Los negros en la Cuba colonial

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[112]  ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA XVII (2009) P  ÁGS. 112-129 Resumen En este artículo se recogen aspectos de la  vida cotidiana vinculados con la margi- nación social, el desprecio, los prejuicios  y la discriminación que sufren lo s negros esclavos y sus descendientes durante la Cuba colonial. Se parte de la intensidad que alcanza la palabra NEGRO; ser mar- ginado desde sus orígenes, que el pro- pio sistema esclavista creó, al mezclar las distintas razas y culturas que llegaron a  América procedentes de África. Se men- cionan los diferentes momentos en que aumenta el visceral “miedo al negro”, nacido dentro de las élites político-eco- nómicas hispano-criollas; y se da cuenta del racismo maniesto por los ideólogos de esta clase, anterior a 1868, inicio de la Guerra de los Diez Años.  Asimismo, se obse rva el papel segre- gacionista jugado por la Iglesia católica en este sentido y se razona en torno a la marginación sufrida por los negros insurrectos durante las guerras de inde- pendencia (1868-1898). Conjunto de cuestiones con que se demuestra que la marginación, la discriminación social  y el racismo pervivieron dentro de la sociedad colonial cubana; siendo, entre las herencias más marcadas de la escla-  vitud y de la cultura que a partir de éstas se engendran en la Isla, las que más han trascendido entre las sucesivas genera- ciones de cubanos. Palabras clave: Cuba, colonia, esclavos, negros, marginalidad, discriminación. Abstract This article deals with aspects of daily life related to social marginalization, prejudices and discrimination suffered by black slaves and their descendants in colonial Cuba. The starting point is the intensity reached by the word NEGRO and the marginalization black people suffered since the beginning. This mar- ginalization began when the slave sys- tem mixed different races and cultures that had travelled. There is a special Los negros en la Cuba colonial: un grupo forzado a la marginalidad social que sufren desprecio , prejuicio y discriminación Black people in colonia l Cuba: a group forced to social marginal ization and condemned to be despised, prejudiced and discriminated Ismael Sarmiento Ramírez FECYT-CRAEC, Université Paris III- Sorbonne Nouvelle

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Estudio sobre la esclavitud en America Latina. Un grupo forzado a la marginalidad social que sufren desprecio, prejuicio y discriminación.

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[112]   ANALES DEL MUSEO DE AMÉRICA XVII (2009) P ÁGS. 112-129

Resumen

En este artículo se recogen aspectos de la vida cotidiana vinculados con la margi-

nación social, el desprecio, los prejuicios y la discriminación que sufren los negrosesclavos y sus descendientes durante laCuba colonial. Se parte de la intensidadque alcanza la palabra NEGRO; ser mar-ginado desde sus orígenes, que el pro-pio sistema esclavista creó, al mezclar lasdistintas razas y culturas que llegaron a América procedentes de África. Se men-cionan los diferentes momentos en que

aumenta el visceral “miedo al negro”,nacido dentro de las élites político-eco-nómicas hispano-criollas; y se da cuentadel racismo manifiesto por los ideólogosde esta clase, anterior a 1868, inicio de laGuerra de los Diez Años.

 Asimismo, se observa el papel segre-gacionista jugado por la Iglesia católicaen este sentido y se razona en torno ala marginación sufrida por los negrosinsurrectos durante las guerras de inde-pendencia (1868-1898). Conjunto decuestiones con que se demuestra que

la marginación, la discriminación social y el racismo pervivieron dentro de la

sociedad colonial cubana; siendo, entrelas herencias más marcadas de la escla- vitud y de la cultura que a partir de éstasse engendran en la Isla, las que más hantrascendido entre las sucesivas genera-ciones de cubanos.

Palabras clave: Cuba, colonia, esclavos,negros, marginalidad, discriminación.

AbstractThis article deals with aspects of dailylife related to social marginalization,prejudices and discrimination sufferedby black slaves and their descendants incolonial Cuba. The starting point is theintensity reached by the word NEGROand the marginalization black peoplesuffered since the beginning. This mar-ginalization began when the slave sys-tem mixed different races and culturesthat had travelled. There is a special

Los negros en la Cuba colonial:un grupo forzado a la marginalidadsocial que sufren desprecio,prejuicio y discriminación

Black people in colonial Cuba:a group forced to socialmarginalization and condemned

to be despised, prejudiced anddiscriminated

Ismael Sarmiento Ramírez

FECYT-CRAEC,

Université Paris III-

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I. Introducción

“Negro”, en español, portugués y

angloestadounidense; “black”, en inglés; y, “Noir”, en francés, es de las palabrascreadas para llamar a una persona porsu color de la piel con más intensidad,irreductibilidad y naturaleza enfática.Ser marginado desde sus orígenes, queel propio sistema esclavista creó, almezclar las distintas razas y culturas que venían de África a América con identi-dades ya establecidas: congos, mandin-

gas, ibos, yorubas, fulbes y carabaliés,los tratantes y compradores de esclavosles motejan de negros; a la vez que ellosse convierten, directamente, en negre-ros y propietarios de negros.

En aparente designación, lo mismoque sucedió, siglos más tarde, con eltérmino “mambí”1  en determinadasáreas del Caribe; sólo que en el casode Cuba se hizo uso de esta expre-sión, primeramente, para nombrar a

los negros incorporados a la insurrec-ción de 1868, extendiéndose, en muycorto tiempo, a todos los miembros delEjército Libertador, con independenciadel color de la piel (Sarmiento, 2006:39-48).

Desde fechas muy tempranas, aunantes de la colonización de América,los blancos rechazaron una convivenciacon los negros, a quienes se les con-

sideraba indignos de un trato siquieracercano a la igualdad. Esta incompatibi-lidad no razonada e incorporada incon-scientemente como condición social seexpande a todo el continente americano y es una derivación, en parte, de la situ-ación cultural-espiritual de la poblaciónnegra; a la vez que es resultado de laesclavitud, que sumió a los sujetos quela padecieron en un mundo deprimidopor los escasos y deficientes esfuerzosque se hicieron para hacerlos progresarcomo seres humanos.

En Cuba no queda muy distanteel período en que imperó el régimenesclavista y se estableció un conflicto

 violento entre dos sectores de la socie-dad: amos y esclavos. Oposición  quetuvo como secuela una honda barrerade prejuicios que dividía a los hom-bres por su color: blancos y negros. Ala par de otro enfrentamiento nacional,el surgido entre cubanos y peninsulares.Tres casos de antagonismo políticoso-cial donde estaba presente la figura delnegro: sea esclavo o no.

El visceral “miedo al negro”, aúncuando tiene un reflejo palpable en elresto de las mentalidades de las socie-dades coloniales insulares, nació aambos lados del atlántico dentro de lasélites político-económicas hispano-cri-ollas. Primero fueron los acontecimien-tos revolucionarios de Saint Domingue(1791) y las contadas revueltas de escla- vos dentro de Cuba quienes dieroncuerpo al influjo de este miedo intere-

sado que terminó por alterar el  statusquo del país (Labrador, 1997: 111-128);luego el temor de africanización dela isla, a raíz del auge que alcanzó latrata legal e ilegal (Naranjo, 2006; 1997:111-128); seguido de los movimientosseparatistas, tildados los primeros levan-tamientos como simples revueltas denegros desarrapados y la continuidadde la gesta independentista como una

guerra de razas (Sarmiento, 2008; Helg,1998; Ferrer, 1999); hasta llegar a lasluchas por la igualdad de los derechosciviles, acrecentada a partir del cese dela dominación española en 1898 (Helg,2000; Scott, 1989 y 2006).

El pánico y la inculpación al negro,unido a la demanda del agradecimientoeterno que éste debe profesar a quienesles han ayudado a progresar en sulucha hacia la igualdad social, siemprehan estado presentes en el discursoacadémico y coloquial de la sociedad

emphasis on the increase of the “fearof the negro”, developed by the Spa-nish and creole social and political eli-tes; and mention of the racism shownby the ideologists of this class before1868, a date that marks the beginningof the Ten Year War. The article alsopays attention to the role played by theCatholic church and the marginaliza-tion of blacks during the independence

 wars (1868-1898). This set of questionsproves that marginalization, social dis-crimination and racism survived insidethe colonial Cuban society and havebecome one of the most outstandinginheritances of slavery, embedded inthe culture of the Island well into thefollowing generations.

Keywords: Cuba, colony, slaves, blackpeople, marginalization, discrimination.

1Este artículo forma parte de los resultados

del Proyecto de Investigación: Cimarrones,manumisos y libres de color en la América

Hispana (siglos XVIII-XIX), desarrollado en

Centre de Recherche sur l’Amérique Espagnole

Coloniales (CRAEC), Université Paris III

Sorbonne-Nouvelle. Asimismo, la investigación

se ha realizado como contratado posdoctoral

en el extranjero por la Fundación Española

para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) y ha

contado con financiación de la Secretaría de

Estado de Universidades e Investigación del

Ministerio de Educación y Ciencia de España.

Mambí es una palabra africanoide,

concretamente bantú, que tiene numerosasacepciones despectivas: insurrecto, bandido,

criminal, revoltoso, infame, malo, etc. A

mediados del siglo XIX, los españoles

comienzan a usar este vocablo en Santo

Domingo, contra los dominicanos que no se

sometieron a su gobierno, y luego continuó

siendo un nombre burlesco, una ofensa, con

que designaban a los combatientes del Ejército

Libertador de Cuba. La fuerza moral ganada

por los mambises en el curso de la guerra hizo

que cambiara ese matiz despreciativo y que

significara exactamente lo contrario de lo que

el colonizador pretendió. Esa denominación

despectiva pasó a ser apelativo honroso y

desde entonces no hay mayor orgullo para el

cubano que el vocablo mambí. Es el célebre

etnólogo cubano Fernando Ortiz quien resume

la etimología y evolución del término mambí

(O’KELLY, 1930: X).2

No es ocioso puntualizar que tal fidelidad

en esta parte de los negros libres, de activa

participación en la lucha contra los corsarios y

piratas que azotan el país durante varios siglos,

en la protección de los fuertes, como prácticos

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cubana de todos los tiempos. Sea poruno u otro motivo, el terror y la sum-isión le acompañará en su vida y estaspresunciones servirán a sus adversarioscomo pretexto justificativo de su exclu-sión social. Y esto, más el sentido deinferioridad que se le atribuía, algo pocorebatible ante las limitadas opciones desuperación que durante siglos ha tenidola raza negra, dilató en demasía suplena inserción social, dando lugar a lacreación y divulgación de estereotipossobre la población de origen africano.

II. El racismo entrelos ideólogos de la clase

dominante

Salvo excepciones, los ideólogos de laclase dominante de la sociedad cubanaanteriores a 1868, inicio de la Guerra delos Diez Años, fueron racistas; lo mismoque todos los movimientos políticos

que estas clases inspiraron. Para unaparte de ellos, todavía a mediados delsiglo XIX, en una isla con un porcentajeelevado de “gente de color”, el negrono era considerado ni como cubano nicomo ente activo en la forja de la nacio-nalidad; se le marginaba del resto de lasociedad, obligándole a vivir, contrarioa su voluntad, en una atmósfera de vili-pendio, generadora de odios y vengan-zas.

Destacadas figuras de la época,como Francisco de Arango y Parreño,Domingo del Monte, José Antonio Saco,Gaspar Betancourt Cisneros  (El Luga-reño), Francisco de Frías y Jacott (Condede Pozos Dulces) y José A. Antonio Eche- verría, entre otros, son claves esencialesen el estudio de esta problemática; uno, Arango y Parreño porque propugnó lamezcla de razas para borrar la “memo-

ria” de la esclavitud; los otros, porquejerarquizaron la supremacía blanca através de la eliminación total del negrodel panorama social cubano, ya sea porconsunción o por el destierro (Cepero,1971: 125-139). 

En el caso de Arango y Parreño,importante teórico de la sacarocraciacubana, asegura en su Discurso sobre laagricultura en La Habana y medios de fomentarla, pronunciado en Madrid, el24 de enero de 1792, que negros y escla- vos “poco más o poco menos tienen las

mismas quejas y el mismo motivo para vivir disgustados” de los blancos; por-que “todos son negros” (Arango, 2005:I, 172). Y, solidarios, los unos con losotros, ponen en peligro la estabilidadde la élite criolla. Con tales argumen-tos, Arango infunde el “miedo al negro”como categoría política y sociológica(Patterson, 1996: 51); al tiempo que soli-cita, para prevenir este lance, se impidael acceso y la participación de los negroslibres en la vida sociopolítica del país.

De hecho, Arango es el primeroque propone medidas para obstacu-lizar el ascenso paulatino del negro

como futuro grupo social de peso. Aél se debe la propuesta de eliminar delpanorama urbano a los dos batallonesde milicias de negros y mulatos libresque para entonces existían en la capi-tal del país (Arango, 2005: I, 170); unainstitución incongruente para muchosblancos y negros, pero, al fin de cuen-tas, fiel al régimen colonialista durantesiglos, y de orgullo propio para quienes

los integraban2

. También, como antesanoté, Arango fue quien generó la ideade “blanquear” la isla, por medio delestimulo de la inmigración blanca; por-que, según su pensar, en 1826 “Cuba nopuede tener completa seguridad si noes blanqueando a sus negros”. Por loque había que “destruir la esclavitud” y“borrar su memoria” (Arango, 2005: II,306-307).

Quiero –y así lo expresa subrayando

su idea– por lo menos, que por sabiosartífices se trace al instante, el plan quese debe seguir para “blanquear nuestrosnegros”; o sea, para identificar en Amé-rica a los descendientes de África conlos descendientes de Europa. Quiero,al propio tiempo, que con prudencia sepiense en destruir la esclavitud (para locual no hay poco hecho), se trate de loque no se ha pensado, que es borrar su

memoria. La naturaleza misma nos indicael más fácil y más seguro rumbo quehay que seguir en esto. Ella nos muestraque el color negro cede al blanco, y quedesaparece si se repiten las mezclas deambas razas; y entonces también obser- vamos la inclinación decidida que losfrutos de esas mezclas tienen a la genteblanca. Ensanchemos, pues, tan ventu-rosa senda. Protejamos esas mezclas, en vez de impedirlas, y habilitemos sus fru-tos para el complejo goce de todas las ventajas civiles (Arango, 2005: II, 376).

y miembros efectivos de las partidas de

rancheadores que se internan en la manigua,

en búsqueda y destrucción de los palenques

esclavos y hasta en campañas fuera de Isla,

va en disminución desde el mismo momento

que ellos toman conciencia de la totalexclusión de que son objeto en el panorama

político-social. Resquebrajamiento que es

más visible a partir de la década de 1830.

La historia recoge como hecho significativo,

dentro de los batallones de Pardos y Morenos

Leales, la inconformidad manifiesta de varios

de sus miembros; como es el caso, en 1839,

de los movimientos sediciosos creados por

el subteniente de bomberos Pilar Borrego

y el capitán del Batallón de Morenos León

Monzón, ambos vinculados, como casi todos

los demás afectados, en la denominada

Conspiración de Aponte (1811-1812): “un

acontecimiento trasgresor y revolucionario”

–frase que corresponde a María del Carmen

Barcia Zequeira (2008: 247) –. José Antonio

Aponte también formó parte del Batallón

de Morenos, al que ingresó en 1777, con

la graduación de cabo. Su incorporación

respondía, como las de otros miembros de la

institución, a una herencia familiar; en su caso,

del abuelo y el tío (Barcia, 2008: 249). En 1844,

tras la experiencia de la Conspiración de LaEscalera, se suprimieron los batallones de

pardos y morenos y se vuelven a reorganizar

en 1858, bajo el gobierno del capitán general

Gutiérrez de la Concha, ante la amenaza de

movimientos separatistas y el escaso número

de leales españoles; según Real Orden

de 30 de septiembre, como “elemento de

fuerza, y para atraerlas al lado español”. La

nueva disposición, explica Barcia, de quien

tomo la anterior cita, fue “acompañada de un

Reglamento concebido, a diferencia del de1769, solamente para los milicianos negros

y mulatos. Las diferencias con las Milicias de

Voluntarios Blancos eran notables, el salario,

por ejemplo, era de 34 pesos para los blancos,

10 para los pardos, y 8 para los negros”. Y,

finalmente, esta autora concluye, explicando

el destino que tomaron las nuevas milicias:

“Fueron rechazadas por los negros y mulatos,

que no se sentían prestigiados por pertenecer

a este cuerpo, por esta causa el reclutamiento

fue forzoso y se hizo a través de sorteos

públicos. Las deserciones fueron masivas. Este

cuerpo quedó desactivado tras el estallido de

la primera guerra de independencia, en 1868”

(Barcia, 2006: 15-16). Fidelidad al régimen

colonial de los negros y morenos libres que

también llega a patentizarse durante la guerra

independentista. Muchos esclavos y negros

libres participan como personal auxiliar del

Ejército español en operaciones, en funciones

de bases muy similares a las realizadas por

iguales grupos dentro del Ejército Libertador

(Sarmiento, 2006).3

Juan Francisco Manzano nace en 1797

(Manzano, 1937: 20); alcanza la libertad en

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Para los anexionistas y reformistasde mediados del siglo XIX, sólo eran“cubanos” los blancos naturales de laIsla; los negros nacidos en Cuba teníanotra categoría, la de “negros criollos”. El Lugareño,  el más destacado entre losanexionistas, se vio dominado por elmito racial y vivió convencido de quetodos los males que aquejaban a la colo-nia tenían sus causas en las mezclas derazas; por eso, fue su mayor empeñoeliminar al negro de la sociedad pormedio de constantes corrientes migra-torias de norteamericanos. Idea quedejó expresada en diferentes cartas que

escribe a José Antonio Saco (Fernándezde Castro, 1923: 89, 94, 105, 114 y 120).También Saco vio en la “causa negra”su gran pesadilla; para él, los negrosesclavos y libres de color tampoco for-maban parte de la patria y sólo eran losblancos quienes conformaban la nacio-nalidad cubana (Saco, 2001: 182-183;1928: I, 224). Estricta clasificación de“cubanos” que no admitía a los pocos

libres “de color” que habían alcanzadouna posición económica aventajada; y,una tenaz barrera que no pudieron sal-tar ni los pocos negros y mulatos quese insertaron en el proceso económicode la comunidad urbana, “hasta llegar arepresentar el doble papel de esclavo yesclavista, dualidad que le permitieronlas contradicciones del régimen y laadaptación, por su parte, a los patronesde los colonialistas” (Deschamps, 1970:

138). A fin de cuentas, ellos tambiéneran tratados como gentes inferiores ysus posibilidades de acceso social eranigualmente limitadas (Sarmiento, 2005:193-223). Al decir de Cepero (1971:128): “El negro por el color de su pielestaba condenado, en todo sistemasocial, a ocupar el estrato inferior y másexplotado. El color lo apartaba del reinode la libertad. Darle la libertad civil no

era darle la libertad real”.

III. Los negros, los más

sufridos y marginados

de la sociedad colonial

Como se expresa, los negros constituíanun sector marginal, separado por razo-nes culturales y de explotación econó-mica, que sufría desprecio, prejuicio ydiscriminación. En la cotidianidad, lo

más por ignorancia, tanto a los negrosesclavos como a los negros y mulatoslibres se les creían inferiores a los blan-cos e incultos por naturaleza; sin reli-gión y sin arte. Se tenía el criterio deque los negros sólo habían nacido pararealizar los trabajos más rudos y queeran hacedores de brujerías y practican-tes del folklore.

Mucho de los intelectuales blancos,cuando no azuzaban con sus discursosa que se mantuviesen in extenso estosprejuicios raciales, en sus retóricas deja-ban escapar cualquier frase paternalista,propia de la ideología del despotismo

ilustrado; para de esta forma volver aincurrir en la creencia popular de lainferioridad del negro. Porque, más quehablarse de derechos se trataba de favo-res y existía la condescendencia en vezdel respeto. De hecho, o se practicaba lasumisión o se era malagradecido.

En la otra vertiente del paternalismoilustrado se sitúa un grupo de blan-cos que paradójicamente salvaba a los

negros de la infame esclavitud por tenerel “alma blanca”. Entre los pocos negrosprivilegiados en el disfrute de este bene-plácito está el caso del esclavo-poeta Juan Francisco Manzano, que hasta elmomento en que Domingo del Monteorganiza una colecta y compra su liber-tad –esto, por nacer con el “don divino”de la poesía: una cualidad creíble enexclusividad para blancos–, “no le valie-ron ni su talento literario ni sus modales

refinados: sufrió, como todos los escla- vos [palabras de Ivan A. Schulman (Man-zano, 1975: 15), quien prosigue con unacita de Fernando Ortiz (1916: 321)], los“desastrosos resultados morales que enla raza negra había de producir una con-dición social tan abyecta”.

Manzano lo dijo en carta a Del Monte,el 25 de junio de 1835, donde hace usodel más preciso de los sentidos meta-

fóricos: “El esclavo es un ser muerto”(Manzano, 1937: 84). Una muerte quetambién se hizo extensiva y que se pro-longó entre los negros libres de color,con iguales sufrimientos de marginaciónsocial que los esclavos; y de la que elpoeta no pudo evadirse, aún despuésde haber obtenido la “ansiada libertad”. Juan Francisco Manzano, mientras vivió,no superó el trauma de la esclavitud, algo visible en su  Autobiografía; como tam-poco encontró en su nueva y corta etapade hombre libre –sólo le duró 18 años3–

1836, a la edad de 39 años (Vitier, 1973: 19); y

muere en 1854, con 57 años (Manzano, 1975:

50).4

Colaboró en 1837 en El Aguinaldo Habanero y

en 1838, en El Álbum; en 1842 escribió el drama

 Zafira.5

Prosigue la cita: “dado el carácter fundador de

estas obras, en lo adelante la literatura cubana

hablará de la problemática sociocultural que

configura la coexistencia del negro y el blanco,

en una sociedad dominada por el poder

azucarero y la violencia racista, como la de

mayor magnitud dentro de la nación” (Benítez,

1997: 80).6

Para J. Castellanos e I. Castellanos (1988:

I, 266), Saco simplemente refleja la visión

antropológica del tiempo que le tocó vivir;

hoy condenada por etnocentrista y falsa, y

que en su tiempo era tenida por acertada

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alicientes para nuevas creaciones poé-ticas: el poeta se esfumó. Después denarrar tan triste y desgarrador testimo-nio, su inspiración se fue silenciandopoco a poco4; y, ante la necesidad denueva existencia, apareció el liberto-poeta desempeñando diferentes oficios:sastre, pintor, dulcero y cocinero.

Durante todo el período colonial, enCuba fueron múltiples y continuos losesfuerzos de los negros por integrarse alas normas sociales comúnmente admi-tidas por la sociedad dominante; perola marginación social que éstos sufrían,por el solo hecho del color de la piel,

no les permitió avanzaran en ese sen-tido. Tardó tiempo el hacer entender a lapoblación prejuiciada que la esclavitudera un vehículo de inferioridad del serhumano; y aún, abolida la institución,permanecía en la mente de los expro-pietarios de esclavos y vigente entremuchos blancos de las restantes capassociales, las mismas ideas que marcabanlas diferencias y ahondaban en la mar-

ginación social del negro como parteíntegra de la sociedad. En palabras deMoreno (1995: 224): “El trauma escla- vista y de color lo permeaba todo: elcolegio, el hogar, la oficina, los cuarte-les, la universidad, la calle… La cultura,los conceptos jerárquicos, el sentidonacional, estaban llenos de racismo”.

Conjunto de realidades en el vivir y pensar del negro cubano, en su afán y conquista del disfrute de una misma

ciudadanía, en igualdad al blanco crio-llo, que no pasa inadvertido en la litera-tura cubana de la época; para justificarcon creces sus aportaciones tanto en elnacimiento como en la cristalización dela identidad cultural cubana. En la obrade José María Heredia, Juan FranciscoManzano, Cirilo Villaverde, Félix Tanco,Ramón de Palma, Anselmo Suárez, José Morillas, José María de Cárdenas

 y Gertrudis Gómez de Avellaneda, “elnegro –al decir de Benítez (1997: 80)–,cualquiera que sea su condición, apa-rece en mayor o menor grado incluidodentro de la nacionalidad. Ciertamente,aparece como un súbdito de segundaclase y dentro de un discurso racista,pero aparece como cubano, y eso pro-bará ser crucial”5.

Diferenciación que impuso el sistemacolonial entre los cubanos que tambiénse deja ver en la poesía popular de laGuerra de los Diez Años; léanse aque-

llos versos que comienzan “… el negro y el cubano, juntamente, / al cruel espa-ñol hagamos guerra…” (Moreno, 1995:224), y se comprenderá mejor lo tanarraigado que estaba el prejuicio raciala todos los niveles de la sociedad, másla permanencia en el imaginario popularde la distinción entre negros y cubanos.

IV. El papel

segregacionista jugado

por la Iglesia católica

respecto a los negros

Con relación al papel de la Iglesia ycontrario a la tradición católica, no hansido pocos los curas errados en sus pre-juicios raciales; muchos de ellos impo-tentes ante la situación circundante yotros tantos forzados por las normasde convivencia que imponía la propiasociedad civil dividida por clases. Una

sociedad donde la estrecha vinculaciónentre el color de la piel y la condi-ción social de los actuantes contribuíaal mantenimiento de estos prejuiciosraciales; antes y después, para justifi-car primero la esclavitud y segundo lasdesigualdades sociales. En este sentido,la moral cristiana se ha mostrado par-tidista e intransigente en defensa delos intereses de un determinado gruposocial: el de la alta burguesía.

Durante siglos la Iglesia jugó unpapel segregacionista en Cuba, lo quese ha atribuido, como excusa, al estrictocontrol del poder colonialista sobre lainstitución; pero es que, a su vez, elpoder eclesiástico influyó con igualintensidad en todas las esferas de la vida colonial cubana y éste se equipa-raba en su absolutismo con el mismí-simo gobierno. Mucho se ha insistido

en el papel controlador que jugó elPatronato Regio dentro de los precep-tos católicos en Cuba. El gobierno civilpatrocinaba la institución, un patrocinioque implicaba que todas las iniciativasde la Iglesia, incluso los nombramien-tos de los obispos, debían ser aproba-dos por los capitanes generales; y trasestas directrices, la Iglesia mantuvo unaactitud permisiva o de conveniencia,por ejemplo, ante la esclavitud, siendosu pronunciamiento casi nulo. Inicial-mente, la actuación de los eclesiásticos

entre muchos de los precursores científicos.

Aspectos que pueden ampliarse en GarcíaGonzález (1994: 45-64).

7Todavía se desconoce de manera cierta la

composición racial del Ejército Libertador.

Las cifras del período 1868-1880 (Guerra

de los Diez Años y Guerra Chiquita) son las

menos trabajadas, y las que corresponden al

período 1895-1898 (Guerra de Independencia)

se presentan como inacabadas; siendo,

en determinados casos los cálculos de los

últimos tres años, aproximaciones un tanto

ponderadas (Pérez Guzmán, 2005: 4). Lo

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–en ciertos momentos infructuosa– selimitó a procurar la evangelización y elbuen trato de los negros.

En un país donde los representantesde las autoridades políticas y religiosaseran nacidos en España y promovi-dos bajo el beneplácito de la regenciametropolitana, con la exclusión de loscriollos, la subordinación del “otro”debía quedar bien regulada. Por esto,en una sociedad en la que los poderesmilitares, civiles y religiosos iban de lamano, por lógica, se llegaba a tener unconsenso común en las legislacionespeninsulares y en los acuerdos insu-

lares que apoyaban el mantenimientode la esclavitud. No olvidemos queuna parte de los ingresos de la Coronaprocedían de las ganancias y de losimpuestos sobre el comercio de losnegros esclavos, donde sobresalía laaportación cubana; y que para bien opara mal, desde la idea inicial hasta laejecución final de cualquier proyectoabolicionista, la sacarocracia cubana

(máxima representante de la economíadel país) se imponía, incluso, sobre lascensuras de los eclesiásticos y sobremuchas de las leyes metropolitanasque, sencillamente, después de cono-cerlas impedían que se materializaran.Razonamientos que explican el porquéen la mayor de las Antillas se impidióla divulgación de la carta apostólica InSupremo Apostolatus   (1839) del PapaGregorio XVI (1831-1846), denun-

ciando el comercio de negros africanos.Un mensaje ruidoso que su circulaciónpodía incidir en hacer morir, con mayorrapidez, la gallina de los huevos de orodel sistema plantacionista cubano; enuno de los períodos con mayor númerode esclavos introducidos en la isla.

En los libros parroquiales, principal-mente bautismales, matrimoniales, tes-tamentarios y de defunciones, las dife-

rencias por motivo de raza o color dela piel eran muy marcadas: los registrosde los blancos eran separados de losregistros de los negros. Fue la época enque no importaba si los “otros” hubie-sen nacido en Cuba y gozaban de serlibres: todos eran negros y mulatos,descendientes de africanos. Tanto fueasí que, aun después del mantenidomartirio en la vida terrenal, a causa delcolor de la piel, en los cementerios nose unían los enterramientos de blancos y negros. Los esclavos eran enterrados

en las áreas más apartadas e ínfimas.Un auto dictado en La Habana

por Juan García de Palacios y García(61620-1682), Obispo de Cuba (1677-1682), con fecha 6 de septiembre de1679, manda que hagan un libro aparte,del de los españoles, para el asientode los entierros de negros y mulatos,libres y esclavos. Disposición que seinscribe como el inicio reglamentariode esta práctica discriminatoria, vigi-lada y mantenida durante toda la épocacolonial. El Obispo García de Palacios:“Haviendo visto y visitado este libro endonde se asientan los feligreses que

mueren de la Parrochial de San Chris-toval de esta Ciudad, y reconosido porlas partidas de el, estar mesclados, losentierros de los españoles, con los delos negros y mulatos libres, y estos soloaquellos que otorgan su testamento,sin asentar, los que mueren sin el, nimenos los esclavos qe mueren, y por-que conviene que cada genero de per-sonas este separado. Mandava y mando

que de aquí en adelante, no se assien-ten en este libro, los entierros de losnegros ni mulatos libres, sino solo losde españoles, y que se haga un libroaparte en que se assienten los entierros,de los negros y mulatos, libres y escla- vos; lo que guarden y cumplan los sus-sodhos Curas y sus thenientes. Pena desincuenta Ducados, no lo haciendo enla forma referida, y con este mandatoqueda vissitado este libro, y por este

autto, assi lo acordó, mandó y firmo. Juan Obpo  Stgo  de Cuba –Rubricado. – Ante mi Br Juan Fernández de Vergara.–Rubricado” (Le-Roy, 1958: 61-62).

En otra disposición de fecha 29de mayo de 1806, elaborada por Juan José Díaz de Espada y Landa, segundoObispo de La Habana (1802-1832), yque firma Salvador de Muro y Salazar,Marqués de Someruelos, gobernador y

capitán general de la isla (1799-1812),se regulan los derechos de sepulturasen los tramos del cementerio generalde La Habana: la de “los párvulos decolor en dos pesos; y la de los esclavos(inclusa la abertura) y sus párvulos enuno. Y enterrándose todos los dichospárvulos en los cuadros separados, bajode dicho crucero, y los esclavos adul-tos en la parte ínfima del cementerio,se pagará por los primeros un peso; ypor los segundos y terceros medio peso” (Sínodo, 1982: 201).

más que se dice es, ya próximo al consenso,

que negros y mulatos formaron la proporción

mayor de mambises: “el espinazo del ejército

revolucionario” (Aguirre, 1962: 34-35). Fue el

Partido Independiente de Color (PIC), creado

en 1908, quien señaló por primera vez en sus

publicaciones un estimado de la composiciónracial del ejército independentista; asegurando

que ellos habían aportado hasta el 85 por

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LOS NEGROS EN LA CUBA COLONIAL: UN GRUPO FORZADO  A LA MARGINALIDAD SOCIAL QUE SUFREN DESPRECIO, PREJUICIO  Y  DISCRIMINACIÓN

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La atención médica tampoco escapóde la discriminación racial. En los hos-pitales, mayoritariamente bajo el controlde la Iglesia, los reglamentos distinguíanlas atenciones de blancos y negros libres y de españoles y criollos, estando pro-hibida la admisión de los esclavos. Enel hospital para mujeres de San Fran-cisco de Paula, hacia 1789, se prohibióel ingreso de las esclavas enfermas, aúncuando sus amos estuvieran dispuestosa pagar el costo de su curación y man-tenimiento. El reglamento admitía a lasmujeres blancas, previa carta de reco-mendación emitida por el cura de su

feligresía, y a las de color libre, tras rigu-roso proceso selectivo en el que teníanque aportar la siguiente documentaciónacreditativa: “(…) el documento delibertad observando en esto toda pru-dencia que exija la caridad, pues aunqueseguro la práctica ha precedido para laadmisión un año de término contandola fecha de la libertad a la que se pre-senta la Enferma; con todo parece que

el caso exije otras reglas de misericor-dia, y en consecuencia, el Administra-dor, con presencia de aquel documento,consulta del Médico y Cirujano, y exa-men privado que practique justificara sila enfermedad fue adquirida en tiemposde la esclavitud; o adquirida después; y no presentando inconveniente seráadmitida a favor del alivio de la desva-lida” (Le-Roy, 1958: 207).

Luego de admitidas, las mujeres de

color libres se ubicaban en salas separa-das de las blancas; uniéndose sólo en lasala San Francisco de Borja cuando eran“enfermas de contagios” y si las enfer-medades las habían contraído en el pro-pio hospital. En el caso de las mujeresblancas éstas también eran ubicadas enlas salas del hospital atendiendo a susrecursos económicos y orígenes de susnacimientos: las españolas, catalogadas

como “distinguidas”, en las salas SanPedro y San Juan; y las criollas, clasi-ficadas en “ordinarias”, en la sala San Antonio (Le-Roy, 1958: 138). Estrictadivisión clasista donde la clasificaciónde los habitantes de la Isla iba muchomás allá de la tradicional discriminaciónpor motivos del color de la piel; aúncuando esto último era el punto de par-tida o la primera línea divisoria.

Tal situación de marginación eraigualmente visible en la educación; unsector que estaba mayoritariamente

en manos de la Iglesia católica. Por logeneral, las instauraciones de los plante-les educacionales se llevaba a cabo porlas congregaciones católicas, quienesen sus reglamentos no incluían indica-ciones expresas de la no admisión denegros en estas escuelas privadas, cosaque en la práctica sí impedían, bajo elpretexto de que los padres de los alum-nos blancos no admitían que sus hijosestudiaran junto a los negros; además,de ser colegios caros, sin subvencionesoficiales y con cuotas inalcanzables,incluso para la economía de muchos delos habitantes blancos. De esta valora-

ción se exceptúan las escasas escuelasgratuitas que estos colegios mantenían,donde sí se admitían a negros y mulatos.

La asistencia de los negros a laspoquísimas escuelas públicas que enCuba existían era igual de limitada,siendo su instrucción sólo hasta el nivelelemental en muchos de los casos yperíodos. Las pocas escuelas del Estadoque impartían la enseñanza elemental

se concentraban en las ciudades y endeterminados pueblos; por lo que lasáreas rurales quedaban marginadas deeste servicio. En 1860 existían en Cuba285 escuelas públicas y 179 escuelasprivadas, con una asistencia total de17.519 alumnos. En este año la pobla-ción total de la isla era de 1.199.429habitantes y de ellos sólo estudiaban el0,14 por ciento. Las familias campesinascon cierta solvencia económica envia-

ban a sus hijos a las escuelas más cerca-nas o pagaban un maestro en casa, peroestos casos fueron los mínimos. Otrogrupo de campesinos, igual de redu-cido, aprendieron a leer y escribir ensus propios hogares, y existieron indivi-duos que se esforzaron y de forma auto-didacta adquirieron los conocimientosmás básicos; pero la gran mayoría delos campesinos eran analfabetos. Pro-

blemática acentuada en los más humil-des y dentro de ellos, todavía más, enlos negros y mulatos. En 1887, a un añode la desaparición definitiva de la escla- vitud, el 87,7 por ciento de la población“de color” era analfabeta; y tras finali-zar la guerra, en 1899, se mantenía un72 por ciento en estas condiciones. Esdecir, sólo sabía leer el 28 por cientode los negros y mestizos, para un totalde 520.400 habitantes no blancos (Bole-tín Oficial de Hacienda,  1881: I, 461; Informe sobre el censo de Cuba, 1899,

1900;  Boletín de la Cámara de Comer-cio…, 1891-1892: 73).

Entre otros tantos ejemplos de lacotidianidad que vinculan a la Iglesiacatólica con la marginalidad social delos negros, los prejuicios y la discrimi-nación, aquí me referiré a dos casoslegislativos concretos que, pese a losaños de diferencias en su promulga-ción, se mantienen concatenados bajola premisa absolutista de sostener lanegativa a que los negros y mulatos for-maran parte del clero católico cubano:uno, el Sínodo de la Iglesia de Santiagode Cuba, de 1681; y otro, los  Estatutos

del Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de 1769.

Los sínodos se refieren a la disci-plina de los clérigos y religiosos peroconstituyen una excelente fuente paraanalizar la sociedad y la Iglesia en laépoca colonial. La información queofrecen, examinada bajo la observaciónde ciertas reglas hermenéuticas y conel debido cotejamiento documental de

otras fuentes auxiliares, puede ayudar alinvestigador en su análisis sistemático ya la hora de evaluar determinados pro-cesos históricos; por ejemplo, muchasde las sanciones que en los sínodos seaplican son resultado de las circunstan-cias locales, influidas por la presión dedeterminados grupos sociales y hastade la jerarquía eclesiástica, contrarios alas leyes vigentes y a los postulados deCristo.

En el Sínodo de la Iglesia de Santiagode Cuba (1681) se decidió no adminis-trar el sacramento del Orden Sagradoa los negros, mulatos y mestizos, “nia otros de mala raza como los judíos”. Y respecto a los primeros, la Constitu-ción XII así lo manifiesta: “no debenser ascendidos a los sacros órdenes loshijos de los que fueron castigados porel santo oficio, siendo descendientes

en primero y segundo grado respectodel padre, y en primero respecto de lamadre, ni los negros, mulatos y mes-tizos, por la indecencia que resulta alestado eclesiástico, escándalo y otrosinconvenientes que se han experimen-tado en las Indias de haber ordenádosesemejantes personas, salvo si tuvierendispensación de la sede apostólica, yfueren sus virtudes y letras conocidas,que entonces el prelado reconocerá loque fuere mas conveniente y útil a laiglesia, y se guarde por lo que resulta

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ISMAEL S ARMIENTO R  AMÍREZ

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en autoridad y decencia del clero deeste obispado” (Sínodo, 1982: 27).

En este Sínodo también se incluyena los mestizos. Prohibición contraria alo que se dispone en el Libro I, Ley 7.a,Título VII, de la Recopilación de leyes delos reynos de las indias   (1588), dondese encarga a los arzobispos y obisposde las Indias que “ordenen de Sacer-dotes a los Mestizos de sus distritos,si concurriesen en ellos la suficiencia y calidades necesarias para el OrdenSacerdotal; pero esto sea procediendodiligente averiguación e información delos Prelados sobre vida y costumbres, y

hallando que son bien instruidos, hábi-les, capaces y de legítimo matrimonionacidos” (Recopilación, 1943: I, 55).Indicación que igual se hace extensivaal género femenino: “si algunas Mesti-zas quisieran ser Religiosas y recibidasal Hábito y Velo en los Monasterios deMonjas, provean, que no obstante qua-lesquiera Constituciones, sean admiti-das en los Monasterios y a las profesio-nes, precediendo la misma informaciónde vida y costumbres” (Recopilación, 1943: I, 55).

Como bien indica Antonio GarcíaGarcía, en la introducción al Sínodo dela Iglesia de Santiago de Cuba de 1681 (edición facsimilar de 1982): “en esteobispado [de Santiago de Cuba] pareceque debe correr esta constitución noobstante lo que la ley dispone” (Sínodo, 1982: 27); y remite al lector a la Ley 4ª,

del sobredicho título, en la citada  Reco- pilación (1636 y 1681), donde se ruegaa los prelados “excusen ordenar tantosClérigos como ordenan, especialmentea mestizos e ilegítimos, y otros defec-tuosos, y no dispensen en los intersti-cios, ni consientan en sus Diócesis a losexpulsos de las Religiones y escandalo-sos…”. (Recopilación, 1943: I, 54).

 Ante lo escrito, la posibilidad de

los negros y mulatos de tener la “dis-pensación de la sede apostólica” y elreconocimiento del prelado para orde-narse como sacerdotes se convirtieronen letras muertas durante cerca de 450años. Hasta donde conozco, no se dioningún caso de negro admitido comosacerdote hasta 1942, en la figura de Armando Miguel Arencibia Leal (Sar-miento, 2009).

Próximo a cumplirse un siglo de

aparecer el Sínodo de la Iglesia deSantiago de Cuba (1681), el ilustrísimo

señor D. Santiago José de Hechavarría y Elguezúa, Obispo de Cuba, Jamaica y provincias de la Florida, etc., concibe y redacta los  Estatutos del Seminariode San Carlos y San Ambrosio  (1769)donde se mantiene intacta esta prohi-bición de no dejar entrar en el Real yConciliar Colegio a negros y mulatos.En los artículos referentes a las cuali-dades que debían tener los colegiadospara ser admitidos en el Seminario, seadvierte que no podían ser colegiales:“Los que no descendieran de cristianos viejos, limpios de toda mala raza, dejudíos, moros, o recién convertidos a

nuestra santa fe católica. Los que proce-dan de negros, mulatos o mestizos, aun-que su defecto se halle escondido trasde muchos ascendientes, y a pesar decualesquiera consideraciones de paren-tescos, enlaces, respetos y utilidades,porque todo es menos que la autoridad,decoro y buena opinión del Seminario,que vendría a caer en desprecio, y amerecer una sospecha general contratodos sus alumnos, si tal vez se abrierala puerta a semejantes sujetos, fuerade otros inconvenientes, que nuestroSínodo, y propia experiencia nos per-suaden haberse tocado de resultas deiguales gracias. Los descendientes depenitenciados por el Santo Oficio, oreconciliados por los delitos de herejes, y apostasía hasta la segunda generaciónde la línea masculina y hasta la pri-mera de la femenina. Los que traen ori-

gen de personas infamadas con algúnotro castigo, o ministerio vil de aqué-llos que producen afrenta y mancilla ellinaje. Finalmente, los hijos de oficialesmecánicos. Y por punto general losque carecen de cualquiera de las cali-dades necesarias, o se hayan atado conalgún impedimento canónico para reci-bir órdenes sagradas” (Estatutos, 1835;apud., Bachiller, 1965: I, 285-286).

Conjunto de actitudes que hacen ala Iglesia católica partícipe moral –y deningún modo entidad excluyente– enesa impuesta carencia de aceptaciónde los negros, donde la discriminación y el racismo tendrían que analizarsedesde los presupuestos de una heren-cia cultural; proceso en el que la jerar-quía eclesiástica, implicada en el envíode esclavos africanos a América, nopuede deshacer tan sólido andamiaje

que, al tiempo de impulsar el desarrolloeconómico de las naciones implicadas,

impone las diferencias entre los hom-bres por el tipo de raza o color y decondición o religión. Como antes seha expresado, los criterios de que laraza negra era inferior a la raza blancasiempre se hicieron valer y en América,desde los inicios mismos de la con-quista y colonización, éstos quedaronenraizados en todo el continente. Pri-mero, el negro fue objeto y no sujetoactivo de la sociedad y luego no pasóde ser ciudadano de segunda.

V. La respuesta

de los negros y la evoluciónde la autoconciencia

étnica cubana

 Ya a finales de la década de l860, latotal e igualitaria integración del negroen la sociedad colonial cubana habíadejado de ser una posibilidad viable.Los reformistas extremaron sus princi-pios racistas, se opusieron a ultranza ala convivencia armónica de dos razasdistintas, en un plano de igualdad, ydieron, de pleno, un no rotundo a laconcesión igualitaria de derechos políti-cos. En vez de disminuir, aumentaba elsentimiento social de hostilidad defen-siva del blanco contra el negro; y éste,sumido en asfixiante situación de mar-ginalidad, al estallar la insurrección, el

10 de octubre de 1868, sólo tuvo unaopción: la incorporación inmediata ala lucha armada en la manigua revolu-cionaria. Así –expresión de FernandoOrtiz (1997: 27)–, “el elemento negrose abrazó al ideal mambí no sólo comolábaro que había de llevarlo a su eman-cipación civil, sino también a la política”.La alta participación de los negros en laguerra independentista cubana, como

miembros del Ejército Libertador, con-firma la premonición del padre Varela,en 1822, cuando dijo: “estoy seguro deque el primero que dé el grito de inde-pendencia tiene a su favor a casi todoslos originarios de África” (Varela, 1886:546). Aseveración en que Ortiz abundade la siguiente manera: “Los negrosdebieron sentir, no con más intensidad,pero quizás más pronto que los blan-cos, la emoción y la conciencia de la

cubanía. Fueron muy raros los casos deretorno de negros al África. El negro

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LOS NEGROS EN LA CUBA COLONIAL: UN GRUPO FORZADO  A LA MARGINALIDAD SOCIAL QUE SUFREN DESPRECIO, PREJUICIO  Y  DISCRIMINACIÓN

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 A.2.3. Ciclo de teatro americano

 Ciclo de teatro infantil

8, 15 y 22 de marzoImpromadrid Teatro presenta “Teatruras” , un espectáculo de improvisación teatral dirigido a niños de 6 a 12 añosque trata de acercarles al teatro de una forma original, atractiva y divertida

29 de marzo, 5 y 19 de abrilEducarte presenta “La flauta mágica” , versión de la ópera de Mozart adaptada a niños a partir de 3 años, donde elniño se adentra en el mundo de la ópera y en su rico fondo de emociones

12 de abrilLa Tartana Teatro presenta “Piratas” , un espectáculo de títeres con barcos fantasmas y galeones hundidos

26 de abril, 3 y 10 de mayoEl callejón de Lola Teatro presenta “El Popol Vuh o El libro sagrado de los indios Quichés” , espectáculo dirigidoa los más pequeños para que de una manera lúdica y divertida tomen conciencia de valores tan universales como elrespeto a otras culturas, la fraternidad entre los hombres y el valor de la amistad y la colaboración en grupo

 A.2.4. Noche de los museos

 Sábado 16 de mayo Horario: 21 h. a 1 h.

 El cuerpo humano en el Museo de AméricaDentro del proyecto Museos como espacio de Diálogo Intercultural (MAP for ID):Recorrido: El cuerpo humano. Presentación de la propuesta Itinerarios por el Museo de América, a través de visitaspara grupos reducidos, entre 22:00 h y 23:00 h. (Previa inscripción en taquilla)Cuerpos en movimientoBailes prehispánicos en el salón de actos del museo con el grupo de Violeta Camacho. Actuaciones a las 21.30 h. y22.30 h. (Aforo limitado).

 Nuevo Jazz Fussion Actuación del grupo de jazz Calchetine en el salón de actos a las 24 h. (Aforo limitado)

 A.2.5. Día internacional de los museos

 Domingo 17 de mayo  Horario: 10 h. a 15 h.

 El cuerpo humano en el Museo de AméricaDentro del proyecto Museos como espacio de Diálogo Intercultural (MAP for ID):Cuerpos en movimientoBallet Folklórico Mexicano, Magia en movimiento de Violeta Camacho. Danzas aztecas y bailes mestizos de Chiapas,

 Jalisco, Veracruz y Yucatán. 12 h. Salón de actos. (Aforo limitado) Descubriendo alebrijes El museo se ha llenado de cuerpos extraños. Invitamos a los niños de 6 a 11 años a recorrer las salas en busca de estosanimales fantásticos hasta el 31 de mayo. Solicita en la taquilla tu hoja para participar y anota en ella tus descubri-mientos. Al finalizar entrégala de nuevo en la taquilla, y en unos días los mejores exploradores recibirán una sorpresa

 A.2.6. Los Jueves en el Museo

  Apertura de 16 h. a 19 h. Entrada gratuita.

 Visitas guiadas a la exposición temporal “Mantos para la Eternidad. Textiles Paracas del antiguo Perú”  Jueves en dos turnos: a las 17 h. y a las 18 h. Previa inscripción en [email protected]

MEMORIA DE  ACTIVIDADES DEL MUSEO DE AMÉRICA EN 2010

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VI. Marginalidad, prejuicio y

discriminación de los negros

insurrectos durante las

guerras de independencia

Por último, veamos entonces si talespredicas0 martianas, basadas en laigualdad para todos, se materializan aplenitud en el campo de la insurrec-ción, dentro de las filas del EjércitoLibertador; aún cuando, hoy en día,los temas inherentes a la esclavitud,la emancipación de los esclavos, las

aspiraciones de los negros y la margi-nación, discriminación social y racismoque este sector sufre durante el períodoque duró la Guerra de Independencia(1868-1898) son materias que siguensin investigarse como un estudio únicoconcatenado de la historia social deCuba. Retraso en el debate, proba-blemente, porque aún no se tiene uncorpus, lo más completo posible, delcomportamiento de este fenómenodurante toda la contienda bélica (1868-1898), que parta de la base constitutivadel Ejército Libertador. Digamos quela marginalidad, la discriminación y elracismo, entre las herencias más mar-cadas de la esclavitud y de la culturaque a partir de ésta se engendra enCuba, aún cuando afectan a determi-nados líderes de la raza negra, fue unproblema que mayoritariamente perju-

dicó a los negros insurrectos más des-poseídos. Tanto a los soldados rasos,los más de infantería, como al resto dela masa desarmada que conformaba elsustrato del Ejército mambí, la llamadafuerza auxiliar (convoyeros, jolongue-ros, asistentes, forrajeadores, agricul-tores en los predios más apartados yun etcétera de toda clase de serviciossubalternos); y por esto es más difícil

de detectar, ejemplificar y hasta llegara considerar como un mal  que con- vive de forma perenne en las filas delos revolucionarios cubanos durante lastres guerras. También, puede ser queesta limitante o este vacío historiográ-fico se dé porque todavía en Cuba nose han logrado superar los problemasdel racismo y por tal motivo se cuideun tanto la posible susceptibilidad dequienes más lo padecen.

Moreno (1995), las veces que serefiere al tema del racismo, no desmiente

ni confirma que entre los mambisesprevaleciera esta práctica. En cambio,reconoce en los españoles a un pue-blo de mínimo racismo y asiente quela Guerra de 1895 no tuvo un carácter

racista. Sus reflexiones albergan ciertaspretensiones de ruptura con los estu-dios precedentes pero no van más alláde su enunciación, quedando muchasde ellas como sólo interrogantes. Noobstante, advierte que en “una sociedaddividida por el color y el origen de loshombres, la incorporación de los prime-ros negros y mulatos debió haber sidotraumática”; que, pese a lo mucho que

se ha escrito sobre la guerra, “no haytestimonios válidos de cómo se fue sal- vando el abismo entre blancos y negrosen la primera etapa de la lucha” y de“cómo fue posible que un movimientoiniciado por  patricios   lo cerrase ungeneral mulato” (Moreno, 1995: 245).Él considera la batalla contra la escla- vitud, el combate a la desigualdad yel menosprecio, y la exaltación de los valores patrios como las aspiraciones demayor peso entre los no blancos. Ade-más, afirma que “la Guerra de los Diez Años fue fundamental porque derribó,o al menos, quebró dentro del campoinsurrecto la contradicción de color quehabía mantenido divididos a los cuba-nos” (Moreno,1995: 273). Planteamientoal que agrego el siguiente comentario:las nuevas posibilidades reales a las quese enfrentan negros y mulatos, a partir

del 10 de octubre de 1868, no derribaesta contradicción y más que quebrarlasólo la disminuye. Con las guerras nose liquidaron las grandes contradiccio-nes de la sociedad cubana, dígase eneste sentido los problemas raciales; por-que –haciendo uso de su propio razo-namiento– “prejuicios y patrones for-mados en siglos no se borran en unosaños, pero disminuyeron en su intensi-

dad y forma y se alteraron las priorida-des” (Moreno, 1995: 255).Con relación a la esclavitud y la

insurrección, las órdenes emitidas porel gobierno revolucionario en la prác-tica se cumplían muy poco. Entre ellas,la publicada en  El Cubano Libre, el 29de octubre de 1868, y en la que Car-los Manuel de Céspedes dice: “Quedaprohibido desde este momento a todoslos jefes y subalternos del Ejército

Libertador admitir esclavos en sus filas,a menos que sea con facultad de sus

dueños o mía” (Pérez, 2005: 79); igualsucede con un bando, de fecha 12 denoviembre de ese año y que disponeque: “serían juzgados y ejecutados lossoldados y jefes de las fuerzas liberta-

doras que: […] se introdujeren en lasfincas ya sea para sublevar o ya paraextraer sus dotaciones de esclavos”(Pérez, 2005: 79). Disposiciones quefueron violadas múltiples veces y enocasiones el propio presidente las con-sentía o hacía caso omiso. Pensemosque eran decisiones que se tomaban enplena guerra, muchas de ellas salidas deun caudillo local, y que son aspectos

que la historiografía no ha sabido captare interpretar cuando ha efectuado valo-raciones de las actitudes de los revolu-cionarios del 68.

En este sentido, son interesantes lasreflexiones que realizan Abreu (2005:77-93) e Ibarra (1967: 55-57) de la Guerrade los Diez Años, en las jurisdicciones deBayamo, Holguín, Manzanillo, Tunas ySantiago de Cuba (Departamento orien-tal de la Isla), y fundamentalmente aque-llas que plantean el vivir más inmediatode amos y esclavos durante los prime-ros meses de insurrección. Información válida para interpretar mejor el dilemaesclavitud-insurrección y para penetraren el espacio, todavía oscuro, de lasrelaciones amo-esclavos, esclavos-libres,esclavos-negros libres, negros-blancos yjefe-subordinados.

 Abreu distingue en el comporta-

miento de los amos, los que se incor-poran a la insurrección con sus esclavosde los que pierden sus dotaciones alser liberadas por las partidas rebeldes.En los esclavos un análisis todavía máscomplejo, por abarcar: desde los sujetosque se alzaban con sus amos y man-tenían una relación más plausible enel trato; situación favorecida que nadatenía que ver con los llamados esclavos

del Estado, los incorporados a las fuer-zas libertadoras cuyos amos no seguíanigual camino; hasta la forma en quefueron tratados durante y después delos reclutamientos, la marginación quepadecían, sus condiciones de vida enlos campamentos, los variados tipos deocupaciones que desempeñaban y lasposibles causas de las deserciones. Paraconcluir, “que una parte de los esclavosque resistían en los territorios sublevados

permanecieron en las fuerzas revolucio-narias” (Abreu, 2005: 93). Una evidencia

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contrastada al final de la Guerra de losDiez Años, al comprobarse el elevadonúmero de ex esclavos que terminaroncomo miembros del Ejército Libertador8.

 A una parte de los esclavos les obli-

garon se incorporaran a las fuerzas lib-ertadoras; donde muy poco cambió sus vidas, al continuar recibiendo el trata-miento habitual al que estaban acostum-brados. El castigo del cepo se trasladóde la plantación a los campamentosmambises (Gómez, 1897; Flint, 1983;Sarmiento, 2007) y comenzaron a vivirlos maltratos que sufrían sus similares enlas plantaciones de Occidente; “para una

parte de estos esclavos no había diferen-cia sustancial entre los españoles y loscubanos. Todos eran blancos, sinónimosde amo” (Abreu, 2005: 87). Por esto, seles tenía desconfianza y permanecían vigilados. Hubo muy poco respeto poresta gente. Salvo que, a diferencia desus vidas en las plantaciones, entre lascuatro paredes de los barracones, en loscampamentos mambises sobraban lostestigos que podían dar cuenta de sus vicisitudes y del extremo de sus humil-laciones como humanos. José Martí, condolor e impotencia a la vez, recoge en su Diario de campaña la salvaje anécdotacontada por Máximo Gómez, personi-ficada por el general Eduardo Mármol:“Dormía la siesta un día, y los negroshacían bulla en el batey. Mandó callar yaún hablaban ¿Ah, no quieren entender?Tomó el revólver –él era muy buen tira-

dor–: y hombre al suelo, de una balaen el pecho. Siguió durmiendo” (Martí,1985: 63).

Los esclavos como parte del ejércitoinsurrecto estaban marginados, forma-ban las fuerzas auxiliares y realizaban lostrabajos físicos más duros, en condicio-nes deplorables; la gran masa se desti-naba a la construcción de fortificaciones y barricadas al estilo más primitivo, abrir

trincheras, derribar árboles y trasladarlosjunto con las piedras para obstaculizarel paso del enemigo por los caminos; unnúmero menor se situaba en las cocinas,cortando leña y otros trabajos secundar-ios. Sin embargo, estoy en desacuerdocon Abreu cuando afirma que era unarareza verles en tareas propiamente mil-itares. Muchos de los castigos impues-tos a los esclavos fueron precisamenteporque se negaban a prepararse para la

guerra. La disciplina militar impuesta endeterminadas partidas les hacía, en muy

poco tiempo, arrepentirse del paso que voluntaria o involuntariamente habíandado. Algo verificado en sus declaracio-nes como prisioneros de las autoridadescolonialistas. El propio Abreu incor-

pora en su ensayo uno de estos testi-monios. El del esclavo presentado en elcampamento de Sevilla que se quejabaporque lo tenían afilando machetes yformado en el batey, de dos en dos, porla mañana y por la tarde (Abreu, 2005:86). De seguro, entre los jefes insur-rectos no faltó interés por disciplinara los esclavos; el problema estaba enla forma y en los métodos empleados.

Este mismo autor es consciente de queexistieron campamentos a los que losjefes trasladaron la estructura represivade los ingenios. Otro inconveniente paralos insurrectos, con mayor énfasis en losesclavos, fue la inadaptabilidad. Unaparte pasaba de tener una vida más soli-taria, formada en un ambiente patriarcal,a la no siempre aceptada o bien llevadaconvivencia en colectivo.

Ha de suponerse que en los inicios,al constituir las masas de esclavos elgrueso de los insurrectos, fueron enor-mes los obstáculos que la vanguardiarevolucionaria tuvo que vencer; tantopara incorporar a las dotaciones en elejército como para luego disciplinar-las en la vida militar. Dentro de esteambiente, así como existieron pro-pietarios de esclavos que se negaronal decreto de emancipación, también

se dieron casos de dotaciones que seresistieron a formar parte del nacienteEjército Libertador (Ibarra, 1967: 51-53).En las fuentes archivísticas abundan lostestimonios que refieren el doble trabajode los jefes mambises, el de luchar con-tra el ejército español y el de discipli-nar a “la negrada”, en frase de la época(Sarmiento, 2007). Segunda labor queno siempre tuvo un resultado satisfac-

torio, lo que obligó a muchos jefes queemplearan drásticas medidas. Ya antesse ha dicho: como en las plantacionesesclavistas, los castigos del cepo y el gri-llete se encontraban entre las medidasdisciplinarias aplicadas; la más extrema,el fusilamiento. Del uso del látigo no heencontrado ninguna referencia y el roboestaba entre las indisciplinas más juzga-das por los mandos insurrectos.

Fueron muchos los esclavos que se

fugaron de los campamentos rebeldes y retornaron al control de sus amos o

hicieron vida independiente en las mani-guas más inaccesibles como cimarrones; y todavía mayor el número de deserto-res que se entregaban al ejército españolen operaciones. La documentación en

este sentido es copiosa. Los despachosde las tropas españolas recogen parte delas presentaciones de los ex esclavos, enlas que alegaban eran maltratados porsus jefes y preferían volver a la escla- vitud que cumplir con la causa cubana(Sarmiento, 2007). No obstante, se debetener especial cuidado en su lectura;porque, bajo la presión de los interro-gatorios, no faltaron individuos que exa-

geraran al narrar los acontecimientos.También, el propio ejército español, ensu afán de mostrar a una fuerza rebeldedebilitada, falseaba y dramatizaba, toda- vía más, lo dicho por presentados yprisioneros. Pero, como bien manifiesta Abreu (2005: 84): “en ocasiones, hasta lamentira puede ser de alguna utilidad enlos análisis históricos. Al mentir se buscauna realidad que puede ser creíble. Larealidad de los esclavos maltratados porlos insurrectos, durante su incorpora-ción a las fuerzas libertadoras, es creíbleentre los españoles, pues esa situaciónracista se refleja en la documentaciónpersonal de algunos líderes insurrectos”.

Quien escribe estas páginas pudorevisar, en el Servicio Histórico Mili-tar de Madrid, una parte considerablede estos interrogatorios, quejas u otrasdemandas vinculadas con los mambi-

ses, principalmente con esclavos en losprimeros años de la insurrección. Enuna primera lectura, la narración de loshechos parece convencer al investiga-dor y hasta le resulta curiosa la formaen que imitan el habla coloquial de losesclavos. Pasado el momento emotivo,el investigador se reincorpora al análi-sis y descubre el trasfondo de los incisi- vos planteamientos en no pocos de los

testimonios. Tras la pista descubre, porejemplo, que un mismo hecho, desdela aparición de una primera narraciónhasta que se transcribe como parte ofi-cial a los mandos superiores, es contadode forma diferente. En el caso de negrospresentados o prisioneros: se multiplicael número de ellos y de los muertos encombate; se les añadía a sus declaracio-nes que eran obligados por sus amos aalzarse; que los amos para preservar sus

propiedades de la destrucción de losrebeldes cedían parte de la dotación a

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las partidas; y un etcétera más de argu-mentaciones que podían ser ciertas o no,como se ha comprobado que muchas lohan sido, pero que no se incluyen en losprimeros partes de operaciones.

La situación hasta ahora descrita eramuy diferente para los negros y mestizoslibres que se incorporaban a las fuerzaslibertadoras. Son menores, al nivel de laspequeñas partidas, las muestras de dis-criminación hacia esta otra parte de losinsurrectos no blancos. Planteamientoque se avala con el ejemplo de la fami-lia Maceo. Lo que sí se dan son algunasdiferencias en el ejército mambí entre los

esclavos y los negros y mestizos libres.Diferencias marcadas o consentidas porno pocos de los mandos rebeldes; porejemplo, mientras a los negros y mes-tizos libres les permitían dormir junto alos blancos, en la casa campamento, losesclavos lo hacían fuera, casi siempre ala intemperie o en improvisados bohíos(Abreu, 2005: 88). Igual pasaba con elacto de compartir el momento dispuestopara las comidas; los esclavos siempresin mezclarse (Sarmiento, 2008: I, 152-314). El negro y el mestizo libre se ini-ciaba siendo mambí como soldado, elesclavo como esclavo. Los libres adqui-rían un arma blanca más rápido que unesclavo y sus ascensos eran lentos peromenos trabajosos. También por estascondescendencias de los caudillos conlos negros y mulatos libres hubo susenfrentamientos, recelos y traiciones.

Ibarra también se refiere a otrossucesos que dan cuenta de la margina-ción del negro en la dirigencia revolu-cionaria durante la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita, en ciertaszonas de Cuba libre, “donde el virusdel racismo empezaba a hacer estragos”(Ibarra, 1967: 55); por ejemplo, las con- versaciones del coronel cubano EnriqueCéspedes con el coronel español Mella:

“Según Pirala [de donde toma la cita],hablaron largamente del estado de laguerra y manifestó Céspedes que sucontinuación en el campo insurrecto asícomo la de otros jefes que veían la ruinaen el elemento de color en que se apoya-ban, se basaban en los odios personales y en el temor de la dictadura presentán-dose” (Pirala, 1895: I, 360; apud., Ibarra,1967: 55). Pensar que no era aislado, talcomo se confirma en “la carta del coro-

nel Antonio Bello, Jefe del regimientoLuz de Yara, al general Juan J. Rus, Jefe

del regimiento de Bayamo, que revelala existencia de una oposición cerradaen estas zonas al ascenso de los jefesde extracción popular” (Ibarra, 1967:55). Se refería a Antonio Maceo y tras-

mitía en el papel el odio que no podíapor sujeción manifestar libremente: “Túmismo me has contado que no estaríalejos el día en que éste al frente de losnegros nos quitaría la cabeza” (Ibarra,1967: 55-56). Comportamientos, todos,racistas, que estaban muy aparejados aotros, ya de índole más clasista. “En 1878 y en 1880, los jefes militares regionaleshabían capitulado porque no concebían

otra dirigencia ideológica que la de loscuadros políticos e intelectuales vincu-lados orgánicamente a la clase terrate-niente” (Ibarra, 1967: 57).

Conforme a lo expresado por Iba-rra (1967: 56) “todo hace indicar que elalcance del movimiento racista estuvolimitado a las zonas de Bayamo y Man-zanillo, aun cuando es posible que estosprejuicios hayan influido de un modogeneralizado e indirecto en la conductade algunos de los hombres del Zan-jón”. Juicio que crea sobre la base dela documentación a que tuvo acceso, validado, además, con opiniones comola de Manuel de la Cruz: “Ocurrió quealgunos insurrectos, de los menos pro-minentes por cierto, creyeron necesa-rio, acaso por personalísimas exigenciasde sus conciencias, explicar y justificaractos que no necesitaban explicación ni

justificación, y con más o menos desen- voltura y habilidad echaron a volar laespecie de que no era posible continuarla guerra, porque ya los negros se ibansobreponiendo a los blancos” (De laCruz, 1895; apud ., Ibarra, 1967: 56).

 A Ibarra no le faltaron razones parahacer ver y comprender la complejasituación a la que se enfrentaron losnegros y mulatos incorporados a la insu-

rrección. De la misma manera en quedestaca la utilidad y lo mucho que ganóeste amplio sector de la población alconvivir, atraído por los mismos ideales,con los mambises blancos en los cam-pos de Cuba libre; el territorio dondese asentó la soberanía revolucionaria ydonde se crearon, sin dar lugar a dudaalguna, nuevas relaciones sociales.

En los campamentos mambises, altiempo que no se borró la línea sociológica

que dividía al mambisado por el tipode clase a la que pertenecía, las penu-

rias impuestas por la guerra y el agra-decimiento explícito por salvarle la vida el uno al otro, por compartir enun momento determinado un trozo deboniato, como único alimento del día,

entre otras bondades, necesariamenteincidía en que mejorasen las relacionespersonales entre blancos y negros. Ade-más, que en ocasiones unos sobrevalora-sen las cualidades humanas de los otros.

 Ahora bien, aún cuando es ciertoque fueron principalmente los penin-sulares y los cubanos pro-españoles, ensus campañas de desmoralización delEjército Libertador, quienes presentaron

la lucha cubana por la independenciacomo una guerra de razas, no faltaronlíderes mambises que en su afán deprotagonismo y rápidos ascensos ali-mentaran esta idea; viendo a los oficia-les negros y mulatos, y principalmente–como ya se ha anotado– a la figura de Antonio Maceo, como obstáculos en susaspiraciones.

Cuando se habla del mayor general Antonio Maceo Grajales necesariamenteaflora el tema del color. No porque elhéroe se refiriera a esta problemática demanera continua, cosa que hizo cuandolas circunstancias lo merecieron, sinoporque, al constituir paradigma de lagran masa de negros y mulatos insu-rrectos, el tema racial le afectaba entodos los sentidos. No obstante, Maceodemuestra, la mayoría de las veces, estarpor encima de los prejuicios raciales.

Pudo ubicar y aquilatar, en la medidade lo posible, cuál era el lugar más pro-pio para los racistas: ignorarlos. Ecua-nimidad y compasión que logra alcan-zar gracias a su máxima inteligencia ya la prioridad de defender la patria porencima de su propia personalidad yde cualquier conflicto solapado (Martí,1975: IV, 451-454).

Si por algo Antonio Maceo sintió

dolor e impotencia a la vez, aun igno-rando muchos de los comentarios yteniendo un poco de ecuanimidad ycompasión con y por sus adversarios,fue por las continuas acusaciones quele hicieron de ser portador de prejuiciosraciales, querer la venganza del negrocontra el blanco, fomentar la guerra derazas y tener el propósito de crear unarepública negra.

Estas inculpaciones, en mayor o

menor medida, se las hicieron a Maceoen las tres guerras y durante el período

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de tregua (1880-1895): el gobierno colo-nialista, en su afán de dividir a los mam-bises y debilitar la insurrección, impor-tantes personalidades del Consejo deGobierno, militares de gran prestigio y

algunos otros líderes y mandos inter-medios del Ejército Libertador; inclusohombres cercanos a él, en los que losmotivos eran tan múltiples como super-fluos y donde afloraba, tras el prejuicioracial, los celos de mando, ambicionesde jefaturas, pases de cuenta, desconfiardel talento de Maceo y acusaciones a susposibles arrogancias (Pérez, 2005: 16).

En los testimonios recriminatorios

son muy pocas las afirmaciones y nin-guna de ellas logran empañar el cristalcon que se cubre la hoja de servicios delTitán de Bronce. Las acusaciones corres-pondientes al bando cubano inician conel “dicen que”, “se comenta que”, “sesusurra que”, etcétera, etcétera; y “talestérminos indican, más que acusacionesconcretas, especies echadas a rodar, conel fin deliberado de crear una imagennegativa, una atmósfera de prevencio-nes” (Mourlot, 2005: 55-56). En esencia,la base de tan mayúsculo malestar en ungrupo de la oficialidad blanca radicabaen “lo ‘inconcebible’ de que alguien dela llamada ‘raza de color’ pudiera, al fin,estar trepando tan alto” (Mourlot, 2005:55-56). Y en efecto, el mulato AntonioMaceo lo logró. Vencedor de obstáculos,su exitosa trayectoria militar y su com-portamiento lineal y transparente como

hombre de honor y de bien le hicieronacreedor, peldaño a peldaño, de la másalta graduación otorgada por el EjércitoLibertador: el mulato pasó de ser unanónimo soldado a Mayor General.

Se dice que fue el coronel IgnacioMora Pera quien inició la campaña nega-tiva hacia Antonio Maceo; le llamaba “unhombre ambicioso”. Difamaciones en lasque participan a lo largo de treinta años

figuras como el coronel Matías Vega Ale-mán, quien manifestó en carta al doctorMiguel Bravo Santíe “que Maceo habíahecho creer a los hombres a su mandoque el problema de Lagunas de Varonaera una cuestión de raza”; el brigadier José de Jesús Pérez de la Guardia, quiendice: “El referido Maceo es hombre peli-groso en la posición que ocupa; no soymás claro por no fiar en la pluma ideasdiabólicas por él emitidas”; el brigadier

 Juan Fernández Ruz, escribe al general Vicente Aguilera: “¿Dígame, general, este

señor acabaremos de confesar quien eso no? Permítame calificarlo a mi enten-der: llamémosle Hicotea..”; el diputadoMarcos García de Sancti Spíritus: quelas intenciones o tendencias de Maceo

han sido siempre “ser el hombre fuertede la revolución y el racismo negro”;el teniente coronel Ángel Pérez, en sudestino como agente revolucionario enColombia, escribe a su antiguo jefe gene-ral Carlos Roloff, “con alusiones relativasa que aceptar al Héroe de Baraguá seríaaceptar el dominio de la ‘gente de color’, y esto equivaldría a tener una Cuba afri-cana”; del brigadier  Flor   Crombet, por

cierto mulato, al mayor general CalixtoGarcía: “Nuestro hombre [Maceo] apoyóa Gómez, añadiendo que nunca creíaque los blancos tenían ni más derecho,ni más deberes que los de su raza; peroque, de momento, veía difícil tan gigan-tesca empresa, por la razón de no contarcon dinero y elementos indispensables”;el abogado Ignacio Belén Pérez, desdePanamá, escribe a Gómez: Maceo cree“que va a ser rey, como si Cuba fuera África”; el brigadier Serafín Sánchezintentó inculcar a José Martí: “Que nin-gún sentimiento de patriótica bondadcambiaría en Maceo su ciego empeñode favorecer el predominio de la razanegra” y “que Maceo no se conformabacon la igualdad republicana y democrá-tica, sino que quería la venganza delnegro contra el blanco, por medio de larepresalia bárbara, a fin de lograr el pre-

dominio absoluto”; y el doctor Fermín Valdés Domínguez anota en su  Diariode soldado: “quedó con su miseria y sualma más negra que la piel” (Mourlot,2005: 53-118).

Durante el año 1876, hubo unmomento que, por todos estos ata-ques personales, Antonio Maceo llegóa presentar su renuncia al Presidentede la República, Tomás Estrada Palma

(Maceo, 1998: I, 68). Y ya con el tiempo,algunos de los hombres que hablaronmal de él se retractaron, por medio desus acciones, del daño moral causado alHéroe de Baraguá. Sin embargo, estoscomentarios insidiosos de índole racistano dejaron de existir en la base delEjército Libertador; afectación que sehizo extensiva y que más sufrieron lossoldados negros y mulatos, quienesconstituían la gran mayoría de la mem-

bresía mambisa.Maceo por su parte, contrario a quie-

nes les acusaban, “denunció algún com-plot de racismo negro en la manigua,durante la Guerra Grande; llamó a loscubanos de su raza a unirse a los blan-cos, para, dirigidos por éstos, alcanzar la

libertad y sus derechos plenos” (Maceo,1998: I, 139; Mourlot, 2005: 108); y en loscomentarios que hace a propósito de unacarta que escribe al general Camilo Pola- vieja, desde Kingston (Jamaica), el 14 dejunio de 1881, expone su visión de larelación que existe entre los prejuicios yla libertad (Portuondo, 1971: 51-62).

Sin embargo, la figura de AntonioMaceo como máximo aglutinador de

un pueblo, más allá de blancos, negros y mulatos; “su personalidad, sin divi-sión de color entre sus soldados, y surelación con peninsulares y cubanosblancos, fue lo suficientemente fuertecomo para diluir en lo posible la ima-gen racista de la guerra” difundida porlos peninsulares (Monero, 1995: 246).Tal vez por esto, “la muerte de AntonioMaceo no tuvo una repercusión nega-tiva en las filas independentistas” (Pérez,2005: 23); ni en los blancos ni en losno blancos; y, para completar la idea deFrancisco Pérez Guzmán: “Esta actitudtambién revela un nivel de concienciade identidad nacional, verdadero sen-tido de la participación de la mayoríade los negros y mulatos cubanos que seincorporaron a la Revolución de 1895,por encima de intereses particulares porel color de la piel y que, por otra parte,

evidencia confiabilidad en otros jefesmilitares blancos, como Máximo Gómez,quien había defendido ideales socia-les muy similares a su ídolo, el general Antonio Maceo” (Pérez, 2005: 23).

 Ya desde antes, tras la Protesta deBaragúa –encuentro en el que partici-pan como principales figuras un blanco y un negro: los generales Arsenio Martí-nez Campos y Antonio Maceo Grajales–,

 y con un período de paz, posterior a laGuerra Chiquita, próximo a los quinceaños, obviamente los negros y mulatoslibres, principalmente los que lucharonen uno y en otro bando, aumentaron suautoestima. El sacrificio de diez años deguerra convertía a estos últimos en verda-deros hombres y mujeres libres y a todosellos por igual les crecieron las expectati- vas en cuanto a su posición en un futuroigualitario. Fue a partir de entonces

cuando el gobierno colonialista se trazócomo política “ganar a los negros” y para

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ello encaminó un conjunto de accionesespecíficas, enfocadas a la promocióncultural de la gente de color y contra ladiscriminación racial. Esfuerzos oficialesque inician sus prácticas en 1879, paradó-

jicamente, antes de abolirse la esclavitud(1886): “Por ejemplo, aun en contra delos liberales criollos, se eliminó todo obs-táculo legal al ingreso de los negros enla enseñanza incluyendo por igual a losniños de las escuelas primarias así comolos institutos de segunda enseñanza y launiversidad; se prohibió la segregaciónen los trenes, restaurantes y cantinas;se eliminó en el registro civil la existen-

cia de libros para blancos y otros paranegros, y esta última medida se aplicó alas iglesias” (Moreno, 1995: 262).

 José Martí denunció inmediatamentela finalidad que perseguía este decretocolonial, por el que se introducía cambioen la vetusta legislación segregacionista.Su conocido artículo “El plato de lente-jas”, publicado en  Patria, el 2 de enerode 1894, es una enérgica respuesta quedesenmascara la falsedad del gobiernoespañol en la Isla (Martí, 1975: III, 26-30).

 Acciones del gobierno colonial en laIsla que, pasada la fiebre de captaciónde “adeptos a conveniencia”, no circula-ron más allá de los límites comunicativos.La sociedad cubana continuaba siendoun ámbito de sectores profundamenteracistas y en muy poco estos gruposcambiaron después de cesar la esclavi-tud. Entonces, los negros y mulatos se

enfrentaron a nuevos conflictos, adap-taciones y desafíos, dándoles respuestasque tampoco hicieron esperar; porqueha de reconocerse que, en la forja de laconciencia ciudadana de estos negros ymulatos, la aparición del decreto colo-nialista, aunque fuese en parte teoría, nosólo sentaba precedentes sino que leslegitimaba públicamente cuáles eran susderechos fundamentales.

En la Guerra de 1895, la posibilidadde ascender como oficiales y hacia lajerarquía militar del Ejército Libertadorregistró acentuadas limitaciones paraquienes no exhibían un nivel de ins-trucción y de cultura elevado. Barreraque afectaba lo mismo a blancos que anegros analfabetos y humildes, y dentrode estos mayormente a los segundos porconstituir mayoría y ser los más margina-dos. Por tanto, en la carrera por obtener

altos grados militares, los mambises noblancos afrontaron mayores obstáculos

que los blancos. Inhabilidades que pue-den ejemplificarse a través de un testi-monio, extraído por Pérez Guzmán delas  Actas de las Asambleas de Represen-tantes y del Consejo de Gobierno,  que

afecta al coronel Prudencio Martínez yque tiene como mentor al general CalixtoGarcía, entonces jefe del DepartamentoOriental. En síntesis: sucedió a inicios de1898. García propuso al General en Jefeel ascenso a brigadier del coronel Pru-dencio Martínez; éste a su vez, despuésde aprobar la propuesta, la trasladó alConsejo de Gobierno, quien la deses-timó sin dar explicaciones. García insis-

tió de nuevo y el Gobierno mantuvo sudeterminación. Entonces, García amplióla fundamentación de su propuesta y ladirigió a la Secretaría de la Guerra; enesa oportunidad, además de relatar losméritos militares de Martínez, expuso:“Hace largo tiempo que viene mandandola Brigada de Guantánamo y la circuns-tancia de ser un jefe de la raza de colorexige que no le posterguen injustamente. Aún como medida política se hace con- veniente y al Gobierno no se le ocultará”.Sólo así García pudo encontrar una víapara que a Prudencio Martínez se le con-cediera el ascenso a brigadier. El mensajese captó en la cúpula del gobierno y enel segundo consejo se aprobó la pro-puesta. Martínez, además de ser el jefede la Brigada de Guantánamo y partici-par en todas las operaciones realizadasen Oriente, era negro, hacendado y man-

daba en una zona habitada mayormentepor negros y mulatos. El texto, como bienexpresa Pérez Guzmán, “es muy revela-dor para entender la realidad históricade un ejército multirracial y multiclasista,como el mambí. Su alerta [la del generalCalixto García] de que se trataba del jefede la Brigada de Guantánamo y su con-dición de ser negro, plantea un novedosoenfoque sustentado en el vínculo región,

localidad y raza” (Pérez, 2005: 85).Expresión de Pérez Guzmán queencuentra su advertencia en lo dicho porél en otra parte de su monografía: “Lanegación de un grado o una jefatura aun mambí no blanco no puede aceptarsede forma tácita como una evidencia dediscriminación. Pues los conflictos perso-nales y las ambiciones políticas influye-ron de forma decisiva” (Pérez, 2005: 88).También, porque existieron casos de

oficiales blancos que fueron igualmenteperjudicados; sólo que ellos pasaron

inadvertidos. Realidad que alcanzó mayornotoriedad entre los negros y mulatos,hasta verse como seña de discriminaciónracial (Pérez, 2005: 89).

 Así, entre los muchos casos de

negros implicados en la negación de unrango superior o un puesto, habría queanalizar, sobre la base de las hojas deservicios y las posibles circunstanciasque apremiaban en ese momento, si lano concesión respondía a la ausenciade méritos suficientes o si en las deter-minaciones del Consejo de Gobiernopredominaban los conceptos racistas.

El anterior caso del ya brigadier Pru-

dencio Martínez, la polémica que suscitóla no concesión del cargo como máximojefe de Oriente al general José Maceo,más la sustitución del negro Martí Duen,jefe fundador del Regimiento de Betan-ces, por el blanco Guillermo Schweyer,miembro de una distinguida familia dela provincia de Matanzas, y el procesojudicial contra Quintín Bandera, entreotros actos aislados y de diversa índole,hoy pueden ser catalogados como racis-tas, y de hecho algunos de los autoresasí lo creen (Ferrer, 2003: 141-162); sinembargo, Pérez Guzmán considera que“son informaciones significativas, peroinsuficientes para explicar con objetivi-dad la complejidad del problema de losnegros y mulatos en las filas del EjércitoLibertador” (Pérez, 2005: 87).

Es por esta escasez de elementosprobatorios que Pérez Guzmán critica

a los historiadores que han tratado latemática de la marginación de la razanegra dentro del ejército mambí, cons-triñendo el espacio de observación y sinprofundizar en el número de mambisesno blancos que ocuparon importantísi-mas responsabilidades en el mando mili-tar. En este sentido, ofrece una relaciónde los más representativos y continúacon el siguiente razonamiento: “Resulta

innegable que en el Ejército Liberta-dor brotaron actitudes discriminatoriashacia los mambises no blancos, comode cierta manera, también, se observacon aquellos blancos pobres e incultos. Ahora bien, para despejar el problema y eludir las confusiones, es preciso des-lindar los casos de racismo real de otroshechos en los cuales factores culturales,actitudes de mando, indisciplina y méri-tos militares, constituyeron las causas

determinantes” (Pérez, 2005: 87).Los componentes nivel educacio-

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LOS NEGROS EN LA CUBA COLONIAL: UN GRUPO FORZADO  A LA MARGINALIDAD SOCIAL QUE SUFREN DESPRECIO, PREJUICIO  Y  DISCRIMINACIÓN

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nal y nivel cultural son cuestiones queayudan a explicar la baja presencia denegros y mulatos en los mandos milita-res y civiles de la revolución. Factoresque, como bien refiere Pérez Guzmán,

han sido muy poco mencionados enlos estudios que abordan el problemade los negros y mulatos en el EjércitoLibertador.

El bajo nivel cultural existente en lamembresía mambisa, si bien no impi-dió que determinados jefes y oficialesascendieran, en el mayor de los casosles limitó y se convirtió en una con-dicionante en aquellos que aspiraban

a puestos de mayor envergadura. “Laspalabras ilustración y cultura en los ava-les de los insurgentes se convirtieron enatributos complementarios para obte-ner un grado militar o una determinadajefatura” (Pérez, 2005: 91). Tal vez hayasido esta limitante una causa más paraque, en proporción a los que participa-ron en las guerras, el número de jefes y oficiales negros y mulatos fuese tanreducido; y que en el vivir del día a díase hiciera notar esta y otras diferenciasentre los individuos que constituían labase del ejército y la oficialidad.

La mayor parte de los registros yplantillas de finales de la Guerra de 1895no recogen si los libertadores sabíanleer y escribir; por lo que la informa-ción resulta insuficiente e impide quese realicen cómputos generales. Sinembargo, el empleo de otras fuentes

sugiere pensar que el analfabetismopredominó entre los mambises, princi-palmente durante el período 1868-1880, y que fueron los negros y mulatos losmás afectados. Con relación a las tresguerras, es abundante la documenta-ción que refiere la falta de instrucciónde los negros, pese a los esfuerzos quese hicieron para alfabetizarlos. En lamanigua se llegaron a constituir escue-las y se editaron manuales para ense-ñar a escribir y leer a los mambises y ala población civil que habitaba en loscampos de Cuba Libre (Fajardo, 1897).

En los testimonios el “no firma por-que no sabe escribir” es una constanteque se repite en un número elevadode documentos; en el período 1895-1898 menos constatado, pero no poresto erradicado. En los expedientesrelativos a los veteranos del Ejército

Libertador, díganse cédulas, actas dereuniones, nóminas de pago y reivin-

dicaciones colectivas, por sólo citartres de los ejemplos, seguido del nom-bre se acompaña una nota que dice:“no sabe firmar”; o se incorpora, en elespacio destinado a la firma, la huella

dactilar del dedo pulgar, como indi-cativo que es analfabeto. Informaciónfácilmente comprobable al revisar unamuestra de los archivos pertenecientesa los Centros de Veteranos del país, yal observar en los museos los docu-mentos pertenecientes a los miembrosdel Ejército Libertador.

Si partimos de que el analfabetismopredominó entre los mambises se ten-

drá que admitir que muy pocos de lossoldados pudieron actualizarse de larealidad circundante en Cuba y muchomenos en el extranjero; además delque leer estuviese reservado para unospocos privilegiados, que el hacersede un libro en la manigua constitu- yera una rareza y que los periódicos yproclamas impresos en los campos deCuba no contaran con las distribucio-nes suficientes y sistemáticas, para quepudieran llegar a todas las unidadescombativas. En la práctica, las leyesque salían del gobierno insurrecto seanalizaban en círculos muy reduci-dos, sin la asistencia mayoritaria de laoficialidad, y el soldado lo poco quecaptó de ellas fue cuando realmente sesentía afectado; y tal vez ni eso, porquese luchaba por un único ideal: el dela independencia, dentro de un sector

donde reinaba la ignorancia. A JoséMartí se le conocía por las narracionesque circulaban entre los insurrectos y no por sus escritos editados en elextranjero. Tal fue el extremo del des-conocimiento, propiciado por el altoíndice de analfabetismo y el bajo nivelcultural, que existieron partidas queterminaron la guerra sin saber cuáleseran sus máximos líderes más directos;para muchos de los soldados sólo lofueron Maceo y Gómez: los jefes máspopulares. Igual, otras partidas de des-pistados que se enteraron del cese dela guerra tiempo después de firmarsela paz entre España y Estados Unidos.Por lo general, la educación políticadel mambisado partía de la convic-ción particular de cada individuo, sincontarse con previa instrucción, enri-quecida con las aptitudes y los ejem-

plos de quienes simbolizan ser susídolos revolucionarios; para los negros

 y mulatos, además de para muchosblancos, en la figura paradigmática delgeneral Antonio Maceo. Manera de ser y sentir que, en el mayor de los casos,entiendo se circunscribía a las ansias

de libertad y a las aspiraciones socia-les que se materializarían terminada laguerra; para los negros y mulatos, prin-cipalmente, manifestada en la igualdad y las mejoras sociales.

Otra cuestión que interesa relacio-nar es la de los sectores y grupos crea-dos dentro del Ejército Libertador. Enla Guerra de 1895 no existieron con-tradicciones en cuanto a la ideología

patriótica de los mambises; todos esta-ban unidos por el independentismo. Sinembargo, lo que sí se mantuvo fue ladiferencia de clase como herencia delsistema colonial; actitud que prevale-ció en las relaciones personales y en la vida de campamentos durante las ante-riores guerras, y que muy poco cambióen el período 1895-1898. En el escena-rio bélico se unieron todas las clasesde forma solidaria, el blanco estaba allado del negro y los ricos se mezclaroncon los pobres; pero, en el vivir coti-diano, durante la marcha, a la hora delrancho y en el momento del descanso,se tendía a la división y a la prevalenciade la supremacía que marcaba el esta-tus social de la llamada clase superior.No faltaron tropas en las que se expe-rimentara in extremis  las relaciones deservidumbre, con afectaciones directas

en los negros más humildes e iletrados.Ellos eran quienes, cumpliendo con unsinfín de actividades, auxiliaban a lasfuerzas durante las marchas y en loscampamentos. En lo particular, muypoco se conoce de estos hombres; enla bibliografía lo más que se dice, deforma general, es que pertenecían a lafuerza auxiliar del Ejército Libertador yque constituían un número elevado deconscriptos desarmados. No obstante,debemos a lo escrito por mambises,a las descripciones de oficiales espa-ñoles prisioneros de los insurrectos ya las locuciones de civiles cubanos yextranjeros que visitaron los camposde Cuba Libre, durante las guerras, lopoco que hoy se sabe de los asistentes y convoyeros (Sarmiento, 2008).

Léanse los testimonios de Rosal(1874) y de Gómez (1965), entre otros,

que hablan de los mambises queauxiliaron a la oficialidad del Ejército

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Libertador y se comprobará que unidoa una relación de afecto, en ocasionescasi paternalista, se refleja el sentidode sujeción y los límites que marcan elestatus social y jerárquico de determi-

nados líderes.Por cada oficial, había de uno a seis

negros en el servicio auxiliar, comoasistentes. No he encontrado casos demulatos y blancos como asistentes oconvoyeros. El apelativo negro precedeo sigue al nombre o al denominativoasistente, convoyero, jolonguero, etc.;por ejemplo: “Juan el negro asistente” y “el negro Simón convoyero”. Con lo

que podemos afirmar, sin intención dehiperbolizar, que fue una tarea desarro-llada sólo por negros, al parecer por losmás humildes e iletrados.

 Visto con la lente enfocada en laregionalidad y la localidad, la margi-nación, la discriminación social y loscomportamientos racistas que sufren

los negros y mulatos en el EjércitoLibertador, más las valoraciones que desus análisis se deriven, no son proble-máticas que puedan referirse a todoslos departamentos; manifestaciones

que también pueden variar dentro deuna misma zona, si partimos de quese tuvo una intervención muy desigual.No es lo mismo hablar de la macro-rregión oriental, portadora del mayornúmero de combatientes de toda Isla,que de las microlocalidades occidenta-les, donde los grupos de mambises, amediados de la última guerra, consti-tuyeron una mezcla, con oriundos de

todo el país. En el oriente del país, enGuantánamo y Santiago, predominóuna población negra; no siendo así enHolguín, Tunas, Bayamo y Manzanillo.En las áreas del centro, desde Cama-güey a Santa Clara, el número pobla-cional de blancos fue mayor; menosponderado en Sancti Spiritus y Cien-

fuegos. Y en occidente, en zonas comoMatanzas, con representatividad denegros y mulatos, la partición de éstosen la guerra fue menor; lo mismo queen Pinar del Río, la jurisdicción con

menos habitantes de la raza negra dela Isla. Además, como bien expresaPérez (2005: 159), el hecho de “existirregimientos compuestos por mambisesde toda Cuba, ello no significaba quetuviera una integración nacional, por-que la fusión fue parcial y en algunasprovincias casi no se produjo”.

Tal vez convenga enfocar la bús-queda de nuevos indicios racistas entre

los mambises siguiendo las huellas del vivir cotidiano de las columnas orien-tales que marcharon a Occidente; einsistir aún más en los encuentros delos recién llegados a nuevas zonas deoperaciones con los mambises oriun-dos de esas localidades.

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