LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

25
LOS TAMBORES DE LA MEMORIA Boubacar Boris Diop El Aleph · ElCobre

Transcript of LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

Page 1: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

LOS TAMBORESDE LA MEMORIA

Boubacar Boris DiopE l A l e p h · E l C o b re

Page 2: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 3: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 4: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

· E d i c i o n e s E l C o b re

Page 5: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 6: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

LOS TAMBORES DE LA MEMORIABoubacar Bor i s D iop

Page 7: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

C o l e c c i ó n C a s a Á f r i c aT í t u l o o r i g i n a l : L e s t a m b o u r s d e l a m é m o i r e© E d i t i o n s H a r m a t t a n , 1 9 9 0D i s e ñ o g r á f i c o : G . G a u g e r

P r i m e r a e d i c i ó n : a b r i l d e 2 0 1 1© d e l a t r a d u c c i ó n : M a n u e l S e r r a t C r e s p o

L a e d i c i ó n d e e s t e l i b r o h a s i d op a t r o c i n a d a p o r

L a C o l e c c i ó n C a s a Á f r i c a r e s p o n d e a l o s o b j e t i v o s d e l P l a nN a c i o n a l p a r a l a A l i a n z a d e C i v i l i z a c i o n e s

© d e e s t a e d i c i ó n : G r u p E d i t o r i a l 6 2 , S . L . U . ,E l A l e p h E d i t o r e sP e u d e l a C r e u , 4 , 0 8 0 0 1 B a r c e l o n ac o r r e u @ g r u p 6 2 . c o mw w w. g r u p 6 2 . c o m

F o t o c o m p u e s t o e n T G AI m p r e s o e n B o o k p r i n tD e p ó s i t o l e g a l : B - 1 4 . 1 4 2 - 2 0 1 1I S B N : 9 7 8 - 8 4 - 7 6 6 9 - 9 8 7 - 4

Q u e d a n r i g u r o s a m e n t e p r o h i b i d a s , s i n l a a u t o r i z a c i ó ne s c r i t a d e l o s t i t u l a r e s d e l c o p y r i g h t , b a j o l a s s a n c i o n e se s t a b l e c i d a s e n l a s l e y e s , l a r e p r o d u c c i ó n t o t a l o p a r c i a ld e e s t a o b r a p o r c u a l q u i e r m e d i o o p r o c e d i m i e n t o , c o m p r e n d i d o s l a r e p r o g r a f í a y e l t r a t a m i e n t o i n f o r m á t i c o , y l a d i s t r i b u c i ó n d e e j e m p l a r e s d e e l l a m e d i a n t e a l q u i l e r op r é s t a m o p ú b l i c o s .

Page 8: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

LOS TAMBORES DE LA MEMORIA

Boubacar Boris Diop

Traducc ión d e l f r anc é s d e Manue l S e r r a t C r e spo

E l A l e p h E d i t o r e s

E l C o b r e

Page 9: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 10: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

A Mangoné Niang y Ousseynon Béye.Para Mintou y los niños.

Page 11: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 12: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

P r i m e r a p a r t e

Page 13: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es
Page 14: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

13

U n o

Los primeros ruidos de la ciudad me llegan como apa-gados. En la penumbra del dormitorio, con las persia-nas aún cerradas, las minuteras del pequeño reloj depared indican vagamente que pronto van a ser las 7 ymedia. Vuelvo lentamente la cabeza del lado de la pa-red: como esperaba, el lugar de Ndella está vacío. Encuanto me dormí, bastante avanzada la noche, pues doso tres horas después de volver del cine hicimos el amorcon acrobacias de monos sobreexcitados (a veces, lla-mo a Ndella mi animalito en celo), debió de largarse alsalón de puntillas, con el pretexto de empollar, en reali-dad para huir de mis ronquidos que le parecen cada vezmás insoportables. Saliendo a regañadientes de mi grue-sa manta, voy a abrir la ventana que da a la gran ave-nida. Caen todavía finas gotas de lluvia; me asomo unpoco. Calles negras y húmedas bajo un cielo gris ycomo inamistoso, viandantes poco despiertos aún; vis-ta desde arriba, toda esa gente hace pensar en seres casiinhumanos bajo sus paraguas oscuros, algo como bes-tezuelas alerta que se cruzan sin verse bajo la lluvia.Justo debajo de nuestro inmueble, un autobús acaba dedejar a sus pasajeros. Intentando evitar no sé qué, unode ellos, un viejo flacucho con un sabador gris, pierdepie, choca con el quiosco de periódicos y se encuentra

Page 15: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

bajo los gigantescos neumáticos del autobús. Se elevade inmediato un inmenso clamor: al menor movimien-to del vehículo, el viejo la palmará. El conductor acabacomprendiendo lo que sucede y el revisor hace grandesgestos furiosos dirigiéndose a la multitud: el pobre estáharto ya de esa jornada que, sin embargo, acaba apenasde empezar… Se apresuran a retirar al viejo, muy con-mocionado ya, de debajo del autobús. El conductorarranca ruidosamente, tengo incluso la impresión deoír cómo la masa amarillenta del autobús suelta un vio-lento grito de cólera… Me siento de pronto lleno de vi-gor: el aire fresco y puro de la mañana, esas pequeñasemociones que suben hasta mí desde la calle…

En el salón, encuentro el desorden típico de los pe-ríodos en los que Ndella pretende preparar febrilmen-te sus exámenes. Sus libros cubren la gran cama circu-lar que le sirve de mesa de trabajo. Desde hace dosmeses, no deja de echar pestes contra los estudiantesde Letras que han conseguido arrastrar a su huelga atodas las demás facultades. Resultado: varias semanasde disturbios, la sesión de junio anulada y una sesiónúnica en octubre. Y, claro está, mi buena y pequeña es-posa obligada a permanecer enclaustrada durante to-das las vacaciones para obtener por fin esa licenciatu-ra en matemáticas difusamente mítica. En realidad, selimita a apelotonarse voluptuosamente en la cama, ro-deada de sus cuadernos y libros, con los ojos inmensosy lascivos mirando al vacío hasta que llegue el sueño.De hecho, cuando abandonando mi observatorio atra-vieso sin ruido el salón para hacerme un café en la co-cina, Ndella está desde hace tiempo sumida en un apa-cible y profundo sueño, con la cabeza sobre su gran

14

Los tambores de la memoria

Page 16: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

carpeta marrón. A su lado, el inevitable tubo amarillode Vitascorbol que, supuestamente, iba a mantenerladespierta…

Al regresar de la cocina, me he sentado en el suelo y heencendido un gauloise. ¿Despertar a Ndella y ponerla alcorriente de la terrible noticia? Vacilo. ¡Tiene unas reac-ciones tan imprevisibles! Es perfectamente capaz de ful-minarme con la mirada durante unos minutos y gruñiralgo que signifique, poco más o menos, que el asesinatoo el suicidio de Fadel Sarr no era en absoluto problemasuyo, que él se lo había buscado y que si Fadel hubierapermanecido bien calentito en su casa, como todo elmundo, en vez de meter la nariz en esa complicada his-toria en el lejano reino de Wissombo, no le habría suce-dido nada. No pueden imaginar el cuidado que pone,Ndella, en hacer creer que se toma la vida como es y quenada en esta tierra tiene realmente importancia para ella.Cada vez que la observo como en ese momento, me im-presiona su extremada delgadez, sus nalgas estrechas y,por así decirlo, elevadas, su pelo corto, la inmensidad desus ojos de la que creo haberles hablado ya, en resumen,todos esos signos que, en mi humilde opinión, identificande un modo tan misterioso como infalible a las intelec-tuales emancipadas que no se dejan pisotear.

Si hubieran conocido a Ndella hace unos diez años, merefiero a la época en que vivía con Fadel, en concubina-to (utilizo esta palabra sin el menor rencor, es la únicaadecuada)… Era realmente difícil encontrar a una mu-chacha más excéntrica en toda la ciudad. Siempre agre-sivamente mal vestida, iba descalza y fumaba en pipa

15

Primera parte

Page 17: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

(«como la reina Ndatté Yalla del Waalo», decía con aireburlón a quienes cometían la ingenuidad de escandali-zarse). Su afición absolutamente perversa por los ma-lentendidos la llevaba, ciertas noches, a prostituirse paralograr algún dinero y luego, cuando el cliente saciado letendía los billetes de banco, renunciar a ellos para estarsegura, le explicaba al atónito señor, de haber gemidode modo desinteresado, una noche cualquiera entre lasinnumerables noches de su vida, en brazos de un desco-nocido. Cierta vez, Ndella había elegido a una docenade mendigos entre los más espectacularmente tullidosde la capital y los había invitado a almorzar en el DialDiop, ya saben, aquel restaurante especialmente chicque estaba en la calle Mac-Mahon, en el perímetro quedemolieron recientemente para construir, al parecer, unsupermercado; de hecho es una simple suposición, casinadie sabe con precisión qué están haciendo esas gran-des palas mecánicas, esas grúas amarillas y todos esosobreros que se atarean a veces más allá de las horasnormales de trabajo: hay una obra, eso es todo; antesera, pues, el Dial Diop. La entrada de Ndella cuandodaban las doce del mediodía hizo efecto aquel día, es lomenos que puede decirse; el patrón, un buen hombresiempre sonriente, estaba por completo aterrorizado;Ndella, en cambio, segura de su derecho, perfectamen-te cómoda entre aquellos tullidos de muñones purulen-tos que saboreaban, por primera vez en su vida, cosastan buenas —chile con carne, profiteroles de chocolate,hígado de ternera con perejil— ante las fascinadas mi-radas de los escasos clientes a quienes el asco no había expulsado (éstos habían comprendido, diría ella mástarde, que la belleza nada tiene que ver, nunca, con las

16

Los tambores de la memoria

Page 18: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

hermosas cosas insípidas)… Cómo llegué a casarmecon semejante muchacha lo sabrán, tal vez, más tarde,aunque no estoy del todo seguro de saberlo realmenteyo mismo, es de tanta complejidad el encabestramientode las circunstancias que desembocaron, de pronto, enmi boda con Ndella. Lo único que puede considerarseseguro es que Mame Ndella Sy desprecia a todo el mun-do, incluyéndome a mí; debiera decir mejor: comenzan-do por mí, su esposo. A todo el mundo salvo a FadelSarr a quien, por razones que sólo ella conoce, siempreha considerado una especie de semidiós. Probablemen-te el nombre de Fadel no les diga nada. Pero no puedenno haber oído hablar de su padre, El Hadj MadickéSarr, ministro de eso y de aquello, presidente de la Asam-blea Popular durante cinco años, ahora hombre de ne-gocios próspero, influyente y respetado. Se dice inclusoque el mayor Adelezo solicita regularmente su opiniónsobre algunas cuestiones delicadas. A esta hora, El HadjMadické Sarr no sabe todavía que su hijo Fadel (queera mi amigo) ha muerto en una pequeña aldea del rei-no de Wissombo. Me será necesario pasar a informarleunos momentos antes de ir al depósito. Sólo Dios sabecómo el viejo Madické y su familia se tomarán la terri-ble noticia.

Fadel se encontraba desde hacía unos años en Wissom-bo, capital del antiguo reino del mismo nombre. Habíadesembarcado un lunes, la víspera de su partida, en midespacho y me había preguntado si podía dejarle a lamañana siguiente, muy temprano, en la estación de au-tobuses. Yo estaba tanto más encantado de prestar ese

17

Primera parte

Page 19: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

servicio a Fadel cuanto era una de las pocas veces enque le veía pedir uno. Era un tipo muy orgulloso. Cuan-do estábamos acercándonos a la estación de autobuses,me anunció con sencillez que iba en busca de la reinaJohanna Simentho. De momento, no comprendí bien loque quería decir. Recuerdo que desde que salimos decasa de Ndella donde él había pasado la noche (ella nisiquiera se había dignado llegar hasta el umbral de sucasa para hacerle señales de despedida con la mano ysecarse algunas lágrimas, su corazón siempre ha estadoseco), Fadel no había despegado los labios ni una solavez, una actitud que le era habitual y que me exaspera-ba hasta el más alto grado. Debo decirles que, a pesarde su aparente timidez, Fadel tenía la pretensión de serun espíritu superior para quien decir cosas ordinarias,como ustedes o yo, habría sido signo de una inadmisi-ble decrepitud intelectual. Jamás, por ejemplo, se le ha-bría ocurrido la idea de silbar al paso de una muchachahermosa o de hablar sencillamente de un partido de ba-loncesto. Yo me había dado cuenta con enojo de queantes de condescender a informarme de su gran proyec-to, mi amigo le había dado vueltas y vueltas a la cues-tión en su gruesa cabeza. Por pura cortesía fingí sentir-me interesado:

—¿La reina Johanna?Ninguna palabra puede expresar con fuerza bastan-

te el extraño fulgor que transfiguró en un relámpago elrostro de Fadel. Todo había ocurrido muy deprisa, real-mente muy deprisa. Él recuperó casi de inmediato suaire de cada día. Cuando llegamos, Fadel pareció que-rer darme explicaciones pero no tuvo tiempo de hacer-lo: el chófer del autobús comenzó a dar bocinazos con

18

Los tambores de la memoria

Page 20: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

19

impaciencia para anunciar la partida. Fadel me estre-chó la mano sin decir palabra. Es cierto, yo le habíaoído hablar a menudo de esa reina Johanna Simenthopero sin prestarle mucha atención. Para mí, no cabíaduda alguna de que Fadel había imaginado toda aque-lla complicada historia para justificar sus suntuosos ca-prichos de hijo de millonario ocioso y no del todo ton-to. Cuando me dio la espalda para ocupar su lugar enla parte trasera del autobús, permanecí como fascinadopor la impresión de serena indolencia y de cansancioque de él se desprendían. Naturalmente, yo ignoraba quenunca volvería a ver vivo a Fadel.

Ayer, finalizando ya mi jornada de trabajo, recibí unallamada telefónica.

—¿El señor Ismaila Ndiaye de la Nueva Asegura-dora?

—Al aparato, señora.—¿Quiere pasar enseguida por el hospital del 20 de

Julio? Es muy urgente, señor Ndiaye.—¿Qué ocurre?—Uno de sus parientes o uno de sus amigos, no lo

sé, ha muerto en un accidente de carretera.Creí que iba a volverme loco.—¿Cómo que no lo sabe, señora? ¿Se está burlando

de mí?—No se ponga nervioso, señor Ndiaye. Se lo expli-

caré.—¿Pero de quién se trata?—Se llama Fadel… Aguarde…—¡Fadel Sarr!

Primera parte

Page 21: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

20

—Sí, es él. El cuerpo está…—Gracias, señora. Voy enseguida.

Colgué con brutalidad. Debo reconocer, a riesgo de ha-cerles dar un brinco de indignación, que no pude con-tener una vaga sensación de alivio. Entendámonosbien: no deseaba en absoluto la muerte de Fadel, soycomo ustedes poco más o menos, sano de cuerpo y deespíritu, y no deseo en principio la muerte de nadie.Pero las cosas son siempre más complejas de lo que pa-recen a primera vista. Durante unos segundos, por cul-pa de los melindres de aquella buena mujer, debí de pa-sar revista a la lista de mis amigos y parientes, temiendolo peor para cada uno de ellos. Hubiera podido tratar-se de alguien con quien yo había jugado a las cartas lavíspera, o de uno de mis hermanos. No es culpa mía si(permítanme esa imagen) la cuchilla cayó sobre alguienal que no había visto desde hacía siete años, alguien porquien sentía estima, es cierto, pero que no era mi mejoramigo. Estoy dispuesto a jurar por el Santo Corán queel hecho de que Ndella hubiera sido su amante nada tie-ne que ver en este asunto.

En vez de ir, como le había prometido a la enfermera, alhospital del 20 de Julio, regresé aquí, a casa. Despuésde cenar, Ndella y yo fuimos a ver Witness al cine ABCy, entre tanto, no dejé de buscar un medio de informar-la con cuidado. Al salir del cine, nos encontramos conMathias, uno de mis numerosos amigos a los que Nde-lla no puede ni ver. Mathias la saludó con frialdad, in-

Los tambores de la memoria

Page 22: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

21

clinando la cabeza, y luego me invitó a seguirle. Penséenojado que iba a hablarme otra vez de sus conquistasfemeninas. Pero no, Mathias me mostró un magníficoMitsubishi nuevo. Acababa de comprarlo y estaba muyexcitado. Me forzó literalmente a sentarme a su ladopara que admirara el salpicadero. Naturalmente, Ma-thias tenía una idea en la cabeza. Recordé de pronto,asqueado, que desde mi nombramiento para el puestode director general de la Sociedad de la Nueva Asegu-radora, Mathias me acosaba a preguntas sobre las po-sibilidades de exoneración o reducción para los auto-móviles de turismo. Contaba conmigo para no pagarnada.

—¿Sabes? —le dije con gravedad para segarle lahierba bajo los pies—, acabo de enterarme de que Fadelha muerto. No sé aún cómo decírselo a Ndella.

—¿Cómo ha ocurrido?—Un accidente, creo.Mathias parecía escéptico. Pensaba en un asesinato

político perpetrado por los hombres del mayor Adelezopero, dado que acababa de comprarse un Mitsubishinuevo tras muchas privaciones, no se trataba de deciresas cosas en voz alta. Además, Mathias había siempredetestado francamente a Fadel. Desde este punto de vis-ta, y dicho sea sin cinismo alguno, no estaba tan malque Fadel hubiera sido aplastado por un mal conduc-tor. Pero tengo buenas razones para creer que Mathiasse habría sentido menos frustrado si Fadel hubieramuerto durante los acontecimientos de Wissombo, yasaben, esos famosos acontecimientos de los que todoshablan en voz baja, evitando incluso que les oiga supropia sombra. Mathias habría visto en ello, sin duda,

Primera parte

Page 23: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

cierta forma de justicia y me parece oírle decir de ante-mano, triunfante, con el corazón lleno de odio: «¡Leestá bien empleado, eh!».

Ndella me dijo, un día que se sentía propensa a las con-fidencias:

—¿Sabes, marido mío? Fadel y yo nos separamosporque yo estaba celosa.

Sonreí:—¿Celosa, tú?La creía incapaz de experimentar semejante senti-

miento y, puesto que eso me convenía, la alenté a per-severar por ese justo camino.

—Te hablo muy seriamente. Acabé comprendiendoque, durante toda su vida, Fadel nunca amaría a otrapersona que no fuera Johanna.

Sentí que la tierra se abría bajo mis pies. ¿Acaso esosdos habían decidido volverme loco? ¿Fadel enamoradode una reina casi imaginaria? Sin duda no soy de mu-chas luces pero soy de aquéllos para quienes, cuantomás cuadradas son las cosas, mejor es.

Esa mañana, ante Ndella dormida, bebo lentamente micafé y no consigo expulsar la imagen de Fadel murmu-rándome casi, con su voz indolente, con aquel aire fú-nebre que tenía en ciertos momentos:

—Para mí, Ismaila, el mundo se divide ahora en dos,están los que creen en Johanna y los que no creen enella.

22

Los tambores de la memoria

Page 24: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

23

Naturalmente, no pude resistir la tentación de sustituir«Johanna» por «Dios». Fadel se limitó a encogerse dehombros. Comprendí que consideraba mi pequeño ce-rebro indigno de sus eruditas elucubraciones, lo que meenojó mucho, lo reconozco. A continuación, me pre-gunté si aquel día no me había mostrado demasiadosusceptible. Pues su gesto había podido también signifi-car: «¿Y por qué no?».

Tras la partida de Fadel hacia Wissombo, Ndella habíacambiado por completo. Se había convertido, por asídecirlo, en otra persona. Siempre me ha parecido extra-ño que no siguiera a su gran hombre hasta Wissombo.Me gusta mucho pensar, por vanidad a veces, que sequedó por mí. Pues, a fin de cuentas —¿por qué ocul-társelo por más tiempo?—, Ndella y yo habíamos comenzado a pegar algunos polvos meses antes de queFadel abandonase Dakar. Para decir las cosas cruda-mente, engañaba a su semidiós con un pobre mortalcomo servidor de ustedes. Por mucho que una simpáti-ca voz interior se esfuerce sin cesar en tranquilizarme(«No te preocupes, Ismaila, si ella decidió vivir contigoes porque te ama de verdad»), de nada sirve, mi males-tar persiste. No puedo resignarme a esa trágica eviden-cia: las razones por las que una mujer desprecia al hombre con quien vive son siempre tan profundas y de-finitivas que la menor protesta puede parecer un cues-tionamiento del inmutable orden del universo. Mi úni-co consuelo, bastante mezquino a decir verdad, es decirque Ndella está tan atrapada como yo. Sí, a menudocomo convulsiones de su conciencia, los chorros nos-

Primera parte

Page 25: LOS TAMBORES DE LA MEMORIA - casafrica.es

24

tálgicos de una vida anterior como un animal enjaula-do sacudido de pronto por la llamada de la selva…

Tras haber tomado una ducha, decidí dejar una nota aNdella.

«Pajarito mío, he oído decir que le ha sucedido algoa nuestro Fadel. No te preocupes, voy a buscar noticias.»Tal vez eso les haga estremecerse, pero no me avergüen-za en absoluto mi cinismo.

Los tambores de la memoria