citemos otro texto: "Ya novivo yo, es Cristo quien vive en mí... que me amó y se entregó por mí" (Gál 2, 20). La feconsiste en apoyarse confiadamente en Dios. Y no es un Dios abstracto; no es simplemente

el Dios creador, ni siquiera el Dios del Antiguo Testamento, que ha hecho sus promesas aAbraham y se ha comprometido mediante una alianza; es todo esto y mucho más: es elDios que nos ha manifestado su amor muriendo por nosotros. Él es el objeto de nuestra fey el fundamento de la misma, él es el apoyo de toda nuestra vida.

Notemos finalmente que este acto de fe, que tiene una importancia tan capital paranuestra existencia, es un don de Dios, un acto sobrenatural, que nos pone en contacto conDios, llevándonos de nuevo a él, y nos hace partícipes de su ciencia, de su amor y de sumisma vida.

Nos explicamos ahora mejor por qué san Pablo y san Juan han insistido tanto y hanpuesto al principio este acto, que debe vivificar todas nuestras acciones. Por este motivotambién, el concilio de Trento afirma que la fe es la base de nuestra vida sobrenatural,constituye esta misma vida y debe informar todas sus acciones

(D. 801).

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9

LA OBEDIENCIA DE LA FE

Por el cual hemos recibido la gracia

y el apostolado para promover a

la obediencia de la fe, para gloria de

su nombre, a todas las naciones (Rom

1, 5).

Hemos visto la importancia que para San Pablo tiene la doctrina de la fe en la vidaespiritual.

K. Barth, en su comentario a la carta a los romanos,[48] señala que la fe consisteesencialmente, no en fijarse el hombre en sí mismo, sino en dirigir la mirada a Dios. Es unaapreciación exactísima. La fe es la actitud esencial del hombre hacia Dios.

¿Qué exige la fe concretamente en nuestra vida? O mejor, ¿qué significa para el cristiano"tener fe"?

San Pablo, al comienzo de la carta a los romanos (Rom 1, 5), se presenta como un apóstolllamado por Dios, de quien ha recibido gracia y apostolado para la obediencia de la fe. Setrata, como observa la Bible de Jérusalem,[49] no tanto de la obediencia debida al mensajeevangélico como de la obediencia que es adhesión de fe. La fe es una verdadera sumisión aDios. Esta noción la encontramos al final de la carta (Rom 16, 26).

La pasión de Cristo es un acto de libertad, con el que él nos ha hecho pasar de la

condición carnal a la espiritual. Ya hablamos de ello. Pero san Pablo presenta este acto delibertad no sólo como un acto de amor (fundamentalmente lo es), sino como unaobediencia. "Se humilló hecho obediente hasta la muerte" (Fil 2, 8). Y en la carta a losromanos (Rom 5, 19) opone precisamente la obediencia de Cristo a la desobediencia deAdán. El pecado de Adán fue una violación, consistió en una desobediencia. El acto deCristo es una justicia en la obediencia. Toda la carta a los hebreos insiste también en estaidea. Veamos un pasaje conocido: "Y aunque era hijo, aprendió por sus padecimientos laobediencia..." (Heb 5, 8). Mediante esta experiencia consuma su obra y es nuestra salud.

Santo Tomás, en su comentario a esta carta,[50] explica: "Y aquí muestra cuán difícil esel bien de la obediencia. Porque quienes no experimentaron la obediencia y no la

aprendieron en las cosas difíciles, creen que obedecer es cosa fácil. Pero para aprender

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qué es obedecer, es necesario que aprendas a obedecer en las cosas difíciles y, el que noaprendió a someterse obedeciendo, nunca sabrá mandar cuando presida".

Cristo va a partir para la pasión y afirmará insistentemente que ésta es un acto delibertad; "...viene el príncipe de este mundo que en mí no tiene nada (no es Satanás quienle empuja a padecer); pero conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre (el amor)y que, según el mandato que me dio el Padre (obediencia) así hago" (Jn 14, 31).Obediencia-libertad-amor son tres palabras, pero una sola actitud en Cristo que va apadecer.

La obediencia de Abraham fue esencialmente un acto de fe, según ha entendido muy bienOrígenes: "Obedezco porque creo".[51] Dios le prometió que sería padre de muchasgeneraciones, y sin embargo le manda sacrificar su único hijo: las promesas estánclaramente en contradicción. Pero él cree y obedece.

Interesa por tanto comprender bien qué es obedecer. La obediencia no es algo completoen sí, sino parte de un todo que es la fe.

El P. Huby, en su magnífico libro Mystiques paulinienne et johannique, cita al P.Rousselot ,[52] quien habla de tres principios que se fundamentan en la realidad de laencarnación: El principio dogmático, es decir, nuestras formas de pensamiento, débiles,animales -en el sentido etimológico de la palabra-, elevadas a la dignidad de poderexpresar con certeza las verdades misteriosas que miran el aspecto íntimo de Dios.

El concepto humano imperfecto, que expresa algo sobre Dios. El principio eclesiástico, es

decir, la salvación de los hombres puesta en manos de otros hombres que enseñan,gobiernan, que son dispensadores de las cosas santas. Es decir, Dios, teniendo comointermediario al hombre, que es espíritu, pero que es también carne. Y tercero, el principiosacramental , el uso de la naturaleza corporal, de la materia misma para la colación de lagracia.

Es cierto que todo esto es solamente un corolario de la encarnación.

La obediencia, naturalmente, se inserta en el segundo principio; es una aplicaciónconcreta del mismo. "El que a vosotros oye, a mí me oye". Dios lo ha querido así. Pero de

aquí se desprende que la obediencia no se presta a un hombre sino a Dios. Y esto esfundamental. Dios se sirve de intermediarios, pero él es quien salva, quien perdona, quienbautiza..., como se deduce del principio sacramental. Y así como en éste no tenemossensación de humillación, de limitación al ir a Dios y recibir de él la gracia, tampoco alobedecer se debe experimentar. Someterse a Dios es una dignidad, es una fuente de vida,pues lo que da el ser al hombre es el depender de Dios. La libertad, por ser libertad decriatura, será libertad en la medida en que dependa de

Dios, no del hombre, ya que esto implicaría una disminución de la libertad. La perfecciónde una libertad creada no puede ser sino la perfección de una libertad dependiente. Laobediencia a Dios no destruye sino que constituye nuestra libertad; nos conforma, nodesde el exterior (como tendría lugar en el caso de una obediencia a otro hombre), sino

desde el interior, a la voluntad divina. Es un amor unitivo.

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Blondel, en su libro L'Action, lo ha expuesto admirablemente. Querer plenamente esquerer la voluntad de Dios. Esta es la libre sustitución por la que Dios obra todo ennosotros. "Vivo yo, pero no yo, sino que vive en mí Cristo" (Gál 2, 20), dirá san Pablo.Dependiendo de Dios, nos hacemos verdaderamente independientes.

Pero se trata de una sumisión a Dios, no al hombre. Por eso una filosofía positivista nopuede ofrecer una idea exacta de la obediencia. Algunos filósofos hacen grandes elogios deésta, como necesaria para el orden en la sociedad. Pero no es sino una caricatura. No tieneque ver nada con la obediencia del cristiano. Muchos piensan así también al fijarse en laIglesia como sociedad humana perfecta. Si tan sólo fuera eso, tendríamos todo el derecho yrazón para rebelarnos.

La obediencia, por ser un aspecto de la fe, connota una de sus propiedades: la oscuridad.

El P. Yves de Montcheuil[53] observa que Cristo ha decidido gobernar su Iglesia pormedio de hombres, a los que no ha querido privar de su condición humana e imperfecta.Estos, a través de los cuales Dios nos hace llegar su voluntad, pueden pecar y de hechofueron y son pecadores. Tampoco Dios eliminó las deficiencias de carácter, de inteligencia,que se traducen en sus actos de gobierno. Nada más desconcertante para nosotros. Tandesconcertante como la manera de obrar de Dios en la encarnación: Cristo sediento juntoal pozo, cansado, escondiéndose cuando le quieren proclamar mesías, condenado como unladrón... Esto debía desconcertar a los discípulos. Como a nosotros nos desconcierta el vera la Iglesia gobernada por medio de instrumentos falibles, con los que Cristo no se haobligado en absoluto a prevenir sus errores de gobierno (sabemos que el Papa es infalibleen contadas ocasiones).

He aquí una de las más duras pruebas para nuestra fe. Prueba, en el sentido desufrimiento, pero también como ocasión de manifestar precisamente su fuerza.

El dilema es éste: guiarse por la inspiración interna (y aquí debemos recordar lo difícilque es distinguir cuándo es auténtica inspiración del Espíritu y cuándo es simple caprichohumano) o aceptar que el juicio definitivo de Cristo nos viene a través de intermediarioshumanos. El cristiano ha elegido: "Quien a vosotros oye a mí me oye" (Lc lo, 16). Esto noquiere decir que lo que se nos exija sea siempre lo mejor. No. En absoluto. No se obedeceporque el superior tenga buenas cualidades y mande siempre acertadamente. La

obediencia es sobrenatural: se obedece a Dios incluso a través de órdenes imperfectas.

El P. de Clorivière[54] dice que algunos obedecen siempre, pero no practican laobediencia auténtica, pues su sumisión es puramente natural. Obedecen al superior comosiervos, para complacerle, por temor. Esto no es ni siquiera el principio de la obediencia.Otros no ven en el superior más que la voz de la persona que estiman. Obedecen al hombrepero no obedecen a Dios.

Así se expresa el P. Camelot. "La obediencia -escribe- será verdaderamente libre, viril,tan sólo si en su inspiración se encuentra profundamente libre de todo motivo

humano".[55] Si uno obedece, lo hace por Dios y sólo por él. No hace de la obediencia una

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cuestión de confianza ni de simpatía. Obedecer por fiarse del superior es pervertirradicalmente la naturaleza de la obediencia; es hacerse esclavo de un hombre.

San Juan de la Cruz había advertido esta posibilidad admirablemente y llama la atenciónpara no dejarse nunca llevar por el temperamento del superior, de su humor, de susmaneras de obrar, de sus talentos, porque se recibiría un daño grande cambiando laobediencia divina con la humana; es decir, se obedecería a lo que visiblemente se descubreen el superior.

Concluye el P. Camelot diciendo que la obediencia cristiana es religiosa y está fundada enla fe. Y sólo con esa condición será libre y liberadora.

Así se ve la gran responsabilidad del que manda. Ser instrumentos de la voluntad de Dioses algo muy serio. Y a mayor autoridad, mayor responsabilidad. El superior debe pensar

que cuando manda una cosa debe reflejar la voluntad de Dios. ¡Ese será el motivo por elcual el inferior obedecerá! Si desobedeciendo se comete un pecado, se peca tambiénmandando algo que no es la voluntad de Dios. Para saberlo, no basta el sentido común nitodos los medios humanos que se pongan. Hace falta orar. El P. de Grandmaison [56] decía:"La palabra del que dirige debe ser, por así decirlo, la voz externa de la inspiraciónespiritual interna".

Pero obedecer no quiere decir dejar de ser personas que piensan, seres libres y queestán dotados por Dios de inteligencia. Veíamos más arriba cómo hay muchas posturasque, lejos de ser modelo de obediencia, no son sino caricatura de la misma. Hay más.Obedecer una orden al pie de la letra cuando vemos que esta orden no tiene razón de ser,no es obedecer. Habrá que comunicar al superior con coraje y valentía el contrasentido. Y

esto cuesta más, porque tal vez de ahí podrán originarse inconvenientes, dificultades. Y estanto más difícil cuanto que esta manifestación hay que hacerla sin rebelarse. Esta es laobediencia del cristiano y del sacerdote.

Y no se trata solamente de seguir órdenes sino de tomar iniciativas. Hay también unaauténtica dependencia cuando la iniciativa viene del inferior, como ha ocurrido tantasveces en la Iglesia. La mayoría de las grandes obras vienen de abajo. Y es más fácil dejarsellevar que arriesgarse sabiendo que se depende de una decisión que puede parar lo quecon cariño y desinterés se empezó.

El P. Yves de Montcheuil[57] hace notar cómo una condenación por parte de laautoridad, a veces sólo pretende mostrar que la solución propuesta no es satisfactoria,pero que el problema sigue en pie. "La rebelión sería culpable y, por otra parte, nocivapara la causa misma que queremos servir. Pero no se dice que lo más perfecto searetirarse y guardar silencio". El catolicismo no fomenta en sus discípulos la pasividad,como tantos le reprochan; pero el cristiano ha de conservar en sí la actitud que le permitasometerse. La historia nos enseña cómo muchos hombres llevaban razón en susafirmaciones, pero erraron al rebelarse. Hay que intentar conjugar en nosotros mismos, einculcarlo a los otros, este espíritu de iniciativa, de caminar hacia adelante y al mismotiempo estar dispuestos a someterse.

"Toda empresa -continúa el P. de Montcheuil- cualquiera que sea, para tener un valorcristiano, debe provenir de un impulso del Espíritu Santo. Y sin duda una inspiración

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individual no basta, no tiene en sí misma la garantía absoluta..." Hay que purificarse sindescanso, esforzarse siempre por conseguir esta disposición interior que permitadesarrollar el espíritu de iniciativa, que es necesario y nos obliga en conciencia, y hacerlofructífero hasta las últimas consecuencias aun en el momento de la sumisión. Para que éstase dé y no vaya acompañada de amargura, causa de envenenamiento interior y esterilidaden la vida, es necesaria una profunda vida interior. "La Iglesia tiene necesidad, en todos loscampos, de cristianos de

esta clase. Es, por tanto, deber de todo fiel conseguir las virtudes que le permitirándedicarse a estas iniciativas audaces sin arriesgar ni comprometer un día la obediencia".

Los obstáculos que podamos encontrar tienen como fin, en la mente de Dios, purificar loque todavía hay de demasiado humano en nuestras empresas.

No sin razón cuando el Señor ha llamado al apostolado a sus primeros discípulos haobrado la pesca milagrosa. Han pasado la noche intentando, en vano, pescar. Contra todalógica humana, él manda echar las redes. Fiado en la palabra de Cristo, y tan sólo en ella,Pedro las echará. Y el éxito será grande.

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10

ME GLORIARE EN MIS DEBILIDADES

Muy gustosamente, pues, me gloriaré

en mis debilidades, para que habite

en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9).

En el capítulo anterior, hemos visto que nuestra fe se ejercita mediante la obediencia.

Pero ahora veremos que su función abarca, de un modo más general, todas las actividadesde la vida apostólica. Debe ejercitarse especialmente en todas las dificultades inherentes alapostolado. Sobre este tema, hay un texto de la segunda carta de san Pablo a la iglesia deCorinto, que es capital. La Iglesia nos lo presenta en la más antigua festividad litúrgica desan Pablo que conocemos: en el domingo de sexagésima, cuya estación se celebra en labasílica de san Pablo. Toda la liturgia de este día está centrada sobre este pasaje de la cartadel apóstol, tal vez porque se ha visto en él una confidencia que nos permite penetrar afondo en su vida interior.[58] 

Al final de esta carta, Pablo evoca gracias de orden místico que ha recibido "hace catorceaños" (2 Cor 12, 2). Si tenemos presente que la segunda carta a los fieles de Corinto es delaño 56-57, tenernos que situar la época a que alude hacia el año 42-43; es decir, pocoantes de su ministerio propiamente apostólico, cuando estaba en Tarso, donde vino abuscarlo Bernabé para llevarlo como compañero a Antioquía de Siria.

En el capítulo 12, a partir del v. 7, Pablo pone la contrapartida, digámoslo así, de estasgracias: "Para que yo no me engría, fueme dado el aguijón en mi carne..." (Nótese que laVulgata traduce, con evidente impropiedad, carnis meae, de mi carne). Aquí carne significala misma condición humana; la humana existencia, en oposición a la condición divina. Yllama a este aguijón angelus Satanae, mensajero de Satanás. Sabemos que tanto para elresto del Nuevo Testamento como para san Pablo, Satanás es ante todo aquel que se opone

al reino de Dios e impide a Cristo establecer el reino de su Padre. Por ello, la vida de Cristoes como una lucha contra Satanás. Probablemente, cuando san Pablo habla de este aguijón,lo concibe primariamente como un obstáculo que se opone a su apostolado.

Este obstáculo, cuya naturaleza desconocemos, es tan fuerte, que el apóstol ha pedido aDios repetidamente que lo elimine: "Por esto rogué al Señor que lo alejase de mí". Pero elSeñor responde en términos tales que, a primera vista, parece que rehúsa oír la oración desu discípulo: "Y él me dijo: te basta mi gracia". En realidad, el Señor no rehúsa la peticiónde su apóstol, sino que la escucha, y por ello le da la razón de por qué no quiere alejar esteobstáculo: "Porque en la flaqueza se realiza mi poder". La fuerza de Dios alcanza su puntoculminante precisamente en la debilidad del hombre, en la pequeñez del instrumentoapostólico.

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Para que Dios pueda ejercer plenamente su fuerza, es necesario que el instrumento seadébil. Esta es una de las paradojas del ministerio apostólico, que nos descubre el papel dela fe, necesaria para comprender y aceptar esta verdad. Por esta razón, dice después sanPablo: "Muy gustosamente, pues, me gloriaré en mis debilidades, para que habite en mí lafuerza de Cristo". Es decir, pone toda su confianza en la fe, que consiste, como hemos visto,en apoyarse totalmente en Dios, reconociendo, al mismo tiempo, la propia insuficiencia.Para el hombre es una paradoja apoyarse en la debilidad, pero la lógica de la fe no essiempre la nuestra. Es también digno de señalarse el fin que se propone san Pablo: "Paraque habite en mí la fuerza de Cristo". Y utiliza la misma palabra que suele emplearse parasignificar la encamación: epischenose, y que el Antiguo Testamento usaba para indicar lapresencia de Dios sobre el arca de la alianza y en el templo de Jerusalén. Se trata, porconsiguiente, de una casi encarnación de la fuerza de Cristo en él.

La conclusión evidente es ésta: en la medida en que el hombre se siente débil y limitadopor las diversas dificultades que le obstaculizan, en la misma medida cree y posee lacerteza de que es fuerte. San Pablo ha pretendido manifestarnos cuál debe ser la actitud

fundamental de todo apóstol, pues quien vive profundamente esta verdad, nuncadesespera. La acción de Cristo entra en juego precisamente en el momento de nuestrofracaso. De esta forma, nadie caerá en la tentación de atribuirse aquello que no lepertenece y que es obra de Dios.

A mi entender, no ha sido una confesión fortuita ésta que nos ha hecho el apóstol en susegunda carta a la iglesia de Corinto. Él ha experimentado vitalmente en su trabajoapostólico, y de una manera especial en Corinto, esta doctrina que nos expone. Para darsecuenta de ello, basta leer el libro de los Hechos (Hech 16,

11-18, 11). En él se narra la llegada de san Pablo a Europa, y concretamente a las

ciudades de Filipos, Cesarea, Atenas y Corinto. Pablo no ha caminado de victoria envictoria, como alguien podría imaginar, sino de fracaso en fracaso. Trataré de recapitularlomuy serenamente.

Cuando llega a Filipos, cura a una sierva que tenía espíritu pitónico. Con ello priva a susdueños de las ganancias que percibían por sus adivinaciones. El resultado de todo ello esque va a parar a la cárcel. Es verdad que Dios le libera milagrosamente, pero tiene que huirenseguida. Entonces llega a Tesalónica. Aquí todo empieza bien. Los judíos tienen unasinagoga y Pablo aprovecha para predicar. Muchos, tanto judíos como prosélitos, e inclusogentiles, se convierten. "Pero los judíos, movidos por envidia, reunieron algunos hombresmalos de la plebe, promovieron un alboroto en la ciudad y se presentaron ante la casa de

Jasón buscando a los apóstoles para llevarlos ante el pueblo. Pero, no hallándolos,arrastraron a Jasón y a algunos de los hermanos y los elevaron ante los prefectos de laciudad..." (Hech 17, 5-6). Como consecuencia, Pablo tiene que huir de noche para evitarnuevos incidentes. De aquí marcha a Berea. También allí había judíos: "Eran éstos másnobles que los de Tesalónica y recibieron con toda avidez la palabra,consultando diariamente las Escrituras para ver si era así" (Hech 17, 11). Pero los judíosde Tesalónica, en cuanto lo supieron, fueron allí gritando y alborotando a la plebe. Denuevo tiene que partir. Cuando Pablo llega a Atenas, hace todos los esfuerzos posiblesporque sabe que el lugar es importante, y que, si logra convertir a la población de Atenas,el centro intelectual, seguirán después todas las demás ciudades. Pero los resultados sontan escasos que, por primera vez, sin que nadie le obligue a ello, Pablo parte de la ciudad.

Ha comprendido que no hay nada que hacer. Sigue la vía sacra que pasa por Erosi, dondeevidentemente no se detiene, y llega a la ciudad de Corinto. Esta era una floreciente ciudad

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comercial, de ambiente cosmopolita, pero de pésima fama. Se aloja con los judíos,esperando encontrar dos esposos ya cristianos, que llegaban de

Italia, huyendo de la persecución del emperador Claudio. Son Aquila y Priscila, su mujer."Y como era del mismo oficio que ellos, se quedó en su casa y trabajaban juntos, pues eranambos fabricantes de tiendas de campaña. Los sábados disputaban en la sinagoga,

persuadiendo a los judíos y a los griegos" (Hech 18, 3-4). Pero una vez más encuentra unaoposición encarnizada: "Como éstos le resistían y blasfemaban, sacudiendo sus vestiduras,les dijo: caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas; yo no tengo la culpa" (Hech 18, 6).Desde ahora, Pablo marchará a los gentiles. El gesto de sacudir sus vestiduras lo habíarealizado ya, es cierto, en Antioquía, y lo repetirá más tarde en Éfeso, en circunstanciassemejantes; pero sólo aquí añade palabras de imprecación: "Caiga vuestra sangre sobrevuestras cabezas". Para Pablo, que escribe a los romanos, que siente una gran tristeza antela incredulidad de sus hermanos según la carne, y que desearía ser anatema de Cristo porellos, creo que este grito manifiesta la situación de un ánimo desesperado hasta el puntode pensar en abandonarlo todo.

Si los judíos de Corinto no querían oír hablar de Cristo, no podía esperar gran cosa de losgentiles, y menos aún de los de Corinto. Dentro del mundo pagano, era quizás la ciudadmás corrompida. Solía decirse que para vivir una vida de corrupción había que vivirla alestilo de Corinto. Pero cuando humanamente todo ha fracasado, interviene la gracia paradar al apóstol nuevo vigor. Los Hechos nos cuentan que, cuando se hallaba en estascircunstancias, Pablo tuvo una visión por la noche, en la que se le apareció Cristoresucitado y le dijo: "No temas, prosigue hablando y no calles; yo estoy contigo y nadie seatreverá a hacerte mal, porque ha de ser mía mucha gente en esta ciudad" (Hech 18, 9-10).Estas palabras del Señor, cuando le dice que hable y no tema, nos hacen pensar que elapóstol estaba ya decidido a no hablar. Él sabía teóricamente que Cristo estaba con él, perocuando Cristo le dice: Yo estoy contigo, capta todo el profundo sentido de esta afirmación

y, contra toda esperanza humana, se decide a hablar, basándose únicamente en suconfianza en Dios. Es una actitud semejante a la de Abraham, cuando obedece a Dios sinsaber exactamente cómo será posible que se realicen sus promesas; y semejante también ala de Pedro, cuando después de una noche de trabajo infructuoso, Cristo le dice: "Boga maradentro y echad vuestras redes para la pesca" (Lc 5, 4).

De hecho, Corinto será una de las iglesias más florecientes fundadas por él. En suprimera carta a los fieles de esta iglesia, el mismo san Pablo nos ha hablado de su estadode ánimo cuando llegó a la ciudad: "Yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio deDios no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, que nunca entre vosotros me preciéde saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté a vosotros en

debilidad, temor y continuo temblor. Mi modo de hablar y mi predicación no fue conpalabras persuasivas de humano saber, pero sí con demostración de espíritu y virtud paraque vuestra fe no estribe en saber de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2, 1-5). SanPablo ha comprendido perfectamente que "en la flaqueza alcanza su punto culminante lafuerza de Dios" (2 Cor 12, 9). Ha experimentado vitalmente su debilidad y la fuerza de Diosque se sirve de un instrumento frágil para conducir los hombres a la fe.

No debemos pensar que se trata de un caso especial. Es la ley misma de todo apostolado.La encontramos también en los libros del Antiguo Testamento, y la historia de Israel esuna prueba viva de la misma. Veamos, por ejemplo (Jue 6-7), el libro de los Jueces donde

se narra la historia de Gedeón: El pueblo de Dios ha llegado finalmente a la tierraprometida, pero esta tierra está aún por conquistar, y parece que los hebreos han obtenidocon la ayuda de Dios las primeras victorias únicamente para ser presa más fácil de sus

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enemigos. En este preciso momento están a merced de los madianitas. El texto sagradonos dice: "Quienes los oprimieron de tal manera que se vieron obligados a utilizarcavernas de las montañas, cuevas y alturas fortificadas para guarecerse de Madián" (Jue 6,2). Israel invoca el auxilio de Yavé que envía su ángel a Gedeón. El diálogo entre elmensajero divino y Gedeón no carece de dramatismo: "Respondió Gedeón: suplícote,Señor mío, me digas: si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos han sobrevenidotodos estos males? ¿Dónde están aquellas maravillas suyas que nos han contado nuestrospadres, refiriéndonos cómo el Señor los sacó de Egipto? Lo cierto es que ahora el Señornos ha desamparado y entregado en manos de Madián. Entonces el Señor dirigió la vistahacia él y le dijo: Anda, ve con ese tu valor y libertarás a Israel del poder de Madián; sábeteque soy yo el que te envío. Respondió Gedeón y dijo: ¡Ah, Señor mío, ruégote que me digascómo podré yo libertar a Israel! Tú ves que mi familia es la ínfima en la tribu de Manasés yyo el menor en la casa de mi padre. El Señor le respondió: Yo estaré contigo y derrotarás aMadián como si fuese un solo hombre" (Jue 6, 13-16). Gedeón obedece; recorre las tribusde Israel y logra reunir 32.000 hombres. Debió pensar que realmente el Señor estaba conél. Pero entonces Dios le dice: "Mucha gente tienes contigo: no será Madián entregado enmanos de ella, porque no se gloríe contra mí Israel y diga: mi valor me ha libertado" (Jue 7,

2). Ordena entonces Gedeón retirarse a todo aquel que tenga miedo: se marchan 22.000.Pero aún quedan demasiados. Dios le ordena de nuevo reducir el número hasta que sóloquedan 300 hombres. "Entonces el Señor dijo a Gedeón: Con estos trescientos hombres,que han tomado el agua para llevarla a su lengua, os libertaré y haré caer a Madián envuestro poder" (Jue 7, 7). De esta forma, mediante la fe de Gedeón en la fuerza de Dios,serán libertados. Sólo en la debilidad Dios puede manifestar su fuerza y evitar que elhombre se atribuya lo que no le pertenece.

Una historia semejante tenemos en el caso de David, que se enfrenta a Goliat armado deun cayado y una honda. Cuando el filisteo se burla de David, éste le responde: "Tú vienescontra mí con espada, lanza y escudo; pero yo salgo contra ti en el nombre del Señor de losejércitos, del Dios de las legiones de Israel" (1

Sam 17, 45).

Recordemos también la historia de Moisés. Un niño abandonado sobre las aguas del río,condenado prácticamente a muerte. Y de él se sirve Dios para libertar a su pueblo. Antesrecordábamos el pasaje de la pesca milagrosa y cómo Pedro, para efectuar aquella capturaabundante de peces, tiene que confesar su impotencia, diciendo que, durante toda lanoche, estuvo trabajando y no logró pescar nada.

Por eso san Pablo puede decir que Dios "eligió la necedad del mundo para confundir alos sabios" (1 Cor 1, 27).

Sabemos que esta actitud es también la de los santos. Por ejemplo, en el caso del cura deArs, quien ni siquiera pudo pasar los exámenes de licencias para confesar. Si fue recibidofinalmente al sacerdocio, se debe a la benignidad de los profesores. Y, sin embargo, ha sidoel confesor más grande del siglo pasado.

San Pablo era probablemente un hombre muy capaz, pero precisamente por ello Dios lehace sentir su debilidad, ya que en toda su labor apostólica se verá rodeado de obstáculos.El mismo los recuerda (2 Cor 11). Peligros de parte de los paganos, peligros de parte de losjudíos; peligros de parte de los falsos hermanos, quienes precisamente debían haberle

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ayudado en su trabajo apostólico y que, por el contrario, le acusan de infidelidad a larevelación del Antiguo Testamento. El Señor ha permitido que encontrara todos estosobstáculos desde el principio hasta el final de su ministerio, como vemos al leer los Hechosde los apóstoles. Apenas ha comenzado su ministerio en Antioquía de Pisidia y tiene quevenir a Jerusalén a justificarse contra quienes lo acusan. Y en sus cartas (Gál 2) cuenta queno le ha sido fácil superar las dificultades; lo que se recuerda también en el libro de losHechos (Hech 15). Entre otras acusaciones que le dirigen, están las de que busca agradar alos hombres, que desvirtúa el evangelio, que es un apóstol de segundo grado; que esversátil, arrogante, soberbio. Sus adversarios han desorientado de tal manera a la Iglesiade Corinto, que no se atreve a volver, y por ello envía a Tito para ver cómo están las cosas.Su preocupación se manifiesta en el hecho de que él mismo sale al encuentro de Tito,volviendo por Macedonia.

Lo mismo vemos en el pasaje de la colecta que con tanto esmero había hecho entre losgentiles. Tiene miedo de que en Jerusalén no la acepten (Rom 15, 31), y por ello pide a losfieles de Roma que oren no sólo para que pueda escapar a las insidias de los judíos y de los

paganos, sino también para que el servicio que le lleva a Jerusalén sea grato a los santos.Este miedo de Pablo no carece de fundamento, como nos lo demuestra el recibimiento quele hicieron en Jerusalén. Los Hechos nos dicen: "Ellos, oyéndole, glorificaban a Dios, y ledijeron: ya ves, hermano, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos y que todosson celosos de la ley. Pero han oído de ti que enseñas a los judíos de la dispersión que hayque renunciar a Moisés, y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan las costumbresmosaicas" (Hech 21, 20-21).

La misma oposición se refleja en su carta a los filipenses, escrita, según la opinión devarios autores, durante la primera cautividad en Roma: "Quiero que sepáis, hermanos, quemi situación ha contribuido al progreso del evangelio, de manera que en el pretorio y fuerade él es notorio cómo llevo mis cadenas por Cristo, y la mayor parte de los hermanos enCristo, alentados por mis cadenas, sienten más ánimos para hablar sin temor la palabra deDios. Hay quienes predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia; otros lo hacencon buena intención; unos por caridad, sabiendo que estoy puesto para la defensa delevangelio; otros, por competencia predican a Cristo, no con sana intención, pensandoañadir tribulación a mis cadenas" (Fil 1, 12-17).

Quizás la carta no esté escrita en Roma, sino en Éfeso, como algunos piensan. En todocaso, tenemos otro pasaje en la segunda carta a Timoteo, escrita durante su segundacautividad en Roma. Tal vez la escribió pocas semanas antes de morir. En ella felicita a

Onesíforo (2 Tim 1, 16), porque no se ha avergonzado de sus cadenas, sino que lo habuscado solícito hasta dar con él, cuando la comunidad de Roma no sabía dónde estaba nise había preocupado de enterarse. Sobre todo, en el capítulo 4 nos revela su situación:"Date prisa a venir a mí, porque Damas me ha abandonado por amor de este siglo y semarchó a Tesalónica. Crescente a Galacia, y Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo...Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal... Tú guárdate de él, porque ha mostradogran resistencia a nuestras palabras. En mi primera defensa, nadie me asistió, antes medesampararon todos" (2 Tim 4, 9-15). No sabemos si los demás podían ayudarle, pero sanPablo lo supone evidentemente cuando habla así. Y añade: "No les sea tomado en cuenta.El Señor me asistió y me dio fuerzas para que por mí fuese cumplida la predicación y todaslas naciones la oigan. Cuando estaba desolado y se sentía abandonado de todos, Dios leofrece la ocasión de testificar, de predicar el evangelio ante un tribunal al que tal vez

asistió el mismo emperador, ya que Pablo era ciudadano romano.

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Al menos, de esta manera, pudo anunciar a estos gentiles el nombre de Jesucristo. Yconcluye con estas palabras: "Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará detodo mal y me guardará para su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos.Amén" (2 Tim 4, 17-18).

Probablemente nunca en su vida se sintió tan solo como en esta ocasión, nuncaexperimentó más vivamente su debilidad y su impotencia. Precisamente tiene estossentimientos cuando ya su muerte está cercana. Y el Señor le permite aún dar un últimotestimonio ante el tribunal que le está juzgando. Mejor dicho, un penúltimo testimonio,porque el último lo dará con su muerte; será el testimonio supremo del martirio, cuando laespada del verdugo le una ya definitivamente a su Dios.

Será entonces cuando experimentará más plenamente que la fuerza de Dios resplandeceen la debilidad del hombre.

Para terminar, me permito citar un trozo entresacado de un libro de meditaciones, si esque podemos llamarle así, escrito por un militante cristiano, profesor de universidad. Diceasí: "El apostolado no es una empresa humana, donde bastan la entrega, el tacto, lainteligencia. Concededme, Dios mío, comprender que consiste principalmente en unvigoroso abandono a vuestra voluntad, que os permite obrar a vos mismo a través de mí".Y hace hablar al Señor en los siguientes términos: "Cuando tú te sientas fracasado yarrastrado por tu impotencia, entonces yo podré empezar a obrar a través de ti en lasalmas. Tu alma se abrirá a la verdadera vida. Al mismo tiempo, tú comprenderás que noeres nada y que lo puedes todo. Algo te dirá en lo más profundo que yo puedo obrar pormedio de ti. Ten confianza en mi palabra. Tus ojos de carne te muestran los obstáculos, lainmensidad de las necesidades, tu propia impotencia; pero ante las necesidades del

mundo, entiéndeme bien, si tú sabes escucharme en el fondo de tu alma, sabrás que yoestoy sobre ti, que tengo necesidad de ti, que depende de ti el que mi voluntad se cumpla,que los verdaderos obstáculos vienen de ti, y que si tú realizas el gesto total de abandono,a pesar de todo lo que te pueda detener, por medio de ti gozarán aquellos que tienenhambre. Consiente no sólo en hacer lo que tú puedes, sino también lo que yo puedo pormedio de ti. Entonces conocerás un grado de renuncia del que aún no tienes idea.[59] 

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11

NO ESTAIS BAJO LA LEY

Porque el pecado no tendrá ya dominio

sobre vosotros, pues no estáis bajo

la ley sino bajo la gracia (Rom 6, 14).

La vida apostólica de san Pablo no fue precisamente un camino fácil, cuajado de éxitos.En su vida encontró resistencia y dificultades tanto más dolorosas cuanto que venían

precisamente de quienes debían ayudarle, de los judíos convertidos al cristianismo. Casitodas estas dificultades tenían como origen la actitud de Pablo ante la ley. Él sabía que supostura no podía menos de suscitar oposición y escándalo, pero se mantuvo firme, porquesabía que se trataba de algo fundamental para la religión cristiana, para la revelación quedebía anunciar. Si queremos darnos una idea exacta de estas dificultades, basta con leerdetenidamente los primeros capítulos de la carta a los romanos, mejor toda la carta,especialmente 15, 30, y varios pasajes del libro de los Hechos, por ejemplo 21, 20.

Realmente hay algunas afirmaciones de san Pablo, sobre todo en su carta a los romanos,como iremos viendo, que sonaban de forma escandalosa para un judío. Para comprendermejor la dureza de estas afirmaciones paulinas, tengamos presente el alto concepto que

los judíos tenían de la ley. La ley era para ellos la mediadora de la salud y el instrumentode la justificación. En su mente la identificaban con la sabiduría divina y le aplicaban todoaquello que la sagrada Escritura dice de esta sabiduría. Los rabinos referían a la ley todosaquellos textos que nuestra liturgia aplica a la Virgen. Podemos verlo en este pasaje delEclesiástico:

Desde el principio y antes de los siglos me creó 

 y hasta el fin no dejaré de ser... 

Venid a mí cuantos os halléis presos de mi amor   y saciaos de mis frutos... 

Los que me comen, quedan con hambre de mí, 

 y los que me beben quedan de mí sedientos. 

El que me escucha, jamás será confundido 

 y los que se guían por mí no pecarán... 

El libro de la alianza de Dios altísimo 

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es todo esto, la ley que nos dio Moisés en heredad  

a la casa de Jacob

(Eclo 24, 14.26.29-32).

San Pablo afirma claramente que el cristiano ha sido liberado de esta ley: "Pero si osguiáis por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Gál 5, 18). Y en otro lugar: "Pues que no estáisbajo la ley, sino bajo la gracia" (Rom 6, 14). De la misma manera que la esposa está ligadaal marido mientras éste vive, pero el día en que el marido muere se encuentra libre de laley que la ligaba a él, así el cristiano, después de la muerte y la resurrección de Cristo,queda libre de la ley (Rom 7, 15).

Para los judíos, la ley era la palabra de Dios, el pan que viene del cielo, el agua viva...Expresiones éstas que el Nuevo Testamento, y particularmente san Juan, aplicarándespués al mismo Cristo.

Con todo, las afirmaciones más escandalosas no son precisamente éstas, sino aquellas enque san Pablo explica cuál era el cometido de la ley. Su función, dice el apóstol, erasemejante a la del carcelero o a la del pedagogo. Más aún, esta ley que los judíos concebíancomo fuente de vida es, según el apóstol de las gentes, una ley de muerte. Se pregunta:"¿Por qué, pues, la ley? Fue dada por causa de las transgresiones" (Gál 3, 19). No parareprimir las transgresiones, sino para multiplicarlas. En su carta a los romanos, vuelve arepetir aún más claramente la misma idea: "Se introdujo la ley y con ella abundó elpecado" (Rom 5, 20). El fin de la ley no era precisamente impedir el pecado, sinomultiplicarlo, hacer que el hombre pecara más. Y poco después hace una afirmación aúnmás escandalosa: "Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no

estáis bajo la ley, sino bajo la gracia" (Rom 6, 14). La consecuencia es evidente: si elhombre estuviera bajo la ley, el pecado tendría aún dominio sobre él.

Todas estas afirmaciones son, a primera vista, escandalosas aun para muchos cristianos.Por este motivo, al leer los textos citados, recurren a una explicación sencilla y que puedesuavizar el sentido de las mismas. Para resolver esta antinomia, recurren a un sentidolimitado de la palabra ley: Pablo se refiere a ley ceremonial: a la ley del sábado, de lacircuncisión, de los sacrificios... En la tradición observamos que no han faltado quienes hanquerido dar esta interpretación. Pero evidentemente es falsa. Es verdad que en su carta alos gálatas nombra expresamente la circuncisión. Pero el conjunto de la doctrina de san

Pablo, especialmente en su, carta a los romanos, se refiere a toda la ley. Hoy admiten estotodos los autores. Y el único ejemplo que Pablo da de esta ley en su carta a los romanos esun precepto del decálogo: "No codiciarás" (Rom 7, 7).

Incluso quienes dicen que Pablo se refiere directamente a la ley mosaica, admiten que nose limita a la parte ritual de la misma, sino que abarca su aspecto moral, en lo que tiene depermanente. Tal es, por ejemplo, la postura del P. Huby.[60] 

Hemos visto ya que santo Tomás[61] dice que no hay que atribuir a los preceptos unafunción que no tienen; que el fin de los preceptos no es justificar al hombre, sino revelar el

pecado; por consiguiente, que no hay ninguna esperanza de justificación fuera de la fe.Pero surge un grave problema que el mismo apóstol se plantea: "Luego nosotros,

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¿destruimos la ley por la fe? No hay tal, antes bien confirmamos la ley" (Rom 3, 31). Elprecepto divino era ciertamente bueno. Pero entonces "¿qué?, ¿lo que es bueno me hacausado á mí la muerte? De ningún modo. Sino que el pecado, habiéndome causado lamuerte por medio de una cosa buena, ha manifestado lo que él es; de manera que por elmismo mandamiento se ha hecho el pecado sobre manera maligno" (Rom 7, 13). Laequivocación está en que los judíos creían que la ley confería la vida, justificaba al hombre.Pero la ley como tal no puede transformar en espiritual un ser de carne. Si uno la tomacomo algo que justifica, se equivoca. Ahora bien, la culpa no es de la ley, sino del hombreque no sabe utilizarla. El único fin de la ley es permitir al pecado exteriorizarse ydesenmascararse.

Pero si el cristiano ha sido liberado de la ley, ¿será un hombre sin ley, por encima detodo bien y todo mal? San Pablo ha previsto la objeción y sale a su encuentro: "Mas ¿qué?,¿pecaremos, ya que no estamos sujetos a la ley, sino a la gracia? No lo permita Dios" (Rom6, 15). Sería desvirtuar totalmente su doctrina. La dificultad sin embargo es fuerte. En el c.8 de su carta a los romanos nos dará todos los elementos necesarios para resolverla.

Solución coherente, como lo vio la tradición. Pero en la vida ordinaria olvidamosfácilmente esta doctrina y estos principios que nos suenan siempre a algo nuevo. Dice:"Nada hay, por consiguiente, digno de condenación en aquellos que están en Cristo Jesús,porque la ley del espíritu de vida, que está en Cristo Jesús, me ha libertado de la ley delpecado y de la muerte" (Rom 8, 1-2). El cristiano ha sido liberado de aquella ley que, segúnel testimonio explícito de la sagrada Escritura, fue instrumento de pecado y de muerte,mediante otra realidad que san Pablo llama ley del espíritu. Pero aquí surge una preguntade gran interés: ¿Cristo se ha contentado con sustituir el código de la ley mosaica por uncódigo nuevo, más perfecto? Esta opinión contradice abiertamente todo cuanto haafirmado antes. Ha dicho claramente que el cristiano no está bajo la ley, sino bajo la gracia.

Cuando habla, pues, de la ley del Espíritu, san Pablo quiere enseñarnos una verdad muyprofunda. Santo Tomás, siguiendo la línea de la tradición, dice: "La ley del Espíritu es loque se llama la ley nueva". Esta observación es muy importante para interpretarrectamente todo lo que dice en sus obras sobre la ley nueva el Doctor Angélico. Y continúaasí: "Esta ley se identifica, bien con la persona misma del Espíritu Santo, bien con laactividad que este Espíritu ejerce en nosotros". Y para que nadie se llame a error sobre elsentido de sus palabras, añade: "El apóstol dijo de ella -de la ley antigua- que es espiritual".Y comenta: es espiritual en el sentido de que nos fue dada por el Espíritu, mientras que laley nueva no nos es dada, sino que el Espíritu la hace en nosotros.[62] 

Como puede observarse, la ley del Espíritu difiere esencialmente de la ley antigua. Noconsiste en un código que nos haya dado el Espíritu Santo ni en una norma externa, sinoque es una ley que el Espíritu Santo produce en nosotros; es un dinamismo interno, unprincipio de acción.

La razón de por qué el apóstol la llama ley en lugar de llamarla gracia, como la denominaen otro lugar, no es difícil descubrirla si se admite que alude a la profecía de Jeremías -santo Tomás lo recuerda- que anunciaba una nueva alianza: "Esta será la alianza que yoharé con la casa de Israel en aquellos días, palabra de Yavé: yo pondré mi ley en ellos y laescribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31, 33). Se trataevidentemente de una ley interna, que pasa a ser algo sustancialmente nuestro. Una

especie de ley de la naturaleza. Algo parecido a la ley de que la madre ame a su hijo y ledefienda la vida, no porque hay un precepto que dice "no matarás", sino por una fuerza

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interna de la naturaleza misma. No se trata de una norma de acción, sino de un principiode acción, de un dinamismo interno. Santo Tomás lo reconoce así y, cuando evoca la nuevaalianza, el Nuevo Testamento, dice: "Es propio de Dios actuar obrando en el interior delalma; y es así como nos ha dado el Nuevo Testamento, que consiste en la infusión delEspíritu Santo.[63] 

Sin embargo, Jeremías dice que Dios esculpirá su ley en el corazón del hombre, pero nola llama ley del Espíritu como san Pablo. Esta palabra aparece en un oráculo paralelo al deJeremías, que es más tardío; probablemente unos 20 años posterior. Es un oráculo deEzequiel, que toma literalmente las palabras de

Jeremías y les da una interpretación que es capital para nosotros. Dice así: "Os daré uncorazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedray os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mismandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra" (Ez 36, 26-27). Vemos queeste texto se ha cumplido en el Nuevo Testamento. Pero lo que nos interesa ahorasubrayar es el paralelismo con Jeremías. Donde Jeremías dice: "Pondré mi ley en medio deellos", Ezequiel dice: "Pondré mi Espíritu en medio de ellos". Por consiguiente, esta leyesculpida en el corazón del hombre es el Espíritu mismo de Yavé; según san Pablo, elEspíritu Santo que nos ha sido dado.

Ahora nos es fácil entender la doctrina de san Pablo y la interpretación de santo Tomás.Este admite ciertamente que la ley antigua es espiritual, como dice san Pablo, pero loexplica así: "Es espiritual porque nos fue dada por el Espíritu, mientras que la ley nueva nonos es dada, sino que la hace en nosotros".[64] 

La dificultad queda, pues, resuelta. Al recibir este Espíritu que actúa en él, esta actividaddel Espíritu, el cristiano no cae en el amoralismo, sino que, por el contrario, únicamentemediante este Espíritu puede cumplir la voluntad divina, y conseguir aquello que seproponía la ley mosaica: su justicia y su santificación. Por esta razón puede afirmar Pablo(Rom 8, 4): "Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros -lo que la ley pretendía,pero no podía conseguir-, los que no andamos según la carne, sino según el Espíritu".Adviértase la idea de plenitud que encierra el verbo cumplir y su forma pasiva, que quiereindicar que este cumplimiento, siendo un acto libre del hombre, es principalmente unaacción de Dios. Así es posible comprender que el cristiano esté al mismo tiempo liberadode toda ley externa, y que, sin embargo, lleve una vida perfectamente moral.

Esta es la ley nueva de que nos habla san Pablo. Por ello puede afirmar: "Porque elpecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia"(Rom 6; 14). Sabemos que la gracia es precisamente una actividad del Espíritu Santo ennosotros, una actividad de Dios. Por Moisés nos fue dada la ley y por Cristo la gracia y laverdad. Y esta gracia es un principio de acción.

Santo Tomás[65] no duda en afirmar: "Hay dos formas de dar algo. Una por medio de lascosas externas, por ejemplo proponiendo palabras... y esto puede hacerlo también elhombre, y de hecho, así se nos dio el Antiguo Testamento. Pero hay otra forma, quéconsiste en obrar internamente. Esta es propia de Dios. De esta forma se nos ha dado elNuevo Testamento, que consiste en la infusión del Espíritu Santo, que nos instruyeinternamente". Esta es la nueva ley que Dios nos ha dado y de la que dijo Jeremías queDios la esculpiría en nuestros corazones. Es la infusión del Espíritu Santo. Por este motivo,

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cuando la Iglesia ha querido celebrar la promulgación de la nueva ley, no ha elegido, comotal vez hubiéramos hecho nosotros, el día en que Jesucristo promulgó su ley en el monte,con aquellas palabras: "Habéis oído que fue dicho... pero yo os digo..." (Mt 5, 43). Lo queCristo ha promulgado aquí es una ley externa, cuyo aniversario no celebramos. La Iglesiacelebra la promulgación de la nueva ley el día de Pentecostés, día en que, a primera vista,no advertimos que se haya promulgado ninguna nueva ley. Es verdad que en este día no seha promulgado ningún precepto especial, pero es el día en que se nos ha dado el EspírituSanto, a quien llama la Iglesia dedo de la mano del Padre. De la misma manera que en elAntiguo Testamento Dios escribió la ley en tablas de piedra, ahora es el Espíritu Santoquien la escribe en nuestros corazones. Pero una ley esencialmente distinta.

Cuando santo Tomás habla en sus obras de la ley nueva, le da precisamente estesentido.[66] Se pregunta si la ley nueva justifica al hombre, y empieza por distinguir enella dos aspectos: uno principal, esencial, que es la gracia misma del Espíritu Santo que senos ha dado; y otro secundario, que son los documentos de la fe y los preceptos queregulan los actos humanos. La ley nueva, dice, justifica en cuanto al primero. En cuanto al

segundo, no justifica. Y no hay por qué maravillarse, pues una norma de acción es algoexterior que no puede hacer cambiar -convertirse- al hombre. Esta es letra que mata,aquélla es espíritu que da vida.

La ley del evangelio, en cuanto es una norma de acción, no justifica al hombre, comotampoco le justificaba la ley antigua. Pero en cuanto es una realidad viva, en cuanto es eldon del Espíritu Santo, vivifica al hombre y le permite realizar el fin de la ley, que es supropia justificación: "Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros", dice sanPablo (Rom 8, 4). Por esta ley de fe que actúa por la caridad y que consiste en actuar en elEspíritu de Dios, el hombre queda justificado.

Repetimos una vez más que el cristiano no es un hombre sin ley. Tiene una ley internaque es la vida misma de Dios en él, y, mediante esta fuerza interna, puede cumplir todoaquello que Dios espera de él.

Esta es la doctrina de san Pablo y de esta forma lo interpretó la tradición cristiana,incluidos dos de sus exponentes más significativos: san Agustín y santo Tomás.

En el capítulo siguiente veremos algunas de las consecuencias de esta doctrina, que es

fundamental, y que no es una concesión a la facilidad, sino que sus exigencias son mayores,en cuanto nos pide una observancia no meramente externa, sino radicalmente interna ybasada en el amor.[67] 

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Para aclarar este punto, recurramos a un ejemplo: la madre que ama a su hijo estásometida al precepto del decálogo que dice "no matarás". Pero ella no cumple estemandamiento porque le obliga, sino porque ama a su hijo. Si la única razón de abstenersede matar a su hijo es el precepto, no es una buena madre. Si rezamos el breviario tan sóloporque existe una ley que obliga, no somos libres. La madre, en el ejemplo anterior, actúade una forma que es con mucho preferible. Dice san Agustín: "Porque si se cumple elmandamiento por temor de la pena, se hace servilmente". Y añade: ...non liberaliter et ideo

nec fit .[71] Es decir, que hacer las cosas únicamente porque existe un precepto que mandaobrar así, equivale a estar cerca de no hacerlas. Y santo Tomás explica que es bueno elfruto que surge de la raíz de la caridad, pues la fe obra por amor y así nace el gusto hacia laley de Dios según el hombre interior. Delectación que es fruto del espíritu y no de la letra.De tal manera que, a pesar de la ley que se opone en nuestro interior, empieza a liberarnosdel hombre viejo la gracia de Dios por Jesucristo.

Así podemos llegar a comprender cómo el hombre puede a la vez estar sin ley, sin serobligado por una ley exterior y, al mismo tiempo, no ser amoral, sino vivir una vida moral

perfecta "según el espíritu y no según la carne". Así lo explica claramente san Pablo en lacarta a los gálatas (Gál 5, 16-26): "Digo, pues: proceded según el espíritu y no satisfaréislos apetitos de la carne. Porque la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y elespíritu los tiene contrarios a los de la carne, como que son cosas entre sí opuestas; porcuyo motivo no hacéis vosotros todo aquello que queréis. Que si vosotros sois conducidospor el espíritu, no estáis sujetos a la ley. Bien manifiestas son las obras de la carne, lascuales son fornicación, impureza, lascivia, idolatría, magia, enemistades, discordia, celos,enojos, riñas, disensiones, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y cosassemejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que los que tales cosashacen, no serán herederos del reino de Dios".

"Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay ley". El hombre sigue a uno de estos dosprincipios oponiéndose al otro. Los que son "espirituales" no cometen estos erroresporque se mueven bajo el impulso del espíritu. Sin necesidad de una ley, con la plenalibertad de los hijos, el cristiano cumple toda la ley. Por eso san Pablo dirá a Timoteo (1Tim 1, 9-10) que para el justo no existe la ley. Y por ello, san Juan de la Cruz, en elfrontispicio de la Subida al monte Carmelo, ha escrito que, a partir de un cierto momento,ya no hay camino señalado para el justo porque para el justo no hay ley. El ya sabe lo quetiene que hacer. Lo sabe porque el Espíritu Santo está en él. Como la madre que sabe quées lo mejor para su hijo y, lejos de matarlo, lo cuidará, velará por él, se fatigará por su bien.Hará mucho más de lo que la ley preceptúa, porque lo ama. "La caridad es la plenitud de la

ley" (Rom 13, lo). Quien ama, sabe lo que tiene que hacer y, si ama de verdad, lo cumplirá.Será verdaderamente libre.

Espontáneamente surge una objeción a lo que llevamos dicho: ¿Por qué en elcristianismo existen leyes? ¿Por qué hay un Código de derecho canónico en la Iglesia? ¿Porqué el reglamento de los seminarios?

El mismo san Pablo habla de leyes que hay que cumplir. "Quienes tales cosas hacen, notendrán parte en el reino de Dios" (Gál 5, 21).

Hemos de decir que estas leyes constituyen una parte secundaria de la nueva ley. Yasanto Tomás decía que hay una parte principal y otra secundaria; son estos preceptos queno justifican, pero que pertenecen a la ley.

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Estas leyes externas son indispensables para aquellos que no están animados por elEspíritu: todos aquellos que no están en estado de gracia, los pecadores. Al carecer de esaluz, de esa inclinación interna, deben sustituirla por algo externo. Cumplirán o no la leyexterna, pero, al menos, violándola, podrán darse cuenta de que les falta ese impulsointerno. Estas leyes tendrán para el pecador la misma finalidad que la ley antigua tuvo,según san Pablo, para los judíos.

Las leyes externas son además de gran importancia para los justos. Porque un hombre,aun en estado de gracia, no posee en esta vida el Espíritu sino de una manera imperfecta.No posee la plenitud del Espíritu; no está totalmente libre del pecado y la carne; estásiempre en peligro de caer en sus dominios. En esta condición inestable, la ley externa,escrita, norma objetiva de la conducta moral, no puede justificar, pero puede ayudar a laconciencia, fácilmente oscurecida, a discernir sin equivoco posible las obras de la carne delfruto del Espíritu; a no confundir la inclinación de la propia naturaleza afectada por elpecado con la moción interior del Espíritu. Lo decíamos al hablar de la obediencia. Elcontrol de la autoridad tiene precisamente como fin el evitar que se tome una inspiración

personal errónea por una inspiración del Espíritu. La madre que ve sufrir a su hijo por unaenfermedad incurable puede pensar que quitarle la vida es hacerle un bien. La ley externaimpide, prohibiendo, confundir lo que es un bien con lo que tal vez puede ser egoísmo.

Por eso san Pablo recuerda que, junto a la gracia que es esencial y parte principal de laley nueva, hay también una parte secundaria pero utilísima, indispensable para el pecadory de gran importancia para el justo imperfecto, como somos todos. Así lo hace notar, porejemplo, Kierkegaard, contra Kant y Scheler, quienes defendían que el amor es libre y nodebe, por tanto, estar circunscrito a ninguna ley. Y por eso, la institución matrimonial vaen contra del amor. Si se obliga a amar, ya no se ama.

Esto es una ilusión. El amor conyugal, por ejemplo, es definitivo: "Te amo para siempre",puede decir un joven a una joven, pero esta frase puede ser falsa, porque el muchachoconoce tan sólo su amor en este momento. No sabe lo que puede pasar después. El hombrees contingente y, precisamente para poder decir "te amo para siempre", él se obliga, aceptauna institución social para salvaguardar su amor. El amor humano experimenta lanecesidad de atarse y así librarse de su contingencia, al menos en parte. Para un católico,el matrimonio no es sólo una institución humana, es un sacramento. Un joven y una jovense pueden comprometer mutuamente mediante un "sí", porque no sólo se apoyan en suamor, sino en la gracia de Dios.

En la ordenación de subdiácono se acepta el precepto de la castidad. El que la acepta, havisto que para responder a esta llamada de Dios debe renunciar a tener mujer e hijos, paraconsagrarse completamente a Dios. Hoy se encuentra en esta situación de entrega total.Pero, ¿qué pasará mañana? El aceptar esta obligación es precisamente para salvaguardareste amor, no para obstaculizarlo. Y es el mismo significado de los votos en las órdenesreligiosas. A este amor, de suyo contingente, por ser humano, se le da un carácter de algoeterno.

Repitamos la consecuencia que se sigue de todo lo dicho: la ley externa tiene como finproteger la ley interna, permitir que se desarrolle. Lo explica santo Tomás con gran

claridad en el tratado De Nova Lege [72]  donde empieza preguntándose si la ley nuevadebe preceptuar o prohibir algunos actos exteriores. Es exactamente nuestro problema. Y

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comienza recordando el principio de que lo principal de la nueva ley es la gracia delEspíritu Santo que se manifiesta en la fe que obra por amor. Gracia que nos vino por Cristohecho hombre, lleno él de gracia y fuente de la misma para nosotros. Y los actos, continúadiciendo, que la ley impondrá no serán otros que aquellos por los cuales esta gracia se noscomunica; es decir, aquellos que tengan alguna relación con ella, por ejemplo lossacramentos o los actos externos producidos por el instinto de la gracia.

Lo esencial es lo interior, y las determinaciones externas tienen como fin ayudar a que seejercite la ley interna. Los papas, por ejemplo, denuncian la injusticia social porque ésta esincompatible con el amor cristiano que debería ser la actitud fundamental de lasrelaciones entre los hombres.

La consecuencia es que una observancia puramente externa no tiene ningún valor. A losumo, meramente social. Quien recita el breviario sin rezar, tiene la ilusión de habercumplido la ley, pero ¿puede decirse que en realidad la observó? Un misionero del África

meridional contaba el siguiente caso: una señora se confesaba de haber faltado a misa undía. El misionero recordó haberla visto precisamente ese día en el templo, y así se lo dijo."Sí –contestó ella-, pero ese día la misa se celebraba en un idioma que no entiendo". Paraella, el oír la misa no era solamente estar presente sino participar en el sacrificio.Empeñarse completamente en el acto supremo de amor de Cristo sin amar, no es observarla ley.

Quien tiene espíritu de oración, de piedad, reza. El que tiene espíritu de penitencia,cumple con todas las obligaciones al respecto. La Iglesia puede dispensar de tal o cual actoconcreto, pero no del espíritu, de la actitud interior.

Cuando decimos que la ley externa debe estar sometida a la ley interna, no queremosdecir que cada uno puede determinar la conveniencia de aquélla.

Vivimos en sociedad y al legislador incumbe la responsabilidad de cambiarla cuando éstano sirve para su fin. El súbdito puede y debe advertir al superior e informarle de talsituación.

Es muy importante educar a los fieles en el fin que tienen las leyes, para que puedanobservarlas de verdad. Entonces ellos evitarán el mal por ser mal, como decía santoTomás. Y esto mismo se ha de conseguir en nuestra vida de comunidad o de relaciones conlos que nos rodean.

Generalmente, en el Nuevo Testamento no existen muchas indicaciones particulares. SanPablo nos da la verdadera norma objetiva que no será una serie de preceptos sino unaactitud radical para imitar a Cristo: "Imitad a Dios como Cristo que nos amó..." (Ef 5, 1)."Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).

Esto es lo que hay que preguntarse siempre: ¿qué es lo que hubiera hecho Cristo en mi

caso concreto? ¿Qué me pide en este momento? Aprenderemos de su paciencia; de sucapacidad de perdón. Mirar a Cristo, examinarlo, según la bella expresión del P. de

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Foucauld en sus Escritos espirituales, quien hacía hablar así a Cristo: "Tu regla, seguirme,hacer aquello que yo haga. Pregúntate en cada caso: ¿qué habría hecho nuestro Señor?Aquí está tu única regla, pero es tu regla absoluta".[73] 

He aquí la libertad del cristiano, su ideal, porque en esto consiste el amor. "Vosotros,hermanos, habéis sido llamados a la libertad" dice san Pablo al final de la carta a losgálatas (Gál 5, 13).

Pero para que la libertad no sea una ocasión de servir a la carne servíos unos a otros. Esteservicio no es esclavitud, porque es por el amor  que infunde el Espíritu, que es la nuevaley.

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13

QUIEN AMA, HA CUMPLIDO LA LEY

No tengáis otra deuda con nadie que

la de amaros unos a otros, porque

quien ama al prójimo ha cumplido la

ley (Rom 13, 8).

Vamos a hablar en este capítulo de otra de las consecuencias más importantes de la leynueva. Cuando san Pablo habla del espíritu, que nos libró de la ley del pecado y de lamuerte, dice: "Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamossegún la carne, sino según el espíritu" (Rom 8, 1 s.). Es importante notar que el apóstolemplea la forma pasiva se cumpla. No se trata de un mero capricho del lenguaje, sino queesta construcción persigue un fin muy preciso: quiere demostrar que es la actividad delEspíritu la que obra en nosotros estos preceptos. Y el término que emplea, plerozé , nosignifica una simple observancia, sino que encierra la idea de "observar con plenitud".

La Vulgata, por su parte, traduce justificationes legis, en plural. Pero san Pablo utilizaintencionadamente el singular, porque para él todos los preceptos se reducen o estánsintetizados en uno: "Quien ama al prójimo, ha cumplido la ley. Pues no adulterarás, nomatarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume:amarás al prójimo como a ti mismo. El amor no obra el mal del prójimo, pues el amor es elcumplimiento de la ley" (Rom 13, 9-10). El amor al prójimo es, pues, la plenitud total de laley.

En su carta a los gálatas había expuesto ya la misma idea: "Porque toda la ley se resumeen este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5, 14).

Esta misma doctrina de un amor excepcional, llevado hasta las últimas consecuencias,hasta dar la vida por los demás, la encontramos también en san Juan, en el contexto de lapasión y de la institución de la eucaristía: "Un precepto nuevo os doy (para la nuevaalianza): que os améis los unos a los otros; corno yo os he amado (nos señala el modelo denuestro amor fraterno) así amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois misdiscípulos: si tenéis caridad unos para con otros" (Jn 13, 34-36).

Como se ve, esta doctrina tiene una importancia fundamental. Nos lo confirma tambiénel testimonio claro de los sinópticos. San Mateo, por ejemplo, dice: "Por eso, cuantoquisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos" (Mt 7, 12). Una

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regla muy sencilla para saber cuál debe ser nuestro comportamiento con los demás; cuáldebe ser la actitud propia del seguidor de Cristo, porque esta es la ley y los profetas.Aunque no afirma explícitamente, como san Pablo, qué es la plenitud de la ley, la idea esidéntica. Y cuando habla del examen que han de sufrir los hombres en el juicio final, centrasu atención únicamente en el amor al prójimo (Mt 25, 31 s.). La actitud ante los demásdiferenciará a los buenos de los malos. Y es digno de notar que ya en este pasaje identificasan Mateo el amor de Dios con el amor del prójimo.

Apoyado en estos testimonios concluyentes, puede afirmar san Juan Crisóstomodirigiéndose a los fieles: "No se distingue hoy a los paganos de los cristianos sino en queéstos permanecen en la iglesia durante la misa de los fieles y los que no son cristianossalen fuera. Pero no es en el templo donde había que distinguirlos sino en la vida de cadauno”.[74] 

Y san Agustín, al comentar el salmo 121, dice refiriéndose al pasaje de san Pablo sobre la

caridad: "Entregar todo por los otros sin tener caridad, no sirve de nada. Teniendo, sinembargo, amor en el corazón, aunque no se haya dado más que un vaso de agua fresca, esdigno de recompensa como si se hubiera dado la mitad de los bienes, porque lo que cuentaes el amor y no las posibilidades de cada uno".[75] 

Y no hay que extrañarse de que la caridad sea el único precepto ya que el amor no es unprecepto como los demás. Es un principio de acción, un dinamismo interior y no unasimple norma externa. Por este motivo, el Concilio Vaticano II nos recuerda que el pueblomesiánico "tiene por ley el mandato del amor, como el mismo Cristo nos amó", y que está"constituido por Cristo en orden a la comunión de vida de caridad y de verdad".[76] 

Se puede objetar que nuestro Señor habla de dos preceptos. O que san Pablo, cuandodice que el amor al prójimo es la plenitud de la ley se olvida del amor a Dios.

Para responder a esta objeción será preciso examinar a fondo cómo presentan lossinópticos este doble precepto de la caridad. El pasaje, en el evangelio según san Marcos,dice así: "Se le acercó uno de los escribas que había escuchado la disputa, el cual, viendo lobien que había respondido, le preguntó: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?"(Mc 12, 28 s.). Para captar mejor la pregunta, debemos tener en cuenta que era frecuenteentre los rabinos buscar cuál de los numerosísimos preceptos de la ley -llegaron a ser 613-

era el más importante. "Jesús contestó: el primero es: escucha, Israel, el Señor, nuestroDios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma,con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento". Cristo no hahecho más que citar la profesión de fe que todo judío debía repetir dos veces al día,precedida de plegarias y bendiciones. Pero añade por su cuenta algo que el rabino no le hapreguntado: "El segundo es éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos nohay mandamiento alguno". Notemos que este segundo precepto se halla también en elAntiguo Testamento, pero nunca junto al anterior. Es aquí donde por primera vezaparecen uno junto al otro, al mismo nivel. Hay que notar además que el segundo esañadido por Cristo sin que el escriba se lo pida. Sin duda, el peligro de olvidarlo es muygrande.

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En el evangelio según san Mateo (Mt 22, 34 s.) se narra la escena de manera parecida:dos mandamientos semejantes, de los cuales penden la ley y los profetas.

En Lucas (Lc 10, 25 s.), la pregunta del doctor de la ley es diferente: "¿Qué haré paraalcanzar la vida eterna? Él (Cristo) le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Lecontestó diciendo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, contodas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo". No hay ya aquí, comoen los otros sinópticos, dos mandamientos semejantes, sino uno que abarca el amor deDios y del prójimo. Tenemos al hombre elevado al nivel de Dios. En esto consisteprecisamente la ley nueva: en asimilar el amor al prójimo al amor de Dios. Y, acontinuación; san Lucas tiene un pasaje explicativo claro en la parábola del buensamaritano.

El P. Spicq hace notar que existe cierta diferencia entre la doctrina de los sinópticos y laprimera carta de san Juan (1 Jn 3, 23): "Y su precepto es que creamos en el nombre de su

Hijo Jesucristo y nos amemos mutuamente conforme al mandamiento que nos dio". SanJuan propondría, según Spicq, en un solo precepto lo que los sinópticos ponen en dos.

Yo creo que san Juan propone también dos preceptos, o mejor, un precepto con dobleobjeto. Lo que ocurre es que, en vez de decir: Amarás a Dios, dice que creamos en elnombre de su Hijo Jesucristo. Dos preceptos: uno que habla de creer en el Hijo de Dios, quenos orienta a Dios; y otro amarse mutuamente, que nos orienta hacia el prójimo. La fe y lacaridad. Fe con relación a Dios y caridad con relación al prójimo.

Esta concepción se encuentra también en san Pablo. El ágape, en Pablo, significa el amor

de Dios al hombre o del hombre al prójimo. Nunca significa el amor del hombre a Dios. Fey caridad se citan siempre juntas y, a veces, san Pablo da a entender explícitamente que lafe se refiere a Dios y la caridad marca la actitud para con el prójimo.

Bastará con citar algunos pasajes de sus cartas, en los que se puede ver claramente estadistinción (2 Tes 1, 3): "Hemos de dar a Dios gracias incesantes por vosotros, hermanos, yes esto muy justo, porque se acrecienta en gran manera vuestra fe y va en progresovuestra mutua caridad".

"Incesantemente damos gracias a Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, en nuestrasoraciones por vosotros; pues hemos sabido de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridadque tenéis hacia todos los santos" (Col 1, 3).

"Por lo cual yo también, conocedor de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridadpara con todos los santos..." (Ef 1, 15).

Es la misma idea que repite en aquella famosa fórmula suya en la que dice que todareligión consiste "en la fe que obra por el amor" (Gál 5, 6). Es decir, que es la vida divinaque hemos recibido por la fe y debe ejercitarse por la caridad.

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San Juan expresa estas mismas ideas (Jn 3, 6). Es de advertir que tampoco en Juan lapalabra agápe significa el amor del hombre o. Dios, si no es en un pasaje (1 Jn 4, 21) dondequiere responder a una dificultad: "Y nosotros tenemos de él este precepto: que quien ama("o ágapón" ) a Dios ame también a su hermano". Una simple lectura de las cartas de sanPablo nos haría ver la importancia que en todas ellas da al amor al prójimo. Todas lasdemás virtudes, según él, están ordenadas a la caridad. Habla, por ejemplo, dela humildad, y razona así: "sabremos amar eficazmente a nuestros hermanos, es decir,servirles, si estimamos humildemente que ellos son superiores a nosotros" (Fil 9, 3). Lamisma idea encontramos en la carta a los romanos (Rom 12, 13 s.). Para poder ponerse alservicio de la comunidad, de la cual todos somos miembros, el cristiano debe ante tododespojarse de sus pretensiones, no pensando ser superior a los demás. Jesucristo empezóarrodillándose ante los apóstoles. Sin esta verdadera humildad, no hay amor posible.

El lujurioso ha sido con frecuencia comparado al avaro y, en realidad, son dos posturasmuy semejantes: tanto el uno como el otro tratan al prójimo como si fuera un instrumento;instrumento al servicio de sus riquezas o de su placer. Se sirven del prójimo en lugar de

servirle. Es la postura contraria a la del cristiano.

San Pablo, en la carta a los fieles de Éfeso (Ef 4, 28), dice: "El que robaba, ya no robe;antes bien, afánese trabajando con sus manos en algo de provecho de que poder dar al quetiene necesidad". Es lo que dice también a los obispos y presbíteros de Éfeso (Hech 20, 34-35): "Vosotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan, hansuministrado estas manos. En todo os he dado ejemplo mostrándoos cómo, trabajando así,socorráis a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús que él mismo dijo:Mejor es dar que recibir".

En las cartas pastorales, insiste en la pureza de la doctrina; pero también esta insistenciaen la pureza de la doctrina está ordenada al amor: si se insiste en no enseñar doctrinasextrañas, en no entregarse a las fábulas, es para que se practique una auténtica caridadque nace de un corazón puro, de una recta conciencia y de una fe sincera (1 Tim 1, 3-5).Todos los preceptos de la vida cristiana, así como esta misma vida, están orientados haciala caridad. Y no es extraño, pues la vida de Dios es una vida de caridad, porque Dios esamor. Por consiguiente, si el hombre ha sido creado a imagen de Dios, será hombre en lamedida en que se asemeje a Dios, y consiguientemente, en la medida en que sea amor. Esun ser esencialmente abierto al otro, un ser que dice orden al otro, a semejanza de laspersonas de la santísima Trinidad, cuya realidad es ser a otro, ser persona ordenada aotro. El Concilio Vaticano II nos expone esta doctrina, que es fundamental, con claridad

meridiana: "El amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento. Lasagrada

Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo". Yunas líneas más adelante: "El Señor... sugiere una cierta semejanza entre la unión de laspersonas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad. Esta semejanzademuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, nopuede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a losdemás".[77] 

Pero si queremos saber con precisión qué entiende san Pablo por amor, ningún texto nos

lo dirá más claramente que el himno al amor en su primera carta a la iglesia de Corinto.Bastará un ligero examen para convencerse.

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La caridad es paciente (1 Cor 13, 4-7). San Pablo conoce la importancia de este aspectode nuestra vida de caridad: soportar, sufrir. Y es uno de los atributos de Dios, según laBiblia. Es "lento a la cólera", a pesar de que trata con un pueblo de "dura cerviz" (Ex 34, 6).

La caridad es benigna (Is 48, 9). La palabra griega jresteuetai puede traducirse tambiénpor ser servicial, y así la traduce la Bible de Jérusalem. No se trata únicamente de servir atodos, sino principalmente de tener una actitud que permita a los demás, en cualquiermomento, servirse de nosotros.

La caridad no es envidiosa, porque quiere el bien del otro. Como una madre que no sufre,sino que goza al ver las buenas cualidades de su hijo. Un niño me preguntaba: "¿Cómopodremos ser felices en el cielo al ver santos más felices que nosotros?" Mucho mejor,porque nuestra alegría aumentará al ver a todos más gloriosos que nosotros.

La caridad no es jactanciosa (Rom 12, 27). Los padres griegos interpretaron: no seavergüenza. El cristiano no sólo no devuelve mal por mal sino que vence al mal con el bien.Insultado, bendice; perseguido, soporta. Según los paganos, tal hombre debíaavergonzarse; era tenido por débil. El magnánimo, para Aristóteles, era el que nosoportaba, no pasaba por débil.[78] 

La caridad no se hincha, es esencialmente desinteresada, a semejanza de la caridad deDios. Algunos copistas añadieron la negación griega mé  haciendo referir la caridad a lajusticia: "La caridad no busca lo que no le pertenece". Fórmula, por otra parte

perfectamente ortodoxa, pues la caridad supone la justicia y la supera.

La caridad no se irrita, no obra bajo impulsos irreflexivos, no dejando que "el sol seponga sobre nuestra cólera" (Ef 4, 26).

La candad no piensa mal, no tiene cuenta de él. Sabe olvidar el mal que otros leinfligieron, como el padre del hijo pródigo.

La caridad no se goza con la injusticia, con la dificultad, con el problema de los demás. El

que ama no puede alegrarse con la desgracia de la persona amada. Antes bien (cosa que esaún más difícil, como hace notar san Juan Crisóstomo) "se alegra en la verdad", allí dondeencuentra la verdad, aunque sea en los enemigos.

Todo lo excusa. Sin cerrar los ojos ante los defectos del prójimo, sabe que éstos puedenser causa de cualidades mayores.

La caridad todo lo cree, su reacción espontánea no es desconfiar; antes, al contrario, dacrédito, confía en los demás aun antes de saber si lo merecen. Y permanece optimista parael futuro; todo lo espera, desde el momento que sabe que el más miserable de los hombres,

cuando es amado por Dios, hasta entregar su Hijo a la muerte por él, tiene en síposibilidades increíbles de bien. Y su esperanza lo soporta todo esperando.

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La actitud de caridad es la de aquella joven que, habiendo obtenido respuesta de suconfesor para poder ofrecer la comunión un día a la semana por sí misma, arguyó: Unacosa que no sea totalmente por los demás, ¿será buena? Era un alma totalmente entregadaal prójimo. Había entendido qué era amar.

Esto es lo que san Pablo quiere decir al afirmar que toda la ley está contenida en esteprecepto: Amarás al prójimo como a ti mismo.

Y sólo el Espíritu, la ley del Espíritu, el Espíritu de amor, es capaz de hacernos amar alprójimo de este modo. Como dice santo Tomás: "El Espíritu obra en vosotros el amor". Esdecir, nos da capacidad de observar verdaderamente la ley.[79] 

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14

LA MAYOR ES LA CARIDAD

La mayor de ellas es la caridad

(1Cor13,13).

En el capítulo anterior hemos visto que la caridad es el precepto que comprende a todoslos otros; la única señal, según el decir de Cristo, para distinguir al cristiano del que no loes y el barómetro, diré, mediante el que se puede saber en qué medida se es discípulo deCristo. En la caridad de sus miembros se podrá advertir el nivel cristiano de una parroquia

y de una diócesis.

Ahora bien, es evidente que san Pablo, en el himno a la caridad, que comentamos al finaldel capítulo anterior, habla de la caridad teologal. La pone al mismo nivel de la fe y de laesperanza. Más aún, la caridad está por encima de ellas: "Ahora subsisten fe, esperanza ycaridad, ésas tres; mas la mayor de ellas es la caridad" (1 Cor 13, 13). Evidentemente setrata de una misma caridad en los dos miembros de la frase.

Vamos a examinar ahora, a la luz del Nuevo Testamento, cómo esta caridad para con elprójimo es una virtud teologal; una virtud que nos une inmediatamente con Dios, según ladefinición de virtud teologal que nos da santo Tomás cuando comenta el versículo de lacarta a los corintios que hemos citado, y que recoge también el P. Vignon en su tratado devirtudes.[80] 

Y creo que no es difícil ver cómo este amor al prójimo es un amor que nos uneinmediatamente a Dios.

La caridad para con el prójimo, aun bajo su aspecto externo, es una imitación del amorde Dios al hombre, que se le comunicó a Cristo; y, al mismo tiempo, del amor de Cristo a

los hombres, que es, como hemos notado antes, una participación del amor de Dios Padre.Esta doctrina la encontramos en las fórmulas ya citadas, como también en el siguientepasaje: "Toda amargura, cólera, ira, griterío, maledicencia, destiérrese lejos de vosotroscon todo género de malicia. Sed más bien los unos con los otros benignos,entrañablemente compasivos, perdonándoos recíprocamente, así como Dios en Cristo osperdonó a vosotros. Haceos, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y caminad enel amor, así como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda yvíctima de Dios en fragancia de suavidad" (Ef 4, 31-32; 5, 1-2).

El momento supremo de Cristo, en el que nos salva, es aquel en que realiza este actosupremo de amor. San Pablo se dirige aquí a todos los cristianos y nos señala cuál debe ser

el modelo de nuestra vida.

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Hablando a los esposos, repite la misma idea: ,,Los varones amad a vuestras esposascomo Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5, 25). Se trataevidentemente de un amor teologal, pues no hay mayor amor teologal que el de Cristo a suIglesia. Este mismo amor debe unir también a los esposos y manifestarse en todos los

momentos de su vida en común.

"Si hay alguna consolación en Cristo, si algún solaz de caridad, si alguna comunión deespíritu, si algunas entrañas y ternuras de misericordia, colmad mi gozo, de suerte quesintáis una misma cosa, teniendo una misma caridad, siendo una sola alma, aspirando auna sola cosa; nada por rivalidad ni por vanagloria, antes bien por la humildad, estimandolos unos a los otros como superiores a sí, mirando cada cual no por sus propias ventajas,sino también por las de los otros".

"Tened en vosotros estos mismos sentimientos, los mismos que en Cristo Jesús, el cual,subsistiendo en la forma de Dios, no consideró como una presa arrebatada el ser igual aDios, antes se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho a semejanza de loshombres; y, presentándose como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta lamuerte y muerte de cruz" (Fil 2, 1-8).

"Cada uno de nosotros trate de complacer al prójimo... (y da la única razón); puesto queCristo no trató de complacerse a sí mismo" (Rom 15, 2).

Lo dice también san Juan en el evangelio: "Ejemplo os di para que como yo hice con

vosotros así hagáis vosotros" (Jn 13, 15). "Un nuevo mandamiento os doy: que os améisunos a otros como yo os amé" (Jn 13, 34).

Por eso, no hay que maravillarse si las cualidades del amor al prójimo son las mismasque las del amor de Dios a los hombres. Lo que manifiesta mejor el amor de Dios alhombre es que Cristo ha muerto por nosotros cuando éramos enemigos: "Murió por losimpíos..." (Rom 5, 6). Cuando aún éramos pecadores. Por consiguiente, el amor auténtico alprójimo será el amor a los enemigos, porque ahí está el desinterés total.

Pero imitar a Dios no es como imitar a un santo. Este es un ejemplo externo, exterior a

nosotros mismos. Dios, en cambio, como dice san Agustín, es "interior a nosotros más quenosotros mismos". No se trata pues de imitar los gestos externos de Cristo, sinoprincipalmente sus sentimientos, sus actitudes. "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quienvive en mí..." (Gál 2, 20). No se trata solamente de una imitación, sino que es unaparticipación del amor, de la vida misma de Cristo, que vive en nosotros. Igual que sanPablo dice: vive en mí Cristo, deberíamos decir: ama en mí Cristo. Y esto no es sólo unamanera de hablar. Ved lo que san Juan dice al final de la oración sacerdotal: "Y yo lesmanifesté tu nombre (no sólo una manifestación externa del nombre sino la sustanciamisma de Dios) y se lo manifestaré para que el amor con que me amaste sea en ellos y yoen ellos" (Jn 17, 26). El mismo amor que el Padre, desde toda la eternidad, tiene para conel Hijo, pide el Hijo que esté en nosotros hacia los demás, y no sólo que seamos objeto deese amor por parte de Dios. Esto es posible porque el Espíritu está en nosotros y él esprecisamente el amor del Padre hacia el Hijo.

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En esto consiste la unidad entre los cristianos: Y yo les he comunicado la gloria que túme has dado, para que sean uno como nosotros somos uno. Y esto es lo que constituirá elsigno ante el mundo, de la divinidad de Cristo, de su misión divina: "Para que conozca elmundo que tú me enviaste" (Jn 17, 22-23). En esto consiste la unidad, en esse ad alium,

totalmente ad alium. Esta es la unidad que Cristo puso como modelo de nuestra unidad.Como dice santo Tomás: "Así como (el hombre) participa de la ciencia divina por la fe;participa de la caridad divina mediante el amor".[81] 

Y san Gregorio Nacianceno, comentando el pasaje de la creación del hombre a imagen ysemejanza de Dios, habla del buen maestro que nos ha creado y, a diferencia del tiranocruel que nos ha causado la muerte, él nos ha dado la vida y nos llama a su herencia.[82] Élsabía que el ideal religioso del hombre griego era la divinización, huyendo de todocontacto con el mundo sensible de la materia, y liberándose, mediante el ejercicio de lainteligencia. A este ideal opone él el ideal cristiano, utilizando su mismo vocabulario:"Piensa, oh hombre divino, de quién eres tú la criatura... Imita pues la divina filantropía(este amor de Dios a los hombres que ha aparecido en Cristo). Nada hay más divino para elhombre como hacer el bien. Tienes la posibilidad de llegar a ser Dios sin gran fatiga. Nodejes pasar esta ocasión de divinizarte". El ideal griego hace huir de lo creado para llegar ala divinización. Según el ideal religioso cristiano, para llegar a ella, no se debe huir sino quese proclama, como medio, el contacto con el mundo, con la materia, con todos los hombres.El amor al prójimo ha sido elevado al nivel del amor a Dios. Amar al prójimo por amor deDios significa que el prójimo que amamos es él. Le amamos con el amor que él lo ama. YDios no ama por la perfección, por lo que hay en el hombre de bueno. ¿Qué hay en elhombre? Dios ama y crea. Y, en cierto sentido, también nuestro amor al prójimo escreador, porque no amamos para sacar provecho, como Dios no nos ama para sacarprovecho de nosotros. Dios ama para dar, y por eso al pecador lo ama más porque tiene

más necesidad. Así nuestro amor ha de ser más grande para los que tienen más necesidad.

En un discurso a la FAO, hablando de esta caridad que ha de ser universal, desinteresada,exigente hasta el sacrificio, que no puede radicar sino en el amor que Dios tiene al hombre,Pío XII añadía que este amor del hombre a su prójimo expresa visiblemente el amor deDios hacia nosotros. El mundo sabrá que Dios es amor y comprenderá qué es amar cuandovea a los cristianos amarse.[83] 

Podemos ir más lejos y demostrar cómo Dios no es solamente lo que los escolásticosllaman objeto formal de nuestro amor al prójimo, si bien, ya en este sentido, el amor es

caridad teologal.

Dios es también el objeto material. Ya lo dijo Cristo: "Lo que hicisteis con uno de éstos,conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). Cristo, que es Dios, se hace hombre y está en todohombre. Por consiguiente, Dios está en cada uno de nuestros prójimos. Lo que hacemos aéstos, a él se lo hacemos. Esta es también la doctrina del cuerpo místico: todos los hombresestán destinados a la unión con Cristo, y son uno en Cristo. "No hay ya judío ni gentil, nohay esclavo ni libre, no hay varón ni hembra, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús"(Gál 3, 28).

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Santo Tomás no duda en hablar de una como persona mística, cuya unidad supera launidad física. Esta doctrina está en el centro de la teología de san Pablo y consagra ladignidad del hombre, que constituye el núcleo de la doctrina cristiana.

Por esta razón, la Iglesia no puede aceptar que se oprima, se insulte o se mutile a lapersona humana. Y la defenderá contra todos los sistemas comunistas, capitalistas ototalitarios, que la nieguen o le limiten sus derechos fundamentales. La injusticia contra elhombre es una injusticia contra Cristo mismo y contra Dios. Y el último motivo no radica nien la posición social ni en la autoridad de tal persona concreta, sino en su misma condiciónde persona. El tema del hombre hijo de Dios, y del respeto que merece, lo encontramos, dealguna forma, en todos los documentos del Concilio Vaticano II. La importancia que le hanconcedido los padres conciliares no deja lugar a dudas. Pero nos limitaremos a haceralguna cita:

"Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los

bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos...

La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad paraconocer y amar a su creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la enteracreación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios".[84] 

"Cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones,las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena;cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, lasdetenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas

y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango demero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la personahumana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan lacivilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmentecontrarias al honor debido al

Creador".[85] 

En la historia de Blas Pascal se cuent a[86] que, estando enfermo y no pudiendocomulgar por

prescripción facultativa, manifestó el deseo de que, ya que no podía comulgar con lacabeza, quería comulgar con los miembros. Por ello, quiso tener en su casa un enfermopobre, a quien se le debía cuidar de la misma manera que a él. Hay en esta actitud algoprofundamente cierto.

Y "una injusticia cometida contra cualquier hombre es una bofetada que golpea la carade Cristo".[87] 

Vimos ya cómo la relación habitual del hombre para con Dios está profundamenteexpresada en el acto de fe, según la doctrina del Antiguo y del Nuevo Testamento una feplena que corresponde a lo que nosotros llamamos amor a Dios.

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Mediante la encarnación podemos entender que el amor a Dios no es sólo unacontemplación o admiración; sino amor en el verdadero sentido de la palabra, amorauténtico, humano, psicológico: querer bien, dar, comunicarse.

San Ignacio tiene una meditación bellísima que él llama "meditación para alcanzaramor",[88] y explica que el amor auténtico, de amistad, es el que consiste en el mutuointercambio. Naturalmente, este intercambio parece imposible en relación con Dios. Elhombre no puede darle nada. Él lo tiene todo. Y sabemos que la alegría está más en darque en recibir. ¿Es posible esta alegría para el hombre?

Dios se ha hecho hombre, ha querido tener necesidad de los hombres. Recibió de unafamilia la educación, el alimento. Pidió un poco de agua a la samaritana, pidió consuelo asus íntimos en su agonía. Y Cristo, al obrar así, no hacía teatro.

Es cierto -y estamos acostumbrados a verlo así de ordinario- que la encarnación deCristo consiste en tomar una naturaleza humana concreta. Pero el gran especialista delmisterio de la encarnación, san León Magno, en su sermón 63, se expresa así: "No hayduda, queridísimos, que la naturaleza humana en toda su conexión ha sido asumida por elHijo de Dios, de tal manera que no sólo en el hombre que es hijo primogénito de todacriatura, sino en todos sus santos, uno y el mismo sea Cristo".

Quizá no estemos acostumbrados a considerarlo bajo este aspecto. Cristo ha asumido atoda la humanidad y este es el fundamento del ...a mí me lo hicisteis.

El mismo san León no duda en comparar y poner al mismo nivel las dos presencias deCristo: la presencia eucarística y su presencia en el hombre. En su sermón 91, dice:"Verdadero Dios y verdadero hombre, Cristo es uno, rico en sus riquezas (en los bienesque da en la eucaristía), pobre en nuestras miserias, recibiendo nuestras ofrendas (cuandovestimos a los pobres) y distribuyendo sus dones, partícipe de nuestra condición mortal ydando la vida a los muertos". Lo mismo expresaban otros muchos padres. No intentabahacer retórica san Juan Crisóstomo[89] cuando pronunciaba estas palabras en cierto modoescandalosas: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo olvides cuando está desnudo. Nodebes honrarlo aquí con telas de seda para olvidarlo fuera, donde padece frío y desnudez.Porque el que ha dicho: este es mi cuerpo, es el mismo que ha dicho: me habéis vistohambriento y no me habéis dado de comer, y, en la medida que lo habéis hecho con estos

pequeños, mis hermanos, conmigo lo hicisteis... ¿Qué utilidad hay en que la mesa de Cristoesté llena de copas de oro, cuando él muere de hambre? Empieza por saciar al hambrientoy, después, con lo que te sobre, adorna también su mesa. Al adornar la casa, debes tenercuidado de no olvidar a tu hermano afligido, porque este templo (el hombre) es másprecioso que aquél". Y explica: "Este altar (el constituido por los propios miembros deCristo) es más augusto que aquél (el altar del Antiguo y Nuevo Testamento donde seofrece el sacrificio). El primero, en efecto, es digno de veneración por razón de la víctimaque ofreces en él; el segundo, porque está construido por la víctima misma; el primero,porque siendo todo de piedra, está consagrado por el cuerpo de Cristo que recibe; elsegundo, porque él es el cuerpo de Cristo. Además, este altar te es posible contemplarlopor todas partes, en las calles y sobre las plazas, y en cualquier momento puedes celebraren él el sacrificio". Y explica también cómo los dos preceptos son uno, y cómo el segundo

es en realidad el medio auténtico de observar el primero. De esta manera podemos en

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verdad amar a Dios, darle algo. Este es, para san Pablo, el culto por excelencia, espiritual,en oposición a los sacrificios de la antigua ley.

La controversia entre moral antropocéntrica o teocéntrica no tiene sentido en san Pablo,pues la moral es teocéntrica porque es antropocéntrica; ya que el prójimo es elintermediario para llegar a Dios. Toda acción orientada al bien del hombre, a la realizaciónde su destino, a su retomo al Padre, no puede no estar orientada al bien de Dios. Y así sanPablo presenta el apostolado como un sacerdocio. El apóstol, continuador de la obra deCristo, es el sacerdote del único y grande sacrificio, a través del cual Cristo lleva a cabo lavuelta de la humanidad a Dios. Verdadero holocausto donde, en lugar del pálido símbolodel ofrecimiento de víctimas convertidas en humo que sube hasta Dios, viene a colocarse laofrenda de la humanidad misma muerta con Cristo para resucitar con él. "Santificada en elEspíritu Santo, vive en él una vida auténticamente divina", dirá san Pablo en la carta a losromanos (Rom 15, 16).

Veamos ahora cómo el sacrificio eucarístico es un medio de este apostolado. Porque,según el Nuevo Testamento, es a la vez la expresión y la fuente de la caridad. Si no haycomunión, koinonía, no hay posibilidad de sacrificio eucarístico auténtico.

Santo Tomás[90] se pregunta por qué llamamos a la eucaristía "comunión" (synaxis) yexplica: "Por todos los sacramentos los fieles se comunican, que es lo que significa estenombre synaxis en griego o communio en latín". Pero si esto es cierto de todos lossacramentos, lo es por antonomasia de la eucaristía. Y por eso se llama communio(synaxis). Por eso, continúa santo Tomás, "como al bautismo se le llama sacramento de lafe, a la eucaristía se le llama sacramento de la caridad". Para que haya bautismo esnecesaria la fe, en el adulto, y sin ella el sacramento no existe. Así, para que haya

eucaristía, es necesaria la caridad.

Y Pío XI recordaba estas mismas ideas en su encíclica Miserentissimus Redemptor .

Este es el sacrificio de la misa, de la eucaristía. Unión de sacerdote y fieles que viven estavida de caridad, participan de ella y no pueden dejar de ejercitarla.

Este es el don que Dios dio a la humanidad. Esta es la explicación del precepto dominicalde la Iglesia: participar semanalmente en la celebración de la eucaristía será orientar lavida hacia la caridad, amar en el verdadero sentido de la palabra. No sólo al prójimo sinotambién a Dios en él.

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15

LLEVADOS POR EL ESPIRITU

Pues cuantos son llevados por el

Espíritu de Dios, éstos son hijos de

Dios (Rom 8, 14).

Todo el capítulo 8 de la carta a los romanos está dedicado a describir la vida del cristianoguiada por el Espíritu Santo. Ser hijo de Dios significa ser guiado, llevado por el Espíritu.

Hablábamos en el capítulo 9 de la obediencia a nuestros superiores. Dios nos conduce através de ella; pero esto no sustituye la acción personal del Espíritu Santo. Hemos vistoque los grandes movimientos de la Iglesia proceden con frecuencia del interior, de abajoarriba. Ya cité la frase del P. Y. de Montcheuil: "Una empresa, para ser verdaderamentecristiana, debe provenir de un impulso del Espíritu Santo".[91] De lo contrario, puede serempresa humana, no necesariamente mala, pero no tiene un valor cristiano como tal. Sercristiano es ser guiado por el Espíritu.

Esto tiene una importancia capital para los que se dedican al apostolado.

Los Hechos de los apóstoles, ese breviario del hombre apostólico, nos hacen comprenderesta idea: cómo el Espíritu Santo ha dirigido la Iglesia desde el principio:

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y (sólo después deesto) seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta los confines delmundo" (Hech 1, 8).

"Y perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la

fracción del pan y en las oraciones" (Hech 2, 42). La Vulgata traduce: in communicatione fractionis panis, pero, en el original, hay cuatro elementos esenciales: doctrina de losapóstoles ( fides ex auditu); comunidad, unidad (koinonia); fracción del pan (cultoespecíficamente cristiano que viene después de la koinonia para demostrar que lo uno esefecto de lo otro), y la oración.

Efecto de la venida del Espíritu no sólo son los carismas, sino la transformación de lavida cristiana que, hemos dicho ya, consiste en una koinonia, en una unidad.

"Y habiendo acabado su oración, retembló el lugar en que se hallaban reunidos, yquedaron todos llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con osada libertad"(Hech 4, 31). "La multitud de los que creyeron tenía un solo corazón y una sola alma y

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ninguno decía ser propia cosa alguna de las que poseía, sino que para ellos todo eracomún" (v. 32). He aquí los efectos del Espíritu.

La misma idea se ve claramente en el concilio de Jerusalén: "Pareció bien (edoxen) alEspíritu Santo y a nosotros..." (Hech 15, 28). Tenían plena conciencia de que la decisión eratomada por el Espíritu y por ellos.

Y de manera más clara aún puede observarse en la vida apostólica de Pablo.

(Primera misión de san Pablo). "Y estando ellos celebrando el oficio en honor del Señor,y ayunando, dijo el Espíritu: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los hellamado" (Hech 13, 2). En la oración, el Espíritu les manifiesta su voluntad y son enviados."Entonces, después de haber ayunado y orado, y habiéndoles impuesto las manos, losdespidieron. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y desde allí se

hicieron a la vela hacia Chipre..." (Hech 13, 3-4).

(Segunda misión de san Pablo). El apóstol tiene intención de ir a evangelizar Éfeso, lacapital de la provincia romana de Asia. ¿Por qué no va? "Y atravesaron la Frigia y la regiónde Galacia, impedidos por el veto del Espíritu Santo de anunciar la palabra en el Asia"(Hech 16, 6). No sabemos cómo fue esta prohibición, pero san Pablo y el narrador, Lucas,están convencidos de ello, a pesar de que humanamente era más interesante evangelizarun punto tan estratégico como era Éfeso.

"Y como llegaron cerca de la Misia, intentaban dirigirse a la Bitinia (donde había grandes

ciudades) y no se lo consintió el Espíritu de Jesús" (Hech 16, 7). "Y dejando a un lado laMisia, bajaron a Tróade. Y una visión durante la noche se le mostró a Pablo: un hombremacedonio estaba allí, de pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y socórrenos" (Hech16, 8 s.). Y esta fue la razón por la que Pablo viene a Europa.

El Espíritu Santo, pues, por medios diversos, en diversas ocasiones, conduce a Pablo, yasí se lo dice él, en un discurso, a los presbíteros de Éfeso: "Y ahora he aquí que, atado yode pies y manos por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que en ella va asobrevenirme; si no es que el Espíritu Santo en cada ciudad me testifica diciendo que meaguardan prisiones y tribulaciones" (Hech 20, 22-23).

San Pablo, el primero de los apóstoles, el modelo de todos, es esencialmente un hombre"atado por el Espíritu". Lo que es verdad de Pablo, debe aplicarse también a todos losapóstoles y sacerdotes.

¿Y por qué ha de ser esto así? ¿Por qué el apóstol debe ser conducido por el Espíritu?¿Por qué no le basta su inteligencia, su buen sentido?

Porque Dios no dirige el mundo como lo dirigiría un hombre. Si un hombre hubiera

marcado al redentor el camino a seguir, ni el hombre más agudo hubiera marcado un

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camino parecido al que recorrió. "Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte"(1 Cor 1, 27). Nunca hubiéramos hecho nacer a Cristo en una cueva, ni morir en una cruz.

La vida de Cristo nos da un ejemplo de cómo también él es conducido por el Espíritu.

Después del bautismo en el Jordán, es conducido por el Espíritu al desierto para sertentado por Satanás. Estas tentaciones quieren hacer apartarse a Jesús del camino trazadopor el Padre. El demonio propone a Cristo la idea de un mesianismo temporal y político, deopulencia y de gloria, de poder humano. No le propone, como tampoco a Eva, algo malodesde el principio: la conversión de las piedras en pan es algo legítimo, pues Cristo tieneese poder. Propone asimismo un gran espectáculo: échate de aquí a abajo. Ese es el Mesíasque los judíos esperaban, venido del cielo. Pero, como cuenta Flavio Josefo acerca deTeudas, quien se llevó una gran turba persuadida de que podía dividir las aguas del Jordán,estos son los procedimientos de los falsos mesías. Jesús obra de muy distinta manera: nosólo de pan vive el hombre.

Esta tentación se prolongó durante toda su vida: "Maestro, queremos ver de ti una señal"(Mt 11, 38-39). Aquellos escribas y fariseos pedían una señal de este género y Cristo lescontesta: "Una generación perversa y adúltera reclama una señal y otra señal no se le darásino la señal de Jonás el profeta": la muerte y la resurrección. La muerte que constituirá unescándalo, y la resurrección a la cual ninguno estuvo presente como testigo de la misma.

Cuando Cristo obra la multiplicación de los panes y empiezan a aclamarle como mesías,él huye al monte (Jn 6). Y en vez del maná, les ofrece su cuerpo y sangre, de lo que muchosse escandalizan y le abandonan. Por primera vez aquí habla el evangelio de un traidor, y es

fácil que Judas se sintiera defraudado en esta ocasión.

Muchas veces son los mismos apóstoles los intermediarios de esta tentación:

"Y aconteció que, cuando se cumplían los días de su partida de este mundo (fórmulasolemne), tomó Jesús la firme resolución de encaminarse a Jerusalén. Y envió mensajerosdelante de sí. Y, puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para disponerlealojamiento. Y no le acogieron porque su aspecto era de quien iba a Jerusalén. Viéndolo losdiscípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo ylos consuma? Pero Jesús, vuelto a ellos, les reprendió" (Lc 9, 51-56; Hech 2, 1). Losdiscípulos querían, a semejanza de Elías, usar un medio que les parecía muy eficaz. Perono era ése el espíritu de Jesús.

Lo mismo ocurre la primera vez que les habla de la pasión. Pedro dice: "¡Eso nunca!", yCristo le contesta: "¡Apártate, Satanás!" (Mt 16, 22). Si esto ocurrió en la vida de Cristo,ocurrirá también en la vida de la Iglesia. Y ella tendrá que luchar contra esta tentación deemplear medios que no son los que el Padre quiere y a cada uno de nosotros, miembros dela Iglesia, nos ocurrirá otro tanto.

San Ignacio nos dejó en su libro de los ejercicios una meditación para ayudar alejercitante a distinguir los medios de Cristo de los medios de Satanás.[92] Los medio que

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pueden constituir el camino del éxito para una empresa humana no sirven para la obra deCristo: inteligencia; poder, fuerza... Sirven, por el contrario, la pobreza y la debilidad; perono las cosas impuestas desde el exterior, como tampoco ningún medio que trate deimponer a los demás un determinado camino religioso. El Concilio Vaticano II haexpresado claramente esta doctrina en la declaración sobre la libertad religiosa. A lo largode todo el documento aparece un gran respeto a la libertad del hombre y a su dignidad depersona, y se afirma repetidamente que los caminos de Dios no se basan en la fuerzacoercitiva, sino en el poder divino de la palabra de Dios. "Dios llama ciertamente a loshombres a servirle en espíritu y en verdad, en virtud de lo cual, éstos quedan obligados enconciencia, pero no coaccionados. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la personahumana que él mismo ha creado, la cual debe regirse por su propia determinación y gozarde libertad. Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús..." Cristo... "apoyó y confirmó supredicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no paraejercer coacción sobre ellos... Dio, en efecto, testimonio de la verdad, pero no quisoimponerla por la fuerza a los que le contradecían... Los apóstoles, enseñados por la palabrade Dios y por el ejemplo de Cristo, siguieron el mismo camino".[93] 

Es muy importante no olvidar nunca que los caminos de Dios no son nuestros caminos,no sea que creyendo defender a Cristo, como san Pedro cuando pronuncia: "Eso jamás"(Mt 16, 22), ante el anuncio de la pasión, estemos luchando, en realidad, por Satanás.

Es cierto que el apóstol debe servirse de su inteligencia, de su experiencia y de todos losmedios humanos rectos. Pero para descubrir cuál es el camino de Cristo y qué desea elEspíritu de él, ha de despojarse del hombre viejo. En caso contrario, no percibirá lasinspiraciones del Espíritu Santo, porque no hay peor ciego que aquel que no quiere ver.Debe, pues, estar dispuesto a aceptar todo lo que el Espíritu le inspire.

En segundo lugar, es necesaria la oración. El apóstol debe orar, pues para encontrar elcamino recto no basta la inteligencia, la reflexión humana o el estudio. Necesita que elEspíritu le ilumine y le ayude a decidir lo que él quiere.

Algunas veces, la decisión a tomar es evidente. Es el caso de san Pablo en el camino deDamasco. Pero, normalmente, sobre todo tratándose de asuntos menos importantes, comopuede ser la vocación sacerdotal, no aparecerá tan claramente cuál es el camino de Dios.

San Ignacio propone un medio relativamente fácil: examinar los motivos que tenemos enpro y en contra.[94] Muchas veces aparece claro que hay motivos de orden sobrenatural,válidos, y otros de orden natural que no sirven.

San Ignacio añade que el ejercitante "debe ofrecer a Dios tal elección, para que su divinamajestad quiera recibirla y confirmarla, si fuere para su mayor servicio y gloria".[95] Esdecir, que, si en la oración no vimos claro, no hemos de desconfiar, sino que debemosesperar, pues Dios nos dará una seguridad suficiente.

San Francisco Javier obró así ante la duda de dejar India para ir a Malaca. "He pedido al

Señor que me hiciese ver su voluntad con el firme propósito de cumplirla".

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Es clara, por tanto, la importancia de la oración. Tanto más importante para los quetienen que mandar, pues ellos deben pedir iluminación para mandar aquello que elEspíritu quiere.

La Iglesia tiene necesidad de conocer, de oír la voz del Espíritu. A veces, como en el casode Abraham, parecerá que Dios se equivoca, pero es tan sólo una apariencia. Él pone laprueba para purificar el motivo.

Todo cristiano, y con más razón el sacerdote, es guiado por el Espíritu. Pero unacondición es necesaria: vivir según el Espíritu.[96] 

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16

CLAMAMOS: ¡ABBÁ, PADRE!

Porque no recibisteis espíritu de esclavitud

para reincidir de nuevo en el temor;

antes recibisteis espíritu de filiación adoptiva,

con el cual clamamos: ¡Abbá, Padre! (Rom 8, 15).

Al hablar de la actividad del Espíritu Santo en nosotros, san Pablo no piensa tan sólo en

una conducta a seguir, de la que hemos hablado anteriormente, sino que se refiere a algomás profundo. El Espíritu Santo no es sólo un maestro que dicta lo que se debe hacer. Ungrito, una oración es la expresión de esta actividad interna del Espíritu, que nos da laposibilidad de llamar a Dios "Padre".

Intencionadamente ha citado la palabra aramea Abbá. Esto se deduce de que estas citasson raras en san Pablo. Tan sólo en el lugar paralelo de la carta a los gálatas emplea estapalabra y Marana tha al final de la carta primera a los fieles de Corinto. La palabra Abbá tiene para él, como para los primeros cristianos, un significado muy específico. Dios, comohemos visto, se revela ya en el Antiguo Testamento como un padre, creador no pordominio sino por bondad. El amor de Dios es no sólo como el de un padre sino como el deuna madre. Y aún mayor: "¿Puede acaso olvidar una madre a su hijo, dejando de apiadarsedel fruto de su vientre? Aunque ésta lo olvidare, yo no me olvidaría de ti" (Is 49, 15),leernos en Isaías. El israelita se sabe amado por Dios, y en la oración judía aparecerá eltítulo de padre dado a Dios. Pero el pueblo judío tenía gran cuidado de no confundir estapaternidad, fundada en una elección gratuita, con la paternidad más o menos naturalistaque los paganos atribuían a sus dioses: Zeus padre. Consideraban a Dios como padre encuanto era creador: "Nosotros somos la arcilla y tú el que la modela" (Ex 4, 22). Dios ama aIsrael como a su hijo primogénito.

El título de padre aparece en las oraciones tardías de la sinagoga y, al mismo tiempo, en

el libro de la sabiduría: "Y tu providencia, Padre, lo gobierna..." (Sab 14, 3); así corno en elEclesiástico: "Señor, padre y dueño de mi vida" (Eclo 23, 1). Pero en esta época, ya noexistía el peligro de una concepción naturalista de la paternidad divina. En cambio, noencontramos este título ni en los salmos ni en ningún otro texto del Antiguo Testamento.Dios es invocado como señor, salvador, Dios, redentor...

Cuando un niño judío se dirigía a su padre, le llamaba habitualmente Abbá (papá); perocuando un judío se dirigía a Dios, le llamaba abinu, añadiendo casi siempre otro título.Investigaciones recientes han demostrado que a Dios nunca se le llamó abbá en el AntiguoTestamento.

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Al confrontar el Antiguo Testamento con el Nuevo, el contraste es enorme. Cristoprácticamente no conoce otro título para dirigirse a su padre que éste: Abbá.Generalmente los evangelios presentan la versión griega pater , pero san Marcos haquerido conservar el término arameo seguramente para recalcar más su significado: "Ydecía: Abbá, Padre, todas las cosas te son posibles; aparta de mí este cáliz" (Mc 14, 36).Siempre que los evangelistas nos transmiten el término griego páter  y ho patér  hemos deentender que Cristo pronunció Abbá (Lc 23, 34).

Según Lucas, Cristo dice: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46),aludiendo al salmo 30, en el que a Dios se le llama Adonai. Jesucristo cita las palabras delsalmo, pero sustituye el título Adonai, por el de Abbá, Padre, que empleaba siempre.

En Mateo, y en el lugar paralelo de Marcos, leemos: "Elí Elí, lemá sabakthaní , esto es, Diosmío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46). Estos dos evangelistasconservan las palabras arameas. Algunos autores han interpretado este pasaje como si

Jesús se sintiera tan abandonado de su Padre que no quisiera llamarle Padre. Estainterpretación carece de fundamento. Cristo cita el salmo 21 literalmente, y la mayoría delos autores coinciden en que Cristo recitaría el salmo entero, al menos mentalmente,necesitándose el contexto del salmo para poder interpretar esta palabra: dicho salmotermina en acción de gracias por la liberación esperada.

En la oración sacerdotal de san Juan, se encuentra cinco veces la palabra Padre. Padresanto, en la resurrección de Lázaro.

En Mateo leemos: "...Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra (por vez primera

Cristo reza de manera que puede ser oído por los discípulos y utiliza su invocación, Abbá,pero añade Señor, según la costumbre judía, para atenuar, por así decir, el escándalo deesta invocación. Estamos al principio del evangelio y no era conocida la divinidad deJesucristo) porque encubriste esas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a lospequeñuelos. Sí, Padre, porque así te pareció bien (la primera vez en la historia que unisraelita llama a Dios como un niño a su padre). Todas las cosas me fueron entregadas pormi Padre, y ninguno conoce cabalmente al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sinoel Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" (Mt 11, 25 s.).

Esta afirmación es una de las pruebas más claras de la divinidad de Cristo en los

sinópticos, y se encuentra como explicación o justificación ante los oyentes de estainvocación, inusitada para un judío al dirigirse a Dios.

Pero lo realmente extraordinario no es el que Cristo invoque así a Dios, sino el quenosotros, los hombres, podamos y debamos llamarle Padre. Y esto es lo que nos enseñasan Pablo, cuando dice que el Espíritu que hemos recibido es el Espíritu de filiaciónadoptiva, por el cual clamamos a Dios: Abbá, Padre. Y solamente en el Espíritu podemosllamarle así. En la carta de san Pablo a los gálatas encontramos: "La prueba de que soishijos es que envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: “ Abbá,Padre". El Hijo podía decirlo ciertamente en el Espíritu, y nosotros también podemos, porhaber recibido el Espíritu del Hijo. La única diferencia radica en que Cristo es hijo por

naturaleza, mientras que nosotros lo somos por gracia.

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La liturgia es muy explícita sobre este tema. La oración de la fiesta de la transfiguracióndice que, sobre este monte, se nos ha revelado nuestra filiación adoptiva perfecta, porquecuando el Padre proclama a Jesucristo su Hijo muy amado, es a nosotros a quienes nosproclama también hijos suyos. No podemos entender nuestra filiación sino a través de lafiliación de Cristo, y cuando el Nuevo Testamento nos revela la filiación divina de Jesús,nos está revelando la nuestra, que se esclarece a la luz del gran misterio de laTrinidad.[97] 

Cuando Cristo nos enseña a rezar, no dice Abbá, sino Padre nuestro..., pero esta fórmulajudía se encuentra solamente en san Mateo. Lucas, en cambio, emplea la fórmula cristianaPadre, en lugar de la expresión Padre nuestro que estás en los cielos, que encontramos ensan Mateo. Los intérpretes no están de acuerdo sobre cuál de las dos fórmulas emplearíaCristo. Por mi parte, opino que emplearía la de san Mateo. La razón la veo en que cuandoJesús empleó para sus apóstoles la palabra Abbá, vio la necesidad de explicarla, mediantelas relaciones absolutamente especiales que le unen al Padre. Pero los discípulos,iluminados por el Espíritu Santo, comprendieron en seguida que su unión a Cristo era tal

que también ellos podían emplear la misma expresión de Cristo, que fue el que declaróesta unidad: "Lo que hacéis a uno de estos a mí me lo hacéis" (Mt 25, 40).

Siendo el Espíritu Santo el que pone en nuestros labios esta palabra, podemos entenderlo que dice san Pablo a continuación: "El Espíritu mismo testifica a una con nuestroespíritu que somos hijos de Dios" (Rom 8, 16). Y ciertamente hijos de Dios en el sentidopropio, no metafórico como los judíos. Cristo es hijo por naturaleza, nosotros por gracia. Ydice a una con nuestro espíritu, porque también nosotros clamamos. En él clamamos. AsíDios nos ama con el mismo amor que a su Hijo.

San Pablo ha podido decir: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazonespor el Espíritu Santo que nos fue dado" (Rom 5, 5). Se refiere sin duda al mismo amor deDios como se deduce del v. 8: Acredita Dios su amor para con nosotros.

He aquí, por qué el Padre nuestro es la oración del cristiano, del bautizado, y por qué larepetimos de manera solemne en la misa. Y precisamente el nos atrevemos a decir , de laadmonición previa, habla de esa audacia, de ese atrevimiento que supone introducir, bajola fórmula judía, el significado cristiano. Verdaderamente dirigirse a Dios creador,trascendente, como Jesús se dirige a su Padre, exige pronunciar esta palabra Padre con elmismo amor, la misma reverencia y confianza y el mismo gesto de abandono que un niño

tiene para con su padre. Esta fue la actitud de Cristo y debe ser la nuestra.

En esto consiste ser hijos de Dios. Esta es la actividad del Espíritu Santo en nuestrointerior, que nos hace verdaderamente hijos, no siervos, que nos hace libres, pero libres enel amor.

Esto nos ayudará sin duda a rezar mejor, a tomar ante Dios la actitud de hijos, y poderrepetir con san Pablo:

Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo quien nos bendijo con toda bendición 

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espiritual en los cielos en Cristo, 

así como él mismo nos escogió antes de 

la fundación del mundo, 

 para ser santos e inmaculados en su 

 presencia a impulsos del amor, 

 predestinándonos a la adopción de hijos 

suyos por Jesucristo [98]   (Ef 1, 3-5).

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SEREMOS GLORIFICADOS

Hijos y por tanto herederos; herederos

de Dios y coherederos de Cristo,

puesto que sufrimos con él, para

ser también glorificados con él

(Rom 8, 17).

Inmediatamente después de haber afirmado nuestra filiación adoptiva divina, que seexpresa en la exclamación Abbá, Padre, san Pablo deduce la consecuencia evidente: sisomos hijos, también somos herederos. Herederos de Dios pues somos hijos suyos.Coherederos de Cristo; somos sus hermanos y tenemos su misma herencia. Padecemoscon él ahora y seremos glorificados con él. Y añade: "Pienso en efecto que lospadecimientos de ahora no se pueden comparar a la gloria que nos ha de ser revelada"

(Rom 8, 18).

¿En qué consiste esta futura gloria, esta herencia? Evidentemente se trata de la vida delcielo. Pero, ¿en qué piensa san Pablo directamente?

Sin duda tiene presente la esperanza cristiana entendida en toda su plenitud, quecomprende también la resurrección del cuerpo. Y se puede decir que, para san Pablo, comopara todo el Nuevo Testamento, el objeto principal, inmediato y directo de la esperanzadel cristiano es precisamente la parusía, el momento en el cual todos los cuerposresucitarán.

En las cartas de esta época, cuando el apóstol habla de la justificación y de la salvación,las considera como algo futuro. Mejor dicho, aquélla como algo que ya aconteció y ésta

como algo que ha de venir: "Ahora justificados, entonces seremos salvados" (Rom 5, 9). Olo que es lo mismo, seremos salvados con la parusía, con la resurrección de los cuerpos.Según san Pablo, la salvación del alma no es más que el principio de una salvación másgeneral. El objeto de la esperanza cristiana es la plenitud de la salvación; la salvacióncompleta del hombre y la transformación misteriosa del universo material. Por ello hablatambién de una esperanza del cosmos.[99] 

El Concilio Vaticano II ha recogido esta doctrina en sus diversos documentos. Porejemplo, en la Constitución sobre la Iglesia, dice: "La Iglesia, a la que todos hemos sidollamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, adquirimos la santidad, no serállevada a su plena salvación sino cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las

cosas y cuando, con el género humano, también el universo entero, que está íntimamente

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unido con el hombre, y por él alcanza su fin, será perfectamente renovado"[100] (Hech 3,21).

De aquí se deducen algunas consecuencias importantes. La primera, que es fundamental,nos dice que el cristiano no busca sólo salvar su alma sino también su cuerpo. Porconsiguiente, no es cierto que la religión cristiana enseñe a sacrificar el cuerpo como siéste fuera un puro medio. El cuerpo es ciertamente un servidor indispensable del alma,pero el cristiano, como hombre, no tiene que sacrificar al uno por la otra. La mortificacióndebe abarcar al cuerpo y al alma porque ambos han de ser liberados de la servidumbre delpecado, y a ambos alcanzará la salvación. Fue el pecado, y no Dios, el que introdujo lamuerte en el mundo. Ahora, la redención ha vuelto a traer la vida; y la muerte a la queestamos sujetos no será una verdadera muerte, sino un medio para conseguir la salvaciónque esperamos.

La segunda consecuencia, también de gran importancia, y especialmente en nuestros

días en que la conciencia social florece entre los hombres, es que esta salvación total escomunitaria. Todos resucitaremos juntos. Las únicas excepciones serán Cristo y la Virgen,que ya resucitaron. Como nos enseña el dogma de la asunción, a María se le concedióanticipadamente la resurrección, debido a su unión íntima con Cristo.

El individualismo es, por lo mismo, imposible. No se puede pensar en la salvación propiasin pensar en la salvación de los demás. Así san Pablo dirá que debemos desear que elcuerpo de Cristo llegue a su edad perfecta, a su estatura completa, es decir, que se realicela salvación de todos.

Por eso, la oración debe ser universal. Hasta el fin de su vida san Pablo no dejó deesperar el retorno de Cristo en la parusía, aun estando persuadido de que desde elmomento de su muerte estaría unido a Cristo.

Es lo que los ángeles dijeron el día de la ascensión: "Varones de Galilea, ¿qué estáismirando al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá así comole habéis visto ir al cielo" (Hech 1, 11).

Y la última palabra de la Biblia es "¡Ven, Señor, Jesús!" (Apoc 22, 20). Siempre quecelebramos la misa, estamos anunciando la muerte y resurrección de Cristo "hasta quevenga" (1 Cor 11, 26), es decir hasta la parusía. Quizás nosotros no pensamos demasiadoen que la parusía es la meta hacia la cual tendemos.

Esta es la esperanza cristiana que tan magníficamente nos describe san Pablo,distinguiendo los dos momentos esenciales en la historia de la salvación: la resurrecciónde Cristo y nuestra resurrección, cuando el último enemigo, la muerte, quede vencido ysean sometidas todas las cosas a Dios, y Dios sea todo en todos (1 cor 15, 23 s.). Tal será elcumplimiento definitivo de la historia de la salvación.

Pero aún se deduce una tercera consecuencia. A veces se ha presentado como unaevasión o una alienación el hecho de que el cristiano esté orientado hacia la vida futura. Es

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ésta la objeción fundamental que muchos plantean a nuestra religión. Es el opio delpueblo, dicen, que le impide trabajar o progresar en justicia, que le tiene maniatado con laesperanza de un bien futuro, fuera de esta tierra.

San Pablo no ve ninguna contradicción entre los dos aspectos de nuestra salvación: elindividual de cada alma después de la muerte, y el colectivo y total -de cuerpo y alma- detoda la humanidad en aquel día. Este segundo es el que principalmente motivaba laesperanza para él y para los primeros cristianos. Y es que un hombre, aun unido ya aCristo por la visión beatífica, no estará completamente salvado hasta que no entre enposesión de su cuerpo glorioso; hasta que el cuerpo de Cristo haya alcanzado su estadoperfecto.

Retocando la frase de san Agustín, podríamos decir con más exactitud: Inquieto estánuestro corazón hasta que descansemos todos en ti.

Un autor judío[101] dice que la doctrina de san Pablo, bajo apariencias judaicas, está enabierta contradicción con la religión del pueblo hebreo, pues hace del reino de Dios no unperfeccionamiento de este mundo, como anunciaron los profetas -un mesías nacional,terrestre, que daría la victoria a su pueblo-; sino el reino de un mesías celeste ydesinteresado del mundo, un reino puramente espiritual.

El Concilio Vaticano II recoge esta objeción. Y su respuesta a la misma no es más que laexposición clara de la auténtica doctrina católica: "La espera de una tierra nueva no debeamortiguar, sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde creceel cuerpo de la familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del

siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal ycrecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir aordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios".[102] 

Es cierto que incluso en la liturgia hay algunas oraciones que pueden dar pie a unainterpretación errónea. Por ejemplo, la de la fiesta de la ascensión: "Concede, Señor, quelos que creemos que en este día tu unigénito, nuestro redentor, subió a los cielos,moremos también en el cielo con el espíritu".

Y otra reciente, de la misa de san Paulino de Nola: "Oh Dios que a los que han dejadotodo por ti en este mundo, prometiste el céntuplo y la vida eterna..." Es cierto que laexpresión del evangelio de san Mateo da pie para una tal interpretación: "Todo el que dejacasa.., recibirá el céntuplo y poseerá la vida eterna" (Mt

19, 29). Pero en Lucas y Marcos aparece claro que el sentido no es un desentenderse delas realidades terrenas. "En verdad os digo, que ninguno que haya dejado casa, mujer,hermanos, padres o hijos por amor al reino de Dios dejará de recibir mucho más en estesiglo y la vida eterna en el venidero" (Lc 18, 29-30; Mc

10, 28-31).

Hay muchas oraciones que insinúan la misma idea, sobre todo en la liturgia de despuésde Pentecostés: "Concédenos amar lo que mandas para que, entre los mundanos

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cambios..."; "mitigar los deseos terrenos y aprender a amar los celestiales"; "liberados delos deseos terrenos, pasar a los celestiales..."

¿Qué son estas "cosas terrenas" que debemos no gustar, no amar? ¿Y cuáles son las"cosas celestiales" en las que debemos poner nuestro corazón, y a las que debemos amar?

San Pablo nos lo dice: "Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas dearriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no enlas de la tierra. Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando semanifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con él.

Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, laconcupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por las cuales viene la cólerade Dios" (Col 3, 1-7). Estas son las cosas que no se han de desear, que son terrenas y no

celestes: egoísmo, avaricia, pecado...

"Vosotros, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas demisericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos yperdonándoos mutuamente, siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como elSeñor os perdonó, así también perdonaos vosotros" (Col 3, 12-13).

Estas son las cosas llamadas "celestes", pero que se han de realizar ya aquí y ahora. Talfue la vida de Cristo en la tierra y tal debe ser la del cristiano: vida de caridad.

El cielo futuro no será otra cosa que una vida de caridad, que ha de comenzar ya aquí.Vivir la vida totalmente al servicio del otro sería un verdadero paraíso. Suponed unafamilia, una nación en la que se viviera así y se comprenderá lo que es el cielo. Y este es eltestimonio que hemos de dar ante los hombres para que puedan comprenderlo, deducirlo.

La liturgia lo expresó bien en una oración:

"Infunde en nosotros, Señor, el Espíritu de tu caridad (el Espíritu Santo en el cual elPadre nos ama como ama a su Hijo y el Hijo nos ama y ama a su Padre) para que a los quehemos sido saciados con los sacramentos pascuales (terminamos de participar en el actosupremo de amor de Dios a los hombres) nos hagas concordes en tu piedad" (hacer denosotros un solo corazón, una sola alma, como tenía lugar entre los primeros cristianos,participando de la piedad, de la bondad de Dios).

Ved lo que decía el P. Pierre Lyonnet :[103] 

Los cristianos deben tener en cuenta que tienen un Padre en el cielo; que el cielo es sureino, que están llamados a ser hijos de este reino. Este pensamiento debe constituir

nuestra atmósfera. Pero, por otra parte, nuestro apostolado ha de ser encarnado, y deninguna manera debe desentenderse del mundo terrestre. Hay que dar a los hombres el

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Espíritu de Cristo para organizar a sus hermanos, todos los hombres, y ponerlos en taldisposición de fraternidad que descubran, mediante este espíritu fraterno, el espíritu dehijos y el Dios del amor. Es decir, que no serán cristianos hasta que no hayan conseguidoeste espíritu de unidad fraterna.

Como se ve, la religión cristiana no es en absoluto una evasión. Su precepto único yprincipal es la caridad, que busca la forma de ayudar a los otros. Por ejemplo, ellatifundista deberá hacer cultivar la propiedad para dar trabajo al mayor número posiblede obreros. El cristiano ha de utilizar todos los medios a su alcance para el bien delhombre. Dios no quiso darnos una creación plenamente acabada, sino que la puso en lasmanos del hombre para que la humanizara, para llegar a establecer el reino de la justicia yde la caridad.

Así nos lo ha dicho recientemente el Concilio Vaticano II: "Porque los hombres y lasmujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de

forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que,con su trabajo desarrollan la obra del creador, sirven al bien de sus hermanos ycontribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia...

De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación delmundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les imponecomo deber el hacerlo".[104] 

Esta es la misión del cristiano, del laico principalmente: organizar una sociedad en la quetodos los hombres puedan amarse. Una sociedad en la que las condiciones de vida sean

tales que empujen al odio mutuo, no es ni puede llamarse una sociedad cristiana. Y tal es,por ejemplo, aquella sociedad en la que se den diferencias escandalosas entre ricos ypobres, porque fomentan el odio y la opresión. Este es el motivo de la insistencia de lospapas en la justicia social como base para el amor.

La esperanza cristiana, pues, es siempre un tema nuevo e interesante. Pero sólo laesperanza bien entendida. Y los hombres esperan esta buena nueva, como tantas otrassoluciones que la doctrina de la Iglesia aporta a los problemas del mundo.

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CRISTO INTERCEDE POR NOSOTROS

Cristo Jesús, el que murió, aún más,

el que resucitó, el que está a la diestra

de Dios, es quien intercede por

nosotros (Rom 8, 34).

Hemos dicho en el capitulo anterior que el objeto de la esperanza cristiana, según elNuevo Testamento, es la parusía, el último episodio de la historia de la salvación.

Después, san Pablo, para acrecentar la confianza de los cristianos, y para señalar elmotivo de tal confianza, nos dice que Cristo está ahora en el cielo y que intercede pornosotros. Habla del tiempo que media desde la ascensión hasta la parusía, y dice: "Si Diosestá con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes leentregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con él todas las cosas?" (Rom 8, 31-32). El fundamento radical de nuestra confianza es el amor de Dios, que se manifiesta en elhecho de que Cristo ha muerto por nosotros cuando éramos aún pecadores (Rom 5, 8).

Dios no ha perdonado a su hijo por amor nuestro; por consiguiente, en él nos lo dará todo."¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" (Rom 8, 33). Ciertamente no será Dios, porque éles quien nos justifica, ¿Quién condenará? No puede ser Cristo, ya que él ha muerto pornosotros, por amor hacia nosotros. Y no sólo ha muerto, sino que además ha resucitado yestá a la diestra de Dios intercediendo por nosotros. Allí continúa su actividad salvífica,que consiste en una intercesión. Es ésta la afirmación que empleará también en su carta alos hebreos, y que dará su estructura a esta carta. Y dirá que Cristo es nuestro salvador "yes, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por él se acercan a Dios, y siempre vivepara interceder por ellos" (Heb 7, 25).

Por consiguiente, según san Pablo, Cristo vive verdaderamente en el cielo, dondeintercede por nosotros. Podemos citar varios textos que contienen esta verdad. Porejemplo, éste: "No entró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, figura delverdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favornuestro" (Heb 9, 24). Y en otro lugar: "Habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados,para siempre se sentó a la diestra de Dios, esperando lo que resta, hasta que sean puestossus enemigos por escabel de sus pies" (Heb lo, 12-13). Sabemos que Cristo conquistará asus enemigos en el tiempo que va desde la resurrección a la parusía. Esta misma cita delsalmo 8 se encuentra en otro lugar

(1 Cor 15, 25-28), donde presenta de otra forma la misma realidad. Cristo no aparece yacomo un intercesor, sino como un luchador. En ambos pasajes, sin embargo, se trata de lamisma realidad.

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Este texto de la carta a los romanos tiene gran importancia. Aunque no estamosacostumbrados a tener en cuenta esta consideración, es central y básica para entendertodo el aspecto sacramentario de la vida de la Iglesia. Es Cristo que continúa obrando através de los sacramentos. Él es quien bautiza, quien absuelve, quien ofrece el sacrificio dela misa. El sacerdote no es más que el ministro de esta actividad de Cristo, que se hacepresente de una forma visible sobre la tierra.

En su primera carta a la iglesia de Corinto, Pablo resume maravillosamente toda lahistoria de la salvación. Y en esta historia pone de relieve dos aspectos: muerte yresurrección de Cristo por una parte, y parusía por otra. Dice así: "Y como en Adán hemosmuerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno a su tiempo: elprimero Cristo, luego los de Cristo, cuando él venga" (1 Cor 15, 22). Por consiguiente, laparusía será nuestra resurrección. Y de la misma manera que Cristo ha sido vivificado porsu resurrección, así también lo seremos nosotros, ya que, en realidad, Cristo constituye lasprimicias de esta resurrección. Para captar mejor el sentido de esta frase, tengamospresente qué significaban para los judíos las primicias. Cuando llegaron a la tierra de

Canaán, juzgaban que los frutos de esta tierra, por proceder de una tierra pagana, eranimpuros y había que purificarlos. El mismo Dios les dijo que tenían que purificar lasprimicias, ofreciéndoselas a él, para purificar toda la recolección. Lo que importa tener encuenta es esto: mediante los primeros frutos, que quedaban purificados al ofrecérselos aDios, quedaba purificada toda la cosecha, de la que tenían que alimentarse. Porconsiguiente, cuando Pablo afirma que Cristo resucitado constituye las primicias, quieresignificar que en él hemos resucitado todos. La resurrección de Cristo no habría tenidoningún significado, si nosotros no hubiéramos tenido que resucitar, como no lo habríantenido las primicias, si los judíos no hubieran tenido que comer de aquella recolección quequedaba purificada. Cristo ha resucitado por nosotros, como afirman los padres de laIglesia.

Por este motivo, la liturgia de la Iglesia, igual que san Pablo en sus cartas a los colosensesy a los efesios, consideran a todos los cristianos ya resucitados, aun corporalmente, enCristo. Esta obra se consumará en la parusía. El primero que ha resucitado es Cristo, "luegolos de Cristo, cuando él venga" (1 Cor 15, 23). Y entonces será ya el fin, la consumación desu obra redentora, "cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nadatodo principado, toda potestad y todo poder" (1 Cor 15, 24). Esta es la obra que tiene querealizar Cristo en este tiempo que va desde la resurrección hasta la parusía. Es verdad que,en sentido absoluto, ya ha vencido a Satanás, pero continúa reduciéndolo y haciendoineficaz su obra destructora hasta el momento de la parusía; hasta que Dios haya puesto atodos sus enemigos bajo sus pies. Cristo, en el cielo, conquista poco a poco su reino; o lo

que es igual, Dios Padre conquista paulatinamente su reino, ya que la actividad de Cristo esla misma actividad de Dios, porque todo lo ha recibido de él, como Hijo y como hombre. Elúltimo enemigo que tendrá que reducir a la nada es la muerte (1 Cor 15, 26), que serádestruida precisamente mediante la resurrección final de todos, en la parusía. "Cuando lequeden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a él todo selo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas" (1 cor 15, 28). Esta es la síntesis dela historia de la salvación, partiendo desde el pecado de Adán, en quien todos pecamos. Enesta síntesis, lo importante es ver cómo el apóstol de las gentes pone de relieve laactividad de Cristo durante el tiempo que va desde la resurrección hasta la parusía.

Esta doctrina no se opone en absoluto al famoso ephapax  de la carta a los hebreos (Heb

9, 11), donde se subraya la eficacia suprema del sacrificio de Cristo. Precisamente la carta

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que más habla de esta actividad es la carta a los hebreos y, no obstante, repite tambiénhasta la saciedad.: ephapax, ephapax .

El mismo O. Cullmann, en oposición a sus hermanos protestantes, ha puesto de relieveen su cristología esta actividad de Cristo, de que venimos hablando. Dice: "Que Cristoprosiga su obra después de su glorificación no es una invención católica -como piensangeneralmente todos los protestantes- sino que es una idea fundamental de todo el NuevoTestamento".[105] 

Y en otro lugar: "Si la cristología protestante no da generalmente a esta idea el puestoque merece, se debe a que la teología protestante no ha reconocido la importancia quetiene este período intermedio para la doctrina del Nuevo Testamento".[106] 

Estas observaciones me parecen justas, y creo que la verdadera doctrina sacramentaria

radica en esto: no olvidar que Cristo continúa obrando, y que el papel de la Iglesia sobre latierra consiste en hacer presente, por medio de los sacramentos, esta actividad de Cristo.

Hay otro pasaje semejante al final del primer capítulo de la carta a los efesios, donde sanPablo cita el mismo salmo: "...según la fuerza de su virtud, que él ejerció en Cristo,resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima detodo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo cuanto tiene nombre, no sólo eneste siglo, sino también en el venidero. A él sujetó todas las cosas bajo sus pies y le pusopor cabeza de todas las cosas en la Iglesia" (Ef1, 19-21). Aquí aparece la supremacía totalde Cristo, que es cabeza de la Iglesia. Y después añade: "Que es su cuerpo, la plenitud delque recibe de ella su complemento total y universal". La idea es ésta: Cristo es la cabeza y

la Iglesia su cuerpo; aún más, es aquello que está lleno de Cristo. Según la interpretacióndefendida por Feuillet ,[107] Cristo es llenado, a su vez, por el Padre. En tal caso tenemosalgo muy semejante a lo que se dice en la primera carta a los fieles de Corinto: "Para quesea Dios todo en todos" (1 Cor 15, 28). Y Dios lo será todo en todos a través de Cristo.

En la carta a los colosenses encontramos la misma idea: "Pues en Cristo habita toda laplenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Es decir, en Cristo tenemos toda ladivinidad, encarnada en un cuerpo. Y continúa: "Y estáis llenos de él, que es la cabeza..."

Resumiendo todo lo que hemos dicho, podemos llegar a la siguiente formulación:vosotros, la Iglesia, estáis llenos de Cristo; y Cristo, lleno de Dios, de tal forma que Dios estodo en todos. Y esta es precisamente la realización del plan salvífico divino: en la Iglesiaalcanzamos, a través de Cristo, a Dios. No hay nada en Dios que no esté en Cristo; no haynada en Cristo que no esté en la Iglesia. En la Iglesia tenemos a Cristo y, en Cristo, a Dios.

La actividad intercesora de Cristo no se reduce a este estadio final que estamos viviendo.Toda su vida fue una intercesión. Hemos visto que su vida pública debía durar apenas dosaños y medio, y sabemos que pasó treinta años en el silencio de Nazaret. Pero, aun así,cuando va a comenzar su ministerio, siente todavía la necesidad de consagrar cuarentadías a la oración (Mt 4, 1-2). Inmediatamente después del bautismo, donde es consagrado

oficialmente como mesías, empieza su actividad mesiánica con un retiro de cuarenta días ycuarenta noches. Es verdad que los sinópticos, que son los que narran este episodio, no

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hacen alusión directa a la oración de Cristo, sino únicamente a su ayuno, para explicar lastentaciones. Pero esto es suficiente para un lector que conoce el Antiguo Testamento. Laactividad de Jesucristo es semejante a la de Moisés. Basta leer el Deuteronomio: '"Luegome postré en la presencia de Yavé, como la primera vez, durante cuarenta días y cuarentanoches, sin comer pan y sin beber agua" (Dt 9, 18). Exactamente como Jesús, estabaocupado en la oración. Y continúa: "Por todos los pecados que vosotros habíais cometido,haciendo lo malo a los ojos de Yavé, irritándole. Yo estaba espantado de ver la cólera y elfuror con que Yavé estaba irritado contra vosotros, hasta querer destruiros; pero todavíaesta vez me escuchó Yavé". Y en el v. 25, donde cuenta el argumento de su oración, dice:"Yo me postré ante Yavé aquellos cuarenta días y cuarenta noches que estuve postrado,porque Yavé hablaba de destruiros y le rogué diciendo: Señor, Yavé, no destruyas a tupueblo, a tu heredad, redimida por tu grandeza, sacándolos de Egipto con tu manopoderosa. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de estepueblo, a su perversidad, a su pecado; que no puedan decir los de la tierra de la que nos hasacado: por no poder Yavé hacerlos entrar en la tierra que les había prometido, y porquelos odiaba, los ha sacado fuera, para hacerlos morir en el desierto. Son tu pueblo, tuheredad, que con tu gran poder y brazo tendido has sacado fuera". Evidentemente, Jesús

ha comenzado su vida mesiánica con una intercesión semejante, pensando que estaintercesión formaba parte de su misión apostólica.

Suelen decirnos frecuentemente a los sacerdotes que debemos orar para mantenernosunidos a Dios, para no disiparnos. No niego que esto es verdad, pero no constituye la únicarazón. Cristo no tenía necesidad de esto, ya que él estaba siempre perfectamente unido alPadre. Cuando se ha retirado a orar, no ha sido única ni principalmente para darnosejemplo, sino porque sabía que la oración intercesora formaba parte de su misión. A vecespodemos tener la impresión de que perdemos el tiempo orando, por ejemplo cuandorezamos el breviario. Cristo pensaba de forma muy distinta. No sólo al principio de su vidapropiamente mesiánica no piensa que es perder el tiempo el quitar cuarenta días a unperíodo de tiempo tan limitado como son dos años y medio, sino que frecuentemente seretira a orar cuando tiene que decidir algo importante. Ya hemos hablado de cómo sepasó la noche en oración antes de elegir a los doce. Y citamos también la interpretación desan Ambrosio, que dice que rezaba por los doce que iba a elegir y por su elección misma.Igual que ha orado por nosotros, por todos los futuros sacerdotes.

También antes de la confesión de san Pedro, uno de los momentos importantes de suvida, Cristo ora a su Padre. San Lucas (Lc 9, 18) nos dice que Cristo estaba orando a solas.Evidentemente, quería entregarse a esta actividad esencialmente apostólica que es laoración. Lo mismo hace en varias ocasiones antes de realizar un milagro. Y antes de la

pasión, san Juan nos transmitió la oración sacerdotal de Cristo, y los sinópticos su oraciónen Getsemaní, en un momento de desolación, separado de los apóstoles, donde no sabe niqué decir; repite constantemente la misma oración. A sus discípulos les recomienda queoren para no caer en tentación, pero ellos se duermen. Por esta razón, Pedro le niega y losdemás escapan todos.

La carta a los hebreos que, como hemos dicho antes, presenta la actividad de Cristodespués de su muerte como una intercesión, nos presenta igualmente su muerte como unaoración intensa: "Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas conpoderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fueescuchado por su reverencial temor. Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la

obediencia, y por ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen, causa de saludeterna" (Heb 5, 7-9). Hagamos algunas breves observaciones. Las expresiones iniciales se

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encuentran en Filón y en otros autores para expresar una oración intensa. Creo que elautor quiere presentar el conjunto de la pasión, y no sólo la agonía, como una oración deintercesión, como una intercesión solemne, que en realidad es un acto de obediencia y deamor. Una vez que, mediante esta oración -obediencia y amor- ha llegado a ser perfecto, seha convertido en motivo de salud eterna para todos los que le obedecen. De esta forma,Cristo nos ha salvado, ha sido el instrumento de nuestra salvación. Pero, al decirinstrumento, téngase bien en cuenta que no se trata de una cosa, sino de una persona quenos salva libremente. Y esta intercesión, que alcanza el punto culminante en su muerte, seva a perpetuar hasta la parusía.

Pero Cristo nos ha inculcado esta verdad, que es capital, no sólo con su ejemplo, sinotambién con su doctrina. Baste recordar su insistencia cuando nos enseña el Padrenuestro. En Lucas, esta oración está comentada por medio de una parábola: la del amigoinoportuno. Lucas nos pone esta parábola inmediatamente después del Padre nuestro, ysu versión probablemente responde a la realidad. Cristo debió enseñarles esta oración treso cuatro meses antes de su oración en Getsemaní, donde él mismo repetirá más tarde,

insistentemente: Padre, hágase tu voluntad y no la mía. Veamos la versión de Lucas: "Y lesdijo: si alguno de vosotros tuviere un amigo y viniere a él a media noche, y le dijera: amigo,préstame tres panes, pues un amigo mío ha llegado de viaje y no tengo qué darle. Y él,respondiendo de dentro, le dijese: no me molestes, la puerta está ya cerrada y mis niñosestán conmigo en la cama; no puedo levantarme para dártelos. Yo os digo que, si no selevanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad, se levantará y le darácuanto necesite. Os digo, pues: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá;porque, quien pide recibe y quien busca, halla, y a quien llama, se le abre. ¿Qué padre,entre vosotros, si el hijo le pide un pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará, envez del pez, una serpiente...? Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas avuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lopiden?" (Lc 11, 5-13).

Cristo quiere que nosotros pidamos. Y así lo comprendió la Iglesia primitiva. En el librode los Hechos podemos ver la importancia que los primeros cristianos atribuyen a laoración. Ya al principio nos dice que los apóstoles estaban en Jerusalén esperando elEspíritu Santo, y "perseveraban unánimes en la oración, con... María la madre de Jesús"(Hech 1, 14). Vemos también su actitud cuando tratan de elegir el sucesor de Judas:"Orando dijeron..." (Hech 1, 24). Hemos hablado en capítulos anteriores de la importanciaque tiene saber qué quiere Dios, qué insinúa el Espíritu Santo. Y esto sólo podemosconocerlo mediante la oración.

Esta misma actitud de la Iglesia primitiva la encontramos en las cartas de san Pablo. Esextraordinaria la importancia que el apóstol concede a la oración. Casi siempre empiezadiciendo que da gracias a Dios, que no cesa de darle gracias. Tomemos una, a modo deejemplo. La primera carta a la iglesia de Tesalónica:

"Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestrasoraciones, haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe,del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo"(1 Tes 1, 3). Como se ve, son oraciones ordenadas al apostolado. Y después: "Por esto,incesantemente damos gracias a Dios de que al oír la palabra de Dios que os predicamos laacogisteis no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios, cual en verdad es" (1

Tes 2, 13). Y en el c. 3: “¿Pues qué gracias daremos a Dios en retorno de todo este gozo quepor vosotros disfrutamos ante nuestro Dios, orando noche y día con la mayor instancia porver vuestro rostro y completar lo que falte a vuestra fe?" (l Tes 3, 9-10). Esta oración de

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Pablo responde a la oración de los fieles, a quienes pide que recen: "Orad sin cesar. Dad entodo gracias a Dios, porque tal es su voluntad en Cristo Jesús" (1 Tes 5, 17). Esta oración esincesante noche y día (1 Tes 2, 9), pero además con insistencia. Para demostrar la

intensidad y la insistencia de tal oración, Pablo compone el adverbio úperekperissoú:sobreabundantemente (1 Tes 5, 13). Es el término que utiliza para designar la estima que

los Cristianos deben tener hacia sus superiores, y el mismo que emplea para calificar elpoder de Dios (Ef 3, 20), capaz de escucharnos por encima de cuanto podamos pedir oconcebir. Encontramos esta misma doctrina en su segunda Carta a los corintios y en todassus cartas en general. Por este motivo, cuando se encuentre en la cárcel, no tendrá laimpresión de que está perdiendo el tiempo, sino que manifestará que su apostoladocontinúa, porque pide por los colosenses, por los de Laodicea... Es consciente depermanecer siempre y en todo lugar apóstol, aunque no pueda predicar. Conoce la eficaciade la oración para el apostolado. Sabe que en la vida apostólica tiene una funcióntotalmente primordial. La actividad apostólica y la oración no son algo distinto, sino dosaspectos de una misma realidad igualmente necesarios.

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LUCHAD CON VUESTRAS ORACIONES

Os recomiendo, hermanos, por nuestro

Señor Jesucristo y por la caridad

del Espíritu, que luchéis a mi lado

con vuestras oraciones (Rom 15, 30).

En el capitulo precedente, hemos visto la importancia que Cristo atribuye a la oración ycómo nos recomienda orar insistentemente. Hemos visto también que la Iglesia primitiva,fiel a este mandato del maestro, se recogía frecuentemente en oración cuando seencontraba ante algún problema importante. Las cartas de san Pablo, hemos dicho, nosexponen la misma doctrina. En todo ello, siguen la tradición del

Antiguo Testamento, y hemos reproducido un texto donde Moisés lucha con Dios,mediante la oración, para conseguir el perdón de su pueblo. Podíamos recordar también laoración de Abraham, la primera que nos reproduce la sagrada Escritura, en pro de Sodomay Gomorra (Gén 19), que aparece como una verdadera lucha con Dios.

Hemos dicho asimismo que esta oración de intercesión es esencial para el apostolado,como parte integrante del mismo. La actitud de Cristo y la de Pablo nos lo manifiestan. Setrata ahora de ver cuál es el sentido de esta oración y por qué Dios nos pide que oremosinsistentemente, como hemos visto en la parábola del amigo importuno.

Cuando Dios nos recomienda que oremos, no lo hace evidentemente para conocernuestras necesidades. Él sabe perfectamente lo que necesitamos y conoce nuestrassituaciones difíciles. Tampoco se trata de cambiar la voluntad de Dios. Sería como decirque su voluntad no es perfecta y que nosotros sabemos mejor que él qué es lo que se debehacer en cada caso. Ello supondría una injuria contra el amor y contra la sabiduría de Dios.

Algunos filósofos, Kant entre ellos, se escandalizan de esta lucha insistente de loscristianos que intentan, mediante la oración, cambiar los designios de Dios en provechodel hombre.

Es verdad que muchos cristianos tienen esta idea de la oración. Hacen unaperegrinación, un voto, para hacer cambiar a Dios. Tienen miedo de su voluntad y no seresignan fácilmente a aceptarla, sobre todo cuando se trata de la muerte de un ser querido.Es claro que el sentido de la oración no puede ser éste.

Santo Tomás, sobre todo en el Compendium Theologiae, lib. 2, 2ª parte, c. 2, se ha

enfrentado directamente con este problema. El título es: "De cómo la oración conviene alos hombres para obtener lo que esperamos de Dios y de las diferencias que hay entre la

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oración que el hombre dirige a Dios y la que dirige a otro hombre". Dice así: "El hombrenecesita la oración: 1) Para expresar el deseo del que ora y su indigencia; 2) Para mover elcorazón de aquel que imploramos hasta hacerlo ceder". Ahora bien, cuando oramos a Dios,estos dos fines no tienen sentido. Rezando no intentamos manifestar nuestros deseos ynuestras necesidades a un Dios que lo sabe todo: "Bien sabe vuestro Padre celestial que detodo eso tenéis necesidad" (Mt 6, 32). No se trata tampoco de hacer, mediante palabrashumanas, que la voluntad divina quiera lo que antes no quería.

Para comprender la naturaleza de la oración, hay que tener presente que es Dios mismoquien suscita la oración en nosotros. Si rezamos, es porque Dios nos lo inspira. Hay unaoración que resume maravillosamente esta doctrina. Dice así: "Te rogamos, Señor, que,anticipándote a nuestras acciones, las inspires y las acompañes con tu ayuda, a fin quetodas nuestras oraciones y obras empiecen siempre en ti y en ti terminen".[108] Como seve, Dios está en el origen, en la continuación y en el final de toda oración y de toda acciónsobrenatural nuestra.

Pero la pregunta surge aún más imperiosamente: entonces, ¿para qué sirve la oración?Ante todo, para asociarnos a su obra redentora, para que colaboremos con él en la obra desalvación. Es señal de un amor más grande hacia la persona con la que queremos practicarla caridad el permitirle que ella misma colabore según sus posibilidades. Es lo que haceDios manifestando de esta forma el gran respeto hacia el hombre, a quien ama en sulibertad. Quiere que no podamos volver a él por nuestros propios medios, peroque podamos algo. Y este algo es la oración que nos inspira. De la misma manera, alencarnarse, manifestó su respeto a la libertad de la Virgen pidiéndole su consentimiento.Entró, pues, a formar parte de la humanidad mediante el asentimiento libre de unacriatura. Según varios autores, también en el acto último, su muerte, ha pedido Jesús elasentimiento de su madre. Según ellos, al aceptar a Juan como hijo, al pie de la cruz, laVirgen ha aceptado implícitamente la pérdida de su Hijo verdadero, la muerte de Cristo.

En cierto modo, también a nosotros nos pide nuestro consentimiento cuando nos pide laoración. Según santo Tomás, quiere que nuestras oraciones sean casi causasinstrumentales de las gracias que concede a los demás. Quiere salvar y santificar a losdemás por medio de las oraciones que hacemos, por la comunión de los santos. Por estemotivo, si oramos, aceptamos en cierto modo la salvación de los otros.

Pero hay otra razón, en la que insiste también santo Tomás, siguiendo en este punto el

pensamiento de san Agustín. Los padres de la Iglesia se plantearon ya el problema de laaparente contradicción entre la insistencia en la necesidad de orar y la afirmación de queDios sabe todo lo que necesitamos (Mt 6, 8). Precisamente tratan de la cuestión que nosocupa a propósito de esta dificultad. San Agustín se pregunta: "¿Qué necesidad hay deorar, si Dios ya conoce lo que necesitamos...? A no ser porque la misma intención de orarserena nuestro corazón y lo purifica y lo capacita para recibir los dones divinos que nosson infundidos espiritualmente".[109] 

La oración nos hace capaces de recibir lo que Dios nos quiere dar, dispone nuestroánimo. Lo mismo repite santo Tomás en la continuación del texto que hemos citado: "Laoración le es necesaria al hombre para obtener algo de Dios, no a causa de Dios, sino a

causa del que reza, porque así se hace capaz de recibir". Por esta causa, la oración jamás esimportuna, ya que, mediante ella, permitimos en cierto sentido a Dios concedemos lo que

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él mismo nos quiere dar. No estamos dispuestos para recibir lo que quiere darnos ypermite que nos dispongamos de esta forma. Y ahora nos es fácil advertir que la oraciónmás perfecta es la que se conforma plenamente a la voluntad de Dios, como la de Cristo enGetsemaní: "No se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26, 39). Este es elsignificado profundo de la oración, según santo Tomás y san Agustín.

Ahora vamos a aplicar esta doctrina al apostolado. El sacerdote es el instrumentoapostólico de que el Señor se sirve. Pero, de por sí, no está a la altura de su cometido, nopuede nada. El fin de la oración, al menos uno de los principales, es hacer a esteinstrumento más capaz para servir al Señor y realizar lo que Dios espera de él.

Una muchacha de Acción Católica, de profunda vida interior, hablaba de las milocasiones en que había podido hacer bien a mucha gente en contactos personales. Lasdemás le preguntaron cómo lograba hacerlo. Y esta chica dijo sencillamente: "Para ganarun alma es necesario haberla llevado durante mucho tiempo en la oración". Ella decía que

cada vez que salía de casa, en el tranvía, en el autobús, rezaba por cada una de esaspersonas. Lo primero que hacia siempre era rezar. Había comprendido que la oraciónpermite al Señor servirse de nosotros.

Esta reflexión puede servir enormemente al sacerdote en su trabajo apostólico. Muchasveces quisiéramos hacer algo por una persona y nos sentimos impotentes. El Señor esperanuestra oración. Orando y mortificándonos nos permitirá Dios tener acceso a esa persona.

Uno de los principales promotores, al menos en Francia, de la oración por la unión de lasiglesias fue el P. Couturier, que murió hace pocos años. Él pensaba que el principal

instrumento para la unión era la oración. Su vida era esencialmente una vida de oración.Cuando empezó su campaña, encontró una oposición fuerte.

Estaba en Lyon, el año 1935, cuando organizó por vez primera diversas conferenciaspara cada uno de los días del octavario. Alquiló una sala con 250 puestos. No pasaron dediez las personas que acudieron cada uno de los días del primer año. Los resultadospodemos constatarlos ahora. Fue al final de una de estas semanas, cuando Juan XXIIIanunció el Concilio Vaticano II, pensando cómo podría él contribuir al movimientoecuménico. Conocemos también la insistencia con que Juan XXIII pedía a los cristianos queorasen por el concilio. Se lo pedía a los presos, a los enfermos, a los niños, a los sacerdotes,a todos. Era algo esencial. Sólo mediante la oración podría tener éxito esta aventura, esteriesgo que supone siempre un concilio. Nadie sabía, cuando empezó, qué rutas iba a seguir

ni qué orientación tendría. Ahora ya podemos mirar con alegría el balance.

En una hoja parroquial de París, leí esto: "Los sacerdotes de la comunidad parroquial,conscientes de la misión que el Señor les ha encomendado ante vosotros: 1) rezan porvosotros; cada día recitan por vosotros el oficio a tal hora. Cada una de estas oraciones sonanunciadas por la campana, y cuando oigáis esta campana podéis pensar que lossacerdotes de vuestra parroquia se reúnen en la Iglesia y rezan a vuestra intención. Sipodéis, venid a la Iglesia y, si no podéis, uníos al menos a esta oración; 2) están a vuestradisposición cada día... no dudéis en venir cuando tengáis necesidad de ellos, etcétera". Loque más me ha impresionado ha sido lo primero: Rezan por vosotros. Tenían concienciade que el primer deber del sacerdote es la oración. En cualquier puesto que desempeñesus funciones. Si no reza, priva a los fieles de algo a que tienen derecho. A veces unsacerdote con cura de almas puede tener la impresión de que olvida sus deberes

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dedicándose a la oración, mientras que en alguna parte le esperan. Esta impresión esterrible tanto para la espiritualidad como sicológicamente en la vida apostólica. Esnecesario tener las ideas claras y saber que, cuando oramos, cuando recitamos durante eldía el breviario, nos estamos haciendo más aptos para ser utilizados por Dios según suvoluntad. Si tenemos esta convicción, es seguro que perseveraremos en la oración, queseremos fieles a nuestra misión, y haremos un servicio auténtico a la comunidad quetenemos encomendada.

Cuanto acabamos de decir tiene una aplicación especial en el caso del breviario, que noes una oración que hacemos por los demás, sino en lugar de ellos. El sacerdote reza enlugar de todos aquellos que no saben o que no tienen tiempo. Es la oración litúrgica, laoración de la Iglesia. En ella no somos nosotros quienes rezamos, sino toda la Iglesia, yespecialmente la Iglesia triunfante: Cristo, la Virgen, los santos, que interceden pornosotros.

Cuando el sacerdote ora, no se reserva un tiempo para sí egoísticamente, sino que ejercesu ministerio de esta forma en pro de los otros. Cuanto más importante sea el cometido decada uno, mayor es la necesidad de orar. Es muy difícil orar cuando uno está abrumado detrabajo. Quizá sea difícil encontrar un rato libre cada día, pero siempre es posibleencontrar un día a la semana o al mes. El cardenal arzobispo de Burdeos, Richaud, decía enuna carta a sus sacerdotes que quería establecer el reposo semanal obligatorio para todoslos sacerdotes. Un día entero dedicado al estudio y a la oración. Y, si era posible, en lugardistinto de aquel donde se reside habitualmente. Los monasterios constituyen un lugarideal, por el ambiente que reina en ellos.

El P. Godin, autor de La Iglesia en estado de misión, a pesar de todo su trabajo, cada día

encontraba tiempo libre para el estudio y la oración. Un misionero de Marruecos, fallecidorecientemente, decía: "El momento en que me siento más fundamentalmente misionero noes ni cuando predico ni cuando curo a los enfermos, sino, por la noche, cuando meencuentro en mi pequeña capilla con Cristo, a quien llevo en mí, en virtud de mi sacerdocioy de mi existencia cristiana. Me abandono en sus manos, para que en mí y por medio de mí,que me he hecho africano con los africanos, él rece y se inmole por mis hermanos, a fin deque el Padre un día los conduzca a todos a la salvación por medio de su Hijo. He aquí lamística profunda de mi apostolado".

El verdadero apóstol, cuanto más experimenta las necesidades de los hombres en su

contacto con ellos, tanto más siente la necesidad de orar y de trabajar. La vida activa encontacto con el mundo, en lugar de constituir un obstáculo, puede y debe ser el móvil másprofundo de una auténtica vida interior.

Son las magníficas palabras de san Juan Crisóstomo predicando en Antioquía cuandoafirma: "De buen grado aceptaría todo por vosotros. No sabéis, ignoráis la tiranía de lapaternidad espiritual, y cómo aquel que engendra, así los santos, preferiría mil veces serhecho pedazos antes que ver perecer a uno de sus hijos".

Es esta responsabilidad apostólica la que constituye para nosotros no sólo un medio deprotección, sino también un incentivo. Leyendo la vida del cura de Ars nos damos cuentade que la parroquia ha sido el origen de su santidad. Su parroquia era una de las peores dela diócesis; porque lo consideraban un hombre incapaz le dieron esta comunidad donde no

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podría hacer un mal muy grande. Él lo sabía y se convenció de que su misión eraconvertirlos. Se sintió responsable y éste fue el origen de su santidad.

Como conclusión, me permito citar una carta del P. Pierre Lyonnet, donde habla de laordenación. Está escrita el 3 de diciembre, festividad de san Francisco Javier, y va dirigidaa uno de sus antiguos alumnos, que iba a ser sacerdote aquellos días. Dice así: "Hazte uncorazón compasivo. Es lo que más necesita el sacerdote. Debe estar preparado en todomomento para llevar cualquier dolor. No sólo para dar buenas palabras, sino paracompadecer, para sufrir con los demás, aunque tenga un gran deseo de dejar todo esto ycerrarse en su tranquilidad; es necesario dejar nuestra puerta abierta, a fin de que puedavenir, como las olas del mar, la pena del mundo. Se tenía que poder decir del sacerdote: heaquí el que quita el pecado del mundo. Los primeros días de sacerdocio lo que más hacetemer es la proximidad del Dios santísimo. Los ordenandos me parecen en el día de laordenación tener como una cara quemada por esta presencia, todos abrasados. Después,es la presencia de los hombres la que hace temer, la exigencia, el asalto perpetuo, estallamada que se puede, por desgracia, no oír. Un sacerdote que no siente, y entonces las

almas mueren de hambre. ¡Ah, si san Francisco Javier pudiera darnos un poco de su locura,si fuéramos sacerdotes verdaderamente capaces de correr en socorro de los otros hastadar nuestra vida! Cuanto más se acerca uno a Dios; peor hijo se siente uno. Cuánto más seacerca uno a los demás, uno siente que piden mucho más, y nosotros estamos vacíos, ollenos de nosotros". Y en otra carta decía a un ordenando: "El acercarse a Dios es siempreabrasador. Veréis que Dios es siempre exigente, sobre todo por medio de los otros, y que lapresencia de los demás es mucho más tremenda que la presencia de Dios sobre el altar.Los otros, por los cuales debemos estar siempre dispuestos a dar todo, incluso nuestravida.

[1] Com. in Lc 6, 1. 5. post init.

[2] Cf. Rom 8, 34; Heb 9, 24.

[3] Decr. Presbyt. ord. 4.

[4] Cf. S. LYONNET, La soteriologia paulina, en: A. ROBERT-A. FEUILLIET, Introducción ala Biblia, 2. Barcelona 1965, 747.

[5] He examinado brevemente el misal de la iglesia de Milán, y no he hallado excepciónalguna. Quizás haya excepciones en otras liturgias.

[6] Const. Gaudium el spes, 12; cf. 57.[7] Adv. haer., 4, 15.

[8] Cf.D.1783.

[9] Const. Gaudium et spes, 19.

[10] Ibid. 2.

[11] Decr. Ad gentes, 2; cf, también 7, 9; Const. Lumen gentium, 17.

[12] M. Flick- Z. Alzeghy, Los comienzos de la salvación. Sígueme, Salamanca 1965, 196.

[13] Tract 49 in Jn post init.

[14] Decr. Apostolicam actuositatem, 2; Decr. Presbyt. ordinis, 2.[15] STh 1-2, q. 114, 1-2.

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[16] Oración de la misa del domingo 10 después de Pentecostés.

[17] Cf. Introducción a la Biblia, 2, 759.

[18] Etudes (1955) 153.

[19] A. Camus, L'homme révolté, 34.

[20] Cf. S. LYONNET, Le péché: DBS 7, 481-567.

[21] La traducción de esta cita es del autor.

[22] Exsultet, pregón de la vigilia pascual.

[23] Cf. D. 195.

[24] Sermón 99.

[25] Praef. in epist, can.

[26] Cf. P, LYONNET, Ecrits spirituels, 2, 80-83. La cita no es literal.

[27] Sermón 36: PL 5, 220-221.

[28] Apología David, 1, 2.

[29] En el 2° noct. maitines del día 4 de octubre.

[30] Expositio in epist. S. Pauli ad 2 Cor 12, 3.

[31] Moralia in Job, 2, 83 (SCh 32, 241).

[32] Homilia 29 in evangelia.

[33] Novissima verba:15 de mayo, 60.

[34] Historia de un alma, c. ll,

[35] P. LYONNET, o. c., 239.

[36] Cf. Introducción a la Biblia 2, 761

[37] De veritate q. 28, 1-8.

[38] Proslogion, c. 10.

[39] Sobre este tema, cf. S. LYONNET, De peccato el redemptione, 2, l18.

[40] Cf. Sal 80, 2; 99, 1; 1 Sam 4, 4; 2 Sam 6, 2; 2 Re 19, 15; Is 37, 16; 1Cron 13, 6.

[41] STh 3, q. 47, a. 3.

[42] Acción litúrgica del Viernes Santo.

[43] Cf. VTB. 327-335

[44] Expositio in epist. S. Pauli ad Rom. 5, 2.

[45] In Gen 8, 5.

[46] Ibid.

[47] Cf. La vie selon l'Esprit, 186, n. l.

[48] Römerbrief, c. 4.

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[49] Bible de Jérusalem, Rom 1, 5, nota e

[50] Expos. in epist. ad Heb 5, 2.

[51] In Gen 8, 5.

[52] In Gen 8, 5.

[53] Etudes avr (1945) 11-12.

[54] P. DE CLORIVIÈRE, Grands exercices, 182.

[55] VS fév. (1952) 167-168.

[56] Ecrits spirituels, 1, 8-9.

[57] Etudes avr. (1945) 21-23.

[58] Cf. Libertad y ley nueva. Sígueme, Salamanca 1964, 13.

[59] M. LEGAUT, Prières d'un croyant, 222.

[60] Este tema está más desarrollado en La vie selon l'Esprit, 182.

[61] Comentado a 1 Tim 1, 8; cf. La vie selon l'Esprit, 186.

[62] In Rom 8, 2; STh 1-2, q. 106, a. 1, c.

[63] STh Ibid.

[64] STh Ibid.; cf. también In 2 Cor 3, 6.

[65] Comentario a Heb 8, 10; cf, La vie selon l'Esprit, 182.

[66] STh 1-2, q. 106, a. 2.

[67] Sobre este capitulo y el siguiente, cf, Libertad y ley nueva, 93-l12,

[68] Libertad y ley nueva, 108.

[69] Exposit, in 2 Cor 3, 2; cf. Libertad y ley nueva, 122-123.

[70] In 2 Cor 3, 17; STh 1, q. 96, a. 4.

[71] Cf. Libertad y ley nueva, 124.

[72] Cf. STh 1-2, q, 108, a. l.

[73] CH. DE FOUCAULD, Escritos espirituales. Madrid 1958.[74] VS 102 (1960) 309.

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[75] PL 35, 2.016.

[76] Const. Lumen gentium, 9.

[77] Const. Gaudium et Spes, 24.

[78] Cf. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco, 1, 4, c. 3; también Gran ética, 1, c. 25.

[79] Contra gentiles, 4, 22.

[80] H. VIGNON, Adnotationes in tract. de virtutibus inf. (ed. privada), 100.

[81] STh 1-2, q. 110, a. 4.

[82] Sermón 17, 9.

[83] Pío XII, Discurso a la FAO.

[84] Const. Gaudium et spes, 12.

[85] ibid., 27.

[86] Así lo narra su hermana Gilbertte Perier.

[87] La expresión es del P. Muckennann, Para justificar su oposición a Hitler.

[88] SAN IGNACIO, Ejercicios espirituales, 4ª. sem. n. 230s.

[89] Cf. La Vie selon l'Esprit, 232.

[90] STh 1-2, q. 73, a. 2-4.

[91] Y. DE MONTCHEUIL, o. c.

[92] SAN IGNACIO, Libro de los ejercicios, Meditación de las 2 banderas, n. 13a.

[93] Declar. Dignitatis humanae, 11.

[94] SAN IGNACIO, Ejercicios espirituales, n. 181.

[95] Ibid, n. 169.

[96] Esta es la idea central del libro que venimos citando de I. DE LA POTTERIE-S.LYONNET, La vie selon l'Esprit, condition du chrétien. Cerf, Paris 1966.

[97] Comentando Rom 8, 15; cf. también STh 3, q. 39, a. 8, ad, 3, cuando habla delbautismo y la transfiguración de Cristo.

[98] Cf. Libertad y ley nueva, 32.

[99] Cf. Lumvie 48 (1960) 43-62.

[100] Const. Lumen gentium, 48; y 9; Const. Gaudium et spes, 39.

[101] Se trata de J. Klausner; cf, La vie selon l'Esprit, 248.

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[102] Const. Gaudium et spes, 39.

[103] P. LYONNET, Ecrits spirituels, 148.

[104] Const. Gaudium et spes, 34.

[105] O. CULLMANN, Christologie du Nouveau Testament, 168.

[106] Ibid., 202.

[107] A. FEUILLET, o. c., 2, 603-604.

[108] Oración de las letanías mayores.

[109] PL 34, 1275; cf. Christus 5 (1958) 227.