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1 Los halos de inhibición en la remediación de suelos amazónicos contaminados con petróleo (Artículo que será publicado en la revista História, Ciências, Saúde-Manguinhos (2015). La versión publicada podría diferir un poco de este texto). Nicolás Cuvi Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador La Pradera e7-174 y Diego de Almagro Quito, Ecuador [email protected] Monserrathe Bejarano Universidad Regional Amazónica IKIAM Tena, Ecuador [email protected] Resumen En este artículo se analiza la historia de la biorremediación de suelos contaminados con petróleo en la Amazonía ecuatoriana desde 1994 hasta 2014. Constatamos que si bien hubo éxitostecnocientíficos, la oportunidad de cimentar un proceso de excelencia científica se vio frustrada por la carencia de una institucionalidad y voluntades políticas para gestionar la investigación e innovación. Parecen haber influido la dependencia de tecnología extranjera, la poca articulación interna entre programas de investigación e instituciones, y la corrupción. También pudieron incidir la poca tradición innovadora en la biotecnología nacional, el predominio de biobraceros, y una dicotomía construida entre petróleo y ambiente. Se articula estos resultados en torno a los debates sobre ciencia y tecnología en la periferia, y se termina reflexionando sobre aspectos que parecen necesarios para consolidar procesos tecnocientíficos de excelencia en estos territorios.

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Los halos de inhibición en la remediación de suelos amazónicos contaminados con petróleo

(Artículo que será publicado en la revista História, Ciências, Saúde-Manguinhos (2015).

La versión publicada podría diferir un poco de este texto).

Nicolás Cuvi

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador

La Pradera e7-174 y Diego de Almagro

Quito, Ecuador

[email protected]

Monserrathe Bejarano

Universidad Regional Amazónica IKIAM

Tena, Ecuador

[email protected]

Resumen

En este artículo se analiza la historia de la biorremediación de suelos contaminados con

petróleo en la Amazonía ecuatoriana desde 1994 hasta 2014. Constatamos que si bien

hubo “éxitos” tecnocientíficos, la oportunidad de cimentar un proceso de excelencia

científica se vio frustrada por la carencia de una institucionalidad y voluntades políticas

para gestionar la investigación e innovación. Parecen haber influido la dependencia de

tecnología extranjera, la poca articulación interna entre programas de investigación e

instituciones, y la corrupción. También pudieron incidir la poca tradición innovadora en

la biotecnología nacional, el predominio de biobraceros, y una dicotomía construida entre

petróleo y ambiente. Se articula estos resultados en torno a los debates sobre ciencia y

tecnología en la periferia, y se termina reflexionando sobre aspectos que parecen

necesarios para consolidar procesos tecnocientíficos de excelencia en estos territorios.

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Palabras clave: Biorremediación, biotecnología, contaminación, petróleo, Ecuador.

Abstract

This article features an analysis of the history of the bioremediation of soils contaminated with

oil in the Ecuadorian Amazon from 1994 to 2014. Although we verified technoscientific

"successes", the opportunity to build a process of scientific excellence has not been realized due

to the lack of an institutional framework and the political will to carry out research and attempt

innovations. It seems that dependence on foreign technology, insufficient internal coordination

among research programs and institutions, and corruption, have influenced this process. The

lack of experience in Ecuador in the field of biotechnological innovation, the predominance of

biobraceros (biopeons), and an apparent dichotomy between oil and environment may also play

a role. The results are articulated with debates on science and technology in the periphery. The

article ends with a reflection on aspects that seem necessary in order to consolidate

technoscientific processes of excellence in these territories.

Key words: Bioremediation, biotechnology, contamination, petroleum/oil, Ecuador.

En el Estado ecuatoriano, que en 200 años de vida poscolonial no ha sido

tradicionalmente un productor masivo de tecnociencia al estilo "moderno", hay renovados

intereses en fomentar la investigación orientada a resolver problemas locales, de sus

habitantes y sociedades. Esta intención de reforzar lo local no es novedosa; por ejemplo,

fue emprendida por varios países latinoamericanos, algunos con mayor éxito, bajo el

nombre de "sustitución de importaciones" desde la década de 1940 en el marco de la

teoría de la dependencia sostenida por autores como Prebisch (1949).

En Bolivia se ha detectado una intención similar de generar ciencia para servir a la nación

y no necesariamente para contribuir al conocimiento “universal” (McGurn, 2010). Esto

sucede como estrategia para evitar la fórmula de importar intereses de investigación,

3

máquinas, científicos. Es decir, de dejar atrás una estructura de base tecnológica exógena

(Sagasti, 2011: 23) que produce en función de intereses alejados de las necesidades

locales (fuga interior de cerebros según Polanco, 1986). En otras palabras, se busca evitar

una suerte de “mimetismo de la periferia, que lleva a copiar hasta los peores productos y

procesos del centro” (Arocena, 1995: 45). Estas distorsionadas estructuras existirían,

entre otras razones, gracias a la diseminada idea de que hay unas ciencias universales, en

las que los científicos de todo el mundo participarían en igualdad de condiciones, aunque

en realidad lo que existiría sería “una correlación inequívoca entre los centros de poder a

nivel político y económico y los lugares desde donde se deciden las cuestiones que se

consideran pertinentes desde el punto de vista científico” (De Greiff, 2002).

Las críticas a la dependencia tecnocientífica no son novedosas (Polanco, 1985; Núñez,

1999; Sagasti, 2011). El hecho de que ciertas estructuras de la tecnociencia, en sus

articulaciones local-global y Sur-Norte, construyen dependencia y no siempre representan

soluciones, ha sido identificado por ejemplo en los procesos de transferencia de

tecnología de la Revolución Verde, con sus negativas consecuencias socioeconómicas y

ambientales (Bajaj, 1988; McNeill, 2003/2000: 273-277).

¿Pero hasta qué punto es posible que las declaraciones e intenciones de Bolivia, Ecuador

y otros Estados se materialicen en procesos de excelencia tecnocientífica local? Para

averiguarlo escogimos indagar sobre el desarrollo y aplicación de una biotecnología

orientada a solucionar un problema ambiental local: la biorremediación de suelos

amazónicos contaminados por petróleo. El caso resultaba interesante por tratarse de una

biotecnología desarrollada en un Estado altamente dependiente del petróleo –el Ecuador-,

y al mismo tiempo inserta en un sistema sociotécnico global tradicionalmente

identificado con impactos ambientales negativos y con la movilización de grandes

cantidades de dinero, negociaciones políticas y geopolíticas, tecnología, etc.

Nos preguntamos si esta biotecnología contestó eficientemente la dependencia y los

instrumentos de la gobernanza global de la tecnociencia en el siglo XXI, y si pudo

erigirse en algo más parecido a una “tecnología social”, de acuerdo con lo planteado por

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Thomas (2009). Reinterpretando a Freire (1976), quisimos saber si la biorremediación era

una "tecnología de la liberación", partiendo de que la tecnología puede ser liberadora

siempre y cuando se localice, pero también puede tener el efecto contrario: el de

perpetuar estructuras que legitiman y promueven las desigualdades a diferentes escalas.

Indagamos si la biorremediación, en la forma en que circuló en el Ecuador, perpetuó o

no, reinventó o no, modelos tradicionales de dependencia científica, si generó más

problemas que soluciones, o si fue un acto de excelencia científica en la periferia (Cueto,

1989)1, de transición hacia un modelo diferente de entender y aprovecharse de la

tecnociencia. ¿Fue este otro típico caso de base tecnológica exógena o de fuga interior de

cerebros? ¿Podría tratarse de otro fomento de biobraceros, es decir, de técnicos y

científicos que realizan muy poca investigación innovadora, menos aún teoría, cuyo

potencial está destinado a la aplicación y fortalecimiento de paradigmas construidos en

otros territorios, dependientes de conocimientos y tecnología deslocalizada? (Cuvi,

2013). ¿Hubo alrededor de la biorremediación un núcleo científico que se implantó,

prosperó y dio frutos, dando lugar a una “isla de competencia” (Oliveira, 1985)? ¿Fue un

sistema sociotécnico que implicó la aplicación de las capacidades humanas, los recursos

económicos y la biodiversidad local a la resolución de un problema ambiental? En

principio nos pareció que la biorremediación sería un caso de desarrollo de una

biotecnología pertinente o apropiada (Sagasti, 2011: 114).

Coincidimos en que el debate acerca de la investigación científica debe insertarse en una

crítica constructiva de los modelos de desarrollo, que tienda a evitar el desperdicio de los

recursos humanos y materiales, para que la ciencia en ciertos territorios deje de ser

periférica tanto interna como internacionalmente y, “más grave aún, satelital” (De Greiff,

2002). Pensamos que este estudio permite analizar a un nivel micro cómo se aprovechan

esos recursos y también -como veremos-, cómo y por qué se desperdician. Puede ayudar

a entender los rasgos del proceso de institucionalización que facilitan u obstaculizan que

la ciencia moderna prospere en contextos periféricos (Lafuente y Ortega, 1992: 98).

Mirar casos locales para debatir sobre el hecho tecnocientífico es pertinente además si se

consideran que una misma tecnociencia no tiene efectos similares en diferentes contextos

5

(Kranzberg, 1986; Núñez, 1999; Nieto-Galán, 2000). Está en línea con la aproximación

constructivista de los estudios de la ciencia que propone que "algunos de los valores más

importantes que gobiernan la práctica científica son bastante locales" (Golinski, 2005:

22), aunque una indagación y explicación situada no signifique eludir el análisis de las

complejas articulaciones local-global y Sur-Norte.2 Esta investigación arroja luces sobre

cómo la tecnociencia se inserta, imbrica y relaciona local y globalmente con otras capas

de la cultura como la economía, la política, las ideologías, el poder, las instituciones

académicas y de investigación, la educación, etc. La tecnociencia no está más allá de la

cultura, sino que es cultura, vinculada con las pasiones e intereses locales y geopolíticos,

con el poder, por lo cual adquiere propiedades emergentes en cada caso.

Los estudios críticos sobre la ciencia y la tecnología tienen una tradición importante

desde la década de 1970, con aproximaciones más radicales como la de Feyerabend

(1982/1978), u otras asociadas con el Programa Fuerte y la sociología constructivista del

conocimiento científico, orientada hacia aspectos como el estudio de las controversias, el

enfoque naturalista de investigación y el abordaje de la ciencia como cultura (Golinski,

1995). Compartimos la base de esta propuesta sin que ello signifique una negación de la

pertinencia (y necesidad) del conocimiento y los artefactos tecnológicos para la

humanidad. De Kuhn (2001/1971) tomamos la idea de considerar los momentos de

ruptura y cambio, retomada entre otros por Latour (2008), quien añade la propuesta de

indagar las asociaciones entre actores, incluidos los no humanos, en simetría. Esta

consideración de la "agencia de lo no humano" también proviene de la historia ambiental

(Worster, 1988).

En el estudio se alude a la (compleja y criticada) idea de periferias de la ciencia,

visitándola no desde un modelo de déficit sino a través de casos de excelencia científica

(Cueto, 1989) que habrían sido poco estudiados (De Greiff y Nieto, 2005: 63). Destacar

la excelencia donde la hubiera nos parece necesario entre otros aspectos porque la idea de

periferia científica construye imágenes deformadas de la historia y la contemporaneidad

(Restrepo 2000), algo que no parece positivo para el desarrollo de sistemas de

pensamiento endógenos. Y si bien nos adscribimos a un lenguaje que alude a la

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"circulación" de ideas y tecnologías (en vez de meras "difusiones" y "transferencias"), no

significa que pretendamos echar una cortina de humo sobre una realidad que persiste,

esto es el uso de los términos centro y periferia en el lenguaje y en el imaginario, en

diferentes ámbitos académicos, por lo menos desde el polémico artículo de Basalla

(1967),3 y de que las transferencias de tecnología existen (como se verá más adelante).

Seguimos la orientación de entender a la ciencia como política, indagando los procesos

científicos como parte de las relaciones de poder. Coincidimos en que “el conocimiento

científico y la tecnología son inseparables del ejercicio de la autoridad, del control y de la

dominación” y que es necesario investigar “las prácticas científicas en sí mismas para

poder hacer visibles sus consecuencias políticas” (De Greiff y Nieto, 2005: 61).

Finalmente, el artículo se inserta en el amplio debate sobre las biotecnologías en la

actualidad. Pese a sus promesas, algunas de estas formas de la tecnociencia no han

cumplido, ni mucho menos, con lo que se propusieron; más bien ha generado algunas

amenazas (Bud, 1993: 126). En parte por ello se requiere conocerlas para evaluar mejor

los mecanismos para su gobernanza (véase entre otros: Jasanoff, 2006; Rifkin,

2009/1998).

Los abordajes teóricos anotados antes estuvieron reflejados en las técnicas aplicadas:

análisis de textos, líneas del tiempo, observación, mapa de actores y entrevistas. Las

fuentes textuales incluyeron: bibliografía sobre biorremediación (que es escasa, pues no

se ha realizado ninguna investigación sobre este tema desde la historia de la ciencia o

desde los estudios CTS); informes de una consultora ambiental; notas de prensa; tesis de

pregrado; informaciones de la empresa estatal de petróleos (Petroecuador); y referencias

acerca de la industria petrolera en el Ecuador. Las entrevistas fueron realizadas a

científicos/as y gestores de universidades donde se realizó investigación sobre

biorremediación, a un/a funcionario/a de una consultora dedicada a la remediación de

contaminación por petróleo, y a un/a funcionario/a de la compañía estatal de petróleos. La

visita de campo ocurrió en la Estación Sacha Central, en la Amazonía, donde está el

Centro de Investigación de Tecnologías Ambientales (CITVAS). Como ambos autores

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fuimos estudiantes en la Escuela de Biología de la PUCE durante la década de 1990,

ciertas informaciones sobre esa institución las conocemos de primera mano.

En el análisis de los datos priorizamos la identificación de períodos de crisis/cambio y

tratamos de establecer qué las desencadenó, sin importar su índole (científica,

tecnológica, institucional, legal, ambiental, económica, política, etc.). La línea del tiempo

y el mapa de actores permitieron ubicar a los protagonistas en el período de dos décadas y

detectar sus asociaciones, rupturas o cambios importantes.

El artículo continúa con una breve historia de la biorremediación en el mundo, de la

contaminación por petróleo en la Amazonía ecuatoriana y de los conflictos

socioambientales que ha generado. Luego se presenta la historia de la innovación,

investigación y aplicación de esa biotecnología entre 1994 y 2014. El “halo de

inhibición” fue la metáfora que emergió del trabajo. Está inspirada en el fenómeno que

ocurre en el laboratorio cuando una mancha de bacterias se extiende sobre el petróleo,

desde el centro de la caja petri hacia los bordes; este es el indicador de que esa bacteria es

útil para los procesos de biorremediación (Foto 1). En esta historia, en ocasiones la

inhibición ocurrió para detener los procesos de innovación e investigación científica y

tecnológica. Al final del artículo nos apropiamos y giramos la metáfora para referirnos al

papel que podrían desempeñar las instituciones que gestionan la ciencia y la tecnología

para crear un halo de inhibición que permita limpiar la suciedad.

Foto 1. Halos de inhibición en cajas petri, CITVAS, diciembre de 2012

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La biorremediación de contaminación con petróleo

Si bien se ha realizado biorremediación de hidrocarburos desde hace 70 años (Zobell,

1946),4 el tema adquirió momentum a partir del derrame de crudo del barco Exxon

Valdez en Alaska en 1989; fue entonces cuando se aplicaron por primera vez técnicas de

biorremediación a gran escala en ecosistemas marinos (Atlas y Hazen, 2011). En los

mares, dado que los hidrocarburos regularmente escapan desde sus reservas subacuáticas

al ambiente, hay cientos de especies de bacterias, archaea y hongos que los usan como

fuente de carbón y energía.

La mayoría de hidrocarburos de petróleo son biodegradables bajo condiciones aeróbicas,

aunque algunos presentan rangos de biodegradación imperceptibles. Los crudos livianos

son más rápidamente biodegradados. Los hidrocarburos policíclicos aromáticos,

extremadamente tóxicos para plantas y animales, son convertidos por las bacterias en

biomasa, CO2 y agua, aunque para ello pueden requerir aportes iniciales de oxígeno y

enzimas. También puede ocurrir degradación anaeróbica, pero mucho más lenta (Atlas y

Hazen, 2011: 6709).

Hoff (1993: 477) propuso –basada en el tema marino- una periodización de tres etapas en

torno a la biorremediación hasta 1993:

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I. pre-1989, primarily a research period, when bioremediation was little known outside

the microbiology or hazardous waste community [...]

II. 1989-91, [...] when bioremediation as a technology received wide attention and

interest. At the end of [this] period, came a time of disillusionment as the promise of the

technology was not always born out by its use in real situations; and

III. 1992 to the present. During this time, bioremediation has achieved a certain level of

acceptance, with more realistic expectations than earlier, but the level of interest and

attention has decreased considerably.

En la Amazonía ecuatoriana la biorremediación se aplica desde la década de 1990 para

tratar los suelos contaminados con petróleo, ocurridos desde c.1970 hasta derrames en la

actualidad. Mucha parte del crudo, mezclado con el suelo, no puede ser recuperado para

tratarlo en una estación y reinyectarlo a la producción, por lo cual es recogido con palas

mecánicas y volquetas y luego transportado a explanadas para su biorremediación. En las

explanadas se usan sobre todo dos técnicas para remediar el suelo: compostaje y

“landfarming”, cuya elección depende especialmente de la cantidad de lluvia, suelo y

maquinaria (Petroecuador, 2011: 27; Entrevistas 1, 3, 4). El compostaje se hace en

grandes pilas que son removidas con maquinaria para que la pila se oxigene; en el

“landfarming” las pilas son menos altas y la aireación es estática. En ambos casos se

agrega a esos suelos grandes cantidades de microorganismos y moléculas producidas en

laboratorio (bacterias, levaduras, hongos, mohos, enzimas, componentes celulares) para

que aceleren la degradación de los hidrocarburos. Las bacterias son producidas mediante

un aparato llamado biorreactor. A veces se agregan nitrógeno y fosfatos para ayudar a las

bacterias, que tienen alta disponibilidad de carbono en el sustrato pero no de esos otros

elementos (Atlas y Hazen, 2011: 6709; Entrevistas 1, 3, 4).

Las bacterias son el grupo de microorganismos más usado para la biorremediación. Son

colectadas en el campo, especialmente en sitios donde ha habido derrames, llevadas al

laboratorio, identificadas hasta el máximo taxón posible, y colocadas en cajas petri junto

con hidrocarburos para determinar su capacidad degradadora. Si en la caja petri aparece

el halo de inhibición, significa que esa bacteria es capaz de "comer" hidrocarburos

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(Entrevista 3). Algunas bacterias pueden ser asociadas en consorcios, grupos que actúan

de manera conjunta y aceleran los procesos.

La contaminación con petróleo en la Amazonía ecuatoriana

Hasta comienzos de la década de 1970 el Ecuador era un país agrícola por excelencia: por

un lado había monocultivos orientados a los mercados externos, y por el otro había una

producción diversificada para los mercados locales. La mayoría de la población vivía en

el área rural, había poca industrialización y la actividad pesquera industrial estaba en

estado incipiente. Pero tras el hallazgo de crudo en la Amazonía norte, en 1967, se

convirtió en un Estado petrolero. Desde entonces se han promovido actividades de

exploración, explotación, transporte y en menor medida de refinación de crudo, a veces a

cargo de compañías extranjeras, a veces con más participación de la compañía estatal de

petróleos.

El complejo tecnológico de donde se extrae el crudo tiene su epicentro entre las ciudades

de Lago Agrio, Coca y Shushufindi, sobre y rodeado por territorios ocupados

ancestralmente por pueblos indígenas. Este complejo contiene oleoductos y poliductos,

estaciones de bombeo y tratamiento, residencias, carreteras, helipuertos, aeropuertos,

pueblos, etc.; el petróleo, que es para la exportación, pasa por encima de la cordillera de

los Andes y desciende hasta el puerto de Esmeraldas a través del Oleoducto

Transecuatoriano y del Oleoducto de Crudos Pesados.

La historia crítica de la actividad petrolera en el Ecuador de las últimas cuatro décadas ha

enfatizado sus consecuencias negativas, ambientales, sociales, culturales y en la salud de

las personas.5 Muchas reflexiones recientes han estado asociadas con la denuncia judicial

a la multinacional Chevron (antes Texaco) por las afectaciones causadas al suelo, agua,

biodiversidad y a la salud de los habitantes de la Amazonía norte desde el inicio de sus

operaciones en 1967. Durante poco más de dos décadas Texaco ocasionó una gran

contaminación mediante “piscinas” (formadas con el crudo que sale al perforar un pozo),

derrames por roturas de los ductos, y vertidos de aguas de formación que contienen

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metales pesados. Cuando Texaco terminó su contrato en 1990, dejó cerca de medio

millón de hectáreas de suelo contaminado, así como instalaciones que seguían vertiendo

aguas de formación a los riachuelos y ríos. Ante esta suciedad y las graves afectaciones a

la salud (algunos peritajes sugieren la incidencia de ciertos tipos de cáncer es inusual), un

grupo de abogados estadounidenses en alianza con ecuatorianos, promovieron la

organización de pueblos indígenas y campesinos afectados para presentar, en 1993, una

demanda colectiva contra Texaco en las cortes de Nueva York, alegando que las

decisiones que habían llevado a la contaminación fueron tomadas en Estados Unidos

contraviniendo leyes de ese país. Se exigía la remediación de la contaminación e

indemnizaciones por las afectaciones a la salud y al ambiente. Desde entonces el juicio ha

tenido todos los ingredientes de una novela de suspenso, moviéndose entre cortes

estadounidenses, ecuatorianas, de otros países, e instancias internacionales. Entre los

últimos sucesos, en 2011 una corte ecuatoriana sentenció a Chevron a pagar nueve mil

millones de dólares para efectuar la remediación de sus daños ambientales, valor que se

duplicó cuando la compañía no presentó disculpas públicas a los afectados. La dificultad

de ejecutar esa sentencia es que Chevron no tiene activos en el Ecuador, por lo que se ha

pedido su embargo en naciones que incluyen Brasil, Argentina y Canadá. En marzo de

2014 Chevron consiguió que se prohíba el embargo de sus activos en los Estados Unidos

y ha acudido a instancias como el Tribunal de La Haya para que la responsabilidad del

pago decretado por las cortes ecuatorianas sea transferida al gobierno del Ecuador.

Este “juicio del siglo”, junto con la difusión en medios de comunicación de los impactos

de algunos derrames de crudo en áreas protegidas desde la década de 1980, y de los

episodios de contaminación que ocurren a menudo hasta la actualidad, fueron decisivos

para llamar la atención nacional sobre las consecuencias negativas de la actividad

petrolera. En más de un sentido, consiguieron que mucha población de un país rentista

del petróleo asumiera que su riqueza económica ha estado asociada con una pérdida

localizada de salud y calidad de vida, y la afectación a la Amazonía. En parte como

respuesta a ese espíritu y a las presiones sociales, así como a los convenios

internacionales en esta materia, en 1999 se reformó la legislación, obligando a las

empresas a remediar la contaminación que generan (Ecuador, 2001). Y aunque esto por sí

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solo no representa una garantía de que la remediación ambiental vaya a ser ejecutada,

generó un auge de la remediación ambiental, que incluye procesos de biorremediación.

Dos décadas de biorremediación en el Ecuador

Situamos la circulación de la biorremediación en el Ecuador a partir de 1994, en una

coyuntura doble: cuando había sido legitimada en los Estados Unidos, y cuando la

contaminación de la Amazonía se había convertido en blanco de demandas a nivel

nacional e internacional. Por entonces nada se conocía sobre biorremediación de suelos

amazónicos (Entrevista 4), pero la tecnología fue considerada como potencialmente

positiva para prevenir y mitigar problemas en zonas que estaban bajo mayor vigilancia

como el Parque Nacional Yasuní, donde empezó a operar la compañía petrolera Maxus

en 1992.

El contexto político y económico del Ecuador a fines de la década de 1990 y hasta el año

2005 podría describirse como inestable (con destituciones sucesivas de presidentes, un

feriado bancario y dolarización) y neoliberal (con políticas de privatización y apertura a

capitales multinacionales, débil participación del Estado en los beneficios y operaciones,

y confianza en el mercado como regulador). En este contexto, nos parece que la

biorremediación no solo llegó como una forma de mitigar la contaminación, sino también

como una oportunidad novedosa de actuar en el ámbito petrolero y obtener parte de sus

beneficios, de paso “enverdeciendo” la imagen de la industria. Habría sido una acción

motivada por una mezcla de intereses políticos, económicos y ambientales, a la que

concurrió la tecnociencia.

La idea de usar microorganismos para biorremediar la contaminación por petróleo circuló

mediada por técnicos extranjeros, llevados por la petrolera Maxus en la década de 1990:

se quería difundir una tecnología que había ganado momentum a raíz de su aplicación

masiva en la contaminación marina. Hacia 1994 Maxus organizó una serie de actividades

que incluían conferencias impartidas por el experto Ronald Atlas; a estas reuniones fue

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invitada gente de la Escuela de Biología de la Pontificia Universidad Católica del

Ecuador (PUCE) (Entrevista 4).

Creemos que el interés de Maxus podría situarse en el hecho de que esta empresa había

comenzado a explotar petróleo en el Parque Nacional Yasuní bajo una fiscalización

intensa de grupos ambientalistas. En el interés de la Escuela de Biología de la PUCE

pudo influir la estrecha relación que había establecido con Maxus, realizando consultorías

durante la penetración de la petrolera en el área protegida (observaciones en década de

1990), y luego recibiendo unas instalaciones para una estación científica.

Tras los talleres organizados por Maxus, en parte de los aproximadamente 90 m² que

ocupaba el Laboratorio de Bioquímica de la Escuela de Biología de la PUCE se comenzó

a realizar investigaciones sobre degradación de crudo usando microorganismos.

Participaban el director de dicho laboratorio junto con estudiantes y becarios

(observaciones en década de 1990). El trabajo al principio fue básico: colectar

microorganismos y testar su capacidad de digerir crudo. El paso al campo ocurrió hacia

1998, cuando el proyecto Explotación Petrolífera y Desarrollo Sostenible en la Amazonía

Ecuatoriana (PETRAMAZ), financiado por la Comunidad Europea, contrató a la Escuela

de Biología para remediar suelos en el área protegida Cuyabeno. PETRAMAZ consideró

que el grupo de la PUCE tenía algo de experiencia para hacer la primera gran

intervención de biorremediación en el Ecuador. Los resultados fueron positivos e

infundieron confianza y experiencia en el grupo, liderado por un joven investigador,

quien se hizo cargo de la línea de investigación (Entrevista 4). Hubo nuevos contratos con

empresas privadas y con Petroecuador, incentivados por la ley que desde 1999 obligaba a

realizar la remediación. Un solo contrato podía alcanzar sumas mayores a los 20 millones

de dólares (Petroproducción, 2006), recursos económicos que se tradujeron en un

crecimiento de la infraestructura del Laboratorio de Bioquímica, que pasó a ocupar 300

m² que fueron construidos como quinto piso del edificio norte de la Facultad de Ciencias

Exactas y Naturales, espacio inaugurado en 2002. Se hicieron investigaciones básicas y

experimentales, como el aislamiento de la peligrosa y tóxica Enterobacter cloacae,

prospectada donde se mezclan los vertidos y las heces de la Refinería Esmeraldas (en la

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Costa), bacteria con la cual se ensambló un organismo transgénico, al transferir sus genes

a E. coli. El laboratorio funcionaba con tecnologías importadas (secuenciador,

cromatógrafo de gas, cámaras de flujo, refrigeradora, reactivos, etc.). Se hicieron varios

cursos con especialistas (Entrevista 4).

Todo fluía hasta que las relaciones entre el grupo de investigación y la universidad se

deterioraron, cuando la PUCE al parecer subió los gastos indirectos ("overhead"). El

grupo de investigadores se separó de la Escuela de Biología y creó una consultora

ambiental, ofertando servicios de remediación que incluían los de biorremediación,

siendo durante un tiempo el único proveedor. En el laboratorio de la consultora se

continuó con la investigación, se inscribieron patentes sobre procesos y productos, y se

invirtió en la importación de costosas maquinarias, incluyendo un sistema “windrowing”,

al parecer más eficiente que los tradicionales compostaje y “landfarming” (Entrevista 4).

Por su parte, en la PUCE no se continuó con la línea de investigación y la universidad se

quedó afuera de la ecuación; en 2009 el Laboratorio de Bioquímica pasó a ser el Centro

Neotropical para la Investigación de la Biomasa (CNIB), ya sin relación alguna con los

aspectos de biorremediación.

Ante el éxito de la consultora ambiental aparecieron nuevas empresas remediadoras. En

2006 eran seis las empresas autorizadas para contratar con Petroecuador, aunque otras

querían entrar en el negocio. La competencia fue intensa: las nuevas pugnaban por entrar

y obtener contratos, las establecidas impugnaban a las recién llegadas aduciendo que

carecían de capacidad técnica y que solo tenían vínculos con funcionarios de la estatal de

petróleos. Durante la Entrevista 4, un funcionario/a de la consultora ambiental que estaba

presente mencionó que

empezaron a proliferar [...] las remediadoras, sin tener tecnología; el único requisito era

tener alguna palanca ahí en Petroecuador [...] detrás de los accionistas, de los socios

[...] siempre había una que otra persona de Petroecuador que estaba impulsando eso, o

el amigo del amigo de una persona de Petroecuador.

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El negocio era importante: según una noticia del diario El Comercio de Quito, entre 2004

y 2006 el Distrito Amazónico de la estatal de petróleos facturó más de 70 millones de

dólares en limpieza y remediación (Sallo, 2006). Pero este mercado comenzó a

desmoronarse cuando se cuestionó públicamente el aumento de atentados contra los

ductos y se lo relacionó con la existencia de fondos para remediación. Los atentados

ocurrían desde antes, pero su número aumentó cuando aparecieron las actividades de

remediación. Según la organización Acción Ecológica (2006), en el año 2003 hubo 34

atentados, número que subió a 70 en el 2005. Uno de los detonantes finales de este

escándalo fue el derrame de agosto de 2006 en el área protegida Cuyabeno, que tuvo una

amplia cobertura mediática y que puso en el debate la supuesta vinculación entre

atentados y empresas remediadoras. Un ex presidente de Petroecuador habría dicho que:

Es un secreto a voces que varios funcionarios de Petroproducción mantienen relaciones

o son accionistas por terceros dentro de remediadoras, por esto las remediadoras

manejan información de derrames y ofertas de las diferentes empresas [...] Y sin

embargo se culpa a los campesinos argumentando que ellos rompen la tubería para

recibir compensaciones (Acción Ecológica, 2006: 8).

Es así como parece que comenzaron a tener más agencia las amistades, las relaciones

clientelares, que una ética de restauración ambiental. Es aquí donde la tecnociencia –la

biotecnología para remediar esa contaminación- mostró sus estrechas imbricaciones con

la política y el poder; se volvió política y poder.

La supuesta asociación entre atentados y contratos “a dedo” se constituyó en el

argumento para impedir nuevas contrataciones externas, dando paso a un discurso

centralizador de las operaciones de remediación en Petroecuador. Las empresas

acreditadas continuaron contratadas para gestionar residuos de la exploración, elaborar

planes de manejo, realizar evaluaciones de impacto y manejo de residuos, etc., pero ya no

para remediación (Entrevista 4). Nos parece que se trastocó la dinámica de lo que

apuntaba a ser un motor de la remediación ambiental, de la ciencia y la tecnología, de la

economía, etc. Lo que diez años antes comenzó como una alianza entre una petrolera

privada y una universidad privada sin fondos ni capacidades (Maxus-PUCE), pasó a ser

16

una relación entre consultoras ambientales y la estatal de petróleos por contratos

millonarios, y luego fue suspendida por las dudas en torno a la contratación.

Después la empresa estatal se lanzó a administrar por sí misma el proceso de innovación

y aplicación de la biotecnología, en coincidencia con un momento político de crecimiento

del Estado en el Ecuador (desde 2006). Pero esta es solo la primera parte de la historia: la

actitud inhibidora de la estructura institucional de la empresa estatal de petróleos también

estuvo presente en otros sucesos, que ocurrieron paralelos a la relación PUCE-Maxus-

Petroecuador-consultoras ambientales.

Casi al mismo tiempo que la Escuela de Biología hizo su alianza con Maxus y luego con

PETRAMAZ (a fines de la década de 1990), funcionarios de Petroecuador habían

promovido un programa de investigación en biorremediación con la de la Universidad

Central del Ecuador (UCE), situada en Quito. En 1996 Petroecuador suscribió un

convenio con la Facultad de Ingeniería en Geología, Minas, Petróleos y Ambiental

(FIGEMPA), donde se instaló un laboratorio para investigar la biorremediación

(Entrevistas 1 y 2).

En el laboratorio de la FIGEMPA participaron químicos, bioquímicos, microbiólogos,

farmacéuticos e ingenieros de petróleos de la UCE. Tuvieron ambiciosos objetivos,

especialmente en las investigaciones sobre filosilicatos y bacterias. Se llegó a aislar una

bacteria bautizada como “Rambo”, capaz de actuar sobre los hidrocarburos más

recalcitrantes a la biodegradación. Se hicieron innovaciones, como un medio de cultivo

para producir biomasa, o un biotanque para reproducir a gran escala las bacterias y

sustituir al costoso biorreactor. Sin embargo, esas innovaciones fueron poco a poco dando

paso a la tradicional dependencia de tecnología, por ejemplo en forma de la importación

de un biorreactor, o la realización de análisis de laboratorio en Estados Unidos

(Entrevista 1).

El convenio entre Petroecuador y la UCE duró nueve años y hemos dividido sus

actividades en tres etapas: entre 1996 y 1997 se dedicaron a la recolección e

17

identificación de bacterias (lo mismo que habían hecho en la PUCE); de 1998 a 1999 se

investigó su especificidad para degradar hidrocarburos, realizando más de 9 mil ensayos

en el laboratorio con suelos contaminados traídos desde la Amazonía; y entre 2000 y

2004 la investigación se trasladó al Laboratorio de Ciencias Biotecnológicas (LACIB), en

la Estación Sacha Central, para realizar experimentos en el campo en un espacio de

aproximadamente 150 m² junto a las plantas de tratamiento de crudo recuperado. Allí

trabajaron los técnicos hasta 2004, cuando se terminó el convenio (Entrevistas 1 y 2).

No están claras las razones de Petroecuador para terminar el convenio con la UCE; al

parecer pudo ser algo tan simple como que un director (en buena medida asesorado por

técnicos) afirmó en 2004 que no era prioritaria la investigación y que la estatal de

petróleos podía hacerse cargo de la remediación (Entrevista 1). Tiempo después

ocurrieron los cuestionamientos de la contratación de empresas privadas para realizar

esos trabajos. Con las respectivas distancias de escala y alcance, esta incertidumbre sobre

las motivaciones para terminar un proceso científico de excelencia también ha ocurrido

en instituciones como el Instituto de Química Agrícola de Río de Janeiro (Faria, 1997).

Buscando en capas profundas, pensamos que pudo incidir el rechazo, desde la industria

petrolera, a algo que venía con los prefijos “bio”, “eco” y la palabra “ambiental”, así

como el control de un proceso que paga sumas millonarias. Sin duda fue algo más

complejo (no pudimos entrevistar al ingeniero más cercano al proceso de transición), pero

lo cierto es que de un día para el otro se terminó con un programa prometedor que

contaba con años de investigación y experiencia.

Petroecuador canceló la relación con la UCE y con las remediadoras, pero como es una

política de Estado remediar la contaminación, comenzó en 2005, a través de su filial

Petroproducción, el Proyecto de Eliminación de Pasivos Ambientales en el Distrito

Amazónico (PEPDA), para la limpieza de piscina y derrames. Para ello contrató a recién

graduados de biotecnología de la Escuela Politécnica del Ejército (ESPE), universidad

ubicada a unos 20 kilómetros de Quito. Y aquí ocurrió una ruptura clave. En el proceso

de cambio se perdió la data, la metadata, las bacterias, los métodos, los procesos, etc. por

los cuales Petroecuador había invertido en la UCE (Entrevista 3). Se perdió la posibilidad

18

de pasar a un cuarto momento, de producción industrial (Entrevista 1), basada en nueve

años de investigación, pues los científicos contratados empezaron desde cero (Entrevista

3). Una evidencia de esta repetición de las investigaciones consta en una presentación de

los técnicos del PEPDA realizada en las Jornadas de Biología de 2008, en las que

expresaron que:

En un proceso continuo de 20 meses de duración, se han aislado, identificado y

caracterizado microorganismos en suelos contaminados [...] potencialmente

degradadores de hidrocarburos [...] adicionalmente se realizaron estudios de relación

entre cepas para la formación de asociaciones [...] Producto de este trabajo, se cuenta

actualmente con un banco de 166 cepas de bacterias con capacidad comprobada

(Hidalgo et al., 2008).

Es decir, para 2008, en el PEPDA llevaban casi dos años haciendo (replicando) algo que

ya había sido realizado, la prospección, identificación y formación de consorcios

bacterianos. Los recién graduados ingenieros en biotecnología contratados para el

PEPDA eran jóvenes entusiastas, sin experiencia, que en medio del olor a crudo, tubos de

petróleo y mecheros que queman gas día y noche, se hicieron cargo de un proyecto de

gran envergadura. Petroecuador ni siquiera intentó aprovecharse del personal de la UCE

(Entrevista 1), o de los ex investigadores de la PUCE para dirigir el laboratorio, ni

promovió cursos para transferir conocimientos. Ni siquiera se salvaron las bacterias y

consorcios; las investigaciones de los jóvenes profesionales (re)comenzaron desde cero la

prospección, aislamiento, investigación de capacidades de degradación, propagación

(Entrevista 3). Durante esta investigación constatamos que en 2005 se (re)comenzó todo,

como si se volviera al año 1996.

Esta pérdida de capacidades y materiales obedecía en parte a que en el convenio

Petroecuador-UCE había cláusulas de confidencialidad que impedían la divulgación de

resultados y metodologías. Tampoco se patentaron los procesos o productos de nueve

años de investigación e innovación (Entrevista 1). Todo esto construyó un halo que llevó

a inhibir un proceso tecnocientífico de biorremediación.

19

El PEPDA tenía el reto de remediar décadas de contaminación (la dejada por Texaco

entre 1967 y 1990, y los incidentes desde entonces), pero avanzó lento y poco, asunto que

fue justificado por la falta de infraestructura. Ante eso, en 2007 se presentó un proyecto

para ampliar el laboratorio a uno de 892 m² (seis veces mayor que el LACIB), con una

inversión de más de tres millones de dólares, obra que se construyó durante dos años y

que fue bautizada como Centro de Investigación de Tecnologías Ambientales (CITVAS)

(Entrevista 3). Tras estar listo, el CITVAS demoró un año más en ser inaugurado, pero

finalmente comenzó a operar en el 2010 con laboratorios de bacteriología, ficología,

biología molecular, química ambiental, micorrizas, y fitología (Petroecuador, 2011). Era

una infraestructura mejor equipada que el LACIB, pero cuya principal limitación era la

falta de personal para operarlo: a fines de 2012, si bien tenía espacio para más de 20

investigadores, constatamos durante nuestra visita que allí trabajaban apenas seis. Y ese

escaso personal tenía problemas para realizar investigación pues gran parte de su tiempo

estaba dedicado a las tareas de remediación en el campo (Entrevista 3). Observamos unos

laboratorios casi vacíos.

Otra limitación del CITVAS fue su dependencia tecnológica. Fue equipado con

maquinarias importadas que, en casos como el del biorreactor de 100 litros de capacidad,

podrían haberse manufacturado localmente (Entrevista 3). Pero los ingenieros de

Petroecuador realizaron pedidos con especificaciones orientadas a adquirir tecnología

europea (Entrevista 3), adquiriendo de paso un problema de sostenibilidad, pues nadie

sabía reparar estas máquinas: observamos que el biorreactor del LACIB, dañado desde

hace años, estaba en una bodega y no había sido reparado: la máquina por la que se pagó

cientos de miles de dólares reposaba abandonada en las viejas instalaciones y se había

comprado una nueva para el CITVAS (Fotos 2, 3, 4 y 5).

Fotos 2 y 3. Biorreactor abandonado en las antiguas instalaciones del LACIB, diciembre

de 2012

20

Fotos 4 y 5

El nuevo biorreactor y el CITVAS, diciembre de 2012

La capacidad de los investigadores del CITVAS a fines de 2012, tras siete años de

(re)adquirir experiencia, era mayor, algo esperado de la replicación de un proceso

tecnológico que ya había sido desarrollado por dos grupos de investigación

independientes (PUCE y UCE). Pero nos pareció que persistían problemas como la falta

de una base de datos (de organismos y documentos) que permitiera continuidad en caso

de movimiento de personal. Y era hasta cierto punto preocupante, desde el punto de vista

de los autores, que el banco de bacterias no contara con una copia (Entrevista 3): un corte

21

de luz, un descuido humano, incluso espionaje industrial, podrían dar al trasto (otra vez,

aunque por otras razones) con años de trabajo. Petroecuador no parecía interesado en

mantener ni siquiera los protocolos básicos de innovación en biotecnología.

La relación del PEPDA con las universidades fue dispersa. Se desarrollaron tesis sobre

biorremediación en varias universidades, a veces con fondos del Programa, pero sin una

orientación visible, sin líneas de trabajo que las articularan, sin claridad en relación con

los tutores. Los trabajos parecían haber construido más capacidades individuales que

conjuntas, por la poca sistematización e institucionalización para el intercambio de

resultados. En algunas tesis se repitieron resultados, se reinventaron experimentos, no

hubo citación cruzada, y prevalecía una legitimación de la capacidad científica sustentada

en autores, textos y revistas extranjeras, invisibilizando totalmente dos décadas de

investigación local en biorremediación de suelos amazónicos.

El PEPDA tampoco cambió el desinterés de Petroecuador en torno a las patentes. Una

persona entrevistada mencionó que “no queremos patentar nada” (Entrevista 3), algo

difícil de entender en el mundo de la biotecnología del siglo XXI. Justificó esa idea

diciendo que no era el objetivo patentar o publicar, sino remediar. Tampoco se habían

publicado resultados científicos (Entrevista 3), otra manera de establecer prioridad

(aunque no propiedad).

Finalmente, la actividad técnica del PEPDA fue cuestionada por parte de los abogados

involucrados en la demanda contra Chevron (Redacción Nueva Loja, 2006). No se había

remediado el suelo contaminado y si ya nos parece lamentable que se necesite de una

tecnología para remediar lo que otra hizo de forma ineficiente y peligrosa, lo es mucho

más que hasta ahora no se haya conseguido de forma total. Entre 2005 y 2013

Petroecuador (a través de Petroproducción) había eliminado, taponado, y reconfigurado

paisajísticamente apenas 538 fuentes de contaminación en la Amazonía (derrames,

piscinas y fosas), correspondientes a 260.549 metros cuadrados. Esto se hizo a través del

PEPDA y del Plan de Restauración Integral de Pasivos Ambientales en el Distrito

Amazónico (PRIPA), que comenzó a funcionar en 2012 (Ministerio del Ambiente, 2014:

22

6)6. Desde 2013 estas actividades continúan a través del Proyecto Amazonía Viva, a

cargo de Petroamazonas (otra empresa de Petroecuador). A través de Amazonía Viva se

propone la limpieza y rehabilitación de 2.550 fuentes de contaminación identificadas en

la Amazonía, y la descontaminación de más de 5.300.000 metros cúbicos de suelos

(Petroamazonas, 2013, citado en Ministerio del Ambiente, 2014: 3).

La biorremediación no ha perdido vigencia, interés y pertinencia; por el contrario, parece

tener mayor apoyo político por varias razones. Una es que de acuerdo con la Constitución

ecuatoriana de 2008, que reconoce los derechos de la naturaleza, “la naturaleza tiene

derecho a la restauración” (Art. 72), por lo cual la reparación integral de la contaminación

es entendida como una política de Estado. Otra es la reciente campaña internacional

impulsada por el Ecuador en contra de Chevron, llamada "La Mano Sucia de Chevron",

que ha concitado el apoyo de políticos, artistas, entre otros.

Sobre los halos de inhibición de la biorremediación

El petróleo ha tenido una doble faz en el Ecuador: ha causado contaminación y al mismo

tiempo ha sido una decisiva fuente de divisas desde hace 40 años. En este escenario

pensamos que la tecnociencia de la remediación ambiental, originada en el Norte sobre

todo en torno a ecosistemas marinos, circuló como un intermediador eficaz, pues no

cuestionaba la lógica del petróleo, minimizaba las críticas al enverdecer a la industria, se

sostenía en un marco legal nacional e internacional, y encajaba como un negocio más en

un sistema capitalista. Pero los microorganismos, biorreactores, biotecnología, máquinas

para remover el suelo, etc., fomentadas como potenciales mitigadores no fueron

suficientes para solucionar la contaminación: fueron más decisivas las agencias

institucionales y voluntades políticas en torno a esa tecnociencia. Esto arroja algunas

pistas sobre las estructuras institucionales en las que las biotecnologías circulan en el

contexto estudiado.

La empresa estatal de petróleos, responsable de la mayor cantidad de derrames en la

actualidad, y heredera de zonas contaminadas en el pasado, fue protagonista de esta

23

historia. Allí se tomaron decisiones, se delinearon modelos de contratación, se expidieron

normativas, se realizaron convenios, se dieron apoyos o desincentivos, etc. Pero careció

de capacidad para gestionar un proceso de investigación, innovación, y aplicación de

tecnologías de biorremediación, que debían ser localizadas por tratarse de un impacto

ambiental específico. Se rompieron lazos con las universidades por razones desconocidas,

y luego con las empresas por denuncias de corrupción. Cuesta encontrar una buena razón

que justifique el haber comenzado un mismo proceso de investigación dos veces desde

cero (tres si se considera también las investigaciones de la PUCE, aunque éstas no fueron

financiadas directamente por Petroecuador); alguna pista puede radicar en la idea de que

los técnicos son fácilmente reemplazables, que solo deben seguir un manual. Aún así,

esto no explica la falta de contratación de investigadores en el CITVAS, por lo menos

hasta fines de 2012. Por ello no se debería descartar, desde nuestro punto de vista, la

influencia del rechazo en torno al pensamiento ambiental, dada la confrontación entre

“ambiente” y “petróleo” que ha sido escenificada de diferentes modos en el Ecuador,

especialmente a partir de la salida de Texaco en 1990 y que continúa siendo fuente de

conflictos entre el Estado, compañías privadas y movimientos sociales, indígenas,

campesinos, urbanos. ¿Cuánto influyó la dicotomía entre ambiental y petrolero? ¿Los

funcionarios de Petroecuador desmovilizaron y boicotearon deliberadamente una

iniciativa que tenía un componente de remediación? ¿Por qué se apoyó el

desmantelamiento de los resultados de la UCE? ¿Protagonismo y concentración del poder

a cualquier costo?

De cualquier modo, si acaso hubo buenas intenciones, ciertamente se careció desde la

estatal de petróleos de un entendimiento de la ciencia y la tecnología como artefactos

culturales complejos que requieren de una gestión especializada. La tradición de los

funcionarios-ingenieros de Petroecuador ha sido la de llevar cuentas, importar tecnología

y construir infraestructuras para sacar crudo, no la de sostener un proceso de innovación.

Estos funcionarios han sido braceros de la industria petrolera global, no innovadores, y

pudieron pensar que los biotecnólogos no podían ser sino biobraceros, personas

destinadas a aplicar tecnologías que llegan a la Amazonía en paquetes, en cajas negras (y

de otros colores), pero no personas que pueden idear esos paquetes y construirlos. En

24

biobraceros se convirtieron los científicos del CITVAS: técnicamente capaces,

funcionales a una idea incuestionable, trabajadores de un centro de investigación donde

en seis años se hizo poca investigación novedosa, menos innovación, y donde las patentes

y difusión del conocimiento no fueron parte de los objetivos.

Creemos que no ha sido la costumbre entre los burócratas del petróleo en la Amazonía

ecuatoriana, ingenieros o no, el pensar en innovación, menos aún entender la necesidad

de la continuidad en un proceso de investigación tecnocientífica. Insertos en una matriz

tecnológica dependiente no reconocieron el interés de fortalecer procesos de excelencia

científica local. Los trabajos realizados entre 1996 y 2004 por la UCE, pagados por la

estatal de petróleos, contaban con cláusulas de confidencialidad estrictas que ni siquiera

permitían la transferencia local de conocimiento. Tal confidencialidad se entendería si

hubiese existido un aprovechamiento confidencial de los resultados, o un proceso de

patentes sobre los métodos, pero no se comprende por qué casi no se publicó ni se

obtuvieron patentes, por lo menos hasta 2013.

Ni siquiera parece sostenerse la hipótesis de que, en términos monetarios, la

biorremediación podría ser presentada como una pérdida y no una ganancia, pues incluso

desde un punto de vista economicista, las patentes sobre nuevos organismos, procesos y

máquinas habrían dejado ganancias y ahorros. Estas y otras dudas apuntan a la necesidad

de indagar más en los imaginarios de los burócratas petroleros y en ideas como que todo

se soluciona con infraestructura e importaciones. Es cierto que hubo varios

“petroecuadores”, gerentes que fueron y vinieron, ingenieros, administradores, etc., pero

también hubo personas que permanecieron durante todo el proceso, cuyos imaginarios

son del mayor interés.

No fue por falta de científicos ni de recursos económicos que el proyecto no se consolidó.

Predominó una visión ingenua de la tecnociencia, de que se construye a partir de

infraestructuras y equipamientos, transferencias y dependencia, de replicación, como

sucede en la tradición del altamente sofisticado sistema sociotécnico global del petróleo.

Quizás los mejor intencionados creyeron que uniendo especialistas, textos y máquinas, la

25

ciencia y la tecnología funcionarían por sí solas, que serían pródigas gracias a la

biodiversidad (las bacterias).

Es hasta cierto punto paradójico que el halo de inhibición que Petroecuador construyó en

torno a las capacidades existentes (suspensión de investigaciones de excelencia y de

relaciones con otras instituciones), coincidió con el de reformas políticas estatales

orientadas hacia el desarrollo endógeno y superar la dependencia cognitiva. Pero

Petroecuador –empresa del Estado- no fue el único actor del proceso.

Las universidades que participaron desde la década de 1990 en la biorremediación,

públicas o privadas, obtuvieron algunos excelentes resultados aunque no lograron

capitalizarlos en el largo plazo mediante programas propios de investigación. En la PUCE

la motivación provino primero de sus alianzas con empresas petroleras internacionales,

luego de un proyecto de cooperación internacional, y finalmente por demandas estatales

de remediación. Esto dio paso a un crecimiento de las capacidades humanas, experiencia

e infraestructura, pero en cuanto el grupo de investigación se separó de la universidad,

ésta o no pudo, o no quiso, fortalecer el campo, pese a que tenía un enorme interés

ambiental, científico y económico. La línea de trabajo fue extirpada de la matriz

académica y convertida en un negocio privado, lo cual no es cuestionable desde el punto

de vista empresarial, pero sí del académico, por abandonar una línea prometedora.

La UCE tampoco fue capaz de sostener su proceso cuando estuvo a punto de pasar a la

fase industrial, momento que le podría haber significado réditos económicos; comenzó a

investigar cuando se lo propusieron desde afuera, y en cuanto le retiraron los

equipamientos y recursos, suspendió los trabajos. Ambas universidades estuvieron más a

merced de agendas de trabajo externas.

No hubo una capacidad de articular la investigación académica sobre temas específicos.

Las tesis de grado no se citaron, desarticulación ante la que no se puede alegar falta de

acceso, pues casi todas las tesis están en Internet; se construyó un halo sobre la cultura

científica local al no promover la circulación local de trabajos. No hubo debate local y

26

como consecuencia, al no dialogar o debatir entre sí los que se iban volviendo expertos,

difícilmente podían construir una comunidad científica en torno a la biorremediación de

suelos amazónicos. No hubo sistematización ni difusión amplia del conocimiento, en

forma de redes o educación y capacitación continua, ni se publicaron libros o artículos en

revistas especializadas.

Los científicos fueron dependientes de tecnologías importadas. Se limitaron

(¿autolimitaron?) a poner en práctica una idea de que la tecnociencia se realiza con

tecnologías importadas, aprovechando lo nativo en forma de biodiversidad con la

participación de biobraceros. Esto pese a las experiencias positivas como el biotanque y

el desarrollo de medios de cultivo en la UCE. La idea del biotanque no continuó en la

UCE porque se importó un biorreactor. Se colocó el énfasis en la prospección,

aislamiento, identificación de actividad, reproducción y aplicación, casi en una historia

natural, sin invertir mayores esfuerzos en tecnología. No se trató de una completa fuga

interior de cerebros pues se trabajó en función de un problema local, pero en este proceso

no se sostuvieron las emergentes innovaciones.

Una de las empresas privadas que operó algunos años en remediación hizo investigación,

obtuvo patentes y algo publicó. Su experiencia fue una transferencia positiva de

conocimiento desde la universidad a la empresa, de cómo convertir un producto de

investigación académica en un buen negocio. Pero esta consultora también tuvo una

fuerte dependencia tecnológica. Lamentablemente las empresas remediadoras fueron

relacionadas con el aumento de atentados a ductos petroleros, y si bien no hubo juicios,

los cuestionamientos públicos fueron aprovechados para dejar de contratarlas,

perdiéndose también su experiencia.

Vemos una imbricación profunda entre excelencia y dependencia en un complejo sistema

sociotécnico. Todas las instituciones mantuvieron una dependencia de tecnociencia, en

primera instancia mediante la importación de ideas para adaptarlas, replicarlas, y luego

sostenerlas con tecnología importada de alto costo.

27

Tanto el rastro de la contaminación como de las iniciativas de biorremediación conducen

en primera instancia a las empresas petroleras Texaco y Maxus, respectivamente, y al

proyecto Petramaz (proyecto que remite a los impactos de la cooperación internacional en

la segunda mitad del siglo XX). El petróleo parece capaz de ensuciarlo todo, incluso la

ciencia y la tecnología. Si los funcionarios de Maxus que promovieron los primeros

talleres sobre biorremediación en la década de 1990 estaban pensando más en generar un

negocio que en solucionar un problema ambiental, claramente lo lograron.

¿Fueron las investigaciones y aplicación de la biorremediación de la contaminación por

petróleo en la Amazonía ecuatoriana un ejemplo de biotecnología pertinente? Sí y no. Lo

fueron porque remediar la contaminación era (y sigue siendo) importante, y porque se

alcanzó cierta excelencia científica. El error parece haber estado en la forma de

implementar el remedio. Por un lado se requerían universidades capaces de sostener

programas de investigación, científicos que aprendieran a gestionar más allá de limitados

programas e intereses de investigación. Se requerían instituciones que contaran con

eficientes gestores de la tecnociencia, no solo tecnócratas enfocados en construir

infraestructuras creyendo ciegamente en las transferencias de tecnología, como si la

tecnología fuese un “medio” neutral. Y en todo momento parece haberse requerido, en

diferentes escalas, voluntad política. En la Entrevista 4 se dijo:

creo que es claro que hay la gente y la capacidad en el país para poder generar este tipo

de tecnologías, que antes no se creía. El fracaso, o la desilusión por decirlo así [es por

la] la influencia política en la parte de investigación. La parte científica y la política no

se llevan, o deberían ser manejadas independientemente.

En la misma línea Baiardi y dos Santos (2005: 717) concluyen su análisis sobre el

desarrollo científico en Bahía (periferia de la periferia) anotando que además de una serie

de adecuaciones institucionales, de relaciones entre Estado, empresa y academia, el

cambio depende, sobre todo, de capital social, voluntad política, compromiso de los

actores y valores institucionales como la colaboración y la confianza.

28

Arocena (1995: 45) ha señalado algunos factores que impiden el desarrollo de una

capacidad tecnológica autónoma en las periferias. Con algunos nos parece necesario

concordar a la luz de este caso:

La débil competencia del Estado que debe cumplir uno de los papeles protagónicos, y su

poca capacidad para aplicar y hacer aplicar decisiones de naturaleza tecnológica.

La modalidad de la racionalidad existente, según la cual es mejor negocio importar

tecnología que producirla localmente.

La dependencia cultural, según la cual toda tecnología extranjera es mejor… por ser

extranjera.

La escasa articulación entre los protagonistas del proceso: funcionarios del Estado,

empresarios y gerentes y científicos y técnicos.

También suenan acertadas las ideas de Sagasti (2011: 144), que incluye entre las razones

de la falta de logros en ciencia, tecnología e innovación en la segunda mitad del siglo

XX, a las "estructuras económicas desarticuladas internamente y sesgadas hacia el

exterior [que] obstaculizaron la creación de espacios propios para el desarrollo de

capacidades científica, tecnológicas y de innovación".

Sin duda este es un debate lleno de propuestas, algunas más focalizadas a sistemas

nacionales, como las acciones propuestas por Baiardi (2001) para superar la condición

periférica en el caso brasileño, que incluyen “proponer soluciones para las tendencias en

la injusta división internacional del trabajo de investigación, que amenaza con consolidar

los desequilibrios en el desarrollo del conocimiento [...] [y] la consolidación de

mecanismos de control social”.

Hubo capacidad científica y tecnológica que pudo orientarse hacia la innovación. Y hubo

inversión económica. Pero quedaron dudas en la gestión de esa capacidad, en las

decisiones tomadas. Parece necesario trabajar en la administración localizada, aunque

aprovechando las reglas del juego global en torno a la tecnociencia, como las patentes y

las especializaciones productivas. No parece servir por sí sola la idea de que por tener

biodiversidad e inversión se puede generar bioconocimiento. Se requieren abordajes más

29

complejos para construir un halo de inhibición en torno a las biotecnologías en América

Latina, pero no que las destruya, sino que las proteja y potencie de modo que cumplan su

promesa de mejorar nuestras vidas. De otro modo estamos ante discursos muy

emocionantes pero vacíos de contenido y, peor aún, de materialidad.

En el contexto estudiado, y nos atrevemos a pensar que en muchos otros enclaves

petroleros, no parece conveniente que los procesos de investigación e innovación para la

remediación ambiental de contaminación recaigan directamente en las empresas

petroleras. No solo porque su historia no es la de instituciones de investigación con

sensibilidad ambiental, sino porque en un asunto peliagudo como la contaminación, no

parece apropiado que el mismo actor sea financista, juez, cómplice, empresario, etc.

Parece un error que la limpieza de la suciedad y su fiscalización queden a cargo de quien

ensucia. En vez de limpieza se generó replicación de investigaciones con fondos

públicos, poca o ninguna transferencia de información, dudas sobre la licitud de ciertas

actividades, entre otros. La estatal de petróleos por momentos construyó un halo de

inhibición destructivo de la ciencia y la tecnología de remediación de la contaminación,

sin comprender, menos aún ser capaz de gestionar, las capacidades científicas y

tecnológicas.

Parece que además de contar con buenos científicos es necesario crear, renovar y

fortalecer políticas basadas en el conocimiento de los procesos endógenos, mirando casos

puntuales y no solo soñando en aplicar teorías globales sobre el desarrollo de la ciencia, o

replicar los éxitos (económicos) de otros territorios y Estados. Hay que fijarse en lo que

es realmente pertinente o apropiado, no solamente si lo parece. Quizás sean necesarios

comités locales de ética para supervisar estas decisiones, en línea con lo propuesto por

Baiardi (2001). No fiscalizadores internacionales, sino comités locales que velen porque

los programas de ciencia y tecnología sean sociales, apropiados y apropiables localmente

en primera instancia, porque se sostengan aquellos con buenos resultados y se sancionen

las ineficiencias. Quizás se requieren reformas mayores en los sistemas de ciencia,

tecnología y producción de conocimiento que estarían perpetuando la fuga interior de

cerebros, la dependencia, la formación de biobraceros y gestores que están confortables

30

en un lugar en el cual ni la innovación ni el mantenimiento de programas científicos

independientes y de largo plazo parecen necesarios. Se requieren políticas que

promuevan la innovación sobre la transferencia, que eludan la idea de que con

inversiones en infraestructuras se soluciona todo, que fomenten patentes de procesos y

productos (aunque la idea de las patentes sobre la vida sea cuestionable, al no hacerlo se

tiene el riesgo de que ese conocimiento sea ilegalmente apropiado mediante biopiratería).

Sagasti (2011: 178-182) incluye entre sus líneas macro la consideración de los

conocimientos y técnicas tradicionales y la especificidad territorial. Análisis sobre

procesos locales pueden arrojar otra serie de ideas sobre factores más finos que

permiten/impiden la consolidación de comunidades científicas de excelencia en la

periferia.

Más allá de los cuestionamientos hasta cierto punto éticos, pero sobre todo políticos e

institucionales que emergen desde este estudio, consideramos que la biorremediación

puede apoyar a la restauración ecológica y cuidar la salud de quienes habitan en los sitios

contaminados. Esto es un mandato de la Constitución del Ecuador de 2008, en la cual se

reconocen los derechos humanos y de la naturaleza. La biorremediación es una

tecnociencia que puede ser social y liberadora, pero como toda tecnología, actuará según

quién la promueva, cómo y para qué.

* * *

Esta investigación fue realizada con ayudas del Fondo de Desarrollo Académico de

FLACSO Ecuador (Proyecto “Estudio sociotécnico de la biotecnología en el Ecuador”, IP

656), y de una beca de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología

e Innovación (Senescyt) para el proyecto “Las ciencias de la vida en el Ecuador (1850-

2000)”. Agradecemos también a los lectores pares de la revista História, Ciências, Saúde

- Manguinhos, por sus atinadas críticas y sugerencias a este texto.

31

Referencias citadas

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Entrevistas

1. Investigador/a 1 del Facultad de Ingeniería en Geología, Minas, Petróleos y Ambiental

(FIGEMPA) de la Universidad Central del Ecuador, noviembre de 2012

2. Investigador/a 2 del Facultad de Ingeniería en Geología, Minas, Petróleos y Ambiental

(FIGEMPA) de la Universidad Central del Ecuador, noviembre de 2012

3. Investigador/a del CITVAS, diciembre de 2012.

4. Investigador/a de consultora ambiental, diciembre de 2012.

1 La idea de excelencia científica (analizada en conjunto con la de periferia científica) "quiere resaltar

que no toda la ciencia de los países atrasados es marginal al acervo mundial del conocimiento y que el

trabajo científico tiene en estos países sus propias reglas que deben ser entendidas no como síntomas de

atraso o modernidad, sino como parte de su propia cultura y de las interacciones con la ciencia

internacional" (Cueto, 1989: 29).

2 Nuestro énfasis en lo local no significa una inconsciencia de que los procesos estudiados tienen

repercusiones en espacios lejanos (véase de Greiff y Nieto, 2005: 60, 62). Investigar ese aspecto estuvo

más allá del alcance de este artículo.

3 Incluso se habla de “semiperiferias” (Ledesma, 2009) y “periferias de la periferia” (Baiardi y dos

Santos, 2005).

4 Un sonado caso en este ámbito fue el de Diamond vs. Chakrabarty, que tras un fallo de la Corte

Suprema de Justicia de Estados Unidos en 1980, abrió el camino a las patentes sobre la vida, pues se

aprobó patentar una bacteria producida con bioingeniería para consumir manchas de aceite (Kevles,

1998)

5 Un trabajo pionero fue el de Kimerling (1993). En relación con los impactos sobre la

biodiversidad véase Bravo (2007).

6 Véase también la web http://amazoniaviva.ambiente.gob.ec:8114/index.html