Lutero y La Reforma Lecturas de Apoyo Unidad 2

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  • MARTN LUTERO Y

    LA REFORMA DE LA IGLESIA

    UNIDAD 2 EL DIOS QUE LIBERA

    CONTRA LOS DIOSES FALSOS

    PROFESOR: DAVID BRONDOS

    LECTURAS DE APOYO

  • Martn Lutero y la Reforma de la Iglesia Unidad 2: El Dios que libera contra los dioses falsos

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    ANTES DE INICIAR ESTAS LECTURAS, REVISA LA HOJA DE TAREAS PARA ESTA

    UNIDAD PARA VER LAS PREGUNTAS A LAS QUE DEBERS RESPONDER

    1. Lee la siguiente seleccin, tomada de la biografa de Lutero hecha por Albert Greiner,

    Lutero (Madrid: Sarpe, 1985 [1956]), cap. 2. Este captulo habla de la transformacin de la

    visin de Dios que sufri Lutero como monje en los aos antes de la publicacin de sus 95

    tesis, con lo cual se desencaden la Reforma de la iglesia.

    ___________________________________________________________________________________________

    EL COMBATE SOLITARIO

    La orden monstica que Lutero haba escogido se distingua a la vez por la seriedad de su

    labor teolgica y por la dureza de su regla. Aquellos que en Pars se han llamado los Grandes

    Agustinos sacaban de la mendicidad todos los recursos necesarios para la vida de su

    comunidad; se sometan a un ayuno riguroso y se abstenan de comer carne, mantequilla,

    queso y huevos durante la mitad de los das del ao; trabajaban y pasaban la noche en las

    celdas jams calentadas, y se levantaban todas las noches para rezar el oficio. Pero todos

    estos rigores no se haban hecho para displacer a Lutero; se ofreca literalmente a todos estos

    trabajos y a todos estos sacrificios: He sido un monje piadoso, puedo afirmarlo, dir ms

    adelante, y he observado la ley tan severamente como pueda otro pretenderlo: si alguna vez

    un monje ha llegado al cielo por su vida monstica, yo de cierto que tambin hubiera llegado.

    Lutero hubo de someterse a las etapas habituales de la iniciacin monstica. Como todos

    los aspirantes, pas primeramente algunas semanas en la hospedera del convento. Cuando se

    aseguraron bien de la seriedad de su vocacin y de sus capacidades de resistencia fsica,

    recibi el sayal negro y el escapulario blanco, hbito de su orden. La toma solemne del hbito

    implicaba una breve plegaria litrgica que expresaba a la perfeccin el voto de Lutero: Que el

    Seor te revista del hombre nuevo, creado segn Dios en la justicia y santidad que produce la

    verdad, deca el prior. En cuanto al joven novicio, se

    comprometi a llevar a cabo todo cuanto estuviera en

    su mano para matar su propia voluntad y sus deseos

    carnales por medio del trabajo apasionado del da y las

    prolongadas vigilias de la noche.

    El ao de noviciado obligatorio pas muy de prisa.

    En septiembre de 1506, Lutero pronunci sus votos

    definitivos. Ordenado sacerdote poco antes de la

    Pascua del ao siguiente, celebr su primera misa en

    Erfurt el 2 de mayo de 1507. Era el domingo

    Cantate, mas el alma de Lutero no reflejaba en

    absoluto la dicha de la liturgia. Mientras consagraba la

    hostia y el vino de la misa, la idea de la santidad divina

    se le present con una fuerza tan intensa que estuvo a

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    punto de huir del altar, en donde el superior tuvo que retenerle. Cuando, en Erfurt, yo

    celebr mi primera misa, estuve a punto de morir, confiesa, y explica l mismo su espanto:

    No tena la fe; slo pensaba en ser una persona digna y no ser un pecador. Cuando, por la

    tarde, despus de comer, quiso celebrar, en una alocucin familiar, la vida dichosa y santa de

    los monjes, su padre, que se haba unido a la fiesta, no crey ni una palabra. Y, en el fondo,

    tena toda la razn. Los dos aos que su hijo haba pasado en el convento no lo haban

    tranquilizado en Dios, en absoluto; su alma, ya inquieta, se inquietaba todava ms. Recibidas

    las rdenes para probar la paz del convento, el joven monje iba a conocer all, al contrario,

    segn su propia expresin, todos los tormentos del infierno.

    Yo tambin escribe Lutero en 1518, yo tambin he conocido un hombre bien de cerca

    que afirmaba haber soportado tales suplicios. No por mucho tiempo, es verdad!, pero las

    torturas eran tan grandes, tan infernales, que no existe lengua humana ni pluma capaces de

    describirlas. El que no lo ha pasado es incapaz de figurrselo. Si alguien se viera obligado a

    soportarlas hasta el extremo, aunque duraran solamente media hora, qu digo?, aunque slo

    fueran cinco minutos, morira de tal forma que hasta los huesos se convertiran en ceniza. No

    cabe la menor duda de que en este texto el reformador est describiendo su propio estado

    anmico.

    Cul era, pues, propiamente, su tormento? Se ha dicho que Lutero era un mal fraile.

    Estaba irritado por la regla del convento y por la disciplina de la Iglesia y, desde aquella

    poca, se preparaba ya para sacudirse el doble yugo.

    Ahora bien, esta explicacin no resiste en absoluto el

    examen. Cmo podra creerse seriamente que los superiores

    estuvieran tan contentos de Lutero, que incluso llegaran a

    confiarle algunas responsabilidades importantes dentro de su

    orden, si, desde aquel momento hubiera sido un fraile infiel o,

    simplemente, indcil? Pues bien, tal como lo veremos ms

    adelante, fue porque se lo pidieron sus superiores por lo que

    Lutero consigui los grados universitarios y por lo que ense

    teologa en Erfurt y en Wittenberg; es porque se lo piden ellos

    por lo que acepta el cargo de subprior del convento de esta

    ltima ciudad, despus de haber realizado, en 1510-1511, un

    viaje a Roma, donde deba discutir ciertos asuntos candentes relativos a los Agustinos de

    Alemania. Durante este viaje, l es realmente el monje concienzudo, desconcertado por la

    superficialidad de los presbteros italianos que encuentra a su paso; pero no abriga ninguna

    idea de revuelta en contra de la Iglesia: En Roma dice l mismo, recorr todas las iglesias

    y todas las criptas. Yo crea todas las mentiras que se contaban. No, en verdad, no se trata ni

    de un mal fraile ni de un revolucionario. Todava, durante casi quince aos ms, observar sus

    votos monsticos, y ser capaz de decir, pensando en un perodo posterior de su vida: De

    haber sido conveniente, habra yo asesinado al hombre que se hubiera permitido rechazar la

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    obediencia al papa aunque slo hubiera sido por una palabra. Y, en todo caso, habra

    ciertamente ayudado a asesinarle, o bien hubiera aprobado elogiosamente su asesinato.

    Se tratara, pues, de una duda intelectual, y convendra ver en el joven Lutero al

    precursor de los racionalistas ateos? Es verdad que en uno de sus arrebatos pasionales en los

    que explota su temperamento, Lutero exclama: Qu Dios tan terrible! Ojal no existiera!

    Mas, precisamente, este grito demuestra la absoluta seguridad de Lutero en la existencia de

    Dios; el Seor es una realidad de la que no puede dudar lo ms mnimo!

    La crisis que atraviesa el monje ser, pues, imputable a algn pecado moral, y Lutero se

    estar agotando en una lucha intil para guardar su voto de castidad? Alguien, en verdad, lo

    ha afirmado; incluso ha habido quien ha querido demostrarlo con la cita de textos. Lo malo es

    que las expresiones concupiscencia, codicia, deseo carnal, apuntadas en estos textos,

    superan, en la pluma de Lutero, el estrecho significado que sus detractores quisieran darles.

    Interpretan ellos estas palabras en el sentido freudiano; Lutero las emplea en el sentido de la

    Biblia, como lo demuestra, especialmente, este pasaje de su comentario a la epstola a los

    Glatas: Cuando era monje dice pensaba inmediatamente que se haba perdido mi

    salvacin, cada vez que experimentaba la codicia de la carne, es decir, un movimiento de

    deseo, de clera, de odio, de celos para con un hermano... El suplicio era continuo para m al

    pensar: acabas de cometer ste o aquel pecado, eres todava vctima de la envidia, de la

    impaciencia, etctera. Intil, por dems, citar textos teolgicos. Lutero es formal con relacin

    a su propio caso, y no existe razn alguna para dudar de su palabra: En el convento no

    pensaba ni en dinero, ni en los bienes de este mundo, ni en mujeres, sino que mi corazn

    temblaba y se agitaba pensando

    cmo podra hacer que Dios me fuera

    favorable.

    El mismo problema que haba

    llevado a Lutero al convento, sigue

    torturndole: Cmo hacer que Dios

    me sea favorable. Se trata de un

    tormento puramente personal y

    religioso. Lo que ocupa el espritu de

    Lutero no son ciertamente las

    imgenes lascivas, cuerpos femeni-

    nos muellemente tendidos. En el

    centro de su pensamiento gravita Dios, el Dios de majestad, el Dios que truena en el cielo

    lejano, el Dios de la Ley, el Juez, el Viviente, el Santsimo, el Seor que odia al pecado y que,

    por consiguiente, condena al pecador.

    Lutero afirma lgicamente que Dios odia al pecado. No un pecado, una negligencia, una

    falta pasajera y desprovista de importancia; sino el pecado, es decir, Satans en persona que

    ha cabalgado sobre el hombre como un jinete cabalga sobre su caballo, y le lleva adonde l

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    quiere. A causa de esta maldita potencia, todos los pensamientos, todas las palabras, todas las

    acciones del hombre son malditas a la vista de Dios. Por todos los extremos de su ser, el

    hombre se rebela contra su Seor. Incluso las buenas obras que produce no son sino obras

    maestras del egosmo y de la idolatra: En el hombre natural, incluso la bsqueda de Dios

    est viciada de egosmo dice Lutero, expresando as su propia experiencia, puesto que, al

    buscar a Dios, el hombre slo piensa en su propio

    inters, y esta corrupcin es tan radical que ni siquiera

    nos damos cuenta de ello. De esta manera, la

    plegaria, la piedad, la busca de la salvacin, todo est

    viciado desde la base. Las mismas victorias que

    consigue, el hombre, egosticamente, se las atribuye:

    Conviene desde el principio vencer la codicia de la

    carne, y esto es fcil. Lo que es ms difcil de vencer

    es el orgullo, puesto que ste se alimenta incluso de

    la victoria sobre las malas inclinaciones.

    Amars al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda tu alma y con todas tus fuerzas,

    ste es el precio de la salvacin. Mas este mandamiento divino que resume todos los dems,

    resulta, al igual que todos los restantes, irrealizable. Lutero no descubre en s mismo, y

    tampoco en ningn otro hombre, el menor rasgo de amor verdadero y desinteresado para con

    Dios. La ley de Dios se encuentra all como un ideal desesperanzador e imposible de alcanzar.

    Segn esto, no es extrao que Lutero llegara a odiar a Dios! Yo no conoca a Jesucristo

    dice, o ms exacto, le miraba como a un juez severo del cual procuraba escapar sin lgralo

    jams. Y con todo, el monje, con todas las fuerzas de su alma, reclama la salvacin. No

    quiere, en absoluto, la perdicin de Lutero! Es necesario que Lutero se salve! Es para l una

    cuestin de vida o muerte! Ahora bien, entre la santidad de Dios juez y su propio pecado,

    Lutero se encuentra cogido como en una trampa. Es algo terrible caer en las manos del Dios

    viviente, afirma la Escritura. Y esto es precisamente lo que le pasaba a Lutero!...

    Entonces, intentando anular este veredicto que le reduce a la nada, Lutero se lanza de

    lleno a la prctica de la vida monacal. Se confiesa con frecuencia; pero sus confesores slo

    pueden compadecerse y le dicen: Tus escrpulos te honran,

    Hermano Martn. Pero no debes exagerar! Y sta no es

    respuesta para Lutero! Le dan la absolucin; pero esta absolucin

    no puede proporcionarle reposo alguno puesto que hace alusin a

    unos mritos que l no tiene en absoluto ni puede tener jams.

    Que la penitencia y las buenas obras que has realizado y que

    realizars en adelante te sirvan para el perdn de tus pecados,

    aumento de tus mritos y de la gracia, estas palabras rituales

    del presbtero resuenan como una burla en los odos del monje.

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    Para forzar la entrada en el cielo, Lutero se agotar en obras supletorias: Toda mi vida

    dice no era ms que ayuno y vigilias, oraciones y sudores... Si hubiera durado un poco ms,

    me hubiera martirizado hasta la muerte a fuerza de vigilias, plegarias, lecturas y otra clase de

    trabajos. Un da le encuentran tendido sobre el pavimento de su celda, y sus superiores,

    preocupados, encargan a uno de los hermanos que le atienda con una vigilancia discreta. Pero

    Lutero desea hacer, desea acumular aquello que le dicen ser mritos; jams, bien lo sabe

    l, jams podr satisfacer su parte, aunque modesta, del precio de su salvacin! Mi vida tena

    a los ojos del mundo una gran apariencia de santidad; a mis ojos, no era nada. Tena un

    espritu roto y estaba siempre triste. Con todas sus fuerzas, se decide entonces aborrecer a

    aquel Dios erizado de exigencias, y que, incluso en el Evangelio, slo habla de su justicia.

    Al abrigo de esta santidad en mi propia justicia,

    alimentaba yo una perpetua desconfianza, dudas,

    temor, ganas de odiar a Dios y blasfemar de l. Y, con

    todo, Lutero reclama, exige siempre la salvacin. Como

    el patriarca [Jacob] en la vadera de Yabbok [Peniel;

    Gn 32:22-32], lucha, cuerpo a cuerpo, con Dios. Al

    igual que el patriarca, al final deber confiarse a su

    gracia: Ni remedio ni consuelo alguno me habran

    ayudado si Cristo no hubiera venido y no hubiera

    abierto la Biblia y no hubiera llegado as, por medio de

    su Palabra, mi consejo y mi consuelo.

    Ser, pues, gracias a la lectura y meditacin de la Biblia, a la frecuentacin asidua de la

    Palabra de Dios, por lo que Lutero consigue la libertad. Y para conducirlo a esta lectura y a

    esta meditacin, el Seor se sirvi de Juan Staupitz, vicario general de los Ermitaos agustinos

    para la provincia de Alemania.

    Desde 1508, Staupitz se haba fijado en la piedad y la inteligencia de Lutero. A causa de

    ello, y seguramente tambin para distraerle de su constante tormento, le haba confiado la

    enseanza de las artes liberales en la Universidad de Wittenberg, donde, adems, se le peda

    que cursara su bachillerato en teologa. Titular ya en

    este grado, Lutero prosigue, en 1509, su enseanza en

    Erfurt. Despus de su viaje a Roma y de su regreso a

    Wittenberg como subprior del convento, Lutero fue

    informado de que Staupitz le esperaba para

    reemplazarle en su propia ctedra de enseanza bblica

    y de que, para ello, le ordenaba que terminara

    rpidamente sus estudios. Lutero, sumido en plena

    crisis, lo rehus. Mas los deseos de Staupitz eran

    rdenes, y el vicario general estaba convencido de la

    vocacin de Lutero: Todo permite entrever escriba

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    que, dentro de poco, nuestro Seor tendr mucha tarea en el cielo y en la tierra. Entonces

    tendr necesidad de un gran nmero de doctores jvenes y laboriosos. Tanto, pues, si vivs

    como si mors, Dios tiene necesidad de vos en su consejo.

    Obedeciendo a su superior, Lutero hizo, pues, su

    licenciatura el 4 de octubre de 1512, y, el 19 del

    mismo mes, gracias a la liberalidad de su futuro

    protector, el prncipe elector Federico de Sajonia, era

    promovido doctor, en teologa. El juramento que

    pronunciara en esta ocasin conservar siempre para

    l una importancia decisiva: Hube de aceptar el

    doctorado, jurando y prometiendo a mi queridsima

    Escritura santa que la predicara fiel y puramente.

    Desde aquel momento, la Palabra de Dios viene a ser

    para Lutero como una especie de personaje viviente,

    un soberano espiritual, frente al cual no podra, so

    pena de grave perjurio, romper su juramento de

    fidelidad.

    Pero Staupitz no se conform con orientar la

    carrera de Lutero. Durante las paradas que haca de

    tiempo en tiempo en el convento de Wittenberg, se

    pona a la disposicin del monje, que le consideraba

    como a su mejor confidente. No supo, sin duda,

    resolver su problema teolgico y exegtico de la justicia divina que martirizaba a Lutero. Mas,

    con sus consejos de cura de almas, prepar la conversin que necesitaba su penitente. No es

    Dios quien est irritado contra ti le deca; eres t quien ests irritado en contra de Dios.

    Libr a Lutero de la visin terrorfica del Dios justiciero, que le persegua; rompi la lgica

    alucinante de la predestinacin que constrea a Lutero; emprendi la tarea de fijar sus

    miradas y sus reflexiones en el testimonio de amor de la Cruz:

    Cristo no atormenta le deca adems; l solamente

    consuela! En las llagas de Cristo es donde puede

    comprenderse la Providencia, es donde ella se encuentra; en

    ninguna otra parte.

    Bajo esta influencia, la luz del Evangelio empez

    siguiendo su propia expresin a lucir en el interior de

    Lutero. Staupitz haba dicho: El verdadero arrepentimiento

    empieza con el amor a la justicia y a Dios, y Lutero medit

    detenidamente esta sentencia. Empec escribe a

    compararla con las dems palabras de la Escritura que

    conciernen a la penitencia. Y cul no fue mi sorpresa! Por

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    todas partes, aquellas palabras venan a confirmar vuestra

    opinin. Venan a sonrerle y a bailar una ronda a su alrededor.

    As, poco a poco, la aurora se levantaba en su alma. Se bata

    cuerpo a cuerpo con el texto de la Biblia, y el Espritu Santo, por

    medio de esta Palabra, iluminaba progresivamente el sentido

    verdadero y global, el centro, o, como dice Lutero, el corazn

    del mensaje divino. Fui errante durante mucho tiempo dice;

    vislumbraba cierta cosa, es verdad, pero no saba lo que era

    hasta que hube encontrado el sentido de Romanos 1: "El justo

    vive por la fe." Esto fue lo que me ayud. Cuando aprend a

    distinguir el Evangelio de la Ley, fue cuando di el gran paso.

    Hasta aquel momento, efectivamente, Lutero slo haba

    escuchado en la Biblia una voz: la del Dios santo que nos hace conocer, en la Ley, todas sus

    exigencias. La frecuentacin asidua de las Escrituras ha hecho ms sensible ahora los odos

    espirituales de Lutero; actualmente ya percibe el aire jubiloso del Evangelio que otorga a los

    pecadores la buena nueva de la salvacin; ahora comprende que, mucho ms que sus

    exigencias, lo que Dios quiere declarar a los hombres es su amor.

    De ello puede deducirse cmo lee Lutero la Biblia y cmo se distingue, desde entonces, de

    los biblistas y de los sectarios de todos los tiempos. Es verdad que se trata, para l, de

    descubrir el sentido de un pasaje particular de la Escritura que concierne a la justicia de Dios.

    Pero solamente descubre este sentido a la luz de todo el conjunto del mensaje escripturstico.

    La Biblia jams ser para l un arsenal de textos en donde

    encontrar armas para defender tal o cual opinin particular. La

    Palabra de Dios ser siempre para l una fuerza y una vida, la

    misma vida de Cristo, que irrumpe en el mundo de la muerte, que

    en l se instala y lo transforma.

    La iluminacin que recibe Lutero queda concretada en aquello

    que se llama la experiencia de la torre. La fecha concreta del

    acontecimiento quedar siempre como un secreto entre Dios y el

    combatiente solitario. Se supone que tuviera lugar durante el

    invierno de 1512-1513, en una de aquellas largas meditaciones

    sobre la Biblia que el monje acostumbraba a realizar en la celda por

    l ocupada en la torre del convento negro de Wittenberg. En

    todos sus cursos sobre los Salmos (1513-1515), sobre los Glatas

    (1516-1517), sobre los Hebreos (1517-1518), y, sobre todo, en su

    gran curso sobre la carta a los Romanos, profesado desde

    noviembre de 1515 hasta septiembre de 1516, as como en sus

    numerosas predicaciones de aquel tiempo, proclama su gran

    descubrimiento y canta la dicha de su alma, inmerso en la

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    salvacin. Incluso mucho tiempo despus, Lutero encontrar acentos apasionados para

    describir aquel momento en que la gracia de Dios le arrebata y le persuade de la salvacin:

    Me sent encendido escribe por el deseo de comprender

    debidamente un trmino empleado en la carta a los Romanos, en el

    primer captulo, donde se dice: "La justicia de Dios ha sido revelada en

    el Evangelio," puesto que hasta aquel momento yo pensaba en ello

    horrorizado. Yo odiaba el trmino "justicia de Dios," porque el uso

    corriente y el empleo que de l hacen habitualmente todos los doctores

    me haba acostumbrado a entenderlo en sentido filosfico. Lo entenda

    en el sentido de justicia "formal" o "activa," una cualidad divina que

    impulsa a Dios a castigar a los pecadores y a los culpables.

    A pesar de mi vida irreprochable de monje, me senta pecador a los

    ojos de Dios; mi conciencia estaba intranquila hasta el extremo y no tena certeza alguna de

    que Dios estuviera aplacado por mis satisfacciones. Adems, yo no poda amar en absoluto a

    un Dios as de justo y vengativo. Lo odiaba, y si no blasfemaba en secreto, no por ello dejaba

    de indignarme y murmurar violentamente en contra de l, diciendo: "No basta con que nos

    condene a la muerte eterna a causa del pecado de nuestros padres y que nos haga padecer

    toda la severidad de su ley? Es que, adems, todava tiene que aumentar nuestro tormento

    por el Evangelio y encima hacernos proclamar su justicia y su clera?" Estaba fuera de m; en

    tanto, mi conciencia se senta trastornada, y relea sin tregua este pasaje de san Pablo en el

    ardiente deseo de saber qu haba querido decir el Apstol.

    Al fin, Dios tuvo piedad de m. Mientras yo meditaba da y noche y examinaba la lgica de

    estas palabras: "La justicia de Dios ha sido revelada en el Evangelio, como est escrito: el

    justo vivir por la fe," empec a comprender que la justicia de Dios aqu significa la justicia

    que Dios da y por la cual el justo vive, si tiene la fe. El sentido de la frase es, pues, el

    siguiente: El Evangelio nos revela la justicia de Dios, pero esta

    justicia es la "justicia pasiva" por la cual Dios, en su

    misericordia, nos justifica por medio de la fe... De pronto me

    sent como renacer, y me pareci haber entrado por unas

    puertas abiertas de par en par en el mismo Paraso. Desde

    aquel momento, la Escritura toda tom para m un aspecto

    nuevo. Recorr los textos segn mi memoria me los iba

    presentando y observ otros trminos que convena explicar de

    una manera anloga... el poder de Dios que nos da su fuerza,

    la sabidura que nos hace sabios, la salvacin, la gloria de Dios.

    Cuanto haba detestado este trmino de justicia de Dios, tanto

    ahora lo amaba, lo acariciaba como palabra suavsima, y, de

    este modo, aquel pasaje de san Pablo se convirti para m en la

    puerta del paraso.

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    Aparentemente, lo hemos visto, el descubrimiento de Lutero nos lleva nicamente a la

    exgesis del trmino bblico de justicia de Dios. Captando el mensaje bblico en su centro,

    Lutero comprendi que, en el Evangelio, aquel trmino no designa la justicia que Dios reclama

    del hombre ni la condenacin que ste debe padecer; designa, en cambio, la justicia que Dios

    funda en la muerte de su Hijo y que otorga al pecador que cautiva por la fe.

    El descubrimiento de Lutero supera, pues, hasta el infinito los lmites de un problema de

    terminologa bblica. Se trata de toda la teologa; toda la predicacin de la Iglesia se halla

    trastornada, y, con ella, todo el concepto que aquella Iglesia se haca tanto de Dios como de la

    vida cristiana. La predicacin, el catecismo y la liturgia haban llevado a la visin de un Dios-

    juez, que exige, que reclama. Observar su Ley era el nico objetivo que convena alcanzar y,

    en su impotencia por observar esta Ley, Lutero haba topado con la espada flameante de la

    justicia divina que le cerraba el camino de la salvacin. He aqu que la Palabra de vida

    acababa de aportar al corazn de Lutero una nueva realidad. El Dios del Evangelio no es

    ciertamente un Dios que reclama; ante todo y esencialmente es un Dios que da y que se da.

    Ms todava que un juez amenazador, el Dios de Jesucristo

    es un Padre que nos ama. Su designio eterno no es el de

    hacernos morir; quiere hacernos vivir dndonos su vida.

    Cierto, la Ley permanece, absoluta e intangible. Pero hay

    alguien distinto a nosotros, Jesucristo, el propio Hijo de

    Dios, quien ha satisfecho las exigencias de la Ley; ha

    pagado sobre la Cruz, en lugar nuestro y por nosotros,

    toda la deuda de nuestro pecado. Dios nos imputa su

    justicia; quedamos justificados gratuitamente gracias a la

    muerte de Jess.

    Comparados con este Evangelio, Lutero reconoce la

    locura de todos sus pensamientos y problemas pasados.

    Tena horror al tormento infernal que l sufra y en el cual

    vea la seal de su reprobacin. Pero estaba equivocado.

    En el espanto de la experiencia abominable, Dios no estaba

    lejos; no estaba ausente; al contrario, estaba actuando;

    haba colocado su mano sobre Lutero, no para condenarle,

    sino para salvarle. Puesto que, a fin de cuentas,

    conducindole a la desesperacin por sus exigencias absolutas, Dios no tena otra finalidad

    que preparar a Lutero para la fe. No quera en absoluto infligirle la muerte eterna; slo quera

    matar el orgullo de aquel monje que pretenda salvarse a s mismo. Aquel a quien quiero yo

    ayudar, dice Dios al alma, aquel a quien yo quiero hacer dichoso, rico y piadoso, lo reduzco

    primero a la nada. Mas vosotros no queris endurecer el trato al que yo os someto. Cmo

    podra yo entonces ayudaros? Qu ms puedo hacer?... Y el alma responde: Siento mucho no

    haberlo comprendido y haber rechazado tu accin salvadora. Estas lneas, extradas de una

    predicacin que Lutero pronunciara en 1517, acerca del Padrenuestro, nos comunican el eco

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    fiel de su propia experiencia. Y, en su comentario sobre la carta a los Romanos, pensando ms

    particularmente en sus reacciones desesperadas ante la predestinacin, escribe: Si alguien

    viviera en la angustia intolerable de no ser elegido, que agradezca esta angustia, y que se

    alegre de ella, porque puede tener entera confianza. No ha dicho Dios que no va a desdear

    un corazn contrito y compungido? Ahora bien, este hombre siente que su mismo corazn

    est destrozado. Debe, por tanto, acercarse valientemente a este Dios cuyas promesas no

    engaan, y ser salvado y elegido.

    S, Lutero se equivoc al tomar por una prueba de la reprobacin divina lo que no era sino

    un signo de su amor. Y tambin se equivoc al querer conquistar el cielo con sus propias

    fuerzas. Este camino est cerrado irremisiblemente. El hombre no puede superarse a s

    mismo; no puede llegar a la santidad ni, en consecuencia, decirle a Dios: T me debes la

    salvacin. Pero se nos abre otro camino indicado por el Evangelio. El camino que ha trazado

    el mismo Dios abajndose hasta nosotros, entrando en el mundo, hacindose uno de nosotros

    por medio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Y este camino, despus, ha

    quedado abierto. Dios ya no se ha alejado de nosotros. Por la Palabra y por los sacramentos,

    Dios sigue dndonos, cada da, su justicia y su gracia.

    Lutero se equivoc, por tanto tambin, al querer

    acumular todas sus obras. Dios no vende, sino que da la

    salvacin. Pretender contribuir a ella resulta una locura y

    un crimen, porque, precisamente, en Jesucristo, Dios ha

    puesto su gloria completa y pagada del todo para poder

    drnoslo todo. Y Lutero se equivoc al replegarse en s

    mismo. En s mismo no poda encontrar ms que

    vergenza, condenacin, incertidumbre y pecado. La

    salvacin est fuera del hombre; est en Dios, en el Dios

    fiel que no engaa jams. Basta acercarse a l por la fe

    para tener con seguridad el beneficio de sus promesas.

    Lutero se equivoc, en fin, al imaginarse que, para

    comparecer ante Dios, el hombre deba, de antemano,

    llegar a ser santo y perfecto. Si esto fuera verdad, ningn

    hombre podra jams encontrarse con Dios sin morir.

    Felizmente, sin embargo, toda la Escritura clama

    repentinamente a los odos del monje angustiado con

    esta nueva paradjica y dichosa: Dios levanta a los dbiles y su gloria consiste en salvar a los

    pecadores. S, Lutero se equivoc en todos los puntos, menos en uno. No se equivoc al

    obstinarse en la lucha y al rechazar todas las componendas [transacciones o arreglos

    inmorales y censurables], hasta el punto de reservarse y entregarse enteramente a un Dios

    que es, al mismo tiempo, juez y, sobre todo, Padre.

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    Pgina | 12 Seminario Luterano Augsburgo

    En adelante, habindose encontrado el verdadero lugar para Dios y para el hombre, la vida

    cristiana se abre ya radiante ante los ojos de Lutero. El clima de esta vida, el aire que respira

    es la fe. Una fe que no es, ciertamente, una creencia intelectual ni una conviccin filosfica o

    dogmtica. Una fe que es una confianza ilimitada en este Dios que nos ama.

    A decir verdad, el cristiano permanece siempre pecador y, por ello, siempre merece la

    muerte. Con todo, que no se rebele en contra de este horrible veredicto! Al contrario, que

    ceda delante de Dios y confiese: el Seor tiene razn! Que acepte el juicio de Dios en la

    penitencia, la humillacin, el sufrimiento y la lucha cotidiana. Entonces podr, por la fe,

    alcanzar el don de la justicia divina y entrar en la vida nueva que el Seor quiere regalarle.

    Absorbido continuamente en el perdn, el pecado, siempre presente, ha dejado de dominar en

    el corazn del creyente. Espontneamente, los frutos del Espritu reemplazan las obras de la

    criatura perversa a quien la Ley era incapaz de corregir. En adelante, aquello que gua a los

    fieles es el amor de Dios: Aquellos que aman a Dios hacen el bien sin clculos y con alegra,

    slo para agradarle y no para obtener en recompensa cosa

    alguna, sea espiritual o material. Mas no es, ciertamente,

    el corazn natural el que inspira estas disposiciones.

    Solamente Dios puede crearlas en nosotros por medio de

    su gracia.

    De este modo, un cambio completo se haba operado

    en el pensamiento y en la vida de Lutero. Al descubrir el

    amor de Dios, haba descubierto el Evangelio resumido en

    aquella clebre frmula: el pecador es justificado slo por

    la gracia por medio de la fe. Aquella revelacin representa

    para l como un nuevo nacimiento. Despus de un largo

    caminar en la noche, a travs de pruebas infernales, acaba

    como de resucitar. Una gran paz y una dicha indecible

    toman posesin de su alma. Se siente verdaderamente

    consolado; Dios est con l y a favor suyo. No reniega

    ciertamente de su pasado. En el camino que ha recorrido

    reconoce ahora, agradecido, la misteriosa intervencin del Seor: Nosotros siempre

    comprendemos lo que hacemos antes de haberlo hecho, dice en el curso acerca de la carta a

    los Romanos. Pero lo que Dios hace, solamente lo comprendemos una vez l ha realizado su

    obra.

    Lutero se halla liberado. Liberado de s mismo y de su tormento personal, dispuesto a

    presentarse, en adelante, como testimonio de la gracia en la historia. Sus ojos, abiertos a

    Dios, se han abierto tambin, al mismo tiempo, a los sufrimientos de los hombres. Sus

    conversaciones, sus cursos, sus predicaciones, y las confesiones que recibe le demuestran

    que, junto a l, millares de almas llevan, con menos vehemencia, sin duda, el combate que l

    ha llevado. El pensamiento de la muerte les atormenta; la idea obsesiva de la salvacin les

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    angustia. Se sienten fatigados de una teologa que diseca la gracia, y cansados de una Iglesia

    que pretende administrarla e infundirla. Una piedad mecnica y supersticiosa ha sido, por as

    decir, su nico refugio. Inconcientemente, sin saberlo, esperan aquello mismo que Lutero ha

    encontrado, aquel contacto ntimo y directo del hombre con Dios, aquella fe que da la

    seguridad de la salvacin. Ser necesario que Lutero predique el Evangelio puro y que

    consuele a sus hermanos con la buena nueva que a l le ha consolado. Y, si la Iglesia, cegada,

    no quiere saber nada de aquel tesoro encontrado, ser realmente necesario que emprenda la

    reforma religiosa para la cual Dios lo ha suscitado.

    Toda la obra de Lutero slo puede comprenderse a la luz

    de su propio descubrimiento y de su preocupacin por la

    salvacin de los dems. Es por esto por lo que es una obra

    esencialmente religiosa, incluso doctrinal y fundada en la

    predicacin de la Palabra. Slo ser verdaderamente

    sacerdote y verdaderamente pastor proclama Lutero

    aquel que, predicando al pueblo la Palabra de verdad, se

    har el ngel anunciador del Dios de los ejrcitos y heraldo

    de la divinidad. La Reforma luterana no tiene nada de

    prejuicio revolucionario, ni de rebelin sistemtica en contra de la autoridad, ni de aficin

    enfermiza por las modas ni las innovaciones teolgicas. Brota de la experiencia viva y personal

    de un hombre que ha redescubierto el Evangelio y que debe ahora proclamar para los dems

    la bendicin, la paz y la dicha que l ha encontrado. La Reforma luterana esencialmente es un

    asunto de cura de almas. Un asunto de cura de almas, es cierto, que llevar muy lejos.

    ___________________________________________________________________________________________

    2. En 1520-1521, Lutero escribi y public su comentario sobre el canto de Mara que aparece

    en Lucas 1:46-55, conocido como el Magnificat. Con este escrito, Lutero quiso cuestionar la

    manera en que se interpretaba a Mara dentro de la tradicin catlicorromana, como si

    hubiera sido elegida por Dios para ser madre de su Hijo por sus propios mritos. Insiste

    ms bien que Mara fue escogida precisamente por su bajeza y humildad, y porque no tena

    ningn mrito. Lee la siguiente seleccin de esta obra para entender mejor el concepto de

    Dios que tena Lutero. La seleccin viene de Lutero: Obras, Egido, Tefanes, 3a. ed.

    (Salamanca: Sgueme, 2001), pp. 177-82, 185-86, 188). ___________________________________________________________________________________________

    Para la ordenada comprensin de este sagrado cntico, es preciso tener en cuenta que la

    bienaventurada virgen Mara habla en fuerza de una experiencia peculiar por la que el Espritu

    santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra

    de Dios, si no es por mediacin del Espritu santo. Ahora bien, nadie puede poseer esta gracia

    del Espritu santo, si no es quien la experimenta, la prueba, la siente. Y es en esta experiencia

    en la que el Espritu santo ensea, como en su escuela ms adecuada; fuera de ella, nada se

    aprende que no sea apariencia, palabra hueca y charlatanera. Pues bien, precisamente

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    porque la santa Virgen ha experimentado en s misma que Dios le ha hecho maravillas, a

    pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del

    Espritu santo el don precioso y la sabidura de que Dios es un seor que no hace ms que

    ensalzar al que est bajado, bajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que est

    hecho y hacer lo que est roto.

    Porque lo mismo que al comienzo de la creacin hizo el mundo de la nada (por eso se

    llama creador y omnipotente), de la misma forma seguir actuando hasta el final de los

    tiempos de tal suerte, que lo inexistente, lo insignificante, lo menospreciado, lo miserable y lo

    que est muerto lo trueca l en algo precioso, honorable, dichoso y viviente. Y por el

    contrario, todo lo precioso, honrado, dichoso y viviente lo trasforma en nonada, pequeez, en

    despreciado, miserable y perecedero. Ninguna criatura puede obrar de esta suerte, le resulta

    imposible crear algo de la nada. Por eso, la mirada de sus ojos se dirige slo hacia abajo, no

    se eleva hacia arriba, como dice Daniel: Ests sentado sobre los querubines, y miras hacia lo

    profundo del abismo (Dan 3:55); y el Salmo 137: Dios es el ms excelso, mira hacia abajo y

    se fija en los pequeos, a los elevados los conoce de lejos (Sal 138:6); lo mismo en el Salmo

    111: Dnde hay un Dios semejante al nuestro, que se est sentado en las alturas y que, sin

    embargo, mira hacia abajo, sobre los humildes del cielo y de la tierra? (Sal 113:5-6). Y es

    que el Altsimo no tiene nada por encima de s mismo: por eso no puede mirar hacia arriba;

    como nadie hay que sea igual a l, tampoco

    puede mirar en torno suyo. Por eso slo

    puede dirigir sus ojos o hacia s o hacia abajo,

    y cuanto ms bajo se encuentre uno en

    relacin con l, tanto mejor lo ve.

    A pesar de todo, el mundo y los ojos

    humanos obran absurdamente; slo miran

    hacia arriba, quieren subir ms y ms, como

    est escrito en los Proverbios (cap. 30): Es

    ste un pueblo de ojos altivos, cuyos

    prpados se dirigen hacia arriba (Prov

    30:13). Esto puede ser comprobado a base de

    la experiencia de todos los das: cmo lucha

    todo el mundo por ascender, por el honor, por el poder, la riqueza, el arte, el bienvivir y por

    cuanto hay de grande y elevado. Todo el mundo se empea en estar pendiente de las

    personas de este estilo, se las busca, se las sirve con gusto, porque todos quieren participar

    de su rango; no en vano la sagrada Escritura reserva el ttulo de piadosos a tan escasos reyes

    y prncipes. Por el contrario, nadie quiere mirar hacia abajo, todos apartan los ojos de donde

    hay pobreza, oprobio, indigencia, miseria y angustia; se evita a las gentes as, se las huye, se

    escapa uno de ellas, y a nadie se le ocurre ayudarlas, asistirlas, echarles una mano para que

    se tornen en algo: as se ven obligadas a seguir abajo, entre los pequeos y menospreciados.

    Entre los humanos no hay ningn creador que est dispuesto a hacer algo de la nada, a pesar

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    de que san Pablo (Rom 12) escriba y ensee: Queridos hermanos, no hagis caso de las

    cosas elevadas sino de las humildes (Rom 12:16).

    Dios es el nico en mirar hacia lo de abajo, hacia lo menesteroso y msero, y est cerca de

    los que se encuentran en lo profundo, como dice Pedro: Resiste a los altivos y se muestra

    gracioso con los humildes (1 Ped 5:3). De aqu es de donde surge el amor y la alabanza de

    Dios. Nadie podra alabar a Dios si antes no le hubiere amado, ni nadie le puede amar si no le

    conoce de la forma mejor y ms suave; la nica forma de conocerle as es a travs de las

    obras que manifiesta en nosotros y que sentimos y experimentamos. Donde se ha llegado a

    experimentar cmo hay un Dios que dirige su mirada hacia abajo y que ayuda slo a los

    pobres, a los despreciados, a los miserables, a los desventurados, a los abandonados y a los

    que no son nada, all es donde se le ama de corazn, donde el corazn sobreabunda de gozo,

    exulta y salta en vista de la complacencia con que Dios le ha

    regalado, y donde el Espritu santo en un instante y por experiencia

    ha enseado esta ciencia, este deleite sobreabundante.

    Por eso nos ha sometido Dios a todos a la muerte y ha regalado a

    sus amadsimos hijos y cristianos la cruz de Cristo, juntamente con

    innumerables sufrimientos y necesidades; permite a veces hasta que

    se caiga en el pecado para tener que mirar l con frecuencia a los

    abismos, para ayudar a muchos, para obrar incontables cosas, para

    manifestarse como creador verdadero; para que se le pueda conocer,

    amar y alabar precisamente en lo que el mundo, por desgracia y por

    su altanera mirada, le resiste sin cesar, estorbando su visin, su

    obrar, su ayuda, reconocimiento, amor y alabanza. Al arrebatar a

    Dios honor tal, se est robando uno a s mismo la alegra, el gozo y

    la felicidad que acarrea.

    Este es el motivo por el que ha arrojado incluso a su nico,

    queridsimo hijo, Cristo, a las simas de la miseria y por el que muestra en l maravillosamente

    su mirar, su hacer, su ayuda, su forma de ser, su consejo, su voluntad, as como la finalidad

    que todo esto entraa. Por eso la vida de Cristo es una eterna pletrica experiencia de esta

    confesin, de este amor y de esta alabanza de Dios, como dice el Salmo 15: Le has colmado

    de alegra delante de tu rostro (Sal 21:7); es decir, que l te ve y te conoce. Sobre lo mismo

    dice tambin el Salmo 44 que lo nico que tienen que hacer todos los santos en el cielo es

    alabar a Dios, porque se ha fijado en su bajeza y as se ha tornado visible, amable y loable

    para todos (Sal 45:18)...

    Estas palabras [de Mara, Mi alma glorifica a Dios, mi Seor] brotan de un ardor

    inflamado y de un gozo desbordante, en el que bullen todas sus facultades, toda su vida, y

    que exulta en su espritu. Por eso no dice yo ensalzo a Dios, sino mi alma; como si

    quisiera expresar: mi vida, todos mis sentidos, se ciernen en el amor, alabanza y gozo

    divinos con tal intensidad, que me siento arrastrada a alabar a Dios con fuerza superior a las

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    mas. Esto es lo que exactamente sucede con quienes han gustado

    la dulzura y el espritu de Dios: sienten ms de lo que les es posible

    expresar, puesto que el alabar gozosamente a Dios no es obra

    humana, sino una pasin alegre, una operacin divina inefable, slo

    cognoscible desde la experiencia personal, como dice David en el

    Salmo 3: Gustad y ved qu bueno es el Seor; dichoso el hombre

    que a l se confa (Sal 34:9). En primer lugar se habla de gustar, y

    despus viene el ver, por la sencilla razn de que no es posible llegar

    a este conocimiento sin la experiencia y la sensacin peculiares que

    slo puede alcanzar quien, en lo profundo de su indigencia, confa en

    Dios de todo corazn. Por este motivo se aade enseguida: Dichoso

    el hombre que confa en Dios, porque entonces este hombre experimentar dentro de s la

    obra de Dios y de esta forma llegar a esa dulzura sensible y, a travs de ella, a la

    comprensin e inteligencia completas...

    La nica fuente de paz consiste en ensear que ninguna obra, ninguna observancia

    exterior, sino slo la fe, es decir, la firme esperanza en la invisible gracia que Dios nos ha

    prometido, acarrea la piedad, la justificacin y la santidad. Sobre el particular he tratado con

    amplitud en mi Sobre la buenas obras. Donde falta la fe, ya podemos acumular obras, que

    slo se har presente all la discordia, la desunin, sin que quepa lugar para Dios. Que por eso

    san Pablo no se contenta con decir que vuestro espritu, vuestra alma, etc., sino que dice

    todo vuestro espritu, en el que est todo incluido. Echa mano aqu el apstol de una

    estupenda expresin griega: t jolkleron pnema jymn, que significa: vuestro espritu,

    dueo de toda la herencia; como si quisiera expresar: No os dejis seducir por ninguna

    doctrina de obras; slo el espritu que cree es dueo de todo, puesto que todo depende

    nicamente de la fe del espritu. Ruego a Dios se digne protegeros de los falsos maestros,

    empeados en alcanzar la confianza de Dios a travs de las obras; estn equivocados, al no

    respaldar tal confianza exclusivamente en la gracia de Dios ...

    En efecto, no podemos exaltar a Dios en su naturaleza, que es

    inmutable, sino en lo que conocemos y experimentamos, es decir,

    cuando le estimamos excelso, cuando le juzgamos grande antes

    que nada por su gracia y por su bondad. Por eso la santa madre

    no dice mi voz o mi boca o mi mano, ni tampoco mi

    pensamiento, mi razn o mi voluntad glorifican al Seor (ya que

    hay muchos de esos que alaban a Dios en voz alta, que predican

    con palabras exquisitas, que lanzan discursos, disputan, escriben

    sobre l, que le pintan; muchos que discurren y que, apoyados en

    la razn, tratan y especulan sobre l; muchos que le ensalzan con

    devocin y voluntad falseadas); sino que canta mi alma le

    glorifica. Lo que equivale a decir: mi vida entera, todos mis

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    movimientos, sentidos, potencias le ensalzan sobremanera. De suerte que Mara, extasiada en

    l, se siente asumida en su graciosa y buena voluntad, como lo demuestra el versculo

    siguiente. Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando alguien nos ha hecho algn

    beneficio extraordinario; toda nuestra vida se siente impulsada hacia l y decimos: Oh, le

    estimo tanto!, que es igual que decir mi alma le glorifica. Pues mucho mayor ser este

    sentimiento cuando experimentemos la bondad divina, tan inconmesurable en sus obras, que

    nos parece que todas las palabras, los pensamientos todos, resultan poca cosa. La vida, el

    alma enteras se sienten arrastradas como si todo lo que alienta en nosotros quisiera cantar y

    decir con gozo estas cosas.

    [Comentando la frase Porque se ha fijado en la bajeza (Latn: humilitas) de su sierva:]

    De esta palabra humilitas deducimos con evidencia que la virgen Mara fue una muchacha

    menospreciada, insignificante y sin apariencia, y que precisamente por eso sirvi a Dios, sin

    advertir que l tena en tanto aprecio su baja condicin. Esto tiene que consolarnos, puesto

    que, a pesar de que nos veamos rebajados y despreciados, no debemos desalentarnos

    pensando que Dios est enojado con nosotros. Al

    contrario: tiene que constituir un motivo an mayor

    para afianzar nuestra esperanza en la concesin de

    su gracia. Tenemos que estar alerta slo contra el

    peligro de no aceptar con suficiente resignacin y

    agrado esta humillacin, no vaya a ser que el ojo

    malvado se abra demasiado y nos induzca al error

    de la bsqueda disimulada de encumbramiento o de

    nuestra propia satisfaccin, lo que equivaldra a

    desbaratar la humildad.

    De qu sirve a los condenados que hayan sido

    arrojados al ms abismal abatimiento, si estn all

    contra su gusto y contra su voluntad? Y en qu se

    perjudican los ngeles por haber sido encumbrados a

    las mayores alturas si se aferran a ello con una complacencia errada? En pocas palabras: este

    versculo nos ensea a conocer a Dios como es debido, al mostrarnos que l dirige su mirada

    hacia los humildes y despreciados. Conoce rectamente a Dios quien sabe que se fija en los

    humildes, como hemos dicho ya. Del conocimiento brota el amor y la confianza divinos, de

    forma que el hombre se entrega a l voluntariamente y le sigue.

    Dice Jeremas a este propsito: Que nadie se glore de su fuerza, de su riqueza ni de su

    sabidura; que el que se alaba, se alabe en tener seso y conocerme (Jer 9:22-23). Que es lo

    mismo que ensea san Pablo (2 Cor 10): El que se glora, que se glore en Dios (2 Cor

    10:17).

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    Y as la madre de Dios, despus que ha ensalzado a su Dios y salvador con espritu sencillo

    y justo, sin haberse apropiado ninguno de sus bienes, y despus de haber cantado, por tanto,

    rectamente su bondad, procede a la alabanza ordenada de sus obras y de sus bondades.

    Porque, como queda dicho, no debe abalanzarse uno sobre los bienes de Dios y

    arrebatrselos; lo que hay que hacer es elevarse hacia l a travs de ellos, estar pendientes

    slo de l, estimar en mucho su bondad. Y entonces, alabarle en sus obras, por las que nos ha

    mostrado cmo amar su bondad, cmo confiar en ella y loarla, ya que las obras no son ms

    que un estupendo motivo para amar y alabar su pura bondad, que es la que reina sobre

    nosotros.

    Por lo que se refiere a Mara, empieza por s misma y canta lo que Dios ha realizado en

    ella. Dos cosas nos ensea con esto. Primero, que hay que atender a lo que Dios hace con uno

    antes de considerar lo que hace con los dems. La felicidad no depende de lo que Dios hace a

    los otros, sino de lo que realiza contigo. Por este motivo (Jn 21) Cristo respondi a Pedro: y

    a ti qu te importa?, t sgueme, cuando le pregunt en relacin con Juan: Y ste qu?

    (Jn 21:21). Como si quisiera decir: las obras de Juan no te van a servir para nada; debes

    fijarte en ti y esperar lo que a m me plazca hacerte. A pesar de todo, domina hoy en el

    mundo un abominable abuso en el reparto y venta de las buenas obras: algunos espritus

    presuntuosos se empean en ayudar a los dems, en particular a quienes viven o mueren sin

    un caudal personal de obras de Dios, como si a ellos les sobrasen buenas obras. San Pablo

    dice con toda claridad (1 Cor 3): Cada cual recibir el salario proporcionado a su trabajo (1

    Co 3:8), y no segn el trabajo del vecino...

    Mara confiesa que la primera obra que Dios ha realizado

    en ella ha sido la de mirarla. Es la mayor, en efecto, ya que las

    restantes dependen y dimanan de ella. En realidad, cuando

    Dios vuelve su rostro hacia alguien para mirarle, all se est

    registrando gracia pura, felicidad, y de ello se siguen todos los

    dones y todas las obras. As leemos en el captulo cuarto del

    Gnesis que Dios se fij en Abel y en su sacrificio (Gn 4:5),

    pero que no mir a Can ni a su ofrenda. Por eso nos

    explicamos que en el salterio sea corriente la splica de que

    Dios vuelva a nosotros sus ojos, que no se esconda, que se

    digne iluminarnos y otros ruegos similares. La misma Mara

    nos atestigua que valoraba sta como la mayor de las obras, al

    decir a propsito de esta mirada: He aqu que me dirn

    bienaventurada las generaciones.

    Fjate bien en las palabras! No afirma que se dirn muchas cosas buenas de ella, que se

    celebrar su virtud, que ensalzarn su virginidad o su humildad, ni que se entonar alguna

    cancin sobre sus acciones, sino slo que Dios la ha mirado y que, por ello, la llamarn

    bienaventurada. Imposible honrar a Dios con mayor pureza. Por eso seala este mirar, y dice

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    ecce enim ex hoc (he aqu que a partir de ahora me dirn bienaventurada, etc.), o sea, ser

    llamada dichosa desde el momento en que Dios se ha fijado en mi bajeza. Con esto, no es ella

    la alabada, sino la gracia que Dios le ha derramado. Ms exactamente: es despreciada Mara,

    y se desprecia a s misma, al decir que Dios ha mirado su nada. Este es el motivo por el que

    proclama su dicha antes de enumerar lo que Dios ha realizado con ella, atribuyendo todo a la

    mirada divina sobre su bajeza.

    ___________________________________________________________________________________________

    3. Lee el siguiente sermn de Lutero, predicado el 21 de diciembre de 1516 (Da de Santo

    Toms Apstol), titulado La obra propia de Dios y su obra extraa (Obras de Martn

    Lutero, Tomo XIX [Buenos Aires: Publicaciones El Escudo, 1983], pp. 177-84). En el video

    para esta unidad, se menciona esta distincin. Segn Lutero, la obra extraa (u obra

    ajena) de Dios es llevarnos a desesperar de nosotros mismos por medio de su ley y su ira,

    para luego llevarnos a creer y confiar slo en l por medio del evangelio (su obra propia).

    Esta lectura tambin explica bien la forma en que distingue entre ley y evangelio. ___________________________________________________________________________________________

    LA OBRA PROPIA DE DIOS Y SU OBRA EXTRAA

    Texto: Salmo 19:1. Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de

    sus manos.

    1. El evangelio es, propiamente, el anuncio de la gloria de

    Dios.

    El evangelio no es otra cosa que el anunciamiento de las

    obras de Dios. En efecto: el evangelio anuncia o predica lo

    que Dios hace, y por esto mismo predica su gloria; porque

    al contar las obras de Dios, por cierto glorifica a Dios. Pues

    la gloria y la alabanza de Dios es precisamente esto: el

    relato que los predicadores hacen del poder y de las obras

    del Seor. De esto sigue como lgica consecuencia que los

    cielos reprueban y reprenden el glorificarse de parte de los

    hombres, y que hacen callar las obras hechas por manos

    humanas, como leemos en el Salmo 16: "Mi boca no habla

    las obras de los hombres." Por qu? Porque la gloria de

    Dios nos hace entender que la gloria de los hombres es vanidad, y hasta ignominia; y las

    obras de Dios indican y demuestran que las obras de los hombres, de las cuales stos se

    gloriaban como si fueran obras buenas, rectas, sabias y tiles, no tienen valor alguno, antes,

    bien, son pecados. Pues las obras son la base de la alabanza y de la gloria; as que, destruida

    la base, queda destruido tambin el edificio que en ella se apoyaba. As es que el evangelio, al

    predicar la gloria de Dios, revela la ignominia de los hombres, y al hacer manifiestas las obras

    de Dios, pone en evidencia la desidia de los hombres y su pecaminosidad.

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    2. Este anuncio no puede sino desagradar al hombre orgulloso de su propia perfeccin.

    Mas tanto lo uno como lo otro indigna al mximo al hombre, que en su soberbia no puede

    tolerar que sus obras, en las cuales se deleitaba y de las cuales se gloriaba ante s mismo

    porque las crea justas y sin tacha, que estas obras sean tildadas de viciadas y hasta

    ignominiosas, como se dice en el Libro de la Sabidura captulo 2: "El justo se aparta de

    nuestro camino como de impureza." Por tal motivo, al or esta predicacin, el hombre "se

    irrita, y luego cruje los dientes, y se consume." As, la gloria de Dios suscita en los hombres ira

    y envidia; la gracia provoca indignacin; la misericordia, crueldad; la compasin, un actuar

    tirnico; la salvacin, perdicin; y el bien llega a ser directamente la causa del mal. A quin

    no le habra de extraar esto? Sin embargo, tambin el sol al salir hiere los ojos de las

    lechuzas, y el vino mata a los que tienen fiebre.

    3. Por esto es necesaria, adems de la obra propia de Dios, tambin su obra extraa.

    Para entender todo esto ms claramente, es preciso saber qu es la obra de Dios. No es

    otra cosa que obrar justicia, paz, misericordia, verdad, afabilidad, bondad, gozo y salvacin;

    porque el justo, el veraz, el sosegado, el bueno, el alegre, el salvado, el afable, el

    misericordioso, no puede obrar de otra manera: sta es ahora su manera natural de obrar. Es,

    pues, la obra de Dios convertir a los hombres en justos, pacficos, amables, misericordiosos,

    veraces, benignos, alegres, sabios, salvos, etctera. stas son obras de sus manos o hechura

    suya, como afirma el Salmo 110: "Gloria y

    magnificencia es su obra," es decir, la alabanza y la

    hermosura, o la gloria y el resplandor, es la obra de

    Dios. Obra de Dios es todo lo encomiable, todo lo que

    es de hermosura perfecta sin la menor mancha de

    vicio, como leemos tambin en el Salmo 95: "Gloria y

    hermosura estn ante l, santidad y majestad en su

    santuario," es decir, en su iglesia. Por lo tanto, los

    "hechos" de Dios son las personas justas, los cristianos,

    nueva hechura suya; las "obras" en cambio son,

    propiamente, la justicia, la verdad, etctera, que Dios

    obra en aquellas hechuras suyas, como lo expresa el

    Salmo: "Anunciaron las obras de Dios y entendieron sus

    hechos," mejor dicho, hicieron que se los entendiera, y

    adems: "Porque no entendieron las obras del Seor ni

    las obras de sus manos."

    Sin embargo, esta obra que le es propia, Dios no la puede realizar a menos que efecte

    adems una obra que le es extraa y contraria, segn Isaas 28: "Su obra es extraa, a fin de

    que haga su obra propia." La obra extraa empero es hacer aparecer a los hombres como

    pecadores, injustos, mentirosos, tristes, necios y perdidos. No que en realidad el mismo Dios

    los convierta en tales; pero como la soberbia de los hombres se resiste con tanta tenacidad a

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    que se los llame pecadores, etctera, y a admitir que efectivamente lo son, Dios emplea

    medidas ms rigurosas y recurre a esa obra "extraa" para evidenciar que los hombres son,

    de hecho, pecadores, para que as lleguen a ser en los ojos de ellos mismos lo que son ante

    los ojos de Dios. Por lo tanto, como Dios no puede hacer justos sino a los que de suyo no lo

    son, es preciso que anteponga a su obra propia de la justificacin la obra extraa, vale decir,

    que convierta a los hombres en pecadores.

    As dice el Seor: "Yo har morir, y yo har vivir; yo herir, y yo sanar." A esta obra

    extraa empero, que es la muerte de Cristo en la cruz, y la consiguiente muerte de nuestro

    viejo Adn, le profesan el odio ms vehemente todos aquellos que se tienen a s mismos por

    justos, sabios e importantes. Pues no quieren que se desprecien sus virtudes ni que se las

    considere necias y malas; es decir, no quieren que se d

    muerte a su viejo Adn. Por esto tampoco avanzan hasta la

    obra propia de Dios, que es la justificacin o sea la

    resurreccin de Cristo. La obra extraa de Dios son, por

    ende, los sufrimientos de Cristo y lo que uno sufre en

    Cristo, la crucifixin de la carne y la mortificacin del viejo

    Adn; su obra propia en cambio es la resurreccin de

    Cristo y la justificacin en el Espritu, la vivificacin del

    hombre nuevo, como est escrito en Romanos captulo 4:

    "Cristo fue muerto a causa de nuestros pecados y resucit

    a causa de nuestra justificacin. As que aquella

    conformidad a la imagen del Hijo de Dios incluye ambas

    obras, la propia y la extraa. Esto es lo que dije hace poco

    al hablar de Juan Bautista y del evangelio, del cual Juan es

    una figura personificada.

    4. Como es doble la obra de Dios, lo es tambin la funcin del evangelio.

    Mas as como la obra de Dios es doble, a saber, propia y extraa, as tambin es doble la

    funcin del evangelio. La funcin propia del evangelio es anunciar la obra propia de Dios, es

    decir, su gracia, por la cual el Padre de las misericordias, deponiendo toda su ira, confiere a

    todos los hombres, en forma enteramente gratuita, paz, justicia y verdad. De ah, pues, que el

    evangelio se llame bueno, gozoso, dulce, amigo, ya que quien lo oye no puede sino llenarse

    de gozo. Esto empero sucede cuando a las conciencias sumidas en la tristeza se les anuncia el

    perdn de los pecados. Entonces se produce lo que est escrito en el captulo 10 de Romanos:

    "Cun hermosos," es decir, cun amables, agradables, deseables, "son los pies de los

    evangelizantes" (como dice la voz hebrea), o sea, de los que traen una noticia buena y grata,

    "de los que anuncian la paz," la paz, no la ley, no las amenazas de la ley, no lo que nosotros

    tenemos que cumplir y hacer, sino el perdn de los pecados, la paz de la conciencia, la

    seguridad de que la ley ya est cumplida, etctera; "de los que anuncian cosas buenas!" o

    gratas, a saber, la dulcsima misericordia de Dios Padre, la noticia de que Cristo es el don de

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    Dios para el hombre. En cambio, la obra extraa del evangelio es "preparar al Seor un pueblo

    bien dispuesto," esto es: poner de manifiesto los pecados y convencer de su culpabilidad a los

    que se crean justos a s mismos, ya que el evangelio dice claramente que "todos son

    pecadores, desprovistos de la gracia de Dios."

    Esto, sin embargo, parece ser un anuncio psimo, de modo que se podra hablar ms bien

    de un "cacangelio" [cacs en griego significa malo; Lutero contrasta la mala noticia con el

    evangelio, que significa buena (eu) noticia (angelia)], vale decir, una noticia mala y triste.

    Pues as como un hombre agobiado por la tristeza y la desesperacin no puede or nada ms

    confortante que cuando se le dice: "S libre y vive," as para los que viven entregados a una

    engaosa seguridad no hay nada ms triste que tener que or: "No podrs escapar a la

    muerte. De ah que el evangelio tenga un sonido sumamente spero cuando adopta el tono

    que le es extrao, y sin embargo es imprescindible que lo haga, para que pueda sonar en el

    tono que le es propio.

    5. Claro ejemplo de esta doble funcin es la prdica de Juan Bautista.

    Aclarmoslo con algunos ejemplos. La ley dice:

    "No matars, no hurtars, no cometers adulterio."

    Pues bien: los hombres presuntuosos, que se tienen

    por justos porque creen que su comportamiento es

    irreprochable, y que no cometieron las obras

    aquellas mencionadas por la ley, viven muy seguros

    y confiados ya que, a su entender, han cumplido con

    la ley; no ven en s mismos pecado alguno, pero s

    numerosas muestras de su justicia. A los que as

    presumen de perfectos, se les acerca el intrprete

    de la ley, a saber, el evangelio, y les dice:

    "Arrepentos, porque el reino de los cielos se ha acercado." Al decir a todos: "Arrepentos," a

    todos sin excepcin los sindica de pecadores, y de esta manera anuncia cosas tristes e

    ingratas, siendo por lo tanto un "cacangelio," quiere decir, una mala noticia, el evangelio en

    una funcin extraa. Mas cuando aade: "El reino de los cielos se ha acercado": esto es una

    buena noticia, una predicacin que causa gozo y alegra: es el evangelio en su funcin propia.

    As es como viene Juan, "voz del que clama," en otras palabras: el evangelio, y predica a

    todos el bautismo del arrepentimiento, y con ello asevera constantemente que todos tienen

    pecados de que arrepentirse.

    6. La funcin "extraa" del evangelio produce en los hombres dos efectos opuestos.

    Aqu empero se levanta ahora el Seor, como se levant en aquel da en el Monte de las

    Divisiones, como se nos relata en el captulo 28 de Isaas. Algunos, en efecto, aceptan las

    palabras de Juan como voz del evangelio. Estn convencidos de que aquella triste predicacin

    es veraz, y por esto la obedecen, humillados y llenos de temor. Reconocen que ellos son

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    pecadores en el sentido descrito por Juan; conscientes o no conscientes de serlo, dan ms

    crdito a Juan que a s mismos. Y stos ya estn preparados ahora por Juan para ser pueblo

    bien dispuesto para el Seor, pueblo escogido; pues estn en condiciones de recibir la gracia

    de Dios: tienen hambre y sed de justicia, lloran por consolacin, son pobres en espritu,

    mansos, aceptan la direccin divina. Por eso viene a ellos Cristo, el reino de los cielos, que

    vino para salvar a los pecadores.

    Los dems en cambio, muy conscientes de ser hombres

    justos, no dan crdito a la prdica de Juan. Tampoco creen

    que aquello de "Arrepentos," tenga algo que ver con ellos.

    Muy al contrario; ellos sostienen: "Nosotros somos justos,

    desconocemos el pecado, ya estamos en pleno reinado, pues

    el reino de los cielos se ha acercado, mejor dicho ha venido

    ya hace muchsimo tiempo." Por esto, cuando Juan comienza

    a reprenderlos por su dureza de corazn, exclamando:

    "Generacin de vboras! Quin os ense a huir de la ira

    venidera? Haced, pues, dignos frutos de arrepentimiento!,"

    en seguida dicen: "Demonio tiene," por cuanto no slo

    insiste en que personas tan rectas y dignas como ellos tienen

    pecados, sino que incluso los llama "generacin de vboras,"

    peores an que los dems, y les anuncia la ira divina.

    Como ellos, son ahora y sern en lo futuro todos los que confan en su propia justicia, los

    que desechando el evangelio de Cristo, quieren or el evangelio slo con aplicacin a ellos

    mismos, es decir, como buenas nuevas de que ellos son gente justa que hace lo recto.

    Asimismo, no quieren or el sonido "extrao" del evangelio, el anuncio de que son pecadores,

    faltos de entendimiento; antes bien, creen que el evangelio es falsedad y mentira. Por eso no

    hay gente ms irritable que ellos; siempre estn prontos para defenderse a s mismos e

    inculpar a los dems, declararse justos a s mismos y juzgar y condenar a otros, y por

    aadidura se quejan y protestan por las injurias que supuestamente tienen que padecer a

    pesar de ser personas de conducta tan ejemplar.

    Sin embargo, Cristo mismo y tambin el apstol Pablo nos ensean cmo se puede probar

    que incluso aquellas personas tan perfectas son pecadores, a saber: no cumplen la ley

    conforme a su sentido espiritual, pues con toda su aparente rectitud infringen la ley al menos

    en su corazn, abrigando pensamientos y deseos pecaminosos. No matan, pero montan en

    clera; no hurtan, pero son avaros; no cometen adulterio, pero codician la mujer de su

    prjimo, pues sin la gracia de Dios es imposible extirpar la codicia. "Oh hombre miserable que

    soy! Quin me librar de este cuerpo de muerte?," exclama Pablo. Y cul es su respuesta?

    No dice: "el buen hbito," o "la repeticin frecuente de ciertas obras," sino "la gracia de Dios

    por medio de Jesucristo."

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    Grabado de Lukas Cranach de la poca de la Reforma ilustrando la ley y la gracia

    7. Mediante el entendimiento correcto de ley y evangelio, Dios nos conduce al

    arrepentimiento, y finalmente a la victoria.

    Por cuanto el evangelio describe el pecado en toda su magnitud dando al mandamiento

    divino un sentido ms amplio, de tal modo que nadie puede ser hallado justo y sin trasgresin

    de la ley, siendo as que todos estn pecando y han pecadopor tanto, salta a la vista que

    todos necesitan el bautismo del arrepentimiento antes de que puedan recibir el bautismo que

    confiere perdn de los pecados. Por esto la Escritura no dice simplemente que Juan predic el

    bautismo del arrepentimiento, sino que aade: "para perdn de pecados." Esto quiere decir:

    por medio de ese bautismo son preparados para la gracia por virtud de la cual se efecta el

    perdn de los pecados. Y este

    perdn a su vez lo reciben

    slo aquellos que sienten un

    profundo disgusto hacia sus

    pecados; en otras palabras:

    los que se arrepienten. Pero

    ese disgusto lo sienten

    nicamente quienes conocen

    sus pecados; y slo los

    conocen quienes tienen un

    claro entendimiento de lo que

    es la ley. Mas la ley nadie la

    puede entender ni explicar por

    s mismo; es el evangelio el

    que nos la hace entender. De

    ah la declaracin de Pablo:

    "Por medio de la ley se

    produce el conocimiento del pecado"; sin la ley, "el pecado estaba muerto." "Mas cuando vino

    la ley, el pecado revivi: porque yo no saba que la codicia es pecado, si la ley es decir, la

    ley entendida en su sentido espiritual no dijera: No codiciars."

    Por lo tanto, la ley es algo excelente, porque pone en claro qu son obras malas, y nos

    lleva a conocer nuestra propia miseria, y de esta manera nos impulsa a buscar lo que es

    bueno. Pues el comienzo de la salud es conocer la enfermedad, y "el principio de la sabidura

    es el temor de Dios." Pero esta misma ley infunde temor, para que el hombre sea curado de

    su orgullo al ver que no est guardando la ley como debiera hacerlo, acarrendose as el juicio

    de Dios. La gracia de Dios en cambio infunde amor, por el cual el hombre cobra nuevos

    nimos al ver que nace y crece en l la voluntad de guardar la ley, y al ver adems que sus

    deficiencias en el cumplimiento de la ley son remediadas por la plenitud de Cristo, que Dios

    acepta cual si fuera la del hombre, hasta que ste es llevado a la perfeccin plena en los

    cielos. As pues, "gracias sean dadas a Dios, que nos ha dado la victoria por medio de

    Jesucristo."