Los Mexicas

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Guevara | 1 I. Introducción Ya se ha hablado ampliamente en este trabajo del origen de los conquistadores españoles que llegaron a las tierras mexicanas comandados por el extremeño Hernán Cortés y descrito el modo en que luchaban y el uso que hacían de las culebrinas y de los caballos. Ahora considero necesario para el desarrollo de esta investigación dar el turno a su aguerrida contraparte: los mexicas; habitantes del lago y señores del Valle de México y sus alrededores, forjadores de la gran Tenochtitlán. Debido a la naturaleza de este trabajo no se abordarán algunos temas comúnmente considerados clave para el estudio de las culturas mesoamericanas como las artes, la religión o los grandes centros ceremoniales; el énfasis se hará sobre algunos elementos discernibles de la sociedad mexica que pueden resultar comprables hasta cierto punto con lo de los españoles, tales como el modo de gobierno, la organización social, el comercio y desde luego, la guerra. Lo anterior debido a dos causas: en primer lugar considero que muchas de las fuentes que tratan de la religión, la cosmogonía o las producciones artísticas se convierten en difíciles de abordar debido a que tienden a romantizar no sólo a los mexicas, sino a los demás grupos indígenas prehispánicos, generando visiones polarizadas que si no resultan mitificadas o apologéticas, les condenan y demonizan; esto aunado a la inaccesibilidad de las fuentes primarias, ya sea porque se trata

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Short essay on the development of the Aztec culture and its state at the eve of the Spanish Conquest

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I. Introducción

Ya se ha hablado ampliamente en este trabajo del origen de los conquistadores españoles que

llegaron a las tierras mexicanas comandados por el extremeño Hernán Cortés y descrito el modo

en que luchaban y el uso que hacían de las culebrinas y de los caballos. Ahora considero

necesario para el desarrollo de esta investigación dar el turno a su aguerrida contraparte: los

mexicas; habitantes del lago y señores del Valle de México y sus alrededores, forjadores de la

gran Tenochtitlán. Debido a la naturaleza de este trabajo no se abordarán algunos temas

comúnmente considerados clave para el estudio de las culturas mesoamericanas como las artes,

la religión o los grandes centros ceremoniales; el énfasis se hará sobre algunos elementos

discernibles de la sociedad mexica que pueden resultar comprables hasta cierto punto con lo de

los españoles, tales como el modo de gobierno, la organización social, el comercio y desde

luego, la guerra.

Lo anterior debido a dos causas: en primer lugar considero que muchas de las fuentes que

tratan de la religión, la cosmogonía o las producciones artísticas se convierten en difíciles de

abordar debido a que tienden a romantizar no sólo a los mexicas, sino a los demás grupos

indígenas prehispánicos, generando visiones polarizadas que si no resultan mitificadas o

apologéticas, les condenan y demonizan; esto aunado a la inaccesibilidad de las fuentes

primarias, ya sea porque se trata de códices en náhuatl, o bien porque simplemente no existen,

imposibilita el realizar un análisis de estos aspectos con la misma profundidad que se presenta el

de los invasores españoles. En segundo lugar me parece que para el objetivo de este apartado,

que es presentar un esbozo de la cultura militar de los mexicas en los tiempos de la Conquista,

basta el estudio de sus estructuras sociales, su gobierno y el modo en el que combatían como

quedó registrado en las crónicas de los conquistadores y otros materiales recopilados

posteriormente; es importante agregar que la religión sí será considerada en tanto moldea el

comportamiento, la motivación y la finalidad última de los combates, como se verá a

continuación.

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II. Fundación de México-Tenochtitlan

La historia de los mexicas comienza, como es bien conocido, con su largo andar desde las tierras

del norte cuando apenas eran considerados como una tribu de nómadas que desconocían los

principios básicos de la agricultura, el arte y la técnica que los sedentarios del centro y sur del

actual territorio del país dominaban desde hacía ya varios siglos. La llegada de estos grupos al

Altiplano Central se puede situar durante el siglo XII, coincidiendo en la línea del tiempo con la

caída de Tula y los toltecas, de quienes tomarían los avances tecnológicos y algunos aspectos

religiosos que después transformarían según sus necesidades.1 Durante este tiempo la región

central se encuentra dominada por el señorío de Azcapotzalco, a partir de conquistas realizadas

por Tezozómoc durante el siglo XIII.

A la llegada de los mexicas al Altiplano el señorío de Azcapotzalco ya se había

presentado a sí mismo como enemigo de los primeros, al hostilizarlos constantemente y

expulsarlos del bosque de Chapultepec tras una serie de enfrentamientos en donde los futuros

señores del Valle de México fueron penosamente derrotados. Continuando su larga

peregrinación, en 1325 (la fecha varía según los diversos autores a partir de las interpretaciones

que realizan de las fuentes y las cronologías) 2 se asientan en el lago de Texcoco, donde fundan

Tenochtitlán colocando en el templo central la figura de Huitzilopochtli, deidad relacionada con

la guerra que les acompañó en su larga travesía desde el norte.

Ya establecidos se vieron una vez más subordinados al señorío de Azcapotzalco, a

quienes debieron pagar tributo. Para este fin y para su propia subsistencia los mexicas

comenzaron a intercambiar los pocos productos que podían obtener en el lago, como pescado,

aves y “las esteras que tejían de la enea que lleva el mismo lago” por maíz para su alimento y

materiales para las primeras construcciones de la naciente ciudad.3 Resalta aquí el contraste de la

pobreza y miseria en la que se vieron obligados a vivir en sus inicios cuando se compara con el

vasto imperio que forjaron y dominaban en el siglo XVI, a la llegada de los españoles.

1 Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 11.2 Miguel León-Portilla, De Teotihuacán a los Aztecas. Antología de fuentes e interpretaciones históricas (México: UNAM, 1995), 23.3 Francisco Javier Clavijero, Historia Antigua de México vol. II (México: Editorial Porrúa, 1945), 280.

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El primer gran paso hacia la dominación del Valle de México no es dado sino hasta 1428,

cuando se unen con el señorío de Texcoco en contra de sus antiguos señores de Azcapotzalco,

empresa de la cual resultan victoriosos y a partir de la cual fundan la Triple Alianza, anexando

un tercer señorío, Tlacopan o Tacuba, del bando de los vencidos. La relación de poder entre estos

tres aliados puede ser medida en cierto modo según la proporción de tributo que le tocaba a cada

uno de ellos: México-Tenochtitlán tenía derecho a dos quintas partes, Texcoco la misma cantidad

y el resto para Tlacopan. Es importante recalcar que quien repartía los bienes a final de cuentas

era el señorío de México, por lo cual la balanza tendía a inclinarse a su favor. 4 Como veremos

más adelante, esta desigualdad no se limitaba al cobro de tributos, sino al poder de decisión

dentro de los asuntos de la Alianza y al nombramiento de autoridades.

A partir de este momento comienza el desarrollo acelerado de la ciudad con obras de

infraestructura que sorprenden en su magnitud y dimensiones. Además de los centros

ceremoniales y las grandes plazas, debido a los retos que imponía la misma laguna en la que

estaban asentados, los mexicas construyeron un acueducto desde Chapultepec a Tenochtitlán con

cinco kilómetros de extensión, a fin de obtener agua potable para el número creciente de

habitantes.5 Posteriormente se construyó un dique de 16 kilómetros de largo para proteger a la

ciudad de las inundaciones ocasionadas por el temporal, en 1449. Así, con el transcurrir de

alrededor de un siglo, lo que comenzó con un pequeño asentamiento en un islote se convirtió en

una ciudad de más de 1,000 hectáreas construida sobre un lago, donde habitaron entre 500 mil y

1 millón de habitantes (una vez más, el cálculo varía según el autor),6 a base de canales, calzadas

y de la expansión de suelo mediante el uso de chinampas.

III. La sociedad mexica a la llegada de los españoles

Así, cuando las naves de Cortés fueron avistadas en las costas de lo que ahora es Veracruz, la

ciudad de Tenochtitlán se alzaba como la más grande de todo el territorio mexicano y señoríos

aledaños, incluso que la gran mayoría de las ciudades europeas de su tiempo.7 Esta era la ciudad

principal del señorío de México, que se alzaba en un papel cada vez más dominante al interior de

la Triple Alianza. No se trataba de un imperio en términos romanos, podría equiparársele mejor

4 Jacques Soustelle, obra citada, 15.5 Ibid, 46.6 Ibid, 27.7 José Luis Martínez, Hernán Cortés (México: FCE, UNAM, 1990), 25.

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con una confederación donde Tenochtitlan era un centro mayoritariamente militar que dependía

de la labor de los pueblos sometidos y del comercio con otros señoríos para su propio

sostenimiento, al despreciar sus habitantes el trabajo del agricultor sobre la obra de sus valientes

guerreros desempeñaban en el campo de batalla8.

Precisamente, uno de los aspectos que más llaman la atención al abordar a los mexicas es

el de la vasta red de rutas de comercio que tenían establecidas a lo largo y ancho del territorio,

por donde se transportaba una enorme variedad de mercancías que iban desde productos de lujo

terminados como joyas, vestiduras reales y adornos, hasta los productos más básicos como el

maíz, el frijol y la chía. Sin embargo el punto que resulta de mayor interés para esta

investigación en lo que respecta al comercio no es la variedad ni la riqueza de las mercancías de

oro, plumas y algodón que se movían de una provincia a otra, o la complejidad y desarrollo del

sistema de intercambios—menciona León-Portilla que existía un término específico,

pochtecáyotol, para referirse al arte de traficar9—, sino el hecho de que la ciudad de Tenochtitlán

dependía directamente de dicho intercambio para su propia subsistencia, tanto en lo referente a

granos y alimentos como a vestimenta, herramienta y artículos para los ritos sagrados.

Lo anterior es una muestra el poderío y el tamaño del señorío de Tenochtitlán. No

obstante, gran parte de esta riqueza material era parte del extenso aparato de dominación mexica

del cual también dependían para su desarrollo en diversos aspectos. Escribe Fray Diego de Durán

que:

Tributaban las provincias todas de la tierra, pueblos, villas y lugares, después de ser

vencidos y sujetados por la guerra y compelidos por ella, por causa de que los valerosos

mexicanos tuviesen por bien de bajar las espadas y rodelas, y cesasen delos matar, a ellos

y a los viejos y viejas y niños, y por redimir sus vidas y por evitar la destrucción de sus

pueblos y menoscabos de sus haciendas. A esta causa se daban por siervos y vasallos y le

tributaban de todas las cosas criadas debajo del cielo…10

Este fragmento ilustra no sólo el tributo, sino el proceso de dominación que se realizaba

mediante la guerra como la veremos en el último apartado. Sin embargo antes de abordarla

considero pertinente dedicar un espacio a hablar del que considero el último gran tlatoani

8 Jacques Soustelle, obra citada, 17.9 León-Portilla, obra citada, 363.10 Fray Diego de Durán citado en León-Portilla, obra citada, 403.

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mexica, Moctezuma, puesto que a pesar de tener sucesores tras la llegada de los españoles, me

parece representa no sólo el esplendor, sino el sometimiento que implicaba la grandeza del

señorío mexica, como después sería expresada a Cortés por los mismos indígenas de Cempoal y

Tlaxcala.

IV. La vacilante figura de Moctezuma

Si algo aprenden los españoles en su llegada a las costas de Tabasco y posteriormente en la Villa

de la Vera Cruz, es que en esas tierras habita un gran señor que tiene sometido a muchos pueblos

por la fuerza de las armas, y que se beneficia de los tributos que les cobra. Así, la primera

imagen que Cortés pudo crearse de Moctezuma es la de un gran gobernante, con un extenso

poder político y militar. Además supo que el tal Mutezuma era temido y odiado por muchas de

las provincias que tenía sometidas, y que buscaban sacudirse el yugo mexica a como diera lugar,

situación de la cual posteriormente se beneficiaría.

Esta versión del gran tlatoani coincide con la del que llegó a ser llamado tirano por su

propia gente, al pasar de ser un gran guerrero estimado por todos a una especie de déspota a la

usanza europea del siglo XVII. Dentro de la Triple Alianza, que pretendía ser políticamente

equitativa en su formación, los señoríos de Tacuba y Texcoco se vieron excluidos de muchas de

las decisiones que se consideraban importantes, desde asuntos políticos, hasta la designación

misma de sus gobernantes, que ahora era dirigida por Moctezuma. Así mismo, la carga de los

tributos sobre sus aliados y las medidas tomadas por el tlatoani terminaron por enemistarlo con

sus propios aliados, como se verá en el asedio a Tenochtitlán, donde uno a uno las provincias

amigas ven la oportunidad de romper con sus antiguos amos.

La idea de esta imponente figura, sin embargo, no debió durar mucho en la mente de los

conquistadores, cuando el tlatoani titubea respecto a su postura con los recién llegados, a quien

recibe con presentes, y acto seguido se muestra renuente a que se aproximen a la gran ciudad. Si

bien para los indígenas este comportamiento podría ser aceptable —aunque incluso los guerreros

y dirigentes mexicas resienten la inestabilidad de su líder—, recordemos que para los españoles

dar un paso atrás significaba permitir futuros agravios,11 y las variaciones de carácter en sus

11 Antonio de Solís, Historia de la Conquista de México (México, D. F.: Editorial Porrúa, 1985), 52.

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dirigentes, especialmente en la situación en la que se encontraban, seguramente hubieran sido

desastrosas para la expedición.

No obstante, dentro de la cosmovisión indígena, Moctezuma tenía bastantes razones para

dudar ante la llegada de esos seres extraños, tan diferentes a sí mismo y a aquellos con los que se

había relacionado toda su vida. Además, su llegada fue anunciada por malos presagios, que iban

desde incendios inexplicables y luces en el cielo, hasta monstruos bicéfalos que desaparecían

cuando eran mostrados al emperador.12 De aquella necesidad de consultar cada paso que se debía

dar con los adivinos y sacerdotes —considerando que todo es mandato y decisión de los dioses y

depende menos de las acciones de los hombres— surge uno de los principales enemigos de

Moctezuma: su inhabilidad para comunicarse con su gente, especialmente cuando las voces que

daban sentido a su mundo cesan de pronto.13 En este momento se pierde el sentido y aquel que

tiene la palabra, el tlatoani, calla ante la indecisión y pierde a los suyos con fatales

consecuencias.

La desacreditación de un líder como Moctezuma por creencias en lo sobrenatural nos

muestra la importancia de la religión y lo sagrado dentro de la cultura mexica, y por

consiguiente, dentro de lo militar. De hecho, es este uno de los puntos de choque entre las dos

culturas militares, ya que mientras para los españoles la religión era un medio —es decir, la fe en

Dios volvía fuertes a los hombres, pero no era enteramente necesario tener el favor de Dios para

triunfar en batalla— o una herramienta en el combate, para los indígenas todo se definía en torno

a los dioses. Si le placía al dios de la guerra, se ganaba la guerra, sino, simplemente se sufría una

derrota, y esta derrota podía estar anunciada por presagios y augurios, como se dice fue en caso

de la llegada de los españoles. En este sentido, la religiosidad de los indígenas también jugó en

favor de Cortés, ya que la capacidad de acción de Moctezuma se vio paralizada desde su arribo

en las costas de Veracruz por los presagios que apuntaban en contra suya y de los mexicas.

Además, la idea de los españoles como teules o dioses, les otorgó una ventaja psicológica

monumental, por lo menos en los primeros combates y antes de que los indígenas se vieran

obligados a generar un discurso de la guerra alterno al darse cuenta que los españoles

12 Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1998) 8.13 Tzvetan Todorov, La Conquista de América, El problema del otro (México: siglo veintiuno editores, 1998), 69.

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simplemente no peleaban del modo que dictaban sus creencias, y que estos eran en realidad

enemigos con los que habrían de batirse a muerte.

V. Xochiyaoyotol: de la cultura militar mexica

De aquí surge el primer punto la cultura militar de los mexicas: se trata de una sociedad

que gira en torno a la guerra, y por lo tanto ésta tiene una influencia directa en la política, la

religión, y el orden social. Desde su nacimiento, los varones recibían entrenamiento de tipo

militar, y técnicamente sin importar su condición o linaje, todos tenían la misma oportunidad de

sobresalir en el campo de batalla y ascender en la escala social. Se trataba, pues, de una

meritocracia, donde la guerra era asunto de prestigio y con base en las habilidades marciales de

los habitantes, se elegían a los representantes de los diversos barrios, los jefes militares e incluso

al tlatoani, o emperador.14

La finalidad de las guerras no era exclusivamente el combate ritual donde se buscaba

hacer la mayor cantidad de prisioneros para sacrificarlos posteriormente, y dar de comer sus

corazones a la deidad del sol. En un momento los mexicas vieron la guerra como un instrumento

de expansión y dominación, así como una defensa de sus intereses comerciales. La agresión a

mercaderes —o pochtecas—, el cese del pago de tributos, el temor a alianzas entre enemigos, y

la simple búsqueda de expansión de los dominios podían considerarse casus bellum.15 No

obstante, en general se buscaba una solución mediante extensos periodos de negociación y

diplomacia entre los señoríos involucrados; si la situación no quedaba resuelta por estos medios,

era necesario enviar un aviso de guerra, e incluso algunas armas para permitir que el adversario

se preparase para luchar, a fin de que el combate se realice en las condiciones más similares

posibles, puesto que al ser asunto de los dioses, su resultado depende más de lo que a ellos plazca

que a los esfuerzos de uno u otro bando .

En general se buscaba que los combates fueran cortos, ya que la guerra total o de atrición

que se practicaba en Europa era un concepto ajeno a la cultura militar mexica, y una vez que se

decidía un vencedor, éste estaba obligado a disculparse por el daño causado y habría de negociar

el costo para recibir su perdón por parte del bando contrario, que usualmente consistía en tributo

de alimentos, bienes comerciales, u otros. Tomando esto en consideración, es más sencillo

14 Soustelle, obra citada, 56-59.15 Ibid, 205.

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comprender el comportamiento de los grupos que Hernán Cortés iba sometiendo a su paso hacia

el Altiplano, quienes un primer momento le combatía; y una vez que se veían derrotados

enviaban alimento y regalos a los conquistadores.

No obstante las similitudes respecto al lugar de la guerra en la sociedad y su carácter

sagrado, al colisionar ambas culturas militares en 1521 vemos que existe una disparidad

tremenda entre los fines de las guerras y los modos en los que han de lucharse, además de lo que

se considera guerra justa. Los ataques sorpresa, que podríamos considerar a traición, que realizan

los españoles durante las festividades, rompen completamente con el ideal de guerra de la

sociedad mexica que, como veremos más adelante, tendía a idealizar todo lo que le rodeaba en

un nivel mucho mayor que el pragmático español que le combatía. Los españoles también se ven

ante una cultura militar dispar a la suya, por ejemplo cuando conocen de la tendencia de los

indígenas de sacrificar a los prisioneros a sus dioses; no obstante, la capacidad de adaptación de

un bando frente al otro, y el carácter de la cultura española ante la indígena, permiten su

imposición total y casi de inmediato, sin importar los números con los que uno u otro bando

contaban. Si bien las armas jugaron un papel primordial, los líderes de ambos lados, como

veremos a continuación, no eran de la misma cualidad ni capacidad para afrontar los retos

militares de la Conquista.

Los guerreros de los señoríos

Debido a que los ejércitos mesoamericanos estaban compuestos en su totalidad por tropas de

infantería puesto que no se conocieron los caballos hasta la llegada de los españoles, es

pertinente un análisis más detallado de la conformación, armamento y tácticas de este cuerpo

dentro del cual, a pesar de ser todos tropas de a pie, existía una diferenciación importante entre

los que blandían macuahuitls y los que lanzaban piedras. No obstante, este esfuerzo no tarda en

toparse con dificultades ya que a diferencia de las fuerzas que han marchado a lo largo del Viejo

Mundo por más de treinta siglos, no existen amplios registros que nos indiquen cómo se

fabricaban sus armas, el uso específico que se les daba, o el modo de referirse a las tácticas y

estrategias con las que combatían los indígenas. Las principales fuentes son las crónicas y

relaciones de los soldados, y datos recabados de códices antiguos, o los testimonios de indígenas

inmediatamente posteriores a la conquista. No obstante, estos son constantemente repetitivos y se

basan en conocimiento empírico. Es decir, no se cuenta con un tratado militar donde se estipulen

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las armas, las bases teóricas o siquiera el funcionamiento de la cadena de mando bajo la que

operaban los caballeros águila o jaguar. Probablemente esto se lo debamos a los españoles que

quemaron y destruyeron la mayor parte de los registros creados por los indígenas, por lo que

tendremos que conformarnos, al menos para efectos de este escrito, con los testimonios de los

conquistadores.

Los guerreros con armas arrojadizas o de distancia parecen haber sido el componente

principal de los ejércitos de los señoríos, si consideramos el volumen de proyectiles que

constantemente llovían sobre los españoles cuando les combatían. A lo largo de la conquista se

identifican tres grupos: 1) los pedreros, que ayudándose de una honda lanzaban piedras hacia las

fuerzas enemigas; a pesar de lo primitivo de esta arma, se podría afirmar que contaba al menos

con algún grado de efectividad, puesto que Bernal Díaz escribe que en una ocasión se vio herido

de una pedrada en la cabeza; 2) los venablos, que lanzaban jabalinas o las llamadas varas

tostadas; debido a la naturaleza de su arma, su alcance debió haber sido menor que el de los

pedreros, pero también al tratarse de un proyectil de mayor peso y con una punta afilada, debía

de ser capaz de infligir más daño en los enemigos; 3) por último, los arqueros, que disparaban

flechas con punta de pedernal, hueso o espinas de pescado utilizando un arco tensado con una

cuerda fabricada con cuero de venado o las tripas del algún animal. De las tres armas arrojadizas

podríamos decir que eran las más efectivas, puesto que al parecer la mayoría de los soldados

terminaban con alguna herida de flecha, y según Díaz éstas fueron las que ocasionaron la muerte

a Francisco Hernández de Córdoba. Curiosamente, parece ser que las puntas de pedernal tenían

la capacidad para perforar las corazas de acero españolas, puesto que Cortés las cambio por los

escaupiles de algodón que absorbían el impacto de los proyectiles.

El modo en el que eran empleadas estas tropas recuerda al de los escaramuzadores o

tropas ligeras en los conflictos europeos, que asolaban al enemigo desde una distancia segura y

mediante retiradas fingidas los atraían a los cuerpos principales del ejército o a emboscadas. Se

puede afirmar que los indígenas realizaron una fortuita adaptación del uso de estas tropas cuando

procuraron mantenerse a la mayor distancia posible de las tropas de cuerpo a cuerpo españolas,

ya que a pesar de la capacidad de daño superior del arcabuz y la ballesta, su ritmo de fuego era

mucho más lento.

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El segundo cuerpo principal era la infantería cuerpo a cuerpo, probablemente también

divido en dos grupos de diferente jerarquía y destreza en la batalla: 1) de una jerarquía inferior,

se encuentran los soldados que utilizaban una lanza probablemente con punta de pedernal, y una

rodela de madera u otro material; es difícil estipular la efectividad de estas tropas, ya que hay

pocas menciones de su efecto sobre las tropas españoles, al parecer tenían algún grado de

efectividad para combatir a los caballos, aunque en realidad no tuvieron un gran efecto en los

combates a gran escala;16 2) seguramente de una jerarquía mayor, los indígenas entrenaban

guerreros armados con macuahuitl y rodela; dentro de este grupo parece haber habido

subdivisiones respecto a jerarquía y proezas en las batallas conforme al número de cautivos que

se hayan hecho guerras anteriores, sin embargo no parece haber una gran diferenciación en

cuanto a las armas que utilizaban. El macuahuitl es descrito como una macana con hojas de

obsidiana caladas a los lados tenían un gran filo, y en el episodio de Morón ya citado, cortaron la

cabeza a una yegua, con todo y las riendas. Si bien esto podría ser una exageración por las

limitantes del arma, al menos nos indica que estos eran los soldados más respetados por los

españoles. Comúnmente se les llama guerreros con montantes, o espadas largas, pero esto

probablemente se deba al tamaño y no tanto al uso de dicha arma.

Sobre la organización de la infantería en batalla, se menciona que, al menos en el caso de

los tlaxcaltecas, los cuerpos principales estaban conformados por diez mil tropas, comandados

por un principal; a su vez, estos cuerpos se dividían en grupos más pequeños de entre doscientas

y trescientas tropas, con un capitán cada uno. No se hace mención de la proporción de armas a

distancia por soldado cuerpo a cuerpo, por lo que resulta un tanto difícil definir los despliegues y

tácticas de forma detallada de estos grandes cuerpos de infantería. Lo que sí podemos definir es

que en un primer momento se liberaba una lluvia de proyectiles sobre los contrarios, y una vez

que se había hecho algo de daño con estas armas, la infantería cuerpo a cuerpo se precipitaba en

formaciones compactas, gritando y ululando fuertemente, y con un orden de batalla que se perdía

en los primeros instantes, para terminar luchando como una muchedumbre sin una cadena de

mando específica.17

Parece ser que una vez que chocaban las fuerzas, comenzaba una serie de combates

individuales o de grupos pequeños donde se intentaba incapacitar o mermar a los guerreros

16 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (México, D.F.: Porrúa, 1980), 107.17 Díaz del Castillo, obra citada, 105-107.

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enemigos para que fueran sometidos por especialistas que los ataban (Soustelle, 208). Sin

embargo, este último aspecto de su modo de luchar resultó contraproducente en primer lugar

porque los españoles peleaban en conjunto y en formación compacta, con lo que era difícil

rodearlos para someterlos en un combate individual; en segundo lugar, ya que las armas estaban

diseñadas específicamente para herir al enemigo y no matarlo en el momento, muchas de las

tácticas inherentes a su cultura militar resultaron inútiles ante los españoles. Sin embargo me

parece poco probable que cuando los indígenas se dieron cuenta de las grandes deficiencias de

sus estrategias ante las de los españoles, no realizaran ninguna adaptación. Prueba de esto es la

gran cantidad de muertos que causaron durante la retirada de Tenochtitlán durante la Noche

Triste (30 de junio 1520), o la declaración de guerra a muerte en el asedio posterior, que no

cuadraban con la idea de la guerra ritual propia de su cultura militar. En este caso vemos que el

discurso se reevalúa y que se produce una retroalimentación para enfrentar un cambio de

paradigma, como lo fue la llegada de los españoles.

VI. Conclusiones

Hemos visto, pues, que a pesar de las enormes diferencias culturales, sociales y tecnológicas que

se hacen patentes en hechos y las múltiples recolecciones documentales y pictográficas entre el

conquistador español y el guerrero mexica, en realidad se trata de combatientes que surgen de

sociedades con un perfil similar: ambas consolidan su poderío mediante la guerra que puede ser

justificada tanto por causas políticas y religiosas—aunque en el caso de los mexicas este último

aspecto tiene un peso aún mayor—como económicas; por otro lado, ambas se consideran

herederas de un legado ancestral—en el caso de los mexicas el legado tolteca y en el caso

español, como ya se ha visto en el capítulo anterior, de los visigodos—que sirve hasta cierto

punto como una justificación para luchar y expandirse tanto política como culturalmente. Resulta

también interesante que tanto el imperio mexica como el naciente imperio español se hubieran

situado, a pesar de los humildes orígenes de ambos y de haberse visto al borde del exterminio o

la asimilación por poderes mayores en un principio, como las principales potencias en sus

respectivos escenarios.

Así, considero de gran importancia una aproximación más sobria—por decirlo de algún

modo—a las fuentes y los textos sobrevivientes del pasado indígena a fin de poder examinarlos

como documentos históricos situados en un tiempo y un espacio determinados, dejando de lado

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algunas pasiones que como ya se mencionó en la apertura en ocasiones hacen difusa la narrativa

y nublan los hechos tras mitos y leyendas gloriosas. Me parece que se ha demostrado las

enormes dimensiones tanto de la maquinaria imperial mexica como de su sociedad estratificada,

que demuestra una complejidad y un nivel de desarrollo mayor que el que algunos autores le

adjudican.

Finalmente, debemos recordar que la historia de los mexicas se ve súbitamente

interrumpida, y que de la conformación de Tenochtitlán a principios del siglo XIV a su caída en

1519 hay apenas un espacio de doscientos años. Si consideramos que la sociedad española, en

sus diferentes reinos y principados que habrían de formar el imperio a principios del siglo XVI,

tenía ya más de ocho siglos de gestación, se vuelve a su vez más comprensible el resultado de la

guerra de conquista. Y por otro lado, la duda persiste de qué procesos y desarrollos podrían haber

germinado en esta compleja sociedad de nobles, mercaderes y guerreros de no haber sido cortada

de tajo en lo que Miguel León-Portilla define como su más grande esplendor.

Bibliografía:

Solís, Antonio de. Historia de la Conquista de México. México: Editorial Porrúa, 1985.

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Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México:

Editorial Porrúa, 1980.

Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México vol. II. México: Editorial Porrúa, 1945.

Soustelle, Jacques. La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista. México: Fondo

de Cultura Económica, 2003.

Martínez, José Luis. Hernán Cortés. México: FCE, Universidad Nacional Autónoma de México,

1990.

León-Portilla, Miguel. De Teotihuacán a los Aztecas. Antología de fuentes e interpretaciones

históricas. México: UNAM, 1995.

León-Portilla, Miguel. Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. México:

Universidad Nacional Autónoma de México, 1998.

Todorov, Tzvetan. La Conquista de América, El problema del otro. México: Siglo Veintiuno

editores, 1998.