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Introducción Durante años, las lucernas romanas se han estudiado y publicado en función de sus rasgos tipológicos, icono- gráficos o epigráficos, contemplando siempre en un se- gundo nivel las consideraciones sobre su procedencia geográfica o su inserción dentro del patrón arqueológico material. Todavía hoy en día se siguen publicando mate- riales descontextualizados, si bien la tendencia es, cada vez más, insertar las piezas aisladas dentro de las secuen- cias estratigráficas correspondientes. De cualquier forma, las lucernas se encuentran entre las producciones cerá- micas de época romana cuyo estudio ha experimentado un mayor desarrollo durante las últimas décadas. Sin em- bargo, al margen de los indiscutibles avances, aún persis- ten significativas incógnitas sobre aspectos concretos en este campo. Entre ellos debemos destacar, sin duda, el desconocimiento de las áreas productivas y de los talleres de fabricación de las distintas formas de lucernas romanas. Los elevados costes de transporte, especialmente en las regiones interiores alejadas de las rutas de comercio marítimo-fluvial, y la facilidad de elaboración de un pro- ducto tan sencillo como la lucerna, que sólo requería la presencia de una materia prima muy abundante como la arcilla, descartan a priori la existencia de un comercio masivo de lucernas por tierra o por mar, salvo en algu- nos casos excepcionales bien tipificados (Harris, 1980, 134-36). No obstante, los hallazgos cada vez más fre- cuentes de pecios con importantes cargamentos de este producto como Cala Culip (Alaminos et alii, 1985, 121- 22) o Porto Cristo (Domergue, 1966; 1968; Manera, 1983) confirman un transporte marítimo de cierta envergadura hasta lugares muy alejados de los puertos de embarque (Bailey, 1987, 61). Pero las lucernas debían viajar como cargamento secundario, complemento de los fletes de Lucernas hispanorromanas Ángel Morillo Universidad Complutense de Madrid Germán Rodríguez Martín Arqueólogo las naves mercantes, consistentes principalmente en pro- ductos básicos como grano, aceite o vino. En determi- nados momentos, como la primera mitad del siglo I d. C., periodo en que las provincias aún carecen de un tejido productivo que pueda competir ventajosamente con las manufacturas cerámicas metropolitanas, la exportación de productos cerámicos centroitálicos debió de alcanzar cifras mucho más elevadas (Morillo, 1992, 81). Más tarde este fenómeno se verifica también puntualmente en los talleres de la costa meridional gala (Nieto, 1988, 388) y del África Proconsular (Carandini, 1969/70), que co- mienzan a exportar parte de su producción cerámica hacia Italia y otras regiones. Los talleres provinciales, surgidos en un primer mo- mento para atender las necesidades de la población circun- dante, comienzan a conquistar mercados hasta entonces reservados a los productos centroitálicos. Este fenómeno no sucede de forma simultánea en todas las regiones. Por su lejanía, las provincias septentrionales son las pri- meras en escapar a este monopolio comercial, ya desde un momento tardoaugusteo o tiberiano (Pavolini, 1987, 148-149). Pronto les siguen otros talleres provinciales, entre los que destacan los noritálicos y africanos, cuya ca- pacidad productiva les dota de auténtica proyección “in- ternacional” (Morillo, 1999, 69). Frente a otras producciones cerámicas, la aplicación de la técnica del molde bivalvo al proceso manufactu- rero imprime unas características muy particulares a la lucerna romana (fig. 1). Gracias al molde, las lucernas se fabrican en grandes cantidades y alcanzan todos los rin- cones del Imperio. La mínima infraestructura productiva que requiere cualquier manufactura lucernaria y la utili- zación del sobremolde para obtener un número casi in- finito de moldes de segunda generación a partir de una simple lucerna complica extraordinariamente el intento

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Introducción

Durante años, las lucernas romanas se han estudiado y

publicado en función de sus rasgos tipológicos, icono-

gráficos o epigráficos, contemplando siempre en un se-

gundo nivel las consideraciones sobre su procedencia

geográfica o su inserción dentro del patrón arqueológico

material. Todavía hoy en día se siguen publicando mate-

riales descontextualizados, si bien la tendencia es, cada

vez más, insertar las piezas aisladas dentro de las secuen-

cias estratigráficas correspondientes. De cualquier forma,

las lucernas se encuentran entre las producciones cerá-

micas de época romana cuyo estudio ha experi mentado

un mayor desarrollo durante las últimas dé cadas. Sin em-

bargo, al margen de los indiscutibles avances, aún persis-

ten significativas incógnitas sobre aspectos concretos en

este campo. Entre ellos debemos destacar, sin duda, el

desconocimiento de las áreas productivas y de los talleres

de fabricación de las distintas formas de lucernas romanas.

Los elevados costes de transporte, especialmente en

las regiones interiores alejadas de las rutas de comercio

marítimo-fluvial, y la facilidad de elaboración de un pro-

ducto tan sencillo como la lucerna, que sólo requería la

presencia de una materia prima muy abundante como

la arcilla, descartan a priori la existencia de un comercio

masivo de lucernas por tierra o por mar, salvo en algu-

nos casos excepcionales bien tipificados (Harris, 1980,

134-36). No obstante, los hallazgos cada vez más fre-

cuentes de pecios con importantes cargamentos de este

producto como Cala Culip (Alaminos et alii, 1985, 121-

22) o Porto Cristo (Domergue, 1966; 1968; Manera, 1983)

confirman un transporte marítimo de cierta envergadura

hasta lugares muy alejados de los puertos de embarque

(Bailey, 1987, 61). Pero las lucernas debían viajar como

cargamento secundario, complemento de los fletes de

Lucernas hispanorromanasÁngel Morillo Universidad Complutense de Madrid

Germán Rodríguez MartínArqueólogo

las naves mercantes, consistentes principalmente en pro-

ductos básicos como grano, aceite o vino. En determi-

nados momentos, como la primera mitad del siglo I d. C.,

periodo en que las provincias aún carecen de un tejido

productivo que pueda competir ventajosamente con las

manufacturas cerámicas metropolitanas, la exportación

de productos cerámicos centroitálicos debió de alcanzar

cifras mucho más elevadas (Morillo, 1992, 81). Más tarde

este fenómeno se verifica también puntualmente en los

talleres de la costa meridional gala (Nieto, 1988, 388) y

del África Proconsular (Carandini, 1969/70), que co-

mienzan a exportar parte de su producción cerámica

hacia Italia y otras regiones.

Los talleres provinciales, surgidos en un primer mo-

men to para atender las necesidades de la población circun -

dante, comienzan a conquistar mercados hasta en tonces

reservados a los productos centroitálicos. Este fe nómeno

no sucede de forma simultánea en todas las regiones.

Por su lejanía, las provincias septentrionales son las pri-

meras en escapar a este monopolio comercial, ya desde

un momento tardoaugusteo o tiberiano (Pavolini, 1987,

148-149). Pronto les siguen otros talleres provinciales,

entre los que destacan los noritálicos y africanos, cuya ca-

pacidad productiva les dota de auténtica proyección “in-

ternacional” (Morillo, 1999, 69).

Frente a otras producciones cerámicas, la aplicación

de la técnica del molde bivalvo al proceso manufactu-

rero imprime unas características muy particulares a la

lucerna romana (fig. 1). Gracias al molde, las lucernas

se fabrican en grandes cantidades y alcanzan todos los rin-

cones del Imperio. La mínima infraestructura productiva

que requiere cualquier manufactura lucernaria y la utili-

zación del sobremolde para obtener un número casi in-

finito de moldes de segunda generación a partir de una

simple lucerna complica extraordinariamente el intento

minadas producciones en torno a un taller concreto. Hoy

en día sería necesario aplicar análisis arqueométricos de

tipo físico-químico para despejar las dudas sobre la pro-

cedencia de las arcillas empleadas en un determinado

grupo de lucernas.

La fabricación de lucernas en la Península Ibérica, ya

intuida por Balil a partir de sus recopilaciones de marcas

de alfarero de procedencia hispana (Balil, 1964; 1966;

1968; 1968/69; 1969; 1980, 1982; 1984), no ofrece hoy en

día ninguna duda. El hallazgo de hornos o estructuras in-

dustriales de producción, de los cuales el taller de Los Vi-

llares de Andújar (Sotomayor et alii, 1976 y 1981) constituye

el mejor ejemplo, así como un número creciente de testares

y materiales como moldes1, punzones o ejemplares con de-

de identificar talleres o áreas productivas. Además, la uti-

lización del molde y sobremolde contribuyó en gran me-

dida al mantenimiento de un repertorio formal común

dentro del Imperio, así como a la repetición de las mis-

mas marcas y decoraciones en regiones muy alejadas

desde el punto de vista geográfico.

Esta constituye una de las principales dificultades

para los investigadores lucernarios, que no han hallado

aún un sistema infalible para rastrear la dispersión de los

productos. Los indicios que podrían revelar la existen-

cia de producciones locales pueden ser indirectos, como

la abundancia de lucernas del mismo tipo en el mismo

ámbito geográfico, o bien la repetición sistemática de un

motivo iconográfico o de una marca de taller concreta.

Más útiles, aunque poco frecuentes, son las evidencias ar-

queológicas directas, como el hallazgo de restos de ins-

talaciones productivas (hornos, testares) o de elementos

que intervienen en el proceso manufacturero de la lu-

cerna, como punzones o moldes. De ahí la trascenden-

cia que reviste cualquier hallazgo de este tipo, puesto

que estos permiten caracterizar e individualizar deter-

1 El hallazgo de moldes lucernarios no es un hecho demasiadohabitual en la Península Ibérica. Mª T. Amaré y V. García Mar-cos han recopilado recientemente las piezas hispanas (1994,284). Bernal (Bernal, 1995b) incorpora a esta lista nuevos ejem-plares. La tipología de los moldes hispanos documentadosabarca un periodo muy dilatado temporalmente, desde el sigloI a. C. al V-VI d. C. (Morillo, 1999, 161-162).

292 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Figura 1. Conjunto de moldes de lucernas de canal del tipo Loeschcke X y ejemplar fabricado con los mismos procedentes de Astorga(Fotografía: Imagen MAS).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 293

norama, en el que conviven imitaciones de tipos originales

y tipos genui na men te hispanos (lucernas “mineras”, de-

rivadas de dis co y TSHT 50 y 63), se mantiene desde me-

diados del si glo I d. C. hasta mediados del siglo V d. C.

A conti nua ción presentaremos las producciones de ambos

grupos.

Copias o imitaciones de formas importadas

Las primeras producciones romanas en barniz negro, que

siguen formulaciones morfológicas de raíz helenística,

surgen en torno al 250 a. C., aunque no comienzan a di-

fundirse hacia el occidente mediterráneo hasta el 180 a. C.

(Pavolini, 1987, 140-141). Las lucernas romanas en bar-

niz negro apenas han recibido atención. La única tipología

válida es la de Ricci (1974), a la que podemos añadir la

de Espérou (1978).

Por lo que se refiere a la presencia de estos tipos en

la Península Ibérica, debemos señalar la abundancia del

llamado tipo cilíndrico del Esquilino, datado entre el 150

y el 50 a. C. (Pavolini, 1987, 141), que tal vez implique una

producción local no identificada, diferenciada de la itá-

lica y de la norteafricana, a la que se suele asociar el signo

de Tanit en el rostrum (Bernal, 1993, 70). Mejor tipifi-

cado se encuentra el taller de lucernas del tipo Ricci G,

forma caracterizada por su decoración radial en torno al

disco, que ha sido identificado en Corduba entre el 125

y 30 a. C. (Moreno Jiménez, 1991, 186-197, tipo 44; Amaré,

1988/89, 105-106).

La adopción de la técnica del molde cristaliza en el de -

sa rrollo de un concepto de lucerna genuinamente ro ma no,

que se aparta cada vez más de formulaciones mor fo lógicas

de raíz helenística, y cuyas primeras ma ni festaciones son

las variantes conocidas como tardorrepublicanas (Dres-

sel 1 a 4), que surgen a comienzos del siglo I a. C. (Ricci,

1974). Las innovaciones más revolucio narias son el cierre

del disco casi por completo y la posi bi lidad de introdu-

cir decoraciones más o menos com plejas sobre el mismo.

Las lucernas tardorrepublicanas resultan bastante menos

conocidas que sus homólogas imperiales.

El hallazgo de un molde de lucerna del tipo Dressel

2 ha permitido plantear una producción de este tipo en

Valentia (Vicent Lerma, 1990, 31-32) y Tarraco (Bernal,

1993, 153). Este último autor también señala la fabrica-

ción del tipo Dressel 3 en Tarraco. Recientemente se ha

identificado en el campamento de la legio IIII Macedonica

fectos de cocción, confirman la existencia de numerosas

manufacturas lucernarias, que fueron hace unos años re-

copiladas en diferentes trabajos (Amaré, 1989/90; Bernal,

1990/91 y 1995). Bernal recogía la existencia de talleres

lucernarios en 25 lugares distin tos de la geografía penin-

sular (Bernal, 1990/91). Pos teriormen te se han dado a co-

nocer nuevas producciones lych nológicas.

Se ha detectado arqueológicamente un número cre-

ciente de producciones lucernarias en Hispania, aunque

debieron existir muchas más. Cada ciudad romana debió

de contar con talleres lucernarios que se iban adaptando

a las modas para elaborar una producción continua a lo

largo del tiempo. El volumen de producción lucernaria

parece bastante limitado, con una proyección que, por

lo general, se restringe a las áreas vecinas, aunque no

falten centros que comercializan sus realizaciones a larga

distancia. En muchas ocasiones, estas instalaciones pro-

ductivas debían ser pequeñas y casi familiares (Morillo,

1999, 69 y 99). A juzgar por el análisis de los datos refe-

rentes a la infraestructura productiva de los talleres, la

fabricación de lucernas surge al socaire de otras catego-

rías cerámicas como la sigillata (Sotomayor et alii, 1976,

132-40; Garabito et alii, 1993) o la cerámica común (Ama -

ré et alii, 1983; Aguarod y Amaré, 1987).

Aunque conocemos algunos antecedentes en época

republicana (Amaré, 1988/89; Moreno Jiménez, 1991;

Bernal y García Giménez, 1995, 177-178), el arranque de

la fabricación sistemática de lucernas en la Península Ibé-

rica debemos situarlo al comienzo del periodo imperial,

aumentando sensiblemente desde mediados del siglo I

d. C.

Más que en imitaciones realizadas por ceramistas au-

tóc to nos, debemos pensar en la presencia de alfareros itá-

li cos o gálicos, establecidos en Hispania al calor de las

am plias posibilidades comerciales que ofrecían estas pro-

vin cias, que reproducen los modelos de moda en la me-

tró po li. Sin embargo, el alejamiento de estos al fa re ros

lu cer narios respecto a las fuentes originales de ins p ira -

ción y su experimentación personal cristaliza muy pron -

to en categorías tipológicas perfectamente definidas y

di fe ren tes a las que se emplean de forma coetánea en

las áreas nucleares del Imperio. Las más conocidas en tre

las for mas hispanas del periodo altoimperial, cla ra men -

te inspi radas en tipos itálicos, son las lucernas derivadas

de la Dre ssel 3 y las lucernas derivadas de la Dressel 9.

Jun to a ellas se siguen imitando diseños originales lle-

gados de Ita lia (Morillo, 1999, 69 y 99). Este mismo pa-

en Herrera de Pisuerga una producción local del tipo

Dressel 4 durante el periodo augusteo-tiberiano (fig. 2).

Aunque no ha sido posible hallar ni el horno o testar de

este taller, ni tampoco los moldes correspondientes, el

estudio de las características productivas y el análisis fí-

sico-químico practicado sobre las piezas de Herrera no

deja lugar a dudas (Morillo, 1992, 88-90; 1993; 1999: 65-

66 y 635-646)2. Parece descartada la fabricación de este

mismo tipo en la antigua Celsa (cf. Bernal, 1990/91, 153;

Beltrán Lloris, 1998, 606-607).

Las lucernas de volutas constituyen la primera pro-

ducción imperial propiamente dicha. La generalización

del empleo del molde durante el proceso productivo de

la lucerna permite multiplicar rápidamente el número de

piezas fabricado en cada taller. El resultado será una di-

fusión sin precedentes, alcanzando incluso las regiones

más periféricas del Imperio.

La morfología de las lucernas de volutas está definida

por la presencia de dos elementos ornamentales en forma

de voluta en los extremos del arranque del rostrum, en

cuya configuración se observan notables diferencias.

Cada una de las variantes lleva aparejado un marco tem-

poral determinado, definido por Loeschcke a comien-

zos de siglo (Loeschcke, 1919, 24-46; vid. Morillo, 1990).

La fecha de aparición de las lucernas de volutas se ha

establecido durante la época augustea, en concreto en

torno al 20 a. C. (Marabini, 1973, 52, nota 59; Leibundgut,

1977, 17-19). Hasta aproximadamente el 80 d. C. el pre-

dominio de las lucernas de volutas resulta incuestiona-

ble (Pavolini, 1981, 165).

Los centros productores originales de lucernas de vo-

lutas se concentran principalmente en el Lacio y la Cam-

pania. La fabricación local de lucernas de volutas se

atestigua en diversos lugares de la Galia, Germania, Bri-

tania, Hispania y el África Proconsular. En la Península Ibé-

rica, si bien los testimonios son un valor muy desigual,

la fabricación de lucernas de volutas se encuentra cons-

tatada, entre otros lugares, en Tarazona (Amaré et alii,

1983; Aguarod y Amaré, 1987; Amaré, 1988, 110), Braga

(Rigaud de Sousa, 1965/68 y 1969; Morais, 2002; 2004;

2005, 366-379), Herrera de Pisuerga (Morillo, 1992, 88-90;

1993; 1999, 65-66), Mérida (Barrantes, 1877, 16-18; Ro-

dríguez Martín, 1996, 143-44), Los Villares de Andújar

(Sotomayor et alii, 1976, 132-40), Italica (López Rodrí-

guez, 1981, 19), Tarragona (Tarrats, 1994, 377; Bernal,

1993, 82), Córdoba (Amaré, 1988/89, 108; Bernal y Gar-

cía Giménez, 1995, 178), y, tal vez, en Bilbilis (Amaré,

1982, 45-46) y San Fernando de Cádiz (Corzo, 1981/82 y

1982). Si exceptuamos el taller militar de Herrera de Pi-

suerga, cuya cronología se remonta al periodo augusteo,

ninguno de los otros centros productores de lucernas de

volutas parece haber estado en funcionamiento con an-

terioridad a los años centrales del siglo I d. C. No obstante,

en la mayoría de las ocasiones carecemos de datos cro-

nológicos fiables sobre el marco temporal en que se des-

arrolla la producción concreta de los diversos talleres,

por lo que debemos aceptar la datación tipológica ca-

nónica para cada forma.

Si analizamos la producción de las variantes forma-

les de lucernas de volutas de forma aislada, observamos

el paulatino aumento de los talleres hispanos. De la va-

riante más antigua, Loeschcke IA, sólo se ha identificado

una posible producción militar en Herrera de Pisuerga

294 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Figura. 2. Lucerna del tipo Dressel 4 (Vogelkopflampe) proce-dente del sector San Millán (Herrera de Pisuerga), fabricada enel taller militar de la legio IIII Macedonica en esta localidad (A.Morillo).

2 Sobre las características de esta producción ver nuestro trabajosobre las producciones cerámicas militares en este mismo vo-lumen.

Figura 3. Lucerna del tipo Loeschcke IA fabricada posiblemente en el taller lucernario militar de Herrera de Pisuerga (A. Morillo).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 295

el valle del Ebro la forma Loeschcke IV aparece incluida

en el repertorio del taller de Tarazona (Amaré et alii,

1983, 96, lám. I, 3). La concentración de paralelos ico-

nográficos en la Península Ibérica en algunas piezas con

esta forma podría indicar un origen hispano para las de-

coraciones de la huida de Eneas y un sátiro tocando la

doble flauta (vid. Morillo, 1999, passim). El taller pro-

ductor de dichas piezas pudo encontrase en la Bética.

Las últimas variantes de volutas son minoritarias. No

se han identificado talleres dedicados a la ela bo ra ción

de la forma Dressel 104. La Loeschcke V se encuentra en

el taller de Lucretius de Bracara (Morais, 2005, 372, nº

28). Por lo que se refiere a la Deneavue VG se verifica su

fabricación en Tarazona (Amaré et alii, 1983) y Mé ri da

(Rodríguez Martín, 1996, 64-65, fig. 16, 7 y lám. XI, 28).

Con las lucernas de disco se inicia una modalidad

nueva de recipientes para iluminación, muy distinta de

la anterior desde el punto de vista morfológico. Las dife-

rentes variedades del conjunto de lucernas de disco se

han podido establecer a partir de la estructura del pico y

su forma de unión con el cuerpo de la pieza. Dressel es-

tableció los grupos principales (Dressel, 1899, lám. III), que

fueron confirmados y aumentados por Loeschcke dentro

de su categoría general VIII (Loeschcke, 1919, 49-50). Las

formas más antiguas surgen entre mediados (Loeschcke,

1919, 51) y el tercer cuarto del siglo I de nuestra era (Ivanyi,

1935, 13; Bisi, 1977, 88-95; Balil, 1980b, 248). Los tipos

de disco se mantienen hasta mediados del III d. C.

Por lo que se refiere a la Península Ibérica, las lucer-

nas de disco son muy comunes en el litoral mediterráneo

y la región meridional. En menor medida también se do-

cumentan en las áreas interiores y septentrionales, en

convivencia con las Firmalampen. Se conocen produc-

ciones locales de tipos de disco que imitan los modelos

itálicos y norteafricanos originales en diversos lugares

de la Península (cf. Morillo, 1999, 109).

En alguno de los talleres mencionados no es posible

establecer la variante concreta en que se centró la pro-

ducción. En otros casos sí ha sido posible. Se ha docu-

mentado la fabricación de la Dressel 17 en Turiaso (Amaré

et alii, 1993, 98, lám. I, 4). La abundancia del tipo Dres-

(Morillo, 1992, 94) (fig. 3)3. Los talleres de Emerita (Ro-

dríguez Martín, 1996, 143-147), Tarraco (Tarrats, 1994),

Turiaso (Amaré et alii, 1983, 96, lám. I, 2) y, tal vez, He-

rrera de Pisuerga (Morillo, 1992, 168) producen lucernas

de la variedad Loeschcke IB. La forma Loeschcke IC es

muy escasa en las provincias hispanas y por el momento

no se ha documentado producción alguna de este tipo.

Por lo que se refiere a la Loeschcke III, su fabricación

local se constata en los alfares de Turiaso (Amaré et alii,

1983, 96, lám. I, 6), Emerita (Rodríguez Martín, 1995, 60-

61 y 143-44) y, tal vez, en el ya mencionado taller mili-

tar de la legio IIII Macedonica en Herrera de Pisuerga, en

funcionamiento durante el periodo tiberiano (Morillo,

1992, 92). El análisis de las características técnicas de las

lucernas de este tipo de Herrera nos llevaba a esta con-

clusión. Otros datos que apuntábamos a favor de esta

hipótesis era la reducción del tamaño de los ejemplares

herrerenses y la aparición de fórmulas iconográficas ori-

ginales en las asas plásticas. A estos argumentos debemos

de añadir la presencia de un fragmento de lucerna rea-

lizado en piedra arenisca, que presentamos en este mismo

estudio. La interpretación de dicho fragmento es muy

problemática, aunque existen numerosas probabilida-

des de que formara parte del proceso productivo del ta-

ller, tal vez como matriz o arquetipo (Morillo, 1999, 162)

(fig. 4).

El número de talleres aumenta significativamente a

mediados del siglo I d. C. Se ha constatado la existencia

de producciones locales de la forma Loeschcke IV, a

veces dotadas de asa, en Italica –las llamadas “lucernas

del Minotauro”– (López Rodríguez, 1981, 19-20, nº 73-

81; López Rodríguez, 1982, 383-384), Andújar (Sotoma-

yor et alii, 1976, 132, fig. 12, 2), Braga (Rigaud de Soussa,

1965/68 y 1969; De Almeida, 1973/74, 48-49, fig. II; Mo-

rais, 2002; 2004; 2005, 366-379), Mérida (Rodríguez Mar-

tín, 1996, 59-60, fig. 16, 2 y 3, lám. XI, 12-14) y, tal vez,

Córdoba (Bernal, 1990/91, 151). Los ejemplares de Bra-

cara Augusta parecen pertenecer a una sucursal o imi-

tación de las producciones de L. Mvnativs Threptvs. En

296 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

3 Debemos mencionar aquí el ejemplar procedente de Leónvinculado a la legio VI Victrix, cuya marca L.V.¿I? no se en-cuentra en los repertorios epigráficos lucernarios (Morillo, 1999,296-297 y fig. 170, 40) es inédita. Teniendo en cuenta que tansólo conservamos una pieza no podemos plantear la existenciade un taller. Tal vez nos encontremos ante una producción pun-tual. Por las características del ejemplar y teniendo en cuenta elhorizonte estratigráfico en el que se ha recuperado, podría tra-tarse perfectamente de una Loeschcke IA.

4 Moreno Jiménez identifica las llamadas “lucernas mineras”del suroeste peninsular como una variante local de la formaDressel 10 (Moreno Jiménez, 1991, 132-135), aunque por nues-tra parte preferimos considerarlas una evolución hispana pa-ralela a la Dressel 10 a partir del tipo mismo original LoeschckeI-Dressel 9 (Morillo, 1999, 94).

Las lucernas de canal con marca de taller, caracteri-

zadas por su simplicidad morfológica y su sencillez de-

corativa, constituyen la primera producción de lucernas

creada específicamente para la exportación comercial.

Su fabricación en serie, casi “industrial”, llevó a los in-

vestigadores alemanes a acuñar para estas lucernas el

nombre de Firmalampen, literalmente “lucernas de fá-

brica” (Fishbach, 1896, 11). Dressel, y más tarde Loes-

chcke (1919, 68), distinguieron algunas variantes formales,

a las que se han ido añadiendo alguna más. El arranque

de la producción tiene lugar entre el 60 y el 75 d. C. (Lo-

eschcke, 1919, 81; Lamboglia y Beltrán, 1952, 88; Buchi,

1975, XXXIII). Alcanzan una vastísima difusión, sobre

todo en el norte de Italia y las regiones centroeuropeas

militarizadas, donde se han publicado numerosos ejem-

plares. La investigación se ha encaminado preferente-

mente a recopilar las firmas de los alfareros u operarios

en largas listas y tratar de encontrar el lugar de proce-

dencia de cada uno de ellos.

Las lucernas de canal se concentran en las regiones

septentrionales de Hispania. Balil (1983, 306) plantea in-

sel 20 en Hispania parece avalar la existencia de talleres

donde se elabora dicha forma, aún por identificar. El pri-

mero de ellos se ha documentado en Bracara Augusta

gracias a los rasgos decorativos de los ejemplares allí fa-

bricados y a la presencia de marcas del taller de Lucre-

tius (cf. Morillo, 1999, 295-296). Las características de

esta officina han sido definidas recientemente por Mo-

rais (2004; 2005, 366-375) (fig. 5).

Bernal ha señalado hace algunos años la existencia de

una producción local del tipo Dressel 28 en Tarraco

(1993, 74, nº 180-182), a la que debemos añadir la fabri-

cación de este tipo dentro del taller bracarense de Lu-

cretius (Morais, 2005, 375, nº 42). Por lo que se refiere al

tipo Dressel-Lamboglia 30B, el hallazgo de un molde de

esta forma en Tricio avala una producción marginal de

ejemplares de dicho tipo en el centro alfarero riojano

(Garabito et alii, 1993). La pieza parece obtenida por so-

bremolde a partir de una lucerna original. La abundan-

cia de ejemplares en el Mediodía peninsular podría indicar

asimismo la existencia de producciones locales en algún

taller indeterminado (Morillo, 1999, 124).

Figura 4. Fragmento de posible matriz de lucerna del tipo Loeschcke III procedente del sector del Cuartel II de Herrera de Pisuerga (A.Morillo).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 297

cluso la posibilidad de que las lucernas de canal sean el

tipo más usado en el centro y noroeste peninsular, a juz-

gar por el creciente número de hallazgos regionales. Este

autor plantea la existencia de imitaciones hispanas (Balil,

1982b, 100). En la actualidad, se ha constatado la exis-

tencia de producciones locales de lucernas de canal en

Asturica (Amaré y García Marcos, 1994; Morillo, 1999,

161-162), Complutum (Díaz Trujillo, 1988, 190, nº 9-11,

lám. II, 4 a II, 6), Turiaso (Amaré et alii, 1983, 96 y 108-

9) y Bracara (Mañanes y Balil, 1974/75; Morais, 2005,

373-374, nº 35-41). Recientemente también se ha señalado

la presencia de imitaciones de este tipo en Galicia (Na-

veiro, 1991, 51). En todos los casos se trata de la variante

Loeschcke X. La abundancia de ejemplares de este mismo

tipo en los contextos de los siglos II y III del campamento

de la legio VII Gemina en León y las características de

sus pastas, podría apuntar a una fabricación local (Mori-

llo, 1999, 138). En Complutum se ha identificado una po-

sible manufactura local de ejemplares del tipo Loeschcke

XK con la marca inédita PREIEC (Díaz Trujillo, 1988, 189-

190, nº 9-11, lám. II, 4-6).

Por lo que se refiere a las lucernas tardoantiguas de

producción norteafricana, fabricadas en terra sigillata

africana entre los siglos IV y VI y conocidas en la biblio-

grafía como “lucernas paleocristianas”, se encuentran

bien constatadas en las provincias hispanas. Hace algu-

nos años Modrzewska recopiló los ejemplares peninsu-

lares (1988, 30-32). Las principales concentraciones se

encuentran en la región de Murcia-Alicante y en la costa

catalana, zonas perfectamente comunicadas con el norte

de Africa por vía marítima. Algunos ejemplares de estas

variantes se documentan en distintos puntos de la Bé-

tica y la Lusitania. Recientes publicaciones confirman

esta dispersión, incrementando el número de ejemplares

béticos (Moreno Jiménez, 1991, 161-166) y constatando

que alcanzan esporádicamente el centro y el norte pe-

ninsulares (Morillo, 1999, 148-152).

Modrzewska opina que la mayor parte de los hallaz-

gos hispanos pertenecen a imitaciones locales de mo-

delos africanos (1988, 32). Esta autora se inclina por la

fabricación hispana del molde del tipo Hayes IB con-

servado en el Museo Arqueológico de Sevilla (Fernán-

dez Chicarro, 1952-53, 109, nº 265, fig. 59, 2). En Tarragona

se ha identificado un taller local que fabrica la misma

forma (Ruíz de Arbulo, 1989, 184-185, 4.12-4.17, figs. 83

y 84). Amante ha señalado varias producciones locales en

la región de Murcia (1987, 172-173, nº 25, 27, 35). En Lu-

centum (Reynolds, 1987, 140-142, nº 1062-1066) se cons-

tata una producción local de Hayes IIA caracterizada por

las pastas finas con superficie exterior de color verde pá-

lido. Bernal ha planteado de forma más amplia la cues-

tión de las producciones locales durante el Bajo Imperio

(1995, 381-385).

Producciones de tipología hispánica

Ya apuntamos más arriba que, junto con las numerosas

imitaciones de las formas lucernarias importadas, surgen

creaciones genuinas hispanas derivadas en principio de

aquellas, pero que acaban configurándose como pro-

ducciones diferenciadas. A continuación las analizare-

mos pormenorizadamente.

Lucernas derivadas de la Dressel 3

Las lucernas derivadas de la Dressel 3 constituyen un

conjunto perfectamente individualizado, con caracterís-

Figura 5. Lucerna del tipo Dressel 20 hallada en Astorga, fabricadaen el taller bracarense de Lucretius (Fotografía: Imagen MAS).

298 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

ticas morfológicas muy peculiares. Presentan un cuerpo

troncocónico de paredes altas y rectas con dos aletas la-

terales situadas a mitad de altura del disco o más cerca-

nas al rostrum, que adopta una forma triangular o en

yunque. A ambos lados de la piquera se insinúan dos

curvas de volutas en relieve. El disco es cóncavo, de ten-

dencia oblonga, y se encuentra siempre decorado con

una venera cuyos gallones parten del orificio de ali-

mentación, que se abre habitualmente en la zona inferior

central del disco. La orla es estrecha y horizontal, sepa-

rada del disco por molduras. La base suele ser anular

simple, a veces con marca de taller. Se ha documentado

la presencia de marcas con forma de delfín, hoja acora-

zonada y “T” impresa, así como varias combinaciones

realizadas mediante circulitos impresos y la firma MCS

retrógrada (López Rodríguez, 1982, 381). Las piezas ca-

recen de asa (fig. 6).

López Rodríguez clasifica esta categoría como una

derivación del tipo Dressel 3 tardorrepublicano con el

disco decorado con venera pero sin asa (1981, 100; 1982,

381).

Las pastas presentan un color ocre o carne (Sotoma-

yor et alii, 1976, 139, nota 51), o bien amarillo pálido o

blanco verdoso, coloraciones que resultan tan caracterís -

ticas de este tipo de lucernas como los rasgos morfoló gicos

que acabamos de definir. Por lo general son blan das y

arenosas y se deshacen sólo con tocarlas. A veces se ob-

serva la presencia de gruesos desgrasantes micáceos. En

la mayor parte de las ocasiones carecen de engobe.

Las lucernas de este tipo son una de las producciones

altoimperiales hispanas mejor definidas en la actualidad.

Las campañas de excavación desarrolladas durante los

años setenta por el equipo de M. Sotomayor en los talleres

ubicados en Los Villares de Andújar (Jaén) se tradujeron

en el conocimiento de una fabricación de lucernas si-

multánea a la de TSH (Sotomayor et alii, 1976 y 1981),

cuyas características correspondían a las que aquí aca-

bamos de presentar. Este hecho ha determinado que la

bibliografía arqueológica haya acuñado la denominación

“lucernas de Andújar” para referirse a este tipo de piezas.

No obstante, teniendo en cuenta recientes hallazgos que

atestiguan la producción de esta forma en otros talleres

hispanos, consideramos que debe emplearse un término

más amplio y genérico, como lucernas “tipo Andujar”,

denominación propuesta por Bernal (1993b, 210).

Tomando como referencia el conjunto de ejempla-

res recogido en las excavaciones de Andújar, Sotomayor

estableció cuatro grandes grupos o subvariantes, que se

distinguen principalmente por la forma que adopta la

venera que ocupa el disco y por la presencia de deter-

minadas marcas de taller (Sotomayor et alii, 1981, 313-

315). Esta variedad tipológica, que está expresada con

cierta confusión, no parece que pueda extrapolarse a

otros conjuntos arqueológicos. Tampoco se pueden apre-

ciar diferencias cronológicas entre cada una de las va-

riantes formales constatadas en Andújar.

El equipo de arqueólogos de Andújar sitúa los lími-

tes temporales de estas piezas entre el reinado de Clau-

dio y los flavios (Sotomayor et alii, 1976, 135). En las

excavaciones del templo romano de Córdoba se docu-

mentan en niveles postaugusteos, más concretamente

en el periodo julioclaudio (García y Bellido, 1970, 52,

fig. 13, 4, fig. 20, 4, fig. 27, 3, fig. 38, 15 y fig. 50, 2), aun-

que García y Bellido mantiene su cronología augustea.

López Rodríguez ha establecido el marco referencial de

esta producción durante la época julioclaudia, con posi -

bles pervivencias en el periodo flavio (López Rodríguez,

1982, 382). Desgraciadamente, las escasas se cuencias es-

tratigráficas disponibles no permiten aquilatar mejor los

límites temporales. Hace algunos años, M. Roca propuso

el reinado de Tiberio como fecha de inicio de la primera

fase de fabricación de TSH en el taller de Andújar (Roca,

1980, 239; Roca, 1990, 394). En esta fase, que se extiende

principalmente a lo largo del periodo tiberiano y clau-

dio, además de terra sigillata se constata la producción

de otras clases cerámicas, entre las que se encontrarían

las lucernas, cuya cronología puede, de esta forma, ajus-

tarse con mayor precisión. Los hallazgos de lucernas de

“tipo Andújar” en los yacimientos del norte de la Penín-

sula corroboran perfectamente la cronología tiberiano-

claudia (Morillo, 1999, 103).

Uno de los aspectos más interesantes vinculados al es-

tudio de estas lucernas es el que hace referencia al área

de dispersión de las mismas. Los mapas de distribución

del tipo confirman una concentración en el área meri-

dional, principalmente en el valle del Guadalquivir y sus

afluentes, siguiendo las pautas ya conocidas de difusión

de la TSH fabricada en Andújar. López Rodríguez realiza

la primera recopilación de ejemplares de este tipo (López

Rodríguez, 1981, 9-10; 1982, 382 y 390), ampliada pos-

teriormente (Moreno Jiménez, 1991, tipos 40-44, vid. lis-

tado de tipos; Morillo, 1992, 104-106, mapa XI; Bernal,

1993b, 209, fig. 3; Morillo, 1999, 101). Sin embargo, uno

de los aspectos más llamativos de esta producción es su

LUCERNAS HISPANORROMANAS 299

significativa presencia al norte de Sierra Morena (cf. Mo-

rillo, 1999, 101), especialmente en el entorno de la “ruta

de la Plata”. A nuestro juicio, esta peculiar difusión de

los ejemplares “tipo Andújar” obedece a un comercio sui

generis, en el cual la lucerna no constituye el objeto pri-

mordial, sino una mercancía secundaria que acompaña

a los cargamentos de aceite bético hacia los principales

asentamientos del norte peninsular, localizados princi-

palmente en el conventus Asturum (Morillo, 1992, 105-

106; 1999, 101-102).

Lucernas de este tipo se constatan de forma esporá-

dica fuera de la Península Ibérica. Hasta el momento co-

nocemos dos ejemplares, procedentes respectivamente

del Museo Nazionale Romano (Bernal, 1993b) y de As-

berg (Liesen, 1994, 21, nº 2), donde posiblemente llegan

también acompañando a las importaciones de aceite bé-

tico.

Recientes estudios realizados a partir del hallazgo de

testares y marcas no documentadas en Los Villares de

Andújar, así como análisis de tipo arqueométrico, han

permitido identificar nuevos centros productores de lu-

cernas derivadas del tipo Dressel 3 en Corduba (Amaré,

1988/89; Bernal, 1993b, 214-215; Bernal y García Gimé-

nez, 1995, 178; García Giménez et alii, 1999) y Emerita Au-

gusta (Rodríguez Martín, 1996, 143-144), aunque no puede

descartarse que exista algún otro. Esta multiplicidad de

focos productores complica aún más el panora ma de las

lucernas “tipo Andújar”, puesto que sus ca rac terísticas fí-

sicas y morfológicas, su cronología y su área de comer-

cialización pueden variar sensiblemente de uno a otro

taller. Tan sólo un análisis mineralógico exhaustivo que

tenga en consideración muestras de los distintos talleres

y yacimientos donde aparece este tipo de lucernas podrá

aclarar definitivamente el problema del origen y áreas

de comercialización de las mismas.

El estudio arqueométrico comparativo entre una mues -

tra procedente de Los Villares de Andújar y otra repre-

sentativa de las piezas halladas en Astorga y León ha

permitido vislumbrar la escasa afinidad mineralógica exis-

tente entre ambos grupos de piezas, confirmando indi-

rectamente la existencia de otro centro productor que

suministraría las lucernas necesarias a los yacimientos

Figura 6. 1. Esquema de lucerna derivada de Dressel 3 o “tipo Andujar” (A. Morillo); 2 y 3. Anverso y reverso de lucerna del tipo deri-vado de Dressel 3 procedente de Herrera de Pisuerga (Palencia) (A. Morillo).

300 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

septentrionales (García Giménez et alii, 1999), posible-

mente la capital de la Lusitania (Morillo, 1999, 103-104).

Lucernas derivadas de la Dressel 9 o lucernas “mineras”

Lucernas de cuerpo circular de tendencia piriforme, con

disco de concavidad suave y sin decorar, en el que se

abre un orificio de alimentación centrado. La piquera es

ancha y angulosa, rematada en forma redondeada y flan-

queada por volutas incisas entre las que se dispone a

veces una hoja de hiedra. La margo es ancha e inclinada

hacia el exterior, lisa o decorada con perlitas en relieve.

Asa elevada y perforada y base plana, en la que suelen

aparecer marcas de alfarero como L.I.R., T, RTVG, G.T.G.,

MVS, AN, LAT, G.A.G. o R.T.I. El aspecto general es tosco

y macizo (fig. 7). Las pastas suelen ser blandas, de tona-

lidades anaranjadas u ocres, más o menos depuradas y

cubiertas a veces por un engobe ocre claro.

Por la fisonomía de su rostrum, rematado en forma

triangular y con volutas laterales, se considera un tipo

derivado de la Dressel 9-Loeschcke I, que no debemos

confundir con la producción a la que Amaré asigna esta

misma denominación (Amaré, 1989/90, 144). Más común

en la bibliografía al uso es la utilización del término lu-

cernas “mineras” (Luzón, 1967) o tipo “Riotinto-Aljustrel”

(Alarcão, 1966, 26), denominación que hace alusión a

los lugares donde preferentemente han sido localizadas

este tipo de piezas, principalmente en el entorno de po-

blados y necrópolis mineros del suroeste peninsular.

Atendiendo a la presencia de decoración sobre la orla,

López Rodríguez ha establecido una primera clasifi cación,

que distingue entre lucernas con margo decora da y lu-

cernas sin decoración en la orla (López Ro dríguez, 1981,

14-15; 1982, 383). Este investigador intuye cierta evolu-

ción cronológica entre ambas variantes, basándose en la

desaparición de las volutas y la tosquedad creciente del

segundo tipo. Tal distinción, como bien se ha señalado

recientemente, no puede ser planteada en términos ab-

solutos, puesto que existe cierto número de ejemplares

muy toscos en los que todavía se mantiene la decora-

ción de la orla.

Los márgenes temporales del tipo aún presentan in-

cógnitas muy significativas. Hemos de tener en cuenta

que dentro de la categoría general de lucernas “mine-

ras” coexisten producciones con rasgos morfológicos

algo diferentes, que se extienden a lo largo de un pe-

riodo cronológico bastante dilatado. J. y A. Alarcão, al

estudiar los materiales de la necrópolis de Valdoca (Al-

justrel), asignan a este tipo una cronología centrada en

el siglo I d. C. (Alarcão, 1966, 26), datación que mantiene

Belchior (Belchior, 1970, 76-78). Luzón publica por estas

mismas fechas medio centenar de lucernas procedentes

de Riotinto, llevando su cronología a la primera mitad

del siglo II d. C. (1967, 139 y 141). Las excavaciones de

Munigua han permitido documentar una lucerna de este

tipo asociada a materiales de finales del siglo II o siglo III,

aunque Raddatz rebaja su cronología al periodo com-

prendido entre el 150 y el 200 d. C. (1973, 39 y 61, fig. 20,

10, lám. 15, 2). En Huelva se data un ejemplar durante el

siglo III (Del Amo, 1976, 92, fig. 40, 2). López Rodríguez,

a partir de todos estos datos, establece un amplio marco

temporal centrado en el siglo II, especialmente a su se-

gunda mitad, y buena parte de la siguiente centuria (López

Rodríguez, 1981, 14).

Este mismo autor ha recopilado de forma exhaustiva

los ejemplares de este tipo repartidos por toda la Penín-

sula, pertenecientes tanto a la variante decorada como a

Figura. 7. 1. Esquema de lucerna derivada de Dressel 9 o “lu-cerna minera” (A. Morillo); 2. Lucerna de este tipo procedentede las minas de Reocín (Museo de Cantabria).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 301

la lisa. Esta última parece ser más abundante (López Ro-

dríguez, 1981, 14-15). A este conjunto debemos sumarle

ejemplares publicados recientemente como los de la Mina

de Peña del Hierro –Nerva, Huelva– (Bailey, 1988, 175,

Q 1667, lám. 12), la Bética (Moreno Jiménez, 1991, 132-

135, tipo 10, vid. listado de formas), Faro (Judice, 1992,

116, sepultura nº 4, lám. XIV), Pollentia (Palanques, 1992,

31-32, nº 240, lám. VIII), el Museo Arqueológico de Bar-

celona (Modrzewska, 1992), el Museo de Santa Cruz de

Toledo (Zarzalejos, 1992/94, 136-137, nº 3, fig. 2, 1) y el

Museo de Mérida (Rodríguez Martín, 2002, 25, nº 7).

La dispersión de las lucernas “mineras” no deja lugar

a dudas respecto a su fabricación hispana, así como su

vinculación directa a las regiones mineras del suroeste pe-

ninsular. Sin embargo, de forma esporádica estas lucer-

nas alcanzan yacimientos mineros o poblaciones de la

región septentrional de Hispania, como Peroguarda,

Huerña, Reocín, Astorga y Lancia (Morillo, 1999, 105-

107). Los únicos ejemplares de este tipo documentados

fuera de la Península Ibérica proceden de Pollentia y las

costas africanas del Estrecho (Ponsich, 1961, 80, nº 24, lám.

IV; Fernández Sotelo, 1994, 13-14).

La fabricación de este tipo de piezas debe acometerse

en diversos centros productivos, destinados a satisfacer la

demanda local de recipientes para iluminación sólidos y

adecuados para las necesidades del trabajo en las minas

(Modrzewska, 1992, 66). Por el momento no es posible es-

tablecer la localización concreta de dichos talleres.

Lucernas derivadas de disco (Loeschcke VIII)

Las lucernas de este tipo se caracterizan por su cuerpo

circu lar compacto con piquera apuntada, que les pro-

porcio na un aspecto ovalado. Presentan una cubierta con -

vexa, sin separación entre la margo y el disco, aunque en

algunas ocasiones todavía se aprecia la orla ancha e in-

clinada hacia el exterior, separada del disco ligeramente

cóncavo por una o varias molduras de transición. La su-

perficie de la pieza muestra a veces una decoración ge-

ométrica o vegetal muy sumaria. En la parte posterior se

coloca un asa de disco elevada y maciza, que a veces

puede estar perforada. Su aspecto es tosco e irregular,

bastante menos cuidado que el de los tipos clásicos de

disco. El empleo reiterado del sobremolde hace desapa -

recer poco a poco los rasgos morfológicos y decorativos

de las piezas, cuyo tamaño puede variar sensiblemente

(fig. 8).

Las pastas son, por lo general, compactas y no muy

bien depuradas, con abundantes desgrasantes de grano

grueso. Su coloración suele ser ocre o anaranjada, que evi-

dencia que fueron sometidas a una cocción oxidante.

Salvo en casos excepcionales, su superficie carece de

engobe.

No cabe duda que estos ejemplares, entre los que se

advierten ciertas diferencias morfológicas, deben en-

marcarse dentro de la categoría general de lucernas de

disco o Loeschcke VIII. Sus modelos de inspiración más

directos son las variantes más tardías, la Dressel 30 y,

sobre todo, la Dressel 28, de las que derivan desde el

punto de vista formal. Los investigadores han incluido

los ejemplares derivados de las lucernas de disco dentro

de estas categorías formales, aunque algunos reconocen

que no responden exactamente a las características atri-

buidas por la bibliografía a las mismas (Pita, 1995, 16, nº

1). Teniendo en cuenta estos problemas de clasificación,

en su momento consideramos conveniente crear un apar-

tado específico para distinguir estos ejemplares de aque-

302 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Figura. 8. 1. Esquema de lucerna derivada de disco (A. Morillo);2. Lucerna derivada de disco conservada en la Real Academia dela Historia (G. Rodríguez Martín).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 303

La mitad septentrional de la Península proporciona una

cantidad todavía muy reducida, aunque en constante au-

mento, de lucernas de canal fabricadas en terra sigillata

hispánica. Hace algunos años, Amaré apuntaba la exis-

tencia de tres fragmentos de lucernas de canal proce-

dentes de Libia (Herramelluri, La Rioja), Los Bañales

(Uncastillo, Zaragoza) y, tal vez, Los Pedreñales (Castel-

serás, Teruel) (Amaré, 1985, 797). Balil dio a conocer

otro fragmento de lucerna del tipo Loeschcke X proce-

dente de Herrera de Pisuerga (Balil, 1982c), cuya marca

fue reinterpretada posteriormente por C. Pérez como

OF.MAT.BL (Pérez González, 1989, 347-348, lám. X). En

nuestra Memoria de Licenciatura añadíamos a este úl-

timo otro ejemplar casi completo de la misma forma,

también procedente del yacimiento palentino de Herrera

(Morillo, 1992, 98-101, La Serna nº 5 y hallazgo superfi-

cial nº 21). Nuevas piezas de este mismo tipo se docu-

mentan en Pamplona, e Iruña, a los que debemos añadir

nuevos fragmentos de Herrera de Pisuerga, Astorga y

León (Morillo, 1999, 141) (fig. 9).

Las pastas, de color carne o rosadas, duras y muy

bien depuradas, se encuentran recubiertas con un en-

gobe denso y brillante, de color rojizo, característico de

las producciones riojanas de TSH altoimperial. Por lo que

respecta a la forma, sólo se ha podido documentar la Lo-

eschcke X. Se han encontrado asociadas la marca inédita

L.L.V.¿I?, con una E o tridente acostada sobre ella y otra

que podemos relacionar con la oficina del alfarero Ma-

ternvs Blandvs.

Teniendo en consideración los escasos datos crono-

lógicos con los que contamos, los márgenes temporales

de esta producción lucernaria deben situarse entre las

décadas finales del siglo I d. C. y los años centrales de la

siguiente centuria, sin que podamos aquilatar de manera

más precisa.

A la vista de algunos rasgos característicos de estas pie-

zas, como sus semejanzas físicas con los recipientes de

TSH altoimperial fabricados en el área de Tricio o la pre-

sencia de marcas como OF.MAT.BL. asimilables a este

mismo centro alfarero, debemos presuponer su proce-

dencia de los alfares riojanos.

Los 10 ejemplares de terra sigillata hispánica alto -

imperial documentados hasta la fecha evidencian tími-

damente, pero sin margen de error, la existencia de una

producción lucernaria específica. Hemos de interpretar

los ejemplares en sigillata como un intento fallido por

parte de determinados talleres del área de Tricio para in-

llos pertenecientes a los grupos canónicos de disco, de

los que les separan numerosas peculiaridades morfoló-

gicas, productivas y cronológicas (Morillo, 1999, 125). El

tipo “derivado de disco” constituye un auténtico cajón

de sastre, donde conviven diversas producciones hispa-

nas que ejemplifican diversos estadios del proceso dege -

nerativo registrado por las lucernas de disco, caracterizado

por el empobrecimiento técnico y decorativo causado

por el uso reiterado del sobremolde y el alejamiento cada

vez mayor de las fuentes de inspiración originales.

La duración temporal de este tipo no ha sido hasta

ahora establecida con exactitud. Los investigadores le

atribuyen la misma cronología que a las variantes de

disco tardías dentro de las cuales la incluyen, en especial

la Dressel-Lamboglia 30B. Fernández y Manera lo fechan

a finales del siglo III e inicios del IV (1979, 12-15, nº 36,

38, 41, 42 y 43), datación seguida por Pita (1995, 16-18,

nº 1 y 3, lám. I y III).

Los hallazgos realizados en el norte de la Península

permiten aquilatar de manera más precisa la cronología

de las lucernas derivadas de disco. De sus asociaciones

estratigráficas se infiere su aparición en un momento in-

determinado de la segunda mitad del siglo II, alcanzando

su floruit durante el III y perdurando durante las prime-

ras décadas de la siguiente centuria. Conviven dentro de

los mismos niveles arqueológicos con las variantes de

disco avanzadas Dressel 28 y Dressel 30, de las que de-

rivan desde el punto de vista morfológico, así como con

la forma de canal Loeschcke X (Morillo, 1999, 125-126).

Las lucernas derivadas del tipo de disco deben inter-

pretarse como una particular elaboración hispana, que se

enmarca dentro del proceso de descentralización pro-

ductiva. Los ejemplares de este tipo son muy comunes en

el Mediodía y el Occidente peninsulares. Se documentan

asimismo en Tamuda, en la Mauritania Tingitana. Su

abundancia en la antigua Asturica Augusta y su entorno

nos ha llevado a plantear una producción local en la ca-

pital astur, inspirada en producciones béticas o lusitanas

(cf. Morillo, 1999, 125).

Lucernas de canal en terra sigillata hispánica

altoimperial

La utilización de la técnica de la terra sigillata en la ela-

boración de lucernas durante el Alto Imperio es un hecho

infrecuente, pero en modo alguno insólito dentro de los

repertorios de lucernas conocidos (cf. Morillo, 1999, 140).

Están fabricadas mediante la técnica del torno, a dife-

rencia de la mayor parte de variantes de lucernas. Pre-

sentan un cuerpo circular, de sección troncocónica o

bitroncocónica, con cubierta convexa sin separación

entre el disco y la orla, en cuyo centro se abre un gran

orificio de alimentación. En la piquera, levemente apun-

tada respecto al cuerpo, se aloja el orificio de iluminación.

En la parte posterior de la pieza se sitúa un asa de cinta.

La base suele ser ligeramente cóncava, aunque a veces

aparece un pie alto, casi cilíndrico. Carecen de marcas de

taller (fig. 10).

Pero sin duda el rasgo más representativo de esta

producción es la utilización de las pastas y barnices pro-

pios de los recipientes de TSHT. Las pastas son rosadas

o anaranjadas, duras, gruesas y bien depuradas, y se en-

cuentran recubiertas por un engobe untuoso y brillante

de color rojo anaranjado.

A pesar de que se conoce la existencia de ejemplares

de este tipo desde hace varias décadas, López Rodríguez

fue el primer investigador que abordó la labor de defi-

nición tipológica y productiva de las lucernas de terra

sigillata hispánica tardía (1982, 384-385). Mezquíriz in-

troducirse en el mercado lucernario, ofreciendo un pro-

ducto de mediana calidad entre las producciones de ce-

rámica común y bronce (Amaré, 1985, 797). Sin embar go,

el experimento no cuaja a pesar de tener a su disposi-

ción las redes de comercialización con las que contaba

la terra sigillata, ya perfectamente establecidas (Morillo,

1992, 100; 1999, 141).

Lucernas de terra sigillata hispánica tardía (TSHT 50)

Al igual que sucede durante los primeros siglos del Im-

perio, al calor de la fabricación de otras especies cerá-

micas, surgen producciones subsidiarias de lucernas

tardorromanas. Entre ellas destacan, tanto por su canti-

dad como por su original diseño morfológico, las lucer-

nas de terra sigillata hispánica tardía, estrechamente

vinculadas desde el punto de vista productivo y comer-

cial a los recipientes vasculares realizados mediante esta

misma técnica en talleres ubicados en la región septen-

trional de la Península.

Las lucernas de terra sigillata hispánica tardía de la

forma 50 se caracterizan por su gran simplicidad formal.

Figura 9. Lucerna de canal fabricada en terra sigillata altoimperial en algún taller riojano procedente de Herrera de Pisuerga (A. Morillo).

304 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Figura 10. 1. Esquema de lucerna del tipo TSHT 50 (A. Morillo); 2. Lucerna del tipo TSHT 50 conservada en la Real Academia de la His-toria (G. Rodríguez Martín).

1

2

LUCERNAS HISPANORROMANAS 305

corpora estas piezas al catálogo de las formas de TSHT,

distinguiendo dos variantes de lucernas, la forma 50 y la

63 (1983, lám. 7; 1985, 157-159, lám. XXXVII, 1 y XXXVIII,

6). También Mayet incluye las lucernas en sus tablas ti-

pológicas (1984, lám. CCXXXIX, 19). Amaré ha abordado

asimismo esta cuestión, aclarando algunos aspectos esen-

ciales (1985).

López Rodríguez rastrea por primera vez los hallazgos

de este tipo dispersos por la geografía peninsular (1982,

385). Amaré elabora el primer mapa de distribución de los

mismos (1985, lám. III), que completamos hace algunos

años incluyendo los hallazgos de Astorga, Gijón y Ventosa

de Pisuerga (Morillo, 1999, 155-156, mapa XXXV).

A juzgar por su dispersión, los ejemplares de terra si -

gillata hispánica tardía monopolizan los mercados de la

región septentrional de la Península durante el siglo IV.

Ló pez Rodríguez, teniendo en cuenta la concentración

de ha llazgos en la Meseta Superior, localizaba su pro-

ducción en algún lugar de la cuenca alta del Duero (1982,

385). Posteriormente, Amaré amplía su ámbito de disper -

sión geográfica hacia La Rioja, Navarra, Alava y Aragón.

Esta investigadora relaciona acertadamente su fa bricación

con los alfares de TSHT ubicados en la Meseta –Ter-

mancia, Clunia, Belorado, área de Covarrubias…– y el

valle del Ebro –Tricio y Nájera–, inclinándose con pre-

ferencia por estos últimos, aunque no descarta la posi-

bilidad de más de un centro productor (Amaré, 1985,

800-801, lám. IV). Sin embargo, el elevado grado de afi-

nidad y parentesco que presentan la mayor parte de los

recipientes de iluminación fabricados en sigillata tardía

permite presuponer su vinculación con pocos talleres

(Morillo, 1999, 158). Los análisis ceramológicos practi-

cados a una lucerna de este tipo hallada en Conimbriga,

parecen confirmar un origen riojano (Picon, 1984, 317,

nota 20).

Por lo que se refiere a la cronología, el retraso en el

conocimiento de las fases cronológicas y productivas de

la terra sigillata hispánica tardía no permite avanzar datos

concluyentes. Las asociaciones estratigráficas disponi-

bles permiten fechar la fabricación de lucernas de TSHT

entre el siglo III y el V, con su floruit durante el siglo IV

(Amaré, 1985, 801). Paz Peralta prolonga la vigencia de

esta forma a lo largo de todo el siglo V (1991, 103). En los

contextos septentrionales su presencia se verifica entre

el 320 y mediados del siglo V (Morillo, 1999, 158). Tal

vez la escasa calidad de algunos ejemplares obedezca a

la existencia de fases productivas (Amaré, 1985, 801).

Lucernas de terra sigillata hispánica tardia (TSHT 63)

Menor difusión alcanza la forma TSHT 63, recipiente para

iluminación abierto, con forma de palmatoria. Presen-

tan una forma de plato con paredes oblicuas y un resalte

de forma anular en el centro, que crea un compartimento

separado. Al igual que la forma anterior, suele estar fa-

bricado en terra sigillata hispánica tardía, pero conoce-

mos ejemplares realizados en cerámica común.

Mezquíriz ha identificado esta forma dentro del re-

pertorio de la TSHT (1983, lám. 7; 1985, 161, lám. XXXVIII,

6). Esta investigadora afirma que la difusión del tipo es muy

restringida, mencionando tan sólo los hallazgos de Pam-

plona (Mezquíriz, 1978, nº 13, fig. 20) y Falcés (Mezquí-

riz, 1971, 74, lám. XVI, nº 7). La ausencia de la forma TSHT

63 en los yacimientos y repertorios al uso debemos atri-

buirla tal vez a la posible adscripción de los fragmen tos

de este tipo a otras categorías morfológicas vas culares.

Es posible que existan hallazgos de este tipo inéditos en

los fondos de los museos regionales.

Mezquíriz sitúa su cronología a lo largo de los siglos

IV y V d. C. (1985, 161). Posiblemente, los centros pro-

ductivos son los mismos que los de los recipientes de

TSHT, ubicados en los valles del Duero o del Ebro.

En el norte de la Península se han publicado tres frag-

mentos de esta forma procedentes del yacimiento de

Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia) (Ruíz Gu-

tierrez, 1993, 199-200, lám. 150, 1 y 2). Sin embargo, a

di ferencia de ésta, han sido elaboradas en cerámica co -

mún, no en terra sigillata. No es posible determinar si los

centros productivos son los mismos para ambas pro-

ducciones.

306 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Lámina 2. Lámina delgada realizada sobre ejemplar derivado de la Dressel 3 procedente de Herrera de Pisuerga, procedente de un ta-ller desconocido, posiblemente Mérida (R. García Jiménez).

LUCERNAS HISPANORROMANAS 307

Lámina 1. Lámina delgada realizada sobre ejemplar de la forma Dressel 4 procedente de Herrera de Pisuerga de fabricación local (R.García Jiménez).

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