Los partidos conservadores de Iberoamérica

16
LOS PARTIDOS CONSERVADORES DE IBEROAMÉRICA 1J AS generaciones hispanoamericanas de este siglo, al consi- derar el continente a que pertenecen, relacionándolo con los pueblos más avanzados de la civilización contemporánea, lo encuentran disminuido bajo un signo de atraso. Tal es el gene- ral concepto externo, y los propios interesados, con criterio frío y objetivo, no pueden negar que está fundado. La centuria larga de vida independiente, con su anejo raudal de infortu- nios y perturbaciones, sino común de todos, no alcanzó la ple- nitud de dicha pública prevista en los augurios iniciales. La extensión territorial que abarca el fenómeno y el tiempo transcurrido le dan la generalidad y la perspectiva histórica su- ficientes para estudiarlo como un caso destacado en la evolu- ción de los pueblos. El examen de las causas que pueden ha- berlo engendrado adquiere interés de primera categoría. Cuando el individuo anhela conocer las circunstancias de su vivir en el universo ha de volver los ojos a la nación de que se encuentra como ciudadano. La postura del hombre ante la historia no es igual piara el americano que para los esclavos de Asia, Europa o el África aledaña a la cuenca del Mediterráneo. Sobre la mayor parte de éstos gravita, con la inextricable pe- sadumbre de sus influjos herenciales, larguísima serie de siglos, desde los tiempos prehistóricos. Emigraciones legenda» ias» flo- recimiento indígena, conquistas y sometimientos, cruces innu- merables, esplendores y decadencia, el inmenso acervo actuó en la formación del hombre contemporáneo, determinando raza, carácter, lengua, idiosincrasia y civilización. Los filósofos de la cultura tratan de discernir los caracteres persistentes, diferen- ciándolos de los extinguidos, según leyes de agotamiento y 137

Transcript of Los partidos conservadores de Iberoamérica

LOS PARTIDOS CONSERVADORESDE IBEROAMÉRICA

1 J AS generaciones hispanoamericanas de este siglo, al consi-derar el continente a que pertenecen, relacionándolo con lospueblos más avanzados de la civilización contemporánea, loencuentran disminuido bajo un signo de atraso. Tal es el gene-ral concepto externo, y los propios interesados, con criterio fríoy objetivo, no pueden negar que está fundado. La centurialarga de vida independiente, con su anejo raudal de infortu-nios y perturbaciones, sino común de todos, no alcanzó la ple-nitud de dicha pública prevista en los augurios iniciales.

La extensión territorial que abarca el fenómeno y el tiempotranscurrido le dan la generalidad y la perspectiva histórica su-ficientes para estudiarlo como un caso destacado en la evolu-ción de los pueblos. El examen de las causas que pueden ha-berlo engendrado adquiere interés de primera categoría.

Cuando el individuo anhela conocer las circunstancias desu vivir en el universo ha de volver los ojos a la nación de quese encuentra como ciudadano. La postura del hombre ante lahistoria no es igual piara el americano que para los esclavos deAsia, Europa o el África aledaña a la cuenca del Mediterráneo.Sobre la mayor parte de éstos gravita, con la inextricable pe-sadumbre de sus influjos herenciales, larguísima serie de siglos,desde los tiempos prehistóricos. Emigraciones legenda» ias» flo-recimiento indígena, conquistas y sometimientos, cruces innu-merables, esplendores y decadencia, el inmenso acervo actuó enla formación del hombre contemporáneo, determinando raza,carácter, lengua, idiosincrasia y civilización. Los filósofos de lacultura tratan de discernir los caracteres persistentes, diferen-ciándolos de los extinguidos, según leyes de agotamiento y

137

HUNDO HISPÁNICO

transmisión no precisadas todavía. En esta tarea ingente se ago-ta la perspicacia de los historiadores.

Para el iberoamericano, el problema tiene otra dimensión.El origen de la población humana en aquel continenente ape-nas va en camino de esclarecerse. El estudio de las civilizacio-nes completamente autóctonas cuando el descubrimiento, com-pletado hasta lo posible y, por lo menos, al extremo de lo su-ficiente, muestra un hecho definitivo, y es que ellas fueronsustituidas de modo radical por la que llevaron los conquista-dores. El uso actual de las lenguas aborígenes y la persistenciade algunas costumbres y hábitos, no infirma el aserto, porqueesos idiomas y tales modos de vida perduraron únicamente encuanto no pugnaban, sino, por el contrario, se sometían y aco-modaban al concepto de vida que llegó a las playas america-nas con las naves de Colón.

Lo llevaron los hombres del Renacimiento español. Trátasede uno de los tipos de cultura mejor conocidos, porque la tra-yectoria de su formación ha podido seguirse sin hiatos y es-tudiarse bajo todos aspectos. Ofrece rasgos peculiares que lesingularizan y destacan. Su robustez como instrumento de ac-ción creadora y su prodigiosa capacidad de dominio sobre elmedio circundante le hicieren idóneo para cumplir el mayorempeño de la historia: la conquista de América.

Las civilizaciones aborígenes perdieron todo papel activo.Por grandes que pudieran haber sido les pasos de su desarrollo,habida cuenta del total aislamiento en que "crecieron, eran portodo extremo insignificantes frente a la cultura grccolatinaque llegaba a las tierras desconocidas. La religión allí estabamancillada con sacrificios humanes en cultos monstruosos. Lascostumbres eran bárbaras, la industria rudimentaria, nulos losconocimientos científicos. No habían descubierto la rueda, ni elalfabeto propiamente tal, porque sus inscripciones no pasaronde señales o signos nemotécnicas, sin organización sistemática.

Frente a deficiencias tamañas apareció el hombre del Re-nacimiento español, sólido y completo poseedor de h mejorcultura de su tiempo. No es de extrañar, por tanto, que lasrudimentarias estructuras sociales americanas se esfumaran anteaquel hálito poderoso, no conservándose la influencia indígena

138

MUNDO HISPÁNICO

sino en forma pasiva, según los grados de maleabilidad o derechazo con que los pueblos indios recibían la impronta delnuevo cuño.

Para el iberoamericano actual, el problema de los orígenesde su cultura aparece de sencillez esquemática: lo aborigencomo el metal fresco y nuevo para la acuñación; el sello fueel Renacimiento con sus rasgos y relieves hispánicos, integra-dores de un tipo de civilización, inconfundible con otro algunoen la historia.

Poco más de tres siglos duró la dominación ibérica en tie-rras del nuevo continente. Durante este lapso, si el signo po-lítico fue constante, estuvo lejos de serlo el espíritu que lo ins-piraba.

Esta trasmutación del sentido integrador del imperio es-pañol tuvo caracteres que alcanzaban los extremos de la con-tradicción entre el aliento que le dio vida y el que le sosteníaprecariamente a vísperas de su disolución. Cambio tan radicalpuede sintetizarse en dos actitudes de la corte en los inicialesy en los últimos tiempos. Isabel la Católica dictó la pragmáticaadmirable, según la cual los indios eran vasallos libres de lacorona de Castilla. Ese fue el espíritu con que el imperio fueconstruido. En la corte de Carlos IV se pensaba que e) saberleer era un lujo y regodeo sin el cual bien pedían pasarse lossubditos americanos. Se había llegado a esa antítesis opresivay destructora de la magnanimidad de sus principios. A! signode igualdad para mejorar y civilizar, se sustituyó el de distin-guir y diferenciar entre nacidos para la servidumbre y privile-giados para el mando. Una autoridad despótica y centralistapesaba ahora sobre las cervices que mucho antes habían re-cibido los estímulos fecundos de la más alta cultura que porentonces disfrutaba el género humano.

Semejante cambio fue fatal para el imperio español, porquedio nacimiento a fuerzas centrífugas de destrucción y despeda-zamiento. La gigantesca estructura —la construcción más du-radera de la época moderna— fue atacada desde fuera conpertinacia inspirada por envidias e implacables celos de contra-puesto predominio, que utilizaba la «leyenda negra» como ar-tillería pesada contra la fortaleza. Pero el secreto íntimo de su

MUNDO HISPÁNICO

ruina estuvo en el cambio y desfiguración de su alma, tristeorigen de su debilidad interna, clave de su derrota.

El hombre español había heredado de la Edad Media unaforma política de vida superior a las entonces existentes entodo el mundo en cuanto garantías a las personas y franquiciasmunicipales. La libertad y los albores de la democracia lucie-ron primero en España que en Inglaterra. La carta d& León,de principios del siglo XI, precedió a la carta magna inglesa, yya concedía a las ciudades jurisdicción administrativa y judi'cial, reconocía el derecho hereditario del siervo a la tierra quecultivaba y la plena libertad de cambiar de señor. En tomo delos fueros de regiones y ciudades, defendidos tan empeñosa-mente, prosperaba un altivo espíritu de civismo y regulacionesjurídicas, en que se complacía el genio individualista de la raza.

Los conquistadores que pasaron el mar llevaron ci fervorpor los fueros regionales, en cuya defensa y goce se habíaempleado su juventud, indemnes todavía por entonces de lasdisminuciones impuestas luego por la dinastía austríaca. El ma-yor anhelo de aquellos hombres intrépidos era fundar una ciu-dad. El hecho constituía un acto esencialmente jurídico, cele-brado con la solemnidad posible, a nombre del rey, con actapasada ante notario y suscrita por los fundadores. No se hacíapor ostentación, sino porque, según la experiencia del españolcorriente, al concepto de ciudad eran inherentes derechos yprerrogativas de que no sabían vivir desprovistos.

La igualdad de las almas ante Dios daba a la dignidad dela persona humana prerrogativas y derechos más sólidos y tras-cendentales que cuantos se derivan de otras teorías. La perfectaimpregnación cristiana del alma popular daba a la vida socialun elevado tone de dignidad y de justicia. El Comendador deOcaña, El Alcalde de Zalamea y las firmes voces de Fuente'ovejuna muestran a la posterioridad las reacciones de hombresdignos ante los desacatos a sus personas.

La monarquía española, creadora del imperio, tenía una es-tructura reciamente teológica, según la cual el uso del poderdebía consagrarse a realizar en la tierra el reino de Dios y sujusticia. Con esta fórmula se comprendía cuanto la imaginacióny la experiencia del hombre alcanzan a percibir como elemen-

140

MUNDO HISPÁNICO

tos constituyentes del bien común, supremo fin del Estado.Cualquier desvío era considerado como abuso que afectaba elvínculo de obedecimiento. En materia grave, la sujeción que-daba rota. El tirano no debía ser obedecido. Los teólogos es-pañoles hicieran por la dignidad del hombre y por su libertadlabor incomparablemente más fecunda y efectiva de cuantorealizaron después los ideólogos revolucionarios.

El concepto inicial profundamente cristiano, de servicio yrespeto al pueblo, por reyes estrictos dispensadores de justicia,a quienes se hacía ver que su grande preeminencia ;e acom-pañaba de responsabilidad igualmente grande, es creación delgenio español, si no exclusiva como tipo, sí engrandecida comorealización en el ejemplo heroico de los Reyes Católicos. Esuna figura moral de imponderable grandeza ese inmenso poderligado por ataduras invisibles, pero tan poderosas y eficaces quehacen doblar las frentes del rey y del vasallo ante una potestadpara la que ambos son iguales.

A esa grandeza moral correspondió la grandeza material deaquel imperio que seguía al sol en su giro. Contingencias histó-ricas hicieron que el espíritu fuese cambiando. De fucú vino,con otra garantía, un concepto del poder, cesansta y sbsclutis-ta> que no era español. Las nobles libertades municipales y laaltiva prestancia de los fueros quedaron reemplazadas por uncentralismo ceñudo y burocrático, por ordenaciones generales,rígidas e implacables, que marchitaron la admirable variedadde los pueblos peninsulares. El despotismo ilustrado mal disi-mulaba, bajo la capa de ilustración, su esencia tiránica, tan con-traria al carácter popular de la raza.

Espíritu tan distinto del inicial se infiltró a todos los ex-tremos del vasto imperio. Las gentes del nuevo orden echaronen olvido el magnánimo concepto de igualdad entre america-nos y peninsulares con que se inició la conquista hasta llegara los excesos intolerables de diferenciación, que Camilo Torresrecogió en su famoso Memorial de agravios. La acumulaciónde medidas arbitrarias dictadas por la moda extranjera del filo-sofismo, la coerción económica de todo el continente de ul-tramar, agudizada por la práctica de un centralismo adustoe inexorable, alteraron las condiciones de vida del mundo co-

141

MUNDO HISPÁNICO

ionial en tal forma que las secciones que lo componían hubie-ron de pensar en independizarse, si habían de continuar sien-do españolas.

Del modo como el «despotismo ilustrado» llegó de Franciaa España, aniquilador de los principios filosóficos y moralesque protegían la dignidad humana en un Estado fuerte pararealizar el bien común, también llegó de allí la reacción encar-gada de destruirlo. Acontecimientos históricos harto sabido1.,crearon aquella confusión inextricable, en que la metrópoli ylas colonias se apresuraron a pelear contra el poder intruso quela invasión quiso imponer; pero aquella lucha ya no ocurrióapoyada en el espíritu primitivo, fecundo, creador y cohesio-nador, de raíz hispánica, sino en otro de divergencia y dis-persión, estimulante de novedades, embriagado de utopías, conel prometedor atractivo de lo exótico y de brillante presenta-ción, que en las lejanas colonias, sorprendidas por la abdica-ción de Bayona, tuvieron largo eco: las ideas libertarias dela Revolución francesa.

Iniciada la independencia de la América española al finali-zar el segundo lustro del siglo XIX, quedó terminada con elquinto. Transcurrió otro todavía iluminado por el resplandor dela gesta emancipadora, durante el cual bullían y empezaban amanifestarse fermentos anárquicos. El asesinato de Sucre, elcrimen político más nefando de la historia del continente, mar-ca la fecha inicial de la aciaga propensión a la violencia de lastendencias liberales, que decretaron la inmolación de aquel in-maculado padre de la patria y se aprovecharon de ella.

El espantoso horror de ese delito señala la margen del vór-tice que se abrió para los pueblos de la América española conla independencia recién conquistada. Notificaba su existenciaen la vida pública una tendencia política que, a trueque derealizar sus ambiciones de dominación, no se detenía ante lavida más pura ni los méritos más sobresalientes. El Mariscalde Ayacucho tiene la dimensión excepcional del hombre aquien ninguna tacha pudieron oponer jamás sus enemigos nisus émulos. Que un hombre tal haya podido ser sacrificado porespíritu de partido, según consignas de juntas sectarhs, des-

142

MUNDO HISPÁNICO

cubrió la calidad atroz que habían de tener en el continentelas luchas políticas.

El hallarse frente al abismo no fue una sorpresa para losdirectores de la emancipación. Mucho antes de que terminarala guerra de independencia Bolívar decía ante el Congreso deAngostura, en el documento profético que no puede releersesin nueva admiración: «La libertad indefinida, la democraciaabsoluta, son los escollos a donde han ido a estrellarse todas lasempresas republicanas... Angeles, no hombres, pueden única'mente existir libres, tranquilos y dichosos, ejerciendo toda lapotestad soberana».

El afrancesamiento fue un signo de desventura para el im-perio español, cuando existía, y siguió siéndolo luego para lasporciones en que quedó disgregado. Había sido francés el vien-to traído por el absolutismo centralista, que hizo intolerablela tensión entre criollos y peninsulares. También de Franciasalió luego el huracán revolucionario dominante en la época defundación de las nuevas repúblicas, de ingrato influjo en susdestinos.

Una especie de determinante histórica del momento, para nollamarla fatalidad, hizo imposible en Hispanoamérica toda con-cepción de derecho público interno distinta de la forma elec-tiva. El ensayo se hizo en terreno que carecía de barreras decontención y motivos inhibitorios para los excesos. Presentóseun impetuoso desbordamiento hacia la demagogia en los pen-sares y en los hechos, parejo con una laxitud en la integridadciudadana, que aceptaba intrigas, cohechos, fraudes. El espec-táculo fue desconcertante y abrumador. Refiriéndose a él de-cía Bolívar: «Si fuese posible que una parte del mundo vol-viera al caos primitivo, éste sería el último período de Amé-rica».

Las opiniones del fundador de cinco de las repúblicas ameri-canas, que al mismo tiempo es el más profundo pensador po-lítico de ese continente, tienen un valor sin igual, porque na-die tuvo un conocimiento más cabal de aquellos pueblos, na-die tampoco vio tan de cerca las reacciones iniciales de su vidacivil, ni sufrió en carne viva los golpes de la contienda comen-zada. Su descontento fue temprano. En 1822, antes del triunfo

MUNDO HISPÁNICO

•definitivo, decía: «No veremos nosotros, ni la generación quenos siga, el triunfo de la América que fundamos». Y en otraocasión agregaba: «No hay buena fe en América, ni entre loshombres, ni entre las naciones. Sus Tratados son papeles; susConstituciones, libros; las elecciones, combates; la libertad,anarquía, y la vida, un tormento».

Cerrada en 1830 la primera etapa de la vida independiente,empieza una nueva que treinta años más tarde había de llegaral paroxismo, cuando se generaliza la emancipación de los cs-clavos y cubre todo el siglo XIX con interminables discordias.Desde los albores de la independencia empezaren a diseñarselos des grandes grupos en que había de dividirse el pensa-miento politice de las poblaciones emancipadas. De un lado,quienes arrastrados por el viento dominante creían que la li-bertad por sí sola tenía una virtud taumatúrgica infalible para•el logro de todas las aspiraciones sociales, modo de pensar in-cubado en e! ambiente falso y sentimentalista de la bondadnatural del hombre. Del otro, los hombres de pensamiento re-flexivo, que, desconfiando de estas ideologías románticas, des-deñaban unos supuestos no probados por ninguna experiencia,y creían más bien que es ley fundamental de la vida que nin-gún organismo logra adecuado desarrollo ni plenitud de for-mas de existencia si no sigue fielmente las leyes de su natu-raleza.

La experiencia y la filosofía descubren en la naturaleza delas sociedades humanas unos principios de justicia, unos dere-ches inalienables de las personas componentes y unos modos deser y actuar de éstas, que se conservan inmutables, sin excep-ción alguna, a lo largo de la historia. Estos modos de ser pue-den considerarse bajo dos aspectos: el intelectual y el moral.La inteligencia no está distribuida en porciones exactas entrelos hombres. La bondad natural del ser humano es un tópicode sensiblería literaria, sin fundamentos en la realidad, porqueno ha habido momento alguno en que todos los individuos dela especie reaccionen idénticamente del lado de esa equidadfundamental grabada en cada conciencia. La sabiduría descu-bre, inherentes a la naturaleza de la sociedad, dos jerarquías:la intelectual y la ética. El individuo que reúna caracteres des-

144

MUNDO HISPÁNICO

tacados en la una y la otra es tipo óptimo del género humano.De observación igualmente objetiva es que dichas jerar-

quías tienen una vasta gradación de matices, que van, para launa, desde el genio hasta el idiota, y para la otra, desde t\ san-to hasta el criminal nato. Entre tales extremos se comprendela innumerable variedad de individuos que integran una socie-dad civil.

Si esta sociedad ha de manifestarse plenamente en el logroeficaz de los fines que la motivan debe actuar de acuerdo conlas leyes evidentes de su naturaleza. Si sus jerarquías naturalesse deshacen o se modifican y perturban, la resultante es el caos,la ineficacia y el trastorno.

La política, en su alto sentido, es la más noble, pero tam-bién la más ardua tarea de la inteligencia. Alcanzar el bien-estar común es la meta excelsa de la ética social. No hay pro-greso nacional sólido y digno si no se integra en la armoníade la inteligencia esclarecida y la conciencia impregnada en laseternas nociones de la justicia. Las dos exigencias muestranque la naturaleza de la sociedad reclama para su buen gobiernola presencia y el reconocimiento de las dos jerarquías: la inte-lectual y la moral. El mayor éxito político es obra de los másaptos y mejores.

Estas ideas, de validez incontrastable, formaron el núcleodel pensamiento político de los partidos conservadores en laAmérica hispana. A través de su vida Bolívar persiguió, conincansable y sabia preocupación, el predominio, en las socie-dades nacientes, del «poder moral», protector de la justicia,baluarte contra los extravíos de la libertad y freno de las in-consideradas demasías y quimeras de los ideólogos. Su alto sen-tido de responsabilidad histórica de la obra que realizaba lellevó a proponer fórmulas constitucionales concretas, como di-que ante el torrente de ilusiones y utopías surgidas en la mentede los criollos emancipados.

Gravísimo problema era organizar toda una familia de Es-tados en época en que prácticamente el Derecho internacionalmoderno no existía. Los recuerdos de las antigüedades griegasy romanas acudían a los espíritus; mas no podía dejar de pen-carse, con viva y justa zozobra, si instituciones de tiempos tan

M 5 .o

MUNDO HISPÁNICO

remotos, de costumbres tan por entero diferentes, no seriarelocura y quimera aplicadas a aquellos pueblos recién nacidos,sin tradiciones de gobierno propio. El ambiente estaba sobre-saturado con el ideario disperso sobre el mundo por la Revo-lución francesa; y ante los ojos aparecía como modelo inme-diato la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica^recientemente redactada. Características raciales, impresionesgeográficas, costumbres arraigadas en una tradición de tres si-glos, determinantes geográficos, todo era distinto en las anti-guas colonias inglesas y las españolas, en aquel punto en tran-ce de constituirse.

Los talentos eminentes que aparecieron como iniciadores-del pensamiento conservador en los distintos países surameri-canos, percibían que la copia de la Constitución norteamerica-na era de utilidad muy incierta. En buena parte de ellos sehicieron, con ingenuo entusiasmo, ensayos de federación, coninmediatos resultados desastrosos. La debilidad de los organis-mos nacionales se acentuaba con la atomización de las potes-tades supremas, la multiplicación de Congresos y Constituciones-y el inevitable choque de organismos y legislaciones diferentes.No se había consultado Códigos que enseñaran la cienciapráctica del gobierno, sino ensayos y divagaciones de ideólo-gos, que especulaban sobre imaginarias repúblicas aéreas, dondela sola libertad como panacea había de lograr la perfección dellinaje humano. Filósofos locuaces, sin experiencia, acalorabanlas mentes, imponían una legislación desalumbrada, atadura dé-los gobiernos con cadenas dialécticas y sofísticas. El libera-lismo, que nacía con tales voceros, en la teoría, asordaba elcontinente con declamaciones de libertad, igualdad y fraterni-dad; pero en la práctica, a cubierto del frenesí por el emblemarevolucionario de Francia, hizo correr a los Estados, a pasos--agigantados, hacia la demagogia, el jacobinismo y una anarquíaendémica, tiznada de sangrientas y terribles violencias.

La anarquía es la destrucción de las naciones. Para no mo-rir han de curarse de ella. La acción de las tendencias liberalesiberoamericanas fue el pertinaz socavamiento de las dos jerar-quías atrás nombradas, débiles ya para eliminar por sí solas lahidra de mil cabezas. A falta de ellas, los pueblos americanos

146

.\:UNDO HISPÁNICO

debieron de buscar su salvación d» la anarquía en la autocracia.Por eso la anarquía y militarismo fueron las formas alternadasde su desarrollo político. Es imposible no ver allí el signo y laclave de su atraso.

Las desdichadas apelaciones a la autocracia se distinguen enSuraménca porque no son signo exclusivo de los dos partidoscontendores. Hubo dictadores y tiranos, que no fueron sinodéspotas, sin ideas. Los hubo de procedencia partidaria. Tambiénexisten egregias figuras de hombres probos y fuertes, que lu-charon con heroico denuedo por el orden y la justicia, tanabatidos por el embate enfurecido de la disolvente anarquía,y sobre los cuales se ha acumulado el dicterio de una lucha aúnviva. Es un vastísimo mosaico de caracteres complejos impo-sible de calificar genéricamente sin incurrir en equivocacionesfundamentales. Desde el déspota abominable y sangriento has-ta el salvador de su país en momentos de agonía, como Cinci-nato, todo se ha visto en las tierras americanas, sin que la in-excusable acción eficaz de mandatarios desinteresados y pro-bos pueda servir de cobijamiento a las demasías de caudillosdesenfrenados o caciques tiránicos.

Para darse cuenta del movimiento pendular en que la vidaiberoamericana ha transcurrido importa conocer los delirantesextremos a que unas veces por ignorancia de la historia e inge-nuidad tonta, y otras por calculada malicia encubridora de re-cónditos propósitos autocráticos, entre alardes jacobinos y de-magógicos, los corifeos políticos impulsaron a las multitudesiberoamericanas. Causa asombro considerar que un gran poeta,Lamartine, cuyo mérito como historiador es exiguo, mientrassu valor como pensador político ha de tenerse como nulo, hayapodido ser el maestro de las generaciones liberales en Chiley otras democracias del continente, donde se le tenía por unnuevo Moisés, especie de semidiós legislador de quiméricas re-públicas. En Colombia, la utopía liberal se alimentaba en unamala novela, El Mártir del Gólgota, de Pérez Escrich, caídahoy en el más justo de los olvidos, mas de tan grotesco in-flujo por aquel tiempo que una fracción liberal se llamaba «gól-gota», por considerar que Cristo era el modelo de los demó-cratas. En Venezuela, un demagogo; Antonio Leocadio G¡iz-

MUNDO HISPÁNICO

man, suscitaba la lucha de clases y ofrecía la repartición de lastierras, creando un estado social que explica, como reacción,prolongadas y opresoras dictaduras militares. El desenfrenoideológico de Chile arranca de la libertad, va a la licencia y seprecipita en la barbarie hacia 1830. En Bolivia se alternan in-numerables revoluciones y predominio de caudillos bárbaros, yel asesinato es el más frecuente fin de los mandatarios, demó-cratas o tiránicos. Una turbulencia confusa de conspiraciones yguerras civiles, con episodios que en veces lindan con la bar-barie, agitó a los pueblos de origen ibero de un extremo a otrodel nuevo mundo, cuya causa y raíz profunda siempre sehalla en el morboso y desalumbrado entusiasmo por las ideasenciclopedistas, que ponían de lado, con menosprecio, los in-conmovibles principios del bien público, sólo alcanzable en lasociedad jerarquizada por la virtud y el talento, sustituyéndo-los por la utopía de la igualdad para intervenir en la direcciónpolítica, con lo que ésta queda al arbitrio de los más, que pornaturaleza son los menos inteligentes.

En medio de aquella agitación, el principio de autoridaddominó la evolución del Brasil. La traslación de la corona lu-sitana a Río de Janeiro hizo norma! allí la continuación de laforma monárquica, sin raigambre ni posibilidades en el restodel continente. Tal circunstancia permitió que los progresosfueran definitivos y el orden durable. Los propios espíritus li-berales, como José Bonifacio, Feijóo, Pereira de Vasccncellcs,a pesar de inicial contagio o de ia moda política, se volvieronmoderados o conservadores cuando tuvieron responsabilidadesdirectivas. Entre la colonia y la República apareció el breveimperio brasileño como un peder moderador, con lo que aque-lla nación se vio libre de las tremendas y perturbadoras con-mociones de sus hermanas. Uno de sus pensadores más altos,Oliveira Martins, anotó que por haber seguido las salvaderaslíneas directrices del pensamiento de Bolívar el Brasil eccnomi-zó buena parte de los trastornos de otros pueblos.

También en México se intentó poner dique a la anarquíacon el principio de gobierno monárquico; pero el fracaso in-mediato del efímero imperio de Itúrbide, demostró que el sis-tema requiere cimentarse sobre valores históricos, sentimientos

.V.UNDO HISPÁNICO

tradicionales y hábitos arraigados, y que para fundar una di 'n2stía hacen falta hechos personales de excepción, no bastandola simple excelencia de un jefe militar sobre sus colegas. Cuan-do tiempo después, también por el deseo de asegurar la soli-dez y continuidad del régimen político, se quiso proveer alos primeros emendo la corona a un príncipe austríaco, el apo-yo militar francés con que se hizo no reemplazó la adhesiónpública. Al contrario, el príncipe y los soldados extranjeros fue-ron pesado lastre que malogró el ensayo.

Los notables hombres de estado que formaban el Conseje»de ministros de Bolívar, en los gloriosos días de la Gran Co-lombia, no pudieron esquivar su preocupación ante los brotesde anarquía larvada que amenazaban la grande obra liberta-dora. García del Río fue el elocuente propugnador del sistemamonárquico como el más adecuado para el logro de una estruc-tura firme entre la nebulosa social producida por la indepen-dencia. Los ministros y los grandes generales propusieron aBolívar que se coronase, lo que él declinó con nobles palabrasen carta célebre dirigida a uno de éstos: «Ni Colombia esFrancia, ni yo Napoleón. Napoleón era grande y único y, ade-más, sumamente ambicioso. Aquí no hay nada de esto. Tam-poco quiero imitar a César; menos a Iturbide. Tales ejemplosme parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador essuperior a todos los que ha recibido el orgullo humano; porlo tanto, es imposible agrandarlo».

Los más altos talentos y los espíritus mejor equilibradosestaban dándose buena cuenta de que la libertad sin el ordenera el camino de la disolución, y que la igualdad escueta, tanpropicia a las quimeras del romanticismo en política, reflejo dela moda general, desarticulaba la sociedad al desconocer lasíntimas leyes de su naturaleza. Andrés Bello, formado en lasmejores disciplinas humanísticas y jurídicas, da el robusto ci-miento de estabilidad ideológica y es el padre del Derecho ci-vil, el Licurgo de los nuevos pueblos. Sendas iguales, en dis-tintas épocas y regiones, transitaban Alberdi, Cecilio Acosta,Hostos, Lucas Alamán, Rafael Núñez y los pensadores capacesde elevarse a la consideración del porvenir de sus pueblos, porencima de las conveniencias electorales inmediatas de las per-sonas o los grupos.

149

MUNDO HISPÁNICO

Diego Portales, con la Constitución conservadora de 1833,contuvo la demagogia, y su mano potente dirigió un gobiernofirme, cuyos métodos explican la fuerza de Chile en medio dela anarquía suramericana. Durante quince años afirmó la paz,estimuló la riqueza, protegió la instrucción, creó la marina. Fueel dictador necesario en una república inestable. Dio a su pa-tria triunfos exteriores e internos. Hubiéranse seguido sus di'rectrices y Chile habría alcanzado la grandeza previsible cuandosupo dominar los espasmos de la anarquía inicial. Las tenden'cías liberales fueron socavando esa estructura hasta llegar aextremos de régimen parlamentario, ruinosos de la estabilidaddel Estado, mientras las energías nacionales se agotaban en elfrivolo ejercicio de constitución y derribo de gabinetes. No selogró la marcha firme y constante de una república que porsu organización y seriedad hizo pensar, en cierta época, en unaSuiza suramericana.

La necesidad biológica de nc perecer en el torbellino de laanarquía favoreció en los otros Estados los más heterogéneosensayos de regímenes autocráticos. Gaspar Rodríguez de Fran'cia implantó una dictadura cerrada, de perfil inexorable —quecomentó Carlyle—, en el Paraguay, pequeño y valeroso país,que había de sentir después las manos duras de Solano López.Oribe, en el Uruguay, se opone a la licencia de la democraciarural y a la libertad sin disciplina. Castilla, en el Perú, se es-fuerza por lograr la continuidad de la vida política. El despó'tico gobierno de Rossa, en la Argentina, domina la anarquíacomo contrapartida de una autocracia cruel e inexorable. Elbalance histórico todavía es discutido por los historiadores. Unhombre convencido, sabio y riguroso, García Moreno, sientalas bases del progreso moral y material de El Ecuador. Abun'dan los autócratas y déspotas» que disfrazan sus tropelías yconcupiscencias con violencias jacobinas y persecuciones al sen'timiento religioso de los pueblos, pues fue fenómeno repetidoque los partidos liberales y los hombres de esa tendencia, enla teoría incansables declamadores de libertades absolutas, enla práctica caían en el poder arbitrario y abusaban de él, sinmenoscabo ante sus adeptos, si ante todo lo habían usado enla persecución religiosa. Esto logrado, quedaban libres de ma-

150

MUNDO HISPÁNICO

nos para satisfacer codicias y cometer abusos. La parte de laopinión envenenada por las ideas enciclopedistas otorgábalesadhesión irrevocable. A esta clase pertenecen autócratas de laíndole de Guzmán Blanco, en Venezuela, y hubo abundantesejemplares análogos.

Se ha escrito que el progreso material en Suramérica esobra de la autocracia. Es una generalización superficial. Puedeser cierto que obras visibles de progreso estén enlazadas conregímenes de fuerza, porque quienes los dirigieron buscabanexcusa a sus demasías, con realizaciones ostentosas en lo po-sible. El hecho histórico es que el progi-eso está retardado en•esa región de la tierra.

La observación es válida en cuanto al progreso simplementematerial. Ante una noble concepción de la política y una ideadel Estado de filosófica amplitud, el progreso material es im-prescindible para el bienestar de los asociados. Pero no es sinouna parte, y no la mayor, de la estructura de la patria. Pro-greso sin justicia y sin el debido reconocimiento de los dere*chos fundamentales de la persona humana puede ser una es-clavitud con cadenas doradas, pero siempre cadenas, depresi-vas de la dignidad de los hombres. Cuando ésta no se preser-va, el progreso material no es sino una apariencia transitoria,sin solidez, que las turbulencias inevitables estancan o deshacen.

Iberoamérica no ha logrado la plena realización de los en-sueños de los fundadores. Ellos soñaron en la grandeza armó-nica de las repúblicas nacientes. El progreso jurídico debía al-canzar allí premacía adecuada a la condición de una sociedadcompuesta por ciudadanos libres y altivos. Las restantes ape-laciones a la violencia sobre el derecho, el fraude que desvirtúadesde las raíces el sistema político, la zozobra de las revolu-ciones y el estrago de las guerras civiles condenaron a aquel<ontinente a una ebullición atormentada, en medio de la cuallas realizaciones de un progreso completo volvíanse imposibles.

Escritores que consideraban el fenómeno de conjunto deaquellos pueblos durante el siglo XIX encontraron que las ideasenciclopedistas fueron el constante fermento de sus inquietu-des y perturbaciones. Tales ideas son de tremenda eficacia parala delicuescencia y destrucción, y endebles como animadoras

MUNDO HISPÁNICO

de una política firme que conduzca a la tranquilidad y pros'peridad de los Estados. Son los resultados que en la actualidadpueden verse en su tierra de origen. Sus erróneos principiostienen un atractivo poderoso por la facilidad con que los ex-plota el sentimentalismo político y la abundancia de tópicos-ofrecidos por la declamación demagógica. Por esa desastradacondición estaban llamados a hacer estragos entre aquellospueblos donde determinantes geográficos y situaciones racialesproducen la exacerbación imaginativa de hs muchedumbres.

La observación es de suma exactitud en lo concerniente aLpasado siglo. No lo es menos en la primera mitad del siglo xx,porque en las heces de los fermentos sociales las viejas causasestán vivas. La época presente, desde los finales de la primeraguerra mundial, trae el agravante de la acción del virus comu-nista. La mentalidad funesta de «frente popular», con su inevi-table desembocadura en la tiranía oclocrática, encontró arrai-go más o menos grande en algunos países, y si en ningunoha logrado triunfo completo, su actividad en ciertas regio-nes constituye un foco amenazante para la libertad y la sobe-ranía de repúblicas que no fueron creadas para uncirse al yugode una política extranjera.

En dos grandes campos se divide el pensamiento políticoen Suramérica. De un lado, los pensadores y directores deopinión de mente libre, ilustrada y realista, conocedores de loscaracteres esenciales de la sociedad humana y respetuosos de-sús jerarquías naturales en la ordenación y desarrollo de la ac-ción política. Del otro lado, quienes hacen labia rasa de esasjerarquías eternas e ineludibles, existentes en la naturalezade los hombres, y poniendo de lado la razón que descubreverdades indudables, la historia con sus enseñanzas ejempla-res y la misma experiencia actual con sus admoniciones se-veras, tienden la vela de sus esquifes a los engañosos vientos-de libertades sin freno y de utopías y quimeras que han traí-do a la humanidad al vórtice de angustia en cuyos bordes sedebate. El secreto de la grandeza suramericana está en que larazón prepondere sobre la utopía.

LAUREANO GÓMEZ

152