Los Músicos de Bremen Agradeceríamos mucho que...

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Wilhelm y Jakob Grimm Los Músicos de Bremen

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Los Músicos de Bremen

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ierto burro viejo, viejísimo, que había lle-vado muy pesadas cargas en sus buenostiempos, estaba ahora tan cansado y enfer-mo que ya no podía trabajar. Un día, sudueño comenzó a hacer preparativos paradeshacerse de él y ahorrarse así el costo demantenerlo, pero el burro meneó sus largasorejas y pensó: “Me estoy oliendo que aquíva a pasar algo. Mejor será que ponga tie-rra por medio, mientras tenga unas patasque me lleven.”

Así, pues, se escurrió fuera del establo y,tomando el camino a un trotecillo descan-sado, se dirigió a la ciudad de Bremen con la

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idea de unirse a alguna banda de músicoscallejeros y ganarse la vida de esta forma.

No había andado mucho, cuando tropezócon algo echado en el camino. Era un granperro de caza que estaba jadeando como sihubiese corrido hasta quedarse sin aliento.

—¡Eh, perro! —dijo el burro—. ¿Por quéjadeas de ese modo?

—¡Ay, ay! —dijo el perro entre suspiros—. Durante muchos años he sido fiel a miamo, le he guardado la casa y le he ayudadoen sus cacerías; pero ahora que estoy viejo,sordo y medio ciego, y que apenas puedocon mis huesos, no quiere ya darme de co-mer. Y como si fuera poco, intenta ademásmatarme. Así que, para salvar el pellejo, pusepies en polvorosa y aquí me tienes. Aunque,pensándolo bien, no creo que me sirva denada. Estoy demasiado viejo para ganarmela vida y seguramente me moriré de hambreen el camino.

—¡Amigo! —dijo el burro—, mi caso esmuy parecido al tuyo, y ¿sabes lo que voy a

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hacer? Pues me marcho a la ciudad deBremen, donde tengo el proyecto de hacer-me músico. ¿Por qué no vienes conmigo yhaces lo mismo? Yo puedo tocar la mandoli-na y tú el tamboril, y ya verás qué bonita re-sulta nuestra música. De seguro que la gentenos dejará caer unos centavitos para oírnos.

Al perro le encantó el plan y los dos fugiti-vos continuaron su camino.

No habían caminado mucho, cuando seencontraron con un gato. Estaba sentado aun lado del camino, con una cara más largaque un día sin sol.

—¡Eh, eh, viejo bigotes-blancos! —dijo elburro—. ¿Qué mosca te ha picado?

—¿Quién va a estar para fiestas cuandotiene la vida en peligro? —dijo el gato—.Durante años y años no se me escapó ni unsolo ratón en casa de mi ama. Pero ahoraque no veo bien y que tengo los dientes gas-tados, prefiero ronronear cerca del fuego aromperme la crisma correteando detrás delos ratones. Y como ya no me necesita, mi

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ama ha tratado de ahogarme esta mismamañana. Viejo y todo como soy, aún mequeda una de mis siete vidas, y mucho megustaría pasármela en algún rinconcito cáli-do y confortable. Así que me dije: “¿Viejospies, ¿para qué los quiero?”, y me escapéde prisa y corriendo. Pero ahora no sé dón-de meterme ni qué va a ser de mí.

—Nosotros dos —dijo el burro señalan-do para el perro—, nos vamos a la ciudadde Bremen para hacernos músicos. ¿No tegustaría acompañarnos? Como tienes unalarga experiencia en el arte de las serenatas,ni siquiera necesitarías tomar lecciones.

El viejo gato, complacido por el elogio, lossiguió de buen grado, y así continuaron via-je los tres camaradas. A poco llegaron al co-rral de una granja, y allí, sobre un poste de lacerca, vieron a un viejo gallo medio desplu-mado cantando a todo pulmón.

—¡Eh, eh, cresta-roja! —dijo el burro—.Tus gritos son capaces de atravesarle a unola médula de los huesos. ¿Qué ocurre? ¿Quéte ha pasado?

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—Estaba profetizándole buen tiempo ami señora ama —dijo el gallo—; de modoque, como ustedes ven, aún sirvo paraalgo. No obstante, y sencillamente porqueya no soy tan joven como antes, quiereservirme asado en el almuerzo del domin-go. ¡Esta noche, amigos míos, esta nocheperderé la cabeza! Así que decidí cantartanto como pueda mientras la tenga aúnsobre los hombros.

—¡Vamos, vamos, cresta-roja! —dijo el bu-rro—. No hay por qué dejarse achicar deese modo. En todo caso, será mejor que ven-gas con nosotros; viajamos a la ciudad deBremen para hacernos músicos. Tienes unaespléndida y potente voz, y cuando demosun concierto todos juntos, será cosa de oírtu agudo ¡quiquiriquí! de cuando en cuando.¡Vaya si valdrá la pena!

Al gallo le encantó la idea de que aún le que-daran muchos días para cantar a su gusto, ylos cuatro fugitivos prosiguieron su camino.

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Pero la ciudad de Bremen estaba muylejos y era imposible llegar en un día solo. Ala hora del crepúsculo se encontraron enmedio de un bosque y decidieron pasar allíla noche.

El burro y el perro se acostaron al pie deun gran árbol, mientras el gato y el gallo seacomodaban entre las ramas: el gato en lasmás bajas y el gallo en lo último de la copa,por ser el sitio que le pareció más seguro.Pero antes de cerrar los ojos, nuestro galloechó una última mirada por los alrededores.Desde la cima del árbol podía ver hasta unagran distancia, y pronto percibió, no muylejos, una diminuta luz que resplandecía en-tre los árboles.

—¡Eh, los de ahí abajo! —llamó—. Debehaber alguna casa por aquí cerca, pues estoyviendo una luz.

—¿Ah, sí? —dijo el burro—. Entoncestendremos que levantarnos y ver de qué setrata. Nuestro refugio no es muy cómodoque digamos.

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Los demás estuvieron de acuerdo; el pe-rro decía que unos cuantos huesos con supoco de carne le vendrían de perilla, mien-tras el gato aseguraba que un platico llenode leche no sería jamás mal recibido.

Así, pues, los cuatro viajeros se aproxima-ron a la luz. El pequeño resplandor se hizomás y más grande... hasta que, por fin, vie-ron que estaban frente a una guarida de la-drones brillantemente iluminada.

El burro, que era el más alto, se acercó a laventana y miró por los cristales.

—¿Qué ves, orejón? —susurró el gallo.—¿Qué veo? —respondió el burro—.

Pues una mesa llena de suculentos platos ydeliciosas bebidas, y una banda de ladroneshartándose que da gusto.

—¡Ah, qué bien nos vendría algo de eso!—dijo el perro.

—¡Y dilo! —contestó el burro—. ¡Ah, sifuésemos nosotros, en vez de ellos, los queestuviésemos sentados ahí dentro!...

La idea les agradó tanto, que decidieronbuscar algún medio para deshacerse de los

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ladrones y ocupar sus sitios en la mesa. Porfin discurrieron un plan y no tardaron enponerlo en práctica. El burro se paró frentea la ventana con las patas delanteras en elantepecho, el perro saltó sobre el lomo delburro, el gato trepó sobre el perro y el gallose subió de un vuelo a la cabeza del gato.

Después de encaramarse, a una señal delburro, comenzaron a dar un concierto to-dos juntos y tan alto como pudieron. El bu-rro rebuznaba, maullaba el gato, ladraba elperro y el gallo lanzaba su ¡quiquiriquí!

En medio de esta ruidosa música los cua-tro se precipitaron a través de la ventana,con gran estrépito y violento estallar de cris-tales. Se levantaron de un salto los ladrones,pálidos de horror y de asombro. No les ca-bía la menor duda de que una banda de de-monios había irrumpido entre ellos; así quehuyeron aterrorizados a lo más hondo delbosque y se acurrucaron todos juntos, conel corazón en la boca y las rodillastemblándoles como unas castañuelas.

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Nuestros cuatro músicos, sin embargo, noperdieron tiempo en instalarse como en supropia casa. Se sentaron a la mesa, hincaronel diente a lo que habían dejado los ladronesy se hartaron como si los esperasen cuatrosemanas de ayuno.

Terminado el banquete, apagaron la luz ycada uno buscó un sitio donde pasar la no-che, de acuerdo con su naturaleza y gusto.El burro salió al patio y se tendió sobre unmontón de paja; el perro se acostó bajo lamesa de la cocina, junto a la puerta; el gatose acomodó al lado de las cálidas cenizas delhogar y el gallo en el remate del tejado. Ycomo estaban rendidos por la larga camina-ta, no tardaron en dormirse.

Pasada la medianoche los ladrones aban-donaron su escondite y comenzaron a ex-plorar el terreno. Viendo desde una prudentedistancia que no había luces en su guarida,se acercaron un poco más. Como todo pa-recía tranquilo y en orden, el capitán dijo:

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—¡Qué tontos fuimos en asustarnos tan-to por un simple ruido! —y mandó a unode la banda a que explorase de cerca.

El ladrón hizo como se le mandaba, y en-contrándolo todo silencioso y en paz, deci-dió llegarse a la cocina para encender unalámpara. Entre las tinieblas resplandecían losojos del gato, pero el ladrón creyó que erandos brasas encendidas y les acercó unas asti-llas, para avivar el fuego. El gato, que no esta-ba para bromas, le saltó encima maullando yarañando. El ladrón se precipitó muerto demiedo hacia la cocina, pero el perro, que dor-mía junto a la puerta, se levantó de un brincoy le mordió en una pierna. Gritó el ladrón ysalió tan aprisa como pudo, pero al salir alpatio, el burro le soltó una impetuosa coz conmuchísimo gusto. A todas éstas, el gallo quese había despertado con aquel alboroto, pen-só que ya era de mañana y comenzó a can-tar: “¡Quiquiriquí!, ¡quiqui-riquí!”

Corrió el ladrón tan rápido que no se leveían las piernas, hasta que llegó adonde

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estaba el capitán. Jadeaba y resoplaba y lasrodillas le temblaban tanto, que apenas po-día tenerse en pie.

—¡Qué horror! —exclamó—. En la casa,junto al fuego, está sentada una bruja queme quemó con su aliento y me arañó consus largas uñas. Junto a la puerta de la co-cina vigila un hombre armado con un cu-chillo, que me hirió al pasar en una pierna.Por el patio ronda un monstruo negro, queme aporreó con una enorme estaca. Y enlo alto del tejado hay un juez que grita atodo pulmón:

”—¡Que lo traigan aquí! Que lo traiganaquí!

”¡Era demasiado! Me di a la fuga y aquí estoy,y no vuelvo allá por todo el oro del mundo.

Y no volvió más, ni tampoco el capitán nininguno de los otros ladrones, pues ahora síestaban convencidos de que su guarida es-taba llena de fantasmas y demonios.

En cuanto a nuestros bravos músicos,no fueron a Bremen, después de todo. Se

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encontraban tan a gusto en su nueva casa,que no veían motivo alguno para seguir via-je; y aquellos cuatro amigos, que una vez es-tuvieron a punto de perder la vida, pasaronlos días de su vejez tranquilos y felices.

Fin