LOS SACERDOTES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN · navegar por los caminos y mares de este iniciado...

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PLIEGO MIGUEL LóPEZ VARELA Sacerdote de la Archidiócesis de Santiago de Compostela LOS SACERDOTES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN 2.844. 20-26 de abril de 2013

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PLIEGO

Miguel lópez VarelaSacerdote de la archidiócesis

de Santiago de Compostela

LOS SACERDOTES DE LA NUEVA

EVANGELIZACIÓN

2.844. 20-26 de abril de 2013

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Renacidos a la novedad pascual

ha hablado y reflexionado tanto? ¿Qué nuevo interés podrían suscitar?

◼ pues, quizás, el primer interés se encuentre en el hecho de que, en una situación de tanta pluralidad, de tantos retos, preocupaciones, encargos y tareas…, de tanta dispersión como la que vivimos los sacerdotes hoy, sea bueno aprovecharnos, una vez más, del descanso y la paz que proporciona el retornar a la esencialidad; es decir, a

aquello mínimo en el que uno halla la tranquilidad y el sosiego de encontrar todo lo que necesita, sin preocuparse de nada ni nadie más.

◼ además, interesa tratar otra vez estos dos temas, porque de nuevo vuelven a estar de actualidad en toda la iglesia. Hechos como el año Sacerdotal (2009-2010), con motivo del 150º aniversario de la muerte del santo Cura de ars; la creación del Consejo pontificio para la promoción de la Nueva evangelización (2010); y la celebración en roma del Sínodo sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana (2012), han sido los responsables de generar este nuevo interés.

◼ pero, finalmente, pienso sobre todo en mi presbiterio compostelano y en lo que está convirtiéndose en el principal de sus desafíos, compartido también por tantos otros presbiterios de españa y del mundo entero: la elevada edad media de los que lo componemos. Y pienso, por ello, en la novedad de nuestra respuesta como presbiterio de cara a la nueva evangelización. Y me pregunto: ¿es posible que, estando así las cosas, podamos comprometernos con la nueva evangelización? ¿es posible que, en la vejez de la vida de nuestros presbíteros, su evangelización y su sacerdocio vuelvan a ser nuevos y frescos? es más, yo mismo, como sacerdote perteneciente al grupo de los jóvenes, me pregunto y pregunto a mis compañeros de generación: ¿basta con el hecho de que seamos los nuevos presbíteros para que nuestro sacerdocio y nuestra pastoral evangelizadora sean nuevas? ¿estamos siendo, en realidad, los nuevos sacerdotes que se esperan en nuestras diócesis y en nuestros presbiterios?

la realidad, por lo tanto, es que la expresión nueva evangelización encierra la actualidad eclesial del momento; y nosotros, sacerdotes, no podemos, por ello, dejar de lado lo que se ha definido como el reto y la tarea más urgentes de la iglesia que se dispone a caminar y

Desde el comienzo mismo de mis años de formación en el seminario, me ha apasionado

todo este mundo de la evangelización y el anuncio y comunicación de la fe. pero en este nuevo tiempo, considerado de nueva evangelización, y en el que por motivos académicos me encuentro estudiando Teología catequética y pastoral, esta pasión no solo ha comprometido mi acción, mis manos y mis pies, como lo había hecho hasta ahora, sino también mi pensamiento y mi mente.

Como actual sacerdote compostelano, esta constante pasión se ha convertido en una preocupación, que hoy se ha polarizado en dos realidades: el sacerdocio y la evangelización. ambas definen lo que, junto a miles de hombres más en españa y en el mundo, yo mismo soy (identidad), y lo que, conjuntamente con ellos, estoy llamado a hacer (misión).

aprovechando este tiempo propicio de pascua, en que todo vuelve a renacer y a ser nuevo, y a la luz de la palabra de Dios, he querido compartir contigo, estimado lector, una pequeña reflexión acerca de la novedad que la nueva evangelización requiere o exige a los sacerdotes. lo hago con la pretensión de evidenciar, primeramente, la importancia que el sacerdote posee para acometer lo que, recientemente, se ha definido como la empresa actual de la iglesia: la nueva evangelización. pero también con la esperanza de que estas palabras, tanto a sacerdotes como a laicos, puedan servirles de ayuda para su propia reflexión, vivencia, acción y oración sobre estos dos temas.

I. DE NUEVO, A VUELTAS CON EL SACERDOCIO Y LA EVANGELIZACIÓN: ¿POR QUÉ?

Quizá lo primero que habría que justificar y que podríamos preguntarnos es: ¿qué sentido tiene volver a tratar estas dos temáticas sobre las que ya se

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Aprovechando este tiempo de Pascua, en que todo vuelve a renacer, el autor reflexiona acerca de lo que la nueva evangelización, una de las prioridades hoy de la Iglesia, reclama de los sacerdotes. ¿Cabe esperar una nueva evangelización de un clero tan envejecido como el actual? ¿Qué novedades es preciso incorporar al nuevo ministerio pastoral de los presbíteros en un contexto de nueva evangelización?... Estas páginas nos descubren, a la luz de la Palabra de Dios, que no hay más novedad para el sacerdocio y para la evangelización que la que el sacerdocio y el ministerio de Cristo, cumplido en su Pascua, inauguran para la Iglesia: su llamamiento a “hacer nuevas todas las cosas”.

navegar por los caminos y mares de este iniciado siglo XXi. pero, junto a esta realidad universal que compartimos todos los sacerdotes del mundo, y que a veces podemos considerar demasiado universal y abstracta, se encuentra nuestra realidad particular y concreta, la del día a día, la que realmente supone la fuente de nuestras preocupaciones, desvelos y esfuerzos; y en la que nos jugamos diariamente nuestro propio sacerdocio. un sacerdocio al que, por otra parte, nunca nos hemos parado a considerar si es nuevo o viejo, joven o anciano. No hay tiempo para ello, pero tampoco necesidad. Simplemente, lo somos y, en consecuencia, actuamos de la mejor manera posible.

De este modo, teniendo en cuenta estas dos realidades, la particular de tantos presbiterios que conocemos, y la llamada universal a una novedad en nuestro sacerdocio y en nuestro ministerio evangelizador, la presente reflexión pretende responder a preguntas como: ¿qué tienen que ver una y otra realidad: la nueva evangelización y la pastoral que los sacerdotes realizan actualmente en nuestras parroquias y diócesis? ¿Qué significa que, en un tiempo de nueva evangelización, se requiere un nuevo ministerio pastoral por parte de los

sacerdotes? ¿es posible esperar una nueva evangelización de un clero tan envejecido por los años como es el que tienen la inmensa mayoría de las diócesis y organismos eclesiales?

II. LA FUENTE DE LA AUTÉNTICA Y PERENNE NOVEDAD: LA PASCUA DE CRISTO QUE HACE NUEVAS TODAS LAS COSAS

la reflexión que ahora comparto parte de la convicción de que, para entender toda esta realidad de la nueva evangelización y la novedad de nuestro sacerdocio, la clave fundamental se encuentra en lo que fue, está siendo y será siempre en la iglesia la fuente de su perenne novedad.

Como ya se puede intuir, de lo que se está hablando no es, en primer término, de una cuestión de años ni edades, o de antigüedad en el ejercicio del ministerio. Ni tampoco de esnobismos o innovaciones en las actividades evangelizadoras y pastorales, o de la capacidad de renovación de las mismas. Se trata, en cambio, de una razón más radical y profunda y, por ello, más cercana a todos nosotros –laicos y presbíteros–, ya que, como comunidad creyente, la hemos vivido un año más: la pascua de Cristo.

en la pascua, la iglesia y cada cristiano renacen a una vida nueva; y lo que antes era viejo y obsoleto, ahora es radicalmente joven y novedoso. De modo que esta es la realidad de la que siempre ha vivido la iglesia, y de la que ahora –¡más que nunca!–, en la nueva evangelización, debe vivir, y desde la cual es posible, finalmente, mirar con esperanza y optimismo al futuro.

Desde este punto de vista, queda claro que no hay más novedad para el sacerdocio y para la evangelización que la que el sacerdocio y el ministerio de Cristo, cumplido en su pascua, inauguran para la iglesia. De este sacerdocio y de este servicio participan de modo especial los presbíteros. Consecuentemente, se puede afirmar en relación a los temas de los que estamos tratando que:

◼ la evangelización que los sacerdotes tienen que realizar, por lo tanto, es la misma de hace dos mil años. pero que, si es considerada nueva, es porque estamos en un nuevo tiempo de evangelización, que exige, simplemente, un nuevo modo, una forma de evangelizar nuevamente.

◼ Y lo mismo ocurre con el sacerdocio ministerial de los presbíteros. es el mismo que hace dos mil años, enraizado y afianzado en la eterna novedad del sacerdocio de Cristo para la Nueva alianza. pero, a la vez, nuevo, porque nueva es la situación en la que tenemos que encarnarnos y vivirlo para ser realmente mediación entre Dios y los hombres, lo cual nos está exigiendo, quizá más que nunca, afrontar el continuo riesgo de vivir siempre nuestro propio sacerdocio desde esta novedad.

Todo esto nos sitúa de lleno en lo que constituye la entera perspectiva de mi reflexión, y que se encuentra, en cierto modo, enunciada en el título de este epígrafe, construido en parte a partir de unas palabras tomadas del libro del apocalipsis: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (ap 21, 5).

el apocalipsis, como sabemos, es un libro de consolación, dirigido a una iglesia perseguida y que tiene delante de sus ojos el martirio como algo temible e inevitable. este género bíblico, partiendo de una situación

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a pesar de ello, es posible recuperar los elementos novedosos propios de esa primera vez a través de un doble ejercicio: el de la autenticidad y el de la fidelidad a lo esencial de nuestra identidad y misión. esto es lo que nos permite volver a esa inocencia, alegría y entusiasmo que son propios de la novedad con la que un día comenzábamos nuestro ministerio sacerdotal –a pesar de las muchas limitaciones y dudas que por entonces teníamos–. Y esta es, precisamente, la misma novedad que hoy se nos pide para la nueva evangelización.

por lo tanto, se trata de vivir en autenticidad nuestro sacerdocio para dejarnos impregnar por la novedad y frescura que un día experimentamos con él. porque si nuevo es nuestro sacerdocio, nuevo será también el ministerio que desarrollemos desde él. Y para ello, nada mejor que poner en práctica las palabras con las que el apóstol san Pablo exhortaba a Timoteo: “Reavivemos el don recibido por la imposición de las manos y con el que se nos ha dado un espíritu de fortaleza, de amor y de prudencia” (cf. 2 Tim 1, 6-7).

Como nos indica oportunamente la Pastores dabo vobis comentando este pasaje, se trata de volver a encender o avivar en nosotros el don divino, como quien sopla las cenizas para que vuelva a surgir el fuego. esto es, acoger el don de la vocación recibida y vivir la responsabilidad de la misión encomendada, sin perder ni olvidar jamás aquella novedad permanente propia de todo don de Dios, que hace nuevas todas las cosas (cf. ap 21, 5); y, consiguientemente, vivirlos cada día en su permanente frescor y belleza originarias. Y este ejercicio –continúa diciendo este documento– debemos hacerlo teniendo en cuenta también que reavivar no es solo el resultado de una tarea confiada a la responsabilidad personal de Timoteo –o a la nuestra propia–, ni es solo el resultado de un esfuerzo. en realidad, es el efecto de un dinamismo de la gracia que está inserto de manera natural en el propio don que Dios nos da: “es Dios mismo, pues, el que reaviva su propio don; más aún, el que distribuye toda la extraordinaria riqueza de gracia y de responsabilidad que en él se encierran”2.

tenemos que acoger la novedad imperecedera de nuestro sacerdocio en la continuidad de lo que vivimos y hacemos cotidianamente; e igualmente tenemos que acoger la novedad perenne de una evangelización, siempre por hacer, en nuestras actividades pastorales, aun cuando tantas veces son consideradas obsoletas, o las realizamos desde la monotonía, el cansancio o la desesperanza.

III. PROPUESTAS PARA UNA RENOVACIÓN EN EL SACERDOCIO Y EN LA EVANGELIZACIÓN

a partir de este planteamiento pascual, se ofrecen a continuación cinco claves o propuestas de cómo vivir nosotros esta novedad del sacerdocio y la evangelización, a pesar de, o mejor, precisamente por tener sobre nuestras espaldas cinco, diez, veinte o sesenta años de sacerdocio y ministerio evangelizador.

1. La novedad es siempre la del comienzo…, y por aquí comienza la nueva evangelización: experimentar de nuevo esa novedad desde la autenticidad y la fidelidad a lo esencial de nuestra identidad y misión

en primer lugar, se hace nuevo aquello que se vive como la primera vez, cuando todo era novedad absoluta. pero si bien cierto es que solo hay una primera vez y, cuando ya han pasado los años, esta se queda escondida en un lejano pasado; no es menos cierto que,

presente de tribulación, invita al creyente a buscar esperanza y sosiego en los acontecimientos que están por ocurrir y que el vidente desvela. Nuestra situación actual, el mar en el que la nave de la iglesia navega, a nadie se le escapa que es difícil. en nuestro caso, aun cuando no se nos exija derramar la sangre, muchas veces tendremos que afrontar situaciones martiriales. es, en este momento, cuando las palabras “mira, hago nuevas todas las cosas” se vuelven del todo significativas y tranquilizadoras: a pesar de cómo estén actualmente las “cosas”, la promesa de Dios asegura un cambio y una situación nueva.

estas palabras apocalípticas expresan la misma convicción que las proféticas de Isaías con las que alentaba al pueblo de israel en el destierro: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (is 43, 18). pero, además, resulta que estas palabras expresan la misma realidad, aunque incoada, que en el hoy de la iglesia y de mi vida está por cumplirse con la pascua: en esa bendita noche evocaremos el primer día de la creación y prefiguraremos, en esperanza activa, el octavo y definitivo día de la nueva creación en Cristo, en que todo volverá a ser eternamente nuevo. Y en tanto, entre una y otra creación, en cada pascua que celebramos en esta tierra como pastores al frente de nuestras comunidades, como pueblo de Dios vamos pasando de la noche al día, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, del cansancio y la fatiga a la fuerza renovada, del silencio a la palabra vivificante, de la soledad a la comunión, del desaliento a la esperanza, del egoísmo al amor compartido y comprometido1.

en conclusión, aprovechando la expresión que en estos días de transición papal hemos escuchado tanto, de lo que se trata es de conseguir una “continuidad en la novedad”, la cual se inaugura con la pascua de Cristo. por lo tanto, no queda esperar nada nuevo bajo el sol, como nos indica el autor del eclesiastés (cf. Qo. 1, 9), porque bajo el nuevo Sol, que es Cristo resucitado, ya todo ha sido hecho nuevo. Solo cabe dejarse renovar por esa novedad. Y del mismo modo, también nosotros, los presbíteros,

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Finalmente, en tantas ocasiones, la palabra de Dios nos muestra que nunca es tarde para recomenzar (cf. lc. 15, 11-31) y para vivir la novedad de nuestro sacerdocio, sino que siempre es tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6, 2); porque lo sabemos: nada es imposible para aquellos que se acogen a Dios (cf. Jr 32, 27; Mc 10, 17; 9, 23; lc 1, 37).

2. Ley de causa y efecto en el ministerio sacerdotal: la novedad que vive de una eterna novedad

una segunda clave, consecuencia de la anterior, la podríamos formular de la siguiente manera: seremos nuevos sacerdotes y realizaremos nueva evangelización si dejamos que el mismo ministerio, que es siempre nuevo, nos rejuvenezca.

el ministerio sacerdotal hace referencia a lo que nosotros, como sacerdotes, estamos llamados a realizar. así pues, en un primer momento –y en correlación a lo que afirmábamos de nuestra identidad sacerdotal– debemos afirmar que la novedad del ejercicio de nuestro sacerdocio depende directamente de la novedad de lo que nos hemos comprometido a realizar y a vivir, conforme a lo que el obispo, en el día de nuestra ordenación, al depositar la patena y el cáliz en nuestras manos, nos pedía: “Considera lo que realizas, imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”3.

pero, ¿cómo puede ser nuevo algo que se lleva haciendo dos mil años; algo que, yo mismo, llevo realizando 10, 20, 50 o 60 años? la respuesta es clara: nuestro ministerio, con independencia de la disposición y las fuerzas con las que lo afrontemos, es, de por sí, siempre nuevo. De modo que no solo basta con experimentar y vivir nuevamente

ahora la novedad de nuestro propio sacerdocio, sino de advertir que el ejercicio del mismo es siempre novedoso, a pesar de todo, porque no depende de nosotros, sino de quien lo inauguró.

para ilustrar esta realidad, pensemos por un momento en la conocida escena evangélica de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-12). en ellas, Jesús realiza el primer signo de la nueva alianza, de los nuevos desposorios de Dios con los hombres. No importaba lo viejas que fueran las tinajas, o el sabor, color u olor que el agua con la que se llenaron tuviese. Ni siquiera importó la edad o la pericia de los sirvientes que vertieron el agua en ellas. importaba el vino nuevo que se sirvió al final del banquete de bodas, y que era mejor que el primero. lo que era nuevo y bueno era ese vino. Y lo que actualmente sigue siendo bueno y nuevo es el vino.

Hoy europa se ha convertido en un gran banquete en el que ya no queda vino del evangelio. Nosotros, por nuestra parte, igual que los criados de entonces, somos testigos, y conocemos bien dónde podemos encontrar el vino nuevo y bueno que se necesita. lo que se nos pide, lo que en realidad siempre se nos ha pedido, es que como empleados fieles y cumplidores (cf. Mt 25, 14-30; lc 19, 11-27) sirvamos este vino.

lo que ocurre es que quizás, equivocadamente, seguimos ocupados en llenar de más agua las pesadas y viejas tinajas de Caná, y que, rotas ya por los años, les ocurre como a las cisternas agrietadas de las que habla el profeta Jeremías, que ya no retienen el agua y que han sustituido la fuente de agua viva que es Dios (cf. Jer 2, 13). Tengamos en cuenta y reflexionemos por un momento que estas serían, en realidad, nuestras viejas y obsoletas

estructuras pastorales que ya no funcionan y, a pesar de ello, en las que seguimos confiando e invirtiendo tiempo y esfuerzos.

Sin embargo, lo que se nos pide no es que llenemos de agua esas tinajas, ni tampoco que escavemos nuevas cisternas de agua. Ya hace tiempo que el agua ha sido depositada en sus tinajas y que se ha convertido en vino, y desde entonces nunca ha vuelto a faltar vino. lo que a nosotros nos toca, una vez más, es hacer de sirvientes en el banquete del mundo; y comenzando a servir este vino siempre por los últimos y los que son como niños, ya que estos son los primeros para Dios (cf. Mt 19, 30; 20, 16; Mt 18, 1-4). en realidad, estos deberían ser nuestros próximos más inmediatos, si es que hemos atendido a las palabras del Señor, que nos pedía que ocupásemos en los banquetes los últimos puestos (cf. lc 14, 7-14) y que estuviésemos como el más joven y el que sirve (cf. lc 22, 24-27).

para realizar esta tarea, ya Dios se ha encargado de darnos odres nuevos con los que transportar este vino, desde las tinajas hasta la mesa de los sedientos. porque, lo sabemos, “a vino nuevo, odres nuevos” (cf. Mt 9, 17; Mc 2, 22; lc 5, 37-38). Si algún día fuimos odres viejos, ahora ya no lo somos, a pesar de los muchos o pocos años que ahora tengamos; no somos pellejos viejos y vacíos; por nuestra ordenación, hemos sido hechos nuevos. Y como el buen vino, que con el paso del tiempo mejora, a su contacto, los nuevos pellejos envejecidos por los años también mejoran y se rejuvenecen. el vino nuevo de esta pascua nos hará, otra vez, odres nuevos. Después se nos pedirá de nuevo que compartamos ese vino, con el que el Señor curó nuestras heridas, para que sirva de bálsamo reparador para la humanidad herida y al borde del camino (cf. lc 10, 30-37).

3. La vida sacramental: fuente permanente de la novedad sacerdotal y del ministerio

unido a lo anterior, y en tercer lugar, seremos nuevos sacerdotes y realizaremos nueva evangelización si dejamos, de modo particular, que los sacramentos que celebramos a diario nos rejuvenezcan.

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Y como entonces hace dos mil años, también ahora observamos cómo se cumplen las palabras de aquel que nos enseñó a sembrar, cuando afirmaba que la semilla que cae en tierra fértil da mucho fruto. pero del mismo modo comprobamos, con decepción, que es muy poca la semilla que llega a caer en tierra fértil. los campos abonados y fértiles del ayer, muy cercanos a nuestras parroquias (la familia, la escuela y la sociedad), y hasta la propia parroquia, se han convertido en un erial. Cada vez tenemos que esforzarnos más, cavando más hondo y con más fuerza, para poder introducir la semilla en la tierra; tenemos que ir más lejos en busca de nuevos campos donde sembrar. incluso parece que Dios nos haya privado del agua necesaria con la que regar su campo y también nuestras frentes, ardientes por el trabajo y el sudor de la larga jornada.

Toda esta situación nos puede preocupar y desanimar. pero es en este momento cuando tenemos que agarrarnos fuertemente con fe a la palabra de Dios y pensar que:

◼ Cuando no hay campos fértiles sobre los que sembrar, no podemos perder de vista que Jesús no nos ha pedido que sembrásemos únicamente los campos fértiles, sino todos los campos, incluso los pedregosos y llenos de zarzas. por este motivo, si lo que nos estamos encontrando son campos con zarzas y piedras, entonces es que se está cumpliendo la parábola del sembrador, que también hay tierra fértil sobre la que cae la semilla que, a su tiempo, germinará. Misteriosa e incomprensiblemente, para la obra de Dios es necesario, por tanto, que junto a los buenos campos existan también los que no lo son; que junto al trigo también dejemos nacer y crecer la cizaña (cf. Mt 13, 24-30).

◼ Del mismo modo, cuando no cae agua del cielo sobre nuestros campos sembrados, y el fruto se vea amenazado por la sequía, tendremos que pedir el coraje para escavar en la tierra nuevos pozos, de los que extraer después el agua con la que regar el campo que hemos sembrado para Dios. este coraje solo puede surgir de la certeza de que Dios no dejará de cumplir sus palabras: “Como la lluvia y la nieve descienden

que realizamos en torno a ellos, encontraremos una de nuestras mayores fuentes de renovación.

en este sentido, y en modo particular, nosotros mismos tenemos la oportunidad de comprobar cómo la práctica sacramental puede convertirse en fuente de novedad para nuestro sacerdocio y nuestro ministerio. en el contexto de la Misa Crismal, renovamos primero nuestras promesas sacerdotales y, después, bendecimos los nuevos aceites sacros para la santificación, por medio de los sacramentos, del pueblo santo de Dios.

De este modo, esta celebración se convierte en una fuerte llamada a dejarnos renovar por nuestro ministerio cada vez que celebremos los sacramentos en nuestras parroquias. Que el Señor nos ayude a vivir cada sacramento que administramos, a pesar de las miles de veces que lo podamos haber celebrado ya, como si siempre fuera la primera vez. Que para ello nos ayude el recordar ese día en que bendijimos juntos, como presbiterio, los aceites que emplearemos para su celebración, y así, interiormente, renovemos nuestra fidelidad al sacerdocio y a nuestra misión.

4. La novedad de una promesaen cuarto lugar, en nuestra

evangelización debemos tener siempre presente que Dios es el que hace nuevas todas las cosas con su palabra.

Como presbíteros, somos también “sembradores de la palabra hoy”. Desde jóvenes, nos hemos puesto en disposición de sembrar en el campo del mundo la buena semilla del evangelio.

Creo que a nadie se nos escapa que, en la actualidad, es en la celebración de los sacramentos o en su preparación donde ocupamos la mayoría de nuestros esfuerzos y tiempo disponibles. Considero que este ejercicio sigue siendo prioritario en una pastoral de nueva evangelización. pero lo será siempre y cuando se viva en clave misionera y catecumenal. esto quiere decir: no dando nada por supuesto, y siempre haciendo todo con la misma alegría e ilusión que siente quien se reconoce como el primero en comunicar una noticia. ¡una buena noticia!; porque, cuando evangelizamos, esto es lo que ocurre: ¡comunicamos la mejor de las noticias que alguien pueda recibir y con la que experimenta el cambio más impresionante de su vida! ¡es como un comenzar a vivir por primera vez!

la escena del agua y del vino de Caná nos hace pensar en dos sacramentos que, precisamente, serán claves en esta nueva situación, la eucaristía y el Bautismo, pues remiten a dos acciones propias de la nueva evangelización: el primer anuncio y el catecumenado. aunque nos parezca inverosímil, cada vez hay más gente, también adultos, a los que todavía nadie les ha hablado del Señor y su evangelio, y a los que tenemos que dirigirnos. estas personas serán, posteriormente, los catecúmenos que se convertirán en los nuevos hijos de la fe. pero, más aún, son también el motor más potente con el que cuenta y siempre ha contado la iglesia para rejuvenecer las propias comunidades ya existentes.

en efecto, la alegría y el entusiasmo del neoconverso y del catecúmeno, que han encontrado y experimentado el amor y la misericordia de Dios, son siempre una fuente de renovación y nueva vida que, en cierto modo, por efecto “rebote”, llega a contagiar a la entera comunidad, empezando por nosotros, sus sacerdotes. este beneficio de nuevo entusiasmo que nos transmiten los catecúmenos forma parte de ese ciento por uno que nos había prometido el Señor en esta tierra (cf. Mc 10, 28-31).

pero no solo en el Bautismo y en la eucaristía, sino también en el resto de sacramentos que celebramos, y en las actividades ministeriales

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del cielo y no vuelven allá sin empapar la tierra, sin fecundarla y hacerla germinar para que dé sementera al sembrador y pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber hecho lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión” (is 55, 10-11).

De manera que, si en nuestros días pensamos que los cielos se han vuelto a cerrar como en los tiempos de Elías (cf. 1 re 17, 7-16; lc 4, 25-26 y par.), y no vemos que haya fruto en nuestros sembrados, lejos de desilusionarnos pensando que lo que hacemos no vale para nada, deberíamos consolarnos con estas palabras y pensar que: o bien no ha llegado la hora de la lluvia, pero llegará; o bien todavía no ha llegado el tiempo del fruto, pero en tanto la semilla crece misteriosamente.

a fin de cuentas, como nos recuerda el papa emérito, nuestra tranquilidad, nuestra esperanza, nuestro descanso, a pesar de la fatiga y el agobio de la dura jornada, a pesar de los pocos o nulos frutos que damos, se encuentra en “advertir la cercanía de Dios”, que sigue actuando aun cuando no lo percibimos. en un lejano 1962, cuando Ratzinger todavía era un joven profesor, comentando la parábola del sembrador en la homilía de una primera misa en renania, se expresaba así:

“(…) esta parábola nos dice: ¡Tened ánimo! la cosecha de Dios crece. aunque sean muchos los simpatizantes que se escabullen apenas lo consideren oportuno. Y por mucho que sea lo que se ha llevado a cabo en balde y

vanamente, en alguna parte, de alguna manera, llega a sazón la palabra. (…) en algún lugar madura en el silencio su sembrado. Nada es en balde. en lo oculto, el mundo vive del hecho de que siempre ha habido quienes han creído, quienes han esperado y amado.

(…) De este modo –concluye–, a través de la parábola del sembrador, el evangelio nos ofrece al mismo tiempo una imagen del sacerdote, a quien descubre la grandeza y la miseria de su servicio. (…) es, asimismo, una palabra de aliento para todos nosotros, los que avanzamos, en este tiempo que nos ha tocado vivir, a través de los embates dirigidos contra la fe: nos enseña, en efecto, a advertir, en medio de toda esta hostilidad, la cercanía de Dios y a estar henchidos de gozo, con la certeza de que, a pesar de todo, también mediante nuestra pobre fe y nuestra oración, crece la cosecha de Dios en el mundo, y que lo oculto y escondido es más poderoso que lo grande y vocinglero. Y es, en fin, una palabra de advertencia que nos debe mover a la reflexión. No resulta, en efecto, tan fácil hacer, a partir de este evangelio, tranquila y limpiamente la siguiente clasificación: nosotros somos los que estamos del lado de Dios; los ‘otros’ son los que no permiten que su palabra prospere. ¿Quiénes son estos ‘otros’? Debemos preguntarnos, con total y absoluta honestidad, si no pertenecemos también nosotros, en una buena medida, al grupo de los ‘otros’. Debemos examinar si nos encontramos también nosotros entre aquellos de quienes Jesús dijo que no tenían

suficiente profundidad, o que son como la roca, que no permite echar raíces. O si tal vez pertenecemos –así debe continuar nuestro interrogatorio– a los que Jesús llama veletas, que no saben resistir, sino que se dejan simplemente arrastrar por la corriente del tiempo.

(…) pero la realidad –como concluirá diciendo ratzinger– es que el fruto crece –así lo dice el Señor– en la paciencia y en la perseverancia de quien se mantiene firme, sople dondequiera el viento del tiempo”4.

5. Pero, de entre estas cuatro, la más novedosa es la caridad pastoral

por último y, en definitiva, la mejor de las claves para convertirnos en los nuevos sacerdotes de la nueva evangelización, nos la ofrece nuestra espiritualidad específica de clero diocesano secular. Tomando las palabras de san pablo en el llamado himno del amor, todas las claves presentadas permanecen actuales…, pero, de entre todas ellas, la más grande es la caridad pastoral (cf. 1 Cor. 13, 13), es decir, la caridad con la que somos y vivimos como pastores.

Mi intención ha sido mostrar que, para prepararnos a la nueva evangelización, renovados en nuestro sacerdocio, no hace falta hacer nada extraordinario, al menos más allá de lo que con más o menos acierto realizamos cada día. Simplemente, basta percibir lo extraordinario en lo ordinario de nuestra vida y nuestra actividad. la vivencia de esta normalidad es, precisamente, lo que nos indica nuestra espiritualidad diocesana. la caridad pastoral nos pide y exige vivir cada día, con autenticidad, la realidad de ser imagen de Cristo, buen pastor, que da la vida por sus ovejas, en el ejercicio discreto y humilde de nuestro ministerio: anunciando y enseñando a la porción pueblo de Dios a nosotros encomendado; santificándolo con la celebración de los sacramentos y otras celebraciones; y, finalmente, guiándolo al encuentro de Dios con la autoridad y la docilidad de Cristo.

Junto a lo anterior y, según los documentos especializados a nuestro alcance sobre esta temática, la caridad pastoral constituye, además, el principio interior y dinámico capaz

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venideros, porque Jesús está en la orilla y porque su palabra nos acompaña en el viaje”7.

en plena celebración, un año más, de los misterios centrales de nuestra fe, ojalá los presbíteros nos dejemos contagiar por la alegría pascual de esa primera mañana de resurrección, donde hace dos mil años comenzaba todo, y donde de nuevo, hoy, tiene que comenzar todo nuestro ministerio. en este novo millennio ineunte, de aguas tan agitadas y movidas, el deseo de la iglesia es que los presbíteros acojamos de nuevo la invitación de volver a navegar duc in altum –mar adentro– para, de nuevo, fiados en su palabra, echar las redes de la evangelización (cf. lc 5, 4). Mi humilde convicción, como gallego que soy y miembro de una iglesia que peregrina en una tierra rodeada por un mar que amenaza continuamente a sus costas con la muerte, es que la evangelización se realiza de marea en marea; y que, por tanto, a toda bajamar le sigue su pleamar. Hace siglos, la primera marea de la evangelización subía hasta alcanzar el Finisterrae de una perdida provincia del entonces impero romano. Siglos después, cuando esta provincia pasó a formar parte del que llegaría a ser el Imperio sobre el que nunca se ponía el sol, una nueva pleamar del evangelio llegaría a las costas del Nuevo Mundo, al nuevo Finisterrae, como lo denominaba el papa Francisco la misma tarde de su elección. entonces allí, donde desde el inicio del mundo siempre se había puesto el sol, un nuevo Sol nacía de lo alto y comenzaba a brillar (cf. lc 1, 78). en este siglo XXi, después de que el Señor hubiera salido a llamar a nuevos jornaleros “muy de mañana”, “a las nueve de la mañana”, “al mediodía”, “a las tres de la tarde” y “hacia las cinco de la tarde” (cf. Mt. 20, 1-8), a los que como presbíteros respondimos positivamente a su llamada, la iglesia nos envía ahora a salir de nuevo a la mar, y a montarnos sobre la nueva marea que busca alcanzar nuevas costas y un nuevo Finisterrae evangélico, para que también allí se escuche la Buena Noticia de Dios, para que también allí las tinieblas dejen paso al verdadero Sol invicto que surge: Cristo.

Teniendo como telón de fondo el lago de galilea, donde Jesús llamó a sus primeros discípulos y los invitó a ser pescadores de hombres (cf. Mt 4, 18-22), querría terminar evocando la propia llamada de los que somos sacerdotes, e invitarnos e invitarles a renovar nuestro seguimiento con unas palabras de ratzinger, tan hermosas como ciertas y esperanzadoras, que dicen así:

“pocas veces se percibe de manera tan inmediata en un texto bíblico la alegría pascual de los discípulos como en el pasaje evangélico de la aparición de Jesús a orillas del lago de Tiberíades. el frescor de la mañana en el mar de galilea nos permite intuir algo de la fresca alegría matinal de la iglesia naciente, en la que todo es punto de partida, comienzo, esperanza. el extenso lago, cuyas aguas se funden en el horizonte con el azul del cielo, es imagen del futuro abierto de la iglesia, en el que allá, a lo lejos, se tocan cielo y tierra. Se puede, llenos de consuelo y esperanza, acometer el riesgo de la partida al ancho mar de los tiempos

de unificar las múltiples y diversas actividades y facetas que tenemos como sacerdotes. gracias a la misma, por lo tanto, podemos encontrar respuesta a la exigencia esencial y permanente de unidad entre la vida interior y las múltiples tareas y responsabilidades del ministerio, que tantas veces nos hacen sentir fragmentados, dispersos, así como poco creativos y fecundos en nuestro trabajo5.

IV. CONCLUSIÓN: DEJARNOS RENOVAR POR LA ALEGRÍA PASCUAL DE LA PRIMERA HORA

“Con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones”, había definido la nueva evangelización el beato Juan Pablo II ante la asamblea del CelaM en 19836. Nuestros posibles cansancios o desánimos como presbíteros no deben imponerse al entusiasmo y la ilusión o alegría con los que se nos pide que realicemos el servicio y las tareas propias de nuestro ministerio. estas son las actitudes propias de la nueva evangelización. estas actitudes, por otro lado, no se basan en nuestras muchas o pocas fuerzas, éxitos o fracasos, sino en la certeza de que el agua que vertemos en el campo del mundo, y el vino que servimos en la mesa de la humanidad, guardan siempre la novedad con la que Dios da vida a su creación en cada momento, y hace siempre nuevo nuestro ministerio.

así pues, en conclusión a todo lo compartido con el lector, mi reflexión quiere ser una nueva invitación a dejarnos empapar por el entusiasmo con el que los 72 discípulos volvieron tras haber sido enviados por Jesús. pensemos, para ello, en los miles de 72 discípulos que nos han precedido en esta hermosa y apasionante tarea de evangelizar; y que han sido los que nos han dado el relevo en la misión que hoy tenemos. Quizás ellos han sido quienes nos han contagiado su entusiasmo. pienso en los santos universales de la iglesia, pero también en los santos sacerdotes que todos hemos conocido y que, de diversos modos, en su momento nos hayan podido ilusionar en nuestra opción vocacional, o fortalecer en nuestras dudas y debilidades, cuando las hayamos tenido.

PL

IEG

O

N O T A S

1. Cf. Mons. Julián Ruiz MaRtoRell, “Mira hago nuevas todas las cosas”. Carta pastoral del obispo de Huesca y Jaca con motivo de las fiestas de Pascua (16-04-2012), disponible en: <http://www.agenciasic.es/2012/04/16/mira-hago-nuevas-todas-las-cosas/> [21-03-2013].

2. Juan Pablo ii, exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, Roma, 23 de marzo de 1992, n. 70.

3. CongRegaCión PaRa el Culto Divino, Ritual de órdenes, Madrid, Coeditores litúrgicos, 1989, n. 163.

4. Joseph RatzinGeR, Servidor de vuestra alegría, Barcelona, Herder, 2007 (2ª ed.), pp. 18-21.

5. Cf. Juan Pablo ii, exhortación apostólica postsino-dal Pastores dabo vobis, Roma, 23 de marzo de 1992, n. 23; CongRegaCión PaRa el CleRo, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31 de enero de 1994, Ciudad del vaticano, editrice vaticana, n. 43.

6. Juan Pablo ii, A los obispos del CELAM, Puerto Príncipe, 9 de marzo 1983, en Ecclesia (1983) 2.119, pp. 413-415.

7. Joseph RatzinGeR, Servidor de vuestra alegría, Barcelona, Herder, 2007 (2ª ed.), p. 53.