Los niños de azucar y grasa. Alejandro Almazán

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Reportaje de Alejandro Almazán

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Una incursión a una zona dominada por la chatarra

Los niños de azúcar y grasa

La zona de acceso a la montaña de Guerrero es una paradoja: la desnutrición se apodera de miles de niños al mismo tiempo que la comida basura los atrapa y los hace esclavos del azúcar y la grasa hidrogenada. este es el méxico de los alimentos chatarra. en Chilapa o Tenaxatlaco se forma, como en cientos de miles de pueblos más, un futuro para nada halagador: generaciones de niños en cuyo horizonte dominan las frituras, los refrescos, los caramelos, la diabetes, la hipertensión y otros males igual de letales. este es el territorio Sabritas, Barcel o Coca-Cola.

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Por Alejandro Almazán / [email protected]

Fotografías: Christian Palma

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Chilapa, Guerrero.- Una experimentada enfer-mera de Chilpancingo sugiere antes de partir a Chilapa: “Busca a la niña a la que sus padres bautizaron con el nombre de Sabritas”. Parece una broma. Quién sabe. La mujer ofrece incluso un escueto retrato hablado de la nena: regor-deta, dientes cariados, 10 años a lo mucho, un lunar bajo el ojo, morena como el color de la tierra fértil y diabética. Fue imposible hallarla. Quien sí existe, por lo menos en los registros del Centro de Salud del municipio, es una niña con un nombre como para las mejores ironías: Dulce.

Criada a fuerza de azúcares, grasas y car-bohidratos, Dulce nació en 2005 y le diagnos-ticaron diabetes a fines de 2009. “Tiene cuatro años, pero parece que ha comido la chatarra de toda una vida”, dice el médico Arsenio Car-badillo.

Dulce no se encuentra en Chilapa. Ahora mismo anda por los campos sinaloenses, ayu-dando a sus padres en la siembra del tomate. Un familiar de la niña dice que la última vez que la miró fue en el bus, rumbo al norte. “Llevaba una Coca-Cola de lata, esa chamaca no entiende que se puede morir”.

✱✱✱En la radio de la camioneta Van, entre la Sonora Dinamita, cumbias y algún vallenato desafi-nado, algunos jingles pegadizos insisten en las virtudes de una goma de mascar para el mal aliento, en los poderes de unas frituras enriquecidas con hierro y en las cualidades de un caramelo relleno que parece inventado en la Fábrica de Chocolates de Tim Burton.

El vehículo, que acá llaman el transporte, se detiene después de tantas curvas y nos deja en lo que podría ser la tierra madre de la comida chatarra: Tenaxatlaco.

Alguna vez Tenaxatlaco se cubrió de verde y encinos, de legumbres que atiborraban ca-miones y de alimañas que alisaban la tierra. En ese entonces, cuenta don Lencho, la gente se encerraba temprano para soñar con el mar que nunca tendrán, para escuchar las quejas de sus muertos que veían cómo se erosionaba al suelo, cómo se cortaba la madera, o para cenar kakayas en salsa roja, tortitas de chipile o colorín guisado.

Ir a Chilapa, en aquel tiempo, era como viajar a la luna. Un día, sin embargo, Neil Arms-trong pisó Tenaxatlaco. Resulta que Marinela, Bimbo, Sabritas, Pepsi, Coca-Cola, Ricolino, Gamesa, Jumex y otras marcas mandaron a un puñado de hombres con camionetas a atibo-rrarlo todo de sus productos.

Don Lencho no lo dice, pero es obvio que una nueva gramática nutricional había apa-recido en el pueblo, el último o el primero del municipio, según de dónde se llegue.

Aquellos camiones del tamaño de los di-nosaurios traían consigo azúcares que trans-portaban a su vez a los jinetes de la diabetes, la hipertensión, los infartos, la obesidad y la desnutrición. Acarreaban basura que ni los gu-sanos se iban a tragar, dulces para hacer sufrir a los dientes y totis (frituras) para contaminar la sangre y el corazón. Cargaban dinamita en forma de osos panda, hojuelas bañadas en cho-colate, chicles de colores salvajes, pastelitos con relleno cremosito, agua revuelta con azules y rojos de laboratorio, harinas preparadas con fructuosa, sopas dizque con carne de res o camarón, y mucho refresco para dignificar a la chispa de la vida.

El frijol, el maíz, los atoles y las calabaci-tas, entonces, terminaron aplastados. Esos alimentos, empezaron a decir en la televisión y en la radio en Chilapa, no bastaban para crecer sano y fuerte.

No en balde la asociación civil llamada El Poder del Consumidor ha descubierto que en esta región de Guerrero más de 70 por ciento de los niños consume refresco en ayunas.

–¿Y la leche? –se le pregunta a Eduviges Vázquez, una mujer de buenas entrañas y pies callosos. Ella lanza una risilla de niña traviesa y dice:

–El litro de leche cuesta 14.50. Con eso no alcanza pa’ tomar todos. Mejor compramos una Pepsi de dos litros; por 10 pesos, hasta repetimos vaso.

Ni cómo contradecirla.

✱✱✱Es de mañana y en las callejuelas de Tenaxatlaco vagan unos burros que desafían los mordisquea-dos caminos. Hay, también, hombres que miran lo que hacen otros hombres que, en realidad, no hacen nada; mujeres que dormitan como espadas bajo el sol, mujeres que tejen con palma figuras imposibles, otras mujeres que espulgan sobre sus faldas multicolores a chicos muy flacos y muy panzones.

Y hay, además, muchos niños que han salido como truenos al recreo. Deberían de ver a los chicos: a Efrén, a Geovany, a Lulú, a Carmina... Parecen abejas arremolinadas alrededor de Mercedes Apolinar, una mujer diabética que, desde hace 15 años, cuando dan las 10 de la mañana, camina monte abajo con sus bolsas de totis, frutsis piratas, caramelos chinos y galletas con un malvavisco que huele mal.

–¿Y vende bien, doña Mercedes?–Pos como 60 pesos al día.–Sus ganancias han de ser buenas, ¿no?–No se crea, me quedo como con ocho pesos

por día. Me llevaría más, unos 18, pero les tengo que pagar 10 pesos a los maestros pa’que me dejen vender.

Hablar con los profesores de la primaria

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será imposible. Ellos están almorzando y eso significa que nadie, jamás, debe molestarlos. Hubiese sido bueno saber qué hacen con esos 10 pesos que doña Mercedes les da, por qué dejan que los niños se atraganten de grasas hidrogenadas, o si saben que dos galletas Em-perador contienen algo así como 12 cucharadas de azúcar, lo que equivale a las mil 500 calorías que un chico debe consumir por día.

–Sabe que todo lo que vende perjudica la salud –se le comenta a doña Mercedes sin el afán de crucificarla. Ella no tiene la culpa. Cuando su esposo murió por tanta tomadera, no le quedó de otra que venir a la primaria para sacar a sus hijos adelante.

–Pos si comen mucha, sí es malo. Pero por eso también les traigo fruta.

–¿Cuál?Doña Mercedes saca de entre las bolsas

unos tamarindos enchilados y unas paletas con forma de mango.

✱✱✱Hace un par de semanas, El Poder del Con-sumidor presentó un trabajo con un título lo bastante largo para no memorizarlo. Con llamarle La comida chatarra en el Centro y la Montaña de Guerrero quizá hubiese bastado. El estudio, sin embargo, es preciso como la mano de un neurólogo. En él se pueden leer datos que provocan escalofríos:

• 60 por ciento de los estudiantes de prima-ria y secundaria consumen refresco tres veces al día. Es cierto: en Chilapa, el dueño de una tienda, don José, dice a emeequis que desde que abre (seis y media de la mañana) hasta que cierra (10 de la noche), lo que más vende son sodas. “Tengo un sobrino al que no le gusta el agua, nomás toma refresco; está gordito, yo digo que ese muchacho ya anda muy enfermo y apenas tiene nueve años”.

• La comunidad indígena de Chilapa gasta hasta 60 por ciento de los subsidios al campo en comida chatarra. Cierto: “Nomás llega el Pro-campo o el Oportunidades y viera cómo vienen los chamacos a comprar golosinas”, confiesa doña Elba, dueña de una de las dos tiendas que hay en Tenexatlaco. Hoy, las ventas de doña Elba están bajas: “Es que orita no hay dinero, pero deje que llegue junio, cuando vuelven los que se van al norte; uuy, entonces es cuando los de Bimbo regresan y venden un montón”.

• Se ha comprobado que este tipo de ali-mentos son igual de adictivos que la cocaína o la heroína. Puede que sea cierto: “Ni yo quie-ro darles refresco o dulces, pero, señor, esto es un vicio, es como fumar mariguana”, dice doña Elidia Vázquez, voz de las viejas sabias de Tenaxatlaco.

• Los totis son los reyes en Chilapa. Cierto. De hecho, la Comercializadora Gonac, con sede en Huamantla, Tlaxcala, y en Santa Catarina, Nuevo León, tal vez debería man-darles al menos un médico a los habitantes de Tenaxatlaco. Los niños se esmeran por llevarse a la boca esas frituras rancias de queso y jalapeño, adobo, y chile y limón que, según Gonac, contienen 56 calorías y han sido enriquecidas con vitaminas A y B2, pero eso es mentira. Los 200 gramos de harina son una granada: 256 calorías que estallan en sodio, azúcares, sales y grasas.

✱✱✱En la Preparatoria 26 de Chilapa hay un pro-fesor que es un ave rara. En unos segundos verán por qué.

Por lo pronto, la Coca-Cola, la compa-ñía que ha hecho añicos a la Pepsi en Estados Unidos, que en los 700 mil puntos de venta en México logra 12 por ciento de sus ventas mundiales, que distribuye botellas etiqueta-das en más de 80 idiomas, que alguna vez fue publicitada por The Beatles y Pelé, que se ha adueñado de Columbia Pictures, que ha hecho millonario a M. Douglas Ivester, o que logró que el ex emperador de Etiopía, Haile Selassie, se trepara a un avión nada más para comprar una lata en países vecinos, conquistó al municipio de Chilapa desde hace muchos años.

Llegó a los mercados, cocinas económicas, peluquerías, refaccionarias, escuelas, farmacias, misceláneas, cafés internet, abarroterías, pana-derías, iglesias, taxis, árboles, cerros, carreteras, postes, paredes, paladares, sangre y orgullo.

Obvio, la Coca-Cola también hizo su apa-rición en la Prepa 26.

Las tres tienditas de la escuela y los tableros de las canchas de basquetbol confirman el po-derío de esta trasnacional que factura más de 10 mil millones de dólares anuales o que auspicia mundiales de fútbol y juegos olímpicos.

El profesor Hugo Cartas, sin embargo, un día pensó que algo había qué hacer con toda aquella publicidad roja que invade Chilapa. Hugo reunió a sus alumnos en la radio co-munitaria que él dirige, Uan Milauk Tlajtolli (una frase náhuatl que significa La verdadera palabra). No lo pensaron más: con ayuda de otras organizaciones y algunas estaciones en internet, armaron un spot que hoy transmiten en esos 10 kilómetros a la redonda a los que llega la radio.

Esto, en resumen, dice el anuncio que dura tres minutos con 40 segundos:

A más de 100 años de su invención, la Coca-Cola se puede comprar en 232 países, muchos más de los que forman la Organización de Na-ciones Unidas. El consumo diario es de 45 mil botellas por segundo. Coca-Cola es la chispa de

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la vida. Pero, al parecer, algunos de sus usos no han sido publicitados. ¿Su inodoro está sucio? ¿La porcelana está manchada? Eche una lata de Coca-Cola a la taza y déjela durante una hora; luego, jale la cadena y ¡listo!, ¡limpieza total! ¿Se oxidaron los tornillos de su licuadora? No se preocupe: unte en un trapo con Coca-Cola y limpie durante varios minutos el tornillo; pronto se aflojará. ¿Se le manchó la ropa con grasa? Vacíe la ropa a la lavadora, agregue una lata de Coca-Cola, el detergente y lave el ciclo completo; las manchas desaparecerán como por encanto. ¿Las terminales de la batería de su auto están sulfatadas? Embarre Coca-Cola sobre ellas y las burbujas eliminarán la corrosión.

La Coca-Cola está hecha de azúcar blanca, cafeína, caramelo de goma y ácido fosfórico. El ácido fosfórico es dañino para el calcio de los huesos y uno de los mayores causantes de la osteoporosis. Su grado de acidez es de 2.8; eso basta para disolver un clavo en cuatro días…

–¿Y qué reacciones ha tenido el spot? –se le pregunta a Hugo.

–A la mayoría de la raza le vale madre.–¿Entonces, por qué seguir transmitién-

dolo?–Porque a mí me enseñaron que más valía

intentarlo que no hacer nada.–¿El spot no lo mete en problemas con la

escuela? La Coca-Cola les ha dado computa-doras, les ha prometido otros beneficios...

–Pues sí, pero no puedo quedarme así, sen-tado, viendo cómo mi gente se enferma. Debe-rías ir al Centro de Salud. Te vas a asustar.

El Centro de Salud de Chilapa es un conjunto de edificios viejos pintados de blanco donde los pacientes se amontonan en una multitud de gritos. Se ve a señoras con los ojos en blanco, como si las cabalgara un espíritu, y, bajo los árboles, hay gente que aguarda algo, quién sabe qué, pero algo.

El coordinador del centro de salud, Arse-nio Carbadillo, está en una oficina minúscula llena de papeles que hablan de muertes y en-fermedades incurables. En unas de esas hojas fueron escritas las últimas estadísticas sobre la diabetes en el municipio de Chilapa.

Ayer que se las entregaron, dice, se quedó inmóvil. Por eso hace rato fue al ayuntamiento para decirle al alcalde y al cabildo que si no lanzan pronto una campaña contra la comida chatarra, Chilapa lo va a pagar caro.

–¿Tan grave es doctor? –Sí –dice con resignación–. Mira: Chila-

pa tiene 120 mil habitantes y, en los últimos 10 años, se habían registrado 600 casos de diabetes y 450 de hipertensión. El problema es que, en lo que llevamos de 2010, hemos de-tectado 53 nuevos diabéticos. O sea: cada día

estamos descubriendo a dos. Si la tendencia se mantiene, al final del año contaremos con casi 750 enfermos nuevos. Eso es una exageración para un municipio donde la diabetes era algo muy raro. Aquí la gente comía de la tierra y nosotros atendíamos diarreas, infecciones respiratorias o dolores de espalda. Pero llegaron las golosinas…

En los informes de Carbadillo están los dos fenómenos que vive Chilapa: los niños obesos, en la cabecera municipal; y los desnutridos, en las comunidades. El reporte de Tenaxatlaco, lamentablemente, viene con otras dos comu-nidades porque, como éstas no cuentan con un médico, la brigada móvil reúne los datos de los tres pueblos.

Ahí se lee que, entre Tenaxatlaco, El Peral y otro poblado de nombre escurridizo, 38 por ciento de los niños menores de seis años sufre desnutrición; 10 por ciento, obesidad. En la edad de seis meses a un año, la chatarra tiene mal alimentado a 55 por ciento. De un año a dos, 60 por ciento tiene lombrices, por eso la panza inflada y los brazos y piernas flacos. Y de dos a cuatro años, 80 por ciento está desnutrido.

–Eso pasa en todas las comunidades –dice Carbadillo–. Lo curioso es lo que está ocurrien-do con los viejos: ellos antes no se enfermaban, pero orita la mitad presenta diabetes. Es un problemón a nivel nacional. En 10 años, aquí en Chilapa, no vamos a tener el dinero para curar a nadie.

✱✱✱Carmen Pérez, habitante de Tenaxatlaco, tiene una versión sobre la diabetes que padece:

–Lo del azúcar le viene a uno por el enfado, por los corajes, por la bilis, por las desveladas y las preocupaciones. El refresco no tiene nada qué ver, señor. Yo me enfermé cuando enviudé, ahí se me trepó esta cosa.

–¿Enviudó hace poco?–Cuando tenía como 30 años.–¿Cuántos tiene hoy?–54.–¿Hace cuánto le detectaron la diabetes?–Hace como cuatro años.–¿Qué malestares sentía?–Cansancio y la boca reseca, reseca, como

si hubiera tragado sal. Y por más que le tomaba a la Pepsi no se me quitaba la sed.

Doña Carmen sigue bebiendo refresco. Eso fue lo que nos ofreció al llegar a su casa.

“Es que para esta gente comprar refresco es cuestión de estatus”, dirá Pío Chávez, integran-te del Grupo de Estudios Ambientales (GEA), una asociación que, entre sus esfuerzos, trata de cambiar la mentalidad que se apoderó de Chilapa. GEA trabaja ahora mismo en el rescate del suelo; tiene la tesis de que el regreso de los

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cultivos ancestrales sería un buen escudo para la chatarra y es probable que tenga razón.

–¿Estatus?–Sí –dice Pío desde sus casi dos metros

de altura–. Aquí ha ganado la idea de que si compras refresco, si vas a la tienda y te surtes de Sabritas, Marinela, Gamesa, Ricolino y to-das esas marcas, entonces no eres tan pobre y mereces respeto.

✱✱✱Xaviera Cabada, responsable del estudio que realizó El Poder del Consumidor, había reco-mendado mirar la basura a lo largo de la carre-tera a Chilapa. “Te vas a dar cuenta de lo que come la gente”. La verdad, es un golpe fuerte a la vista y al ánimo ver todos esos envases de plástico que sobrevivirán al fin del mundo.

Pero en la carretera, uno también puede encontrar a los vendedores chatarra.

Ahí, un agente comercial de Marinela tomaba un receso. El día había sido pesado por tanta venta. Se le prometió no publicar su nombre y sólo así se animó a hablar. Dijo que sí, que empresas como la suya saben que las comunidades indígenas son tierra fértil para el consumo exagerado. Contó que cada

día vende unos 7 mil pesos y que eso le origina buenas comisiones. Se sinceró cuando dijo que él, todas las mañanas, bebe una Coca-Cola de 650 mililitros para empujarse el Gansito, que eso le quita el hambre y le da energía; ni siquiera hizo gestos cuando le dije que ese desayuno, a ojo de pájaro, eran más de las 2 mil calorías que requiere un adulto.

Dijo no sentirse culpable por vender comida chatarra: “Dios me ha de perdonar”, recal-có con fe extraordinaria. Habló de cómo un viejo amigo de Marinela murió de un infarto: “Según porque traía las venas muy gordas por el azúcar”.

No le interesó que hubiese tanta basura sobre la carretera: “Hasta ejecutados han tirado por aquí”. Y dijo que todos los días, invaria-blemente, a sus dos hijos les lleva una buena dotación de Gansitos.

✱✱✱Víctor tiene ocho años, dos muelas cariadas, un vientre inflado, cursa el segundo grado de la primaria, pesará unos 30 kilos y es cliente asiduo de las tiendas de Tenaxatlaco. Cuando se le pregunta qué golosinas suele comprar, Víctor dice que le dé algo de dinero y entonces se sabrá.

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Con dos o tres decenas de pesos, supuse, apenas le alcanzará para algo. Equivocación.

Víctor llegó armado como si hubiese sido anunciada la inminencia del Apocalipsis y hu-biera que llevar a un arca todo lo rescatable: dos bolsas de papas Sabritas, unos Chetos, dos caramelos de uva de la marca Tixtix, seis chicles de yerbabuena, dos paquetes de pastillas ácidas, tres paletas dizque de leche y cuatro bolsas de totis con chile extra.

Su madre dirá después que en los pueblos como Tenaxatlaco los precios son más bajos, que ella ha preguntado por qué y le han dicho que son ofertas.

Ni ella lo entiende, pero ofertas acá significa que los productos han caducado o están en vías de volverse rancios, según confesó un vendedor de Gamesa que estaba a la vera del camino.

Eso no amedrenta a Víctor. Él está feliz por tener en sus manos todo ese cóctel de azúcares. Parecía que había visto a un ángel, pero me sentía un demonio.

–¿En cuántos días te vas a acabar todo esto?

–Para la noche –dice seguro de sí mismo.–Pero es mucho dulce, te vas a enfermar.Víctor mueve la cabeza en señal de que eso

no es cierto y luego dice:–Todos los días compro totis y no me hace

daño.–¿Todos los días?–Sí, es que mi mamá hace hierbas para co-

mer y eso no me gusta.Su madre dice que prefiere que Víctor coma

totis a que se muera de hambre.

✱✱✱Roberta trae una playera de las Chivas y un short del equipo Pachuca.

–¿Te gusta el fútbol? –pregunto a la niña de 11 años, la que, le han dicho sus padres, sólo tiene que ir a la primaria Eucaria Apreza (en la cabecera municipal) y hacer la tarea para lograr ser alguien en la vida.

–No, la ropa es de mi hermano, es que a mí ya no me queda mi ropa.

–¿Y eso?–Me he puesto gorda –y dijo gorda como si

estuviera harta de escuchar esa palabra.–¿Haces ejercicio?–No.–¿Y qué comes durante el día?–Lo que me da mi mamá.–¿Y qué te da?–Pollo, carne, pan, tortilla, refresco, sopas

Maruchan.–¿Leche, verduras, agua?–También, pero a mí no me gusta eso.–¿Y qué te dice tu mamá?–Ella, nada. Mi papá dice que la gorda soy

yo.

✱✱✱Hace unos meses, Óscar Salmerón, profesor de la telesecundaria de Tenaxatlaco, se acercó a la señora que vendía chatarra a la hora del receso y le dijo: “Perdón por lo que le voy a decir, pero ya no venga”.

La mujer se fue por el monte y nunca regre-só. Óscar había llegado a la conclusión que si él no ponía un alto, los alumnos jamás lo harían. Los estudiantes se preguntaron qué carajos iban a comer si en sus bolsillos no había más allá de 10 pesos.

“Entonces les dije que todos los días iba a haber arroz, huevo, frijoles y agua”, dice Óscar. “Junté a gente del pueblo y los invité a apoyar la idea. Con la gente de GEA, don Lencho y otros compas decidimos hacer la comida para los chamacos. Se las vendemos a siete pesos, no obtenemos ganancia alguna. Lo único es la satisfacción de que coman sano”.

Don Álvaro y doña Cristina también están preocupados por la invasión de la comida cha-tarra y desde hace unos años se han dedicado a las huertas comunitarias. Es decir: en los pedazos de tierra donde aún se puede sembrar o en los que se han rescatado con abono na-tural, siembran cilantro, tomate, maíz, frijol, calabacitas, cacahuate, cebolla, camote, chile, garbanzo y otras hortalizas.

“La idea es comer eso en vez de la chatarra”, dice, satisfecho, don Álvaro. “Si los vecinos quieren de las huertas, les regalamos; cómo le diré: queremos contagiarlos, queremos de-cirles que si nosotros no hacemos algo, al rato en la tierra va a haber otra tiendita vendiendo veneno pa’ los hijos”.

✱✱✱La historia, que puede ser cierta o no, vaya usted a saber, cuenta que hace un año los poblados de La Esperanza y Los Álamos sostuvieron una guerra. Como son lugares de esta región donde el agua no llega ni con la lluvia, los habitantes estaban desesperados porque la Coca-Cola no había pasado. La gente se plantó en la carretera. Una orilla para cada bando. El camión se asomó a los lejos. Los indígenas se prepararon para todo. Aquel mamut se detuvo. El chofer no sabía qué hacer. La carga que llevaba sólo alcanzaba para un pueblo. Los de La Esperanza alegaban que a ellos les tocaba el cargamento, que ellos llevaban más días sin Coca-Cola. La raza de Los Álamos también dio sus argumentos: ellos estaban más cerca de la carretera. Hubo golpes, mentadas de madre, maldiciones y algunos heridos. No hubo muertos porque, para su suerte, un trailer de la Coca-Cola pasó por ahí y el conductor decidió hacer una buena obra.

Cada pueblo, al final, terminó en casa, eructando aquel oro negro. ¶