Los sapos
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LOS SAPOS ENCANTADOS
Ismael Nieto Zarco
Las leyendas, a lo largo de la historia, han contado sucesos que se dice, han
sucedido, pero como habitualmente se refieren a hechos antiguos y han pasado por
generaciones, cada persona lo cuenta de distinta manera. Así, el pensamiento mágico,
característico del mexicano, es muy receptivo a una serie de creencias en las que la
naturaleza y los seres mitológicos populares tienen una gran importancia en la vida de las
personas.
Precisamente, hay ciertos lugares de nuestra región que se han hecho más populares
por sus leyendas. Es el caso de la comunidad de Huexotla, Texcoco, en la que persisten y se
creen y se crean gran cantidad de leyendas, las cuales son contadas principalmente por
personas mayores. Debido a que es una curiosa persona, por el enorme acervo que preserva
de sucesos mágicos y leyendas, conversamos con la señora Rosa Zarco Segovia. De ella
transmitimos la historia de los sapos encantados.
Se dice que en los cerritos (los montículos con los restos prehispánicos de las
pirámides), como también en lo que fue la estancia y la vieja comunidad, cuando comienza
la temporada de lluvias, los sapos comienzan a croar. Se los escucha que cantan en uno y
otro cerrito. Y lo hacen tan fuerte que pareciera que son un sapo hembra y un sapo macho,
porque su sonido es diferente, y como que platicaran comunicándose algo de un lado al
otro. Y en ocasiones, asegura la señora Rosa, se escucha como que chillaran unos perritos
en los otros cerritos, los que están junto al río.
Cuenta que a veces el croar de las ranas y de los peritos es tan fuerte que se pueden
escuchar hasta en Texcoco. Porque antes –explica- todo era más tranquilo, no había tanto
ruido, ni autos como ahora. Así su sonido llegaba más lejos.
La señora Rosa menciona que un día ella y su esposo Alfonso iban caminando
rumbo a su casa, que se encuentra frente a los cerritos y llevaban a sus dos hijos pequeños.
Como entonces escucharon que cantaban los sapos, le propuso a su marido que fueran a
dejar a los hijos en casa y que, después se dirigieran al lugar donde tanto alborotaban las
ranas. Pero cuando se acercaron, los sapos enmudecieron y se los comenzó a oir en otro
lado. Siguieron buscando hasta ver que en un hoyo de tuza algo se movía.
Entonces –añade doña Rosita- Alfonso, con un palito comenzó a sacar la tierra y en
una piedra pequeñita, de esas redondas sí, ¡ahí estaba el sapo! Y con el mismo palito lo
sacó y lo alumbró con una vela. Era chiquito, no muy grande, pero tenía en su espalda unos
anillos como dorados, como de oro, redondos ¡muy bonitos!
-Después -cuenta la señora Rosa- fui a hablarle a mi suegra para que también viniera
a ver al sapito y como era tan suavecito, yo les dije que nos lo lleváramos para la casa. Se
los dije, porque recordaba que un día me habían contado mi papá y mi abuelito, que en una
ocasión en el "molino rojo" ( el derruido molino de la ex hacienda Chapingo) un señor se
encontró una víbora. Y como también tenía unos como anillos de oro se la llevó a su casa
en una cobia que ya había construido. Porque otro señor le había enseñado cómo
prepararla. Era parecida a un pequeño altar, como el que tienen en algunas casas. Puso la
cobia con un petate nuevo al frente y encima la cobija, con cuatro velas. Y como si fuera
un muerto le puso su saumerio y le advirtió también que cerrara la puerta. Y dicen que la
víbora se convirtió en monedas de oro.
Y aunque el sapito también tenía esos circulitos de oro en su lomo, me arrepentí y le
dije a Alfonso que no, que mejor lo dejara en su lugar, porque nosotros lo que queríamos
era salud y no dinero. Así, lo volvió a meter en el hoyo y ahí lo dejamos.
Y cada año cuando comienzan las lluvias se escucha el cantar de los sapos, pero
ahora desde que comenzaron a rascar en las pirámides, ya casi no se escucha su croar.
En verdad éstas son sólo leyendas. No se sabe qué tan ciertas o falsas puedan ser o
desde cuándo y dónde han sido contadas. Pero lo cierto –dicen- es que en las últimas
excavaciones hechas en los montículos, los cerritos como comúnmente se los conocen, se
encontró una pieza de piedra labrada con la forma de un sapo y ahí mismo, una figura de
Tlaloc. Por lo que ésta podría tratarse de una leyenda que nos viene desde la época
prehispánica: esa del sapo o de la rana que con su croar o cantar trajo a Tlaloc, dios de la
lluvia, para que con ellas bendijera milpas y campos.