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INTRODUCCIÓN Dos dimensiones principales constituyen la personalidad de San Agustín, su san- tidad y su condición de Doctor y Padre de la Iglesia. Es este último aspecto el que aquí nos interesa. Como Doctor y Padre de la Iglesia esta reconoce y proclama que San Agustín enseñó y enseña las verdades cristianas por medio de su palabra y escritos durante su vida y por medio de estos últimos después de su muerte a lo largo de los siglos hasta el día de hoy. 1. Su discípulo y biógrafo San Posidio en su Vita Augustini nos transmite cómo efectivamente se dedicó San Agustín durante su vida a la enseñanza de las verdades de la fe católica. En efecto, dice su primer biógrafo: “Agustín enseñaba y predicaba privada y públicamente, en casa y en la Iglesia, la palabra de salud eterna contra los herejías de África, sobre todo contra los donatistas, maniqueos y paganos, comba- tiéndolos con sus libros o con improvisadas conferencias, lo que era causa de inmensa alegría y admiración para los católicos, que divulgaban donde podían a los cuatro vientos los hechos de que eran testigos” (Vita 7, 1). Tenemos otro pasaje: “Son tantos los escritos dictados y publicados (por San Agustín), tantos los discursos pronuncia- dos en la Iglesia y corregidos más tarde, ya en discusiones con las diferentes herejías, ya para explicar los libros sagrados para edificación de los fieles hijos de la Iglesia, que con dificultad un estudioso podría leerlos y conocerlos todos por sí mismo” (Vita 18, 9). Y el propio San Posidio hace una observación muy interesante: “Así, gracias tam- bién a la edición y traducción en griego de sus escritos, aquel varón, él solo, y gracias a él otros varios lograron hacer conocer la doctrina saludable, con la gracia de Dios” (Vita, 11, 5). Ya en vida, pues, comenzó San Agustín a ejercer su magisterio en toda la Iglesia, ya que no solamente se hacían copias de sus escritos en su lengua, el latín, sino también en la traducción de estos a la otra gran lengua de la Iglesia que era en- tonces el griego. 2. En efecto, no olvidemos que ya en tiempos de la vida del obispo de Hipona sus escritos se difundieron por la actual Europa (Italia, Francia y España, sobre todo), lo LOS VALORES QUE CONFIGURAN AL CRISTIANO SEGÚN LA ENSEÑANZA DE SAN AGUSTÍN José Antonio Galindo Rodrigo, OAR Facultad de Teología “San Vicente Ferrer”

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INTRODUCCIÓN

Dos dimensiones principales constituyen la personalidad de San Agustín, su san-tidad y su condición de Doctor y Padre de la Iglesia. Es este último aspecto el que aquí nos interesa. Como Doctor y Padre de la Iglesia esta reconoce y proclama que San Agustín enseñó y enseña las verdades cristianas por medio de su palabra y escritos durante su vida y por medio de estos últimos después de su muerte a lo largo de los siglos hasta el día de hoy.

1. Su discípulo y biógrafo San Posidio en su Vita Augustini nos transmite cómo efectivamente se dedicó San Agustín durante su vida a la enseñanza de las verdades de la fe católica. En efecto, dice su primer biógrafo: “Agustín enseñaba y predicaba privada y públicamente, en casa y en la Iglesia, la palabra de salud eterna contra los herejías de África, sobre todo contra los donatistas, maniqueos y paganos, comba-tiéndolos con sus libros o con improvisadas conferencias, lo que era causa de inmensa alegría y admiración para los católicos, que divulgaban donde podían a los cuatro vientos los hechos de que eran testigos” (Vita 7, 1). Tenemos otro pasaje: “Son tantos los escritos dictados y publicados (por San Agustín), tantos los discursos pronuncia-dos en la Iglesia y corregidos más tarde, ya en discusiones con las diferentes herejías, ya para explicar los libros sagrados para edificación de los fieles hijos de la Iglesia, que con dificultad un estudioso podría leerlos y conocerlos todos por sí mismo” (Vita 18, 9).

Y el propio San Posidio hace una observación muy interesante: “Así, gracias tam-bién a la edición y traducción en griego de sus escritos, aquel varón, él solo, y gracias a él otros varios lograron hacer conocer la doctrina saludable, con la gracia de Dios” (Vita, 11, 5). Ya en vida, pues, comenzó San Agustín a ejercer su magisterio en toda la Iglesia, ya que no solamente se hacían copias de sus escritos en su lengua, el latín, sino también en la traducción de estos a la otra gran lengua de la Iglesia que era en-tonces el griego.

2. En efecto, no olvidemos que ya en tiempos de la vida del obispo de Hipona sus escritos se difundieron por la actual Europa (Italia, Francia y España, sobre todo), lo

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cual era factible porque entonces el norte de África formaba una unidad cultural con Europa a través de la unidad política establecida por el Imperio romano. Después, en la Edad Media, el autor más leído en toda Europa es sin duda San Agustín. Por eso, Karl Jaspers ha llegado a proclamarlo “padre de Europa” en su obra Tres fundadores del filosofar: Platón, Agustín, Kant. Y en esa misma línea Erich Przywara, en su obra San Agustín. Perfil humano y religioso, dice que “si es verdad que el espíritu europeo está constituido por la unión de dos potencias, la Antigüedad y el cristianismo, Agus-tín es su genio”. Y confirmando esta visión dice Benedicto XVI:

La vida de san Agustín fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios (cfr. Conf. 1, 1, 1). Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la “puerta de la fe” (Porta fidei 7).

3. Pero aunque se pueden aducir numerosos y cualificados testimonios para enal-tecer la figura de San Agustín como gran maestro dentro de la Iglesia, incluso en el momento actual, bástenos recordar que el hiponense es el autor más citado por el Concilio Vaticano II, así como por el Catecismo de la Iglesia Católica derivado de este concilio. Y se hace también patente su poderosa presencia en la enseñanza para con toda la Iglesia, si tenemos en cuenta que en la recitación orante de la Liturgia de las Horas, de obligado cumplimiento diario para todos los maestros de la Iglesia, esto es, el Papa, los obispos y sus ayudantes los presbíteros, San Agustín tiene más del doble de lecturas que cualquier otro autor o teólogo.

4. Pues bien, este gran maestro, San Agustín, piensa que la enseñanza y la educa-ción obtienen su fin cuando entre aquellos que son objeto de esta, por ejemplo los estudiantes universitarios, se vive lo que podríamos llamar valores cristianos. Según el obispo de Hipona, la verdad y el bien son el objetivo, el fin, de la educación. Y, siguiendo su pensamiento, anotamos que la verdad se consigue por el camino de la interioridad, y el bien, la virtud, la vida auténticamente cristiana, se alcanzan por me-dio de la verdadera libertad, la auténtica amistad y el amor cristiano, que incluye una actitud y un espíritu comunitarios. Estos valores cristianos, que podríamos denomi-nar agustinianos por la insistente, abundante y profunda enseñanza que de ellos hace San Agustín, son los que van a ser objeto de nuestra exposición en esta conferencia.

1. LA INTERIORIDAD COMO CAMINO HACIA LA VERDAD1. “No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo, porque en el hombre

interior habita la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo”1.

1 De v. rel. 39, 72.

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El ser humano, según San Agustín, necesita para realizarse como tal conocer la verdad y vivir en y de la verdad. Lo primero que hay que hacer en el camino hacia la madurez personal es superar la frivolidad y la superficialidad, que llevan consigo la continua distracción, que dispersa la atención de la mente, y el afecto del cora-zón desparramado en muchas cosas insustanciales y vacías: “Porque estos fantasmas hinchados y volubles no nos permiten llegar a la constancia de la unidad. El espacio nos ofrece lugares amables; los tiempos nos arrebatan lo que amamos y dejan en el ánimo un tropel de ilusiones que balancean el ánimo de una cosa a otra según nues-tros deseos”2. Esta actitud impide, además, que se preste atención a lo que de veras importa al ser humano: porque “al que anda desparramado en lo exterior le resulta difícil entrar en su interior”3.

Frente al frívolo y superficial, el hombre agustiniano es aquel que reflexiona sobre sí mismo y sobre las cosas fundamentales de la vida (Dios y religión, familia, trabajo, estudio, amistades, tiempo de ocio, etc.) para descubrir su sentido y orientarse en todo ello según las opciones más correctas y convenientes. Es hermoso el consejo de san Agustín: “Dejemos algún margen para el silencio. Retorna a tu interior y apártate de todo estrépito. Vuelve la vista a tu interior, donde no haya barullos ni querellas, donde tienes un retiro apacible para tu conciencia. (...) Atiende con calma y sereni-dad a la verdad para que la entiendas”4.

2. Por este camino, por este método, se encuentran todas las verdades y la verdad. Es útil la distinción entre unas y otra. Veamos: Se dan verdades cuando el pensamien-to refleja la realidad de cualquier cosa. Se da la verdad cuando, además, la persona descubre unas realidades y valores que orientan, dan sentido y aportan contenidos a la vida humana. Una persona puede conocer muchas verdades (es el caso del cientí-fico o del erudito) y, sin embargo, ignorar la verdad sobre sí mismo, el porqué y para qué más profundos de su existencia.

La verdad por antonomasia, para nosotros los cristianos, y San Agustín ha insis-tido mucho en ello, es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Cristo es la revela-ción más honda y completa de la verdad del hombre y de la verdad de Dios.

El doctor de Hipona, gran indagador y admirador de todas las verdades, incluso las referidas a las cosas más pequeñas, busca, sin embargo, con especial empeño y amor por encima de todo, esa verdad plena y total. A esta verdad se llega ineludible-mente por la misma vía de la interioridad. Ya que, allá, dentro de uno mismo, está la Verdad, está Cristo, el que nos enseña sin palabras, como Maestro interior5, que es

2 De v. rel. 35, 65.3 De ord. 2, 11, 30.4 S. 52, 22. Otro texto: “Volved al corazón. ¿Qué es eso de ir lejos de vosotros y desaparecer de vuestra

vista? Qué es eso de ir por los caminos de la soledad, vida errante y vagabunda? Volved. ¿Adónde? ¿Al Señor? Es pronto todavía. Vuelve primero a tu corazón. Como en un destierro andas errante fuera de ti. ¿Te ignoras a ti mismo y vas en busca de quien te creó? Vuelve, vuelve al corazón” (In Io. ev. 18, 10).

5 In Io. ep. 3, 13.

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“camino, verdad y vida” para el que desea encontrarse con Dios, ama a Dios y en él tiene a su mejor amigo con el que vive una intensa amistad dentro de su corazón.

3. Todas las verdades y, primordialmente, la Verdad, constituyen el tesoro más precioso para la persona humana. Pero es un tesoro para toda la humanidad; es pa-trimonio común de todas las inteligencias y, en cuanto Verdad, esto es, como Cristo, quiere darse a todos los hombres, sirviéndose de algunos escogidos. Por eso, “cuando con rectitud de intención trata el alma de captar las cosas interiores y trascendentes, patrimonio común, no propiedad privada, de cuantos las aman, y sin envidia, con desinteresado abrazo, las poseen, entonces mira por su propio bien y por el bien de los demás”6.

4. Si la verdad se refiere a la conformidad entre lo que piensa y lo que habla una persona, se llama veracidad o sinceridad. Es una hermosa cualidad de gran importan-cia para la convivencia humana. Sin la sinceridad no es posible un diálogo construc-tivo, no es posible la amistad y no puede funcionar bien una sociedad. Esta es una clase especial de verdad que también estudia san Agustín. Él admira a la persona “que se propone amar la verdad por encima de todo. No solo para contemplarla, sino para testimoniarla en cada caso, llamando verdadero a lo verdadero, no diciendo jamás con la boca una cosa distinta de lo que tiene e intuye en su alma; y que prefiere la belleza de la fidelidad a la verdad por encima de la plata, el oro, piedras preciosas y amenas posesiones, incluso, más que todo bien del cuerpo y toda ventaja temporal”7.

En conclusión, el hombre agustiniano es aquel a quien puede aplicarse este fa-moso pensamiento del santo: “Pues ¿qué hay que se ame con más vehemencia que la verdad?”8. En la Verdad encontrada y amada se puede alcanzar una cierta madurez personal.

Actitudes derivadas de la interioridad y del amor a la verdad

1. Superación de la frivolidad y de la superficialidada) Superación del hombre esclavo del mundo material y sensibleb) Superación del hombre que vive de los acontecimientos vanos c) Superación del hombre unidimensional de la imagen9

6 De Trin. 12, 10, 15. Otro texto: “En la verdad se conoce y se posee el bien sumo. La verdad es la sa-biduría. Fijemos, por tanto, en ella nuestra mente y conservemos así el bien sumo y gocemos de él, pues es feliz el que goza del sumo bien. Esta es la verdad que ofrece todos los bienes que son verdaderos, y de los que los hombres inteligentes, según la capacidad de su captación, eligen para su felicidad (De lib. arb. 2, 13, 36).

7 De mend. 2, 20, 41.8 In Io. ev. 26, 4.9 Una imagen, se dice, vale más que mil palabras; bien, pero una idea vale más que mil imágenes. Otro

texto sobre la interioridad: “Os hable él (Cristo) interiormente, ya que ningún hombre está allí; pues, aunque alguno esté a tu lado, nadie está en tu corazón. No esté tu corazón deshabitado, esté Cristo en tu corazón. Su unción esté en el corazón, para que no se halle sediento en la soledad y sin fuentes por las que sea regado. Lu-

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d) Superación del hombre que vive descentrado y desparramado en cuanto a su afectividad

2. Sensibilidad y atención hacia las cosas más importantesa) Conocimiento de sí mismo: de los propios valores y de las propias limitacionesb) Sensibilidad y atención hacia el arte y la culturac) Sensibilidad y búsqueda de las verdades y de la Verdad d) Aprecio y práctica de la nobleza y de la sinceridad

2. LA VERDADERA LIBERTAD, EXPONENTE DE LA MADUREZ PERSONAL

1. San Agustín tiene un concepto muy rico y muy profundo de la libertad. En gran parte se contrapone a la pobre idea de libertad que se tiene y que se vive en la sociedad actual. El hombre está dotado de una capacidad natural de elección, que los filósofos llaman física, y que San Agustín suele llamar libre albedrío. Muchas perso-nas de nuestro tiempo usan de esa natural capacidad de elección para vivir una liber-tad que consiste casi exclusivamente en la ejercida en el ámbito político (¡vivimos en democracia!), en hacer lo que a uno le apetece, en actuar de un modo independiente y no estar sujeto a nadie. Es la libertad común a todo ser humano, que, así vivida, es abusiva en algún sentido y reducida a su mínima expresión en otro10.

A esta libertad, que cuando no se ejerce conforme a los valores morales y la per-sona vive dominada por el mal moral o pecado, la llama San Agustín simple libertas minor (‘libertad menor’). Como si intentara hacer frente a la mentalidad actual que tanto magnifica esa forma de libertad. Para el gran pensador africano hay otra clase o, mejor, otro grado superior de libertad, la que él llama libertas maior (‘libertad ma-yor’), que es la verdadera libertad11.

ego el maestro interior es quien enseña; Cristo enseña, su inspiración enseña. Donde no están su inspiración ni su unción, vanamente suenan las palabras en el exterior” (In Io. ep. 3, 13).

10 Es abusiva porque la libertad, no es para hacer lo que nos apetece, sino para hacer el bien libremente. Decimos que es reductiva en otro sentido, porque hay otros campos, el moral y de la persona interior, en los que se debe realizar también la libertad. San Agustín: “Existe una libertad dada al hombre que permanece siempre en la naturaleza, y es esta voluntad la que nos hace querer ser felices y no podemos no quererlo. Pero esto no basta para ser feliz, pues no nace el hombre con esta libertad inmutable de la voluntad por la cual pueda y quiera hacer el bien así como es en él innato el deseo de felicidad, bien que todos ansían, incluso los que no quieren vivir bien” (C. Iul. o. imp. 6, 12).

11 Advertimos que cuando san Agustín condensa su pensamiento, lo cual es frecuente, puede dar la im-presión engañosa de que identifica “libre albedrío” con libertas minor. Por otro lado, también hay que notar que cuando el Hiponense habla simplemente de “libertad” se refiere con más frecuencia a la libertas maior, aunque, a veces, el contexto nos puede indicar que está hablando de lo que suele llamar “libre albedrío”.

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De esta dice que es la “gran libertad”12, que cuando llega a un notable desarrollo, lleva consigo “una voluntad liberada, y grande facilidad de vivir según el bien”13; lo cual es un don de la gracia de Dios14. No se da en el hombre cautivo por el pecado15. Es una libertad, no exterior, sino interior. Construye a la persona humana por dentro.

Del “libre albedrío” o libertad física dice que se basta para obrar el mal, pero que es débil, incapaz e insuficiente para hacer el bien16; que “sus fuerzas fueron grandes en el momento de la creación del hombre, mas se perdieron por el pecado”17; que, a pesar de todo, es un don natural de Dios al hombre en virtud de su creación18; y que, aunque se debilita, no se pierde por el mal uso que de ese libre albedrío se haga por el pecado19.

La libertas minor es la libertad meramente externa que coincide con una escla-vitud interior respecto de las negatividades morales, esto es, el pecado; lo cual le impide el verdadero desarrollo del ser personal. En efecto, estas personas puede que sean grandes por fuera, en la opinión de las gentes, incluso en algunas cosas de por sí valiosas, como la ciencia, pero son enanas por dentro debido a su raquitismo moral: egoísmo, injusticia, soberbia, lujuria, etc. En resumen: es una libertad meramente externa. Construye a la persona humana solo por fuera; le da figura pero no ser.

2. Esto expuesto, podemos comprender las frases paradójicas, tan impactantes, que San Agustín dice de la libertad, y que tienen, sin duda, un sentido profundo de verdad. Bien entendido, habría que decir que para el obispo de Hipona “el que es es-clavo de Dios es libre, y el que es libre de Dios es esclavo”. El que es meramente libre según la libertad física, esto es, el que hace mal uso de la libertad en el ámbito moral y desemboca en la libertas minor, es esclavo del pecado y libre del bien20. A la inversa, si gozamos de la libertas maior, la gran libertad, que es la verdadera, seremos siervos del bien y libres de la esclavitud del pecado21. Porque “junto al Señor es libertad la esclavitud. En donde no sirve la necesidad, sino el amor, es libre la esclavitud”22. Por eso dirá en otro lugar que “la ley de la libertad es la ley del amor”23. Eso es debido

12 De correp. et gr.12, 37.13 Ibid. Cfr. también Ench. 30.14 Cfr. De correp. et gr. 12, 35.15 Cfr. In Io. ev. 41, 10. 16 Cfr. De correp. et gr. 11, 31 ; C. Iul. O. imp. 3, 108. 17 S. 131, 6.18 Cfr. C. Iul. o. imp. 5, 56; 5, 57; 6, 8; 6, 12. 19 Cfr. C. ep. pelag. 1, 2, 5; C. Iul. o. imp. 6, 11. 20 C. Iul. o. imp. 1, 82.21 Cfr. In Io. 41, 8.22 En. in ps. 99, 7.23 Ep. 167, 19.

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a que el amor de Dios al ser humano y de este a Dios es el origen y fuente de esa maravillosa libertad24.

En resumen: la primera era una libertad esclava; la segunda es una esclavitud libre. En consecuencia: “solo el justo, es decir, el hombre bueno, es libre”25.

Ahora podemos entender bien a San Agustín cuando dice que “un hombre bue-no, incluso cuando es esclavo, es libre, pero un hombre malo, incluso aunque sea rey, es esclavo; no de los hombres, sino, lo que es peor, de tantos dueños cuantos vicios tiene”26. El primero padece una esclavitud exterior, periférica, pero goza de una libertad interior, en cuanto que no es esclavo de las malas costumbres y vive según la verdad, la realidad de una vida auténtica y como corresponde a su condición de criatura de Dios27. El segundo goza de una libertad externa, pero es un pobre hom-bre. Porque, zarandeado por sus pasiones, que lo llevan muchas veces a hacer lo que menos le conviene, y que lo dominan hasta convertirlo en un guiñapo, vive instalado en la mentira de una vida que no conduce sino a la amargura de su fracaso existencial: aquello a lo que ha entregado todas sus energías se disipa en el vacío de la nada.

La verdadera libertad, pues, no consiste en hacer lo que nos apetece, sino en hacer lo que tenemos que hacer porque libre y responsablemente lo queremos así. Es la responsabilidad en libertad, en la que con nuestros actos libres hacemos el bien, lo que lleva consigo la realización de nuestro ser personal.

3. También podemos entender ahora este otro pensamiento del santo: “Una cosa es estar en la ley (de Dios) y otra bajo la ley; el que está en la ley obra según ella; el que está bajo la ley es forzado a obrar por ella. Por tanto, aquel es libre, y este, un esclavo”28. Cuando se asumen y viven los valores indicados (no contenidos) por las normas morales, estas no pesan sobre la persona, sino que la liberan de sus negativi-dades, y le dan fuerza para construir la realización personal propia y ajena. Es lo que algunos pensadores actuales, filósofos y teólogos llaman la libertad para29. Es la que capacita para la entrega generosa a los demás, llevando a cabo ciertos ideales, valores y bienes en favor de las otras personas, así como de la sociedad. Una persona así es auténticamente persona, es persona genuinamente adulta, es una persona que ha alcanzado su madurez.

24 Cfr. En. in ps. 99, 725 S. 161, 9.26 De civ. Dei 4.27 Cfr. De lib. arb. 2, 143.28 En. in ps.1, 2.29 Esta libertad para viene a ser la libertas maior de San Agustín, y se contrapone a la libertad de, que

viene a consistir en el “libre albedrío” del propio San Agustín. La primera es una capacidad, ya efectiva, para la entrega y la solidaridad. La segunda es una mera exención de imposiciones exteriores; es solo un punto de partida que puede desembocar en la libertas maior o en la libertas minor.

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4. Siguiendo esta misma línea de pensamiento, también paradójicamente, nos dice el hiponense que “la libre voluntad será más libre cuanta más sana; y tanto más sana cuanto más subordinada a Dios”30.

Para el hombre actual es muy difícil de entender y, sobre todo, de aceptar esto. Pero la lógica de San Agustín es inapelable: Dios ha dado al ser humano la voluntad para que haga libremente el bien; por tanto, cuanto más y con mayor facilidad hace el bien, que es su finalidad natural, tanto más fuerte, más robusta, es decir, más sana, es la libre voluntad31. Y en ese caso su libertad será más grande, puesto que estará libre de las esclavitudes y obstáculos que le impiden o dificultan realizar su fin natural.

Ahora bien, esto es lo mismo que hacer la voluntad de Dios, esto es, subordinarse a Dios; por eso, al aumentar su subordinación a la voluntad divina, más y mejor manifiesta su robusta salud; ya que obtiene su objetivo de una manera cada vez más perfecta y eficaz; lo cual es debido a que, a la vez que aumenta la suave y constructiva influencia de Dios en ella, va disminuyendo la destructiva del mal moral o pecado en todas sus dimensiones y consecuencias.

Podríamos decir esto mismo esquemáticamente: voluntad que hace el bien = vo-luntad sana = voluntad libre = voluntad subordinada a Dios = verdadera felicidad.

Esto último, repetimos, es lo que más difícilmente acepta el hombre moderno. No se advierte que la voluntad subordinada a Dios es precisamente lo único que per-mite la más auténtica libertad, que conduce a la realización y madurez personal en la paz, la serenidad, incluso, la alegría, la felicidad posible en este mundo. Viene a ser la quietud del alma, siquiera relativa, es decir, la que se puede alcanzar en este mundo32. Puesto que así se libera la persona de toda servidumbre ajena a sí misma; porque así se da una identificación entre el plano del hacer33 y lo que la persona humana es en

30 Ep. 157, 831 Es lo mismo que con razón decimos al hablar del cualquier órgano del cuerpo o de cualquier facultad

espiritual del hombre interior.32 Decimos “relativa”, porque la libertad solamente alcanza su plenitud y perfección en la otra vida. Lo

dice muy bien san Agustín: “En este mundo se alcanza solamente en parte la libertad y en parte se padece todavía la servidumbre. Aún no es total, aún no es pura, aún no es plena la libertad, porque todavía no es la eternidad. En efecto, en parte padecemos la debilidad, en parte hemos recibido la libertad” (In Io. ev. 41, 10). Aun así afirma san Agustín en otro precioso pasaje: “En todo esto, los que no aman padecen esas misma cosas pesadas; los que aman, padecen lo mismo, al parecer, pero para ellos no son pesadas. Porque todas esas cosas feroces y atroces las hace fáciles y casi nulas el amor. Pues, ¿con cuánta mayor certidumbre y facilidad, cuando se trata de la auténtica felicidad, hará la caridad lo que, cuando se trataba de la miseria, hizo, cuanto pudo, la cupididad? Ya ves por qué es suave aquel yugo y la carga ligera (cfr. Mt 11, 30). Si es difícil para los pocos que la eligen (la vida cristiana), es fácil para todos que la aman. El salmista dice: Por amor a las palabras de tus labios he seguido los caminos duros (Sal 16, 4). Pero estos caminos que son duros para los esforzados son suaves para los enamorados” (S. 70, 3).

33 Como nos ha enseñado Marcel, en el ser humano podemos distinguir tres dimensiones diferentes que, en una graduación desde un área más periférica y de menor importancia hasta otra de mayor profundidad e importancia, son: el “tener”, el “hacer” y el “ser”. El “ser” de la persona es lo que otorga a esta su definitivo y justo valor. Y si quisiéramos definir en esta misma área de los valores al ser de cada persona, diríamos con

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el plano más profundo de su ser: una criatura de Dios hecha para él. Cuando se da esa identificación entre su hacer y ese su ser más profundo, entonces la persona no se limita a tener o hacer cosas, sino que alcanza a ser con su libertad lo que es por naturaleza: persona. En esto consiste la madurez personal.

La otra alternativa que tenemos en la vida es vivir la mera “libertad menor”, que viene a ser el libertinaje, más o menos acentuado, que evita la servidumbre con res-pecto a Dios, pero cae en la esclavitud del mal moral o pecado; que no conduce, en definitiva, a nada, sino a la frustración personal en la amargura, la intranquilidad y el hastío. Viene a ser la inquietud del alma, más o menos intensa.

Todo lo dicho en este apartado se condensa en la célebre sentencia agustiniana: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”34.

5. Pero no seríamos fieles al pensamiento de San Agustín si no advirtiéramos encarecidamente que la verdadera libertad (libertas maior) no está al alcance de las solas fuerzas de la voluntad humana. Esta, como repite tantas veces el Doctor de la Gracia, necesita de la ayuda de Dios para ser realmente libre, para alcanzar y vivir esa magnífica libertad35.

Actitudes derivadas de la verdadera libertad

1. No dejarse esclavizar por nada ni por nadiea) Saber decir no a cualquier esclavitud que venga del dinero, de la comodidad,

del placer, del egoísmo, de la soberbia, etc.b) No ser esclavo del miedo, del “qué dirán”, de la aprobación de los líderes, de

los poderosos, y ni siquiera de los amigos. 2. Libertad para la verdad

a) Capacidad crítica frente a la sociedad en que vivimos: en los ámbitos sociopo-lítico, cultural y económico.

b) Decir la verdad a los débiles y a los poderosos: a todos.c) Dar la razón al que la tiene: seamos nosotros, el otro, el amigo, el enemigo, el

líder o poderoso, el débil o el acomplejado.

San Agustín: “Lo que amas eres” (In Io. ev. 2, 14): El ser de la persona es definido y valorado por la clase y el grado de su amor.

34 Conf. 1, 1, 1. Descripción del camino opuesto: “Tenemos diversas clases de felicidades humanas, y cada uno se llama infeliz cuando se le quita lo que ama. Amando los hombres diversas cosas, cuando a alguno le parece que posee lo que ama se le juzga feliz. Pero es verdaderamente feliz no porque tiene lo que ama, sino porque ama lo que debe ser amado. Pues muchos son más miserables teniendo lo que aman que si careciesen de ello. Amando cosas dañinas son desgraciados; poseyéndolas son todavía más desventurados” (En. in ps. 26, 2, 7).

35 Cfr. De civ. Dei 14, 2, 1; In . Io. ev. 41, 10, etc.

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3. Libertad para el biena) Coraje para manifestarse cristianos y vivir como tales.b) Capacidad para la entrega generosa en favor de los demás.c) Asumir y vivir los valores morales, humanos y cristianos, de un modo posi-

tivo; “no como esclavos bajo la ley, sino como hijos de Dios constituidos en gracia”36.

d) Entregar libremente la vida a Cristo y recibir de él la verdadera y plena liber-tad, viviendo así, en la esperanza y en la alegría, la propia existencia humana y cristiana.

3. LA AMISTAD, COMPONENTE HUMANO DE LA VIDA CRISTIANA

1. “En este mundo hay dos cosas necesarias: la salud y una persona amiga”37. Pocas personas en la historia de la humanidad habrán vivido con tanta intensidad la amistad como san Agustín. En toda la trayectoria de su vida se ve claramente que era un hombre que no podía vivir sin amigos: “amar y ser amado era la cosa más dulce para mí”38. Las amistades fueron para él de suma importancia desde su más tierna infancia hasta la ancianidad. Él siempre vivió con una acentuada actitud de abierta y noble relación con los demás. Su famoso libro Las Confesiones es, entre otras muchas cosas, la historia de sus amistades. Algunas malas39; otras buenas, aunque meramente humanas40. Alguna de estas quedó truncada por la muerte, lo que suscitó en Agustín los acentos más lastimeros y desgarradores, así como las observaciones más agudas y sutiles que jamás se hayan escrito sobre la pérdida de un amigo en la literatura uni-versal41. Otras irán madurando hasta convertirse en amistades de marcado carácter y contenido cristianos.

2. Como doctrina general nos dice que “los buenos amigos valen mucho para el bien, y los malos sirven mucho para el mal”42.

Las buenas amistades tienen algunas características comunes:a) Es amor de alma a alma43.b) Unifica dos almas en una sola44.c) El amor entre los amigos es desinteresado45.

36 Reg. 8, 1. 37 S. 299, D, 1.38 Conf. 3, 1, 1.39 Cfr. Conf. 2, 4, 9-9, 17.40 Cfr. Conf. 6, 7, 11-16, 26.41 Cfr. Conf. 4, 4, 7-9, 14.42 S. 87, 12.43 Cfr. Conf. 2, 2, 2.44 Cfr. Conf. 4, 6, 11.45 Cfr. Conf. 6, 16, 26.

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d) Se ha de amar al amigo como a uno mismo46.e) La amistad es acuerdo mutuo en todo lo humano y lo divino47.

Como exponente de su valía se puede decir que la buena amistad contribuye a la felicidad de las personas48. Es un don precioso de la vida social49. Consiste, descripti-vamente, en la alegre y personal convivencia en todos los aspectos nobles de la vida50. Exige como condición imprescindible el amor a la verdad; es decir, nunca es buen amigo el que no es sincero51.

3. A medida que Agustín se va acercando más y más a Dios, su concepto y prác-tica de la amistad se van enriqueciendo y ennobleciendo. A punto ya de convertirse a la fe y vida cristianas, piensa que el ideal de su vida sería vivir con los amigos, te-niendo todo en común y dedicándose, en ocio tranquilo, al estudio de la sabiduría52. Recién convertido, concibe la amistad como una fraterna convivencia entre personas con el fin de buscar a Dios y así alcanzar el conocimiento de Dios y del alma53. Más tarde, Agustín sigue viviendo la amistad con los religiosos en los monasterios por él fundados, con muchos fieles cristianos y, de un modo especial, con sus hermanos en el sacerdocio y en el episcopado, entre los cuales destacan Alipio, Evodio y Posidio. Entonces, la motivación principal de estas amistades es Dios. Y como nos atestigua su rico epistolario, sus contenidos provienen de la fe y de la caridad cristianas. Esto pone de manifiesto que San Agustín vivió siempre en una actitud de apertura a la relación con todas las personas54.

46 Cfr. Sol. 1, 3, 8.47 Cfr. C. acad. 3, 6, 13.48 Cfr. De b. vita 1, 5. 49 Cfr. de Civ. Dei 18, 8.50 Cfr. Conf. 4, 8, 13: “Ciertas cosas cautivaban fuertemente mi alma con los amigos, como era el con-

versar, reír, servirnos mutuamente con agrado, leer juntos libros bien escritos, chancearnos unos con otros y divertirnos en compañía; discutir a veces, pero sin acritud, como cuando uno disiente de sí mismo, y con tales disensiones, muy raras, condimentar las muchas conformidades; enseñarnos mutuamente alguna cosa, suspirar por las ausentes con nostalgia y recibir a los que llegaban con alegría. Con estos signos y otros seme-jantes, que proceden del corazón de los amantes y amados, y que se manifiestan con la boca, la lengua, los ojos y mil otros ademanes gratísimos, se derretían, como con otros tantos incentivos, nuestras almas y de muchas se hacía una sola”.

51 Cfr. Ep. 155, 1.52 Conf. 6, 14, 24: “Un numeroso grupo de amigos, hablando y detestando las turbulencias de la vida

humana, habíamos pensado, y casi decidido, apartarnos de las gentes y vivir en un ocio tranquilo. Este ocio lo habíamos trazado de tal suerte que todo lo que tuviésemos o pudiésemos tener lo pondríamos en común y for-maríamos con ello una hacienda familiar, de tal modo que en virtud de la amistad no hubiera cosa de este ni de aquel, sino que de lo de todos se haría una cosa, y el conjunto sería de cada uno y todas las cosas de todos”.

53 Cfr. Sol. 1, 2, 7; 1, 12, 20.54 Cfr. Conf. 4, 4, 7; Epp. 73, 10 y 84, 1; Reg. 1, 2.

José Antonio GAlindo RodRiGo60

4. Para este nivel de amistad, Agustín nos entrega sus mejores ideas sobre la prác-tica y vivencia de esta:

a) Aún no amas al amigo si le amas por algo distinto de él55.b) No creer a un amigo es odiarlo56.c) Amas al amigo si odias lo que le daña57.d) Ama a tus amigos, pero no ames sus vicios58.e) Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo; porque ya está

o para que esté ese mismo Dios con él59.f) Ama al enemigo para que se haga amigo60.g) Las malas amistades son engañosas y enemistan con Dios61.h) El que por amor a un amigo desagrada a Dios es enemigo de sí mismo y de su

amigo62.

Es tan grande el aprecio que siente San Agustín por la amistad, que no la olvida a la hora de enumerar los bienes que han se han de gozar en la vida bienaventurada. En efecto, el gran Doctor de la Iglesia nos enseña que viviremos con los amigos junto a Dios por siempre disfrutando de la sabiduría63. Así se cumplirá, perfecta y comple-tamente, el ideal con que él soñó durante toda su vida terrena: vivir con los amigos, no ya buscando, sino encontrando la sabiduría, mejor, la Sabiduría, y disfrutando de ella durante toda la eternidad.

Actitudes derivadas de la amistad verdadera

1. No puede haber capacidad para la amistad si no se prefieren las personas frente a las cosas, incluso las propias.

55 Cfr. S. 41, 3.56 Cfr. S. 306, 8.57 Cfr. S. 49, 5.58 Cfr. S. 49, 6. 59 Cfr. S. 336, 2: “Amemos, amemos gratuitamente a Dios, mejor que el cual nada podemos encontrar.

Amémosle a él por él mismo y amémonos a nosotros en él, pero por él. Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo o porque ya está o para que esté en él. Este es el verdadero amor. Si nuestro amor tiene otras motivaciones, más que amor es odio”.

60 Cfr. S. 299, D, 1.61 Cfr. S. 125, 11.62 Cfr. S. 299 D, 6. Una variante de la misma idea: “Aunque te juzgues a ti mismo sin adulación, juzga al

prójimo con amor. Para juzgar tienes ahí lo que tú ves. Puede acontecer que veas algo malo con que te man-ches; puede suceder que el mismo prójimo tuyo te confiese su mal y declare al amigo lo que había encubierto al enemigo. Juzga lo que ves. Lo que no ves déjalo a Dios. Cuando juzgas ama al hombre, odia el vicio. No ames el vicio por el hombre ni odies al hombre por el vicio. El hombre es tu prójimo; el vicio es el enemigo de tu prójimo. Amas al amigo cuando odias lo que le daña” (S. 49, 5).

63 Cfr. Ss. 87, 15; 299, D, 6-7.

Los valores que configuran al cristiano... 61

a) Para ello hace falta “poseer las cosas, no ser poseído por ellas”64.b) Así es posible la generosa entrega a otra persona, lo cual es esencial a la amis-

tad.2. Amar el bien más que al amigo

a) Valentía para decir no al amigo cuando nos quiere llevar por mal camino.b) Odiar lo que daña al amigo aunque a él le guste.c) Amar a los amigos pero no amar sus defectos o vicios ni aprobar sus errores.d) No desagradar a Dios por amor a un amigo.

3. Amor ordenado al amigoa) Amor desinteresado sin esperar nada a cambio.b) Amar al amigo como a uno mismo: todo lo que quieres para ti lo debes querer

para tus amigos.c) Amar al amigo por él mismo, no por interés o conveniencia.d) Amar a los amigos a pesar de sus fallos y defectos.e) Actitud de confianza con los amigos.f) Actitud de fidelidad en los momentos favorables y en los difíciles: cuando el

amigo es admirado y cuando es despreciado. g) La verdadera amistad a nivel cristiano tiende a amar a Dios en el amigo, por-

que ya está o para que esté con él.

4. EL AMOR COMO SUSTANCIA DE LA VIDA CRISTIANA

“El mejor elogio del amor es este: Dios es amor”65. El problema está en concretar a nivel humano el amor. Para ello nos ayuda el propio San Agustín: “Dios es amor (1 Jn 4, 8). Pero ¿cómo es la cara del amor? ¿Cómo es su cuerpo, su estatura, sus pies, sus manos? Nadie puede decirlo porque el amor, Dios, es invisible. Sin embargo, es verdad que tiene pies: son los que caminan hacia la Iglesia. Tiene manos: son las que se extienden hacia el pobre. Tiene ojos: son los que ven al necesitado. Tiene oídos: son los que escuchan al Señor»66.

Según San Agustín, el amor es “el peso del alma”67; y, cuando es ordenado, es ca-ridad, que es equivalente al amor auténtico y verdadero. Entonces tiene una cualidad importantísima, esto es, la omnivalencia dentro de todo el ámbito de la conducta cristiana: “Ama y haz lo que quieras”68.

64 De v. rel. 35, 65. 65 En. in ps. 146, 11.66 In Io. ep. 7, 10. 67 Conf. 13, 9, 10. 68 In Io. ep. 7, 8; S. 163, B, 3.

José Antonio GAlindo RodRiGo62

Esa omnivalencia del amor consiste en que su presencia ordena y valora cualquier manera de ser y de actuar del ser humano; lo cual es debido a su condición de sustan-cia de la vida, tanto humana como cristiana.

El amor debe impregnar todas las actitudes y acciones del cristiano. Donde haya amor verdadero habrá cristianismo; donde no lo haya, tampoco existirá este. Lo cual quiere decir que si lo que nos mueve en la vida es el amor, entonces somos cristianos; si no es así, vivimos como paganos. Toda nuestra conducta de ser humanos y de cris-tianos (trabajo, relaciones personales, diversiones, proyectos de vida, etc.) debe estar motivada por el amor verdadero o caridad, y debe tender a modelar en nosotros, con la gracia de Dios (por medio de la oración, los sacramentos, la asistencia a la Iglesia, etc.), esa valiosísima virtud.

En efecto, el amor ordenado o caridad es la más grande de todas las virtudes (1 Co 13, 1 - 13). Por lo que señala la medida del valor de las personas69; ya que tanto vales cuanto amas70. En ello consiste “la belleza del alma”71.

El amor cristiano, aun siendo una sola virtud, tiene dos dimensiones: una dirigida a Dios, otra a los hermanos. El amor a Dios es el centro de gravedad hacia el que tiende el ser humano; en él debemos poner el corazón: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”72. El amor al hermano no ha de consistir en un amor cualquiera, sino en desearle y procurarle todo el mayor bien posible, sobre todo el bien sumo que es Dios73.

Estas dos dimensiones de la caridad son inseparables e irreductibles entre sí: el que pretenda amar a Dios sin amar al prójimo ni amará al prójimo ni amará a Dios74; y el que intente (como algunos hoy en día) reducir el amor que Jesús nos enseñó y mandó al solo amor al prójimo será un filántropo, un humanista, pero no un cristiano. Por eso, por todo lo dicho, hemos de concluir que el amor a Dios y a los hermanos “es lo que hay que pensar siempre, y meditar siempre, y recordar siempre, y practicar siempre, y cumplir siempre”75. Pero lo que más llama la atención es la admirable penetración con que San Agustín clarifica el complicado tema del amor a los enemigos. Dice comentando el pasaje “Los odiaba con odio perfecto” del salmo 138, 22: “¿Qué quiere decir con odio perfecto? Que odiaba en ellos sus iniquidades y que amaba tu criatura. El odiar con odio perfecto consiste en no odiar a los hombres por los vicios y en no amar a los vicios por los hombres” 76. Espléndida y profunda

69 In Io. ep. 2, 14. 70 Cfr. S. 313, A, 2.71 In Io. ep. 9, 9.72 Conf. 1, 1, 1.73 Cfr. Ep. 130, 7, 14.74 Cfr. De Trin. 8, 8, 12.75 In Io. ev. 17, 8. 76 En. in ps. 138, 28 tenemos otro magnífico texto: “Hemos de tener compasión del hombre, detestando

su crimen o su torpeza: cuanto más nos desagrada el vicio, tanto menos queremos que perezca el vicioso sin

Los valores que configuran al cristiano... 63

sentencia. “No odiar a los hombres por los vicios”, pues hay que distinguir entre el hombre que, como criatura de Dios, es bueno y el vicio, que sí es malo, para amar al primero y odiar al segundo. Por otro lado, “no hay que amar los vicios por los hom-bres”, aunque estos vicios sean practicados por nuestros amigos y aun por nosotros mismos, pues siempre hemos de profesar y abrazar la verdad, la justicia, el bien, esté o no en el enemigo, en el amigo o en nosotros mismos.

Actitudes derivadas del amor

1. No hacer nunca mal a nadiea) No pensar sin motivo mal de nadie.b) No hablar mal de nadie.c) No hacer sufrir intencionadamente (con palabras o con acciones) a cualquier

otra persona.2. Tener por norma suprema de vida el hacer todo el bien que se pueda a las perso-

nas, especialmente a las más necesitadas, sea cual sea su necesidad.a) Tener mente limpia y corazón noble en nuestros juicios y palabras respecto de

los demás.b) Amabilidad para con todos, especialmente para los menos queridos o margi-

nados dentro de un grupo determinado.c) Disponibilidad para ayudar al prójimo, comenzando por los más cercanos

(familiares, compañeros de estudios o de trabajo, vecinos, etc.).d) Espíritu de colaboración y de solidaridad con todas y cada una de las personas.e) Generosidad y entrega en favor de los otros.f) Ayudar a los demás en la búsqueda y posesión del máximo bien que es Dios.h) Origen y cumbre de todo lo anterior: amor a Dios sobre todas las cosas cum-

pliendo siempre su voluntad.

5. SOLIDARIDAD HUMANA Y COMUNIÓN CRISTIANA

Un hombre como San Agustín, que vivió tan intensamente el amor y la amistad, era preciso que diera gran importancia teórica y práctica a la dimensión comunitaria de la persona humana, en la que tan intensamente incide la doctrina del amor cris-tiano.

enmienda. Cosa fácil e inclinación natural es odiar a los malos, porque son malos; raro es y piadoso el amarlos porque son hombres; de modo que en un mismo hombre has de condenar la culpa y aprobar la naturaleza, y, por eso, es justo que odies la culpa porque afea a su naturaleza que amas” (Ep. 153, 1, 3).

Lo fácil es odiar a los malos, lo difícil y cristiano es amarlos a pesar de sus maldades odiando estas.

José Antonio GAlindo RodRiGo64

En efecto, en sus escritos y en sus actividades pastorales tiene un lugar muy desta-cado todo lo referente a la comunidad. Baste recordar que el doctor de Hipona es el fundador de la vida religiosa cenobítica en el Occidente cristiano, escribiendo con tal objeto una famosa regla monástica de marcado carácter comunitario, según la cual debían vivir los hombres o mujeres que decidieran consagrarse a Dios, comunitaria-mente y siguiendo el carisma agustiniano. En la Iglesia de nuestro tiempo tienen esta regla no solo los agustinos y agustinas, sino también otras muchas órdenes y congre-gaciones, entre las que destaca la Orden de Predicadores o Dominicos.

San Agustín sabe muy bien que en la base de la vida en comunidad está la doc-trina de Cristo, que exige un amor al prójimo sin límites: “La medida del amor es el amor sin medida”77. Esto lleva consigo, en primer lugar, la solidaridad como ayuda al necesitado; en segundo lugar, y en una forma más amplia, la convivencia humana y cristiana; en tercer lugar, y en la forma más comprometida y elevada, la vida religiosa en comunidad. En tres apartados, por tanto, vamos a dividir esta breve exposición del pensamiento agustiniano acerca de las exigencias cristianas respecto de la dimen-sión comunitaria del ser humano.

5.1. Solidaridad con el necesitado

Como fundamento necesario de la caridad fraterna está la justicia, a la que se opone, como es obvio, la injusticia, que suele tener como causa la avaricia, que es una “inmundicia del corazón”78. A este vicio dedica exclusivamente San Agustín su sermón 177, en el que nos lo describe como insaciable, y nos advierte sobre la gran probabilidad de que el corazón humano se apegue a las riquezas, lo cual deriva casi necesariamente hacia la injusticia y a la opresión de los demás.

San Agustín da mucha importancia a la actitud interior –positiva o negativa– res-pecto de los bienes materiales. Él nos dice que el pobre avaricioso no está cerca del Reino de Dios; sin embargo, sí lo está el rico generoso y de buen corazón79. A pesar de todo, él tiene una concepción muy exigente de lo que hoy diríamos justicia social: “Las cosas superfluas de los ricos son las necesarias de los pobres. Se poseen bienes ajenos cuando se poseen bienes superfluos”80. La caridad que no busca su propio in-terés, es decir, que no se alegra de la propia excelencia y, por lo tanto, no se envanece (cfr. 1 Co 13, 4), es contraria a esta enfermedad que es la avaricia.

77 Ep. 109, 2.78 S. 177, 3.79 “Pero, ¡oh pobre!, mira si vas a entrar tú en el reino de los cielos. ¿Qué puedes hablar si, aunque eres

pobre, eres ambicioso; si te oprime la miseria y estás ardiendo de avaricia? Si eres de estos tú, quienquiera que seas, eres pobre no porque desechases ser rico, sino porque no pudiste serlo. Dios no se fija en tu condición, sino en tu voluntad” (S. 346, A, 6).

80 En. in ps. 147, 2.

Los valores que configuran al cristiano... 65

La motivación sobrenatural de la caridad con todas sus exigencias la ve San Agus-tín en la identificación que el propio Cristo hace de sí mismo con el necesitado (Mt. 25, 31 ss.): Cristo está en los pobres81; das a Cristo cuando das a un necesitado82. Porque según el mencionado texto evangélico, la caridad abre las puertas de la salva-ción y el egoísmo las cierra. Por eso, escribe: “Cuán grande merecimiento es haber alimentado a Cristo, y cuán grande crimen es el haberse desentendido de Cristo hambriento”83. No ha de extrañar, pues, que en los sermones cuaresmales (207, 208, 209) diga el santo que sin la caridad para con el necesitado, la misericordia y el amor fraterno, de nada sirven la oración, el ayuno y el resto de las buenas obras.

5.2. La convivencia humana y cristiana

Cuando San Agustín describe las condiciones y elementos que hacen posible la convivencia de los grupos humanos, entrelaza ideas elaboradas por su propio ingenio con las tomadas de la filosofía y, más aún, con las de origen bíblico.

El fundamento de la convivencia humana es siempre el amor. El amor egoísta en el caso de una convivencia conflictiva, y el amor auténtico en el caso de una convi-vencia buena y positiva.

Estas son las características de uno y otro amor y su incidencia en la vida de la sociedad: “Uno es santo y el otro es impuro; uno mira al bien común, el otro al bien propio; uno es tranquilo, el otro alborotado; uno es promotor de paz, el otro sedicioso; uno prefiere la verdad a las alabanzas, el otro está ávido de honores; uno es amistoso, el otro envidioso; el uno que desea para el prójimo lo que quiere para sí, el otro que pretende someter al prójimo a sí; el uno que gobierna para utilidad de los demás, el otro que gobierna para su propio provecho”84. Si vamos recogiendo los rasgos del amor verdadero, según se nos describe en este texto, iremos componiendo la estructura de una comunidad humana que favorece el bien común y el de cada uno de los individuos que la componen.

La unidad entre las personas, que tiene su origen en el amor, es otro elemento constitutivo de la comunidad; de lo contrario, tendríamos una turbamulta, es decir, una multitud turbada, no una comunidad85. A esta unidad no se opone la diversidad, que es armoniosa y enriquecedora cuando no hay envidia, cuando existe el amor86.

81 Cfr. S. 123, 4.82 Cfr. S. 113, B, 4.83 S. 389, 6.84 De g. ad lit. 11, 15, 20.85 Cfr. S. 103, 4. 86 Cfr. De s. virg. 29, 29. Otro texto: “Si amas, algo tienes; porque, si amas la unidad, cualquiera que

tenga algo en ella, lo tiene también para ti. Haz que se vaya de ti la envidia, y todo lo mío es tuyo. Haga yo que desaparezca de mí la envidia, y es mío todo lo tuyo. La palidez (envidia) divide, y la salud (la caridad) une” (In Io. ev. 32, 8).

José Antonio GAlindo RodRiGo66

Además, hay que tener en cuenta que rechazar a los demás por no ser iguales que nosotros, en cualquier aspecto que sea, es señal de inmadurez87.

Una regla de oro que debería primar en toda sociedad es la de “anteponer las cosas comunes a las propias, no las propias a las comunes”88, frente al egoísmo que intenta por encima de todo satisfacer los propios deseos e intereses89. La persona se enriquece al darse a los demás90. La paz, “la tranquilidad del orden”, precisamente es la consecuencia de una comunidad en la que no se hace mal a nadie y se busca el bien de todos91. Pero toda agrupación humana, por muy imperfecta que sea, se propone unos fines comunes, que, una vez obtenidos, se convierten en un bien para todos los componentes de esta. Y esta es la razón de que se produzca dicha asociación y uno de los elementos diferenciales más importantes de una sociedad con respecto a otras. Estamos señalando, por tanto, uno de los constitutivos de toda comunidad. Lógica-mente, la calidad de esa comunidad de personas dependerá, de un modo especial, de la nobleza o bajeza, de la importancia o banalidad de los fines que trata de conseguir para sus miembros92.

5.3. La vida religiosa en comunidad

Lo que distingue a una comunidad religiosa de cualquier otra sociedad es el fin inmediato, los medios y el bien supremo (Dios) como fin último, que se pretende conseguir para todas las personas que la componen. San Agustín indica esto con claridad en su Regla: “Lo primero por lo que os habéis congregado en la comunidad es para que habitéis unidos en la casa, y tengáis una sola alma y un solo corazón di-rigidos hacia Dios”93.

Antes de ese pasaje ha señalado la motivación de esta comunidad tan singular: el amor a Dios y al prójimo94.

87 Cfr. Ep. 54, 4, 5.88 Reg. 5, 2. 89 Cfr. De civ. Dei 18, 2, 1.90 Cfr. De op. mon. 16, 17; S. 88, 16; Ep. 130, 31.91 «Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma racional es la ordenada

armonía entre el conocimiento y la acción; y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del ser viviente. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia de los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes y a las iguales el lugar que les corresponde» (De civ. Dei 19, 13, 1).

92 Cfr. De civ. Dei 19, 24.93 Reg. 1, 2.94 Reg. Proem.; cfr. En. in ps. 132, 1-2.

Los valores que configuran al cristiano... 67

Acerca de esta comunidad religiosa tiene San Agustín magníficos pensamientos, repartidos en todas sus obras.

Pongamos algunos pasajes en los que nos inculca la gran importancia que, dentro de la comunidad agustiniana, tiene la unidad en el amor.

a) “De muchos corazones hizo uno la caridad; de muchas almas hizo una el Es-píritu Santo”95.

b) “En realidad tu alma no es solo tuya, sino de todos los hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas junto con la tuya no son varias almas sino una sola, la única de Cristo”96.

c) Son perfectos aquellos que saben vivir en unión; cumplen la ley de Cristo los que habitan unidos; por la concordia fraterna entra Cristo, que es nuestra Cabeza, en la comunidad, a fin de que esta se una a él97.

d) “Si queréis vivir del Espíritu Santo, practicad la caridad, amad la verdad, de-sead la unidad, para que lleguéis a la eternidad”98.

Pero la comunidad agustiniana no se encierra en sí misma, no termina en sí mis-ma, sino que se proyecta al exterior, hacia toda la Iglesia y hacia toda la humanidad. Es una comunidad esencialmente apostólica.

El amor, como no podía ser de otro modo, es la motivación del apostolado. El amor, según San Agustín, tiende por naturaleza a expandirse, a difundirse (el amor es difusivo), es decir, tiende a dar a los hermanos, a los demás, todos los bienes, princi-palmente el máximo bien: Dios99.

Por eso, la comunidad tiene en cuenta las necesidades de la Iglesia y está al servi-cio de la esta100.

La predicación, el estudio y la enseñanza son tres actividades apostólicas muy propias de San Agustín101.

95 Coll. cum Max. 12.96 Ep. 243, 4; 97 Cfr. En. in ps. 132, 9.98 S. 267, 4, 4. Otro texto magistral al respecto: “Lo que uno no puede hacer lo hace por medio del otro,

si ama en este lo que no hace precisamente porque no puede hacerlo. Por lo tanto, el que menos puede no impida al que puede más, ni este exija al que puede menos. Porque todos debéis vuestra conciencia a Dios. En cambio, a ninguno de vosotros os debéis nada, sino la mutua caridad (Rm 13, 8)” (Ep. 130, 16, 31).

99 Cfr. S. 90, 10; En in ps. 72, 34; De mor. Eccl. cat. 1, 48 - 49; Sol. 1, 22.100 Cfr. De op. mon. 29,37; Conf. 9, 8, 17.101 Cfr. Ep. 243, 6; cfr. también Vita Augustini, 3.

José Antonio GAlindo RodRiGo68

5.4. La práctica del amor como resumen de la vida, personalidad y valores de San Agustín

Su parentesco o identidad con el apostolado de la enseñanza en nuestros días es evidente. San Agustín se entregó con todas sus energías y su inmenso talento a la formación de las personas en la verdad y en el bien. Su magisterio, por medio de sus escritos, es más actual que nunca; su apostolado también lo es, puesto que prosigue en nuestros tiempos a través de sus hijos.

Actitudes derivadas del espíritu comunitario agustiniano

1. Superación del egoísmo y del individualismoa) Superación de la avaricia y del consumismo.b) Superación del amor propio.c) Superación de la envidia.d) Superación de la crítica destructiva.

2. Actitudes de solidaridad, generosidad y desprendimiento.a) Amor solidario y preferencial por los pobres y necesitados.b) Actitud de anteponer el bien común al bien propio.c) Recordar más los derechos ajenos y las obligaciones propias que los derechos

propios y las obligaciones ajenas.d) Espíritu de colaboración y de disponibilidad en favor del bien común.e) Crítica constructiva fraterna en favor de la comunidad.f) Practicar la caridad, amar la verdad, desear la unidad.g) Desde el amor a Dios y el amor al prójimo hacia la unión de almas y de cora-

zones dirigidos hacia Dios.

Así, la neccesitas caritatis102 (=necesidad del amor) llevó a San Agustín de la suavi-tas veritatis 103(=suavidad de la verdad) al apostolado, donde más útil fuera al servicio de Dios y, por lo tanto, de la Iglesia104.

Resumen de los valores que constituyen al ser humano según San Agustín

El hombre agustiniano busca y encuentra la verdad por la vía de la interioridad; vive intensa y ordenadamente el amor para con todas las personas como norma uni-versal de conducta; cultiva la amistad como ámbito en que se construye una feliz y

102 Ep. 193, 13.103 Ep. 10, 2.104 Cfr. Conf. 9, 8, 17; De op. mon. 29, 37.

Los valores que configuran al cristiano... 69

provechosa convivencia humana abierta a la más alta caridad; por lo mismo, alcanza la realización personal en la auténtica libertad; es solidario y comunitario respecto a los demás, hasta el punto de que, en algunos casos, vive en comunidad para realizar mejor todos esos valores y todos los demás que llevan el sello de lo humano y/o de lo cristiano.