LOS PIRATAS DEL ARTE · geren, sino de pintores antiguos; para Van Beu ningen se trataba de...
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LOS PIRATAS DEL
ARTE
Pierre Cabanne
Lo falso no existe, sólo hay falsificadores. El mercado de las falsificacionessuele ser paralelo, cuando no complementario, al mercado internacional del
arte, siendo a veces las mismas personas las que se mueven en ambos terrenos, directamente relacionadas, o a través de intermediarios con ...
lCon quién? El dueño de un cuadro se pre-senta ante un marchante para enseñárselo.
-Señor mío, su cuadro es falso -le asegura.-iPero si tengo el certificado de un experto!-Su certificado también es falso.-l Va usted a decirme que el marchante a
quien se lo compré también es falso? -Pues eso mismo.Los falsificadores no sólo cuentan con el des
conocimiento que de las reglas del mercado del arte tienen sus «clientes», también dan por sabida su ignorancia del arte mismo. No son pocas las falsificaciones de una grosera mediocridad. lQué ingenuo ha podido llegar a confundir semejantes borrones de flores y asnos volantes con un Chagall o aquellos jeroglíficos con un Magritte? De cara a los ingenuos es necesario que la correspondiente autoridad certifique la autenticidad. El comprador de un cuadro falso, indignado por haberse dejado engañar, o se calla o corre a quejarse a quien se lo vendió. Pero laastucia del marchante nunca llegará a discutir laopinión de sus colegas sino que insistirá en elcertificado del experto. Por una sencilla razón.
Porque el certificado firmado por el experto más prestigioso no garantiza absolutamente nada. Representa una opinión y quien la firma no contrae ninguna responsabilidad financiera. Si surgen problemas, el experto puede mantener su opinión o por el contrario lamentarlo, reconocer su equivocación de buena fe. Al no haber participado legalmente en la venta del cuadro nada tiene que reembolsar. Sólo en venta pública el experto contrae su parte de responsabilidad, como uno de los implicados en un acto comercial. Según la Ley, tasadores y expertos son conjuntamente responsables en ese caso.
El marchante que vende la falsificación también obra de buena fe. De haber factura, eso supone automáticamente una garantía que en Francia dura treinta años. Si el comprador prueba que ha sido engañado, puede entonces exigir su reembolso, pero sin factura sólo puede recurrir ante el Comité profesional de galerías de arte, que designará a un grupo de expertos, tres en principio, «de reconocida competencia e integridad». Procedimiento largo y complejo que nun-
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ca obliga al marchante al reembolso, puesto que actúa de buena fe ...
FALSO HIPPIE, MARCHANTE VERDADERO
Magnate del petróleo y coleccionista, el tejano Algur Meadows compró entre 1964 y 1966 obras de prestigiosos maestros contemporáneos por unos dos millones de dólares. Certificados por conocidos expertos. Pero examinada la colección por expertos americanos, cuarenta y cuatro telas resultaron falsas. Habían sido compradas a un tal Legras, entre ellas quince Dufy, nueve Derain, siete Modigliani, dos Bonnard, cinco Vlaminck, etc.
Fernand Legras procedía del ballet del marqués de Cuevas, antes de dedicarse al comercio del arte, en el que ya había protagonizado más de un asunto dudoso. Había sido denunciado por la viuda del pintor Marquet, al resultar falsa una tela de su marido que él había vendido y en relación con una venta en Pontoise tenía pendientes cuatro embargos. Millonario, veinticinco años, Legras vendía cuadros en Estados Unidos, Alemania, Japón y en casi todo el mundo. lFalsificaciones? i Qué horror!
Meadows viaja a París donde un célebre marchante declara haber sido el primero en dudar de la autenticidad de los cuadros durante una partida de golf en Palm Beach, California. Los representantes del Comité profesional de galerías de arte confirman el diagnóstico. Y uno de los expertos que había firmado los certificados de autenticidad declara: «Llevo veinticuatro años examinando un promedio de veinte mil cuadros al año. Lo que supone unas doscientas cincuenta mil decisiones. Cualquiera puede equivocarse.»
Meadows lleva el asunto a los tribunales y Legras es detenido en Suiza, pero no tarda en evadirse y desaparecer. Viaja algunos años de un lado para otro y tras no pocas aventuras vuelve a ser detenido en Brasilia, extraditado y acusado de «estafas, falsificaciones y fraudes en materia artística». Intenta suicidarse, se restablece rápidamente y contraataca.
Como ciudadano americano declara incompetente a la justicia francesa y asegura, habiendo sido él mismo engañado, haberle propuesto a Meadows la compra de los cuadros en cuestión, a lo que el magnate se había negado. Alega no haber recibido ningún tipo de queja de sus clientes anteriores, incluido el gobierno japonés, y se pregunta por qué nadie rechaza a los expertos que declararon su error. La respuesta vuelve a ser su «buena fe».
Armado de abogados, Legras desafía a la justicia. Hasta que el «escándalo del siglo», como se le llamó entonces, pone al descubierto toda una amplia red internacional de falsificaciones, descrita por Roger Peyrefitte en su libro sobre Legras Tableaux de chasse. El acusado se declara víctima de las intrigas de marchantes envidio-
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CUADROS FALSIFICADOS POR VAN
MEEGEREN
«El lavatorio de pies» (tela, 115 X 95 cm., adquirido por el Rijks Museum en 1943), firma falsa.
«La bendición de Jacob» (tela, 125 X 115 cm.; 1941/42; adquirida en 1942 por W. Van der Vorm); firma falsa.
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«La Ultima Cena» (tela, 174 X 244 cms.; 1940141; adquirida en 1941 por Van Beuningen); firma falsa.
«Jesús entre los doctores» (tela, 157 X 202 cms.; realizada en 1945 en Amsterdam adquirida por un particular en 1950); sin firma.
«Cristo y la adúltera» (tela, 96 X 88 cms.; 1940141; adquirida por Goering en 1942); firma falsa.
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sos, de la falta de rigor o ignorancia de los expertos y de la debilidad de las viudas y herederos de los pintores.
lQuién había pintado las falsificaciones vendidas? Un curioso personaje, tan discreto y misterioso como Legros excéntrico y exhibicionista, hace su aparición en el caso. Vestido de hippie de lujo, con enormes cigarros siempre, más una flota de trece vehículos, entre ellos un Lincoln Continental blindado, se trataba de Elmir de Hory, el protagonista de la novela de Clifford Irving Fake y de la película de Orson W elles Question Mark. Fue quien vendió a Legros las falsificaciones -entre otros cuadros auténticos- compradas por Meadows. Desde Ibiza, donde había conocido a su cliente, Elmir de Hory se defiende: no se considera un falsificador sino un «intérprete» extremadamente hábil que lo mismo pinta un Picasso que un Matisse, un Derain que un Modigliani, sin olvidarse nunca de firmar sus «interpretaciones» con su nombre. Ya que la ley no impide a nadie copiar la obra de un maestro pero sí su firma. Así que alguien cambió la firma de Elmir por la del artista «interpretado». Se habló de un tal Raoul Lessard, amigo y secretario de Legros.
El «escándalo del siglo» duró más de quince años de proceso e informes periciales. Legros contaba con que el tiempo sería su mejor aliado. «Seis jueces de instrucción ya, y nunca he dejado de comparecer», decía, cada vez más desanimado. Otro tanto Meadows, por su parte. En diciembre de 1976 la justicia francesa tramitó la extradición de Elmir de Hory, que se suicidó poco después. En 1983 un cáncer acabó con Legros a los cincuenta y dos años.
DE BUENA FE
Nadie sabrá nunca quién fue el falsificador de los cuadros de Meadows, muerto también, y de otros vendidos por Legros y declarados igualmente falsos. En el mismo caso se encuentran muchos otros cuadros dudosos que circulan por el mundo, por ejemplo los tres Mondrian que el Centro Pompidou estuvo a punto de comprar en julio de 1978. Los tres contaban con certificados de conocidos y respetados expertos, con el respaldo de galerías, marchantes, viudas y herederos.
Los responsables del museo de Arte moderno que, sin tomarse demasiadas precauciones, los creyeron auténticos, no eran ignorantes ni sinvergüenzas. Michel Seuphor, especialista en Mondrian y amigo del pintor, que defendió apasionadamente su autenticidad, tampoco. lCómo se explica que el gran marchante Jacques Dubourg, especialista en Nicolas de Stael y también amigo suyo, comprase una acuarela de este artista cuyo autor, Jean-Pierre Shekroun, se dio luego a conocer y fue detenido? Todos actuaban de buena fe. El tráfico de falsificaciones terminan siempre en estas tres palabras.
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David Stein, después de ganar una fortuna vendiendo a coleccionistas y marchantes americanos obras de Picasso, Chagall, Miró, Cocteau y Matisse, fue finalmente detenido, al entrar Chagall por casualidad en su galería de Nueva York. Y a encarcelado, la administración penitenciaria le permitió exponer sus falsificaciones en la galería Wright Hepburn de Londres. Se vendieron todas, con la firma de Stein, treinta o cuarenta veces más baratas que sus modelos. «Telas de maestros a buen precio», bromeaban los críticos. En realidad no se engañaba del todo la buena fe de los clientes: David Stein tenía talento.
Como el famoso falsificador holandés Van Meegeren, que también consiguió burlar a notables expertos, entre ellos al ilustrísimo doctor Bredius, especialista en Rembrandt y Vermeer universalmente reconocido, que atribuyó al maestro de Delft un Encuentro en Emaús que Meegeren había pintado con esmero. Años de juicios, polémicas y apasionadas discusiones no llegaron a aclarar por completo el caso Van Meegeren, autor de otras obras de Vermeer, Frans Hals, Pieter de Hoog y Gerard Terboch, aunque tal vez no del Encuentro en Emaús, comprado en quinientos cincuenta mil florines por el Estado holandés, ni puede que de una Ultima Cena por la que el gran coleccionista Van Beuningen pagó un millón seiscientos mil florines. En opinión del pintor y experto belga Jean Decoen, ninguna de las dos obras era de Van Meegeren, sino de pintores antiguos; para Van Beuningen se trataba de auténticos Vermeer; según el experto Paul Coremans, director del laboratorio de los museos reales belgas, falsificaciones. Van Meegeren se creyó un genio a la altura de Vermeer, lo hizo creer a los demás y se hizo mundialmente famoso.
Como Elmir de Hory, Shekroun o David Stein, Van Meegeren era un artista fracasado, incapaz de hacerse un nombre mediante sus propias obras, aunque maestro en vengarse brillantemente de expertos y marchantes. En último término las falsificaciones son un arma muy eficaz contra la ignorancia y la indiferencia, hieren pero afortunadamente no matan; ningún experto ni marchante ha sido amonestado por sus respectivos colegios profesionales, ni se les ha prohibido seguir ejerciendo su trabajo por incompetencia o falta de honradez.
MAGRIITE, CHIRICO Y LOS DEMAS
«Lo difícil no es ser falsificador sino dejar de serlo una vez encontrado un estilo propio», según el experto Robert Lebel. No es sencillo pero Magritte lo consiguió. Uno de sus amigos, el escritor Marcel Marien, cuenta en sus memorias, La radeau de la méduse, que entre 1942 y 1946 vendió «unas cuantas obras de Picasso, Braque y Chirico, todas pintadas por Magritte», con el fin de «hacer hervir la olla». Ante las airadas protestas de la viuda de Magritte, que hizo prohibir el
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Van Meegeren durante el proceso en Amsterdam en 1947. Al fondo una de las imitaciones de Vermeer: La bendición de Jacob.
libro en Bélgica, Marien precisó haber vendidoun Bosque de Max Ernst, pintado por Magritte,por mediación del marchante Camille Goemans.El cuadro se incluyó después en el catálogo de laretrospectiva Max Ernst de la galería Tate en 1961y en el album The essentiel Max Ernst, de 1972.Los célebres y nada inocentes juegos surrealistas sobre ilusión y realidad no andaban lejos.
El caso Chirico es todavía más sorprendente.Los falsificadores no resistieron la tentación deemular la característica torpeza del pintor a lahora de repetir sus propias obras del períodometafísico. Chirico luchó con fuerza contra laconsiguiente inflación de falsificaciones, aunqueno siempre pudo distinguir, a su avanzada edad,y en su terminología, los «buenos» de los «malos». Había demasiados.
En 1975, en París, Roland Dumas, siendo entonces abogado, denunció a uno de los más extraordinarios falsarios del siglo: Daniel Pludwinski. Bajo varias identidades y pasaportes,Pludwinski dirigía en Milán toda una fábrica defalsificaciones, realizadas por un equipo especializado y vendidas a la alta sociedad italiana a través de misteriosos marchantes. No se trataba deun artesano de estudio como Shekroun o Stein,sino de un industrial provisto de material muy sofisticado: instrumentos ópticos, proyectores
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que reproducían en su tamaño los cuadros sobreuna tela virgen, etc. Las falsificaciones se solíanperpetrar a partir de cuadros auténticos, de losque éstas eran, según Pludwinski, sus variantes.En su poder se descubrieron ochenta Chiricosde todos sus períodos, con los debidos certificados de autenticidad. Algunos incluso antes de ser pintados, sólo con la firma del pintor que ibaa ser copiado: la «central» de Pludwinski contaba con falsificadores de firmas de desconcertante habilidad.
Lo cierto es que la mayoría de las veces loscompradores de cuadros no toman las debidasprecauciones. La primera consiste en exigir delmarchante, con la factura, una descripción claray precisa de la obra adquirida. La segunda recomienda no creer que es un buen negocio comprar un cuadro sin intermediarios de confianzapor menos valor del reconocido. Y la tercera requiere conocer la obra del pintor en cuestión,pues los falsificadores cuentan casi siempre conla ignorancia de sus víctimas. Recientemente sehan dado casos de falsificaciones detestables, deuna mediocridad flagrante. No todo el mundo esVan Meegeren.
Y hay casos en los que el auténtico suscitatantas dudas como el falso. ¿E1 pestillo delLouvre es de Fragonard, como asegura PierreRosenberg, conservador del museo, o copia deloriginal perdido, como sostiene el conocidomarchante Daniel Wildenstein? En 1972 elLouvre compró un retrato de Watteau, el de sumarchante y amigo Jean de Jullienne. Pero hansurgido dudas. Acaso no se trata de Jullienne y se le cambia el título por el de Retrato de gentilhombre. lSerá un Watteau auténtico, ahora que hasta su Gil/es se ha puesto en duda, como suDiana en el baño, también del Louvre? En el caso de W atteau, de unos cuarenta cuadros prácticamente seguros -hace medio siglo se le atribuían doscientos y trescientos-, sólo uno lo esabsolutamente: El embarco para Citera delLouvre. Toda esa obra polémica, les falsa?. En1969, en pleno año Rembrandt, el profesorHorst Gerson lanzó la bomba de que ciento setenta de las seiscientas obras conocidas delmaestro de Leyden eran de dudosa autenticidad,originales de otros pintores o bien copias de taller. Incluida David tañendo el arpa ante Saúl,uno de los más bellos Rembrandt del mundo.
Así pues, falsas atribuciones, antes que falsificaciones. lCuál es la diferencia? La falsificaciónes voluntariamente fraudulenta: un cuadro de Xque Y hace pasar por obra de Z sin que lo sea.En el error de atribución, uno o varios Y, insuficientemente informados o que aún no poseendatos que expertos e historiadores descubriránmás tarde, atribuyen la obra a Z.
El fraude es condenable y el error excusable.Pero en todos los casos, quienes engañan, se engañan y son engañados tienen algo en �común: siempre habrá en alguna parte �alguien de buena fe. �